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La trama central se presenta así: en el año 1897, los aldeanos de Covington
habitan en una sociedad pequeña, cerrada, aislados en el claro de un bosque, al
estilo amish. La razón es que sus fundadores (Los Mayores) huyeron años atrás
de diversas tragedias (asesinatos de familiares, codicia y maltrato)y otros males
de la supuesta “civilización” que padecieron en carne propia en “Los Pueblos”
cercanos que rodean el bosque. Nadie en la aldea tiene permitido salir de ella,ni si
quiera puedo asegurar que ellos mismos tenían la certeza de que había otro
pueblos vecinos. En principio para no regresar a la maldad de Los Pueblos, pero
también resulta imposible huir porque en el bosque habitan criaturas extrañas,
enormes, malvadas y sobrenaturales con las que hay una antigua tregua: los
aldeanos no van al bosque y Las Criaturas no entran en la aldea o eso es lo que
les han hecho creer.
Puedo darme cuenta que nos muestran un concepto que nos muestra la similitud
hacia la forma primordial de control social entre los habitantes de la aldea es
llamativa: como relatará luego Edward Walker a su hija Ivy , Las Criaturas no
existen. Se trata de Los Mayores disfrazados, quienes cada tanto salen a asustar
por las noches a sus seres queridos y demás habitantes de la aldea para que el
mito siga vivo y no haya ningún pretexto que implique volver a Los Pueblos.
Cuando uno ve el tráiler, se trata de una película de terror en que hay seres
terroríficos que asustan mucho a los aldeanos indefensos. A media película nos
damos cuenta que no es asi.
Desde su inocencia, también, pero sin saberlo —ciega al fin—, es Ivy quien
resuelve el conflicto principal. Pese a que ella y Noah son los dos personajes
físicamente discapacitados de la aldea, Ivy simboliza pureza mientras que Noah
simboliza egoísmo. Una inocencia (“buena”) se impone a otra (“mala”). Es de un
simbolismo abismal ver, primero, en una toma fantástica desde el aire, a Ivy en su
capa amarilla (el color de la luz y la sabiduría) en medio de un campo de bayas
rojas, asediada por el color de la maldad; segundo, minutos después del
enfrentamiento, ver a Noah, el antagonista, morir dentro del disfraz de un
monstruo, bañado en la sangre que tanto lo atraía. La simbología de cada toma, la
expresividad visual que adquiere esta tensión, es por entero poderosa.
Y es la inocencia, una vez más, la que permite a Ivy volver a la aldea y salvar a su
amado. Al llegar a Los Pueblos, conforme cruza una cerca hacia el siglo XXI, se
topa con un guardia de la reserva, Kevin, quien se queda prendado de ella: de su
vestimenta, sus formas lentas, su belleza y su lenguaje anticuado. Ivy lo termina
de impresionar al decirle que “hay bondad en su voz”. Así como Noah era una
excepción en la aldea, Kevin es una excepción en Los Pueblos: un buen
muchacho, la última persona que Ivy esperaba encontrarse en aquel coto de
maldad.
La última escena es memorable. Para empezar, por la fotografía: una larga toma
en la que Los Mayores permanecen inmóviles rodeando a Lucius y sólo vemos a
través de la puerta abierta a los aldeanos correr de alegría en segundo plano
porque Ivy regresó, en un contraste filmográfico sublime. Es más memorable, sin
embargo, porque el guion completa el argumento. Un joven anuncia a Los
Mayores que Ivy ha vuelto, que encontró a una de Las Criaturas y la mató. Los
padres de Noah rompen en llanto, sabiendo que se trata de su hijo. La tensión es
profundamente asequible. Walker interviene: “Lo encontraremos. Le daremos un
entierro digno. Diremos que lo mataron Las Criaturas”. La mentira, pasando por
encima del dolor y la tragedia, vuelve para coronarse al final y seguir dando
coherencia a ese proyecto social. Después de todo el sufrimiento, nadie piensa en
claudicar. Walker dice a los padres de Noah: “Su hijo ha hecho que nuestras
historias sean reales. Noah nos ha dado la oportunidad de seguir con esto, [sólo]
si eso es algo que aún queremos”.
En conclusión, La aldea nos enfrenta con nuestros propios demonios. La película
no sólo juega con nuestra lógica y con la de su argumento inicial, sino que reta al
espectador, precisamente, a sobrellevar ese enojo con el giro final, a poner
atención en cada toma. Tampoco resulta algo tan relevante que la aldea viva en
medio del siglo XXI. Si bien intenta darnos una lección moral (que la sociedad
urbana moderna es terrible), no es acaso la idea que habría de retenerse de la
película, y es allí donde la crítica se desvió al tomar el todo por la parte. Lo que a
mi juicio tendría que quedarnos después de ver La aldea (la segunda vez) es esa
construcción tan precisa de una realidad alterna, la originalidad del mundo que la
pelicula crea independientemente de su destino. Visto así, no me queda duda de
que se trata de una de las mejores películas que plasman nuestra sociedad en un
concepto muy inocente. Haciendo alusión a nuestras creencias mas arraigadas
que nos hacen dudar sobre que es lo que correcto y que es lo incorrecto. Hasta
donde llegaríamos para hacer que nuestra sociedad sea intachable y moralmente
aceptable…