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Destino

Lyrich Etsar: Diosa de la magia

Daw Maj: Dios de la vida

Shaab Zef: Dios del tiempo

Horacti: Diosa de la luz, la fuerza y la belleza

Shaang: Dios de la oscuridad, el sigilo y la protección

Nanpa: Diosa del espíritu, del aire, de la medicina y de la paz

Samarti: Diosa de la sabiduría, el conocimiento y la inteligencia

Semidios del viento: Espíritu del Lobo

Semidiosa de la visión: Espíritu del águila

Semidioses de la batalla: espíritus de la serpiente y el guerrero

Haructi: Dios del alma, del agua, de la calma y de la paciencia

Tilottama: Diosa de la suerte, el deseo el anhelo y la honra* y las especias

Sahricat: Dios de la fraternidad, la amistad, la empatía y la juventud

Samlot y Fartat: Semidioses del amor Espíritus de los amantes

Matri: Dios del cuerpo, de la tierra, la alegría y la abundancia

Maut: Dios de la civilización y la construcción

Alham: Semidios de los viajeros espíritu del caracol

Rantaat: Dios del trabajo, el estudio y la destreza

Biramna: Diosa de la justicia

Namroh: Dios de la libertad

Alhahaim: Dios del honor

Saptaribal: Dios de las travesuras y los ánima

Veleheim: Dios del silencio y los semidioses

Bethrá: Diosa de los shadú y el olvido

Shaab: Dios de la guerra, la disciplina, la estrategia y los secretos

Shurima: Semidiosa de la victoria: Espíritu de la leona

Sarabia: Diosa de los sueños, la profecía y el engaño


Paltroc: Dios de las pesadillas y el miedo

Valcrat: Diosa de los artesanos, la familia y el hogar

Áruma, Saitrim, Velth y Lorem: Semidioses del Ohana: Espíritus de los osos

Sejct: Dios de la destrucción, las transiciones y la vejez

Elichm: Semidios de la astucia: Espíritu del cocodrilo

Sapac: Dios de la cultura, la tradición y los gobernantes

Samalav: Diosa de las fiestas y el pueblo

Aramhá: Diosa de los tratados, las alianzas y la ley

Gelaham: Diosa de la innovación y la tecnología

Vitirik: Semidios de los inventos: Espíritu de la abeja

Cuprncet: Dios de la creatividad, la inspiración y la virtud

Caltara: Diosa de la música y el lenguaje

Muserat: Diosa de la danza y el teatro

Aracma: Diosa del dibujo y el diseño

Irtjn: Dios de la escultura y la costura

Raza 2: Ami

Son las criaturas con cuerpo y alma pero sin espíritu, tienen sus especies y tal porque son tipo
los animales del lore

Ghyn: Gatos, ami sagrado de Matri

Raza 3: Veleh, los semidioses

Son los espíritus que aún conservan su alma, una vez pierden el alma se transforman en Asg
(Asg es el espíritu en Ichor). Al no tener cuerpo pues no sienten pasión ni tienen instintos

Raza 4: Shadú

Son los que son cuerpo y espíritu, no tienen alma, por lo que no sienten ni tienen memoria.

Tribu 5: Vali: Raza artesana y guerrera del sur adoradora de Shaab y Cuprncet, cuatro brazos,
piel dura, madíbula fuerte, fuerza muy considerable. Las palmas de sus manos soportan
quemaduras muy profundas sin problema.

Tribu 7: Hama: Raza de monjes del norte adoradora de Nanpa. Tez y ojos muy claros. Alas.
Soportan meses sin comer. Vista inmensamente aguda.
Tribu 3: Eret: Raza nómada de gitanos adoradores de Sarabia. Ven en la oscuridad, soportan
meses sin comer, cuerpo muy flexible y mucha agilidad.

Tribu 1: Yec: Raza de atlantes anfibios adoradores de Haructi. Piel aceitosa, Pies y manos
palmeadas, visión nocturna. Soportan grandes presiones. Su sistema político es democrático,
pero poseen un concejo de ancianos que toma las decisiones de emergencia.

Tribu 4: Alej: Raza de guerreros adoradores de Haructi y Shaang. Gran fuerza y resistencia. Bajo
la luz del Haructi su belleza es abrumadora y bajo la de Shaang se invisibilizan. Tienen una
jerarquía muy estricta.

Tribu 2: Ulif: Raza de Médicos y comerciantes que

Pilares:

Helac: Espíritu

Visenhaim: Alma

Ghutklark: Cuerpo
La nave de transporte imperial del pilar del espíritu descendió sobre el árido desierto de un
planeta rocoso en un sistema cerca de una suntuosa casa a las afueras de la ciudad en el borde
del cráter. Los sirvientes se inclinaron levemente apenas la compuerta se abrió dejando ver a
un hombre bajo, con ojos brillantes y rostro marcado, ropas elegantes pero simples y una lista
holográfica en la mano… Dejémonos de tanto protocolo Zafiro. Los sirvientes entonces
pusieron sus manos superiores juntas en su frente, símbolo de fidelidad reservada a los
gobernantes y los amos. El pilar del espíritu les devolvió el gesto salvo que solo inclinó su
cabeza levemente. Deseo ver a Aarath, musitó.

El viejo artesano estaba sentado en su biblioteca, armando un mecanismo de decenas de


pequeños engranajes, usando un inmenso monóculo que lo hacía parecer un cíclope*. La
puerta sonó del otro lado de la estancia y sin despegar los ojos del mecanismo dijo con su
característica voz de chimenea humeante y brasas encendidas: Dije muy claramente que
estaba ocupado.

¿Incluso para ver a un viejo amigo?

El viejo reconoció la voz y levantó la cabeza, absorto de dicha por ver al pilar frente a él.

¿Cómo estás querido Lobo?

Soltó el mecanismo con cuidado sobre la mesa, en lo que se quitaba con sus brazos superiores
el monóculo para abrazar fuertemente a su querido amigo.

Hasta que me visitaste maldito zorro, dijo volviendo a abrazarle. Siéntate Hel.

Un sirviente llevó una tetera ornamentada y dos tazas iguales, una de ellas con un grabado de
un lobo. Hablaron largo y tendido después de ofrecer la primera taza de su cet a Sahricat por
su amistad.

Aún no he muerto ¿a qué se debe tu visita, si se puede saber?, dijo soltando una carcajada
ronca y sonora animada por las tres tazas de cet anteriores.

¿No puedo venir a visitarte? Contestó Helac tomando un buen trago de su taza

Claro que sí, pero el pilar del espíritu no saldría de Rasmán a menos de que fuese muy
importante

Helac tomó aire profundamente

Así es, necesitamos armas Aar.

El semblante del artesano cambió un poco, sin abandonar su alegría, pero con algo de franca
decepción. Se puso de pie haciéndole una seña de seguirle. Atravesaron la biblioteca hasta el
final, donde una puerta negra de la que sobresalía una cabeza de lobo tallada en un mineral
cromático acaudalaba sola el final de un pasillo. Aarath ejecutó un conjuro de Shaab con su
mano superior derecha, abriendo los ojos del lobo y la entrada a su taller, quizá el único lugar
que permanecía casi intacto en todo Vilraham desde los tiempos de la guerra.

Se habían conocido cuando ambos eran muy jóvenes, antes de casi todo. Helac ya sabía para
entonces algo de su destino, estaba visitando el mercado de Vilraham en busca de supuestos
ingredientes para salvar al Gran Maestro. Sabía en el fondo que no era así. Los monjes le
habían asignado tareas muchas veces, y muchas veces en realidad eran lecciones profundas
que le esperaban al visitar locaciones lejanas. Pero jamás se había alejado tanto. Vilraham era
casi la entrada a Hasenklar y los terrenos de los monjes sobrevivían al otro lado de ella,
faltando poco para llegar a los mundos exteriores. Entendía que no volvería a ver al Gran
Maestro. Pero no podía hacer nada y eso también lo sabía. Solo le quedaba buscar lo que le
habían encargado, esperando encontrar en el camino algo que lo guiase a de una vez por todas
cumplir con su destino. Cúrcuma. El ingrediente sagrado de Tilottama. Lo encontró en un
puesto atendido por una amable anciana, que le preguntó qué hacía un joven apuesto del
norte como él en una mina tan al sur. Helac se percató de que se había quitado la capucha y
rápidamente se la colocó de nuevo. Respondió que buscaba simples ingredientes, pagando
rápidamente y huyendo de allí mirando hacia atrás con cuidado de no ser seguido por algún
vigilante. Tropezó con una pila de chatarra que avanzaba tirada por los cuatro brazos de un
pequeño Vali, que se volteó enojado. Pero su semblante cambió al ver a un Hama entre su
cargamento. Curioso lo ayudó a levantarse, ofreciéndole su mano al decir que se llamaba
Aarath. El otro no entendió por qué le mostraba el perfil de una de sus manos, e inclinó la
cabeza en señal de disculpa pronunciando su nombre. Ambos levantaron el cargamento del
pequeño, que no paraba de preguntar con emoción. Una alarma sonó en todo el mercado,
indicando el toque de queda para todo el pueblo de Vilraham

Era aterrador. Tras pasar el umbral del templo mayor observó diez tronos ascendiendo en
escalera formados por cristales pálidos. Nueve figuras con máscaras de búho estaban sentadas
en cada una de ellas con las piernas cruzadas y los brazos ocultos bajo túnicas fantasmales.
Inmóviles, lo observaban. Se escuchaban leves susurros que parecían venir de todas partes,
tan tenues que serían imperceptibles de no ser por el sepulcral silencio de la cámara sagrada.
En la cima de la escalera, una figura mayor con una túnica más elaborada y la misma máscara
de búho, pero con los ojos vendados, observaba inmóvil en una dirección diferente a las
demás. Al lado de su capucha, sobre un bastón de cristal brotado del asiento, un feroz búho
tenía sus ojos puestos sobre él. Inexpresivos y enormes, rapaces y mortales, podía sentir como
escudriñaban en su interior y le ordenaban el protocolo de visita, a pesar de no atreverse a
mirarlos.

Temblando de terror, se postró haciendo el gesto con las manos designado a los gobernantes,
poniendo sus manos en la frente al tratarse del Pilar del espíritu.

El búho abrió sus alas y voló en asombroso silencio hasta un par de escalones sobre el suelo,
sin despegar un instante su mirada de él. Sabía que debía mirarlo. Sabía que los verdaderos
ojos del Pilar eran esos y que, si quería hablarle, debía ver a la criatura frente a frente. Pero no
podía, no se atrevía.

Pasaron varios minutos y el tiempo parecía haberse detenido. No sabía que hacer, pero
comprendía que cada instante que pasaba, era una gota más de impaciencia en la copa del
Pilar, aquella que una vez se ufanó de ser imposible de llenar, y que ahora ostentaba la fama
de resistir muy, muy poco. Sintió entonces como se le agotaba el aire y cómo su cuerpo
desafiaba su voluntad. Poniéndose primero de rodillas y después levantando la cabeza para ver
a los ojos al búho. Eran infinitos y silenciosos. Cerrados para él, pero escudriñaban sus
entrañas sin pudor, diseccionando a sus anchas cada parte de su ser, sin poder negarse a ello.

Una voz retumbó en su cabeza. Las palabras carecían de forma, pero de algún modo entendía,
más o menos, lo que le decían. Parpadeó un par de veces y se vio saliendo del templo, aún con
la imagen del Pilar y su séquito en su cabeza. Un viento helado atravesó su capa, y la puerta
del templo mayor de Rasmán se cerró tras de él.
El gran galeón de transporte imperial atravesó la singularidad que regía el movimiento de uno
de los últimos sistemas de Hasenklar en esa dirección. El planeta más cercano y uno de los más
pequeños, Vilraham, esperaba con sus áridas tierras y sus ciudades resplandecientes. La nave
descendió hasta tocar el polvo de la superficie y abrió su compuerta al escudo que
resguardaba de las tormentas a la gran ciudad que merecía el honor de recibir a uno de los tres
Pilares. Un conjunto de rayos de luz salió de ella y cruzó el ducto vacío disparado hacia las
afueras de la ciudad comenzando a tocar las paredes del enorme cráter donde se asentaba.
Una mansión solitaria se aferraba casi al borde, protegida por otro escudo más sobrio que el
de la ciudad. Las luces llegaron hasta ella, y se adentraron en otro reconstructor que las
transformó en un séquito de nueve Hasen de diversas razas con túnicas blancas y refinadas,
sumado a cuatro androides mas bajos, que escoltaban a una figura alta e imponente,
portadora de una diadema simple y un anillo sin ornamentos, pero que bien se sabía, era uno
de los tres seres mas poderosos que alguna vez un mortal pudiese presenciar. Un conjunto de
diez androides y cuatro estudiantes los recibió de rodillas, juntando las manos superiores
delante de su frente, símbolo de fidelidad, reservado a los gobernantes. Las puertas se
abrieron para darle la entrada a tan magno visitante, en lo que muchos curiosos de la ciudad
observaban a lo lejos, tratando de escudriñar los designios de la visita del poderoso Pilar del
espíritu.

La puerta de la biblioteca sonó en lo que un estudiante entraba saludando con su debido


respeto a maestro. Aarath no despegó su mirada de un mecanismo de finísimas soldaduras en
el que trabajaba a mano alzada para sorpresa de su pupilo.

- Mis órdenes fueron claras Nan, sin interrupciones. Dijo antes de que el joven discípulo
pudiese intervenir.

- ¿Incluso si se trata de un viejo amigo?

Aarath subió la mirada, absorto al escuchar tras muchos años aquella inconfundible voz. Se
retiró los lentes para abrazar debidamente a quien anheló tantos ciclos ver una vez más. El
anciano sirvió con prontitud dos tazas de cet y elevó la suya en honor de Sahricat,
derramándola en el suelo para formar el símbolo de las almas enlazadas. Su invitado le siguió
el gesto jubiloso, y ambos conversaron ávidamente en lo que el cet hacía sus maravillosos
efectos. Luego de saber que no podría atrasar mucho más lo inevitable, Aar hizo la pregunta
que el Pilar esperaba, para no tener que inducir él la conversación.

- Aún no he muerto ¿a qué se debe tu visita, si se puede saber Helac? -

- ¿No puedo venir a visitarte? -Contestó bebiendo un buen trago de cet para tomar coraje
frente a uno de los pocos que llegaban a intimidarlo. Era la primera vez en mucho tiempo que
alguien lo llamaba por su verdadero nombre.

- Claro que sí, pero el pilar del espíritu no puede permitirse viajar hasta aquí para eso.

Helac tomó aire profundamente, y asintió con tristeza; sabiendo que había dejado solo a su
camarada mucho tiempo, y, aunque Aarath comprendía perfectamente sus responsabilidades,
no dejaba de sentirse herido. El semblante del anciano cambió un poco, sin abandonar su
alegría, pero con algo de franca decepción. Se puso de pie haciéndole una seña de seguirle.
Cruzaron la biblioteca hasta el final, y atravesaron un pasillo cada vez más angosto en el que
comenzaba a no caber el majestuoso cuerpo de Helac, hasta llegar a una puerta negra de la
que sobresalía una cabeza de lobo* tallada en un mineral cromático. Aarath ejecutó un
conjuro de Shaab con su mano superior derecha, abriendo los ojos del lobo y la entrada a su
taller, quizá el único lugar que permanecía casi intacto en todo Vilraham desde los tiempos de
la guerra.

Se habían conocido siendo muy jóvenes antes de casi todo. Helac ya sabía un poco de su
destino gracias a sus maestros, asegurando en su futuro una grandeza sin precedente. Había
entrenado toda su vida, único estudiante de los seis mejores maestros de toda la tribu. A veces
se sentaba a reflexionar sobre por qué a él lo había escogido el Destino, y si realmente todo
cuanto le aseguraban era cierto, si quizá solo era una profecía vacía en la que él había caído
por casualidad. Muchas veces presenció como enjambres de criaturas sin forma amenazaban
con adentrarse en los dominios de su pueblo, y cómo los maestros de la tribu los repelían a
veces sin esfuerzo, a veces a costo de centenares de vidas. Cuando tuvo suficiente edad, él
mismo vivió la crueldad de la batalla al recibir las hordas como parte de su entrenamiento,
teniendo que destruir sin piedad lo que sabía que eran almas desesperadas, bajo una tortura
inimaginable, tratando de saciar una inagotable sed de vida. Solo en unas pocas alguien de su
ohana recibía heridas, sanadas con prontitud en el templo, antes de que el veneno acechante
consumiera a su victima sin piedad. Tarde o temprano, los cuerpos de aquellos seis sabios no
resistirían otro golpe, y así fue. Un sigiloso ente logró apuñalar a dos de ellos durante una
batalla especialmente cruel. Helac, aterrado, desató su poder en una ráfaga de viento
espiritual que alejó a todos los entes, se acercó con prontitud a los dos heridos, y
asombrosamente uno de ellos estaba intacto, sin rastro de herida alguna. Cerrando los ojos se
abrazó a él, para no ver como ejecutaban al otro antes de que fuera demasiado tarde.

No habló durante días, llorando en silencio mientras perfeccionaba su técnica. Pasó un tiempo,
hasta que tuvo el coraje de visitar el altar de su maestro, donde elevó una oración a Nanpa,
para que el espíritu de su maestro fuese perdonado y continuara su ciclo en una nueva vida.
Además, de rogarle derramar sus lágrimas sagradas en él y traer con ellas paz a su desdicha.
Una ventisca respondió a su petición, trayendo consigo una majestuosa tormenta, que limpió
su alma y dándole la sagrada paz que había rogado a la gran Diosa. Regresaba a su habitación,
pero fue interceptado por los cinco maestros, que se inclinaron ante él como si fuesen ellos los
discípulos. Su tarea había terminado. Una visión les había llegado hacía mucho a todos,
contando a detalle su deber, dando a conocer la señal, de que una vez consiguiera el favor de
la Diosa del espíritu, debían enviarlo a cumplir su destino y le entregaron entonces el anillo.
Hecho a medida, sin ningún ornamento, sería el emblema de él y dos jóvenes que, como él,
iniciaban ese día el paso a la liberación del yugo del Mariscal. Esa noche mientras oraba, el
viento le hizo abrir los ojos, para ver a un aspecto de Shaang entregarle el grabado de su
primer don: El sigilo.

Una cantera al sur. Dedicada a sacar materiales descomponiendo planetas evacuados le


esperaba, por indicación de su visitante nocturno. No perdió tiempo y se despidió con respeto
de su ohana, consciente de que sería la última vez que los vería. Atravesó los dominios de su
tribu en un viaje de varios días, mezclándose entre las corrientes de Hama que volaban en las
rutas que unían los sistemas. Con cautela se acercó a la frontera con los Eret, miró el anillo, y
haciendo el símbolo de Shaang, conjuró en su capa el don de la invisibilidad. Siempre que no
viera a nadie, siempre que se mantuviera en silencio, nadie podría notar su presencia. Y pisó
entonces el primer planeta que no habitaban completamente pálidos alados de vista aguda.

Debía embarcar en algún cargamento que tuviese como destino el sur de Hasenklar. Tuvo que
forzarse a no mirar mas que el suelo y dedicarse a escuchar con cuidado para caminar a la
sección del puerto que se dirigía a las tierras de los Vali. Con cuidado de no tocar a nadie, logró
adentrarse en un buque de carga. Sería un viaje complicado. Pues debería subsistir quien sabe
cuanto tiempo con las reservas de energía que tenía, salvo alguna oportunidad escasa de
tomar un poco del cargamento y beberlo para recuperar fuerzas. No sabía cuanto había
pasado, solo sabía que era mucho. Su paciencia le permitiría resistir, pero ignoraba si lo
suficiente, entonces repasaba en su mente las posibilidades en caso de no poder mas y ser
descubierto. Pero no tuvo que ser así. Mientras paseaba por la cubierta vacía alguna vez,

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