Está en la página 1de 109

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y

pastoral
EN MI SED ME DIERON VINAGRE
La civilización de la acedia

Ensayo de Teología Pastoral

Horacio Bojorge

(Versión corregida y aumentada)

Montevideo
1998

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
TEXTO DE CONTRATAPA

Al comienzo del tercer milenio se nos exhorta a empeñarnos en


fundar una civilización del amor. Pero el terreno no está vacío. También
hoy como en toda época se plantea, aunque en términos propios, el
enfrentamiento de las dos ciudades a las que se refieren el Apocalipsis y
san Agustín. El terreno está ocupado en nuestros tiempos por una
civilización feroz – cultura de la guerra y de la muerte – que nació de la
apostasía de las naciones católicas, apartándose y renegando de los
caminos de la caridad. Su antagonismo con la civilización del amor es
ingénito. Y así como la Iglesia es experta en humanidad, la civilización de la
acedia es experta en provocar y propagar la apostasía, y por ende la
deshumanización.
A pesar de lo útil que puede resultarnos, por estos motivos,
recuperar la operatividad profética del tradicional concepto de acedia, no
se suele hablar de ella. Muchos fieles, religiosos y catequistas incluidos,
nunca o rarísima vez la oyeron nombrar, y pocos saben explicar en qué
consiste. Y aun los enterados no le ven mayor valor que a nivel de una
moral privatista.
Sin embargo, la acedia – poco importa que no se la reconocer ni
nombrar – es una atmósfera que nos envuelve sin advertirla. Se la puede
encontrar en todas sus formas: en forma de tentación, de pecado actual,
de hábito extendido como una epidemia, y hasta de cultura con
comportamientos y teorías propias que se transmiten por imitación o
desde sus cátedras, populares o académicas. Si bien se mira, la nuestra
puede describirse como una verdadera y propia civilización de la acedia.
Esto es lo que apunta a mostrar este ensayo de teología espiritual y
pastoral, que tiene, por eso, también mucho de teología de la historia y de
interpretación profética del presente.

INDICE
1. LA ACEDIA PECADO CAPITAL
1.1. ¿Qué es la Acedia? Definiciones - 1.2. Tristeza, envidia y Acedia - 1.3. ¿Es posible la
Acedia? - 1.4. Acedia = Acidez, Impiedad - 1.5. Sus efectos -

2. LA ACEDIA EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS


2.1. La unción en Betania - 2.2. La acedia de Mikal, Esposa de David - El Via Crucis y la
Vuelta Ciclista - La respuesta de David a Mikal - 2.3. La acedia de los hijos de Jeconías -
2.4. El menosprecio de un profeta - La burla: hija de la acedia - Esaú menosprecia la
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
primogenitura - 2.5. Rehusar el gozo y el llanto - 2.6. El clamor de las piedras - 2.7. El
pecado de Caín - Acedia en la Historia de Salvación - 2.8. El Pecado Original - Apetito y
Visión - 2.9. Dos ayes proféticos sobre la acedia - No ver el bien: acedia como
apercepción - Llamar mal al bien: acedia como dispercepción - 2.10.La acedia como
ceguera - La idolatría como ceguera - Ceguera del pueblo elegido- Ceguera en el Nuevo
Testamento - "Ciegos guías de ciegos" - "Esta generación pide una señal" - "Mataron a
los profetas"- "Despreciaron una tierra envidiable" - Jesús: Explorador y Testigo - La
acedia de Pedro ante la Cruz

3. ACEDIA Y MARTIRIO
3.1. Acedia de los perseguidores - Burla a los mártires - La acedia de Herodes - 3.2.
Acedia de los perseguidos - 3.3. Acedia del Demonio -

4. LA CIVILIZACION DE LA ACEDIA
4.1. El abandono del fervor religioso - 4.2. La honorable apostasía - 4.3. De la tristeza a
la aversión - Fuerza teófuga y cosípeta - 4.4. El combate de la Filantropía contra la
Caridad - Los siglos de la acedia. La civilización de la acedia - Acedia y apostasía - 4.5.
Los empachados de Cristo - Gozo y consolación -4.6. Las campanas del Domingo - 4.7.
Alrededor del Corpus y otras procesiones - Hoy y aquí en Luján - Los exploradores
eucarísticos - 4.8. Acedia y persecución - Acedia e imaginario católico - 4.9. Acedia y
Mass Media - Lluvia ácida - 4.10."No te avergüences del Evangelio" - Burla y
menosprecio - La burla como persecución - La irrisión se opone a la justicia - El que a
vosotros desprecia a mí me desprecia -
4.11.La acedia jurídica - El envilecimiento de la conciencia - 4.12.Adiestramiento para
la acedia - Versión occidental - 4.13.Las "broncas" en la Iglesia - El partido del mundo -
4.14.Permanecer en el amor fraterno - Vergüenza por el propio pueblo - ¿Pueblo
supersticioso o pueblo sacerdotal? - "Con aspecto de piedad, niegan su eficacia" -
4.15.La corrosión del lenguaje creyente - Beato. Devoto - Fervor, gozo, virtud - Caridad
- Limosna - Católico, catolicismo - 4.16.La corrosión de los signos –

5. LA ACEDIA EN LA VIDA CONSAGRADA -


5.1. La tentación de acedia ataca al monje - 5.2. Tristeza por el bien divino - 5.3.
Cuadro clínico de la acedia monástica - 5.4. Las hijas de la acedia - 5.5. Acedia en la
vida religiosa apostólica - 5.5.1. Un ejemplo actual - Análisis del caso - 5.5.2. Una forma
de acedia: la acedia docente o escolar - Motivos clásicos de la acedia escolar - Más
motivos, actuales, de acedia escolar - El frente interno - Algunos rasgos de acedia
docente - Tentaciones de fuga con apariencia de bien - Acedia escolar congregacional -
Conclusión

6. ACEDIA Y DESOLACION SEGUN SAN IGNACIO DE LOYOLA


6.1. Razones contra gozo - Escrúpulos - 6.2. Desolación contra consolación - 6.3. Acedia
en Ejercicios de mes - Sabor agrio a Herodes - Otros ejemplos

7. PNEUMODINAMICA DE LA ACEDIA
7.1. Apercepción y dispercepción - Acedia y Pereza - 7.2. Los dos apetitos antagónicos -
Los dos amores opuestos - La rebelión de la concupiscencia - Causa y efecto del Pecado
Original - 7.3. Temor de Dios y miedo a Dios - Resistencia universal ante lo sagrado -

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Temor o miedo - 7.4. El gozo como fuerza - El gozo del Señor es vuestra fortaleza - El
amor echa afuera el temor - Mi fuerza se realiza en la debilidad - Locura y debilidad de
Dios - 7.5. Gozo y virtudes teologales - El gusto de creer - Termómetro de las virtudes
- 7.6. Apéndice: El problema de los remedios - Los remedios: complejidad y sencillez -
Las recetas tradicionales - Remedio obvio pero arduo

CONCLUSION

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
1.) LA ACEDIA: PECADO CAPITAL
De la Acedia no se suele hablar. No se la enumera habitualmente en la lista de
los pecados capitales1
Algunos Padres del desierto, en vez de hablar de pecados o vicios capitales,
hablan de pensamientos. Por ejemplo, Evagrio Póntico, enumera ocho pensamientos.
Con este nombre, estos padres de la espiritualidad ponen de relieve que estos vicios,
en su origen, son tentaciones, o sea pensamientos; y que si no se los resiste, acaban
convirtiéndose en modos de pensar y de vivir. Cuando se acepta el pensamiento
tentador, uno termina viviendo como piensa y justificando su manera de vivir.
Difícilmente se encontrará su nombre fuera de los manuales o de algunos diccionarios
de moral o de espiritualidad2. Muchos son los fieles, religiosos y catequistas incluidos,
que nunca o rarísima vez la oyeron nombrar y pocos sabrán ni podrán explicar en qué
consista.
Sin embargo, como veremos, la acedia sí que existe y anda por ahí, aunque
pocos sepan cómo se llama. Se la puede encontrar en todas sus formas: en forma de
tentación, de pecado actual, de hábito extendido como una epidemia, y hasta en
forma de cultura con comportamientos y teorías propias que se trasmiten por
imitación o desde sus cátedras, populares o académicas. Si bien se mira, puede
describirse una verdadera y propia civilización de la acedia.
La acedia existe pues en forma de semilla, de almácigo y de montes. Crece y
prospera con tanta mayor impunidad cuanto que, a fuerza de haber dejado de verla se
ha dejado de saberla nombrar, señalar y reconocer. Parece conveniente, pues,
ocuparse de ella. En este primer capítulo comenzaremos con las definiciones que se
han dado de ella. Si al lector este camino le resulta difícil o árido, le aconsejamos
empezar por el capítulo cuarto y seguir luego con el segundo, tercero, y los demás.

1.1.) ¿Qué es la Acedia? Definiciones


Una primera idea de lo que es la Acedia nos la dan las definiciones, aunque
ellas solas no sean suficientes para un conocimiento cabal de su realidad. El Catecismo
de la Iglesia Católica (=CIC) la nombra - acentuando la í: acedía - entre los pecados
contra el Amor a Dios. Esos pecados contra la Caridad que enumera el Catecismo son:
1) la indiferencia, 2) la ingratitud, 3) la tibieza, 4) la acedía y 5) el odio a Dios.
1
Los pecados capitales son hábitos viciosos. Es decir, malas maneras de ver, de sentir y de pensar;
malas maneras de actuar y de vivir. Los hábitos, buenos o malos, se adquieren por repetición de actos.
La repetición de actos malos se hace, por fin, hábito de actuar mal, y se le llama vicio. El vicio da la
facilidad y hasta el gusto de obrar mal. Por el contrario, la repetición de actos buenos produce el hábito de
obrar el bien que se llama virtud.
Los pecados capitales son vicios. Se llaman capitales porque son como cabeza de otros vicios y
pecados. Son hábitos malos que generan otros vicios y actos malos. Generalmente se enumeran siete
pecados capitales: soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza. Algunos enumeran la tristeza,
como pecado capital. La envidia es una tristeza por el bien ajeno como si fuera mal propio. Y la acedia es
la tristeza por el bien de Dios, como si fuera un mal y es pecado capital.
Así que la lista de los pecados capitales es variable en número y en nombres, según los autores
de la tradición católica. Pero por encima de las diferencias de detalle hay un acuerdo sustancial de fondo.
2
Ni siquiera en todos. Por ejemplo: no hay artículo dedicado a la Acedia en el Diccionario Enciclopédico
de Teología Moral, de L. ROSSI - A. VALSECCHI (Ed. Paulinas, Madrid, 19804) ni en el Nuevo
Diccionario de Espiritualidad, de S. DE FIORES - R. GOFFI (Ed. Paulinas, Madrid, 1983). Por otra parte
estos diccionarios no dedican artículos a los pecados o vicios capitales, ni en particular ni en general.
Tampoco tratan de los pecados contra la Caridad.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
El Catecismo la define así: "La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo
que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino" (CIC 2094). Nuevamente, en otro
lugar, tratando de la oración, la enumera entre las tentaciones del orante: "otra
tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres espirituales
entienden por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al
relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. `El
espíritu está pronto pero la carne es débil' (Mateo 26,41)" (CIC 2733).
Por la naturaleza de la obra, el Catecismo no entra en detalles acerca de la
conexión que tienen entre sí estos cinco pecados contra la Caridad. En realidad puede
decirse que son uno solo: acedia, en diferentes formas. La indiferencia, la ingratitud y
la tibieza son otras tantas formas de la acedia.
En cuanto al odio a Dios no es sino su culminación y última consecuencia. De
ahí que por ser fuente, causa y cabeza de los otros cuatro, amén de muchos otros, la
acedia sea considerada pecado capital, y no así los demás 3. Y aunque el odio a Dios sea
el mayor de estos y de todos los demás pecados 4, no se lo considera pecado capital,
porque no es lo primero que se verifica en la destrucción de la virtud sino lo último, y
no es causa sino consecuencia de los demás pecados 5.

1.2.) Tristeza, Envidia y Acedia


El Catecismo relaciona la acedia con la pereza 6. No se detiene a señalar su
relación con la envidia y la tristeza 7 . Sin embargo, la acedia es propiamente una
especie o una forma particular de la envidia. En efecto, Santo Tomás de Aquino, que
considera a la acedia como pecado capital, la define como: tristeza por el bien divino
del que goza la caridad 8. Y en otro lugar señala sus causas y efectos: es una forma de
la tristeza que hace al hombre tardo para los actos espirituales que ocasionan fatiga
física 9.
La acedia se define acertadamente, por lo tanto, como perteneciente al género
de las tristezas y como una especie de la envidia. ¿Qué la distingue de la envidia en
general? Su objeto. El objeto de la acedia no es - como el de la envidia - cualquier bien
genérico de la creatura, sino el bien del que se goza la caridad. O sea el bien divino:
Dios y los demás bienes relacionados con El.
Nos importa mucho en este estudio establecer y mantener la distinción entre
envidia y acedia, por eso evitamos usarlas como sinónimos, como suele hacerse en el

3
Santo Tomás, Summa Theol., 2-2, q.35, art.4.
4
Summa Theol. 2-2, q.34, art. 3.
5
Summa Theol. 2-2, q. 34, art. 5.
6
Como resulta obvio por el contexto, el Catecismo se refiere a la pereza para creer: para los actos de
piedad y de las virtudes teologales. En realidad, la pereza es un efecto, entre otros, de la acedia o
ceguera para el bien.
7
La tristeza se convierte en pecado por dos razones: cuando siendo tristeza por un mal, es exagerada o
excesiva; o cuando es tristeza por un bien, como es el caso de la envidia y la acedia. La tristeza no es
pecado cuando el motivo es justo y la tristeza es moderada, o sea proporcionada con el mal que la
ocasiona. En este caso la tristeza es justa e incluso virtuosa. Y hasta se podría pecar por defecto, no
entristeciéndose cuando hay motivo para ello.
8
Summa Theol. 2-2, q. 35, art. 2, c. Explicando, tras las huellas de S. Gregorio Magno, que la acedia es
tristeza por un bien, S. Tomás la define como envidia. Y señalando a qué gozo se opone esta tristeza, o
sea al gozo de la Caridad, muestra de qué manera se le opone la acedia a la Caridad.
9
Summa Theol. 1, q. 63, art. 3, ad. 3m.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
uso común. En nuestro estudio entendemos la envidia como un pecado moral y la
acedia como un pecado teologal, como la forma teologal de le envidia.
Secundaria y derivadamente, la acedia se presenta, en la práctica, como una
pereza para las cosas relativas a Dios y a la salvación, a la fe y demás virtudes
teologales. Por lo cual, acertadamente, el catecismo la propone, a los fines prácticos,
como pereza 10.

1.3.) ¿Es Posible la Acedia?


Tal como se presenta por sus definiciones, podrá parecerle a alguno que la
acedia pertenezca a ese tipo de pecados que se suele dar por imposibles e inexistentes
a fuerza de absurdos, aberrantes o monstruosos. Por ejemplo el odio a Dios, o la
apostasía. Pero es que pertenece a la noción y a la esencia del pecado, el hecho de que
sea aberrante y monstruoso, y de que, sin embargo, no sólo exista a pesar de ser
absurdo e inconcebible, sino que muchísimas veces ni siquiera se lo advierta allí donde
está a fuerza de considerarlo como un hecho natural y obvio.
Por eso, conviene que después de ver su definición, pasemos a describirla,
ilustrarla con casos y ejemplos, señalarla en los hechos y por fin tratar de comprender
su fisiología espiritual.

1.4.) Acedia = acidez , impiedad


El nombre de la acedia es figurado y metafórico. Encierra un cierto simbolismo
que también, a modo de definición, ilustra acerca de su naturaleza. La palabra
castellana es heredera de un rico contenido etimológico que orienta para comprender
mejor su sentido
Las palabras latinas acer, acris, acre, aceo, acetum, acerbum, portan los
sentidos de tristeza, amargura, acidez y otras sensaciones fuertes de los sentidos y del
espíritu. Los estados de ánimo así nombrados son opuestos al gozo, y las sensaciones
aludidas son opuestas a la dulzura.
La raíz griega de donde derivan los términos latinos es kedeia: "Akedeia - ha
observado un reseñista de la primera edición de esta obra - es falta de cuidado,
negligencia, indiferencia, y akedia descuido, negligencia, indiferencia, tristeza, pesar.

10
El Catecismo de la Iglesia Católica sigue en esto una línea de la tradición de algunos Padres del
monacato, que considera la acedia por sus efectos prácticos en la vida del creyente, y en particular tal
como se presenta, por ejemplo, muy llamativamente, en la vida religiosa y monástica, donde el
debilitamiento de la fe del monje conlleva el abandono de los actos propios de su vida religiosa. Se
presenta así como una pereza para los actos espirituales interiores y exteriores.
Siguiendo a los Padres del monacato, otros clásicos de la espiritualidad, la relacionan y explican
también como pereza. Por ejemplo: el P. LA PUENTE S.J., en sus Meditaciones, I,24. Así lo hacen
también autores espirituales recientes como Francisco Fernández Carvajal, La Tibieza, (Cuadernos
Palabra 60) Ed. Palabra, Madrid 19788.
Otra línea de la tradición, representada por San Gregorio Magno y que Santo Tomás prefiere, la
relaciona principalmente con la tristeza y la envidia; y secundariamente con la pereza o tibieza, la cual, en
este caso, no es causa sino consecuencia, y por lo tanto no puede considerarse como pecado "capital".
Sobre la tradición monástica y patrística, y las dos líneas de interpretación de la acedia como
pereza o como tristeza, ver G. BARDY, Art.: Acedia, en Dictionnaire de Spiritualité. Ascétique et Mystique
T.I, cols 166-169; también B. HONINGS, Art.: Acedia, en Diccionario de Espiritualidad Dirigido por
Ermanno Ancilli, Herder, Barcelona 1983, T.I, Cols. 24-27 que concuerda con Bardy. Sobre la Acedia
Monástica volveremos en 5. y sobre Acedia y Pereza en 7.1.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Se refiere de modo particular - en los griegos - al descuido de los muertos, insepultos,
por lo cual no tenían descanso. Es una negación de la kedeia, alianza, parentesco;
funeral, honras fúnebres. Es decir, son los cuidados que brotan de la alianza, del
parentesco, de la afinidad que brota de la alianza matrimonial. Todo esto tiene
grandes resonancias con la relación nueva de parentesco con Dios que brota de la
alianza - el Goel, que ha estudiado Bojorge 11, de la alianza nupcial que se sella con la
encarnación del Verbo y su muerte y resurrección, de la caridad como amistad con
Dios, que se funda en la communicatio del hombre y Dios y de la societas, la unión que
Dios nos dio con su hijo 12. El gozo de esta kedéia es la caridad y mueve toda la vida
desde tal relación nueva con Dios. Lo persigue y destruye la acedia, en los hombres y
en la sociedad" 13.
Como puede verse los opuestos griegos kedeia-akedeia recubren una área
semejante a los pietas-impietas latino, y a nuestro piedad-impiedad. La acedia - ya se
verá - es opuesta y combate las manifestaciones de la piedad religiosa. Según la
etimología latina acedia tiene que ver con acidez. Es la acidez que resulta del
avinagramiento de lo dulce. Es decir, de la dulzura del Amor divino. Es la dulzura de la
caridad, la que, agriada, da lugar a la acedia. Ella se opone al gozo de la caridad como
por fermentación, por descomposición y transformación en lo opuesto. A la atracción
de lo dulce, se opone la repugnancia por lo agriado.
Podría calificársela, igualmente y con igual propiedad, de enfriamiento o
entibiamiento. Como se dice en el Apocalipsis acerca del extinguido primitivo fervor de
la comunidad eclesial: "tengo contra ti que has perdido tu amor de antes" (Apoc. 2,4);
"puesto que no eres frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca" (Apoc. 3,16).
La relación simbólica entre lo ácido y lo frío era de recibo en la antigüedad. En
la antigua ciencia química y medicinal se consideraba que "las cosas ácidas son frías" 14.
La acedia puede describirse, por lo tanto, ya sea como un avinagramiento o
agriamiento de la dulzura, ya sea como un enfriamiento del fervor de la Caridad. Por
eso no ha de extrañar que haya autores que hayan preferido referirse a la acedia en
términos de tibieza15.
Con esto hemos avanzado un paso más hacia la comprensión de este vicio
capital. Como decadencia de un estado mejor, esta pérdida del gozo, de la dulzura y
del fervor, y su transformación en tristeza, avinagramiento o frialdad ante los bienes
divinos o espirituales, parece emparentar con la apostasía o conducir a ella. Es, en
muchos casos, un apartarse de lo que antes se gustó y apreció, porque ahora, eso
mismo, disgusta, entristece o irrita. En este sentido, se puede decir que la acedia

11
Véanse nuestros estudios sobre el Go'el, el Dios-Pariente: Goel: Dios libera a los suyos, en: RB 33
(1971/1) Nº 139, pp. 8-12. Aspectos Bíblicos de la Teología del Laicado. El Fiel Laico en el Horizonte de
su Pertenencia. en: Laicado: Comunión y Misión, H. Bojorge, J.A. Rovai, N.T. Auza, (Col. Teología) Ed.
Paulinas, Bs. As. [24 Nov.] 1989; (14x21cms; 228 págs); pp. 7-111. [Trabajo presentado en la VIII
Semana Nacional de Teología, de la Sociedad Argentina de Teología, La Falda, Córdoba 1-4 Ag. 1988.
Se publicó en Stromata en dos partes: 1988-1989] ver especialmente las pp. 50ss. Un trabajo más
extenso sobre Goel: el Dios Pariente en la Cultura bíblica está en prensa en la revista Stromata de 1998.
12
Cf. Santo Tomás, Summa Theol., 1-2, q.23, art.1
13
Dr. Alberto Sanguinetti Pbro. en su comentario a nuestro libro en Soleriana (Montevideo), 22 (1997/1)
Nº 7, p. 197-198.
14
Summa Theol. 2-2, q. 35, art. 1, c.
15
Francisco Fernández Carvajal, La Tibieza, Ed. Palabra, Madrid 19788
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
supone una cierta ruptura entre el antes y el ahora de la persona agriada y ácida. O
una ruptura entre su estado ideal y su estado decaído.

1.5. Sus Efectos


Al atacar la vitalidad de las relaciones con Dios, la acedia conlleva
consecuencias desastrosas para toda la vida moral y espiritual. Disipa el tesoro de
todas las virtudes. La acedia se opone directamente a la caridad, pero también a la
esperanza, a la fortaleza, a la sabiduría y sobre todo a la religión, a la devoción, al
fervor, al amor de Dios y a su gozo. Sus consecuencias se ilustran claramente por sus
efectos o, para usar la denominación de la teología medieval, por sus hijas: la
disipación, o sea un vagabundeo ilícito del espíritu, la pusilanimidad, el torpor, el
rencor, la malicia, o sea, el odio a los bienes espirituales y la desesperación 16. Esta
corrupción de la piedad teologal, da lugar a la corrupción de todas las formas de la
piedad moral. También origina males en la vida social y la convivencia, como es la
detracción de los buenos, la murmuración, la descalificación por medio de burlas,
críticas y hasta de calumnias.

2.) LA ACEDIA EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS


16
B. HONINGS. Art.: Acedia, en: Dicc. de Espiritualidad (Dir. Ermanno ANCILLI) T.I, Col. 26.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Las Sagradas Escrituras nos ofrecen una galería de retratos de la acedia en
todas sus formas, desde la indiferencia al odio. Y nos dan también pistas para
comprender su naturaleza. Pistas que nos podrán orientar luego para reconocerla en
sus formas históricas y actuales, y podrán encaminarnos para comprender su
mecanismo espiritual. En los casos clínicos bíblicos se aprende una semiología de la
acedia y también mucho acerca de su etiología 17.

2.1.) La Unción en Betania


Este pasaje evangélico es un ejemplo de acedia que bien puede considerarse
arquetípico. En él vemos en ejercicio al gozo de la caridad y cómo es atacado por las
razones aparentes de la oculta acedia.
Seis días antes de su Pasión, Jesús vino a Betania, donde se encontraba su
amigo Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Le ofrecieron allí una
cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Jesús sentados a la mesa.
María, tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, y ungió los pies de Jesús y
los secó con sus cabellos. La casa entera se llenó con el olor del perfume (Juan 12,1-3).

La caridad - según la define Santo Tomás de Aquino 18 - es amor de amistad con


Dios. El gesto de María manifiesta el gozo de su caridad. Es un gesto gozoso y gratuito
que honra, en Jesús, al amigo divino: huésped, Maestro y Señor. Ese gesto expresa,
con una dádiva costosa, el aprecio de María por Jesús y el gozo que ese aprecio le
produce 19.

Pero - prosigue contando el evangelio - Judas Iscariote, uno de los discípulos de


Jesús, el que lo había de entregar, dijo: "¿Por qué no se ha vendido ese perfume por
trescientos denarios y se ha dado a los pobres?" (Juan 12,4-5).
La objeción de Judas se opone hipócrita y sofísticamente a la misericordia en
nombre de la misericordia. Al descalificar el gesto de María, descalifica su amor. Lo que
para María es expresión gozosa de su amor a Jesús, es para Judas motivo de tristeza,
mezclada de fastidio e irritación. El que ya no comparte la amistad con Jesús, no puede
compartir los mismos sentimientos de la amistad. Peor aún, tiene sentimientos
contrarios: de acedia.
En el relato de este episodio que nos hacen Marcos y Mateo, la reacción contra
el gesto de María, es calificada de indignación: "se indignaron". Ese es uno de los
síntomas o manifestaciones de la acedia: indignarse, irritarse por lo que es motivo de
gozo para los amigos de Dios (Marcos 14,3-9; Mateo 26,6-13).
Al discípulo avinagrado, las muestras de amor a Jesús Lo enojan. Si esa bronca
quiere vestirse de ira santa, disfrazándose con falsas razones, es para no evidenciarse y
guardar aún las apariencias; por puro cálculo hipócrita.
Hay en este detalle de la historia que nos cuenta el evangelio, la revelación de
una importantísima ley del acontecer espiritual: el gozo de la caridad es atacado con

17
A la semiología o descripción de los signos o síntomas de la acedia, dedicaremos el capítulo cuarto; y a
su etiología o investigación de sus causas, el capítulo séptimo.
18
"La caridad es una amistad del hombre con Dios", Summa Theol. 2a. 2ae. Q.23 Art.1, c.
19
Aprecio, viene de precio, como caridad viene de caro. El amigo vale mucho para uno. Y eso se expresa
a veces con un don costoso.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
razones. Ley que rige también el acontecer cultural: el espíritu del desamor es
racionalista 20.

2.2.) La Acedia de Mikal, Esposa de David


Vayamos ahora al Antiguo Testamento y recordemos el pecado de Mikal, hija
de Saúl, esposa de David. Mikal se irritó viendo a David bailar delante del Arca de la
Alianza en la fiesta de la Traslación. La danza de David era una manifestación del gozo
de la caridad. Y, por el contrario, la irritación de Mikal por la devoción de David, era
manifiesta acedia.
David trasladaba el Arca con grandes ceremonias y fiestas populares. El Arca
era el signo visible de la Presencia del Señor en medio de su Pueblo. Leemos que:
"David y toda la casa de Israel bailaba delante del Señor con todas sus fuerzas,
cantando con cítaras, arpas, adufes, castañuelas, panderetas y címbalos...David
danzaba con todas sus fuerzas delante del Señor, ceñido con un efod de lino (=vestido
sacerdotal). David y toda la casa de Israel subían el Arca del Señor entre clamores y
sonar de cuernos. Cuando el Arca entró en la ciudad de David, Mikal, hija de Saúl, que
estaba mirando por la ventana, vio al Rey David saltando y danzando ante el Señor y lo
despreció en su corazón" (2 Samuel 6,l4-l6).
Y cuando se volvía David para bendecir al pueblo, terminada la fiesta: "Mikal le
salió al encuentro y le dijo: '¡Cómo se ha cubierto de gloria hoy el Rey de Israel,
descubriéndose hoy ante las criadas de sus servidores como se descubriría un
cualquiera'!" (v.20)
Mikal, ciega para el sentido religioso y gozoso de la acción de David, percibía la
danza con una mirada profana y exterior, despreciando lo que hubiera debido admirar
y compartir. Mikal no estaba de fiesta ni en la fiesta; miraba desde arriba, por una
ventana.
Tanto el hombre de Dios como el pueblo de Dios, cuando celebra públicamente
sus fiestas religiosas, se expone - es decir: se muestra y se arriesga - al desprecio de los
que miran desde su ventana, desde su óptica exterior al fervor religioso. A veces, esa
burla y ese desprecio consigue acobardar o avergonzar a algunos fieles.

El Via Crucis y la Vuelta Ciclista


Pienso en una experiencia recogida en Semana Santa en un pueblo del interior
del Uruguay. Al día siguiente del Via Crucis que habíamos hecho recorriendo las calles
en la noche del Viernes Santo, una mujer me confiaba los sentimientos de vergüenza
que la habían asaltado durante el Via Crucis, debido a la actitud fría e indiferente de
los que nos ignoraban viéndonos pasar. En un pueblo chico, sentirse ignorado por
gente conocida, que muestra avergonzarse de uno, es doblemente hiriente.
Esta mujer había percibido perfectamente la afectada indiferencia de algunos
frente al paso de los fieles en el Via Crucis. Tanto más chocante, cuanto que en un
pueblo chico, cualquier acontecimiento es motivo para que la gente se amontone en la
vereda a observar con simpatía lo que pasa. Y así, efectivamente, habíamos visto
amontonarse junto al cordón de la vereda de la misma plaza, por esos mismos días de
la Semana Santa, a los espectadores de la Vuelta Ciclista.

20
Volveremos sobre esa ley, que formuló acertadamente San Ignacio de Loyola, cuando tratemos del
discernimiento ignaciano y la acedia (Ver 6.).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
¿Cómo no iba a sentir esta sensible mujer de pueblo, la diferencia de
temperatura, viendo a los que se metían en el bar, en el club, en la heladería, como si
no estuvieran pasando tres cuadras tupidas de fieles por la calle principal? Frente a
nosotros eran incapaces de la simple simpatía humana que saben brindar como
puebleros a todo lo humano. En pueblo chico, donde no estar enterado queda mal, no
darse por enterado es ofensivo o descalificador.
Ante esta actitud de acedia, la tentación del creyente, como en este caso, es la
vergüenza. Pero David, hombre de Dios, nos enseña con su ejemplo, la actitud de
firmeza que ha de tener el creyente, ignorando a los que lo ignoran.

La Respuesta de David a Mikal


Respondió David a Mikal: "Yo danzo en presencia del Señor [y no, como tú
dices, delante de las mujeres de mis servidores], y danzo ante El porque El es el que me
ha preferido a tu padre y a toda tu casa para constituirme caudillo de Israel, el pueblo
del Señor. Vive el Señor, que yo danzaré ante El y me haré más despreciable todavía;
seré despreciable y vil a tus ojos, pero seré honrado ante las criadas de que hablas". Y
Mikal, hija de Saúl, no tuvo ya hijos hasta el día de su muerte (vv. 21-23). David la
repudió.

2.3.) La Acedia de los Hijos de Jeconías


Narra el Primer Libro de Samuel (6,13-21) cómo el Arca fue devuelta por los
filisteos a los israelitas, para librarse del azote de la peste. Se alegraron con el retorno
del Arca los habitantes de Bet-Shémesh. Excepto una familia, que fue por eso
duramente castigada.
He aquí otro ejemplo de lo que es acedia: ausencia de la debida alegría a causa
de la presencia de Dios; indiferencia. Estaban los de Bet-Shémesh segando el trigo en
el valle, y alzando la vista vieron el Arca. El momento era inoportuno, pues la siega era
la ocupación más importante del año, e interrumpirla para una fiesta era un gravísimo
trastorno.
Sin embargo, los piadosos labriegos, al ver venir el Arca se llenaron de alegría:
"y fueron gozosos a su encuentro. Al llegar la carreta al campo de Josué de Bet-
Shémesh, se detuvo. Había allí una gran piedra. Astillaron la madera de la carreta y
ofrecieron las vacas que venían tirando de ellas en holocausto al Señor. Los levitas
bajaron el Arca del Señor y el cofre que estaba a su lado y que contenía los exvotos de
oro ofrecidos en desagravio por los filisteos y lo depositaron todo sobre la gran piedra.
Los de Bet-Shémes ofrecieron aquél día holocaustos e hicieron sacrificios al Señor"
"Pero de entre los habitantes de Bet-Shémesh,los hijos de Jeconías no se
alegraron cuando vieron el Arca del Señor"
Es de presumir que los hijos de Jeconías lamentaron esa llegada porque
interrumpía la siega. La siega era en sí misma una ocasión festiva 21. El fastidio por la
aparición del Arca, sugiere que la raíz de la acedia, suele estar, como en este caso, en
el conflicto de los intereses materiales con los religiosos.
A causa de la mezquindad del corazón de los hijos de Jeconías castigó el Señor a
setenta de sus hombres y el pueblo hizo duelo porque el Señor los había castigado
duramente.

21
A la que aluden textos bíblicos como el Salmo 125 (126),5-6.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
2.4.) El Menosprecio de un Profeta
Relacionado con el desprecio hacia el fervor de David, y por lo tanto apropiado
para ejemplificar la acedia en forma de burla o menosprecio, es el episodio que narra
el Segundo Libro de los Reyes. Cuenta que el profeta Eliseo iba subiendo por el camino
hacia Betel cuando unos niños pequeños salieron de la ciudad y se burlaban de él,
diciendo: "¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!".
Él se volvió, los vio y los maldijo en nombre del Señor. Salieron entonces dos
osos del bosque y destrozaron a cuarenta y dos de ellos (2 Reyes 2,23-24)
El relato tiene, al parecer, una intención didáctica, admonitoria, destinada a
inculcar el respeto hacia los hombres de Dios entre la gente menuda, la cual puede
inclinarse, por ligereza infantil, a quedarse festivamente en las posibles extravagancias
exteriores de los hombres de Dios y a incurrir en la burla irrespetuosa.
Como veremos22, el menosprecio de los profetas - que no siempre se queda en
burlas - es algo que Dios reprocha con frecuencia a su pueblo, y uno de los temas de la
diatriba de los profetas y de Jesús.
La acedia tiene sus raíces infantiles, puesto que también desde niños hay
piedad e impiedad, religión e irreligión, gozo de la caridad o envidia. Hay por eso
necesidad de educar, cultivar y corregir el corazón de los niños. A ellos y a nosotros les
inculca este episodio que no hay que distraerse con los lunares de la santidad; que los
hombres de Dios, son hombres de Dios, y que no hay que menospreciarlos ni reírse de
ellos, por más cómico o despreciable que nos resulte su aspecto. Porque reparar en
sus lunares y no ver su santidad, es ceguera y necedad. Y esos dos osos han destrozado
cruelmente a muchos irreverentes.

La Burla: Hija de la Acedia


La Sagrada Escritura conoce esa forma de impiedad militante, que no es sólo
cosa de niños sino también de grandes: la burla.
Los burlones son los que en el Salmo primero se llaman, en hebreo, letsím:
"Dichoso el hombre que no camina según el consejo de los impíos, que en la senda de
los pecadores no se detiene, que no se sienta en el corrillo de los burlones" (Salmo 1,1).
La burla implica desconsideración, ligereza, irreverencia. Es una expresión de
menosprecio. Es injuriosa, sobre todo cuando se la infiere a quien se debería honrar y
respetar.
En el reproche de Judas a María está ya implícita la lógica del menos-precio que
se irá manifestando durante la Pasión: en la venta por treinta monedas, en las burlas
de la soldadesca. La burla nace del menosprecio y siembra más menosprecio.
En el Antiguo Testamento, el Señor amenaza a su pueblo con convertirlo en
irrisión y en espectáculo del mundo: "...los convertiré en espantajo para todos los
reinos de la tierra: maldición, pasmo, rechifla y oprobio entre todas las naciones a
donde los arroje, porque no oyeron las palabras que les envié por mis siervos" 23.
El pueblo elegido se lamenta de que a causa de sus pecados, el Señor los ha
entregado a la burla de sus enemigos: "Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen

22
En 2.10, Mataron a los Profetas
23
Jeremías 29,18-19; ver 15,4-5; 18,16; 19,8
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
muecas las naciones" 24. Así es, por dar un ejemplo, el caso del impío Nicanor, quien se
burla de los sacerdotes y de los ancianos y escupe el Templo (1 Macabeos 7,34).
En el Nuevo Testamento, la burla que padecen los buenos cristianos, ya no es
un castigo. Es participación en la suerte de su Maestro, que fue burlado y escupido. La
Carta a los Hebreos enumera la burla a la par de los azotes entre los sufrimientos de la
persecución: "unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una
resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, y hasta cadenas y prisiones,
apedreados, torturados, aserrados, muertos a espada..." (Hebreos 11,35-37).
Detrás de las burlas a personas, a sus nombres, a palabras, signos y símbolos
sagrados, hábitos religiosos, objetos de culto, espacios sagrados, está la acedia:
tristeza e irritación por los bienes que se escarnece. Esa burla, hija de la acedia, sigue
acompañando hoy a la Iglesia como forma de persecución, y es tan habitual que a
muchos ya no les causa extrañeza y pasa a menudo inadvertida hasta de las mismas
víctimas 25.

Esaú menosprecia la Primogenitura


Cuenta la Escritura (Génesis 25,29-34) cómo Esaú le vendió a su hermano Jacob
la primogenitura por un plato de guiso.
Es otro ejemplo clásico de acedia como menosprecio - y consiguiente
postergación y pérdida - de los bienes espirituales, debido a la compulsión y a la
urgencia de un apetito.
Esaú llegó hambriento del campo y Jacob aprovechó la ocasión: "Véndeme
ahora mismo tu primogenitura". Esaú respondió: "¿Qué me importa la
primogenitura?". Jacob lo urgió para que se la vendiera con juramento: "Y él se lo juró,
vendiendo su primogenitura a Jacob. Jacob dio a Esaú pan y el guiso de lentejas, y este
comió y bebió, se levantó y se fue. Así desdeñó Esaú la primogenitura", concluye
melancólicamente el relato.
Y ya que hablamos de acedia en el corazón de los herederos de las Promesas e
hijos de los Patriarcas, también los hermanos de José menosprecian envidiosamente a
su hermano, ignorantes de que sería él quien los salvaría (Génesis 37-45).

2.5.) Rehusar el Gozo y el Llanto


La acedia se opone al gozo de la caridad y por lógica induce a gozarse y a
alegrarse por lo que entristece a la caridad. Los apetitos de la acedia y de la caridad
son contrarios, como los de la carne y el Espíritu 26.
Puesto que la Caridad es amistad entre la creatura y Dios, el amigo de Dios se
alegra en el Bien que es Dios y quiere que Dios sea reconocido y amado. El amigo
comparte los gozos y tristezas de su amigo.
La acedia impide precisamente esta participación y comunión en los
sentimientos de Dios. El texto que cito a continuación, en el que Jesús les reprocha su
indiferencia a los que se han rehusado a compartir sus sentimientos, ilustra el rol que
juega la acedia en el drama evangélico:
"¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿Y a quién se
parecen? Se parecen a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros

24
Salmo 43(44),14-15; 78(79),4; 79(80),7
25
Véase 3. y 4.10.
26
Gálatas 5,l7; Ver 7.2.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos entonado endechas,
y no habéis llorado. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino,
y decís: Demonio tiene. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Ahí
tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Pero, la
Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos" (Lucas 7,3l-35)

La actitud de acedia como un "no" a la fiesta, la ilustran las parábolas de los


invitados al Banquete 27 . En estas parábolas queda claro cómo las preocupaciones de
este mundo ocultan el bien verdadero a los que les entregan el corazón. Los invitados
se excusan de la fiesta a causa de sus ocupaciones, como los hijos de Jeconías en Bet-
Shémesh 28. Los hombres que siguen su apetitos carnales y no creen (= “esta
generación"), descalifican a los que obran movidos por impulsos y apetitos
espirituales. No puede haber entre ellos comunión de sentimientos: ni de gozos ni de
tristezas. Por eso pueden parecer insensatos los unos a los otros.

En la enseñanza de Jesús se puede espigar otros ejemplos de esta distonía de


sentimientos entre sus discípulos y los que no lo son: "Un día en que los discípulos de
Juan y los fariseos ayunaban, vienen a decirle: ¿Por qué mientras los discípulos de Juan
y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo:
¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?
Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será
arrebatado el novio, entonces ayunarán en aquél día" (Marcos 2,18-20)
Las dos parábolas que siguen a este pasaje, la del parche sobre el vestido viejo
y la del vino nuevo en los odres viejos, aluden a la necesidad de convertirse
totalmente, para poder entrar en comunión con los sentimientos de Jesús y sus
discípulos y poder comprender lo que hacen (Marcos 2,20-22).
Los gozos y los dolores de los discípulos son contrarios e incompatibles con los
del mundo, como los apetitos del espíritu son contrarios a los de la carne (Gálatas
5,17). Por eso dice Jesús a sus discípulos: "Yo os aseguro que lloraréis y os lamentaréis
y el mundo se alegrará" (Juan 16,20). En esta oposición tiene su explicación la acedia.
De ahí que Pablo nos invite a tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús29.

Un ejemplo cercano a nosotros de esa disimilitud y oposición de sentimientos


con el mundo, es Teresa de los Andes. De los muchos ejemplos que pueden espigarse
en sus escritos, aducimos aquí algunos. En ocasiones expresa su dolor por la acedia del
mundo: "Me duele en el alma ver que el Amor no es conocido" (p.150); "Es martirio el
que padezco al ver que corazones nobles y bien nacidos, corazones capaces de amar el
bien, no amen el Bien Infinito e inmutable; que corazones agradecidos para las
criaturas, no lo sean con Aquél que los sustenta" (p. 134); "Cuando pienso que hay tan
pocas almas que lo aman, me da una pena horrible" (p.137). Pero ese dolor no la priva
del gozo de la Caridad: "Vivir siempre muy alegres. Dios es alegría infinita" (p. 137). De
ahí que pueda enfrentar lúcidamente la envidia del mundo: "Todavía me estoy riendo

27
Mateo 22,1-14; ver 8,11-12; Lucas 14,16-24
28
Ver 2.3.
29
Filipenses 2,2.5. A esta transformación del corazón apunta, como es sabido, la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús, surgida como una respuesta a los siglos de la acedia.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
de lo que se corre en el mundo de esta pobre carmelita. Miro en este instante a mi
Jesús y me río del mundo entero con El. Déjeme llorar entre sus brazos todo el día,
mientras los demás se ríen y se divierten, que poco me importa a mí llorar mirando a la
Alegría infinita, gustar la amargura junto a la dulzura divina de Jesús. (p.160). ¿Por qué
quieren enturbiar, mamacita, su felicidad, diciéndole que estoy triste, que lloro, etc.?
¿Por qué el mundo pretende despertar a los muertos para él, y encontrar en aquellos
que viven en los brazos de Jesús, tristezas? ¿No ve que es envidia del reposo, de la paz,
de la felicidad que inunda mi alma? ¡Cuán bien veo que los que inventan semejante
mentira no conocen lo que es vivir en el cielo del Carmelo y lo que es la gracia de la
vocación! Además, si en mis cartas, mamacita, nota usted alegría, felicidad. ¿Cómo
puede creerme tan doble para expresarle lo que no siento?30

2.6.) El Clamor de las Piedras


Los que al tiempo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén se escandalizaban
por el fervor popular que deberían haber compartido en vez de reprobar, padecían de
esta insensibilidad característica de la acedia:
"Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de sus discípulos,
llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a voz en cuello, por todos los milagros que
habían visto. Decían: Bendito el Rey que viene en nombre del Señor. Paz en el cielo y
gloria en las alturas.
Algunos fariseos que se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: Maestro,
reprende a tus discípulos. Pero Jesús les contestó: Yo les aseguro que si éstos callasen,
las piedras gritarían" (Lucas l9,37-40)
San Lucas oye en la boca de la multitud de discípulos que aclama a Jesús en su
entrada triunfal a Jerusalén, palabras que recuerdan a las que cantan los ángeles
anunciando el nacimiento a los pastores: "Paz en el cielo y gloria en las alturas" (Lucas
19,38, ver 2,14). Los ángeles y los humildes hablan, en un mismo idioma celestial, de
los bienes que sólo ellos pueden ver. Al niño lo anunciaron los ángeles, ahora al Rey lo
anuncian los pequeños. Allá los pastores creyeron, aquí los doctores se indignan.

San Lucas - notémoslo aquí de paso - es celebrado justamente como el


evangelista de los pobres y sencillos, así como del gozo y de la alegría del Espíritu
Santo. Pero es menos reconocido como el evangelista más sensible para la acedia y
que muestra una mayor aversión a este pecado. Es, por ejemplo, el evangelista de los
Ayes sobre los acediosos (Lucas 6,24-26; 11,39-44). Y en el pasaje que hemos trascrito
antes, contrapone a la fe y al gozo de los discípulos, la protesta indignada,
malhumorada y sombría, característica de la acedia y de la incredulidad militantes. El
hijo mayor, en la parábola del Hijo Pródigo, es otro ejemplo típico de la misma actitud
atrabiliaria (Lucas 15,25-32).
Como se ve, a los acediosos, el júbilo de los buenos les parece reprensible. El
motivo de esta distonía emocional es que no comparten su fe. Verdaderamente son
opuestos el gozo de los discípulos y la tristeza de los que no lo son, aunque le digan
Maestro. Este mismo esquema de comportamiento volveremos a encontrarlo en la
civilización de la acedia de la que trataremos en el capítulo cuarto.

Citas tomadas de: PURROY Marino, Teresa de los Andes cuenta su vida, Ed. Carmelo Teresiano, PP.
30

Carmelitas, Santiago, Chile 1992,192 págs.


Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
2.7.) El Pecado de Caín
Habitualmente se considera el pecado de Caín como un pecado de envidia
hacia su hermano Abel. Y lo es. Pero no de envidia simplemente. Sino de aquella
especie de envidia que llamamos acedia.
Hay acedia en el Pecado de Caín (Génesis 4, 3-8). Acedia respecto del bien de su
hermano, cuya ofrenda fue acepta a Dios. Pero también acedia, respecto de la
complacencia de Dios sobre la ofrenda de Abel. Si Caín hubiese estado en actitud de
amistad con Dios, se habría alegrado por el beneplácito de su Amigo divino, porque el
verdadero amigo se alegra por las alegrías de su amigo.
Es verosímilmente por esa falta de amistad cordial, por lo que dice el texto que:
"el Señor no miró propicio a Caín y su oblación". Si Caín hubiera buscado con su
ofrenda exclusivamente agradar a Dios, se habría alegrado con el gozo divino, fuera
por el motivo que fuese; y en el caso concreto, con motivo de la ofrenda de su
hermano. Caín no envidiaba en Abel ningún bien profano, sino precisamente su
condición de amigo de Dios, de elegido y grato a Dios.
Lo que generalmente se llama envidia de Caín a su hermano es, por lo tanto,
propiamente acedia. Y esta precisión hay que hacerla cada vez que encontramos
envidia hacia un hombre de Dios: profeta, justo o elegido, ya sea en las Escrituras, ya
sea en la historia o en la vida de la Iglesia.

Acedia en la Historia de Salvación


San Clemente romano en su Carta a los Corintios, para explicar el mal que está
aquejando a dicha comunidad eclesial, se remonta a trazar un panorama de la acedia
en la historia de la salvación, comenzando justamente por el pecado de Caín31. Parece
oportuno y provechoso insertar aquí ese recuento:
"Ya veis, hermanos, cómo los celos y la acedia produjeron un fratricidio. A causa
de la acedia, nuestro padre Jacob tuvo que huir de la presencia de su hermano Esaú. La
acedia hizo que José fuera perseguido hasta punto de muerte y llegara hasta la
esclavitud. La acedia obligó a Moisés a huir de la presencia de Faraón, rey de Egipto, al
oír a uno de su misma tribu: '¿Quién te ha constituído árbitro y juez entre nosotros?
¿Acaso quieres tú matarme a mí, como mataste ayer al egipcio?'. Por la acedia, Aarón
y María hubieron de acampar fuera del campamento. La acedia hizo bajar vivos al
Hades a Datán y Abirón, por haberse rebelado contra el siervo de Dios, Moisés. Por
acedia no sólo tuvo David que sufrir envidia de parte de los extranjeros, sino que fue
perseguido por Saúl, rey de Israel" 32.

2.8.) El Pecado Original


Después de haber dado ejemplos de la acedia como distonía con el sentir y el
beneplácito divino, después de un análisis más afinado del mal de Caín, y después de
los ejemplos bíblicos de desafecto a los elegidos de Dios que compendia Clemente

31
Véase Daniel RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, BAC Madrid 1950, pp. 179ss. Ruiz Bueno traduce los
términos griegos "zélos" y "fthonon", y a veces "baskanía", indistintamente por "emulación", "celo" o
"envidia", pero es claro que se trata de casos de acedia. El texto citado a continuación está en O.c. p.
181.
32
Ad Corintios IV,7-13
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
romano, el lector podrá ahora advertir más fácilmente cuánto de acedia tuvo el
Pecado Original.
Acedia tanto en el Tentador, como en Adán y Eva: "Por acedia del Diablo entró
la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24).
La Serpiente es la primera que "tiende lazos a los justos que la fastidian"
(Sabiduría 2,12). Lo hace con Adán y Eva y lo hará con Job (Job 1,1-22). Después de
ella, la raza de sus descendientes se airará de igual modo contra el justo y querrá
también ponerlo a prueba: "Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos
es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sigue caminos extraños...sometámosle
al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza" (Sabiduría 2,14-
15.19).
El Tentador los indujo a acedia. Tristeza de no ser como Dios, tristeza a causa
del mandamiento, y de allí se siguió la desobediencia. Así comenzaron: 1º) el
desacuerdo entre los apetitos y 2º) el trastorno de los sentidos, característicos de la
naturaleza caída.

Apetito y Visión
En el relato bíblico de la caída se nos enseña, en primer lugar, que el apetito
gobierna la visión: "el día en que comiereis, se os abrirán los ojos". Y en segundo lugar,
que la visión, a su vez, excita el apetito: "como viese la mujer que era bueno para
comer y apetecible a la vista".
El pecado ha modificado la manera de percibir. Ha trastornado precisamente la
capacidad de conocer el bien y el mal: "entonces se les abrieron a entrambos los ojos y
conocieron que estaban desnudos" (Génesis 3,5-7).
Esta relación entre apetito y visión es fundamental para comprender la
naturaleza de la acedia. Ella nos orientará a la hora de ocuparnos de la
pneumodinámica de la acedia (Ver 7.). La acedia, como tristeza por el bien, supone una
ceguera para percibirlo. Sólo la insensibilidad para el bien puede explicar la aversión
hacia él. Este mal implica pues, un trastorno de las facultades.

2.9.) Dos Ayes Proféticos sobre la Acedia


Nos ayudará a avanzar en la comprensión de la naturaleza de la acedia,
recordar dos ayes proféticos referentes a ella. El primer Ay que deseamos recordar es
el de Jeremías: "¡Maldito el hombre que confía en el hombre, y hace de la carne su
apoyo apartando del Señor su corazón! Es como el tamarisco en el desierto de Arabá y
no verá el bien cuando venga" (Jeremías l7,5-6).

No Ver el Bien: Acedia como Apercepción


"No verá el bien cuando venga". He ahí la a-percepción del bien que caracteriza
la acedia. La tristeza por el bien del que se goza la caridad, sólo es posible cuando no
se ve ese bien o se lo ve como un mal. El texto de Jeremías instruye sobre las causas de
esa ceguera 33 .

33
El Bien que no ve el tamarisco en el desierto, es la lluvia. En el plano espiritual, la lluvia significa las
obras, los dones y la gracia de Dios, y particularmente los bienes mesiánicos. El Padre de Jesús hace
salir el sol, y hace llover sobre buenos y malos (Mateo 5,45). Se trata del Rocío de lo Alto y del Sol de
Justicia, nombres del Mesías y de la Salvación mesiánica que él trae y ofrece indistintamente a todos los
hombres. Zacarías canta en el Benedictus: "Nos visitará el sol que nace de lo alto" (Lucas 2,78).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Si el impío no ve el bien: "los rectos - por el contrario - lo ven y se alegran, a la
maldad se le tapa la boca" (Salmo 106,42). Es propio de Dios el mostrar o hacer ver los
bienes salvíficos: "En tu luz vemos la luz" (Salmo 35,10); "Abreme Señor los ojos y
contemplaré las maravillas de tu voluntad" (Salmo 118, 18); "Al que sigue el buen
camino le haré ver la salvación de Dios" (Salmo 49,23).
Sin la ayuda de la gracia de Dios, ni los mismos miembros del pueblo de Dios
serían capaces de ver y reconocer las grandes gestas de la salvación: "Habéis visto
todo lo que hizo el Señor a vuestros propios ojos en Egipto con Faraón, sus siervos y
todo su país: las grandes pruebas que tus mismos ojos vieron, aquellas señales,
aquellos grandes prodigios. Pero hasta el día de hoy no os había dado el Señor corazón
para entender, ojos para ver, ni oídos para oír" (Deuteronomio 29,1-3).
En cuanto a los bienes del Nuevo Testamento, Jesús afirma que es necesario
nacer de nuevo y de lo alto para "ver el Reino" (Juan 3,3.5).

Llamar Mal al Bien: Acedia como Dispercepción


El otro Ay profético contra la acedia, se encuentra en el libro de Isaías:
"¡Ay, los que llaman al mal bien y al bien mal; los que dan la oscuridad por luz, y
la luz por oscuridad; que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay, los sabios
a sus propios ojos, y para sí mismos discretos!" (Isaías 5,20-21).
Entristecerse por el bien del que goza la caridad, como hace la acedia, es dar
por mal ese bien; es dar lo dulce por agrio o por amargo, dar la luz por tinieblas. El
texto de Isaías describe el mecanismo perverso de la acedia y lo explica por la soberbia
que se guía por el propio juicio, sometido y esclavizado por la pasión caída 34. Son los
que, como dirá San Pablo, aprisionan la verdad con la injusticia (Rom 1,18).
Esta confusión de bien por mal, este trastorno de la percepción, puede llamarse
dispercepción y es característica de la acedia. Podría hablarse, en otras palabras, de
falta de discernimiento: "Vosotros que odiáis el bien y amáis el mal" (Miqueas 3,2).
"Justificar al malo y condenar al justo, ambas cosas abomina el Señor" (Proverbios
17,15).

El alimento del niño mesiánico, y el del pueblo de los tiempos mesiánicos será
"cuajada y miel para que aprenda a rehusar lo malo y elegir lo bueno" (Isaías 7,15-16;
22). La cuajada agria y la miel dulce enseñan a distinguir los sabores del bien y del mal:
de la dulzura y el gozo de la caridad, y del agriamiento de la acedia. Aquí también, los
sabores adiestran la visión.
La divina presencia que tiene lugar con la llegada del Emmanuel, enseña al
pueblo a discernir el bien y el mal.

2.10.) La Acedia como Ceguera


La relación entre apetito y visión, que establece la Sagrada Escritura, es
fundamental para comprender la naturaleza de la acedia. Los dos ayes proféticos sobre
la acedia que acabamos de recordar, el de Jeremías y el de Isaías, se complementan
para enseñarnos cuál es la naturaleza de este mal. Primero como apercepción del bien:
"no verá el bien cuando venga". Y luego como dispercepción: "dar el bien por mal y el
mal por bien".

34
Véase también Mateo 23,13; Lucas 7,31-35
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Trataremos a continuación de una serie de episodios y temas bíblicos que
ilustran la apercepción-dispercepción características de la acedia: la idolatría de las
naciones y del pueblo elegido; la ceguera de los discípulos de Jesús; la ceguera de los
guías espirituales de Israel; el menosprecio y rechazo de los profetas; el desprecio de la
Tierra prometida, el menosprecio del testimonio de Jesús, la acedia de Pedro frente a
la Cruz.

La Idolatría como Ceguera


La ceguera para el bien, mal común de la humanidad, como que es
consecuencia del pecado original, es la causa del pecado de idolatría, común a todas
las culturas vecinas del pueblo de Dios. En ocasiones también incurre en idolatría el
pueblo de Dios, para cuyos miembros es una tentación perenne, como lamentan
Moisés y los Profetas.
La polémica contra la idolatría, los idólatras, los ídolos y los fabricantes de
ídolos, es un tema recurrente en la Sagrada Escritura, desde el Pentateuco hasta los
Sapienciales. Y continúa en el Nuevo Testamento, en la predicación de Jesús y de los
Apóstoles.
La idolatría aparece tipificada, en una serie de textos bíblicos, como
apercepción: ceguera, insensibilidad, embotamiento de los sentidos. Y también como
dispercepción: dureza del corazón, al cual, como órgano del discernimiento, le
corresponde distinguir el bien y el mal.
Los idólatras son tan insensibles - o casi - para percibir el bien y el mal, o para
discernir el uno del otro, como los ídolos que se fabrican.
Isaías dice: "¡Escultores de ídolos! Todos ellos son vacuidad; de nada sirven sus
obras más estimadas; sus servidores nada ven y nada saben, y por eso quedarán
abochornados (...) no saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón
no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento (...) A quien se
apega a la ceniza, su corazón engañoso lo extravía. No salvará su vida. Nunca dirá:
'¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?'" (Isaías 44,9.l8-l9a.20)
En esto, los sabios coinciden con los profetas. El autor del libro de la Sabiduría
pondera el enceguecimiento de los egipcios idólatras y por eso mismo, enemigos del
pueblo de Dios: "¡Insensatos todos en sumo grado y más infelices que el alma de un
niño (que no discierne el bien del mal), los enemigos de tu pueblo que un día lo
oprimieron! Como que tuvieron por dioses a todos los ídolos de los gentiles que no
pueden valerse de sus ojos para ver, ni de su nariz para respirar, ni de sus oídos para
oír, ni de los dedos de sus manos para tocar, y sus pies son torpes para andar"
(Sabiduría 15,14-15).
También el Salmista considera que los idólatras son tan ciegos e insensibles
como la obra de sus manos: "Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de mano de
hombre. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, nariz y
no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, ni un solo susurro en
su garganta. Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza"
(Salmo 113b(115),4-8). Esta ceguera les impide ver la Gloria de Dios y por eso
preguntan: "¿Dónde está su Dios?" (v.2). Son ciegos para la Omnipresencia, que es, en
cambio, evidente para los fieles: "nuestro Dios está en los cielos y en la tierra y hace
todo lo que El quiere" (v.3).

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Algo más matizada y benévolamente juzga a los idólatras el Sabio. El idólatra -
dice - "vale ciertamente más que los ídolos que adora: él, por un tiempo al menos, goza
de vida, ellos jamás" (Sabiduría 15,17b).
Lo cual no impide que el sabio considere que es una misma clase de ceguera la
que llevaba a los impíos: 1º) a ignorar al verdadero Dios, 2º) a adorar a los ídolos, 3º) a
perseguir al pueblo elegido y 4º) a desoír la voz del Dios que quería sacar a su pueblo
de Egipto. Eran tan ciegos para las obras de Dios como para sus designios. Y esa
ceguera, no sólo los privó de los grandes y verdaderos bienes sino que los precipitó en
la destrucción y la ruina causada por tremendos castigos. Terrible mal, la acedia.

Ceguera del Pueblo Elegido


Desgraciadamente, Israel no les va en zaga a las naciones cuando se enceguece
detrás de los ídolos. En la Escritura se habla en los mismos términos de la idolatría de
los gentiles que de la del pueblo elegido: ceguera, insensibilidad del corazón.
Aún previendo el endurecimiento del corazón y la incredulidad de su pueblo, y
sólo por fidelidad consigo, el Señor les envía, a pesar de todo, a Isaías: "Ve y di a ese
puebo; 'Escuchad bien, pero no entendáis; ved bien pero no comprendáis. Haz torpe el
corazón de ese pueblo y duros sus oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos,
y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure'" (Isaías 6,9-
10).
Como se ve, el tema bíblico del corazón endurecido y el corazón de piedra que
Dios quiere transformar y cambiar en un corazón nuevo, de carne, corre paralelo con
el de la ceguera y la insensiblidad de los sentidos y tiene que ver con la salvación del
mal de acedia. Es el mal del corazón insensible para el bien verdadero e incapaz de
conocer a Dios 35. Jeremías no exceptúa al pueblo elegido de esa ceguera, semejante a
la idolatría de los paganos: "Pueblo necio y sin seso, tienen ojos y no ven, oídos y no
oyen" (Jeremías 5,21). Y a Ezequiel lo compadece el Señor en estos términos: "Tú vives
en medio de una casa de rebeldía: tienen ojos para ver y no ven, oídos para oír y no
oyen" (Ezequiel 12,2).
El pueblo de la Alianza se había precipitado en la idolatría desde sus más
tempranos comienzos, apenas Moisés tardó un poco en bajar del monte Sinaí con las
tablas de la alianza:
"Anda - le dijeron a Aarón - haznos un dios que vaya delante de nosotros, ya
que no sabemos qué ha sido de Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto" (Exodo
32,1). Terrible ceguera y blasfemia, no ver en la salida de Egipto la obra de Dios, sino la
de "el hombre" Moisés. Y mayor atrocidad aún atribuir al ídolo la salvación obrada por
Dios: "Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido
sacrificios y han dicho: 'Este es tu dios, Israel, el que te ha sacado de Egipto'"(Exodo
32,8).
Por lo tanto, hasta el pueblo elegido puede enceguecerse para el bien y
entristecerse por lo que debería ser su alegría en la Alianza. Puede comportarse como
un pueblo de dura cerviz, que provoca la ira de Dios (Exodo 32,9).
No está libre de tentación de acedia ni siquiera el buen Josué, cuando cela a
Eldad y Medad porque profetizan, en vez de alegrarse como Moisés (Números 11,26-
29).

35
Jeremías 24,7; 31,31-34; 32,39; Ezequiel 36,26-27; Salmo 50(51),12; ver Jeremías 4,4; Oseas 2,22
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Aún en los casos en que el pueblo elegido ve mejor y más que los paganos, la
Escritura enseña que eso no se debe a méritos o capacidades propias, sino porque el
Señor le hace capaz de ver: "Habéis visto todo lo que hizo el Señor a vuestros propios
ojos en Egipto con Faraón, sus siervos y todo su país: las grandes pruebas que tus
mismos ojos vieron, aquellas señales, aquellos grandes prodigios. Pero hasta el día de
hoy no os había dado el Señor corazón para entender, ojos para ver, ni oídos para oír"
(Deuteronomio 29,1-3).
Conviene notar por último, antes de abandonar este recorrido por los textos, y
en vistas a los análisis sobre las causas de la acedia que haremos más adelante, que lo
que precipita al pueblo elegido en la acedia suele ser o la impaciencia o el miedo.
Impaciencia en los sufrimientos de la travesía por el desierto o miedo a sus enemigos.
Las privaciones borran la memoria de las gestas divinas de liberación, debilitan su
esperanza en las promesas de Dios, le impiden ver las obras del Señor que lo
acompañan, y esperar que lo auxiliará contra sus enemigos, como le asegura.

Ceguera en el Nuevo Testamento


Jesús entiende la situación espiritual de sus discípulos como prolongación de la
incredulidad de Israel. Los sabe sometidos a las mismas tentaciones y debilidades. Por
eso los amonesta en el mismo estilo y parecidos términos. Veamos un ejemplo.
En un momento en que se preocupan más de su pan que del Reino, Jesús los ve
en peligro de contagiarse de la "levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes",
y los reprende así: "¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no
comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis
y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí cinco panes para cinco mil?"
36
.
El hambre, que fue una celada fatal para Esaú y para la generación del desierto,
amenaza ahora con hacer caer a los discípulos en su lazo.
Es que - como enseñaba Jesús - las preocupaciones de esta vida ahogan la
semilla de la Palabra sembrada en los corazones (Marcos 4,19). Y, como explica
ulteriormente San Pablo: la avaricia, la codicia, el afán de los bienes de este mundo,
son como un pecado de idolatría (Colosenses 3,5): a fuerza de perseguir los bienes
materiales con afán desmedido, hacen insensibles y ciegos para los bienes espirituales.
El Apóstol se hace eco de la diatriba bíblica contra los idólatras, cuando les
reprocha a los gentiles su ceguera e insensibilidad para percibir al Creador a través del
espectáculo de las creaturas:
"En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e
injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios
se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de
Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su
poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido
a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en
vanos razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se
volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación
en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles" 37.

36
Marcos 8,14-21; ver Mateo 15,16
37
Romanos 1,18-23; ver Salmo 105(106),20; Exodo 32
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Aquí también, la perversión de la visión está vinculada con la perversión de los
apetitos: "Aprisionar la verdad con la injusticia", como dice el Apóstol, es distorsionar
la percepción del bien por la pasión y el apetito desordenados. Y una vez aprisionada la
verdad, ya no es posible liberarse y se queda esclavizado y a merced de los apetitos.

He aquí la misma doctrina, a la que aludimos antes, acerca de la circularidad


entre gusto y visión, entre conocimiento y pasión, entre percepción y apetito,
inteligencia y voluntad. La ceguera de los ojos tiene que ver con las pasiones del
corazón.
Por no haber reconocido a Dios a través de las creaturas, se desviaron sus
apetitos y se pervirtieron: "Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón,
hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la
verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a las creaturas en vez del Creador
(...) Por eso los entregó Dios a pasiones infames (...) entrególos a su mente réproba"
(Romanos 1,24-28).
Hemos citado largamente estos textos de Pablo, porque ellos ofrecen una
descripción del fenómeno de la acedia como apercepción y dispercepción, así como de
los pasos de su proceso.

"Ciegos guías de ciegos"


No solamente los gentiles idólatras reciben el epíteto de ciegos, también a los
guías espirituales del pueblo elegido les reprocha Jesús su ceguera: "Son ciegos que
guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo" (Mateo
15,14). Los discípulos - como hemos dicho - no están exentos de incurrir en la misma
insensibilidad y hacerse merecedores del mismo juicio. A continuación del reproche a
los escribas Jesús, vuelto hacia Pedro lo amonesta: "¿También vosotros estáis todavía
sin inteligencia?" (15,16). Los discípulos tienen que guardarse de la levadura de los
escribas y fariseos, que es la incredulidad y la hipocresía, porque les es igualmente fácil
incurrir en ellas. Por eso los ayes de Jesús, pueden tener también algo de advertencia
disuasoria para sus propios discípulos:
"¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas! (...) ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es
más importante, el oro o el Santuario que hace sagrado el oro? (...) ¡Ciegos! ¿Qué es
más importante, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? (...) ¡Guías ciegos que
coláis el mosquito y os tragáis el camello!" (Mateo 23,13-32; citamos los vv.
13.17.19.24).

"Esta Generación pide una señal"


La ceguera de escribas y fariseos se pone singularmente de manifiesto ante los
signos y milagros que hace Jesús.
Dándolos por inexistentes, le piden alguna señal. Jesús se niega a darles
ninguna, excepto la que es El mismo: "Se presentaron los fariseos y comenzaron a
discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un
profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: '¿Por qué esta generación pide una
señal? Yo os aseguro: No se le dará a esta generación ninguna señal'...Abrid los ojos y
guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes" (Marcos 8,11-
12.15).

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
A esta altura del relato evangélico de Marcos, Jesús ha hecho innumerables
curaciones y milagros. Acaba de dar el signo de la segunda multiplicación de los panes
ante una multitud, como va a recordárselo a sus discípulos un poco más adelante
(8,19-20). Esa capacidad del pueblo elegido para tentar a Dios, se mezcla, como una
levadura agria, con los prodigios del maná.
El salmista refiere las quejas y gemidos de Dios por esta dureza de corazón de
sus elegidos: "Volvían una y otra vez a tentar a Dios, a exasperar al Santo de Israel"
(Salmo 77(78),41).

¿Cuál es pues la levadura 38 de la que los discípulos deben guardarse?: es la


actitud de los que piden signos en el cielo, como resultado de su apercepción y
ceguera para ver los signos de Dios. Los discípulos deben guardarse de esa misma
actitud agria.
No hay que pedirle a Dios que haga signos "en el cielo", es decir visibles para
nosotros y que podamos ver desde donde nosotros estamos, sin movernos ni cambiar
de posición ni de lugar, o sea sin convertirnos. Somos nosotros, quienes siguiendo a
Jesús, tenemos que estar allí donde El hace sus signos; como estaba la multitud que lo
seguía en descampado y asistió a la multiplicación de los panes. Ese es el gran signo
que han olvidado los discípulos hambrientos.
Tenemos que ser capaces de ver los signos que Dios dio, sin que se los
pidiéramos. Los que El soberanamente quiere dar y allí donde a su divino arbitrio
quiera darlos. Pero pedírselos, es tentarlo y menospreciar los que ha dado.

Mataron a los profetas


Los ayes sobre escribas y fariseos concluyen con unas palabras de Jesús que
ponen en relación su incredulidad con la de sus antepasados: "Sois hijos de los que
mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!"
(Mateo 23,31-32).
Es éste un tema de la predicación de Jesús que pone de manifiesto otra faceta
del pecado de acedia: la ceguera hereditaria para reconocer a los mensajeros de Dios.
"Edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos,
y decís: 'Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos
tenido parte con ellos en la sangre de los profetas' con lo cual atestiguáis que sois hijos
de los que mataron a los profetas! ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros
padres!
¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de
la Gehenna? Por eso, mirad: os voy a enviar a vosotros profetas, sabios y escribas: a
unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los
perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre de los
justos derramada sobre la tierra desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de
Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el Santuario y el altar. Yo os
aseguro que todo esto recaerá sobre esta generación" (Mateo 23,30-36).

El mártir Esteban se hace eco de esta diatriba de Jesús. Ella proviene del mismo
celo caritativo por la corrección del pueblo amado, de la misma fortaleza ante el
martirio y de la misma capacidad de perdonar que tuvo Jesús:
38
Por agria, la levadura vieja, no renovada en la Pascua como estaba prescrito, nos habla de la acedia.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
"¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre
resistís al Espíritu Santo! ¡Como fueron vuestros padres así sois vosotros! ¿A qué
profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de
antemano la venida del Justo, de aquél a quien vosotros ahora habéis traicionado y
asesinado, vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis
guardado" (Hechos 7,51-53).

"Despreciaron una Tierra envidiable" (Salmo 105(106),24)


El Salmo se refiere, con esta frase, al episodio narrado en Números caps. 13-14
y en Deuteronomio 1,19-46. Lo comenta, y da en una pincelada su significación
espiritual, que es una acusación de acedia: despreciar el bien. Recordemos el episodio.
El pueblo no se alegró con el bien de la Tierra Prometida, que le pintaban Caleb
y Josué, los buenos exploradores, testigos fidedignos de la bondad de la tierra, fieles a
la verdad. El pueblo, en cambio, prefirió creer al testimonio de los malos exploradores,
testigos falsos porque estaban enceguecidos por el miedo a los habitantes de la Tierra.
El miedo les hacía olvidar las promesas del Señor, desconfiar de su asistencia, dudar de
su amor y en consecuencia calumniar acrimoniosamente la tierra.
Pero menospreciar la tierra de la Promesa, equivalía a menospreciar al Señor
que había prometido introducirlos en ella para dársela en propiedad: "¿hasta cuándo
me va a despreciar este pueblo? ¿hasta cuándo van a desconfiar de mí, con todas las
señales que he hecho entre ellos?" (Números 13,11). "...Ninguno de los que han visto
mi gloria y las señales que he realizado en Egipto y en el desierto, que me han puesto a
prueba ya diez veces y no han escuchado mi voz, verá la tierra que prometí con
juramento a sus padres. No la verá ninguno de los que me ha despreciado" (Números
14,22-23)
Los exploradores habían subido a explorar la tierra en "el tiempo de las
primeras uvas" (Num 13,20). Es decir el tiempo más hermoso y en el que la fertilidad
de la tierra que mana leche y miel lucía en el esplendor de sus frutos: "una espléndida
tierra, tierra de torrentes y de fuentes, de aguas que brotan del abismo en los valles y
en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de
olivares, de aceite y de miel, tierra donde el pan que comas no te será racionado y
donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas
montañas extraerás el bronce. Comerás hasta hartarte y bendecirás al Señor tu Dios en
esta espléndida tierra que te ha dado" (Deuteronomio 8,7-10)
"Subieron pues, y exploraron el país, desde el desierto de Sin hasta Rejob, a la
entrada de Jamat. Subieron por el Négueb y llegaron hasta Hebrón donde residían los
descendientes de Anaq. Llegaron al valle de Eshkol (que significa racimo) y cortaron allí
un sarmiento con un racimo de uva que trasportaron con una pértiga entre dos, y
también granadas e higos" (Números 13,20-23). Los exploradores llevaban consigo la
evidencia del Bien de la Promesa, capaz de regocijar con su vista. Pero ellos no los
vieron.
"Tomaron en su mano los frutos del país, nos los trajeron y nos comunicaron:
'Buena tierra es la que el Señor nuestro Dios nos da'. Pero vosotros - les reprocha
Moisés - os negasteis a subir y os rebelasteis contra la orden del Señor vuestro Dios. Y
os pusisteis a murmurar en vuestras tiendas: 'Por el odio que nos tiene nos ha sacado el
Señor de Egipto, para entregarnos en manos de los amorreos y destruirnos. ¿A dónde
vamos a subir? Nuestros hermanos nos han descorazonado al decir: 'es un pueblo más

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
numeroso y más alto que nosotros, las ciudades son grandes y sus murallas llegan
hasta el cielo. Y hasta gigantes hemos visto allí" (Deut. 1,25-28).

El pueblo estaba ciego no sólo para las obras de Dios, sino para sus motivos:
atribuía a odio las obras de amor; confundía el plan de salvación con un plan de
destrucción. Por eso, debido a su incredulidad, raíz de acedia, se entristecía por lo que
debería alegrarse.
Moisés trató de alentarlos moviéndolos a creer en el amor y en la asistencia de
Dios: "Yo os dije: `No os asustéis, no tengáis miedo de ellos. El Señor vuestro Dios, que
marcha delante de vosotros, combatirá por vosotros, como visteis que lo hizo en
Egipto, y en el desierto donde has visto que el Señor tu Dios te llevaba como un hombre
lleva a su hijo, a todo lo largo de este camino que habéis recorrido hasta llegar a este
lugar. Pero ni aún así confiasteis en el Señor vuestro Dios que era el que os precedía en
el camino y os buscaba lugar donde acampar, con el fuego durante la noche para
alumbrar el camino, y con la nube durante el día" (Deut. 1,29-33).

A pesar de las muestras de amor y de asistencia divina que el pueblo había visto
- como le recordaba Moisés - se mantenía ciego. ¿Cuál iba a ser el castigo?: "esta
generación incrédula, no verá la tierra prometida ni entrará en ella".
Su ceguera, su incredulidad, su acedia, se harán proverbiales. Los rabinos
hablarán de ella como "la generación del desierto" y la enumerarán en una misma lista
con otras generaciones impías: la generación del Diluvio y la generación de Sodoma.
Ninguna de esas generaciones, piensan los maestros de Israel, heredarán la tierra, ni
entrarán en el siglo futuro: "El Señor oyó el rumor de vuestras palabras y en su cólera
juró así: 'Ni un solo hombre de esta generación perversa verá la espléndida tierra que
yo juré dar a vuestros padres, excepto Caleb hijo de Yefunné'" (Deut. 1,34-36).

Jesús: Explorador y Testigo


El diálogo de Jesús con Nicodemo (Juan 3,1-21) presenta a Jesús como
Explorador, que viene a dar testimonio de la verdadera Tierra Prometida: el Reino de
Dios, que viene. El pasaje del evangelio según San Juan está lleno de alusiones al
episodio que tratan Números 13-14 y Deuteronomio 1,19-46.
Jesús se presenta como testigo de lo invisible, sabiendo de antemano que lo
hace ante un pueblo rebelde que no ha creído en otros testimonios acerca de lo
visible: "En verdad, en verdad te digo, nosotros hablamos de lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al
deciros cosas de la Tierra no creéis ¿cómo vais a creer si os digo cosas del Cielo? Nadie
ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre que está en el Cielo"
(Juan 3,11-13; ver Num 14,7-9).
En aquel entonces la generación incrédula no pudo ver ni entrar en la Tierra
Prometida y tuvo que venir una nueva generación para verla y entrar en ella. Ahora,
para ver el Reino y entrar en él, es necesario nacer de nuevo, pertenecer a la nueva
generación bautismal, nacida del agua y del Espíritu (Juan 3,3.5).
Jesús ve en la incredulidad contra la que él choca, la prolongación de un mismo
misterio. Jesús hablará de "esta generación", no en sentido temporal cronológico, sino
con el mismo sentido acuñado por la escolástica rabínica:

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
"Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser dice: ¿Por qué esta
generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna
señal" (Marcos 8,12).
"Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria
de su Padre con los santos ángeles" (Marcos 8,38).
"¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo
tendré que soportaros?" (Marcos 9,19).
"¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a los niños sentados en
las plazas..." (Mateo 11,16).

La expresión "esta generación", en boca de Jesús, se dice en el sentido de raza;


de descendencia rebelde de la serpiente rebelde. Es la acedia hereditaria que hemos
señalado antes39. Son los descendientes de los que quisieron apedrear a Moisés y a los
exploradores (Números 14,10; Exodo 17,4), de los que se burlaban de Eliseo y de los
que no recibieron a los enviados de Dios. A ellos refiere Jesús la parábola de los
viñadores homicidas (Marcos 12,1-12).

La Acedia de Pedro ante la Cruz


Por eso, cuando Pedro se niega a recibir el testimonio de Jesús acerca del
misterio de la Cruz, se hace acreedor del nombre de Satanás, y en vez de piedra
fundamental se convierte en piedra de escándalo (Mateo 16,18), no sólo para los más
pequeños (Marcos 9,42), sino para Jesús mismo (Mateo 16,23).
También Pedro estaba ciego. Una vez curado de su mal de acedia, el mismo
Apóstol, "confirmará a sus hermanos" (Lucas 22,31-32) y enseñará la bienaventuranza
de la Cruz: "Si sufrierais a causa de la justicia, dichosos vosotros (...) Ya que Cristo
padeció en la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien
padece en la carne, ha roto con el pecado (...) No os extrañéis del fuego que ha
prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino
alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que
también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos vosotros si sois
injuriados por el nombre de Cristo (...) si alguno tiene que sufrir por ser cristiano, que
no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre" 40.
Ésta es la fe de Pedro, la "piedra" fundamental de la doctrina y de la parenesis
martirial sobre el bautismo.
Pablo hablará, llorando, de los enemigos de la Cruz de Cristo (Filipenses 3,17-
19). La suya es una tristeza cristiana a causa de la tristeza carnal. Para Pablo la gloria
estará en la Cruz de Cristo. En su perspectiva, cristiana, el horror a la Cruz, el horror al
martirio, el horror al sufrimiento por ser cristiano, el horror a la bienaventuranza, es
acedia.

Esta recorrida algo prolija por episodios y textos bíblicos relativos a la acedia, pero
muchos de ellos no referidos por lo común explícitamente a ella, habrá servido -
esperamos - para familiarizar al lector con el ámbito de actitudes de espíritu

39
Véase: Mataron a los Profetas
40
1ª Pedro 3,13; 4,1.12-14.16
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
ejemplares y arquetípicas de la acedia. Servirá de orientación y fundamento de lo que
sigue.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
3.) ACEDIA Y MARTIRIO
A partir de esta fe, se elabora la espiritualidad martirial de los primeros siglos
de la Iglesia, en la cual la acedia aparece en un triple aspecto: 1) la causa del martirio
es acedia en el perseguidor; 2) el miedo al martirio es acedia en el cristiano que lo
teme; 3) el Demonio, por acedia, inspira y mueve a los perseguidores; procura de
todos modos corromper el juicio y sentir de los mártires, hacerlos apostatar mediante
los tormentos y el temor a la muerte. Y, cuando no lo logra, trata de impedir o
postergar su martirio, para evitar su victoria.

3.1.) Acedia de los Perseguidores


Veamos en primer lugar algunos ejemplos de la acedia de los perseguidores,
quienes por dispercepción persiguen a los buenos como si fueran malos.
A esa acedia o envidia, cuando es de parte del pueblo elegido, las fuentes
cristianas le dan el nombre de "celo". En el Nuevo Testamento y en la literatura
cristiana primitiva - como por ejemplo la carta de San Clemente - tanto Jesús como sus
discípulos han sido perseguidos por los judíos "dia zelon": por acedia41.
Pilatos sabía que le habían entregado a Jesús "por acedia"42. San Justino se hace
eco de esa convicción de la Escritura y de la Tradición cristianas en el siguiente pasaje:
"En los libros de los profetas, hallamos anunciado de antemano, que Jesús, nuestro
Mesías, había de venir (...) había de ser envidiado (= fthonouménon), no reconocido y
crucificado" 43.
Los judíos "se llenan de acedia" viendo la multitud que escucha a Pablo (Hechos
13,45). También "llenos de acedia" se le oponen en Tesalónica y promueven una
persecución violenta (Hechos 17,5). Pablo dirá en otro lugar que hay quienes predican
a Cristo "por acedia" y por afán de afligirlo y de oponérsele44.

San Clemente romano, en su Carta a los Corintios, al hacer su diagnóstico


pastoral acerca de las causas de la división de la iglesia en Corinto, afirma que se trata
del mismo mal de acedia a causa del cual fueron perseguidos Pedro, Pablo y, tras sus
huellas, innumerables cristianos:
"Por emulación y envidia45 fueron perseguidos los que eran máximas y
justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos
ante nuestros ojos a los santos Apóstoles. A Pedro, quien por inicua emulación, hubo
de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su
testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido. Por la envidia y rivalidad
mostró Pablo el galardón de la paciencia. Por seis veces fue cargado de cadenas; fue
desterrado y apedreado; hecho heraldo de Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la
noble fama de su fe; y después de haber enseñado a todo el mundo la justicia y de
41
Los nombres que se le dan en griego a la acedia son: zelos, fthonon, y algunas veces baskanía
42
Mateo 27,18; Marcos 15,10; ver Juan 11,47-48
43
San Justino, Apología 1ª, 31,7, en: Daniel RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos (S.II), BAC,
Madrid l954, cita en pág. 215
44
"Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad; mas hay también otros que lo hacen
con buena intención; éstos por amor, conscientes de que yo estoy puesto para defender el Evangelio;
aquéllos, por rivalidad, no con puras intenciones, creyendo aumentar la tribulación de mis cadenas. Pero
¿y qué? Al fin y al cabo, hipócrita o sinceramente Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá
alegrándome" (Filipenses 1,15-19)
45
En griego = dia zelon kai fthonon.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
haber llegado hasta el límite del Occidente y dado su testimonio ante los príncipes,
salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de
paciencia.
"A estos hombres que llevaron una conducta de santidad vino a agregarse una
gran muchedumbre de escogidos, los cuales, después de sufrir por envidia muchos
ultrajes y tormentos, se convirtieron entre nosotros en el más hermoso ejemplo. Por
envidia fueron perseguidas mujeres, nuevas Danaidas y Circes, las cuales, después de
sufrir tormentos crueles y sacrílegos, se lanzaron a la firme carrera de la fe, y ellas,
débiles de cuerpo recibieron generoso galardón." 46.

El judaísmo se opuso a los cristianos por intereses religiosos y alegando motivos


religiosos. Las primeras resistencias que levantó en ambiente pagano tuvieron, en
cambio, motivos económicos.
Un arquetipo de esta acedia pagana por motivos económicos es el episodio de
los porquerizos de Gerasa (Marcos 5,14-17). En Filipos los amos de la muchacha
esclava que les producía mucho dinero, alborotan la ciudad para expulsar a Pablo,
porque éste la había exorcizado y les había arruinado su negocio (Hechos 16,16-24). La
revuelta de los orfebres en Éfeso se debe a que el cristianismo amenazaba la venta de
idolillos y los negocios dependientes del templo de Artemisa. (Hechos 19,23-40).
Sólo más tarde, a partir de Nerón, la persecución a los cristianos tuvo
motivaciones político-culturales bajo pretextos jurídicos. Pero siempre subsiste el
componente económico. Plinio el Joven, hacia el año 112, escribe a Trajano:
"El contagio de esta superstición ha invadido no sólo las ciudades sino también
los campos; mas al parecer aún puede detenerse y remediarse. Lo cierto es que como
puede fácilmente comprobarse, los templos, antes ya casi desolados, han empezado a
frecuentarse, y las solemnidades sagradas, por largo tiempo interrumpidas,
nuevamente se celebran, y que, en fin, las carnes de las víctimas, para las que no se
hallaba antes sino un rarísimo comprador, tienen ahora excelente mercado" 47.

De parte de los paganos y de las autoridades imperiales, la acedia se manifiesta


ante la constancia de los mártires en la profesión de su fe, la cual ellos confunden con
rebeldía y contumacia.
Así por ejemplo Plinio el Joven, no ve en la constancia de aquellos cristianos
ante su tribunal sino una pertinacia inflexible, una rigidez, que debe ser castigada 48.
Cuando prenden al anciano obispo Policarpo, unos paganos lo suben primero
lisonjeramente a un carruaje, pero ante su negativa a apostatar lo arrojan del carruaje
en marcha y lo arrastran al juez49.
El emperador Marco Aurelio también juzga duramente la firmeza de los
mártires. Para él es pura obstinación, afán de contradecir y de oponerse, alarde de
teatralidad. Bajo su gobierno, fueron torturados los mártires de Lyon, las actas de cuyo
martirio recoge Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica. La pasión de estos
46
San Clemente, a los Corintios V,2-VI,2
47
Plinio, Epistulae L. X,96
48
"Si confesaban ser cristianos los volvía a interrogar segunda y tercera vez con amenaza de suplicios.
A los que persistían, los mandé ejecutar. Pues fuera lo que fuere lo que confesaban, lo que no ofrecía
duda es que su pertinacia y obstinación inflexible tenía que ser castigada" (O. y L. cit.)
49
Martirio de San Policarpo VIII, en: Actas de los Mártires, (ed. Daniel RUIZ BUENO, BAC Madrid 1950)
p. 270-271
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
mártires es un ejemplo de cómo su constancia exasperaba a sus torturadores porque
no podían comprenderla y en vez de conmoverlos los impulsaba a extremar las
crueldades:
"Maturo y Santo, como si nada hubieran sufrido antes, tuvieron que pasar otra
vez en el anfiteatro por toda la escala de torturas; o por mejor decir, como habían ya
vencido a su adversario en una serie de combates parciales, libraban ahora el último
sobre la corona misma. Restallaron pues, otra vez los látigos sobre sus espaldas, tal
como allí se acostumbra, fueron arrastrados por las fieras, y sufrieron, en fin, cuanto
una plebe enfurecida ordenaba con su gritería, resonante de unas y otras graderías. El
último tormento fue el de la silla de hierro al rojo, sobre la que dejaron carbonizarse
sus cuerpos hasta llegar a los espectadores el olor a carne quemada. Mas ni así se
calmaban, antes bien se ponían más frenéticos, empeñados en vencer la paciencia de
aquéllos. Mas ni con toda su rabia y empeño lograron oír de labios de Santo otra
palabra que la que estuvo repitiendo desde que empezó a confesar su fe. Así, pues,
estos dos, como aún seguían con vida para mucho rato no obstante el magno combate
sostenido, fueron finalmente degollados, hechos aquel día espectáculo para el mundo,
supliendo ellos solos todo el variado y extenso programa de espectáculos que solían
dar los gladiadores."

El tormento - como se ve - no tenía lugar privadamente, en el cadalso de una


cárcel, de una guarnición o de un tribunal, sino en el estadio o anfiteatro, delante de la
multitud. Prueba de hasta qué punto se sentía la contumacia de los cristianos como un
desafío, y la lucha por doblegarla como un grandioso y excitante espectáculo circense.
El circo dio notoriedad pública a la conducta cristiana. Fue un cruel género de
propaganda, pero propaganda al fin - como lo demostró la historia - para la fe
cristiana.
La acedia de los torturadores está clara: ceguera para el bien y furia como si
fuera un mal: "Unos bramaban y rechinaban los dientes contra los cadáveres,
buscando tomar de ellos no sabemos qué otra venganza peor; otros se reían y hacían
chacota, al mismo tiempo que exaltaban el poder de sus ídolos, atribuyéndoles el
castigo infligido a los cristianos. Otros, por fin, más moderados y mostrando al parecer
cierta compasión, nos dirigían el mayor sarcasmo diciendo: '¿Dónde está el Dios de
esta gente y de qué les ha valido una religión por la que no han vacilado en sufrir la
muerte?'"50.
El martirio se convertía así en una especie de sangrienta competición deportiva
entre la mansedumbre de los cristianos y la violencia y crueldad de los que se
empeñaban en doblegar su fidelidad y hacerlos apostatar: el juez, los verdugos, la
multitud impía. Todos los tormentos imaginables se empleaban para doblegarlos.
En Lyon la acedia, convertida en odio se extendió a las santas costumbres
cristianas y a los contenidos de la fe. Tanto para evitar que los cristianos pudieran
recoger amorosamente los cuerpos de sus mártires, como para oponerse a la
resurrección en la que los mártires creían y por la cual eran capaces de sufrir la
muerte, los perseguidores quemaron a sus víctimas y arrojaron sus cenizas al río,
pensando en su ingenuo materialismo que con eso aniquilaban la esperanza cristiana:

50
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica V,1,60. Véase Daniel RUIZ BUENO, Actas de los Mártires
p.152
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
"Así pues, los cuerpos de los mártires, sometidos a todo género de ultrajes
(dejados insepultos, arrojados a los perros) permanecieron seis días a cielo raso, y
luego, quemados y reducidos a cenizas fueron arrojadas éstas en un montón al río
Ródano, que corre allí cerca, con la deliberada intención de que no quedara rastro de
ellos sobre la tierra: 'que no les quede, decían los paganos, ni esperanza de resucitar,
pues fundados en esa esperanza tratan de introducir entre nosotros una religión
extranjera y nueva y desprecian los tormentos, dispuestos a morir y aún a morir
alegremente. Vamos a ver ahora si resucitan y si su Dios puede socorrerlos y sacarlos
de nuestras manos'."
Este trágico malentendido de los incrédulos ante los creyentes recuerda el
conciliábulo de los impíos en el libro de la Sabiduría: "Sometámosle al ultraje y al
tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte
afrentosa, pues según él, Dios le visitará" (Sab. 2,20).

Burla a los mártires


La acedia de los perseguidores no se manifestaba solamente como crueldad y
odio. A la violencia se sumaba, y se mezclaba con ella, la burla y el menosprecio. Es
famoso el graffitto romano del Palatino, del siglo III, que representa a un hombre
adorando a un crucificado con cabeza de burro y la leyenda explicativa: "Alexamenos
adora a su Dios". Teófilo de Antioquía escribe: "En cuanto a reírte de mí, llamándome
cristiano, no sabes lo que dices (...) nosotros nos llamamos cristianos [es decir:
"ungidos"] porque nos ungimos con el perfume de Dios"51.
Los compañeros del judío Trifón se ríen una y otra vez de los argumentos de
Justino: "Soltaron entonces nuevamente la carcajada los compañeros de Trifón, y se
pusieron a gritar descortésmente." Justino, dignamente, amenaza con irse,
interrumpiendo el diálogo, pero cede a las instancias de Trifón: "Con tal de que no se
alboroten tus compañeros, y no se conduzcan tan descortésmente. Si quieren, que
escuchen en silencio"52.
Uno de los motivos del menosprecio hacia los cristianos, como es sabido, eran
las calumnias que corrían acerca de ellos entre los paganos. Esas calumnias tenían su
origen en malinterpretaciones de los sacramentos y costumbres cristianas. El misterio
de la Eucaristía - por ejemplo - dio lugar a la acusación de antropofagia. La costumbre
de llamarse hermanos, a la acusación de incesto.
Justino interpela al judío Trifón y a sus compañeros, preguntándoles si también
ellos creen de los cristianos lo mismo que los paganos: "¿Hay alguna cosa más que nos
reprochéis, amigos, o sólo se trata de que no vivimos conforme a vuestra ley, ni
circuncidamos nuestra carne, como vuestros antepasados, ni guardamos los sábados

51
El contexto de la cita merece reproducirse íntegro como ejemplo de cómo se respondía a la burla como
persecución: "En cuanto a reírte de mí, llamándome cristiano, no sabes lo que dices. En primer lugar,
porque, siendo cristiano lo mismo que ungido, lo ungido es agradable y provechoso, y en modo alguno
digno de risa. Porque ¿qué nave puede ser provechosa y salvarse si no se la unge primero? ¿Qué casa o
qué torre es de bella forma o provechosa, si no se la unge? ¿Qué hombre al entrar en el mundo o al ir al
combate no se unge con aceite? ¿Qué obra o qué ornato puede tener bella apariencia, si no se la unge y
abrillanta? En fin, el aire y toda la tierra bajo el cielo está en cierto modo ungida por la luz y el viento. ¿Y
tú no quieres ser ungido por el óleo de Dios? Pues nosotros nos llamamos cristianos porque nos ungimos
con el óleo de Dios" Los tres Libros a Autólico, L.1º, 12; en: Daniel RUIZ BUENO, Padres Apologistas
Griegos (S.II), p. 779
52
Diálogo con Trifón, 9,2; Padres Apologistas griegos, Ed. cit. p.316
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
como vosotros? ¿O es que también nuestra vida y nuestra moral es objeto de
calumnias entre vosotros? Quiero decir, si es que también vosotros creéis que nos
comemos a los hombres, y que, después del banquete, apagadas las luces, nos
revolcamos en ilícitas uniones"53.

El texto de Justino reviste especial interés porque resume los motivos de la


acedia anticristiana entre judíos y paganos. Calumnias de este tipo motivaban y
justificaban el odio público y las crueldades populares contra los cristianos, a quienes,
desde el rescripto neroniano, se los acusaba del crimen de "odium generis humani":
odio al género humano. Algo así como de "enemigos del hombre".
Justino, como vimos, argumenta afirmando que los cristianos son ungidos y por
eso perfumados con un perfume divino. Por esta unción con el óleo de Cristo, San
Pablo les llama a los cristianos "buen olor de Cristo".
San Agustín alega esta expresión paulina cuando comenta el combate de los
mártires. Pero nos interesa destacar aquí en qué sentido lo hace: mostrando cómo ese
aroma de la virtud cristiana pone en evidencia la acedia de los perseguidores: "Somos
buen olor de Cristo en todo lugar (...) siempre somos buen aroma; para unos olor de
vida para la vida, y para otros, olor de muerte para la muerte. Este perfume da vigor a
los que aman y mata a los que no ven54. En efecto, si los santos no resplandeciesen, no
aparecería la envidia de los impíos. El olor de los santos comenzó a sufrir persecución;
pero, al igual que los frascos de perfume, cuanto más los rompían, tanto más se
difundía su aroma"55.

La Acedia de Herodes
Bien puede considerarse la acedia de Herodes como un ejemplo arquetípico de
acedia persecutoria (Mateo 2,1-18). En el relato de Mateo no se nos dice
explícitamente que Herodes quería matar al niño Mesías por considerarlo su rival. Era
innecesario decirlo por obvio.
Herodes es, pues, un arquetipo evangélico de las motivaciones de la envidia
anticristiana en el corazón de los poderosos de este mundo, los cuales tienen su gloria
en el poder, el honor y el dinero. Ven la gloria del Mesías como una amenaza para su
propia gloria. Herodes en vez de alegrarse con la llegada del Deseado de los justos de
Israel: "se turbó" (2,3) y luego, al verse burlado por los Magos "se enfureció
terriblemente y mandó matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos
años para abajo" (2,16).
A lo largo de su historia, la Iglesia volverá una y otra vez a tener que enfrentar
el recelo y la emulación de los poderosos de este mundo: de los emperadores
romanos, de los reyes absolutistas, de los estados ilustrados, racionalistas, liberales,
totalitarios56.
3.2.) Acedia de los Perseguidos
53
Diálogo con Trifón, 10,1; Edic. cit. p. 317.
54
Como ya hemos notado, pero conviene insistir, de la palabra latina "invidentes" usada aquí por San
Agustín, derivan el latino "invidia" y el castellano "envidia".
55
"Odor iste vegetat diligentes, necat invidentes. Si enim non esset claritudo sanctorum, invidia non
surgeret impiorum (...) quanto amplius frangebantur, tanto amplius odor diffundebatur" S. Agustín, Sermón
273, El Culto a los Mártires, Martirio de Fructuoso, Augurio y Eulogio (O.C. Ed. BAC T. XXV p.7-8). S.
Agustín aplica 2 Corintios 2,14-16.
56
Ver 4.4. y 4.11
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Padecen también acedia los cristianos que no aceptan el martirio - ya sea para
sí, ya sea para otros - y "se avergüenzan" de la Cruz de Cristo, del combate de los
mártires, o de los sufrimientos que ellos mismos han de abrazar para ser verdaderos
discípulos y alcanzar la vida eterna.
La literatura cristiana confortatoria comienza ya con las enseñanzas de Jesús
mismo 57. Los Santos Padres, Ignacio de Antioquía, Justino, Orígenes, Tertuliano, San
Cipriano, y otros escritores eclesiásticos como Prudencio, han dejado escritos con
enseñanzas sobre el martirio.
Aunque la perspectiva del martirio siempre es temible, y la pastoral del martirio
puedan hacerla competentemente sólo los que tienen pasta para padecerlo, la
doctrina es clara y aceptada en la Iglesia. Y no necesitamos demostrar que el temor al
martirio sólo pueda provenir de nuestra ceguera y acedia58.

A este propósito pueden traerse aquí las palabras del mártir Ignacio de
Antioquía cuando ruega a los romanos que no traten de intervenir para impedir su
martirio. Ignacio califica esa mal entendida piedad como un acto de acedia:
"Perdonadme: yo sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Que
ninguna cosa, visible ni invisible, se me oponga por acedia, a que yo alcance a
Jesucristo. Fuego y cruz, y manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos,
descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces
del diablo, vengan sobre mí, a condición sólo de que yo alcance a Jesucristo. De nada
me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí es
mejor morir en Jesucristo que ser rey hasta los términos de la tierra (...) Perdonadme
hermanos: no me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis al
mundo a quien no anhela sino ser de Dios; no me tratéis de engañar con lo terreno.
Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre. Permitidme ser
imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene dentro de sí, que comprenda lo que
yo quiero y, si sabe lo que a mí me apremia, que tenga lástima de mí" 59.

El mártir considera el martirio contra toda apariencia humana: "Estar cerca de


la espada es estar cerca de Dios, y encontrarse en medio de las fieras es encontrarse en
medio de Dios. Lo único que hace falta es que ello sea en nombre de Jesucristo" 60.
Y eso no es fácil. Ignacio confiesa que debe luchar - valga la redundancia -
contra la acedia que lo asedia:
"En realidad, altos son mis pensamientos en Dios; pero he tenido que
moderarme a mí mismo, para no perecer por vanagloria. Porque ahora tengo mayores
motivos de temer y necesito no prestar atención a los que me engrandecen. A la
57
Ya nos hemos referido antes a la expresión avergonzarse como término técnico de la parenesis
martirial: Marcos 8,38; ver Mateo 10,33; 2 Timoteo 1,7-8.12-13; Hebreos 10,32-39. En el Discurso de
despedida en la Ultima Cena, Jesús conforta a sus discípulos y los prepara para padecer: "en el mundo
tendréis tribulación, pero: ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Juan l6,33)
58
Tomás Moro, para confortarse a sí mismo mientras aguardaba y se preparaba al martirio en la Torre de
Londres, escribió su: Diálogo de la Fortaleza con la Tribulación, por el que merecería ser más famoso que
por su Utopía. La tesis central de este clásico de la literatura del sufrimiento, a todas luces disonante para
los oídos de nuestra acedia, es que las tribulaciones son tan necesarias para la salvación que sin ellas es
imposible salvarse.
59
Ad Romanos 5,3-6,3
60
Ad Trallanos IV,2
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
verdad los que me alaban es como si me azotasen. Cierto que deseo sufrir el martirio;
pero no sé si soy digno de ello. Porque mi acedia (=zélos) no la ven los demás, pero
tanto más me combate a mí. Necesito pues de la mansedumbre en la cual se desbarata
al príncipe de este mundo"61 .

La única explicación de que alguien pueda buscar el martirio como Ignacio, a


pesar de la tentación de acedia, es que una fe muy grande y un amor apasionado por
Jesucristo determinan su manera de ver y de pensar, imponiéndose sobre la óptica
contraria: "Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de
ser presentado como limpio pan de Cristo (...) Si lograre sufrir el martirio, quedaré
liberto de Jesucristo y resucitaré libre en El. Y ahora es cuando aprendo, encadenado
como estoy, a no tener deseo alguno"62.
La doctrina tradicional sobre el martirio, no es invención de teólogos
teorizantes, ni pastores edificantes o rigoristas. Fue formulada por los mismos mártires
y abonada por el testimonio de su vida y muerte.
Y bien, esa doctrina es terminante. San Ignacio de Antioquía la enseña: cuando
el mártir desea sufrir su martirio, empeñarse en impedírselo es acedia, y equivale a
hacerle el juego al diablo. Las Actas de los Mártires abundan en ejemplos que abonan
lo dicho.

3.3.) Acedia del Demonio


El Príncipe de este mundo es el tercer personaje que interviene en el martirio.
En realidad es él el principal antagonista de los mártires. Es él el que inspira y azuza a
los perseguidores. Él, el que pretende "corromper el pensamiento y el sentir" del
cristiano; y el que, cuando no ha logrado hacer apostatar al cristiano, previendo el
triunfo del mártir, trata de impedir o de postergar la hora del martirio 63.

El poeta cristiano Aurelio Prudencio se hace eco en sus obras de la doctrina


común en la Iglesia de los primeros siglos acerca de la envidia del demonio y de su rol
en las persecuciones. Para Prudencio, la historia de la salvación, no sólo en las
situaciones de martirio sino también en las luchas de la vida ordinaria del cristiano, es
una serie de confrontaciones entre la envidia destructiva del demonio y la gracia
salvadora de Dios.
En su obra Peristéfanon64 el combate de los mártires reactualiza la victoria que
alcanzó Cristo, mediante su pasión y resurrección, sobre la envidia del demonio.
Los diversos martirios que Prudencio celebra en los himnos del Peristéfanon,
son modelos que el poeta destaca para inspirar y animar a los cristianos del común,
que están empeñados en el combate de la vida cristiana: modelos que han de
inspirarlos para vivir una vida virtuosa, ennoblecida, digna de redimidos que rechazan
las tentaciones.

61
Ad Trallanos IV, 1-2
62
Ad Romanos 4,1.3
63
Véase John PETRUCCIONE The Persecutor's Envy and the Martyr's Death in Peristephanon 13 and
7. en: Sacris Erudiri 32,2 (1991) pp. 69-93. Este artículo nos inspiró para este numeral y lo utilizamos
ampliamente.
64
Peristéfanon, quiere decir en griego, literalmente: "Acerca de la Corona", es decir, la corona del martirio
considerada como corona del triunfador.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
En Peristéfanon 13, Cipriano aparece deseando el martirio, que le abriría las
puertas del Paraíso, y manifiesta su temor de que la envidia de Satanás disuada al juez
y le arrebate la gloria. Prudencio usa una expresión tradicional en la Iglesia de su
época, para referirse a la envidia de Satanás: la envidia del tirano, o la envidia tiránica.
Para Prudencio y para la Iglesia de su época, el demonio era el más cruel y osado de los
tiranos. En su obra Hamartigenia65, en la que trata del origen del pecado, Prudencio
presenta la caída original como una revolución de Satanás contra la legítima autoridad
divina. Induciendo a Adán a pecar, el Enemigo usurpó el poder de Dios sobre el
hombre y el poder del hombre sobre la creación, e instaló su tiranía. En cuanto las
autoridades romanas oprimían y perseguían injustamente al pueblo de Dios, actuaban
como tiranos, inspirados por la envidia del Tirano.
Comentando el martirio de San Cipriano, San Agustín afirma que el demonio
hablaba por la boca del juez sin que éste comprendiera lo que estaba diciendo. En
efecto, el juez trataba de impedir la muerte de Cipriano, con lo que impedía su
coronación66.
En atención a los fieles a los que quiere confortar y edificar, Prudencio presenta
a Cipriano como ejemplo de fidelidad a las promesas del bautismo y de firmeza en no
volverse atrás hacia la vida supersticiosa y pecadora de su pasado pagano. La envidia
tiránica, cobrando forma de clemencia acediosa, pretende precisamente eso, hacerlo
volver atrás. Pero Cipriano quiere dar ejemplo de fortaleza a toda su grey y Jesús le
concede la gracia de convertirse en un conductor de mártires (dux cruoris); en un
maestro de la espiritualidad martirial, creíble y autorizado porque practicó lo que
predicaba.
Era ésta una segunda motivación que tenía la envidia de Satanás para postergar
y eludir su martirio. El martirio de Cipriano no sólo le abría al mismo obispo las puertas
del cielo, sino que dejaba un ejemplo influyente y un modelo de conducta virtuosa
para las generaciones venideras de creyentes. Siguiendo el ejemplo de Cipriano,
muchos cristianos comunes vencerían las tentaciones de la carne con las que el tirano
envidioso trata de encadenarlos a este mundo efímero.
En Peristéfanon 7, Prudencio, a raíz del martirio del obispo Quirinio, subraya
que el martirio es una gracia que hay que implorar a Dios, pues el demonio trata de
impedirla cuando ve al mártir decidido a morir.
Prudencio expone esta doctrina no sólo en atención a las situaciones de
martirio, sino en atención a la lucha de los fieles en su vida ordinaria, mostrándoles
que tanto el martirio como los heroísmos que exige la vida cristiana, han de
comprenderse enmarcándolos en el vasto contexto de la historia bíblica de la
salvación, en cuyo origen está la envidia satánica, la cual sigue operando en sus
tentaciones.
Otro autor en el que encontramos testimoniada la acedia del demonio como
protagonista de la persecución y el martirio es San Justino. Este les reprocha a los
paganos el injusto trato que infieren a los cristianos y lo atribuye a instigación de los
demonios, en estos términos: "nosotros hacemos profesión de no cometer injusticia
alguna y de no admitir opiniones impías, pero vosotros no lo tenéis en cuenta, y

65
Hamartigenía: génesis u origen del pecado
66
S. Agustín, Sermón 309,5 (PL 38,1412).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
movidos de irracional pasión y azuzados por perversos demonios, nos castigáis sin
proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento" 67.

En el Acta del martirio de Policarpo leemos que es el diablo quien instigaba a


los que "sentados a su lado, con taimado e insistente discurso, trataban de arrancarle
alguna palabra sacrílega, y así le decían: '¿Qué mal hay en decir: ¡Señor César! y
sacrificar?' Y todo lo demás que por instigación del diablo se suele en estos casos
sugerir" 68.
En el martirio de Perpetua y Felicidad leemos: "contra estas mujeres preparó el
diablo una vaca bravísima, comprada expresamente contra la costumbre".
En las visiones que tiene Perpetua en la prisión, se ve a sí misma en lucha
contra el demonio, que se le muestra en forma de dragón 69 o en forma de un gladiador
egipcio, al que ella vence, transformada en gladiador varón y asistida por un misterioso
"lanista" o entrenador de gladiadores que parece ser Cristo: "Le tomé la cabeza y cayó
de bruces, entonces le pisé la cabeza. El pueblo prorrumpió en vítores y mis partidarios
entonaron un himno. Yo me acerqué al lanista y recibí el ramo de premio. El me besó y
me dijo: Hija, la paz sea contigo. Y me dirigí radiante hacia la puerta Sanavivaria o de
los vivos, y en aquel momento me desperté. Entendí entonces que mi combate no
había de ser tanto contra las fieras, cuanto contra el diablo; pero estaba segura que la
victoria estaba de mi parte" 70.

Perpetua superó también otras pruebas del Maligno: las de los afectos del
corazón humano. Pruebas éstas mucho más crueles y dolorosas, y por las que podía
agigantarse, para un corazón femenino, la tentación de entristecerse por su martirio:
desprenderse de su hijo de pecho, desoír las súplicas desgarradoras de su padre,
permaneciendo inflexible ante sus clamores desesperados. Perpetua era la hija
predilecta de su padre. Este era un cristiano débil que no comprendía ni quería saber
nada de martirio y a quien la persecución, arrebatándole con el mismo zarpazo a la
esposa y los hijos, iba a dejar solo y desesperado. Como dice Perpetua dolorida y
pensativamente: "era el único que no iba a alegrarse". Pero ella cargaba sobre sí
también ese dolor de su progenitor, y el que le producía la imposibilidad de ceder para
consolarlo; pasando así por insensible, desamorada o despiadada, ante el autor de sus
días. No poder doblegarse a esos ruegos fue quizás mucho más duro para Perpetua
que desoír las amenazas y superar los tormentos de los enemigos 71.
67
San Justino, Apología 1ª, 5,1; en: Daniel RUIZ BUENO, Padres Apologistas Griegos(S.II), BAC, Madrid
1954, cita en p. 186
68
O.c. VIII
69
Comenta San Agustín: "Pisado fue, pues, el dragón con pie casto y planta vencedora, cuando apareció
aquella empinada escalera, por la que la bienaventurada Perpetua había de llegar a Dios" (Sermón
CCLXXX, PL 38, 1.280-85)
70
Martirio de Santa Perpetua, Felicidad y Compañeros, X; D. RUIZ BUENO p. 430
71
"Mi padre, consumido de pena, se acercó a mí con la intención de derribarme, y me dijo: Compadécete,
hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con el nombre de
padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus
hermanos, no me entregues al oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos, mira a tu madre y a tu tía
materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivirte. Depón tus ánimos, no nos aniquiles a todos,
pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente si a ti te pasa algo. Así hablaba como padre, llevado
de su piedad, mientras me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya
su hija, sino su señora. Y yo estaba transida de dolor por él, pues era el único de toda mi familia que no
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
La muerte por la espada le llegó a Perpetua cuando ya había mortificado y
ofrecido a Cristo el sacrificio de sus mayores afectos, a Quien, puesta a prueba por el
Demonio, había demostrado amar más que a los suyos; más que a su esposo, que a su
padre y a su hijo.

Es clarísimo, pues, para los mártires, que la lucha, su lucha, no es "contra


hombres" (Efesios 6,12); sino contra las potestades demoníacas. O como prefiere
llamarlas Ignacio de Antioquía: el príncipe de este mundo. El martirio se prorroga a
menudo, por obra del demonio, porque éste teme su derrota. Por eso, es el mártir
mismo el que, lejos de huirla, sale al encuentro de la muerte como a una victoria.

La mártir Felicitas, ruega para que se adelante el parto de su hijo y poder así
obviar el impedimento legal que no le permite participar en el martirio con su amiga
Perpetua y sus demás compañeros 72. El Señor atiende sus oraciones y se sirve
adelantar su parto al octavo mes.
De Perpetua, leemos que: "ella misma llevó a la propia garganta la diestra
vacilante del gladiador novato. Tal vez mujer tan grandiosa no hubiera podido ser
muerta de otro modo, como quien era temida del espíritu inmundo, si ella misma no lo
hubiera querido" 73. A esa altura del martirio, la muerte de la santa era una derrota
para el enemigo. Y lo fue la decisión de Perpetua de aceptarla tan animosa y
decididamente.
Ya vimos cómo Ignacio de Antioquía previene a los fieles de Roma para que no
impidan su martirio convirtiéndose en aliados del demonio que se lo quiere impedir, ya
sea haciendo que lo rechace por acedia, ya sea que acepte ser sustraído por los buenos
oficios de otros, ya sea evitando que las fieras lo despedacen o postergándolo de
cualquier otro modo:
"El príncipe de este mundo está decidido a arrebatarme y corromper mi
pensamiento y mi sentir, dirigido todo a Dios. ¡Que nadie pues, de los aquí presentes le
vaya a ayudar; poneos más bien de mi parte, es decir de parte de Dios. No tengáis a
Jesucristo en la boca y luego codiciéis el mundo. Que no more entre vosotros ninguna
clase de envidia [=baskanía]" 74.
También es el mismo demonio quien impide que se recojan las reliquias del
mártir para honrarlas con amor: "El diablo, que siempre es enemigo de los justos, como
viera la fuerza del martirio y la grandeza de la pasión, su vida entera irreprensible y el
mérito aún mayor de su muerte, excogitó el modo para que no pudieran retirar los

había de alegrarse de mi martirio (...) Otro día (...) apareció mi padre con mi hijito en brazos, y me
arrrancó del estrado suplicándome: Compadécete del niño chiquito. Y el procurador Hilariano (...) dijo:
Ten compasión de las canas de tu padre, ten consideración de la tierna edad del niño. Sacrifica por la
salud de los emperadores. Y yo respondí: No sacrifico. (...) Y como mi padre se mantenía firme en su
intento de derribarme, Hilariano dio orden de que se le echara de allí, y aún le dieron de palos. Yo sentí
los golpes a mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada
vejez (...) Como el niño estaba acostumbrado a tomarme el pecho y estar conmmigo en la cárcel, envié al
diácono Pomponio a reclamárselo a mi padre. Pero mi padre no lo quiso entregar, y por quererlo así Dios,
ni el niño echó ya de menos los pechos ni yo sentí más hervor en ellos" (Acta del Martirio de Perpetua,
Felicidad y Compañeros, V, (O.c. p. 424-426).
72
Por ley, no podía ser ejecutada en ese estado.
73
Martirio de Perpetua, Felicidad y Compañeros XXI; D. RUIZ BUENO, p.439
74
Ad Romanos 7,1-2
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
nuestros el cuerpo del mártir, por más que había muchos que deseaban tener parte en
sus santos despojos" 75.

75
Martirio de Perpetua, Felicidad y Compañeros XIV
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
4.) LA CIVILIZACION DE LA ACEDIA
Después de habernos referido a las enseñanzas sobre la acedia que se
desprenden de la Sagrada Escritura y de la experiencia del martirio, corresponde ahora
describir diversas formas de este mal espiritual, tal como se ha dado y se da en nuestro
tiempo y entre nosotros. Ya tuvimos ocasión antes, a propósito de algunos pasajes
bíblicos - como por ejemplo el de Mikal en la traslación del Arca - de referirnos, por
adelantado, a fenómenos de acedia tomados de nuestra actual experiencia.

4.1.) El Abandono del Fervor Religioso


Dijimos cómo la dulzura del amor a Dios puede agriarse y el fervor enfriarse.
Esto es algo que sabemos, tanto en teoría como por experiencia, sobre todo los
religiosos. Y digo sobre todo nosotros, porque es sobre todo a nosotros que se nos ha
advertido de ese peligro ya desde el noviciado, cuando por lo común nos parecía una
posibilidad más bien teórica; pero también, porque es sobre todo a nosotros que nos
pasa el enfriarnos, y agriársenos el vino de la caridad, a pesar de todas las
advertencias. A Santa Teresa le pasó; y en sus escritos se puede ir a ver la descripción
de su crisis espiritual, que fue una crisis de acedia76.
Sin saber cómo ni por qué - esto es cosa que vamos a tratar de comprender y
explicar en el capítulo séptimo - por una lenta e insensible transformación espiritual, lo
que un día resultaba dulce y fuente de dulzura, lo que encendía en calor de devoción,
lo que hacía fácil pagar los costos de vivir según Dios, termina haciéndose tedioso,
insoportable. Entonces, si no se supera la prueba, perseverando en la noche, se puede
involucionar y regresar del espíritu a la carne.
Entonces se descalifica lo vivido para justificar lo que se vive. Se justifica -
racionalizándola - la ruptura de la conciencia con su historia anterior 77.
Junto con lo vivido se descalifica a los autores, libros y maestros espirituales,
que iluminaron y nutrieron un día el fuego de los entusiasmos y los fervores de la
conversión. Se queman, real o figuradamente, libros, notas y diarios espirituales;
algunas veces con asco, y en ocasiones hasta con saña; otras veces con vergüenza por
aquel tiempo en que sinceramente se buscaba a Dios; a menudo por simple pérdida
del interés y deslizamiento en la indiferencia.
La vida sacramental, que fue fuerza y alimento para andar alegres por el camino
de Dios y los rumbos de sus promesas, se convierte en una obligación y una carga.
Cuando se puede, como es el caso de los laicos, se la abandona. Cuando no se puede,
como suele ser el caso de los religiosos, por lo general más atados por compromisos
institucionales, se la mantiene formalmente: "este pueblo me honra con los labios pero
su corazón está lejos de mí" (Isaías 29,13). O refunfuñando, como murmuraban los
israelitas en el desierto: "estamos hartos de este manjar miserable" (Números 21,5).

76
De la acedia en la vida religiosa y particularmente en la monástica y contemplativa, nos ocuparemos
en el capítulo 5. Aquí nos referimos a la acedia entre los religiosos en el contexto amplio, de la acedia en
común, entre religiosos o laicos.
77
Esta obturación y obduración de la conciencia es un mecanismo que los Padres comparan con lo que
hicieron los filisteos rellenando de tierra los pozos que cavara el patriarca Jacob: "Cuando Dios creó al
hombre, puso en él un germen divino, una especie de facultad más viva y luminosa que una chispa, para
iluminar el alma y permitirle discernir entre el bien y el mal. Es lo que llamamos conciencia, que no es
sino la ley natural. Ella está representada - según los Padres - por los pozos que cavó Jacob y que los
filisteos llenaron de tierra" (Génesis 26,15-18). Doroteo de Gaza, Conferencias,(Ed. Fernando Rivas OSB,
Bs.As. Ecuam 1990) 3ª Conferencia: La Conciencia; p.25.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
A semejanza del pueblo de Israel que "se impacientó por el camino" (Números
21,4), se abandona el de las virtudes teologales y se rumbea por otros, de vuelta a
Egipto y a los consuelos que dan las creaturas.
Este fenómeno no es exclusivo de la vida religiosa 78. Se da en todos los ámbitos
de la vida eclesial, en todos los cuales, sin excepción, es dable observar procesos de
regresión espiritual, en sentido contrario al de la conversión.
Después de haberse convertido de la embriaguez de las creaturas y del mundo
y haberse vuelto hacia Dios, se retorna de Dios hacia la mundanidad. Como lo
lamentaba ya el apóstol en la comunidad primitiva:
"Más les valiera no haber conocido el camino de la justicia que, una vez
conocido,volverse atrás del santo precepto que les fue trasmitido. Les ha sucedido lo de
aquel Proverbio (26,11) tan cierto: `el perro vuelve a su vómito' y `la puerca lavada, a
revolcarse en el barro'" (2ª Pedro 2,22).

El retorno al mundo y la apostasía son a veces claros y ruidosos. Otras veces, en


cambio, lo mundano se reencuentra y se instala dentro del ámbito eclesial o
congregacional, y es ahora allí donde se busca el vano honor, el poder y hasta el lucro.
En estos casos, la apostasía puede seguir recubriéndose con las formas de la
religiosidad.
En ese mundo de apariencia intra eclesiástica, donde las etiquetas de la piedad
siguen usándose para encubrir la búsqueda de sí mismos y los negociados de los
propios intereses en vez de los de Cristo, se ha perdido el gozo de la gracia. Por eso
prospera allí la acedia de quienes se ensombrecen ante los gozos auténticos de la
caridad, como ante un reproche a su falsía. En lugar del gozo de la gracia puede
encontrarse entonces, como sucedáneos, unos fervores y unos entusiasmos
pelagianos, en la realización de los propios planes y propósitos.
Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de fervores humanos
entre las últimas cenizas del amor divino que ya no quema el corazón, y dado que éste
necesita algún calor, se le proporciona el de las emociones - que ojalá sean siempre
inocentes - de la industria del entretenimiento. Da pena ver a religiosos - y porqué no,
también a los cristianos, destinados por vocación bautismal a fermentar el mundo - en
contemplación ante la televisión como ante un sagrario 79.

4.2.) La Honorable Apostasía


"No se trata de apostasías alocadas" decía Dimas Antuña, describiendo el
abandono o el descuido práctico de las virtudes teologales en la vida de muchos
"buenos cristianos". A veces la acedia es una melancólica renuncia a los gozos de la
caridad, para refugiarse, quizás con desesperanzadas o desesperadas añoranzas, en la
práctica honrada de las virtudes morales y humanas. “Para eso - observaba

78
San Bernardo explica que los laicos ni siquiera suelen darse cuenta de este vicio porque están
distraídos en las cosas del mundo: "Este vicio veja y aflige sobre todo a los religiosos, porque son raros
los seglares que se den cuenta si eso es vicio. Puesto que están tan atados al mundo, que apenas
pueden comprender el nombre de un vicio espiritual como éste, aunque se cuente entre los siete
capitales. Sin embargo es este vicio de acedia el que les causa esa especie de pesadez de alma que
hace que les parezcan insípidos y extremadamente aburridos todos los ejercicios espirituales". De
Passione Domini sive Vitis mystica, 66, PL. 184, 579 y 674.
79
De la acedia en la vida religiosa activa nos ocupamos en 5.5.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
agudamente Antuña - no se necesita el Bautismo, y los paganos supieron escalar
dignamente, sin él, altas cumbres morales”80.

Cuando se ha agriado el mosto de las virtudes teologales, hay una forma de


compensar el desconsuelo y la desesperanza resultantes del alejamiento de lo divino,
que consiste en volcarse a la búsqueda de la grandeza de lo humano.
La acedia es tristeza opuesta al gozo de la caridad, pero no se opone a otros
gozos. Antes al contrario, impulsa a volverse, por compensación, hacia otros; como son
la afabilidad, la elevación y la nobleza del trato, la generosidad, el culto de las
amistades, de los vínculos familiares o sociales, la beneficencia, las actividades
generosas y altruistas, la cultura literaria y artística, el culto del trabajo o de la
profesión.
Cuando se cultiva las virtudes humanas en lugar de las teologales, volcando en
ellas todas las energías del alma, hasta parece que se las hace florecer más que entre
los creyentes. Y, si se hace de ellas motivo de gloria, se las cultiva con fervor religioso.
Pero no hay que dejarse deslumbrar incautamente por el brillo de las virtudes
humanas cuando éstas se nutren de la savia restada a las teologales 81.
Cuando el hombre ha perdido de vista la bondad de Dios y busca consuelo en la
contemplación de su propia bondad, logrará quizás extremarse en el cultivo y el logro
de metas morales, aventajando en apariencia en eso incluso a muchos creyentes, pero
su esfuerzo moral está secretamente viciado en su raíz por la autocomplacencia y, no
raras veces, por el menosprecio hacia la fe de los creyentes. No estamos lejos de la
autojustificación por las obras de la ley, contra la que Pablo luchó siempre tan
ardientemente y que vuelve a introducirse por la puerta de atrás.

4.3.) De la Tristeza a la Aversión


La acedia va animada por la doble dinámica que define al pecado: Aversio a
Deo et conversio ad creaturas: apartarse de Dios y volverse a las cosas 82.
80
"(...) No se trata aquí de apostasías alocadas ni de vicios que degraden (...) El que se desentiende así
de las virtudes teologales no tiene porqué ceder, por eso, en las virtudes morales y políticas. Estas
virtudes son muchas, y duras, y saben entablar con lucidez su juego sin entrañas. Formaron el esplendor
del mundo antiguo y aún pueden poner perfectamente de pie a un hombre en la Historia.(...) ¿Y para
esto, Señores, ha muerto Cristo en la Cruz? ¿Para esto el Verbo se hizo carne? (...) ¿Para que después
del bautismo, entre equilibrios y distingos vivamos como paganos, sin fe y sin esperanza, invocando
tradiciones de hombres y con una estructura, un vocabulario, una especie de airón amenazante y hueco
de pretendidas "ideas" cristianas? No nos bastaba caer en el pecado y caemos en las virtudes. No nos
bastaba la inmundicia y el desorden, y, para profanar la Encarnación de Cristo hemos descubierto el
orden. Creyentes sin fe, cristianos sin Cristo, Señores, ¿dónde está nuestro bautismo?" Dimas ANTUÑA,
Discurso en Honor de San Juan de la Cruz en el IV Centenario de su Nacimiento en: El Testimonio, Ed.
San Rafael, Bs.As. l945, texto citado, en p.149.
81
Soren Kierkagaard husmeó ese enrarecimiento de lo cristiano con apariencia cristiana, característico de
ciertos, así llamados, filántropos: "El que se ha engañado a sí mismo respecto de lo eterno, quizás opine,
mediante una extraña contradicción, que es compasivo con alguno que otro de los miserablemente
engañados. Mas si examinas atentamente sus discursos consoladores y su sabiduría pretendidamente
salutífera, entonces reconocerás por sus frutos qué clase de amor es el suyo: en la amarga burla, el
cortante racionalismo, el ponzoñoso espíritu de sospecha, la mordiente frialdad del endurecimiento. Es
decir, estos son los frutos que demuestran que allí dentro, no hay ninguna caridad" (Soren
KIERKEGAARD, La Obras del Amor, Ed. Guadarrama, Madrid l965, Primera Parte p.48).
82
Digo volverse a las cosas y no a las creaturas, para expresar más claramente el apartarse de Dios.
Quien se volviese a las creaturas, considerándolas todavía creaturas, es decir vinculadas y subordinadas
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Fuerza Teófuga y Cosípeta
Hay que reconocer, con todo, que ir a refugiarse en el consuelo de las virtudes
morales y humanas cuando se han abandonado las teologales, no es la peor forma de
fuga hacia las cosas. Dice Santo Tomás, citando a Aristóteles: "nadie puede
permanecer largo tiempo en la tristeza, sin delectación". Y comentando estas palabras
del Filósofo, continúa: "es necesario que de la tristeza se origine alguna otra cosa. Y
esto puede suceder de dos maneras: la primera, alejándose el hombre de las cosas que
lo contristan [llamémosle la fuerza teófuga de la acedia], y la otra, pasando a otras
cosas en las que se deleita [llamémosle la fuerza cosípeta de la acedia]. Como es el
caso de aquellos que no pueden gozarse en las delectaciones espirituales y por eso se
entregan a las corporales"83.
Por una lógica interna, la pérdida del gozo de Dios, que tiene su fuente en la fe,
tiende a dejar al hombre a merced de los apetitos y placeres naturales. En la "rodada
cuesta abajo" que origina la fuerza cosípeta de la acedia, hay muchos niveles y
escalones. Y el que nos ha ocupado no es el más bajo.

En cuanto a la fuerza teófuga, tiende, como vimos, a convertirse en teófoba. Es


decir, a convertirse de tristeza en odio a Dios. Santo Tomás, sobre las huellas de
Aristóteles, explica convincentemente la mecánica de dichas pasiones en estos
términos: "así como de la delectación se origina el amor, así de la tristeza el odio.
Porque así como somos movidos a amar lo que nos deleita, en cuanto que por eso
mismo lo consideramos bajo la razón de bien, igualmente nos inclinamos a odiar las
cosas que nos contristan, en cuanto por este concepto las consideramos malas" 84.
Siendo la acedia tristeza por el bien de Dios, y por todos los bienes espirituales
derivados y conexos con dicho bien, esos bienes, en cuanto que entristecen, terminan
por hacerse odiosos como veremos comprobado por múltiples hechos de experiencia.

4.4.) El Combate de la Filantropía contra la Caridad


Del odio contra Dios y contra el nombre católico nació la impugnación de la
Caridad en nombre de la Filantropía.
La reducción de las Virtudes Teologales a su versión secularizada, operada por
la Ilustración racionalista, apuntaba a "aplastar a la infame", o sea a la Iglesia Católica.
La acedia alcanzaba así - en ese movimiento histórico, primero religioso (la Reforma),
luego cultural (la Ilustración racionalista) y por fin político (la Revolución Francesa y el
Terror) - su culminación lógica en el odio. Por odio se pretendió la sustitución de todo
lo católico, la ruptura con el pasado y la Tradición, la aniquilación de la Iglesia, sin
retroceder ante la eliminación selectiva de cabezas o el etnocidio. Se sustituyó el
almanaque y el culto; la fe por la razón, la caridad por la fraternidad, la esperanza por
las utopías sociales y se intentó terminar con la era cristiana.
Los mitos dieciochescos reaparecieron en el siglo diecinueve con ligeras
variantes. A la Fraternidad como sucedáneo de la Caridad vino a sustituirse la
Filantropía. La fuga desde Dios hacia la humano se convirtió en dogma y en sistema de

a su Creador, en la medida en que Lo siguiese tomando en cuenta como tal, no se estaría apartando de
El. La lógica cruda y consecuente de la negación de Dios, reduce las creaturas a cosas, prescindiendo de
su relación creatural constituyente.
83
Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 4, ad 2m
84
Summa Theol. II-IIae. Q.34, Art. 6, c
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
racionalistas y librepensadores, herederos de la saña anticatólica de raíz protestante y
tronco jansenista. El mito del Progreso legitimó el etnocidio de las poblaciones
católicas, consideradas bárbaras y atrasadas 85.
El catolicismo y el clero fueron considerados como causas del retraso y la
barbarie de esos pueblos. Con estos esquemas dogmáticos pensaron en el Río de la
Plata un Domingo Sarmiento y un José Pedro Varela, voceros de una clase de doctores,
sacerdotes y levitas de la nueva religión del Progreso. Fue Razón contra Fe, Filantropía
contra Caridad, Progreso contra Esperanza 86.

La sustitución de la trilogía de las virtudes teologales por una trilogía de


virtudes humanas, cambió al Dios Trino y Uno de la Revelación, primero por el Dios de
la Razón deísta y luego, desembozadamente, por los naturalismos crasos, los
panteísmos, los materialismos. Era a la cultura entera, a la civilización de Occidente, a
la que se pretendía - y se logró en gran medida - apartar de Dios y reconducir a las
cosas. Siglo tras siglo, desde el XVIII hasta el nuestro, la acedia no cejó de corroer los
bienes de que se goza la caridad, con una constancia sobrehumana y por lo tanto no
fácilmente explicable por factores puramente intrahistóricos.
Se ha de ponderar que cuando decimos: "bienes de los que goza la caridad" no
se trata de abstracciones. Esos bienes, no fueron simplemente ideas, ni siquiera
instituciones eclesiásticas. Fueron personas: hombres, familias, pueblos católicos,
naciones católicas, portadoras de un modo de ver la vida, de una cultura, de una fe, de
convicciones propias, y de un modo propio de concebir la existencia. El martirio
alcanzó así, durante esos siglos, dimensiones de etnocidio.

Los Siglos de la Acedia. La Civilización de la Acedia


Serían nombres adecuados para darle a esa época, que habitualmente
llamamos edad Moderna, en una Historia de la Virtudes Teologales que todavía está
por hacerse.
No se entenderá cabalmente nuestro presente y las formas anónimas de que se
reviste actualmente la acedia, a menos de examinar lo sucedido realmente en la
historia con las virtudes teologales, y en particular con el gozo católico de la Caridad.
Romano Guardini ha diagnosticado sagazmente la actitud hipócrita que él llama
el fraude de la Edad Moderna: "aquella doblez, que consistió en negar de una parte la
doctrina y el orden cristiano de la vida, mientras se reivindicaba de la otra para sí la
paternidad de los resultados humano-culturales de esa doctrina y de ese orden. Esto
hizo que el cristiano se sintiera inseguro en sus relaciones con la Edad Moderna: por
todas partes encontraba en ellas ideas y valores cuyo abolengo cristiano era

85
La destrucción de los treinta y cuatro pueblos guaraníes es quizás uno de los ejemplos más claros de la
saña arrasadora de la acedia. Primero entregados a los portugueses y desmantelados por fin, sólo la
envidia, la tristeza por el bien, puede explicar su ruina, y concomitantemente, la expulsión de los jesuitas y
la extinción de la Compañía de Jesús.
86
Vaya un ejemplo: Porque un jesuita predicó en un templo que "la filantropía es la moneda falsa de la
caridad" fueron expulsados los jesuitas del Uruguay durante la presidencia de Pereyra, a mitad del siglo
XIX. La homilía del jesuita tuvo lugar en la ceremonia de votos de una religiosa de la Caridad del Huerto,
en la Capilla del Hospital de Caridad (hoy Maciel). La expulsión se debió a presiones de grupos que por
otra parte se consideraban adalides de la libertad de pensamiento, de expresión y de prensa, los cuales
alegaban que la predicación del jesuita "perturbaba la paz pública".

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
manifiesto, y que, sin embargo, eran presentadas como pertenecientes al patrimonio
común. En todas partes tropezaba con elementos del patrimonio cristiano, que, sin
embargo, eran esgrimidos contra él" 87.
El nombre de la Edad Moderna parece denotar esa condición modal de
oponerse al catolicismo, que la caracteriza. El anticatolicismo moderno imita los modos
cristianos para combatir lo cristiano; desde la Reforma protestante misma, invocó
principios de cuño cristiano e introdujo modalidades cristianas para oponerse a lo
cristiano y abolirlo. Fue, como lo señala Guardini, una época que se opuso al
cristianismo por impostura 88 .
Ante esta hipocresía de la Edad Moderna, Guardini reclama: "Es preciso que el
incrédulo salga de la niebla de la secularización, que renuncie al beneficio abusivo de
negar la Revelación, apropiándose sin embargo de los valores y energías desarrolladas
por ella; es preciso que ponga en práctica seriamente la existencia sin Cristo y sin el
Dios revelado por El, y que tenga la experiencia de lo que eso significa" 89.
Nosotros agregaríamos que sería conveniente y quizás necesario para que se
pudieran abrir los ojos de algunos, que los gobernantes ateos de pueblos creyentes
hiciesen de una buena vez la experiencia de tener que gobernar masas totalmente
descristianizadas. Pues históricamente les fue fácil imponerse despóticamente a
poblaciones católicas dóciles, acostumbradas a respetar la autoridad, lo que les
permitió aprovecharse de sus reservas morales al mismo tiempo que hacían todo lo
posible para destruir las fuentes y las raíces de esas reservas. Les fue muy fácil
deshumanizar a la vez que se apoyaban en las reservas de humanidad acumuladas por
siglos de fe. Guardini previno que "se va a desarrollar un nuevo paganismo, pero de
naturaleza distinta que el primero" (....) "si el hombre actual se hace pagano, lo será en
un sentido totalmente diferente al del hombre del tiempo anterior a Cristo".
Asistiremos entonces a "una tentativa no sólo de colocar la existencia en contradicción
con la Revelación Cristiana, sino de basarla en fundamentos independientes de la
misma y totalmente secularizados (...) La edad futura tomará en serio aquellos
aspectos en que se opone al Cristianismo. Hará ver que los valores cristianos
secularizados no son sino sentimentalismos, y el ambiente será transparente: lleno de
hostilidad y peligro, pero puro y sincero"90.

Sería necesario - como lo ha hecho Guardini con éste -advertir y reparar


también en otros hechos históricos silenciados y tenazmente ignorados, a pesar de que
rompen los ojos, para comprender que la acedia, la aversión y finalmente el odio,
fueron el resorte de movimientos religiosos, culturales y políticos, cuyas consecuencias
continúan haciéndose sentir en nuestros días.
Debido a la tiranía del pensamiento que instauró la Civilización de la acedia,
hasta la misma memoria histórica ha quedado distorsionada y cercenada. Hay hechos
que no se considera de buen gusto recordar y que sólo es posible volver a traer a la

87
Romano GUARDINI, El Ocaso de la Edad Moderna Ed. Guadarrama, Madrid 1958, p. 138.
88
Esa característica recuerda la del Anti-Cristo, ese personaje misterioso, individual y colectivo, que
parece designar al mismo tiempo a un tipo de hombre y al líder que ese grupo humano suscita, que se
opone y combate a Cristo haciéndose pasar por él.
89
O.c. p.139
90
O.c. pp. 139-144. En esto, el pronóstico de Guardini coincide con el que antes hiciera Kierkegaard.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
memoria a riesgo de ser descalificado. Hay también evaluaciones que están proscritas.
Hay, por fin, una historia oficial contada por la acedia.
De poco ha valido que los grandes mitos modernos - del Progreso, de la
Filantropía, del Hombre naturalmente bueno, del Estado bienhechor, de la Libertad de
Pensamiento, Prensa y Comercio, de la Sociedad justa, libre y sin clases, de las Leyes
del Mercado 91 - hayan ido siendo desmentidos sarcásticamente y de manera cruel por
las guerras mundiales calientes o frías, la ruina social de los pueblos colonizados, los
totalitarismos de estado más brutales y embrutecedores de las sojuzgadas naciones,
las persecuciones religiosas más sangrientas o taimadas y tenaces 92.
De poco ha valido, ante la fragilidad de la memoria de muchos y ante la
penetración de la acedia en las academias históricas, que los horrores vistos en los
últimos siglos, dieran el mentís más formal al optimismo antirreligioso y a las
ideologías del progreso nacidas de la acedia y del odio a Dios. Aún no se han
reconocido las verdaderas raíces del fenómeno que ha sumido a Occidente, y desde él
al mundo, en una lluvia ácida: una lluvia de acedia.
Sería tarea y misión de algún historiador creyente ofrecernos una comprensión
profética del rol que la acedia jugó como motor de la historia en los siglos de la
Modernidad hasta nuestro días. Quedaría en evidencia lo que hemos tratado de
esbozar aquí: que la acedia no es sólo una fuerza negativa en el ámbito individual, del
alma del hombre frente a Dios, sino un espíritu que se ha mostrado históricamente
como generador de filosofías, políticas, legislaciones, revoluciones, culturas y
conductas; y que lamentablemente ha inspirado persecuciones a las poblaciones
católicas, con guerras, deportaciones, liquidaciones, empobrecimiento y extinción por
medios socio económicos, como son las medidas de política habitacional y
demográfica. Un conato de etnocidio semejante al sufrido en Egipto por Israel, que -
por lo visto - era prefiguración del que había de padecer la Iglesia.

Acedia y Apostasía
Consecuencia de los factores metahistóricos que han dominado estos últimos
siglos del segundo milenio, ha sido la gran Apostasía.
Las persecuciones siempre produjeron apostasías. Y la persecución en gran
escala la produjo en gran escala. Es dentro de esa gran apostasía histórica donde han
de enmarcarse las apostasías individuales para poder comprenderlas en vistas a
encararlas pastoralmente. Y es - pienso - en ese marco, en que serán sopesadas por el
Señor en el Juicio.
A menos de integrar entre los instrumentos intelectuales de comprensión de la
historia las categorías teológicas - acedia, persecución, apostasía - las interpretaciones
históricas de los creyentes, y muy particularmente las de los teólogos, seguirán girando
91
Todo con mayúscula, como corresponde a los nombres de las divinidades del moderno Panteón, en los
Siglos de las Siglas.
92
A propósito de las frecuentemente olvidadas persecuciones a los católicos: piénsese en la suerte de
los campesinados católicos bajo los príncipes protestantes en Alemania, Inglaterra e Irlanda. Piénsese en
la destrucción de las reducciones guaraníticas por la corte borbónica. Piénsese en la suerte de los
católicos en Francia bajo el jansenismo, la Revolución y el Terror. Piénsese en el Líbano, en el genocidio
armenio, en México durante las dictaduras anticatólicas, en España, en las largas purgas y persecuciones
durante más de medio siglo de Unión Soviética y en sus satélites, tras la cortina de hierro y tras la cortina
de bambú.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
en círculos, o resbalando por la superficie, sin encontrar rumbo cierto; sin penetrar en
la comprensión espiritual de fenómenos que, sin embargo, rompen los ojos 93.
Pongamos por ejemplo la tirria inexplicable de estados y gobiernos contra sus
propias naciones católicas; la tristeza, vergüenza o fastidio de los gobernantes por el
catolicismo de sus gobernados; los ingentes esfuerzos por combatir la fe católica de los
pueblos, como si la fe fuera fuente de todos los males y atrasos; o la indiferencia y la
abstención de todo estímulo o protección jurídica de este bien de la Humanidad 94.
Esas indiferencias o tristezas por bienes que deberían alegrar, son acedia.
Espontáneamente acude a la memoria el ejemplo de los diarios de viajeros
protestantes a través de países católicos, como España o América española, que
miraron a estos pueblos desde afuera y fustigaron sus costumbres desde sus prejuicios
anticatólicos. Si en ellos esos prejuicios son comprensibles, lo son menos en
gobernantes que mamaron en pechos de piadosas criollas católicas. Sin el
conocimiento de la acedia y de la lluvia ácida, nos hubiera resultado del todo
incomprensible la verdadera entidad espiritual y religiosa de estos hechos.

4.5.) Los Empachados de Cristo


Como me los definió con frase certera una religiosa, son otro tipo humano que
padece de acedia. Son con frecuencia exalumnos de colegios católicos. Provienen a
menudo de familias señaladas en la piedad. Suelen excusarse de no practicar ni ir a
Misa los domingos, con el slogan: "ya me obligaron a ir a Misa para el resto de mi
vida".
Puede decirse a veces, en su descargo, que son fruto de una cierta forma de
violencia religiosa, por imposición de las formas exteriores de la piedad,
desentendiéndose de la motivación interior. Pero el fenómeno merece atención y
análisis, para comprender que se trata de acedia.
No pecaron de acedia cuando se los obligaba, pero sí ahora. En efecto, como
nota Santo Tomás: "si uno se entristece de que alguien le obligue a hacer obras de
virtud a las que no está obligado [por ejemplo asistir a la misa diaria del colegio], no
peca de acedia", pero sí "cuando se contrista de las que debe hacer por Dios", como es
ir a alegrarse con los demás cristianos "de la Resurrección de su Salvador y de los
demás bienes de la salvación" 95.
Como incapacidad de alegrarse en, con y por Dios, la acedia es la causa de que
no se le vea sentido a la práctica dominical. Santo Tomás observa que: "La acedia
contraría el precepto de la santificación del Domingo, en el cual, en cuanto es precepto
moral, se manda el descanso de la mente en Dios, y a la cual santificación del Domingo
se opone la tristeza de la mente acerca del bien divino" 96.

93
Los ojos de la fe, entiéndase bien.
94
Ese fenómeno ha sido particularmente observable en América Latina, donde se ha denominado
atinadamente con el nombre de "Ateísmo Estructural" la imposición de constituciones ateas, de cuño
liberal o racionalista, sobre naciones católicas. Instituciones, formas políticas, estructuras y
ordenamientos jurídicos impuestos a contrapelo del alma de estas naciones y pueblos. En la raíz de esa
violencia está la incapacidad de ver el bien de que estos pueblos y naciones católicos son portadores; la
de potenciarlos, para su benéfica expansión y crecimiento; la de ayudar a purificarlos de lo que pueda
necesitar de corrección, en vez de tomar de ello pretexto para abolirlo lisa y llanamente.
95
Summa Theol. 2a. 2ae. Q.35, Art.2, ad 2m
96
Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 3, Ad 1m.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Los católicos que no van a Misa por acedia - porque no es la acedia el único
motivo de la inasistencia - son creyentes tristes o tristes creyentes, en cuanto están
privados del gozo de la caridad. Lo cual no significa negar que puedan ser gente muy
sana y divertida por otros motivos y en otros sentidos.
La inasistencia dominical de los católicos es un problema pastoral de primera
magnitud, y la acedia que la causa es de larga data. Me ha tocado conocer catequistas
que no iban a Misa los domingos y párrocos que los consideraban buenos catequistas.
Nadie ignora que durante mucho tiempo se les dijo a los jóvenes que sólo había
obligación de ir a Misa "si uno lo sentía". Pero no se les enseñaba - posiblemente por
crasa ignorancia o crasa inadvertencia - que "no sentirlo" pudiese ser acedia, una
tentación que aparta del amor a Dios. Ni se les enseñaba tampoco, que consentir la
tentación de acedia, pudiese ser un pecado contra el amor a Dios. No se les enseñaba,
en suma, a cumplir el primero y tercero de los mandamientos. Lo cual no es friolera.
Hay que reconocer - es verdad - que las Misas dominicales no siempre ni en
todas partes relucen con el brillo festivo del gozo de la Caridad. A veces una
predicación algo - o muy - jansenista, un moralismo y legalismo que culpabiliza a los
asistentes, descargando sobre ellos el reproche que merecen los ausentes o los que
nunca vienen, ensombrecen "la fiesta de Dios". Otras veces, como si no le bastara a la
fiesta con ser fiesta y manifestar el gozo, se instrumenta la Eucaristía para otros fines,
como buscándole sentido y justificación en alguna utilidad. Hay que reconocer
también, que algunas manifestaciones de gozo - gritonas, estentóreas, grandilocuentes
o declamatorias, echando mano a músicas profanas con letra religiosa, o a
instrumentos que hablan más a la sensibilidad que al espíritu - manifiestan un tipo de
gozo que no es exactamente aquél que nace de las virtudes teologales, sino más bien
una cierta excitación, entre extática y orgiástica, parecida a las que provocan las
sectas, con sus manipulaciones y extorsiones deshonestas del sentimiento religioso.

Gozo y Consolación
La Liturgia católica enseña a distinguir entre gozo espiritual y consolación
sensible. La consolación sensible brota del gozo, pero no necesariamente. Ni es misión
de la ceremonia litúrgica mover a consolación sensible de los fieles ni procurarla. En la
celebración litúrgica puede - y debe poder - expresarse la multitud creyente en la
unidad de la fe y la caridad, pero en la multiplicidad de situaciones existenciales:
espirituales, anímicas y emocionales. De ahí - como enseñaba Romano Guardini en su
"Espíritu de la Liturgia" - la necesidad, sabiamente reconocida y acatada por el rito
romano, de mantener una gran sobriedad emotiva, y expresar, sin notable conmoción,
las verdades capaces de conmover a quien se abra y las acoja.
En efecto, el conmoverse corre por cuenta del fiel, y de la acción del Espíritu
Santo en cada alma. Sería injusto imponerle a la liturgia - ni pre ni postconciliar - la
misión, ni cargarla con la responsabilidad o con la culpa, del entristecimiento o
avinagramiento de la Caridad en amplios sectores del pueblo católico. Pero su
inasistencia a Misa arguye de la pujanza del mal de acedia.
Habrá que reconocer deficiencias en el nivel festivo de las celebraciones
dominicales; habrá que reconocer quizás su mayor o menor extensión y
generalización; se podrá reconocer la parte que en la acedia del pueblo pueda haber
tenido la acedia intracultual, o sea: la de la comunidad cultual y la del mismo
celebrante. Pero lo que nos interesaba aquí, era diagnosticar como mal de acedia una

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
de las principales causas, ya que no la única, del conocido síndrome de abstencionismo
dominical o "apostasía del domingo".
Hechos los descargos y los descuentos, dadas muchas posibles explicaciones, el
hecho pastoral está ahí. Y sin diagnóstico no hay tratamiento. Reconocerlo como
acedia, permite orientarse en la elección de los remedios 97.

Algunos apóstatas del domingo, amparándose en una alegada probidad moral,


de cuya carencia acusan a los que van a Misa, no sin cierta autosatisfacción y
autocomplacencia soberbiona, se muestran agriados y desconformes con todo lo que
tiene que ver con la misa dominical: liturgia, cantos, predicación, y con el mismo
pueblo fiel, al que miran con un cierto asco y al que fácilmente descalifican
moralmente, o motejan. Falsas razones, que esconden, o no les permiten ver incluso a
ellos mismos, sus verdaderos motivos. Mejor dicho, los verdaderos impedimentos,
para encontrarse, no con la misa, sino con el gozo del amor de Dios, que habita, mal
que les pese, entre esos fieles a los que no logran abrazar gozosamente en su corazón
con caridad de hermanos. San Pablo era muy clarividente respecto de las limitaciones
de los miembros de la Iglesia, pero no se entristecía ácidamente, sino que se alegraba
de que Dios hubiera elegido lo que no era nada a los ojos del mundo y de que brillase
la gracia de la divina elección sobre tanta humana fragilidad.

4.6.) Las Campanas del Domingo


Las campanas han sido secularmente medio de expresión de los gozos y de los
duelos de la comunidad creyente. Que es tanto como decir los gozos y las tristezas de
la caridad.
No es de asombrarse que al acedioso, que se rehusa precisamente al gozo y al
llanto de la Iglesia, le moleste el toque de las campanas del templo vecino. Lo que hay
detrás de sus reclamos, no es molestia por un ruido, sino por la manifestación de los
sentimientos de la fe. No se molestará ni promoverá quejas o denuncias, por escapes
libres, motos, buses, jets, altoparlantes ni discotecas.
Lo asombroso es que a algunos les haya bastado el reclamo de esas almas
agrias para que, sin discernir los verdaderos motivos espirituales de la protesta, y con
tanta facilidad que raya en ligereza, hayan reducido a silencio las campanas.
Han dado satisfacción a la acedia, pensando quizás que era un deber de buena
vecindad o hasta un asunto de derechos humanos. Pero lo han hecho a costa de los
derechos de los fieles, y sin reparar en sus sentimientos. Esta insensibilidad no sólo no
excusa de culpa, la agrava. Porque esa ceguera para el bien de los fieles ¿no arguye un
cierto grado de indiferencia y de complicidad con los motivos de la acedia? En efecto,
los derechos de los fieles que han sido pasados por alto y postergados, son los de la
Iglesia, y en último término los de Dios. La equidad exigiría dar a cada uno lo suyo con
igual sensibilidad para las razones de la acedia que para las de la caridad. Y no parece
que el silencio de las campanas, donde se ha impuesto, haya resultado de un juicio
ecuánime.
Hablando de los malvados, enemigos de los justos, dice el libro de la Sabiduría:
"ellos eran insoportables para sí mismos...todo los aterrorizaba y los helaba de

97
Ya el autor de la Carta a los Hebreos tuvo que enfrentarse con el síndrome del ausentismo de las
asambleas y diagnosticó las causas del fenómeno y su naturaleza de pecado contra la comunión: 10,24-
25
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
espanto..hasta el silbido del viento y el canto de los pajaritos en la enramada"
(Sabiduría 17,17-20)
Sería triste que el terror de los malvados impusiera silencio a los pajaritos. Y
más triste que los pajaritos se aviniesen a quedarse callados por ceder al capricho
tiránico de los avinagrados y a sus falsas razones. Como le pasó al zorzalito de la fábula
de Castellani, ante la crítica del gorrión.

4.7.) Alrededor del Corpus y otras Procesiones


"Yo me acuerdo y se me derrama el alma por dentro, cómo iba entre los gritos
de júbilo y alabanza de la muchedumbre festiva" (Salmo 42,5)
Me digo lo del salmo, recordando las procesiones del Corpus Christi en mi
juventud, cuando pasábamos alegres por la avenida l8 de Julio, la arteria principal de
Montevideo. Una procesión que en tiempos heroicos había salido a la calle desafiando
los gritos y las pedradas de los enemigos de la fe católica. En mis años mozos, todavía
se dejaban ver algunos signos de aquella violencia.
Al llegar a l8 y Yaguarón, pasábamos cantando ante los postigos cerrados del
diario El Día. Por supuesto, el diario no podía enterarse así de nuestro paso. Al día
siguiente no lo mencionaba en su edición. A pesar de su deber profesional de informar,
sus periodistas ignoraban una muchedumbre de miles de personas, donde desfilaban
con sus estandartes todas las parroquias y organizaciones parroquiales, sus cofradías,
los colegios católicos, algunos de ellos con sus bandas, la escuela de enfermeras
católicas, los scouts, formados detrás del clero y de los religiosos, encabezados todos
por el obispo, revestido de pluvial y humeral suntuosísimo, bajo el palio que llevaban
los venerables prohombres del catolicismo uruguayo, miembros de la Archicofradía del
Santísimo Sacramento, quienes lo escoltaban como un grupo de Apóstoles. Entre una
nube de incienso, el obispo avanzaba, abrazado al Santísimo contra su pecho 98.
Ese día, cada año, intencionada coincidencia, tenía lugar el clásico de fútbol en
el estadio Centenario. Y naturalmente tanto El Diario de esa tarde, como El Día, al día
siguiente, se ocupaban del estadio e ignoraban la procesión. El clásico de fútbol servía
de coartada para que los diarios pudiesen hablar de otra cosa. Éramos la mayoría
ignorada.
¿No es éste un fenómeno verdaderamente extraño y asombroso? ¿A quién
podía asustar o molestar aquella multitud pacífica y gozosa? ¿Qué oscuras tristezas - o
terrores - removía su paso en aquellos corazones enfermos que se asustaban de los
himnos cristianos como del canto de los pajaritos en la enramada? ¿Nos ignoraban o
se escondían de nosotros?

98
En aquellos años, la procesión no era tan exigua y deshilachada como ahora. Marchábamos por
decenas de cuadras tupidas de fieles y una multitud estaba también agolpada en las veredas. Me intriga
saber si la acedia, que hoy parece apagada alrededor de nuestro Corpus, no reverdecería si la procesión
recobrara su primitivo fervor y vigor.
He oído descalificar como "triunfalista" a la procesión, al catolicismo de aquellos años, al Himno
Christus Vincit, etc. Y este es un ejemplo típico más que se puede ofrecer, de los argumentos que
produce la ceguera de la acedia, al mejor estilo de los argumentos de Judas. Confieso que me turbaron el
juicio en un tiempo, pero ya no más. Amén de que, como lo ha hecho notar agudamente alguien, el
Christus Vincit fue sustituído por el Nosotros Venceremos, y de que en las numerosas evaluaciones
actuales no faltan aspiraciones triunfalistas, aunque no siempre coronadas por éxitos comparables a las
obras del Señor con nosotros en aquellos tiempos.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Hoy y Aquí en Luján
Nos ignoraban de la misma manera que se quiere ignorar hoy, por citar un
ejemplo actual, al millón de jóvenes que peregrina a pie a Luján. Alguien hay que
organiza, aún hoy, porque eso no se organiza solo ni casualmente, la venida de
Madonna y de Michel Jackson para ese mismo 8 de Octubre, como pude observar,
estando en Argentina, en l993. Alguien dirige aún hoy, el manejo minimizante y
superficial de la cobertura informativa sobre ese acontecimiento, a través de los
medios de comunicación. Un millón de jóvenes a pie, caminando decenas de
kilómetros, no se puede pasar a la página cincuenta y tres del tabloide, como estilan
hacerlo, si no hay algún pretexto; algo con qué ocupar la primera página y las páginas
centrales.
Además de arrumbada en las páginas de trastienda del tabloide, la noticia
resbala por encima del significado, lo trivializa. Ciego para el acontecimiento espiritual,
el periodista parliparla sobre los puestos sanitarios y las ampollas en los pies de los
peregrinos. De modo que aún ocupándose del hecho, lo ignora con una mirada
profana, no quiere verlo y oculta o descuenta su verdadera entidad. Mira desde afuera
y sin ver, sin querer ver, como Mikal desde su ventana. Y al no contar lo que es, cuenta
lo que no es.

Los Exploradores Eucarísticos


Hemos recordado en su lugar lo sucedido en el desierto con la recusación del
testimonio de los exploradores, y lo vimos repetirse en el rechazo del testimonio de
Jesús. Esos episodios son arquetípicos de la acedia de todos los siglos. Sirven para
entender lo que sigue ocurriendo con las obras del Resucitado en su Iglesia y a través
de su Iglesia; en sus fieles y por el ministerio de sus fieles.
Sin fe es imposible ver las obras del Resucitado y alegrarse de su acción. Peor
aún: sin fe, es posible permanecer insensible o llegar hasta a empeñarse en combatir,
como si fueran males, los bienes de la gracia, los carismas y los dones del Espíritu;
oponerse a las obras de Dios; ponerse a pedir signos sin ver los que rompen los ojos y
decir NO a las fiestas de Dios.
Y quiero dar un ejemplo concreto. Recuerdo el tiempo de mi adolescencia, por
allá por el final de la década de los 40 y comienzos de los 50. En esos años de mi
conversión, los fieles católicos, durante la Misa, y sobre todo después de la Comunión,
se sumían, arrodillados y con el rostro entre las manos, en una fervorosa y profunda
acción de gracias. Todo su porte daba testimonio. Desde que volvían de la barandilla
del comulgatorio, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza baja, o con las
manos juntas delante del rostro inclinado; hasta que se hincaban en el reclinatorio o
en el piso, en algún rincón del templo. Eran testimonios vivientes de un íntimo diálogo
de fe y de oración con el Señor. Era posible "ver" al Señor hablando con ellos. Durante
unos minutos se transfiguraban, convertidos en verdaderos ostensorios vivientes.
Templos. Testigos mudos de su gloria interior. En ellos se hacía visible la comunión del
cielo y de la tierra, del hombre y Dios 99.

99
No recuerdo haber advertido en aquel tiempo que nadie ocultara su fervor, ni se irritara con el fervor
ajeno. Aunque no excluyo que en mi admiración adolescente por aquellos extáticos, fuera ciego para
posibles acedias hacia ellos. Yo tenía la impresión de que aquello era bien visto y considerado en la
Iglesia. Y aún sigo creyendo que lo era.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Considero hoy, que aquél era un verdadero y auténtico "pentecostalismo"
católico avant la lettre. En aquellos cenáculos, yo veía arder las llamas del amor divino,
en los rostros iluminados y encendidos por el fervor, sobre las cabezas inclinadas de la
asamblea eucarística, silenciosa y orante, a la vez reverente y recatada. Pienso que el
movimiento pentecostal que vino después, nació de la nostalgia de aquel perdido
camino del fervor. Y aún hoy no comprendo por qué ni cómo se pudo, y aún se puede,
acusar de "sacramentalismo" a ese rico pasado eucarístico.
En los años durante los cuales se extinguió aquel fenómeno, yo ya no estaba
entre los fieles del templo. Había ingresado en la vida religiosa y mi formación me llevó
de un país a otro. No pude por lo tanto presenciar ni observar directamente el proceso
de cambio. Tampoco comprendía lo que iba sucediendo, porque yo mismo estaba
envuelto en las marejadas y los cambios. Fue sólo años después de la instalación del
frío y de la creciente pérdida de la reverencia, que por obra de la misericordia, se me
abrieron los ojos y comencé a preguntarme acerca del hecho y de sus causas.
La abolición de los reclinatorios en algunos templos y otros lugares, a veces
contrariando los hábitos de oración que estaban aún extendidos entre muchos fieles,
me han puesto a pensar. He encontrado sacerdotes - me viene a la memoria entre
varios un afable párroco holandés - de trato amable y hasta exquisito, humanamente
acogedores, cuya única arista dura, y a veces acerada, daba contra los fervores de los
humildes. ¿Acaso el celo por retirar los reclinatorios viene de un secreto temor de que
puedan volver aquellos extinguidos extáticos eucarísticos?

Considero que aquellos eran, sin embargo, nuestros exploradores eucarísticos.


Exploradores de la gloria de la Presencia oculta bajo las especies.
Con su porte exterior, por más chocante que hoy resulte a los que llevamos el
alma calada hasta los tuétanos por la llovizna cultural de la acedia, mostraban el Bien
de la Tierra Interior, el Bien celestial, en el que entran y pueden contemplar los nacidos
de lo alto. En ellos resonaba la voz del viento del Espíritu, que es audible, pero no se
sabe de dónde viene ni a dónde va.
Me pregunto, no sin cierto temor, si a nuestra "generación", en sentido
histórico y teológico, no se le aplicará también el reproche del Salmo - no sólo por
éste, sino por tantos otros pecados de acedia -: "Despreciaron una tierra envidiable"
(Salmo 105(106),24). "Vosotros no recibisteis el testimonio acerca de mí que daban
mis exploradores eucarísticos, embriagados con el vino de Eshkol".

Hoy no sólo se han perdido formas del fervor sino también de la reverencia.
Alguien podría pensar que se trate de una mayor confianza, cercanía y familiaridad con
Dios y por lo tanto de un progreso. Pero la cercanía de Dios no se experimenta a costa
de su distancia y su grandeza. La familiaridad verdadera tutela el respeto; y la
comunión se espanta de la profanación. Es un real problema pastoral ese
deslizamiento insensible que conduce a muchos a tomar en vano, ya no sólo el Santo
Nombre, sino también el Santo Cuerpo y Sangre: "menospreciaron una tierra
envidiable".
Me ha tocado observar recientemente, desde un confesonario, el retorno de
los fieles a sus lugares después de la comunión. Y como no quiero juzgar que se haya
extinguido en tantos el fuego de antaño, pienso que hoy, para adorar, bajan a su
corazón como a una catacumba, mientras su porte exterior da cobertura a la obligada

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
clandestinidad de Dios en esta cultura de la lluvia ácida, que gotea ya hasta dentro de
nuestros templos.
La aversión hacia las muestras exteriores y sensibles de la devoción, de la
consolación y del fervor, es una de las formas actuales de la acedia sociocultural,
instalada incluso entre muchos dentro de la Iglesia. Se siente rechazo por las
manifestaciones exteriores de la virtud de religión, por las exteriorizaciones del fervor
o la devoción: en el rostro, en la voz, en la actitud o postura corporal, en el tono del
predicador, en el velo de la mujer suprimido a pesar de la autoridad paulina y dos mil
años de uso 100.

Hay en muchos ambientes católicos un embargo social para las manifestaciones


exteriores, sensibles y emocionales de la fe. Y en cuanto esto significa un rechazo de la
manifestación testimonial de una experiencia no sólo interior, sino "total" y que quiere
expresarse en "todo el hombre", la considero en estrecho paralelo religioso con el
descrédito de los exploradores de la tierra prometida, y del testimonio de Jesucristo
acerca de "las cosas del cielo" (Juan 3,12-13).
Se desestima y descalifica esas manifestaciones de fervor. Sin embargo, ellas
son "signos" de Dios que no se quiere ver, al mismo tiempo que se pide otros signos,
allí donde uno caprichosamente desearía verlos (Marcos 8,11-15). Hoy se exige de Dios
otros signos y de los fieles otros testimonios.
Y en esto, no en otra cosa, radica el fenómeno de la secularización.

4.8.) Acedia y Persecución


¿También es acedia esta tristeza o indignación viendo al pueblo de Dios? Claro
que sí. El bien espiritual de que se entristece la acedia, es Dios mismo, pero también
las personas que le están de cualquier manera relacionadas, puesto que lo visibilizan.
Tales son por ejemplo las personas creyentes, piadosas o religiosas. Tales los
predicadores, que inducen con su predicación o con su ejemplo (como es el caso
precisamente del humilde pueblo fiel), a los bienes espirituales 101.
El pueblo católico es el portador de las gracias de Dios, de los dones del Espíritu
Santo y de las Virtudes teologales y cristianas. En cuanto obra de Dios, la Iglesia,
pueblo de Dios, es signo al que se contradice. Su imagen pública muchas veces se
presenta enturbiada, intencionalmente deformada.

Acedia e Imaginario Católico


Existe una correlación muy estrecha entre la secularización y determinada
imagen del mundo (o Weltbild), en oposición a otras imágenes del mundo posibles,
entre ellas la católica, cuyo arte sacro, al igual que todas las demás dimensiones de su
Mundo Imaginario, vienen a quedar expuestas eo ipso al ciclón de la confrontación
cultural 102.
En el proceso de secularización convergen, en su oposición al imaginario
católico, corrientes aparentemente tan dispares y opuestas como el materialismo

100
Digo "uso" por no decir "de tradición" que es palabra desacreditada también por tirrias y abusos.
101
Santo Tomás, Summa Theol. II-IIae. Q.35, Art. 4, c.
102
Nos hemos ocupado de la situación del imaginario creyente en: "El ícono y las imágenes sagradas en
la nueva evangelización" Stromata 48(l992) pp.183ss. a propósito del libro del P. Alfredo Saénz "El ícono.
Esplendor de lo Sagrado". Retomamos aquí aspectos de lo allí dicho.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
antiteísta y el extremo trascendentalismo espiritual teísta. El proyecto de
desmitologización, tan afín al nuevo Weltbild secularista, es de raíz protestante.
Bultman emprende precisamente su proyecto de desmitologización con el afán
pastoral de compatibilizar el Weltbild creyente con el del Hombre de Hoy 103.
Dado que las imágenes sagradas 104 reflejan concretamente el imaginario
creyente, ambos corren pareja suerte. Movidos e inspirados por el Espíritu Santo,
estimulados por el magisterio, confirmados por el amén de los fieles; incomprendidos
por los de afuera, acusados de idolatría, sometidos a detorsiones que los profanan o
ridiculizan; considerados abusivamente como del dominio público y desprotegidos de
los más mínimos amparos legales de que disfruta cualquier propiedad intelectual, son
llevados y traídos por todas las corrientes e intereses no eclesiales o antieclesiales, con
todos los fines, desde los comerciales a los antirreligiosos; simplemente torpes, o bien
malévolos y hostiles 105.
Agresiones semejantes se contienen en otros films como "El Pájaro canta hasta
morir" que se aplica a demoler la imagen del sacerdote, el obispo y el cardenal,
contaminándola en la imaginación. . La ingeniería de la imagen los une, mediante
asociaciones negativas, al terror en los thrillers, o a lo satánico en algunos conjuntos de
rock, o a la perversión sexual y el impudor. La imagen sagrada y su imaginario quedan
así expuestos a quedar apretados en la pinza de la agresión y el menosprecio por un
lado, y la vergüenza y la autocensura por el otro.
Estos hechos sociales y culturales muestran que las imágenes y el imaginario
creyente son también, como bienes de los que se goza la caridad, objeto de la acedia y
blanco de la persecución proveniente del proyecto secularizador 106 Soneira
reafirma lo dicho con la siguiente cita: "Los estudios de Martin, Fenn, mis colegas y yo,
claramente demuestran que la laicización no es un proceso mecánico imputable a
fuerzas impersonales y abstractas. Es, por un lado, llevada a cabo por gente y por
grupos que manifiestan que quieren laicizar la sociedad y sus subestructuras. Pero por
otro lado, estudios sobre profesionalización del bloque católico de la Iglesia en Bélgica
103
Sobre la coincidencia de posiciones tan opuestas en apariencia como el espiritualismo barthiano y la
secularización véase: Cándido POZO, "Teología Humanista y Crisis actual en la Iglesia", en: J.
DANIÉLOU - C. POZO, "Iglesia y Secularización" (BAC-Minor, Madrid, l971, pp.61-85)
104
Me refiero, cuando digo imágenes, no sólo a las imágenes destinadas al culto o devocionales, sino
como se ve acontinuación por el contexto, a todas las imágenes en sentido amplio, abarcando toda la
dimensión simbólica del imaginario creyente: lenguaje, liturgia, arquitectura, símbolos, personas...
105
Valga un ejemplo: En los films "El Padrino" 1,2 y 3, se barajan en un mismo mazo las fiestas, los
signos sagrados y los sacramentos de la Iglesia católica, con las maquinaciones y crímenes mafiosos.
Durante la procesión patronal y aprovechando el ruido de la cohetería, el aún joven Padrino,
comete su primer asesinato contra el extorsionista. En la fiesta del casamiento de su hija se "arreglan"
diversos asuntos en el tribunal mafioso. La fiesta del Bautismo del nieto es una secuencia que monta un
collage sacrílego, del baño de agua bautismal con el baño de sangre de la vendetta mafiosa. Antítesis
sacrílega entre el sacramento del perdón y la consumación de la venganza. Y así, por el estilo, desfilan
las menciones de los demás sacramentos, sin que falte uno, contaminados con los crímenes de la mafia.
En los tres films se subraya que la familia mafiosa es católica y queda flotando el equívoco o la
sugerencia de que la familia católica es mafiosa, o mafiogénica.
106
Es sabido que la secularización no es un proceso anónimo e ineluctable, sino el resultado de
presiones y acciones concretas de personas y grupos. Así lo ha mostrado Abelardo Jorge SONEIRA
siguiendo a K. DOBBELAERE y otros: "la secularización no es producto de fuerzas impersonales y
abstractas (por ejemplo la ´racionalización´, el ´proceso educativo´, la ´industrialización´, etc.) sino de
individuos y grupos concretos que la promueven" (A.J. SONEIRA, "El Proceso de secularización", en
Cuadernos del CLAEH, Montevideo, 45-46, 13(l988)1-2, pp. 209-221, cita en p. 220).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
y Holanda, dejan en claro que ciertas categorías (sociales) también, si no de manera
explícita, están secularizando (laicizing) a los bloques católicos y cristianos. Una vez
que aceptamos que la secularización, como un proceso de laicización, es el resultado
de grupos opuestos de intereses, entonces el resultado es claramente un proceso no
lineal." (K. DOBBELAERE "Secularization: A Multi-dimensional Concept" en Current
Sociology, 29(l981)2, pp. 68-69). Soneira concluye: "O sea que el proceso de
seuclarización no es un proceso necesario y lineal, sino más bien dialéctico, producto de
actores, personas y grupos, con intereses concretos contradictorios. Por lo tanto,
procesos de desecularización y resecularización son también concebibles" (L.cit.). .

4.9.) Acedia y Mass Media


Los medios de comunicación de masas, que ignoran y menosprecian habitual y
notoriamente al pueblo creyente, portador de la cultura del amor, y destinado a ser el
protagonista en la construcción de la civilización del amor, son a menudo agentes de
una anticultura del amor. Y en la misma medida en que hay en ellos tristeza por el bien
de Dios, o por las obras de Dios, hay en ellos acedia y obran movidos por ella.
Pero no sólo padecen de acedia sino que además la siembran. ¿Cómo? De
muchas maneras. Ante todo provocando a vergüenza a los "pequeños que creen en
mí" 107. Alejando además, a muchos, de la Iglesia, porque les siembran de prejuicios el
camino hacia ella.
Este es el género de escándalos (= piedras de tropiezo) que ponen en el camino
del seguimiento de Jesús, los que, según él mismo declara, merecen, por eso mismo,
ser arrojados al fondo del mar, con una piedra de molino atada al cuello 108.
Los Mass Media, no sólo ignoran por lo general el bien allí donde está, no sólo
impiden reconocerlo, sino que contribuyen a oscurecer el juicio sobre el bien y el mal
(Isaías 5,20). Esto lo producen magnificando el espectáculo del mal en el mundo,
abrumando el corazón de los pequeños y de los débiles y provocando en ellos la
tristeza y la desesperanza.
No sólo no se interesan por la virtud, ni la destacan: a menudo la declaran
positivamente aburrida y no interesante. Con sus sensacionalismos y sus preferencias,
magnifican la calamidad natural, el crimen nefando o macabro. Silencian el bien y
gritan el mal. En las telenovelas, seriales y videos, se glorifica los siete pecados
capitales, haciendo de ellos un espectáculo deleitable. Pero no se hace lo mismo con la
verdadera hermosura moral de las virtudes. No digamos ya de las virtudes teologales,
pero ni de las morales y humanas, que constituyen la verdadera hermosura y dignidad
de la persona, según la simple y recta norma de una razón natural.
No son fácilmente excusables quienes son profesionales y conocen bien lo que
es la psicopolítica y la psicología social.

Lluvia ácida
El inerme consumidor de los Mass Media, recibe así una visión distorsionada y a
veces pervertida, de la realidad del mundo. Los Medios que lo informan,
escamoteándole la visión del bien, le confiscan a menudo su capacidad de observación

107
Marcos 9,42; Mateo 18,6; Lucas 17,1.
108
El fondo del mar, es el lugar bíblico donde han de ir los enemigos de Dios (Génesis 6,5-8.13.17; Éxodo
15,3-5; Jonás 2; Miqueas 7,19; Marcos 9,42) y a donde efectivamente son arrojados por la oración
confiada de los creyentes (Marcos 11,23).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
y de juicio, le enjuagan la memoria con un torrente de información. El hombre está
cada vez más sobreinformado y cada vez menos enterado.
Por otro lado, la industria del entretenimiento le ofrece la posibilidad de la
distracción perpetua, con perpetuo olvido de los sentidos últimos y de sus
responsabilidades inmediatas. La acedia escamotea el recuerdo de Dios, fin último del
hombre, así como la conciencia de que la dignidad del hombre reposa en, y dimana de,
su condición de creatura, y que por lo mismo se realiza en su relación con su Creador, y
en el asumir sus responsabilidades respecto de las demás creaturas 109 Pero no sólo
la prensa invade el tiempo dominical. Las ofertas de la industria del espectáculo, que
es superfluo elencar, rivalizan ese día en conquistar el tiempo de grandes y chicos. .
Los grandes ocultadores actuales del bien verdadero, los grandes propagadores
de acedia, son comparables por eso a una lluvia ácida que se precipita
permanentemente sobre la Humanidad.
Pero no se ha de extrañar, si se tiene en cuenta que el Dios que se revela en
Cristo, ha elegido revelarse de tal modo que contraríe la soberbia del hombre, y
consiguientemente lo entristezca, ya que los signos y los bienes que le ofrece,
contrarían o no satisfacen sus apetitos.
Una pastoral de la acedia no puede excusarse de un enfrentamiento con los
Mass Media y con los hábitos de consumo de prensa y radiotelevisión de fieles y no
creyentes.

4.10. "No te Avergüences del Evangelio"


Como se desprende de lo que venimos dibujando a grandes rasgos, la acedia
reviste en nuestros días dimensiones culturales y puede llamarse en cierto sentido mal
du siècle, o puesto que abarca ya varios siglos de historia, mal des siècles.
Ella está implicada en el fenómeno de la persecución, que Jesucristo anunciaba
como infaltable a su Iglesia y que toma en cada época formas propias. En la nuestra, la
persecución toma formas que venimos tratando de señalar, muy propias y
particulares.
En otros tiempos "cuando se atacaba la religión se la atacaba como una cosa
seria. Pero el siglo XVIII la atacó con la risa. La risa pasó de los filósofos a los
cortesanos; de las academias a los salones; subió las gradas del trono; y se la vio en los
labios del sacerdote; tomó asiento en el santuario del hogar doméstico, entre la madre
y los hijos. ¡Y de qué, pues, gran Dios! ¿de qué se reían todos? ¡Se reían de Jesucristo y
del Evangelio!" 110.
109
Tómese por ejemplo en consideración la prensa dominical. Ese día, todos los diarios sirven un tomo
abultado de páginas con innumerables suplementos, cuya lectura insumiría fácilmente varias horas del
domingo, compitiendo con el que se pudiera dedicar ese día a una vivencia cristiana y creyente del
domingo, en el reposo y la alegría de la Resurrección, con la asistencia a Misa, la convivencia familiar, la
lectura de la Escritura, la meditación, la oración y otras tantas actividades creyentes. Pero no sólo eso:
esos suplementos son portadores de contenidos mundanos, eróticos, económicos, que tiñen
inevitablemente el ánimo de sus desprevenidos lectores y los distraen y alejan de las metas espirituales a
donde la Iglesia pretende conducir a sus fieles en Domingo.
110
P. Lacordaire, O.P. Sermón del 14-02-1841 en la Catedral de Nôtre Dame de Paris, con motivo de la
restauración de la Orden de Predicadores en Francia. Y el predicador continúa: "¿Qué hará Dios? [...]
Dios podía dejarla perecer, como dejó perecer tantos otros pueblos por las faltas que habían cometido.
No quiso hacerlo; y resolvió salvarla por una expiación tan magnífica como grande había sido su crimen.
La dignidad real estaba envilecida: Dios le devolvió su majestad llevándola al cadalso. La nobleza estaba
envilecida: Dios le devolvió su dignidad llevándola al destierro. El clero estaba envilecido: Dios le devolvió
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
4.10.1 Burla y Menosprecio
La burla y el menosprecio - que como se ve no son de ahora - logran confundir a
algunas conciencias creyentes, inquietándolas, como si aquello que en ellos es gracia y
don de Dios, como por ejemplo su pertenencia eclesial, sus actos exteriores de piedad,
de oración y de culto, fuesen algo torpe, malo o deshonroso de lo que debieran
ruborizarse 111 "En otros tiempos el mundo se escandalizaba del cristianismo - ¡cosa
que tiene sentido! - pero ahora que al mundo se le ha metido en la cabeza que es
cristiano y que se ha apropiado del cristianismo, sin notar para nada la posibilidad del
escándalo, ahora, naturalmente, el mundo se escandaliza del verdadero cristiano. No
cabe duda que será muy difícil salir de semejante engaño. (...) El mundo sigue
escandalizándose del cristiano verdadero, sólo que ahora, generalmente, la pasión del
escándalo ya no es tan desenfrenada que pretenda exterminar al cristiano verdadero.
[Permítasenos advertir aquí, que Kierkegaard se refiere al exterminio al modo del
Imperio romano. Porque hoy, como hemos dicho, existen otras formas taimadas y
ocultas de etnocidio que apuntan igualmente al exterminio por medios de políticas
económicas y culturales]. Esta es una cosa bien explicable. En aquellos tiempos en que
el mundo estaba convencido de que no era cristiano, había algo por qué luchar, algo en
que jugárselo todo, a vida o muerte. Pero ahora que el mundo, de forma engreída y
tranquilona, está convencido de que es cristiano, ahora, naturalmente, la exageración
del cristiano verdadero, sólo es algo para tomarlo a la risa. La confusión,
evidentemente es mucho más terrible que en los primeros tiempos del cristianismo.
Desde luego, entonces era terrible, pero había sentido en que el mundo luchase a vida
o muerte contra el cristianismo. En cambio ahora ¿no es algo lindante con la
insensatez, esa sonrisa levemente sarcástica que tiene que soportar el verdadero
cristiano de parte del actual irenismo superior de nuestro mundo convencidamente
cristiano?" S. Kierkegaard, Las Obras del Amor, I, p. 336-337. .

Esas burlas apuntan a provocar la vergüenza y el rubor acerca de aquello por lo


que precisamente merecerían ser honrados y respetados, porque constituye en ellos la
fuente de su dignidad y de su grandeza: su elección divina, su vocación, y su misión.

Debido a esas burlas y menosprecios, manifestados en forma de fría


indiferencia, de afectada ignorancia, o de positivo escarnio, derisión o contumelia, se
enturbia en algunos católicos la gloria de la propia pertenencia. Hasta el punto de que
algunos pueden sentir la tentación de negar, disimular o hasta abandonar una
pertenencia eclesial que es fuente de bochorno. La burla alcanza de este modo su
objetivo, provocando un gravísimo daño. Hace tropezar a los pequeños en el
seguimiento del camino de Cristo. Los aparta del pueblo de reyes, profético y
sacerdotal, con menosprecio de la propia elección, vocación y misión divina.

el respeto y la admiración de los pueblos, permitiendo que fuese despojado y muriese en la miseria...".
111
Ya Soren Kierkegaard observaba en su tiempo racionalista el fenómeno de la sorna ante el creyente
que se toma su fe en serio. Kierkegaard nos ha dejado un análisis, digno de recordar y de ser meditado,
de las causas del fenómeno. A pesar del tiempo trascurrido y de la diversidad de las circunstancias,
algunas reflexiones de este autor nos ayudan a comprender hechos y situaciones que se siguen dando
hoy en muchos lugares:

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Este crimen lo llamó Jesús: "escandalizar a los pequeños que creen en mí"
(Marcos 9,42 y paralelos), y lo juzgó digno - como hemos dicho - de un durísimo
castigo. Pablo tuvo que exhortar a Timoteo - nada menos - a no avergonzarse del
evangelio, ni de las cadenas de San Pablo (2 Timoteo 1,8.12). Avergonzarse, o lo que se
conoce como "respeto humano" 112, es un término técnico de la teología cristiana del
martirio, casi sinónimo de apostatar. El Evangelio lo remonta a la enseñanza de Jesús:
"El que se avergüence de mí y de mis palabras, en esta generación adúltera y
pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria
de su Padre con los santos ángeles" (Marcos 8,38)
La persecución, en cualquiera de sus múltiples formas, ha sido siempre causa
de apostasía; también lo ha sido en sus formas de irrisión, de burla, de menosprecio o
de ignorancia afectada. Más todavía cuando esas burlas son tenaces, generalizadas,
sistemáticas, y continuas, como sucede con las que se convierten en hábitos culturales
y cristalizan en costumbres y tradiciones sociales 113. Ante ellas la protesta cristiana,
digna y mansa, pero infatigable, firme y clarividente, es un deber indeclinable.

4.10.2. La burla como persecución


La burla, como dijimos antes 114, sigue acompañando hoy a la Iglesia como
bienaventuranza dolorosa y como forma de persecución.
Pensamos en el manoseo irreverente del hábito religioso por parte de agencias
de publicidad en sus avisos publicitarios; en la distorsión de la imagen sacerdotal o de
las religiosas en telenovelas que la manosean y ensucian, en shows o videoclips
blasfemos que hacen de la profanación una industria y de la ofensa de la sensibilidad
de los creyentes un negocio.
Afín a este mismo fenómeno espiritual, por otro extremo que sólo en
apariencia le es opuesto, están las asociaciones negativas de los símbolos, objetos y
personas sagradas en espectáculos del género de terror.
Esta industria no se detiene ni siquiera ante la profanación pornográfica y
perversa. Detrás de esa manipulación destructora del imaginario creyente, a la que nos
hemos referido (ver 3.7.), están la acedia y el odio: primero la tristeza y luego la bronca
contra Dios, contra los creyentes y lo que ellos aman y consideran sagrado.
Como escalón previo al odio, la acedia prepara la persecución sangrienta. En
efecto: la burla y el menosprecio, como descalificación social, son precursores de la
sangre y son verdadera persecución.

112
Tomo un ejemplo de la vida y escritos de Teresa de los Andes, que muestra hasta qué punto en una
sociedad que podía reputarse cristiana y católica, una joven, cuando pretendían tomarse en serio su fe,
sentía la oposición del mundo y la tentación del respeto humano. Dice Teresa de los Andes: "Todos los
días hago mi meditación y veo cuán grande ayuda es para santificarse. Es el espejo del alma ¡Cuánto se
conoce en ella a sí misma! La dificultad es el respeto humano: que me vean meditando y me digan beata"
(Purroy, l982 p.48).
113
Por ejemplo el tenaz prejuicio y oposición a la vida contemplativa y las acerbas críticas contra ella,
aun en medios "católicos". Vaya este otro ejemplo tomado de los escritos de Teresa de los Andes: "Tengo
pena, pues siempre que le pido plata a mi papá me dice que no tiene. ¿Qué irá a hacer cuando me tenga
que dar la dote para ser carmelita? Creo que no va a querer dejarme ir. Veo tanta hostilidad contra
ellas..."(O.c. p.70). "El fin de la carmelita me entusiasma (...) Cuántos tachan su vida de inútil. (...) así
como a Cristo no lo conoció el mundo, a ella tampoco la conoce". (O.c. p.106).
114
Véase: 2.4. La Burla: Hija de la Acedia
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Entre todas las formas de persecución, quizás sea la burla la más cobarde e
innoble. Sin embargo, desde el Viernes Santo hasta el fin de los tiempos acompaña y
rodea a la Cruz, al Crucificado y a su Iglesia: "peregrina entre las persecuciones del
mundo y los consuelos de Dios" 115.

4.10.3. La Irrisión se Opone a la Justicia


La justicia es dar a cada uno lo que le es debido. A cada uno se le debe un cierto
grado o forma de respeto, honor y consideración, tanto en el trato interpersonal como
en el social. El respeto y el honor debidos, son asunto de justicia.
En justicia, debemos los creyentes, la alabanza, la adoración y la glorificación al
Dios creador y salvador. En justicia se debe a los progenitores el respeto y la honra. A
todo ser humano se le debe el respeto que merece su condición humana,
independientemente de sus méritos o deméritos personales. Respeto merecen el
padre por ser padre, la madre por ser madre. Y respeto merece la virtud, y aún
simplemente las canas. Respeto se debe a las autoridades, y también merecen el suyo
los más humildes y desamparados. Cada uno merece honor y respeto, aunque todos
en diversa forma, pues a cada uno se le debe el propio.
A cualquiera de ellos que se les escamotee el honor y el respeto debidos, se le
infiere injuria, es decir: se le hace injusticia. La irrisión y toda otra manera de
escamotear el debido honor y respeto, son pues actos contrarios a la justicia. Son
pecados contra la justicia.
Se debe respeto al Pueblo de Dios. Por muchos motivos. El primero y principal,
por ser obra de Dios mismo. Por eso, toda burla, ignorancia afectada o cualquier otra
forma de discriminación que le escamotea el debido reconocimiento, es injusticia que
se le hace. Tanto más grave injuria cuanto mayor es el respeto que se le debe y el
escarnio que se le infiere. Pero es también injuria que se hace al mismo Señor
ignorando y escarneciendo su obra.
Pero aún quien no crea y por lo tanto no reconozca el carácter divino de su
dignidad, le debe por lo menos el mismo respeto que a cualquier otra convicción
religiosa. Y parecería que es justamente con los católicos con los que hay patente de
libre corso para la irrisión.
En este tiempo en que tanto se habla de los derechos humanos y de la justicia,
parece olvidado el derecho al honor y al respeto, y parece perdida la conciencia moral
en lo que toca al pecado de derisión y contumelia 116.
Piénsese en el manoseo del hábito de la religiosa y de su imagen, entrañable
para los fieles creyentes, de virgen consagrada a Cristo, en telenovelas como "La
extraña dama" o "Con pecado concebida", o en Videos como "Cambio de hábitos",
imitado luego por la publicidad de un producto cosmético. La empresa Benetton, por
ejemplo, mostró en inmensos affiches la imagen de un joven sacerdote de sotana
negra besándose con una monja de hábito blanco. Y podía verlas el Papa en alguna de
sus visitas, desde el emplazamiento del altar. Más recientemente aún, la empresa
Volkswagen ha abusado del cuadro de la Ultima Cena de Leonardo da Vinci para
promocionar una marca de autor. Bajo la imagen, se le hace decir a Nuestro Señor:
'Amigos míos, regocijémonos, pues ha nacido un nuevo Golf'.

115
Cf. Lumen Gentium Nº 8; la Constitución del Concilio Vat. II, cita aquí a San Agustín, La Ciudad de
Dios XVIII,52,2
116
Summa Theol. 2-2, q.72; q. 158, a.7
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Felizmente, esta vez, el Episcopado de Francia ha reaccionado en defensa de la
sensibilidad de los fieles. Los obispos desean que se abra de una vez por todas un
debate público para establecer que no es adecuado el uso de temas religiosos con
fines puramente comerciales y lucrativos. Los responsables de la agencia publicitaria
DDB, André Bouchard y Jean-Denis Pallain, admitieron que al idear la campaña eran
conscientes de que los avisos podían resultar chocantes para los creyentes, pero
quisieron apelar igualmente al sentido del humor de la gente. El portavoz del
Episcopado francés replicó que con esta campaña, los responsables 'se apropian de un
patrimonio simbólico que hace a la esencia más íntima de millones de creyentes. Es
inadmisible, sostuvo, que la empresa lo haga 'no con un interés artístico sino con fines
puramente comerciales'117. Nosotros anhelamos que se reserven los símbolos religiosos
exclusivamente a sus fines específicamente religiosos y se los considere propiedad
religiosa, es decir sagrada, de los creyentes.

4.10.4 El que a Vosotros Desprecia a Mí me Desprecia


En el juicio final de las naciones paganas (Mateo 25, 31-46), se dice que éstas
serán juzgadas por su actitud misericorde o inmisericorde respecto de los "hermanitos
míos más pequeños".
Se trata de los discípulos de Jesús. Sería innecesario tener que decirlo y menos
aún tener que argumentarlo y probarlo con textos, si la exégesis racionalista y
kantiana, no hubiera reinterpretado filantrópicamente este texto, escamoteando así su
naturaleza cristocéntrica y eclesiológica; y si esta interpretación no se hubiese
divulgado después - por desgracia - hasta hacerse predominante, y hasta ser recibida
incluso entre los predicadores y hasta entre algunos exegetas y teólogos católicos.
Son numerosos los textos evangélicos que enseñan esta ley de solidaridad e
identificación entre Jesús y los que creen en El. En ellos Jesús se refiere a sus discípulos
con el título de "pequeños".
He aquí algunos tomados del mismo Mateo: "Quien a vosotros recibe a mí me
recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado...y todo aquél que dé
de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo, os
aseguro que no perderá su recompensa" (Mateo 10,40.42).
"Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el
Reino de los Cielos (...) quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el
Reino de los Cielos (...) y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe. Pero el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí (...) guardaos
de menospreciar a uno de estos pequeños (...) no es voluntad de vuestro Padre celestial
que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mateo 18, 3-6.10.14).

Esta ley de identificación nos enseña acerca del misterio de la acedia y de


cómo, lo que se hace contra los amados de Dios, va dirigido contra Dios. "Las afrentas
con que te afrentan caen sobre mí" confesaba el salmista (Salmo 68,10). Los enemigos
de Dios dicen del justo: "su sola presencia nos es insufrible" (Sabiduría 2,14).
La acedia tiene por objeto a Dios y a todo lo que tiene relación con El, los
hombres con él vinculados, su lenguaje, los signos, símbolos y acciones simbólicas que
expresan esa relación.

117
Diario Clarín, Buenos Aires 05-02-1998, p. 29
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Por el contrario, la Caridad honra a Dios en sus creaturas, especialmente en sus
amigos: "Tus amigos son por mí muy honrados, Señor" (Salmo 138,17)

4.11.) Acedia Jurídica


La indiferencia por el bien ha invadido también la órbita jurídica de nuestra
cultura. El derecho es celoso en amparar los bienes económicos como si fueran
sagrados. Pero no toma en cuenta para ampararlos, los bienes sagrados. Parece que en
estos asuntos el derecho se lava las manos como Pilatos.
Los hombres, pero particularmente los católicos, están hoy desamparados
jurídicamente ante el abuso de sus símbolos sagrados, los cuales pueden ser
escarnecidos, burlados, profanados públicamente con total impunidad. Pueden usarse
en publicidad o en la industria del espectáculo como si fueran cosas del dominio
público.
El orden legal vigente ampara la propiedad intelectual y las marcas comerciales.
No hace mucho, la Compañía Walt Disney demandó a los organizadores del Oscar
porque usaron la figura de Blanca Nieves sin su autorización. El personaje creado por
Walt Disney es propiedad de la Compañía y su uso le pertenece. Es un derecho en el
que lo protege la ley.
Pues bien, Blanca Nieves goza de mayor protección legal que un Crucifijo o que
las personas mismas de Cristo y de María 118. Las imágenes sagradas de los católicos no
están protegidas, no ya contra su uso, sino contra cualquier abuso. Se puede abusar de
ellas para todos los fines imaginables y los católicos no tienen ninguna forma de
oponerse y reclamar por caminos legales.
Se puede abusar del nombre de la Virgen como nombre de artista de una
Vedette porno. Se puede hacer propaganda de un fiambre, presentando risible y
burlescamente el sacramento y al ministro de la penitencia. Se puede presentar una
marca de reloj con una parodia de la resurrección. Se puede presentar un cosmético
usurpando el hábito de las religiosas. La figura misma del sacerdote y de la religiosa
son llevadas y traídas, manoseando esas imágenes en telenovelas irreverentes. Con los
nombres de nuestros dogmas de fe y los artículos del Credo se hace lo mismo 119.
Habitualmente los símbolos sagrados católicos se asocian con imágenes terroríficas en
el género de terror.
No hay amparo legal para este grupo humano cuyas imágenes son así
manipuladas y destruídas por la más moderna y sofisticada ingeniería de la imagen,
puesta al servicio de la acedia. No hay amparo legal para los sentimientos de los fieles
así agredidos en su imaginario creyente. Y no estamos hablando de países musulmanes
sino de países como Italia, España y Argentina, donde hay mayorías católicas ultrajadas
por minorías despóticas.

El Envilecimiento de la Conciencia
Esta impunidad para el manoseo y para el insulto, trae como consecuencia
lamentable, el acostumbramiento de un pueblo entero a ser objeto de persecución
burlesca. La irreverencia crónica, el no ser respetado perpetuamente, el no ser

118
Recuérdense los filmes: Jesucristo Superstar, La última tentación de Cristo, Je vous salue Marie,
Jesús de Montréal. Emmanuelle, un film perverso, inauguró el uso sacrílego del nombre mesiánico que
continúa hoy una revista pornográfica.
119
"Con pecado concebida", es el título escarnecedor de una telenovela.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
considerado ni tenido en cuenta, introyectado y convertido en hábito, acaba
embotando el sentido del propio respeto y dignidad. El pueblo termina por
considerarse en verdad inferior y ridículo, en verdad indigno y nulo.
En esa situación, que es la actual, hay muchos fieles que, habituados al
escarnio, habiendo perdido además el sentido de la sacralidad de sus símbolos y de la
reverencia que ellos y los demás les deben, víctimas de estas acciones psicopolíticas,
han perdido también la autoestima. Ya no son capaces de estremecerse con las
profanaciones. Peor aún, llegan a celebrar, también ellos, los inventos blasfemos del
corro de los burlones; festejan las humoradas que se hacen a su propia costa; a costa
del pueblo santo y de su Dios.
Esa pérdida de la autoestima y del sentido de la propia dignidad, es ya una
forma de la pérdida de la fe, del debilitamiento de su sentido de pertenencia eclesial.
Es insensibilidad para un mal, y por lo tanto, como toda forma de apercepción del bien,
como toda forma de dispercepción, tiene algo de acedia y es incoación de la apostasía.
En efecto: algunos creyentes, imaginando que así lograrán evitar las burlas de la
acedia, toman distancia de la Iglesia y se suman al coro del mundo hostil. Asumen la
auto denigración como forma de elegancia, de distinción; como sello o blasón de
libertad de espíritu.
La lucha por el reconocimiento de los derechos de Dios es irrenunciable. Y
también lo es la lucha por el reconocimiento de los derechos de la conciencia creyente
a la propiedad de sus símbolos, de sus signos, de sus cantos y melodías 120, de sus
imágenes sagradas, de su mundo imaginario. Y consiguientemente a la protección legal
de esos bienes contra los abusos de la industria de la persecución.
Los símbolos religiosos cristianos pertenecen al pueblo de Dios, a la Iglesia,
porque los ha producido. Y el pueblo creyente tiene derecho a ser amparado en el
respeto a su propiedad espiritual, que es de orden muy superior a la intelectual y a la
económica.
El orden jurídico y legal vigente desconoce el derecho del creyente a ser
respetado en esa esfera religiosa. Es esta una laguna lamentable - por otra parte más
artificial que natural - de la actual situación jurídica, que lo deja inerme ante las
mencionadas formas de agresión. A esta situación de desamparo que acabamos de
describir, y que es otra faceta más de la cultura y de la civilización de la acedia, creo
que puede llamársela con justicia: acedia jurídica.

4.12.) Adiestramiento para la Acedia


En nuestros tiempos muchos creyentes han tenido poderosos motivos para
lamentar serlo. Los poderes de este mundo no le han hecho fácil la vida.
El comunismo soviético empleó el conductismo de Pavlof para cambiar el modo
de pensar y la conducta de los creyentes, e invertir su apreciación del bien y el mal.
En los procesos que en los regímenes comunistas llevaban a cabo los tribunales
del pueblo, se procuraba arrancar la autoacusación mediante halagos o amenazas. En
cuanto apuntaban a arrancar la confesión de que había sido malo todo cuanto el
creyente antes reputara bueno, estos procesos procuraban inducir la acedia y provocar
la apostasía. El solo hecho de estar en la mira del aparato policíaco comunista y de sus

120
Las melodías gregorianas, por ejemplo, que, olvidadas por muchos creyentes han sido rescatadas por
videoclips para profanarlas.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
crueles métodos disuasorios, eran motivos suficientes para que más de un creyente
estuviera tentado de lamentarse de su fe.
Con el fin de lograr el "arrepentimiento" (una verdadera y propia re-conversión
o apostasía), se aplicaron los lavados de cerebro, basados en los reflejos
condicionados, como modificadores de la conducta. Dicho prontamente, se castigaba
al creyente hasta disuadirlo, o se lo mandaba a morir al Archipiélago Gulag, como lo
bautizó A. Soljenitsin. Se re-adiestraba al creyente, para recuperarlo y convertirlo en
un buen ciudadano soviético.
No a todos era necesario enviarlos a prisión. Porque no todos eran pertinaces y
recalcitrantes. Los procesos del tribunal del pueblo eran públicos porque tenían una
finalidad de disuasión colectiva. Eran una amenaza para todo buen entendedor. No
importa qué lejos estuviese el creyente medroso, así estuviese más allá de los mares,
igualmente se lo intimidaba. Los procesos, locales, tenían efectos mundiales. Como
sucediera otrora con la guillotina, hasta donde llegaba la noticia se expandía el terror.
Los estímulos condicionantes empleados por la ciencia del lavado de cerebros,
se fueron sofisticando y se hicieron más universales y de amplio espectro. Se comenzó
a usar estímulos menos violentos que los procesos y las prisiones.
La aprobación o la desaprobación, el halago cultural o editorial para el escritor
que empleaba el discurso conveniente, o el silenciamiento. Se premiaba la autocrítica
"espontánea" de los católicos, hasta que se fue convirtiendo en moda aplaudida y
premiada, prestigiante, el decir todo mal de sí mismos.
Grandes editoriales, semanarios, periódicos, libros, sirvieron a la finalidad de un
gigantesco operativo de brain-washing, para modificar la opinión pública católica, e
imponer a los católicos una conciencia culpable; para lograr la confesión y
autoacusación en gran escala; para que deploraran lo que habían sido y declararan que
su pasado había sido global y radicalmente malo; para que rompieran con ese pasado,
lo cual equivalía a romper con la obra de Dios en dos mil años de Iglesia.
Se inducía así una declaración de acedia y menosprecio no ya individual y
privada, sino que afectaba la conciencia colectiva de la Iglesia 121suceda los que están
empeñados en acusarla, y al acecho de sus confesiones para usarlas en su contra. Esas
torcidas espectativas y esas manipulaciones, no crean precisamente las condiciones de
libertad y dignidad que exige la confesión. Condiciones y espacios que sí se aseguran,
dentro de la Iglesia, a los arrepentidos, de cuya confesión de culpa ésta no saca
ninguna ventaja, de ninguna índole.
En otros tiempos, relativamente más felices, ocurría que algún que otro
creyente envidiara, más o menos ocultamente, la suerte de los infieles, porque - por
ejemplo - no tenían que guardar los mandamientos y demás obligaciones de la vida
cristiana. Claro acto de acedia, o sea de tristeza por el bien propio; y, en este caso, por
el bien de ese camino de sabiduría que son las Diez Palabras. Pero en comparación con
eso, la calamidad que descargó en este siglo sobre los católicos, los presionó a
maldecir de sí mismos y los acusó de gravísimos cargos, como enemigos de la

121
La Iglesia no teme confesar sus pecados y sus culpas. Lo hizo en el Vaticano II. Y con motivo del
Tercer Milenio cristiano, el Papa nos invita a reconocer las culpas históricas cometidas por creyentes,
para tomar distancia de ellas y evitarlas. Pero ese reconocimiento se emite y se ha de emitir, libremente y
sin compulsiones ni manipulaciones psíquicas. Y, sobre todo, el acto de emitirlo, no invalida a la Iglesia
por una globalización del mal y de la culpa, como buscan que como buscan que suceda los que están
empeñados en acusarla, y al acecho de sus confesiones para usarlas en su contra.
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Humanidad y del bien común, sólo parece comparable a la acusación neroniana.
Aunque por lo masivo y artero de sus métodos, quizás no tenga igual en el pasado.
Tatiana Goricheva experimentó en carne propia lo que puso por título a uno de
sus libros "Hablar de Dios resulta peligroso". Bien pudo decir, sencillamente, que era
peligroso el mero hecho de creer en Dios122.

La peligrosidad de la condición creyente, no la disimuló Jesús a sus discípulos, y


ha de ser siempre parte esencial de la instrucción catequística. De lo contrario, la
persecución, tomando impreparados, desprevenidos e ignorantes a los fieles, los
precipita más fácilmente en el escándalo de verse rechazados de una manera
inexplicable; rechazo cuya significación espiritual - faltos de la debida instrucción - no
pueden comprender. Por los caminos de ese escándalo de la cruz, dan, sin capacidad
de resistencia, en una fácil apostasía. Tanto más fácil, cuanto que no se los ha instruído
tampoco sobre la gravedad de este pecado contra la fe 123. Quizás la generalización de
la apostasía que presenciamos en nuestros días124.
Es a esos fenómenos, a los que tradicionalmente se los denominó, en el
lenguaje de la fe, con el nombre de apostasía. Y en ese sentido tradicional usamos la
palabra, conscientes de que existe alrededor de ella, como de otras tantas del
vocabulario creyente, un tabú que inhibe de utilizarla. , se deba a esas lagunas en
nuestros programas de instrucción catequística. Toda catequesis debería recalcar e
insistir en que seguir a Cristo es algo peligroso: "¡Ten cuidado de no empezar en
seguida lo que has oído, a no ser que verdaderamente tu seriedad estribe en querer de
veras negarte a ti mismo!" 125.

122
Coincidiendo con ella decía Kierkegaard: "El cristianismo es en el sentido divino el bien supremo; y
por lo mismo es a la par en el sentido humano un bien extremadamente peligroso" (Las Obras del Amor,
I, p. 332). Y no lo decía en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sino en la sociedad luterana
dinamarquesa, convencida de ser cristiana.
123
Detrás de esta omisión de la catequesis es detectable un debilitamiento general de la conciencia
eclesial acerca de estos asuntos. Esa pérdida de advertencia, redunda en un cierto descuido no sólo en el
área de la catequesis, sino en el de la pastoral y, sobre todo, en el de la disciplina eclesial, sacramental y
canónica. La práctica de la disciplina eclesial actual es muy lene, por no decir remisa u omisa, respecto
de los crímenes de apostasía. Los fieles que se van a las sectas son readmitidos con una simple
confesión sacramental, sin condiciones de abjuración pública para un pecado que fue público y con
escándalo e injuria del Señor y de los demás fieles. En esto, la caridad con el penitente, no va
acompañada de la necesaria y discreta caridad con la comunidad creyente. En la apostasía hay un
componente de justicia, en primer lugar con el Señor, públicamente ofendido, y luego con su Cuerpo
Místico. Esa injuria pública exige pública reparación. Las formas actuales de perdón barato merecerían
algún comentario de San Cipriano, y pienso que no precisamente aprobatorio ni elogioso. Cuando es Dios
el ofendido, el perdón no se debe regalar sin satisfacción. Eso sería no sólo justicia sino también
misericordia pastoral, pues ayudaría a crear conciencia entre los fieles. Y esa conciencia sería a la vez
defensiva y difusiva.
124
Hay quien no ve apostasía. Sin embargo, vemos salir legiones de alumnos de nuestros colegios y,
promoción tras promoción, apartarse de la práctica sacramental, de las virtudes teologales y de la vida
cristiana. Vemos a muchos fieles engrosar las filas de las sectas o promiscuar su pertenencia católica con
pertenencias incompatibles, sin mayores remordimientos ni conciencia de pecado. Vemos sacerdotes
abandonar el ministerio y a religiosos ser infieles a sus votos.

125
S. Kierkegaard, Las Obras del Amor, I, p. 330. A este propósito abunda Kierkegaard: "El cristianismo
sólo se puede ensalzar teniendo mucho cuidado de que en cada afirmación quede incesantemente
señalado el peligro que comporta, a saber, cómo lo cristiano es locura y escándalo para la concepción
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Si advertir estas cosas no es tan necesario en regímenes totalitarios
anticristianos, donde al catecúmeno le resulta obvio y archiconocido, lo es ciertamente
en las engañosas situaciones del mundo occidental, al que todavía, de vez en cuando,
aunque hoy con menos frecuencia que en otros tiempos, le da por llamarse cristiano.

Versión Occidental
En la prosecución de los mismos fines, aunque con medios más refinados, la
impiedad occidental, no le fue en zaga a la oriental, la cual no era, al fin y al cabo, sino
una hija suya de carácter más cruento.
A este propósito, hablando en Harvard, A. Soljenitsin describía en estos
términos la artera versión occidental de la censura soviética:
"El Occidente, que no posee censura, opera sin embargo una selección
puntillosa al separar las ideas de moda de las que no lo son: y aún cuando estas
últimas no se apagan por la fuerza de una prohibición, no pueden expresarse
verdaderamente ni en la prensa periódica, ni en el libro, ni por la enseñanza
universitaria. El espíritu de vuestros investigadores es libre jurídicamente, pero está
investido por todas partes por la moda"
Este régimen de censura por silenciamiento y publicidad dirigida, promueve
desde afuera pero en forma que se hace sentir también - ¡y cómo! - dentro de la
Iglesia, mediante los medios e instituciones culturales de los que se vale el
stablishment, la versión occidental de la autoacusación católica.
Así se puso de moda, predominantemente entre los cuadros intelectualizados
del catolicismo, la autocrítica a ultranza, autodenigradora y autodemoledora. La meta
de esta autocrítica es selectiva. No se trata, como en el mundo comunista, de liquidar,
sino de reorientar, "purificando" a la Iglesia de lo que se considera "incompatible con
el mundo de hoy"; o en lenguaje bultmanniano "incompatible con la moderna
Weltanschauung".
Pero en el fondo se trata de lo mismo. En ambos mundos, cada uno con sus
métodos propios, lo que se busca es la "reeducación", o sea una cierta domesticación
de la Iglesia. Se trata sólo de versiones diferentes de un mismo sueño. La versión
occidental del sueño marxista que aspira a las Iglesias católicas nacionales,
domesticadas por el César, es una Iglesia "del mundo", dócil a los poderes políticos
mundiales.
La nueva actitud, complaciente con el César y dura con el Papa, se ha extendido
dentro de la Iglesia. He aquí cómo la ha descrito el Cardenal Ratzinger:
"A este autoanálisis flagelador, practicado por muchos contra la propia Iglesia
católica, se unía una disposición poco menos que angustiosa a aceptar con absoluta
seriedad todo el arsenal de las acusaciones contra la Iglesia, sin excluir una sola. Y esto
significaba, al mismo tiempo, un cuidadoso esfuerzo por no volver a incurrir en nuevas
culpas ante los otros, por aprender de ellos, y hasta donde ello fuere posible, por no
buscar ni ver en ellos sino los aspectos positivos. Esta radicalización de la fundamental
exigencia bíblica de la conversión y del amor al prójimo, desembocó en la inseguridad
de la propia identidad, que se estaba cuestionando por doquier, pero sobre todo, en la
profunda ruptura respecto de la propia historia, cuyas páginas se antojaban

meramente humana (...) Exactamente como Cristo (...) cuando les predecía a sus Apóstoles a su debido
tiempo que serían perseguidos en su nombre y los que los mataran, considerarían que con ello prestaban
un servicio a Dios" (O.c. p. 333.).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
totalmente salpicadas de suciedad, de suerte que se hacía de todo punto impresincible
un comienzo radicalmente nuevo"

Las palabras del Card. Ratzinger, describen una actitud de acedia: una
disposición a dar por malos, indiscriminadamente, todos los bienes propios, y a
declarar bueno todo lo ajeno. Falsa e indiscreta humildad. Si bien la consideración de
los propios defectos ayuda para evitar el engreimiento y dispone a la humildad, el
despreciar los dones de Dios que uno posee, el ignorarlos o negarlos, el avergonzarse
de ellos ante los hombres como si fuesen males, el ocultarlos por evitar ser motejados
de arrogantes...todo eso no es humildad, sino falsa humildad, ingratitud y acedia 126.
A tan deplorable situación llegan algunos creyentes por no tener bien claro que
- como ya lo prevenía Jesús mismo - "no se puede servir a dos señores". No es posible
tener contentos a Dios y al Mundo.
Al cristiano que vive en el mundo occidental hay que desengañarlo con palabras
como las de Kierkegaard: "Cuando en este mundo un hombre se decida a cumplir,
aunque fuera del modo más modesto, el deber de permanecer en deuda de mutua
caridad, tendrá que enfrentarse irremediablemente con la dificultad definitiva y entrar
en combate con la oposición mundana (...) ¡Ah, el mundo piensa muy poco o nada en
Dios! A esto se debe el que no pueda por menos de interpretar al revés toda forma de
vida cuyo pensamiento más esencial y constante sea cabalmente el pensamiento de
Dios" 127.
Leo Moulin, un ateo y agnóstico, insospechable de parcialidad pro católica, dice
en este mismo sentido, con la autoridad que le da su condición de catedrático de
historia: "Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que dice: la obra maestra de la
propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los
católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza,
por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han
conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males
del mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de
lo que ha ocupado vuestro lugar.
"Feministas, homosexuales, tercermundialistas y tercermundistas, pacifistas,
representantes de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier
ralea, científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales,
moralistas laicos: Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo falseadas,
sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya
imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro pasado, habéis acabado por
creerlo, hasta el punto de respaldarlos. En cambio, yo (agnóstico, pero también un
historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis reaccionar en nombre de la
verdad. De hecho, a menudo es cierto. Pero si en algún caso lo es, también es cierto
que, tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente
sobre las tinieblas. Luego, ¿por qué no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros?

126
Quién no recuerda casos de evangelizadores inhibidos de predicar la Verdad revelada por temor de
incurrir en la pretensión de "ser los poseedores de la verdad". Como si fuera mérito propio ser depositario
de la gracia de la Revelación. Ya se ve en qué castración apostólica termina una concepción pelagiana de
cuyo horizonte desaparece la noción de la gracia.
127
Las Obras del Amor, I, p.337
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
¿Acaso han sido mejores los resultados de los que han venido después? ¿Desde qué
púlpitos escucháis contritos ciertos sermones?" 128.

Se ha de observar, por fin, que dado que en el ensañamiento autoflagelador y


en la autoacusación sistemática ante los tribunales del mundo, hay una conducta de
acedia, negadora del bien divino y de sus bienes derivados, el concepto de acedia es
fundamental para encarar la cura pastoral de estas conductas compulsivas de
autodenigración. Y debido a que son inducidas mediante manipulaciones y estímulos
propagandísticos ocultos - se los ha llamado Hidden Persuaders: Persuasores Ocultos -
de los cuales las víctimas no son del todo conscientes, se ha de ser cautos en
pronunciarse precipitadamente sobre el grado de reponsabilidad moral de los que han
sido sometidos a tales lavados de cerebro culturales. Pero no se debe subvalorar el
daño objetivo que infieren y se infieren.

4.13.) Las "Broncas" en la Iglesia


El tema de las compulsiones autoflageladoras, inducidas desde afuera de la
Iglesia por los poderes de este mundo, nos lleva como de la mano a ciertas formas de
acedia intraeclesiales.
Se hace difícil elencar exhaustivamente la variedad de formas en que existe la
acedia de unos fieles contra otros fieles; es decir entre fieles, dentro mismo de la
Iglesia. El mal es tan antiguo como la Iglesia misma. Pero no se lo reconoce ni se lo
diagnostica, en nuestros días, con la misma sagaz clarividencia pastoral de un
Clemente romano : "Dióseos toda gloria y dilatación y vino a cumplirse lo que está
escrito: 'Comió y bebió y se dilató y engordó y recalcitró el amado' (Deuteronomio
32,15). De ahí nacieron emulaciones y envidia, contienda y partidos, persecución y
desorden, guerra y cautividad. Así se levantaron los "sin honor contra los honrados",
los sin gloria contra los gloriosos, los insensatos contra los sensatos, los jóvenes contra
los ancianos. La justicia y la paz huyeron lejos de vosotros, por haber abandonado cada
uno el temor de Dios y dejar que se debilitaran los ojos de la fe en El. Ya no caminábais
según las ordenaciones de sus mandamientos ni llevábais una conducta conforme a
Cristo, sino que cada cual se extravió por las sendas de las pasiones de su corazón
malvado, habiendo concebido dentro de vosotros una acedia injusta e impía." 129.

Tampoco hoy, es oro todo lo que reluce, en lo que alguno, desprevenidamente,


pudiera tomar como corrección fraterna, o como "crítica que viene del amor", o algún
otro, dolosamente, pretendiera hacer pasar por tales. Aún en los casos en que los
fieles se señalan, unos a otros, defectos reales e indiscutibles, hay a menudo, de
contrabando, una secreta alegría de tener algo qué señalar, o una intención
descalificadora en el hecho de buscarlos y señalarlos.
Otras veces, en el corregir al otro, hay un tácito alegato en pro de la propia
justicia. Consciente o inconscientemente se descalifica al otro para calificarse a sí
mismo. Ya sea ante los propios ojos, ya sea, con mayor frecuencia, ante la mirada del
mundo, al que se mira de reojo, esperando su aprobación.

128
Vittorio Messori, Leyendas Negras de la Iglesia, Planeta, Barcelona 19974, p.17-18.
129
Carta a los Corintios 3,1-4

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
El modo de corregir de San Clemente no es éste. En su sabiduría y caridad
pastoral, San Clemente no se coloca a sí mismo fuera de los males que corrige. Por eso
es digno de ser tomado como maestro en su modo de corregir: "Todo esto, carísimos,
os lo escribimos no sólo para amonestaros a vosotros, sino también para recordárnoslo
a nosotros mismos, pues hemos bajado a la arena y tenemos delante el mismo
combate" 130.

¿Dónde están hoy - en cambio - los elogios al ser creyente? ¿Dónde los elogios
al pueblo católico? La misma palabra católico va en camino de convertirse en nombre
que avergüenza.
Se enciende fácilmente dentro, azuzado alegremente desde afuera, con la
misma leña de la autoflagelación, un "todo contra todos" intra eclesial. La
autoacusación no es acusación de sí mismo, sino de los demás católicos. La declaración
de las culpas "propias" es en realidad a veces acusación de culpas ajenas. Se hace
examen repartiendo culpas y golpeando pechos ajenos. Se "evalúa", pero a los demás:
los fieles a sus sacerdotes, los sacerdotes a sus fieles, el obispo a todos y todos al
obispo. Los reproches suben y bajan y se entrecruzan en todas direcciones, sin
respetar ni al Papa. La acusación, la irritación, la burla, la vergüenza, la malquerencia,
la descalificación. Y, si es posible, todo ventilado en público y agitado golosamente por
la Prensa y los Medios.
Lo que decía ya San Pablo a sus Gálatas sigue teniendo hoy particular vigencia:
"Si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!"
(Gálatas 5,15). Cuando se deja de mirar el bien que Dios obra y de gozarse en él, la
acedia abre la puerta a la autocontemplación, a la necesidad de autojustificarse por las
propias obras, a la discusión por el bien a realizar, o por el bien no realizado 131.

El Partido del Mundo


La persecución que viene desde fuera de la Iglesia, siempre agravó las
divisiones intraeclesiales. Así lo enseña la experiencia histórica bimilenaria de la Iglesia.
La persecución, no sólo produjo mártires, también produjo apóstatas. No sólo produjo
solidaridad y consolidación de la comunión, también produjo desentendimientos,
divisiones y partidos. No sólo fue ocasión de que brillara la caridad de unos, fue
también causa del enfriamiento de la caridad de otros. No sólo alimentó fidelidades,
también indujo a traiciones.
Pablo, en sus Cartas Pastorales, escritas cuando ya se había desatado la
persecución por parte del Imperio romano, advierte contra: "La enfermedad de las
disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias,
maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin" (1 Timoteo 6,4-5) "Discusiones
130
1ª Corintios VII,1
131
Vale la pena detenernos a observar la relación que existe entre el olvido de la gracia y la recaída en la
ley, que Pablo le reprocha a los Gálatas, con la proliferación de la discordia, conflictos y divisiones entre
ellos. Donde se atiende a la gracia, la mirada de todos está dirigida a Dios, y a lo que Dios hace con
nosotros. Donde se atiende a lo que hemos de hacer los hombres, comienzan las discusiones. La
primacía de la gracia asegura la concordia. Cuando el primado lo tiene la justificación que viene de
nuestras obras, nos dividimos por el juicio sobre las mismas. La obediencia de todos al proyecto y plan de
Dios, une. Los planes y proyectos humanos, aún bienintencionados, aún tan santos como la ley misma,
dividen.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
necias y estúpidas que engendran altercados" (2 Timoteo 2,23; ver Tito 3,9-11). Por lo
visto, la persecución no suscitaba en todos la solidaridad y la cohesión, sino todo lo
contrario en muchos.
Las discusiones producen, pues, según lo muestra tanto la historia como la
experiencia, división y partidos. Y como consecuencia de la fragmentación de la
comunidad, se disgrega la asamblea. La Carta a los Hebreos atestigua el abandono de
la asamblea (Hebreos 10,25), en un contexto de persecución, apostasías y divisiones 132.
Y la experiencia contemporánea del catolicismo, en países comunistas como Polonia o
China, ilustra y confirma, con ejemplos de historia reciente, las enseñanzas de la
historia antigua.

La deserción de las asambleas litúrgicas es otro síntoma del mismo mal. Y


puede iluminarnos para comprender mejor las causas del ausentismo dominical: el
enfriamiento de la caridad; la pérdida del gozo de estar juntos. Es que en tiempos de
persecución parece prudente tomar distancia de los perseguidos.
A nadie le gusta la hostilidad del mundo ni la persecución. La irritación del
mundo contra los fieles termina causando irritación entre los fieles. Algunos,
queriendo evitarla, piensan equivocadamente que podrán bienquistarse al mundo
dándole razón y cediendo a los pretextos de los críticos y de los perseguidores. Surge
así un "partido del mundo", que aspira a la asimilación, y a través del cual la
persecución se introyecta en la comunidad misma, con formas intraeclesiales de
mundanidad mental, con diversidad de criterios y con críticas a los demás. Críticas que
defienden puntos de vista mundanos con razones cristianas. Por eso, esta tentación
del mundo internalizado, y defendido con etiquetas y argumentaciones "cristianas", es
singularmente pérfida y engañosa.
Almas bienintencionadas, al ver que el mundo se escandaliza de la fe y de la
vida creyente, sueñan con quitar el escándalo. Y se irritan contra lo que les parece
rigidez en los que se apegan a sus fidelidades, como causantes de la persecución. Sin
embargo el escándalo es inherente a la situación del cristiano en el mundo 133.

Romano Guardini ha captado y descrito, como vimos antes, en su libro El Ocaso


de la Edad Moderna, el mecanismo mundano - pero internalizado por el "catolicismo
crítico" - de oponerse al catolicismo en nombre de alguno de los propios valores
cristianos. Jugar el cristianismo contra el catolicismo, contra la Iglesia. Oponer la parte
al todo. La razón a la realidad. Mecanismo descalificador que nos hace recordar al que
impugnaba la misericordia en nombre de la misericordia.

132
Léase Hebreos 10,23-39.
133
"Cuando el cristianismo vino al mundo no necesitaba - y sin embargo lo hizo - subrayar que él
entrañaba un escándalo, pues esto lo vio sin ninguna dificultad aquel mundo escandalizado. En cambio
ahora que el mundo se ha hecho cristiano, ahora, sobre todo, es necesario que el mismo cristianismo
haga hincapié en el escándalo. Ahora que el cristianismo caído se ha desposado con la razón humana,
ahora que el cristianismo y la razón se tutean, ahora, sobre todo, es necesario que el mismo cristianismo
haga hincapié en el escándalo que representa (...) ¡Ay de aquél que se sintió capaz de comprender el
misterio de la Redención, sin notar para nada la posibilidad del escándalo! (...) ¡Ay de todos estos
mayordomos infieles que se sientan a escribir pruebas falsas y pretenden ganarse así amigos para el
cristianismo y para ellos mismos, precisamente tachando del cristianismo la posibilidad del escándalo y
suscribiendo en su nombre insensateces sin cuento! ¡Oh erudición tristemente desperdiciada!" (S.
Kierkegaard, Las Obras del Amor, I, pp. 333,334,335).
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
En este contexto surgen las discusiones nocivas a que alude San Pablo y de las
que tenemos huellas en la restante literatura cristiana primitiva. Qué hacer, hasta
dónde ceder, si readmitir o no a los lapsi (los que habían apostatado en la prueba),
bajo qué condiciones. El tratado de San Cipriano sobre la Persecución es un ejemplo de
esta situación de perplejidad eclesial, en el que la persecución proyecta sombras de
irritación dentro de la Iglesia y acusaciones mutuas de rigorismo o laxismo.

4.14.) Permanecer en el Amor Fraterno


Vergüenza por el Propio Pueblo
Las persecuciones del mundo, las burlas y menosprecios, consiguen que
algunos creyentes se avergüencen del pueblo católico al que pertenecen. Se enfría así
el gozo que la caridad encuentra en los hermanos por la misma fe - alegría que canta el
salmista: "Ved qué paz y qué alegría convivir los hermanos unidos" (Salmo 132,1) - y
sobreviene la acedia.
Es algo feo, como avergonzarse de los propios padres. Suele suceder que la fe
que se recibió en un ambiente humilde, o de personas muy humildes, ya no prestigia
más al promovido intelectual, social y económicamente.
Desde la altura a la que lo catapulta su nueva autoestima mundana, se
avergüenza y reniega de los pobres de Yahvé de los que recibió la fe, así como también
de esa misma fe, que él identifica con su abyección. Se avergüenza de la tía María que
le enseñó a persignarse, le explicó el crucifijo y le anunció, cuando era niño, las
creencias que ahora esconde en el desván.
Dado que esos humildes son fieles - y son capaces de permanecer fieles
precisamente porque son humildes - son conservadores. Fastidiosamente
conservadores. Se empeñan, aferrados a sus fidelidades, en conservar cosas que
resultan anticuadas e irritantes a los ojos del mundo del progreso. Cosas que los
promovidos piensan que hay que olvidar.
Tratan pues, a veces, de aggiornar, reeducar y promover a los fieles humildes.
O, en el mejor de los casos, los explican y justifican como una variante popular de lo
católico: catolicismo o religiosidad popular.
Ríos de tinta "culta" han corrido para tratar de hacer potable y permitir tragar
la oblea de lo que se dio en llamar con esos nombres para defenderlo de quienes
simple y llanamente querían liquidar el fenómeno. En ese sentido hay que reconocer
mérito notorio a los que defendieron desde la teología pastoral, al pueblo creyente de
los santuarios, el agua bendita, las velas, las imágenes y los sacramentales. Porque
donde no existió esa defensa o bien fue débil, la acedia secularista arrasó sin piedad
con todo o casi todo.
En realidad, lo que se ha dado en llamar religiosidad popular o catolicismo
popular, no es una forma inferior de catolicismo, sino que es el catolicismo verdadero,
tal como lo ha conservado y lo vive el pueblo de Dios que es la Iglesia. Y, por el
contrario: lo que sí es una subespecie degradada, o una forma algo sincrética de
catolicismo, es esa que podría llamarse religiosidad intelectual.
Es esa una forma de catolicismo que, si se analiza atentamente, reedita hoy
fenómenos teñidos de gnosticismo, maniqueísmo, racionalismo, jansenismo y otros
prejuicios anticatólicos, de origen protestante e ilustrado. Una forma de catolicismo en
la que se han desdibujado, diluído y perdido, rasgos específicamente católicos, que sí
se conservan precisamente entre el humilde pueblo fiel.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
El catolicismo intelectualizado es de tendencia iconoclasta, racionalista,
enemigo de signos, símbolos y sacramentales, puritano y enemigo del gozo popular.
Tiene tintes maniqueos, por su menosprecio de lo sensible, lo corpóreo y lo material,
cuando se trata de fe; ya que fuera del ámbito religioso no opone mayores objeciones
contra cuerpo, sentidos, dinero y materia.
Abundan en su actitud, en su pensamiento y expresiones, lo que San Ignacio de
Loyola llamaría "razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias", con las que hielan, en
el corazón del pueblo fiel, la alegría y el gozo que viene de Dios.
Creo que lo que sigue ayudará a comprender hasta qué punto se equivocan en
su mirada sobre el pueblo creyente.

¿Pueblo Supersticioso o Pueblo Sacerdotal?


El pueblo fiel acude a sus santuarios a pedir bautismo para sus hijos tanto como
trabajo, pan, salud, ayuda en situaciones económicas y afectivas, laborales y familiares.
Todo, en fin, lo que toca a sus vidas humanas. Viven todo esto religiosamente y
creyentemente. Ellos no han tenido que esperar ni al Concilio Vaticano II, ni a la
Christifideles Laici, para hacer lo que Dios les manda y la Iglesia les enseña: "consagrar
las realidades temporales". En eso de tomar amorosa, religiosa y obedientemente la
tierra, el trabajo, la mujer y los hijos, son como Abraham.
Sin embargo ¿quién no ha escuchado la acusación de que la suya es una
religiosidad interesada, materialista, comercial, mágica, mezclada de supersticiones e
impurezas? Y curiosamente, en boca de quienes, por otro lado reclaman la promoción
del laicado y reivindican para él la vocación de consagrar las realidades temporales.
Quizás este doble discurso se explique porque, desconformes con el laicado que hay,
aspiran a otro que se sueñan a su imagen y semejanza.
Concediendo que haya impurezas en esta religiosidad de los pobres, no serán
ciertamente de origen filosófico, ni ilustrado, ni -menos que menos - maniqueas.
Por el contrario, en los altivos y despectivos reproches que se les hacen, sí que
hay regustos de herejías: maniqueo-cátara (="la materia es mala"); o luterana (="la
naturaleza humana está totalmente corrompida"); o de un espiritualismo
desencarnado, muy del gusto de la aristrocracia jansenista (="pureza de ángeles y
soberbia de demonios"). En fin, sabores todo menos que católicos.
En el airón altivo y la razón aparente, en el dedo acusador contra la plebs
sancta, se traiciona un mismo aire de familia con Aquél que "acusa a nuestros
hermanos delante de Dios día y noche" (Apocalipsis 12,10). El mismo aire familiar que
tiene la antes citada especie de los que fustigan a "esos que van a Misa", como si
cualquiera fuera mejor que ellos por el solo hecho de no ir. El mismo aire de los que se
tienen o se dan a sí mismos por la aristocracia moral autojustificada, y se apartan, para
no mancharse, de una comunión con gentes condenables y de nefasta reputación.
Estos críticos practican, sin advertirlo, una curiosa forma de autoexcomunión
por motivos de virtud. Son ellos mismos quienes se apartan de la comunión y
pertenencia: "Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros, si hubieran
sido de los nuestros habrían permanecido entre nosotros" (1 Juan 2,19). "Pues este es
el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como
Caín que, siendo del Maligno, mató a su hermano...todo el que aborrece a su hermano
es un asesino" (1 Juan 3,11-12.15)

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
Prohibidísimo pues, enajenar acediosamente el corazón contra la plebs sancta y
aborrecer a los hermanos en la fe. Pues de ellos habla Juan.
Después han venido los interesados en sacar patente de corso contra los
hermanos en la fe, y han embrollado la palabra "hermano" entendiéndola - como
hemos visto - en brumoso sentido filantrópico. Pero en esto: "apartan sus oídos de la
verdad" (2 Timoteo 4,4).

"Con Aspecto de Piedad, Niegan su Eficacia"


En la historia de la Iglesia, los que menospreciaron a los fieles "del común", en
nombre de una fe mejor y más ilustrada, se llamaron a sí mismos gnósticos. Diríamos
hoy: ilustrados, instruidos, poseedores del conocimiento y la ciencia de Dios.
San Pablo arroja sobre ellos acusaciones graves, afirmando que se mueven por
motivos de codicia, que son fautores de desastres en muchas familias, y que van
halagando las pasiones de mujerzuelas. Cualidades nada recomendables para
reconocerles liderazgo ni magisterio moral o religioso. Pablo pone en guardia a
Timoteo contra ellos diciendo: "siendo más amantes de los placeres que de Dios,
tendrán la apariencia de la piedad, pero desmentirán su eficacia" (2 Timoteo 3,5).
He aquí, en dos pinceladas, un retrato espiritual que es una radiografía. Estos
hombres no aman el gozo de la caridad, el gozo de Dios: son más amantes de los
placeres que de Dios. Su piedad, por lo tanto, es fachada. Es sólo apariencia hipócrita,
que conviene a sus fines terrenos. Pero de hecho se oponen a los efectos de la
verdadera piedad, los descalifican, los desdicen y hacen con ellos todo lo que la acedia
les dicta. Porque son, como lo muestra la radiografía paulina, acediosos disfrazados de
devoción, capaces de sorprender la buena fe de Timoteo.
La pintura corresponde a los gnósticos. Gente a quienes sus conocimientos -
reales o fingidos - y su labia en temas religiosos, les da apariencia de devoción y de
entendidos en las cosas de Dios. Pero ellos llevan el agua espiritual a su molino. El
perfil espiritual del gnóstico es el del "mago" Simón, personaje arquetípico que dio
nombre al pecado de simonía (Hechos 8,9-24). Ellos buscan sus intereses y no los de
Cristo (Filipenses 2,21). Ananías y Safira, a su manera, inauguran un abuso del mismo
estilo, queriendo traer a Dios a sus fines (Hechos 5,1-11). Y esta actitud espiritual es la
misma que Jesús reprobaba en los escribas, quienes recababan honores y ganancia de
su saber religioso (Marcos 12,38-40).
Los gnósticos se gloriaban de su ciencia. Pero la suya era una ciencia sin
caridad, conocimiento sin amor. En su ejemplo brilla el mecanismo de la acedia:
menosprecian a los simples fieles, a quienes consideran ignorantes. Son ciegos para la
fidelidad y la caridad que hay en ellos sin tanto alarde de teologías. Gnosis es acedia,
es ciencia que extingue el gozo de la caridad. Al estilo de las razones de Judas.
Conocimiento sin amor es el fenómeno demoníaco por excelencia. En el
Evangelio, los demonios son los primeros en reconocer y proclamar a gritos que Jesús
es el Hijo de Dios. Pero eso no los alegra, sino que los entristece y los hace temblar
(Marcos 1,23; 3,11; 5,7; Santiago 2,19).

4.15.) La Corrosión del Lenguaje Creyente


Es un hecho en que se repara poco, pero al que bien vale la pena atender, para
comprender sus causas, entenderlo y ubicarlo. ¿Por qué las palabras más hermosas y
dignas del lenguaje creyente, precisamente las que designan las realidades más bellas

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
y santas relativas al amor a Dios y al prójimo, es decir a la Caridad, están como
manchadas y profanadas?
Beato y beatitud, devoción y devoto, fervor, gozo, caridad, limosna,
misericordia, virtud, tradición, católico...

Beato. Devoto.
Las palabras beato y devoto, por una asociación despectiva y descalificadora:
"viejas beatas, viejas devotas", se usa justamente para denigrar a un grupo humano
digno de todo honor, entre otros motivos porque brilla en él el don y la gracia de la
perseverancia en la fe (CIC 162), y de la fidelidad a través de las pruebas de toda una
vida. Y como si eso fuera poco, tienen con frecuencia el carisma de la oración, el
espíritu de intercesión, el don de piedad, la virtud de la religión.
¿Dónde está el motivo para despreciar esos dones y obras de Dios en sus fieles
humildes? ¿Qué importancia tienen estos pequeños, estos pobres de Yavé, para que
merezcan ser tenidos en cuenta para descalificarlos cuando sería suficiente ignorarlos?
¿Qué motivo sino la acedia puede trastocar así en motivo de desprecio lo que debería
ser motivo de aprecio? ¿Qué crimen tan grave puede hallarse en estas almas, para
descalificar tan grandes dones del Señor? ¿O por qué la falsedad de algunas, puede dar
motivo a descalificar a tantas? Por acedia.
La acedia se impone al gozo de la caridad, y hace prevalecer la calumnia y el
desdoro sobre esta categoría del pueblo fiel.
Hay que advertir, entender y cortar este abuso del lenguaje, con firmeza y justa
indignación.

Fervor, Gozo, Virtud


También se da entre los fieles, y aunque parezca absurdo especialmente entre
los religiosos, el desprestigio del fervor, del gozo y de la virtud. El desprestigio tanto de
las palabras como de las realidades que ellas nombran. Porque el desprestigio de las
palabras proviene del desprecio de las realidades, y no viceversa. Es la mente la que
mancha el lenguaje; la acedia la que lo corroe y aherrumbra. Es necesario vigilar y
rechazar el uso de las palabras en su falsa y viciosa acepción: virtud por gazmoñería o
tontería. Hay que rechazar su desviación irónica.
Las palabras santas y nobles, empiezan a usarse en sentido perverso,
significándolo con un sonsonete, y así comienza el proceso de su corrupción. Y lo que
inicia la acedia malévola, continúa usándolo el desprevenido. Hay, en esto, descuidos
culpables. Debemos sabernos y ser, reponsables del uso del idioma. Porque el uso del
lenguaje no es neutro sino eficaz. En su uso se realiza la virtud de la veracidad. Y esta
virtud aborrece denigrar con los términos propios de la alabanza.
Aunque la perversión de las palabras provenga de la perversión de los juicios,
es verdad que una vez pervertidas las palabras, ellas arrastran y llevan detrás de sí,
sembrándola, la perversión de la opinión y del juicio. Y de la perversión del juicio es de
donde manan, como de mala fuente, todas las injusticias.

Caridad
La palabra Caridad es otra de las víctimas ilustres. Su corrupción tiene su raíz en
el rechazo acedioso de la Caridad. La acedia se entristece por el orden de la Caridad,
que es el recto orden o jerarquía de los amores, y lo rechaza.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
La Caridad es "Amor a Dios sobre todas las cosas y de las creaturas por amor a
Dios" (CIC 2093).
La acedia propone, por el contrario, que es mejor amar al otro por sí mismo
que amarlo por Dios. Y el acedioso quiere ser amado por sí mismo, no por amor a Dios.
Se impugna la Caridad como un amor indirecto, de segunda. Esta impugnación reposa
sobre un gran error o sobre una gran distracción, y en todo caso sobre una gran
ignorancia de la Verdad sobre el amor.
Lo que se presenta como una defensa del derecho a ser amado por uno mismo,
sin relación a su Creador o Salvador, es, en realidad, desentenderse del orden de la
Creación y de la Redención, y por ese camino, desentenderse de un hecho de fe: que el
Amor de Dios es fuente y garantía de todos los amores, y que, por serlo los
fundamenta, los posibilita y los rige.
La Caridad es el amor a la creatura, más fiel a lo que ella es; es el amor más
veraz y fiel a su verdad. Porque la creatura es relación a su Creador y Salvador. Ignorar
esa relación es ignorar su verdad. La creatura viene de Dios, va a Dios, ha sido
comprada y rescatada por la sangre de Cristo. ¿Quién puede pensar que la ama
respetando su verdad, si aspira a la vez a ignorar sus relaciones constitutivas con su
Creador y Salvador? El que rechaza esas relaciones como motivos de amor, no sólo se
pone al margen de la caridad, sino que está ya al margen de la fe; no sólo está lejos del
buen amor, sino lejos de la verdad.
Pretender amar a los demás por sí mismos, sin tener en cuenta su verdad de
creatura redimida, no sólo no es amarlos mejor, sino es, en realidad, odiar lo que son y
rechazar su auténtico bien, que es su relación con Dios.

Ya hemos visto que el descrédito y el menosprecio de la Caridad tiene sus raíces


culturales. Nos hemos ocupado del combate histórico entre la Caridad y la Filantropía
(Véase 4.4.). Se quiso oponer a la Caridad la Filantropía, como amor del Hombre al
Hombre por sí mismo, sin referencia a su relación con Dios, ignorada o negada en
forma más o menos explícita. Pero si amar es querer el bien de alguien: ¿cómo se
puede pretender que se lo ama si uno se desentiende de su mayor bien que es Dios?
La respuesta a esta pregunta pondrá de manifiesto hasta qué punto la
oposición a la Caridad en nombre de la Filantropía provino de la acedia, que considera
malo al bien de la creatura. El culto de la Filantropía reposa sobre el fundamento de la
negación de Dios como bien del Hombre.
El enturbiamiento y el desprestigio de la palabra Caridad tiene su origen
histórico en esas impugnaciones.

Limosna
Una degeneración semejante ha sufrido el uso de la palabra limosna. Hoy es
sinónimo de "dádiva humillante". Pero sólo puede llegar a entenderse así esta
hermosa palabra, si antes se ha malentendido y malpracticado la hermosa realidad que
ella designa según la tradición.
Limosna, del griego eleemosyne, quiere decir "misericordia". Eleemosyne es la
palabra griega con que los Setenta, tradujeron el término hebreo Tsedakáh, que quiere

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
decir justicia. En hebreo no andan lejos los conceptos de justicia y misericordia, como
que son atributos divinos.
La limosna cristiana, como misericordia, es fruto de la Caridad. La doctrina
tradicional enumera tres frutos de la Caridad: paz, gozo y misericordia. Mal puede dar
humillando el que ama y se apiada.
Pero además, en la misericordia se realiza la plenitud de la justicia, porque en
ella da lo que no es debido quien no lo debe, no ya por obligación, sino por liberalidad
amorosa y caritativa. En la caridad se realiza la plenitud de lo debido, como dice Pablo:
"con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Romanos 13,8).
La limosna es, pues, sinónimo de misericordia y por lo tanto abarca el mismo
amplio espectro de obras que la misericordia: espirituales y corporales. Un amplio
espectro de formas de salir al encuentro de las necesidades del prójimo para
auxiliarlo. La Caridad es la que aproxima, aprojima, hace prójimos a los que, si no fuera
por consideración al amor que Dios les tiene, no nos sentiríamos ni obligados, ni
movidos a compadecer ni socorrer.
Hay tantas formas de limosna o misericordia como hay necesidades humanas
que socorrer. El Catecismo de la Iglesia Católica enumera: Instruir, aconsejar, consolar,
confortar, perdonar, sufrir con paciencia, dar de comer, dar techo, vestir al desnudo,
visitar a los enfermos y presos, enterrar a los muertos (CIC 2447). En la lista tradicional,
tal como se encuentra en la Summa de Santo Tomás, se enumeran las corporales: dar
de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al
peregrino, visitar al enfermo, redimir al cautivo y enterrar a los muertos; y las
espirituales: enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, consolar al triste,
corregir al equivocado, perdonar las injurias, sufrir pacientemente las adversidades y
orar por todos 134.
La eleemosyne o limosna es, pues, más que una determinada obra, una actitud
del corazón ante el prójimo, que no es ciega ni insensible, sino que ve su necesidad y
trata de ponerle remedio. Es la perfección de la justicia cristiana, como lo enseña
Jesucristo: "Bienaventurados los misericordiosos" (Mateo 5,7), poniendo como
ejemplo la conducta misericordiosa del Padre (Lucas 6,36). Y como lo enseña también
Juan Pablo II en su Encíclica Dives in Misericordia (=Rico en Misericordia). Se trata nada
menos que de la justicia cristiana en cuanto debe exceder a la de los escribas y de los
paganos (Mateo 5,20.46-47), incluyendo el amor a los enemigos.
La devaluación de esta palabra toca por lo tanto al corazón mismo del ser
cristiano y priva al lenguaje creyente de un vocablo esencial para expresarse a sí
mismo en lo que tiene de más propio y diferencial. ¿Cómo no deplorar esta obra de la
acedia que desacredita las virtudes teologales y las hace despreciables y por fin
odiosas?
Hay que reconocer que no habría corrupción del lenguaje cristiano si no
hubiera corrupción de la vida cristiana. La corrupción del lenguaje es consecuencia del
pecado. Ese es un hecho evidente. No es tan sabido en cambio el rol que desempeña la
acedia en ese deterioro de los instrumentos de expresión.

Católico, catolicismo
Los términos 'católico, catolicismo, Iglesia católica' tienden cada vez más a
evitarse y a ser reemplazadas por 'cristiano' y otras formas más o menos
134
Summa Theol. II-IIae, Q.32, Art.2
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
circunlocutorias, aún dentro de la Iglesia católica y por parte de sus líderes. Para la
ideología liberal, según la cual todas las religiones son iguales y con mayor razón son
iguales todas las iglesias cristianas, la sustitución de 'católico' por 'cristiano', fija, en el
uso del idioma, la tesis de la indiferencia religiosa, y contribuye a difuminar lo propio y
diferencialmente católico. Lo específico católico se reduce por subsumción en lo
genérico cristiano. Y si esto se diluye todavía en lo 'occidental-cristiano', la muerte o
desaparición lingüística se ha consumado. Pero a esta tendencia lingüística más propia
de las mentalidades y hábitos mentales liberales, se suma otra, más propia de la
vertiente ideológica de izquierda. Esta, preferencia reservar el uso de los términos
católico-a, catolicismo, Iglesia católica, para los caso en que se señalan los 'abusos
católicos' y todas las leyendas negras de la historia de la Iglesia, como precisamente
opuestos a los principios y la conducta cristiana. Por este camino, la palabra 'católico-a'
terminará por irse cargando, en un futuro, como ha ido sucediendo con otros
términos, de connotaciones negativas. El liberalismo practicó sobre todo durante el
siglo pasado, la sustitución de sentido de lo 'católico' por lo reaccionario, oscurantista,
opuesto a la ciencia y al progreso. Y hoy, los autores 'postmodernos' vuelven a hacerlo.
El desprestigio de este grupo de palabras tiene serias consecuencias para el
sentido de identidad de los católicos, porque son los términos que designan
directamente su identidad, su ser diferencial.
Hemos dado una serie de ejemplos, pero uno puede preguntarse: ¿qué palabra
hay que no haya sido manchada en el vocabulario de la comunidad creyente? O, como
deploraba el Concilio Vaticano I ya en el siglo pasado ¿qué nombre de los venerables
misterios de nuestra fe no es profanado con sentidos ajenos y aún contrarios al
propio?
Resulta que tenemos un lenguaje pero que no podemos usarlo libremente,
porque se ha desdorado y manchado tanto, que a menudo nos autocensuramos,
apelamos a circunloquios, echamos mano de términos del lenguaje común ( decimos
amor en vez de Caridad, por ejemplo), o tenemos que volver a explicar una y otra vez
el sentido y la definición correcta de cada término.

Afortunadamente, no faltan nunca en la Iglesia los modelos y ejemplos vivos,


que basta señalar, para remitir a las acepciones vivientes del lenguaje de la fe. Porque
así como la corrupción del lenguaje cristiano es efecto del pecado, su purificación es
obra de la santidad, que nunca falta en la Iglesia. Y el remedio al mal que aquí nos ha
ocupado, no es tanto una tarea escolar o académica, ni siquiera doctrinal y
catequística, cuanto un asunto de santidad.

4.16.) La Corrosión de los Signos


El lenguaje creyente no consta solamente de palabras, sino también de signos,
símbolos, imágenes, acciones simbólicas o ritos, mediante los cuales los fieles se
expresan ante Dios y se comunican entre sí.
La fe, la esperanza y la caridad hacia Dios, se expresan exteriormente en mil
formas de adoración, de alabanza y de acción de gracias. Es lógico que la acedia se
entristezca también con ese tipo de exteriorizaciones del gozo de la Caridad,

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
tradicionales en la Iglesia católica. Y en efecto ha sucedido así a lo largo de la historia
de la Iglesia.

La Reforma Protestante recapituló en gran parte lo que se había impugnado


tantas veces a lo largo de siglos. San Ignacio de Loyola elenca, en sus Reglas para
Sentir con la Iglesia 135, los bienes impugnados, saliendo al paso de una dolencia ácida
que ganaba en su época dimensiones sociales, culturales y políticas.
En sus reglas, San Ignacio aconseja alabar las prácticas sacramentales, cultuales,
rituales y devocionales del pueblo fiel católico. Son de alabar la confesión y comunión
frecuentes, el oir misa a menudo, los cantos, salmos y largas oraciones en los templos
y fuera de ellos, los rezos, cantos del Oficio Divino, la vida consagrada en religión con
votos de obediencia, castidad y pobreza, la veneración de reliquias de santos y el
invocarlos como intercesores, visitas y estaciones de iglesias, peregrinaciones,
indulgencias, candelas encendidas, ayunos y abstinencias, penitencias interiores y
exteriores, ornamentos y edificios de iglesias, imágenes de santos y del Señor,
preceptos de la Iglesia, etcétera.
Lo que la Reforma impugnó primero desde dentro y luego desde afuera, lo
internalizaron más tarde de nuevo las tendencias jansenistas en la Iglesia, continuando
sus impugnaciones desde adentro. De ahí que la lista de San Ignacio no haya perdido
significación con el paso del tiempo, porque las mismas cosas siguen siendo
impugnadas hoy, y sigue siendo hoy bueno el alabarlas.

También hoy es conveniente y aconsejable alabar imágenes en los templos;


reclinatorios para que puedan arrodillarse los fieles por devoción; agua bendita en las
pilas en los templos y en casa de los fieles; alabar el ornato de los templos, el cultivo
del sentido de lo sagrado y de su expresión incluso física; el respeto del silencio dentro
de los templos; alabar hábitos religiosos y veste clerical, velo de las religiosas y
mantillas o velos de las mujeres dentro del templo; alabar música, cantos e
instrumentos sagrados; alabar venerables tradiciones y memoria de los que nos
precedieron en la fe, como son monumentos, placas conmemorativas, aniversarios
recordatorios, conservación de sus escritos y documentos, que expresan la caridad con
los que fueron y gratitud al Señor por ellos. Alabar en fin todo aquello en lo que se
goza la Caridad.

135
Ejercicios Espirituales 352-370
Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología espiritual y
pastoral
5.) LA ACEDIA EN LA VIDA CONSAGRADA
Conviene tratar aparte de cómo se presenta la acedia en la vida monacal y
religiosa. Dado que allí se busca la perfección de la Caridad, la tentación de acedia
puede agudizarse, exasperarse y revestir formas paroxísticas específicas. Numerosos
maestros espirituales nos han dejado descripciones tanto de la tentación como del mal
de acedia en la vida consagrada, así como enseñanzas y doctrina acerca de los modos
de lucha y los remedios.

5.1.) La Tentación de Acedia Ataca al Monje


Veamos aquí algo de lo que nos dicen sobre la acedia los Padres del monacato.
Casiano, Evagrio Póntico y otros Padres del desierto, ponen la acedia en relación con
ciertas horas del día. Esto se explica teniendo en cuenta los efectos físicos de los
ayunos monacales y del clima del desierto, el consiguiente debilitamiento físico, la
languidez, que predispone a la tristeza o a la irritabilidad contra la vida monástica. "Por
eso - explica Santo Tomás - los que ayunan hasta el mediodía, cuando comienzan a
sentirse faltos de alimentos y afectados por el calor del sol, son atacados más
vivamente por la acedia"136

Casiano observa que: "principalmente hacia la hora sexta - la hora de la siesta -


la acedia tienta al monje, acometiéndolo en tiempo marcado, como la fiebre palúdica,
produciendo en su alma paciente los accesos más agudos a horas fijas y determinadas"
137
. El mismo Casiano considera que: "los eremitas y monjes solitarios son más
combatidos por la acedia, y que es un enemigo más tenaz y frecuente de los que viven
en el desierto" 138. Y en otro lugar, describe a la acedia como "ansiedad de corazón o
tedio" 139. Es ésta una denominación interesante y a tener en cuenta, porque nos
permite comprender cuánto hay de acedia en lo que llamamos aburrimiento, ya sea
dentro como fuera de la vida religiosa.

Casiano considera - por último -que una causa de la acedia es la falta de aprecio
por los bienes recibidos de Dios, lo cual, además de ser una ingratitud, es causa de
envidia y acedia. Es necesario apreciar los bienes de Dios en los demás, pero no menos
los que uno mismo ha recibido. Negarlos o ignorarlos es falsa humildad y raíz de tantos
males del espíritu. La ingratitud - que como se recordará es uno de los pecados contra
la Caridad que enumera el Catecismo de la Iglesia Católica, y es una de las formas o de
las consecuencias de la acedia - quita la alabanza a Dios, la alegría al alma y por fin la
salud al cuerpo.

5.2.) Tristeza por el Bien Divino


San Gregorio considera la acedia como tristeza 140. La distingue de otras formas de
tristeza, y entre ellas, de la envidia 141. Distinción que es un gran avance en la sabiduría

136
Summa Theol. Q.35 Art.1 ad 2m
137
De Institutione Monastica X,1
138
De Inst. Coenobiorum X,1
139
O.c. X,1
140
Más que como pereza. Véase lo dicho en nota 5

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
espiritual y pastoral de nuestra tradición y que será provechoso recuperar.
San Gregorio enseña que la malicia de la acedia le viene de ser "tristeza por el
bien de Dios y por los bienes espirituales que están relacionados con el bien que es
Dios" 142.
A este trastocamiento que lleva a entristecerse por el bien divino, subyace una
perversión de la percepción y del juicio creyente, una aprehensión de lo bueno como
malo y de lo malo como bueno 143.

5.3.) Cuadro Clínico de la Acedia Monástica


Veamos la descripción de la acedia que hace Evagrio Póntico al describir los
"Ocho Pensamientos":
"El demonio de la acedia, al que también se le llama demonio del mediodía o
demonio meridiano, es el más pesado y duro de sobrellevar de todos (es decir de los
pecados capitales o pensamientos que atacan al monje y de los que viene hablando).
Ataca desde dos horas antes del mediodía y asalta al alma hasta dos horas después del
mediodía.
Primero produce la sensación de que el sol se hubiese detenido o avanzase muy
lentamente y de que el día tuviese cincuenta horas (¡el tiempo no pasa nunca!).
Luego lo obliga a andar asomándose por las ventanas, lo empuja fuera de su
cuarto para observar la posición del sol, para ver si falta mucho para la hora de nona (o
sea tres horas después del mediodía, hora de comer en los monasterios de entonces
en la región); o para ver si no anda por ahí alguno con quien conversar (y pasar el
tiempo encontrando algún consuelo y distracción con las creaturas, que alivie el vacío
interior y la ansiedad, el tedio o aburrimiento).
Además le inspira una viva aversión hacia el lugar donde está (el monasterio);
por su estado de vida; por el trabajo (su oficio y cargo en el monasterio). Le inspira la
idea de que la caridad ha desaparecido (Dios y su amor se han desvanecido; ninguno
me quiere); que no hay nadie que lo pueda consolar (aislamiento interior, dificultad de
comunicación, falta de esperanza de poder salir de la desolación que disuade de
comunicarla al Padre espiritual o al Abad).
Si por casualidad ha sucedido en esos días que alguien lo haya entristecido, el
demonio se vale de eso para aumentar su aversión. Le hace desear estar en otro lugar
(en el mundo, o en otro monasterio, en cualquier lado menos aquí), donde se imagina
ilusoriamente que podrá encontrar (allí sí) con más facilidad lo que aquí necesita y no
encuentra (por ejemplo la devoción, el fervor y el consuelo divinos); donde podrá
tener un oficio menos penoso, más entretenido o más provechoso. Razona que servir a
Dios no es cuestión de lugar, porque está escrito que a Dios se le puede servir en todas
partes (Ver Juan 4,21-26); pero no piensa ¿por qué entonces no aquí?

Se añade a esto el recuerdo de sus parientes y de su vida anterior; le hace


imaginar lo larga que será su vida (¡si un día tarda tanto en pasar!), poniéndole por
delante de los ojos las fatigas de la vida ascética. Mueve, como quien dice, todos los
142
Morales XXXI,17
143
A este propósito enseña Diadoco de Foticea: "El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error
el bien del mal. Cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce el alma hacia Dios,
sol de justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en
adelante, va ya segura en pos de la Caridad" Sobre la Perfección Espiritual c.6. (PG 65,1169). Véase
también lo dicho antes en 2.9

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
resortes para que abandone la lucha ascética (abandone su vocación) 144. La descripción
de Casiano coincide con la de Evagrio 145

Este demonio no es seguido por otro, como pasa con los demás. Después de
esta lucha, suceden, en el alma que vence, un estado de paz y una alegría inefables".
Buen consejo final, que mueve a esperanza al así tentado 146. ¿Pero qué sucede si el
monje no soporta tan duro embate? ¿Qué pasa cuando la ola de la tentación da con
una voluntad endeble, en vez de dar contra una decisión dura como una roca?
San Isidoro de Sevilla se ocupa de la tibieza de los monjes en estos términos
que pintan el deterioro de una voluntad revenida: "Quienes no practican la profesión
monástica con intención inflexible, cuanto con más flojedad se dirigen a conseguir el
amor sobrenatural, tanto con mayor propensión se inclinan nuevamente al amor
mundano. Porque la profesión que no es perfecta, vuelve a los deseos de la vida
presente, en los cuales, por más que de hecho no se vea atado el monje, pero ya se ata
con amor de pensamiento. Porque el ánimo que considera dulce a esta vida, está lejos
de Dios. Y alguien así no sabe qué es lo que debe apetecer de los bienes superiores, ni
qué es lo que ha de huir en los bienes inferiores" 147.
Muchos de estos "desearían volar a la gracia de Dios, pero luego temen carecer
de los gustos mundanos. Ciertamente, el amor de Cristo los atrae, pero la codicia del
siglo los retrae, de modo que se olvidan de los votos que han pronunciado porque
están aprisionados por los vanos contentamientos" 148. Así sucede que se incurra por fin
en culpa allí mismo donde se había comenzado con tanto mérito, porque "quien ha
prometido renunciar al siglo, se hace reo de transgresión si cambió de voluntad; y así
se hacen dignos de ser severamente castigados en el juicio divino los que
menospreciaron cumplir de hecho lo que en su profesión prometieron" 149. Se trata en
efecto de un cierto menosprecio del amor recibido, al trocarlo por el amor a las
creaturas.

144
Nótense los rasgos de este cuadro que sugieren la tentación de pereza y explican que a la acedia se
la haya podido presentar, sobre todo en la espiritualidad monacal, también con ese nombre.
145
Casiano dedica al tema el libro X de sus Institutiones Coenobiorum. Allí leemos esta descripción:
"Cuando esta enfermedad se ha apoderado de la pobre alma, engendra en ella horror por el lugar, fastidio
por la celda, desdén y desprecio por los hermanos que viven con él o están lejos, considerándolos
negligentes o poco espirituales. Ella lo torna perezoso y cobarde para todo el trabajo que realiza en el
interior de su celda; no le permite permanecer en ella, ni aplicarse a la lectura. Se lamenta a menudo de
no progresar nada en el largo tiempo que habita allí y de no producir ningún fruto espiritual mientras que
permanezca unido a la comunidad. Se queja, suspira y se lamenta de encontrarse vacío de todo
provecho espiritual e inútil en el lugar en que reside, mientras que podría gobernar a otros y hacer el bien
a muchos, aquí a nadie ha edificado y ninguno ha aprovechado su enseñanza y doctrina. Ensalza los
monasterios distantes y alejados y los describe como si fueran más apropiados al progreso y más
favorables para la salvación" (Trad.: Ana Gabriela Casalá OSB).
146
Tomado de M.A. Fiorito, S.J., Buscar y hallar la Voluntad de Dios, Ed. Diego de Torres, Bs.As. 1988,
T.I, p.237-238. de donde he trascrito libremente con aclaraciones
147
Liber Sententiarum III, c.XIX, 856.
148
L.c. 866
149
L.c. 868

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
San Isidoro ve detrás de esto la acción del enemigo: "Con muchas argucias de
consejos, pone el diablo asechanzas para que, quienes tenían hecho voto de estar
contentos con poco y con escaseces, adquieran muchísimas cosas" 150.

5.4.) Las Hijas de la Acedia


El texto de Evagrio Póntico que leímos antes, muestra claramente cómo de un
estado de espíritu nacen diversos pensamientos e impulsos. El tentado por la acedia,
ha perdido la memoria de los consuelos divinos, tiene la voluntad debilitada por la
tristeza y la ansiedad, su percepción del tiempo y de las relaciones está alterada y su
inteligencia y juicio embotados. Se siente atormentado por la pérdida de vista del Bien
divino y tentado de ir a buscar consuelo en las creaturas. Está ansioso, hastiado, y no
encuentra satisfacción ni en su trabajo, ni en sus hermanos, ni en el lugar donde vive.
Su alma está, como la describe San Ignacio de Loyola: "toda perezosa, tibia y triste".
Esta realidad la expresan autores espirituales refiriéndose a los efectos de la
acedia como a las hijas de la acedia, designando así los pecados y males múltiples que
nacen de ella:
San Isidoro de Sevilla dice que de la acedia nacen siete vicios: 1) la ociosidad
(=pereza) 2) la somnolencia (=pereza) 3) la importunidad de la mente (distracciones)
4) la inquietud del cuerpo (ansiedad) 5) la inestabilidad (inconstancia) 6) la verbosidad
(locuacidad) y 7) la curiosidad 151.

Parece que San Isidoro atiende en esta lista a los impedimentos que la acedia
pone para la oración, y los defectos que produce en ella. En cambio, parece que San
Gregorio, en la lista de hijas de la acedia que sigue, atiende a efectos más generales.

Según San Gregorio, las hijas de la acedia son seis: 1) la malicia 2) el rencor
(contra los justos, contra los fervorosos, el que predica, el que lo aconseja o lo dirige
espiritualmente) 3) la pusilanimidad (falta de ánimo y coraje para resistir la tentación y
luchar) 4) la desesperación (falta de confianza en la ayuda de la gracia, o de que se
pueda con ella vencer la tentación o superar la desolación) 5) pesadez en cuanto a los
preceptos (pereza: para santificar las fiestas, porque no logra alegrarse en el Señor; o
bien para guardar los ayunos y abstinencias; o simple y llanamente dificultad en
guardar los mandamientos) 6) divagación de la mente en cosas ilícitas 152.

Si se compara estas listas con el retrato del monje aburrido, perezoso y tentado
de acedia que nos pintó Evagrio, puede comprobarse que son el resultado de una
atenta observación y sistematización de la experiencia espiritual.
Nótese por fin, que la acedia se agudiza por las privaciones y el ayuno, es decir
por la mortificación de los apetitos corporales, lo cual desata el conflicto de estos
apetitos contra los del espíritu que les son contrarios (Gálatas 5,17). Esta es la lucha
del monje.

150
L.c. 872
151
De Sum. Bon. II,37
152
Morales XXXI,17

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
5.5.) Acedia en la Vida Religiosa Apostólica
Además de la acedia monástica, ya bien descrita por los Padres del Desierto,
hay muchas otras formas de acedia que hacen sus estragos sin que se las reconozca,
porque no se las ha descrito en sus formas variantes. Los Padres del desierto nos han
dejado una precisa descripción de cómo la acedia ataca al monje, pero se engañaría
quien pensase que sólo a los monjes los acecha ese mal y que ataque a todo el mundo
sólo con esos síntomas.
En la vida monástica la acedia se observa en condiciones de laboratorio. Sin
embargo, no es tentación exclusiva de religiosos contemplativos y monjes de clausura.
Con algunos rasgos diferenciales puede observarse en la vida de todos los religiosos y
demás creyentes. Pero la tentación de acedia se presenta mucho más intensa y
violentamente cuando el alma se propone avanzar por el camino de la Caridad, como
es el caso de los religiosos, que aspiran a la perfección.

En los religiosos de vida activa la tentación de acedia se disimula a veces bajo


las formas de su actividad apostólica, que extremada y transformada en activismo,
conduce al abandono de la oración y a una efusión pelagiana en la acción, como si de
ella fuese a provenir el fruto espiritual.
Las Virtudes Teologales pueden languidecer en el alma del apóstol, cuando éste
se pone a sí mismo o se busca a sí mismo en la acción apostólica, olvidándose de la
gracia-eficaz para confiar en la eficacia de su acción propia; o lo que es más grave,
desviando la acción apostólica de sus fines últimos hacia sus propios fines.
En la acción apostólica se puede buscar uno a sí mismo. Puede buscar el éxito
en las propias tareas apostólicas, la consideración, el reconocimiento y el respeto, en
una palabra, no tanto ni en primer lugar la gloria y santificación del Nombre del Padre
cuanto el propio buen nombre y prestigio.
Entre los religiosos de vida activa, donde la acción es importante, puede
buscarse la dominación y es más fácil aspirar al mando bajo apariencia de bien,
ilusionándose en que bajo el propio mando se hará más bien y mejor.
Por fin, como las obras apostólicas implican muchas veces el uso de cuantiosos
bienes económicos y materiales, puede cobijarse de este modo, fácil e
inadvertidamente, la codicia y el deseo del lucro en el corazón de los religiosos activos,
no sólo en individuos aislados, sino incluso a nivel congregacional.
Por todas estas puertas, los religiosos de vida activa pueden volver a instalarse
en el mundo que habían dejado. Como dijimos antes, pero parece oportuno reiterarlo
aquí: lo mundano se reencuentra y se reinstala en el ámbito congregacional, y es ahora
allí donde se busca el lucro, el vano honor y el poder. En ese mundo que conserva una
apariencia eclesiástica, se sigue usando las etiquetas de la piedad para encubrir la
búsqueda de sí mismos y los negociados de los propios intereses en vez de los de
Cristo, pero en él ha desaparecido el gozo de la gracia. Prospera allí la acedia que se
ensombrece ante los gozos auténticos de la caridad, como ante un reproche a su falsía.
Unos fervores y unos entusiasmos pelagianos, en la realización de los propios planes y
propósitos, son los sucedáneos del consuelo de la gracia.
Y cuando se extinguen hasta estos fuegos fatuos de fervores humanos entre las
últimas cenizas del amor divino que ya no quema el corazón, y dado que éste necesita
algún calor, se le proporciona el de las emociones - que ojalá sean siempre inocentes -
de la industria del entretenimiento. Da pena ver a religiosos llamados a ser agentes de

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
la Civilización del Amor, convertidos en espectadores pasivos, absortos en la
contemplación del espectáculo de este Mundo, en éxtasis ante la televisión como ante
un sagrario 153.

153
Ver 4.1.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
6.) ACEDIA Y DESOLACION SEGUN SAN IGNACIO DE LOYOLA

6.1.) Razones contra Gozo


Dice San Ignacio de Loyola que es propio de Dios y de sus Angeles, en sus
mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación
inducida por el enemigo. Y que lo propio del enemigo es tratar de turbar y entristecer
al alma, militando contra las alegrías y gozo de la Caridad. Esta regla de discernimiento,
sin nombrarla, de hecho describe la acedia como fenómeno espiritual.
San Ignacio observa que el instrumento del cual se vale el enemigo de la
caridad para sembrar tristeza y turbación en el alma consolada, es de orden racional:
razones aparentes, sutilezas y engaños repetidos. He aquí el texto de la regla
ignaciana de discernimiento a que nos referimos:
"Propio es de Dios y de sus Angeles en sus mociones dar verdadera alegría y
gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce, del cual es
propio militar contra la tal alegría, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas
falacias" 154.
Lo que San Ignacio describe en esta regla, es precisamente el ataque de la
acedia contra la caridad en su forma más refinada. Ignacio observó y hace notar en sus
reglas de discernimiento, que el arma del enemigo contra el gozo, es de orden
intelectual: la razón, los pensamientos; y que esos pensamientos serán tanto más
peligrosos y engañosos, cuanto más apariencia de verdad y de bien tengan.
Un ejemplo arquetípico que ilustra la mecánica de esta tentación es la escena
de la Unción en Betania (ver 2.1.). Hemos visto cómo Judas se opone al gozo de la
misericordia en nombre de la misericordia y con argumentos de misericordia. Su
desamor es fecundo en encontrar razones y pretextos contra el amor, y es hábil en
revestirlos de apariencia honorable. En realidad no tiene otra cosa que oponerle sino
razones. Razones de la hipocresía que son sólo excusas.
Donde el enemigo encuentra gozo de la caridad, acude con su jarro de vinagre
ideológico.
San Ignacio ha descrito en su Regla una ley del acontecer espiritual que se
comprueba, además, tanto en la experiencia de los Ejercicios Espirituales como de la
vida corriente: a la inspiración inicial se le opone casi inmediatamente un "pero", una
objeción; al buen deseo le asalta una duda, una pregunta, o simplemente una
acusación descalificadora; al llamado de Dios, razones y objeciones; "Señor, soy un
muchacho, no sé hablar" (Jeremías 1,7-9, ver Exodo 4,1.10-11; Isaías 6,5).

Escrúpulos
Otra ofensiva de esta misma índole contra el gozo de la Caridad son los
escrúpulos 155, cuya naturaleza es la misma: un pensamiento que milita contra el gozo
del alma justa: "Si ve (el enemigo) que un alma justa no consiente en sí pecado mortal
ni venial ni apariencia alguna de pecado deliberado, entonces el enemigo, cuando no
puede hacerla caer en cosa que parezca pecado, procura (por lo menos) hacerle poner
pecado donde no hay pecado, así como en una palabra o pensamiento mínimo" 156.

154
Ejercicios Espirituales = EE 329
155
San Ignacio trata de ellos en Ejercicios, en las Notas para sentir Escrúpulos (EE 345-351).
156
EE 349

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
Ya se deja ver la condición sádica de la acedia del enemigo y su ensañamiento
contra el gozo de la Caridad.
Los escrúpulos - enseña San Ignacio - por un tiempo, aprovechan al alma. Pero
hay almas a las que los escrúpulos, convirtiéndoles el gozo de la gracia en tormentos
de ley, pueden disuadirlas del camino del fervor de la caridad y la amistad con Dios. El
tormento de los escrúpulos puede llegar a hacer odiosa la amistad de Dios y precipitar
al alma en la acedia, o alejarla del camino ascético y hacerla volver a derramarse en las
cosas.
Esta doctrina ignaciana de discernimiento es necesaria para preservar el gozo
de la caridad, y la caridad misma, contra los ataques abiertos o embozados. Los
pensamientos y razones aparentes que se presentan al alma como buenos y santos,
son sin embargo los que, cuando han fracasado los demás medios, saca a relucir el
enemigo del gozo, para emplear contra él sus armas más sofisticadas y temibles 157.
Contra las razones con apariencia de bien y de verdad, el gozo siempre tiene, de
antemano, la discusión perdida. Porque en toda discusión siempre es el gozo quien "se
va al pozo".
Se sigue que en la vida espiritual, hay que proteger el gozo y el consuelo de la
caridad contra las razones aparentes, contra los espíritus discutidores, perfeccionistas,
impugnadores, suspicaces (los maestros de la sospecha), escépticos o simplemente
distractivos. Como se protege el buen vino del contacto con el aire para que no se
avinagre.

6.2.) Desolación contra Consolación


En sus Reglas de Discernimiento 158, San Ignacio describe los efectos de la Gracia
en el alma, con el nombre de consolación. Y llama desolación a lo contrario. Por la
descripción que hace de "lo contrario", es reconocible la tentación de acedia.
Al describir la consolación, san Ignacio la homologa con las tres virtudes
teologales: "llamo - dice - finalmente consolación todo aumento de esperanza, fe y
caridad, y toda alegría interior que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia
salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su Criador y Señor" 159.
San Ignacio notó la relación especular entre gozo y virtudes teologales, así
como la existencia de sus contrarios, cuyo primado detenta la acedia.
La primera serie de Reglas de Discernimiento trata de la desolación, y contiene,
en efecto:
1) una breve pero clarísima descripción de la acedia, que Ignacio define por oposición a
la consolación 160.
2) prescripciones de remedios contra ella 161. Octava Regla: "El que está en desolación,
trabaje en estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense

157
EE 332
158
EE 313-336
159
EE 316
160
"Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla: Así como oscuridad del alma, turbación en ella,
moción a cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones moviendo a infidencia, sin
esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste, y como separada de su Criador y Señor.
Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que
salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación." (4ª Regla, EE
317).

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
que será pronto consolado(...)" (EE 321).
3) explicación de sus causas 162. La segunda serie de Reglas de discernimiento se ocupa
de formas más sutiles de la acedia: 1º previene contra razones contrarias al gozo 163
2º enseña cómo defenderse de los fulgores engañosos y los fuegos fatuos de gozos
que no son los de la caridad sino consolaciones aparentes, que han de distinguirse de
las verdaderas 164, Se debe atender mucho al discurso de los pensamientos (...) y si en el
discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o
menos buena que la que el alma tenía propuesta antes hacer, o la enflaquece o
inquieta o conturba al alma quitándole su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía,
clara señal es proceder de mal espíritu" (EE 333).

Veamos un ejemplo que muestra cómo desde un estado de auténtica


consolación puede pasarse insensiblemente a otro, falso, que termina en el disgusto.
Relata una religiosa:
" A terminar de despegarme del mundo había contribuido la visita de diez días
que hice a mi casa al terminar el postulantado y antes de ingresar al Noviciado.
Durante todo el año del postulantado había extrañado mi casa, mi ciudad, mis amigos.
Fui pensando que diez días iban a ser pocos para reencontrarme con todos y con todo.
Sin embargo, una vez en casa, tres o cuatro días fueron suficientes para sentirme como
pez fuera del agua: me molestaba el televisor prendido todo el día, el equipo de
música de mis hermanas, la trivialidad de mis amigos, y por sobre todo, la ausencia del
Santísimo para quedarme un rato con El, a cualquier hora del día. Aquellos diez días se
me hicieron eternos y volví al Noviciado con grandes deseos: `con grande ánimo y
liberalidad'. Durante un tiempo todo fue hermoso. Los Ejercicios previos al ingreso a la
nueva etapa de formación me habían encendido en fervor, y no había cosa que no
fuera para mí motivo de gozo. Sentía que "en El era, me movía y existía". Sin embargo,
poco a poco, sin saber cómo ni cuándo comenzó, empecé a sentir que su Presencia me
asfixiaba. Ese estar en El que tanto gozo me había causado, de pronto se transformó
en cárcel. Mirara donde mirara, hiciera lo que hiciera, en todo estaba Dios. Era como
un aire enrarecido que, a la vez, me cerraba las puertas para `otros aires'. Era

162
9ª Regla: "Tres causas principales hay por las que nos hallamos desolados: la primera es por ser
tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la
consolación espiritual de nosotros; la segunda por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos
alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias; la tercera
para darnos verdadera noticia y conocimiento que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor
intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro
Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o
gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación" (EE 322).
163
Es la primera regla de la segunda serie (EE 329) que hemos trascrito más arriba en 6.1. La segunda
Regla de la primera serie coincide con ésta en señalar que "en las personas que van de bien en mejor
subiendo (...) propio es del mal espíritu morder, entristecer y poner impedimentos inquietando con falsas
razones (...)" (EE 315). Es el estilo de las razones de Judas contra María en la Unción en Betania (ver
2.1.).
164
El ángel malo puede consolar al alma para traerla a su dañada intención y malicia (EE 331).
Es propio del ángel malo que se disfraza de ángel de luz (...) traer pensamientos buenos y santos
conforme a la tal alma justa, y después, poco a poco procura salirse trayendo al alma a sus engaños
encubiertos y perversas intenciones (EE 332).

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
demasiado Dios. Me sentí saturada de El. En ningún momento sentí un rechazo abierto
hacia su Presencia, sólo quería un poco menos".
La tentación de acedia, no advertida o consentida, puede instalar al alma en un
estado permanente de acedia. Y aunque por inadvertencia no hubiese culpa en ello,
habría grave daño del sujeto y se impedirían grandes bienes. La desolación sentida y
no resistida, peor aún si aceptada, precipita a la larga o a la corta en el avinagramiento,
que puede terminar siendo culpable, y a veces puede llegar, a la postre, a perseguir
militantemente al gozo. La oposición de la desolación y de la falsa consolación, a la
consolación, reflejan la oposición de la acedia al gozo de la caridad.
Por eso, la Contemplación para alcanzar Amor 165, es el mejor antídoto contra la
acedia, a estar a las recetas de Casiano, que vimos antes 166, y a las de San Benito y de
Santo Tomás a la que nos referiremos más adelante 167.

6.3.) Acedia en Ejercicios de Mes


Durante el Mes de Ejercicios no es raro que - aparte de las desolaciones
comunes y por eso más fácilmente reconocibles - sobrevengan mociones de acedia
que a veces no se sabe reconocer como tales. Por lo cual conviene estar alerta para
cuando se presenten.
Una ejercitante refiere al que le da los ejercicios que en la meditación del
descenso de Cristo a los Infiernos, le ha venido un sentimiento de tristeza al
contemplar cómo el Señor va al rescate de Adán:
"Estaba leyendo la segunda lectura del Oficio del Sábado Santo, como
preparación para la contemplación del descenso de Jesús a los Infiernos. Es un texto de
una antigua Homilía sobre el Santo y Grandioso Sábado. Durante toda la lectura me
había emocionado mucho. Antes de comenzarla, ya estaba muy agradecida y
enfervorizada en el Señor, con imágenes bien vivas y con la consolación propia de la
tercera semana. Pero al llegar al paso de la lectura donde Cristo, tomándolo a Adán de
la mano, lo levanta, y le dice: "Despierta tú que duermes", y sobre todo al llegar al
lugar donde le dice: "tienes preparado un trono de querubines.." me asaltó una
tristeza fuerte de que a Adán le dieran esa gloria después de su caída. Inmediatamente
me dí cuenta de este sentimiento y le dije al Señor: "Señor, no quiero este
pensamiento, no quiero pensar esto", pero el pensamiento no me dejaba. Hasta que lo
escribí para contarle la moción al director de Ejercicios. Sobre esto me venían
sentimientos de vergüenza y mociones para que no lo contara. A lo que respondí con
un propósito firme: "No, Señor, yo lo contaré". Y al instante se me pasó aquella moción
de tristeza y me volvió el fervor anterior."

Sabor Agrio a Herodes


Reporto aquí la experiencia de otro ejercitante, que me contó un director de
ejercicios de mes, porque refleja sugestivamente la acedia como sensación de agrio.

165
EE 230-237. En esta contemplación con que termina el Mes de Ejercicios, San Ignacio invita al
Ejercitante a considerar los beneficios y gracias de creación y redención, mirar cómo Dios habita y trabaja
para él en las creaturas, considerar por fin cómo Dios es la fuente de todos los bienes de los que él goza
y es partícipe. Y dado que el amor ha de ser comunicación recíproca de bienes entre los que se aman,
San Ignacio invita al ejercitante a darse todo a Dios: "Tomad Señor y recibid..."
166
Ver 5.1.
167
Ver 7.6.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
El caso es el siguiente. Un ejercitante, en la aplicación de sentidos sobre el
misterio de la adoración de los Magos, gustaba la personalidad de Herodes como un
dulce que se ha fermentado ligeramente y está agriado. Es obvio que el pecado de
Herodes - como dijimos antes: 3.1. - es un pecado de acedia, porque se entristece por
lo que los ángeles anuncian como un gozo y era efectivamente la realización de la gran
esperanza mesiánica del pueblo de Dios. Es llamativo que el ejercitante "gustara" esta
acedia y la hipocresía conexa, con ese sabor agrio. El ejercitante estaba repitiendo la
experiencia primitiva de los cristianos, que encontraron ácido ese pecado.

Otros ejemplos
Durante los Ejercicios de Mes se alcanza un grado de concentración y atención
espiritual muy grande, que permite advertir y reconocer movimientos interiores que
pasarían inadvertidos en la vida cotidiana.
He aquí algunos ejemplos más de movimientos de acedia advertidos en
Ejercicios de Mes y reconocidos como tales por el ejercitante.
Primer ejemplo: "Estaba rezando la Liturgia de las Horas. Al leer la segunda
lectura del Oficio de Lecturas, que era un texto de San Agustín, me sobrevino un
marcado sentimiento de fastidio cuando confiesa haberse abrazado al único Mediador
Jesús, y haber encontrado en El el medio para acercarse a la Luz y al Alimento que veía
tan inalcanzables. Rechacé ese sentimiento por reconocerlo como tentación,
oponiéndole una segunda lectura del pasaje, animada con sentimientos de alegría y
gratitud".
Segundo ejemplo: "Durante el día me vino al pensamiento la pregunta acerca
de si María había podido tener tentaciones. Hablándolo con el director, éste me dijo
que no necesariamente la Virgen María hubiese debido tener tentaciones. Más tarde,
en ese día, mientras rezaba el Rosario, se me vino a la mente lo conversado con el
Padre director de Ejercicios. En un momento dado, no fue un pensamiento, tampoco
un sentimiento, ni siquiera una frase interior: fue como una mirada que me invitaba a
mirar despectivamente a María Virgen (mirada "acediosa"), con un despecho mezcla
de envidia ("¿por qué Ella?") y de desvalorización ("¡así cualquiera!). Cuando me
percaté de ello, miré a María con todo el amor, gratitud y admiración que pude
encontrar en mi corazón, y los alimenté el tiempo que quedaba del Rosario,
terminándolo con un canto en su honor".

A la luz de estos ejemplos y de los que vimos en el capitulo anterior, se


reconocerá qué frecuentes y qué poco advertidos son los movimientos de acedia que
se producen en el alma de los consagrados. Y qué daños individuales y comunitarios,
no sólo como pérdida del fervor sino hasta de la fe, pueden producir si no se los
advierte y rechaza con prontitud y decisión. Aún cuando, por inadvertencia, la
tentación no se convierta en pecado, tiene igualmente efectos devastadores para las
gracias recibidas. Bien dice San Ignacio que "la desolación es contraria a la desolación"
y procura destruirla.
Se comprende también cuánto bien se impide en la Iglesia por el
desconocimiento de este mal.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
7.) PNEUMODINAMICA DE LA ACEDIA
Después de describir el fenómeno de la acedia llega el momento de hacer un
esfuerzo por comprenderlo; por investigar las causas de este hecho espiritualmente
tan extraño; y por explicar la "mecánica" de esta disfunción espiritual. Llamo
pneumodinámica de la acedia a esta exploración de las fuerzas espirituales y
psicológicas implicadas en la acedia, por analogía con el capítulo de las ciencias físicas
llamado dinámica, que se ocupa del estudio de las fuerzas naturales.
¿Cómo es posible que alguien se entristezca por el bien de Dios?
Lo que parece imposible y absurdo en teoría, hemos visto que es una notoria
realidad de experiencia. Tratemos pues de mostrar cómo es posible lo que parecería
imposible.

7.1.) Apercepción y Dispercepción


La acedia se presenta, ya lo adelantábamos en 2.9., como una a-percepción y
una dis-percepción del bien. Apercepción porque no se percibe el bien. Dispercepción,
porque se lo percibe como un mal. Como distorsión de la percepción del bien, se trata
en primer lugar de un problema de la función cognoscitiva. Un problema del
conocimiento del bien y del mal. La acedia supone, pues, en primera instancia de
análisis, una corrupción de la inteligencia. Como toda envidia, la acedia es una forma
de "invidencia", o sea de imposibilidad de ver el bien.
Si nos preguntamos ahora cuál es la razón o la causa de esa corrupción de la
inteligencia, nos encontraremos con un apetito. O sea con un factor volitivo que
perturba la percepción. El bien no se puede ver porque no se lo quiere ver.
Pero si seguimos preguntando acerca de la causa de la perturbación de ese
apetito, volvemos a encontrar otra vez una apercepción o dispercepción previa. La
visión determina el apetito. A su vez, el apetito determina la visión. No se quiere ver
porque no se ve bien.
Observamos así una circularidad de inteligencia-voluntad-inteligencia.
Conocimiento-amor-conocimiento. O para decirlo en términos bíblicos: visión-sabor-
visión; mirar-gustar-ver. No se conoce bien sino lo que se ama. Y no se ama lo que no
se conoce.
La visión perturba el apetito y el apetito perturba la visión.
La perturbación del apetito puede deberse a diversas causas:
1) Un deseo vehemente, como el hambre de Esaú.
2) Un temor, como el de los Israelitas a los pueblos que ocupaban la
Tierra Prometida.
3) La dilación en la satisfacción del deseo de Dios, vivida como
frustración, especialmente entre los que, como el monje, más
intensamente buscan a Dios.
4) La indolencia o pereza para creer, puesto que la fe es la que
permite la visión del bien, como en los que se sienten llamados a
una vocación pero no acogen con fe la llamada.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
Acedia y Pereza
Es este el lugar propicio para abrir un paréntesis donde tratemos de la pereza,
ya que tradicionalmente se la ha considerado tan cercana a la acedia, que se la da por
hija suya o se las define como sinónimas o equivalentes 168.
La voluntad perezosa no quiere mover a la inteligencia a creer para conocer el
bien verdadero y la orienta hacia otros bienes. Así se conectan acedia y pereza;
indiferencia o tibieza para amar, e indolencia para conocer al Dios infinitamente
amable.
¿La consecuencia?: efusión en las cosas. La voluntad perezosa mueve a la
inteligencia hacia los objetos que no debe y la desvía de aquellos que debería conocer.
La pereza, pues, inicialmente, no inhibe toda actividad, sino que comienza trocando
una actividad debida por otra indebida.
Es como el niño que se agota jugando en lugar de hacer los deberes; hasta que
cae rendido de fatiga por hacer lo que no habría debido, y es incapaz ya de hacer lo
que hubiera debido. O como el joven que va y viene sobre el trueno de su moto pero
no tiene a dónde huir para no estar donde debería.
La imagen proverbial del perezoso es la del apático dormilón. Pero esa es sólo
la fase terminal de su dolencia. Por lo común el perezoso comienza hiperactivo antes
de terminar deprimido. Es un ansioso que pasa de la conmoción a la apatía, de la
agitación al agotamiento.
Porque la pereza, contra lo que sugiere equivocadamente la opinión común, no
consiste en no hacer nada. Consiste en no hacer lo debido. El perezoso puede obligarse
a mil ocupaciones no obligatorias con tal de no cumplir con su obligación.

¿Pero qué pasa cuando el perezoso no quiere cumplir con sus deberes y
obligaciones supremas; cuando no quiere poner los actos de fe, esperanza y caridad;
cuando se niega al ejercicio de las virtudes teologales?
Al rehuir ocuparse de los bienes últimos y supremos que dan el sentido último a
su existencia, es como el caminante que se desentiende de la meta a donde debe
llegar y se va por todos los desvíos. O como el que se pierde en el desierto y termina
girando en círculos hasta que cae exhausto sin haber llegado a ninguna parte.
Huye primero del sentido. Pero esa huída de lo esencial lo aboca a tener que
vivir luego huyendo del sinsentido. ¿Cómo? ¿hacia dónde? Hacia los sentidos
provisorios; hacia alguna actividad que lo entretenga, que lo ayude a encontrar
siempre nuevas escapatorias al asedio del aburrimiento, entreteniéndolo con algún
minúsculo sentido inmediato: el baile de una noche, el paseo, el bar, el club, el hobby,
la novela...y tantas otras formas de "evasión", como acertadamente se les dice.
Sentidos forzosamente provisorios, puesto que el perezoso huye de los últimos y
definitivos, de los permanentes y eternos. Y dado que los no-últimos muy pronto lo
dejan o él los deja, tarde o temprano, fatalmente, vuelve a quedar a merced de la
invasión del sinsentido: del tedio, la náusea, el aburrimiento, en una lucha desigual y
perdida de antemano con ese mar que lo inunda, y en la que se agita hasta que se
agota.
¿Cómo puede llegar, si no, el perezoso a hablar de "matar el tiempo"? ¿Cómo
puede el tiempo convertírsele en un enemigo, hasta el punto de tener que matarlo? El

168
Véase 1.1.; 1.2. y 5.2. Sobre este asunto véase el citado artículo de G. Bardy, Acedia en Dictionnaire.
de Spiritualité, Ascétique et Mystique T.I, cols 166-169.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
tiempo del perezoso es el tiempo de Cronos, el dios cruel que devora a sus hijos,
porque los engendra en un tiempo que no está abierto a la eternidad. Un tiempo meta
de sí mismo que, como el Ouroboros, es como una serpiente que se devora la cola. Y el
Hijo de Cronos se convierte en parricida.

Dado que sólo las virtudes teologales, llenan de eternidad el tiempo y lo


vivifican con vida eterna, y dado que la acedia ciega a su víctima para esos bienes y la
pereza le impide mirarlos, ambas clausuran su corazón para el encuentro con Dios.
Observábamos antes la circularidad de inteligencia-voluntad-inteligencia;
conocimiento-amor-conocimiento; visión-sabor-visión; mirar-gustar-ver. Encontramos
aquí una circularidad correspondiente y equivalente: acedia-pereza-acedia-pereza. Hay
una retroalimentación de ambos pecados capitales. Este hecho nos explica por qué en
la tradición se encuentra definida la acedia como una cierta forma de pereza.

7.2.) Los Dos Apetitos Antagónicos


"Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne.
Pues la carne tiene apetitos contrarios al espíritu, y el espíritu tiene apetitos contrarios
a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que
quisiérais" (Gálatas 5,16-17).
Siendo antagónicos el espíritu y la carne, son antagónicos también los quereres
o sea los apetitos de uno y otra.
Los apetitos se especifican por su objeto: son distintos cuando tienen objetos
distintos, y son opuestos cuando tienen objetos opuestos.
Los dos apetitos de los que habla San Pablo, son antagónicos porque tienen
objetos contrarios entre sí, como muestra el contexto próximo y de toda la carta: El
apetito espiritual tiene como objeto la gloria de Cristo, de la Cruz y de la gracia;
mientras que el apetito carnal tiene como objeto la gloria vana, que viene de la carne,
de la circuncisión, de las obras de la ley. De esos apetitos por bienes diversos, resultan
también obras - o sea conductas, formas de vida - distintas y opuestas: las obras de la
carne y las obras del espíritu (Gálatas 5,18-23).
Para Pablo, las expresiones vivir según el Espíritu (vv.16.25) y pertenecer a
Cristo (v.24), son equivalentes: "Los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne
con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos según el
Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y
envidiándonos mutuamente" (Gálatas 5,24-26).
La vida cristiana supone por lo tanto, en la visión de Pablo, una opción por un
bien por encima de otro bien; y supone, consecuentemente, la opción por un apetito
en contra del otro; de una conducta, unas obras y una vida, en contra de las opuestas.
La opción por un apetito en contra de otro, significa la mortificación de un apetito por
el otro, de un deseo por otro mejor. Pablo ve así la ley de la Cruz, inserta en la
existencia cristiana.
La vida cristiana presupone una opción previa a toda otra elección y que es
fuente de todas las demás: entre la carne y el espíritu. Y esa opción ha de ser
mantenida y realizada en obras o conductas que la ratifiquen. De lo contrario queda
evacuada y como anulada.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
Los dos amores opuestos
Encontramos la misma oposición dramática en la doctrina del Apóstol Juan.
Sólo que aquí no se habla de apetitos sino de amores opuestos: "No améis al mundo ni
lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo el amor del Padre no está en él.
Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la vanagloria de las riquezas - no viene del Padre sino del
mundo" (1ª Juan 2,15-16).
Nótese cómo también en San Juan, el amor del mundo se desglosa en apetitos,
que Juan llama concupiscencias, las cuales apuntan a una gloria vana, igual que en la
visión paulina.
También en la visión de Juan, los amores son opuestos porque tienen objetos
opuestos. La oposición está en que los bienes que son objeto del amor mundano son
pasajeros, mientras que los bienes objeto de la caridad son permanentes: "el mundo y
sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para
siempre" (v.17). Los objetos, unos transitorios y otros perennes, son los que confieren
transitoriedad o perennidad a sus correspondientes amores, y en consecuencia al
sujeto que ama. Dios hace perenne al que lo ama confiriéndole la comunión con su
vida eterna (1ª Juan 1,1-3; 5,13).
Los bienes pasajeros son, por eso mismo, prescindibles y en algunos casos
prescindendos. Dios, en cambio, es el Bien imprescindible y el amor a Dios debe
gobernar los demás amores. Pero para el hombre caído, el Bien divino es por
eso un Bien arduo, difícil de alcanzar. La dificultad en alcanzarlo puede ocupar de tal
manera la atención, que se pierda de vista el Bien por mirar la dificultad. Entonces lo
arduo del Bien es percibido como un mal.

La Rebelión de la Concupiscencia
Hay que advertir bien, que los bienes pasajeros no son - de suyo y según el
orden primitivo de la creación, anterior al pecado original - ni irreconciliables ni
opuestos al bien permanente ni a la comunión de las creaturas con el Creador. En la
visión creyente, en efecto, el bien de las creaturas proviene del Creador y ha de servir
a la comunión con El.
Es la oposición e irreconciliación de los apetitos del hombre herido por el
pecado, la que proyecta su irreconciliación y su antagonismo sobre esos bienes. Es la
oposición de los apetitos de la carne a los del espíritu - consecuencia del pecado
original - la que produce gozos y tristezas, paces e iras, deseos y temores opuestos
entre sí, respecto de unos bienes u otros.
Cuando el bien de Dios aparece como privando - o amenazando privar - de sus
bienes propios al apetito carnal y mundano, entonces, ese bien es tenido por mal, y
sobreviene la acedia, la tristeza, la ira y hasta el odio.
Dado que a veces el amor a Dios imperará la renuncia a bienes prescindibles,
esa renuncia implica una mortificación de los apetitos concupiscentes y la consiguiente
tristeza o ira de dichos apetitos.
Esa mortificación del apetito carnal por el espiritual, o del amor mundano y sus
concupiscencias por el amor divino, es la que, por excitación de lo irascible del apetito
carnal mortificado, inclina a considerar al Bien divino como causa de la privación de un
bien, o sea como causa de un mal. Y esto explica la acedia, permitiéndonos entenderla

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
como una tristeza de los apetitos de la concupiscencia, ante aquél Bien que los priva
de hecho, o puede privarlos, de sus bienes específicos.
En realidad, no son los bienes los opuestos entre sí, sino los apetitos. El
fundamento de la incompatibilidad de los apetitos contrarios no es la
inconmensurabilidad de sus respectivos bienes, unos transitorios y otros duraderos,
sino el hecho de que tanto los unos como los otros no son realmente conocidos y
apreciados en su bondad si no es por la fe. Sólo la vida en el Espíritu, que presta su real
consistencia a los bienes eternos, puede subordinarle los efímeros y sacrificárselos si
es necesario. De modo que la oposición radical, no es la que pudiera ponerse entre los
bienes, o la que puede experimentarse entre los apetitos, sino la que existe entre
percepción creyente y la percepción incrédula, entre la percepción espiritual y la
percepción carnal.
Y esa percepción y evaluación creyente de los bienes, tiene también a los
propios apetitos y a sus respectivas solicitaciones, como objeto bueno o malo, y elige o
desecha uno u otro de esos apetitos, en cuanto quiere y consiente en querer con el
uno y no quiere y se niega a querer con el otro.De modo que el cristiano toma posición
ante sus propios quereres, como buenos o malos, como bienes o males.
La mortificación es la virtud cristiana por la cual se acepta la crucificción de un
apetito en aras del otro, como estilo de vida. San Juan ve en esa capacidad de la fe
para hacer morir los apetitos contrarios, la verdadera victoria del creyente, su
participación en la victoria del crucificado.

Así se explica el surgimiento de la vida monástica como el propósito de llevar la


mortificación y la renuncia a un grado heroico, en un estilo de vida donde se
radicalizan las virtudes teologales. Las privaciones ascéticas mueven a disgusto, a
tristeza y por último a ira, contra los bienes espirituales en cuya búsqueda se
embarcara el monje en su aventura ascética. Donde el deseo espiritual se radicaliza,
también se agudiza la resistencia y la tentación de acedia, que - como vimos - da lugar
al duro combate del monje.
Así también se explica - por el contrario - la acedia con que el pecador rechaza
los diez mandamientos y se entristece por la voluntad divina como obstáculo que se
opone a la realización de sus deseos.
Así - por último - se explica por qué la civilización de la acedia, enemiga de la
Cruz, se opone a la Iglesia y a la revelación cristiana, la cual pone límites a la voluntad
del Hombre, sometiéndola a la voluntad divina, a ejemplo de Cristo.

Causa y Efecto del Pecado Original


El estado de irreconciliación de la carne con el espíritu, que es como hemos
visto el punto de inserción de la acedia en el organismo espiritual de la vida cristiana,
es consecuencia del pecado original. Diríamos que es "la" consecuencia más propia de
dicho pecado. Por lo cual bien merece la acedia ser considerada como la consecuencia
más característica del pecado original y como una prueba y argumento del mismo.
Los Santos Padres al referirse al archipecado del Angel malo, se dividen al
explicarlo, los unos como soberbia y los otros como envidia 169. La acedia - que es
envidia o sea tristeza por el Bien que es Dios, y que implica la soberbia de afirmar el

169
Véase: Isidro Ma. Sans, La Envidia primigenia del Diablo según la Patrística Primitiva (Estudios
Onienses, Serie III Vol. VI) Ed. Fax, Madrid 1963.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
querer propio contra la Voluntad divina - es el mejor de los nombres para el pecado
del Angel malo, del cual deriva luego el de nuestros protoparientes. Así lo define el
libro de la Sabiduría: "Por acedia del diablo entró la muerte en el mundo y la
experimentan (tanto la acedia como la muerte) los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24;
ver también 6,23 y 7,13). Así lo interpreta muy tempranamente Clemente Papa y tras
él Justino y Teófilo de Antioquía. San Ireneo ha sido llamado 'el arquitecto de la
doctrina sobre la envidia primigenia del diablo'. A partir del s. III la teología patrística
se bifurca. Los padres occidentales, Tertuliano y Cipriano mantienen
fundamentalmente la doctrina tradicional plasmada en Ireneo. La escuela Alejandrina
se aparta de la doctrina ireneana. A partir de entonces la teoría de la envidia
primigenia del diablo pierde terreno progresivamente hasta desaparecer. La inflexión
comienza con Orígenes y prosigue con Clemente alejandrino. Según Orígenes, el
pecado del diablo fue la soberbia. Basilio, Gregorio Nazianceno, jerónimo, Agustín,
harán triunfar definitivamente la teoría origenista del pecado diabólico como soberbia
y sepultarán la doctrina tradicional culminada en Ireneo 170 .
La acedia es, por lo tanto, efecto y causa del pecado original. Y sin esta
categoría teológica no es posible hacer buena teología de la historia ni buena teología
espiritual; y es difícil acertar en el diagnóstico pastoral o en la cura de almas, en la
dirección espiritual o en el discernimiento y por ende en el buen gobierno de sí mismo
y de los demás.
El Pecado Original - ha escrito Juan Pablo II - "es verdaderamente la clave para
interpretar la realidad. El Pecado Original no es sólo una violación de una voluntad
positiva de Dios, sino también, y sobre todo, de la motivación que está detrás. La cual
tiende a abolir la paternidad (de Dios), destruyendo sus rayos que penetran en el
mundo creado, poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la sola
conciencia de amo y de esclavo. Así, el Señor aparece como celoso de su poder sobre el
mundo y sobre el hombre; en consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha
contra Dios. Análogamente a cualquier otra época de la historia, el hombre esclavizado
se ve empujado a tomar posiciones en contra del amo que lo tenía esclavizado" 171.

Ese fue el drama de los siglos de la acedia. Y quizás el drama de los siglos tout
court. Porque refiriéndose a toda otra época de la historia, el Papa nos remite a la
resistencia del hombre a lo sagrado. Este no es sólo un dato teológico, sino también un
hecho de experiencia universal, descrito por la ciencia de las religiones. Como
fenómeno universal conviene decir algo de él a continuación.

7.3. Temor de Dios y Miedo a Dios


Resistencia Universal ante Lo Sagrado
Lo sagrado es ambivalente, a la vez atrae y repele al hombre, quien manifiesta
ante lo sagrado una tendencia contradictoria. "Por un lado - dice Mircea Eliade - trata
de asegurarse y de incrementar su propia realidad mediante un contacto lo más
fructuoso posible con las hierofanías y cratofanías; por otro, teme perder
definitivamente esa `realidad', al integrarse en un plano ontológico superior a su
condición profana; aún deseando superarla, no puede abandonarlo todo. La
170
Isidro Ma. Sans, O.c. pp. 135-137.
171
Cruzando el Umbral de la Esperanza, Barcelona l994, p. 221.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
ambivalencia de la actitud del hombre frente a lo sagrado no se nos manifiesta sólo en
el caso de las hierofanías y cratofanías negativas (miedo a los muertos, a los espíritus,
a todo lo `maculado'), sino también en las formas religiosas más desarrolladas. Incluso
una teofanía como la que revelan los místicos cristianos inspira a la mayoría de las
personas atracción, pero también repulsión (cualquiera que sea el nombre que a esa
repulsión se dé: odio, desprecio, temor, ignorancia voluntaria, sarcasmo, etc.)" 172.
Mircea Eliade observa que en el corazón mismo de la experiencia religiosa
encontramos la tendencia contraria y apunta la resistencia a lo sagrado: "La actitud
ambivalente del hombre ante algo sagrado que a la vez le atrae y le repele, que es
benéfico y peligroso, se explica no sólo por la estructura ambivalente de lo sagrado en
sí mismo, sino también por las reacciones naturales del hombre ante esa realidad
trascendente que le atrae y le aterra con igual violencia. Esta resistencia se acentúa
aún más cuando el hombre se encuentra totalmente solicitado por lo sagrado, cuando
se ve llamado a tomar la decisión suprema: abrazar plena y definitivamente los
valores sagrados o mantenerse frente a ellos en una actitud equívoca" 173. Es, como
hemos visto el caso de la vida monacal, o el de las encrucijadas de la conversión o el
pecado.
Eliade retoma aquí las tesis de Rudolf Otto, en su obra Lo Sagrado, donde ha
señalado y descrito el efecto fascinante y atemorizador a la vez, que ejerce lo divino
sobre el hombre.
Sin embargo, la resistencia ante lo sagrado es ambivalente. Y acerca de este
fenómeno, la teología bíblica tiene más para enseñarnos y para precisar.

Temor o Miedo
El Temor de Dios, es para la Escritura, el comienzo de la sabiduría (Salmo
110,10). Pero para el autor sagrado, este temor no es sinónimo de miedo, sino más
bien de respeto.
El que respeta a Dios afirma que Dios es bueno en su grandeza. Si teme algo de
El, es el justo castigo de su propia maldad. El temor de Dios es por lo tanto la
afirmación del Bueno como bueno y de lo malo (en mí mismo) como malo. Es, por eso,
comienzo de la sabiduría y condición previa y necesaria del amor a Dios. Nadie ama lo
que no respeta.
El respeto ( del latín re-spectus, derivado a su vez del verbo re-spicere = mirar
dos veces) es la mirada atenta, la consideración correcta que mira y advierte,
reconociéndolo, al que tiene delante. En el caso de Dios, es alguien
inconmensurablemente superior y distante, a pesar de todo lo que pueda acercarse
por su bondadosa condescendencia.
El respeto a Dios, es por lo tanto también consideración y reverencia. Es, como
le gusta decir a San Ignacio de Loyola: acatamiento.
El temor de Dios es algo interno al amor, es temor de ofender, temor de no ser
o de no hacerse digno de la condescendencia de que se es objeto. Es temor "filial"
como explican los Santos Padres: el temor que tiene el buen hijo de disgustar a su
Padre. Lo distinguen así del temor "servil", o miedo del esclavo ante su amo. Este

172
M. Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Trad. cast.: Cristiandad, Madrid l974, T.I, pp. 41-42
173
O.c. T.II, p.251-252

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
temor servil, tampoco es desdeñable cuando se trata de disuadir al pecador del
pecado que lo domina, y es útil donde falta el temor filial.

El miedo a Dios, en cambio, supone que alguien (que se estima bueno a sí


mismo) considera que Dios puede dañarlo. Tiene por eso miedo a Dios. Considera que
Dios no es bueno sino malo; si no malo necesariamente en sí mismo, al menos para sí.
Este miedo es opuesto al temor de Dios. Porque si del temor nace - y en él se
funda - la Caridad, en el miedo hay tristeza por ser Dios quien es. De este miedo a Dios
sólo puede brotar el odio a Dios. "Los demonios - dice Santiago 2,19 - creen pero
tiemblan". El conocimiento demoníaco excluye el amor, mientras que el amor -
como veremos enseguida - exorciza el miedo (1ª Juan 4,18).

7.4.) El Gozo como Fuerza


Puesto que la acedia se opone al gozo de la caridad, conviene considerar cuáles
son los efectos previsibles de su neutralización por parte de la tristeza que se le opone.

El Gozo del Señor es vuestra Fortaleza


"El gozo del Señor es vuestra fortaleza, no estéis tristes" (Nehemías 8,5). La
frase es del sacerdote Esdras el día en que leyó la Ley de Moisés ante el pueblo en la
plaza que estaba frente a la Puerta del Agua, en Jerusalén, durante la Fiesta de los
Tabernáculos restaurada. Se trata del gozo resultante de escuchar la Palabra de Dios y
de creer en ella, del gozo de la fe y el amor a Dios.
Por su parte, Jesús, en la última cena y para fortalecer a sus discípulos de cara a
la prueba de la Pasión y a las futuras persecuciones, habla de un gozo suyo y de sus
discípulos: "Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo
sea pleno" (Juan 15,11).

Son las Palabras de Jesús las que están destinadas ahora a ser fuente de gozo
para sus discípulos, como lo eran en tiempo de Esdras las de la Ley para el pueblo. Por
el contexto, se ve claramente que el gozo de Jesús es el que proviene de su amor al
Padre, y que el gozo de los discípulos es el que provendrá de su amor a Jesús y de ellos
entre sí. Se trata pues claramente en este pasaje, del gozo de la Caridad al que se
opone la acedia. El contexto de anuncio de tribulaciones y pruebas, sugiere la misma
misteriosa vinculación entre gozo y fortaleza: "vuestra tristeza se convertirá en gozo"
(16,20). La frase nos recuerda el género paradójico de las bienaventuranzas. Hay una
misteriosa pero íntima vinculación entre este gozo y la paciencia en las tribulaciones. El
amor da fuerza para sufrir incluso la ingratitud: "todo lo soporta, todo lo perdona...(1
Cor 13,7).
La historia de Sansón (Jueces 13-16), ilustra con su fondo y su forma, lo que
decimos. En el episodio del enjambre de abejas y el panal de miel que Sansón
encuentra en el cadáver del león, y en la adivinanza que Sansón propone a los filisteos
inspirándose en este hecho, se reflejan los temas de la dulzura y la fuerza. Tanto la
fuerza del amor de Sansón por Dalila, como la del vigor físico de Sansón, que forman la
trama de esta historia.
El héroe es débil por su pasión hacia Dalila y fuerte por su amor al pueblo de
Dios: "Del que come salió comida y del fuerte salió dulzura"(Jueces 14,14). "¿Qué hay
más dulce que la miel y qué más fuerte que el león?" (14,18). La debilidad de Sansón

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
por amor hacia una enemiga ingrata y traicionera, refleja a su manera el drama del
amor de Dios. La misma que lo devora, lo hace vivir. Sansón es fuerte en su debilidad,
por fidelidad a la ingrata, como Dios. El mismo nombre de Sansón, Shimshon, derivado
de "Sol" (en hebreo = Shémesh), sugiere a la vez la dulzura y la fuerza del sol, además
de sugerir una asociación mesiánica. El corazón de Sansón es fiel a su pueblo y fiel a la
enemiga y los amores contrapuestos no se contrarrestan en él.
Dulzura de la miel y fuerza para el combatiente fatigado encontramos también
en el episodio de Jonatán, quien exhausto del combate, y habiendo hallado un panal
abandonado: "alargó la punta de la vara que tenía en la mano, la metió en el panal y
después llevó la mano a la boca y se le iluminaron los ojos" (1 Samuel 14,27). La fatiga
de la lucha enturbia la visión del bien. La dulzura de la victoria, después de dispersados
los enemigos - abejas que abandonaron el panal - devuelve la visión y el goce del bien.

El Cantar de los cantares, celebra también conjuntamente la dulzura (Cantar


5.10-11.16; 7,7-10) y la fuerza del amor divino, más fuerte que la muerte (Cantar 8,6)
capaz de soportarlo todo (1 Cor 13,7d).
El gozo de la Caridad es uno de los frutos del Espíritu Santo. Si es dable
establecer la correspondencia del gozo, fruto del Espíritu, con alguno de los dones del
Espíritu Santo enumerados en Isaías 11,2s., nos inclinaremos, aleccionados por estas
páginas bíblicas, a relacionarlo con el don de fortaleza. Y efectivamente, el Catecismo
de la Iglesia Católica enumera gozo y fortaleza, íntimamente unidos, entre los dones y
frutos del Espíritu Santo (CIC 1830-1832).

El Amor echa afuera el Temor


"El amor perfecto expulsa el temor", dice San Juan, con una expresión griega:
éxo bállei, término técnico del exorcismo (1 Juan 4,18). El amor produce un gozo que
expulsa el temor y por lo tanto la tristeza, ya que ambos, temor y tristeza, se dan por
presencia de un mal o ausencia de un bien.
¿Por qué el amor expulsa el temor? Porque: "el temor mira al castigo" y quien
todavía mira al castigo y teme, "no ha llegado a la plenitud del amor".
El amor nace de la visión del bien. El temor de la perspectiva de un mal (=el
castigo), que proviene de otro mal (=mi pecado). El que ama y el que teme están
atendiendo a dos cosas diversas: el que ama atiende y considera al Dios amable; el que
teme está mirando a su propio pecado y al castigo que merece. Cuando la mirada está
puesta en Dios y fija en él por el amor perfecto, ya no se mira a sí mismo y por lo tanto
tampoco al castigo. Y así se entiende por qué "el amor perfecto echa afuera al temor".
Amor y temor reposan pues sobre dos miradas diversas, sobre la atención a dos
objetos formales diversos. Y de esas dos miradas provienen dos fuerzas opuestas: un
amor y un temor opuestos entre sí, un gozo y una tristeza opuestos.
Como tristeza opuesta al gozo, la acedia enerva la fuerza divina en el alma
creyente. No sólo mina su capacidad de hacer el bien, sino que también corroe su
capacidad de oponerse al mal y la paciencia para sufrirlo.

Mi Fuerza se perfecciona en la debilidad


"Virtus in infirmitate perficitur" dice San Pablo (2 Corintios 12,9). Virtus significa
en latín vigor, fuerza, poder. Se trata naturalmente aquí, no de la fuerza física, sino de
la fortaleza para obrar el bien. El vigor del creyente es un vigor espiritual. Y ese es el

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
sentido original de la palabra latina virtus, y de la castellana virtud: la capacidad de
hacer el bien. El amor sufriente, crucificado, muestra la grandeza de su fuerza
precisamente en la debilidad, manteniéndose pacientemente adherido al bien a pesar
del mal.
La fuerza de la caridad es la fuerza del amor sufriente. Un amor que da fuerza
para luchar y para padecer por el bien. El cáliz de la Pasión que el Señor acepta en su
agonía, simboliza la comunión con la voluntad de su Padre: por un lado como comida
(= "Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre"); por otro lado como bebida ("El Cáliz
que me ha dado mi Padre ¿no lo he de beber?"); y por fin como una cierta embriaguez
de esa voluntad, que acepta la del Padre "en lugar del gozo que se le proponía" y
habiendo "soportado la cruz sin miedo a la ignominia", por lo cual "está sentado a la
derecha del trono de Dios" (Hebreos 12,2).
Es posible considerar la Agonía del Huerto como un combate o una lucha - en
griego: agón - entre dos gozos opuestos y dos tristezas opuestas. Por un lado el gozo
del amor al Padre, que se complace en hacer su voluntad. Por otro lado el gozo, que se
le propone, de un reino de este mundo (Lucas 4,6; Juan 6,15). Por un lado la tristeza
del alma humana ante la muerte; por otro lado la tristeza por el pecado (Lucas 19,41ss;
Marcos 11,17) como rechazo y menosprecio al Padre; y la tristeza del corazón del Hijo
que prefiere la muerte a contristar él también al Padre.
Al gozo que se le proponía, opuso Jesús un gozo superior. En ese conflicto de
ambos gozos nace el drama de la acedia en el corazón de los hombres. El dilema es,
entonces, mortificación, paciencia o acedia. Y el antídoto de la acedia: fortaleza y gozo
de la Caridad.
Jesús, sacó la fuerza - en su debilidad - de la embriaguez del Cáliz de su Amor al
Padre, y de su misericordia por la muchedumbre humana necesitada de rescate.

Locura y Debilidad de Dios


Para entender la psicogénesis de la acedia, hay que tener en cuenta las
antinomias o paradojas en las que es maestro san Pablo: "la locura de Dios es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres" (1 Corintios 1,25).
La fuerza no viene de las palabras, sino de Dios. Estas locuras del lenguaje sólo
puede permitírselas quien somete el lenguaje al ministerio del anuncio; sin poner su
confianza en la fuerza persuasiva del discurso, porque confía gozoso en la virtus de la
Caridad: "No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste, crucificado. Y me
presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no
tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una
demostración del Espíritu y del Poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría
de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Corintios 2,2-5).
Nada de retórica, nada de dialéctica, nada de adulación, o halagos, nada de
captación de la benevolencia, nada de amenazas, nada de manipulación psicológica,
nada de demagogia de las pasiones, nada de cálculo político ni de human relations. Lo
que brilló a los ojos de los Corintios en la locura de Pablo fue la locura de Dios mismo a
través de su Apóstol. En la humillación de Pablo, es la humillación de un Dios
suplicante la que se muestra con una evidencia sobrehumana.
"Dejaos reconciliar con Dios". Esta es la fuerza de la predicación de Pablo, a la
que no sirven sino que estorban los vigores retóricos o dialécticos. Es la fuerza de la

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
gratuita oferta y del vehemente ruego de reconciliación, de los cuales Pablo se sabe, y
se muestra, ministro y dispensador:
"Todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el
ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo [en la insensatez y debilidad, en la
injusticia de su Cruz], estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en
cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios la palabra
de la reconciliación. Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios os suplicara por
medio de nosotros: en nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!. A quien
no conoció pecado, le hizo pecado, por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de
Dios en él" (2 Corintios 5,18-21)
Pablo se presentó así, apóstol humillado de un Dios que se humilla ante el
hombre suplicándole la reconciliación y haciéndose culpable a sí mismo en su Hijo,
para ganar el amor de los culpables a costa del inocente. ¿Cuál puede ser la fuerza de
semejante locura?
Ante un Dios así calla el temor al castigo y puede nacer y llegar a su perfección
el amor cristiano: la Agapé (1 Juan 4,18), el Camino Mejor (1 Corintios 12,31).
Verdaderamente parece necio y ridículo un Dios así. Parece sólo apto para
engendrar acedia entre los hombres de un mundo fundado en el zarpazo de la
prepotencia, la imposición del poderoso, en la astucia retórica y dialéctica, en la
retorsión del lenguaje para adulaciones o intimidaciones sofísticas, o - en el mejor de
los casos - en la justicia del talión sin sombra de perdón o misericordia. Una
humanidad predispuesta a imaginarse dioses patrones, dictadores, que esclavizan a los
hombres y rivalizan con ellos.
Pero el corazón de los Corintios se rindió ante este Dios, perfil divino
absolutamente inédito en la interminable galería de las imaginaciones humanas acerca
de la divinidad, que lleva, en su propia disimilitud con todo lo que el alma de hombre
alguno sería capaz de imaginar e inventar, una cierta garantía de sobrehumana y divina
verdad. Ellos eran gente de un mundo donde lo divino ya se había hecho vulgar,
comercial, industrial, político, turístico y doméstico. Pablo les traía la oferta de un Dios
tan absolutamente a contrapelo de todos los que habían fabricado o domesticado ellos
mismos, que no tenía, por fin, apariencia humana sino realmente sobrehumana y
divina. Un Dios que sólo podía ser creído a fuerza de inimaginable e inverosímil.
Y ante ese Dios, débil por amor, gracias a la fuerza de ese Espíritu Santo que
suplica comunión y reconciliación sin tomar en cuenta las trasgresiones, los Corintios
encontraron por fin el gusto de creer.

7.5. Gozo y Virtudes Teologales


El Gusto de Creer
Hay un gusto, o sea un gozo en conocer y reconocer al Dios verdadero y en
aceptarlo por la fe. La inteligencia del hombre está creada para conocer a Dios y
cuando lo encuentra lo reconoce con fruición como a su objeto adecuado; como la
persona a cuyo conocimiento está destinado por creación. La inteligencia del hombre
está creada para posibilitar ese encuentro en el que consiste la felicidad del hombre.
El gusto de creer, pertenece al del gozo de la caridad. Es su comienzo o
incoación. Pero es una gracia. Lo que brota espontáneamente de la caída naturaleza
humana, del corazón humano herido por el pecado, cuando se lo confronta con la
oferta de la fe cristiana, es más bien la indiferencia, la incomprensión, el disgusto, la

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
aversión al Dios crucificado: la acedia, capaz de convertir a Pedro, piedra fundamental
de la Iglesia, en piedra de tropiezo para Jesús y los demás discípulos (Mateo 16,18.23).
"Para dar la respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y
nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo
dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la
verdad" 174.

Termómetro de las Virtudes


El gozo es fruto de la Caridad. Por lo tanto es indicio de la existencia y de la
salud de esta virtud teologal. Pero la Caridad supone la Fe y la Esperanza, de modo que
cualquier defecto de ellas debilita la Caridad.
Resulta así que el gozo - junto con la paz y la misericordia - es como un test de
la salud espiritual y del vigor de las virtudes teologales. Es como un termómetro en el
que repercute el ejercicio de esas virtudes.
Si se desea imitar el cauce pastoral paulino, hay que poner por delante las
virtudes teologales y por lo tanto el gozo específico que de ellas dimana. La pastoral
paulina es gaudiocéntrica porque está centrada en las virtudes teologales, como
fundamento y fuente de las demás virtudes cristianas.
¿Hay que aclarar que el gozo de las virtudes teologales no es como los gozos
mundanos? No todo gozo bullicioso o bullanguero, no todo gozo sensible, refleja el
estado real del alma. Quizás no haya mejor reflejo sensible de lo que ese gozo produce
en el hombre, pacificándolo, que el canto gregoriano y la música sacra.
Es un gozo que no se pierde en medio de las tribulaciones y las pruebas, sino
que en ellas es fuente de fuerza. Un gozo que está en lo profundo de los corazones
abatidos y de los que sufren todo lo que las bienaventuranzas prenuncian.
En el Concilio Vaticano II, la Iglesia manifestó su conciencia de sí misma con
aquella frase de San Agustín que refleja esta aparente paradoja: "La Iglesia peregrina
entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (Lumen Gentium 8).
La espiritualidad ignaciana, de la que nos hemos ocupado (6.), ofrece los
elementos para una pastoral gaudiocéntrica. En dicha espiritualidad, la doctrina de
consolación y desolación se ha convertido en un camino sapiencial para liberarse de
los afectos desordenados y goces falsos, y una vez liberados de ellos, elegir según Dios,
buscando y hallando el beneplácito divino en la ordenación de la propia vida. Esto es
guiarse en todo por la búsqueda de la complacencia y el gozo de Dios.

7.6.) Apéndice: El Problema de los Remedios


El tema de los remedios para la acedia no entraba dentro de los límites que
habíamos fijado inicialmente a este ensayo. No era nuestro propósito tratar de ellos
expresamente. Algunos pasajes de nuestra exposición aluden a ellos. Por ejemplo al
recordar la doctrina de Casiano, Isidoro, Benito, Tomás de Aquino e Ignacio de Loyola.
Pero un amable lector del manuscrito encontró decepcionante y hasta negativo que
"después de hablar tanto sobre un mal, no se tratase expresamente acerca de sus
remedios".
Para complacerlo, agregué un párrafo breve, en el que recordaba los remedios
que ofrecen Casiano, San Benito, Santo Tomás y San Ignacio de Loyola, remitiéndome a
los lugares del ensayo donde se habla de ellos.
174
Const. Dei Verbum 5, CIC 153; la última frase es del Concilio Arausicano II

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
Ese párrafo le pareció después demasiado exiguo a otro lector, quien halló
llamativo "que habiendo dado tanta importancia y centralidad al tema de la acedia, se
dedicasen solamente diez líneas - y apenas nominalmente - a su remedio", y que "dada
la amplitud de la exposición del tema, se esperaría que se deben ofrecer líneas o
pautas de reeducación suficientemente explicitadas".
Yo no había considerado insuficientes esas líneas, en parte porque estaba y sigo
persuadido de la validez, de la utilidad y la suficiencia de esos remedios tradicionales,
que al lector le parecieron exiguos y nominales. Y en parte también porque, desde mi
óptica de autor, familiarizado y conforme con los límites autoimpuestos a mi escrito,
que no aspiraba a ser un tratado sino modestamente un ensayo, y más allá de
considerar suficientes para un ensayo las referencias a los remedios diseminadas en él,
me seguía sintiendo satisfecho y optimista con la virtud curativa de la descripción
misma del mal. Confianza que contribuía a alimentar en mí la experiencia de otros
lectores de este trabajo.
Debo decir que no termina de imponérseme la lógica según la cual quien
conoce y sabe describir un mal, deba por eso forzosamente conocer y exponer
también sus remedios. El que hace algo bueno no se obliga por eso a hacerlo todo o a
hacer lo mejor. Se puede conocer el virus y la etiología de una enfermedad, pero
carecer de la vacuna. No tengo rubor en confesar que había limitado el objeto de mi
ensayo a disertar sobre el mal, creyendo hacer con eso sólo, algo de provecho. Y
porque no tenía elaboradas ni la doctrina ni las razones acerca de su tratamiento.
Gracias al deseo de estos lectores, he tenido la oportunidad de ponerme a reflexionar,
más a fondo y con mayor detención, aunque siempre como ensayista, sobre este
"problema" - porque vaya si lo es - de los remedios o del tratamiento del mal de
acedia.
Tampoco termina de convencerme, como le parecía al primer lector arriba
citado, que sea "negativo" hablar extensamente de un mal. Como dijo el Arcipreste de
Talavera: "si el mal no fuere sentido, el bien no sería conocido" 175. El solo hecho de
llamar la atención sobre un mal inadvertido, es ya de por sí algo positivo. La
experiencia de otros lectores del manuscrito de este estudio, me convence de que
señalarles este mal del que padecían, o del cual vivían rodeados y en algunos casos
acosados, y cuya verdadera índole ignoraban, fue de por sí beneficioso por el mero
hecho de comprenderlos en su exacta naturaleza y saber nombrarlos. El demonio de la
acedia se exorciza ya con reconocerlo e imperándolo por su nombre.
Cualquier médico o enfermero entenderá que un buen diagnóstico es la mitad
de la curación, aunque el diagnóstico no sea todavía, de suyo, un acto terapéutico. Y
no creo que a un médico se le ocurriría reprocharle al clínico su diagnóstico por no ser,
también, terapéutico; ni porque diagnostique un mal incurable o del que se ignora el
remedio. Toda diagnosis tiene un valor intrínseco positivo si es acertada.
Pero he aquí que sucede, además, que en psicología y en psicoanálisis, cuando
el paciente reconoce las causas y los orígenes de sus síntomas, no sólo puede decirse
que ese reconocimiento contribuye a curar su neurosis, sino que se afirma que por eso
mismo se logra la curación. Quizás este ejemplo pueda sugerir de qué modo la sola
presentación de la acedia que hemos hecho, le puede servir ya de remedio en gran

175
Y agregaba: "decir mal del malo, loanza es del bueno" Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de
Talavera, Corbacho, Prólogo.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
medida, sin necesidad de disertar aparte sobre sus remedios. En los asuntos del alma y
del espíritu, la sola anagnórisis del mal es ya su terapéutica.
Hechas estas puntualizaciones, agradezco todavía el reclamo de esos benévolos
lectores, que me ha dado la oportunidad de abundar aquí en precisiones y en la
elucidación de asuntos que están en juego al abordar el problema del tratamiento o de
los remedios de la acedia. En atención a su deseo, que considero puede ser el de otros
muchos lectores de este libro, he reunido la información dispersa a lo largo de mi
ensayo dentro del marco de estas reflexiones sobre el referido problema.

Los Remedios: Complejidad y Sencillez


En realidad, tienen razón nuestros amables y críticos lectores: el problema de
cómo remediar la acedia exigiría ser tratado extensa, profunda y minuciosamente. Tal
es su importancia y tal su complejidad. Sería deseable tratarlo con similar extensión a
la dedicada a disertar sobre el mal mismo. Difícilmente se podría darle en menos
espacio un tratamiento condigno y satisfactorio. Habría que tratarlo
diferenciadamente en los distintos niveles en que la acedia se presenta: a nivel de
tentación, de pecado actual e individual, de vicio capital, de mal social, de cultura y de
civilización. Habría que tratarlo a nivel de doctrina y de teología dogmática, en cuanto
que implica una determinada concepción de la vida cristiana; a nivel de teología
espiritual, de dirección espiritual y cura de almas; a nivel de liturgia, de pastoral social,
de acción cultural, de evangelización y de acción misionera; a nivel de gobierno
eclesiástico y congregacional. En fin, a todos los niveles en los que la acedia incide se
encuentra y se manifiesta. Concedo que todo esto excede mi capacidad.
Puesto que la acedia tiene dimensiones de civilización, el remedio a los vicios
de una civilización debe investir dimensiones de civilización. El tratamiento de la
acedia en los individuos exige tener en cuenta la incidencia que tiene en su mal la
pandemia cultural y civilizacional en la que están inmersos. La acedia no sólo reclama
una terapéutica, pide una higiene, una profilaxis y una epidemiología.
Hablando del remedio para la Civilización de la Acedia, pensamos
espontáneamente en la Civilización del Amor, que vienen reclamando proféticamente
los Papas, desde Pablo VI, pero que, con otros nombres, lucharon por instaurar sus
antecesores desde Pío IX, que yo sepa. De esta Civilización del Amor habría que
disertar aparte y largamente, para no dejar insatisfechos a los que reclaman recetas de
acción inmediata para aquí y ahora. Además habría que disipar el equívoco que se
alberga en muchas cabezas que, cuando oyen hablar de Civilización del Amor,
entienden Civilización de la Filantropía, en vez de entender que se trata de la
Civilización de la Caridad.
Siendo la acedia lo opuesto al gozo de la Caridad, merecería la pena que
alguien, capaz de hacerlo, hiciese un tratado sobre la Caridad enfocado a la pastoral de
la acedia. Pero quizás, eso no sería necesario. Bastaría con impostar la pastoral sobre
el cultivo preferencial y prioritario de las virtudes teologales. Automáticamente se
estaría contribuyendo así a remediar la acedia en todos sus niveles. No es otra cosa la
que, por otra parte, proponen tanto la tradición como la nueva evangelización. Ni otra

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
cosa la que propone el Papa en su Carta sobre el Tercer Milenio 176. Ni otra la que
propone San Ignacio al ejercitante en sus Ejercicios.
¿Habrá pues que pensar en remediar la acedia, o más bien en cultivar y
preservar la gracia de la Caridad allí donde Dios la ha puesto y nos ha encargado
cultivarla? El mejor remedio es conservar el don de la salud. Así, el mejor remedio
contra la acedia es conservar la gracia de la Caridad. Presiento que entran en juego
aquí dos concepciones de la existencia cristiana.
Según una de esas dos concepciones, Dios ya ha hecho lo principal y nosotros
hemos de ser fieles servidores y ministros de lo que El hizo, viviendo de tal manera que
conservemos en nosotros los dones recibidos en ese comienzo y origen divinos. La
originalidad de la vida cristiana, está en ser fieles al origen. La novedad se concede
como gracia a esa fidelidad. Si no perdemos lo que Dios nos ha dado y conservamos lo
que ha obrado en nosotros, la lámpara encendida del bautismo y la túnica blanca,
entonces nos hacemos acreedores a recibir lo que Dios nos promete. El cristiano está
así inmerso en el actuar de Dios. Por la fidelidad al pasado divino, se nos entrega el
presente y el futuro divinos. Lo nuestro es ser fieles. Esta es la visión que se desprende
de los escritos de San Juan, con su insistencia en el permaneced, y también la de
Pablo, Pedro y muy en especial de la Carta a los Hebreos. Nuestra libertad se ejercita
en ese servicio de fidelidad a lo que Dios ha hecho, hace y hará.
En la otra visión, lo que Dios hace o ha hecho se da por supuesto, y de lo que
hará se habla poco. Y en eso mismo se muestra la poca o relativa importancia
existencial y práctica que se le da. Parecería que lo que Dios ha hecho es sólo
capacitarnos y echarnos a andar para que hagamos lo que decidamos hacer, lo cual es,
por lo menos en la estimación práctica, lo principal: lo que debemos hacer. Con un
énfasis algo legal en lo del debemos. No es ésta la impostación de la vida cristiana más
propicia al cultivo y la preservación del gozo de la Caridad.
El discurso acerca de la gracia de la Caridad, centra la atención donde debe
estar: en el Autor del bien, en la acción divina en y con nosotros, y en los gozos y
consuelos verdaderos que deben ser atesorados, preservados y cultivados. Y a los que
se debe responder generosamente.
El discurso acerca de los remedios - en cambio - encierra el riesgo de volver a
centrar la atención en la acción humana del pastor, como médico o reeducador,
perdiendo de vista, por darla por supuesta, la parte de Dios en todo esto.
Reconociendo, pues, toda la complejidad del tema de los remedios de la acedia,
hay que reconocer también, sin embargo, que el principio curativo es muy simple: el
remedio contra la acedia es el gozo y los consuelos de la Caridad. A todos los niveles: al
de la tentación, del pecado, del vicio capital, al de la cultura y de la civilización. Y el
médico o agente principal de la curación, es Dios. La curación de la acedia, no viene
tanto "desde abajo" cuanto "desde arriba".
Si estas consideraciones que venimos haciendo se sopesan, se hará evidente
cómo al hablar del mal, simultáneamente apuntábamos y contribuíamos ya a su
remedio. Por ejemplo, cómo al hablar de la pastoral de las Virtudes Teologales y de la

176
El Papa propone insistir en el trienio 1997-1999 en las Virtudes Teologales correspondientes a las tres
Divinas Personas. En el año l997, Año del Hijo, se insistirá en la Fe; en el año 1998, año del Espíritu
Santo, se insistirá en la Esperanza; y en el año 1999, año del Padre, se insistirá en la Caridad. Juan
Pablo II, Tertio Milennio Adveniente Nº 40-51.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
pastoral gaudiocéntrica177, señalábamos pistas de sanación, o si se prefiere hablar así:
de reeducación. Toda evangelización consiste en educar en las Virtudes Teologales:
enseña a creer, a esperar los verdaderos bienes, a amar a Dios y al prójimo por Dios. Y
enseña a encontrar en esto los verdaderos gozos y consuelos, prefiriéndolos a
cualquier otro que se ofrezca.
Al describir la complejidad de un mal de dimensiones culturales y
civilizacionales, despejábamos de entrada la ilusión de que para el mal de acedia, a
cualquiera de sus niveles, pudiese existir tratamientos humanos, remedios de acción
automática o recetas caseras de sencilla aplicación, como para suscitar engañosas
esperanzas de que los pastores pudiéramos arreglarnos en esto por nosotros mismos y
sin Dios. No existen los filtros mágicos que pudieran aplicar aprendices de brujo en una
pastoral exitista, cortoplacista, eficacista y pelagiana. Esa sería una pastoral
trágicamente portadora de acedia, que propagaría el contagio de lo que aspira a curar.
La Civilización de la Caridad, como la Jerusalén Celeste, desciende de lo Alto
(Apoc. 21,10). Antes que obra humana es gracia posibilitante. Al igual que el Reino de
Dios, es cosa que se pide, antes que cosa que se construye a lo Babel. Sólo los que
piden estas cosas porque las saben imposibles e inalcanzables por sí mismos, están en
condiciones de ser capacitados para obrar y contribuir eficazmente en su realización
como dóciles servidores y ministros de los impulsos divinos.
Cambiar la Humanidad es obra sobrehumana, que sólo la Iglesia puede
acometer porque a ella le ha sido encomendada junto con los medios de gracia
necesarios para llevarla a término; y que sólo a la Iglesia le es dado verificar
parcialmente en sí misma, como modelo de una Humanidad redimida, realizándola en
sus santos cuando viven el gozo de la Caridad. En ese sentido la Iglesia es remedio de
la Civilización de la Acedia y semilla de la Civilización de la Caridad. Escuela donde se
aprende a vivir los gozos y los consuelos de la Caridad, irradiándola desde su liturgia
hacia sus demás dimensiones. El remedio de la acedia del mundo pasa por la
preservación del tesoro de gozo y de consuelo de la Caridad que el Señor derrama en
el corazón de los fieles. La Iglesia es la administradora y guardiana maternal de ese
tesoro que Dios le confía, para salar, iluminar y fermentar el mundo. La depositaria del
Gaudium et Spes es la que puede remediar el Luctus et Angor del mundo. Y en su
liturgia hace presente una isla de eternidad en el tiempo.
La Caridad, remedio de la acedia, es, pues, gracia: ya sea en la Iglesia, en el
alma, en la cultura o en la Civilización. De ahí que el remedio contra la acedia sea
específico y diferente, no manipulable, no planificable, indomeñable. No aplicable con
criterios de eficacia puramente racional, natural y humana. Fácil de nombrar, difícil de
aplicar.
Antes de que nosotros describiéramos la acedia, ya estaba Dios ocupado en
remediarla. Lo nuestro sería darnos cuenta de eso y secundarlo.
La doctrina sobre la Gracia nos persuade de que la Civilización de la Caridad, o
sea el remedio de la acedia, es algo que pertenece más al orden de las cosas que se
piden, que al de aquellas que el hombre puede aplicar y dosificar por sí mismo. A nivel
teórico-dogmático, la Civilización de la Caridad, como remedio a la acedia, reivindica
los postulados de la doctrina ortodoxa sobre la gracia, opuestos a la visión eficacista y
pelagiana que es madre de la acedia. Mientras que la Caridad tiene su gozo en la
gratuidad de los dones y gracias divinas, el eficacismo pelagiano y kantiano se niega a
177
Ver 7.5

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
alegrarse con nada que no sea fruto del propio esfuerzo, planificable y evaluable. A la
pastoral de la gracia-eficaz, concebida como un ministerio o sea como un servicio
subordinado a la gracia divina, se opone un concepto de pastoral de la eficacia-
humana a cuyo servicio debería ponerse y acudir la ayuda divina.
A nivel doctrinal, el remedio a la acedia pasa, pues, por la inversión de aquella
óptica a la que da lugar una cultura exitista, eficacista; cultura de los planes y de la
evaluación de los logros, que traspone al plano espiritual o pastoral los métodos
propios del mundo empresarial, desentiendose de los factores no cuantificables, no
planificables ni evaluables como son las gracias, los dones y los consuelos. La
óptica doctrinal correcta y católica, enfatiza por el contrario la Gracia: lo que Dios obra,
inflamando en su amor, consolando y pacificando al alma en su Señor y Creador, lo
cual no es naturalmente ni previsible, ni planificable, no se sujeta a cronogramas, ni se
deja evaluar de otra manera que por el discernimiento espiritual.
Soñar en remedios eficacistas para la acedia, u ofrecerlos a quien tales pidiese,
equivaldría a querer curar la acedia con más acedia, agravando el mal y extendiéndolo
en vez de curarlo. Pero en este caso no vige la ley de homeopatía: el pecado no puede
curarse con más pecado, ni el mal con más mal, ni el desorden con más desorden.

Las Recetas Tradicionales


¿Habremos de aguardar entonces a que Dios instaure una nueva Civilización
para encarar la pastoral de la acedia? De ninguna manera. Es necesario echar mano
con confianza a las recetas tradicionales que nos ofrecen acreditados maestros,
algunos de ellos fundadores de escuelas de espiritualidad. Esas son las mismas recetas
con que la Iglesia fermentó el mundo y la civilización antigua. La fe les reconoce
eficacia y confía en ellas, no por su sencillez, sino porque son el canal por donde
escurre el torrente de la gracia divina.
Casiano, como vimos, proponía la gratitud por los bienes divinos como remedio
para la acedia 178. Enseña que la acedia viene de la ingratitud, más propiamente:
consiste en la ingratitud por los beneficios recibidos, por las gracias y consuelos. Se ha
de corregir el menosprecio con el aprecio. Así de sencillo. Casiano recomienda resistir
con energía la tentación de acedia: "enseña la experiencia que con el ataque de la
acedia no se ha de condescender, ni se ha de huir, sino que se lo ha de vencer
resistiéndolo" 179.
San Benito, en un logion de laconicidad monástica que no excede una línea,
prescribe en su Regla: "No anteponer nada al amor de Cristo". Este consejo va en la
línea terapéutica de la higiene y la profilaxis: conserva como un tesoro la Caridad que
se te ha dado, guarda la gracia, no permitas que invadan tu corazón amores que
desalojen la Caridad, no aprecies los goces terrenos más que los divinos, no sea que se
te conviertan en tristeza por Dios.
En la misma dirección amonesta San Isidoro de Sevilla, como vimos también
antes , poniendo en guardia contra la tibieza, contra el volverse atrás, abandonando
180

el amor primero.
San Gregorio Magno aconseja: "el vicio de acedia, o sea el tedio del corazón, se
expulsa pensando siempre en los bienes celestiales. La mente que se ocupa en la
178
Ver 5.1.
179
De Inst. Coenobit. L. 10
180
Ver 5.3.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
consideración de bienes que tanto alegran y regocijan, no se puede aburrir de ninguna
manera"181. Aquí aparece en el ambiente monástico el trabajo orante o la oración
durante el trabajo. La "contemplación en la acción" que propondrá San Ignacio de
Loyola tiene aquí sus raíces, pero es posible en la vida laical.
Santo Tomás, sobre las huellas de Casiano, considera que la causa de la acedia
es no apreciar o menospreciar los bienes que le vienen a uno de Dios 182. Y en
consecuencia propone como remedio el pensar y meditar en los bienes espirituales 183.
Se trata evidentemente de una meditación creyente, de un ejercicio de la fe. El
descubrimiento de los bienes que ve la fe, está entre los motivos del gozo de creer. Es
la fe informada por la caridad la que conforta y consuela, pacifica y hace bueno.
San Ignacio de Loyola pone en primer plano de su doctrina espiritual el aprecio
y el cultivo de la consolación, que es el gozo de la caridad en todas sus formas. Sus
reglas de discernimiento describen las diversas formas consolatorias de la Caridad.
Esto es particularmente útil. La sola palabra gozo - en efecto - no siempre basta para
comprender a qué variedad y complejidad de fenómenos espirituales concretos se
alude con ella y a cuáles - correlativamente - se opone la acedia. San Ignacio adiestra
para reconocer las distintas formas de la consolación, y para recibirlas en el corazón,
amparándolas contra los ataques de la desolación o del desorden.
San Ignacio enseña también, en sus reglas de discernimiento a guardarse de la
acedia que acosa en forma de tentación184. Coincidentemente con Casiano, recomienda
resistir virilmente el ataque de la acedia. Se ha de resistir a la desolación y hacer todo
lo contrario de lo que sugiere que hagamos185.
Por fin, su Contemplación para alcanzar Amor, al final de sus Ejercicios
Espirituales se revela - según vimos - como el antídoto específico contra el mal de
acedia; como un ejercicio de perseverancia en el bien, a la vez que como la forma más
indicada de fomentar una vida gozosa y consolada por la Caridad 186.
Un autor moderno propone: "Los remedios contra una tan insidiosa
enfermedad espiritual son el espíritu de penitencia, que mantiene despierta, lista y
pronta al alma para el servicio de Dios y fiel en la observancia tanto cristiana como
religiosa; una justa medida en el trabajo, porque previene el tedio en las prácticas de
piedad y la náusea por las cosas divinas; la meditación y la lectura espiritual cotidianas,
la práctica frecuente de los sacramentos de la confesión y de la eucaristía; y
finalmente, una predicación iluminada o una reflexión de los novísimos, porque estos

181
Comm. in 1 Regum 5,9; PL. 79, 364. Todos los autores espirituales coinciden en insistir en la
actividad del espíritu y la oración constantes. Santa Melania le preguntó a una eremita llamada Alejandra:
"¿Cómo puedes soportar la acedia que produce el aislamiento y la soledad, puesto que no ves a nadie?"
y la reclusa le respondió: "Desde que amanece hasta la hora de nona, oro sin cesar mientras hilo el lino.
El resto del tiempo, repaso en mi espíritu la historia de los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los
mártires. Después de comer mi pan, espero las horas que restan perseverando fielmente y pronta para
aceptar el fin con una esperanza gozosa" PALLADIO, Hist. Laus., 5,3.
182
Summa Theol. 2a. 2ae. Q.35, Art.1, ad 3m
183
Summa Theol. lugar citado ad 4m
184
Ver 6.2.
185
Es lo que Ignacio llama "agere contra" o hacer el "oppositum per diametrum" = lo diametralmente
opuesto (EE 325).
186
Ver 6.2. Esta forma de contemplación, puede convertirse en una forma de oración durante la acción.
San Ignacio la propone a los jesuitas, que han de ser contemplativos en la acción. Pero esta forma de
oración se adapta muy bien a las exigencias de la vida laical.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
adquieren en la existencia gris del hombre con acedia, una eficacia particular y
saludable" 187.

Remedio obvio pero arduo


Aunque el remedio sea simple y sencillo, lo difícil y problemático es su
aplicación. Que un acedioso apetezca conformarse con los gozos y los consuelos que
vienen de la consideración de las gracias y bienes recibidos, es algo tan milagroso
como la conversión de un pecador. Diríamos que es como convencer a una
adolescente anoréxica de que ha de comer. Para ella, una cosa tan sencilla sería su
salvación. Pero eso es precisamente lo que ella aborrece. Poco adelantamos con saber
el remedio si no sabemos cómo despertar su apetito. Y es precisamente el apetito
espiritual del acedioso lo que está enfermo y habría que revertir.
Ese ha sido tradicionalmente el problema llamado de la "perseverancia", tanto
del creyente en su fe, como del que ha sido llamado en su vocación, o del ejercitante
en las gracias recibidas en Ejercicios.
El pronóstico que puede darse acerca de las posibilidades de curación del mal
de acedia, es reservado. El autor de la Carta a los Hebreos - por ejemplo - no se
muestra optimista acerca de la posibilidad de que los anoréxicos de Dios vuelvan a
recuperar su perdido apetito: "Por lo que se refiere a los que una vez han sido
iluminados, que saborearon el don celestial, que se hicieron partícipes del Espíritu
Santo y gustaron la dulzura de la palabra de Dios y los prodigios del mundo futuro,
pero luego cayeron en la apostasía, es imposible volverlos a renovar por el
arrepentimiento; ellos crucifican de nuevo por su cuenta al Hijo de Dios y lo exponen a
la burla pública" (Hebreos 6,4-6)
No es fácil que quien una vez declaró menos importante la consolación y el
gozo que antes gustara, y quien a pesar de haberla gustado se volvió a derramar en las
cosas, cambie su corazón para volver a dar la prioridad a lo que desestimó. Ahí radica
toda la dificultad de aplicar el remedio a quien le produce arcadas. Porque lo que para
remedio de nuestro mal la tradición unánimemente receta, es el aprecio y la búsqueda
del gozo y del consuelo espirituales. Pero eso es precisamente lo que, como hemos
visto, ya no alegra, o alegra menos, o entristece y hasta enfurece al acedioso. Y como
en medicina espiritual, es el paciente el único que puede dejarse aplicar por Dios el
remedio, no está en la mano del director espiritual o del pastor, aplicar el remedio de
la conversión a quien no quiera convertirse.

187
V. HONINGS, Art.: Acedia, en Dicc. de Espiritualidad ( Dir. Ermanno Ancilli) T.I, Col. 26.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral
CONCLUSION

"Al acercarse Jesús a Jerusalén y al ver la ciudad, lloró sobre ella diciendo: `¡Si
también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas y te
cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus
hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has
conocido el tiempo de tu visita'" (Lucas 19,41-44).
Lamentando la incapacidad de Jerusalén para percibir la visita de Dios, Jesús
llora sobre la acedia de la ciudad santa.
No se sabe bien lo que es la acedia, hasta que no se pondera este llanto del
Salvador sobre el drama y el inescrutable misterio de la apercepción y la dispercepción
del bien.
El drama de la acedia es el drama de Jesús, y el misterio de la acedia lo conduce
a la muerte.
Los improperios que canta la Iglesia el Viernes Santo interpretan ajustadamente
los sentimientos del Salvador sobre un pueblo que no reconoce los beneficios, peor
aún, los toma a mal y los retribuye con ofensas: "Pueblo mío ¿Qué te hice o en qué te
he faltado? ¡Responde! Te arranqué del Egipto, tú me diste una cruz...Te exalté con
honor y poder sobre tus enemigos; pero tú me clavaste alzándome en una cruz". El
lamento de Jesús es el lamento por la acedia. Podría decirse que la acedia es "el
pecado". La acedia es el mal del que debe ser liberado principalmente y en primer
lugar, el género humano.
"Uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y,
sujetándola a una caña, le ofrecía de beber" (Mateo 27,48). Se cumplía en Jesús lo del
Salmo: "En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre" (Salmo 68,22).
"Una viña tenía mi amigo en una colina fértil...y esperó que diese uvas dulces
pero le dio uvas agrias" (Isaías 5,1s).
La profecía de Isaías sobre la viña ingrata que da vinagre en lugar del dulce vino
del festín de bodas, se cumple en la pasión de Jesús. La sed del crucificado es la sed de
Dios que solicita el amor del hombre y que recibe en cambio, burla, descalificación,
rechazo o por lo menos evasivas, dilaciones, excusas, o contraofertas "razonables".
Es el drama de Dios, exponerse a recibir lo agrio en trueque por lo dulce.
Aunque esto parezca inverosímil, la Pasión muestra que no lo es. Y dado que "lo que
fué eso será y lo que se hizo se seguirá haciendo" (Eclesiastés 1,9), la acedia sigue
existiendo, aunque nos hayamos olvidado de su nombre y ya no sepamos señalarla
donde ella está.

Horacio Bojorge - En mi sed me dieron vinagre – La Civilización de la Acedia – Ensayo de teología pastoral

También podría gustarte