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Mexico:

astronomia:
No podemos más que contemplar con asombro la ciencia astronómica de
los mexicanos, tan desproporcionada con su progreso en otros campos de la
civilización. El conocimiento de alguno de los principios más obvios de la
astronomía está al alcance de los pueblos más rudos. Con un poco de interés
pueden aprender a conectar los cambios regulares de las estaciones con los del
estado del sol en el amanecer. Pueden seguir la
marcha de los grandes cuerpos celestes a través de los cielos contemplando
las primeras estrellas que resplandecen durante la tarde o las que antes
se desvanecen en la mañana. Pueden medir una revolución de la luna,
marcando las fases. Pero que pudieran ajustar con precisión
sus fiestas por los movimientos de los cuerpos celestes sólo pudo ser el resultado
de una larga
serie de buenas y pacientes observaciones, lo que manifiesta un considerable
progreso en la civilización. Pero, ¿de dónde pudieron los rudos habitantes
de estas regiones montañosas haber obtenido esta curiosa erudición? No de
las hordas bárbaras que deambulaban por las latitudes más septentrionales, ni
de las razas más avanzadas del continente sureño, con quienes es evidente
que no tenían relaciones. Si en nuestra confusión nos encaminamos a buscar la
solución entre las comunidades
civilizadas de Asia, seguiremos quedándonos perplejos al comprobar que
dentro del parecido general en los principales rasgos hay suficientes
discrepancias en los detalles como para reivindicar la opinión de muchos de
la originalidad azteca.

Manuscritos
Al recorrer con la vista un manuscrito mexicano o mapa, como se le llama,
uno se sorprende ante las grotescas caricaturas de figuras humanas que
muestra, cabezas monstruosas y demasiado grandes sobre enclenques cuerpos
deformados, que son duros y angulosos en sus contornos y sin la más mínima
habilidad en la composición. En una inspección más detallada, sin embargo,
es obvio que no es tanto un rudimentario intento de delinear la naturaleza,
sino un signo convencional para expresar una idea de la manera más clara y
convincente posible, del mismo modo que las piezas de igual valor en el
ajedrez, al mismo tiempo que se parecen entre sí, tienen poco parecido,
generalmente, con los objetos que representan. Las partes de la figura
trazadas de forma más clara, son las más importantes. De la misma manera, el
colorido, en lugar de las delicadas gradaciones de la naturaleza, muestra tan
sólo contrastes violentos y chillones para provocar una impresión más vívida.
«Porque incluso los colores», como observa Gama, «hablan en los
jeroglíficos aztecas»

Escritura
Para poder valorar correctamente la escritura pictórica de los aztecas se
debe tener en cuenta su relación con la tradición oral, de la que era auxiliar.
En las universidades de los sacerdotes, se instruía a los jóvenes en
astronomía, historia, mitología, etc., y a aquellos que iban a seguir la
profesión de pintor de jeroglíficos, se les enseñaba la aplicación de los
caracteres apropiados para cada una de estas disciplinas. En un trabajo de
historia uno se ocupaba de la cronología, otro de los acontecimientos. De este
modo, cada parte del trabajo se distribuía mecánicamente. Se instruía a los
alumnos en todo lo ya conocido en las diferentes ramas y de esta manera
estaban preparados para extender más allá los límites de su imperfecta
ciencia. Los jeroglíficos servían como una especie de taquigrafía, una
colección de notas que sugerían a los iniciados mucho más de lo que se podía
transmitir por una interpretación literal. Esta combinación de lo escrito y lo
oral comprende lo que se puede llamar la literatura de los aztecas

Unos pocos manuscritos mexicanos han podido llegar a través del tiempo
hasta Europa y se conservan cuidadosamente en las bibliotecas públicas de
sus capitales. Están todos recopilados en el magnífico trabajo de Lord
Kingsborough, pero en él no hay ninguno de España. El más importante de
todos ellos, por la luz que arroja sobre las instituciones aztecas, es el Códice
Mendoza, que, después de su misteriosa desaparición de más de un siglo, ha
reaparecido finalmente en la biblioteca Bodleiana de Oxford. Ha sido
grabado varias veces. El más brillante en colorido es probablemente el de
la colección Borgia en Roma. El más curioso, sin embargo, es el Códice de
Dresde, que ha atraído menos la atención de lo que se merece. Aunque
normalmente clasificado entre los manuscritos mexicanos, tiene poco
parecido con ellos en su ejecución, la forma de los objetos está dibujada con
más delicadeza y los caracteres, al contrario que en los mexicanos, parecen
ser puramente arbitrarios y son probablemente fonéticos. Su colocación
simétrica es bastante parecida a la de los egipcios. El conjunto sugiere una
civilización muy superior a la azteca y ofrece abundante alimento para las
especulaciones curiosas.

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