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Filosofia y letras – u.n.t.

Los Imperios del Antiguo Oriente

Tomo 2-4

Cassin E. y otros.
23/01/2017

En el siguiente resumen sólo se abarcara los capítulos referentes a Egipto.


TOMO 2:

LOS ORÍGENES DE EGIPTO (DESDE EL PALEOLÍTICO SUPERIOR HASTA EL FINAL DE LA ÉPOCA


PREDINÁSTICA, 8000-3000 a. de C., APROXIMADAMENTE):

Dos clases de fuentes han permitido arrojar un poco de luz sobre el final de esta época. Se trata,
por una parte y sobre todo, de las fuentes arqueológicas extraídas de las excavaciones, y, por otra,
de los textos recogidos por los mismos egipcios en una época muy posterior a los acontecimientos,
hacia el 2300 a. de C.
La historia de los orígenes de Egipto se puede dividir en tres grandes épocas: el final del Paleolítico
y el Mesolítico (hacia el 8000-5000 a. de C.), el Neolítico (hacia el 5000-3800) y la época
predinástica (hacia el 3800-3000).

EL EGIPTO DE FINALES DEL PALEOLITICO Y DEL MESOLITICO:


La adecuación del valle del Nilo a su aprovechamiento por parte del hombre mediante el cultivo y
la irrigación es lo que marca muy especialmente el comienzo de la civilización egipcia.

EL EGIPTO NEOLITICO:
Con la época neolítica, en el quinto milenio a. de C., se producen grandes cambios en el valle del
Nilo. El clima, continuando su desecamiento, se va aproximando ya al clima actual. Las poblaciones
se entregan al cultivo y a la cría de ganado sin abandonar por ello las actividades de sus
predecesores.
Al Neolítico se remontan indudablemente los primeros esfuerzos de acondicionamiento del valle
del Nilo por el hombre.

EL EGIPTO PREDINASTICO:
El período predinástico egipcio ha sido llamado frecuentemente Eneolítico o Calcolítico. Hay que
subrayar la continuidad de la evolución de las sociedades humanas entre uno y otro estadio.
Vamos a encontrar en el Egipto predinástico dos grupos de culturas, una en el norte y otra en el
sur. Al Tasiense meridional le van a suceder el Badariense y el Amratiense, mientras que en la
tradición de la cultura de el-Omarí-Heluán el norte conocerá sucesivamente la cultura del Fayum
B, el Gerzeense y el Meadiense. Ambos grupos culturales van a evolucionar paralelamente en un
primer momento y van a tener contactos entre sí: después, a mediados del predinástico, van a
fundirse en una sola civilización material de la que surgirá el Egipto unificado.
Existe un cierto desequilibrio en nuestras fuentes de información: hay una información mejor
sobre lo que pasa en esta época en el valle alto que en lo que se refiere a las culturas
contemporáneas del bajo Egipto. En el sur del Fayum, la planicie desértica, resguardada de la
inundación anual, está siempre próxima a los poblados del valle y, por este motivo, es un lugar
especialmente indicado para el establecimiento de los cementerios.
Distinguiremos sucesivamente cuatro períodos dentro del predinástico: el predinástico primitivo,
el predinástico antiguo, el predinástico medio y, por último, el predinástico reciente.
El predinástico primitivo se conoce en el sur por el llamado Badariense, y en el norte por la cultura
del Fayum B. no existe ruptura alguna entre las dos culturas y que la aparición del metal no aporta
ningún cambio apreciable en la vida diaria.
Los egipcios vivían entonces en chozas ovales y comenzaban a disfrutar de un bienestar relativo. El
culto a los muertos está en pleno desarrollo. Según parece, comienza en este período el culto a los
animales.
El hombre de el-Badari sabía tejer, cultivaba y trataba el lino de la misma manera que su
predecesor neolítico, aunque seguía empleando el cuero para numerosos usos.
Cuando se habla de «cultura badariense», no se trata de una «civilización» propiamente dicha,
sino más bien de una fase del desarrollo de la civilización egipcia.
La cultura badariense se extendió por un gran espacio geográfico.
Mientras que el Badariense se difundía y extendía en el valle alto, el bajo Egipto conocía otro
aspecto del predinástico primitivo. Se suele denominar cultura del Fayum B para distinguirla del
Fayum neolítico antiguo A.
Los hombres del Fayum B, como los badarienses, utilizan el sílex mucho más que el metal. Su
cerámica conoce formas más variadas que las del Badariense, pero su técnica es inferior.
Al predinástico primitivo del Badariense y del Fayum B, todavía muy próximo al Neolítico, sucede
el predinástico antiguo, conocido por un gran número de yacimientos cerca del yacimiento de
el-‘Amrah, próximo a Abidos (Eboḍu), de forma que esta etapa tan importante de la cultura
prehistórica de Egipto no se conoce más que por el foco de cultura meridional. El predinástico
antiguo está, pues, constituido esencialmente por la cultura llamada Amratiense. En este lugar es
donde ha podido ser distinguida con precisión, tanto del Badariense que la precede como del
Gerzeense que la va a suceder.
El Amratiense sigue sin interrupción la tradición badariense.
El espíritu creador de los artistas egipcios durante el Amratiense no se limita sólo a la decoración
de los vasos; se manifiesta también en sus formas, que dan lugar a felices hallazgos, como los de
ciertos vasos zoomórficos.
Durante el Amratiense, los egipcios dependían en buena medida de la pesca y de la caza para su
alimentación. El acondicionamiento del valle, mediante el allanamiento de terrenos y la irrigación.
Aparecen los primeros signos de escritura jeroglífica.
El sílex continúa siendo de uso más frecuente que el metal, y el Amratiense ha producido
magníficos cuchillos de retoques múltiples.
La cultura del Amratiense se manifiesta en numerosos yacimientos: Naqada, Ballas, Huh, Abidos,
Mahasna, Hemamiyeh, etcétera; estaba centrada en la parte media del alto Egipto, y, desde este
punto de vista, se extendió menos que el Badariense, que llegó hasta la alta Nubia.

EL PREDINASTICO MEDIO O GERZEENSE:


A partir del Gerzeense se pueden observar de nuevo dos núcleos de civilización egipcia,
simultáneos, al sur y al norte.
Uno de los rasgos más importantes del Gerzeense es el desarrollo de la religión funeraria. Las
tumbas, siguiendo sin duda la evolución de las viviendas humanas, cesan paulatinamente de ser
ovales para convertirse en rectangulares, y están compuestas por numerosas cámaras. Los
cambios en la posición del cadáver parecen indicar una evolución de las creencias religiosas: desde
este momento el cuerpo está dispuesto, muy a menudo, con la cabeza hacia el norte y la cara
vuelta hacia oriente, ya no hacia occidente.
El Gerzeense emplea para su cerámica una pasta menos resistente, que no está sacada del barro
del Nilo, sino de una arcilla margosa que da a sus piezas un característico color gris claro que se
matiza hacia el gamuzado. La decoración es naturalista está trazada de un rojo-ocre bastante
oscuro. Es muy estilizada y representa montañas, íbices, flamencos, áloes y, sobre todo, barcos.
La cultura gerzeense estuvo en contacto con las civilizaciones vecinas.

EL PREDINASTICO O GERZEENSE RECIENTE, A VECES LLAMADO SEMAINIESE:


Al iniciarse el predinástico reciente y quizá ya a fines del predinástico medio, la ciudad más
poderosa del sur hubiese sido Ombos. Su dios fue Seth. Los mismos textos dejan suponer que una
lucha enfrentó entonces al dios Seth con Horus, dios-halcón adorado en el norte, en Behedet. Al
final del Amratiense, Egipto estaba, pues, dividido en dos zonas, hecho confirmado por la
arqueología, dominadas respectivamente por Ombos y su dios Seth en el sur, y por Behedet y su
dios Horus, en el norte.
Se ha propuesto la hipótesis de que la lucha entre Seth y Horus, y por tanto entre Ombos y
Behedet, habría concluido con la victoria del norte, y que entonces se habría creado un primer
reino unificado que tendría su capital en Heliópolis. El sur habría recuperado su libertad y, una vez
asimilada la cultura de su enemigo septentrional, se volvería contra él. Esta lucha va a ocupar gran
parte del período predinástico.
Se producirá un cambio en la dirección política de los dos reinos o confederaciones rivales. La
capital del norte no será ya Behedet, sino Buto, en el Delta occidental, y la del sur pasará de
Ombos a el-Qab. Este nuevo reparto de fuerzas marca el comienzo de la realeza faraónica
tradicional; incluso en la época clásica los faraones conservarán entre sus títulos el nombre de las
dos divinidades que entonces dominaban Egipto, la diosa serpiente Uadjet de Buto y la diosa
buitre Nekhbet de el-Qab, de las que se consideraban herederos legítimos.
Un monumento, fragmentario por desgracia, conocido con el nombre de Piedra de Palermo, nos
da algunos datos sobre este período. Se trata de los anales de los reyes de Egipto. Fueron
redactados en la V Dinastía.
En el predinástico reciente, aunque Egipto estuviera políticamente dividido, existe una unidad
evidente en la cultura, tanto desde el punto de vista material como espiritual. El dios Horus se
adoraba en una y otra parte de la frontera, y tanto los reyes del norte como los del sur se
consideraban como sus «servidores» o sus «seguidores».
El arte y la técnica continuaron progresando. La figura humana se convirtió en un tema frecuente.

EL FINAL DEL PREDINASTICO RECIENTE Y LA UNIFICACIÓN DE EGIPTO (EPOCA PRETINITA):


La victoria del sur sólo se conoce por algunos monumentos.
La victoria del rey Escorpión sobre los otros egipcios.
A partir de estos dos objetos, «la maza del rey Escorpión» y «la paleta del rey Narmer», parece
fácil reconstruir el esquema de los sucesos: el penúltimo rey del sur de la época predinástica, el
rey Escorpión, habría comenzado la conquista del reino de Buto, pero no llegó a terminarla. Su
sucesor, el rey Narmer, concluyó esta obra y se ciñó la doble corona del norte y del sur, señalando
el fin de la prehistoria egipcia.
No se puede fijar una fecha única para el fin del período predinástico; el suceso debió abarcar
varias generaciones.

CONCLUCIONES ACERCA DE LOS ORIGENES DE EGIPTO:


Al final del predinástico reciente, como atestiguan la maza del rey Escorpión y la paleta del rey
Narmer, Egipto está ya en posesión de un sistema de escritura y de una organización política
sólida. La unificación permanente del sur y del norte marca el final de los tiempos prehistóricos y
el principio de la historia egipcia propiamente dicha.

EL EGIPTO ARCAICO (I Y II DINASTÍAS TINITAS):

Con el reinado de Narmer finaliza el largo período de formación del Egipto faraónico. En adelante
éste posee su lengua, fijada en un sistema de escritura que ya no cambiará y una organización
monárquica centralizada. Durante dos siglos aproximadamente Egipto va a ser gobernado por dos
dinastías, ambas originarias del sur, de la ciudad de Tinis. Las dinastías tinitas tienen su capital
administrativa en Menfis, situada en el extremo meridional del Delta, desde donde pueden
gobernar los reinos del sur y del norte.

FUENTES Y CRONOLOGIA:
A partir de la época tinita, las fuentes de la historia egipcia son más abundantes que en la época
predinástica. La arqueología continúa suministrando numerosos e importantes datos, pero ya la
completan las fuentes literarias. En efecto, algunos templos guardan anales reales en los que los
acontecimientos se anotaban año por año. Sólo uno de estos documentos ha llegado hasta
nosotros, el que se conoce bajo el nombre de «Piedra de Palermo». Las actualmente conocidas
son: la lista de Kárnak, que enumera 62 faraones de la I Dinastía hasta Thutmosis III, y fue
compilada hacia el año 1500 a. C.; la lista de Abidos, que comprende 76 nombres reales de la
Dinastía I a la XIX y data del año 1300 a. C., y, finalmente, la lista de Saqqarah, con 47 nombres de
soberanos, desde el sexto rey de la I Dinastía hasta Ramsés II, que fue compuesta hacia el año
1250 a. C.
El Papiro real de Turín, compuesto entre 1300 y 1200, este papiro proporciona los nombres de
todos los reyes egipcios desde la I a la XIX Dinastías; constituye, pues, una fuente histórica
incomparable.
A los anales y listas reales compuestos por los egipcios en la época faraónica se añade la obra de
Manetón.
Las fuentes arqueológicas, por su parte, han suministrado documentos epigráficos para cada uno
de los reinados. Desde la época tinita, cada faraón egipcio poseía varios nombres cuyo conjunto
constituye la titulación real oficial.
La época tinita se situaría entre el año 3000 y el 2800. La cronología de este periodo aun no esta
fijado con garantía.
MENES Y EL PROBLEMA DEL PRIMER FARAON:
El primer faraón egipcio se llamaba Menes (Manes). Basándose en la escena representada sobre la
paleta votiva del rey Narmer se admitía generalmente que éste había sido el primer rey de Egipto
que llevó la doble corona del alto y bajo Egipto y que, por tanto, inauguraba la monarquía.
El hecho de que también el rey Escorpión haya llevado la doble corona del alto y bajo Egipto
vuelve a plantear el problema.

LA I DINASTIA:

Narmer (¿Menes?)
Aḥa
Djer (o Khent)
Meryt-Neit (reina)
Uadjy (o Djet)
Udimu (o Den)
Âdjib-Miebis
Semerkhet
Qa

Narmer habría fundado Menfis. Menes reinó sesenta y dos años y fue raptado por un hipopótamo.
Aha se conoce por numerosos monumentos que hacen alusión a victorias sobre los nubios, sobre
los libios y quizá sobre los egipcios del norte, lo que parece indicar que la unificación era todavía
precaria. Según Manetón, el hijo de Menes reinó cuarenta y siete años y construyó el palacio real
de Menfis.
Djer (Khent) el calendario solar se habría adoptado bajo Djer y su reinado debería incluir los años
2785-2782 a. C., en cronología absoluta. Según la tradición manetoniana, habría reinado treinta y
un años. Se ha supuesto que a Djer le sucedió una reina, Meryt-Neit, pero Manetón no la
menciona y pasa directamente de Djer a Uadjy (o Djet), conocido también por el nombre de rey
Serpiente. Como Djer, éste hizo expediciones fuera de Egipto, y se han encontrado huellas de su
paso por el desierto arábigo. Los compiladores de Manetón le atribuyen unos veintitrés y otros
cuarenta y dos años de reinado; añaden que una gran carestía hizo estragos en Egipto bajo su
reinado.
Udimu o Den realizó actividades bélicas. La Piedra de Palermo menciona bajo su reinado un
empadronamiento general del país y numerosas fiestas religiosas. Reinó veinte años, después de
los cuales le sucedió Âdjib-Miebis, a quien Manetón atribuye veintiséis años de reinado. Su
nombre se encuentra a menudo borrado en los monumentos, lo que indica que existieron
entonces agitaciones políticas. La Piedra de Palermo menciona una expedición militar contra los
nómadas y la fundación de ciudades. Su sucesor, Semerkhet, quien, según se supone, fue un
usurpador. Reinó solamente dieciocho años y fue sucedido por Qa, con el reinado de éste finaliza
la I Dinastía que, según Manetón, permaneció durante dos siglos y medio en el poder.

LA II DINASTIA:
La capital administrativa a partir de la II se establece en Menfis. La II Dinastía comprende nueve
faraones.

Hotepsekhemuy
Nebre‘ (o Raneb)
Nineter (o Neterimu)
Uneg
Senedj
Sekhemib-Peribsen
Khâsekhem
Khâsekhemuy

Hotepsekhemuy es el primer rey de la dinastía. Su nombre, que significa «el doble poder está
pacificado». Reinó treinta y ocho años, sucedió Nebre‘, que reinó treinta y nueve años. Nineter (o
Neterimu) sucedió a Nebre ‘. La Piedra de Palermo menciona la celebración de fiestas religiosas y
la realización del empadronamiento. Manetón le atribuye cuarenta y siete años de reinado. Uneg
reinó diecisiete años. Senedj reinó durante cuarenta y un años. Seth-Peribsen abandonó Menfis y
se hizo enterrar en Abidos. Khâsekhem habría restablecido la unidad del país.

CONCLUSIONES ACERCA DEL EGIPTO ARCAICO:


Parece que, los faraones tinitas emplearon dos medios: por una parte, la fuerza armada para
reprimir las revueltas y, por otra, una política de alianza por matrimonios que se cree descubrir en
los nombres de las reinas de la primera dinastía.
La instalación de la administración central en
Menfis, en el corazón del reino del bajo Egipto obedece al mismo deseo de presencia y, quizá, de
conciliación. Los faraones de la segunda dinastía siguen el ejemplo de los de la primera, y
consolidan su poder aliándose con las familias del norte.
La política militar tinita es sobre todo definitiva.
Desde la época predinástica, el valle realizaba intercambios con los pueblos vecinos,
especialmente con Palestina. En la época tinita estos intercambios aumentaron.
La época tinita conoció el establecimiento de una monarquía centralizada ayudada por una
administración que se va organizando paulatinamente. La unidad de Egipto reposa en la persona
del rey y los funcionarios dependen directamente de él. El tesoro está compuesto por graneros
para almacenar los tributos en especie, ya que uno de los deberes esenciales de la monarquía es
prever las malas crecidas del Nilo. La administración tinita reposa sobre la revalorización agrícola
del país. El centro administrativo se fijó en Menfis, que quedará como capital de Egipto durante
varios siglos.
Sabemos por la Piedra de Palermo y las excavaciones que los faraones tinitas construyeron o
reconstruyeron templos en los que se rendía culto a los grandes dioses: Horus, Re‘, Osiris, Isis,
Min, Anubis, Neit, Socaris. El culto a los animales sagrados desempeña ya un papel importante. La
tumba se considera la vivienda permanente del muerto.
Cuando se acaba el período tinita, la realeza faraónica está bien establecida. El soberano dirige
una administración muy centralizada y ya jerarquizada.
EL IMPERIO ANTIGUO:

Cuando la III Dinastía inaugura lo que se llama el Imperio Antiguo, un poder que durará
aproximadamente desde el año 2700 hasta el 2300 a. C., Egipto está unificado. Desde la primera
catarata hasta el Mediterráneo no existe sino una sola nación, aunque los faraones continúan
titulándose «Rey del Alto y del Bajo Egipto». Las instituciones están establecidas sobre la base de
una monarquía de derecho divino. El territorio agrícola ya está constituido y la religión tiene ya
establecidos sus rasgos fundamentales.

AMBIENTE NATURAL:
Lo que verdaderamente constituye la riqueza de Egipto no es tanto el Nilo como la crecida del
Nilo, que le proporciona el agua y el limo sin los cuales aquélla no existiría.
El origen real de la civilización egipcia reside en el hecho de dirigir la crecida. El hombre empleó
muchos medios para ello. Primero levantó diques de protección a lo largo de las orillas del río.
Después elaboró un sistema complejo de canales y de diques de retención que le permitió
controlar, literalmente, la inundación. Mediante un allanamiento riguroso del valle y el
establecimiento de una red de canales de conducción, los egipcios llegaron gradualmente a
transportar el agua a tierras normalmente fuera del alcance de la crecida.
El segundo método utilizado por el hombre para paliar las deficiencias del Nilo fue la acumulación
sistemática de reservas en los años de buena crecida, para subvenir a las necesidades cuando la
inundación fuera insuficiente. El «tesoro real» es esencialmente un granero; cada provincia tiene
el suyo y la buena administración tiene como doble objetivo el mantener los diques y canales en
buen estado y el velar para que los graneros estén siempre llenos.

CRONOLOGIA:
Según las necesidades de la agricultura, su año estaba primitivamente dividido en tres estaciones:
la estación akhet, durante la cual los campos estaban cubiertos de agua por la inundación; la
estación peret, que veía la siembra, la germinación y la maduración de las plantas, y, por último, la
estación shemu, ocupada en la recolección y el entrojamiento.
LA III DINASTIA:
La historia de la III Dinastía plantea todavía numerosos problemas: no se ha establecido de una
manera muy segura ni el número ni el orden de sucesión de los reyes que la componen.
Bajo la III Dinastía, como en la época tinita, los faraones utilizan en sus monumentos su nombre de
Horus.
El hecho esencial del reinado de Djeser es la construcción del gran conjunto arquitectónico
conocido como la Pirámide escalonada.
Sekhemkhet no debió reinar más que seis años.
Khâba parece haber reinado solamente algunos meses y tenido como sucesor al rey Nebkare`.
Se ha supuesto que Huni había unificado Elefantina.

*[Omitido los apartados de la IV y V Dinastías]*

LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA DURANTE EL IMPERIO ANTIGUO:


La organización política y administrativa:
Egipto no pudo prosperar hasta que los trabajos exigidos para la utilización y el control de la
crecida del Nilo se realizaron al tiempo en todo el país. Durante el Imperio Antiguo, como en la
época arcaica, el «encargado de la excavación de los canales» (adj-mer) es el jefe de la provincia,
del nomo, y depende directamente de la autoridad real. Al título antiguo de adj-mer añade los de
«jefe del castillo» y «conductor del país»; es el que está encargado del censo, que se realiza cada
dos años, y de la justicia.
Estamos mal informados sobre la organización administrativa real de Egipto durante el Imperio
Antiguo. La única fuente de que disponemos para estudiarla está extraída de las enumeraciones
de títulos grabados en las paredes de las tumbas de los funcionarios. Ahora bien, estos títulos
tienen un valor evidentemente muy desigual.
Toda autoridad proviene del rey que es el jefe real de la organización administrativa del país en su
conjunto.
Según la creencia popular, el dios Re en persona se había unido a una mujer para engendrar los
primeros reyes de la V Dinastía; así, pues, el poder real es de origen divino.
Monarca por derecho divino, el rey tiene todos los poderes: administrativo, judicial, militar y
religioso. Como le es imposible ejercerlos personalmente sobre todo el país, se hace ayudar. Con
la IV Dinastía y Snefru, el puesto más elevado lo ocupa el visir (taty). El título de «canciller del bajo
Egipto» cae en desuso y queda reemplazado por el de «canciller del dios», la palabra dios designa
en esta ocasión al faraón reinante. Los «cancilleres del dios» tienen a menudo a su cargo la
dirección de las expediciones reales a las minas, a las canteras o al extranjero.
El visir es un auténtico alter ego del rey. Entre las muchas atribuciones del visir es menester
mencionar la justicia; es el gran maestro de los «seis tribunales» y, en virtud de este título, posee
también, a partir de la V Dinastía, el de «sacerdote de Maât».
El tesoro es uno de los más importantes de los «departamentos» administrativos. En su origen
estaba compuesto por una «casa blanca» y por una «casa roja», pero en el Antiguo Imperio se
unificaron bajo el nombre de «doble casa blanca». Allí se recogían los cereales, lino, pieles,
cuerdas, etc., recibidos a modo de tributo. Estas mercancías se almacenaban en el «doble
granero», dirigido por un «jefe del doble granero». Cada nomo disponía de su doble granero,
imprescindible para remunerar al personal administrativo de la provincia y organizar los trabajos
de interés general.
Para funcionar bien, esta organización exige una descentralización extrema: el tesoro debe estar
capacitado para distribuir rápidamente las reservas que almacena sobre todo el territorio.
La organización administrativa de Egipto reposaba sobre el «escriba». En efecto, es él quien, a
nivel provincial, contabiliza los bienes y controla las entradas y, a escala central, reúne y clasifica la
documentación venida de las provincias, documentación que, a su vez, sirve de base a la
administración propiamente dicha que dirigen el visir y sus asistentes.
La vida económica:
La organización económica egipcia reposa enteramente sobre la agricultura, y la célula base de la
vida egipcia es la propiedad agrícola.
El rey era jurídicamente el único propietario de la tierra en Egipto. Uno de los rasgos
característicos de la propiedad egipcia es el de su parcelación.
La vida agrícola egipcia, fuente de toda riqueza, está sólidamente regulada por el Nilo a medida
que las aguas de la crecida se retiran.
El agricultor consagraba gran parte de su tiempo a los cultivos hortícolas.
Cuatro o cinco meses después de la siembra que había tenido lugar durante la estación peret,
comenzaba la siega, que ocupaba la mayor parte de la estación shemu.
Pero el Egipto del Imperio Antiguo no dependía sólo de los grandes cultivos para su subsistencia.
La ganadería, la caza y la pesca aún representaban un papel importante en la vida económica del
país.
La caza tenía un carácter religioso: los animales del desierto tenían, por esta misma razón, un
carácter maléfico, ya que dependían del dios Seth, hermano y enemigo de Osiris, y, por tanto, era
necesario destruirlos.
Egipto extraía grandes recursos de las marismas, que le proporcionaban el papiro, indispensable
para la administración y con el cual se fabricaban cuerdas y redes, así como embarcaciones ligeras
para la pesca y la caza en las espesuras de los pantanos. De hecho, el pescado era una de las bases
de la alimentación.
Todas las propiedades, privadas o eclesiásticas, estaban sometidas a la obligación de tributar al
tesoro.
Al lado de este gran comercio de exclusiva competencia real, el pequeño comercio no parece
exigir la existencia de una clase particular de la población. Los servicios se pagan en especie y el
pueblo parece que se conforma con cambiar lo que le sobra por los productos que desea.

La organización social:
En la cúspide de la escala social se encuentran el rey y la familia real, que puede ser muy
numerosa, pues al parecer el soberano, a diferencia de sus súbditos, puede tener varias esposas
legítimas, llevando el título de reina la primera en contraer matrimonio con él. Fuera de la familia
real no parece que haya habido verdadera nobleza hereditaria. La corte está formada por los altos
funcionarios y los servidores personales del soberano.
Los funcionarios son principalmente los escribas.
La función pública, cuando alcanza a los puestos superiores, es fuente de riqueza, y los altos
funcionarios se aprovechan de esta ventaja para adquirir propiedades que legan a sus
descendientes. Es posible, por tanto, que se esté formando una clase de propietarios territoriales
que viven de las rentas de sus fincas.
Por debajo de los escribas se hallan los labriegos y los artesanos.
El período de casi tres meses en que Egipto quedaba inundado liberaba a su vez a una gran parte
de la mano de obra; sin duda es en este momento cuando se construían las pirámides y los
monumentos erigidos en el desierto, al abrigo de la inundación.
Es muy posible que la población rural estuviera más o menos adscrita a la tierra, aunque algunos
contratos de trabajo hicieran posible la existencia de una mano de obra independiente de las
propiedades territoriales. No existía en absoluto el esclavo.

La religión:
La religión ocupa un importante lugar en la civilización faraónica. Se la puede considerar bajo dos
aspectos: el culto divino propiamente dicho y la religión funeraria. Mientras que la religión
propiamente dicha es local, cada provincia o nomo tiene su dios principal y sus dioses secundarios,
la característica de la religión funeraria es la universalidad: los dioses que presiden el culto de los
muertos son los mismos para todo Egipto y los ritos de inhumación son idénticos desde la primera
catarata hasta el Mediterráneo.
La religión popular, parece estar relacionada con el culto de los animales sagrados cuyo origen se
remonta al predinástico.
Los grandes dioses del Imperio Antiguo son: Atón-Re‘, en Heliópolis; Ptah, en Menfis; Thot, en
Hermópolis, y Min, en Coptos; este último es uno de los dioses conocidos desde más antiguo.
Osiris, dios originario del Delta de cuya existencia se tiene constancia desde la época arcaica,
adquiere cada vez más importancia, y se une poco a poco a dioses más antiguos, como Horus, el
dios-halcón adorado en numerosas localidades, y Anubis, el dios-perro de Asyut. Desde el Imperio
Antiguo los teólogos utilizaron el sincretismo.
La religión funeraria constituye probablemente el aspecto más característico de las creencias
egipcias, y la multiplicidad de sus orígenes la hacen muy compleja. Efectivamente, posee
simultáneamente: un aspecto subterráneo que se remonta a la época más antigua, cuando los
egipcios del Neolítico y del predinástico creían que los muertos continuaban viviendo en el suelo
donde habían sido depositados rodeados de sus armas y provisiones; un aspecto sideral que se
muestra por primera vez durante el predinástico, cuando ciertos sectores de la población creían
que el alma al separarse del cuerpo iba a refugiarse en las estrellas del cielo septentrional, y, por
último, un aspecto solar reservado únicamente al difunto real que alcanzaba la barca del dios Sol y
pasaba toda la eternidad en compañía de este último.
Hacia el final del Imperio Antiguo los tres aspectos tienden a fundirse en un solo sistema que, por
ello mismo, está lleno de contradicciones. El muerto vive en un mundo subterráneo en el que
gobierna Osiris, pero al mismo tiempo, gracias sobre todo a artificios mágicos, puede acompañar
al sol en su curso diurno y nocturno o vivir en las praderas celestes.
Paralelamente a la evolución de las creencias que se refieren a la vida de ultratumba se van
complicando cada vez más las prácticas de inhumación.
La necesidad de conservar el culto funerario es la causa que determinó la rápida evolución y más
tarde la decadencia del Imperio Antiguo. La realeza menfita se va a empobrecer a fuerza de
distribuir a sus funcionarios o a sus templos tierras reales cuyos ingresos se dedican al
aprovisionamiento de las tumbas.

EL FIN DEL IMPERIO ANTIGUO Y EL PRIMER PERÍODO INTERMEDIO:

Cuando los faraones de la VI Dinastía suceden a los de la V, el Imperio Antiguo está en su apogeo.
Cuatro reinados bastarán, para que Egipto pase de un régimen estable y fuerte a un estado de
anarquía total.

LA VI DINASTIA:
Teti, primer rey de la VI Dinastía. Habría un nuevo cambio de dinastía debido al hecho de que, al
no tener Unas heredero varón en línea directa, el derecho al trono era transmitido por la hija
mayor a su marido.
La VI Dinastía comprende seis, acaso siete, reinados muy desiguales en duración e importancia;
2350 al 2200 a.C.
1. Teti (Seheteptauy).
2. Userkare‘.
3. Pepi I.
4. Merenre‘ I.
5. Pepi II.
6. Merenre‘ II (Antyemsaf).
7. Nitocris.
Teti reinó durante unos doce años.
Pepi I reinó por lo menos cuarenta años, acaso cuarenta y nueve. Envió expediciones a Asia y a
Nubia. El hecho esencial de su reinado, por sus consecuencias, es su casamiento con las dos hijas
de un noble provinciano. Esta unión es un indicio de la importancia que las familias provincianas
están alcanzando en detrimento de una monarquía que comienza a debilitarse.
Merenre‘, hijo mayor de Pepi, reinó poco tiempo; es posible que estuviera asociado al trono como
corregente durante unos nueve años y reinara sólo unos cinco. Favoreció a la nobleza provincial.
Es el comienzo de una línea de grandes señores feudales.
Merenre‘ IIAntyemsaf, según el Papiro de Turín, sólo reinó un año. Es un hecho cierto que con la
desaparición de Pepi II comienza un período muy oscuro. Estamos ya en el confuso período
llamado por los historiadores el «Primer Período Intermedio».

Evolución política de Egipto bajo la VI Dinastía:


La VI Dinastía produce grandes cambios en la organización del estado. Con la VI Dinastía el poder
se descentraliza lentamente hasta caer en la anarquía.
Este fenómeno se explica fácilmente. Por una parte, la fortuna real disminuye progresivamente
por todas las donaciones a los templos y a los particulares. El rey ya no es la única potencia de
Egipto. A su lado adquieren importancia los grandes templos y, sobre todo, las familias
provincianas.
La nobleza provinciana ha sido sin duda la principal beneficiaria de esta generosidad del rey. Esto
se explica a su vez tanto por la necesidad, para asegurar la buena administración del país, de tener
en cada provincia un representante real provisto de amplios poderes, como, en segundo lugar y en
razón de las profundas creencias religiosas de los egipcios, por la tendencia de cada funcionario a
pedir y obtener la transmisión de su cargo a su hijo mayor, el cual debe proveer al culto funerario
del padre.
El jefe de provincia poseía, como representante del rey, casi todos los poderes: disponía de las
tropas de la provincia, dirigía las obras públicas, tenía la responsabilidad de los graneros reales,
ejercía el poder judicial. El único medio para el rey de limitar tales poderes hubiera sido cambiar
periódicamente a los nomarcas de puesto. Al dejar permanentemente a los gobernadores al frente
de un nomo y, además, al transferir el cargo al hijo mayor, los reyes de la VI Dinastía han sido los
artífices de la caída del Imperio Antiguo.
La expansión egipcia en Nubia y en Asia es sin duda el acontecimiento característico de la dinastía.

Conclusiones sobre los reinados de la VI Dinastía:


Bajo la VI Dinastía se asiste a un cambio de la situación y las provincias adquieren tanta
importancia como la capital. Los títulos de la administración central se multiplican. Existe una
debilitación indudable del poder central, pero lo más grave para este último es el hecho de que,
cada vez más, los funcionarios en activo obtienen del rey la transferencia de su cargo a sus hijos.
Cuando surgió una crisis dinástica a la muerte de Pepi II, por razones que desconocemos, la
administración centralizada de Menfis se hundió, según parece, bajo el golpe de una revolución
social. Esto es lo que se ha convenido en llamar el «Primer Período Intermedio».

EL PRIMER PERIODO INTERMEDIO:


Este período, que separa al Imperio Antiguo del Medio, es sin duda el más sombrío y el más
confuso de la historia de Egipto. Abarca a lo sumo del 2200 al 2040 a. C., y comprende desde la VII
Dinastía a la X y parte de la XI. Se pueden distinguir tres épocas diferentes; la primera se puede
definir como una época de rápida descomposición de lo que subsiste del Imperio Antiguo, y está
acompañada de revoluciones sociales e invasiones extranjeras. Abarca las VII y VIII Dinastías, cuya
capital permanece en Menfis, y su duración total no excede de unos cuarenta años.
Durante la segunda época los príncipes de Heracleópolis logran, al menos parcialmente,
apoderarse del poder. Existe un corto período de calma durante la IX Dinastía, pero las luchas
intestinas reaparecen a partir de la X. Como una parte del país está ocupada por extranjeros, los
nomos que permanecen independientes luchan entre sí: unos reconocen la autoridad de Tebas y
otros la de Heracleópolis.
La tercera y última época, que ciertos autores unen al Imperio Medio, ve el triunfo de los príncipes
de Tebas y el establecimiento de una nueva dinastía, la XI.
Las VII y VIII Dinastías y la revolución social:
La VII Dinastía aun cuenta con algunos reyes emparentados con la dinastía precedente.
La historia de esta dinastía es tan confusa que Manetón le atribuye 70 reyes que habrían reinado
setenta días.
Durante esta época es cuando se produjeron unos desordenes con carácter revolucionarios que
pusieron en tela de juicio el principio mismo de la monarquía.
Se debió abandonar la política de expansión egipcia en Asia, y sin duda en África, inaugurada por la
VI Dinastía. El poder central no parece, pues, estar en condiciones de enviar al extranjero más que
las expediciones indispensables para la prosperidad del país.
Esta ruptura de relaciones económicas con el extranjero se explica por las revueltas interiores que
las Amonestaciones describen prolijamente. Estas revueltas se manifiestan, sobre todo, por un
desorden social.
La VII Dinastía sería entonces falsa o correspondería a la época en la que el poder estaba en manos
de una oligarquía; época que se limitaría a cubrir el período, sin duda muy corto, de confusión y
anarquía que habría seguido a la caída del rey y que describen las Amonestaciones.
La VIII Dinastía permaneció en Menfis.
La debilidad creciente de la monarquía menfita se acusa en una serie de decretos reales que se
han encontrado grabados sobre las paredes del templo de Coptos. Desde la VII a la VIII Dinastía, se
ha concluido la evolución que ha transformado el cargo de nomarca, de una función real
revocable, en un señorío casi feudal transmitido de padres a hijos.

La IX Dinastía heracleopolitana (2160 a 2130 aproximadamente):


El poder de los últimos reyes de la VIII dinastía era cada vez más limitado: el Delta, ocupado por
extranjeros, escapa a su control; en el sur, el nomo tinita con la ciudad de Abidos, importante por
su papel religioso, lo mismo que el nomo de Elefantina, llave de Nubia, son independientes,
aunque reconocen la autoridad real. Al faraón no le queda más que una autoridad precaria sobre
la región menfita, y la fidelidad, pagada a alto precio, del nomo de Coptos.
Esta apariencia de poder va a ser arrancada a Demedjib Tauy, último rey de la dinastía, por la
rebelión del príncipe de Heracleópolis. Hacia el 2160, Meribre‘-Kheti se sublevó abiertamente y
asumió los títulos reales completos de rey del Alto y Bajo Egipto. Es éste el Kheti I de los
historiadores modernos, el Actoes de los escritores griegos.
Sólo nos han llegado completos cinco nombres de los 13 reyes que reinaron entonces:
1. Merybre‘-Kheti I.
2. … (nombre perdido).
3. Neferkare‘.
4. Nebkaure‘-Kheti II.
5. Setut.
6. a 13. (Nombres perdidos o incompletos).
Los nombres como Neferkare‘ y Nebkaure‘ indican que la dinastía se considera ligada a la tradición
monárquica menfita. El centro administrativo del reino parece haber permanecido en Menfis.
El fundador de la dinastía, Kheti I, su poder aparece reconocido por todo el Egipto libre.
La unidad monárquica restablecida por Kheti I parece que fue muy pronto o disputada o, al menos,
turbada por las querellas entre los nomos.

La X Dinastía (2130-2040) y la lucha contra Tebas (comienzo de la XI Dinastía):


Desde el final de la IX Dinastía, Tebas está organizada bajo la autoridad de príncipes que llevan el
nombre de Antef o Intef y se ha convertido en una de las provincias más poderosas del sur. Al
principio los príncipes tebanos reconocieron la autoridad del faraón heracleopolitano, pero poco
antes del 2130 se sublevaron contra el poder central y se titularon Reyes del Alto y Bajo Egipto, de
forma que durante bastante tiempo la X Dinastía heracleopolitana y la XI Dinastía tebana van a
reinar simultáneamente, una en el sur y otra en el norte:

X Dinastía (2130-2040) XI Dinastía (2133-2040)


Meryt Hathor, Sehertauy-Antef I, 2133-18
2130-20 Uahânkh-Antef II, 2117-68
Neferkare‘ II, Nekhtnebtepnefer-Antef III
Uahkare‘-Kheti III, 2120-2070 2068-60
Merikare‘ 2070-2040 Seânkhibtauy-Mentuhotep,
X … algunos meses 2060-2040
(la dinastía continúa luego
reinando sola)
Durante la IX Dinastía los príncipes de Tebas pudieron ir afirmando progresivamente su poder.
Desde la VIII Dinastía, o quizá ya bajo la VII, los príncipes, gobernadores de las provincias, se
hicieron independientes.
Tebas, antes de tomar el poder, se vio obligada a someter primero a los nomos del sur que le eran
hostiles y que se habían agrupado bajo la autoridad de Hieracómpolis.
Hacia el año 2120 la situación era la siguiente: los nomos del sur, hasta Tinis, obedecían a Tebas, y
los del Medio Egipto a Heracleópolis.
La victoria de Seânkhibtauy-Mentuhotep señala, según nosotros, el final del Primer Período
Intermedio. Lo mismo que los primeros reyes tinitas habían logrado unificar el país, la nueva
dinastía tebana restablece bajo su centro una autoridad única para todo Egipto. La fecha de 2040
fija así el comienzo de un nuevo período de la historia egipcia.
Las luchas intestinas entre las provincias quedan configuradas como luchas entre confederaciones
de nomos. Los agrupamientos debieron variar frecuentemente.
Nadie duda que el largo período de guerras intestinas que se extiende del año 2130 al 2040 haya
agotado a los propios jefes feudales.
En la reunificación de Egipto el papel desempeñado por Tebas es desde luego dominante.
En resumen, en el año 2040 a. C., Egipto se extendía desde la baja Nubia al Mediterráneo. Se tiene
a raya a los libios, nubios y asiáticos; el país puede en adelante rehacerse del largo período de
desórdenes y disensiones. Los faraones de la XI Dinastía van a consolidar lo adquirido, pero su
obra no pertenece ya al Primer Período Intermedio, sino que forma parte del Imperio Medio.

EL IMPERIO MEDIO:
Una inscripción de la XIX Dinastía asocia los nombres de Menes, Nebhepetre‘ y Ahmosis.
Los comienzos de la historia del Imperio Medio son aún oscuros.
Mentuhotep I, 2060-2010
reina con los nombres de Horus sucesivos de:
Seânkhibtauy, 2060-2040
Neteryhedjet, 2040-? (hacia 2025)
Sematauy, ?-2010
Mentuhotep II-Seânkhtauyef, 2009-1998
Mentuhotep III-Nebtauy, 1997-1991

MENTUHOTEP I (2060 – 2010):


Éste fue el comienzo de una nueva y breve guerra entre el sur y el norte, que llevó aparejada la
caída definitiva de Heracleópolis. Para conmemorar este acontecimiento que le convertía en
soberano de todo Egipto, Mentuhotep I tomó el nombre de Horus Neteryhedjet.
Después de esta victoria sin duda se produjeron una serie de combates esporádicos en el norte del
país que exigieron del nuevo soberano un esfuerzo de pacificación.
No se conoce la forma en que Mentuhotep I logró pacificar Egipto. Se puede pensar que usó tanto
la fuerza, ya que disponía de un ejército victorioso, como la diplomacia, pues los nomarcas,
especialmente los del Medio Egipto, eran poderosos todavía, y era prudente ganarlos por medio
de concesiones.
Para restaurar la autoridad central parece que Mentuhotep I utilizó un método simple: ya que la
capital estaba en Tebas, tomó como principales funcionarios a tebanos fieles a la dinastía.
Mediante la creación de nuevos puestos, Mentuhotep volvió a imponer el orden en un país
desorganizado por la guerra civil, demasiado larga, y al nombrar para estos puestos a hombres
fieles se aseguraba un control de los feudos sin recurrir a destituciones que posiblemente habrían
provocado nuevos disturbios.
No tardaron en hacerse sentir los efectos de esta reorganización de la administración, tanto en el
exterior como en el interior del país. Un rasgo característico del Primer Período Intermedio había
sido la interrupción de las relaciones de Egipto con los países vecinos. Tan pronto como fue
conseguida la pacificación, Mentuhotep volvió a establecer relaciones con el extranjero. Inauguran
el comienzo de una política de expansión hacia el sur que sería continuada por la XII Dinastía.
Mentuhotep I y sus sucesores van a emprender la conquista del sur. Bajo Mentuhotep I, la baja
Nubia (Uauat) no está todavía enteramente ocupada, pero ya paga un tributo, no vuelve a
oponerse al paso de las expediciones egipcias y proporciona ahora mercenarios al ejército tebano.
Hacia el este, Egipto reanuda su actividad en los desiertos limítrofes del valle.
Los oasis del desierto occidental son visitados por destacamentos armados y Mentuhotep I se
dedica a controlar los desiertos suroeste y sureste, por ambas partes de la baja Nubia.
Egipto, próspero en el interior y fuerte en el exterior, vuelve a ser un foco artístico activo, aunque
el interés de Mentuhotep I se haya manifestado principalmente en el alto Egipto, donde
engrandece los templos de Elefantina, de el Qab, de Tod, de Denderah y de Abidos.

MENTUHOTEP II-HORUS SEÂNKHTAUYEF (2009-1998):


Según parece, ya tenía una edad avanzada cuando asumió el poder, por lo menos cincuenta años,
y su reinado fue corto.
El reinado se empleó principalmente en las construcciones.

MENTUHOTEP III Y EL FINAL DE LA XI DINASTIA (1997-1991):


El reinado de Mentuhotep III fue corto.
La expedición del Punt y del Uadi Hammamat parece haber desempeñado un papel de extrema
importancia en la vida del visir Amenemmes.

AMENEMMES I Y EL ADVENIMIENTO DE LA XII DINASTÍA:


Hacia 1990 a. C. (1991, según Hayes), el visir Amenemmes subió al trono bajo el nombre de Horus
Sehetepibre‘: se trata del Amenemmes I (Amenemhat) de la XII Dinastía. Encontró una fuerte
oposición que es posible tomara el cariz de una guerra civil.
Lo cierto es que Amenemmes no descendía en línea directa de los faraones de la XI Dinastía.
Amenemmes I reorganizó Egipto después de los desórdenes del final del reinado de Mentuhotep
III. Restableció los límites de los nomos entre sí: «Hizo que una ciudad conociese su frontera con
otra, que se establecieran sus justas fronteras de una manera tan sólida como el cielo». Volvió a
hacer de Menfis la capital administrativa.
Amenemmes trasladó la capital de Tebas a Ittaui, en las proximidades de Menfis. Amenemmes
pretendía vigilar a sus súbditos desde su residencia, y, en casos de necesidad, mantenerlos en la
obediencia por medio de la fuerza.
Amenemmes no tenía solamente que reorganizar un país que acababa de salir de la anarquía, sino
que aún necesitaba rehabilitar el prestigio de la monarquía, que había sufrido mucho con las
luchas intestinas del Período Intermedio, en el que los reyes de la VII, VIII, IX y X Dinastías apenas
eran más poderosos que los nomarcas. Esta pérdida del prestigio real no sólo se manifiesta en el
ámbito político, sino que afecta también al moral.
Amenemmes I, por intermedio de literatos a su servicio, trata de relacionarse con la realeza de los
comienzos del Imperio menfita, especialmente con la de Snefru, que parece haber conservado el
prestigio que sus sucesores, más autoritarios, habían perdido. De esta manera es como,
posiblemente bajo la influencia de la religión y de la moral osiriana, parece haber tratado de
convertir a la realeza en más humana.
Para restaurar completamente el prestigio real sólo le quedaba a Amenemmes volver a someter a
los jefes de provincia a su autoridad directa y absoluta.
Aunque Amenemmes I no cambia nada en la organización de los nomos y respeta la herencia del
cargo de nomarca, trata, no obstante, de controlar la administración provincial, y para evitar
oposiciones en el momento de la sucesión se esfuerza por asegurar la continuidad de la
monarquía dentro de su línea. Consigue este doble objetivo mediante la instalación de revisores
reales junto a los nomarcas, y, además, por la institución de la corregencia del príncipe
primogénito en vida de su padre.
El control real en las provincias se ejerce principalmente sobre los impuestos que los nomos deben
al gobierno central.
En resumen, Amenemmes I restablece poco a poco un control real sobre las provincias por medio
del fisco, dejando a los gobernadores herederos de ellas una gran libertad y autoridad. La fijación
de las fronteras y el restablecimiento del catastro.
El tesoro real es, pues, uno de los organismos esenciales de la XII Dinastía.
En vida de Amenemmes I únicamente se habría conquistado la región que se extendía desde
Asuán hasta el límite septentrional de la segunda catarata. Sesostris I, una vez solo en el poder,
llevará mucho más lejos la penetración egipcia en el Sudán.
En el Imperio Medio, los habitantes de Libia representan siempre un peligro, y Amenemmes, para
proteger a Egipto de sus correrías, hace construir una fortaleza en el Uadi Natrun. En el año 30 de
su reinado, una vez conquistada la baja Nubia, Sesostris I dirigió una expedición al territorio de los
temehu. A la vuelta de esta campaña, que resultó victoriosa, es cuando se produjo una
sublevación palaciega en Ittaui, en el curso de la que Amenemmes I fue asesinado.
SESOSTRIS I (1971-1928):
Reinó durante treinta y ocho años. Sólo dos años antes de su muerte asoció al trono a su hijo
Amenemmes II. El reinado de Sesostris I fue un reinado de esplendor tanto en el exterior como en
el interior.
En el año 18, hacia 1954 a. C., se llegó más allá del reino de Kush.
Es posible que para consolidar estas conquistas Sesostris I hiciera entonces construir fortalezas a lo
largo del Nilo.
La política egipcia en Nubia estaba determinada principalmente por la búsqueda del oro. A partir
de Sesostris I comienzan a ser explotadas las minas de oro del Sudán en beneficio de Egipto, y,
poco a poco, la extracción del mineral aurífero se convertirá en la más importante fuente de
riqueza de Nubia.
La influencia exterior de Egipto no se limita a Nubia y a Asia. Las campañas militares en el sur,
durante la corregencia, estuvieron precedidas por una nueva ocupación de los desiertos orientales
y occidentales. Los egipcios llegaron entonces hasta los grandes oasis occidentales.
Al acabar el reinado de Sesostris I, la baja Nubia, desde la primera catarata hasta el sur de la
segunda catarata, está bajo el control egipcio.
La política interior de Sesostris I asegura la prosperidad material de la totalidad del país.
No parece que Sesostris I hubiera variado en nada la política de su padre con relación a los
nomarcas. Por lo general, la mayoría de éstos eran los hijos de los que habían sido nombrados por
Amenemmes I. Éstos aseguraron una buena administración provincial para Egipto, sin abusar,
según parece, de la independencia que les dio la herencia de su cargo y su fortuna personal. Todos
ellos permanecieron fieles a Sesostris I en el momento del asesinato de Amenemmes I y le
suministraron los contingentes de tropas necesarias para el ejército real.
Para ayudarle en la administración central, Sesostris I dispone también de visires.
Bajo Sesostris I se sucedieron por lo menos cinco visires, y cabría preguntarse si el rey,
continuando la política de su padre, no se habría esforzado por limitar el peligro de usurpación
dividiendo en dos la función del visir: habría tenido entonces dos visires, uno para el norte y otro
para el sur.
Durante el reinado de Sesostris I, permanece como jefe de la justicia y de la administración en su
conjunto. Él es quien promulga las leyes y conserva los archivos. Sus títulos de «jefe de los trabajos
reales» y de «tesorero en jefe» hacen de él el jefe de la economía del reino. Por tanto, tiene todos
los poderes, excepto el del ejército y el de la policía.
Con la ayuda de los nomarcas hereditarios y de los visires, Sesostris I continuó la reorganización de
la administración que había emprendido su padre. Esta reorganización produce muy pronto sus
frutos y el reinado de Sesostris I es un período de un gran desarrollo económico para Egipto.
Sin duda alguna, la empresa más importante de Sesostris I fue la restauración del Templo de
Heliópolis.
Por tanto, la restauración de Heliópolis se puede considerar en cierto sentido como un testimonio
de la reconciliación entre el norte y el sur, que pone punto final a las luchas fratricidas entre las
dos partes de Egipto.
El reinado de Sesostris I es uno de los más grandes de Egipto. Gracias a él la realeza vuelve a tener
todo su prestigio y poderío.

LOS SUCESORES DE SESOSTRIS I: AMENEMMES II Y SESOSTRIS II (1929-1878):


Amenemmes II (1929-1895). Las relaciones comerciales se extendieron también hacia el sureste.
Se estableció un puerto, Sau, en el Mar Rojo.
Sesostris II (1897-1878). Éste se interesó especialmente, como su abuelo, por el desarrollo del
Fayum.
Con la muerte de Sesostris II, que tuvo lugar hacia 1878, se acaba un período excelente en la
historia de Egipto.

SESOSTRIS III (1878-1843):


Bajo su reinado cuando el Egipto del Imperio Medio consigue su
apogeo.
Mientras que los primeros faraones de la dinastía, que había llegado al poder con la ayuda de los
señores feudales, se guardaron mucho de tocar las prerrogativas de los jefes provinciales, uno de
los primeros actos de Khakaure‘-Sesostris III fue suprimir el cargo mismo de nomarca.
Desde entonces las provincias se administran directamente desde la residencia real por tres
departamentos especializados (en egipcio, uaret): uno para el Norte (uaret del Norte), otro para el
Medio Egipto (uaret del Sur), y el tercero para el Alto Egipto (uaret de la Cabeza del Sur). Un alto
funcionario dirigía cada uno de estos departamentos con la ayuda de un subdirector, de un
Consejo (djadjat) y de funcionarios subalternos. El conjunto de esta administración provincial
estaba bajo las órdenes de un visir.
La segunda realización de Sesostris III es la recuperación, por la fuerza, de Nubia.
Sesostris III comenzó por reafirmar la base de partida de las expediciones acondicionando y
limpiando los canales que permitían a los navíos egipcios franquear los rápidos de la primera
catarata. En el año 8, una vez terminados estos trabajos, el Rey lanzó la primera campaña «para
destruir a Kush la despreciable».
A pesar de estas guerras en el interior de su territorio, Sesostris no llegó a acabar con el peligro
latente que representaban los nubios. Por ello se ocupó de fortificar sólidamente la frontera allí
donde ésta era más fácil de defender, es decir, entre Semnah y Buhen.
Respecto a Asia, Sesostris III rompe con la política de sus predecesores. Cesa la coexistencia
pacífica de los egipcios y de los asiáticos en el Sinaí, y las expediciones mineras deben ser
apoyadas militarmente.

AMENEMMES III (1842-1797):


Permaneció en el poder durante 45 años. Este largo reinado se consagró al desarrollo económico
del país.
Intensidad de la explotación de las reservas mineras del Sinaí. Se mejoraron allí las instalaciones y
se engrandeció considerablemente el templo de Hathor.
Amenemmes III finalizó el establecimiento del sistema de diques y canales que, al regularizar y
controlar la llegada de las aguas del Nilo por el Bahr Yúsef, permitió revalorizar una gran extensión
de terreno en la depresión del Fayum.

EL REY HOR Y AMENEMMES IV (1798-1790):


Es posible que uno de los hijos de Amenemmes III, después de haber reinado varios años
conjuntamente con su padre haya desaparecido antes que él. De esta forma se pueden explicar los
monumentos de un tal rey Hor.
Amenemmes IV, que según los monumentos y las listas reales sucedió directamente a su padre
Amenemmes III, no reinó más de nueve años, tres meses y veintisiete días (Papiro de Turín).
Durante él la influencia egipcia se siguió extendiendo a Asia.

SEBEKNEFRURE ‘ (179-1786):
El último soberano de la XII Dinastía fue una mujer: Sebeknefrure‘ o Sebekneferu. Sin duda era hija
de Amenemmes III y hermana o hermanastra de Amenemmes IV. Sólo reinó algo más de tres años.
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA BAJO EL IMPERIO MEDIO:
La civilización egipcia conoció durante el Imperio Medio una de sus épocas más brillantes. El poder
real, totalmente restaurado bajo Sesostris III, hizo difundirse la cultura egipcia no solamente
dentro de sus fronteras sino también en el exterior del país. Desde entonces el pasillo sirio-
palestino y la alta Nubia, sin estar directamente bajo la autoridad del faraón, se impregnan cada
vez más del arte y de la literatura egipcia.
Así, después del eclipse del Primer Período Intermedio, los faraones del fin de la XI Dinastía y de la
XII han sabido volver a dar a Egipto una prosperidad incomparable, prosperidad que, por la fuerza
de los hechos, se tradujo por una plenitud de la cultura en todas sus manifestaciones.

EL SEGUNDO PERIODO INTERMEDIO Y LA INVASIÓN DE EGIPTO POR LOS HICSOS:

EGIPTO ANTES DE LOS HICSOS (XIII Y XIV DINASTÍA):


La XIII Dinastía, que inaugura el reinado de Sebekhotep I, permaneció en el poder un poco más de
ciento cincuenta años (1786 a 163 a.C.).
La influencia egipcia en el exterior se deja sentir todavía bajo el segundo sucesor de Amenmmes-
Senbuf: Sehetep-ibre’ II.
Muchos de estos soberanos no eran de origen real.
Numerosos papiros nos dejan sospechar que aunque los reyes eran efímeros, los visires podían
conservar su cargo durante varios reinos. De esto a admitir que el poder realmente le pertenecía
al visir y no al rey.
A la inestabilidad de la persona real se contrapone la continuidad de la administración, como
atestigua la existencia de archivos que nos muestran la actividad de servicios tales como el tesoro
o la «oficina de trabajo».
La caída de Menfis marca el final de la XIII Dinastía.
Hacia el año 1650 a. C. la decadencia de la XIII Dinastía, incluso en la región tebana, es tal que una
nueva dinastía va a intentar salvar la independencia de lo que queda del territorio nacional; ésta
será la XVII Dinastía, que después de haber reconocido durante largo tiempo la soberanía de los
hicsos logró sacudirse el yugo extranjero.
LOS HICOSOS (XV Y XVI DINASTIAS):
La invasión de Egipto por los hicsos no debió tener realmente el carácter brutal que le atribuye
Manetón, y en la actualidad se admite que conviene mejor hablar de una infiltración progresiva
que de una invasión propiamente dicha. Además los invasores no pertenecían a una raza única:
era una reunión heterogénea de los habitantes del Asia occidental.
Entre el final de la XII Dinastía y la mitad de la XIII habitaban en Egipto numerosos asiáticos (cf.
más arriba), la infiltración de los hicsos propiamente dicha comenzó, sobre todo, después de los
reinados de Neferhotep I-Sebekhotep IV, es decir, a partir de 1720 aproximadamente hasta 1700.
El suceso mismo debió producirse en el año 1720 a. C., lo que fija de modo satisfactorio la fecha de
aparición de los hicsos en el Delta oriental, donde se encuentra Avaris, muy cerca de la frontera
oriental de Egipto.
Sólidamente instalados en el Delta en el año 1720 a. C., hará falta todavía que transcurran
cuarenta y seis años para que los hicsos lleguen hasta Menfis. Durante este lapso de tiempo
conquistan los nomos del Delta, con la excepción, ya lo hemos dicho, de los del oeste, que
permanecieron bajo la autoridad de los faraones de la XIV Dinastía. Una vez que han conseguido
apoderarse de Menfis, los hicsos se van a considerar como los legítimos soberanos de todo Egipto,
es el origen de la XV Dinastía.
Del texto de Manetón se deduce que Avaris era la plaza fuerte de donde los reyes hicsos sacaban
su poderío. Bajo la XVI Dinastía, cuando ya estaba trabada la guerra con el sur, es la capital de
éstos.
La administración egipcia se abrió a los funcionarios extranjeros.
Su actividad se extendía desde Gaza, en Palestina, hasta Kerma, en el corazón del Sudán. A pesar
de todo, al lado de los funcionarios extranjeros, los egipcios permanecieron al servicio de los
invasores.
Si las relaciones comerciales entre el Egipto hicso de Khian y los países del Mediterráneo son muy
estrechas, con el sur, por el contrario, se debilitan y no se encuentran en Kerma ni escarabajos ni
impresiones de sellos con el nombre del gran soberano hicso. Por ello se ha deducido que a partir
de esta época se estableció en la baja Nubia un reinado nubio independiente, que gobernaba el
país desde Elefantina a Semnah.
Los egipcios de Tebas y los hicsos parecen mantener buenas relaciones durante el reinado de
Apofis I; sólo al final de este reinado Egipto del Sur comienza a rebelarse contra sus soberanos
asiáticos.
Los hicsos sólo serán expulsados definitivamente bajo Amosis, segundo sucesor de Sekenenre’.
Junto a los seis reyes hicsos que forman la XV Dinastía y a los que se llama a veces «los grandes
hicsos», otros soberanos extranjeros reinaron en la misma época de Egipto: son los «pequeños
hicsos», que forman la XVI Dinastía. Parece que sus poderes se limitaron a territorios de pequeña
extensión.
Los reyes de la XVI Dinastía parecen haber sido contemporáneos de la XV Dinastía, pero se trata
más bien de príncipes locales que de verdaderos soberanos.
Los autores egipcios, desde los escribas de la XVIII Dinastía hasta Manetón, coinciden en hacer de
la época de los hicsos un período de abominación. Los hechos no parecen justificar este severo
juicio. Es evidente que los hicsos respetaron la civilización egipcia.
Sólo al final de su ocupación de Egipto los hicsos introdujeron en el valle del Nilo el carro de
guerra, nuevos tipos de dagas y espadas, el bronce y el temible arco «compuesto» de origen
asiático. Los hicsos se sirvieron de estas innovaciones para intentar mantener su poder político
contra la agitación creciente de sus súbditos egipcios, y no las utilizaron para afianzar su dominio.
En resumen, se ve que la dominación de los hicsos consistió principalmente en un cambio de la
dirección política (los recién llegados se aprovecharon de la decadencia política que siguió a la XII
Dinastía para imponerse a una mayoría mal gobernada) más que en una invasión por un grupo
étnico único, numéricamente importante y mejor armado que los egipcios.
Establecidos en Egipto, los hicsos adoptaron mucho de aquellos a los que dominaban
políticamente. Sus soberanos utilizaron la escritura jeroglífica.
Adoptaron los dioses egipcios. Aunque tuvieron una preferencia por Seth, al que asimilaron a Baal
o Reshep, no les impidió adorar a Re.
Los reyes hicsos fomentaron la vida intelectual.
Si los hicsos tomaron mucho de los egipcios, en cambio les aportaron dos cosas esenciales, como
subraya con energía W. C. Hayes: les quitaron definitivamente el complejo de superioridad que les
hacía juzgarse a salvo en sus valles y superiores a sus vecinos, y, por otra parte, los pusieron en
contacto estrecho con los asiáticos, de los cuales ellos mismos formaban parte.

EL REINO DE TEBAS Y LA EXPULSION DE LOS HICSOS (XVII DINASTIA, 1650-1567


APROXIMADAMENTE):
La XVII Dinastía, que va a lograr sacudirse definitivamente el yugo de los hicsos, no tuvo de hecho
independencia real y autoridad sobre la mayor parte de Egipto hasta sus tres últimos soberanos.
Los primeros príncipes tebanos aparecen hacia el 1650 a. C., es decir, durante el reinado de uno de
los primeros faraones hicsos y cuando, según Manetón y el Papiro de Turín, la XIII Dinastía estaba
todavía teóricamente en el poder. Esto es suficiente para decir lo confusa que estaba entonces la
situación en el alto Egipto, donde tres poderes se superponían.
Es probable que el territorio gobernado por los reyes tebanos no sobrepasase los ocho primeros
nomos del alto Egipto, desde Elefantina hasta Abidos. Los otros nomos estaban dirigidos por los
sucesores de la XIII Dinastía. La baja Nubia, aunque sin duda seguía en buenas relaciones con
Egipto del Sur, es ya independiente y forma el reino de Kush, gobernado por una familia sudanesa.
La capital de este nuevo reino es Buhen.
El norte de Egipto estaba directamente administrado por los faraones hicsos que, además, fijaban
impuestos sobre todo el país, que así se reconocía por completo vasallo del poder hicso.
Los príncipes tebanos se organizan para paliar las dificultades que les crean el poder asiático en el
norte y el de los nuevos soberanos de Kush en el sur.
Los tebanos utilizaron lo más posible los materiales a su disposición, y lograron crear así un estilo
provincial dentro de la tradición de la XII Dinastía, pero más rudo, donde se cree adivinar la
energía que va a permitirles reconquistar el territorio nacional.
Como todos los egipcios, los faraones de la XVII Dinastía eran muy religiosos.
«Pues sucedió que el país de Egipto cayó en la miseria y ya no existía señor como rey de (este)
tiempo. Y sucedió que el rey Sekenenre‘ fue entonces regente de la ciudad del sur (Tebas). Pero la
miseria reinaba en la ciudad de los asiáticos, estando el príncipe Apopi en Avaris. Todo el país le
hacía ofrendas con sus tributos».
Sekenenre‘ en el sur no es más que un vasallo del rey hicso quien, en Avaris, gobierna al menos
nominalmente a todo el país, que le rinde tributo.
Por tanto, las hostilidades entre príncipes tebanos y reyes hicsos no debieron comenzar hasta el
reinado de Sekenenre‘-Taâ II.
Al principio del reinado, Kames, como su padre Sekenenre‘, no gobierna aún más que una parte de
Egipto y que el país sigue estando en gran parte bajo la autoridad de los reyes de Avaris. Hacia el
sur, la baja Nubia, que pertenecía a Egipto durante la XII Dinastía, y sin duda la XIII, es ya
independiente bajo el cetro del rey de Kush.
En los comienzos de las guerras de liberación, al menos una parte de los egipcios permaneció fiel,
sin duda, a los hicsos en contra de los tebanos. Los soberanos locales desaparecen conforme
avanzan los tebanos y es probable que opusieran una cierta resistencia a las tropas del sur.
Las campañas contra los hicsos sólo fueron posibles, por parte egipcia, con la ayuda de
mercenarios nubios, que eran numerosos en el ejército de Kames.
La incursión egipcia penetró profundamente en territorio hicso, ya que llegó hasta las murallas de
Avaris. Sin embargo, el poder tebano no es aún suficientemente potente para mantenerse en esta
región y el ejército vuelve a su punto de partida. No obstante, la frontera norte retrocedió, y
parece que en lo sucesivo quedó establecida en Atfieh, a la entrada del Fayum y en las
proximidades de Menfis. De allí partirán las campañas del sucesor de Kames, Ahmosis. Estas
campañas fueron largas y todavía durante varios años los combates entre hicsos y tebanos se
desarrollaron en terreno egipcio, pero con ello entramos en la historia del Imperio Nuevo.
Hasta los comienzos del reinado de Apofis I Egipto estuvo enteramente en manos de los hicsos.
Sekenenre‘-Taâ II el Bravo fue vasallo de Apofis durante todo su reinado, puesto que su hijo, al
principio de su propio reinado, está en la misma situación que él. Sólo después del año 3 y de la
reconquista de Egipto hasta Atfieh Kames llegó a ser realmente rey de Egipto y el propio Apofis
reconoció su independencia.
Cuando finalizó el Segundo Período Intermedio con la desaparición de Kames y la subida al trono
de Ahmosis, el territorio egipcio no estaba aún enteramente liberado, pero la autoridad del faraón
estaba suficientemente restablecida para justificar los títulos de Kames, que tomó orgullosamente
la titulación completa de los grandes faraones de la XII Dinastía.
Cuando Egipto surgió reunificado de la larga crisis, todavía tan mal conocida, que nosotros
denominamos el Segundo Período Intermedio, la situación no era ya ni volvería a ser como la de
los Imperios Antiguo y Medio.
En el sur se establecieron nuevos pueblos, o bien los antiguos habitantes se organizaron,
convirtiéndose en amenaza para Egipto. En el este, el antiguo equilibrio de fuerzas se modificó
profundamente: se crearon nuevos imperios, todo el Oriente Medio entró en ebullición.
Los hicsos, al final de su ocupación, utilizaron contra Egipto todos los recursos nuevos de que
disponían (los carros de combate y nuevas armas más mortíferas) y los soberanos tebanos no
pudieron llegar al final más que empleando con abundancia tropas mercenarias africanas.
Cuando tomaron el poder en el año 2000 a. C., los soberanos tebanos de la XII Dinastía instalaron
su capital muy cerca del Delta para poder gobernar todo Egipto. Los soberanos de la XVIII Dinastía,
después de haber reconquistado todo el valle del Nilo, conservaron la capital en Tebas. Sólo los
recursos del alto valle africano podían permitir a Egipto desempeñar el papel de una gran
potencia. Pero para conquistar, colonizar y controlar estas regiones tuvo necesidad de estar lo más
cerca posible de la frontera de la primera catarata y el Delta estaba demasiado lejos. No es casual
que al establecimiento de la capital en Tebas corresponda la conquista del Sudán hasta la cuarta
catarata.

TOMO 3:
EL IMPERIO NUEVO EN EGIPTO:

LA XVIII DINASTIA (HACIA 1550-1314):


Correspondía a los tebanos llevar a cabo la pacificación interior y la reorganización de la tierra de
Egipto.
Los primeros reyes del Imperio Nuevo, Ahmosis (1552-1527) y Amenofis I (1527-1506). Al parecer
la continuidad dinástica quedó asegurada por Ahmosis mediante una coronación anticipada de
Amenofis en los últimos años de su reinado.
Se puede atribuir a los vencedores de los hicsos la iniciativa de aquellas disposiciones que
caracterizan toda la historia de la dinastía, tales como la redistribución de tierras a favor de la
corona, de los militares, y, sobre todo, del dios de Tebas.
Con la XVIII Dinastía importantes ciudades del Delta se convierten en centros dedicados a Amón.
Con la XVII Dinastía, el señor de Kárnak se había confirmado como el protector más importante de
la monarquía del sur.
Amenofis I fue considerado por las gentes de Tebas como uno de los santos fundadores de su
ciudad.
En el Imperio Medio, la función de «esposa (o adoratriz) divina» era ejercida por mujeres que no
eran de la realeza, pero al final de la XVII Dinastía le correspondió a una cierta princesa Ahmose
(quizás una hermana de Ahmosis) y durante mucho tiempo se transmitió entre las parientes más
próximas del faraón.
Una originalidad notable de la familia real, al final de la XVII Dinastía y principio de la XVIII, fue la
práctica del matrimonio consanguíneo.
Los reyes nacidos de esposas secundarias debían «legitimar» su soberanía tomando como esposa
a una princesa nacida de un rey anterior y su gran hermana-esposa. Este postulado pareció
confirmar la existencia de tendencias de base matriarcales en las instituciones egipcias.
Los factores de la legitimidad del faraón son, desde el punto de vista teológico, la libre elección de
la divinidad que predestina a tal o cual príncipe, formado «en proyecto» para acceder a la realeza,
y, desde el político, la designación eventual como heredero.
Al primer Amenofis sucedió Thutmosis, nacido de un tal Senseneb. Thutmosis I (1506-1494) dio a
la joven dinastía su dimensión nacional e internacional. Sobre la orilla izquierda de Tebas este
soberano inaugura una nueva forma de inhumación real. Es el primero que se excava una tumba
en la depresión mundialmente conocida como «El Valle de los Reyes».
Thutmosis comienza una política de expansión que lleva a su ejército hasta el Éufrates, por el
norte.
Thutmosis II, hijo de Thutmosis I, su reinado fue muy corto (1494-1490). Nacido asimismo de una
esposa secundaria, Mutnefert, tomó como esposa principal a Hatshepsut, «esposa del dios», su
hermanastra, hija primogénita de Thutmosis I y de Ahmosis. Thutmosis III fue confirmado
públicamente como heredero por el oráculo de Amón y puede ser que incluso asociado
formalmente al trono. La poca edad de Thutmosis III, apenas un adolescente, dejó el campo libre a
la viuda que se asoció, «como esposa del dios», a su hija primogénita Nefrure‘.
Hatshepsut adoptó, como todo faraón de esta época, un protocolo oficial de cinco títulos seguidos
de cinco nombres; tanto los títulos como los nombres iban en femenino. En lo sucesivo, Egipto
tuvo oficialmente dos soberanos.
Después de la desaparición de la extraordinaria reina-rey, Thutmosis III, único amo se encarnizó
contra la memoria de su predecesora.
El gobierno de Hatshepsut consolidó la dominación egipcia en Nubia.
La vida política, la economía y la cultura de la XVIII Dinastía están muy determinadas por su
imperialismo.
Una consecuencia de esta política belicosa fue la aparición a orillas del Nilo de un ejército
profesional.
Al parecer, los conquistadores del Imperio Medio constituían sus fuerzas ofensivas armando a los
mejores elementos de su propio distrito y a los jóvenes de provincias en caso de necesidad. Los
adversarios de los hicsos debieron recurrir, al mismo procedimiento, la constitución de una clase
militar hereditaria. Aparece un arma nueva, los carros de combate, que los hicsos habían recibido
de los principados hurritas. Es probable que la organización de cuadros militares fuera obra del
gran Thutmosis I. Pasa de padre a hijo el oficio de infante, remero, conductor o combatiente de
carros de guerra. Un cuerpo de escribas controla las unidades y se ocupa de los servicios logísticos,
especialmente de las caballerizas y de los arsenales.
Desde los tiempos de Ahmosis, la administración de los territorios conquistados se confiaba a un
«gobernador de los países del sur» que tenía categoría de «hijo real» (se le llamará «hijo real de
Kush» a partir del reinado de Thutmosis IV). Esta administración se fue perfeccionando y
diferenciando poco a poco: división del país en dos zonas (Uauat, entre las dos primeras cataratas,
y Kush, más allá), creación de contingentes militares especiales, los «arqueros de Kush», y de
servicios administrativos particulares.
La despoblación, el empobrecimiento, la acentuada escasez de recursos y la reducción del régimen
colonial a un simple sistema de explotación, todo ello consecuencia de la disminución del caudal
del Nilo y de un sistema tributario que gravaba incluso al trigo y contribuía al desmonte fue el
destino de Nubia y Dongolah bajo las ahmósidas. La incorporación fuera de Nubia de los mejores
guerreros en ciertos cuerpos de élite del ejército egipcio, la exportación de servidores y de
trabajadores agrícolas y, según se cree, un éxodo por retorno al nomadismo y huida hacia las
estepas meridionales de pequeñas comunidades de pastores-campesinos, transformaron Kush y
Uauat en una tierra de nadie. En el apogeo del Imperio, Thutmosis IV, y después Amenofis III,
debieron mandar a sus tropas para quebrantar la agresividad de los beduinos de la baja Nubia. Al
sur de la tercera catarata.
Thutmosis hizo una campaña en la que llegó prácticamente a los límites más lejanos que jamás
han alcanzado los ejércitos faraónicos, y con ella penetró muy profundamente en los territorios
dependientes de Mitanni. Después de su campaña en Nubia, aún hizo una nueva incursión en Asia,
derrotó al rey de Mitanni y a sus carros en su propio territorio y cazó elefantes en la región de Niya
(Apamé).
Thutmosis II (1494-1490), siguiendo en algo la política de su padre, pacificó a los beduinos shasu.
Estas campañas de ambos Thutmosis bastaron para hacer que parte del terreno sirio-palestino
pasara a integrarse en el dominio egipcio.
Hatshepsut no renunció seguramente a su dominio teórico sobre Asia, pero es evidente que el
Imperio se desmoronó y que mientras tanto Mitanni consolidaba sus posiciones. Cuando
Thutmosis III se emancipó (1468), Palestina había sacudido el yugo e incluso Sharuhen había sido
evacuado.
Desde 1466 a 1448 el rey fue casi cada año a Asia para mostrar su fuerza y sofocar rebeliones más
o menos extendidas, especialmente en los confines de sus posesiones.
Hacia 1448, se firmó un tratado por el cual Mitanni aceptaba que Egipto extendiera su dominio
hasta el Orontes medio y las montañas amorreas.
En la primera mitad de su reinado, Amenofis II (1438-1412), tuvo que volver a combatir
duramente.
Thutmosis IV tuvo que reducir Gazer, en Palestina meridional, y que se enfrentó con Mitanni.
Bajo Thutmosis y Amenofis, la organización refinada y la riqueza de la XVIII Dinastía se manifiesta
en todo su esplendor. El poder político está teóricamente sólo en manos del rey, que designa por
sí mismo a los más altos dignatarios militares, sacerdotales y civiles. La administración es un
organismo ejecutor, no un ministerio con capacidad de decisión. Para realizar su función, la
burocracia evoluciona de una manera compleja. En adelante hay dos visires, uno para el alto y otro
para el bajo Egipto. Aparte del tesorero que administra las reservas personales del rey y del «gran
mayordomo» que administra las propiedades territoriales, el «director del tesoro» y los
«directores de los graneros» coordinan la producción y los impuestos. Una jerarquía muy
diferenciada se ocupa de las casas de las reinas, de los grandes y pequeños templos y del
todopoderoso Amón.
El rey es el director máximo de las obras y participa en principio en la elaboración de los proyectos.
La distancia que separa a las divinidades de los humildes mortales y, por tanto, la piedad personal,
disminuyó bajo la XVIII Dinastía.
La administración interior no plantea graves problemas. El equilibrio entre Tebas y la provincia
está asegurado. El poder se va distanciando directamente del pesado patrocinio de Amón.
Amenofis IV – Akhenatón (1364-1347) extraordinario período que fue la herejía llamado
«amarniense», nombre derivado de el-Amarna (Tell el-‘Amārna), el lugar donde se encuentra la
capital del rey-profeta.
La palabra atón, en su origen, no designa un dios, una persona a la que se rinde un culto, sino que
designa el objeto «sol» que se ve en el cielo bajo la forma de un disco lenticular llameante.
La revolución fue el fruto del pensamiento del mismo soberano y lleva la marca de su
personalidad.
Aprovechando el absolutismo, el rey-profeta sustituyó esta monarquía tradicionalista, ajustada en
sus leyes fundamentales por un suave totalitarismo personal.
Durante cuatro o cinco años toleró el culto del Señor de Tebas y mantuvo el puesto de primer
profeta de Amón, absteniéndose de entablar un conflicto brutal con el dios y sus servidores.
La herejía se desarrolló por etapas. Antes del quinto año, los monumentos muestran a Amenofis
rindiendo homenaje a las divinidades clásicas. Pronto la efigie tradicional de Re‘-Harakhte, un
hombre con cabeza de halcón, es sustituida por una representación más positivista, la de un disco
del cual descienden rayos que se terminan en unas manos que tienden el símbolo de la vida.
En el año cuarto, Amenofis decide alejarse de este mundo reprobado; no lejos de Hermópolis
comienza a construir su residencia de Tell el-Amarna, en la que se instalará en el año sexto.
Hemos dicho Akhenatón (literalmente, «Útil para el Disco») porque a partir del año quinto el rey
se llamó así y no volvió a llamarse Amenofis, mientras que Nefertiti recibió el nombre de Nefer-
neferu-Atón, proclamando la realización perfecta de la revelación. Ahora la ruptura con el culto
mayor de la dinastía se ha consumado, por reacción contra las «perversas conversaciones»
renovadas por sus sacerdotes. Se toman nuevas medidas que despojaron a Amón de sus inmensos
bienes. El sol Re‘, bajo el aspecto de Atón, crea y recrea el mundo cada día; dando el Nilo y las
lluvias, haciendo crecer las plantas, etc., es la providencia; los difuntos, gracias al soplo que les
dispensa, gozan diariamente de los placeres de el-Amarna, bajo la forma de «almas vivas». Único
objeto de culto en el cielo, el sol (Re‘), visible por su único disco (Atón).
Durante todo el reinado funcionaron importantes templos de Atón en Menfis y Heliópolis. El
nombre y la imagen de Amón fueron borrados de casi todos los edificios públicos y privados de
Tebas, de los grandes templos del país y, esporádicamente, de las estelas privadas colocadas en
lugares santos de la provincia. Los atonistas se abstuvieron prudentemente de enfrentarse con las
creencias particularistas de los provincianos y se contentaron con desinteresarse de ellas. Los
templos continuaron funcionando, bien que mal, gracias al fervor de los pueblos, que no podían
renunciar a su devoción habitual.
Tutânkhatón estaba casado con Ânkhesenpaatón, tercera hija de Akhenatón. La joven pareja real,
rebautizada con los nombres de Tutânkhamón y Ânkhesenamón, debió abjurar y en el año cuarto
se dio un decreto en Menfis que denunciaba el mal ocasionado a Egipto por el olvido a los dioses
tradicionales, enriquecía a Ptah y restablecía solemnemente el culto a Amón. Cuando murió el
pequeño rey, después de diez años de reinado (1347-1338), se reveló el contraste entre la
mentalidad de los medios atonistas y el fiero nacionalismo egipcio por un episodio inaudito: la
viuda pidió al rey hitita, Shuppiluliuma, que le enviase uno de sus hijos con el fin de desposarlo y
hacerle rey de Egipto. El pretendiente hitita fue asesinado. Ay (1338-1334) subió al trono.
Horemheb debió esperar la muerte del viejo renegado para subir al trono. Las listas oficiales de los
reyes, bajo Ramsés, ignorarían a Ay y a Tutânkhamón tanto más cuanto que el «enemigo de el-
Amarna», Horemheb, era considerado como el heredero directo del gran Amenofis III.
Verdadero fundador de la XIX Dinastía, ya que el que escogió como visir y erpâ era el futuro
Ramsés I, Horemheb (1334-1309) publicó un edicto legislativo para reprimir el abuso de poder que
se había hecho habitual entre los agentes del fisco, los magistrados y la soldadesca gracias a las
crisis. Se restableció la economía de los templos y se reconstruyó la jerarquía eclesiástica
escogiendo a los titulares «entre lo mejor del ejército».
Había nacido un nuevo Egipto, pero ahora debía defender sus posiciones en Asia.
Cuando Ramsés I pasó a ser rey, Egipto y los hititas permanecerían enfrentados.

LOS RAMESIDAS (1309-1080):


Comienzos de la Dinastía XIX: Ramsés I y Sethi I:
El futuro rey era, de nuevo un hombre de ascendencia no real, ya que el título de «hijo del rey»
era puramente honorífico: Ramsés no era hijo de Horemheb ni de ningún otro rey, sino de un «jefe
de arqueros».
Al igual que antes, en el caso de Horemheb, las razones de que el heredero al trono sea un
soldado resultan obvias. Se trataba de la necesidad de una persona enérgica que se enfrentara a
los inquietos vecinos orientales de Egipto en Palestina y Siria. Sin embargo, cuando murió
Horemheb, tras un reinado bastante largo, Ramsés era demasiado anciano para atender a sus
muchos deberes y tuvo que delegar parte de sus funciones en su hijo Sethi.
La importancia de Ramsés I se debe menos a las realizaciones de su breve reinado que al hecho de
haber llevado al poder una nueva dinastía. Esta dinastía, la decimonona en la estimación de
Manetón, se esforzó enérgicamente en restaurar el imperio fundado por sus predecesores y en
preservarlo de ataques procedentes del exterior.
Tan pronto como Sethi I ascendió al trono se puso en marcha (o, mejor dicho, condujo su carro de
combate) por el camino que llevaba desde la fortaleza fronteriza egipcia de Sila (hoy Tell Abu
Safah, cerca de el-Kantarah), y a través del desierto de la península del Sinaí a poca distancia del
Mediterráneo, hasta Rafia (actual Rafa) en la frontera de Palestina.
Se ha admitido que Sethi I siguió en su guerra asiática la estrategia antes adoptada por Thutmosis
III en su conquista de Palestina y Siria. Por tanto posiblemente Sethi I, una vez conquistada esta
primera, siguió en dirección oeste hasta el mar con el fin de dejar seguros los puertos antes de
volver a aventurarse por el interior de Siria.
Sethi I combatió también en la frontera occidental de Egipto, y entre los relieves de Kárnak figuran
dos batallas victoriosas contra los libios, y una estela de su cuarto u octavo año, encontrada en
Amara, en el Sudán occidental, relata su campaña contra una desconocida tierra nubia de Irem.
Cuando Sethi I murió a sus sesenta y tantos años, aún fuerte y bien conservado, tocó a su hijo y
sucesor, Ramsés II, la tarea de terminar las obras con éxito.

Ramses II:
El nuevo rey hubo de resolver muy a comienzos de su reinado un importante problema: el
nombramiento de un alto sacerdote de Amón en Tebas. Éste era el cargo sacerdotal de más peso
en el país, y quedó vacante a la muerte del alto sacerdote Nebentēr, cuyo hijo Paser había sido
visir desde tiempos de Sethi I, con lo que ocupaba el segundo puesto en la administración,
inmediatamente tras el rey. Ramsés deseaba apartar del alto sacerdocio a esta poderosa familia
tebana.
Se dice que, desde Abidos, Ramsés se dirigió hacia el norte a Pi-Ramsés-miamūn, «Casa de Ramsés
miamūn», ciudad del nordeste del Delta que había sido elegida como residencia. Está en la parte
de Egipto de donde procedían los antepasados de Ramsés; su situación cerca de Palestina y Siria,
posesiones que pronto tuvo que defender Ramsés, la hacían mucho más adecuada para residencia
y capital que la apartada Tebas.
Ramsés II, antes de pasar a ocuparse de Asia, tuvo que hacer frente a un ataque de los piratas
sharden, luego habitantes de Cerdeña, a la que dieron nombre, si bien probablemente en aquella
época estuvieran establecidos en las islas del mar Egeo. Ramsés logró aplastar con éxito el
desembarco de los sharden y debió hacer gran número de cautivos que quedaron incorporados al
ejército egipcio.
Parece verosímil que el ataque marítimo de los sharden se acompañara o coincidiera con una
invasión de los libios, vecinos occidentales de Egipto, como volvió a suceder posteriormente,
durante el reinado del sucesor de Ramsés II.
Una vez seguros el norte y el oeste del Delta, Ramsés pudo concentrar su esfuerzo en responder a
la situación mucho más grave que tenía planteada en el este, pues los hititas, cuyo avance en Siria
había detenido temporalmente Sethi, volvían a reanudarlo hacia el sur bajo el rey Muwatalli. Los
egipcios tenían asegurada la posesión de la costa de Amurru. Esto era un factor de gran
importancia, ya que el río Nahr-el-Kelb permitía el transporte rápido de los abastecimientos
traídos por mar. Sin embargo, Ramsés II, en su quinto año, emprendió con su ejército la marcha
por el norte hasta Siria.
Después de la batalla de Kadesh aún había guerra en el norte de Palestina.
No se firmó un tratado de paz entre Egipto y los hititas hasta el año vigésimo primero del reinado
de Ramsés.
La paz se confirmó trece años más tarde, cuando el rey hitita envió a su hija mayor, acompañada
por una larga comitiva portadora de regalos, para esposa del ya entrado en años Ramsés II.
El reinado de Ramsés II tuvo la inusitada duración de sesenta y seis años. Durante este tiempo el
faraón llevó a cabo realizaciones arquitectónicas.

Merenptah y la invasión libia:


Los doce hijos mayores del prolífico Ramsés II murieron antes que su padre; por ello fue el
treceavo, Merenptah (Mineptah) quien subió al trono en el año 1223 a. C. es probable que él no
guiara personalmente a su ejército, sino que dirigiera las operaciones desde su residencia del
Delta.
Los hititas, por el extremo norte, no eran ya un peligro; su poder estaba en declive. Durante el
reinado de Ramsés II sus campos se habían visto azotados por años de malas cosechas y
Merenptah hubo de enviarles de nuevo barcos con cargas de grano. El peligro que esta vez
amenazaba a Egipto procedía del oeste. Durante generaciones, los libios habían ido cruzando la
frontera occidental e introduciéndose como emigrados en el Delta, donde los egipcios habían
abandonado grandes terrenos de pastos dejándolos a los recién llegados. En el reinado de
Merenptah la penetración libia alcanzó el canal que parte del Nilo, desde Heliópolis, en dirección
nororiental.
Durante el quinto año de Merenptah hubo noticias de un vasto movimiento del pueblo de Libu,
que más tarde dio su nombre a Libia y que con ello aparece por primera vez en la historia. Los
mandaba su jefe Marayey, hijo de Did, al que acompañaban sus doce mujeres y sus hijos, lo que
indica a todas luces su intención de establecerse permanentemente en Egipto. Con él estaban
aliados no sólo los meskhenet, otra tribu libia que ya conocían los egipcios por anteriores choques,
sino también las gentes de Luka, Sharden, Akiwasha, Tursha y Sheklesh.
Las primeras noticias de esta amenaza procedente del oeste llegaron a Merenptah durante el
segundo mes de la estación de verano; inmediatamente comenzó éste a reunir un gran ejército,
tanto de infantería como de carros. El primer día del tercer mes del verano ya estaba el enemigo
en la frontera occidental de Egipto, cerca de la ciudad de Pi-ire. El ejército egipcio le atacó dos días
más tarde y tras seis horas de batalla le derrotó.
Especialistas habían pensado que Merenptah era precisamente el faraón del éxodo. Sobre la
estancia de los israelitas en Egipto y sobre su éxodo no hay en las fuentes egipcias ni información
ni siquiera alusiones a ella. Como en el relato bíblico se dice que los judíos trabajaron en la
construcción de la ciudad de Ramsés (que evidentemente recibió este nombre de un rey Ramsés)
se solía concluir que el faraón opresor era el gran constructor Ramsés II, y su sucesor Merenptah el
faraón del éxodo. Se vio claro que éste no podía haber muerto en el mar cuando en 1898 se
encontró una momia depositada en la tumba número 35 (de Amenofis II) del Valle de los Reyes de
Tebas. Los especialistas del Antiguo Testamento y los egiptólogos, según sus creencias religiosas,
mantienen posturas que van desde la aceptación del relato bíblico en todos sus detalles como
literalmente cierto, hasta la de considerarlo un puro invento.

El final de la XIX Dinastía:


Después de la brillante era de sus primeros reyes, la Dinastía termina en un período oscuro y
escasamente documentado.
El reinado de Sethi II no fue largo: sabemos con seguridad que murió durante el sexto año de
aquél.
No hay nada que señale ningún acontecimiento importante durante su reinado, y, sin embargo,
existen ciertas pruebas indirectas que muestran que éste debió verse interrumpido durante un
corto período por el gobierno de un usurpador, el rey Amenmes.
El nombre de Amenmes se encuentra añadido aquí y allá en monumentos de las regiones de Tebas
y Armant, y en Nubia, por lo que su gobierno parece haberse limitado al sur del país. Fue un
gobierno corto.
El hijo de Sethi II, Sethi-Merenptah, quien figuraba junto a su padre como heredero al trono en los
relieves de su triple sepulcro en Kárnak, no llegó nunca a ser rey. O bien murió antes que su padre
o bien fue desplazado por Ramsés-Siptah; la subida al trono de este último fue paulatina. Ramsés-
Siptah sólo puede haber sido un segundón, un hijo más joven de Sethi II; sin duda tuvo que
superar alguna oposición.
Merenptah-Siptah no era más que un niño cuando ocupó el trono; su momia atestigua que a su
muerte, tras diez años de reinado, aún era muy joven. Por esta razón es comprensible que
necesitara el protector que encontró en la persona de Bay.
Era precisa tal protección para enfrentarse a otro poderoso personaje de este tiempo: la reina
Tuosre, la «gran esposa del rey» Sethi II. Es evidente que no era la madre de Merenptah-Siptah, de
otra forma podría haberse dado el nombre de «madre del rey» y no haber borrado su nombre.
Merenptah-Siptah no dejó herederos. La propia Tuosre se hizo cargo del gobierno, se dio a sí
misma el nombre de «rey del Alto y Bajo Egipto», «Señor de las Dos Tierras» e incluso «hijo de
Re‘». También adoptó un segundo cartucho de Sitre‘-meramūn, además de su antiguo cartucho
que contenía el nombre de Tuosre.
Dado lo insuficiente del material disponible es difícil reconstruir la historia de la XIX Dinastía
después de la muerte de Merenptah. Fue, a todas luces, un período poco brillante de luchas
intestinas, pero no, desde luego, como quisieron hacer creer posteriormente los reyes de la XX
Dinastía, una serie de años de anarquía completa. Según aquéllos a los años de anarquía siguió el
reinado de un usurpador sirio y sólo la XX Dinastía volvió a implantar el orden en el país.

Sethnakht y Ramsés III:


Nada se sabe acerca de la transición entre las Dinastías XIX y XX, salvo el simple hecho de que
inmediatamente después de los débiles reinados de Merenptah-Siptah y de Tuosre vino el de
Sethnakht, cuya firme mano restableció el orden interior en el país. Las condiciones eran similares
entonces a las imperantes cuando Horemheb asumió el poder a fines de la XVIII Dinastía, por lo
que quizá pueda conjeturarse que también Sethnakht fuera un oficial del ejército cuyo gobierno se
aceptó cuando todo el mundo llegó a admitir que el peligro exterior que amenazaba a Egipto
requería una persona enérgica en el trono.
Su hijo, Ramsés III, estaba decidido a emular a su ilustre tocayo de la XIX Dinastía, ya que no sólo
llevaba su nombre, sino que también dio a sus hijos los nombres de los hijos de Ramsés II. Su
actividad constructora alcanzó a todo el país.
El año quinto tuvo lugar una batalla contra los libios, que desde la derrota que les infligió
Merenptah se habían ido infiltrando de nuevo en el Delta y habían llegado hasta el mismo centro
de éste, devastando las ciudades y el campo del nomo de Xois. En esta ocasión aparecía, junto a
los libu y a los mashauash, una nueva tribu, la de los seped, acerca de la cual carecemos de otros
datos. La lucha contra el enemigo, que esta vez avanzaba por junto a la costa, tuvo lugar cerca de
la ciudad de «Usimare‘-miamūn-protege-de-los-temeh»; temeh es el nombre de otro pueblo libio,
y Usimare‘-miamūn el prenombre de Ramsés III. La batalla, en la cual combatieron del lado egipcio
mercenarios extranjeros, principalmente sharden, fue apenas un preludio de la guerra mucho más
importante que tuvo lugar seis años más tarde.
La guerra libia, el conflicto con este nuevo enemigo no se manifestó hasta el octavo año de
Ramsés III. Este avance septentrional, procedente de Asia Menor y de las islas del Egeo, hasta Siria
y Palestina, formaba parte de un vasto movimiento de pueblos emigrantes. Asolaron y ocuparon la
costa de Amurru y pusieron fin al gobierno egipcio en Siria. Dos riadas de enemigos se
aproximaban a Egipto: una por tierra en carros tirados por caballos, con las familias en carretas de
bueyes, y otra por mar en una flota que penetraba por las bocas del Nilo. Ambas fuerzas enemigas
fueron derrotadas.
La victoria terrestre y la naval permitieron a Ramsés III expulsar a los peleset y a los tjeker del
territorio propiamente egipcio, pero evidentemente los egipcios no contaban con las fuerzas
suficientes como para expulsarlos de Palestina y Siria. Los peleset se establecieron en la costa de
Palestina y dieron a dicho país su nombre; llamados filisteos, fueron posteriormente una continua
fuente de inquietud para los israelitas.
Lo más probable es que su muerte fuera la consecuencia de un atentado contra su vida promovido
por los conspiradores.

Desde la muerte de Ramsés III hasta el final de la XX Dinastía:


El resto de la XX Dinastía son ocho reyes, todos los cuales se llaman Ramsés, aunque cada uno con
un prenombre distintivo. El primero de ellos, Ramsés IV, el único en todo este período cuyo
reinado puede fijarse, reinó durante seis años; de los restantes, Ramsés IX y Ramsés XI reinaron
respectivamente diecisiete y veintisiete años como mínimo, mientras que los reinados de todos los
demás fueron de corta duración. La duración completa de toda la dinastía, incluyendo a Sethnakht
y a Ramsés III, se calcula aproximadamente en unos ciento quince años.
Gran parte de la tierra pertenecía a los templos, en particular al de Amón-Re de Tebas. Los
principales cargos sacerdotales del servicio de Amón-Re estaban en manos de una poderosa
familia. Durante los reinados de Ramsés IV hasta el VI, el gran sacerdote es Ramesenakht; su padre
había sido el principal administrador de contribuciones y su hijo no sólo ocupó este cargo, sino
también el de mayordomo de Amón de los bienes del templo del dios y el de administrador de
gran parte de la tierra real. De esta manera el faraón dependía financieramente en buena medida
del gran sacerdote de Amón-Re‘.
La victoria de Ramsés III sobre los libios de ningún modo había puesto fin a las incursiones de
éstos. La presencia de «habitantes del desierto», a los que a veces se da el nombre de libu o de
mashauash, se menciona repetidas veces en la región de Tebas; sólo puede tratarse de hordas
nómadas de libios y, aunque nunca se habla de luchas con ellos, debieron haber constituido una
fuente de temores para la población. La mayor parte de estas incursiones tuvieron lugar durante
los reinados de Ramsés IX y X, hasta que los intrusos se establecieron finalmente en los
alrededores de la ciudad de Hnes, al sur del Fayum, que llegó a ser la cuna de la XXII Dinastía libia.
Nubia dejó de ser una provincia egipcia (después de dos guerras civiles lideradas por Pinehas).
Herihor con anterioridad había asumido las funciones de visir, o había sido designado para ello,
por lo que tenía también en sus manos la administración civil. Cuando finalmente se apropió de los
títulos reales y se otorgó cinco nombres enmarcados en cartuchos, no hizo más que proclamar
abiertamente lo que en realidad venía sucediendo: a saber, que era él quien mandaba en Tebas.
En Tanis otro personaje, Nesubanedjeb, adquirió un gran poder sobre el Delta, fue Ramsés XI, que
probablemente residía en Menfis, quien nominalmente siguió siendo faraón, gobernante
supremo. Es cierto, sin embargo, que Herihor había introducido en Tebas una nueva era llamada
«Repetición del Nacimiento», antigua expresión que significa aproximadamente «Aumento de
Riqueza», y los años se fecharon de acuerdo con ella. Cuando Herihor murió en su séptimo año, se
dejó de hacer así. Ramsés XI continuó reinando durante algún tiempo, sin que por ello dejara de
existir el mencionado estado sacerdotal, pese a que el sucesor de Herihor, Piânkhi, nunca aspiró
de hecho a la realeza. La gran fuerza del estado sacerdotal de Tebas radica exclusivamente en su
tradición religiosa; era el centro del culto al supremo dios Amón-Re y la sede de su gran sacerdote.
Este estado dentro del estado era económicamente débil, ya que había perdido la rica provincia de
Nubia y estaba separado por el resto del país, especialmente por el Delta, del Mediterráneo y del
comercio exterior.
La ventajosa posición geográfica de Nesubanedjeb le permitió mantener un comercio floreciente
con las anteriores colonias egipcias. Cuando murió Ramsés XI, y fue el último rey que se enterró en
el Valle de los Reyes, el nuevo faraón no fue el gran sacerdote de Tebas, sino Nesubanedjeb
(Smendes): el fundador de la XXI Dinastía tanita.

CUADRO CRONOLÓGICO
XIX DINASTÍA (1309-1194)
Ramsés I 1309-1308
Sethi I 1308-1290
Ramsés II 1290-1224
Merenptah 1224-1214
Sethi II 1214-1208
Amenmes
Ramsés-Siptah 1208-1202
Tuosre 1202-1194

XX DINASTÍA (1184-1080)
Sethnakht 1184-1182
Ramsés III 1182-1151
Ramsés IV 1151-1145
Ramsés V 1145-1141
Ramsés VI 1141-1134
Ramsés VII 1134-1127
Ramsés VIII
Ramsés IX 1127-1110
Ramsés X 1110-1107
Ramsés XI 1107-1080

TOMO 4:

EL TERCER PERÍODO INTERMEDIO Y EL IMPERIO ETÍOPE:


Hacia el año 1100 y durante el reinado de Ramsés XI, había entrado en su fase final la agonía
política del Imperio Nuevo egipcio. La impotencia del rey en su lucha contra la crisis económica en
la que había caído el país desde el reinado de Ramsés III, su falta de energía para dominar las
intrigas políticas y su tendencia a cargar a los altos funcionarios con la responsabilidad de la
administración del estado, abrió en el interior las puertas a graves luchas. En el norte del país se
llegó al extremo de tener que abandonar la residencia real de Pi-Ramsés. Innumerables tribus
libias se infiltraron en el Medio Egipto. En la segunda mitad del reinado de Ramsés XI se
sucedieron en Tebas los acontecimientos uno tras otro, aunque diversos aspectos de la cronología
están aún sin aclarar. En un momento que no puede precisarse con exactitud —probablemente en
el doceavo año del reinado de Ramsés XI— estalló una revolución social. Ésta se conoce como la
«rebelión contra el sumo sacerdote Amenhotep». Su sucesor debió ser un homo novus llamado
Herihor. Parece que había concluido una carrera militar, por lo demás, nada se sabe sobre su
pasado. Probablemente no llegó a ocupar su puesto hasta el decimoséptimo año del reinado de
Ramsés XI cuando ya era «general» y «regente de Nubia». En el año diecinueve del reinado de
Ramsés XI —el primer año de una era que aparece en ciertos documentos con el nombre de
«renovación del nacimiento»— desempeñaba Herihor al mismo tiempo la función de visir o de
ministro de estado. Controlaba a su albedrío los principales factores de poder, tanto políticos
como religiosos, del país: clero, administración y ejército. Desde ese momento el rey quedaba
relegado cada vez más a segundo término. Su nombre se mencionaba aún en las inscripciones
oficiales, pero Herihor ya se estaba imponiendo poco a poco, hasta arrogarse finalmente la mayor
parte de los derechos reales. En la práctica, sin embargo, quedó limitado su poder al sur del país y
a Nubia. En Tanis —en el norte del reino— Smendes, que era probablemente también antiguo
ministro de estado, había ignorado de la misma manera la administración real, y había llevado a
cabo reformas por propia iniciativa. Cuando en 1085 desapareció Ramsés XI —no sabemos de qué
manera— en la oscuridad de la Historia, Egipto estaba dividido de hecho en dos reinos
completamente independientes.

LA DINASTÍA XXI:
Tanis y Tebas:
Tras la muerte de Ramsés XI se consideró a Smendes y su esposa Tentamón como auténticos
soberanos de Egipto. También el monarca tanita llevaba el título de «sumo sacerdote de Amón,
rey de los dioses», fundando así su reinado sobre el mismo principio dogmático que su
contemporáneo tebano Herihor. El hijo de éste, Piânkhi, se sometió voluntariamente a la
soberanía de Smendes y no pretendió asumir el título de rey. De esta manera pudo el monarca
ejercer su influencia también en el sur del país y arrebatar —al menos exteriormente— todo el
poder político a Tebas. Durante su largo reinado se conformó Psusennes I en Tanis con una
monarquía teórica y se distinguió en la construcción y restauración de templos. Lo cierto es que
unió a su cuñado al trono como corregente. Sus sucesores reinaron en Tebas más de medio siglo,
sobre un territorio que se extendía desde la primera catarata del Nilo hasta la ciudad fortaleza de
Teudjoi (el-Hiba), en el Medio Egipto. En la frontera norte de su reino, los soberanos tebanos de la
XXI Dinastía, que eran sumos sacerdotes de Amón y jefes supremos del ejército, mandaron
construir una serie de fortificaciones para hacer frente a los libios que ejercían en esta zona cada
vez más presión sobre el país. En Tebas y en las provincias hacía tiempo que numerosos miembros
de la dinastía reinante —hombres y mujeres— iban ocupando los altos cargos sacerdotales. Tarde
o temprano este monopolio real tenía que provocar el disgusto de la clase sacerdotal perjudicada.
Al morir Masaharte estallaron desórdenes en el interior del país, que obligaron por fin a su
hermano y sucesor Menkheperre‘ a dirigirse a Tebas para restablecer la tranquilidad.
Si bien en aquel tiempo el auténtico rey de Egipto residía en Tanis, no parece que su poder se
extendiera mucho más allá de las murallas de su palacio. El que en Tebas se contara el tiempo
según el año del reinado del monarca del norte se debe interpretar más como el reconocimiento
benévolo de una potencia soberana que como señal de auténtica sumisión. A Psusennes I le
suceden Amenemope, Siamón y Psusennes II, que tuvo un reinado efímero.
Durante todo el Tercer Período Intermedio asombra la pasividad de Egipto en su política exterior.
Cuando se formó en 853 una poderosa coalición para librar en Qarqar, a orillas del Orontes, una
batalla contra el conquistador asirio Salmanasar III, Egipto fue incapaz de apoyar eficazmente la
coalición.

El Estado divino de Amón:


No hay duda de que el creciente poder de Amón Re y de su clero tebano a finales del Imperio
Nuevo fue la causa de la división de Egipto en dos reinos durante la XXI Dinastía. Esta revolución,
que trasladó a Tanis la sede del poder político del faraón dejando a Tebas en manos de una
dinastía de sumos sacerdotes de Amón, estuvo acompañada de consecuencias trascendentales en
la administración que todavía no han podido ser valoradas en su totalidad. A grandes rasgos, hay
que imaginar una situación en la que dominara, en todas las manifestaciones de la vida pública, la
influencia del dios y del clero. Puede hablarse, pues, con razón de un estado divino regido cada vez
más por Amón Re y los otros dos miembros de la trinidad tebana —la diosa Mut y el dios Khonsu
—. En el fondo esta nueva forma de gobierno sólo aparentemente era una teocracia: en realidad
dominaba el principio de la dictadura militar, cuya fachada religiosa trataba de ocultar la
incapacidad y debilidad del gobierno. Sometiendo al ejército y al clero al mismo poder se pudo
alejar de momento el peligro de una colisión entre los dos grandes poderes del país; el tesoro del
templo podía contribuir a cubrir las necesidades de la organización militar y permitía que los
cargos de responsabilidad fuesen ocupados exclusivamente por los adictos al régimen. El abismo
social entre la casa dirigente y el pueblo se hizo así más profundo aún.
En este tiempo de inseguridad política el oráculo se había de convertir en el elemento más
adecuado para justificar toda clase de decisiones ante la gran masa.

EL TERCER PERIODO INTERMEDIO:


Grandeza y decadencia:
Con Sheshonq, cuyos antepasados habían ostentado en Heracleópolis el título de «profeta de
Harsafes» durante varias generaciones, comienza la dinastía XXII. Existen indicios de que el paso
de una dinastía a otra se llevó a cabo sin graves conflictos militares. Sheshonq I se vio en situación
difícil cuando trató de imponer su dominio al estado teocrático tebano. Los sacerdotes de Amón
no parecían dispuestos a aceptar en el acto la soberanía de los príncipes libios; para ellos continuó
siendo —por lo menos hasta el segundo año de su reinado— nada más que el «gran príncipe de
los mashawash». Se puede suponer que Sheshonq I impuso su poder a Tebas. Paulatinamente,
después de haber sometido primero las fortificaciones tebanas de Egipto central, y en particular la
guarnición principal de el-Hiba. Cuando, finalmente, los sacerdotes no pudieron resistir más a esta
presión, llegaron en su capitulación al extremo de elevar al trono del sumo sacerdote de Amón a
Iuput, uno de los hijos del rey, y permitir a los dignatarios de la corte el acceso a los más altos
cargos del templo. Sheshonq I trasladó la frontera norte del estado teocrático tebano a Siut y puso
a otro de sus hijos al frente del Egipto central como «general de Heracleópolis». Él mismo se
mantuvo alejado de Tebas y residió con preferencia en el norte del país.
Después de haber sido restablecida —por lo menos de cara al exterior— la unidad del reino,
Sheshonq I creyó llegado el momento de intervenir en la política interior de Palestina , donde
Jeroboam y Roboam habían dividido el reino de Salomón. En 930, el quinto año de su reinado, se
dirigió contra Jerusalén y saqueó los tesoros de la ciudad.
Después de la muerte de Sheshonq I la historia de Egipto se sume en una oscuridad casi
impenetrable. Una de las causas de este hecho es el traslado del centro de gravedad político y
militar al norte del país, donde los hallazgos arqueológicos son menos numerosos a causa de la
humedad del suelo. Tebas pasó a segundo plano. Parece ser que la estructura del estado
teocrático siguió siendo, hasta cierto punto, la misma, aunque ya no tratase de unir en una sola
persona —como bajo Herihor— la monarquía, el mando supremo militar y el título de sumo
sacerdote. El Alto y el Bajo Egipto habrían de seguir en el futuro un desarrollo paralelo: Tanis como
capital política y Tebas como capital religiosa. Al parecer Egipto atravesaba en ese tiempo un
período de cierto bienestar, ya que Osorkon I hizo a los templos importantes donaciones, sobre
todo en metales preciosos.
Solamente con la subida al trono de Osorkon II, que sucedió en 870 a su padre Takelot I, se hace
algo de luz en esta oscuridad. Su reinado y el de sus sucesores, hasta aproximadamente 760, se
pueden considerar como el período de máximo apogeo de la dominación libia. El nuevo soberano
trataba sobre todo de establecer un equilibrio sano entre las rivalidades políticas que amenazaban
socavar la unidad de su reino. Como sumo sacerdote de Amón llegó al trono de Tebas su hijo
Nemrod, que había sido hasta entonces «general de Heracleópolis», cargo en el que siguió
también después de su subida al trono. De esta manera Osorkon II pudo confiar plenamente en la
guarnición libia de Heracleópolis, que se encontraba dispuesta a mantener el orden en el sur del
país.
En Menfis dio comienzo, con el príncipe heredero Sheshonq cuya madre Karomama era la gran
esposa del rey, una serie de sumos sacerdotes de Ptah que se mantuvo durante varias
generaciones.
En este estado aparentemente estable Tebas, sin embargo, siguió siendo un centro de agitación
política. Cuando murió Osorkon II le siguió su hijo y corregente Takelot II cuya madre era una
concubina. Parece que el monarca hubo de enfrentarse a una guerra civil en la que Tebas trató de
separarse del norte, por lo cual el país cayó durante muchos años en la anarquía. En el onceavo
año del reinado de Takelot II ya había alcanzado Osorkon la edad necesaria para ocupar los cargos
de sumo sacerdote de Amón, el de jefe supremo del ejército y el de gobernador del Alto Egipto.
Permaneció en su cuartel general de el-Hiba en Egipto central hasta que se produjo un
levantamiento general en el sur. Se dirigió al frente de un ejército contra los rebeldes, los derrotó
en su camino hacia Tebas e hizo una entrada triunfal en la capital.
Sin embargo, Tebas sólo había sido dominada aparentemente. Durante algún tiempo Osorkon
pudo volver a su residencia, pero cuatro años más tarde los enemigos del rey ya habían urdido
nuevos planes. Todo el país se alzó en armas. Reinaba la anarquía general.
Cuando murió Takelot II no le sucedió Osorkon, como se había esperado, sino Sheshonq III.
Osorkon fue desposeído por entonces de su cargo de sumo sacerdote ya que en el sexto año del
reinado de Sheshonq III era Harsiese el que desempeñaba esta función. Sin embargo, algunos años
más tarde fue llamado de nuevo a Tebas.
Sheshonq III reinó no menos de cincuenta y dos años sobre Egipto. Como sus antecesores residió
en Tanis. Pedubast, fundador de la dinastía XXIII, procedente (según Manetón) de Tanis, se dejó
reconocer como rey primero en el delta y más tarde también en Tebas. La legitimidad de su poder,
sin embargo, no fue generalmente reconocida, pues el sumo sacerdote Osorkon seguía fechando
su crónica según los años del reinado de Sheshonq III y los sacerdotes del Serapeum de Menfis
ignoraron también al principio su existencia.

La anarquía libia:
El último rey de la dinastía XXII que aún había mantenido unido a todo el país bajo su poder fue
derrocado finalmente por un señor local que se había ido imponiendo poco a poco como
soberano. Con él la historia de Egipto entró en una fase lúgubre, durante la cual se puso de
manifiesto en toda su amplitud la debilidad del verdadero poder estatal. En este período
dominaba la rivalidad de generales prominentes o de sumos sacerdotes, lo que condujo a la
fragmentación del país en estados feudales que se hallaban constantemente en estado de guerra
para conservar su independencia.
Con Pedubast llegan en Egipto al poder dos dinastías al mismo tiempo, pues habrá que considerar
como contemporáneas las dinastías XXIII y XXII. Pedubast fue reconocido también en Tebas, donde
Harsiese (II) ocupó bajo su reinado el pontificado y donde actuó como gran jefe del ejército el hijo
de un rey llamado Sheshonq, al que no se alude con más detalle. Este Harsiese hizo sucesor del
trono de sumo sacerdote a Takelot, en el que algunos historiadores ven al futuro Takelot III. Fue
contemporáneo de Sheshonq IV, un rey por lo demás casi desconocido. Subió al trono
probablemente después de Pedubast. En Tebas sucedió a Sheshonq IV Osorkon III. Bajo su reinado
se produjo una grave inundación. Permaneció por lo menos veintiocho años al frente del gobierno
y compartió desde el año veinticuatro el poder con su hijo y corregente Takelot III, que fue más
tarde su sucesor. Antes de subir éste al trono ocupó el doble cargo de sumo sacerdote de Tebas y
Heracleópolis, que estaba unido al título de gobernador del Alto Egipto. Takelot III reinó por lo
menos durante veintitrés años y murió probablemente sin haber tenido hijos, pues a su muerte
heredó el trono, por poco tiempo, su hermano Amonrud. Paralelamente a esta familia real, cuyos
miembros se llamaban «hijos de Isis», reinó en el Bajo Egipto una dinastía de «hijos de Bastet», a
la que pertenecían Pami y su sucesor Sheshonq V. De su reinado, sin embargo, sólo se sabe que
residieron en Tanis al igual que sus antecesores y que se supieron mantener al mismo tiempo
también en Bubastis. La debilidad de su gobierno queda manifiesta por el hecho de que no
pudieron hacer frente en las restantes regiones del Bajo y Medio Egipto al desarrollo de las
ciudades-estado autónomas. Mientras que en Bubastis, Tanis y Leontópolis los faraones dirigían,
incluso en los tiempos de la mayor anarquía, el gobierno oficialmente, el sureste del delta, con
Atribis y Heliópolis, pasó en parte a manos de príncipes de la dinastía real. En las restantes
ciudades reinaron «grandes jefes de los mashawash» que estaban emparentados en mayor o
menor grado con las familias reinantes. En las comarcas de Sebenito-Dióspolis, Busiris y Mendes-
Hermópolis, y en la provincia oriental (que rodeaba en el centro y el este del delta el cinturón de
las provincias reales), eran los jefes personajes enérgicos que supieron conservar durante algún
tiempo su soberanía. En el oeste sólo se daba este caso en Sais, mientras que las auténticas
regiones fronterizas cayeron bajo la tutela de un «jefe supremo de los libu», que residía en Kôm
el-Hisn. Estos príncipes locales eran a la vez jefes supremos de sus ejércitos y sacerdotes de los
dioses locales.

Vuelta a la unidad:
En su camino hacia la unificación del Bajo y Medio Egipto, Tefnakht se encontró de manera
bastante inesperada con un enemigo; Piânkhi, entonces rey de Kush (la actual Nubia) y del Sudán.
Su poder se extendía hasta el Alto Egipto, y ejercía incluso alguna influencia en Heracleópolis y
Hermópolis. Después de lograr ganarse como aliado a Nemrod de Hermópolis (lo que no logró con
Pefnefdubast de Heracleópolis, que siguió siendo leal a Piânkhi) trató Tefnakht de forzar a éste
sitiando su capital; pero entonces el rey de Etiopía envió, en el año 21 de su reinado (730), un
ejército contra el soberano del delta.
En Napata, no lejos de la cuarta catarata del Nilo, se había instalado durante la XVIII Dinastía una
colonia egipcia, que se encontraba bajo la jurisdicción del «virrey de Kush». La cultura importada
del norte se conservó claramente diferenciada también cuando, bajo los ramésidas, quedó este
territorio más sustraído a la influencia de Egipto, produciéndose probablemente una mayor fusión
con la población indígena. El primer soberano de Napata que penetró finalmente en territorio
egipcio fue con toda probabilidad Kashta, padre de Piânkhi. Tal vez consiguiera extender su
soberanía sobre toda la Tebaida, donde en aquel momento el débil Osorkon III era incapaz de
contener la invasión kushita. En todo caso Piânkhi obligó a la hija de Osorkon III, Shapenupet (I),
«esposa divina», a adoptar como sucesora a Amenirdis (I), hija de Kashta, hermana suya.
Este Piânkhi, cuyo nombre revela su pertenencia a una estirpe que mantenía estrechas relaciones
con Egipto, fue el primer rey de la dinastía de Napata que intervino decididamente en la política
interior de la tierra del Nilo. Después de algunos días de estancia en Tebas, el ejército de Piânkhi
se encontró con las tropas de Tefnakht cuando éstas subían por el Nilo; las derrotó y capturó sus
barcos. A continuación el ejército avanzó hacia Heracleópolis. En la orilla occidental del Bahr Yusef
dio con el enemigo al que obligó a cruzar el río y en la otra orilla se produjo un nuevo encuentro
que terminó con la victoria de los nubios. Pero en vez de proseguir la persecución de Tefnakht, los
soldados de Piânkhi volvieron al sur para sitiar Hermópolis, donde mientras tanto se había hecho
fuerte Nemrod.
Llegó sin dificultad alguna hasta Menfis. Aunque el rey prometió solemnemente respetar la ciudad
y a sus habitantes y honrar a sus dioses con sacrificios, no pudo convencer a los defensores de las
murallas de la inutilidad de su resistencia. Por el contrario: con una salida trataron en vano de
rechazar el ejército de Piânkhi. Cuando los sitiados se habían hecho de nuevo fuertes en la ciudad
obtuvieron inesperadamente ayuda de Tefnakht, que consiguió en el último instante penetrar con
8000 guerreros en la ciudad. Después de reorganizar la defensa y de advertir a sus soldados que la
ciudad podía resistir, en vista de las abundantes provisiones, un prolongado asedio, se dirigió de
nuevo al norte para reunir aún otras tropas auxiliares. Mientras tanto Piânkhi había llegado hasta
la capital y convocaba un consejo de guerra.
Entre todos los planes de combate que le fueron presentados a Piânkhi por sus generales, optó
por el de una ofensiva en el lado oriental de Menfis, donde se hallaban anclados los barcos de sus
enemigos. Le costó poco esfuerzo conquistar el puerto y tomar posesión de la flota. Dispuso los
barcos en línea de combate a lo largo de la muralla y mandó proceder al asalto de la ciudad.
Menfis no pudo resistir mucho tiempo este ataque y sufrió enormes pérdidas. Fiel a su habitual
actitud, Piânkhi ordenó la protección de los templos de los dioses y se dirigió al templo de Ptah
donde celebró las abluciones rituales y un sacrificio impresionante.
Con la conquista de Menfis prosiguió el quebrantamiento de la coalición del Bajo Egipto. Primero
se sometieron los monarcas de la región de Menfis; después acudieron diversos príncipes del delta
a colmar de regalos al rey etíope.
Pero Tefnakht, el principal enemigo, aún no había sido derrotado, y trataba ahora de promover en
la ciudad de Mesed un levantamiento. Pero Piânkhi actuó rápida y enérgicamente. Tefnakht tuvo
que resignarse finalmente a reconocer como amo y señor al soberano etíope. Desde la ciudad a la
que se había retirado —probablemente fuera de su capital Sais— terminó por capitular también él
y llegó incluso a prestar un juramento de fidelidad en presencia de los emisarios de Piânkhi. A
partir de este instante se podía considerar al etíope como soberano legítimo de todo Egipto.
Manetón menciona, como único rey de la Dinastía XXIV e inmediato sucesor de la XXIII, a
Bokhkhoris, hijo de Tefnakht, por lo que con toda seguridad el último sucesor de Sheshonq I
desapareció bajo su reinado del escenario histórico.
Según Manetón, Bokhkhoris reinó durante seis años. Según cuenta Manetón, Bokhkhoris fue
hecho prisionero de guerra por el rey etíope Shabaka y quemado vivo.

LA DINASTÍA XXV:
Los etíopes en Egipto:
A la muerte de Piânkhi pasa el poder de Napata a manos de su hermano menor Shabaka.
Podemos deducir, basándonos en fuentes contemporáneas asirias, que la conquista del Bajo
Egipto tuvo lugar después de 715, lo más tarde en 711. A partir de ese instante dejó el Bajo Egipto
de ser un territorio independiente. Los príncipes de las diversas regiones no renunciaron, sin
embargo, inmediatamente a todo el poder político; algunos continuaron en una actitud tan
independiente que los soberanos etíopes se vieron obligados a intervenir militarmente para
romper su resistencia. Pero el príncipe de la monarquía unitaria fue restaurado por Shabaka de
manera que, por lo menos hacia afuera, sólo reinaba un monarca en Egipto.
La religiosidad de los soberanos etíopes y su vivo deseo de restaurar los templos egipcios y de
fomentar la adoración por medio de sacrificios quedan patentes en todos los monumentos.
El reinado de Taharqa fue para Egipto un período de gran bienestar. Al parecer había surgido en
los años anteriores un peligro de grave escasez de alimentos a causa de la extrema sequía. Una
extraordinaria inundación en el sexto año del reinado de Taharqa no trajo consigo las habituales
consecuencias catastróficas sino que se convirtió en la base de un bienestar general. En el delta
quedó entonces restablecida la tranquilidad. Por todas partes el piadoso rey hizo mucho bien a los
templos y a los dioses.

Las invasiones asirias:


No fue sólo la dominación etíope lo que por entonces sofocó la independencia egipcia. Los
príncipes kushitas hallaron en el resurgente imperio asirio un rival que aspiraba decididamente al
imperio mundial.
Cuando Sargón II se tuvo que enfrentar de nuevo a un levantamiento sirio, el egipcio Sibu,
probablemente un general de Bokhkhoris, libró al lado del rey de Gaza una batalla en Rafia de la
que salió derrotado. El rey asirio pasó entonces a contar a Egipto entre los países que le rendían
tributo en el séptimo año de su reinado (715).
A Sargón II sigue en 705 su hijo Senaquerib (Sanherib). Éste derrota en su tercera campaña, cerca
de Altaku, a un poderoso ejército constituido por «reyes egipcios, arqueros, carros de combate y
caballos del rey de Etiopía» y que había acudido en auxilio de las ciudades rebeldes de Asia
occidental. Después acampó Senaquerib cerca de Laquis y mandó sitiar Jerusalén. El rey Ezequías,
sin embargo, se negó a rendir su ciudad. Mientras tanto se acercaba ya desde Egipto un nuevo
ejército auxiliar bajo el mando del joven Taharqa. Senaquerib abandonó su campamento y se
dirigió al encuentro del etíope. Es probable que no tuviera lugar la batalla y que Taharqa, al igual
que Jerusalén, se salvara gracias a una epidemia de peste que se declaró en el ejército asirio y que
es interpretada, por la Biblia y por los egipcios, como un milagro.
Años después se vio Asarhaddón obligado a emprender una nueva campaña contra Egipto en el
curso de la cual murió. Le sucedió en el trono su hijo Asurbanipal (669-629).
El rey sabía que Taharqa se había apoderado de nuevo de la ciudad de Menfis y que se disponía a
enfrentarse contra los príncipes locales (que había impuesto su padre Asarhaddón en Egipto).
Asurbanipal dio entonces la orden de acudir en ayuda de las guarniciones asirias. Ambos ejércitos
se enfrentaron en Karbaniti y los egipcios fueron derrotados. Taharqa huyó hacia el sur y
abandonó su flota a los vencedores. El asirio concentró sus tropas, las reforzó con contingentes
sirios y egipcios y rechazó finalmente al etíope hasta Tebas.
Al enterarse Tanutamón de la muerte de Taharqa acudió rápidamente a la capital etíope y se hizo
coronar rey. Inmediatamente después se dirigió con un ejército al norte, pasó por Elefantina y
Tebas, donde ofreció sacrificios a los dioses y llegó finalmente a Menfis. Ante las murallas de la
capital del Bajo Egipto tuvo lugar una batalla de la que salió victorioso el etíope. Tanutamón había
llegado hasta el delta. Esperaba obligar a los príncipes de aquellas ciudades a una batalla, pero
como éstos no abandonaban sus fortalezas no tuvo el rey más remedio que retirarse de momento
a su palacio de Menfis. Al poco tiempo aparecieron allí los príncipes del delta presididos por
Pekrur de Persopdu para someterse voluntariamente y ofrecerle tributos. El rey se mostró
satisfecho con estos honores y dejó partir a los príncipes a sus residencias.
Cuando ya Psamético I tenía en sus manos el gobierno del delta se continuó en Tebas
reconociendo a Tanutamón como rey durante algún tiempo. En el noveno año de su reinado (655)
el príncipe del delta unió el Alto Egipto a la corona saíta definitivamente.

El estado teocrático de Tebas bajo los etíopes:


Los reyes etíopes lejos de imponer su cultura a los vencidos se adaptaron por completo a las
circunstancias egipcias e incluso hicieron suya la lengua de sus enemigos en las inscripciones
oficiales. En su propio país mandaron construir templos y tumbas de puro estilo egipcio.
Si bajo la XVIII Dinastía las esposas divinas eran en su mayoría madres o esposas de reyes, las
esposas divinas de la era libia, etíope y saíta eran hijas de reyes, que pasaban su vida sin casarse,
dedicadas al servido de Amón y cuya sucesión quedaba asegurada por la adopción. A Amenirdis (I)
sucedió Shapenupet (II), hermana de Piânkhi. Después de ella vino Amenirdis (II) hija de Taharqa.
Con los soberanos saítas se llega a acentuar esto aún más. Bajo las Dinastías XXV y XXVI la esposa
divina alcanza su máxima dignidad como encarnación del estado teocrático, consagrado a Amón.
Disponía de una corte propia que se componía de dignatarios de diferente categoría presididos
por un mayordomo: emisarios, guardias de palacio, ayudas de cámara, criados, discípulos,
escribas, artesanos, etc. Estaba rodeada de un harén divino compuesto de cantantes no casadas,
procedentes de todas las clases de la sociedad que designaban a sus sucesoras también por
adopción.
La función del sumo sacerdote de Amón continúa siendo tan importante que Shabaka le quiso
poner bajo su control. Confió ésta a su hijo mayor Harmaquis y se atuvo así a la tradición de la
dinastía libia.
Bajo las dinastías libias también había sido siempre un pariente de la casa real el segundo profeta
de Amón.
La ocupación de estos tres importantes cargos sacerdotales por hombres que no ejercían
prácticamente el supremo poder religioso, sino que a lo sumo lo representaban simbólicamente,
hizo pasar a primer plano en la administración del estado teocrático a un hombre que había
ocupado en el culto de Amón solamente el cargo de cuarto profeta: Montuemhat. Procedente de
una familia que contaba entre sus miembros con una serie de ministros de estado y alcaldes de
Tebas, fue acogido como homo novus en la suprema comunidad de Amón.
La concentración de tanto poder en una sola mano creó en Tebas una situación inestable a la
muerte de Montuemhat. Psamético I no necesitó emplear la violencia para integrarla a su reino
del Bajo Egipto. Se rindió voluntariamente y se dejó someter poco a poco. Si bien es cierto que los
sacerdotes de Amón continuaron siendo bajo los soberanos etíopes el grupo más considerado,
influyente y mejor situado del clero tebano, no es menos cierto que en estos años también los
sacerdotes de Montu hicieron una rápida evolución.
Esta enorme cantidad de información sobre el clero, hace suponer que la capital del Alto Egipto
fue convertida bajo los etíopes en un auténtico estado sacerdotal, en el que únicamente
destacaba Montuemhat como auténtico soberano político.
EL RENACIMIENTO SAÍTA:
PSAMÉTICO I Y LA FUNDACIÓN DEL ESTADO FARAÓNICO DE SAIS:
Desde que, hacia el año 950 a. C., subió al trono de los faraones un oficial de ascendencia libia
llamado Sheshonq, pasaron también para siempre los tiempos en que monarcas de sangre egipcia
dirigían los destinos del valle inferior del Nilo. Libios y nubios asimilados se convirtieron en los
principales defensores de la cultura egipcia frente a los imperios de Asia Anterior que, desde que
el estado asirio se convirtió en poder mundial, hacia la mitad del siglo VIII a. C., dominaban el
escenario político del Oriente.
Hacia el año 663 a. C. llegó, sin embargo, un momento en el que el imperio asirio había alcanzado
frente a estas fuerzas el máximo auge de su poder exterior. Entonces había fracasado el último
intento de un rey de Napata —la capital del país llamado en la Antigüedad Etiopía (que no se debe
confundir con la actual Etiopía, equiparable a Abisinia) situada al pie de la cuarta catarata del Nilo
— de disputar a los asirios la posesión de Egipto.
Incitado, al parecer, por una visión que tuvo en sueños, Tanutamón, rey de Etiopía, había
remontado el Nilo y había derrotado en Menfis a los vasallos de los asirios del Bajo Egipto. Ante la
llegada del ejército del soberano asirio Asurbanipal tuvo que emprender la retirada. Ni siquiera
pudo evitar que los asirios tomasen y saqueasen Tebas, ciudad sagrada de Amón, dios tan
venerado por los etíopes. Con la retirada a Nubia de Tanutamón finaliza, sesenta años después de
la campaña triunfal del rey Piânkhi de Napata por Egipto (hacia el 725 a. C. o poco antes), la época
de la dominación etíope sobre el valle inferior del Nilo. Desde Nubia habían reinado los etíopes
sobre Egipto como fieles servidores del dios egipcio Amón, conservando todas las formas
faraónicas. Ante el poder militar del rígidamente organizado estado asirio, al que se habían
enfrentado los etíopes primero en Palestina y luego en el mismo Egipto, el reino faraónico de
estos nubios demostró su inferioridad.
En las luchas entre etíopes y asirios por la posesión de Egipto, un grupo de pequeños príncipes
establecidos allí habían tratado de conservar por medio de una política de equilibrio una cierta
independencia entre ambas partes. Un relato del rey asirio Asurbanipal habla de veinte príncipes,
de los cuales la mayoría se encontraba en el Bajo Delta. Entre ellos figuraba un cierto Nekao que
hacia el año 667 había estado comprometido en un fracasado levantamiento contra los asirios.
Llevado prisionero a Nínive, había sido perdonado por el rey Asurbanipal, que le restituyó sus
antiguos dominios. Nekao y Psamético lucharon a favor de los asirios ante el avance del rey etíope
Tanutamón. Nekao halló la muerte y su hijo Psamético tuvo que huir con los asirios que le
reinstauraron después de la expulsión de Tanutamón. Junto con varios pequeños príncipes, que
habían adoptado una actitud parecida, Psamético gobernó Egipto desde entonces como vasallo
del rey Asurbanipal. Estos acontecimientos (la caída del príncipe Nekao, la huida y la restauración
de su hijo) pertenecen a los años 664 y 663 a. C.
Entre los príncipes vasallos de los asirios que tras la expulsión de los etíopes gobernaron Egipto
para el emperador de Nínive, fue Psamético sin duda el más poderoso desde el principio. Decisivo
para su posterior subida fue que el rey de Asiria, Asurbanipal, se viera obligado, poco después de
su definitiva victoria sobre los etíopes, a emplear casi todo su ejército en el sureste de su reino
contra la tierra de Elam y la provincia rebelde de Babilonia. Casi dos décadas, hasta la caída de
Babilonia (648) y la toma de Susa, capital tenazmente defendida de los elamitas (hacia 640),
estuvo empeñado en este escenario de la guerra el principal ejército asirio. Mientras tanto
Psamético logró la supremacía sobre todos los demás soberanos de Egipto, que estaba
abandonado casi por completo a su suerte. Eliminó violentamente a la mayor parte de los
príncipes que le rodeaban. A otros se los pudo ganar. También algunos de los pequeños príncipes
del delta pudieron someterse voluntariamente a Psamético.
Así se convirtió el saíta en pocos años en el amo de todo el Bajo y Medio Egipto sin que lo pudiera
impedir su soberano asirio. En el noveno año de su reinado (656 a. C.) consigue finalmente
Psamético la anexión de Tebas, ciudad del Alto Egipto, a sus dominios. En el Alto Egipto se había
producido un cierto vacío de poder con la retirada de Tanutamón a Nubia y el saqueo de Tebas por
los asirios. La máxima autoridad residía en una sacerdotisa, la «esposa divina de Amón», una
princesa soltera que heredaba su alto cargo por adopción. Junto a esta «esposa divina de Amón»
llamada Shapenupet, hija del rey etíope, se hallaba como consejero y gobernante terrenal el
príncipe Montuemhat. Éste había demostrado ser un fiel partidario de los etíopes a través de
todas las vicisitudes. Psamético ordenó a la esposa divina reinante que adoptase a su joven hija
Nitocris como sucesora, lo que tuvo lugar en marzo del 656.
Cuando en la segunda mitad del siglo IX y en el siglo VIII se descompone el estado de los
«faraones-soldados» de origen libio en un conglomerado de pequeñas formas de poder, se
producen situaciones feudales en el país que en los tiempos de su viejo esplendor había sido un
estado de funcionarios con un rey en el poder central. Ni la época de los etíopes ni la dominación
asiria habían de producir cambio alguno. Psamético organizó un estado nuevo y disciplinado. El
funcionario real vuelve a ocupar el sitio del señor feudal.
La cabeza del nuevo aparato estatal estaba en Menfis, en el centro geográfico del territorio del
estado, «la balanza de los dos países, Alto y Bajo Egipto». Sais, la ciudad de origen de la dinastía,
fue a su vez la auténtica ciudad real, donde se situaron las tumbas de Psamético y de sus
sucesores.
La reorganización del ejército tampoco habría de constituir un problema para Psamético.
Psamético dio una nueva orientación al ejército al conservar en el país a los griegos y carios
reclutados aún después de vencer a sus adversarios. Era entonces la época de la gran coalición
griega. El motivo que llevaba a muchos griegos y carios al extranjero era la necesidad de hallar en
alguna parte, fuera del mundo superpoblado del Egeo, una nueva patria. Ésta se la ofreció
Psamético en Egipto creando auténticas colonias de guerreros para sus soldados extranjeros. Sus
mercenarios griegos y carios no eran aventureros que cambiaban de amo con frecuencia, sino
colonos que obtenían tierras y se comprometían a cambio a prestar sus servicios al faraón.
No sólo griegos o carios se establecieron de esa manera en Egipto. También nubios, libios, fenicios,
sirios y sobre todo judíos desempeñaron un papel parecido. Los últimos tenían su guarnición
principal en el extremo meridional de Egipto, en la isla Elefantina, cerca de Asuán. Allí pudieron
erigir los soldados-colonos judíos un templo a su dios Yahvé.
Los puestos de alto mando quedaron reservados a los oficiales del país procedentes de los círculos
de Psamético. Estos tenían el cometido nada fácil de hacer de estos guerreros afincados en Egipto,
de lenguas tan dispares, un instrumento militar eficaz, y de mantenerlo preparado.
Trayendo Psamético al país soldados-colonos de «ultramar», abrió el camino de Egipto,
automáticamente, a un torrente humano aún mucho más caudaloso. Fue sobre todo el
comerciante griego el que siguió al Nilo a sus paisanos militares. Pronto surgió un nuevo oficio: el
de intérprete. La presencia en Egipto de los hombres del mundo egeo traería pronto consigo las
más diversas relaciones con sus países de origen, al otro lado del Mediterráneo oriental.
Durante cuarenta y cinco años dirigió Psamético I de Sais el estado faraónico que había
reorganizado (664-610 a. C.). Indicó a sus sucesores el camino por el que éstos guiaron a Egipto
hasta la conquista por los persas.

LA CABEZA BIFRONTE DEL EGIPTO SAÍTA:


El Egipto de la época saíta tiene una doble faz característica. El estado creado por Psamético había
nacido en un campo de tensiones de ámbito mundial que se extendía desde el sur de Nubia hasta
las potencias del norte y el este del reino asirio, pero también hasta las islas y costas del mar Egeo.
Después de su consolidación, el estado faraónico de los saítas quedó ligado definitivamente a las
mudanzas de fortuna que irían haciendo la historia del viejo mundo.
A esto se añadió que los saítas fomentaban conscientemente la participación de los elementos
extranjeros en el país del Nilo, a través de los soldados colonos o de los comerciantes. Las
relaciones con Grecia, sobre todo, se hicieron cada vez más intensas. El sistema político que
mantuvo todas estas relaciones con tan diversos países, abierto al mundo y en cierto modo
«moderno», representa una de las caras del Egipto saíta. Una imagen completamente diferente
nos ofrecen en cambio las formas de expresión de la cultura y el arte, las corrientes intelectuales
dominantes en el Egipto de aquel tiempo. Todas nacían del mismo sentimiento: la realización de
un ideal que se orientaba hacia el propio pasado remoto. Lo que se quería era nada menos que
una vuelta al Imperio Antiguo y Medio de los faraones, tal y como se imaginaba a aquél.
Todas estas tendencias (el afán de resucitar un pasado lejano, la exacerbación de la religiosidad, el
aislamiento frente a los extranjeros «impuros») ya se habían manifestado antes de la época saíta,
sobre todo bajo la dominación etíope. Pero fue entonces cuando alcanzaron su máxima expresión.
Un estado como el saíta, inmerso en el mundo de los siglos VII y VI, y un Egipto apartado de las
tendencias culturales y religiosas de su época se hallaban por su naturaleza misma en
contradicción. Ambos desarrollaron poderosas fuerzas. Su simultaneidad, las tensiones entre uno
y otro, pero también los compromisos entre la casa reinante y los sacerdotes como principales
exponentes de ambas tendencias, determinaron la imagen histórica del Egipto de la época de los
saítas.

EL REINO SAÍTA, LOS ESTADOS DE ASIA ANTERIOR Y EL MUNDO GRIEGO:


Había dejado de constituir un peligro para Egipto el ya debilitado imperio asirio. Desde la nueva
insurrección de Babilonia en el año 626, cuando se había hecho independiente el príncipe caldeo
Nabūaplauṣur (Nabopolasar) y la casi simultánea subida al trono del rey medo Ciaxares, que por
primera vez en la historia había sabido reunir en un poderoso estado las tribus de las montañas
del noroeste del Irán, Asiria se veía amenazada en su propia existencia.
Una crónica babilónica nos deja ver los acontecimientos que tuvieron lugar a partir del año 616 a.
C. en Mesopotamia. En aquel tiempo se hallaban en lucha los asirios y los caldeos de Babilonia. En
estas luchas intervino Psamético, faraón de Egipto. Un ejército auxiliar enviado por él obligó al rey
caldeo Nabopolasar a retroceder hasta Babilonia (616 a. C.).
Psamético tuvo que haber comprendido que Asiria había dejado de ser un peligro para Egipto,
pero que un nuevo gran imperio de Asia Anterior, construido sobre las ruinas de Asiria, tal vez no
se detuviera en las fronteras de Egipto.
La ayuda de Psamético significó para los asirios un alivio, aunque pasajero. En el año 614
conquistaron y destruyeron los medos y los caldeos aliados la antigua capital asiria de Asur. Dos
años después sufría Nínive la misma suerte: en el verano de 612 fue asaltada y arrasada. Con
grandes esfuerzos pudo mantenerse, al oeste de las principales tierras asirias perdidas, un príncipe
llamado Ashshuruballiṭ. En Kharrān (al sur de la ciudad de Urfa, situada hoy en territorio turco no
lejos de la frontera siria) se hizo proclamar rey de los asirios en lugar de Sinsharishkun, que había
muerto en la destrucción de Nínive. Sin embargo, ya en el año 610 perdió también esta ciudad y
tuvo que retirarse más allá del Éufrates. Ese año moría en Egipto el viejo faraón Psamético
después de cincuenta y cuatro años de reinado.
No menos que en Asia Anterior desarrolló Psamético en los jóvenes estados griegos una activa
política exterior. De Grecia provenían los mejores soldados de Psamético y las buenas relaciones
entre la corte del faraón y los estados de Grecia estaban llamadas sin duda a seguir aumentando el
caudal de colonos militares griegos que llegaba a Egipto. También tenían importancia estas
relaciones en el aspecto económico, ya que Egipto podía exportar a Grecia trigo y también algo de
papiro y velamen que los griegos pagaban con plata.
Por último, también mantuvo Psamético relaciones con el rey etíope de Napata. Entre este estado
y el Egipto de Psamético, reinó una paz que tampoco se vio enturbiada por la marcha a Etiopía de
una parte de los mákhimoi. Psamético renunció a cualquier intento de reanudar la antigua
dominación egipcia en Nubia mientras los etíopes no avanzasen más hacia Egipto. Elefantina, en el
territorio de la primera catarata, donde se hallaban los soldados judíos de Psamético, siguió siendo
la base fronteriza meridional del reino faraónico.
Sucedió a Psamético su hijo Nekao II (610-595 a. C.). El estado estaba tan consolidado que este
cambio de gobierno no significó ninguna perturbación. Tampoco la política exterior del difunto rey
sufrió ruptura alguna.
El fin de su aliado asirio dejó al faraón sólo la alternativa de defender sus antiguas posesiones en
Siria o de cedérselas a la nueva gran potencia caldea, con la que se encontraba desde hacía años
en estado de guerra.
Nekao se convirtió, sobre todo, en el creador de una potente fuerza naval en el Mediterráneo y en
el mar Rojo.
También la siguiente sucesión al trono en la casa saíta se llevó a cabo sin complicaciones. A la
muerte de Nekao en el año 595, le sucedió su hijo, que volvió a llevar el nombre de Psamético
(595-589 a. C.). Bajo su reinado se conservó la paz con Nabucodonosor (rey caldeo). En el cuarto
año de su reinado llevó a cabo Psamético II una expedición que le condujo, probablemente por
mar, a la costa palestina o fenicia. Esta expedición no tenía carácter bélico.
A principios de febrero del 589 murió el faraón Psamético II. Le siguió su hijo Apries, al que la
Biblia llama Hofra. Este joven monarca emprendió una nueva política exterior; poco después de
subir él al trono, en Jerusalén se levantaron de nuevo los judíos contra Nabucodonosor y decidió
atacar a los caldeos. Su flota se dirigió contra las ciudades fenicias de Sidón y Tiro, sometidas a
Nabucodonosor, y él mismo acudió al frente de su ejército de tierra a liberar la ciudad de
Jerusalén, sitiada por Nabucodonosor desde el 15 de enero del 588.
Este comportamiento de Apries significaba tanto más una ruptura con la política de sus
antecesores cuanto que el reino medo se hallaba en vías de convertirse en la primera potencia de
toda Asia Anterior.
Con esta política Apries fracasa. Su flota, sin embargo, parece haber obtenido algunos triunfos.
Podemos deducirlo del hecho de que la ciudad fenicia de Tiro se volviera poco después contra
Nabucodonosor tras de lo cual se vio asediada durante trece años por un ejército caldeo (585-573
a. C.). Finalmente se llegó a un compromiso: Tiro siguió siendo un reino independiente pero volvía
a reconocer la supremacía caldea. No obstante, ya antes de iniciarse el sitio de Tiro por los caldeos
se había tomado en Palestina una decisión que destruía las esperanzas de Apries.
Ante la noticia de que se acercaban los egipcios, Nabucodonosor levantó el sitio de Jerusalén y se
dirigió al encuentro de Apries. No cabe duda de que, con la ciudad enemiga a su espalda y ante las
victorias de los egipcios en el mar, la decisión era arriesgada.
Para el estado egipcio en cambio este fracaso exterior significó un duro golpe en el interior. Lo
demuestra un gran motín de la guarnición de Elefantina. Por un motivo desconocido decidieron los
soldados desertar a Etiopía.
En el año 570 el príncipe libio Adikran llamó en su ayuda al faraón, ya que no podía resistir el
creciente poderío del estado griego de Cirene. Como es natural, Apries no pudo enviar a sus
divisiones griegas contra los griegos de Cirene. Envió, por tanto, a su ejército de mákhimoi, pero
sufrió una grave derrota. Sólo algunos de sus hombres pudieron volver a Egipto. Este
acontecimiento hizo estallar las disensiones y las envidias entre las tropas egipcias y las
extranjeras. Por primera vez después de casi cien años volvió a haber una guerra civil en Egipto.
Por un lado estaban los soldados del país, que proclamaron rey a un oficial de Siuph, cerca de Sais,
llamado Amasis. Por otro, el faraón Apries y los poderosos contingentes griegos y carios del
ejército. En las luchas, que tuvieron como escenario sobre todo el noroeste del delta, se alzó con
el triunfo Amasis. Apries halló seguramente la muerte en el año 568 en su último intento de
reconquistar el poder.
Amasis tuvo que resolver dos problemas que Apries le había legado como herencia. En primer
lugar se tenían que restablecer las relaciones con las potencias exteriores contra las que, con tan
poca fortuna, había luchado Apries: el reino caldeo y el estado de Cirene. Por otro lado se trataba
de lograr con urgencia una reconciliación dentro del país, especialmente entre los mákhimoi y los
griegos.
Al parecer, siguió Amasis una política exterior que, según el espíritu de Psamético I y de Nekao, no
tendía a realizar conquistas fuera de Egipto, sino a conservar el equilibrio entre las potencias de
Asia Anterior. Únicamente la isla de Chipre fue obligada por Amasis al pago de tributos, con la
ayuda de su poderosa flota. Esto condujo a un mayor comercio entre Egipto y Chipre.
El Egipto de los saítas cayó porque en el mundo de la gran política se había producido finalmente
lo que habían temido y tratado de evitar, por todos los medios de la diplomacia e incluso de la
intervención militar, Psamético, Nekao y más tarde Amasis: en lugar de un sistema de estados
iguales que se tuvieran en jaque entre sí, había surgido en Asia Anterior una potencia mundial con
pretensiones de poder universal, el Imperio Persa.
En el 525 Egipto cae bajo el yugo Persa.
Tres veces se alzaron los monarcas del delta occidental contra los persas, como anteriormente lo
hicieran los saítas, príncipes libios de la clase guerrera (486-484, 463/62-454 y 404 a. C.). La
tercera vez tuvieron éxito. Durante sesenta años volvió a existir un reino faraónico (404-343/2 a.
C.) que continuaba en muchos aspectos la época de los saítas. Cuando más tarde, bajo los
ptolomeos sucesores de Alejandro Magno, se hicieron los últimos intentos de restablecer un
estado faraónico en Egipto, partieron éstos de elementos etíopes del sur y de los mákhimoi del
delta del Nilo como fueron, en otros tiempos, Psamético y Amasis. Su fracaso significa el fin de la
época en que nubios y libios asimilados a Egipto habían dado a la cultura de este país un marco en
el que se pudo desarrollar por última vez.

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