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Renacimiento y naturalismo

Giordanno Bruno

EL AMOR DE LA VIDA
Giordano Bruno vuelve, en efecto, al neoplatonismo y a la magia. Nació en 1548
en Ñola. A los 15 años entró en la orden dominicana de Nápoles, donde, por sus
excepcionales cualidades de memoria e ingenio, creció como un niño prodigio.
Pero, a los 18 años, las primeras dudas sobre la verdad de la religión cristiana le
pusieron en conflicto con el ambiente eclesiástico. Reconocía a la religión una
cierta legitimidad como guía de la conducta práctica, sobre todo de cuantos no
pueden o no saben elevarse a la filosofía. La doctrina de la doble verdad, propia
del ayerroísmo, que se apoyaba durante el Renacimiento en el sentido
aristocrático de la verdad. De este amor a la vida nace, en fin, su interés por la
naturaleza, que no desembocó en él, como en Telesio, en un tranquilo
naturalismo, sino que se exaltó en un ímpetu lírico y religioso que halló
frecuentemente su expresión en forma poética. Bruno consideró y quiso la
naturaleza como una realidad viva, animada, y en comprender esta animación
universal, en proyectar la vida a la infinitud del fin más alto de su filosofar. Bruno
consideró y quiso la animación universal, en proyectar la vida a la infinitud del
universo, cifro el fin más alto de su filosofar .

BRUNO: LA RELIGIÓN DE LA NATURALEZA

Bruno desarrolla desde el principio su investigación sobre el mundo


natural, renunciando a toda especulación teológica. "No se exige del filósofo
natural, dice, que aduzca todas las causas y
principios, sino solamente los físicos, y de éstos los principales y propios.
Dios, en cuanto es objeto de filosofía, no es la sustancia trascendente de que
habla la revelación, sino que es la naturaleza misma, en su principio inmanente.
En este sentido, esto es, solamente como naturaleza, El es la causa y el principio
del mundo: causa en el sentido de determinar las cosas que constituyen el mundo,
permaneciendo distinto de ellas; principio en el sentido de entrar a constituir el
mismo ser de las cosas naturales. Pero en todo caso no se distingue de la
naturaleza: "La naturaleza es Dios mismo o es- la virtud divina que se manifiesta
en las mismas cosas. De manera que la verdadera y más alta. perfección es la
infinitud del entendimiento, esto es, del alma y de la vida, que Bruno considera que
se extiende más allá de todo límite definido, a todos los innumerables mundos.
Aquí está sin duda el nuevo impulso que transforma la infinita magnitud espacial
en una infinita
potencia de vida e inteligencia.
BRUNO: LA TEORIA DEL MINIMO Y DE LA MONADA

Bruno había distinguido el ser, que es el todo, de los modos de ser, que son las
cosas-, el universo comprende todo el ser y todos los modos de ser; individual
tiene todo el ser, pero no son todos los modos de ser. Pero esta distinción vuelve a
plantear el problema: ¿cómo son posibles tantos modos de ser, si el ser es uno e
inmutable? "Profunda magia, diíe Bruno en el mismo diálogo, es saber sacar lo
contrario, después de haber encontrado el punto de unión." El punto de unión es,
indudablemente, el Dios-Naturaleza; pero, ¿qué magia sabrá extraer de él la
diversidad y la oposición de los modos individuales?
Es menester advertir seguidamente que el camino matemático propuesto
por Bruno en el De mínimo no tiene nada que ver con las matemáticas
científicas. De acuerdo con el supuesto fundamental del neoplatonismo, el Uno o
Mónada se concibe como principio de todo.

BRUNO. EL INFINITO Y EL HOMBRE

la voluntad de abrir ante el hombre las perspectivas más amplias y proyectar,


más allá de todo horizonte cerrado, la vitalidad que el filosofo siente en sí
mismo. Bruno no ha adoptado nunca la forma de un pensar cauteloso y
crítico, a pesar de advertir su necesidad: filosofar significa para él luchar
contra los límites y las estrecheces que apremian al hombre por todas partes
para alcanzar una visión del mundo por medio de la cual el mismo mundo
no sea ya un límite para el hombre, sino el campo de su libre expansión. Allora
bien, esta identificación del hombre con la naturaleza, este hacerse
naturaleza, es la meta última, no sólo de la vida teórica, sino también de la
práctica. La naturaleza, esto es, Dios, obra con necesidad ineluctable. El acento
de la especulación de Bruno insiste, sin embargo, en lo que
asemeja el hombre a Dios, y no en lo que le distingue de Dios. Bruno aprecia y
exalta en la condición humana lo que empuja al hombre a igualarse con la
naturaleza de Dios. El poder intelectual del hombre no se satisface con una cosa
finita, y tiende a la fuente misma de su sustancia, que es el infinito de la
naturaleza y de Dios. Aquí reside la más alta dignidad del hombre, que no es
absorbido ni aniquilado por el infinito natural, sino que puede
comprenderlo, hacerlo suyo y reconocer en él la señal más cierta de su
naturaleza divina.

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