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Jose Maria Arguedas
Jose Maria Arguedas
Capitulos
Vivan la fantástica historia del Misitu. Y de un pueblo que tiene la costumbre en la
sangre, en este resumen de la novela literaria. “YAWAR FIESTA.” O fiesta de sangre.
Escrita por el peruano José María Arguedas.
II. EL DESPOJO.
En otros tiempos la puna grande era para todos; los indios vivían libremente con sus
animales, con sus pastos, con sus vientos fríos y sus aguaceros. Los echaderos eran los
límites de ayllu a ayllu. Los Pichk´achuris fueron siempre los punarunas (gente de la puna).
En esos pueblos mandan los varayok´s (alcalde indio), allí no hay teniente, no hay
gobernador, no hay juez. Los mistis venían a la puna a comprar carne y se iban. De repente
solicitaron ganado de la costa, especialmente de Lima, entonces los mistis empezaron a
quitar sus chacras a los indios para sembrar alfalfa. Año tras año, los principales fueron
sacando papeles diciendo que eran dueños de todas las tierras. Aprovechando de la
presencia de todos los indios, el juez ordenaba la ceremonia de la posesión: entraba al
pajonal seguido de los vecinos y autoridades, leía un documento a daba como posesionario
al misti y celebraban. A continuación el cura decía: con la ley ha aprobado don Santos que
estos echaderos son de su pertenencia. Dios del cielo también respeta ley. Entonces
comenzaron los abusos, los indios fueron desplazados hacia las alturas, donde la nieve,
junto al K´arwarasu, a las cumbres; así fueron acabándose los pastores de los echaderos de
chaupi y k´ollana. Otros vendían su ganado al nuevo dueño, sus ovejas, sus vacas, luego
enterraban su dinero. Y ya pobres se quedaban como vaqueros del patrón. De vez en vez el
patrón mandaba comisionados a recolectar ganado. Escogían al toro allk´a, al callejón, o al
pillko. Entonces los punarunas con sus familias hacían una despedida a los toros que se
iban a la quebrada. Entonces si sufrían los indios al ver partir a sus toros. Pero los mak
´tillos (jóvenes), sufrían más, lloraban en las noches oscuras como para morirse.
IV. K´AYAU.
El primer domingo de julio entraron, a la casa de don Julián Arangüena los cuatro varayok
´s de K´ayau. La finalidad pedir permiso para traer al Misitu de K´oñani, sus tierras. Es
concedido, toman cañazo y brindan. Todo el pueblo estaba asombrado, los niños las
mujeres los mistis decían; ¡para estos indios no hay imposibles! Entonces todo el ayllu de K
´oyau s reúne en cabildo. El varayok´ alcalde, habló en quechua. Informó sobre su
entrevista con don Julián. De todos los ayllus llegaban comuneros para ver el cabildo de los
K´ayaus. Ese domingo, toda la tarde y en la noche, los wakawak´ras atronaron en los cuatro
barrios. La competencia se había dado entre los barrios de K´oyau y Pichk´achuri. Los
capeadores se preparaban entre ellos el “Honrao” Rojas, que con dinamita en mano
destrozaba el pecho de los toros; y se iba riéndose, así era los K´oyaus y los pichk´achuris,
el resto de los barrios no contaba. Los danzak´s (bailarines) ingresaban a la plaza, los
mistis, las niñas y señoras se admiraban, los indios decían; ¿Dónde habiendo de los mistis?
Se preguntaban. Todos hablaban de la corrida del 28 de julio. El subprefecto era iqueño y
los mistis le hicieron saber sobre la costumbre especialmente del turupukllay y el Tankayllu
que era un danzante de tijeras indio. Decían que sin ellos no hay fiesta el 28, “se llevará
usted un recuerdo imperecedero de nuestro pueblo”.
V. LA CIRCULAR.
Llegó un documento (circular), enviado por el gobierno en la que se prohibía las corridas de
los indios, sin toreros profesionales. El subprefecto se reunió con los principales y ordenó a
la alcaldía con la finalidad se cumpla con la ordenanza. ¿No habría corrida en la plaza de
Pichk´achuri? Ya no estaría el “Honrao” Rojas y los demás cholos. ¿Y entonces como iba a
ser la corrida? Don Pancho se embriagó con aguardiente, reclamando se realice las corridas
tal como le gusta a los indios, acudió allí el subprefecto para ver lo que pasaba, don
Demetrio se acomodó al lado de la autoridad e increpó a don Pancho, el cual le echo
aguardiente en la cara, el subprefecto mando detener con dos guardias civiles a don Pancho.
El alcalde cito para las 9 p.m. a todos los vecinos y al señor cura, a fin de dar a conocer la
circular. Se reunieron y el alcalde hablo: “señores concejales, señor vicario, señores
contribuyentes, enterado de la circular del director de gobierno prohibiendo las corridas sin
diestros. Hemos convocado a este cabildo para que todos se comprometan a respetar la
circular y acordar sobre la corrida.” El señor Vicario y presentes lo aprobaron. La corrida se
realizaría contratando un torero profesional de Lima. Cuando los vecinos principales
estuvieron saliendo de la plaza sonaron los wakawak´ras. En el hondo de la conciencia de
don Demetrio, de don Antenor, de don Julián, se levantó la alegría y anduvieron más
rápido.
VI. LA AUTORIDAD.
Entonces toda la indiada avanzó hacia la plaza. El subprefecto se incomodo maldiciendo. El
alcalde explicó en quechua a los ayllus garantizándoles el turupukllay, la indiada se
movilizó hacia las esquinas. La voz de los indios se oía en la subprefectura como murmullo
grueso que parecía sonar dentro de la tierra. Se fueron por las cuatro esquinas a los barrios.
¡Oiga, sargento! ¡Tráigame a ese Pancho Jiménez! Ordenó el subprefecto. Cuando vino le
pregunto: ¿Por qué es tan feo su pueblo don Pancho? Éste respondió: ¡como pues no va a
ser feo para usted!, usted es nacido en pueblo de la costa, así como el sargento es
arequipeño. Pero yo soy pues de aquí, mi cuerpo ha crecido en este aire; Puquio no es feo.
Yo he probado a vivir en otros pueblos, pero no se puede. Como usted triste vivía. Entonces
tomaron pisco. Se confrontaron en un cruce de palabras. El subprefecto amenazó a don
Pancho diciéndole que no aliente a la indiada y vayan en su contra, sino le costaría el
pellejo. Don Pancho se fue haciendo retumbar el salón. El subprefecto quería matarlo pero
el sargento no acepto.
VIII. EL MISITU.
El Misitu, vivía en los k´eñwales, no tenía, padre ni madre, los K´oñani decían que
corneaba a su sombra, que araba la tierra, con sus cuernos. De día rabiaba mirando al sol.
De noche perseguía a la luna. Todos tenían miedo al Misitu. Todos menos don Julián el
patrón, mandó ensillar su caballo overo, el caballo más valiente de la quebrada y se fue en
su busca. En un claro del monte don Julián paró el caballo, se puso dos dedos de su mano
izquierda en la boca y silbó fuerte. Entonces mientras hablaban se remeció el monte junto
al rio; sonó el agua, se oyeron romperse las ramas de los árboles. Desde arriba gritó el
vaquero como diablo: ¡corriychiq! Cristianos, todos corrieron menos don Julián, se paró
sereno y echo lazo al Misitu, y cuando pretendía jalarlo el lazo hizo resistencia, un instante
y zafó. Con la ira que le invadía con su revolver echó balazos al aire, de rabia como de
alegría. Luego persiguió a sus mayordomos y los trato de cobardes. Enseguida retorno a
Puquio y se emborracho como en un día de fiesta. Los K´oñani se alegraron de ver al patrón
e hicieron una ofrenda al cerro; para que nunca se lleven al Misitu de sus tierras.
IX. LA VISPERA.
El subprefecto en reunión amedrentó a don Julián Arangüena. ¿Ustedes pueden ayudarme a
fregar a ese salvaje? Les preguntó de golpe a los tres vecinos principales reunidos. Nadie
quería meterse con don Julián lo consideraban peligroso y advierten al subprefecto que
también no lo haga. Solamente querían que se cumpla la circular con ello él quedaría como
un “gran subprefecto.” Dicho esto se calmó y pidió a los vecinos un “préstamo” de mil
quinientos soles para salir de un apuro. Los ojos de los vecinos se pusieron turbios
levantando un arrepentimiento grande. El misti don Jesús estaba descontento y callado. Al
subprefecto le bailaban los ojos de contento. Pero el 28 pondremos torero en la plaza y los
guardias impedirán que los indios entren a capear aseveró. Por otro lado el Vicario
conversaría con los ayllus de K´ayau y Pichk´achuri para hacer una plaza chica con asientos
y eucalipto. Para que la competencia sea legal y se vea mejor. Dicho esto se levantaron los
tres principales para retirarse. Don Jesús no quería dar ni un centavo para el préstamo
estaba descontento.
El presidente del Centro Unión Lucanas, contrató al torero español Ibarito II. Por
quinientos soles. No me gusta torear en los pueblos de la sierra, porque los toros que le
echan a uno deben ya tres o cuatro vidas; dijo el tal Ibarito.
X. EL AUQUI.
El auki K´arwarasu tiene tres picos de nieve; es el padre de todas las montañas de Lucanas.
Los viajeros indios esparcen aguardiente en señal de respeto. El auki, el vigía, el cuidador
de toda la tierra Lucana. Su nieve de lo más blanco y frio, salen peñas negras y hacen
sombra sobre la nieve. El layk´a de Chipau se encomendó al K´arwuarasu para traer al
Misitu. Decía que le había dado poder sobre todos los toros de todas las punas que
pertenecían al auki. El ayllu K´ayau estaba hirviendo. Saldrían a medianoche, cada quien
llevaría su lazo y su fiambre, traerían al Misitu de K´ollana.
Entretanto don Pancho detenido en el calabozo rogaba al sargento para que lo deje ir a ver a
los K´ayau; ellos pasaban callados. Y los wakawak´ras retumbaban en las quebradas. Don
Julián entregó un quintal de trigo para el fiambre. Los K´ayau avanzaban dispersados por la
pampa. Los wakawuak´ras tocaban sin cesar. Entonces los K´oñani formaron una tropita
delante de la hacienda grande. Los varayok´s hablaron en quechua: “Taytakuna vamos a
llevar al Misitucha” Don Julián manda. Jatun auki molestará, Misitu, es su criatura, su
animal dijeron los K´oñanis. El layk´a de Chipau les dijo, que el jatun auki k´arwarasu le
había dado permiso y licencia para llevar al Misitu para la corrida de Pichk´achuri y que él
vera la fiesta desde la cumbre.
Entonces el mayordomo ordenó la despedida del Misitu, las mujeres cantaban, empezaron a
convidar el cañazo a los K´oñani. Al anochecer ya no tenían aliento, dormían roncando,
morados hasta la frente con la borrachera; tendidos junto a las paredes, como perros
muertos. Entonces los K´ayaus s fueron en busca del Misitu.
Cuando el último K´ayau llegó al k´eñwal, todos gritaron juntos, entonces salió el Misitu
corriendo y mató al layk´a. El Raura gritó y echo su lazo bien, midiendo, y los enganchó en
las dos astas, sobre la misma frente del Misitu.
Los K´ayau se acercaron para ver al Misitu, era gateado, pardo oscuro, con gateado
amarillento. No era grande, era como toro de puna, corriente; pero su cogote estaba bien
crecido y redondo y sus astas gruesas y afiladas. Eran seis lazos sobre las astas del Misitu,
tres para el arrastre y tres para el temple. Entonces lo enrumbaron hacia Puquio, hacia la
plaza de los Pichk´achuri.
Enterado don Julián, va a pedir permiso al subprefecto para ver a don Pancho Jiménez,
detenido en el calabozo, el permiso es concedido y en el momento en que también entra al
cuarto es encerrado por el cabo, que estaba en custodia, por orden del subprefecto. El
tankayllu danzante de tijeras bailaba y los residentes lucaninos llegaron con el torero
Ibarito. Y el pueblo quedó en silencio asustado. Los Pichk´achuri correteaban en el ayllu.
Ya el Misitu estaba llegando de Pedrork´o.
Don Julián y don Pancho detenidos en el calabozo charlaron como buenos amigos hasta
entrada la noche. Don Pancho le decía: Usted ha sido bueno con los indios por eso lo
quieren pero yo no porque siempre los he abusado. Al día siguiente anunciaron la misa con
un dinamitazo. ¡Alto! ¡Allí no más! Era la orden para no dejar entrar a la indiada a la plaza.
¡Primero vendrán las autoridades! Dijeron. El canto de los wakawak´ras que sonaban todos
los años desde Pichk´achuri, sacudía esa tarde el corazón de los principales, los alocaba.
Todos se reunían para ir, hacían cargar aguardiente y cerveza a la plaza. Era una fiesta, una
fiesta grande en cada alma.
Y de entre los lok´os (gorros) que el sol quemaba; en el fuego del cielo, de los tejados y de
la tierra blanca de las calles; en ese cielo limpio y caldeado cantaban triste, sacudiendo el
corazón de toda la gente, los wakawak´ras de los ayllus, el turupukllay del 28 en la tarde.
Entonces llegaron las autoridades y los principales junto con el torero Ibarito, todos los
miraban, los indios abrieron paso y entraron a su respectivo palco. Después entraron los
indios llenando la pequeña plaza, estaba repleto. Se llenó la plaza de canto. Parecía un
ruedo oscuro de indios, macizo y ancho, con su adorno en medio, por el color de las
rebozas.
Saltó el Misitu, se fue de frente; pero con el griterío que salió de toda la plaza sacudió la
cabeza y se quedó en medio del ruedo, con el cogote bien levantado, bien alto, apuntando
hacia arriba con sus astas.
Entonces don Antenor, el alcalde, grito: ¡que entre el “Honrao”, carajo!, ¡que entre el
Tobías!, ¡que entre el Wallpa!, ¡el Kencho! De inmediato saltaron los capeadores al ruedo.
El Misitu cargo sobre el Wallpa. El K´ayau quitó bien el cuerpo. Y se acomodó de nuevo.
El Misitu volteó y cruzó las astas rozando la barriga del indio. Pero el sallk´a (Misitu) le
encontró la ingle y le clavó hondo su asta izquierda. El Wallpa se derrumbó en medio de
un charco de sangre.
¿Ve usted señor subprefecto? Estas son nuestras corridas. ¡El yawar punchay verdadero! Le
decía el alcalde al oído de la autoridad.