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Una Revisión de La Teoría de La Imprevisión
Una Revisión de La Teoría de La Imprevisión
que desarrolle la teoría de la imprevisión (1) en los contratos civiles, la cual permita a las partes invocar la
renegociación de las cláusulas contractuales y así evitar la muerte de este ante un evento extraordinario e
imprevisible.
23/06/2021 Actualmente, la pandemia del covid-19 viene generando una crisis económica
a escala nacional y mundial, no estando exento el mundo contractual a sus efectos
negativos. Es así como nos enfrentamos a dos circunstancias contractuales que vienen
golpeando el mercado peruano. La primera, evaluar la muerte del contrato y así no seguir
cumpliendo con las obligaciones contractuales o, abrir la puerta de la imprevisión y
centrarnos en la opción de la recomposición de las cláusulas contractuales a fin de
mantener el mercado
Así tenemos que, según el artículo 1315 del Código Civil, el caso fortuito o fuerza es la
causa no imputable al deudor, consistente en un evento extraordinario, imprevisible e
irresistible, que impide la ejecución de la obligación o determina su cumplimiento
parcial, tardío o defectuoso.
Por su parte, el artículo 1440 del mismo cuerpo legal regula la figura de la excesiva
onerosidad, facultando a la parte perjudicada a solicitar al juez la revisión del contrato,
ante un hecho extraordinario e imprevisible que deviene en excesivamente onerosa la
prestación a su cargo, para que la reduzca o aumente la contraprestación, a fin de que
cese la excesiva onerosidad y se reestablezca el equilibrio contractual.
Como se puede apreciar, el artículo 1440 de nuestro Código Civil plantea la posibilidad
de revisión judicial de los contratos ante la excesiva onerosidad sobreviniente; no
contemplando de manera explícita el deber de las partes de renegociar los términos del
contrato como consecuencia de dicha situación.
Durante estos días de aislamiento social obligatorio que venimos cumpliendo, los
impactos del covid-19 en los contratos civiles y las distintas herramientas reguladas en el
Código Civil para lograr la suspensión, renegociación y/o resolución del contrato, se han
convertido en los principales temas de estudio de diversos autores. Muchos hemos
coincidido en considerar al covid-19 y el aislamiento social obligatorio impuesto a causa
de este, como eventos extraordinarios, imprevisibles e irresistibles; sin embargo, cuando
se trata de analizar cuál sería la figura contractual más adecuada para superar sus
impactos, aún no existe consenso.
Normativa
Ante dicho escenario, y teniendo en cuenta la actual crisis económica que se vive, resurge
el tema que desde hace varios años viene examinándose, esto es, la necesidad de contar
con una normativa que permita accionar extrajudicialmente por recomponer el equilibrio
del contrato y no solamente evaluar la muerte del contrato por resolución.
Resulta lógico pensar que las partes voluntariamente puedan adecuar el contrato a esta
nueva situación. Siendo una opción equitativa para ambas, ya que además de eliminar la
injustificada y desproporcional ventaja patrimonial generada a favor de una en perjuicio
de la otra, les va a permitir conocer lo que hubiesen pactado en caso se hubiera podido
prever el hecho extraordinario e imprevisible que afectó el contrato y rompió el equilibrio
contractual.
Creemos así que, actualmente, la negociación, de buena fe, resulta ser la herramienta más
eficaz y menos costosa, a fin de restablecer el equilibrio de las prestaciones y distribuir en
forma equitativa a cada parte del contrato las consecuencias negativas generadas por la
pandemia del covid-19, evitando la extinción o el incumplimiento del contrato. Y que
solo ante el fracaso de las negociaciones será el juez quien intervenga en el contrato a
través de su adecuación a las nuevas circunstancias o su terminación.
?? ¡Buenos días! ???? Esta es la portada de hoy, miércoles 23 de junio, del Diario Oficial
El Peruano.
?? https://t.co/7rHfmjKnID pic.twitter.com/xe7W8wncPs
COVID-19, crisis sanitaria y retos del Derecho Civil: Entre la fuerza vinculante y la
adecuación de los pactos contractuales
Vuestra pregunta da por sentado que ese reverdecimiento existe. Tal vez ustedes lo
deducen de las semanas que tenemos leyendo y escuchando opiniones de expertos
de las distintas áreas jurídicas, del derecho tributario al derecho laboral, del
derecho procesal al derecho regulatorio, todas las cuales coinciden en referirse a
dos instituciones civilistas: la fuerza mayor y el cambio de circunstancias en el
cumplimiento de obligaciones. Si mi apreciación es correcta, suscribo el dictamen.
La atención cobrada por esta rama en un momento tan difícil para todos no hace
más que comprobar el papel central de sus reglas –las del Código Civil, en
especial– como estatuto, régimen u ordenamiento jurídico de las relaciones entre
los ciudadanos. El Derecho Civil es el marco jurídico básico y general del
desenvolvimiento e interacción de los individuos. Cada momento de nuestra vida
es gobernado por sus preceptos.
Ahora bien, admitida esa vistosidad, tal vez no exista una mejor ocasión que esta
para reflexionar seriamente sobre el papel de los estudiosos del Derecho Civil
frente a la problemática jurídica relacionada con la COVID-19. En uno de los
mejores trabajos que he leído en estos días, el profesor Claudio Scognamiglio, de
la Università di Roma “Tor Vergata”, nos insta a meditar sobre nuestra tarea, para
no avivar con polémicas o construcciones doctrinales, por ejemplo, los conflictos
contractuales originados por la incidencia de la legislación emitida por la
emergencia sanitaria. Él opina que deberíamos aunar esfuerzos para contener, más
bien, las disputas que podrían desencadenarse cuando esta difícil etapa sea
superada (C. Scognamiglio, L’emergenza Covid 19: Quale ruolo per il civilista?,
en https://giustiziacivile.com, editorial del 15 de abril del 2020).
2. ¿De qué manera sería relevante la historia cuando nos hallamos –salvo que
Ud. opine lo contrario– ante un hecho sin precedentes?
La historia importa porque las experiencias son cíclicas. Hablo, para ser precisos,
de la historia universal, y no solo de la peruana. Un amigo, abogado destacado, me
hizo un comentario similar: que nunca habíamos visto algo como esto. No le falta
razón, pero si nos circunscribimos al derecho civil, no hay que olvidar que nuestra
codificación es un compendio de normas elaboradas en el viejo continente, donde
las crisis epidémicas se han sucedido en el curso de los siglos. Es improbable que
las reglas sobre teoría del riesgo o imposibilidad de la prestación, que han
circulado desde el otro lado del Atlántico hacia Latinoamérica, desde el
Ochocientos hasta hoy, no estén impregnadas de las calamidades acontecidas en
Europa, sin excluir, por supuesto, los grandes conflictos bélicos.
Propagación de la pandemia de peste negra en el siglo XIV. Fuente: J.P. BYRNE, Encyclopedia of
the Black Death, Santa Barbara, California, ABC-CLIO, 2012, p. 43)
Recogida de cadáveres en las calles durante la gran plaga de Londres del siglo XVII. Fuente: E.
LORD, The Great Plague. A People's History, New Haven y Londres, Yale Universiy Press,2014,
galería de imágenes.
Uno de los más grandes juristas italianos de todos los tiempos, Luigi Mengoni,
enseñaba que, en sentido jurídico, actuar solidariamente es hacerse cargo del bien
común, aunque sea en mínimo grado al ejercer las libertades individuales: evitar
“perseguir el interés individual propio en sentido contrario a la utilidad social, al
interés general en el respeto de la seguridad, de la libertad y de la dignidad
humana” (L. Mengoni, Fondata sul lavoro: La Repubblica tra diritti inviolabili
dell’uomo e doveri inderogabili di solidarietà, en Id., Scritti, I, Milán, Giuffrè,
2011, p. 144). Esta precisión es fundamental, especialmente para nosotros, ahora
que se ha vuelto cotidiano ver cómo el llamado, reiterado, del Gobierno a la
“solidaridad” de los ciudadanos frente a la pandemia, es transformado por algunos,
con actitud irresponsable, en un derecho a la corrección unilateral o judicial del
contenido de los contratos. El propio Mengoni, quien fue magistrado del Tribunal
Constitucional, indicaba que la única forma de plasmar la solidaridad en concretos
deberes jurídicos era mediante la intervención del legislador (ivi, p. 143). Y lo
afirmaba en un país, donde, como señalé, la Constitución (artículo 2) impone a
todos los ciudadanos el cumplimiento de “deberes inderogables de solidaridad
política, económica y social”. El comportamiento solidario es un imperativo
moral, deseable, pero infrecuente en los seres humanos. Para hacer de él una pauta,
el impulso debe ejercerlo la ley.
Con la reforma del derecho de contratos del Código Civil francés, del 2016, se
formaliza la apertura a la intervención jurisdiccional para la revisión de los pactos,
en línea con dos afamados proyectos de armonización del derecho contractual
europeo: los Principios del Instituto Unidroit y los Principios de la Comisión
Lando, pero al precio de eliminar la causa de la bicentenaria normativa
napoleónica. Ahora son normas específicas las que tratan la cuestión del cambio
de las circunstancias originales de los contratos. En Italia se ha pensado seguir el
mismo camino, en una reforma del Código Civil de 1942 que está en curso desde
el 2019, sin tocar la causa, pero con declarada conciencia de que las reglas
vigentes no conceden, a la parte afectada por la excesiva onerosidad sobrevenida
de la prestación a su cargo, el derecho a obtener, en concreto la rectificación
equitativa de las condiciones contractuales (Disegno di legge, Delega al Governo
per la revisione del Codice civile, presentado al Senado de la República, XVIII
Legislatura, por el Presidente del Consejo de Ministros y el Ministerio de Justicia,
19 de marzo del 2019, p. 11-12).
Al margen del valor comparativo que pueden tener estos ejemplos, y con el
cuidado, más aún en esta época, de seguirlos al pie de la letra, lo que deberíamos
preguntarnos es si en el Perú, en situaciones similares, las soluciones serían las
mismas, dado que muchas de nuestras normas son idénticas por la recepción del
derecho extranjero en nuestro país. Sin embargo, ello no eximiría de la tarea de
verificar si nuestra legislación importada puede ser tomada como base para
pronunciamientos equivalentes, al hallarnos en un contexto donde el primer punto
de referencia, si no es que el único, es la regla de la obligatoriedad de los pactos
contractuales, consagrada en el primer párrafo del artículo 1361 del Código Civil:
“Los contratos son obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos”. Estas fases
precedieron, justamente, los cambios de la jurisprudencia más allá de nuestras
fronteras, y no es recomendable saltar etapas, pues lo que está en juego, en el
fondo, es la seguridad jurídica y el respeto de la palabra dada. Finalmente, se
debería evaluar si la sociedad civil peruana estaría dispuesta a confiar la decisión
de asuntos tan complejos a los órganos jurisdiccionales.
No creo, por otro lado, que este dilema se resuelva –y viene al caso mencionarlo–,
con la resurrección legal de la “causa” como requisito de validez de los negocios
jurídicos, como se propone en el Anteproyecto de reforma del Código Civil de la
Comisión del Ministerio de Justicia presidida por el profesor Gastón Fernández
Cruz, publicado en agosto del año pasado. En el Perú, distintamente de lo
acontecido en Francia e Italia, la causa ha gozado de presencia en la doctrina, pero
jamás en la práctica jurisprudencial, como herramienta conceptual para imponer la
justicia contractual. Si el legislador desea que así sea, tendrá que delinear un
concepto general de causa, y delegar jueces y árbitros solo la labor de determinarla
en concreto. Frente a estas interrogantes sin respuesta, ni siquiera estoy seguro de
que los conflictos que el COVID-19 pueda originar tengan que ver,
preeminentemente, con el contrato en general. Su problemática pertenece más al
campo de las obligaciones: las obligaciones genéricas, la imposibilidad, el
cumplimiento inexacto, el resarcimiento de los daños por incumplimiento,
etcétera.
El nuevo artículo 1195 del Código Civil francés faculta a la parte afectada por la
excesiva onerosidad sobrevenida de la prestación a su cargo a pedir a la otra la
renegociación de los términos contractuales. Irónicamente, se ha comentado que
ese “derecho” siempre ha existido, sin necesidad de consagración legal (M. Fabre-
Magnan, Droit des obligations, 1, Contrat et engagement unilatéral, 5a edición,
París, PUF, 2019, p. 613). El legislador francés se cuida de precisar que durante la
renegociación las obligaciones deben seguirse cumpliendo. ¿Cómo juzgar, si se
toma en cuenta el equilibrio legal de las posiciones de los contratantes logrado por
los reformadores franceses, las opiniones de abogados peruanos que, alejándose
del recto criterio, se han propuesto el objetivo de justificar el incumplimiento o la
modificación de las prestaciones no afectadas por el cambio de circunstancias? Se
ha echado mano hasta a la filosofía, de los griegos a Cicerón, y a la religión, de la
prédica cristiana a la doctrina tomista, para disfrazar de “ilustrados” los más
variopintos sinsentidos y despropósitos. Mejor sería para esos colegas remitir a
una obra dramatúrgica, de crítica social, de Dario Fo, premio Nobel de Literatura,
donde un supermercado es asaltado por un grupo de mujeres que, enojadas por el
aumento de los precios de los víveres, se los llevan sin pagarlos o pagando menos,
de acuerdo con su propio arbitrio, porque consideraban que era “justo” (D.
Fo, Non si paga! Non si paga!, en Id., Teatro, al cuidado de F. Rame, Turín,
Einaudi, 2000, p. 613 y s.). Fo cuenta que la trama de su libreto era surreal,
fantástica, pero que, a pocos meses de poner la obra en escena, en Milán, en
tiempos de gran inflación en Italia, lo imaginado se volvió realidad. Los
infractores, obviamente, terminaron arrestados y enjuiciados (ivi, p. 615).
Ese es un error grave, que revela el desconocimiento del sentido y fines de esta
institución, que, en el Perú, por lo demás, es objeto de un régimen que la esteriliza
por completo, no solo en casos como los que hoy convocan a tanto opinante –
algunos de cuales han hecho del error y desinformación mediática un verdadero
apostolado– sino en cualquier situación, tal como lo demuestra su invisibilidad
jurisprudencial en más de tres décadas de vigencia del Código Civil. He revisado
este tema, a propósito de vuestra entrevista, y he verificado que, en los últimos
quince años, las sentencias casatorias de la Corte Suprema donde la excesiva
onerosidad es mencionada no llegan a 10. Solo en dos de esos pronunciamientos
se exponen consideraciones conceptuales u operativas sobre la figura. En ninguno
de los casos se declaró fundada la demanda. Si una institución jurídica no es
aplicada, es como si no existiera: no supera el inapelable test de la “efectividad”.
Aquí vale la pena recordar una opinión de Jacques Derrida: “Para ser justa, la
decisión de un juez […] no debe solo seguir una regla del derecho o una ley
general, sino que debe asumirla, aprobarla, confirmar su valor mediante un acto de
interpretación que vuelva a instaurarla, como si la ley no existiera con
anterioridad, como si el juez la inventara él mismo en cada caso” (Del derecho a
la justicia, trad. de A. Barberá, en Id., Fuerza de ley. El fundamento místico de la
autoridad, 3ª edición, Madrid, Tecnos, 2018, p. 52). Ese es el derecho “efectivo”
que debemos perseguir: que las normas cobren nuevo aliento, se mantengan vivas,
con los pronunciamientos jurisdiccionales.
Puesto que prescinde, por ocio o autosuficiencia, de toda consideración sobre los
aspectos prácticos de la figura, la propuesta de recurrir a la excesiva onerosidad de
la prestación para resolver las controversias contractuales que surgirán de la
emergencia sanitaria en el Perú, débil en lo conceptual, termina naufragando
inexorablemente.
En primer lugar, el modelo del Código Civil peruano hiere de muerte la plantilla
italiana sobre l’eccessiva onerosità. Nuestro Código dice que, frente a la excesiva
onerosidad por acontecimientos extraordinarios e imprevisibles, la parte
perjudicada puede pedir al juez que reduzca o aumente la contraprestación. Hasta
ese punto, los regímenes se asemejan. Pero a renglón seguido, el legislador
nacional establece que, si la reducción o aumento no fuesen posibles, “o si lo
solicitara el demandado”, el juzgador decidirá la resolución del contrato. En otras
palabras, la posición privilegiada es la de la parte cuya prestación está libre de la
incidencia de los eventos sobrevenidos, la cual puede rechazar el ajuste y, a su
conveniencia, propiciar la resolución del vínculo. Con este marco legal, es
imposible que los jueces o árbitros impongan la adecuación de los términos
contractuales, a menos que se interprete que la negativa al ajuste, de mala fe, no
debe ser admitida. La resolución solo debería habilitarse cuando el sacrificio del
demandado sobrepase sus esfuerzos, y le resulte inexigible.
No. Ante todo, porque las prestaciones esenciales de esos contratos son otras: la
cesión temporal del uso contra el pago de la merced conductiva, según el artículo
1666 del Código Civil. Lo que el arrendador cede es el uso entendido, no como
derecho real, sino como dominio físico. Luego el Código enuncia,
complementariamente, la obligación de “mantener en el uso”, Preguntémonos,
entonces, en el caso dos locales comerciales: ¿Los bienes arrendados se siguen
“usando”, a pesar de las restricciones impuestas por el Gobierno? Sí. Están todavía
ocupados por los arrendatarios, los arrendadores no pueden disponer de esa
facultad (de “uso”) durante la vigencia del vínculo, ni recobrar la posesión de los
bienes alquilados hasta el vencimiento del plazo. Algunos sostienen, en cambio,
que la obligación de mantener en el uso ha devenido imposible, como si algún
contrato de arrendamiento se celebrara pensando en que el arrendador garantizará,
más allá de la protección interdictal, un uso efectivo o pleno, y aun en caso
de factum principis. Ese no es el sinalagma funcional en el contrato de
arrendamiento.
Conozco casos en los cuales los inquilinos se han negado a pagar los gastos
comunes de centros comerciales, inclusive. ¿Cuál es su justificación? Afirman que
no pueden explotar económicamente los locales. Con el debido respeto, eso no es
un argumento de recibo. No es normal que los arrendamientos contengan
disposiciones que hagan depender la renta de una explotación efectiva ni
redituable ni exitosa de los bienes cedidos, menos todavía si el arrendador no tiene
responsabilidad por ello. Si se efectúa una interpretación “económica” de estas
relaciones contractuales, las conclusiones no son diferentes. Solo cambian si el
razonamiento se tiñe de solidarismo contractual, pero para ello, como dije antes, se
necesita una buena negociación o una ley que promueva la revisión del contrato
por las mismas partes o por el juez.
En los arrendamientos comerciales, con todo, no hay cómo negar que la afectación
de los valores intercambiados. El acreedor, arrendatario, no está recibiendo
exactamente aquello que le fue ofrecido, si bien el arrendador no incurre en
responsabilidad por ello, dado que la imposibilidad no es imputable a él. Si el
fenómeno se analiza fuera del corsé legal, la solución conmutativa, canónica, del
problema es el ajuste del valor de las prestaciones. Pero esa solución no es la
adoptada en el Código Civil. La renegociación del contrato no es obligatoria entre
nosotros, y cuando me refiero a este concepto no estoy hablando del trato o
conversación entre las partes, que debería considerarse deducible de la cláusula
normativa general de la buena fe, del artículo 1362 del Código Civil, sino de un
específico acuerdo modificatorio, transformador del contrato original. Una cosa es
discutir acerca de las circunstancias sobrevenidas, a lo que, creo, ninguna de las
partes debería negarse, y otra, muy distinta, es modificar el contrato como fruto de
reuniones, mesas de diálogo o mediaciones. Este objetivo, que garantizaría,
además, la conservación del contrato, solo puede lograrse con una intervención del
legislador, como se ha hecho en Francia, en la reforma del derecho de contratos
del 2016, al incorporarse al Código Napoleón, como ya recordé, la regla de que, en
caso de variación de las condiciones contractuales por causa no imputable a las
partes, éstas tienen la obligación (legal) de renegociar sus pactos.
Fragmento del opúsculo "La peste bubónica" de Carlos Alberto García, en MINISTERIO DE
FOMENTO, La peste bubónica. Preceptos y datos importantes referentes a ella. Lima, Imprenta del
Estado, 1903.
El problema es que muchos colegios han impuesto a los alumnos las clases
virtuales. Esta medida es arbitraria, porque modifica unilateralmente el contrato y
vulnera el derecho de los contratantes del servicio educativo que no están de
acuerdo, por cualquier razón, con que sus hijos reciban educación a distancia, o
que no disponen de los equipos necesarios para acceder a ella. Los padres de
familia podrían oponer a sus contrapartes la excepción de incumplimiento o
resolver el contrato, solo que se ven intimados a ejercer los remedios que el
Código Civil les proporciona, por lo difícil, y perjudicial, en el plano psicológico,
que resulta cambiar de colegio a un menor. De esta debilidad, con conciencia o no,
se benefician los colegios, que con esta práctica rompen la bilateralidad y
reciprocidad de la relación contractual. La desproporción de fuerzas es manifiesta.
Si se aplicara, sin más, el criterio de la eficiencia económica, el riesgo debería ser
asumido por los prestadores del servicio, por el solo hecho de que están en mejor
posición para internalizarlo. En Estados Unidos, en 1922, un colegio fue cerrado
temporalmente a causa de una epidemia de gripe. La entidad estatal que la dotaba
de personal docente pretendió resolver, por esa razón, los contratos de los
profesores destinados a ese centro. Los tribunales dictaminaron que el riesgo de la
imposibilidad de la prestación debía ser íntegramente asumido por la entidad,
como parte contractual mejor provista para asumir sus costos (Phelps v. School
District, citado por R. A. Posner y A. M. Rosenfield, Impossibility and Related
Doctrines in Contract Law: An Economic Analysis, en Journal of Legal Studies,
Vol. 6, Chicago, 1977, p. 101). Contra una solución tajante como ésta, que, en el
Perú, nos sometería al activismo judicial, se ha destacado, precisamente, las
bondades del modelo italiano –no se puede predicar lo mismo del nuestro– de la
excesiva onerosidad de la prestación, por favorecer la renegociación de los
términos contractuales, con el derecho del demandado a ofrecer el ajuste, o
permitir la resolución del contrato, que, bajo ciertos presupuestos, son las
verdaderas salidas eficientes desde un punto de vista económico (es la posición de
P. Trimarchi, Commercial Impracticability in Contract Law: An Economic
Analysis, en International Review of Law and Economics, Vol. 11, p. 63 y s.).
Si así están las cosas, las leyes especiales de la emergencia sanitaria pueden
fundarse en otros derechos fundamentales para variar los contratos privados. Para
los alquileres en favor de personas vulnerables, ahí está el ejemplo de la normativa
española a la que hice mención, pero con estricto apego a las características del
sector, donde los inquilinos se ven favorecidos ya, en la práctica, por inexistencia
de remedios efectivos contra la falta de pago de las rentas y la aversión de los
arrendadores a ejecutar cobranzas y desalojos en vía judicial. Respecto de los
arrendamientos de locales comerciales se puede establecer un aplazamiento de dos
o tres meses, pero dejando a las partes el derecho de, en caso de extensión de las
medidas de aislamiento obligatorio general, o de afectación insalvable de la
utilidad del contrato, a terminar unilateralmente el vínculo. Hago notar que esta
fórmula no está contemplada en el Código Civil: constituiría un desistimiento
unilateral permitido a cualquiera de las partes, luego de la evaluación individual de
sus posibilidades de retomar sus actividades económicas, sin perjuicio, en ningún
caso, de la obligación de pagar las deudas acumuladas y aplazadas. En cuanto a las
pensiones escolares también se podría disponer que sean adecuadas a las
prestaciones efectivamente recibidas, pero con el apoyo, a diferencia de lo que
ocurre en los arrendamientos, de la normativa del Código Civil sobre teoría del
riesgo en el cumplimiento de las obligaciones. Ni los colegios ni los padres de
familia podrían oponer la santidad del contrato a una medida semejante, porque su
fundamento, al margen del juicio político sobre el reequilibrio de las prestaciones,
es en resguardo del derechos fundamentales como la integridad física y salud de
los miembros de toda la comunidad escolar (niños, representantes legales de los
escolares, profesores, personal administrativo, sin distinción), y que forzarán a que
en este sector se continúe con el aislamiento por muchos meses, aun si se levantan
las restricciones del Gobierno, por ahora previstas hasta el 12 de mayo. No creo,
como he manifestado en mis respuestas anteriores, que ninguna de estas
alternativas de solución de conflictos se pueda lograr, de manera general, por la
vía del consentimiento y la renegociación. Por ello pienso que lo mejor sería
abordar legalmente la problemática, con carácter extraordinario, temporal y
justificado por la situación.
9. Finalmente, profesor León, ¿cuál considera Ud. que es el papel que deben
desempeñar los civilistas peruanos en esta crisis?
Comencemos por aclarar quiénes son los “civilistas”. Como señalé al comienzo, la
costumbre de considerar, erróneamente, que las reglas del derecho civil
representan un conocimiento innato de los abogados, corremos el riesgo de pensar
que estamos hablando del universo de individuos que ejercen la profesión legal. A
esta legión le corresponde desempeñar un solo papel: el de no promover conflictos
valiéndose de sus reminiscencias o preconceptos sobre el derecho civil para
fabricar argumentos en defensa de posiciones tomadas de antemano, y sin un
estudio consciente previo. La investigación debe preceder a la opinión. Leer a
tantos escribientes platónicos, con el perdón de Platón, que anotan primero: “no
hay que pagar”, y que enseguida garrapatean, a veces discutiendo entre ellos,
“buena fe”, “solidarismo”, “rebus sic stantibus”, “excesiva onerosidad
sobrevenida de la prestación”, “reequilibrio de las prestaciones”, “revisión o
adecuación de los contratos en vía jurisdiccional”, “reducción unilateral o de pleno
derecho de la contraprestación a valor equitativo”, “renegociación”, o incluso
“perturbación de la base del negocio”, es como traer a la vida, ingratamente, a la
reina del País de las Maravillas; la del célebre sinsentido: “Sentence first-verdict
afterwards”, “la sentencia primero, el juicio después” (L. Carroll, Alice’s
Adventures in Wonderland, Nueva York, Macmillan Co., 1920, p. 187).
Si, por el contrario, llamamos civilistas a quienes creen firmemente en los valores,
reglas y principios del derecho civil, como ordenamiento general y básico de las
relaciones entre los miembros de la sociedad, y conocen los límites de sus
preceptos en un escenario de desigualdad, transgresión, incertidumbre en torno al
resultado de los procesos judiciales, altos costos de los arbitrajes y abuso de la
“intuición” en la justicia privada, culto al litigio, y falta de predecibilidad sobre el
desenlace de la emergencia sanitaria, el llamado es a ser coherentes con esa fe, y a
utilizar el conocimiento para atenuar la nocividad de cada uno de los factores
mencionados. Las leyes especiales en materia civil solamente se justifican cuando
el Código no brinda, ni siquiera mediante interpretación o integración normativa,
las respuestas que buscamos, y si no tenemos razones para confiar a la
jurisprudencia la transformación de sus disposiciones. Si se conviene en reconocer
al equilibrio de las prestaciones de las partes como un principio de la contratación
en el Perú, ¿dónde estuvo –habló de derecho efectivo– por más de 30 años? ¿Se le
resucita, así nomás, en tiempos de crisis sanitaria? ¿Qué ocurrió durante el
fenómeno del Niño, la gran inflación de 1985-1990, las medidas
de shock económico o las repetidas revueltas sociales acaecidas en el mismo
período? La intervención legislativa posibilita, justamente, la reanimación, con un
acto político, de un valor del que, según parece, todos se habían olvidado.
[*] Leysser León Hilario es profesor y coordinador del Área de Derecho Privado de la
Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Doctor en Derecho
por la Scuola Superiore S. Anna di Studi Universitari e di Perfezionamento (Pisa).
Miembro de la World Tort Law Society (Viena-Pekín) y del Grupo Iberoamericano para
el Derecho de Daños (Talca-Madrid). Socio de la Associazione Italiana di Diritto
Comparato y del Istituto Emilio Betti di Scienza e Teoria del Diritto nella Storia e nella
Società (Téramo). Asociado internacional del Instituto Brasileño de Estudios sobre
Responsabilidad Civil – IBERC (Belo Horizonte). Consultor de Philippi, Prietocarrizosa,
Ferrero DU & Uría Abogados.
[**] Entrevista preparada y coordinada por Ever Medina y Diego Pesantes (integrantes
del equipo de investigación de Gaceta Civil & Procesal Civil). Fecha de elaboración: 24
abril 2020.