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Barreiro, Telma, Nuevos senderos para el cambio social, Buenos Aires, Cencerro, 2006, pp.80-86.

ciertos desarrollos sociales y determinados avances populares, ayuda en un proceso de cambio. Para dar un ejemplo
puntual con la realidad argentina, parece más facilitadora (o, al menos, menos letal) la acción del gobierno actual de
lo que fue la gestión nefasta del menemismo o, naturalmente, la genocida dictadura militar del 76 al 83 (72).
También es importante señalar que pueden surgir acá algunas dudas sobre la naturaleza de la militancia política y
gremial. Tal militancia, al menos como parece encararse en estos tiempos, aparece signada por un deterioro interno
que es propio de una lucha personal por ocupar espacios, y parece conducir al triunfo del más agresivo, del más
ambicioso o autoritario. También con frecuencia se recurre a la falsedad o el engaño, al enmascaramiento de los
hechos para ganar posiciones, etc. La pregunta válida es si esto es así intrínsecamente o podría llegar a ser de otra
manera. Si la militancia político-partidaria y/o gremial debiera ser descartada, los recursos estratégicos de lucha de
esta N. I. pasarían a ser aún más importantes.
Lo que no podemos hacer, en modo alguno, es delegar en tales formas de militancia (político-partidarias,
gremiales, etc.) la esperanza (o la ilusión) de la transformación radical del mundo. Esencialmente, porque son
siempre, en todo caso, una apuesta a la organización vertical del poder. Y también, de hecho, por la aparente parálisis
y sometimiento que experimentan todos los gobiernos, aun los presuntamente críticos y progresistas, ante las fuentes
internacionales dominantes del poder en el mundo. Por ejemplo, las demandas y las exigencias del Fondo Monetario
Internacional, del Banco Mundial y de la Organización Mundial del Comercio.
Este último aspecto nos conecta con la crítica de los sistemas actuales de la democracia que formula Saramago, ya
mencionadas, y también a autores como el ya citado Holloway.
Ahora bien, en lo que hace específicamente a esta forma de militancia que acá intentamos describir, la
correspondiente a la N. I. y a los buscadores del SoHL, consideramos que las estrategias y los recursos son múltiples.
Una de ellas consiste, justamente, en operar sobre las múltiples flaquezas o debilidades del sistema imperante,
buscar los intersticios y dentro de ellos, contribuir a apuntalar y desarrollar aquellos sectores donde late o subyace el
humus de la transformación deseada.
Pero para esto es imprescindible, como ya se dijo, por un lado la constitución de múltiples nucleamientos que
puedan corroer las bases de esa estructura en descomposición, y proporcionar alternativas realistas, y por el otro, que
estos nucleamientos logren articularse y consolidarse realmente en redes.
Continuando con la metáfora del transatlántico gigante, sólo una red (o, mejor dicho, múltiples redes) muy
poderosas y entrelazadas, conformadas por múltiples y pequeños nucleamientos diversos, podrían hacer trastabillar su
poderosa marcha.

c.3. TOMA DE CONCIENCIA DE LOS ENEMIGOS INTERNOS


Pero, aquí nos topamos con los puntos débiles y difíciles del propio movimiento hacia el cambio. Porque, así
como el sistema de poder dominante tiene sus enemigos internos, también los tiene la Nueva Ideología y el
movimiento (presunto movimiento, movimiento latente) de los buscadores del SoHL. Es importante tomar conciencia
de los propios enemigos internos.
Se trata:
a) Por un lado, de ciertas dificultades estructurales psicodinámicas, que tienen que ver con matrices de
comunicación, con formas de vinculación interpersonal distorsionadas y distorsionantes, heredadas sin duda del
modelo vincular instaurado por el sistema capitalista dominante, tales como el “ombliguismo”, el egocentrismo, la
competencia potencial, el individualismo, cierto grado de “verticalismo” y autoritarismo personal, etc. Esto puede
verse, por ejemplo, en la dificultad de escucha y la imposibilidad de sostener un auténtico diálogo cuando aparecen
posiciones diferentes en un debate.
b) Por otro lado, aparecen dificultadas vinculadas a viejos paradigmas, conjuntos de supuestos básicos que pueden
sobrevivir, como la concepción misma del poder o del liderazgo dentro del grupo, o la valorización de determinados
mecanismos de producción intelectual, por ejemplo, sobrevalorando la producción de “autores consagrados” y
desvalorizando el posible aporte de la experiencia y la reflexión individual, etc.
c) También aparecen dificultades de carácter técnico, como las relativas a la forma de organización práctica
vinculada a las tomas de decisiones, la elaboración conjunta de declaraciones o resoluciones, etc.
En paralelo con todo esto, que dificulta la misma constitución de los nucleamientos, aparece, naturalmente, la
consecuente dificultad para construir redes auténticamente horizontales y cooperativas. Será muy importante conocer,
explorar y describir cuáles son estas dificultades para la constitución de estos grupos y de las redes. Conociéndolas,
podremos intentar superarlas.

D. LOS PEQUEÑOS GRUPOS


D.1. IMPORTANCIA DEL PEQUEÑO GRUPO COMO BISAGRA PSICOSOCIAL
Pero, antes de entrar a desarrollar este tópico, será importante formular algunas reflexiones en torno a la naturaleza
de estos presuntos “nucleamientos”.
En efecto, el intento de vincular el cambio social con el desarrollo de pequeños grupos que se van estructurando
en redes, nos obliga a introducir y a reflexionar un momento acerca de un concepto muy importante desde el punto de
vista de las ciencias sociales contemporáneas, que es el concepto de grupo, y, en particular, lo relativo al pequeño
grupo.
Deberemos detenernos, pues, por algunos momentos, en ciertas precisiones de carácter técnico sobre estos
conceptos.
Primero, diferenciar el pequeño grupo de lo que sería el grupo en general.
El pequeño grupo, es aquél en que las personas se pueden conocer y reconocer, donde puede haber una
representación e identificación mutua de sus miembros, donde se experimenta la pertenencia y se produce la
interdependencia funcional.
En esto se diferencian de los grandes grupos. Los participantes de una manifestación pública, los hinchas que
colman una cancha de fútbol, los miembros de una gran institución en su totalidad, constituyes grupos grandes.
También podemos hablar, en otra acepción, del grupo de niños en edad escolar de nuestro país, o del grupo de
personas que están desempleadas o subempleadas, o del grupo de todos los inmigrantes indocumentados, etc. Estos
también son grandes grupos, si bien de índole diferente a los anteriores. Pero, tanto unos como otros, se diferencian
del pequeño grupo, e incluso son explorados por distintas disciplinas. Así, por ejemplo, la sociología se ocupa
mayoritariamente de los grandes grupos, en tanto la psicología social se ha ocupado del pequeño grupo, e incluso
investiga el pequeño grupo la psicología o la psiquiatría en su trabajo sobre la familia con fines terapéuticos.
El pequeño grupo implica, pues, una interacción, cara a cara. Son pequeños grupos una familia nuclear, los
alumnos dentro de un aula, el conjunto de trabajadores de un taller, los compañeros de trabajo de un banco, etc.
Cuando nosotros hablamos de estos nucleamientos que serían posible agentes de cambio, donde se practica la
solidaridad, la cooperación, nos estamos refiriendo a pequeños grupos, es decir, a los grupos donde hay una cierta
interdependencia funcional, donde hay intercambio e interacción interpersonal y un cierto conocimiento mutuo de sus
miembros, es decir, donde los miembros se pueden identificar entre sí.
El pequeño grupo es absolutamente fundamental en la vida humana porque es en el seno de estos nucleamientos
sociales donde la gente se socializa; en primer lugar, en el seno de su familia, luego en otras instancias como escuela,
barrio, amigos, etc. En ellos adquiere sus herramientas básicas para estructurar su psiquismo, desde el lenguaje, las
pautas de conductas, el sistema de valores, y, en síntesis, los elementos básicos para construir su propia identidad y su
autoimagen. El pequeño grupo tiene además, naturalmente, una enorme importancia en la constitución de los
esquemas ideológicos básicos.
En general, los desarrollos teóricos de izquierda, particularmente el marxismo, no han dado la debida importancia
al rol que tienen los grupos pequeños en la posible transformación social. En general el rol del pequeño grupo ha sido
denostado o desconocido en cuanto a su incidencia en la producción de los hechos sociales, es decir, le han restado
significación histórica, reservando los acaeceres propios de los pequeños grupos al plano de las anécdotas o los
perfiles subjetivos, como influencias individuales de unos sujetos sobre otros, como análisis de las características de
las personalidades políticas significativas, como procesos de alianzas entre sectores, etc.
En general, los teóricos clásicos del marxismo cuando han hablado de este tema lo han hecho más bien en
detrimentro del valor del pequeño grupo, por ejemplo los teóricos que definieron la escuela como aparato ideológico
del Estado (AIE), como aparato reproductivo de la ideología dominante, la familia como conservadora del statu quo,
etc. (73).
El pensamiento marxista ha priorizado el concepto de “clases sociales”, y, en particular “la clase obrera”, “la masa
proletaria”, “el pueblo”, como un factor muy significativo a la hora de la revolución; la masa dirigida o guiada por un
líder que la interpreta y la puede llevar a la revolución; la clase obrera conducida por los líderes esclarecidos del
partido, etc. Se hablaba así de grandes grupos humanos.
Hubo, sin embargo, una corriente de pensamiento que puso de relieve la importancia de la construcción de nuevos
organismos sociales, de nuevas estructuras comunitarias, y ellos fueron los utopistas, de raigambre socialista, que
intentaron concebir nucleamientos sociales más pequeños donde se practicaran formas de intercambio económico y
político diferente.
Pero estos utopistas fueron, en su mayoría, pensadores que existieron antes del desarrollo científico de la teoría de
lo grupal, antes de la constitución de lo que ha dado en llamarse “psicología social”. Y fueron, en general,
descalificados por el pensamiento de izquierda revolucionario de origen marxista (74).
Evaluar la importancia del pequeño grupo como factor de cambio ha sido tarea de algunos teóricos de la
psicología social, entre otros la corriente dinamista inaugurada por Kurt Lewin, que a través de distintas experiencias
realizada demostraron el valor que puede tener el pequeño grupo para inducir cambios en sus miembros (75).
Aportes también muy interesantes en este sentido aparecieron en la década del sesenta y setenta por parte de los
teóricos de la llamada “pedagogía institucional” o “pedagogía de la autogestión”, que planteaban la posibilidad de
introducir recursos autogestivos, auténticamente democráticos, en las instituciones escolares, como vía para generar
ámbitos donde se desarrollaran los esquemas participativos y la consolidación del espíritu crítico y autónomo (76).
En general los primeros desarrollos en la teoría del pequeño grupo se hicieron en las primeras décadas del siglo
XX y tenían diferentes signos. En algunos casos se pusieron al servicio de empresas capitalistas, y se utilizaron para
mejorar la producción industrial. En otros casos, se alcanzaron desarrollos más relevantes. Los trabajos del propio
Lewin, si bien tuvieron en alguna ocasión aplicaciones vinculadas a la producción capitalista, pretendieron también
estudiar fenómenos tan importantes como el de la relación con las figuras de autoridad, el origen del prejuicio, o,
como ya se mencionó, el rol del grupo en la superación de la resistencia al cambio, etc. Este mismo autor llegó a
intervenir en conflictos comunitarios donde confrontaban entre sí distintas poblaciones afectadas por diversas formas
de marginalidad, etc. (77).
Pero el fenómeno grupalista, como movimiento intelectual, fue perdiendo paulatinamente este carácter crítico que
se insinuaba en sus orígenes, y su uso más difundido terminó reduciéndose a lo terapeútico, se desarrollaron grupos
de autoayuda como los que se sostienen para la recuperación de adicciones, se siguió aplicando, como en los
primeros usos iniciales, para mejorar el rendimiento en las empresas, se generaron grupos de encuentro (como los de
C. Rogers) para intentar superar la alienación del individuo contemporáneo, etc. También se aplicó extensamente al
desarrollo de métodos pedagógicos, generando un importante movimiento de lo que dio en llamarse la Escuela
Nueva, que si bien era agudamente crítico con respecto a la escuela tradicional, no incursionaba en críticas radicales
sobre la estructura misma de la organización social imperante.
Así, pues, el carácter crítico con relación a la ideología dominante que podía esbozarse en un principio en torno de
este movimiento grupalista fue declinando junto con la notable caída de la mayoría del pensamiento revolucionario y
contestatario que experimentó la sociedad occidental a mediados de los setenta y en los ochenta y noventa, donde
pareció eclipsarse la ola de progresismo que campeaba en los 60 y principios de los setenta.
Debemos mencionar, sin embargo, que elementos importantes de esta capacidad de transformación que puede
realizarse a partir de los pequeños grupos aparecen en los desarrollos hechos por los teóricos y educadores inscriptos
en la corriente de la Educación Popular en América Latina, en parte inspirados por los planteos de Paulo Freire, y
también en cierto modo en la metodología de los grupos operativos, inaugurados en Argentina por Pichón Riviere y
José Bleger.
Y, ciertamente, existen en la actualidad distintos movimientos en Argentina y en otros países de América Latina
que reivindican el trabajo de encuentro y reflexión en pequeños grupos para compartir experiencias y hallar solución
a los problemas en común, rescatando sobre todo el carácter participativo y no jerárquico de los mismos, y con vistas
a la superación de situaciones de injusticia social y a la transformación de la sociedad. Un paneo de los distintos
trabajos que se realizan en este ámbito daría, sin duda, resultados muy significativos. En parte nos hemos referido a
estos nucleamientos en nuestros capítulos 3 y 4.
Es importante destacar que al introducir acá, en esta brevísima referencia, este tema, no pretendemos afirmar que
los grupos pequeños sean, de suyo, por su propia naturaleza, un instrumento revolucionario o de cambio social. En
absoluto es ésa nuestra mirada. Las más de las veces el pequeño grupo cumple un rol conservador, de sostenimiento
de los valores, pautas y creencias dominantes. En general, éste ha sido el rol de la familia, y también de la escuela.
Incluso muchas agrupaciones tendenciosas, fascistas, o racistas, crecen al amparo de grupos pequeños, como sería el
caso del Ku-Klux-Klan y de tantos otros, donde se alimentan prejuicios y, a veces, formas feroces de sometimiento
interpersonal, grupos de iniciación con brutales ritos iniciáticos, sectas, etc.
Pero, así como el pequeño grupo puede cumplir un rol conservador y alienante, también existen otras
posibilidades, conectadas a lo que hemos dado en llamar el grupo sano. El pequeño grupo puede ser un espacio donde
la gente pueda reflexionar y debatir en conjunto, y donde se estimule el crecimiento de todos y cada uno de sus
miembros. En este sentido vemos el pequeño grupo como un lugar donde la gente puede practicar una reflexión,
adquirir una capacidad sistemática para la crítica, apuntalar herramientas para un cambio social profundo, aprender
formas de vincularse más fraternas y solidarias, construyendo lo que se ha dado en llamar las “nuevas formas de
subjetividad”.
J. P. Feinman ha hablado de la “colonización de las subjetividades”. En un artículo periodístico (78) dice Feinman
que de alguna manera el desarrollo de la subjetividad en la sociedad actual y, -sin duda, podríamos nosotros agregar,
en la mayoría de las sociedades-, se encuentra subordinado a los deseos, designios y valores de las minorías
dominantes, del poder. Esto ya lo ha dicho el marxismo diciendo que la ideología de una sociedad es la ideología de
la clase dominante (79). J. P .F sostiene que hay que “descolonizar las subjetividades”, es decir, transformar estas
subjetividades que han sido colonizadas dentro de los esquemas del capitalismo, en subjetividades autónomas,
capaces de construir otros valores y otras prácticas.
Si aceptamos, de algún modo, esta propuesta (comenzando por aceptar, modestamente, que la primera
subjetividad que debemos “descolonizar” es la nuestra propia), debemos preguntarnos: “¿cómo se practica, cómo se
lleva a cabo esta “descolonización”? Feinman, en realidad, no lo dice. Nuestra creencia es que una de las vías para
realizar este trabajo satisfactoriamente es el pequeño grupo crítico, donde se practiquen otras formas de organización
social y se construyan otras formas de intersubjetividad. Ya hemos hecho referencia a esto en el capítulo 3 donde
hablamos de nuevas formas de subjetividad (80). Pero ahora desearíamos reflexionar un poco acerca de las
características que estos grupos deben tener para poder constituirse en lugares de cambio social, donde se pueda en
cierta forma deconstruir una subjetividad sometida y reconstruir una subjetividad más personal, más propia e
independiente, más solidaria y cooperativa, respetuosa del prójimo. Algo de esto aparece en algunos testimonios que
recogimos cuando hablamos de los piqueteros y de las fábricas recuperadas.
Hay que diferenciar, pues, muy cuidadosamente, entre un pequeño grupo que somete y un pequeño grupo que
libera. El pequeño grupo puede tener una matriz vincular que enseñe u obligue a practicar un sometimiento al líder.
Esta sería justamente una de las características de los pequeños grupos en las organizaciones racistas, como el ya
mencionado K.K.K. o las juventudes hitlerianas o fascistas de la Italia de Mussolini, donde se enseña la obediencia a
una figura de autoridad (81). Por el contrario, dentro de un pequeño grupo que esté constituido con un espíritu
libertario, puede el sujeto aprender, realmente, a participar, a debatir, a tener una postura crítica, a cuestionar las
figuras de autoridad, constituyéndose una estructura de mayor horizontalidad.
Naturalmente, no es realista postular la existencia de dos “tipos” de grupos, en forma extrema: los “fascistas” por
un lado y los “libertarios” por otro. En el medio, hay un vasto y riquísimo espectro. Por ejemplo, habría que ver, con
mucha cautela teórica, qué tipo de “dominación” se establece en los grupos familiares o escolares que, sin ser nazis o
fascistas, van condicionando al niño o adolescente para el sometimiento y la aceptación acrítica de las pautas y de
todo el aparato normativo y el sistema de valores dominante, a través del apelar a premios y castigos, etc. O qué tipo
de grupos se alientan en un fábrica o en una oficina donde se impone la presencia de un jefe arbitrario y despótico,
que distribuye en forma tendenciosa las muestras de reconocimiento a sus subordinados, etc.

d.2. MECANISMOS DISTORSIONANTES vs GRUPO SANO


Este es un tema en extremo complejo, imposible de desarrollar extendidamente en esta obra. Pero necesitamos
detenernos, no obstante, aunque más no sea por unos momentos, en una reflexión teórica en torno a estos conceptos.
Muy esquemáticamente hemos de sostener que hay grupos que son más sanos y positivos que otros para el
crecimiento personal y la salud mental de las personas, y por ende, con un mayor potencial para promover cambios
sociales en pos de un mayor bienestar para todos.
Sostenemos que el pequeño grupo puede tener potencialidad tanto para producir bienestar cuanto para producir
malestar en sus miembros; tanto para estimular el desarrollo de una personalidad solidaria y humanista cuanto para
alimentar odios y prejuicios cerriles. El pequeño grupo puede estimular y desencadenar aspectos creativos y
productivos de las personas, pero también puede alimentar y potenciar los rasgos y mecanismos más destructivos.
Podríamos citar en esto a J. Bleger, uno de los pensadores argentinos que se han ocupado con mayor lucidez de la
temática grupal:
“...en un grupo, no sólo puede ocurrir una degradación de las funciones psicológicas superiores y una reactivación
de niveles regresivos y psicóticos (según los estudios que van desde Le Bon hasta Bion), sino que el grupo puede
también lograr el más completo grado de elaboración y funcionamiento de los niveles más integrados y superiores del
ser humano, con un rendimiento que no puede alcanzar operando individualmente.
(...) Todas estas grandes diferencias en su dinámica y sus resultados no constituyen cualidades esenciales del
grupo, sino emergentes de su organización. El grupo puede así, enfermar tanto como curar, organizar como
desorganizar, integrar como desintegrar, etc. Lo que se diga del grupo se convierte en una abstracción o entelequia si
no se singularizan y relacionan el grupo, el momento y la organización o estructura, y si no se especifica si ésta (...) es
estable, permanente o funcional.” (82)
Nosotros hemos de introducir acá el concepto de “grupo sano” y la idea de “mecanismos distorsionantes”, siempre
aclarando que se trata de una suerte de categorización dicotómica, a la manera de los llamados “tipos ideales”.
Un grupo sano sería, definido en términos de prototipo o paradigma, aquél que promueve la salud y estimula el
crecimiento personal de sus miembros, que alienta los aspectos positivos del individuo, potencia su creatividad, y
permite pensar libremente, sin temores ni bloqueos.
En el grupo sano todas las personas pueden participar por igual, el uso de la palabra no es patrimonio de algunos
sino un derecho de todos; prevalece dentro de él un clima de solidaridad; la cohesión se produce por factores
afectivos de signo positivo y no sobre la base de un etnocentrismo agresivo. Es el grupo donde la gente siente que
puede ser “ella misma”, sin adoptar máscaras ni barreras.
En el grupo sano prevalece un clima de confirmación o aceptación de sus miembros, la persona no se ve obligada
a estar “a la defensiva” o abriéndose camino en medio de una atmósfera hostil. No hay una lucha enconada por
ocupar espacios y el grupo no necesita generar la figura del llamado “chivo expiatorio”.
Uno de los rasgos salientes del grupo sano es que en él prevalece un clima de cooperación antes que un clima de
competencia; diremos que este tipo de grupo se caracteriza por estar estructurado sobre la base de lo que podríamos
llamar una “matriz solidaria” (83).
En estado puro, quizás no exista el grupo “sano” según quedó acá definido, pero sí existen, con seguridad,
nucleamientos humanos que se aproximan mucho más a esta descripción que otros. Hay grupos que se alejan
demasiado de esta caracterización, que se encuentran profundamente atravesados por lo que podríamos denominar
“mecanismos distorsionantes”. En efecto, existen ciertos mecanismos de comunicación y modalidades de interacción
personal que pueden aparecer en los grupos operando como verdaderos distorsionantes de un buen clima grupal y
contribuyendo a plasmar un estilo vincular negativo.
Estos mecanismos distorsionantes operan como obstáculos para la consolidación de un grupo sano, ya que
obstruyen la participación amplia de sus miembros, frenan la espontaneidad, socavan la seguridad personal de
algunos (o todos) sus miembros y producen, en suma, malestar psíquico superficial o profundo y un bloqueo del
crecimiento personal, y, por ende, estructuras psíquicas de sometimiento interpersonal.
Algunos de los mecanismos distorsionantes que con mayor frecuencia suelen aparecer en los grupos son, a nuestro
juicio, los siguientes:
1. Autoritarismo. Dominio de uno(s) sobre otro(s). Puede ser abierto o encubierto. Se apoya en el miedo al castigo,
a la sanción, al ridículo, a la pérdida de afecto o protección, a la exclusión, a la expulsión, etc. También puede
apoyarse en la admiración incondicional. Puede ser ejercido por la autoridad “formal” o por algún miembro del grupo
en detrimento de otros.
2. Instrumentalización. “Uso”, cosificación de la persona. Explotación de uno/s por otro/s.
3. Competencia. Pugna entre los miembros del grupo por el dinero, el poder, los posicionamientos institucionales,
el prestigio, el afecto del líder, por distintas formas de reconocimiento, premios, etc.
4. Lucha por el poder entre las personas (por ejemplo, pugna con la autoridad “formal” por el control del grupo, o
entre “líderes” naturales, o entre subgrupos).
5. Presencia de subgrupos antagónicos, que se resisten a la integración y desencadenan distintas formas de
violencia (mutua o contra terceros).
6. Agresión. Física o psíquica. “Descargas” de agresión, cadenas de tensión, etc.
7. Descalificación, humillación. Abierta o encubierta. Degradación, ironía, burla. Intolerancia al error y a la
desviación con respecto a la norma. Tendencia coercitiva al consenso.
8. Dificultades severas en la comunicación, reticencia y desaliento sistemático de los intentos de comunicación,
desvalorización explícita de la práctica de la comunicación. Códigos de comunicación mutuamente incompatibles o
muy diversos entre sí; equívocos en relación con los supuestos básicos subyacentes (por ejemplo, creer que se
comparte un código, un paradigma, o ciertos objetivos, cuando no es así).
9. Mensajes duales, doble código, doble vínculo, distorsión sistemática en la comunicación.
10. Simulación. Encubrimiento profundo y sistemático de los defectos o errores personales: engaño, presentación
de una imagen, enmascaramiento. Tabúes, temas acerca de los cuales no se puede hablar, secretos “acuñados”.
11. Enconos cristalizados a través de la historia de grupo. “Nudos” de resentimiento que persisten. Clima de
encubrimiento y negación de los conflictos o tensiones subyacentes, prohibición de develar núcleos conflictivos del
propio grupo. Armonía ficticia. Negación sistemática a la toma de conciencia del funcionamiento del propio grupo.
12. Elitismo, “vedetismo”, discriminación. Exaltación sistemática de unos unida a una desvalorización sistemática
de otros. Distinción entre “hijos” y “entenados”; los brillantes y los mediocres, los buenos y los malos, los incluidos y
los excluidos. Valorización del “triunfador” o exitoso, menosprecio del “perdedor”. Distribución no equitativa de los
bienes entre los miembros del grupo; injusticia sistemática. Marginación; consolidación de uno o varios depositarios
de la agresión, consolidación del rol del “culpable” (chivo expiatorio).
13. Esterotipia en los roles. Tendencia a adjudicar roles fijos; tendencia a rotular.
14. Chantaje afectivo. Afecto o gratificación condicionado al cumplimiento de la norma o a la aquiescencia con la
figura de autoridad y sus designios.
15. Simbiosis. Fuertes relaciones de dependencia: afectiva, intelectual, etcétera. Falta de discriminación
(separación) clara de identidades.
16. Negación de la subjetividad. Negación y/o desvalorización de la experiencia individual. Negación de lo propio
y peculiar de cada personalidad individual.
17. Distancia emocional, indiferencia, incomunicación, frialdad. Desinterés abierto por los problemas del otro.
Acendrado individualismo. Desvalorización y ridiculización de lo afectivo.
18. Formalismo. Ceremonia, solemnidad, énfasis en las formas.
19. Depresión. Falta de estímulos positivos, pasividad, tedio, apatía. Falta de estimulación del desarrollo personal.
Falta de vitalidad y entusiasmo. Percepción disminuida de sí mismo, autodesvalorización (por parte del grupo como
tal).
20. Etnocentrismo agresivo. Conciencia del “nosotros” fundada en una oposición a “Ios otros”. Nucleamiento en
torno de la agresión o la defensa. Exaltación del odio o del afán destructivo. Prédica de la autosupremacía y desprecio
generalizado por lo ajeno o externo al grupo.
Estos mecanismos distorsionantes difícilmente se den aislados, suelen presentarse en haces, donde uno de ellos se
entreteje con otro o con varios otros, y se potencian mutuamente. Así, por ejemplo, el autoritarismo suele ir unido a la
descalificación, a la agresión, la discriminación y la competencia (como instrumento en manos del autoritario).
También el autoritarismo puede alimentar la negación de la subjetividad y el chantaje afectivo, y así sucesivamente,
al punto tal que podríamos hablar de auténticas configuraciones o entramados de mecanismos distorsionantes (84).
Lamentablemente, el modelo comunicacional dominante, cincelado en torno a la matriz vincular competitiva,
profundamente arraigado en nuestra cultura y en nuestro sistema de valores, socava, casi constantemente, la
posibilidad de constituir grupos sanos, de modo tal que los mecanismos distorsionantes suelen infiltrar las relaciones
interpersonales y enseñorearse de la gran mayoría de los grupos y de los ámbitos institucionales que funcionan en
esta sociedad.

d.3. GRUPOS SANOS Y CAMBIO SOCIAL


¿A título de que introducimos esta reflexión? ¿Cómo se vincula con nuestra indagación sobre las distintas formas
de militancia para el cambio social?
La idea central es que, cuanto más se aproxime un nucleamiento humano a la modalidad vincular de un grupo
sano, tanta mayor facilidad tendrá para operar como generador de subjetividades menos alienadas, para implementar
estrategias de transformación social profunda y para promover la construcción de redes solidarias.
Así, pues, el hecho de poner sobre el tapete esta temática, de poder identificar y reconocer la existencia de grupos
sanos y laborar para su constitución, está vinculado fuertemente con la posibilidad del cambio social, porque el grupo
sano posee y desencadena una potencialidad insospechada.
De hecho, muchos emprendimientos que acometen personas vinculadas a la N.I. suponen una búsqueda en tal
dirección. Pero es necesario destacar, sin embargo, que ni siquiera estos grupos que intentan realizar empresas
solidarias se hallan exentos de la presencia deletérea de mecanismos distorsionantes, que operan como verdaderos
enemigos internos.
Será interesante identificar cuáles son las dificultades que afrontan, específicamente, esos grupos constituidos con
fines solidarios y de transformación social. Algunas dificultades afectan la posibilidad misma de la constitución de la
matriz cooperativa en el grupo (dificultades hacia lo interno), y otras obstruyen la apertura a la conformación de
redes.
Entre estas últimas, una de las mayores dificultades suele radicar en la falta de apertura para interesarse o
vincularse con emprendimientos encarados por parte de otros grupos o en ámbitos diferentes. Es que, muchas veces,
el esfuerzo puesto para llevar adelante el propio emprendimiento no permite emplear energía y tiempo en la labor de
apertura y construcción de lazos fraternos y operativos con otros grupos que se hallan en una búsqueda afín. Pero, a
nuestro juicio, no es sólo cuestión de tiempo y energías, sino que, de algún modo, se plantea una suerte de
“ombliguismo”, donde parece que los recursos auténticos y fundamentales pasan por la propia labor, por la labor de
ese colectivo humano en particular, y se desestiman o subestiman, otras áreas de lucha.
Quizás sea ésta una consecuencia residual del fuerte individualismo que impregna nuestras “subjetividades
colonizadas”.
En cuanto a las dificultades que traban lo interno, otro obstáculo importante puede ser el choque entre distintas
personalidades, o, desde algún lugar, muchas veces no reconocido, la pugna por ocupar espacios de poder, por
prevalecer entre sus pares, un cierto afán por predominar o afirmar su individualidad por encima de la de otros, etc.
Todo esto tiene que ver con el tema de las actitudes que aparecen en el accionar intragrupal, las distintas actitudes que
los diferentes miembros pueden adoptar (y, de hecho, adoptan) dentro de cada grupo.
En todo caso, el poder formar y sostener grupos cooperativos, solidarios, horizontales, supone siempre una
construcción, requiere un trabajo y un proceso, y también supone una cierta convicción en las posibilidades de su
constitución. Naturalmente, el poder tener, y sostener, una convicción en tal sentido, supone una cierta fe en los
rasgos positivos del ser humano. Este tema, el de la construcción sostenida de los grupos sanos, es un tema
específico y bastante crucial, que requiere un desarrollo teórico extenso, y será abordado en un segundo tomo de esta
obra.

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