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Hector Tejeda Zambrano 08/02/2023

INSTITUTO DE CIENCIAS JURIDICAS DE


PUEBLA
NOMBRE DEL ALUMNO: HECTOR TEJEDA
ZAMBRANO
NOMBRE DEL MAESTRO: FERMIN ROJAS
ORTEGA
MATERIA: DERECHO AGRARIO
Hector Tejeda Zambrano 08/02/2023

RESUMEN DEL DERECHO AGRARIO

INTRODUCCIÓN
La reforma agraria mexicana ha sido un proceso complejo y prolongado. La reforma tuvo su
origen en una revolución popular de gran envergadura, y se desarrolló durante una guerra
civil. El Plan de Ayala, propuesto por Emiliano Zapata y adoptado en 1911, exigía la
devolución a los pueblos de las tierras que habían sido concentradas en las haciendas. En
1912 algunos jefes militares revolucionarios hicieron los primeros repartos de tierras. En
1915 las tres fuerzas revolucionarias más importantes, el constitucionalismo, el villismo y el
zapatismo, promulgaron las leyes agrarias. La atención al pedido generalizado de tierras
se convirtió en condición de la pacificación y del restablecimiento de un gobierno nacional
hegemónico: la constitución de 1917 incluyó el reparto de tierras en su artículo 27. Desde
entonces, y con sucesivas adecuaciones hasta 1992, el reparto de tierras fue mandato
constitucional y política del Estado mexicano. Dicho reparto sigue siendo prerrogativa del
Estado si se concibe la reforma agraria como un concepto más amplio que la mera
distribución de la propiedad.

Durante el largo período que se extiende de 1911 a 1992 se entregaron a los campesinos
algo más de 100 millones de hectáreas de tierras, equivalentes a la mitad del territorio de
México y a cerca de las dos terceras partes de la propiedad rústica total del país. Según
las Resoluciones Presidenciales de dotación de tierras, se establecieron unos 30 000
ejidos y comunidades que incluyeron 3,1 millones de jefes de familia, aunque según el
último Censo Agropecuario de 1991 se consideraron como ejidatarios y comuneros 3,5
millones de los individuos encuestados. Afines del siglo XX, la propiedad social
comprendía el 70 por ciento de los casi 5 millones de propietarios rústicos y la mayoría de
los productores agropecuarios de México.

Las cifras agregadas reflejan la amplitud del prolongado reparto institucional de las tierras,
pero no hacen justicia al complejo papel de la reforma agraria a nivel de toda la nación. La
estabilidad, gobernabilidad y desarrollo de México en el siglo XX se sustentaron en dicha
reforma y permitieron la construcción de un país predominantemente urbano, industrial y
dotado de un importante sector de servicios. Pero la reforma agraria no logró el bienestar
sostenido de la población, y los individuos a los que llegó viven hoy en una pobreza
extrema. El desarrollo rural y agropecuario fue incapaz de responder eficaz y
equitativamente a latransformación demográfica y estructural del país.
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Esta contradicción tiene muchas causas, y se explica en parte por las características del
proceso de redistribución de tierras en México.
Ahora bien, para la comprensión de la reforma agraria es preciso realizar un análisis de la
demografía y de la diversidad poblacional, de los recursos naturales, de la organización o
dispersión de los productores, del modelo de desarrollo y sus relaciones con los mercados
globales, de las políticas públicas, y de las corrientes y equilibrios políticos.

CARACTERÍSTICAS DEL PROCESO REFORMISTA

La reforma agraria se desarrolló como un proceso de formación de unos minifundios cuya


producción era insuficiente para satisfacer plenamente las necesidades de las familias
campesinas. Los campesinos que luchaban por la obtención de tierras pedían tierras de
cultivo, y querían conseguir la seguridad alimentaria y la autonomía mediante el consumo
directo de alimentos básicos de producción propia.

En el primer período de la reforma agraria, que se extiende de 1920 a 1934, las tierras
repartidas fueron un complemento del salario de los trabajadores rurales, un pegujal que
debía proporcionar una base alimentaria, una vivienda y otros bienes para mejorar los
ingresos que se obtuvieran de las haciendas y propiedades agroexportadoras, que eran el
sector más dinámico de la economía mexicana. El reparto de las tierras se entendió
entonces como un acto de justicia que elevaba el bienestar de los campesinos; pero su
importancia para el desarrollo económico nacional no se tomó en consideración.

La crisis mundial de 1929 terminó con la aspiración de México de convertirse en un país


agroexportador. La quiebra de las haciendas tradicionales remanentes, así como de
algunas empresas modernas recientes, replanteó el papel de la reforma agraria en la
economía nacional.

La expropiación de las empresas petroleras extranjeras en 1938 encaminó al país hacia el


desarrollo industrial. Se asignó al sector reformado del campo la función de abastecer de
alimentos suficientes y a precios bajos a la creciente población urbana.

El autoconsumo, privilegiado durante la etapa pegujalera, tuvo un papel subordinado


respecto al objetivo de abastecer unos mercados controlados por el Estado. Un conjunto
de empresas públicas o paraestatales se fue estableciendo para promover la participación
de los ejidos en los mercados y en la autosuficienciaalimentaria.
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Las empresas constructoras de infraestructuras de irrigación, las empresas financieras, las


empresas aseguradoras rurales, los monopolios comerciales del Gobierno, las empresas
públicas de fertilizantes, maquinaria y semillas, y una multitud de dependencias de
servicios tejieron una red que dirigía, financiaba, distribuía y comercializaba la producción
del sector reformado. El intervencionismo gubernamental se volvió la fuerza más poderosa
de la economía rural mexicana. La producción de algodón - las exportaciones algodoneras
fueron el sector agrícola más dinámico y redituable entre 1940 y 1970 - constituyó una
excepción ya que generalmente quedó bajo el control de empresas privadasextranjeras.

EL PAPEL DE LA LEGISLACIÓN AGRARIA

La subordinación al Gobierno del sector reformado tenía un poderoso apoyo en la


legislación agraria. Las tierras que se entregaban en usufructo permanecían como
propiedad de la nación por concesión a una corporación civil: el ejido o la comunidad. El
ejido, entidad dotada de personalidad jurídica, asamblea de socios y autoridades
representativas, era también la autoridad pública encargada de vigilar el cumplimiento de la
concesión. Las parcelas que se entregaban para disfrute particular a los ejidatarios
quedaban sujetas a condiciones restrictivas: la tierra debía ser cultivada personalmente por
el titular, no podía mantenerse ociosa, venderse, alquilarse ni usarse como garantía; era
inalienable, pero podía ser heredada por un sucesor escogido por el titular siempre que no
hubiese sido fragmentada. El incumplimiento de estas condiciones implicaba sanciones
que anulan sin compensación los derechos de goce de la parcela y la pertenencia al ejido.
El sujeto legal y social del reparto de las tierras era el ejido, una sociedad o corporación
civil que podía trasmitir a sus integrantes unos derechos individuales precarios.
Correspondía a la asamblea ejidal tomar las decisiones fundamentales, pero dicha
asamblea solo podía reunirse luego de haber sido convocada por las dependencias
agrarias del gobierno, y debía ser validada por la presencia de funcionarios públicos.
Cuando ocurría una privación de derechos agrarios, correspondía a la autoridad agraria
federal asignar tales derechos a otro solicitantede tierras.

La subordinación formal y jurídica del ejido al presidente de la República fundamentada


constitucionalmente en una concesión de poderes extraordinarios en materia agraria - podía
ejercerse de manera limitada. En 1940 había más de 1,5 millones de ejidatarios, número
que excedía la capacidad de control y vigilancia de las autoridades. Se toleró en algunos
casos importantes el arrendamiento, la aparcería y la venta de parcelas entre ejidatarios y
sus descendientes, así como la herencia fragmentada de parcelas ejidales, lo que agudizó
el fenómeno minifundista. Pero el vínculo de subordinación legal del ejido permanecía, y se
usaba cuando era necesario o resultaba conveniente.
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Otro elemento que fortaleció el intervencionismo y el dirigismo estatales en el sector


reformado fueron los prolongados trámites de ampliación de las tierras para permitir que
nuevas generaciones de campesinos se incorporasen a las labores agrícolas. Estos
trámites requerían más de diez años desde la solicitud de dotación hasta la
correspondiente emisión de la Resolución Presidencial. La subordinación jurídica y
económica del sector reformado al gobierno federal, o más precisamente al presidente de
la República, siempre tuvo un signo político.

Desde 1936, el poder ejecutivo organizó a los campesinos del sector reformado, primero
en una central única, y después en una central mayoritaria: la Confederación Nacional
Campesina (CNC). La CNC era también la entidad agraria

del partido del gobierno. La CNC se movilizaba para respaldar las decisiones
presidenciales; muchas de éstas eran fundamentales para la definición de la política
nacional, pero la CNC también apoyaba políticas facciosas e incluso llegó a constituir una
milicia armada para acotar otras corrientes políticas deseosas de recurrir a la fuerza. La
incorporación del sector reformado al poder presidencial implicaba una sumisión a éste,
pero a cambio aquél recibía concesiones. Antes que nada, dicha sumisión daba acceso a la
tierra, pero también abría una vía a la participación política y al ejercicio de la ciudadanía
en el marco del partido de gobierno. Los cuadros militantes de la CNC ocupaban
posiciones de presidentes municipales, legisladores locales y federales y gobernadores de
los estados de la federación, e influían en el proceso de selección del sucesor del
presidente de turno. Los cuadros dirigentes de la CNC, que no siempre eran de origen
campesino, establecían con la base relaciones de obligación y fortalecían un vínculo de
dependencia clientelista. En estas relaciones, las concesiones o privilegios encubrían los
derechos.

El ejido, sociedad usufructuaria de la tierra, adquirió nuevas dimensiones como instancia


política, demandante de servicios públicos, conjunto social y entidad organizadora del
desarrollo rural y de la identidad comunitaria. Además de cumplir con sus funciones
iniciales de repartición de las tierras, el ejido arraigó como institución sólida de la
organización rural mexicana, presentando aspectos democráticos y residuos de una
ideología igualitaria o solidaria. Empero, en muchos casos que no lo invalidan, el ejido no
tuvo esta orientación positiva y quedó sometidoa los intereses particulares.

LA MARGINALIZACIÓN PROGRESIVA DEL SECTOR REFORMADO

Entre 1940 y 1965 el crecimiento de la producción agropecuaria superó al crecimiento de


la población nacional debido principalmente a la incorporación al cultivo y al uso
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agropecuario de las tierras que habían sido repartidas. El riego, el crédito, la


mecanización, el uso de insumos agroquímicos, y en especial los precios administrados y
la compra de las cosechas por el Gobierno - elementos en los que se hizo patente la
diligencia del Estado -, pesaron menos que el esfuerzo de los campesinos por extender
los cultivos hasta las fronteras de las tierras reformadas. En este período fue fundamental
el autoconsumo de las familias campesinas de alimentos producidos con un alto
coeficiente de mano de obra y escasos insumos comerciales. La producción de
autoconsumo aportaba no sólo seguridad alimentaria sino también autonomía para
reproducir las condiciones de existencia tradicionales. Importante era el ingreso monetario
obtenido sobre todo por la venta de la fuerza de trabajo; pero la proporción de los
alimentos comprados con ese ingreso era relativamente pequeña y menor de la que se
obtenía con el autoconsumo: la reforma agraria minifundista y pegujalera había cumplido
aparentemente su propósito.

Las tierras aptas para el cultivo fueron escaseando y cada vez daban rendimientos más
bajos; ello se debía a la falta de humedad, al excesivo número de tierras en pendiente, a
la vulnerabilidad a las plagas, y a riesgos relacionados con la incorporación de tierras
marginales. En el presupuesto de los productores campesinos, la proporción de los
alimentos de autoconsumo descendió respecto al gasto monetario. Se integraron a la lista
de consumos fertilizantes e insecticidas que compensaban la pérdida de fertilidad de las
tierras; herramientas, gastos en concepto de transportes, medicinas y otros bienes y
servicios que se adquirían en el mercado.

El sector de la producción rural, administrado y financiado por el Estado, ocupaba un lugar


estratégico, pero era pequeño y tenía pocas posibilidades financieras y técnicas de
expansión, y no conseguía abarcar a la gran masa campesina del sector reformado. Los
costos crecientes de las obras, subsidios e incluso privilegios no podían ampliarse de
manera significativa. El financiamiento público sólo benefició al 15 por ciento de los
productores sociales con unos créditos de avío que apenas cubrían parte del costo del
ciclo agrícola anual. El sector de la propiedad privada, que especulaba en el sector rural
con cultivos exportables como el algodón o la ganadería, obtenía rentas extraordinarias de
los subsidios públicos, pero no invertía en capital fijo. Los propietarios privados de la tierra
alegaban la falta de seguridad
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para invertir en una situación de reparto agrario permanente y de conflictos crecientes por
la tierra.

La rentabilidad de la producción agropecuaria había descendido en todo el mundo; durante


el siglo XX los precios constantes de los alimentos disminuyeron un 50 por ciento. Las
nuevas tecnologías asociadas a la revolución verde ofrecían
«milagrosos» incrementos en los rendimientos a cambio de inversiones muy altas. Sólo
los países más ricos pudieron cubrir esos costos mediante subsidios enormes que
distorsionaron los mercados globales. Entre 1960 y 2000 los precios reales de los
alimentos descendieron un 40 por ciento, y la disponibilidad de alimentos per cápita creció
casi un 20 por ciento. Quedaba por consiguiente probado que la profecía maltusiana del
crecimiento aritmético de la producción de alimentos respecto a la expansión geométrica
de la población era infundada.

A partir de 1970, la desigualdad del sector reformado era evidente. Dependiendo de la


época, de la localización geográfica y de la correlación de las fuerzas políticas, los ejidos
fueron dotados tierras de extensiones y calidades diversas. Además de la desigualdad
física, en los ejidos había situaciones de iniquidad como consecuencia de herencias,
matrimonios y compras de parcelas ilegales pero toleradas.

Entre los propietarios privados la desigualdad era todavía mayor que en el sector de la
propiedad social. Estos resultados negativos se moderarían si se tomara en cuenta la
calidad de la tierra, pero persistiría aun una grave desigualdad.

La desigualdad se agudizó debido a la fragmentación de las parcelas ejidales. La


fragmentación de las parcelas en el sector de la propiedad social era la causa de que un
gran número de parcelas se consideraran técnicamente como minifundios.

El envejecimiento de los agricultores del sector de la propiedad social agravó las


situaciones que resultaban de la desigualdad y fragmentación de los predios. La carencia
de un sistema de seguridad social y de pensiones para los trabajadores del campo
convertía la parcela en el único patrimonio para enfrentar las necesidades de la vejez;
por consiguiente, el manejo de ese patrimonio ha sido
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fundamentalmente conservador. La herencia o sucesión se recibe en México en torno a


los 50 años, que es la edad umbral en que inicia el manejo conservador delpatrimonio.

Tradicionalmente, en el campo convivían dos generaciones. El aumento de la esperanza


promedio de vida introdujo una tercera generación, que ha competido con la de sus
padres por la herencia de la generación mayor. La coexistencia de estas generaciones
también ha afectado a la estructura de la unidad de producción y consumo campesina y a
los métodos de trabajo y de transmisión del conocimiento.

Las escasas dimensiones de los predios cultivables por unidad familiar, su fragmentación,
la insuficiente calidad de la tierra y el alto riesgo económico de las actividades agrícolas
han conducido a la actual administración a considerar que de los 4 millones de
explotaciones agropecuarias del país sólo un millón pueden ser viables como empresas
comerciales. Estos factores han erosionado el funcionamiento del sector primario y del
sector reformado a partir de la década de 1960. Entre 1964 y 1970, el Gobierno realizó un
esfuerzo postrero para completar el reparto de las tierras del sector agrario. Sin embargo,
el carácter autoritario de las políticas, la burocracia y la falta de alternativas para la
población rural impidieron que los campesinos y otras fuerzas sociales adoptasen los
planes propuestos. El movimiento estudiantil de 1968, que confrontó al Gobierno con las
clases urbanas medias emergentes, obligó a convocar al sector social campesino para
garantizar la paz y la sucesión presidencial. A cambio, se ofreció al sector agrario la
continuación del reparto de las tierras, a pesar de que comenzaba a ser manifiesto que la
política de redistribución de tierras había sido ineficaz para alcanzar la justicia y el bienestar,
y que, por el contrario, había agudizado los conflictos políticos agrarios, la incertidumbre y
la precariedad.

Las repetidas crisis económicas nacionales hicieron que disminuyese el intervencionismo


público y que los inversionistas privados se retirasen del sector primario. El campo
mexicano se descapitalizó y la pobreza extrema se concentró en él. Desde 1965 el
crecimiento del producto agropecuario fue en promedio inferior al
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aumento de la población nacional y, en algunos años, fue incluso inferior al aumento de la


población rural. A pesar de los cambios en la estructura de la producción agraria, el
suministro nacional de alimentos registró un déficit. Desde 1970, en promedio cerca de la
tercera parte del consumo aparente de granos básicos se ha cubierto con importaciones.
La importancia relativa de las exportaciones agropecuarias en la balanza comercial ha
disminuido. Afines del siglo XX un poco más de la quinta parte de la fuerza de trabajo
nacional dedicada a la producción agropecuaria aportaba apenas un 5 por ciento del
producto interno bruto: esta cifra refleja la pobreza de los trabajadores del campo, la aguda
desigualdad existente en el sector rural, y la situación marginal del sector rural en la
economía y la política nacionales. El 57 por ciento de la población rural vive hoy en
condiciones de pobreza extrema, que es la forma de pobreza que pone en riesgo la salud y
las capacidades de desarrollo del individuo. Las tres cuartas partes de las personas más
pobres viven en localidades agrarias de menos de 15 000 habitantes.

LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1992

El deterioro progresivo pero acelerado del sector rural se prolongó hasta 1992, cuando fue
posible alcanzar un consenso suficiente, aunque distante de la unanimidad, para
reorientar y dar dinamismo al desarrollo rural, y combatir la pobreza, el atraso y la
marginación. La primera etapa ese proyecto de reorientación de largo alcance fue la
reforma del artículo 27 Constitucional en materia agraria, así como las leyes reglamentarias
derivadas. La nueva versión del artículo se promulgó el 6 de enero de 1992, y unos meses
más tarde se promulgó la Ley Agraria y la Ley Forestal. Sin embargo, la crisis política de
1994 y la crisis económica de 1995 retrasaron o suspendieron la aplicación de los
programas compensatorios y, lo que era más importante, de una reforma institucional que
no sólo era complemento sino condición de la reforma integral de gran alcance. La reforma
quedó inconclusa; sus metas sociales y económicas no se alcanzaron. Pese a estas
limitaciones, la reforma produjo efectos positivos que conviene analizar.
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La reforma constitucional de 1992 partía de un principio, enunciado en la Exposición de


Motivos del Poder Ejecutivo, que recibió poca atención: a saber, que la iniciativa y la
libertad para promover el desarrollo rural pasaban a manos de los productores rurales y
sus organizaciones. La reforma invertía el enfoque previo que otorgaba al Estado y al
Gobierno la facultad de planear y dirigir la producción en las zonas rurales. El presidente
de la República perdía las facultades extraordinarias relativas al reparto de la tierra como
proceso administrativo, las cuales le habían permitido intervenir directamente en las
decisiones internas de los ejidos. La nación dejaba de ser propietaria jurídica de las tierras
sociales, y la propiedad de éstas pasaba a los ejidos. Los ejidos, en su calidad de
sociedades propietarias de las tierras, no quedaban subordinados a las autoridades
gubernamentales. La asamblea ejidal, autoridad suprema de unos ejidos reformados,
gozaba de autonomía y era independiente respecto a cualquier intervención
gubernamental. El valor de la tierra como capital se transfería del Estado a los núcleos
ejidales para su uso y disfrute, incluida la comercialización. La justicia agraria se
trasladaba a los tribunales agrarios ordinarios, y el poder ejecutivo perdía sus facultades
jurisdiccionales. Se rompía así el vínculo tutelar entre el Estado y los campesinos; y los
productores rurales, dotados de un capital territorial, fueron libres de manejar su propio
desarrollo.

La otra vertiente del principio toral fue la de la justicia, porque correspondía al Estado y a
sus instituciones no solo vigilar el cumplimiento de la ley sino crear las condiciones y dar
el estímulo para que la libertad de los productores pudiera ejercerse plenamente. Para
enfrentar los problemas de la pobreza, desigualdad y atraso de la mayoría de los
productores minifundistas, la reforma proponía impulsar unos programas compensatorios
orientados a la igualdad de oportunidades en el sector rural. Se creó la Procuraduría
Agraria, una institución pública dotada de autonomía técnica para asistir, representar y
arbitrar la solución de los problemas agrarios, y se otorgó prioridad a los sujetos de la
propiedad social al recibir sus servicios.
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El reparto agrario, entendido como una obligación del Estado, había cumplido su
propósito después de 75 años. El ejido, sociedad de propietarios de tierras, permaneció
como sujeto jurídico de la propiedad social. A través de la decisión mayoritaria de sus
socios, reunidos en asamblea con facultades especiales, el ejido podía vender la tierra de
uso común, arrendarla, aportarla como capital a una sociedad mercantil, usarla como
garantía hipotecaria, o decidir su explotación colectiva. El ejido podía incluso disolverse o
adoptar la forma de una comunidad agraria con objeto de conseguir una mayor
protección. La asamblea también podía autorizar a sus socios particulares a enajenar las
parcelas de uso individual a personas no miembros del ejido. La cesión onerosa o gratuita
de los derechos ejidales entre los socios ejidatarios, sus sucesores o avecindados no
requería autorización de la asamblea; bastaba solo que ésta fuese notificada del acto. La
asamblea no podía imponer condiciones restrictivas a las parcelas ejidales ni incautarlas
por ociosidad de aprovechamiento.

El ejido mantuvo su estructura histórica y su importancia como sujeto de la propiedad


social, pero se normaron las relaciones entre sus socios, a quienes se concedieron
derechos explícitos sobre sus parcelas y sobre su participación en la tenencia de las
tierras comunes. La tierra ejidal no se podía privatizar, aunque se podía llegar a la
privatización de las parcelas individuales después de un procedimiento cuidadoso.

La reforma favoreció la circulación de la tenencia de la tierra y la formación de un mercado


de tierras, pero mantuvo la propiedad social con salvaguardas especiales para evitar
despojos y concentración. Se prohibió el latifundio, y las tierras excedentes debían ser
enajenadas por el propietario o la autoridad. Los límites máximos de la propiedad
particular individual, establecidos en 1946, se mantuvieron; pero a diferencia de lo
estipulado por la legislación anterior, se pudieron crear, con propósitos agropecuarios,
sociedades mercantiles dotadas de tierras de una extensión 25 veces superior a las
tierras de propiedad particular individual.
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LOS EFECTOS DE LA REFORMA: ELEMENTOS PARA UNA AGENDA DETRABAJO

Desde 1992, el crecimiento de la producción agropecuaria ha sido equivalente al


crecimiento de la población, que ha descendido al 1,5 por ciento anual. El índice de
crecimiento de la producción ha sido insuficiente para frenar el deterioro del sector
agropecuario y acabar con la pobreza. Las exportaciones agropecuarias han crecido
aceleradamente aprovechando las ventajas proporcionadas por el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. La producción nacional de cereales y plantas oleaginosas
no ha descendido, aunque su estructura se ha modificado a causa del abandono de los
cultivos no competitivos.

El capital privado externo o de otros sectores no se ha invertido en gran escala en la


producción agropecuaria debido a la falta de incentivos, y los porcentajes de ganancia no
han resultado atractivos. La privatización abusiva y el restablecimiento de los latifundios por
las grandes empresas no han tenido lugar. Se crearon unas diez empresas agropecuarias
mercantiles, que no prosperaron; dos de ellas se asociaron a distintas formas de
propiedad. La privatización de las tierras ejidales ha sido inferior al 1 por ciento de las tierras
de propiedad social. Las tierras privatizadas se han incorporado casi siempre al sector
urbano en desarrollo, del cual los ejidos han obtenido enormes plusvalías.

La transmisión de los derechos ejidales, no siempre registrada a pesar de su carácter


legal, parece haber aumentado ligeramente. En una situación de mayor seguridad, ha
habido señales de un modesto proceso de capitalización que los propietarios rurales
sociales o privados han llevado a cabo con sus propios ahorros.

Aparentemente, el mercado de tierras no ha conocido progresos[23]. Para que ese


mercado tuviese auge habría sido necesario poner un término a los títulos y registros de
propiedad no fiables. Desde 1993, el Programa de Certificación de Derechos Ejidales
(PROCEDE) ha expedido a los ejidos y a cada uno de los parceleros unos certificados
que son conformes a los requisitos de calidad jurídica y cartográfica. Hasta el año 2000, el
Programa había logrado la certificación de casi
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el 80 por ciento de los ejidos del país, pero a nivel regional los progresos seguían siendo
desiguales.

El Registro Agrario Nacional, otra institución creada por la reforma, ha conseguido apoyar
con firmeza el mercado de tierras. Sin embargo, los registros públicos estatales de la
propiedad rústica privada han sido menos eficaces que los registros de la propiedad social
federal, y no han podido dar fiabilidad a sus escrituras. La falta de financiamiento ha sido
uno de los problemas que ha entorpecido la formación de un mercado de tierras. El
sistema financiero bancario privado no ha operado en el campo, y el sistema financiero
bancario público ha sido desmantelado con objeto de su ulterior reorganización. El
financiamiento, una de las condiciones de una reforma rural de gran alcance, ha estado
ausente del proceso reformista.

Por otra parte, no se han creado mecanismos que brinden seguridad e ingreso a unos
campesinos de avanzada edad que se aferran a su propiedad para enfrentar la vejez. El
traspaso de las tierras de una generación a la siguiente, condición para acelerar los
cambios técnicos y consolidar la organización de los productores, así como para atraer al
campo a una proporción de jóvenes emprendedores, no ha contado con el apoyo público
que la habría hecho posible. México ha carecido de un sistema de seguridad social que
asegure a los campesinos una jubilación digna. Los jóvenes han seguido abandonando el
campo; y las remesas de dinero de los jóvenes a las personas que han permanecido en el
campo se han convertido en un factor muy importante de los ingresos rurales. En cifras
absolutas, en las últimas dos décadas la población rural y la población ocupada en
actividades primarias se han prácticamente estancado, y su número probablemente
descenderá en los próximos decenios.

La reforma agraria mexicana ha tenido, desde sus orígenes, un sesgo «machista»: solo los
hombres eran sujetos de dotación agraria, y solo sus viudas podían ser titulares de tierras.
Pese a esta restricción jurídica, las mujeres constituían, por herencia y por otros
mecanismos, casi la quinta parte del total de los ejidatarios titulares en la década de
1990. La reforma de 1992 no estableció distinción de
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género en materia de propiedad agraria. El creciente proceso de feminización de la


agricultura minifundista (los varones encontraban empleo como peones u obreros fuera
del predio familiar) ha incrementado la proporción de mujeres dotadas de derechos
agrarios, en la medida en que las leyes ya no impedían o penalizaban dicho proceso. Ha
comenzado quizá una etapa en que la mujer predomina en la propiedad y en la
explotación de los minifundios, y en que la obtención de un complemento a los ingresos
familiares constituirá, en el siglo XXI, un nuevo pegujal.

En 1994, como medida complementaria a la reforma constitucional, se creó el Programa


de Apoyos Directos al Campo (PROCAMPO), un programa de pagos directos a los
productores de granos básicos en base a la superficie cultivada. Este programa de
compensación de desventajas estructurales brindó por primera vez un apoyo a los
minifundistas que no habían podido tener acceso a los mercados porque consumían
íntegramente su propia producción. El número de minifundios que se han beneficiado con
el programa ha sido estimado en 2,5 millones. PROCAMPO invirtió los sistemas
anteriores que subvencionaban los precios de los productos comercializados, y
beneficiaban únicamente a los productores comerciales más grandes.

En 1997 se creó el Programa de Educación, Salud y Alimentación (PROGRESA), un


programa de transferencias directas en beneficio de las familias rurales pobres que
alcanza a 2,5 millones de familias, la mayoría de ellas de campesinos minifundistas.
Gracias a estos apoyos directos, los campesinos y demás personas pobres del campo
han podido hacer frente, sufriendo pérdidas menores que otros sectores, a los
devastadores efectos de la crisis económica de 1995.

Sin embargo, los objetivos de los dos programas mencionados eran mucho más amplios,
porque intentaban crear una base de justicia para los habitantes del campo mediante la
progresividad de los subsidios públicos a la producción. Anteriormente, la desigual
distribución de los subsidios había sido causa de injusticia.

Desde 1995, la crisis económica, los recortes presupuestarios y la inflación han afectado
a los sistemas de apoyo universales directos. Estos apoyos no lograron
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sustituir íntegramente a los subsidios de precios extraordinarios de los productos


comercializados exigidos por los grupos económicos más poderosos y políticamente
influyentes. Los subsidios extraordinarios se siguieron otorgando en número similar o
superior al de los apoyos directos. El sistema de apoyos y subsidios públicos al sector
rural, la otra faz de la reforma constitucional, quedó a medio camino entre la inercia y la
reforma.

En la misma situación quedó la reforma institucional. La reforma constitucional creó


instituciones como los Tribunales Agrarios, la Procuraduría Agraria y el Registro Agrario
Nacional, pero al igual que en la mayoría de las instituciones de promoción y fomento, las
inercias persistieron. El sistema de financiamiento público rural, que técnicamente estaba
en quiebra, fue desmantelado para ser reorganizado posteriormente; este proceso aún no
ha culminado. El aparato institucional y su burocracia no han seguido el ritmo de las nuevas
normas legales ni se han adaptado al espíritu de la reforma. Persiste un centralismo de
carácter autoritario y paternalista.
CONCLUSIÓN

Aún no es posible hacer un balance de una reforma muy reciente, afectada por una crisis
económica profunda y por la alternancia política del Gobierno. La reforma presenta signos
alentadores, pero no está exenta de incertidumbre y señales de alarma. Los conflictos
agrarios han sido menos frecuentes e intensos, aunque persisten focos aislados de riesgo
en regiones indígenas, donde los conflictos se utilizan como instrumento para la
satisfacción de otras demandas. Aparentemente se ha detenido el deterioro económico
del sector agropecuario, aunque su crecimiento ha sido modesto e insuficiente para
compensar los atrasos acumulados. Los ingresos y el nivel de vida de la mayor parte de los
sectores más pobres del campo no han disminuido, aunque las aspiraciones y las
expectativas creadas por las reformas distan de haberse realizado.
Hector Tejeda Zambrano 08/02/2023

Hay desaliento, confusión e incertidumbre entre los productores rurales; y pese a la


movilización reciente de las organizaciones rurales, las instituciones públicas se han
mostrado indiferentes o ineficaces al atender sus peticiones.

En la opinión y en los debates sobre cuestiones nacionales, el campo no ha tenido


prioridad; los partidos políticos no han formulado propuestas claras y alternativas posibles,
y la opinión sólo ha reaccionado ante desastres o enfrentamientos. El debate legislativo
sobre el campo ha sido escaso, y ha omitido considerar el problema central: que sin un
auténtico desarrollo rural sostenible que combata la pobreza y el atraso no podrá haber en
México un progreso económico y democrático. Las soluciones de mediano plazo sólo
serán posibles si se logran de inmediato los acuerdos nacionales y se inician los
programas que pongan fin a unareforma inconclusa y quizá imperfecto
Hector Tejeda Zambrano 08/02/2023
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