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Transversalidad curricular en la Educación Ambiental para la sustentabilidad: Acotaciones y posibilidades.

Edgar
J. González Gaudiano

El debate moderno sobre la crítica a las disciplinas surgió a principios de la década de los setenta del siglo XX, con el
taller internacional “Interdisciplinariedad. Problemas de la enseñanza e investigación en las universidades”,
financiado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en colaboración con el
ministerio Francés de Educación y la Universidad de Niza. En México el debate se centro en la multi y la
interdisciplina. La transversalidad formó parte de la discusión. El foco estaba puesto en trascender el enfoque
monodisciplinario para arribar a una estrategia interdisciplinaria pasando por la multidisciplina, donde la
interdisciplina era un intercambio teórico, metodológico y de conceptos, así como transferencia de conocimientos
entre una disciplina y otra; y no se tocaba la transdisciplina o no se argumentaba como hacerlo. Transdiciplinariedad
hacia la hiperdisciplina Piaget, a través y entre pero no más allá. La disciplina es un espacio de fuerza, control y
poder que define las maneras de percibir, analizar e intervenir en la realidad mediante lenguajes y métodos propios.
La disciplina nos disciplina en el sentido se que nos hace pensar de manera determinada. Es un espacio social
regulado por agentes e instituciones que luchan entre sí por hegemonizar su capital simbólico, “conjunto de
esquemas generativos con que los sujetos sociales perciben el mundo y actúan en él” Pierre Bordieu, 1972. Lo
transdisciplinario requiere desactivar el espacio discursivo restringido a las disciplinas científicas, con el fin de que
éstas puedan articularse en nuevas síntesis creadoras, entre sí y con los llamados saberes no científicos, conocidos
también como tradicionales, vulgares, ingenuos, precientíficos, subjetivos, prácticos, ancestrales, populares,
empíricos e incluso de sentido común, reconociéndoles validez, pertinencia, legitimidad y derechos.

En la educación superior, tiene que ver con el conocimiento mismo y la forma en que éste se configura; no depende
solo de cuestiones institucionales. -Mercado laboral-.

La transversalidad de forma simplista ofrece aproximaciones interdisciplinarias que contribuyen a rearticular la


estructura del currículo, para reconectar los planes de estudio con temas emergentes que estaban surgiendo de la
vida social. Este recurso de diseño del currículo escolar se difundió en el campo de la educación ambiental antes
que en otros, en los años 90s del siglo pasado, cuando en México y AL se difundió la propuesta de la Ley Orgánica
General del Sistema Educativo (LOGSE) español para impregnar a todas las etapas, áreas y materias del currículo;
obviamente estaba dirigida a la educación básica, pero se constituyó con rapidez como discusión general para el
currículo en todos los niveles.

La transversalización de la dimensión ambiental en el currículo escolar tiene tres procesos clave que es preciso
considerar en el marco de esta discusión.

1. Diseño y planeación curricular que consolide y ejercite nuevos procedimientos y competencias que
contribuyan a profundizar de un nivel a otro el análisis de una misma problemática y sincrónicamente,
para promover y potenciar desde las diferentes áreas las competencias evolutivas propias de cada nivel.
2. Aplicación, que tiene que ver con la formación y actualización del profesor.
3. Evaluación de los aprendizajes transversales, que no se reduce a aspectos cognitivos, sino también
afectivos y actitudinales.

La educación ambiental es también una educación en valores; no solo es un contenido sino un valor. Una
verdadera transversalización de la temática ambiental no se limita a ciertas áreas del conocimiento, como
la biología o la geografía, necesita de las ciencias humanas, las artes y la cultura popular.
Este concepto se ha entendido de diversas maneras, la mayoría simplistas, desde añadir una materia o un
curso hasta proponer ejes curriculares transversales, para que la dimensión ambiental impregne el
currículo en su conjunto, es decir para que esté en todo.
Ambientalizar el currículo significa transformar el paradigma dominante de la ciencia activado en los
procesos educativos escolares. La idea de lo ambiental requiere flexibilizar no sólo las fronteras de las
diversas tradiciones científicas, sino el modelo de ciencia misma y el de la educación.

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Humanización de la Pedagogía Crítica ¿Qué clase de profesores? ¿Qué clase de ciudadanía? ¿Qué clase
de futuro?
Wayne Ross, E.

La pedagogía crítica, está asociada equívocamente con Paulo Freire en oposición al método bancario de la
educación y asociada a los análisis neomarxistas basados en la teoría crítica de la educación, la
escolarización y la sociedad.
La pedagogía crítica es una herramienta para exponer y deconstruir la hegemonía cultural, desde la que la
elite gobernante manipula las costumbres sociales de modo tal que sus perspectivas se convierten en la
visión dominante del mundo. Aunque
Pero el medio particular en el que un individuo existe lo llevan a ver o sentir una cosa más que otra, lo
conduce a tener ciertos planes para actuar con éxito, fortalece algunas creencias y debilita otras como
condición para obtener la aprobación de otras personas.
Freire (1970.1974) describió la educación tanto como instrumento que es utilizado para integrar personas
a la lógica del sistema y lograr su conformidad, o bien convertirse en una “práctica de libertad”, en el
medio por el cual se confronta critica y creativamente con la realidad y descubre cómo participar en la
transformación del mundo.
Para Dewey, la principal responsabilidad de la ciudadanía está relacionada con el desarrollo de intereses
compartidos que guíen hacia la sensibilidad acerca de la repercusión de las acciones de unos sobre los
otros. Dewey caracterizó a la democracia como la fuerza que derriba barreras que separan a la gente y
crea comunidad. Mientras más porosos sean los límites de los grupos sociales, mayor será la bienvenida a
la participación de todos los individuos, y como en la variedad de agrupamientos es en la que se disfrutan
las relaciones múltiples y flexibles, así la sociedad se acercará al completo ideal de democrático, el medio
por el cual la gente descubre, amplía y manifiesta su propia naturaleza y sus derechos.
Para Dewey, la democracia tiene tres raíces: la existencia de individuos libres; la solidaridad con otros y la
elección de opciones de trabajo y otras formas de participación en la sociedad. La meta de la educación
democrática y por tanto de la sociedad democrática es la producción de seres humanos libres asociados
entre sí en términos de igualdad.
Después de todo, pocos negarán que todo en el mundo está cambiando e intercambiando a algún ritmo y
en distintas direcciones, que la historia y las conexiones sistémicas pertenecen al mundo real. La dificultad
ha sido siempre cómo pensar adecuadamente acerca de ello y cómo prestar la atención y dar la
dimensión que corresponden. (Ollman 1999,11)
Sciabarra plantea, la dialéctica es el “arte de resguardo del contexto.” Es reconfortante estudiar un objeto
de indagación desde una variedad de perspectivas y niveles de generalidad, para obtener una imagen
comprensiva de él.
El carecer de teoría que dé sentido a lo que se ve, impide otorgar importancia; se olvida lo que se acaba
de ver, o se exorcizan las contradicciones etiquetándolas como paradojas. El problema es que la
socialización a la que nos sometemos (dentro y fuera de la escuela) nos lleva a concentrarnos en los
detalles de nuestras circunstancias y a ignorar las interconexiones.
Lo que existió antes, es generalmente tomado como dado e invariable. Como resultado, las revueltas
económicas y políticas (como las revoluciones de 1789, 1848, 1917 y 1989) son analizadas como eventos
anómalos con explicaciones discretas. El pensamiento dialéctico, por otro lado, es un esfuerzo por
entender el mundo en término de interconexiones, los lazos entre las cosas como se presentan ahora, sus
propias condiciones previas y futuras posibilidades.
Sciabarra (2005) escribe, Lo que convierte al enfoque dialéctico en un enfoque radical es la tarea de ir
hasta la raíz del problema social, bucear para entenderlo y resolverlo, esto a menudo requiere que
transparentemos las relaciones entre los problemas sociales. También es erróneo creer que el énfasis en
abarcar el contexto completo es, de alguna manera, vestigio del marxismo.
Paulo Freire es sin dudas la pieza clave en el desarrollo de la pedagogía crítica. Su foco en la
concienciación, la crítica, la visión utópica (la necesidad de imaginar un futuro mejor antes de que pueda
lograrse), el papel crítico de la educación para la justicia social y la necesidad de liderazgo unido con el
pueblo, deberían ser vistos como pautas fundamentales por parte de los movimientos para el cambio
social.
Freire descansaba en la ética del educador para mediar en las tensiones entre los profesores de clase
media y los estudiantes profundamente explotados. La pedagogía crítica prospera en el escepticismo, las

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dudas, análisis y cuestionamientos profundos, por lo tanto, no se necesitan pastores porque el punto es
que la gente piense por sí misma.
Se cree que un objetivo deseable, en parte porque fortalece el estatus quo, y porque se considera una
postura “imparcial” o “neutral”. Muchos de esos profesores ven su trabajo en la escuela como apolítico,
como cuestión de cumplir con el currículo, impartir habilidades académicas y preparar a los estudiantes
para las evaluaciones de alto rendimiento que deberán enfrentar. A menudo estos profesores han asistido
a programas de educación diseñados para asegurar que ellos mismos estén preparados para adaptarse al
estatus quo en las escuelas. Es contradictorio que algunos programas de formación de docentes enseñen
la importancia del mantenimiento de la neutralidad mientras postulan apoyo a la “educación en justicia
social.” La “ideología de la neutralidad” que actualmente domina el pensamiento y las prácticas escolares
(y la formación docente) se sustenta en teorías del conocimiento y concepciones de la democracia que
restringen, en lugar de ampliar, la participación ciudadana en la sociedad y distorsionan las consecuencias
políticas e ideológicas de la denominada escolarización, enseñanza y currículo “neutrales”.
Parece mejor requerir a las escuelas que incluyan sólo docentes “neutrales” a costo de incluir también
ignorantes y cobardes, además de una enseñanza y un currículo superficial (Scriven,1991).
Por lo tanto, lograr la objetividad en la enseñanza y el currículo requiere que tomemos seriamente
perspectivas y críticas alternativas sobre toda expectativa de conocimiento. ¿Cómo es posible tener o
buscar la objetividad en escuelas en las que el discurso político esté circunscripto y se exige neutralidad?
Lograr la objetividad pedagógica no es tarea fácil. El profesor objetivo incorpora los argumentos más
persuasivos de cada punto de vista sobre un determinado tema, demuestra imparcialidad, se enfoca en
las posiciones que se respaldan en evidencias, etc. Este tipo de enfoque no es fácil, y usualmente requiere
significativas cantidades de tiempo, disciplina e imaginación. En este sentido, no es sorprendente que la
objetividad se considere imposible en especial en los temas sociales contemporáneos en los que el
problema es a menudo controvertido y aparentemente abierto a múltiples perspectivas, a diferencia de
las ciencias naturales. Sin embargo, tomando prestada una frase de Karl Popper, la objetividad en la
enseñanza puede ser considerada como un “principio regulativo”, algo hacia lo que cada uno debe
esforzarse pero que nunca alcanzará.

Mayo de 1968 en Francia fue un momento revolucionario que apuntaba a transformar aspectos sociales y
morales de la “vieja sociedad” y se centró especialmente en las instituciones educativas. Cientos de miles
de estudiantes universitarios y sus aliados, incluso estudiantes del nivel secundario, pero no los sindicatos
ni la izquierda establecida, tomaron las universidades y se enfrentaron a la policía y ejército mientras
invocaban los eslóganes inspirados en los Situacionistas: Soyez realistes, demandez l’impossible (Seamos
realistas, pidamos lo imposible). 1968 observó rebeliones estudiantiles alrededor del mundo en México,
Brasil, Argentina, Japón, a lo largo de Europa y en los Estados Unidos. En muchos casos el estado
respondió violentamente. En Méjico la policía y el ejército ocuparon la UNAM, la universidad más grande
de América Latina, y masacraron cientos (quizás miles) de estudiantes en Tlatelolco. Está claro que
ejercitar derechos democráticos populares con el objetivo de transformar la “vieja sociedad” es un
emprendimiento peligroso.
La ciudadanía peligrosa materializa tres generalidades fundamentales: participación política, conciencia
crítica y acción intencional. Sus objetivos subyacentes se basan en los imperativos de resistencia,
significado, disrupción y desorden. Las premisas de la ciudadanía peligrosa incluyen que (a) democracia y
capitalismo son incompatibles; (b) docentes y currículo han sido sometidos para profundizar las políticas
que atacan la libertad académica y desaniman el análisis social crítico; (c) las escuelas capitalistas tienen
por objeto el control social y premiar a los niños por ser leales, obedientes, cumplidores del deber y útiles
para las clases dominantes, y (d) obediencia civil, no desobediencia, conforman el problema que debemos
superar para transformar la educación y la sociedad. La ciudadanía peligrosa desafía las suposiciones
sobre el estado del mundo y requiere la exploración de los problemas que producen cierta incomodidad.
Ante la falta de democracia en el mundo actual, ¿es posible enseñar para una democracia que no esté
dominada por el capital? ¿Queremos enseñar para una democracia capitalista? ¿ Por otro lado, la
posmoderna Elizabeth Ellsworth (1989) critica la literatura sobre pedagogía crítica como altamente
abstracta, utópica y fuera de contacto con la práctica cotidiana de los docentes. Ellsworth sostiene que el
discurso de la pedagogía crítica da lugar a mitos represivos que perpetúan las relaciones de dominación
donde “objetos, naturaleza y ‘otros’ son vistos como conocidos o conocibles, en el sentido de ser
‘definidos, delineados, capturados, comprendidos, explicados y diagnosticados’ a un nivel de

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determinación nunca otorgado a quien será el o la ‘conocedor/a’” (321). Ellsworth ofrece su versión
preferida de la práctica áulica como una especie de comunicación a través de la diferencia que es
representada en este enunciado: Si puedes hablarme de maneras que muestren que entiendes que tu
conocimiento sobre mí, el mundo y “lo correcto para hacer” siempre será parcial, interesado, y
potencialmente opresivo para los demás, y si yo puedo hacer lo mismo, entonces podemos trabajar juntos
en conformación y remodelación de alianzas para construir circunstancias en las que los estudiantes de la
diferencia puedan prosperar. (324) En ese argumento, acuerdo con Mc Laren (ver por ejemplo, Hill y
otros2002; Ross y Gibson, 2007), pero la crítica de Ellsworth identifica un punto ciego dentro de la
pedagogía crítica con respecto a lo individual, lo personal y la identidad.
Proponía una visión orgánica del mundo, “una apreciación por la naturaleza viva, dinámica, evolutiva,
interactiva y receptiva de la realidad” (Miller, 2002,83). Holt sostuvo varios y fundamentales principios
que debieron ser tomados seriamente por los educadores críticos: • La dignidad y el valor de la existencia
humana y la fe en la capacidad humana para aprender, • Preocupación por la libertad y la creencia que se
está siendo erosionada seriamente por la impersonalidad de las grandes organizaciones y por las formas
de vigilancia y control llevados a cabo por las instituciones sociales, particularmente escuelas. • Oposición
al poder político y económico centralizado que se basa en la gestión científico-tecnológica de los recursos
naturales y humanos. • La preocupación impulsora de cada persona para encontrar sentido de identidad
significativo y satisfactorio se hace difícil en la sociedad de masas. (Miller 2002, 83) Holt “buscó una
profunda renovación de la cultura que se preocupara tanto por la integridad personal y la autenticidad
como por la justicia social” (Miller 2002,85), En la tradición de Thoreau, se veía a sí mismo como un
“descentralizado” que “se inclinaba en dirección al anarquismo”, el “no buscó tanto la reforma de las
instituciones sociales sino eludirlas y hasta anularlas” (Miller, 2002, 85), Holt estaba centralmente
preocupado sobre el crecimiento y el aprendizaje humano, pero se enfocó en la relación entre
instituciones sociales y el desarrollo humano. Su énfasis en la dimensión personal de la realidad aborda un
punto ciego dentro de la pedagogía crítica, que usualmente privilegia el análisis institucional a expensas
de la autenticidad existencial, es decir la preocupación de cada persona porque su vida sea significativa y
satisfactoria. Holt describió su más profundo interés “cómo podemos los adultos trabajar para crear una
comunidad, una nación, un mundo más decente, humano, cuidadoso, pacífico, y cómo podemos hacer
posible que los niños se sumen a este trabajo? “(Miller, 2002,86). Holt enfatizó la conexión entre lo social
y lo individual, entre lo político y lo existencial. Los seres humanos no podrían crecer completamente en
una cultura fragmentada o violenta, pero a la vez una cultura digna solo emergerá cuando los individuos
experimenten personalmente el significado y la plenitud. (Miller, 2002, 86) Miller argumenta que lo que
distingue la posición de Holt de las críticas “progresistas” fue su insistencia en que la reforma de las
instituciones sociales no era suficiente para la renovación cultural. Para Holt, la fuente de la violencia, el
racismo y la explotación no estaba en instituciones como tales, sino en la realidad psicológica que las
personas experimentan mientras viven en la sociedad. La implicación en la pedagogía crítica es que su
foco en la transformación institucional ha descuidado la dimensión existencial del significado, ha ignorado
con demasiada frecuencia el deseo personal de pertenencia, de comunidad y de compromiso moral. Para
ser claros, ni Holt ni yo defendemos una perspectiva meramente personal o individualista. Holt era muy
consciente de las fuerzas políticas y expresó su preocupación sobre la adoración del progreso y al
desarrollo como conducentes inevitables al fascismo.
Holt concluyó que las escuelas “tienden a sacar el aprendizaje fuera del contexto de la vida y convertirlo
en una abstracción, una mercancía” (Miller 2002, 95). La pregunta es cómo podemos crear un mejor
equilibrio entre la abstracción (con foco en la naturaleza general de las cosas) y la autenticidad (con foco
en los detalles) dentro de la pedagogía crítica. Holt argumentó que intentar cambiar la sociedad a través
de las escuelas era una evasión de la responsabilidad personal porque el significado auténtico no se puede
cultivar masivamente.
La crítica es cuestión de eliminar ese pensamiento y tratar de cambiarlo: mostrar que las cosas no son tan
evidentes como uno creía, ver lo que se acepta como evidente y que ya no será aceptado como tal. (1988,
154–155) L a p e d a g o g í a c r í t i c a s i g u e evolucionando y depende de nosotros, como educadores
críticos, participar continuamente en la autocrítica y en la renovación pedagógica. Los estudios sociales
podrían ser un espacio que permita a los jóvenes analizar y comprender los problemas sociales de una
manera holística, encontrar y rastrear relaciones e interconexiones presentes y pasadas para construir una
comprensión significativa de un problema, su contexto y su historia; imaginar un futuro en el que se
resuelvan problemas sociales específicos; y tomar medidas para llevarlo a cabo. La educación en estudios

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sociales debe ser un conocimiento crítico de la vida cotidiana. La comunidad y el diálogo genuinos sólo
pueden existir cuando cada persona tiene acceso a una experiencia directa de la realidad, cuando cada
uno y cada una tiene a su disposición los medios prácticos e intelectuales necesarios para resolver los
problemas. La pregunta no es determinar qué son los alumnos en la actualidad, sino más bien lo que
pueden llegar a ser, porque sólo entonces es posible comprender lo que en verdad ya son. En 1843, Arnold
Ruge, superado por la desesperación revolucionaria, escribió una carta a Karl Marx lamentando la
imposibilidad de la revolución porque el pueblo alemán era demasiado dócil: “nuestra nación no tiene
futuro, así que ¿cuál es el punto en nuestro atractivo para ella?” A lo que Marx respondió: “Difícilmente
sugerirás que mi opinión del presente es demasiado exaltada y si no me desespero al respecto, esto es
sólo porque su posición desesperada me llena de esperanza”. Este es un ejemplo de lo que el filósofo
Giorgio Agamben ha llamado “el valor de la desesperanza” (Skinner 2014). El valor de la desesperanza es
una respuesta optimista a las circunstancias pesimistas.
¡El equivalente para responder a la crítica del estás “siendo demasiado idealista” con “sé realista, exige lo
imposible!” El sistema hegemónico del capitalismo global domina no porque la gente esté de acuerdo con
él. Gobierna porque la mayoría de la gente está convencida de que no hay alternativa. De hecho, el
enfoque dominante de la educación y el currículo, particularmente en la educación de estudios sociales,
está dirigido a adoctrinar a los estudiantes en esta creencia. El pensamiento utópico nos permite
considerar alternativas/imaginarios pedagógicos, en el intento de abrir espacios para repensar nuestros
enfoques para aprender, enseñar y experimentar el mundo. Estos imaginarios son necesarios porque los
tropos tradicionales del currículo de estudios sociales (por ejemplo, democracia, elecciones, ciudadanía
democrática) son esencialmente mentiras que nos decimos a nosotros mismos y a los estudiantes (porque
la democracia es incompatible con el capitalismo; la democracia capitalista crea una versión superficial de
la democracia en el mejor de los casos; la democracia tal como opera actualmente es inseparable del
imperio/ la guerra perpetua y las enormes desigualdades sociales). Ciertamente tenemos mucho
combustible para nuestras esperanzas. El desafío al que nos enfrentamos como educadores de estudios
sociales no es alegrar el corazón de nuestros estudiantes con esperanzas vacías, sino confrontar con los
tiempos aparentemente desesperanzados para la libertad y la igualdad con una pedagogía y un currículo
que provienen de un valor de desesperanza. Nuestro objetivo debe ser repensar la pedagogía crítica y los
estudios sociales para que se conviertan en espacios donde los estudiantes puedan desarrollar
comprensiones personales significativas del mundo y reconocer que tienen potencia para actuar en el
mundo, para hacer cambios. La educación no debería tratarse de mostrar la vida a los estudiantes, sino de
traerlos a la vida. El objetivo no es conseguir que los estudiantes escuchen conferencias entretenidas, sino
que hablen por sí mismos, para entender que la gente hace su propia historia (incluso si lo hacen en
circunstancias ya existentes). Estos principios son la base para una nueva pedagogía crítica (y para nuevos
estudios sociales) que no está dirigida ni por currículos o exámenes estandarizados, sino por las
necesidades, intereses, deseos de nuestros estudiantes, nuestras comunidades de interés compartido y
nosotros mismos como educadores.

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