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Biografia de Josef Stalin Historia de Su
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Stalin ingresó entonces en el comité central del POSDR y, designado presidente del Politburó,
viajó a Viena, donde escribió El marxismo y el problema de las nacionalidades y adoptó
definitivamente el apelativo de Stalin (acero).
Durante la guerra civil Stalin colaboró eficazmente en las defensas de Petrogrado y Tsaritsin,
ciudad que recibió más tarde el nombre de Stalingrado. Elegido secretario general del Comité
Central en 1922, trabajó para hacerse con el control del aparato del partido a pesar de los
reparos de Lenin, quien recomendó su eliminación en su testamento.
Tras la muerte de Lenin, en 1924, Stalin logró hacerse con el poder absoluto y se alió con
Zinoviev y Kamenev para defender la idea del socialismo en un solo país, contra la «revolución
permanente» y la extensión del socialismo propugnadas por Trotski. De este modo logró
deshacerse de éste, un rival poderoso, al que haría asesinar años más tarde en su exilio de
México (1940).
Se volvió entonces contra sus aliados, apoyándose en esta ocasión en la «derecha» del partido
y en su líder Bujarin, quien, a su vez, luego sería condenado a muerte por Stalin, convertido
definitivamente, y gracias a su habilidad y capacidad de manipulación política, en el líder
indiscutible de la URSS.
Implantó a continuación una dictadura, cambió las directrices económicas y emprendió «el gran
cambio». Al proyecto perteneció el primer plan quinquenal, que suponía la colectivización
forzosa de las unidades de producción agrarias y la industrialización en gran escala del país. Al
mismo tiempo, para suprimir cualquier tipo de oposición, entre 1935 y 1938 instigó los procesos
de Moscú, por los cuales muchas de las principales figuras políticas del partido y gran parte de
los cuadros dirigentes del ejército fueron encarcelados o fusilados, acusados de traición.
Aunque las cifras no son fiables, se calcula que el número de ciudadanos condenados a trabajos
forzados o encerrados en los «gulags» de Siberia a partir de 1935 alcanzó la cifra de entre cinco
y diez millones.
El pacto de no agresión que Stalin firmó con Hitler en 1939 no impidió la invasión alemana de
1941. Como comisario de Defensa y mariscal de la URSS, Stalin dirigió la guerra desde el
Kremlin, que se negó a abandonar pese a que el gobierno había sido trasladado a Kuíbishev.
Se volvió entonces hacia las potencias aliadas y participó en las conferencias de Teherán, Yalta
y Potsdam, en las que se organizó el reparto del mundo en dos bloques ideológicos.
De acuerdo con su idea de socialismo, apoyó la formación de las democracias populares en
Europa oriental, todas las cuales quedaron en la órbita de la URSS, con la única ecepción de la
Yugoslavia de Tito. Durante el XX Congreso del PCUS, celebrado en 1956, tres años después
de la muerte de Stalin, Nikita Jruschov denunció sus crímenes e inició el proceso de
«desestalinización», que culminó con la retirada de su cadáver del mausoleo Lenin y su
inhumación junto al muro del Kremlin.
CRONOLOGÍA:
1879 Nace el 21 de diciembre, en Gori (Georgia).
1899 Ingresa en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Expulsado del seminario ortodoxo
de Tbilisi.
1902 Detenido por agitador revolucionario, es exiliado poco después a Siberia, de donde
escapa en 1904.
1912 Lenin le nombra miembro del Comité Central del partido.
1913 Deportado, de nuevo, a Siberia.
1917 Tras el inicio de la revolución en febrero, regresa a San Petersburgo. Participa en el
triunfo de la Revolución de Octubre.
1919 Designado comisario del pueblo para el Control del Estado.
1922 Se convierte en secretario general del Partido Comunista.
1924 Fallece Lenin. Inicia su ascenso al liderazgo absoluto en la Unión Soviética.
1928 Estable el primero de los planes quinquenales que sustituirán a la Nueva Política
Económica de Lenin.
1929 Comienza el programa de colectivización acelerada.
1934 Se incrementa la aplicación de la política de eliminación física de sus adversarios
políticos: las famosas, cruentas y numerosas purgas estalinistas.
1939 Firma del Pacto Germano-soviético. Comienza la II Guerra Mundial.
1941 Las tropas alemanas invaden la Unión Soviética.
1942-1943 Los soviéticos detienen el avance alemán al vencer en la denominada batalla de
Stalingrado. Participa en la Conferencia de Teherán.
1945 Obtiene de los aliados vencedores el reconocimiento de una esfera de influencia
soviética en la Europa del Este, tras asistir a las conferencias de Yalta y Potsdam.
1953 Fallece el 5 de marzo, en Moscú.
Prefacio a la edición
española
Los diez años transcurridos desde la publicación de la edición
francesa de este trabajo no parecen haber desvirtuado sus
conclusiones ni el método seguido en su elaboración.
Permítasenos incluso afirmar lo contrario. La historia del
partido comunista (bolchevique) de la Unión Soviética constituye
sin lugar a dudas uno de los datos clave para la comprensión del
mundo contemporáneo pero muchas de las explicaciones
ofrecidas a este respecto desde hace medio siglo chocan contra
una serie de puertas cerradas a piedra y lodo, y ello cuando no
se pierden en los tortuosos laberintos de la razón de estado,
caminos estos igualmente cerrados por barreras no menos
infranqueables.
P. B.
Grenoble, 27 de noviembre de 1972
I. Rusia antes de la
revolución
Durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX,
para el pequeño burgués francés, Rusia era el paraíso de los
capitales ”los empréstitos rusos”, garantizados por el poder del
autócrata, parecían inversiones tan seguras para los pequeños
ahorradores como para los bancos de negocios. En la actualidad,
sabemos hasta qué punto se incurría con ello en un grave error de
apreciación, que sólo disimulaba parcialmente la posterior
denuncia de la ”mala fe” de los bolcheviques que, ciertamente,
resultaron unos malos pagadores. Por otra parte la historia
conformista y la gran prensa se han complacido desde entonces
en subrayar episódicamente los vicios y las debilidades de la
monarquía zarista: la evocación de la sombra de Rasputin, el pope
curandero, el borracho tarado, la ”bestia sensual y astuta”, sirve
así para explicar el derrumbamiento del ”coloso de pies de barro”
al que siempre suelen referirse los manuales de historia. Estos
puntos de vista tan tradicionalistas como rutinarios reflejan, no
obstante, a su manera, el verdadero estado en que se encontraba
Rusia antes de la Revolución, así como los rasgos profundamente
contradictorios que la caracterizaban: Era un país inmenso,
poblado por campesinos primitivos – esos mújiks tan parecidos a
los villanos de nuestra Edad Media – pero era también el campo
de expansión de un capitalismo moderno y americanizado, que
utilizaba un proletariado muy concentrado en las grandes
fábricas. En el espacio ruso, las grandes fincas de la nobleza y las
comunidades campesinas coexistían con los monopolios
industriales y financieros, A este país de analfabetos pertenecía
también una intelligentsia abierta a todas las corrientes del
pensamiento y que ha dado al mundo algunos de sus más grandes
escritores. A principios del siglo XX, Rusia era, por otra parte, el
último reducto de la autocracia, convirtiéndose posteriormente en
el primer campo de batalla victorioso de una revolución obrera.
La autocracia
El Estado zarista es también producto del desarrollo
combinado, y resultado de la lenta evolución rusa. Se ha
mantenido, frente a una Europa en plena expansión económica, a
base de monopolizar la mayor parte del patrimonio público,
vigilando atentamente a las clases poseedoras, cuya formación la
ha reglamentado y a las que gobierna mediante una especie de
despotismo oriental. En el siglo XVII, doblega a la nobleza
ofreciéndole en contrapartida a la clase campesina encadenada
por la institución servil. El estado es el primero en fomentar la
industria, iniciando la modernización con las reformas de 1861 y
abriendo camino, con la abolición de la servidumbre, a las nuevas
transformaciones económicas y sociales. Al disponer de una
rígida jerarquía de funcionarios tan sumisos como arrogantes y
tan serviles como corruptos así como de una moderna policía muy
al tanto de los métodos de vigilancia, soborno y provocación
parece ostentar una solidez a toda prueba y constituir una muralla
inexpugnable contra toda subversión, e incluso contra toda
liberalización. Sin embargo, hacia el final del siglo XIX se
acentúa la contradicción entre las necesidades del desarrollo
económico, la expansión industrial, la libre concurrencia y las
exigencias que plantea el crecimiento del mercado interior, por
una parte, y las formas políticas que obstaculizan cualquier
control sobre el gobierno por arte de aquellos que podían
considerarlo indispensable para su actividad económica. La
autocracia zarista ejerce una verdadera tutela sobre la vida
económica y social del país, justificando sus métodos de coerción
con una ideología paternalista basada en la gracia de Dios. Por
ejemplo, una circular de 1897 a propósito de la inspección laboral
amenazaba con sanciones a aquellos directores de fábrica que
satisficieran las reivindicaciones de los huelguistas. Convencido
del carácter sagrado, no sólo de sus funciones, sino del conjunto
de la estructura social, el zar Nicolás II cree realizar su misión
divina al prohibir a sus súbditos todo tipo de iniciativa, sin esperar
de ellos otra cosa que no sea la sumisión al orden establecido;
frente al estallido revolucionario, se revelará impotente e
indeciso. Tras establecer un brillante paralelismo entre 1917 y
1789, y entre Luis XVI y Nicolás II, Trotsky dice refiriéndose a
este último: ”Sus infortunios provenían de una contradicción
entre los viejos puntos de vista que había heredado de sus
antepasados y las nuevas condiciones históricas en que se hallaba
colocado”.[6]
II. El bolchevismo
antes de la
revolución
Las referencias que, con anterioridad a la revolución de 1917,
se hacen al ”Partido Bolchevique” suelen ser, por su oscuridad,
responsables de que se incurra en la confusión de las tres
organizaciones distintas a las que la historia ha unido
íntimamente: el partido obrero social-demócrata ruso cuya
dirección se disputan varias fracciones entre 1903 y 1911 ; la
fracción bolchevique de este partido y el partido obrero social-
demócrata ruso (bolchevique), que se fundó en 1912. En realidad,
el bolchevismo no fue originariamente sino una determinada
concepción, formulada por Lenin, acerca de la forma de constituir
en Rusia el partido obrero social-demócrata (podríamos decir
revolucionario) que, para todos los socialistas de aquella época
constituía el instrumento necesario para el derrocamiento del
capitalismo por la clase obrera y para la instauración de un orden
socialista.
La reacción
El curso de los acontecimientos va a justificar enseguida el
pesimismo de Lenin. El movimiento obrero se debilita; en 1905
habla más de 2.750.000 huelguistas, en 1906, 1.750.000, en 1907,
sólo quedan 750.0000, en 1908, 174.000, en 1909, 64.000 y en
1910, 50.000. En pleno 1907, el gobierno de Stolypin toma la
decisión de acabar con el movimiento socialista. La coyuntura es
favorable: las repercusiones de la crisis mundial en Rusia, el paro
y la miseria permiten al zarismo utilizar el retroceso para intentar
liquidar los elementos de organización. La represión se pone en
marcha, las detenciones desmantelan los diferentes comités. La
moral de los obreros se viene abajo, muchos militantes abandonan
su actividad. En Moscú, en 1907, son varios millares, hacía el
final de 1908 sólo quedan 500 y 150 al final de 1909: en 1910 la
organización ya no existe. En el conjunto del país los efectivos
pasan de casi 100.000 a menos de 10.000. Por otra parte, se
intensifican los desacuerdos entre las fracciones que, a su vez, se
encuentran en plena desintegración. Sólo el grado que alcanza la
descomposición del partido puede impedir el surgimiento de
nuevas escisiones de hecho: el ferviente deseo de reunificación a
cualquier precio surge de la impotencia general y parece
prevalecer por encima de la decrepitud de todas las fracciones.
III. El bolchevismo:
el partido y los
hombres
En las manos de Lenin, el partido se convirtió en un
instrumento histórico insuperable. Las decenas de miles de
militantes ilegales que, tras las jornadas revolucionarias de
febrero de 1917, volvían a tomar contacto, estaban a punto de
constituir una organización que las amplias masas obreras y, en
menor medida, las campesinas, considerarían como propia. Tal
organización iba a dirigir su lucha contra el gobierno provisional,
conquistar el poder y conservarlo. Por tanto, a pesar de la lucha
entre fracciones y de la represión, Lenin y sus compañeros
triunfaron allí donde otros marxistas que, en un principio,
gozaban de condiciones más favorables, habían fracasado: por
primera vez en toda la existencia de los partidos socialistas, uno
de ellos iba a vencer.
Un partido no monolítico
Asimismo y cualesquiera hayan sido las responsabilidades de
Lenin y de su fracción en la escisión de 1903, hemos visto que no
la habían deseado, ni preparado, ni previsto, que les había
sorprendido intensamente y que, sin ceder en sus principios, no
por ello dejaron de trabajar para conseguir una reunificación, que,
ciertamente, esperaban colocar bajo su pabellón, pero que, sin
lugar a dudas, no podía dar origen sino a un partido más amplio y
menos homogéneo, que el constituido durante todos aquellos años
por la fracción ”dura” de los bolcheviques,
Desde 1894, Lenin afirmaba en su polémica con el populista
Mijailovsky: ”Es rigurosamente cierto que no existe entre los
marxistas completa unanimidad. Esta falta de unanimidad no
revela la debilidad sino la fuerza de los social-demócratas rusos.
El consenso de aquellos que se satisfacen con la unánime
aceptación de ”verdades reconfortantes”, esa tierna y
conmovedora unanimidad, ha sido sustituida por las divergencias
entre personas que necesitan una explicación de la organización
económica real, de la organización económica actual de Rusia, un
análisis de su verdadera evolución económica, de su evolución
política y de la del resto le sus superestructuras”.[23] La voluntad
de reunificación de que hace gala inmediatamente antes de 1905,
se explica tanto por la confianza que deposita en sus propias tesis,
como por la convicción de que los inevitables conflictos que
surgen entre social-demócratas pueden solucionarse en el seno de
un partido que sea como la sede de todos ellos: ”Las divergencias
de opinión en el interior de los partidos políticos o entre ellos,
escribe Lenin en julio de 1905, se solucionan por lo general, no
solamente con las polémicas, sino también con el desarrollo de la
propia vida política. En particular, las divergencias a propósito de
la táctica de un partido, suelen liquidarse de facto por la adhesión
de los mantenedores de tesis erróneas a la línea correcta, ya que
el propio curso de los acontecimientos quita a dichas tesis su
contenido su interés”.[24]
La acción obrera
Todas las memorias de los militantes bolcheviques, al referirse
al período anterior a 1914, dan mucha importancia a la llamada
”campaña de los seguros” que se inició a raíz e la promulgación
de la ley de 23 de julio de 1912 sobre el seguro de enfermedad. El
partido pone de relieve todos los puntos débiles del texto legal,
con el fin de movilizar a los obreros que, en primer lugar,
conseguirán el derecho a tener asambleas sobre las cuestiones de
seguridad social, más adelante el de elegir delegados que los
representen en la administración de los fondos y, por último, la
enmienda del texto en lo concerniente a las condiciones que deben
reunir los beneficiarios. Esta será la única ocasión que tuvieron
los militantes de intervenir legalmente en las asambleas obreras,
llevando a cabo, en todas las fábricas, una acción concertada.
La organización clandestina
El obrero que ingresa en el partido está ya familiarizado con los
métodos clandestinos. En lo sucesivo, va a sumergirse un poco
más en ellos. Su nombre y su dirección sólo los conoce un
responsable, tanto él como sus camaradas, utilizan un nombre de
guerra que ha de cambiarse tantas veces como sea necesario para
despistar a la policía. En la base, en el taller o la fábrica, se
encuentra la célula, a la que también suele llamarse ”comité” o
”núcleo”. Sus efectivos se amplían sólo por el sistema de
consenso unánime a la designación de cada candidato, que debe
ser examinado por todos los miembros antes de ser admitido en la
organización.
Los hombres
No obstante, el núcleo de la organización bolchevique, la
”cohorte de hierro” compuesta por militantes profesionales, se ha
reclutado entre gente muy joven, obreros o estudiantes, en una
época y unas condiciones sociales que, ciertamente, no permiten
una excesiva prolongación de la infancia, sobre todo, en las
familias obreras. Los que renuncian a toda carrera y a toda
ambición que no sea política y colectiva, son jóvenes de menos
de veinte años que, de forma definitiva, emprenden una completa
fusión con la lucha obrera. Mijail Tomsky, litógrafo, que ingresa
en el partido a los veinticinco años, es una excepción en el
conjunto, a pesar de los años que ha pasado luchando como
independiente, pues, en efecto, a su edad, la mayoría de sus
compañeros llevan bastantes años de militancia en el partido. El
estudiante Piatakov, perteneciente a una gran familia de la
burguesía ucraniana, se hace bolchevique a los veinte años,
después de haber militado durante cierto tiempo en las filas de los
anarquistas. El estudiante Rosenfeld, llamado Kamenev, tiene
diecinueve años cuando ingresa en el partido, este es el caso
igualmente del metalúrgico Schmidt y del mecánico de precisión
Iván Nikitich Smirnov. A los dieciocho años se adhieren el
metalúrgico Bakáiev, los estudiantes Bujarin y Krestinsky y el
zapatero Kaganóvich. El empleado Zinóviev y los metalúrgicos
Serebriakov y Lutovínov son bolcheviques desde los diecisiete
años. Svérdlov trabaja de mancebo de una farmacia cuando
empieza a militar a los dieciséis años, como el estudiante
Kuibyschev. El zapatero Drobnis y el estudiante Smilgá ingresan
en el partido a los quince años, Piatnitsky lo hace a los catorce.
Todos estos jóvenes, cuando todavía no han pasado de la
adolescencia son ya viejos militantes y cuadros del partido.
Svérdlov, a los diecisiete años, dirige la organización social-
demócrata de Sormovo: la policía zarista, al tratar de identificarle,
le ha puesto el sobrenombre de ”El chaval”. Sokólnikov, a los
dieciocho años, es ya secretario de uno de los radios de Moscú.
Rikov solo tiene veinticuatro años cuando se convierte, en
Londres, en portavoz de los komitetchiki e ingresa en el comité
central. Cuando Zinóviev entra, a su vez, a formar parte del
comité central, a los veinticuatro años, ya es conocido como
responsable de los bolcheviques de San Petersburgo y redactor
de Proletario. Kámenev tiene veintidós años cuando es enviado
como delegado a Londres; Svérdlov sólo tiene veinte cuando
acude a la conferencia de Tammerfors. Serebriakov es el
organizador y uno de los veinte delegados de las organizaciones
clandestinas rusas que en 1912 acuden a Praga, tiene entonces
veinticuatro años.
Lenin
Cualquier estudio del partido bolchevique resultaría incompleto
si no incluyese la descripción de aquel que lo fundó y encabezó
hasta su muerte. Ciertamente, Lenin se identifica en cierto modo
con el partido: pero, sin embargo, sus características personales
rompen tal analogía. En primer lugar, él es prácticamente el único
representante de su generación, pues sus primeros compañeros en
la lucha, Pléjanov, mayor que él y Mártov, de su misma edad,
dirigen a los mencheviques. Sus lugartenientes de la primera
época, Krasin y Bogdanov, se han distanciado. En el momento de
la conferencia de Praga, los más antiguos de sus colaboradores
inmediatos, Zinóviev, Kamenev, Svérdlov y Noguín, tienen todos
ellos menos de treinta años. Lenin cuenta entonces cuarenta y dos
años; entre los bolcheviques, es el único en pertenecer a la
generación anterior a Iskra, es decir a la de los pioneros del
marxismo ruso. Los hombres jóvenes de la dirección bolchevique
son, ante todo, sus discípulos.
IV. El partido y la
revolución
El partido que, en octubre de 1917, tomó el poder en
Petrogrado, surgía directamente de la organización que Lenin
construyó a principios de siglo. Sin embargo, el partido ha
cambiado sustancialmente, transformándose por el influjo de la
ola revolucionaria que ha llevado a sus filas a decenas de miles de
obreros y soldados, lanzando a millones de hombres a la acción
política. La que fue pequeña organización de revolucionarios
profesionales, se ha convertido en un gran partido revolucionario
de masas; este es el sentido que hay que dar a la gran polémica
acerca de la organización que tuvo lugar entre bolcheviques y
mencheviques, resolviéndose a favor de los primeros. En
realidad, el partido bolchevique, al tomar el poder, dio una
solución definitiva a la cuestión teórica de la naturaleza de la
revolución en Rusia que, desde 1905, subyacía en los conflictos
organizativos entre socialdemócratas.
Los problemas de la revolución antes de 1905
En 1903, los bolcheviques y los mencheviques no parecen
mostrar divergencias más que en cuanto concierne a la cuestión
de los medios que permitiesen alcanzar el fin supremo, es decir,
la conquista del poder por la clase obrera y la instauración el
socialismo. No obstante, la polémica que se origino en el II
Congreso, revela, en definitiva, divergencias más profundas. Karl
Marx esperaba que la revolución se llevase a cabo con
anterioridad en los países más avanzados donde una revolución
burguesa, como la francesa de 1789, habría sentado ya las
condiciones de desarrollo del capitalismo al destruir el poder de
la aristocracia rural y del absolutismo. Los primeros discípulos
rusos de Marx consideraron que la tarea revolucionaria inmediata
en Rusia era el derrocamiento de la autocracia zarista y la
consiguiente transformación de la sociedad desde una óptica
burguesa y capitalista con la instauración de una democracia
política. Los ”marxistas legales”, discípulos de Pedro Struve,
llevaron esta tesis hasta sus últimas consecuencias,
convirtiéndose entonces el propio Struve en el apóstol del
desarrollo capitalista ruso y uniéndose al partido cadete y al
liberalismo político. Si bien los pertenecientes al equipo
de Iskra aceptaron construir un partido obrero, las discusiones
que siguieron a la escisión constituyeron un claro exponente de
su falta de armonía en cuanto a los objetivos inmediatos que tal
partido debería asignarse. Los mencheviques acusan a los
bolcheviques de abandono de las perspectivas de Marx, de
intentar organizar artificialmente una revolución proletaria por
medio de conspiraciones a pesar de que, en una primera fase, las
condiciones objetivas sólo permitan una revolución burguesa. Los
bolcheviques, por su parte, arguyen que los mencheviques se
niegan a organizar y preparar una revolución proletaria,
postergándola a un futuro bastante lejano; esta actitud termina por
hacer de ellos los defensores de una especie de desarrollo
histórico espontáneo que habría de conducir automáticamente al
socialismo a través de una serie de ”etapas” revolucionarias
diferentes, burguesa-democrática la primera y proletario-
socialista la segunda, y, por último, que este fatalismo les hace
limitar, en lo inmediato, la acción de los obreros y de los
socialistas en general, al papel de fuerza de apoyo para la
burguesía en su lucha contra la autocracia y en favor de las
libertades democráticas.
La revolución de febrero
Con el año 1917 se inicia una nueva era. La guerra ha agudizado
en todos los países las contradicciones, afectando profundamente
a la estructura política y a la económica. La prolongación de la
matanza suscita sentimientos de rebeldía. Los jóvenes se sublevan
contra la guerra, azote de su generación, que todos los días engulle
a centenares de ellos, y éste es, asimismo el sentimiento de las
familias a las que mutila. En Alemania, en Francia, en Rusia, en
todos los países beligerantes, aparecen los primeros síntomas de
una agitación revolucionaria: como el propio Lenin había
previsto, el séquito de sufrimientos que acompaña a la guerra
imperialista parece poner al orden del día su transformación en
guerra civil, incluso cuando la lucha se inicia bajo el pabellón del
pacifismo.
De julio a octubre
Las jornadas de julio han supuesto un giro decisivo. Los obreros
de Petrogrado, contra la voluntad de los dirigentes bolcheviques,
han iniciado una serie de manifestaciones armadas que el partido
consideraba prematuras. No obstante, la influencia de los
militantes ha evitado la derrota al permitir una retirada ordenada:
las manifestaciones no se han convertido en una insurrección que
habría condenado al aislamiento a una posible ”Comuna”
petrogradense. Sin embargo, el gobierno no de a de explotar la
situación y golpea duramente a los bolcheviques: por todas partes,
los locales del partido son asaltados, su prensa es prohibida, las
detenciones prosiguen. Los bolcheviques no corren el riesgo de
ser sorprendidos, cuentan con locales, con material y con el hábito
del funcionamiento en la clandestinidad. La Pravda desaparece
pero es sustituida por una gran cantidad de hojas clandestinas y,
enseguida, por un periódico ”legal”, de distinto nombre. Trotsky,
Kámenev y otros son detenidos, mas numerosos militantes,
provistos de documentación falsa, pasan a la clandestinidad,
zafándose de la detención merced a la utilización de redes
clandestinas que han sido preservadas desde febrero y a las
nuevas posibilidades de acción ilegal que han abierto las
responsabilidades que muchos de los militantes ostentan en los
soviets. El comité central decide preservar a Lenin de la represión:
pasará a Finlandia, en donde se esconderá, bajo una falsa
identidad, hasta el mes de octubre. Mientras tanto, la prensa
burguesa intenta abrumar de calumnias a los bolcheviques; con
falsos documentos les acusa de haber recibido oro de los
alemanes, insiste acerca de la leyenda del ”vagón blindado”,
pidiendo la cabeza de los traidores. El partido sufre una serie de
golpes graves pero la organización sobrevive y continúa su
actividad como deslumbradora confirmación de las tesis de Lenin
sobre la necesidad en todas las circunstancias, de estar preparados
para las tareas del trabajo ilegal.
El problema de la insurrección
Desde su retiro en Finlandia, Lenin ha tardado poco en
comprender hasta qué punto la situación ha cambiado
radicalmente: el día 3 de septiembre, en un proyecto de
resolución, se refiere a ”la rapidez de huracán, tan increíble” con
que se desarrollan los acontecimientos. Todos los esfuerzos de los
bolcheviques, escribe, deben ”tender a no demorarse en el curso
de los acontecimientos, para poder guiar lo mejor posible a
obreros y trabajadores”. Asimismo opina que tal ”fase crítica
conduce inevitablemente a la clase obrera – tal vez a una
velocidad peligrosa – a una situación en la que, como
consecuencia de una serie de acontecimientos que no dependen
de ella, se verá obligada a afrontar, en un combate decisivo, a la
burguesía contrarrevolucionaria, para conquistar el
poder”.[83] El día 13 de septiembre, considera que el momento
decisivo ha llegado y dirige al comité central dos cartas que deben
ser discutidas en su reunión del día 15. ”Tras de haber conseguido
la mayoría en los soviets de las dos capitales, los bolcheviques
pueden y deben tomar el poder.” Presiona al comité central para
que someta la cuestión al órgano que, de hecho, constituye su
congreso, es decir, el conjunto de sus delegados en la Conferencia
Democrática, ”voz unánime de aquellos que se encuentran en
contacto con los obreros y soldados, con las masas”.[84] Lenin
afirma igualmente: ”La Historia jamás nos perdonará si no
tomamos el poder ahora”.[85] Los bolcheviques deben presentar
su programa, el de los obreros y campesinos rusos, en la
Conferencia Democrática y después, ”lanzar a toda la fracción en
las fábricas y cuarteles”. Una vez concentrada en ellos, ”seremos
capaces de decidir cual es el momento en el que, hay que
desencadenar la insurrección”.[86]
La insurrección
La decisión sobre la insurrección, se desarrolla por tanto
prácticamente a la vista de todos, en un ambiente
ultrademocrático, que desmiente eficazmente la pertinaz leyenda
de un partido bolchevique de robots. A pesar de la designación
por parte del comité central de un buró político que ha de
encargarse de supervisar los preparativos, éstos se llevan a cabo
bajo la dirección del comité militar revolucionario. El 22 de
octubre, la tripulación bolchevique del crucero Aurora, recibe la
orden de permanecer en el mismo lugar, cuando el gobierno
provisional, por su parte ha ordenado que leve anclas. El día 23,
el comité envía sus delegados a todas las unidades militares,
cuyos representantes acaban de publicar un comunicado en el que
afirman no reconocer la autoridad del gobierno provisional.
Durante la noche, el gobierno se decide a actuar, prohibe la prensa
bolchevique, clausura sus imprentas y llama a Petrogrado a todos
los cadetes de la academia. El comité militar revolucionario envía
entonces un destacamento que abre de nuevo la imprenta de
la Pravda. Durante la jornada del 24, en los cuarteles, se
distribuyen armas a todos los destacamentos obreros; durante la
tarde, los marineros de Kronstadt acuden a Petrogrado; de
Smolny, sede del comité, parten los destacamentos que van a
ocupar todos los puntos estratégicos de la capital. Veinticuatro
horas más tarde caerá el Palacio de Invierno, tras de algunas
salvas, disparadas por el Aurora. La insurrección ha triunfado.
Si, años más tarde, los soviets han de verse reducidos a una
mera concha vacía frente al todopoderoso aparato bolchevique,
será porque, fundamentalmente, en la época en que los soviets aun
eran organismos vivos, el partido bolchevique había sido el único
en defender su poder mientras que los mencheviques y social–
revolucionarios, leales oponentes o colaboradores de la república
burguesa, se habían negado a desempeñar este papel en la
república soviética de consejos de obreros, campesinos y
soldados.
V. Los primeros
pasos del régimen
soviético y la paz de
Brest-Litovsk
El aislamiento respecto a las restantes tendencias socialistas en
que quedan, tras la toma del poder, los bolcheviques, no es en
modo alguno un hecho fortuito. Los dirigentes del partido S. R.
que, durante su paso por el poder, se han mostrado incapaces de
satisfacer las reivindicaciones de las masas que figuraban en su
programa, así como de romper con la burguesía y con los aliados,
no están dispuestos a secundar a los que pretenden emprender
tales tareas después de su fracaso. Los mencheviques, por su
parte, consideran entonces – y seguirán haciéndolo más tarde –
como una locura sanguinaria la toma del poder por un partido
obrero, cuando, según ellos, Rusia sólo está madura para una
revolución burguesa y una república democrática. Ni por un
momento han pensado unos y otros que ante el régimen nacido de
octubre pudiera abrirse un futuro esperanzador. Al igual que los
partidos burgueses y los elementos oligárquicos, esperan un
derrumbe que consideran inevitable. Todos ellos son de la opinión
de que conviene acelerarlo, buscando el mal menor, aislando al
máximo a los dirigentes bolcheviques. Los mencheviques más
cercanos a la revolución e incluso el historiador Sujánov,
bolchevique ”en una cuarta parte”, opinan que la idea de construir
un estado socialista en un país atrasado es una verdadera utopía,
pero, por encima de todo, piensan que lo verdaderamente
catastrófico es la destrucción del antiguo aparato de Estado, que,
en las condiciones de guerra y total hundimiento económico en
que se encuentra Rusia, no puede conducir más que a la
destrucción de las fuerzas productivas esenciales del país. No
obstante, si bien Sujánov no desea aislarse ”de las masas y de la
propia revolución” con el abandono de los soviets, en cambio, la
mayoría de los dirigentes S. R. y mencheviques, al mismo tiempo
que proclaman su resolución de luchar contra los bolcheviques
”sin la burguesía, en nombre de la democracia” prefieren romper
estos vínculos antes que aquellos que les unen a la burguesía
internacional ya que, por supuesto, no comparten las esperanzas
de revolución mundial de los bolcheviques y piensan que el apoyo
de los Aliados ha de ser indispensable para construir una Rusia
burguesa y democrática cuando sobrevenga el final de las
hostilidades. Este es el origen de su fidelidad a la alianza militar
durante su paso por el gobierno provisional, así como de las
disposiciones favorables de muchos de ellos a los avances de los
Aliados que quieren mantener, a Rusia en la guerra cueste lo que
cueste, sosteniendo, desde el día siguiente a la insurrección, los
esfuerzos que, en primer lugar, tienen por objeto eliminar a Lenin
y a Trotsky durante la discusión sobre la coalición, y, más tarde,
apoyar la legitimidad de la Asamblea Constituyente que ha sido
disuelta en enero de 1918.
El sistema soviético
El único sistema que, según Lenin, permite ”dirigir el estado a
una cocinera”, es el sistema de los soviets. En vísperas de la
insurrección de octubre, se encuentran por doquier, ejerciendo la
totalidad o una parte importante del poder. La insurrección se
lleva a cabo en su nombre y el 11 Congreso pan–ruso así lo
ratificará entregando, a todos los niveles ”el poder a los soviets”.
El verdadero sentido de dicha medida viene definido por el
llamamiento del comité ejecutivo del 4 (17) de noviembre de
1917, que ha sido redactado por Lenin: ”Los soviets locales
pueden, según las condiciones de lugar y de tiempo, modificar,
ensanchar y completar los principios básicos establecidos por el
gobierno. La iniciativa creadora de las masas, éste es el factor
fundamental de la nueva sociedad (...) El socialismo no es el
resultado de los decretos venidos desde arriba. El automatismo
administrativo y burocrático es extraño a su espíritu, el socialismo
vivo, creador, es la obra de las propias masas populares”.[103]
La estructura de la organización, así como los principios en que
habrá de basarse su funcionamiento, serán enunciados en las
circulares del consejo de comisarios del pueblo, y del comisariado
del interior. La del 5 de enero de 1918 estipula: ”Los soviets son,
en todas partes, los órganos de la administración del poder local,
debiendo ejercer su control sobre todas las instituciones de
carácter administrativo, económico, financiero y cultural. (...)
Todo el territorio debe ser cubierto por una red de soviets,
estrechamente conectados unos con otros. Cada una de estas
organizaciones hasta la más pequeña, es plenamente autónoma en
cuanto a los cuestiones de carácter local, pero debe adaptar su
actividad a los decretos generales y a las resoluciones del poder
central y de las organizaciones soviéticas más elevadas. De esta
forma, se establece una organización coherente de la República
Soviética, uniforme en todas sus partes”.[104] La constitución
soviética de 1918 retomará este esquema en su artículo 10, al
afirmar que ”toda la autoridad en el territorio de la. R. S. F. S.
R.,[105] se encuentra en manos de la población trabajadora
organizada en los soviets urbanos y rurales”, y en el artículo 11:
”la autoridad suprema (...) se encuentra en manos del Congreso
Pan–Ruso de los Soviets y, en los intervalos entre congresos, en
las de su Comité Ejecutivo”.[106]
El funcionamiento
No existe ningún estudio acerca del funcionamiento de los
primeros soviets si se exceptúa el excelente esbozo de Hugo
Anweiler. No obstante, puede afirmarse que, en los meses que
siguieron a la insurrección de octubre, los soviets extendieron
rápidamente su autoridad al conjunto del territorio sustituyendo a
los consejos municipales de los cuales se disuelve el 8,1 por 100
en diciembre, el 45,2 por 100 en enero de 1918, el 32,2 por 100
en febrero y el resto entre marzo y mayo del mismo año.[109] En
la mayor parte de las ciudades, sobre todo en las más grandes, una
parte del aparato administrativo municipal continúa funcionando
bajo el control del soviet. Los soviets de los tramos intermedios,
distrito y comarca o zona, que han desempeñado un importante
papel en la extensión de la red soviética, deben interrumpir
enseguida su actividad. Numerosos soviets locales se
comportarán como verdaderos gobiernos independientes,
proclamando minúsculas repúblicas soviéticas que cuentan con su
propio consejo de comisarios del pueblo. Ya sea ésta la
realización del Estado–comuna o, por el contrario, la
demostración de la insuficiencia del nuevo Estado proletario, en
cualquier caso, Lenin, tras el inicio de la guerra civil, insistirá en
afirmar que esta diseminación era necesaria: ”En esta aspiración
al separatismo, escribe, existía algo sano y provechoso en la
medida que se trataba de una aspiración creadora”.[110]
El restablecimiento de la cohesión
El partido ha de restablecer su cohesión durante los meses
siguientes. A este respecto, la actitud de Trotsky es decisiva. ”En
la actualidad, no habría golpe más grave para la causa del
socialismo que el que le infligiría el hundimiento del poder
soviético en Rusia”,[123] ha declarado el comité central. Este
afán suyo de preservar las oportunidades de la revolución europea
y el hondo respeto que siente por Lenin, son las principales
motivaciones de su actitud en el comité central y en el Congreso
de marzo de 1918; en ambos organismos mantiene sus reservas y
sus críticas pero multiplica igualmente sus esfuerzos para impedir
las cristalización de las divergencias. Él es el que convence a Joffe
y a Dzherzhinsky para que no sigan a Bujarin en su oposición
pública y él es también el que, para conservarle, ofrece a Bujarin
la total libertad de expresión dentro del partido. En este esfuerzo
de síntesis que lleva a cabo para preservar la democracia interna,
dentro de una perspectiva de revolución internacional, él es, tras
de haber impedido el estallido, el agente de la nueva cohesión.
Los anarquistas
Las relaciones con los anarquistas son más complejas, aunque
sólo sea por la multiplicidad de grupos en que se encuadran. Uno
de ellos, en el mes de julio de 1919, coloca una bomba en los
locales que el partido posee en Petrogrado resultando herido
Bujarin. A pesar de ello Lenin escribe: ”Numerosos obreros
anarquistas pasan ahora a ser los más sinceros partidarios del
poder de los soviets y, por tanto, nos dan la prueba de ser nuestros
mejores camaradas y amigos, los mejores revolucionarios, que no
eran enemigos del marxismo sino como consecuencia de un
malentendido,, o mejor dicho, no como consecuencia de un
malentendido sino de la traición del socialismo oficial de la II
Internacional al marxismo, de su caída en el oportunismo y de su
falsificación de la doctrina de Marx en general y de las lecciones
de la Comuna de París de 1871 en particular”.[159] En
septiembre, el anarquista alemán Milhsam escribe, expresando el
punto de vista de numerosos libertarios, desde la fortaleza de
Augsbach: ”Las tesis teóricas y prácticas de Lenin: acerca de la
realización de la revolución y de las tareas comunistas del
proletariado han dado una nueva base a nuestra acción. (...) Ya no
existen obstáculos insuperables para una unificación de la
totalidad del proletariado revolucionario”.[160] El II Congreso de
la Internacional comunista será testigo de las negociaciones que,
entre bastidores, llevan a cabo Lenin,,y el anarquista Aleynikov
acerca de las condiciones de una colaboración entre libertarios y
bolcheviques.
La discusión sindical
La ”Oposición Obrera” se verá obligada, de esta forma, a
desempeñar un destacado papel en la controversia acerca de los
sindicatos, la más importante desde Brest-Litovsk, inaugurada
por Trotsky de acuerdo con Lenin pero que se clausurará con un
serio conflicto entre ambos. Las más lejanas fuentes de tal
polémica se remontan a 1919. Trotsky, preocupado por el total
desplome de la economía rusa y persuadido igualmente de que
debe emprenderse su reconstrucción urgentemente, redacta un
proyecto de tesis para el comité central en el que propone la
aplicación de los métodos de guerra en el frente económico, así
como la atribución de la autoridad económica al comisariado de
la guerra. En su opinion, la ”militarización del trabajo” debe ser
el mismo tipo que la que ha sido puesta en vigor en la formación
del Ejército Rojo. Esta exige ”los mismos heroicos esfuerzos, el
mismo espíritu de sacrificio”. En su opinión, lejos de enfrentarse
tal procedimiento con la democracia obrera, ”consiste en el hecho
de que las masas determinen por sí mismas una organización y
una actividad productivas tales que se ejerza de forma imperiosa,
sobre todos aquellos que las obstaculicen, una presión de la
opinión pública obrera”.[166]
VII. La crisis de
1921: Los comienzos
de la NEP y el auge
del aparato
El país en el que la revolución proletaria ha alcanzado su
primera victoria y en el que se ha iniciado la construcción del
primer Estado obrero parece llegar, tres años después de estos
triunfos, al borde mismo de la desintegración. Regiones enteras
viven en un estado de anarquía rayando en la barbarie bajo la
amenaza de las partidas de bandidos. Toda la estructura
económica parece haberse derrumbado. La industria fabrica, en
cantidad, sólo un 20 por 100 – un 13 por 100 en valor – de su
producción de anteguerra. La producción de hierro supone un 1,6
por 100, la de acero un 2,4 por 100. Las producciones de petróleo
y de carbón, que son los sectores menos afectados, no representan
más que el 41 por 100 y el 27 por 100 respectivamente de las
cifras de anteguerra: en los otros sectores el porcentaje oscila
entre un 0 y un 20 por 100. El equipo está prácticamente
destruido: el 60 por 100 de las locomotoras están fuera de uso y
el 63 por 100 de las vías férreas son inutilizables. La producción
agrícola ha sufrido un descenso tanto en cantidad como en valor.
La superficie cultivada se reduce en un 16 por 100. En las
regiones más ricas los cultivos especializados, destinados al
comercio o a la ganadería, han desaparecido dejando su lugar a
unos cultivos de subsistencias de ínfimo valor. Los intercambios
entre las ciudades y el campo se han visto reducidos al mínimo, a
la requisa y al trueque entre individuos.
La NEP
Ciertamente el azar no es la razón de que la insurrección de
Kronstadt coincida con la adopción, en el X Congreso del partido,
de un giro radical en materia de política económica que recibe la
apelación de Nueva Política Económica o, más familiarmente, de
NEP. Contrariamente a las afirmaciones superficiales que se han
prodigado con cierta frecuencia, no es Kronstadt el factor
determinante en la adopción de la NEP, antes bien, han sido las
mismas dificultades las que han originado a la vez los desórdenes
y el giro. Las raíces de los acontecimientos de marzo de 1921
deben situarse a la vez entre las consecuencias de la guerra civil
y en el final de las luchas. En el peor de los casos, se puede
considerar que el giro de la NEP ha sido iniciado demasiado tarde
y que la insurrección de Kronstadt ha supuesto la sanción de ese
retraso inútil: la mayoría de las reivindicaciones económicas de
los amotinados figuraban en el proyecto elaborado por el comité
central comunista durante los primeros meses de 1921 como
medidas inevitables dada la nueva situación.
El X Congreso
Estas nuevas condiciones pesan sobre el partido que debe hacer
frente a dos tipos de imperativos contradictorios. Por una parte, si
no quiere perder su carácter de partido comunista, debe admitir su
conversión en campo de batalla de fuerzas sociales antagónicas,
como parece exigir su posición de partido único. Como partido en
el poder tampoco puede volver la espalda a sus propios objetivos
y continuar dirigiendo al país sin ningún tipo de democracia
interna como si de un destacamento militar se tratase. Se ve, por
añadidura, obligado a pasar por el tamiz las adhesiones de que es
objeto, pero, al obrar de esta forma también debe precaverse
contra el aislamiento que podría convertirle en una especie de
masonería de veteranos, distanciada de las jóvenes generaciones
que, desde hace unos años, se educan en el nuevo régimen. Por el
hecho de enfrentarse con necesidades antagónicas, el partido ha
adoptado soluciones que posteriormente habrán de revelarse
como contradictorias e incluso irreconciliables, en un momento
en que la casi totalidad de los militantes y los dirigentes las han
considerado complementarias. Ello explica que el X Congreso,
que fue, antes que nada, para sus contemporáneos el de la
democracia obrera que se trataba de restaurar, se convirtiese
durante los años siguientes en aquel que, con su prohibición de
las facciones dentro del partido anunciaba y preparaba el
monolitismo.
VIII. La crisis de
1923: Debate sobre
el Nuevo curso
El día 26 de mayo de 1922, Lenin sufre un ataque. Su
convalecencia se extiende a lo largo de todo el verano y hasta el
mes de octubre no vuelve a emprender su actividad normal. Por
tanto resulta difícil saber lo que aceptó y respaldó durante este
período de semirretiro. Sin embargo, el último período de su vida
política, desde el final de 1922 hasta los dos primeros meses de
1923, está marcado por su ruptura personal con Stalin y por el
inicio de una lucha contra el aparato, que sólo habrá de
interrumpir la recaída definitiva. Durante mucho tiempo, los
únicos elementos de información de que ha dispuesto el
historiador han sido los aportados por el testimonio de Trotsky
acerca de algunos detalles que debían confirmarse por alguna
alusión en los congresos o por el contenido de alguna declaración.
Por supuesto la historiografía estalinista negaba esta versión que
fue empero, definitivamente revalidada por las revelaciones de
Jruschov al menos en sus rasgos generales.
Lenin y la burocracia
Habría resultado asombroso que un hombre de la envergadura
intelectual de Lenin no se hubiese apercibido del peligro de
degeneración que para el régimen soviético y el partido entrañaba
el aislamiento de una revolución victoriosa en un país atrasado.
En el período de marzo–abril de 1918 había escrito: ”El elemento
de desorganización pequeño–burguesa (que habrá de
manifestarse en mayor o menor medida en toda revolución
proletaria y que en nuestra propia revolución debe surgir con gran
vigor dado el carácter pequeño–burgués del país, su atraso y las
consecuencias de la guerra reaccionaria) también debe marcar a
los soviets con su huella (...). Existe una tendencia pequeño–
burguesa que se propone convertir a los miembros de los soviets
en “parlamentarios”, es decir, en burócratas. Hay que combatir
dicha tendencia haciendo participar a todos los miembros de los
soviets en la dirección de los asuntos”.[205] Consciente de que el
principal obstáculo para la aplicación de este remedio estribaba
en la incultura de las masas, desde el día siguiente a la toma del
poder había redactado el decreto de reorganización de las
bibliotecas públicas en el que se preveían los intercambios de
libros, su circulación gratuita y la apertura diaria de salas de
lectura que deberían permanecer abiertas, incluso los sábados y
domingos, hasta las once de la noche. Sin embargo, los efectos de
tales medidas no podían ser inmediatos. En 1919, ante el VIII
Congreso, afirmaba: ”Sabemos perfectamente lo que significa la
incultura en Rusia, lo que supone para el poder soviético que, en
principio, ha creado una democracia proletaria infinitamente
superior a las demás democracias conocidas (...), sabemos que
esta incultura envilece el poder de los soviets y facilita el
resurgimiento de la burocracia. Si se cree en las palabras, el
Estado Soviético está al alcance de todos los trabajadores; en
realidad – ninguno de nosotros lo ignora – no se halla al alcance
de todos ellos y falta mucho para que así sea”.[206]
La maduración de la crisis
La postración de Lenin ha aplazado un enfrentamiento entre él
y Stalin, encarnación del aparato, que en abril parecía inevitable.
Trotsky que, el día 6 de marzo, ha recibido de manos de Fotieva,
la secretaria de Lenin, la carta acerca de la cuestión nacional que
éste último había dictado los días 30 y 31 de diciembre de 1922,
no ha iniciado la lucha que pensaba entablar junto con Lenin. A
Kámenev le dice en marzo que se opone a iniciar en el Congreso
cualquier tipo de lucha cuyo objeto sea promover cambios en la
organización. Está a favor del mantenimiento del statu quo,
contra la sustitución de Stalin, contra la expulsión de
Ordzhonikidze y, en general., contra cualquier tipo de sanción,
Espera que Stalin se excuse, que cambie de actitud como
manifestación de su buena voluntad, que abandone sus intrigas y
que inicie una ”honrada cooperación”.[218]
El debate
La controversia va a desarrollarse desde noviembre de 1923 a
marzo de 1924. Zinóviev es el encargado de iniciar el debate el
día 7 de noviembre en la Pravda. ”Desgraciadamente, escribe, la
mayoría de las cuestiones esenciales se arreglan de antemano
desde arriba”, esta es la razón de que ”resulte necesario en el
partido que esa democracia obrera, de la que tanto hemos hablado,
tome más realidad”. Ciertamente la centralización es inevitable
pero también sería deseable que se intensificasen las discusiones.
No hay nada decisivo ni tampoco un ápice de agresividad en esta
forma apacible de abrir la polémica.