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Don Quijote
Don Quijote
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Language: Spanish
Tasa
Testimonio de las erratas
El Rey
Al Duque de Béjar
Prólogo
Al libro de don Quijote de la Mancha
Tasa
Fee de erratas
Aprobaciones
Dedicatoria, al conde de Lemos
Prólogo al lector
TASA
Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro señor,
de los que residen en su Consejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por
los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha,
compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del
dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos,
que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y
medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este
precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del
dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y, para que dello conste, di la
presente en Valladolid, a veinte días del mes de deciembre de mil y
seiscientos y cuatro años.
Juan Gallo de Andrada.
EL REY
Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación
que habíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la
Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y era muy útil y
provechoso, nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia y
facultad para le poder imprimir, y previlegio por el tiempo que fuésemos
servidos, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro
Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la
premática últimamente por nos fecha sobre la impresión de los libros
dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para
vos, en la dicha razón; y nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer
bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o la persona que
vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro,
intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención,
en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez
años, que corran y se cuenten desde el dicho día de la data desta nuestra
cédula; so pena que la persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo
imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir o vender, por el mesmo caso
pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos della; y más,
incurra en pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario
hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare,
y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez
que lo sentenciare. Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer
imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis
al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va
rubricado cada plana y firmado al fin dél de Juan Gallo de Andrada, nuestro
Escribano de Cámara, de los que en él residen, para saber si la dicha
impresión está conforme el original; o traigáis fe en pública forma de cómo
por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha
impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas
las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren
impresos, para que se tase el precio que por cada volume hubiéredes de
haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no
imprima el principio ni el primer pliego dél, ni entregue más de un solo
libro con el original al autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro
alguno, para efeto de la dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el
dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y, estando
hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer
pliego, y sucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y
erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y
premáticas destos nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo, y
a otras cualesquier justicias dellos, guarden y cumplan esta nuestra cédula y
lo en ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de
setiembre de mil y seiscientos y cuatro años.
YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor:
Juan de Amezqueta.
AL DUQUE DE BÉJAR,
marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La
Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos
En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda
suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes,
mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del
vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con
el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente
en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso
ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras
que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer
seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su
ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos
ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi
buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
Miguel de Cervantes Saavedra.
PRÓLOGO
Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este
libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y
más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al
orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así,
¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia
de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y
nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una
cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido
hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los
campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud
del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren
fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de
contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor
que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes
las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas
y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don
Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las
lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o
disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su
amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más
pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus
alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al
rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación;
y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor
que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la
inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y
elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que,
aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que
hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para
escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una
suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la
mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío,
gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó
la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que
había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni
quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.
— Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el
antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años
como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis
años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención,
menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina;
sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como
veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de
sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que
admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y
elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que
son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto
un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado
destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un
regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo
qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores
sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del
A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o
Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de
carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos
autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas
celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé
que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen
más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo
determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la
Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le
faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y
pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme
buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la
suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para
ponerme en ella la que de mí habéis oído.
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando
en una carga de risa, me dijo:
— Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño
en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual
siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero
agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra.
¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de
remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan
maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras
dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de
sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que
digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos,
confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís
que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la
historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería
andante.
— Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo
pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi
confusión?
A lo cual él dijo:
— Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os
faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se
puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y
después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos
al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé
que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y
hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y
murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os
averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.
»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes
las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino
hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos
sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle;
como será poner, tratando de libertad y cautiverio:
Non bene pro toto libertas venditur auro.
Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del
poder de la muerte, acudir luego con:
Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,
Regumque turres.
Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo,
entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con
tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios:
Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos
pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes
malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su
dístico:
Donec eris felix, multos numerabis amicos,
tempora si fuerint nubila, solus eris.
Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que
el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.
»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo
podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro,
hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada,
tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat,
fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle
de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que
vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en
letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se
nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo:
El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en
tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad
de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de
ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres
rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y
Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os
entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a
Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César
os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil
Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua
toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no
queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del
amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a
desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis
nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he
dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que
yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin
del libro.
»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen,
que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque
no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde
la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en
vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca
necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y
quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado
en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por
lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso
autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los
seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si
bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna
cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva
contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo
nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus
fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de
la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la
confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para
qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un
género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano
entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere
escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se
escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la
autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de
caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos,
consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos,
milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes,
honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo;
pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención,
dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad
también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el
risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la
invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En
efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos
caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que
si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de
tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa,
las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual
verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en
hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan
sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha,
de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de
Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de
muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero
encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan
honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que
tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te
doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros
vanos de caballerías están esparcidas.
Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.
TASA
Yo, Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de
los que residen en su Consejo, doy fe que, habiéndose visto por los señores
dél un libro que compuso Miguel de Cervantes Saavedra, intitulado Don
Quijote de la Mancha, Segunda parte, que con licencia de Su Majestad fue
impreso, le tasaron a cuatro maravedís cada pliego en papel, el cual tiene
setenta y tres pliegos, que al dicho respeto suma y monta docientos y
noventa y dos maravedís, y mandaron que esta tasa se ponga al principio de
cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda lo que por él se
ha de pedir y llevar, sin que se exceda en ello en manera alguna, como
consta y parece por el auto y decreto original sobre ello dado, y que queda
en mi poder, a que me refiero; y de mandamiento de los dichos señores del
Consejo y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Cervantes, di esta
fee en Madrid, a veinte y uno días del mes de otubre del mil y seiscientos y
quince años.
Hernando de Vallejo.
FEE DE ERRATAS
Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quijote de la Mancha,
compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hay en él cosa digna de
notar que no corresponda a su original. Dada en Madrid, a veinte y uno de
otubre, mil y seiscientos y quince.
El licenciado Francisco Murcia de la Llana.
APROBACIONES
APROBACIÓN
Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he hecho ver el
libro contenido en este memorial: no contiene cosa contra la fe ni buenas
costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de
mucha filosofía moral; puédesele dar licencia para imprimirle. En Madrid, a
cinco de noviembre de mil seiscientos y quince.
Doctor Gutierre de Cetina.
APROBACIÓN
Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he visto la Segunda
parte de don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra: no
contiene cosa contra nuestra santa fe católica, ni buenas costumbres, antes,
muchas de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguos
juzgaron convenientes a sus repúblicas, pues aun en la severa de los
lacedemonios levantaron estatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron
fiestas, como lo dice Pausanias, referido de Bosio, libro II De signis
Ecclesiae, cap. 10, alentando ánimos marchitos y espíritus melancólicos, de
que se acordó Tulio en el primero De legibus, y el poeta diciendo:
Interpone tuis interdum gaudia curis,
lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo
provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el
anzuelo de la reprehensión, y cumpliendo con el acertado asunto en que
pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena
diligencia mañosamente alimpiando de su contagiosa dolencia a estos
reinos, es obra muy digna de su grande ingenio, honra y lustre de nuestra
nación, admiración y invidia de las estrañas. Éste es mi parecer, salvo etc.
En Madrid, a 17 de marzo de 1615.
El maestro Josef de Valdivielso.
APROBACIÓN
Por comisión del señor doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta
villa de Madrid, corte de Su Majestad, he visto este libro de la Segunda
parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, por Miguel de
Cervantes Saavedra, y no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo, ni
que disuene de la decencia debida a buen ejemplo, ni virtudes morales;
antes, mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien
seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías,
cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura
del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación,
vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de vicios
que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con
tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado
de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas
gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco
alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que
es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido. Ha habido muchos
que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil con lo dulce,
han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar a
Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y
desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose a
maldicientes, inventando casos que no pasaron, para hacer capaz al vicio
que tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para
seguirle, hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no
reprehensores, a lo menos maestros dél. Hácense odiosos a los bien
entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para
admitir sus escritos y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren
corregir en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un
mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes,
algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya
aplicación, el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas,
término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del
hierro. Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Cervantes,
así nuestra nación como las estrañas, pues como a milagro desean ver el
autor de libros que con general aplauso, así por su decoro y decencia como
por la suavidad y blandura de sus discursos, han recebido España, Francia,
Italia, Alemania y Flandes. Certifico con verdad que en veinte y cinco de
febrero deste año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor
don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor,
a pagar la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino
a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de España,
muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al
embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se
llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber
qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo
estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes,
cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que,
así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la
Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y
las Novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que
viesen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos
deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y
cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre,
a que uno respondió estas formales palabras: ''Pues, ¿a tal hombre no le
tiene España muy rico y sustentado del erario público?'' Acudió otro de
aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: ''Si
necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga
abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el
mundo''. Bien creo que está, para censura, un poco larga; alguno dirá que
toca los límites de lisonjero elogio; mas la verdad de lo que cortamente digo
deshace en el crítico la sospecha y en mí el cuidado; además que el día de
hoy no se lisonjea a quien no tiene con qué cebar el pico del adulador, que,
aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de
veras. En Madrid, a veinte y siete de febrero de mil y seiscientos y quince.
El licenciado Márquez Torres.
PRIVILEGIO
Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue
fecha relación que habíades compuesto la Segunda parte de don Quijote de
la Mancha, de la cual hacíades presentación, y, por ser libro de historia
agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio, nos
suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir y privilegio
por veinte años, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del
nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo la diligencia que la
premática por nos sobre ello fecha dispone, fue acordado que debíamos
mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien.
Por la cual vos damos licencia y facultad para que, por tiempo y espacio de
diez años, cumplidos primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el
día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos, o la persona que para
ello vuestro poder hobiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el
dicho libro que desuso se hace mención; y por la presente damos licencia y
facultad a cualquier impresor de nuestros reinos que nombráredes para que
durante el dicho tiempo le pueda imprimir por el original que en el nuestro
Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo,
nuestro escribano de Cámara, y uno de los que en él residen, con que antes
y primero que se venda lo traigáis ante ellos, juntamente con el dicho
original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigáis
fe en pública forma cómo, por corretor por nos nombrado, se vio y corrigió
la dicha impresión por el dicho original, y más al dicho impresor que ansí
imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego dél, ni
entregue más de un solo libro con el original al autor y persona a cuya costa
lo imprimiere, ni a otra alguna, para efecto de la dicha correción y tasa,
hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del
nuestro Consejo, y estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el
dicho principio y primer pliego, en el cual imediatamente ponga esta
nuestra licencia y la aprobación, tasa y erratas, ni lo podáis vender ni
vendáis vos ni otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma
susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha
premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen; y más, que
durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no le pueda
imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere y vendiere haya
perdido y pierda cualesquiera libros, moldes y aparejos que dél tuviere, y
más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo
contrario hiciere, de la cual dicha pena sea la tercia parte para nuestra
Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia
parte par el que lo denunciare; y más a los del nuestro Consejo, presidentes,
oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y
Corte y Chancillerías, y a otras cualesquiera justicias de todas las ciudades,
villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y a cada uno en su
juridición, ansí a los que agora son como a los que serán de aquí adelante,
que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced, que ansí vos
hacemos, y contra ella no vayan ni pasen en manera alguna, so pena de la
nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Dada en
Madrid, a treinta días del mes de marzo de mil y seiscientos y quince años.
YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor:
Pedro de Contreras.
PRÓLOGO AL LECTOR
¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector
ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas
y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que
se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te
he dar este contento; que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los
más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla.
Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me
pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá
se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de
manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no
pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en
la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan
ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las
mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se
cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en
la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran
un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa
que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el
soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los
demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de
advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual
suele mejorarse con los años.
He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me
describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay,
yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y, siendo esto
así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene
por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece
que lo dijo, engañóse de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro
las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a
este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares,
pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.
Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo
mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha añadir
aflición al afligido, y que la que debe de tener este señor sin duda es grande,
pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su
nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa
majestad. Si, por ventura, llegares a conocerle, dile de mi parte que no me
tengo por agraviado: que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que
una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede
componer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y
tantos dineros cuanta fama; y, para confirmación desto, quiero que en tu
buen donaire y gracia le cuentes este cuento:
«Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema
que dio loco en el mundo. Y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en
el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con
el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor
podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo
como una pelota; y, en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la
barriga, y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos:
''¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un
perro?''»
¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?
Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es
de loco y de perro:
«Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de
la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en
topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer
sobre él el peso. Amohinábase el perro, y, dando ladridos y aullidos, no
paraba en tres calles. Sucedió, pues, que, entre los perros que descargó la
carga, fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño.
Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y
sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó hueso
sano; y cada palo que le daba decía: ''Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No
viste, cruel, que era podenco mi perro?'' Y, repitiéndole el nombre de
podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco
y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo,
volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro,
y, mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar
la piedra, decía: ''Este es podenco: ¡guarda!'' En efeto, todos cuantos perros
topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no
soltó más el canto.»
Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador: que no se
atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos,
son más duros que las peñas.
Dile también que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la
ganancia con su libro, no se me da un ardite, que, acomodándome al
entremés famoso de La Perendenga, le respondo que me viva el Veinte y
cuatro, mi señor, y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos, cuya
cristiandad y liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta
fortuna me tiene en pie, y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo,
don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya emprentas en el
mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las
Coplas de Mingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que los solicite
adulación mía ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a
su cargo el hacerme merced y favorecerme; en lo que me tengo por más
dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto
en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la
pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero,
como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y
resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles
espíritus, y, por el consiguiente, favorecida.
Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que
consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada
del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a
don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se
atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta
también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras,
sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas,
aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas,
se estima en algo. Olvídaseme de decirte que esperes el Persiles, que ya
estoy acabando, y la segunda parte de Galatea.
DEDICATORIA, AL CONDE DE LEMOS
Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes
impresas que representadas, si bien me acuerdo, dije que don Quijote
quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a Vuestra
Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y
si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra
Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que
le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote,
que, con nombre de segunda parte, se ha disfrazado y corrido por el orbe; y
el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China,
pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un
propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque
quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que
el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con
esto, me decía que fuese yo a ser el rector del tal colegio.
Preguntéle al portador si Su Majestad le había dado para mí alguna ayuda
de costa. Respondióme que ni por pensamiento. ''Pues, hermano —le
respondí yo—, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las
veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para
ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin
dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles
tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni
rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto
a desear''.
Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra
Excelencia los Trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin
dentro de cuatro meses, Deo volente; el cual ha de ser o el más malo o el
mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de
entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo,
porque, según la opinión de mis amigos, ha de llegar al estremo de bondad
posible.
Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará
Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de
Vuestra Excelencia. De Madrid, último de otubre de mil seiscientos y
quince.
Criado de Vuestra Excelencia,
Miguel de Cervantes Saavedra.
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