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f may Bearriz Actis azuiejos Misterio en el = — cementerio - Y otras historias inquietantes BY llustraciones de > cea Sitva s eee Coordinadora de Literatura: Karina Echevarria Autora de secciones especiales: Maria Soledad Silvestre Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Karina Dominguez Actis, Beatriz Misterio en el cementerio / Beatriz Acts ilustrade por Joaquin Siva, - 1a ed .- Boulogne : Estrada, 2019, Libro digital, POF - (Azulejos. Serie Naranja ; 66) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978950.01-24256 1, Narrativa Infantil Argentina, I, Silva, Joaquin, ils. I, Titulo, DD 863.9282 Lia: COLECCION AZULEJOS - SERIE NARANJA & © Editorial Estrada S. A, 2018. Editorial Estrada S. A. forma parte det Grupo Macmillan. ‘Auda. Blanco Encaleda 104, San Isidro, provincia de Buenos Aines, Argentina, Internet: www editorialestrada.com.ar Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723. Impreso en Argentina. / Printed in Argentina. ISBN 978-950.01-2425.6 No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmision o la transformacién de este libro, en cualquier forme o por cualquier medio, sea electrénico o recénico, mediante fotocopias, digitalizaci6n y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccién esta penada por las leyes 11.723 y 25.446. La autora y la obra Biografia......... El género del terror... Narrar lo inquietante.. . La obra... “Triste historia de un jinete” “Lo desconocido” ... “Séptimo hijo varén” “Al aire libre” “Misterio en el cementerio” ........................+ Actividades Actividades para comprender la lectura........... oo wu 1B 23 4} SF B BS 86 Actividades de produccién de escritura..............88 Actividades para relacionar con otras asignaturas. 90 ——————_—————————— Ay y la obra Beatriz Actis nacié en 1961, en Suncha- en 6 les, provincia de Santa Fe. Actualmente vive en Rosario. Es profesora en Letras, editora y especialista en promocién de la lectura y ensefianza de la literatura. Es- cribié libros sobre literatura y educacion, y mas de treinta libros de literatura para nifos y para adultos, entre otros Criaturas de fos mundos perdidos, Lagrimas de Sirena y Para alegrar al cartero. En esta misma coleccién, publicé una versién de Alicia en ef pais de las maravilfas; otra de Alicia a través del espejo, ambos de Lewis Carroll, y algunas de cuentos tradicionales de los hermanos Grimm. Ha escrito articulos periodisticos sobre temas de cultura para diver- sos diarios de Rosario y Santa Fe. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes y jurado en distintos concursos literarios. Misterio en el cementerio | 7 al El género del terror El género del terror se define principalmente por el efecto que provoca en el lector: el miedo, la inquietud o la incertidumbre fren- te a lo narrado. El ser humano experimenta temor frente a lo des- conocido, frente a lo que pone en peligro su existencia o lo que re- sulta inexplicable y en algiin aspecto amenazador. Los origenes del género del terror se remontan a los origenes mismos del miedo. Sin embargo, muchos autores creen ver el inicio del terror en el gético. Este género surge a fines del siglo xvill y tiene caracteristicas bien definidas. Se ambienta en grandes castillos oscuros y a veces semi abandonados, presenta personajes monstruosos o sobrenaturales y desarrolla situaciones que generan miedo. Ejemplos de literatura gética son las novelas Frankenstein, de Mary Shelley, y Drdcula, de Bram Stoker. Posteriormente, el género del terror fue explorando nuevos te- mas relacionados con la psicologia y la percepcién de elementos so- brenaturales. Edgar Allan Poe, por ejemplo, fue uno de los autores mas destacados del siglo xix. Hoy en dia, el terror sigue siendo un género muy popular y autores como Stephen King han escrito numerosas historias que provocan esa particular sensacién en sus lectores. 8 | Beatriz Actis a Narrar lo inquietante Dentro del género del terror, lo inquietante se manifiesta como un temor mas sutil. Ya no se trata de un monstruo, un fantasma o un suceso absolutamente sobrenatural que sorprende al lector. Lo inquietante se muestra como un hecho que sale discretamente de lo normal y que genera en quienes lo perciben una extrafia sensa- cién de incomodidad. Qué cosas nos inquietan? Todo aquello que se sale de lo espe- rable. Por ejemplo, es esperable que al mirarnos al espejo nos vea- mos reflejados, pero... dy si nuestro reflejo llegara un segundo mas tarde? Es esperable que todos proyectemos una sombra, pero... dy si la sombra hiciera un movimiento diferente al nuestro? Estas pe- quefias percepciones de un desorden en lo esperado son las que nos generan inquietud. Para narrar lo inquietante, el autor suele partir del realismo y de un relato de lo cotidiano. Todo parece normal. Pero entonces, algo se vuelve extrafio, sutilmente diferente a lo esperado: un gato nos mira fijo en lugar de ignorarnos al pasar, encontramos un mensaje que coincide con un presagio o un hormiguero crece hasta generar- nos la idea de una invasién premeditada de hormigas. Asi nace lo inquietante. Misterio en el cementerio | 9 Misterio en el cementerio Y otras historias inquietantes Beatriz Actis Triste historia de un jinete El hombre del que voy a contarles una historia era, ver- daderamente, un hombre malo. Nadie sabia bien por qué. Parece que a veces ni siquiera hace falta algun motivo para serlo: haber sufrido en la nifiez, o haber recibido un golpe fuerte en la cabeza, o haber nacido un martes trece o en una noche de tormenta. Era malo porque era malo nomas. Este hombre vivia en la isla del Alto Verde, que es muy grande y esta poblada de sauces y de pajaros que cantan desde el amanecer hasta el creptisculo; una isla que queda justo enfrente del puerto de Santa Fe y a la que se puede llegar cruzando un riacho. Este individuo no tenfa ni nombre siquiera. Era tan mal- humorado y violento que todos se habian olvidado de como se llamaba y temian que, ante la menor intencidn de diri- girle la palabra (y, por ejemplo, preguntarle su nombre), el Viejo —porque asi lo llamaban con temor y con desprecio— les voltease la cara de una escupida o mucho peor: de un rebencazo. Triste historia de un jinete | 13 Y el caballo que tenia... Un zaino nervioso, de pelo brillan- te, que respondia al sugestivo nombre de Mandinga’. Por- que habia que verlo al animal paseandose por los caminitos sinuosos de la isla, con la soberbia del que se sabe guiado por un hombre temido. Sinceramente, era verlo y pensar que ese potro no podia llamarse de otra manera mas que Mandinga. EI Viejo se dedicaba a la caza. Lo que cazaba eran carpin- chos sobre todo, y vendia los cueros en el pueblo, aunque a veces también los cambiaba en el boliche por azicar, por alcohol o por yerba. Y dicen que cuando este hombre malo, sobre quien les estoy contando una historia, cazaba carpin- chos, era terriblemente despiadado y cruel. Cuando el Viejo volvia del boliche, por la madrugada, y cabalgaba rumbo a su casa —que estaba en el extremo mas solitario y alejado de la isla— recorria siempre el mismo cami- no. Todos en el Alto Verde lo sabian. Acicateaba al zaino con su fusta violenta cada vez, y el zaino era una rafaga de furia en el medio de la noche, las crines brillando con la luna. En ese trayecto repetido, cerca de la costa, en un monte- cito tupido de sauces, timboes y ceibos, el jinete tenia que 1 EnAmérica, el diablo. 14 | Beatriz Actis agacharse para pasar por debajo de una rama gruesa como un tronco que atravesaba el camino. Se ofa resonar entonces en el medio de la brisa el galo- pe del caballo zaino, y podia adivinarse el movimiento pre- ciso del Viejo al inclinar la cabeza para esquivar la rama. Después se escuchaba el galope cada vez mas lejano que indicaba que el Viejo habia esquivado con éxito la rama y que seguia azotando con el latigo el camino y el caballo, rumbeando para el lado de su rancho. La noche en que sucedié lo que sucedié, es decir, la his- toria pavorosa que —me van a disculpar— les tengo que con- tar, los vecinos de la isla estaban reunidos en el patio de la capilla porque celebraban la fiesta del Santo Patrono. Meta baile y meta trago, se imaginan; hasta el cura parroco se animé a bailar un chamamé. La luna iluminaba la reunién, igual que los farolitos de colores, y todo lo que se escu- chaba eran las risas, las guitarras y los acordeones, y un cantor que a veces cantaba y a veces recitaba coplas llenas de picardia. De pronto se hizo un silencio en el medio de la fiesta. Fue como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en que tenian que callarse y dejar de cantar y de bailar, y fue también como si el aire se espesara en un instante. Triste historia de un jinete | 15 Se escucho entonces en el medio del silencio el ruido de un golpe seco. Y todos presintieron que no se trataba del sonido producido por la corriente del rio, ni por un ave, ni por un fruto cayendo, ni era ningun ruido comun y corriente de cristiano. Y desde el mas chico al mas anciano, a todos se les puso la piel de gallina. Y supusieron que esta vez el Viejo —que, por supuesto, por amargado no habia sido invitado a la fiesta— habia vuelto del boliche seguramente con algunas copas de mas. Y que no habia podido esquivar a tiempo la rama baja que cruzaba el camino en medio del montecito. Y que la rama, como un machete afilado, le habfa cortado la cabeza de un solo golpe. La noche en la que el Viejo se convirtié para siempre en “El Decapitado”, quienes habian asistido a la fiesta del San- to Patrono tuvieron suefios extrafios. En ellos apareceria la figura borrosa de un carpincho. Pero no era igual a los carpinchos que el Viejo cazaba con crueldad. Era gigante. Los carpinchos comunes y corrientes son pequenos, parecidos a ratones, con el agregado de que poseen la habilidad de andar por tierra y por rio, y tienen el pelaje color marron. En cambio, el carpincho con el que sond la gente del pueblo la noche en la que el Viejo se volvié “El Decapitado” era no solo gigante sino blanco como una nube. Triste historia de un jinete | 17 Algunos, al despertar, recordaron el suefio con inquietan- te nitidez. Pero no comprendieron su significado. Consulta- ron sobre él a la mujer mas vieja que habitaba en la isla. La anciana se estremecié al oir el relato de ese suefio colectivo y rompidé su habitual silencio para describirles a un verda- dero animal mitolégico. Esto dijo la anciana: —En el Alto Verde no tenemos sirenas, centauros, caballos alados ni unicornios, pero si tenemos al Gran Carpincho Blan- CO, que posee unos poderes que harian temblar al mismisimo minotauro. También se lo conoce como: el duefio de los car- pinchos, o con su nombre mocovi, que es: Kopiaga Leta’a. La anciana explicé también que hay quienes juran que el Gran Carpincho Blanco protege a su especie en las islas invadidas por los cazadores furtivos. Castiga a los que cazan en exceso 0 fuera de época o que lo hacen salvajemente y matan a las crias. —Pero el Gran Carpincho Blanco nunca podra ser atrapa- do —advirtié la anciana-, y alli reside su poder: sabe que puede engariar a los cazadores y sabe que va a vivir para siempre. Si alguien llega a herirlo, solamente encontrara en el lugar un reguero de sangre, nunca su cuerpo. Esto es 2 Pueblo indigena que habita en el Paraguay y norte argentino, 18 | Beatriz Actis solo una trampa. Porque los cazadores que, guiados por la codicia de conseguir otro, sigan el rastro de la sangre del Gran Carpincho, lo haran hasta perderse en los esteros mas alejados. Esos esteros de los que ya nunca podran regresar. La anciana que contaba la historia del Gran Carpincho a los habitantes del Alto Verde hizo un silencio. Al dia siguiente del baile, un vecino encontré al zaino del Viejo andando sin rumbo por lugares cercanos a la costa, sudoroso todavia, con las riendas colgando al costado del cuerpo. Habia que verlo al Mandinga solo, extraviado y sin saber addénde ir. No parecia el mismo animal soberbio de antes. El hombre superd su temor y salié a buscar al jinete per- dido. Encontré el cuerpo decapitado del Viejo al lado del montecito, como todos habfan imaginado la noche del bai- le. Pero la cabeza no estaba por ningun lado. El hombre bus- cé por los alrededores, con temor y con cuidado. Pensé que la cabeza arrancada del Viejo habia rodado bajo las patas del zaino y que a un costado del camino se pareceria a una piedra o tal vez a un nido de hornero que se hubiera caido de un Arbol después de la tormenta. Pero la cabeza de El Decapitado nunca aparecié. La gente de la isla pensé que a lo mejor se la habfan devorado las Triste historia de un jinete | 19 hormigas coloradas, los rapaces 0 las aves nocturnas. O qui- z4s, habia rodado hasta el rio y la habfa llevado la corriente, como si fuese un camalote. Lo enterraron al Viejo al lado del rancho, que ahora es una tapera abandonada. Le clavaron sobre la tierra removi- da del sepulcro una cruz construida con ramas de sauce. Se dice que durante anchos dias y largas noches pudo verse al zaino deambulando perdido en los alrededores de la tumba. Después de un tiempo, el caballo, de algtin modo misterio- so, se esfumé como si se lo hubiese llevado el viento o si se lo hubiera tragado la tierra. Pero la anciana conoce la verdad de lo que esa noche ocurrié en el montecito. Ella ha resuelto el misterio porque ha vivido una vida larga y puede darse cuenta de las cosas que los mas jévenes apenas notan al pasar. Ve lo que los otros no pueden ver. Descubre los secretos. La verdad es que el Gran Carpincho Blanco se le aparecid al Viejo aquella noche en el medio del camino y el Viejo, de la sorpresa y el susto, se llevé por delante la rama, que lo decapité. El Carpincho robé después la cabeza y la llevd hacia el lado oscuro de los esteros, a ese lugar de donde no se vuelve nunca. El Viejo no puede dormir tranquilo en su tumba porque el Gran Carpincho se ha vengado de él y de 20 | Beatriz Actis su crueldad como cazador. Se ha vengado incluso mas alla de la muerte. Por eso, cuando se escucha en el medio de la noche al- gun ruido inexplicable que parece un chasquido, la gente en el Alto Verde comenta: “Ahi pasa El Decapitado”. Es oir el chasquido y ver aparecer la figura del jinete sin cabeza que se recorta en el paisaje de la isla. Es el Viejo que galopa sobre el zaino, convertido en anima en pena, y que regresa al Alto Verde para buscar la cabeza que no tiene. Quiere encontrarla para reposar en el suefo de la muerte con el cuerpo completo y el alma sin heridas. Pero no puede. —La eternidad —dice la anciana— es un lugar del que no se vuelve. Lo desconocido Me asombran las cosas que se encuentran por las ve- redas si uno camina con la cabeza gacha, a riesgo de cho- carse una columna de alumbrado o a varios transetintes que vienen en direccién contraria. A modo de ejemplo: con Santi —mi compafiero inseparable— un dia encontramos en distintos lugares, a lo largo de varias cuadras, cartas de la baraja. Todas tenian el numero cinco: 5 de oro, 5 de basto, 5 de espada, 5 de copa, 5 de diamante, 5 de trébol... Toda- via estamos tratando de inventar algiin juego de naipes que use solo esas cartas (y sea divertido). Con Santiago también juntamos chapas ovaladas, esas que estaban al lado de la puerta de entrada de las casas vie- jas, que tienen el ntimero y, a veces, el nombre de la calle. Las encontramos tiradas por ahi. Tal vez se cayeron de algu- na pared o los duefios de casa las abandonaron cuando las reemplazaron por nimeros mas modernos. Ahora, algunas adornan el patio de mi casa. Cada persona que sale al patio puede leer la direccién de otra casa, hallada al pasar, que Lo desconocido | 23 no es la nuestra. Como, por ejemplo, “Avenida del Trabajo” con fondo azul y letras blancas que resplandecen todavia, y numeros cualquiera como 573 0 241 0 96. dQuién habra vivido en tal o cual lugar?, me pregunto ante las chapas antiguas con las direcciones. Habra ha- bido allf alguien que alguna vez fue un chico como yo? Y también, en un patio lejano en el tiempo, éhabra habido mascotas correteando o macetas con plantas 0 bicicletas...? Me da una enorme curiosidad pensar en otras vidas. La otra tarde hice mis busquedas por las veredas sin nin- guna compaiifa porque Santiago se fue a la casa de sus abuelos, en el sur de la provincia, por las vacaciones de invierno. Y pasé algo particular: estaba caminando cerca del Parque de la Ribera y empezé a seguirme un gato. Era ana- ranjado. Fue extrafio porque uno casi siempre se encuentra a los perros caminando solos por la calle y, raramente y menos de dia, se ven gatos. Pero este me siguid y de pronto comenz6 a maullar, como diciéndome algo. Me di vuelta y lo miré. Es decir, nos miramos. Tenia unos ojos rarisimos, oscuros, distintos a los ojos amarillos o verdosos de la ma- yoria de los gatos que conozco. Y los ojos daban un poco de miedo, algo no estaba bien en esa mirada. Parece exagerado 0 insdlito, pero estaba claro que el gato se dirigia a mi ya 24 | Beatriz Actis nadie mas: ni a un muchacho que en ese momento pasd. corriendo a nuestro lado ni a una sefiora que Ilevaba a un bebé en cochecito. Fue como si solamente existiéramos en el mundo el gato y yo. Con un maullido ronco dio media vuelta y se metid en un caminito de grava que atraviesa de manera sinuosa el parque. Caminaba un trecho y se daba vuelta para obser- varme, como indicando que lo siguiera. No volvié a maullar. Le hice caso (no sé bien por qué, tal vez por intriga, por aburrimiento 0 incluso por temor). Anduve por el senderito y vi cdma, al rato, el gato se detuvo frente a una casilla pe- quefia con forma de pajarera. Tenia una puertita de vidrio que decia: “Lea y devuelva”. Yo hab/a visto alguna vez que en los parques estan esas “casitas de libros”: la gente deja ahi material de lectura (libros, revistas) y la idea es que quien lo lleva, una vez que lo leyé, vuelva a ponerlo en ese lugar. Son mini-bibliotecas al aire libre. El gato miraba la casilla con sus ojos penetrantes y me mi- raba a mi. La abri y encontré un Gnico libro, pequenio, de tapa amarilla y sin ilustraciones. Me aproximé a un banco; era una tarde de julio, nublada, pero por un momento asomé el sol y aproveché para sentarme y comenzar a leer. Cuando abri el libro, el gato habia desaparecido. Esto fue lo que lei: Lo desconocido | 25 LA BALLENA QUE DEVORABA EL MUNDO Elal, ef dios de los tehuefches3, vio con asombro un dia que el mundo se haflaba despoblado. (Esto sucedié hace muchisimos anos, en ef inicio de fos tiempos). El dios revisé cada rincon de fa inmensa Patagonia y compro6é, preocu- pado, que casi no habia hombres ni mujeres ni nifios, y que eran escasos fos animales y también las plantas. Uno de los pocos seres que encontré, reposando en la meseta, fue Goos, fa ballena, que en aquella lejana época no era un animal marino sino terrestre. Le resulté misterio- so que alrededor de fa baflena el paisaje fuera un desierto y que reinase alli un silencio absofuto. Elal desaparecié de pronto —para eso era un dios y poseia todos los poderes— y se quedé largo rato espiando el comportamiento de Goos. Ef grandioso animal, sin saber que era vigilado por un dios invisible, comenzé a bostezar exageradamente, tal vez por suefio o tal vez por aburrimiento, ya que nadie quedaba en aquef lugar para hacerle compania. Al abrir su enorme boca, Goos aspiré el frio aire patagénico. Y con él, aspiré también las pocas matas de pasto duro que lo rodeaban, fos pequefios insectos que merodeaban por ahi 3 Pueblo indigena que habité en la Patagonia. Lo desconocido | 27 e, incluso, una bandada de pdjaros que en ese momento atravesaba el cielo. Elal comprendié entonces que cada vez que ef enorme y somnoliento Goos bostezaba... itragaba, junto al aire, todo aquello que encontraba a su paso! Ef dios tehuelche, de inmediato, puso manos a fa obra para solucionar tan devastador problema. Se transformé en tdbano —para eso era un dios y poseia todos los po- deres— y, escondido en ef cuerpo de ese pequefio insecto volador, se acercé a Goos. Revoloted cerca de su cara con un zumbido molesto y persistente. La baflena abrié su bocaza, taf vez para bostezar, tal vez para protestar por ese ruidito zum66n que no Ia dejaba des- cansar tranquila... En ese momento Elal, convertido en tdba- no, se metié dentro de elfa. La boca parecia la entrada de una caverna. Lo cubria fa oscuridad, himeda y envolvente. Ef tdabano agitd sus alas con cuidado y se dispuso a hacer fo que debja para sortear cualquier peligro. Se adentré mas Y mas en el interior del cuerpo de fa baffena. Comenzaron a escucharse, entonces, unos ruidos cercanos. Elal no estaba solo. Y decidié clavar su aguijén en el cuerpo de Goos. Ef animal, molesto, abrid fa boca para quejarse y fa fuz que entré def exterior ilumind, como una gran lampara, 28 | Beatriz Actis todo ef interior. Elal pudo contempfar a nifos, mujeres y hombres, apretujados alli, junto a grandes y pequeiios animales, junto a drboles altos y plantas diminutas, todos elfos, habitantes de la Patagonia que habian sido tragados por Ia ballena. Ef dios que se habia convertido en tdbano puso nueva- mente manos a Ia obra. Volvid a cfavar su aguijén en ef interior def cuerpo de Ia baffena, pero no una sofa vez sino muchas. Volaba como enloquecido y picaba, picaba, picaba sin parar. Goos sintié tantas molestias y cosquillas que ya no aguanté mds y abrid, bien abierta, su boca descomunal. Efal aproveché para hacer salir a todos aquelfos que esta- 6an atrapados. Y por ultimo volé éf también hacia ef exte- rior. Antes de irse, miré cémo fa ballena cerraba su boca como quien cierra una puerta. iLos hombres ya poblaban, otra vez, fa tierra! ¢Pero qué sucedié con Goos? éCémo pudo evitar Elal que Ia ballena siguiera devorando ef mundo? Decidié que su lugar seria, desde aquel momento, ef mar. Desde entonces, Goos navega por fa inmensidad de fos océanos, fejos de fa tierra firme, explorando el fondo Y fa superficie, conociendo fos secretos def agua y de las Lo desconocido | 29 criaturas que fa habitan. De ese modo, pudo olvidar su voracidad. Y asi sucedié gracias a Elal, que poseia todos las pode- res y por eso era ef dios de los tehuelches. Terminé de leer envuelto en una especie de fascinacién porque me encantan los mitos y las leyendas, me atrae la idea de que existen otras explicaciones para los sucesos del mundo o que, directamente, existen otros mundos, hasta ahora desconocidos. Sin embargo, mi curiosidad no estaba satisfecha. Cambié mis planes (que antes eran seguir reco- rriendo las veredas para ver qué cosas extrafas habia en el suelo y llevarlas a casa), devolvi el libro y segué por el cami- nito al encuentro de otra casilla. Del gato, ni noticia: estaria escondido bajo un arbusto esperando la llegada de la noche o de alguien més para guiarlo por un camino de historias. No habia mucha gente en el parque, el dia estaba desa- pacible: cuando se nublaba, se sentia mucho el frio. Mien- tras andaba por ahi, pensé en todas las veces que habiamos compartido aventuras con Santiago (ies que nos conocia- mos desde el jardin!). No solo deambulabamos por plazas y parques: una vez fuimos juntos a la chacra de sus abuelos durante las vacaciones de verano. Me acuerdo bien porque 30 | Beatriz Actis fue la primera vez que en mi casa me dejaron pasar una semana lejos de la ciudad con la familia de un amigo, sin la compajifa de mama y papa. Cada mafiana explorébamos el terreno como si fuera una jungla virgen o algun otro lugar de un continente desconocido. Junto a Santi, en esos cami- nitos en medio del campo, aprendi muchas cosas: se puede masticar el tallo del hinojo salvaje, como lo haria un conejo; se pueden comer unas flores dulces, rojas y a veces de co- lor lila, que se Ilaman verbenas, como lo harfa una cabra. Ademéas, mientras se camina, se pueden buscar flechillas, que son unas hierbas silvestres que se pegan en la ropa como si alguien las arrojara con un arco (0, mejor dicho, con un arquito). También se pueden juntar los pequefios frutos verdes del paraiso y con ellos jugar a una guerra de bolas de nieve en miniatura, en un lugar donde nunca hubo ni habra nevada. En medio de los recuerdos del campo, caminé por una larga vereda que corre paralela al rio, en la parte superior de la barranca. En un momento me llamo la atencién una mancha anaranjada que cruzaba, veloz, entre las matas: era el gato de ojos extrafios que corria en mi misma direcci6n. Lo alcancé y vi que se escabullia entre la cerca y bajaba por una escalerita que lleva a una franja angosta de playa. Ahi Misterio en el cementerio | 31 esta construido un refugio de pescadores. La casa parece colgada de la barranca. Me asomé a través de la cerca: abajo, en la playa, ha- bia canoas y redes de pesca, y no solo eso: también una multitud de gatos anaranjados que formaba otra especie de red. No pude distinguir al “mio” —el que me habia guiado hasta el libro—, entre tantos. Todos tenian los ojos cerrados porque dormian aprovechando un breve momento de sol. Varios estaban acurrucados en un manojo de cuatro o cin- co, como en un juego de encastres o en un rompecabezas; no habfa ni un pequefio espacio entre unos y otros. Eran madejas de gatos con un pelaje naranja y atigrado dandose calor y queriendo dormir en medio del frio de las tardes de invierno. Se les iluminaba el pelaje, que se volvia un destello amarillo. Pensé que si Santi hubiese estado conmigo, habria propuesto jugar desde arriba a “encontrar el gato naranja bajo la barranca”. Es que estaban entremezclados y en to- das partes, dispersos en rincones, techos, pies de escaleras, botes, arbustos, caminitos de madera sobre la arena. Volvi a la vereda en busca de una casilla mas. Cuando la en- contré, un poco mas adelante, adiviné a través de la puerta de vidrio (“Lea y devuelva”) un libro pequeiio de tapas amarillas. Y cuando lo abri, me enfrenté a otra leyenda de la Patagonia. 32 | Beatriz Actis ESPIRITU DEL BIEN, ESPIRITU DEL MAL La lucha entre ef bien y ef maf, encarnados en fa luz y fa sombra, parecia haberse apfacado en aquellos dias def inicio de fos tiempos, en fos confines de fa Patagonia. Pero no era asi: solo estaba adormecida, a la espera de algtin aconteci- miento que fa hiciera despertar. Y de pronto, algo sucedio: Aoni, una joven tehuelche, paseaba por ef bosque, domi- nio de fa sombra. Sorprendida, vio cémo Ia fuz atravesaba ef espeso follaje. Tomé un rayo entre sus manos y, af ha- cerlo, este se convirtié en una flecha resplandeciente. Atra- p6 muchas y, duefa de un manojo de flechas, continué su marcha a través del bosque. Como si estuviera jugando, arrojaba fas flechas, una tras otra, hacia fo alto. Cuando fo hacia, caia una cascada de [uz sobre su cuerpo. Los Grboles, a su alrededor, res- plandecian. Hasta que fos rayos def manojo se acabaron y volvid la oscuridad: se habia hecho de noche. Aoni, durante fa caminata, se habia adentrado en lo profundo del bosque. Estaba perdida. Caminaba fentamen- te, con paso inseguro. Las sombras cubrian ef paisaje y fo volvian tenebroso. Una potente voz rompid el silencio: —éQué buscas, en mi bosque, a estas horas? Era ef Espiritu del Mal que [a interrogaba, Ifeno de furia. 34 | Beatriz Actis Aoni respondié con un hilo de voz: —Me extravié y no sé cémo regresar a mi pueblo... Solo deseo que salga el sol para encontrar ef camino de vuelta. La voz maligna volvid a hablar, y esta vez sond como un rugido: —Te irds ahora mismo; pero mafiana, con [a primera cla- ridad, te iré a buscar. Como castigo por haber penetrado sin permiso en mis dominios, vivirds aqui, en fa oscuridad de/ bosque, para siempre. De inmediato, tal como fo anunciara ef Espiritu def Mal, Aoni se encontré en su pueblo, afrededor de una fogata, junto a su gente. Todavia asustada, conté fo que habia sucedido. Ef joven guerrero Orkey jur6 protegerla. Huyeron a fa medianoche, atravesando ef valle. Apenas amanecié, ef Espiritu def Mal Ilegé al pueblo para cumplir su venganga. Al no encontrar a Aoni, derritid fa nieve de fos picos mds altos de fas montafias. Ef agua def deshielo formé un lago que cubrié fa tierra que antes habia habitado Ia tribu. Lejos de alfi, Orkey y Aoni, agotados por haber camina- do durante fa noche, se detuvieron a descansar. El agua helada avanzaba hacia elfos, persiguiéndolos, con Ia inten- cién de sepultarlos en el fondo del fago. Pero, como una ex- Lo desconocido | 35 plosion de luz, aparecié ef Espiritu del Bien. Con un hacha de piedra gigantesca, ef Bien abrié una grieta en la pared de roca que contenia af lago. Orkey y Aoni, transformados en agua, pudieron escapar, fluyendo a través de Ia grieta. Y asf nacio ef rio Futaleufi. Cerré el libro y miré hacia el lado del rio, luminoso entre los colores apaciguados de la tarde. Imaginé que, mientras tanto, debajo de la barranca, en el refugio de pescadores, dormia bajo el ultimo sol del invierno la comunidad de ga- tos naranja. Y tuve la inexplicable certeza de que cada uno de ellos debia ser complice, de alguna manera misteriosa, del fervor por leer que asaltaba a los paseantes en el Parque de la Ribera. Yo era el vivo ejemplo de ello. Era hora de volver a casa. Sin embargo, una especie de fuerza que parecia dirigir mi voluntad me arrastré hacia una nueva casilla (dla ultima?), seguramente un poco mas ade- lante, siempre por los caminitos invernales del parque. Ahi hallé otro libro. Era anaranjado. Quise leerlo pero ya se habia escondido el sol, definitivamente, y todavia no se habfan en- cendido las luces del parque. Decidi llevar el libro a mi casa —como si fuera alguna de las reliquias que soliamos encon- trar con Santi en las veredas— para leerlo tranquilo a la noche, 36 | Beatriz Actis aunque me juré a mi mismo que al dia siguiente lo devolveria a su lugar, como se pedia a los lectores en la puertita. Mama me mandé un mensaje preguntando dénde estaba y a qué hora iba a volver. Apuré el paso, mi casa queda a tres cuadras del parque. Me mett el libro en el bolsillo de la campera. Antes de hacerlo, espié como pude, en la penum- bra del atardecer, el titulo: “Runaturunco”. Un grupo de gente danzaba de manera circular en un rincén del parque y cantaba algo susurrante que parecia un rezo. Pensé: éSerd que este lugar es magico? Siempre iba al parque, era un paseo habitual, y sin embargo empecé a mirar todo a mi alrededor con ojos de extrafieza; era como si los espacios no fueran los mismos. Estaba por llegar a mi casa cuando me di cuenta de que me segufan. Miré para atras varias veces y en una ocasién vi la silueta de un gato agazapado entre los arboles de la vereda. Quise acercarme pero se escabulld. Llegué a la puerta de mi casa y me quedé mirando la calle en direccion al parque a ver si lo distinguia. Algunas sombras me parecian las del gato, pero no estaba seguro. éHabria sido él, el de los ojos que daban miedo? Pa- recia estar vigilandome, 0 tal vez no a mi sino al libro. Entré (hacfa frio y era tarde). Esto fue lo que lef aquella noche: Lo desconocido | 37 RUNATURUNCO Un hombre ffamado Juan def Monte no safia nunca de su casa sin una bolsita de tela ristica y gruesa que guardaba con mucho cuidado en el bolsilfo def pantalén. Dentro de fa bof- sita [fevaba escondido su secreto mds preciado. No era nada que uno pudiera imaginar: era un pequenio cuero de tigre. Cuando ef hombre se cansaba de su condicién de huma- no, se revolcaba sobre ef cuero bajo Ia fuz de Ia luna, decia unas palabras desconocidas para el resto de los mortales y se fevantaba transformado en un gato salvaje. En qui- chua’t, ef nombre de este hombre-tigre era Runaturunco. ¢Pero donde habia conseguido ef Runaturunco aquefl cuero con poderes mdgicos? Se fo habia entregado el mis- misimo Mandinga como parte de un trato. Juan def Monte habia vendido su alma af diablo para poder convertirse en tigre y sentirse invencible. Su tinico enemigo era ef fuego. Si ef cuerito magico Me- gaba a quemarse, Juan del Monte deberia entregarse para que fo mataran. Ef fuego seria, desde el dia def pacto dia- bofico, su peor enemigo, su amenaza: siempre iba a correr el riesgo de cambiar ef fuego por [a vida. 4 Pueblo indigena del Peri 38 | Beatriz Actis En tanto, y dia tras dia, ef Runaturunco solo espera ef instante nocturno en que su boca de hombre sin alma se convierte en fauces de tigre. Entonces puede abandonarse al deseo de toda su vida de ser un gato feroz que no le teme a la muerte. Me desperté a la madrugada por las pesadillas. En mi suefo aparecieron grandes felinos: un yaguareté, un tigre de Bengala, un tigre de Siberia. Cada uno estaba en su lu- gar: en medio de la selva americana o bajo el sol de la India o en las estepas siberianas, pero de golpe saltaron hacia donde yo estaba (por esas cosas inexplicables que suceden en los suefios, que superponen espacios y tiempos) y me rodearon. Yo estaba indefenso en un sitio que podria haber sido la casa de pescadores de la barranca, en el parque, pues a mi alrededor muchisimos gatos naranja como tigres se revolcaban, amontonados, y me observaban con unos ojos de fuego. Cuando los tres felinos grandes estaban a punto de atacarme, me desperté, sobresaltado. éPor qué el gato anaranjado me guiaba por las casillas?, pensé al recuperar la conciencia, mirando el libro también anaranjado sobre la mesa de luz. €Queria que yo —que al- guien— conociera la historia del hombre-tigre? El recorrido Lo desconocido | 39 por cada casilla chabia tenido por propésito llegar a ese cuento final?

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