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relato. Cada trozo es decisivo, de una forma u otra.

A B
Pues sepa Vuestra Merced, ante todas las Lázaro: es la primera frase del Tratado I.
cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes...
...confesó y no negó, y padeció persecución Lázaro: habla de su padre, que robaba en el
por la justicia. trabajo.
...a mí con amenazas me preguntaban, y, como Lázaro: sin querer, ayudó a acusar a su
niño, respondía y descubría cuanto sabía... padrastro; de niño no sabía callarse cuando
convenía.
-Necio, aprende que el mozo del ciego un El ciego: la gran enseñanza, luego de la
punto ha de saber más que el diablo. calabazada contra el toro de piedra.
...después de Dios, éste me dio la vida y, Lázaro: reconoce cuánto aprendió del ciego.
siendo ciego, me alumbró y adiestró en la
carrera de vivir.
...cuánto cuesta a los hombres subir siendo Lázaro: recuerda a "Vuestra Merced" lo difícil
bajos, y dejarse bajar siendo altos. que es subir (o bajar) de rango social.
-¿Qué diablos es esto, que desde que conmigo El ciego: sospecha que Lazarillo tiene que ver
estás no me dan sino medias blancas...? con el trueque de monedas, aunque no sabe
cómo lo logra.
..con toda su fuerza, alzando con dos manos El ciego: castiga sin misericordia el hurto del
aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre vino.
mi boca...
-¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a El ciego: explica su modo ingenioso de ver sin
tres? En que comía yo dos a dos y callabas. ser vidente.
-¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? Lazarillo: burla al ciego, y le deja por muerto.
¡Oled, oled! -le dije yo.
Escapé del trueno y di en el relámpago. Lázaro: juzga su paso del ciego al clérigo.
...en todo el tiempo que allí estuve, que serían Lázaro: se tiene por responsable, pues rogaba
casi seis meses, sólo veinte personas por la muerte de los enfermos a fin de comer
fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo... en los entierros.
-En vuestra casa yo me acuerdo que solía Un vecino del clérigo: cree que es una culebra
andar una culebra, y ésta debe de ser, sin duda. que entra al arcaz.
...con toda su fuerza me descargó en la cabeza El clérigo: "sintiendo la culebra" entre las
un golpe tan grande, que sin ningún sentido y pajas en que duerme Lazarillo, le pega un
muy mal descalabrado me dejó... garrotazo que lo deja sin sentido 3 días.
-A fe que los ratones y culebras que me El clérigo: se refiere al descubrimiento de que
destruían ya los he cazado. quien hurtaba del arcaz era Lazarillo.
-Lázaro, de hoy en adelante eres tuyo y no El clérigo: despide a Lazarillo después de
mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no descubrir su ingenio para conseguir los
quiero en mi compañía tan diligente servidor. bodigos.
-Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios El escudero: invita a Lazarillo a que entre a su
te ha hecho merced en topar conmigo; alguna servicio. Muy pronto el niño comprenderá su
buena oración rezaste hoy. "ruin fortuna".
Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo Lazarillo: ha aprendido a callar cuando
mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y conviene, cosa que no sabía antes.
callando lo demás.
-Vivirás más y más sano -me respondió-. El escudero: excusa la escasez vivida en su
Porque, como decíamos hoy, no hay tal cosa casa.
en el mundo para vivir mucho que comer
poco.
¡Oh, Señor, y cuántos de aquestos debéis Vos Lázaro: juzga así el concepto huero de la
tener por el mundo derramados, que padecen honra, acato a la cual mata al escudero de
por la negra que llaman honra...! hambre.
-Pecador de mí -dije yo-, por eso tiene tan Lazarillo: reacciona al oír que su amo no sufre
poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que lo saluden diciendo, "Manténgaos Dios."
que nadie se lo ruegue.
...no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé Lázaro: se refiere a lo que, en Toledo, dicen
qué de que ven a mi mujer irle a hacer la cama las malas lenguas de su mujer y del Arcipreste.
y guisarle de comer.
...yo juraré sobre la hostia consagrada que es Lázaro: se conforma con su situación; "De
tan buena mujer como vive dentro de las esta manera...yo tengo paz en mi casa."
puertas de Toledo.
...en este tiempo estaba en mi prosperidad y en Lázaro: termina así su relato. Marido cornudo
la cumbre de toda buena fortuna. y conforme, ha subido tan alto como va a
subir. Su fin se desconoce.

La vida de Lazarillo de Tormes Resumen y Análisis


Prólogo
Resumen
En el Prólogo podemos observar muchos de los recursos convencionales de la época.
Primero, el autor invita a los lectores a conocer su historia y utiliza una cita de Plinio, un
autor de la Antigüedad, para defender el bien que pueda salir de su relato. A continuación,
menciona el propósito con el cual todos escriben: ser recompensados con la lectura y, si
ameritase, con elogios. Nuevamente utiliza una cita de un autor de la Antigüedad para
sustentar lo que ha dicho anteriormente.

A partir de la cita de Tulio Cicerón, “La honra crea las artes”, el autor establece una
comparación entre lo que mueve al soldado a pelear y al artista a escribir: ambos quieren el
provecho de otros, pero también desean obtener honor y reconocimiento.

En el penúltimo párrafo del Prólogo, el autor utiliza una convención de la época que busca
captar la benevolencia del lector mediante la desvalorización de su propia obra, a la que se
refiere como “nonada”, y asegurando que escribe con “grosero estilo”. En ese mismo
párrafo introduce el asunto de la obra: las fortunas, peligros y adversidades que vive un
hombre.

Finalmente, el último párrafo del Prólogo introduce una mención a “Vuestra Merced”,
quien es, en apariencia, el receptor de este relato. Como lectores, descubrimos que el relato
tiene el propósito de responder al pedido de Vuestra Merced, quien ha solicitado una
explicación en torno a un “caso” que permanece indefinido en esta parte del libro. Según el
narrador, para poder explicar extensamente el “caso”, deberá empezar su historia desde el
principio. El prólogo cierra con una reflexión sobre el mérito que tienen aquellos a quienes
la Fortuna les fue contraria frente a quienes “heredaron nobles estados”.

Análisis
En el Prólogo del La vida de Lazarillo de Tormes, se hace uso de una serie de
convenciones propias de la época. En principio, el propósito del prólogo es captar la
benevolencia del lector y establecer el asunto de su obra.
Al igual que otras obras de la época, el autor plantea una serie de motivos por los cuales su
novela puede ser de utilidad al lector. En primer lugar, sostiene que la finalidad con la que
escribe es evitar que los acontecimientos narrados se “entierren en la sepultura del olvido”.
A partir del fragmento citado, vemos cómo el autor asocia la escritura a la memoria. Esto
otorga a la obra verosimilitud, ya que pareciera que se está dando noticia de hechos que
sucedieron verdaderamente. Más adelante veremos que el autor utiliza recursos adicionales
con este mismo objetivo de otorgar verosimilitud a su relato.

En segundo lugar, el autor se propone captar la atención del lector con un tópico de la
época: las citas de autores de la Antigüedad. La primera que aparece parafraseada es de
Plinio, e indica que no hay libro que no ofrezca provecho al lector. Acá el autor recurre a
una cita de autoridad para desarrollar otro tópico recurrente al momento de persuadir al
lector sobre el valor del libro: el tópico de la utilidad. Todo lector que se acerque a este
texto va a encontrar una utilidad, así sea solamente el deleite de la lectura.
Seguidamente, se desarrolla otra finalidad que no supone una novedad: la escritura como
medio para obtener honra y fama. El autor del Lazarillo recurre a la cita de autoridad
nuevamente. En este caso, cita a Cicerón. Además, amplía este tópico recurriendo a la
analogía, en la que establece un paralelo entre el soldado que pone en riesgo su vida y el
hombre de letras: ambos actúan por el bien de otros, pero también por el deseo de ser
reconocidos y admirados.
En el penúltimo párrafo del prólogo, el autor hace uso del tópico de la humildad o
modestia. Se trata de un recurso literario denominado captatio benevolentiae. Lo que
se busca es captar la benevolencia del lector mediante los siguientes recursos: rebajar la
propia persona (“no ser más sancto que mis vecinos”), remarcar la rusticidad del estilo (“en
este grosero estilo escribo”) y poner de manifiesto la banalidad del asunto (“desta nonada”).
A propósito de la verosimilitud que mencionamos anteriormente, el último párrafo del
Prólogo incluye una serie de recursos que contribuyen a crear la ilusión de que se trata de
un relato verídico. Para empezar, el autor hace uso del tópico de la escritura por encargo, es
decir, se escribe como respuesta al pedido de otro, en este caso, Vuestra Merced. Al
aparecer en el texto una segunda persona, quien encargó que se relatara una situación y a la
que el relato está destinado, se crea la ilusión de que lo que viene a continuación existe más
allá de la imaginación de su autor.

Finalmente, el autor disfraza el relato de autobiografía y ese “Yo” que inaugura la obra en
la primera línea del Prólogo ya no se identifica únicamente con el autor de la novela, sino
también con el narrador y protagonista de esta. La identificación entre la primera persona
del Prólogo y la de los tratados, así como la inclusión de la figura de Vuestra Merced en
ambos, lleva a los críticos a considerar al Prólogo no como un paratexto, sino como parte
integral e inicio de la obra.

Resumen y Análisis Tratado Primero


Resumen
Tal y como se había planteado en el Prólogo, Lázaro empieza a narrar su vida desde su
nacimiento en el río Tormes, de donde proviene su nombre. Nace en aquel lugar porque su
padre, Tomé, trabajaba en una molienda en la orilla del río. Tras quince años trabajando
allí, es acusado de robar de los costales y, como castigo, es desterrado; más tarde muere en
una batalla contra los moros.
Al enviudar, su madre, Antona, debe vérselas por sí sola y, para ello, se muda a la casa
del Comendador de La Magdalena, donde se dedica a cocinar y lavar ropa para los mozos
que trabajan allí. Con uno de esos hombres establece una relación, de la que nacerá el
hermano de Lázaro. Si bien al principio Lázaro desconfiaba de Zaide, la nueva pareja de
Antona, rápidamente su estima por él crece, dado que se ocupa de traer comida y leña a la
casa cada vez que visita a su madre.
El hermano de Lázaro solía temer a su padre porque era el único negro en su familia y, cada
vez que se encontraba con él, corría a los brazos de su madre, que era blanca. Lázaro
comenta lo irónico de la situación, ya que su hermano también tiene la piel oscura.

En un momento dado, los encargados de los establos se dan cuenta que Zaide ha estado
robando. Lázaro recuerda haber tenido que vender las herraduras que el hombre llevaba a la
casa. Zaide recibe un castigo y su madre debe mudarse para evitar los rumores en su contra.

Antona consigue trabajo en un mesón y allí conoce a un ciego. Este hombre está interesado
en que Lázaro le sirva de guía. Su madre encomienda a Lázaro al ciego, quien promete
tratar al muchacho como un hijo. Cuando el ciego elige dejar la ciudad de Salamanca para
mendigar en otras ciudades, Lázaro se despide de su madre y ella le aconseja que aprenda a
valerse por sí mismo.

En el puente a la salida de la ciudad, el ciego le indica a Lázaro acercarse a un toro de


piedra y procurar escuchar un ruido en su interior. En el preciso momento en el que el chico
acerca su oído a la cabeza del animal, el ciego lo empuja con fuerza contra la piedra, se ríe
de él y le ofrece su primer consejo: debe ser más astuto. Lázaro recuerda lo aturdido que
quedó después de ese golpe y reconoce haber aprendido la lección.

Lázaro apela aquí nuevamente a “Vuestra Merced”, que es a quien le está contando la
historia. Hace un retrato detallado de su amo en el que, por un lado, destaca en él su astucia
y el talento con el que cuenta al momento de ganarse limosnas mucho más generosas que
las de otros ciegos. Su amo conoce innumerables plegarias para todo tipo de súplicas y
dispensa curas para cualquier enfermedad que otros padecen. Las mujeres suelen ser más
vulnerables a sus engaños.
Por otro lado, a pesar del talento para ganar dinero, que Lázaro admira, su amo cuenta con
un gran defecto: su mezquindad. Mientras acompaña al ciego, Lázaro no tiene suficiente
para comer. Pronto encuentra la manera de remediar esa situación con astucia. El
ciego guarda todas sus pertenencias en un costal cerrado con una argolla de hierro y un
candado. Aprovechándose de su ceguera, Lázaro descose el fondo del costal para robarse
comida sustanciosa y, luego, cose nuevamente la rotura para evitar ser descubierto.
A partir de ese punto, Lázaro va a narrar todos los modos en los que intenta engañar al
ciego para comer y beber y, asimismo, todos los castigos que va a recibir como
consecuencia. Cuenta que cuando alguien le entrega una blanca (una moneda de la época,
de poco valor), Lazarillo las intercepta y las reemplaza por medias blancas. El ciego pronto
sospecha de su guía, porque antes de conocerlo recibía limosnas más generosas.

Mientras sirve al ciego, Lázaro desarrolla el gusto por el vino, pero su amo nunca se lo
convida. Al principio, el chico toma el jarro del ciego y le da unos sorbos antes de
devolverlo a su lugar; pronto, el ciego sospecha y cambia de lugar el vaso sin dejar de
sostenerlo con su mano, para evitar que su guía lo engañe. La siguiente solución ingeniosa
falla, porque el ciego se da cuenta de que Lázaro utiliza una paja de centeno para tomar de
su vaso. Finalmente, para seguir bebiendo Lázaro hace un agujero muy pequeño en la base
del jarro y lo tapa con cera. Cada vez que desea beber, saca el tapón o lo derrite, y deja que
el vino se vierta en su boca. Cuando el ciego descubre el engaño, golpea al chico con el
jarro, causándole un gran daño. A continuación, el amo cura las heridas del chico con vino.
De todas maneras, Lázaro va a sentir un gran resentimiento y le va a ser imposible
perdonarlo, sobre todo porque el maltrato que recibe del ciego no va a cesar. El chico
encuentra maneras de vengarse, llevándolo por los lugares más difíciles, los caminos más
pedregosos y el barro más hondo.

Camino a Toledo, pasan por el pueblo de Almorox, donde el ciego recibe un racimo de
uvas de regalo. El amo decide compartir ese regalo con su guía, pero establece la regla de
que cada uno deberá tomar una uva a la vez. En un momento dado, el ciego empieza a
tomar dos uvas a la vez, sin decir nada al respecto. Adoptando la misma actitud, sin decir
nada, Lázaro empieza a comer las uvas de tres en tres. Cuando terminan el racimo, el ciego
llama la atención a Lázaro por su engaño y le deja saber que fue fácil descubrir la trampa
porque, cuando el ciego empezó a tomar dos uvas cada vez, Lázaro permaneció en silencio,
en lugar de reclamar.

En Escalona, llegan a la casa de un zapatero. Desde el techo penden cuerdas y cinchas,


materiales que se utilizan en el oficio, por lo que no llaman la atención de Lázaro. Sin
embargo, el amo interpreta eso como un mal presagio. Continúan su camino hasta que
llegan a una posada que tiene una serie de cuernos en la pared, donde las personas que
llegan allí pueden atar sus mulas. El ciego interpreta los cuernos como otra mala señal y
predice que estos le jugarán una mala pasada a Lázaro en un futuro.

Todavía en Escalona, amo y servidor se encuentran en un mesón. El ciego le pide a Lázaro


que ponga a asar una longaniza y le traiga una jarra de vino. El chico decide reemplazar la
longaniza por un nabo para poder robar la carne a su amo. Acompaña la longaniza con el
vino. Cuando el ciego se da cuenta que la longaniza es ahora un nabo, abre la boca de
Lázaro a la fuerza y mete su nariz para oler y corroborar así la trampa. En ese momento,
Lázaro vomita en la cara de su amo y, como consecuencia, recibe golpes, rasguños y tirones
de pelo. Nuevamente curan sus heridas con vino y el ciego le advierte que a Lázaro que
debe le debe su vida a esta bebida más que a su propio padre.

Amo y guía continúan su viaje y, en el siguiente pueblo, deben buscar una posada, dado
que llueve. Para este momento, Lázaro ha resuelto dejar a su amo en cuanto pueda.
Aprovecha las circunstancias y convence al ciego de que debe saltar un arroyo que se ha
formado por la lluvia para evitar mojarse los pies. Lázaro ubica a su amo enfrente a un pilar
de piedra y lo alienta a saltar. El amo pega un salto largo y se golpea la cabeza contra la
columna de piedra de tal manera que queda tendido, herido. Lázaro aprovecha para burlarse
de él por haber olido la longaniza pero no la columna. El joven no vuelve a saber de él.

Análisis
El Tratado Primero es uno de los más extensos de toda la novela. Si nos basamos en el
argumento, podemos dividir el capítulo en dos partes bien definidas: los primeros años de
Lázaro, desde su nacimiento hasta que su madre lo cede al ciego, y las peripecias por las
que atraviesa mientras sirve a su primer amo. Que el autor haya integrado estas dos partes
en un solo tratado parece indicar que hay algo que los vincula fuertemente. Es posible que
en estas primeras experiencias vitales esté la clave de la fibra moral de Lázaro, los
aprendizajes que lo ayudarán a sobrellevar todas las dificultades con las que se enfrente y
su mirada crítica sobre los valores de su época.

En esta primera parte, al tratarse de una autobiografía —aunque ficcional—, Lázaro elige
empezar su narración con su nacimiento y las circunstancias que lo llevan a vivir la vida de
un pícaro. La palabra "pícaro" se refiere a un sujeto ruin o de mala vida. El primer registro
escrito de la palabra aparece hacia 1545. En la novela nunca se menciona a Lázaro como un
"pícaro", pero la vida que lleva cuando niño coincide con las características de estos
sujetos. En primer lugar, los pícaros suelen tener un origen humilde y, muchas veces, difícil
de determinar. Su vida transcurre en los espacios marginales de la vida urbana. Asimismo,
no suelen ganarse la vida con oficios reconocidos y, en cambio, cambian frecuentemente de
amo y de ocupación. El pícaro no desea ganarse la vida por medio del trabajo, sino que
prefiere mendigar, robar o engañar. Las experiencias a las que se ve expuesto a lo largo de
su vida un pícaro forman su carácter cínico, dominado por escepticismo y desengaño.

Este relato tiene un propósito claramente enunciado en el Prólogo: relatar a Vuestra Merced
lo que él llama “el caso”. De hecho, el inicio del tratado es abrupto y parece ser una
continuación del prólogo; la conjunción “pues” y la apelación a “Vuestra Merced”
inauguran el tono conversacional que el narrador retomará a lo largo de su relato. Empezar
la narración del caso desde el nacimiento parece estar fundamentado en la idea que las
circunstancias vitales de cada individuo determinan su accionar y dan cuenta de su moral,
es decir, se fundamenta en un relativismo moral.

En el relato de sus primeros años, Lázaro se muestra especialmente benévolo con los
adultos que lo rodean. Tanto su padre como Zaide, la segunda pareja de su madre, son
acusados de robo. Resulta interesante reparar en el modo en que Lázaro pinta a su padre
como alguien que “padesció persecución de la justicia” como consecuencia de “achaques”
(acusaciones). Si tenemos en cuenta que su padre luego confiesa, debemos leer, en la
manera en la que relata Lázaro, no la negación del crimen cometido por su padre, sino una
mirada más bien benévola, además de la ausencia de un juicio negativo sobre él. Su madre
también considera al padre de Lázaro un “buen hombre”. Asimismo, Zaide, a quien Lázaro
al principio rechaza —quizá porque representa el descenso social que experimenta la
familia cuando su padre muere— después se gana su afecto porque lleva leña y comida a la
casa. Los robos de los que es él también acusado y la ilegítima relación que sostiene con su
madre no parecen preocupar a Lázaro. El hambre no le permite reparar en la inmoralidad de
la relación de su madre o en lo cuestionable de su unión dada la posición más baja que
ocupa Zaide dentro del entramado social.

Efectivamente, Lázaro repara en la ironía que supone el miedo que tiene su hermano, de tez
oscura, a su propio padre, precisamente porque es negro. La reflexión que hace Lázaro en
esa ocasión —“¡Cuántos debe haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí
mesmos!”— se puede extender a una valoración moral: ¿cuántos juzgan a otros sin reparar
en sus propios “pecados”? Esto nos lleva a apreciar el relativismo moral que observaremos
a lo largo de toda la obra, al indicar que no se puede juzgar a un hombre con reglas
generales y aplicables a todos. Es más, Lázaro considera que no es justo que se juzgue su
caso sin conocer su vida desde el día de su nacimiento, y critica a quienes osan juzgar a
otros. Recordemos que su propio caso está en juicio, tanto así que debe escribir este relato
para justificarse ante Vuestra Merced.

La segunda parte del primer tratado tiene una estructura circular: inicia con la primera
lección que le da el amo a su nuevo servidor, a través de un fuerte golpe en la cabeza, y
termina con la venganza y lección del servidor al amo, con otro gran golpe en la cabeza.
Por contraste, la evolución del personaje a partir de las desgracias que vive con su amo
resulta en un camino de “ascenso”, en el que el ingenuo chico, que es tomado desprevenido
por la crueldad de su amo, rápidamente aprende a valerse por sí mismo y se convierte en un
discípulo digno. La porción de la obra que le da ciertas características de una novela de
formación se condensa en realidad en este Tratado Primero. Lázaro va a transitar con
muchísima más fluidez las peripecias futuras gracias a que su primer amo logra que el
chico “despierte de la simpleza”. El aprendizaje, no importa si se trata de uno virtuoso o
uno cuestionable como el que ofrece el ciego, es uno de los temas principales de la obra, y
definitivamente el eje de esta primera parte. Para sobrevivir, Lázaro tiene que aprender las
lecciones que le van a permitir transitar los bajos mundos de la pobreza, la violencia y el
crimen.

Desde una perspectiva más general, debemos remarcar de este tratado los dos Lázaros que
conviven en el relato: Lázaro niño y Lázaro adulto. En el presente del relato tenemos a un
Lázaro adulto que, sospechamos, tiene un mejor pasar, dado que no solo puede escribir una
carta, sino que esta está dirigida a una figura respetable. La historia, entonces, se narra
mirando hacia el pasado, es decir, reconstruyendo la propia historia desde su nacimiento.
La voz de Lázaro adulto está así entrelazada con la mirada de Lázaro niño.

A lo largo del tratado, aparece una serie de elementos que se refiere a las circunstancias en
las que se encuentra Lázaro adulto. Por un lado, identificamos repetidas referencias a los
cuernos: aparecen en la cabeza del toro contra la cual el ciego golpea al niño, y aparece
también en las profecías que arriesga el ciego, cuando están en Escalona, en casa del
zapatero, sobre los cuernos y las sogas. Ambas referencias apuntan a los rumores de que
Lázaro es cornudo, es decir, que su mujer en realidad es amante de otro.
Por otro lado, descubrimos que, durante el tiempo que sirve al ciego, Lázaro desarrolla el
gusto por el vino. Gran parte de los problemas en los que se mete el chico se deben a su
deseo de beber, pero, tal y como remarca el ciego, el vino es también lo que lo salva más de
una vez, porque con él se cura las heridas propiciadas por su amo. En su adultez, en la cima
de su ascenso económico, Lázaro se convertirá en pregonero de vinos. Pero la
omnipresencia de esta bebida puede leerse también como un reflejo de la vida de Lázaro, en
tanto uno y otra tienen un carácter dual. Como el vino, que es dulce y amargo, que
embriaga pero también cura, la vida de nuestro protagonista estará tan atravesada por
fortunas como por adversidades.
Resumen y Análisis Tratado Segundo
Resumen
Una vez que Lázaro abandona al ciego, sigue su camino y llega a Maqueda. En ese lugar,
mientras pide limosna, conoce a un clérigo que le pregunta si conoce el oficio de ayudar en
misa. Lázaro está en condiciones de servir al clérigo gracias a las enseñanzas del ciego, con
quien experimentó muchas adversidades, pero de quién aprendió muchos oficios útiles.

Lázaro empieza el relato de sus peripecias con el clérigo aclarando que fue peor amo que el
ciego: “escapé del trueno y di en el relámpago”, afirma. El clérigo es aún más mezquino
que el ciego y Lázaro pasa más hambre que antes. En casa del clérigo no hay nada que
comer, excepto por los panes que los feligreses ofrendan al cura y una horca de cebollas.
Ambos alimentos permanecen bajo llave y Lázaro únicamente accede a una cebolla cada
cuatro días, mientras el clérigo se permite algunos banquetes que no comparte con el joven.
Solamente cuando ha terminado de comer, le regala a Lázaro unos huesos roídos o un poco
de pan.

Como consecuencia del hambre que pasa, Lázaro se siente debilitado y lamenta que el
clérigo tenga intactos sus sentidos. Muchos de los engaños que podía hacer pasar con el
ciego no sirven con “tan aguda vista”. En misa, por ejemplo, el cura lleva la cuenta de las
ofrendas para que Lázaro no pueda llevarse ni una moneda.

El protagonista y narrador repara en la hipocresía del clérigo, que sostiene que los curas
deben ser medidos en la bebida y la comida, pero cuando asisten a velatorios, Lázaro ve
cómo su amo come hasta hartarse. El chico también aprovecha para compensar en esas
ocasiones el hambre que pasa en casa del clérigo. Confiesa en su relato que reza para que
mueran más personas y así poder comer bien en los velatorios. Según él, Dios se
compadece de él y responde a sus plegarias aumentando el número de muertos.

A pesar de las malas condiciones en las que vive con el clérigo, Lázaro se queda porque
siente que está tan debilitado por el hambre que no es capaz de escapar y, por otro lado,
teme encontrarse con un peor amo, dado que esa ha sido su experiencia hasta el
momento. El ciego, aunque cruel, lo mantenía en mejores condiciones.
En una ocasión, llega a la puerta de la casa del clérigo un herrero solicitando trabajo.
Lázaro le dice que ha perdido la llave del baúl de su amo y que tiene miedo de los azotes
que recibirá si el amo se entera. El herrero decide ayudarlo y le entrega una llave que le
permite abrir el arca. Como pago, Lázaro le entrega uno de los panes que están ahí
guardados.

Durante dos días, Lázaro disfruta de los panes que saca del arca con su nueva llave pero, al
tercer día, el clérigo sospecha que hay menos panes de los que debería y empieza a llevar la
cuenta. Ese revés obliga a Lázaro a ideárselas para seguir comiendo. Resuelve
desmigajarlos de modo que parezca que los culpables son ratones. El baúl es viejo y está
agujereado, por lo que no es poco creíble que puedan entrar ratones y roer el pan. El amo
decide, entonces, tapar los huecos con madera y clavos.

Nuevamente, Lázaro se ve obligado a buscar una solución para acceder al pan: cada vez
que el amo cierra un agujero, Lázaro abre uno nuevo. El clérigo también busca una
solución y decide que la única manera de librarse de los ratones es incluir trampas dentro
del arca. Para su sorpresa, encuentra las trampas vacías: sin queso y sin ratón. Por ahora,
Lázaro sale beneficiado por su engaño, porque acompaña con queso el pan. Los vecinos a
quienes consulta el clérigo concuerdan que no puede tratarse de un ratón, sino de una
culebra que puede tomar el queso dejando sin efecto la trampa.

Durante muchas noches el clérigo no duerme, sino que permanece despierto, intentando
ahuyentar la culebra. Su constante vigilancia no le permite a Lázaro robar del arca.
Además, teme que el amo encuentre la llave, porque las noches en las que vigila, revuelve
las pajas donde duerme Lázaro, buscando la culebra. Por eso, el joven decide guardar la
llave en su boca mientras duerme. Desgraciadamente, esa decisión es equivocada: la
respiración profunda de Lázaro dormido y la llave en su boca producen un silbido que el
amo confunde con la culebra. Cuando el clérigo se acerca al lugar desde el que se emite el
sonido, da un golpe feroz con un palo y golpea a Lázaro. Cuando logra ver más de cerca a
Lázaro, malherido, encuentra la llave que sale de su boca y descubre el engaño.

Durante tres días permanece Lázaro inconsciente, en cama. Cuando despierta, descubre la
gravedad de los golpes. Los vecinos y una curandera cuidan de él. Tan pronto Lázaro se
recupera, el clérigo lo echa de su casa.

Análisis
Hasta ahora, la historia de Lázaro es una catábasis, es decir, se trata de un descenso en lo
social y moral. El Tratado Segundo presenta circunstancias aún peores para el protagonista
de aquellas que vivió mientras sirvió al ciego. Asimismo, sus pecados y engaños también
son peores y nos muestran su progresiva degradación moral.

Para empezar, su situación empeora porque ahora sirve a un peor amo. Lázaro utiliza un
proverbio para mostrar el descenso en su situación vital: “escapé del trueno y di en el
relámpago”. A continuación, utiliza una alusión para referirse a la relativa generosidad del
ciego en comparación al clérigo cuando menciona a Alejandro Magno, quien simboliza esa
virtud. Por el contrario, el clérigo es un avaro.

Es significativo que el declive en su vida coincida con una mayor cercanía con la Iglesia;
hemos insistido en la actitud anticlerical del autor, que posiblemente lo lleva a publicar la
novela bajo el anonimato. Muy temprano en el capítulo, Lázaro lanza su primer ataque
contra el clero cuando duda si la avaricia de su nuevo amo es una característica personal o
algo que viene dado con el hábito de clerecía. Es decir, Lázaro asocia la miseria y la
avaricia con el clero en general, del que este amo es solo un ejemplo particular.

Esa primera crítica ácida y abierta a los curas se ve intensificada con otras características
que ostenta el amo. Por ejemplo, el clérigo sostiene que los sacerdotes deben mostrar
mesura en el comer y el beber. Sin embargo, en los velatorios come de manera desmedida.
Además, acumula bodigos en el arca. Asimismo, el clérigo no muestra virtudes como la
caridad y el servicio cada vez que le niega el mínimo alimento a Lázaro o le regala nada
más que las sobras. En una única ocasión se muestra “generoso” con el chico, cuando le da
un poco más de pan, pero nos damos cuenta de la hipocresía de su gesto cuando elige las
partes que fueron supuestamente roídas por los ratones y disfraza su verdadera intención
mintiéndole a Lázaro y diciéndole que los ratones son limpios.

La supervivencia de Lázaro no se hace más difícil solamente por la crueldad y amoralidad


de su amo, sino porque se trata de alguien que tiene sus cinco sentidos intactos, a diferencia
del ciego. A pesar de ello, Lázaro encuentra la manera de sobrevivir a través del engaño y
se ve forzado a reinventar sus métodos constantemente. Él mismo reconoce que el hambre
agudiza su ingenio. Todas las trabas que el amo pone en su camino lo obligan a buscar
nuevas oportunidades. Lázaro interpreta de una manera cómica el proverbio “Donde una
puerta se cierra, otra se abre”: a medida que el clérigo cierra “puertas” o agujeros en el
baúl, Lázaro se ve forzado a encontrar nueva “puertas” u oportunidades para engañar. Sin
duda, el protagonista no se da por vencido, movido por su instinto de supervivencia.

Conviene detenerse en los términos con los cuales Lázaro describe cómo logra franquear
los obstáculos para poder alimentarse. Cuando el calderero le da la llave del arcaz, Lázaro
se refiere a él como “un ángel enviado por la mano de Dios” y, después, insiste llamándolo
“angélico calderero”. Una vez que logra abrir el arcaz que contiene los bodigos, Lázaro se
alegra de tener acceso a su “paraíso panal”. Hay dos sentidos en los que podemos analizar
estas imágenes referidas a lo religioso. Por un lado, observamos un uso irreverente de
"angélico" y "paraíso", porque tanto lo que hace el calderero como lo que hace Lázaro es,
en realidad, inmoral, constituye robo y, además, monetiza algo "sagrado", los panes de
ofrenda, cuando Lázaro paga la llave con uno de los bodigos. Por otro lado, el uso de los
religioso cumple una función expresiva porque, a través de la hipérbole, muestra hasta qué
punto esa trampa constituye para Lázaro la salvación de la muerte a causa del hambre.
En cuanto al declive moral y la pérdida de inocencia del protagonista, ya en el Primer
Tratado hay un cambio significativo entre el chico que al principio se deja maltratar por el
ciego, mostrando su inocencia, y el que, al final, es capaz de vengarse y burlarse de su amo.
Asimismo, en el Tratado Segundo, su pérdida de inocencia aparece claramente representada
en sus plegarias en pos de más velatorios en los que comer hasta hartarse. Tenemos
suficiente evidencia de que Lázaro reconoce el bien y el mal con claridad, es capaz de ver
en otros y en sí mismo comportamientos rectos y pecaminosos. Si no parece disculparse
con demasiado remordimiento es porque reconoce también que las circunstancias lo llevan
a comportarse como pícaro, y que no incurre en pecados y actitudes cuestionables por vicio
sino por necesidad. La siguiente cita muestra con claridad que, desde la mirada del
protagonista, la virtud es privilegio de los que no pasan necesidades: “jamás fui enemigo de
la naturaleza humana, sino entonces; y esto era porque comíamos bien y me hartaban”. Al
convertirse los velatorios en su única fuente para sobrevivir, Lázaro no duda en convertirse
en “enemigo de la naturaleza humana”.

Tal es el camino de descenso que el protagonista experimenta en este Segundo Tratado, que
una vez que despierta, después de quince días de convalecer, sigue padeciendo hambre y es
echado de la casa del clérigo.
Resumen y Análisis Tratado Tercero
Resumen
Una vez que se ha recuperado del golpe recibido en casa del clérigo, Lázaro sigue su
camino solo y llega a la ciudad de Toledo. Allí se dedica a mendigar. Mientras todavía tiene
las marcas de los golpes recibe suficiente limosna, pero, una vez sano, las personas lo
acusan de vago.

En una ocasión, mientras mendiga, se encuentra con un escudero que va por la calle muy
bien vestido. El hombre le pregunta si está buscando un amo y le propone que se convierta
en su sirviente. Lázaro piensa que se trata de un golpe de suerte, porque el aspecto
respetable del hombre promete mejores condiciones que las anteriores.

Durante ese día pasean por la ciudad, desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. En el
paseo pasan por un mercado, pero no compran nada. Lázaro cree que esa es una buena
señal: seguramente la casa del hombre ya está provista de todo lo necesario. Asisten a misa
y, después, se dirigen a la casa del escudero.

Una vez dentro de la casa, el escudero se quita la capa con sumo cuidado, asegurándose de
que no se ensucie. Mientras, le pregunta a Lázaro su historia. El chico elige compartir
solamente aquello que le hace quedar bien. Como su nuevo amo no muestra ningún apuro
por comer ni parece haber otras personas en la casa, Lázaro empieza a inquietarse y a
presentir que algo anda mal. Además, a Lázaro el lugar le hace pensar en una casa
encantada, porque no tiene ni un solo mueble.

Luego, el escudero le pregunta a Lázaro si ha comido ya, a lo que Lázaro le responde que
no. El amo pretende no tener hambre y dice haber almorzado por la mañana. Lázaro se
asombra de la mala fortuna que lo sigue y piensa si efectivamente este amo será peor que el
clérigo. A continuación, hablan de la comida y el amo sostiene que los hombres de bien
comen poco.

Al ver que no va a conseguir comer a cuenta de su amo, Lázaro saca tres pedazos de pan
que ha recibido como limosna. El escudero se acerca para ver los pedazos más en
detalle, toma el más grande y repara en su buen aspecto. Los dos comen el primer pedazo;
Lázaro se apura para evitar que el amo tome el tercero y último pedazo de pan. Pero en
lugar de quitarle ese último pedazo, el escudero entra a un cuarto oscuro de la casa y trae un
jarro de agua, que convida a Lázaro.
Seguidamente, el escudero le pide a Lázaro que le ayude en su cuarto. Allí, Lázaro se
encuentra con una cama maltrecha, un colchón muy angosto y ropa de cama poco cuidada.
A la noche, el escudero inventa una excusa para saltearse la cena. Ambos se van a acostar;
el amo utiliza las calzas y el jubón como almohada y le ordena a Lázaro que se acueste a
sus pies. El chico pasa una muy mala noche por la incomodidad de la cama y el hambre y
maldice su suerte.

A la mañana siguiente, el amo se viste lentamente y, mientras, le muestra a Lázaro su


espada con orgullo. El escudero le ordena al joven hacer la cama y llenar la jarra con agua
del río. Le pide que deje la llave escondida afuera para poder entrar a su regreso. Lázaro lo
ve partir y repara en la elegancia y el orgullo con los que camina. Se pregunta cuántos otros
tan bien vestidos y de buen porte deben sufrir, como él, detrás de las apariencias.

Camino al río, Lázaro ve a su amo con dos mujeres, intentando enamorarlas. Cuando ellas
le proponen al escudero que las invite a almorzar, este inventa excusas y las mujeres
pierden interés de inmediato. Lázaro regresa a casa e intenta ordenar un poco y barrer, pero
no encuentra una escoba. Espera que su amo regrese con algo para comer, pero, al ver que
se hace tarde, decide salir con la intención de pedir limosna y remediar el hambre. Se jacta
de ser un buen mendigo porque aprendió bien de su primer amo. Pronto, ha recolectado pan
y carne de mala calidad.

Una vez de regreso, Lázaro le muestra a su amo las limosnas y el escudero miente diciendo
que lo estuvo esperando, pero por la tardanza decidió comer solo. Felicita a Lázaro por
pedir y no robar comida, pero le pide que procure que nadie se entere de que él pide
limosna mientras vive en su casa. Según agrega, la casa es en parte la culpable de sus
desgracias, ya que no paró de vivir desdichas desde que se mudó allí, y le asegura a Lázaro
que, a fin de mes, no se quedará a vivir en ella. El escudero lo mira comer y a Lázaro eso lo
llena de lástima; desea compartir su comida con él, pero no quiere humillarlo. Finalmente,
el escudero también prueba la comida y ambos la disfrutan.

A partir de ese día, Lázaro se dedica a cuidar de la casa y pedir limosna, mientras el
escudero pasea por la ciudad sin oficio y asiste a misa. En una ocasión, Lázaro aprovecha
que su amo deja sus pertenencias en el cuarto para buscar si efectivamente guarda algo de
dinero. Cuando se da cuenta que este no cuenta ni siquiera con una moneda de poco valor,
lo compara a sus dos amos anteriores, quienes merecían su odio, y deduce que este, en
realidad, merece su lástima. De todas maneras, desea que su amo deje de lado tanto orgullo
a medida que crece su necesidad.

Una nueva desgracia cae sobre Lázaro cuando desde el Ayuntamiento de Toledo deciden
desterrar a todos los mendigos extranjeros y anuncian que, quien no cumpla con la nueva
ley, será castigado. A partir de ese día, amo y servidor pasan muchos días sin comer.
Lázaro tiene la suerte de no sentirse avergonzado cuando las vecinas le ofrecen alguna
sobra. Su amo, en cambio, pasa ocho días sin probar bocado.

Un día, el escudero lleva a la casa una moneda de un real y encarga a Lázaro ir a la plaza
para comprar pan, vino y carne. En el camino a la plaza, el chico se encuentra con un
cortejo fúnebre. La esposa del hombre al que van a enterrar llora y se queja de que se lleven
a su marido “a la casa donde nunca comen ni beben”. Lázaro interpreta de manera
equivocada estas palabras y está convencido de que el cortejo se dirige a la casa de su amo.
Corre de regreso e intenta cerrar las aldabas. Ante la sorpresa de su amo, Lázaro le relata lo
que ha escuchado en la calle, y el escudero se ríe a carcajadas al entender el equívoco.
Finalmente, amo y servidor disfrutan de un banquete, pero Lázaro todavía se encuentra
alterado por el incidente de la viuda.
Después de varios días durante los que pueden disfrutar de comer mejor, Lázaro aprovecha
el buen humor de su amo para preguntarle sobre su vida. Desde que lo conoció, Lázaro
sospecha que el hombre es extranjero. El escudero le cuenta sobre su vida, sus riquezas y
las deshonras que experimentó. En primer lugar, descubrimos que el escudero viene de
Castilla la Vieja. Tuvo que dejar su tierra cuando se negó a quitarse el sombrero (marca de
respeto) ante un caballero. El motivo fue que el otro siempre esperaba que el otro se sacara
el bonete primero.

Luego, cuenta otra ocasión en la que discutió con un oficial en Castilla la Vieja. El motivo
fue que el oficial había utilizado una expresión reservada para personas de menor rango
cuando lo saludó. Al ocupar el escudero una posición social más alta que el oficial, sentía
que el saludo debía ser más reverencial, no la fórmula plebeya “Manténgaos Dios”. A
Lázaro los motivos por los cuales el escudero se negó a sacarse el bonete y rechazó el
saludo del oficial le resultan incomprensibles, y repara en la ironía de negarse a que alguien
lo salude con el deseo de que Dios provea por él, para terminar luego en la miseria y sin
nadie que lo mantenga, ni siquiera Dios.

Mientas el escudero comparte esto con Lázaro, llegan a su casa un hombre y una mujer que
le exigen al amo el pago por la casa y la cama. El escudero les pide que esperen a que
cambie una moneda de mayor valor para poder pagarle lo que corresponde a cada uno. El
escudero sale supuestamente a hacer esa diligencia, pero ya no regresa. Lázaro acude a sus
vecinas para contarles que se ha quedado solo y pasa la noche en casa de ellas.

Al día siguiente, las personas a quienes el escudero debía plata vuelven y se encuentran
solamente con Lázaro, quien tiene la llave de la casa. Cuando deciden embargar los bienes
del escudero, se llevan la sorpresa de que la casa está vacía. Intentan hacer a Lázaro
responsable, pues desean que el mozo revele adónde llevaron las cosas, pero las vecinas
intervienen para defender al chico y este queda libre. Al final del Tratado Tercero, Lázaro
repara sobre la ironía de que el mozo sea abandonado por su amo y no al revés.

Análisis
En el Tratado Segundo sabemos desde un inicio que Lázaro ha caído en casa de un peor
amo. Por el contrario, en el Tratado Tercero, por un momento Lázaro y los lectores piensan
que el encuentro con el escudero puede suponer un cambio de suerte. Si bien luego
descubrimos que, con este amo, Lázaro va a vivir en peores condiciones, el capítulo ofrece
algunos momentos de luz, entre los que se destacan la generosidad del escudero, por un
lado, y la compasión de Lázaro, por el otro. Asimismo, este tratado ofrece una radiografía
mucho más amplia de la sociedad de la época, porque nos muestra la situación histórica de
dos grupos marginales: los mendigos, que van a vivir una transformación en cuanto al lugar
que ocupan en la sociedad, y la baja nobleza, que va a experimentar un desplazamiento del
centro a los márgenes de la sociedad.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades llama la


atención en la época por su realismo: busca hacer un retrato y una crítica a la sociedad de su
tiempo. Si comparamos este propósito con los otros dos subgéneros de la novela que se
cultivaban en la época (las novelas de caballería, por un lado, y las pastoriles, por el otro),
podemos apreciar la novedad que supone El Lazarillo. Las novelas de caballería estaban
repletas de elementos sobrenaturales y lugares exóticos; las pastoriles se ubicaban en el
espacio de lo idílico. De pronto, en 1554, surge una novela que retrata con realismo la vida
de un personaje que pertenece a lo más bajo de los estamentos sociales e incluye una serie
de personajes secundarios que componen el entramado social del siglo XVI. Además, la
mirada sobre esa realidad es crítica.
El Tratado Tercero es particularmente importante desde este punto de vista. Para empezar,
a través de las peripecias de Lázaro aprendemos sobre la situación del mendigo en el siglo
XVI, en las ciudades que iban cobrando importancia debido a un nuevo sistema económico
y social. Del movimiento hacia una economía capitalista surge la necesidad de mano de
obra. Por ese motivo, la concepción sobre la pobreza cambia. Si durante la Edad Media el
mendigo ocupaba un lugar dentro de la sociedad que no era repudiable, los cambios que se
dan a partir del siglo XVI van a escindir la mirada que se tiene sobre la mendicidad y la
pobreza. Unos seguirán gozando de un lugar respetable, pero otros deberán plegarse a una
economía competitiva. Durante la Edad Media, el pobre era un escalón más dentro de la
estructura estamental; no había posibilidad de cambiar de posición a través del propio
esfuerzo y, desde la concepción cristiana, este tipo social ya se había ganado su lugar en el
cielo. Todo ello contribuía a una mirada positiva del mendigo. Asimismo, la virtud de la
caridad era ejercida por quienes más tenían en la sociedad, y se esperaba que todos
contribuyeran a mantener a los más necesitados.

A partir del crecimiento de las ciudades como centros económicos y del debilitamiento de
la sociedad rural, la mendicidad cobra importancia y demanda la atención del Estado.
Debido a la migración de los campos a las ciudades, la cantidad de mendigos crece
enormemente y los ayuntamientos deben empezar a regular las limosnas y a
institucionalizar la mendicidad. Para ello, se empieza a distinguir entre el mendigo
reconocido socialmente y otro, de carácter marginal. Esto se ve reflejado en el Tratado
Tercero, cuando Lázaro llega a la ciudad de Toledo y recibe limosnas sin problemas
mientras sigue herido. Una vez curado, recibe insultos tales como “bellaco” y “gallofero”.
Le dicen, además, que busque un amo a quien servir. Al ser un chico joven y capaz de
convertirse en mano de obra, su condición de mendigo no es bien recibida. A pesar de ello,
sabemos que Lázaro logra comer de las limosnas a lo largo de la obra. Esto es así porque
estamos en una época de transición en la que muchas personas estaban acostumbradas a dar
caridad. Además, no debemos perder de vista que Lázaro es solo un niño, y estos
componían gran parte de la población de mendigos en las ciudades y, en general, recibían
ayuda.

Más adelante en el tratado, Lázaro y su amo pasan varios días de hambre porque se ha
emitido una prohibición para mendigar a todo pobre que no sea toledano de nacimiento.
Debido a una mala cosecha, la ciudad recibió grandes cantidades de mendigos que llegaron
a la ciudad desde el campo y se corría el riesgo de que la comida escaseara. El autor de El
Lazarillo retrata aquí, con absoluto realismo, la situación de los mendigos en la época.
Otro grupo al que retrata el autor en este tratado es la baja nobleza. El nuevo amo de
Lázaro, el escudero, representa esa nobleza que resulta anacrónica en la ciudad y en el
nuevo orden económico y social. Ser noble en el siglo XVI no garantizaba ni la riqueza ni
una función dentro de la sociedad. De hecho, la nobleza baja se encontraba en una posición
sumamente delicada: no podía insertarse en el nuevo orden económico, porque
tradicionalmente no estaba bien visto que ejerciera un oficio ajeno al de su casta, pero, por
otro lado, sus rentas no siempre alcanzaban para mantener sus casas. Al mismo tiempo, los
valores que ostentaban los nobles tenían como origen el linaje y su pertenencia a un
colectivo, cuando en la época se empezaba a valorar al individuo y los méritos personales.

Para Lázaro es incomprensible que el escudero prefiera pasar hambre antes que perder su
honra, pero, tal y como comenta el escudero, cuando le dice “eres mochacho y no sientes
las cosas de la honra”, amo y mozo provienen de dos mundos muy distintos. El escudero no
tiene otra cosa que perder que la honra y por eso se aferra a ella, mientras que Lázaro
solamente tiene la vida, por lo que se aferra a vivir.

De todas maneras, el autor acentúa el absurdo del modo en que el escudero se aferra a la
honra mostrando las terribles e indignas consecuencias de su capricho. A pesar de ir bien
vestido, las mujeres a las que intenta conquistar lo rechazan en cuanto perciben sus
dificultades; su casa está vacía y sucia, lo mismo que su cama. El hombre intenta de modos
ridículos evitar la vergüenza ante Lázaro, pero este debe darle parte de sus limosnas todas
las veces. Finalmente, el escudero se ve forzado a huir indignamente al no poder pagar ni su
casa ni su cama. Pero donde vemos con mayor claridad la mirada crítica es en el
comentario que hace Lázaro cuando dice: “¡Oh, Señor, y cuántos de aquéstos debéis Vos
tener por el mundo derramados, que padescen por la negra que llaman honra, lo que por
Vos no sufrirán! (p.62)”.

A pesar de las duras críticas sociales que encontramos en este capítulo, el tratado también
incluye algunos aspectos emotivos que nos mueven a la compasión. Por un lado, este es el
primer amo que Lázaro considera digno de servir, si tan solo no viviera en tanta necesidad.
Además, en Toledo Lázaro recibe ayuda de los ciudadanos a través de la limosna, de las
vecinas que lo alimentan y lo defienden al final y del escudero mismo, que, cuando tiene
algo, comparte con él generosamente. Por ese motivo, en oposición al Tratado Segundo, la
crítica social en este caso no parte de lo personal para volverse luego extensiva al grupo,
como en el caso del clérigo, en el que Lázaro no sabe si la avaricia es una característica
personal o vino con el hábito. El escudero no es una persona cruel o avara como los otros
amos sino una mera víctima de un sistema caduco. El foco de la crítica, entonces, está
puesto en el sistema que obliga a unos a mendigar y engañar para vivir y a otros a valorar la
honra por encima de Dios y de la vida misma.
Resumen y Análisis Tratados Cuarto y Quinto
Resumen
Tratado Cuarto
Cuando el escudero abandona a Lázaro, este debe buscar un nuevo amo. Las vecinas
hilanderas le consiguen un lugar con uno de sus conocidos: un fraile de la Merced. Lázaro
solamente permanece allí ocho días, porque no consigue seguir el ritmo del fraile. Resulta
que a su amo no le gusta quedarse en el convento y prefiere salir de visita. El fraile le regala
a Lázaro su primer par de zapatos, pero le duran muy poco debido a que se la pasa
correteando detrás de su amo. Lázaro dice que decide abandonarlo porque no puede
seguirle el ritmo, y por otros motivos que prefiere callar.

Tratado Quinto
El quinto amo al que sirve Lázaro se dedica a publicar y vender bulas. Estas son
indulgencias o permisos que emitía la Iglesia para recaudar dinero para las Cruzadas u otras
obras destinadas a luchar contra los infieles, es decir, contra los no cristianos. El
buldero del Tratado Quinto es un hombre astuto que consigue engañar a los fieles cuando
su sermón no logra convencerlos.
En primer lugar, descubrimos que, para que los clérigos y curas le den un espacio para
predicar la bula, y para que alienten a sus feligreses a comprarlas, el buldero les hace
regalos con los que, en realidad, los soborna. Además, procura conocer cuál es su nivel de
formación y, si descubre que no saben latín, pretende hablar en esa lengua para
impresionarlos. Si descubre que está ante un clérigo con una buena formación, se limita a
hablar en romance, pero con tanta soltura que los convence.

Lázaro describe las trampas de su amo y elige una anécdota para mostrar lo astuto que es.
En una ocasión, en Toledo, el buldero no había logrado vender bulas en los tres días que
llevaba predicando. La última noche en el lugar, durante la cena, el buldero y el alguacil
discuten fuertemente cuando este último lo acusa de ser un fraude. Las personas que se
encuentran en el lugar intentan evitar que la pelea llegue a las manos y los separan.

Al día siguiente, el buldero se sube al púlpito de la Iglesia para predicar a favor de las bulas
cuando, de repente, el alguacil irrumpe en la Iglesia y lo interrumpe para acusarlo
públicamente de falsificador. Ante el alboroto que causa la intervención del alguacil, el
buldero silencia a los presentes y empieza a rezar para pedir a Dios un milagro. Si el
alguacil lo acusa con justa razón, entonces Dios debe mostrar que eso es verdad
castigándolo a él. Por el contrario, si es él quien dice la verdad y el alguacil lo acusa
injustamente, entonces Dios debe castigar a este último. Apenas termina de rezar, el
alguacil se cae al suelo y empieza a convulsionar con espuma saliéndole de la boca.

Los feligreses miran sorprendidos. Unos consideran que el alguacil lo tiene bien merecido;
otros piden que alguien lo salve. Al mismo tiempo, el buldero se encuentra como en trance,
mirando al cielo y con los brazos elevados, imperturbable ante lo que sucede. Algunos se
acercan a sacarlo de ese trance para que pueda pedir a Dios que perdone al alguacil y lo
salve. Inmediatamente, el buldero invita a todos a rezar con él para pedirle a Dios que
perdone a su acusador. Pide que traigan al hombre al púlpito y pone la bula sobre su
cabeza. Poco a poco, el alguacil se recupera y, luego, pide perdón al buldero públicamente
por acusarlo de falsario. A continuación, casi todos deciden tomar la bula. Además, se corre
la voz y, gracias a ello, es posible vender las indulgencias en los alrededores de Toledo sin
siquiera dar un sermón.

Lázaro reconoce que todo parecía legítimo y que él mismo estaba dispuesto a creer que
todo había sido verdad, si no fuera porque después presencia cómo el buldero y el alguacil
se ríen y burlan de lo que habían hecho. Lázaro, entonces, reconoce que su amo es
“industrioso y inventivo”.

En el siguiente lugar que visitan, nadie está dispuesto a comprar las indulgencias, a pesar de
todos los esfuerzos que hace el buldero para convencerlos. Finalmente, resuelve regalarlas
y las personas se apuran a tomar cuantas pueden. Tantas son las indulgencias que reparte el
buldero que algunos las toman para sus familiares que han muerto. Finalmente, el buldero
ni siquiera se lleva las listas que prepara el escribano.

A la salida del pueblo, algunos de los curas del lugar le preguntan si la bula cubre a los que
todavía no nacen. El bulero dice que no está seguro y que sería conveniente preguntar a
otras personas más doctas que él.

Amo y mozo siguen camino hacia la Mancha y paran en un lugar en el que la venta de
indulgencias resulta todavía más difícil. Nadie parece estar interesado en tomar la bula. El
buldero se las ingenia para simular un milagro. Para ello, ubica un crucifijo, sobre un
brasero, en el altar, que está allí porque hace mucho frío. Cuando termina de dar su sermón,
envuelve la cruz en un pañuelo y la sostiene en una mano, mientras con la otra sostiene la
bula. Baja del púlpito a la grada del altar para que las personas se acerquen a besar la cruz.
El primero en besarla es un alcalde viejo que se sorprende por el calor y lo interpreta como
un milagro. El buldero espera que siete u ocho personas besen el crucifijo y sientan el calor
y, seguidamente, sube al púlpito para predicar sobre el milagro. Según él, la falta de caridad
del lugar hizo que Dios se manifestara de ese modo. Como consecuencia, todas las personas
que estaban presentes deciden tomar la bula, a tal punto que dos escribanos, los clérigos y
sacristanes no alcanzan a anotar el nombre de todos.

Antes de irse, el buldero pide que le entreguen la cruz milagrosa para poder engastarla en
oro. Los sacerdotes del lugar le ruegan que no se la lleve. Para convencerlo, le entregan una
cruz de plata, más antigua y valiosa que la que ha usado para el engaño.

Lázaro se justifica ante “Vuestra Merced” por no haber denunciado a su amo. Según él,
no lo hizo porque sentía miedo, por su inexperiencia y porque le “daba bien de comer”.
Lázaro menciona que sirvió al buldero durante cuatro meses.

Análisis
En principio, el Tratado Cuarto llama la atención por lo escueto. Frente al detalle con el que
narra sus experiencias con los tres primeros amos, nos encontramos en este capítulo con un
relato muy breve, en el que el narrador elige callar algunos aspectos que hacen a la historia.

Este es uno de los capítulos que desaparece en la versión censurada de El


Lazarillo, Lázaro castigado, que se publica en 1973. Ante la popularidad de la
novela, a pesar de figurar en el Índex de libros prohibidos, uno de sus censores resuelve
publicar una versión “menos ofensiva” y “más provechosa” del libro. La decisión de
eliminar este tratado echa luz sobre los matices que subyacen a este breve capítulo. Al
parecer, el gusto del fraile por “negocios seglares y visitas” puede ser interpretado como un
eufemismo que apunta a un comportamiento poco casto. Es decir, seguramente sus visitas y
negocios tenían un tenor sexual.
La ambigüedad con la que cierra el tratado contribuye a una interpretación sumamente
negativa de su amo. Hasta el momento, Lázaro elige no callar ninguno de los vicios que ve
en sus amos. Sin embargo, ese capítulo se cierra abruptamente y Lázaro explicita que está
callando algunas razones por las que decide alejarse de este nuevo amo. A pesar de las
imprecisiones, no cabe duda de que el tema principal del tratado es la hipocresía de los
miembros de la Iglesia.

A diferencia de los tratados anteriores, en el Tratado Quinto Lázaro parece un espectador


externo. No participa demasiado de la acción y su papel es ser testigo de lo que hace su
amo. Asimismo, el protagonista expresa su admiración por el ingenio de su amo más veces
de las que critica su manera de actuar. Algunos críticos observan un cambio entre los
primeros tres tratados y los que vienen después. En este sentido, el Tratado Cuarto funciona
como una bisagra entre un Lazarillo más inocente y sufrido y uno más astuto y
desvergonzado. Si bien percibimos un cambio de perspectiva en Lázaro, en el sentido de
que sus juicios son menos claros, no hay duda de que la intención detrás de este capítulo es
denunciar los abusos de la Iglesia y de los servidores públicos. Esto lo percibimos porque, a
pesar de que Lázaro se mantiene más bien al margen, las acciones del buldero y sus
cómplices generan necesariamente rechazo en el lector.

La Iglesia emitía indulgencias o permisos (como no ayunar durante la Cuaresma) para


recaudar dinero para las Cruzadas u otras obras destinadas a luchar contra los infieles (no
cristianos). Al probar ser un método efectivo de recaudación, su venta se extendió, pero eso
generó también una verdadera “industria” detrás de la falsificación de bulas. En cuanto al
buldero de la novela, desde un inicio sabemos que se trata de un embustero, porque Lázaro
utiliza el adjetivo “desvergonzado” para referirse a él, y porque lo primero que nos dice de
él es que soborna a los curas de los lugares en los que intenta predicar la bula. El nuevo
amo de Lázaro supera a todos los anteriores en su capacidad para engañar.

El más elaborado de sus engaños es el que lleva adelante con la ayuda del alguacil. Esta
confabulación muestra la traición de la Iglesia y de los servidores públicos, que permitían a
los falsificadores aprovecharse de las personas. El comentario parece ser que, cuando
resulta conveniente, las autoridades civiles y eclesiásticas son capaces de actuar
conjuntamente para perjudicar a aquellas personas a las que deberían servir. La
desconfianza con la que es recibido el buldero en cada lugar al que llega muestra el
escepticismo de la población con respecto a las indulgencias. Para el momento en que se
escribe la novela, es probable que las noticias sobre la falsedad de la mayoría de estos
documentos estuviera tan difundida que ya pocos estaban dispuestos a creer en ellos.
Además de subrayar la desconfianza que imperaba, la reacción de los feligreses en los
pueblos que visita el buldero son una muestra del realismo con que el autor retrata a la
sociedad de la época, en particular, el desencanto por algunos comisarios de la Iglesia.
Por otra parte, la novela no solo pone en tela de juicio a los bulderos, sino que cuestiona las
bulas en sí. Gran parte de la crítica social presente en El Lazarillo está dirigida a un
sistema social, político y económico que perpetúa las injusticias, privilegiando a unos pocos
mientras otros están librados a su propia suerte y capacidad de supervivencia. En ese
sentido, las bulas representan una de las peores caras de ese sistema. Las licencias en el
ámbito de los espiritual y moral se las pueden tomar solo aquellos que tienen dinero para
pagar una indulgencia. Lázaro no se cuestiona su relativismo moral, pero tampoco parece
que sea necesario, si desde la misma Iglesia se admite un doble estándar en lo que refiere a
actuar de manera recta. Dicho de otro modo, si el individuo que tiene dinero puede comprar
el perdón de sus pecados, entonces el hombre que peca para poder sobrevivir tampoco
puede ser juzgado.
El final del capítulo nos ayuda a comprender ese relativismo moral que exhibe Lázaro
cuando se disculpa —a medias— por no haber denunciado a su amo. El primer motivo por
el cual permanece en silencio parece justificable: tiene miedo de su amo. El segundo
motivo parece casi admirable: está atado por un juramento. El tercero resulta casi
razonable: Lázaro es solo un chico en ese momento, quien se divierte con la astucia de su
amo. La última de las excusas es la única que parece auténtica: con ese amo Lázaro comía
bien. Así, en su vida, el hambre demuestra ser, una vez más, el compás moral.

Resumen y Análisis Tratados Sexto y Séptimo


Resumen
Tratado Sexto
En el principio del Tratado Sexto, Lázaro menciona brevemente a su siguiente amo: un
maestro de pintar panderos con quien tampoco tuvo suerte. Luego, cuenta, empieza a servir
a un capellán que le da un asno y cuatro jarras para que venda agua por la ciudad. Para
Lázaro, con este oficio logró “subir el primer escalón”. Se divide el dinero que recauda con
el capellán y consigue ahorrar lo suficiente para comprarse una capa, un jubón y una
espada. Por primera vez en su vida se siente contento y orgulloso. Decide ir a ver a su amo,
entregarle el asno y abandonar el oficio.
Tratado Séptimo
Al principio del Tratado Séptimo, Lázaro empieza a trabajar para el alguacil, pero decide
dejar su trabajo porque lo considera peligroso. En una ocasión, unos delincuentes atacan a
Lázaro y al alguacil con palos y piedras.

Lázaro le cuenta a “Vuestra Merced” que, al tiempo que desea vivir con más
tranquilidad y ahorrar para su vejez, tiene la suerte de conseguir un oficio real, es decir, un
puesto en la burocracia imperial. Su oficio consiste en pregonar (anunciar) los vinos que se
venden en la ciudad y los delitos de los que han sido acusados “los que padecen
persecuciones por justicia”. Cuenta el pregonero que, en una ocasión, debe asistir en la
horca donde van a castigar a un ladrón, llevando la soga. En este punto del tratado, Lázaro
se desvía del relato para recordar al ciego que, en Escalona, en casa del zapatero, había
hecho algunas predicciones sobre su futuro que resultaron acertadas. Recuerda a su amo
con gratitud por haberle enseñado todo lo necesario para llegar al estado en el que se
encuentra.
Lázaro resulta ser muy bueno en su trabajo y, gracias a él, el arcipreste de Sant Salvador le
propone que se case con una de sus criadas. Lázaro accede y dice no estar arrepentido de su
decisión. Su mujer es diligente y servicial. Además, el arcipreste les regala trigo, carne,
pan, sus calzas viejas y hasta alquila una casa para la pareja al lado de la suya. Lázaro y su
mujer comparten casi todos los domingos y las fiestas con el arcipreste.

Acá Lázaro se detiene en los rumores que corren acerca de su mujer, sobre cómo ella va y
viene de casa del arcipreste. Lázaro no niega ciertas sospechas sobre su mujer porque dice
que más de una vez tuvo que esperarla hasta la madrugada. En esos momentos, Lázaro
recuerda otra de las predicciones de su primer amo, el ciego, en el mesón en Escalona,
donde tomó unos cuernos y le dijo a Lázaro: “te dará este que en la mano tengo alguna
mala comida y cena”.

Cuando Lázaro le plantea sus dudas al arcipreste, este le dice que, para medrar, hay que
ignorar las malas lenguas. Le promete que su mujer va y viene de su casa sin afectar la
honra de Lázaro. A esto, el pregonero le contesta que sus amigos le dijeron que su mujer
había estado embarazada tres veces antes de casarse con él. Su mujer, que está presente,
empieza a llorar e insultar al arcipreste. Entre ambos logran calmar a la mujer y Lázaro
promete no volver a mencionar los rumores.

A continuación, Lázaro se refiere a lo narrado recientemente como “el caso”, del que no ha
vuelto a hablar hasta ahora, que Vuestra Merced pidió que le relatara. Frente a todos los
demás que intentan discutir con Lázaro la fidelidad de su mujer, este jura por la honra de
ella y reta a un duelo a quien diga lo contrario. Lázaro cierra finalmente su relato ubicando
temporalmente los hechos y asegurando que, en este momento, se encuentra en la cima de
su buena fortuna.

Análisis
El sexto es el tratado más feliz de la obra. Lázaro no se ocupa de describir los malos ratos
que recibe del maestro de panderos porque ya no hacen a su propósito discursivo. No
debemos perder de vista que todo el relato tiene la intención de dar cuenta de “el caso” a
Vuestra Merced. Las penurias que sufre a lo largo de su vida lo conducen a un mejor lugar
en el que puede escribir una carta dirigida a alguien respetable. En este punto del relato, es
más importante para él mostrar el inicio de su ascenso.

Para empezar, por primera vez Lázaro consigue un oficio honesto. Dicho sea de paso, si
bien el oficio es honesto, la manera en que lo procura no lo es, porque el capellán no debía
participar de una empresa para ganar dinero por fuera de la Iglesia. A pesar de ello, el
acuerdo es descrito como justo y le permite a Lázaro comprarse su primera espada y una
vestimenta respetable.

El protagonista repara en cómo el jubón, la capa y la espada hacen que él se vea a sí mismo
“en hábito de hombre de bien”. Es significativo que hable de hábito de hombre de
bien porque parece indicar que comprende que se trata de un “disfraz”. Esto nos remite al
Tratado Tercero, en el que el escudero se viste lentamente y se siente orgulloso de la ropa
que lleva. En su camino de descenso, lo último que pierde el escudero es el hábito. Por su
parte, en su camino de ascenso, el hábito es lo primero que Lázaro incorpora.
En el tratado final, podemos ver el resultado del camino vital del protagonista. Como
consecuencia de todas las adversidades por las que ha transitado Lázaro, su instinto de
supervivencia es ahora el único valor que prima. Por otro lado, cada vez está menos
dispuesto a soportar peligros y trabajos. Cuando percibe que el trabajo con el alguacil es
peligroso, no duda ni un momento en abandonarlo. En los primeros tratados, Lázaro sufría
a la par de sus amos pero, en el tratado final, huye antes de ser alcanzado por los
delincuentes. La ironía está dada por el detalle de que Lázaro, tras servir al capellán, se
pudo comprar una espada, pero esta no es nada más que un disfraz de respetabilidad que
nada tiene que ver con la valentía: ante los ataques de los delincuentes, Lázaro huye
cobardemente. La hipocresía que podíamos observar en otros, ahora la percibimos
patentemente en nuestro protagonista.

Hay una nueva actitud en el protagonista, que se ha ido gestando de a poco y aparece
explicitada en el segundo párrafo, cuando Lázaro dice que su deseo era “tener descanso y
ganar algo para la vejez”. Tras todas las adversidades por las que ha atravesado, Lázaro
solo concibe medrar con algo de astucia, pero, sobre todo, con suerte. El modo más sencillo
de asegurarse la vida es conseguir un oficio burocrático. Subyace acá una crítica social que
muestra que los únicos que tienen asegurado el sustento son el clero y los que trabajan para
el Estado.

Cuando consigue el trabajo de pregonero por un golpe de suerte, su vida se encuentra en el


punto más alejado con respecto a su origen. Ante la imagen de Lázaro sosteniendo una soga
para ajusticiar al ladrón, no podemos sino pensar en que tanto su padre como la segunda
pareja de su madre fueron ajusticiados por robo y que, ahora, Lázaro se encuentra en el rol
opuesto.

El siguiente paso que acerca a Lázaro a la estabilidad económica y social a la que aspira es
su matrimonio con la criada del arcipreste. El sustento y la seguridad que logra mediante
esta unión el ahora pregonero tienen un coste alto en cuanto a la honra. Sin embargo, para
Lázaro, que ha experimentado el hambre y la necesidad, el valor más alto no es la honra
sino el sustento. La mirada crítica presente en la obra da cuenta de una gran crisis moral: el
noble que valora la honra y se aferra al pasado muere de hambre y vive de las apariencias;
el individuo que puede medrar por sus propios medios no puede preocuparse con las
apariencias ni la honra. En boca del arcipreste, esta crítica se revela de manera clarísima:
“quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará”. En una sociedad injusta, la
única manera de ascender socialmente es sin escrúpulos y únicamente velando por el propio
provecho.

La degradación moral representada en la obra a través del camino vital de Lázaro puede ser
sintetizada en la respuesta que este le da al arcipreste cuando dice: “yo determiné de
arrimarme a los buenos”. Estas mismas palabras se repiten dos veces a lo largo de la obra.
La primera se refiere a la situación de la madre de Lázaro, que se ha quedado viuda y debe
“arrimarse a los buenos para sobrevivir”. No es posible ignorar el uso irónico de la palabra
“buenos”. Acá no se hace una valoración moral de la persona, sino que se valora su
situación económica o social, potencialmente beneficiosa, ya que puede aprovecharse de
manera parasitaria. Además, resulta revelador pensar en el uso común de arrimarse con
una connotación sexual. La madre se arrima a los buenos e inicia una relación
deshonrosa e ilícita, mientras Lázaro se arrima a los buenos aceptando a sabiendas ser
cornudo y que su mujer mantenga una relación con un sacerdote. Esto muestra cómo el eje
moral está corrido: los buenos son los ricos y los poderosos a quienes los pícaros y
ambiciosos podrán arrimarse para medrar.
La decisión de Lázaro de aceptar su situación e ignorar las malas lenguas es tan firme que
está dispuesto a defender el honor de su mujer cometiendo un sacrilegio cuando dice: “yo
juraré sobre la hostia consagrada”. Recordemos, además, que “el caso” del que está dando
cuenta involucra una relación ilícita, ya que el amante de su mujer es un sacerdote. El
incisivo anticlericalismo en la obra no podía estar ausente en el tratado final.

Finalmente, conviene repasar también el tema del individualismo vinculado a la moral.


Lázaro considera que su caso no puede ser juzgado sin conocer todo su camino vital. Desde
un principio, el protagonista insiste en que su relato tiene como propósito mostrar que
quienes han tenido que ingeniárselas para sobrevivir tienen más mérito que aquellos que
“heredaron nobles estados”. Las malas lenguas, que cuestionan la posición en la que se
encuentra Lázaro, desean medir su estado con la misma vara con la que miden a hombres
“nobles”: la honra. Para Lázaro, su valor yace en haber alcanzado la prosperidad. Los
valores colectivos son privilegio de aquellos que están atados a través del linaje y la
tradición. Al resto le queda hacer su propio camino, transitando los márgenes de una
sociedad profundamente hipócrita e injusta.

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