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El silencio de mi verdad

Silver Nagaheco

Malbec ediciones
Editor: Javier Salinas Ramos
© 2023, Silver Nagaheco
Primera edición: julio de 2023
Diseño de cubierta y maquetación: Santiago González Prieto
Imágenes de cubierta creadas a través de IA.
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publicación, cualquiera que sea el medio empleado, electrónico, mecánico,
fotocopia, grabación, etc, sin el permiso previo de los titulares de los derechos
de la propiedad intelectual.
A Aarón López y Nine Banegas,
por esas tardes de lectura que hemos pasado juntos,
donde ibais descubriendo poco a poco esta fantástica
historia.

Y en especial a Abel López,


que fue el impulsor de que nos pusiéramos a escribir
y creyéramos en lo que nos íbamos a embarcar.

Por tu paciencia con nosotras y nuestras locas ideas,


tus consejos siempre muy acertados
y tu confianza ciega en lo que escribíamos.

Recuerda que todo empezó con un sueño que,


al contártelo, no dudaste en pedirnos
que lo plasmáramos en papel,
y mira hasta dónde hemos llegado.
Eres y serás nuestro lector Z por excelencia.
1

Por enésima vez volví a despertarme; de nuevo una horrible


noche invadida por pesadillas. Abrí los ojos varias veces en
la madrugada, sobresaltado, con la respiración agitada,
empapado en sudor y con una sensación de tal angustia
que se me hizo imposible conciliar bien el sueño. No sabía
por qué, pero tenía el presentimiento de que algo malo iba a
pasar. Miré el reloj de la mesilla: las seis de la mañana. Me
levanté y abrí la persiana para comprobar qué tiempo iba a
hacer, aunque no pude ver mucho porque aún no había
amanecido. No obstante, a lo lejos logré percibir a alguien
sentado en un banco, alumbrado por una farola. Parecía
estar leyendo e iba abrigado hasta los ojos, algo que no me
extrañaba nada con el frío que hacía a esa hora de la
mañana.
Era viernes, último día de trabajo de la semana y, como
tenía papeleo atrasado, pensé en ir antes al bufete, así
tendría contenta a mi suegra que es la dueña y casi siempre
me increpa que llego con el tiempo «pegado al culo». Me
llevo genial con ella; fue mi mentora, la que me enseñó casi
todo lo que sé en lo relacionado con el ámbito laboral.
Recién terminada la carrera de Derecho, eché currículum
por todos los bufetes de la ciudad; este fue el que más
confianza me dio cuando me hicieron la entrevista. Además,
claro está, fue uno de los pocos que me volvió a llamar para
contratarme.
Mi suegra es una mujer de armas tomar, tiene mucho
carácter, pero eso es lo que la hace tan buena en su trabajo.
Hace ojo allá donde va; siempre tan bien vestida, con ese
porte que solo ella sabe lucir y esa manera de ser, tan
segura de sí misma, tan altiva. Se implica muchísimo en su
negocio. Gracias a eso y al buen criterio que tiene para
contratar a sus abogados, el suyo es uno de los bufetes más
prestigiosos de la ciudad.
Carlos, uno de los secretarios, fue el encargado de darme
la bienvenida.
—Buenos días, pregunto por Carlos.
—Sí, soy yo. Te estaba esperando. Ven que te enseño el
bufete y te presento a los compañeros.
Amablemente, me mostró las diferentes estancias del
edificio, era grande y lujoso. Se notaba que les iba bien el
negocio, no me extrañaba su buena reputación.
Ese mismo día conocí a Marta; me quedé impresionado
nada más verla, sentada en su despacho, tecleando el
ordenador, centradísima en lo que hacía.
—Bueno y por último este es el despacho de la dueña. A
ver, la propietaria realmente es su madre, pero vamos, que
ella será su sucesora en el cargo cuando esta se jubile.
Nunca había visto una mujer tan interesante, con el pelo
castaño claro recogido en una cola alta que le daba un
toque sofisticado; y esos ojos grandes y verdes que me
hacían perderme en el mismo océano. Aquella mujer me
cautivó nada más verla.
Cuando se levantó a darme la bienvenida y presentarse,
me puse tan nervioso que tartamudeé al saludarla. No
entendía el porqué, nunca me había pasado con nadie.
También era verdad que jamás había visto una chica tan
impresionante.
—Buenos días, me llamo Marta. Espero que Carlos te
haya enseñado todas las instalaciones. Tu despacho será el
contiguo al mío. De momento empezarás trabajando
conmigo puesto que tenemos varios casos que tienen que
agilizarse lo antes posible.
—Po-po-por supuesto. Como usted diga.
—No me trates de usted que tenemos la misma edad.
—Sí cla-claro. Usted perdo-done. Que di-diga,
perdóname. Es que estoy muy nervi-vioso y no sé lo que me
pasa.
—No estés nervioso, es normal que en el primer día de
trabajo estés asustado, pero ya verás como en dos días se
te pasa. Y si no es así, te ponemos a servir cafés y todo
solucionado —me dijo guiñándome un ojo para calmar mis
nervios.
Marta, además de sus cualidades físicas, que eran
obvias, tenía una personalidad tan arrolladora que fue capaz
en un instante de transformar mis nervios en risa. Aquella
situación me hizo sentir tan bien, que supe que en aquel
lugar sería uno más, y efectivamente así fue.
Esa chica despertó algo en mí que no había sentido
antes. Su físico me cautivó, pero su personalidad fue la que
me enamoró.
Ella, por el contrario, tardó algo más en fijarse en mí,
unos cuantos meses para ser más concreto. Estaba
demasiado involucrada en el negocio familiar como para
distraerse en otros asuntos. Aunque gracias a varios casos
en los que tuvimos que colaborar de forma estrecha,
empezamos a conocernos mejor. Quedábamos después del
trabajo para tomarnos algo, salíamos con amigos tanto de
ella como míos y así, poco a poco, nos dimos cuenta de que
estábamos hechos el uno para el otro.
Tras un año de discreta relación, decidimos hacerlo
formal y decírselo a todos. Mi suegra se puso eufórica, sabía
que había algo entre nosotros, pero no esperaba que su
hija, con lo poco que le gustaba el compromiso, consiguiera
encontrar a alguien que la hiciera cambiar de opinión.
—¡Lo sabíaaaaa! Se notaba que erais más que amigos.
Esas miradas, esos gestos. ¡Me alegro muchísimo, de
verdad! Y la boda ¿para cuándo? ¡Ja, ja, ja, ja! No, es broma.
Perdonad. Es que estoy eufórica. No esperaba que mi hija
diera con un muchacho tan genial. ¡Hacéis una pareja
divina!
—Pues sí que te ha hecho ilusión la noticia. Nunca te he
visto tan emocionada, mama.
—Es que no te puedes imaginar lo feliz que me hace ver
que por fin alguien te hace feliz, hija. ¡Tenía tantas ganas de
que llegara este momento!
Estaba claro que su madre pensaba que no iba a
encontrar a nadie que la sacara de su absoluta devoción y
entrega por el trabajo. Marta había tenido varios
pretendientes, pero se habían quedado solo en eso, en
amigos especiales y nada más.
Cogí el móvil, que lo tenía en el comedor, y mandé un
whatsapp a Marta para ver si estaba dispuesta a ir antes al
trabajo. Aunque tuviera su propio coche, bueno coche, más
bien cochazo, el último modelo que había lanzado BMW,
siempre se venía conmigo en mi tartana, un SEAT con más
años que Matusalén. No le gustaba mucho conducir; si podía
se escaqueaba. Solo lo hacía cuando no le quedaba más
remedio y era estrictamente necesario.
—Buenos días, preciosa mía. He pasado mala noche y
llevo un buen rato despierto. Estoy pensando en ir antes a
la oficina. ¿Te apuntas?
Apenas tardó en contestarme, señal de que ella también
había madrugado bastante ese día. Algo extraordinario,
porque le encanta remolonear en la cama.
—Claro que me apunto. Además, me viene genial porque
tengo que acabar unos informes esta mañana. Recógeme a
las siete y media en casa. Te quiero, amor.
Me fui derecho a la ducha. El agua salía helada; otra vez
se me había fastidiado el termo. ¡Menudo chapuzas mi
casero! Era la tercera vez que lo arreglaba porque no quería
comprar uno nuevo, el muy tacaño. Decía que era una pena
tirarlo si aún tenía arreglo.
Me duché acordándome de toda su familia y tiritando de
tal manera que los vecinos creerían que estaba tocando las
castañuelas por el ruido que hacían mis dientes. Ahora, eso
sí, cuando acabé tenía la piel más tersa que nunca, pero no
merecía la pena ese sufrimiento en pleno mes de febrero
con el frío que hacía.
Terminé de arreglarme, cogí el maletín, las llaves y salí
de casa. Bajé hasta el garaje, me subí al coche, lo arranqué
y cuando estaba frente a la puerta pulsando el mando para
poder salir, el dispositivo no funcionaba; me tocó abrirla
manualmente.
La noche no fue muy buena, pero el día tampoco parecía
que fuera a mejorar...
Por el camino noté otra vez esa sensación desagradable
de la madrugada anterior y un escalofrío me recorrió todo el
cuerpo. Pero pronto se me pasó cuando vi a Marta,
esperándome frente a su chalet a las afueras, tan radiante
como siempre, con su traje chaqueta y esa sonrisa tan
característica suya. Empezábamos a hablar de planes de
boda para un futuro no muy lejano, aunque antes debíamos
encontrar una casa para instalarnos en ella después de
casarnos; allí formaríamos nuestra preciosa familia.
Se subió al coche, me encantaba su olor, siempre olía tan
bien.
—Buenos días, madrugador.
—Buenos días.
—¿Qué te ha pasado hoy que querías ir a trabajar antes?
¿Quieres ganarte el respeto de tu suegra? Pero si sabes de
sobra que te adora.
—¡Mira que eres! No es eso, y la adoración es mutua. He
pasado muy mala noche con pesadillas y mal cuerpo. No
aguantaba más en la cama, así que me he levantado y he
pensado en hacer algo productivo y no hay nada más
productivo que trabajar.
—Ya veo… Vamos, que estabas aburrido y no sabías qué
hacer.
—¡Correcto! Qué bien me conoces. —Marta me miró
riéndose, nos besamos y seguimos la marcha.
El camino al trabajo era fascinante y digno de admirar.
Veíamos montañas frondosas a ambos lados de la carretera.
Marta y yo habíamos ido en varias ocasiones a hacer
senderismo por aquella zona. Nos perdíamos en nuestra
«pequeña selva». Así era como la llamábamos, y seguíamos
los caminos que parecían diseñados para nosotros. Cada
uno llevaba a un mirador distinto que la naturaleza nos
brindaba. Allí nos sentábamos a ver lo pequeña que parecía
la ciudad desde arriba. Era tal la pérdida de noción del
tiempo, que en alguna que otra ocasión nos habíamos
quedado a ver anochecer, abrazados, deleitándonos con las
estrellas que parecían pequeñas luces, como si en el cielo
también hubiera vida, o al menos eso queríamos creer, por
nuestros seres queridos que ya no estaban. En esos
momentos no necesitamos más que tenernos el uno al
otro… Era tan romántico.
Pero aquella mañana de viernes poco podíamos
contemplar. Empezaba a amanecer y había mucha niebla,
no se vislumbraba apenas nada. Los coches no paraban de
adelantarnos por la izquierda, con lo peligroso que era en
una carretera de doble sentido, sin apenas visibilidad. En
cierto modo lo entendía, iba muy lento.
—Por favor, ten cuidado. Estoy muy asustada, no se ve
nada. Ve despacio que no tenemos prisa y más vale llegar
tarde, que no llegar.
—Marta, si voy más lento tenemos que parar y empujar
el coche. No te preocupes, cariño. Lo tengo todo bajo
control. Me conozco esta carretera como la palma de mi
mano. Confía en mí, te voy a poner la radio para que te
distraigas y no estés pendiente de la carretera.
Y entonces ocurrió...
Un tremendo golpe sacudió el morro del coche
haciéndonos dar varias vueltas sin control. Sucedió todo
muy rápido, como en un abrir y cerrar de ojos y de repente
se volvió todo negro.
Cuando recobré el conocimiento, no sabía dónde estaba,
ni qué había pasado, pero conseguí calmar y centrar mis
nervios. Entonces recordé que iba en el coche camino al
trabajo con mi chica y chocamos con algo que no alcancé a
ver. Rápidamente, miré el asiento del copiloto, pero estaba
vacío. Supuse que había salido del coche para llamar a
Emergencias. Me quité el cinturón de seguridad y salí de allí
como pude, me dolía todo el cuerpo, el impacto me había
dejado destrozado.
Marta tampoco se hallaba fuera, quizá habría ido en
busca de ayuda mientras yo estaba inconsciente.
Sorprendentemente, no pasaba ni un alma por la
carretera, hacía apenas un rato que los coches estaban
adelantándome sin cesar y ahora ni rastro de ellos. Y allí me
encontraba, tirado en una carretera, en medio de la nada,
herido, solo y sin saber exactamente cómo actuar ante esa
situación.
Saqué el móvil del bolsillo del pantalón, estaba intacto,
algo raro con los móviles de hoy en día que se rompen con
mirarlos. Llamé a Marta, pero no daba señal, no había
cobertura, claro. ¡Qué pretendía! Habíamos tenido el
accidente justo en plena zona montañosa.
Desde luego que hoy no era un buen día. Solo podía
llamar a Emergencias y así lo hice.
—Uno, uno, dos. ¿Cuál es su emergencia?
—¡Hola, buenas! He tenido un accidente con mi novia,
me acabo de despertar dentro del vehículo y no la
encuentro por ningún lado. ¡No sé lo que ha pasado, aquí no
hay nadie, estoy completamente solo!
—De acuerdo. Cálmese, por favor. ¿Hay algún coche más
implicado en el accidente?
—¡Le acabo de decir que estoy solo! ¡No hay coches, ni
personas, ni nada de nada, joder!
—Vale, necesito que me diga exactamente dónde se
encuentra para que mandemos un equipo para allá lo antes
posible.
Les di la localización y me dijeron que no tardarían, pero
que tenía que permanecer en el lugar del accidente hasta
que ellos llegaran y que mandarían otra unidad para buscar
a Marta.
El coche estaba destrozado, no sé cómo había podido
salir vivo de esta… Menudo golpe, pero ¿con qué? Miré a mi
alrededor y no había nada ni nadie que pudiera ser la causa
de nuestra colisión. Me eché manos a la cabeza, no
entendía nada, era todo muy extraño y confuso, parecía un
sueño. Bueno, más que un sueño, una puñetera pesadilla.
Mientras esperaba, inspeccioné los alrededores de la
zona por si había colisionado con algún animal y estaba por
ahí malherido, o si algún vehículo se había desplazado por
culpa del impacto, pero no vi nada.
Había pasado más de media hora y ni rastro de Marta, ni
de Emergencias y, por supuesto, de ningún puñetero coche
al que poder pedir auxilio. ¿Sería festivo y yo no lo sabía?
Porque no encontraba otra explicación a una situación tan
absurda como esa. Volví a llamar a Emergencias.
—Uno, uno, dos. ¿Cuál es su emergencia?
—¡Que cuál es mi emergencia! ¡Llevo más de media hora
esperando a que lleguéis y por aquí no ha pasado ni Cristo
Bendito! ¡Tan difícil es de encontrar esta puta carretera!
¡Menos mal que no estoy desangrándome ni nada por el
estilo, porque si no, llegáis para levantar mi cadáver, joder!
—Señor, me han llamado mis compañeros hace un rato
para decirme que donde usted nos ha indicado no hay nadie
ni señal de ningún accidente.
—¿Cómo? ¿Qué no hay nadie? ¡Será que os habéis
equivocado de lugar!
—No será una broma que nos está gastando…
Emergencias no está para bromas caballero.
—¿Pero qué panda de ineptos trabajáis allí? Ahora mismo
voy a llamar a la Policía para ver qué solución me dan ellos
y ya de paso les diré...
Y antes de poder seguir diciéndoles la mierda de
atención que me estaban dando, se cortó la comunicación.
Me había quedado sin batería. ¡Joder! Estaba seguro de que
se habían equivocado de sitio los muy cretinos.
No sabía qué hacer: si esperar allí a ver si venían los
espabilados de emergencias o salir en busca de Marta.
Empecé a gritar su nombre para ver si estaba cerca y saber
que se encontraba bien, era lo que más me preocupaba en
ese momento, tenía tanto miedo de que estuviera herida o
algo peor, por ahí tirada.
Me encontraba aturdido y mareado, sangrando, y la
rodilla derecha me dolía a rabiar. Me costaba respirar bien y
ponerme recto. Posiblemente, tendría alguna costilla rota,
pero con suerte había salido vivo de esta y esperaba que
Marta también.
No podía quedarme allí sin hacer nada. Quería
encontrarla como fuese, tenía que verla y saber que todo
había quedado en un gran susto y que volveríamos a casa
sanos y salvos. Así que empecé a caminar para ver si tenía
algo de suerte y veía a alguien a quien pedir ayuda.
Anduve un rato y seguía sin encontrar a nadie por los
alrededores, la carretera estaba desértica, algo que me
tenía desquiciado. ¡Menudo día de mierda llevaba! Parecía
que todo estaba en mi contra, tendría que haberle hecho
caso a mi instinto, pues me estuvo avisando desde la
madrugada de que algo no iba a ir bien y ¡mira si no se
equivocaba! No me consideraba un hombre con un sexto
sentido, pero lo que sí que me había quedado claro era que
nunca más iba a pasar de otro presentimiento tan fuerte y
malo como el que tuve la noche anterior.
Apenas había andado veinte minutos más y me hallaba
exhausto, parecía que el camino no tenía fin, que la
carretera no llevaba a ningún sitio. Me daba la sensación de
que estaba pasando una y otra vez por la misma vía, como
si de un bucle se tratara.
La pierna me estaba matando, cada vez iba más doblado
por el dolor en las costillas, estaba perdiendo mucha sangre
y apenas me quedaban fuerzas. Sentía que en cualquier
momento desfallecería.
Ya casi no podía tenerme en pie y finalmente me
desplomé...
2

El aroma a café recién hecho me hizo despertar de un


profundo y maravilloso sueño. Pensé en levantarme y
prepararme un desayuno americano, pero terminé
vistiéndome con lo primero que pillé y bajando a la cafetería
de la planta baja a tomar algo, como casi todas las
mañanas. Desde que me mudé aquí, me acomodé a no
cocinar y a comer casi siempre en la cafetería, excepto
cuando viene mi vecina Julia a traerme algo que ella misma
ha preparado; siempre tan sonriente y amable. Es curioso,
parece que sabe cuándo no me encuentro bien o
simplemente no me apetece salir del apartamento, lo hace
con tanto cariño que cualquiera le niega el detalle.
Julia es una mujer de mediana edad, entrañable, con el
pelo alborotado y siempre sonriente. Se preocupa por mí y
me trata como si fuera de su familia. Supongo que, al vivir
sola, haciéndome de comer, se siente más realizada. Nunca
le he preguntado por su familia, porque no tengo tanta
confianza y me da pena la situación; simplemente pasamos
un ratito agradable juntas.
Cuando terminé de desayunar, subí a mi pequeño
apartamento y me dispuse a contemplar las vistas desde la
ventana. Se divisaba todo el residencial, tenía el césped
más verde que había visto nunca, muchos árboles de
diferentes tipos y formas con tal cantidad de flores de
tantos colores que, al contemplarlo, era como ver un
precioso prado. Disponía de amplios bancos, caminos de
adoquines, enormes farolas y una gran fuente central
echando agua a todas horas. Vamos, un lugar de ensueño.
Era curioso, no había visto a ningún perro por allí, con lo
que me gustan esos cariñosos peludos, pero se ve que
estaban prohibidos los animales de compañía. Me había
planteado en más de una ocasión adoptar uno cuando me
fuera de casa de mi madre, pero veía que en ese
apartamento no sería.
Siempre había gente paseando o leyendo; era un buen
sitio para relajarse y tomar el aire. Yo lo hacía de vez en
cuando, sobre todo con Clara. Creo que es limpiadora. Se
pasa de vez en cuando por el apartamento para ver si todo
va bien o necesito algo. Es bastante maja y solemos hablar
de nuestras cosas; le cuento que tal me va viviendo aquí, en
el trabajo, con mi novio, con la familia, etc. Ella es más
reservada y escucha más que habla, pero me da muy
buenos consejos y me ayuda bastante a que sea más
llevadera la situación que estoy viviendo en la actualidad.
Desde que vivo aquí, me siento más relajada y segura
que nunca. Pienso que ha sido una buena idea mudarme,
estaba ya cansada de vivir con mi madre. Ella fue la que me
ayudó a encontrar este apartamento, vino conmigo a verlo y
quedó impresionada, me dijo que aquí estaría genial y que
tendría todo lo que necesitaba a mano, y no se equivocó.
Los vecinos son muy agradables, por lo general, aunque
también hay «ovejas descarriadas», esos son los vecinos
ruidosos y poco agradables que no saludan o simplemente
te miran mal.
Hay unos cuantos por aquí, pero es algo que me da
exactamente igual porque no son el tipo de personas con
los que me gusta relacionarme.
Recuerdo un día que uno de mis vecinos, al que había
visto en varias ocasiones paseando y se le notaba que no
estaba muy bien el hombre, porque hacía cosas realmente
raras, se puso con un cuchillo a amenazar a todo aquel que
encontraba a su paso.
—¡Hijos de puta, os voy a matar a todos, me tratáis como
a un perro! ¡A quien se acerque le meto una puñalada! ¡No
vais a impedir que me largue de este puto sitio de locos!
Tuvieron que venir varias personas para reducirlo y
llamaron a Emergencias. Cuando llegaron, le inyectaron
medicación y consiguieron tranquilizarlo. Hace tiempo que
no lo he vuelto a ver, supongo que la familia lo habrá
internado en algún sitio. En fin, cosas que pasan cuando
vives con vecinos de todo tipo.
Mi casero es bastante extraño. Está muy pendiente,
como si le fuera la vida en ello; lo quiere tener todo
controlado y perfecto. Creo que es el dueño de esto, porque
lo gestiona solo él. Desde luego que se toma su negocio
muy en serio. Lo que más me impactó cuando vine a visitar
el apartamento para ver si me interesaba, fue lo que
hablamos.
—Ya sabes que, para vivir en este complejo de
apartamentos, nos tenemos que reunir una vez por semana
para ver que tal te va viviendo aquí. Es algo protocolario y
lo hago con todos los inquilinos. Desde que lo estoy
haciendo el complejo va mucho mejor, la gente se siente
más segura. Espero que lo entiendas, y si tienes algún
problema o lo que sea, no dudes en decírmelo.
Como estaba enamorada del lugar, aunque el
apartamento no fuera gran cosa, no me quedó otra que
aceptar, aunque fuera a regañadientes, pues no me hacía
nada de gracia, ni entendía muy bien esa manera de
controlar a los inquilinos.
—Lo veo un tanto excesivo, pero me parece bien.
Debe tener mucho dinero porque el complejo es grande,
con bastantes apartamentos, zonas ajardinadas, cafetería,
gimnasio y más cosas que seguro ni sé; llevo poco tiempo
viviendo aquí.
En la parte alta tienen que vivir los más adinerados,
disponen de verjas de seguridad y vigilancia las veinticuatro
horas del día. No se les suele ver por el recinto, seguro que
tienen algún acceso exclusivo para entrar y salir sin ser
molestados. Lo mismo hasta disponen de zonas que ni los
demás inquilinos conocemos ni tenemos acceso a ellas,
pero vamos, que esto son conjeturas mías.
Después de permanecer un buen rato observando a la
gente pasear y tomar el fresco, me cambié de ropa y me
marché a trabajar. Hacía poco que había cambiado de
trabajo. En el anterior, un día sin previo aviso decidieron
prescindir de mí después de varios años desarrollando mi
profesión para ellos, así sin más. Menos mal que encontré
este que me pilla al lado de casa y no está mal, tampoco es
que haya mucho donde elegir, ya sabemos lo mal que está
la situación laboral en estos momentos. Es muy monótono,
siempre la misma rutina y las mismas caras día tras día,
pero no me complico: voy, echo mi jornada sin meterme con
nadie y me marcho. No he venido aquí a hacer amigos; me
di cuenta de que son compañeros y nada más, cuando en el
otro trabajo me despidieron. Mis anteriores compañeros, a
los que a algunos consideraba mis amigos, han pasado de
mí, no sé nada de ellos.
Todo esto me ha servido para darme cuenta de que las
personas vienen y van; quien verdaderamente siempre está
ahí es la familia. Aunque últimamente, mi madre y yo
estamos un poco distanciadas. Desde que mi novio se
marchó a Londres por motivos de trabajo, ella se ha
dedicado a intentar boicotear nuestra relación, algo que no
entiendo con lo bien que se llevaban.
—Hija, no entiendes que Leo se ha marchado al
extranjero y lo mismo ni vuelve. Deberías intentar olvidarte
de ese chico, está muy lejos y no sabes realmente lo que
está haciendo en sus ratos libres. Será mejor que hagas tu
vida como seguro que él la está haciendo fuera.
—Mira, mamá. Leo y yo nos queremos y no voy a dejar
nuestra relación porque a ti se te antoje. No sé qué crees
que está haciendo, pero yo confío plenamente en él y sé
que volverá en cuanto termine el trabajo que ha ido a hacer
allí. Además, nunca me engañaría. «Nuestro amor puede
con todo», eso es lo que Leo me dice siempre antes de
colgar cuando hablamos por teléfono y así lo creo.
No soportaba que mi madre se llenara de razones para
hacer que me olvidara de él. Estaba muy enamoradora, es
mi alma gemela. Cuando me lo presentaron, en lo primero
que me fije fue en su físico. Era un hombre bastante alto y
fornido, de pelo moreno, iba muy bien peinado y tenía los
ojos azules, con unas pestañas de infarto, algo no muy
común en los hombres y que a mí me encantó. Al verlo,
pensé que era el típico guaperas engreído y picaflor
machacado en el gimnasio, pero nada más lejos de la
realidad, resultó ser todo lo contrario: un hombre
maravilloso, sencillo y humilde.
Todas las noches lo llamo para ver cómo está y qué tal le
ha ido la jornada; nos ponemos al día de nuestras cosas y
fantaseamos con lo que vamos a hacer cuando regrese. No
me imagino la vida sin él y mi madre está loca si cree que
me va a hacer cambiar de opinión. Espero que cuando Leo
regrese de Londres, a mi madre se le quite la paranoia que
tiene montada con él y vuelvan a tener la misma relación
que tenían antes de irse. Una relación que ya quisieran
muchas suegras tener con sus yernos y muchos yernos
tener con sus suegras, claro está.
Si estuviera aquí mi padre, las cosas serían totalmente
diferentes. Era más comprensivo y menos autoritario. Quizá
también influía la edad. Era veinte años mayor que mi
madre, supongo que eso le hacía ver las cosas desde una
perspectiva más madura. Seguro que me apoyaría en mi
relación, aunque Leo esté fuera. Además, se ha ido por un
tiempo limitado, no para siempre y no porque quiera, sino
por motivos laborales.
Nunca se me olvidará el día que nos llamaron para
decirnos que mi padre había fallecido en un accidente de
tráfico de camino a casa. Mi madre y yo nos quedamos
devastadas, fue como un sueño, como si no nos lo
creyésemos. Lo vemos en las noticias y en las películas y
estamos inmunizados a eso, pero cuando te toca vivirlo en
primera persona, la cosa cambia totalmente. Algo se rompe
por dentro, que te desgarra y no te deja vivir.
Tuvimos que estar en tratamiento psicológico las dos
durante varios años. Mi madre consiguió remontar antes,
aunque le costó lo suyo, a mí me costó bastante más. Era
como si mi cerebro no me permitiera entender o aceptar
que había muerto, que ya no estaba y que no lo volvería a
ver más. No me hacía a la idea de no poder contarle mis
problemas, inquietudes, miedos y mil cosas más que le
contaba. No volver a escuchar su voz llamándome «peque»
que era como solo él me llamaba. Pero, gracias a Dios, el
tiempo todo lo cura, aunque nunca se olvida, simplemente
aprendes a vivir con ello.
Cuando por fin conseguí gestionar el trauma, mi madre
pensó que lo mejor era vender nuestra vivienda.
—Hija, creo que lo mejor para nosotras, ahora que
empezamos a estar un poco mejor, es que vendamos esta
casa que tantos recuerdos nos trae de papá.
—Tienes razón, mama. No sé cómo lo hacemos, pero
siempre terminamos contando momentos y anécdotas con
papá y nos ponemos tristes. A ver, que no es que sea algo
malo recordarlo, pero creo que nos vendrá bien a ambas un
cambio.
—Sí, piensa que esto va a ser un punto y seguido a
nuestra anterior vida, y que empezaremos en otra casa, en
la que nosotras le daremos nuevos recuerdos, sin olvidar los
que ya tenemos, claro.
Vendimos la casa y nos compramos otra a las afuera.
Empezamos de cero una nueva etapa de nuestra vida. Mi
madre se hizo cargo de la empresa de mi padre y yo me
cambié de instituto. Tampoco me supuso un gran trauma ya
que, con el fallecimiento de mi padre, me sumergí en una
burbuja en la que solo cabíamos mi madre, mi psiquiatra, mi
psicólogo y yo, con lo cual perdí las amistades que tenía y
nunca volví a ser la misma.
Jamás lo olvidaremos, porque allá donde estemos,
sabemos que se encuentra con nosotras, protegiéndonos y
dándonos fuerzas para que salgamos adelante.
Él ha sido, es y será el hombre de nuestra vida.
3

Cuando éramos niños, mi hermano Lucas y yo estábamos


muy unidos. Nos defendíamos el uno al otro, íbamos juntos
a todos lados y nos gustaban las mismas cosas. Éramos uña
y carne y todo el mundo nos decía que parecíamos Zipi y
Zape. Hemos tenido una infancia maravillosa, llena de
diversión y disciplina, pero a veces las cosas se tuercen y no
se sabe el porqué.
En la adolescencia la relación cambió totalmente. Poco a
poco, Lucas dejó de ir con nuestros amigos de siempre y
empezó a salir con gente que no me gustaba nada. Era un
grupo de niñatos que se dedicaba a beber, fumar y dar
guerra para hacerse de notar y sentirse importantes. Solo
sabían meterse en problemas y todo aquel que entrara en
su banda, porque eso era lo que parecían, una banda de
delincuentes, le fastidiaban la vida. Eso fue lo que le ocurrió
a mi hermano.
Mientras Lucas estaba por ahí con los colegas hasta las
mil todos los días haciendo Dios sabe qué, yo salía un rato
con mis amigos a darnos una vuelta y, cuando nos
recogíamos, iba derecho a casa a estudiar. En el instituto
sacaba muy buenas notas en todo, pero lo que más me
gustaba, sin lugar a duda, era las ciencias.
Casi todos los fines de semana solíamos ir a los
recreativos o al cine. Otras veces nos íbamos a cenar a la
bocatería del barrio o a casa de alguno, a pasar un buen
rato. Era mi forma de evadirme de la realidad que se vivía
en casa y ser yo mismo, no la versión de hermano protector
que solo piensa en ayudar a Lucas a salir de toda esa
mierda en la que estaba metido.
Nuestros padres estaban encantados conmigo; era el
típico hijo empollón y responsable que todo padre desea,
mientras que mi hermano era un «cabra loca» que los
llevaba por el camino de la amargura. Lucas no quería
estudiar ni trabajar, solo estar por ahí vagueando, liándola y
viviendo la vida de una manera destructiva.
—Lucas, hijo, tienes que estudiar y dejarte de tantas
salidas. Eso no te va a traer más que problemas. Así no se
puede ir por la vida, sin oficio ni beneficio. Toma ejemplo de
tu hermano, él también se divierte, pero sabe cuáles son
sus obligaciones y no les da de lado como haces tú. Lo único
que te pedimos tu madre y yo es que no abandones los
estudios porque van a ser los que te labren el futuro.
—¿Vosotros os pensáis que no me doy cuenta? Sé de
sobra que mi hermano es vuestro favorito y yo no soy más
que un estorbo. Siempre lo tenéis en la boca como ejemplo
de todo. ¡Ejemplo de qué, si es un puto pringado!
—¡Por favor, ya basta! Siempre estáis igual. Yo no soy
ejemplo de nada, ni ningún pringado. Cada uno es como es
y punto. Lucas, lo que papa quiere decirte es que te
apliques más en los estudios, solo eso.
—Sí, solo eso...
Se fue a su habitación y pegó un portazo que casi
destroza la puerta, estaba cabreadísimo.
—Diciéndole ese tipo de cosas, no vais a solucionar nada.
Solo conseguiréis que vaya a peor su comportamiento y
encima se aleje más de mí y bastante alejado está ya como
para hacerlo aún más.
Lucas estaba convencido de que yo era el hijo favorito, el
perfecto, el mimado, mientras que él era una deshonra, un
vago, un mal hijo, pero para nada era así. Nos querían a los
dos exactamente igual, nunca hubo favoritismos, ni nada
parecido. Simplemente, mis padres querían que enderezara
su vida y fuera alguien en el futuro, pero hacía todo lo
contrario.
Iba fatal en el instituto, se saltaba las clases, se metía en
peleas y empezó a consumir sustancias ilegales. En los
recreos lo veía con sus colegas fumándose a saber qué
mierda. Todo ello le desencadenó una adicción y un modo
de vivir catastrófico que nos cambió la vida a todos. Noche
sí y noche también en casa había gritos y peleas porque mi
hermano llegaba pidiendo dinero a mis padres, y ellos se
negaban a dárselo para que se lo gastara en drogas. Pero él
no se iba a rendir, sus vicios eran muy caros, así que
empezó a robar dinero y joyas en casa.
Era raro el día que no llegara borracho o drogado, e
incluso en alguna que otra ocasión apareció herido por
peleas que había tenido, o al menos eso queríamos creer.
No nos dirigía apenas la palabra, parecía un extraño para
nosotros.
—¡Lucas, hijo! ¿De dónde vienes así? ¿Qué te ha pasado?
¿Estás bien? Ven que te cure esas heridas, cariño. ¡Lucas,
por el amor de Dios, háblanos, cuéntanos qué te ocurre para
que podamos ayudarte!
Mi madre sufría mucho viendo a su hijo de esa manera.
Por más que intentábamos ayudarlo, no se dejaba.
—¡No es asunto vuestro!, soy libre de hacer lo que me dé
la gana. Esta es mi vida y la pienso vivir como me plazca.
Además, sé que os importo una mierda a todos, así que no
entiendo estos números que montáis cuando me veis llegar
así.
Con el paso del tiempo y después de mucho insistir,
conseguimos que se dejara tratar por expertos para que le
ayudaran a controlar su ira y su adicción. Pero creo que fue
una cortina de humo que aceptó para que lo dejáramos en
paz.
Nuestros padres se gastaron muchísimo dinero en
psiquiatras y psicólogos, a los que en multitud de ocasiones
dejó tirados en la consulta, porque no le daba la gana de ir.
La historia no cesaba, incluso parecía ir a peor, pero algo
pasó cierto día… Él mismo fue quien vino a pedirnos ayuda.
—LUCAS, POR EL AMOR DE DIOS. ¡QUÉ TE HA PASADO,
HIJO!
—Tranquila, mama. Estoy bien. No sé qué me ha
sucedido. Me he despertado en la calle desnudo y lleno de
sangre. ¡Lo he pasado fatal, mama! ¡No sabía dónde estaba!
Me han ayudado unos chicos que querían llevarme a
Urgencias, pero les he dicho que me trajeran a casa. ¡Me
alegro tanto de estar aquí!
—Y yo hijo, y yo...
Tuvo que llegar hasta ese punto para darse cuenta de
que en cualquier momento podía no contarlo.
Lucas permaneció varios meses ingresado en uno de los
mejores centros de desintoxicación de menores del país.
Cada vez que íbamos a visitarlo lo veíamos bastante bien,
parecía ir mejorando poco a poco.
—¿Qué tal, hijo? ¿Cómo te va en este lugar? Te vemos
con muy buen aspecto.
—Estoy bien, mamá, no os preocupéis. Este sitio es
genial, tengo varios amigos en los que me apoyo mucho, y
cada día que pasa me encuentro mejor.
—Eso está bien, que hagas amigos, pero no dejes de
centrarte en tu recuperación, que tenemos muchas ganas
todos de tenerte nuevamente en casa.
—Sí, papa. En ello estamos ¿Y a ti, cabeza hueca, como
te va en el insti?
—Bien, estos no me paran de preguntar por ti, quieren
saber cuándo volverán a ver esa cara de feo que tienes.
—Ja, ja, ja. Qué gracioso, hermanito. Sabes de sobra que
soy el más guapo de los dos... Pues espero que pronto, me
alegra saber que a pesar de haberles dado de lado cuando
me junté con Jacinto y los demás, siguen queriendo ser mis
amigos.
—La verdad es que tienes razón, porque con lo capullo
que eres no sé cómo quieren seguir hablándote.
—Venga, chicos, dejad de meteros el uno con el otro.
Siempre estáis igual —dijo mi madre riéndose.
Por fin estábamos viendo una pequeña luz al final de un
largo túnel oscuro, y la verdad es que cuando terminó su
ingreso y llegó a casa, parecía otro. Empezó nuevamente a
estudiar y a hacer planes conmigo y nuestro grupo de
amigos. Dejó por completo las malas compañías, no quería
saber nada de ellos, decía que eran escoria y que solo
sabían joderle la vida a los demás. Volvía a ser Lucas, el que
yo recordaba. ¡Cómo lo echaba de menos!
Llegó muy ilusionado con una chica universitaria que
conoció unos meses antes de ingresar en el centro.
—Uno de los motivos por los que decidí pediros ayuda
fue por ella; quería cambiar y ser mejor persona. Ha ido
varias veces al centro a visitarme, me ha ayudado mucho a
superar todos mis problemas y gracias a ella mi ingreso se
me ha hecho más llevadero.
—Todo lo que te haga bien a ti, nos hace bien a nosotros,
hijo.
—Tenemos planes de futuro juntos, me siento muy feliz
por estar a su lado.
No le quisimos reprochar nada de por qué no nos había
hablado de ella antes. También es cierto que cuando íbamos
a visitarlo al centro, mis padres no hacían más que
bombardearlo a preguntas: si comía bien, si se tomaba las
medicinas, si se llevaba bien con los compañeros, si lo
trataban bien. Así que supongo que lo último que quería era
que también lo machacaran con una relación que no sabía si
la iban a aceptar.
Estábamos contentos de ver que por fin se centraría en
llevar una vida sana y fuera de toda esa vorágine de
destrucción que casi acaba con él.
—Nos alegramos mucho por ti, Lucas. Estamos deseando
conocerla y que forme parte de la familia.
—¿En serio? No sabéis lo importante que es para mí que
me apoyéis en esta relación. Tenía miedo de que no la
aprobaseis.
¡Pero cómo no íbamos a hacerlo! Si gracias a esa chica
mi hermano se encontraba mejor que nunca. Para nosotros
era como un ángel que había caído del cielo, para ayudarle
a enderezar su vida y poder estar tranquilos sabiendo que
nada malo le iba a suceder.
Pero poco duró la felicidad en casa. Un día estaba en mi
habitación estudiando y llamaron a la puerta, a los pocos
segundos escuché a mi madre llorar. Salí corriendo de la
habitación, en el comedor estaba la Policía junto a mi madre
consolándola.
—¿Qué pasa, mamá?
—Cariño, Lucas está en comisaría arrestado. Ha agredido
gravemente a un matrimonio en un supermercado.
—¡Pe-pero eso es imposible! Por favor, díganme que se
han equivocado, y que el que ha cometido esa agresión no
es mi hermano.
—Chaval, lo sentimos mucho, pero es así. Como es
menor, hemos venido a avisarles para que estén con él si lo
desean.
Mi madre llamó a mi padre que en esos momentos
estaba trabajando y salimos corriendo para comisaria.
La pareja del supermercado tuvo que ser atendida en el
hospital. Ambos presentaban grandes hematomas por todo
el cuerpo y diversas heridas profundas producidas por un
arma blanca. Por suerte, pudieron reducir a Lucas entre
varias personas que se encontraban dentro del
establecimiento, aunque no fue nada fácil; estaba como
loco, se le había ido la cabeza, no atendía a razones y le
daba igual quien estuviera delante.
Según confesó mi hermano, se trataba de los padres de
su novia, que por su culpa no podía verla ni estar con ella,
se estaban interponiendo en su relación, y si acababa con
ellos cortaba el problema de raíz.
Se celebró un juicio y el matrimonio alegó que no
conocían de nada a Lucas.
—Estábamos tranquilamente comprando y él se nos
abalanzó, dándonos golpes e insultándonos y finalmente
terminó sacando una navaja con la que nos dio varias
puñaladas a mi mujer y a mí. Menos mal que un grupo de
personas se interpusieron para pararlo, porque si no, acaba
con nosotros ese mal nacido.
El juez, tras analizar el caso, los antecedentes
psiquiátricos de mi hermano y siendo menor de edad aún,
decidió internarlo en un centro psiquiátrico. Finalmente,
consideró que le había dado un brote psicótico.
Y allí pasó varios años con momentos mejores y peores,
pero siempre acordándose de su novia y pensando que
cuando saliera de allí se casaría con ella y tendría una
bonita familia. No le decíamos nada sobre ese tema porque,
aunque sabíamos que era una fantasía que se había
montado, no queríamos desestabilizarlo más. Bastante tenía
el pobre con lo que le habían diagnosticado en el centro.
Lucas era esquizofrénico y el alcohol y las drogas que
había consumido en todo este tiempo no habían hecho más
que acelerar y agravar la enfermedad que, por desgracia,
no supimos darnos cuenta de que la tenía.
Pasados unos cuantos años, conseguí acabar mi carrera y
monté mi propio negocio con la ayuda de mis padres,
porque sin ellos el proyecto no hubiera salido adelante.
Costó mucho esfuerzo, sacrificio, dedicación y tiempo, pero
finalmente lo conseguimos.
Poco tiempo después de inaugurar el proyecto, falleció
mi padre de un ataque al corazón. Lo pasamos todos fatal,
sobre todo mi hermano que no pudo ir al entierro porque
empeoró bastante después de enterarse de la mala noticia.
Mi madre apenas comía, no salía de casa, entró en
depresión y pocos meses después murió en la cama por un
cáncer que solo ella sabía que tenía y nunca se trató. Lo
llevó en secreto durante años. La autopsia reveló una
metástasis cerebral derivada de un cáncer de pulmón.
Tardé bastante en remontar, me había quedado
huérfano, solo me quedaba mi hermano Lucas e iba a hacer
todo lo posible para que estuviera bien y no le faltara de
nada.
Nuestros padres habían fallecido, pero aún tenía a su
hermano con el que podía contar para el resto de su vida.
Nunca lo dejaría solo. Además, se lo prometí a mi madre en
su lecho de muerte.
—Cariño, prométeme que cuidarás de tu hermano Lucas.
No me puedo ir tranquila si no sé qué vas a estar
protegiéndole de sí mismo. Necesita ayuda y confío en que
tú se la vas a dar incondicionalmente.
—Claro que sí, mama. Nos tenemos el uno al otro y así
será siempre.
Con el paso de los meses, mi vida empezó por fin a
encauzarse. Estaba saliendo con una mujer estupenda y
preciosa a la que conocía desde hacía bastantes años, pero
nunca habíamos tenido más que una buena amistad. Por
aquellos entonces yo estaba muy involucrado con mis
estudios y no pensaba en novias ni nada por el estilo.
El negocio iba viento en popa y Lucas estaba mejor que
nunca. ¡Qué más podía pedir! Parecía que la vida me
sonreía después de tantos golpes duros y difíciles de
superar.
Por fin había llegado el momento de disfrutar un poco de
la vida, de mi chica, de mi hermano, de mi negocio. Hacía
tiempo que no sabía qué era eso y había llegado el
momento de ser libre, porque por primera vez estaban las
cosas tal y como tenían que estar.
Pero la felicidad no es eterna, y siempre termina llegando
el momento que nadie desea. Cuando me llegó a mí, todo
por lo que había luchado se desmoronó. Lo que había
conseguido gracias a mi esfuerzo no sirvió más que para
darme una tremenda hostia y sumirme en las profundidades
de mis peores pesadillas.
Fue entonces cuando me di cuenta de que las cosas no
siempre son como uno piensa, y que todo lo que bien
empieza, mal acaba.
4

Desde bien pequeñita sabía que cuando me hiciera mayor


quería dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás.
Cuando veía algún animal herido, me lo llevaba a casa sin
que mis padres se dieran cuenta e intentaba curarlo. Unas
veces lo conseguía y otras no, pero yo no cesaba en mi
empeño de recuperarlos para que estuvieran en las mejores
condiciones y poder así enfrentarse al mundo que les
esperaba ahí fuera. Siendo honesta, siempre he tenido un
interés especial por los seres más desvalidos, ya sean
animales o personas, era como si tuviera la obligación moral
de atenderles y cuidarles. No podía ladear la cabeza y hacer
como si no hubiera visto nada, como hacen otras personas.
—Mi amor, está bien lo de ayudar a los demás, pero en
su justa medida, no como tú te lo tomas, que parece que te
va la vida en ello.
—Mamá, siento que me necesitan, y si está en mí poder
ayudarles, pues lo hago. Pienso seguir ayudando a todo
aquel que me necesite siempre que me sea posible.
Si veía a alguna vecina que venía de la compra cargada
con bolsas, salía escopeteada hacia ella para cogerle unas
cuantas y quitarle peso a la mujer, o si algún vecino estaba
liado arreglando cualquier cosa, le ayudaba dándole las
herramientas que me pidiera o lo que necesitase.
En el pueblo todos los vecinos me conocían, pues todos
me nombraban en algún que otro momento para comentar
lo bien educada y atenta que era sin pedir absolutamente
nada a cambio. Algunos querían darme monedas en señal
de agradecimiento, pero siempre me negaba a cogerlas. Yo
lo hacía porque me sentía bien con ello, no para que me
dieran nada a cambio.
Creo que ese fue el principal motivo por el que terminé
estudiando la carrera de Enfermería, porque mi vida ha
girado siempre ayudando al prójimo, y qué mejor carrera
que esa para sentirme plena y realizada. Ahora, una cosa
era la teoría, que estaba genial y bien pensada, y otra muy
distinta, la práctica.
Cuando llegué a la facultad de Enfermería, me encontré
totalmente desubicada. Me sentía como un bicho raro entre
toda aquella gente tan variopinta. Casi todos parecían
conocerse allí y los que no, eran tan sumamente
extrovertidos que no tenían problema alguno para
desenvolverse. Ese no era mi caso; llegaba de un pequeño
pueblo en el que nos conocemos casi todos y del que nunca
había salido más que para hacer algún viaje familiar de
pocos días. Siempre me he considerado extrovertida, la
verdad, pero cuando llegué allí y me encontré con ese otro
mundo que nunca había visto, me di cuenta de que estaba
aterrada, que no sabía si iba a poder gestionarlo.
Todo aquello era nuevo para mí, tanta gente, tanto
bullicio, tanta locura que a punto estuve de salir corriendo y
volver a casa para encerrarme en mi habitación y no salir.
Pero gracias a un grupo de compañeros que hicimos algunos
de los recién llegados, nos terminamos adaptando a la
nueva vida que teníamos por delante.
El primer año fue el más duro de afrontar, sobre todo por
las dichosas novatadas. La primera a la que nos
enfrentamos fue la típica: todos los novatos en fila india e ir
pasando uno a uno por un pasillo formado por los veteranos
quienes nos iban pintando la cara sin que pudiéramos
decirles nada. Salimos de allí que parecíamos payasos, pero
del terror, vamos. Yo al menos la ropa que llevaba puesta,
tuve que tirarla, porque no sabría decir con qué nos
pintaron, pero eso no salía por más que la lavara.
Otra de ellas fue la de ponernos un embudo en la boca, y
tener que beber todo el alcohol que iban echando al son de
«traga, traga, traga». Menuda cogorza me pillé, no me
había puesto tan mala en mi vida, que mal lo pasé, tuve
resaca varios días. Por eso nunca me ha gustado el alcohol
ni las drogas, por el miedo y respeto que me dan. Siempre
he visto a la gente muy vulnerable cuando van ebrios, y es
algo que me da mucha pena. Se vuelven una presa fácil
para todos los desalmados que se aprovechan de ello. Lo
más sorprendente de todo es que no se dan cuenta de que
están siendo manipulados y vejados por los demás.
En años posteriores que me tocaba a mí hacer las
novatadas, nunca participé en ellas, siempre me han
parecido una forma denigrante de tratar a los compañeros y
además lo pasé fatal como para hacer lo mismo a alguien.
Soy de las personas que piensan que no hay que hacerles a
los demás lo que no quieres que te hagan a ti, y por
supuesto que predico con el ejemplo.
Hice muy buenos amigos en aquella facultad, teníamos
una pandilla genial. Estaba Mario, que era el más guasón.
Ginés, el guaperas del grupo. Ángela, la friki del terror.
Lucía, que se reía de todo, pero sobre todo con Mario, eso
era digno de ver, le faltaba hasta el aire, a veces, de la risa
que le entraba. También estaba Mateo, que era el más
reservado de todos, un chico fascinante y muy inteligente,
con una mirada muy tierna. Fue el que más me marcó y con
el que compartí más cosas.
Aunque Mateo no estudiaba la misma carrera que yo, me
ayudó bastante a terminarla sin tener que repetir ninguna
asignatura. Era bueno como «profesor particular», así era
como le llamaba de coña. Tenía mucha paciencia y nunca
levantaba la voz, con lo cual era fácil aprender con él. Si te
tenía que repetir las cosas un millón de veces, lo hacía sin
perder los nervios en ningún momento.
—Mateo, no sé de dónde sacas tanta paciencia. Podrías
dedicarte sin problema alguno a impartir clases, porque
parece que lo llevas haciendo toda la vida.
—No, gracias. Estoy muy ocupado con mis estudios como
para dar clases también. Esto lo hago porque somos buenos
amigos, y a los amigos hay que ayudarles siempre que se
pueda.
Recuerdo un día que nos tiramos toda la noche
estudiando, porque yo tenía varios exámenes muy
importantes al día siguiente, y a él no le importó quedarse
en vela toda la noche para que los aprobara. Así lo hice, me
salieron unos exámenes de diez, y todo gracias a Mateo. Era
un buen amigo, de los que cuesta encontrar y que cuando
das con ellos, no quieres perderlos nunca. «El profe», ese
era su apodo en la pandilla, porque no solo me ayudó a mí,
también lo hizo con unos cuantos y siempre daba buenos
resultados.
«La sixpandi», que así era como apodamos a nuestro
grupo, íbamos juntos a todos lados en nuestros ratos de
ocio. Nos encantaba el cine, la bolera, los recreativos o
simplemente tirarnos en algún césped a hablar de nuestras
cosas y echarnos unas risas. ¡Qué bien nos lo pasábamos!
Estaba encantada con ellos; éramos chicos sanos e
inteligentes que compartían los mismos gustos y aficiones.
Y pensar que estuve a punto de irme nada más llegar a la
facultad por el miedo que me entró al ver ese lugar tan
grande y lleno de gente a la que no había visto en mi vida.
Menos mal que le eché valor, superé mis miedos y seguí
adelante. De no haber sido así, nunca hubiera conocido a
esa gente tan maravillosa, ni hubiera vivido esos momentos
tan especiales que siempre recordaré.
Cuando acabé la carrera, solicité trabajo en una
organización de acción médico-humana, para atender a los
más necesitados. No tardaron en llamarme para hacer la
entrevista y me cogieron casi de inmediato. Me dio una
pena terrible tener que marcharme fuera del país, pues
sabía que un grupo de amigos así no lo iba a encontrar en
ningún sitio.
—Chicos, quiero que sepáis que, aunque me vaya lejos a
trabajar, pienso daros el follón para que no os olvidéis de
mí. No quiero que esto rompa la preciosa amistad que
tenemos los seis.
—No esperábamos menos de ti. Con lo pesada que eres,
seguro que nos llenas la casa de cartas y fotos a cada uno.
—¡Oye, Mario, que no soy tan pesada!
—Mario, no te metas con ella que bastante tiene con irse
lejos de todos. Te echaremos muchísimo de menos, esto no
va a ser lo mismo sin ti.
—Gracias, Mateo. Eres estupendo, no cambies nunca.
¡Hasta pronto, chicos!
Instalada en el extranjero, seguí manteniendo el contacto
con la «sixpandi» a pesar de separarnos miles de
kilómetros. Iba viendo la vida de cada uno de ellos gracias a
cartas que me mandaban con fotos de sus quedadas o de
sus eventos familiares, era una manera de seguir juntos,
aunque fuera en la distancia.
Pero esto ocurrió durante los primeros años. Poco a poco,
la pandilla fue dispersándose como es normal. Empezaban a
formarse las primeras familias e íbamos perdiendo el
contacto, bien por falta de tiempo o simplemente porque la
relación iba enfriándose cada vez más. Algo lógico, yo me
encontraba a tropecientos kilómetros y no sabía cuánto
tiempo más iba a quedarme allí. A pesar de ello, seguía
llamándoles de vez en cuando y mandándoles cartas y fotos
para que vieran lo bonito que era aquello y la magnífica
labor que hacíamos en mi trabajo.
Con quien nunca llegué a perder el contacto del todo fue
con Ángela y Mateo. Ellos siguieron hablando y carteándose
conmigo. Nunca se les olvidaba felicitarme por mi
cumpleaños, o mandarme un Christmas por Navidad, y a mí
eso me daba la vida. Saber que, a pesar de todo, seguía en
sus pensamientos y me echaban de menos.
Mi trabajo era caótico, sobre todo cuando estábamos a
falta de antibióticos, analgésicos, antiinflamatorios, gasas,
vendas, apósitos y mil cosas más, y nos teníamos que
apañar con lo que teníamos. Pero conseguíamos buenos
resultados a pesar de las pésimas condiciones del lugar. Nos
llegaba a diario cargamento de víveres y medicación, pero
era tal la demanda que no dábamos abasto, aunque nunca
nos rendíamos.
Fueron unos años muy duros los que pasé lejos de mi
familia y amigos, pero no me arrepiento de nada, porque
gracias a aquella experiencia, he crecido como persona, y
soy consciente de lo mal que se pasa en otros países en los
que hay días que no tienen nada para echarse a la boca.
Ahora valoro más lo que tengo y estoy dispuesta a gritarle
al mundo que todos somos iguales y nadie merece vivir en
esas condiciones.
Cuando regresé a España, tuve un gran recibimiento,
estaban esperándome en casa de mis padres, todos mis
familiares y amigos, algo que agradecí en el alma, puesto
que cada uno tenía sus líos e hicieron hueco para poder
estar conmigo ese día tan especial. No faltó nadie, o al
menos nadie que yo echara en falta. Me hicieron una gran
fiesta, de las que te marcan de por vida. Nos pusimos al día
de nuestras cosas y estuvimos haciendo planes futuros por
los años que me había perdido sin estar al lado de todos
ellos.
Cuánto echaba de menos mi país y mi gente, sus
comidas, sus costumbres, sus calles. He de decir que
cuando regresé de mi estancia en el extranjero, mis padres
se habían mudado, habían vendido su casa en el pueblo y
ahora vivían en una preciosa casa en el centro de la ciudad.
De nuevo me encontraba con toda mi gente y dispuesta
a recuperar todo el tiempo que había estado sin ellos.
Quería disfrutar de todos y cada uno de ellos, pero sin
olvidarme de lo que dejé atrás, pues esa fue mi mayor
lección de vida.
5

Empecé a escuchar con claridad la canción de Livin’ on a


prayer de Bon Jovi y una sensación agradable y familiar me
recorrió todo el cuerpo. Seguro que mi hermano la había
puesto para despertarme, como había hecho en otras
ocasiones. Era una de sus canciones favoritas y le
encantaba ponerla por las mañanas mientras se vestía y yo
remoloneaba en mi cama. Siempre me tenía que esperar
para irnos al instituto. Él se levantaba con mucha energía
mientras que a mí me costaba la vida despertarme. Pensé
que estaba en la litera de mi cuarto durmiendo, pero
cuando abrí los ojos y miré a mi alrededor, me di cuenta de
que nada de eso era real, que mi mente había recreado un
recuerdo feliz de mi adolescencia. Supuse que era un
mecanismo de defensa de mi propio cerebro, para paliar el
estrés que estaba sufriendo.
Cuando fui consciente de donde me encontraba, la
sensación anterior se fue a la mierda y en su lugar apareció
pánico y agobio. Volvía a la cruel y asquerosa realidad,
estaba tirado en la carretera, lleno de sangre y dolorido.
Miré el reloj: las dos y media de la tarde. Tenía una sed que
me moría, había estado tirado al sol más de cuatro horas y
aún no habían dado conmigo. ¿Cómo podía ser eso? ¿Acaso
no le importaba a nadie?
No me creía que la madre de Marta, viendo que no
aparecíamos por el bufete, no hubiera avisado a la Policía o
a alguien para decirles que algo malo nos tendría que haber
ocurrido.
Me levanté y eché a andar: qué más podía hacer. Menos
mal que había recuperado algo de fuerzas para seguir
adelante y ver qué cojones estaba pasando, porque no
entendía nada. Esto se me estaba yendo de las manos.
Pasados unos cuarenta o cincuenta minutos, llegué a un
pequeño pueblo, no recordaba haber transitado nunca por
allí cuando íbamos en coche camino al trabajo. Lo mismo
era que nunca me había fijado, ya no sabía qué pensar. Era
todo tan absolutamente surrealista que hasta me dio por
reír. Parecía que no había un alma, era como un pueblo
fantasma de esos que la gente abandona por algún extraño
motivo. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo solo de
pensarlo. ¿Esto iba en serio? No me quedaba otra que
recorrer aquel lugar tan inhóspito y ver si encontraba a
Marta o a alguien que pudiera ayudarme.
Mi mente no paraba de elucubrar posibles causas de por
qué me estaba pasando eso a mí, precisamente a mí.
Quizás era presa de algún experimento del gobierno, o me
habían abducido los extraterrestres. Incluso podía haber un
apocalipsis y era el único superviviente. ¡Vete tú a saber!
Empezaba a volverme paranoico. ¿A quién madruga Dios le
ayuda? ¡Y una mierda! Mira para lo que me había servido ir
a trabajar antes de tiempo.
A lo lejos pude ver un local. Al acercarme más, comprobé
que se trataba de un bar. El letrero estaba completamente
destrozado. Si el dueño era el típico que no se calentaba la
cabeza para poner nombre a su negocio y lo llamaba como
el pueblo, me había quedado sin posibilidad alguna de saber
dónde coño me encontraba. Esperaba dar en algún
momento con algo que me facilitara mi paradero porque me
sentía perdidísimo y muy asustado.
Le di toda la vuelta al local y vi que por la parte trasera
había una ventana rota. Miré dentro y estaba, o al menos,
parecía estar abandonado. Terminé quitándome el
chaquetón de paño y liándomelo en el brazo para poder
romper del todo el cristal. Prefería pasar algo de frío antes
que hacerme más heridas, con las que tenía era suficiente,
y finalmente me colé en su interior.
Nada más entrar, me dio un fuerte olor a destilería.
Había sillas y mesas rotas, además de botellas reventadas
por todo el suelo. Estaba tan pegajoso debido al alcohol
derramado en él, que mis zapatos hacían un ruido
espantoso; si llega a haber alguien allí mismo, me tendría
que escuchar seguro.
No sé si aquel destrozo era señal de vandalismo o de
alguna pelea allí acontecida antes de declararse un lugar
fantasmagórico. La barra y las pocas mesas y sillas que
quedaban intactas tenían una capa de polvo de al menos
años. Desde luego que hacía bastante tiempo que nadie
pisaba ese bar. Tenía tanta sed que lo primero que hice fue
ir directo al grifo. Gracias a Dios, funcionaba. Cogí un vaso
mugriento que había en el fregadero, lo lavé para no pillar
una enfermedad, era lo último que me faltaba, y me tomé
varios vasos; me sentía deshidratado.
Eché un vistazo para comprobar qué había por allí que
pudiera servirme de ayuda y descubrí las bebidas
alcohólicas en la estantería que tenía detrás. Cogí la de
whisky, pensé que sería la más idónea para rociarme en las
heridas, a ver si eso me las desinfectaba. Había visto que lo
hacían en las películas y supuse que podría dar resultado.
Así me sentía, como si estuviera en una puñetera película
de terror de serie B, siendo el protagonista patético que no
sabía qué hacer, ni dónde coño dirigirse.
Después de curar y vendar las heridas de mi cuerpo con
servilletas de tela aparentemente limpias que encontré en
un cajón debajo del fregadero, salí de allí por el mismo lugar
que había entrado, ya que la puerta tenía la reja abajo y al ir
a levantarla no pude, seguramente estaba echada la llave.
Seguí paseando por aquel pueblo tan «idílico» en busca
de respuestas. Intenté entrar en varias casas, pero estaban
cerradas y no parecía que hubiera nadie en su interior. Tras
llamar a varias puertas y no obtener respuesta alguna,
decidí entrar en una rompiendo la ventana con un pedrusco
que tenía a mis pies; era la forma más fácil de acceder.
Total, ya había saqueado un local. Si me pillaban allanando
un domicilio, hasta me vendría de perlas, así me llevarían a
comisaría y podría volver a casa.
Al acceder a la vivienda, me tiró para atrás el olor que
había tan fuerte a humedad. Me di una vuelta por toda la
casa; todo se encontraba sorprendentemente intacto: las
camas hechas, cocina recogida, baño ordenado, e incluso
ropa en los armarios de las habitaciones. Me pareció
extraño, pues si no llega a ser por la cantidad de polvo que
había, hubiera pensado que allí estaba viviendo alguien en
ese momento.
La registré de arriba a abajo en busca de algún cargador
que me sirviera para el móvil, pero no encontré nada.
Intenté llamar por el teléfono del salón, no tenía línea,
hubiera sido un milagro si llega a tenerla viendo el
panorama que había.
Terminé saliendo de allí, no daba con nada que me
sirviera, así que decidí pasar por todas las casas que me
fuera posible, antes de que la noche se me echara encima.
Hice la misma operación en varias más y el resultado fue
casi el mismo, pero había algo en ellas que me tenía
tremendamente intrigado. Encontré cuadros, pero todos
eran de paisajes, no vi ni una sola foto de nadie, no pude
ver el rostro de ningún pueblerino de aquel lugar. Tampoco
hallé documentos, facturas, ni nada que pudiera ayudarme
a saber dónde me encontraba, o qué había pasado, para
que todo el mundo se esfumase, sin antes quitar todo rastro
de su existencia. Era como estar en una gran maqueta
diseñada para vivir en ella, pero en la que aún no habían
llegado sus inquilinos. ¡De locos!
El sol empezaba a ponerse, así que decidí refugiarme en
una de las viviendas. Empezaba a refrescar aún más y
estaba cansadísimo. Además, necesitaba aclarar las ideas y
ver cuál era el siguiente paso para salir del terrible infierno
que estaba viviendo.
Entré y lo primero que hice fue ir al baño; necesitaba
asearme, iba lleno de mugre y sangre seca. Me di una
ducha fantástica, nunca me había sentado tan bien y lo
mejor de todo era que el agua salía caliente. No sabía cómo
era posible, pero a esas alturas me daba todo exactamente
igual. Era curioso que tuviera que estar en un pueblo
completamente deshabitado para poder darme una ducha
en condiciones, mientras que en mi casa de alquiler lo hacía
con agua helada. Me sentía muy cansado y no tenía ganas
de seguir cuestionándome las cosas tan raras que me
estaban sucediendo.
Me volví a curar las heridas gracias a un botiquín que
localicé en una estantería; tenía un buen surtido de vendas,
alcohol, desinfectante…
Salí del baño y fui directo a la habitación principal, abrí el
armario y me vestí con unos vaqueros y una sudadera gris.
La ropa me estaba algo grande, pero era eso o ponerme mi
traje que estaba lleno de mierda, roto y ensangrentado.
Me tiré en la cama. No podía con mi alma y cuando
estaba casi dormido, escuché un tremendo golpe que
parecía venir del comedor. Salí corriendo hacia allá para ver
si era alguien y poder pedirle auxilio, pero no había nadie.
Toda mi alegría se desvaneció al instante. Busqué como un
loco la explicación a ese ruido, pero parecía estar todo en
orden, así que pensé que lo mismo había sido imaginación
mía; seguramente me había quedado dormido y lo había
soñado.
A la mañana siguiente amanecí bastante mejor. Estaba
tan exhausto cuando me acosté, que dormí la noche entera
del tirón. Fui a la cocina a ver si podía echarme algo a la
boca para recuperar fuerzas y comprobé que había galletas
y zumos en la despensa. ¡Estaban sin caducar! Así que ese
fue mi desayuno.
Me eché en los bolsillos del pantalón unas cuantas
galletas y un zumo para más tarde, no sabía qué me iba a
deparar ese maravilloso día en mi pueblo favorito. Parecía
tener más suerte que en mi vida cotidiana, aquí todo me
salía rodado, menos por el hecho de no encontrar a una
puñetera persona.
Salí de la casa pensando que, si no encontraba a nadie
ya mismo, tendría que irme y buscar otro sitio donde pedir
ayuda porque me quedaba poco más que inspeccionar allí.
Volví a pasar por todos los sitios del día anterior, por si
algo se me había escapado. Había una cosa curiosa: las
casas eran todas absolutamente iguales, misma estructura,
color, entrada... Parecían plagios exactos y ni un solo coche
en todo el maldito pueblo.
Cuando llegué donde se suponía que estaba el bar el día
anterior, en su lugar había una tienda de comestibles. ¡Pero
qué cojones estaba pasando en aquel puto sitio! ¡Estaba
flipando o qué narices me pasaba! Miré desde la ventana,
solo se veían estantes vacíos con suciedad, era un local
completamente distinto al que allané. No quise perder más
el tiempo en algo que no tenía ni pies ni cabeza.
Seguí mi marcha y por el camino vi varios locales más,
pero nada que me llamara especialmente la atención como
para detenerme a ver lo que había. Todos estaban en las
mismas condiciones, reventados y abandonadísimos. Hasta
que llegué a una especie de consultorio médico. La puerta
se hallaba abierta de par en par y a lo lejos pude ver a
alguien. Me volví loco, por fin veía una persona que podía
decirme dónde coño estaba y auxiliarme. Empecé a chillar y
a correr hacia ella.
—¡¡¡EEEHHH, TUUUUU!!!!! ¡ESPERA UN MOMENTO! ¿QUÉ
LUGAR ES ESTE? ¡POR FAVOR, AYÚDAME!
Pero al ir acercándome, la silueta parecía estar más lejos
de mí, algo que carecía de sentido. Pero, visto lo visto, ya no
me extrañaba nada.
Continué avanzando por ese pasillo interminable, hasta
que la figura desapareció ante mis ojos como por arte de
magia. Cuando me vine a dar cuenta, me encontraba en
una sala enorme llena de puertas enumeradas. Eché un
vistazo en todas direcciones y parecía no haber salida. Era
un lugar completamente cerrado, sin ventanas, sin pasillos
e iluminado con varios tubos fluorescentes en el techo, que
no paraban de parpadear y hacer un «sonidito» ideal para
darle más emoción si se podía al asunto. Había tropecientas
puertas, que a saber qué había dentro de ellas.
—¿Dónde cojones me he metido?
6

La vida es muy caprichosa y aunque en un principio me


subió a lo más alto, como si de una montaña rusa se
tratara, llegó la gran caída, en la que me lo arrebató todo
bajándome a lo más profundo del abismo. Pero no
adelantemos acontecimientos. Empezaré por el principio...
El negocio iba tan bien que comenzó a ser nombrado entre
las grandes personalidades de todas partes del mundo. Se
empezaron a interesar grandes médicos, psicólogos y
psiquiatras de todos los lugares del planeta, y así fue como
comenzó a ganar nombre, considerándose uno de los
mejores y más prestigioso centro psiquiátrico del país.
Pasado cierto tiempo, cuando su reputación era más que
considerable, empecé a mover mis hilos con ayuda de gente
influyente que había conocido gracias a mi negocio, y no
tuve problema alguno en pedir el traslado de mi hermano
del centro donde estaba al que habíamos creado mis padres
y yo para que se sintiera como en casa. Al montarlo,
teníamos muy claro que no queríamos el típico centro.
Nuestra intención era que fuera un sitio donde los pacientes
se sintieran como en casa. Un sitio donde pasear con
libertad, tener bonitas vistas desde las habitaciones y
ofrecer todas las comodidades que tendría cualquier
persona en su vida cotidiana. ¡Y vaya si lo conseguimos!
Hicimos un lugar de ensueño para cualquiera, parecía un
hotel en vez de una clínica psiquiátrica.
Cuando por fin le concedieron el traslado y lo tuve aquí
conmigo, no había ni un solo día que no fuera a la
habitación de Lucas a visitarlo.
—¿Qué tal, Lucas?, ¿cómo te encuentras? ¿Te gustan las
instalaciones de la clínica?
—La verdad es que hicisteis un buen trabajo mamá, papá
y tú. No esperaba que se hubiera quedado tan bien. No
parece un psiquiátrico, y mira que he estado en varios para
comparar, pero ninguno se le parece.
—Eso lo dices para hacerme la pelota porque soy tu
hermano.
—¡Qué va! Me encanta y estoy genial aquí. Además, me
gusta tenerte cerca, prácticamente es como si viviéramos
juntos, porque te pasas aquí todo el día.
—Llevas toda la razón, pero para que esto funcione hay
que estar a los pies del cañón siempre. Descansa que
mañana será otro día.
Cada vez que iba a visitarlo nos poníamos al día de
nuestras cosas. Me contaba qué tal le había ido el día, cómo
se encontraba y si le estaban dando su medicación.
Parecíamos dos niños chicos contándonos nuestras
«batallitas».
Me bombardeaba a preguntas sobre mi vida, el trabajo,
mi chica, mi casa… Vamos, todo lo que se le ocurriese por
esa cabecita y, por supuesto, que estaba encantado de
contarle mis cosas. Lo pasábamos bomba y recordábamos
anécdotas de cuando éramos niños, de nuestros padres, de
los colegas y mil cosas más.
Uno de esos días de fraternal charla, me dejó caer que
echaba mucho de menos a una interna con la que se
llevaba genial en la otra clínica psiquiátrica.
—Hay una mujer, Mónica, con la que he conectado muy
bien y la echo mucho de menos. A la pobre le ha tratado
muy mal la vida y no se lo merece, es muy buena persona y
me ha ayudado mucho, sobre todo en los momentos más
duros.
—¡Pillín, que tienes novia y no me lo has dicho!
—No, no, para nada. Es una muy buena amiga, pero no
hay nada entre nosotros. Es solo que me acuerdo mucho de
ella y me dio pena tener que dejarla allí.
Eso me hizo pensar… Podría ser un buen aliciente para
que se encontrara acompañado en los momentos bajos que
muchas veces tenía. Hay ocasiones en las que a uno no le
apetece hablar si no es con un buen amigo en vez de con la
familia. Le comenté mi idea a Clara y le pareció estupenda,
así yo también soltaría un poco de la mano a mi hermano y
no tendría todo el peso de sus inquietudes. La verdad es
que me iba a venir genial tener una aliada para saber bien
cómo estaba Lucas y qué le preocupaba, porque, aunque
estuviéramos muy unidos, sabía de sobra que había cosas
que no me decía.
Le había venido bien el cambio a mi clínica, y yo estaba
encantado de tenerlo a mi lado y verlo a diario. Se
presentaba más dicharachero, contento y muy integrado,
parecía como si le hubieran vuelto las ganas de vivir, de
estar bien y de seguir adelante. Ahora, más que nunca sabía
que el ingreso de su amiga Mónica en la clínica le iba a dar
el último empujón que necesitaba para estar todo lo bien
que se podía estar en sus circunstancias.
Los trámites ya los había realizado y no se demoraron en
comunicarme que se le había concedido el traslado a
Mónica, solo era cuestión de semanas para que estuvieran
juntos los dos amigos. Unos cuantos papeles para arriba y
para abajo y cuando menos se diera cuenta estaba aquí con
nosotros. Me hacía ilusión ver a mi hermano así de bien. Al
saber de su llegada en breve, me dio la impresión de que
habían tenido algo más que una amistad, aunque él me lo
negara.
Cada día, antes de marcharme a casa, pasaba a
despedirme de Lucas. Cuando salía por la puerta de la
clínica, lo veía observarme desde su ventana hasta que
llegaba al parking. Me saludaba con la mano y me sonreía.
Incluso ya montado en el coche, lo miraba por el espejo
retrovisor. Seguía quieto, observando; era un poco
inquietante, pero, aun así, me daba la vida saber que
estaba bien y se quedaba tranquilo.
Sin darnos cuenta se había convertido en una especie de
ritual, siempre lo veía mirarme atentamente desde la
ventana de su habitación, tanto al llegar a la clínica, pues
sabía que era bastante puntual, como al irme a casa.
Supongo que era la manera de saber que estaba con él, que
no se hallaba solo en esto.
En el centro anterior era un hombre apático, sin ganas de
hacer nada, apenas se relacionaba. No sé cómo lo hizo, pero
consiguió escaparse en un par de ocasiones. Lo
buscábamos por todas partes, se escondía tan bien que ni la
Policía daba con él, pero con suerte, en las dos ocasiones, a
los pocos días, volvía sano y salvo por su propio pie al
centro.
—Lucas, estaba muy preocupado por ti. ¿Dónde te habías
metido? No puedes darme estos sustos. Pensaba que te
había pasado algo.
—No te preocupes, hermanito. Lo tengo todo controlado.
Me gusta de vez en cuando sentirme libre.
—Pero eso no es así. Sabes que no puedes salir del
centro y te da igual. A veces te comportas como un niño
pequeño. ¿Dónde has estado?
—No puedo decírtelo. Si lo hago se me acaban las salidas
prohibidas, y no pienso renunciar a lo único bueno que me
queda.
—Gracias por la parte que me toca ante eso.
—Sabes a lo que me refiero, hermanito.
La verdad es que Lucas era un hombre muy inteligente y
astuto, aunque algunos lo tachasen de loco y no vieran más
que un hombre extraño cuanto menos, yo sabía que era
capaz de muchísimas cosas que los demás ni se
imaginaban. Nunca lo subestimé, pero sí que debía tener
cuidado e ir con pies de plomo porque rápidamente podía
liármela.
Tenía muchas ganas de que se conocieran Clara y él,
pero había que ser cautos, porque no deseaba que la viera
como una amenaza, y creyera que era la mujer que le iba a
quitar a su hermano, a distanciar o cualquier cosa que se le
pasara por la mente. Lo conocía demasiado bien como para
saber que tenía que ser poco a poco y sin agobios.
—Tengo ganas de que conozcas a Clara. Ya verás, te va a
encantar. Es una mujer increíble y con unos valores muy
buenos.
—Seguro que sí, me alegro tanto por ti, hermanito. Sé
que algún día pondré mi cabeza en orden para poder ser tan
feliz como tú lo eres.
Noté tristeza diciendo esas palabras, aunque él intentó
disimularla. Sabía que aquello era fachada. Se trataba de un
hombre con una personalidad compleja y especial que no
todo el mundo podía entender.
Clara y Lucas empezaron a tener conversaciones
telefónicas antes de verse cara a cara. La idea fue de Clara,
que como se encontraba fuera de España y sabía el
problema que tenía Lucas para relacionarse, pensó que
sería la mejor manera de ir haciéndolo poco a poco. Me
propuso esa alternativa y a mí me pareció fantástico. Así,
cuando se vieran, sería más fluido todo.
Iba a su habitación y con mi móvil llamábamos a Clara al
menos un par de veces por semana. La primera
conversación fue un tanto escueta y forzada.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien, Clara. Te paso a Lucas que quiere saludarte.
—Hola, cuñada. Todo el tiempo que llevamos sabiendo el
uno del otro, y hasta ahora no habíamos hablado nunca.
—Nunca es tarde para empezar, lo importante es que ya
hemos dado el primer paso.
—Sí, y me alegro por ello. Solo quería saludarte y decirte
que tienes a mi hermano loco por ti. Siempre te está
nombrando. Clara esto, Clara aquello.
—Ja, ja, ja. Me alegra saberlo, así sé que no me olvida.
—No, tranquila. Estás muy presente para él. Bueno,
volveremos a hablar. Un abrazo, Clara.
—Otro para ti, Lucas.
Después de esta conversación, le siguieron muchas más,
y cada vez parecían tener más feeling.
Un día que pasé por la habitación de Lucas para llamar a
Clara, me llevé una grata sorpresa. Esa mañana había
decidido ir al peluquero de la clínica, se había cortado su
melena canosa que le llegaba a los hombros y afeitado la
barba larga y frondosa que tantas veces le dije que se
quitara. Era un look que llevaba desde hacía bastantes años
y al que ya me había acostumbrado, aunque le echaba un
montón de años encima y no me gustaba nada. ¡Menudo
cambio! Por un momento fue como mirarme en el espejo
cuando lo vi.
—¡Madre mía!, ¿qué te has hecho? Pero ¿tú eres Lucas?
—¿Te gusta? Quiero estar presentable cuando conozca a
mi cuñada y causarle buena impresión. ¿Puedes traerme
alguno de tus trajes para ponerme el día de la presentación
formal?
—Claro que sí. Te traeré varios para que te los quedes.
—Si no es mucha molestia, tráeme también unos zapatos
bonitos que le vayan bien a los trajes.
—¡Dalo por hecho!
Se puso como loco cuando se los entregué, le quedaban
genial, un poco anchos, pero bien. También le lleve unos
cuantos pares de zapatos que apenas me ponía y sabía que
le estarían bien, porque usábamos la misma talla.
Estábamos los dos ansiosos de que llegara el día que se
conocieran, pero teníamos que esperar unos meses más
puesto que Clara se encontraba en el extranjero trabajando
y hasta que no terminara su labor allí, no podía regresar a
España. Era solo cuestión de tiempo y cada día que pasaba
era uno menos que quedaba.
Cierta noche, cuando fui a despedirme de él antes de
marcharme a casa, lo vi reticente.
—¿Te pasa algo, Lucas? Te noto extraño.
—No, estoy bien.
—¿Seguro? Sabes que puedes contarme lo que sea.
Entonces, él se levantó y, mirándome a la cara a escasos
centímetros, me dijo:
—¡Estoy cansado de ser el hermano enfermo, el que
padece una puñetera enfermedad que me tiene sumido en
una constante depresión, sin vida, sin ilusión, sin nada!
¡Estoy en una cárcel, donde pasan los días y no hago más
que compadecerme de mí mismo! ¡Pienso una y otra vez
que esta no es la vida que debo tener! ¡Me merezco algo
mejor que toda esta puñetera mierda!
Intenté calmarlo, estaba muy alterado. Era normal que
con su enfermedad le diera algún que otro brote, aunque
hacía bastante tiempo que no los percibía. No atendía a
razones, así que decidí marcharme a casa, pero antes tenía
que avisar a Juan, el farmacéutico de la clínica, para que
preparara algún calmante y así mi hermano pudiera
descansar esa noche. Mañana sería otro día.
Cuando me disponía a salir por la puerta de su habitación
para avisar a Juan, noté un tremendo golpe en la cabeza
que hizo que en pocos segundos todo se volviera oscuro.
Solo puedo decir que cuando recobré la consciencia, me di
cuenta de que había salido un hombre completamente
diferente de aquella habitación.
7

Llevaba más de media hora esperando en la puerta del


despacho de mi casero a que se dignase a aparecer para la
charla semanal, y el muy cretino sin hacer acto de
presencia. Algo extraño porque siempre estaba
esperándome dentro. Así que decidí marcharme y pasar del
tema. Total, siempre era lo mismo… Que cómo estaba, si
había tenido algún problema con alguien, si me iba bien en
el trabajo. ¿A él qué coño le importaba? Cuando me marché,
al doblar la esquina del pasillo lo vi. Se encontraba hablando
con Julia. Parecían muy amiguitos, se notaba que se
llevaban bien, por lo que pude intuir.
Julia era una mujer solitaria y seguramente habría
encontrado en él algo de compañía, como conmigo. Pasé
por delante de ellos y los saludé, pero estaban tan
enfrascados en la conversación que ni me vieron. Mejor
para mí. «Una charla menos que comerme», pensé.
Me fui a mi apartamento y me dirigí directamente a la
ventana para observar el entorno desde ella, como solía
hacer de costumbre. Me relajaba muchísimo ver a la gente
pasear, con templar los árboles, las flores, los pájaros.
Finalmente, me animé y decidí bajar a los jardines a leer un
rato. Había empezado un libro bastante interesante llamado
El silencio de mi verdad, una novela negra con mucho
misterio e intriga. ¡Me tenía enganchadísima!
Mientras estaba ensimismada en el mundo que mi mente
había creado para ese fantástico libro, noté cómo por la
espalda alguien me tocaba el hombro. Era Clara, que me
había visto y quería saludarme. Se sentó a mi lado en el
banco y estuvimos un ratito hablando de nuestras cosas.
—Hola, guapísima. ¿Qué tal estás hoy? ¿Has tenido ya la
charla con el señor Guzmán?
—No, no se ha presentado. Al marcharme, lo he visto en
el pasillo hablando con Julia, así que supongo que no se ha
acordado de nuestra cita, o no se ha dado cuenta de la
hora.
—¿De qué hablaban?
—No lo sé, pero estaban muy entretenidos, tanto que ni
me vieron pasar por delante.
—Ya. ¿Y no has escuchado nada de lo que decían al
pasar?
—No he prestado atención, quería salir de allí antes de
que el señor Guzmán me dijera de ir a su despacho.
Creo que Clara siente algo por el señor Guzmán, porque
si no, ¿a qué vienen esas preguntas? Cuando Clara se
marchó, me quedé un rato más leyendo y sumergiéndome
en la trama y el suspense del libro que me hacía abstraerme
de todo y de todos.
No fui consciente de la hora que era hasta que mi vejiga
empezó a quejarse, así que decidí que era hora de subir al
apartamento.
Justo estaba tirando de la cisterna, cuando llamaron a la
puerta. ¡Vaya mierda de puerta! Ningún apartamento tenía
mirilla, algo para mí indispensable, pero «nunca llueve a
gusto de todos».
—¿Quién es?
—¡Soy mama!
Abrí la puerta y nos sentamos las dos en el sofá a hablar
un rato. No habían pasado ni diez minutos cuando empezó
con lo de siempre.
—¿Has hablado con Leo?
—De sobra sabes que hablamos todos los días, no sé a
qué viene esa pregunta. ¡Mama, de verdad no empecemos
otra vez con lo mismo, te lo pido por favor!
—Tranquila, no te pongas así. ¿Te estás tomando el
tratamiento que te ha mandado el médico para los vértigos?
—Siiii, me lo estoy tomando todos los días sin excepción.
Llevaba varios meses padeciéndolos, pero con la
medicación había mejorado. Estaba obsesionada con eso,
siempre me preguntaba si Julia me lo estaba recordando.
Como sabíamos que yo era muy olvidadiza, aparte de no
estar acostumbrada a medicarme, decidimos que para que
nunca se me pasara la dosis, Julia me lo recordaría. Parecía
que aún no se había dado cuenta de que me había
independizado y ya no vivía con ella, porque seguía
intentando tenerlo todo controlado. Incluso pensándolo
detenidamente, podría afirmar que ahora estaba más
controladora que cuando vivíamos juntas.
Tras unas cuantas discusiones, algo que parecía ya
habitual en nuestros encuentros, se despidió.
—Me marcho que tengo cosas que hacer. Antes de irme
quiero que sepas que todo lo que te digo es por tu bien. No
quiero que te sientas atacada, porque no es para nada mi
intención. Sabes que te quiero y siempre estaré a tu lado.
—Pues no sé cómo lo haces, pero siempre consigues
dejarme mal cuerpo y triste.
—No es lo que pretendo, cariño.
De madrugada me desperté sobresaltada con lo que
parecía el ruido de un chaquetón, rozándose entre sí y unos
pasos cautos, pero de fuerte pisada. Advertí que alguien se
acercaba lentamente hacia mí, intenté fijar la vista en la
silueta que tenía enfrente, pero mis párpados no respondían
bien, aún no era dueña de ellos. Sentí cómo alguien
sujetaba mi brazo y noté un pinchazo. Acto seguido el sueño
se volvió a apoderar de mí.
A la mañana siguiente, cuando me desperté, intenté
hacer memoria de cada cosa que creía que había sucedido
esa noche. No sabía si había sido real o si las pesadillas que
tenía al mudarme aquí estaban volviendo y me estaban
jugando una mala pasada.
Tras levantarme, volví a mi rutina de siempre: bajé a la
cafetería a desayunar y cuando terminé me fui directa al
trabajo. Al terminar mi jornada laboral, no me apetecía
encerrarme en casa, así que salí a dar una vuelta por los
jardines con el fin de intentar distraer mi mente de lo
sucedido.
En el trabajo no paraba de darle vueltas a lo que me
había ocurrido esa maldita noche, y ahora prefería no
hacerlo más; no estaba segura de lo que realmente había
pasado.
Me encontraba leyendo el libro cuando se acercó mi
vecina Julia, tan amable como siempre.
—¡Hola, preciosa! ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Te has
tomado la medicación?
—Julia, he tenido un sueño que me lo ha hecho pasar
fatal, ha sido muy real.
—¿Qué has soñado?
—Que alguien entraba por la noche en mi apartamento y
me pinchaba en el brazo.
—Eso no es nada, cuando nuestra mente está estresada
por trabajo o por situaciones familiares como las que estás
pasando, nos puede jugar una mala pasada.
Mi madre me había dejado un poco fastidiada ese día
antes de marcharse y lo mismo había sido el detonante de
esa pesadilla tan sumamente real y horrible. El cerebro es
tan complejo que vete tú a saber de qué manera puede
actuar cuando estás pasando un mal momento.
—Te aconsejo que no le des más importancia de la que
realmente tiene. Cuando las personas entramos en bucle,
podemos hacer creer a nuestra mente que los sueños son
reales, aunque no sea así. No tienes que obsesionarte con
ello y déjalo estar.
Me quedé más tranquila después de contárselo a alguien,
porque me di cuenta de que estaba haciendo un mundo de
una cosa tan tonta como era una mala jugada de mi
subconsciente.
La verdad es que Julia me hacía sentir muy bien. Me
inspiraba mucha paz. Ella estaba siempre pendiente de mí,
pero sin agobiarme, algo que agradecía enormemente.
Al llegar la noche llamé a Leo y después de ponernos al
día de las novedades, le conté el sueño que había tenido.
—Estás muy estresada por el cambio de trabajo y
también puede ser que te sientas sola, en cierto modo, por
la distancia física que hay entre nosotros en este momento.
Y que tu madre esté todo el día mal metiendo, tampoco es
que ayude mucho.
—Tienes toda la razón, Leo. Te prometo que estaré
tranquila, las pesadillas solo son malos sueños que no
podemos controlar ni dejar que nos controle.
Después de hablar, me fui a la cama a ver si podía
dormir un poco mejor esa noche, que falta me hacía. Me
puse a leer, pero pronto fui presa del sueño, así que dejé el
libro en la mesilla, apagué la luz y me arropé lo suficiente
para sentirme bien protegida.
Nuevamente, volví a despertarme sobresaltada, esta vez
el causante era el pomo de la puerta girando, mientras el
chirriante ruido me hacía querer abrir los ojos más
rápidamente. Pero como la noche anterior, no era posible.
Solo conseguí abrir los párpados un poco, aunque fue
suficiente para ver la puerta abrirse y tras ella un destello
de luz tan potente que me cegó.
Pasados unos segundos, conseguí entrever una silueta
que se aproximaba hacia mí a gran velocidad. Esta vez me
pude resistir, por lo que tuvo que sostenerme los brazos con
fuerza, para llevar a cabo su cometido y, tras un breve
forcejeo, otra vez ese jodido pinchazo a traición.
No pude aguantar mucho más la consciencia para
ponerle cara a quien estuviera haciéndome eso, y pronto
perdí las pocas fuerzas con las que estaba forcejeando. Volví
a ser presa de un sueño profundo.
Al despertarme. ¡No me lo podía creer! ¿Había sido real u
otra maldita pesadilla?
¿Estaba empezando a volverme loca?
8

No quería estar más tiempo allí; no tenía otra opción que


empezar a abrir puertas y ver si alguna tenía salida. Había
demasiadas donde mirar y no quería que se me volviera a
hacer de noche en aquel pueblo tan tristemente
abandonado. Como estaban enumeradas del uno al trece,
tomé la decisión de ir en orden ascendente. Tras la primera
puerta, había una cortina cerrada, que tapaba
prácticamente todo el acceso, se podía ver la silueta de dos
personas a los pies de una cama con alguien acostado en
ella, como si estuvieran de visita. Entré rápidamente. ¡Por
fin había alguien que pudiera darme algo de cordura en esa
pesadilla! Descorrí la cortina con tanta fuerza que casi la
descuelgo, y entonces vi que eran dos muñecos de primeros
auxilios que habían dejado junto a una camilla.
Mi cerebro estaba cansado de tantas locuras, solo quería
ver a alguien que pudiera ayudarme a salir de allí, estaba
atrapado y asustado. No vi nada interesante en aquella
habitación, así que salí sin más. En realidad, salí
cabreadísimo porque me estaba tocando los cojones que en
dos ocasiones había creído ver a alguien y no había sido así.
La segunda y tercera puerta estaban bloqueadas. Por
más que intenté abrirlas, me fue imposible y no disponía de
nada para hacer palanca o pegarle varios hachazos para
reventarlas. Por lo menos me habría desfogado para poder
descargar la tensión que tenía en ese momento. Así que no
me compliqué y pasé a la cuarta.
Aquella parecía un cuarto de calderas. A mano izquierda
había dos verjas selladas con candado. Tenían en su interior
algún tipo de cuadro eléctrico, cada una estaba a un
extremo del cuarto y entre ambas, dos calderas enormes de
las antiguas; dudaba mucho de que aquello funcionara.
A mano derecha, una estantería enorme cubría
completamente la pared, estaba llena de chatarra y
diversos repuestos. Por un momento, entre tantos objetos,
creí ver lo que parecía un trozo de coche, concretamente el
guardabarros trasero de un Ibiza, pero al acercarme más,
comprobé que era un repuesto de la caldera.
En la pared del fondo había un banco de trabajo con todo
tipo de herramientas colgadas ordenadamente en la pared.
Sobre el banco, distintos organizadores con materiales
como tornillos, tuercas e infinidad de cosas más. Podríamos
decir que aquel sitio era el paraíso para un manitas. Con
alguna herramienta de las que había en ese cuarto, podría
abrir las dos puertas que se habían quedado bloqueadas.
Pero, por el momento, prefería no perder fuerzas en eso, si
no encontraba una salida, entonces volvería allí para coger
lo necesario y desbloquearlas.
Pasé a la siguiente, la quinta. El interruptor que había al
entrar a mano derecha no respondía por mucho que le
diera, no pude ver nada. En el cuarto anterior, entre tanta
mierda y herramientas, no había visto ni una triste linterna.
Me hubiera venido genial para esa puerta, pero, en fin. Esto
me recordaba a las películas que veía de niño, en la que el
protagonista iba abriendo puertas, que le llevaban a
diferentes portales de otro mundo y cada uno de ellos le
deparaban diferentes aventuras. Aunque esto era la vida
real y aquí no pasaban esas cosas, aunque no sé qué decir.
Después de ver lo que sucede aquí, cualquiera sabe lo que
podría depararme el futuro. Estaba deseando encontrar una
salida de aquel extraño lugar para pirarme lo antes posible
y no volver jamás; pasaba de la fantasía, de la ciencia
ficción y de su puñetera madre.
Cuando consiguiera mi objetivo, que no era otro que
largarme de allí echando hostias, iba a remover cielo y
tierra para saber qué pueblo era ese y qué había pasado
con todos sus habitantes. También investigaría por qué
pasan todas estas cosas tan extrañas a las que no se le
puede encontrar explicación alguna, por más que uno se
rebane los sesos.
Sexta puerta. Por extraño que parezca, tras ella había un
garaje, era muy parecido al mío, aquel en el que ayer
mismo, al pulsar el mando de la puerta no iba y tuve que
abrirla manualmente. Sí, ese que me estaba pidiendo a
gritos que no saliera de allí y al que no le hice ni puñetero
caso.
Aquello ya se estaba yendo de madre, cada vez las cosas
tenían menos fuste.
Me acerqué a la puerta de salida del garaje para ver si
podía accionarla, pero nada, aquello no funcionaba. Había
varios coches, fui hacia ellos para ver si alguno estaba
abierto e intentar puentearlo y salir de allí como alma que
lleva el diablo. Empezaba a darme cuenta de que a lo largo
de mi vida había visto demasiadas películas fantásticas,
pero dicen que a veces la realidad supera la ficción y
esperaba que ese fuera mi caso.
Nada, más de lo mismo. Ningún vehículo abierto, así que
me fui directo a la puerta cuatro para coger un martillo y
reventar la luna de alguno para ver si podía llevármelo.
Estaba dispuesto a tirar la puerta del garaje abajo,
embistiéndolo con algún coche. Cuando llegué con el
martillo, una navaja y un destornillador, no había ni un solo
coche; habían desaparecido todos. ¡¿Cómo podía ser
aquello posible?!
Ya no podía más, me derrumbé, empecé a llorar y a
gritar.
—¡POR FAVOR, NO ME HAGAS ESTO!, ¡SEAS QUIEN SEAS,
DEJA DE TORTURARME DE ESTA MANERA!
Me acurruqué en el suelo helado y allí me quedé, tirado y
desconsolado, sin saber si iba a poder salir de esa situación.
Pasado un buen rato, me di cuenta de que con esa
actitud no iba a conseguir nada, así que me levanté y decidí
echarle cojones al asunto.
—¡No vas a poder conmigo, hijo de la grandísima puta
que estés detrás de todo esto!
Fui a la séptima puerta y, estando frente a ella, cerré los
ojos, tomé aire y la abrí. Encendí la luz y al final de la
habitación pude ver una caseta de perro; era lo único que
había allí dentro. Me acerqué, me agaché para mirar en su
interior, pero estaba vacía, tenía un nombre escrito arriba
de la entrada «Alf». Así se llamaba mi perro de la infancia,
yo mismo elegí su nombre.
Me puse nostálgico pensando en mis padres, mi
hermano, Marta… Vamos en todos y cada uno de mis
familiares. No sabía si me estarían buscando, si me iban a
encontrar y de ser así, en qué condiciones estaría.
Cuando salí de allí, apagué la luz y acto seguido escuché
un perro ladrar, la volví a encender rápidamente, pero no
había ningún animal. Volví a apagar y otra vez ese ladrido,
encendí, y nada. No me iba a quedar con la duda, así que
apagué la luz y me metí dentro. El perro ladraba y yo iba a
oscuras hacia sus ladridos, hasta que noté como algo se me
acercaba a las piernas.
En un principio me asusté, pero no estaba dispuesto a
abandonar la primera situación en la que me hallaba con un
ser vivo en aquel pueblo. Me puse de cuclillas para estar a
su altura y ver cómo interactuaba conmigo, o me mordía
para defenderse, o era sumiso y me saludaba. Empecé a
llamarle por el nombre de Alf y vino hacia mí, se me echó
encima y empezó a lamerme como si me conociera, lo
acaricié y al hacerlo, me dio la sensación de estar
acariciando a mi perro, a Alf, mi Alf. Entonces, como si de un
fantasma se tratase, desapareció de entre mis brazos. Salí
corriendo para encender la luz, pero no estaba. Apagué para
ver si volvía a ladrar y poder estar más tiempo con él, pero
no fue posible, ya no apareció.
Como Alf no volvía, me dirigí a la octava puerta, pero
estaba cerrada a cal y canto, al igual que la novena. Ya
sabía que tenía bloqueadas la número dos, tres, ocho y
nueve, de momento. Quería abrir las demás y cuando
hubiera terminado con ellas me pasaría por la cuarta a
coger algo para abrir las cerradas.
En la décima puerta había una consulta médica. Me
sorprendió el parecido que tenía a la del doctor González,
mi médico de familia. ¡Qué gran hombre! Siempre tan
amable y profesional. Rebusqué por toda la consulta, pero
no había nada que me pudiera dar ninguna pista. En la
vitrina localicé unas cuantas cajas de analgésicos y
antiinflamatorios, así que aproveché y me llevé un poco de
cada. Estaba bastante dolorido y me vendrían genial.
Miré en el típico archivador que tienen los médicos para
guardar los informes, pero lo único que encontré fueron
carpetas vacías que no llevaban ni el emblema de aquel
centro. Busqué en el escritorio, allí solo había un viejo
fonendoscopio, bolígrafos y folios en blanco.
Cuando me disponía a salir, cerca de la puerta había una
bata, posiblemente sería la del médico, estaba colgada en
un perchero de pie, la descolgué y vi que estaba bordado el
nombre de Dr. González. Una sensación fría me recorrió
todo el cuerpo y la bata se me cayó de las manos. Otra
casualidad más que añadir a la gran lista, aunque
pensándolo fríamente, es un nombre bastante común, no
tenía por qué significar nada. Pero llevaba dos días que para
quien los quisiera, nada tenía sentido, parecía que estaba
encerrado en un experimento de supervivencia.
Me agaché a recogerla y me di cuenta de que, bajo el
perchero, había un papel. Lo miré y comprobé que se
trataba un parte de urgencias y estaba redactado de... ¡Ayer
mismo! Empecé a leer el diagnóstico: Varón de veintiocho
años, ingresa por severo... El resto del documento era
ilegible. ¡Vaya, otra jodida casualidad más!
Miré arriba en el nombre del paciente... ¡Pero, qué! ¡Eran
mi puñetero nombre y apellidos! ¡Hasta mi fecha de
nacimiento! Ese varón era yo mismo. ¡Era lo último que me
faltaba para terminar de flipar! Hasta donde yo sabía, me
encontraba en un pueblo desértico, que parecía
abandonado hacía años, y completamente solo, perdido en
la nada.
9

No podía esperar más para investigar sobre lo que estaba


pasando. Me levanté de la cama de un salto, fui a toda prisa
al tocador de mi cuarto, me senté en la silla que había junto
a él y miré el espejo con detenimiento. Tenía los ojos rojos,
irritados y algo hinchados, me aparté el pelo para ver si
tenía algún signo de ahogamiento, pero nada… ¡Espera! Al
levantar los brazos para recogerme el pelo, las mangas del
pijama se me subieron un poco, dejándome ver que en la
muñeca tenía algo. Rápidamente, me las observé de cerca.
Eso es lo bueno de ser de piel tan blanca, que soy como un
lienzo sin pintar y cualquier cosa deja huella en mí. ¡Allí
estaba la prueba de que no estaba loca! Un poco más arriba
de las muñecas, vi lo que parecían las marcas de unos
dedos que solo se quedan si te han agarrado con fuerza. Me
puse muy nerviosa, no sabía que estaba pasando, pero se lo
tenía que contar a alguien.
Tras un momento de pánico y angustia, conseguí tener
sangre fría, controlar mis nervios y armarme de valor para
investigar que estaba sucediendo allí.
Bajé a la cafetería como cada día, si era alguien del
residencial, no tenía que hacerle creer que estaba
sospechando absolutamente nada. Me senté en una mesa,
la más centrada del local, para tener buena visión de todos
cuantos estuvieran allí.
—Buenos días, Abel. ¿Me pones un solo bien cargado?
—Buenos días, enseguida te lo traigo.
Mientras el camarero me lo preparaba, hice un pequeño
trabajo de investigación visual. Estudié todos los posibles
sospechosos que de madrugada podrían entrar en mi
apartamento. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al
pensar lo que hacía conmigo aquel individuo. No sabía qué
quería de mí, pero lo iba a descubrir, costase lo que costase.
Me entraron ganas de chillar allí mismo como una loca
para exigir al desgraciado que estaba jugando conmigo que
saliera, que diera la cara y no fuera tan cobarde, pero
conseguí tranquilizarme haciendo varios ejercicios de
respiración. Seguramente este era el instinto de
supervivencia que tantas veces había escuchado.
Pasados unos minutos Abel me trajo el café, bien
cargado como le pedí, y tomé un sorbo mientras
disimuladamente seguía investigando a los que me parecían
sospechosos, que eran casi todos, porque como apenas me
relacionaba con nadie, no sabía de quién fiarme.
Pronto mis ojos se posaron en José, el chico de
mantenimiento. Él tenía las llaves de todos los
apartamentos. Cuando se rompía algo, era quien se hacía
cargo de arreglarlo, aunque no hubiera nadie, pasaba sin
problema, para que, al llegar a casa, su inquilino lo
encontrara todo en perfectas condiciones. ¡Tenía que ser él!,
no había ninguna duda.
Subí corriendo a mi apartamento, tenía que refrescarme
la cara, sentarme un poco y calmar mi estado de nervios
para poder ir a hablar con el señor Guzmán y no parecer
una desquiciada. No podía volver a pasar por lo mismo otra
vez, no quería, estaba muy asustada y no sabía a quién más
recurrir y más sin saber con seguridad quien era mi
acosador.
Alguien tocó la puerta con mucha delicadeza. Las piernas
me temblaron, mis manos parecían flanes, quise gritar que
se fuera, pero la voz no me salía del cuerpo. Cogí lo primero
que pillé por si tenía que defenderme: el libro que estaba
sobre el tocador. Sabía que no le haría gran cosa si el
acosador volvía, pero estaba tan nerviosa que más valía un
libro en mano que no defenderme a arañazos.
Me acerqué aún más a la puerta y, como pude, abrí.
—¡MAMÁ!
¡Era mi madre que había venido a verme! Solté el libro y
me eché a sus brazos, como solo hacía cuando era
pequeña. Mi madre se sorprendió muchísimo por mi
repentina reacción, pero me devolvió el abrazo tan
fuertemente que me hizo sentir que con ella allí se
acabarían mis problemas. Dejamos a un lado nuestras
diferencias y nos fundimos aún más en ese abrazo que
tanta falta nos hacía. No sé el tiempo que pudimos pasar de
pie abrazadas, pero al volver a la realidad, lo primero que se
me ocurrió fue sentarla en mi cama y decirle entre lágrimas
todo lo que me estaba pasando.
Mientras me miraba alucinando por lo que le estaba
contando, yo iba sacando la maleta y echando toda mi ropa.
—¡Vuelvo a casa, no aguanto ni un segundo más aquí!
Alguien está entrando en mi apartamento por las noches, y
tengo la sospecha de que se trata del chico de
mantenimiento, es el único que tiene las llaves de todos los
apartamentos.
Mi madre no podía dar crédito de lo que estaba
escuchando, seguía callada, con los ojos como platos y la
boca entreabierta. Yo estaba histérica.
—¡Estoy aterrada, noto un pinchazo y pierdo la
consciencia, no sé qué están haciendo conmigo! ¡Me están
inyectando algo que me duerme, y no sé para qué!
Por fin mi madre salió de su asombro.
—¿Se lo has contado a Leo?
—¿Ya empezamos otra vez con mi novio? De sobra sabes
que se lo cuento todo, y más si es algo tan importante. No
sé qué tiene eso de malo. No sabe toda la historia porque
aún no he hablado con él de lo que me ha pasado esta
misma noche. ¡Ahora tengo pruebas en mi cuerpo para
demostrar que no es un sueño, sino una absoluta realidad!
—Tranquilízate y deja de echar cosas a la maleta. No
hagas un mundo de algo que quizás no tiene la más mínima
importancia.
—¡No puedo creer lo que me estás diciendo! ¿Acaso no
me estás escuchando? ¿Te da igual lo que me pase?
¿Piensas que me lo estoy inventando? Parece mentira que
no seas consciente, al ver las marcas de mis muñecas, de
que es real como la vida misma lo que me está pasando.
—Las visitas que se supone que tienes por la noche
están en tu cabeza, al igual que esas marcas que parecen
autoinfligidas y tantas otras cosas que solo tu imaginación
crea. No te vas a venir conmigo hasta que no te recuperes.
Mi madre salió del apartamento sin dar más
explicaciones. ¿Qué estaba pasando? ¿Me acababa de
insinuar que estaba loca? ¿Me había podido inventar todo
eso?
Me metí en la cama puesto que aquella conversación me
había dejado sin aliento. No entendía absolutamente nada.
¿Cómo podía ser tan bruta mi madre con esas palabras tan
crueles? No quería saber nada de nadie en ese momento,
me había quedado devastada por sus palabras. Si alguien
estaba entrando en mi piso, tarde o temprano terminaría
descubriéndolo.
Horas después me levanté de la cama, no iba a ser una
presa fácil si aquella situación era real, así que recorrí el
apartamento buscando algo con lo que poder defenderme si
ese degenerado volvía a intentar llevar a cabo sus acciones.
No encontré nada. ¿Cómo era posible? No tenía ni un solo
cuchillo para poder hacerle frente si intentaba atacarme de
nuevo.
No pasaba nada. Bajaría a la cafetería a tomarme un café
doble bien cargado para que la cafeína hiciera su función y
no me dejara dormir para así poder pillar a ese tipo. De
camino a por mi café, iba como una loca por los pasillos,
mirando a todos lados, por si me encontraba con José, pero
ni rastro de él por allí. Solo vi de lejos nuevamente al señor
Guzmán y a Julia; parecían estar flirteando con sus risitas de
adolescentes. Por un momento pensé en acercarme a ellos
y contarle lo que me estaba pasando, pero después de
aquella situación tan embarazosa con mi madre, decidí
investigar antes de hablar. Si era verdad, tendría tiempo
más adelante de contarlo, pero si todo había sido cosa de
mi imaginación, sería una acusación muy grave hacia
alguien inocente.
Llegué a la cafetería. Estaba abarrotada de gente, algo
normal, era la hora del almuerzo y allí pocos perdonaban
esa comida.
—Aarón. ¿Me pones una bebida energética y un sándwich
mixto caliente, por favor?
—Ahora mismo.
Me senté en la única mesa que quedaba libre y estuve en
alerta mirando a las personas que había, por si se me había
podido pasar algo. Esta vez tardó un poco más en llegar el
pedido que esta mañana.
Comí lentamente, observando a todos los allí presentes,
cada uno con peor pinta que el anterior. Cualquiera podría
ser mi agresor, pero estos no tenían llaves de los
apartamentos, así que rápidamente los iba descartando.
Al acabar, aproveché el caos que había montado en la
cafetería para esconderme el cuchillo del sándwich antes de
que nadie pudiera darse cuenta.
Salí como una flecha dirección a mi apartamento. Allí
maquinaría un plan perfecto para esa noche. Sentada al
borde de la cama y con la cabeza agachada apoyada sobre
mis nudillos, empecé a sentir la necesidad de llamar a Leo
para contarle mi situación. Seguro que a él se le ocurría algo
bueno para poder defenderme, pero no podía llamarlo, la
noche anterior me dijo que estaría liado con una reunión
muy importante que tenía que preparar. Así que no tuve
otra opción que buscarme la vida para poder hacerlo sola.
Quería probar si el cuchillo que acababa de robar cortaba
bien. Pero ¿dónde? El casero es muy observador y no quería
perder la fianza si me tenía que ir de allí. Supuse que debajo
de la silla del tocador seguro que no miraría. Le di la vuelta
a la silla e hice varias marcas, tanto con la punta como con
la sierra del cuchillo.
Tenía el arma con la que defenderme, ahora me tocaba el
tema de la puerta. ¿Cómo podía atascarla para que le fuera
imposible, o al menos difícil entrar? La dichosa puerta no
disponía de mirilla, pero tampoco de pestillo alguno. ¡Vaya
mierda de seguridad había allí!
Solucionado: pondría la espalda de la silla enganchada
en el pomo como cuando era pequeña y mis padres
discutían. Siempre ponía la silla porque mi madre
amenazaba a mi padre diciéndole que me llevaría con ella y
no volvería a verme jamás, y como no quería separarme de
mi padre, me encerraba para que no pudiera llevarme.
Ya no quedaba nada más que pudiera hacer si ese
enfermo volvía a entrar. Llevaba dos cafés bien cargados en
el cuerpo, el cuchillo y la puerta atascada. Solo me quedaba
esperar.
A lo tonto, se me había hecho de noche con los
preparativos y ya era la hora de irse a la cama. Me puse
sobre ella; esta vez no me taparía, ni me pondría el pijama,
solo esperaría impaciente a que entrara para asestarle un
cuchillazo, si la situación lo requería. Me encontraba
preparada para vigilar mi casa y defenderme con uñas y
dientes si era preciso.
10

Pasé algunos años con idas y venidas de acá para allá,


estaba unos meses en el extranjero ayudando a los más
desfavorecidos y cuando terminaba, volvía a España a
disfrutar de los míos. Mis padres lo pasaban fatal cada vez
que me marchaba. Ellos sabían las condiciones de los
lugares a los que me mandaban, pero comprendían que era
mi profesión y mi pasión, por eso no decían nada, aunque
no les hacía mucha gracia. Cada vez que volvía a España
resoplaban de tranquilidad. No llegué a dejar la casa de mis
padres porque estábamos solo nosotros tres y no tenía
sentido vivir sola, ya que pasaba la mayoría del tiempo
fuera de España. No quería tener una casa para vivir en ella
unos meses al año y el resto tenerla cerrada a cal y canto.
Estaba más tranquila viviendo con ellos y sabía que mis
padres también.
Era hija única y bastante les había costado encajar mis
viajes tan largos, como para dejar el nido definitivamente.
Lo hacía por mí, pues era más sencillo todo, pero también lo
hacía por ellos; tenían ya una edad y no quería dejarlos
solos.
Seguía viéndome con algunos de la pandilla, los que
quedaban aquí. Tres de ellos: Mario, Gines y Lucia se habían
marchado por motivos laborales y se habían instalado en
otras ciudades de España con sus familias. Los que
quedábamos éramos Ángela, Mateo y yo.
Habíamos aumentado el grupo. Ángela tenía novia, la
chica era súper maja. Mateo y yo nos llevábamos muy bien
con ella, con lo cual podríamos decir que éramos un
cuarteto y casi siempre quedábamos los cuatro. No
obstante, de vez en cuando salíamos Mateo y yo a solas.
Era evidente que había algo entre nosotros, pero Mateo
parecía que no se decidía a abrir su corazón. Yo estaba
colada por él prácticamente desde que lo conocí, pero no
llegué a darme cuenta hasta que me mandaron por primera
vez fuera de España.
Estando allí lo echaba muchísimo de menos y no paraba
de pensar en él. Cuando regresé a España y lo vi en la fiesta
de recibimiento que me hicieron todos, lo confirmé sin lugar
a dudas. Me dio un vuelco el corazón cuando lo vi, tan
apuesto y sonriente, esperándome impaciente para darme
la bienvenida. Como siempre ha sido tan reservado y
hermético, nunca me he atrevido a hablarle de mis
sentimientos. Le había lanzado mil indirectas y sabía que
era lo suficientemente inteligente como para no haberse
dado cuenta, pero como no hacía nada, pues se quedaba
ahí la cosa.
Un día, estando en casa llamaron a la puerta. Era Mateo
que venía a traerme unos libros que le había prestado. Mis
padres le invitaron a comer y él amablemente aceptó la
invitación. Mientras todos comíamos en la mesa, mi padre
soltó una de sus típicas preguntas comprometidas:
—Y digo yo... ¿Con lo bien que os lleváis, y estando los
dos solteros, por qué no os emparejáis? Hacéis una bonita
pareja.
—Nene, no te metas donde no te llaman, son adultos
para saber lo que quieren. Y si no están juntos será por algo.
Mi madre siempre intentaba arreglar las meteduras de
pata de mi padre, aunque a veces no lo conseguía porque él
seguía en su mundo, sin darse cuenta de que estaba
sacando los colores a alguien.
—Si alguna vez tengo novia, me conformo con que sea la
mitad de inteligente, buena y guapa que es vuestra hija.
A mí ese comentario de Mateo me destrozó. Me hacía ver
que nunca me vería como algo más que una simple amiga.
Pasaron unos meses y en el trabajo conocí a un chico
llamado Iván. Era encantador y muy atento conmigo.
Rápidamente tuvimos feeling, con lo cual no tardamos en
empezar a quedar fuera del trabajo para vernos. Estaba
claro que no era Mateo, pero cada minuto que pasaba con
Iván me olvidaba de él, así que empecé a pensar que quizás
Iván podría gustarme más de lo que pensaba.
No quise reprimir mis sentimientos. A fin de cuentas,
Mateo pasaba de mí a nivel amoroso y yo merecía ser feliz y
dejar de lado mi amor platónico por él. Así que un día, sin
más, pasó. Iván y yo habíamos quedado una noche para
tomarnos algo con la pandilla y cuando nos íbamos cada
uno a casa, se ofreció para acercarme a la mía en su coche.
—Te acerco a casa, tengo el coche cerca y no me cuesta
nada llevarte.
—No es necesario, mi casa no está muy lejos de aquí.
—Insisto, me apetece llevarte a casa. Bueno, a no ser
que no quieras.
—Vale, si insistes.
Aparcó frente a la puerta de mi vivienda. Lo miré para
despedirme y darle las gracias por llevarme, entonces él se
acercó lentamente hacia mí, me lanzó una sonrisa cómplice
por si yo aceptaba y viendo que se la devolvía, me besó en
los labios. Fue un beso cálido y tierno, me gustó bastante y
confirmaba lo que suponía: aquel chico iba a ser quien me
ayudaría a pasar página con Mateo.
A partir de ese momento, iniciamos una relación muy
bonita. Él era todo cuanto una chica podía desear: atento,
generoso, cariñoso, divertido, y mil adjetivos más que
podría dar.
Cuando salíamos en grupo, Mateo era siempre cortante
con Iván. Parecía que no le terminaba de gustar e incluso en
alguna que otra ocasión, cuando se enteraba de que venía
Iván, se echaba atrás del plan poniendo cualquier excusa.
—Pues nosotras pensamos que Mateo está celoso porque
se muere por tus huesos, pero no se atreve a decírtelo, y
por eso actúa de esa manera, es su forma de expresarlo.
—No digáis tonterías. Como vosotras estáis
profundamente enamoradas la una de la otra, creéis que
todo el mundo siente lo mismo y no es así. Por desgracia, él
me ha dejado bien claro en varias ocasiones que no tiene
ese sentimiento hacia mí.
Hasta que un día, viendo que pasaban los meses y la
situación no mejoraba e incluso parecía estar cada vez más
distante, llamé a Mateo.
—Dime, compi.
—Mateo, tenemos que hablar. No sé lo que te pasa con
Iván, pero no podemos seguir así.
—Vale. ¿Quieres que quedemos esta tarde en la cafetería
que hay abajo de tu casa?
—Me parece perfecto, nos vemos allí a las seis.
Bajé a la cafetería a las seis menos cuarto; estaba
nerviosa. No sabía qué esperar de aquella conversación.
Llegó a las seis, puntual como siempre. Me saludó desde la
puerta y se sentó a mi lado.
—¿Se puede saber qué es lo que te pasa con mi novio?
¿Por qué no aceptas a mi chico y estás tan raro?
Me imaginaba que me diría que no lo veía trigo limpio,
que sabía algo malo sobre él, o que estaba con otra chica
engañándome y se había enterado. Pero no me dijo nada de
eso. Se cruzó de brazos, me miró fijamente y se reclinó en
la silla.
—No aguanto a Iván, te mereces algo mejor.
—¿Mejor? ¡Pero qué bicho te ha picado! Iván es perfecto
y no tienes ningún derecho a hablar así de él. Cuando dices
mejor, ¿te refieres a alguien como tú?
—Sí, exactamente a eso es a lo que me refiero.
Me quedé impactada, no sabía qué decirle. Me levanté y
salí de la cafetería sin dirigirle la palabra. Estaba a punto de
llegar a casa, cuando noté que alguien me agarraba de la
mano para detenerme. Era él, que había salido corriendo
detrás de mí.
—Perdona, no quería ofenderte. Entiendo tu reacción y
tienes todo el derecho del mundo a enfadarte. Pero no
aguantaba más, tenía que ser sincero contigo porque eres
alguien muy importante en mi vida y no quiero perderte.
¿A qué venía todo eso? Justo cuando empezaba a sentir
algo por alguien que no era él. No me parecía justo. ¡No
comía ni dejaba comer! Sin darse cuenta me había dejado
hecha pedazos. Mi corazón ahora estaba dividido y no sabía
qué hacer.
—Nunca me perderás, siempre seré tu amiga, pase lo
que pase.
Él negó con la cabeza y me puso sus dos manos grandes
y cálidas a ambos lados de mi cara.
—No puedo conformarme solo con tu amistad. Me he
dado cuenta, a lo largo de estos meses, que estoy
enamorado de ti. La idea de que otro hombre te bese o te
toque me vuelve loco de celos.
Se acercó peligrosamente hacia mí. En cualquier otro
momento me habría derretido en sus brazos, pero tenía
pareja y merecía respeto, así que lo aparté sutilmente.
—Tengo que procesar lo que acaba de ocurrir.
—Lo entiendo perfectamente, esperaré todo lo que haga
falta hasta que te decidas.
Me besó en la cara y se marchó. Subí a mi casa
consternada. No estaba preparada para todo ese lío. Me
metí en mi habitación, me puse los cascos y empecé a
reflexionar. Parecía evidente que Mateo era el amor de mi
vida; el primer chico por el que había tenido unos
sentimientos tan fuertes a pesar de no ser correspondido
por su parte.
También estaba Iván, el chico que había conseguido
hacerse un hueco en mi corazón, que cada vez era más
grande. Los otros chicos con los que había estado nunca
consiguieron sacarme a Mateo de la cabeza y por eso
terminaba con ellos. No parecía justo estar con alguien si
amaba a otro hombre.
Esta vez la cosa era diferente, mucho más compleja,
seguía enamorada de Mateo, pero también tenía
sentimientos muy fuertes hacia Iván.
Me encontraba hecha un lío y no sabía qué hacer, así que
decidí que a la mañana siguiente quedaría con Iván, le
contaría todo lo sucedido y allí mismo sería sincera con él y
conmigo misma. Sabía que al verle saldría de dudas y
podría tomar una decisión acertada o no, pero, a fin de
cuentas, este triángulo amoroso que se había creado sin
darnos cuenta tenía que deshacerse cuanto antes. Ninguno
nos merecíamos pasar por algo así, pero la vida está hecha
para los valientes y nosotros tres lo éramos, así que
saldríamos airosos de ese torbellino de emociones.
Iván llegó a casa por la mañana y nos fuimos a
desayunar a la cafetería donde había estado el día anterior
con Mateo. Cuando entramos, vi la mesa en la que apenas
hacía unas horas que había estado sentada sin saber en
aquel momento que mi vida iba a dar un giro tan grande. Se
me encogió el alma al pensarlo. Parecía que ese era el lugar
de mis reuniones últimamente, pero conocía el local, había
ido muchas veces desde que mis padres se mudaron aquí y
me sentía cómoda. Nos sentamos, nos pedimos un
desayuno cada uno y empezamos a hablar. No sabía cómo
abordar el asunto, ni que opinaría él de todo lo que estaba
pasando, pero merecía saber la verdad y tenía que ser
sincera con mis sentimientos.
Terminé contándoselo todo y sorprendentemente pareció
no extrañarle.
—Lo suponía, se nota demasiado que Mateo siente algo
por ti. Otra cosa es que tú no te hayas dado cuenta, o no lo
hayas querido ver por la amistad que os une.
Lo que Iván no sabía era lo que yo sentía por Mateo
desde hacía tantos años. El pobre me miró con los ojos
vidriosos.
—Tienes que ser feliz. Pero decide bien. Elijas a quien
elijas, estate bien segura porque alguien va a pasarlo mal, y
espero que seas lo más sincera posible.
Lo miré, le cogí de las manos y le dije con voz
temblorosa:
—Iván, no puedo engañarte, ni engañarme a mí misma,
porque ninguno de los dos lo merecemos. Estoy enamorada
de Mateo. En realidad, lo he estado siempre y mi
sentimiento hacia él nunca ha dejado de existir.
Se quedó mirándome sin pronunciar palabra, yo no sabía
cómo interpretar eso. A continuación, se levantó y me dio
un beso en la mejilla.
—Sé muy feliz y espero que tu decisión haya sido la
correcta. Por favor, a partir de este momento nuestra
relación es única y exclusivamente profesional, de
compañeros de trabajo y punto.
Asentí con la cabeza tristemente, me acarició la cara y se
marchó de allí.
Me quedé nuevamente destrozada, pagué la cuenta, me
despedí de los dueños del local y me marché a casa a
asimilarlo todo.
A los pocos días, cuando recuperé algo de fortaleza
sentimental, llamé a Mateo y nos fuimos a pasar el día en
plan mochilero al monte.
Lo estábamos pasando genial, parecíamos dos
adolescentes. Paramos de subir monte cuando vimos un
claro con unas vistas espectaculares y decidimos tomarnos
algo. Cuando montamos el picnic para comer unos
bocadillos y unos refrescos, me armé de valor y decidí que
aquel era el momento de decírselo.
—Mateo, Iván y yo hemos roto porque de quien
verdaderamente estoy enamorada es de ti, siempre lo he
estado y siempre lo estaré.
Lo solté de golpe y sin pensar. Sabía que, si no lo hacía
así, no me iba a atrever nunca. Se le iluminó la cara, soltó el
bocadillo, vino hacia mí, se me echó encima y me abrazó
fuertemente.
—¡No estaba seguro de que me eligieras! ¡En estos
momentos soy el hombre más feliz del mundo!
Me eché a reír, no esperaba esa reacción y menos de él,
con lo tímido que ha sido siempre.
Nos separamos y nos quedamos a escasos centímetros
mirándonos, su respiración era agitada, podía notar el calor
que emanaba su boca en mi rostro. Me humedecí los labios
en respuesta a su cercanía, él pareció entender mi
respuesta y me besó.
Nunca antes un simple beso me había hecho sentir
tantas cosas. Llevaba tantos años esperando ese momento
que ahora que era real, seguía pareciendo un sueño.
Ese fue el primer beso de muchos otros que iniciaron la
historia de amor más real que nunca había vivido.
11

No pude resistir mucho más tiempo. El sueño con el que


tanto había luchado se terminó apoderando de mí. ¿Cómo
era posible? No estaba acostumbrada al café tan cargado y
menos a tomarme dos el mismo día. No podía luchar más,
mis párpados volvieron a tener vida propia y se cerraron sin
pensar. ¡Otra vez el sobresalto! Me desperté de golpe al
escuchar el chirriar del pomo de la puerta girando, y el ruido
de la silla que la estaba atascando. De repente, un fuerte
golpe y la puerta se abrió, derribando la silla, como si de un
juguete se tratara; se hizo añicos al estamparse con la
pared que había tras la puerta.
No podía distinguir apenas nada. La luz que entraba era
tan destellante que no me dejaba ver más que la silueta
que había delante de la puerta. Esta vez tenía los ojos más
abiertos que otras veces, pero, aun así, no conseguí verle la
cara.
Tras la silueta que se acercaba rápidamente hacia mí,
parecía que le seguía alguien más ¿Habría traído José a un
amigo con él, para divertirse juntos? Cuando tuve al
individuo cerca, creí reconocer la cara del señor Guzmán.
¿Cómo iba a ser él? Lo mismo era que aún no había
despertado del todo y mi mente me estaba haciendo
ponerle a José la cara del dueño del residencial.
Intenté alcanzar el cuchillo que tenía bajo la cabecera,
pero al ver mi reacción, me sujetó los brazos con tanta
fuerza que apenas pude moverlos. Grité una y otra vez,
como si de algo pudiera valer, pero viendo que nadie venía
en mi ayuda, no me quedó más que suplicarle.
—¡Por favor, José, no lo hagas!
Ambos empezaron a reírse. Si hubiera sido el chico de
mantenimiento, nada más que por haberle descubierto,
debería haber huido, pero no fue el caso. Se reían y él lo
hacía aún con más ganas. Miré la segunda silueta, más
pequeña que la primera, venía directa hacia mí. ¿Quién era?
Intenté no perderla de vista. Ya sabía lo que iba a pasar a
continuación… Giré la cabeza lo más que me permitió el
cuello y cuando conseguí enfocar pude ver su cara... ¿Julia?
¡No podía ser! Volví a notar la aguja atravesándome la piel
y, poco tiempo después, la calma más absoluta… Tenía
mucho sueño y aunque no quisiera, los ojos me pesaban
cada vez más y me parpadeaban lentamente. ¡Yo había
escuchado esas risas antes!
Me costaba cada vez más tener la cabeza lúcida y
nuevamente el sueño me cubrió con su manto de oscuridad.
Me desperté dando un bote en la cama. Me sentía muy
mareada y angustiada, y seguía vestida con la misma ropa
con la que me acosté. Todo parecía haber sido una
pesadilla. Miré a mi alrededor, la silla estaba intacta. Si
hubiera sucedido lo que creía que había pasado, estaría
destrozada, pero no era así, se encontraba como nueva
junto al tocador. Juraría haberla dejado atascando la puerta.
Busqué alguna muestra más que me demostrara que no
estaba alucinando, que aquello realmente estaba pasando,
pero no encontré nada. No falta ningún objeto, no sentía
nada extraño en el cuerpo, solo que estaba muy cansada y
que parecía que estuviera incubando algo porque me
encontraba mal.
Me senté en el tocador al que recurría cada vez que
quería pensar detenidamente. Me observé en el espejo,
esperando encontrar alguna pista, pero nada. Empezaba a
considerar que mi madre podía llevar razón y que me
estaba volviendo loca de remate. Comencé a llorar como
una niña, pero de repente recordé que, para probar la
eficacia del cuchillo, había hecho unas marcas en la silla de
madera por debajo del asiento.
Le di la vuelta a la silla a toda prisa y...
¡No estaban! ¡Las jodidas marcas que había hecho la
noche anterior habían desaparecido! Ahora sí que estaba
perdida por completo. ¿Quién estaba jugando con mi salud
mental? ¿Quién podía ser capaz de estar ahogándome en
mis propios miedos e intentando que todo el mundo me
tachase de loca?
Al darme cuenta de la gravedad del asunto, salí del
apartamento con la idea de ir esquivando a todo el mundo.
A fin de cuentas, no sabía de quién me podía fiar. Intentaría
llegar a la entrada del residencial sin ser vista y así poder
largarme de allí a toda prisa y sin mirar atrás.
Abrí la puerta con cuidado y fui sacando la cabeza poco a
poco. Miré a un lado y a otro, para comprobar si venía
alguien. El pasillo estaba vacío, así que aproveché para salir
corriendo. Me metí hacia la izquierda pasando por las
puertas de los otros apartamentos; por suerte ningún vecino
salió en aquel momento. Escuché risas que parecían
provenir de la sala de estar que había al final del pasillo.
Una sala con ventanales gigantes que daban al monte; tenía
cómodos sofás individuales y una gran pantalla de
televisión. Me fui aproximando y en mi cabeza retumbaban
más y más fuertes las risas. ¿Por qué mi cerebro tenía esas
risas tan clavadas? De repente tuve un flashback. ¡Esas
dichosas risas eran como las que escuché anoche cuando
entraron en mi apartamento!
La curiosidad superaba el miedo que tenía en aquel
momento, aceleré el paso y sigilosamente llegué a la puerta
de la sala, que estaba entreabierta, me asomé con sumo
cuidado de no ser vista y... ¡Dios mío! ¡Sabía que me
sonaban esas risas! Allí estaban Julia y el señor Guzmán,
cuchicheando y riéndose como dos imbéciles. ¿Se estarían
riendo de lo que me estaban haciendo por las noches? ¿De
cómo querían dejarme de loca ante mi madre? Pero..., ¿qué
ganaban ellos con todo eso?
No me importaban todas esas respuestas, solo quería
salir de aquel lugar ya. Me metí a mano derecha, donde
continuaba el pasillo, esta vez el doble de largo, con más
puertas, pero por suerte, a mitad de él había una gran
puerta a mano izquierda que iba derecha a un ascensor.
Abrí la puerta blanca adornada con pequeños ventanales
intentando hacer el menor ruido posible. Llamé al ascensor
y mientras llegaba, aproveché para echar un vistazo por los
pasillos de atrás por si alguien me había seguido o habían
mandado a alguien a buscarme.
Finalmente, escuché el sonido del ascensor abriendo sus
puertas y entré a toda velocidad en él, sin darme cuenta de
que había alguien dentro. Agaché la cabeza para que no
pudiera verme el rostro; estaba temblando, histérica. No
sabía quién me habría deparado el destino que me
encontrara. Pensé salir del ascensor, pero era demasiado
tarde, las puertas se habían cerrado. Cerré los ojos, solo
quería llorar, cuando de repente, noté una mano sobre mi
hombro y una voz bastante familiar que consiguió
calmarme.
—Tranquila, no pasa nada.
Abrí los ojos y vi a Clara. Una parte de mí me suplicaba
que la abrazara y le contara todo lo que me había estado
sucediendo. Pero la otra me decía que no le dijera nada, que
en cuanto pudiera, huyera de allí. Si mi vecina, a la que
tanto aprecio le tenía, había sido capaz de hacerme todo
eso. ¿Quién me aseguraba que no hubiera alguien más
metido en esto?
Tras un rato en estado de shock y Clara hablándome con
dulces palabras, en estado de calma absoluta, pensé que no
podría hacer gran cosa yo sola ante esa situación tan
complicada.
—¿Quieres que nos vayamos a los jardines de fuera a
tomar un poco el aire? Te vendrá bien y te ayudará a
tranquilizarte.
Asentí con la cabeza, así me aseguraba de que nadie
más podía escucharnos y se lo contaría todo, para ver qué
opinaba ella. No parecía sorprenderle nada de lo que le
estaba contando, tampoco me dio la sensación de que fuera
cómplice. Era como si supiera algo.
—Estoy contigo, intentaré ayudarte en todo lo que
pueda. ¿Te parece bien que esta noche vaya a tu
apartamento y me quede contigo? Así, si esos dos locos
vuelven a atacarte, seremos dos para defendernos.
—Es estupendo, al menos esta vez estaremos en
igualdad de condiciones si vienen. Además, estoy
cansadísima y encima el malestar general que tengo
últimamente va a peor, y me cuesta actuar con rapidez
cuando me despiertan en mitad de la noche. Solo tengo
ganas de echarme en la cama y dormir un mes seguido.
Quedamos en que iría al trabajo como cada mañana,
para no levantar sospechas, y que por la tarde vendría a mi
apartamento sin que la viera nadie. Nos despedimos y cada
una se fue por su lado, como si nada pasase.
Clara llegó a media tarde al apartamento, iba de
incógnito, con un pañuelo en la cabeza y unas grandes
gafas de sol que le ocultaban bien el rostro. Estuvimos un
rato hablando del plan de actuación de aquella noche.
—A ver qué te parece esto. Yo me quedaré en el sofá
expectante para comprobar qué ocurre y saber si
verdaderamente están entrando por las noches, o son
sueños tuyos tan reales que te parece que lo estás viviendo.
—Creo que no lo estoy soñando, pero me alegra que
estés aquí para salir de dudas.
—Veo que no te encuentras muy bien, duerme tranquila
y descansa mientras yo vigilo.
No le rebatí, estaba agotada física y mentalmente.
Apenas tardé segundos en conciliar el sueño…
Me desperté. Eran las dos de la madrugada, miré el sofá
a ver si Clara se había dormido o seguía vigilando, pero no
estaba. ¿Qué le habría pasado? ¿Me había dejado tirada al
ver que lo que estaba pasándome era un lío demasiado
gordo como para involucrarse?
Me levanté descalza para evitar hacer ruido y me dirigí al
aseo por si estaba allí. Pegué la oreja a la puerta para ver si
oía algo y escuché a Clara hablar. Me asusté muchísimo.
Pensé que me había mentido, que ella también estaba
metida en esta mierda y se encontraba con alguien
planeando que hacer conmigo.
De repente, otra vez el ruido del pomo girando
lentamente. Esta vez los iba a pillar, e iba a salir de dudas
sobre quién o quiénes eran los que estaban detrás de todo.
Estaba pegada a la puerta del aseo y corrí directa hacia allá
como alma que lleva el diablo para intentar bloquear la
puerta antes de que pudieran abrirla. Pero no me dio tiempo
y la maldita puerta se abrió. Esta vez tenía los ojos bien
abiertos y pude ver con claridad que quién se hallaba tras la
puerta era el señor Guzmán. Sorprendido al verme de pie,
se abalanzó sobre mí y me cogió fuertemente para echarme
en la cama e intentar inmovilizarme. Tras él entró Julia,
llevaba una jeringuilla en la mano, que no dudó en
pincharme en cuanto pudo. Di un fuerte grito llamando a
Clara que aún seguía en el aseo.
—¡CLARAAAAA! ¡AYÚDAMEEEEE!
Escuché la puerta del aseo abrirse, y justo antes de que
el sueño se volviera a apoderar de mí, escuché a Clara
nombrar a un tal Lucas.
12

Aquella situación era escalofriante, ya no sabía qué más


podía depararme ese puto sitio. Después de lo visto, me
podía esperar cualquier cosa. Era todo extremadamente
raro, absurdo e inquietante. Abrí la puerta número once,
parecía una sala de estudio o una biblioteca presidida por
un escritorio bastante amplio, lleno de libros por todas
partes, lápices y notas borrosas. De repente me vinieron a
la cabeza todas las horas que pasé en un sitio similar a ese,
estudiando día y noche para poder aprobar la carrera de
Derecho. Me costó muchísimo, pero gracias a ese esfuerzo,
ahora puedo sentirme orgulloso de ser quien soy y de
trabajar en algo que me gusta, aunque no siempre defiendo
a las personas más íntegras, también tengo que defender a
gente sin escrúpulos, que se merecen estar entre rejas el
resto de sus miseras vidas.
En la habitación, aparte de estanterías con libros,
también vi que, sobre otro escritorio, había un portátil
abierto. Si aún funcionaba podía usarlo sin problema, ya que
tenía uno exactamente igual, de la misma marca y modelo.
Me acerqué emocionado de pensar que podía pedir ayuda
online, pero como no, estaba apagado, sin batería y lleno de
polvo.
Busqué entre los cajones del escritorio por si encontraba
el cargador, pero tampoco hubo suerte. No me quedó más
remedio que irme de allí, con la decepción de salir igual que
entré, sin nada que pudiera ayudarme o darme alguna pista
de cómo salir.
La puerta doce fue una de las más extrañas. La abrí, una
fuerte luz me cegó, era muy blanca. Pasados unos
segundos, aquella luz fue bajando de intensidad y mis ojos
pudieron adaptarse. Cuando pude ver qué había tras ella,
no me lo podía creer. Daba a un jardín lleno de césped, olía
a recién cortado. Era como un parque que tenía caminos
empedrados y bancos blancos por todas partes.
Hacía un día espléndido de sol. A lo lejos había personas
paseando y niños volando cometas. En un principio no me lo
creí, parpadeé varias veces por si era otra mala pasada de
mi cabeza o mis ganas locas de encontrar gente a la que
poder contarle lo que me estaba pasando. Al comprobar que
era real, o al menos lo parecía, me dispuse a cruzar la
puerta, pero justo en ese momento escuché una fuerte
voz… Bueno, más bien un grito que retumbó detrás de mí.
—¡NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ!
Como acto reflejo, me giré rápidamente por si era algún
guardia de seguridad o alguna enfermera, y como aún
sujetaba el pomo, cerré la puerta sin querer.
No había absolutamente nadie en esa maldita sala. ¿De
dónde cojones había salido esa voz? Cabreado por la
situación, volví a abrir la puerta para meterme en aquellos
jardines con gente real y largarme de allí echando hostias.
Pero la puerta se había atascado, no podía girar el pomo. ¡Si
hacía un momento abría sin problema! Eso no se iba a
quedar así, era la mejor puerta que había abierto y me iba a
ir por ella como fuera.
Cogí dirección hacia la puerta cuatro, donde estaban las
herramientas, y cuando no había dado más de diez pasos, a
mi espalda escuché las bisagras de una puerta abrirse. Giré
la cara hacia la puerta que acababa de intentar abrir, pero
seguía cerrada a cal y canto. En su lugar se había abierto la
número trece. A esa todavía ni me había acercado a ver qué
había dentro.
Sin dudarlo dos veces me fui hacia ella, quizás alguien
desde dentro había abierto, porque otra explicación no
tenía. Al echar un vistazo, vi un coche estrellado en una
carretera de montaña, esa carretera no concordaba con las
calles de aquel pueblo.
Volví a escuchar una voz a mi espalda, pero esta vez me
sonaba: era Marta.
—¡Leo, vuelve!
Me giré para ver donde estaba, por fin me había
encontrado. Pero al darme la vuelta, seguía sin haber nadie,
solo las malditas puerta y yo.
Me volví loco al escucharla, tenía tantas ganas de verla y
saber que estaba bien. Empecé a chillar su nombre, pero
como respuesta solo obtuve silencio. Quería creer que
aquello había sido real, que Marta estaba buscándome, para
llevarme a casa.
Volví para acercarme a aquel coche, pero la situación
había cambiado. ¡Qué puñetera costumbre tenía aquel lugar
de cambiar las cosas a su antojo! Ahora esa puerta daba a
una calle de aquel pueblo. No quise volver a perder la
oportunidad de poder salir y, sin más, crucé la puerta y
regresé a la calle. Al salir no quise ni mirar atrás. Aquel
lugar ya me estaba dando miedo así que, como pude, con
mi pierna lesionada, corrí, corrí y seguí corriendo. Lo único
que veía eran más negocios abandonados, casas iguales al
resto y un tétrico parque desértico.
Llegué a la comisaría del pueblo, aunque tampoco
parecía haber nadie. Recorrí aquel sitio registrándolo todo,
sin encontrar nada de mi especial interés. Pasé a la zona de
las oficinas; aquel sitio parecía haber sido evacuado en
cuestión de minutos, no se habían molestado ni en cerrar
las puertas. Sobre las mesas había papeles, bolígrafos y
restos de envoltorios de comidas basura.
En la zona de los calabozos, todas las verjas
permanecían abiertas y hallé algunas que otras esposas
sobre los bancos del interior. Me dio un poco de grima. Lo
único que me faltaba era que hubiera algún loco agresivo
suelto y con la suerte que tenía seguro que me topaba con
él. Aunque pensándolo bien, al menos tendría compañía y
no solo eso, lo mismo, hasta nos hacíamos buenos colegas.
Total, yo estaba volviéndome también loco en ese lugar.
Al pasar los calabozos, llegué a otra sala; parecía que era
donde recibían las llamadas. Los teléfonos no tenían línea y
los ordenadores no encendían. Quizás no cerraron las
puertas, pero sí bajaron los diferenciales. A la salida miraría
si era por eso por lo que no había electricidad.
Cogí un walkie-talkie que había en una de las mesas y
tras pulsar el botón, hablé pidiendo ayuda y preguntando si
alguien me escuchaba... Pero parecía no emitir señal
alguna, lo mismo tampoco funcionaba.
Decidí que era hora de salir de la comisaría. Me quedé
con el walkie por si en algún momento pudiera tener
contacto con alguien. Justo cuando estaba saliendo de aquel
sitio, escuché una voz que venía del walkie. Parecía estar
llamando a un enfermero, pero no estaba del todo seguro de
lo que había escuchado. Lo que sí que sabía a ciencia cierta
era que el aparato aún funcionaba. Eso me dio esperanzas.
¿Se habrían cruzado las líneas con algún centro médico?
¿O alguien al otro lado me había escuchado y pensaba que
era un enfermero? A mí me daba igual, lo que quería era
que me escucharan y pedir auxilio.
Volví a cogerlo y apreté el botón.
—¿Hola, me escucha alguien? Por favor, responda. Si me
está escuchando, estoy perdido en un pueblo en medio de
la nada. ¡Necesito ayuda urgentemente, joder!
Solo se oían interferencias, como si la persona del otro
lado estuviera muy lejos y la señal no fuera nítida y no nos
entendiéramos. De repente, empezó a parpadear una luz
roja y no se escuchó nada más, la batería se había acabado
por completo y no había allí más aparatos de voz con los
que poder comunicarme.
Tenía que encontrar el cuadro eléctrico… Si era porque
estaba bajado el diferencial, con subirlo tendría ordenadores
con los que poder pedir auxilio. Por fin lo encontré. Estaba
detrás de una puerta que daba a un despacho. Al diferencial
no le llegaba corriente, así que no era por comisaría, era por
un apagón en todo el pueblo.
Se me echó la noche encima, debí de estar muchas horas
metido en aquella sala llena de puertas. Opté por volver a
meterme en la casa en la que había dormido la noche
anterior y descansar. A la mañana siguiente iniciaría la
marcha para salir de allí en busca de otro sitio y ver si tenía
más suerte.
Cuando me desperté, no quise perder el tiempo. Cogí las
medicinas que había encontrado en el consultorio, una
botella de agua y me largué «pitando».
Anduve durante mucho rato, no sabría decir cuánto. El
reloj se me había parado estando en aquella sala de mierda
el día anterior. Por el camino solo encontré carretera y más
carretera. Seguía sin pasar ni un solo coche, ni animales, ni
pájaros tan siquiera. Estaba completamente solo y
«desangelado». No podía detenerme, estaba en medio de la
nada y necesitaba urgentemente que alguien me auxiliara.
Llevaba tres días sin comer, aunque no tenía ni chispa de
hambre, mi estómago estaba cerradísimo. Pero no era de
extrañar, después de lo que había sufrido mi cuerpo con
toda esta locura.
Mis piernas andaban por inercia. El pueblo más cercano
parecía estar a «tomar por culo». Por fin, a lo lejos, pude ver
algo en la carretera; parecía un vehículo. Empecé a correr
pidiendo ayuda, gritando a todo lo que daban mis
pulmones. Al ir acercándome, me di cuenta de que el coche
estaba atravesado en la carretera. ¡No podía ser, otro
maldito accidente! Pero esta vez estaba yo para auxiliar a
quien hiciera falta.
Me paré en seco, no me podía creer lo que estaban
viendo mis ojos, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y
casi me desmayo al ver la escena de cerca…
¿Cómo cojones podía estar mi puñetero coche allí tirado?
Yo había tenido el accidente antes de entrar en aquel pueblo
y ahora estaba a la salida. ¿Quién estaba jugando conmigo?
¿Qué conseguirían haciéndome pasar por toda esta mierda?
Fuera quien fuese, tenía un control extraordinario de la
situación y unos buenos recursos, para desplazar un coche
reventado a otra ubicación. Esto me estaba superando a
unos niveles que mi cuerpo no podía resistir por más
tiempo.
Me acerqué a mi coche, que estaba aún más destrozado
de lo que yo recordaba. Empecé a notarme aturdido, la
respiración me iba más deprisa, notaba que cada vez me
faltaba más el aire. Me apoyé en el vehículo para intentar
tranquilizarme, pero fue imposible. Todo empezó a darme
vueltas y finalmente mi cuerpo golpeó fuertemente el
asfalto.
13

¡No podía estar más feliz! Mi novio se llevaba


estupendamente con mis padres y yo con mis adorables
suegros. Cuando iniciamos la relación tenía miedo de que
saliera mal. Habíamos apostado mucho por ella; yo le rompí
el corazón a un chico estupendo y Mateo tuvo que afrontar
la verdad, dejar su miedo al compromiso atrás y sincerarse
conmigo. Pasaron algunos años y, aunque estábamos
decididos a irnos a vivir juntos, teníamos que esperar. Mateo
estaba metido en un proyecto muy grande y hasta que no
estuviera finalizado, no podíamos buscar una casa. No me
importaba, lo único que quería era que él fuera feliz y se le
veía muy ilusionado con eso.
Finalmente, el proyecto salió adelante y con la ayuda de
sus padres consiguió terminarlo.
—Te prometo que en cuanto el psiquiátrico arranque y
tenga algo de estabilidad, buscaremos la casa que tanto
ansiamos.
El comienzo de cualquier negocio es agobiante y
estresante, pero estaba convencida de que todo saldría
como estaba previsto, se lo merecía. Era un hombre con
unos valores increíbles y un corazón que no le cabía en el
pecho. Había dedicado parte de su juventud a crear el hogar
perfecto para su hermano. Era su manera de asegurarse de
que Lucas tendría todo lo necesario para que fuera feliz y
estar siempre a su lado.
El psiquiátrico se inauguró y fue todo un éxito, empezó a
tener sus primeros pacientes y las críticas eran tan buenas,
que en pocos meses estaba casi todo el complejo cubierto.
Estábamos todos alucinando con la gran aceptación que
había tenido, teníamos la esperanza de que fuera bien, pero
no a ese nivel tan brutal.
Pero poco le duró la felicidad a Mateo… Un día, estando
en el psiquiátrico, su madre lo llamó llorando.
—Hijo, tu padre ha sufrido un infarto y ha fallecido.
—No puede ser, mama. Esta misma mañana he hablado
con él y se encontraba bien.
—Ya, cariño. Yo tampoco me lo creo.
Lo pasamos todos fatal, fue muy repentino y no nos lo
esperábamos ninguno.
Tras ese gran golpe, Mateo no daba abasto. El negocio le
requería mucho tiempo, y su madre había entrado en una
depresión profunda por la muerte de su marido. La mujer se
tiraba todo el día metida en la cama sin apenas comer;
parecía como si quisiera dejarse morir para irse con el amor
de su vida.
Yo iba todos los días a verla y a estar con ella mientras
Mateo trabajaba, intentaba animarla a que saliera un rato,
pero nunca quería.
—Tiene que comer algo. Está muy débil y su hijo está
muy triste de verla así.
—Solo quiero descansar, no me encuentro bien y no
tengo hambre.
Comía prácticamente obligada, cada día que pasaba
empeoraba. No sabíamos qué hacer, estábamos
desesperados. En varias ocasiones intentamos llevárnosla a
la clínica para que estuviera controlada por profesionales.
—Mamá, vente a la clínica. Allí estarás mejor y más
atendida. Hazlo por mí. Permanecer encerrada en casa hace
que te encuentres más decaída.
—No, hijo, de verdad. Aquí estoy más tranquila, y en
estos momentos es lo que necesito. No insistáis más, por
favor.
Tuve que marcharme fuera de España, me destinaron
unos meses al extranjero y no podía negarme. Lo hice con
todo el dolor de mi corazón porque dejaba a Mateo solo en
esto, pero era mi trabajo y me debía a él.
Hablaba con él todos los días, su madre iba a peor, no
había manera de hacerla entrar en razón y finalmente un
día Mateo me llamó devastado.
—Mi madre ha fallecido. No han podido hacer nada por
ella.
—Lo siento muchísimo, cariño. Me encantaría estar
contigo en este momento tan duro para apoyarte, pero
sabes que es imposible.
—Lo entiendo perfectamente. Solo quería que lo
supieras. Además, tenía que oír tu voz para calmarme. Todo
esto es una mierda, no sé cómo lo voy a aguantar.
—Eres un hombre fuerte y puedes con todo. Tu hermano
y yo te necesitamos, así que no te vengas abajo. Esta noche
te llamo en cuanto salga del trabajo y hablamos. Te quiero.
—Y yo a ti.
Unos meses después volví a España, estaba deseando
ver a mi chico y a mis padres, para achucharlos hasta
dejarlos sin aliento. Aquellos meses se me hicieron eternos.
Sabía que, aunque mis padres estaban pendientes de
Mateo, el pobre lo estaba pasando muy mal tras perder a
sus padres tan repentinamente.
Cuando llegué, me encontré las cosas mejor de lo que
esperaba. El psiquiátrico estaba en boca de todos y Mateo
había conseguido el traslado de Lucas; era lo que más
ansiaba. A fin de cuentas, había hecho todo aquello para
eso mismo, para estar con su hermano y lo había
conseguido.
Por fin empezaba a sonreír y a evadirse un poco de todo
lo que había sufrido.
Pasaba el tiempo y los hermanos volvían a ser «uña y
carne», como cuando eran niños. Mateo no paraba de
hablarme de su hermano y cada vez que lo hacía parecía un
padre orgulloso de su hijo, daba gusto verle así, tan feliz y
apasionado.
Al tiempo me volvieron a mandar fuera. Esta vez me iba
tranquila, sabía que estaba todo en orden y no había motivo
para pensar que nada malo iba a suceder en mi ausencia.
Mandé a mis padres a una de las mejores residencias que
Mateo me aconsejó. Ambos presentaban demencia por su
edad y no estaba dispuesta a que les pasara algo en mi
ausencia.
Eran tan buenos que, cuando los senté en el salón de
casa para explicarles que me iba muy lejos por trabajo, y
prefería que se quedaran en un lugar donde pudieran
cuidarlos igual o mejor que yo, no pusieron problema
alguno.
—Me gustaría que mientras estoy fuera os vayáis a un
sitio donde os van a tratar genial y vais a estar bien
atendidos. Me haríais muy feliz si decís que sí. Necesito irme
tranquila sabiendo que no os va a pasar nada.
—Claro que sí. Ya sabes que nosotros solo queremos tu
felicidad, y si eso es lo que te hace feliz, no tenemos ningún
problema. ¿A que no, cariño?
—Por supuesto que no. Será como si estuviéramos de
vacaciones. ¿Tienen piscina?
—Cómo eres, mamá. Me gusta que siempre mires el lado
positivo de las cosas.
Fue un gran alivio saber que estarían controlados y si
pasaba algo me avisarían enseguida. Además, Mateo me
prometió que iría a visitarlos para que no se sintieran solos
y les costara menos la adaptación.
Uno de los días, hablando con Mateo, me dijo que Lucas
quería conocerme y que creía que su hermano por fin
estaba preparado para ello. Yo tenía muchas ganas, sabía
que nos íbamos a llevar genial.
Lucas, debido a su enfermedad, la esquizofrenia, era un
hombre desconfiado e impulsivo. Teníamos que ir poco a
poco para que todo saliera bien. Así que empezamos a
hablar por teléfono mientras yo me encontraba tan lejos,
para que cuando volviera y nos viéramos en persona, fuera
menos impactante para él y para mí, claro. No sabíamos
cómo podía salir la idea, pero apostamos por ella. Era tan
imprevisible que nunca podías saber por dónde te podía
salir.
Hablaba con Mateo casi todos los días y un par de veces
a la semana me pasaba con su hermano para charlar un
rato y contarnos nuestras cosas. Con el paso del tiempo las
conversaciones eran más fluidas y personales, nos hicimos
buenos amigos.
La estancia en el extranjero esta vez requería más
tiempo de lo que en un principio me dijeron, pero el trabajo
era así: sabía cuándo me iba, pero nunca cuando volvía.
Estaba inmersa en mi labor humanitaria como enfermera,
pero nunca dejaba de estar en contacto con los míos. Se me
estaba haciendo cuesta arriba el trabajo, tan lejos de todos
ellos y por tanto tiempo. Mis padres eran mayores y yo ya
no era tan joven como para llevar en danza ese ritmo
frenético de trabajo.
Empezaba a plantearme seriamente lo que tantas veces
me había propuesto Mateo: trabajar en su psiquiátrico como
enfermera. Podía ser una buena idea, así no tendría que
separarme nunca más de ellos. Pero no le iba a decir nada
de esto a él, iba a ser una sorpresa que me guardaría para
que, llegado el momento en el que viera mi currículum allí,
se llevara la sorpresa de su vida.
Redacté mi currículum, lo imprimí y lo mandé por
correspondencia al centro. Me parecía más seguro que lo
recibiera en mano y no por email, ya que él recibía cientos
al día y podía borrarlo sin darse cuenta. Así era como se
hacía en nuestra época; no había tanta tecnología y era
todo como más personal, de tú a tú. Ahora está todo tan
informatizado que, si se va la red eléctrica, a ver qué haces.
Siempre he pensado que como el bolígrafo y papel nada.
Mateo pensaba igual que yo, por eso en su clínica, aparte
de estar todo informatizado, como marcan los tiempos de
ahora, también lo tiene todo impreso y guardado en
archivadores.
Un día recibí un mensaje de Mateo algo extraño porque
no era de enviar mensajes. Él siempre me llamaba: Clara,
me he dado cuenta de que ya no siento por ti lo mismo.
Quiero que me olvides y que no vengas en mi busca, porque
mi decisión es firme e irrevocable. Cuídate y sé feliz. Hasta
nunca.
En cuanto lo leí, intenté contactar con él, pero el móvil
estaba apagado. Llamé a la clínica para que me pasaran con
él y me diera una explicación, pero me dijeron que había
rechazado la llamada.
Todo aquello no me encajaba, no era propio de Mateo
actuar de ese modo. No sabía qué le podía haber pasado
para dejarme de esa manera. ¿Se había enamorado de otra?
Pero, aunque así fuera, no estaba bien actuar de ese modo
con tu pareja de tantos años. Éramos adultos, no dos niños
para dejar la relación por mensaje.
Pasaban los meses y no sabía nada de él. Se acabó el
trabajo allí y me tocaba regresar a casa.
Sorprendentemente, al día siguiente de mi vuelta, me
llamaron del psiquiátrico.
—Buenos días. ¿Es usted Clara?
—Sí soy yo, dígame.
—Le llamo de la clínica psiquiátrica. Hemos visto su
currículum y nos gustaría hacerle una entrevista.
—Claro, sin problema. Dígame fecha y hora y allí estaré.
¡Era una broma! Tenía que ver a Mateo con mis propios
ojos y saber que había pasado, por qué me había hecho eso
y cuál había sido el motivo.
Cuando llegué a la clínica, una administrativa muy maja
me llevó al despacho del director Mateo Guzmán. ¡Estaba
que me daba algo! Entré y allí estaba, sentado frente a su
mesa, ojeando unos papeles. Cuando levantó la cabeza para
mirarme y saludarme, me quedé sin aire.
—Tome asiento, por favor. Mi nombre es Mateo Guzmán y
soy el director de esta clínica. He visto su currículum y la
verdad que tiene un buen perfil para trabajar con nosotros
si lo desea.
Yo estaba alucinando, aquello parecía una mala broma.
¡No era Mateo! Era Lucas, su hermano y tenía a toda la
clínica engañada, pero a mí no podía engañarme. Ese
hombre no tenía escrúpulos.
Le seguí la corriente. Lucas no sabía quién era yo y eso
me daba ventaja. Necesitaba ese trabajo para saber qué le
había pasado a Mateo. Por suerte el puesto fue mío y en
cuanto me incorporé a mi nuevo trabajo, empecé a
investigar todo lo que estaba ocurriendo en la clínica de mi
novio.
Pasaban las semanas y me estaba costando dar con algo
que me diera indicios de donde podría estar Mateo. Allí
nadie se había dado cuenta del estafador que había
suplantado su identidad. La verdad es que hacía su papel a
la perfección. Parecía que se había estudiado bien el guion
para no salirse del personaje. A veces hasta a mí me
costaba diferenciarlos.
Me chirriaba mucho la relación que tenía con otra de las
enfermeras llamada Julia. Ella parecía estar al tanto de
alguna que otra cosa, no sé, no la veía trigo limpio.
Cuchicheaban mucho y casi siempre se les veía juntos.
Yo seguía con mis pesquisas de acá para allá,
preguntando sutilmente a los pacientes y al personal del
centro, para ver si sacaba algo en claro, pero poca cosa
podía sacar. Todo parecía estar en orden y nadie
sospechaba absolutamente nada.
Habían pasado unos meses desde mi incorporación como
trabajadora de la clínica, cuando entró una chica llamada
Marta. Era una joven muy agradable y educada, llegó con su
madre, una señora muy bien vestida, de más o menos mi
edad y algo altiva. Nos reunieron a todo el personal para
advertirnos sobre ella.
—Nos hemos reunido todos porque quiero daros a
conocer el estado de una paciente que acaba de ingresar.
Se llama Marta y cree firmemente que se ha mudado a un
residencial. Tenemos la obligación de seguirle la corriente
hasta que su psiquiatra considere oportuno. Es
contraproducente sacarla de la fantasía que su cerebro ha
creado. Padece un fuerte TEPT y necesitamos estabilizarla
para que no empeore su estado mental.
Con el paso de los días empecé a hacer amistad con
Marta. Vivía en su mundo de fantasía y era feliz pensando
que todo estaba bien. Aquí había pacientes de todo tipo,
pero la verdad que ella era una de mis preferidas. Estaba
convencida de que yo era la chica de la limpieza, y si ella lo
había decidido así, pues así sería.
Había cogido mucha confianza conmigo, aunque yo no
era su enfermera, era esa tal Julia. Cuando la veía por los
jardines, me acercaba y nos poníamos a hablar, me contaba
todo sobre su vida, tanto la de ahora como la de antes. Yo la
aconsejaba, pero siempre con cuidado para no liarla más de
lo que estaba la pobre.
Lo que nunca me hubiera imaginado es que aquella
chica, tan adorable, iba a ser la que me ayudara a desvelar
toda la trama que se había montado en aquella clínica.
14

Abrí los ojos. Hacer ese simple gesto, me costó muchísimo,


parecía como si quisieran estar en constante oscuridad y
calma. Apenas me sentía con fuerzas, más que para
respirar. Me encontraba como en una especie de sueño, en
el que la gravedad me hacía tener los movimientos
ralentizados y torpes. Estaba claro que me habían dado
algún tipo de tranquilizante, que por lo visto era para
caballos o se habían pasado con la dosis. La estancia se
hallaba prácticamente a oscuras, apenas entraba un poco
de luz por una pequeña ventana que tenía la puerta de la
habitación. Me incorporé de la cama como pude, estaba
medio grogui por lo que me habían suministrado, pero tenía
que hacer por espabilarme y ver qué podía hacer para salir
de allí.
No sabía el tiempo que había estado en ese sitio, ni qué
habían hecho conmigo. Lo que sí tenía claro era que me las
iba a pagar; esta vez no se iba a ir de rositas, pagaría por lo
que me había hecho y no iba a tener compasión alguna por
él.
Me había pasado toda la vida pendiente, para que no le
faltara de nada y que estuviera lo mejor posible, y mira
cómo me lo había pagado: dándome un golpe a traición por
la espalda y fugándose, para dejarme encerrado en la parte
alta del psiquiátrico donde residen los pacientes más
inestables y peligrosos que tenemos.
En algún momento alguien tendría que echarme de
menos y buscarme. La primera sería Clara que, aunque esté
fuera de España, le extrañará que no la haya llamado ya
que hablo con ella a diario. También están los trabajadores
que de sobra saben que es raro que falte un día a mi puesto
de trabajo, y si lo hago, llamo para ver si va todo bien.
Sabía que Lucas era capaz de muchas cosas, pues así me
lo había demostrado a lo largo de nuestra vida, pero nunca
me hubiera imaginado que sería capaz de hacer daño a su
propio hermano. Con todo lo que lo había apoyado y
cuidado. No sabía dónde se había metido haciéndome todo
esto. En cuanto saliera de aquí, iba a ir en su busca para
que recibiera su merecido.
Estuve gritando lo poco que me permitía el estado
lamentable en el que me había dejado mi querido
hermanito.
—¡SOCORRO! ¿HAY ALGUIEN QUE PUEDA AYUDARME?
NECESITO SALIR DE AQUÍ… ¡SOY MATEOOOOOOOO!
Pero por allí no pasaba nadie. Me miré la muñeca para
ver en el reloj la hora que era, por si era el tiempo de las
comidas y venía alguien a quien pedir ayuda, pero el muy
cabrón me lo había quitado. Me examiné bien y me di
cuenta de que no solo me había quitado el reloj, es que el
muy jodido me había puesto su ropa.
En esos momentos era un puñetero clon de mi hermano,
teniendo en cuenta que se había hecho un cambio de look
reciente, igual al mío, y encima éramos gemelos. Eso me
demostraba que tenía planeado de antemano fugarse del
centro, de ahí su cambio de imagen y la ropa que me pidió.
¡Qué ingenuo fui! Pensando que era para darle buena
impresión a Clara, y resulta que eso no le importaba una
mierda. Había estado jugando conmigo todo este tiempo, y
encima le había solicitado el traslado de su amiga del otro
centro; seguramente me lo pidió para que lo ayudara a
escapar.
No me quedaba otra que esperar a que viniera alguien y
pedir ayuda. Sabía a ciencia cierta que era imposible salir
de aquella habitación. Las había diseñado a prueba de
bombas, para que nadie pudiera salir de ella sin que lo
sacase algún profesional del centro.
Me acosté de nuevo en la cama a esperar mientras
reflexionaba en todo lo que había pasado. Me tuve que
quedar dormido porque noté que alguien me pinchaba. Me
desperté de inmediato y le cogí del brazo. Mi intención era
decirle quien verdaderamente era y que me dejara salir de
allí, pero mi sorpresa fue encontrarme a Lucas cara a cara.
Me quedé petrificado. Además, el sedante que me estaba
poniendo era jodidamente fuerte. Seguramente me estaba
pinchando algo más aparte del sedante.
Empecé rápidamente a sentirme aturdido, se me acerco
al oído y me susurró:
—Ahora te toca a ti vivir la vida de Lucas Guzmán,
querido hermanito.
Cuando desperté, no podía creer lo que había pasado. Mi
hermano estaba en la clínica haciéndose pasar por mí y
nadie se había dado cuenta de ello. ¿Qué pasaría con Clara?
¿Se daría cuenta de que ese no era yo, o también caería en
la farsa de Lucas?
¡Dios mío! ¿Cómo iba a salir de esta si todo el mundo
estaba engañado? Se había preparado a conciencia mi
papel, estaba convencido de ello. Me había acribillado a
preguntas estos últimos meses, había hecho lo imposible
por hablar con Clara para saber más sobre ella, y se había
ocupado de que le trajera a su leal amiga del otro centro
para vete tú a saber qué.
Esto no podía estar pasándome a mí, apenas me estaba
levantando de un golpe, cuando recibía otro. ¿Tan mal lo
estaba haciendo? ¿Acaso no merecía ser feliz? Ya no sabía
que pensar, todo me salía mal y no conseguía entender por
qué.
Escuché cómo trasteaban la puerta. Rápidamente me
levanté de la cama y salí corriendo hacia ella, pero antes de
alcanzarla, tropecé y caí al suelo; estaba muy torpe. No me
dio tiempo a nada. Fuera quien fuese, me dejó en el suelo
una bandeja con comida y agua, y cerró la puerta
rápidamente, sin darme ninguna opción. Empecé a gritar.
—¡¡¡¡EEEEHHHHHH!!!! ¡NO SOY UN PACIENTEEEEE! ¡SOY
MATEO, EL DUEÑO DE TODO ESTO!
Era inútil, solo escuchaba a lo lejos el lamento de algún
que otro paciente de aquella ala del psiquiátrico.
Lo que no entendía era cómo mi hermano había
conseguido mandarme a aquella parte de la clínica sin
levantar sospechas de los trabajadores. Todos ellos sabían
de sobra lo importante que era para mí Lucas. No me
cuadraba que no pensaran que algo raro pasaba cuando, de
la noche a la mañana, decidiera cambiarlo al ala más
peligrosa del centro así sin más. Lo mismo era que nadie
cuestionaba esa decisión por haberla tomado el director, o
que no hubiera contado con nadie y lo hubiera hecho sin ser
visto. Los empleados de esta parte de la clínica son
diferentes a los de la parte baja, debido a la peligrosidad de
estos pacientes, con lo cual, podía haberse inventado otro
traslado o cualquier cosa fantástica que se le hubiera
ocurrido.
Me puse a comer, estaba famélico. ¡A saber el tiempo
que llevaba sin ingerir algo sólido! Me daba la impresión de
que me habían tenido durante un largo tiempo sedado y
alimentándome por sonda. Estaba claramente más delgado
y masacrado que la última vez que estuve en la habitación
de Lucas.
Tuvo que hacerlo así, dejándome fuera del juego, para
asegurarse que nada se le escapaba de las manos hasta
tenerlo todo bien atado y encauzado.
El tiempo pasaba y no sabía qué podía hacer para
cambiar mi situación, estaba continuamente siendo drogado
y eso no me permitía mucha lucidez para poder pensar en
algo. Hasta que un buen día empecé a escuchar más ruido
de lo normal, parecía como si alguien nuevo hubiera
entrado y estuviera desquiciado por su ingreso. No paraba
de chillar y de dar golpes, finalmente al buen rato cesaron.
Yo me encontraba aún bajo los efectos de lo que me
estaban administrando, pero me daba la impresión de que
la que estaba chillando como una energúmena era Clara. No
sabía si eran mis ganas locas de salir de allí para estar con
ella, alguna alucinación por los narcóticos o si era
verdaderamente real.
Me levanté tambaleándome y me senté en el suelo,
pegado a la pared de la habitación y empecé a dar
golpecitos para ver si estaba en lo cierto. Sí que parecía
estarlo porque de nuevo empezó a chillar. Aquella voz era
idéntica a la de mi novia. No me entraba en la cabeza cómo
podía haber llegado hasta allí. A no ser que ella hubiera
venido del extranjero, se hubiera pasado por la clínica para
ver que me pasaba, por qué no respondía a sus llamadas ni
daba señal de vida alguna, y entonces Lucas, antes de que
se descubriera todo, la hubiera raptado, al igual que había
hecho conmigo.
Empecé a llamarla para ver si me respondía.
—Clara, cariño. ¿Me oyes? Soy Mateo, estoy en la
habitación de al lado.
Pero era imposible que me oyera. Apenas me salía la voz
y ella estaba otra vez chillando sin cesar. Cuando por fin se
calmó volví a llamarla, esta vez algo más fuerte, lo que me
permitía mis pocas fuerzas. Pareció oírme, porque empezó a
decir mi nombre.
—¿Mateo, eres tú?
El corazón me dio un vuelco. Estaba junto a Clara, el
amor de mi vida, y solo nos separaba una puñetera pared.
—Sí, cariño. Soy yo, Mateo.
Escuché cómo empezaba a llorar. A mí se me partió el
corazón al escucharla tan frágil e indefensa.
—Quiero que estés tranquila, estamos juntos y vamos a
salir airosos, ya lo verás. Lucas no se va a salir con la suya,
no consentiré que te pase nada malo.
Ni yo mismo sabía qué tenía planeado mi hermano, pero
tenía que tranquilizarla de alguna manera. Pensaba pararle
los pies a Lucas, aunque me fuera la vida en ello. Ya me
daba todo exactamente igual. Estaba dispuesto a cualquier
cosa para que Clara no sufriera con todo esto.
15

Marta llevaba un rato durmiendo. Le dije que aprovechase


que yo estaba allí con ella para que descansara. Tenía que
estar pasando un infierno por su situación y el cansancio en
su rostro era cada vez más evidente. Además, últimamente
la estaba viendo con muy mala cara, parecía como si todo lo
ocurrido le estuviera costando una enfermedad. Viendo que
descansaba plácidamente, aproveché para ir al baño, donde
ella no podría escucharme, para continuar con el trabajo
que había venido a hacer.
Estaba completamente centrada en lo que hacía cuando
escuché ruidos fuera. Parecía un forcejeo. Quise salir
corriendo para ver que estaba sucediendo, pero antes, tenía
que dejarle a Marta escondidas las pistas de lo que llevaba
descubierto hasta ahora en algún lugar donde solo ella
pudiera encontrarlas.
Busqué lo más rápidamente posible un buen escondite.
Sabía que Marta estaba en lo cierto e iban a volver aquella
noche a seguir con su plan. Pero lo que no esperaba es que
fuera tan pronto. Pensaba que me iba a dar tiempo a dejarlo
todo listo y estar preparada para recibirles, pero no fue así.
Lo que más rabia me daba de todo era que nadie la creía,
que todo el mundo suponía que era otro delirio más de ella.
Fuera quien fuese, estaba aprovechándose de la
enfermedad de una chica joven e indefensa que sufría un
brote psicótico.
No podía imaginarme lo que le estaban haciendo, con
qué fin entraban por las noches en su cuarto. Lo que sí que
sabía era que algo estaba pasando allí e iba a poner todo mi
empeño y dedicación en descubrirlo. Ni en mis peores
pesadillas hubiera sospechado lo que allí estaba pasando,
había venido a encontrar respuestas y cada día estaba más
sorprendida de lo que iba descubriendo.
Mi plan en un principio era otro, pero no podía dar de
lado a una joven que me necesitaba. Había dedicado toda
mi vida a ayudar al prójimo y no iba a ser diferente esta vez.
La cosa empezaba a ponerse muy tensa. Los ruidos eran
cada vez más intensos y Marta me llamaba desesperada.
Sin perder más tiempo, encontré el escondite perfecto,
guardé las pruebas y me dispuse a salir corriendo para
auxiliarla. Pero no me dio tiempo a nada, cuando abrí la
puerta del aseo, me topé de bruces con Lucas. Me quedé
paralizada ante aquella situación y mi única reacción fue
pronunciar su nombre.
—¿Lucas?
Él rápidamente reaccionó dándome un fuerte empujón,
que me hizo retroceder varios pasos hacia atrás. Con tan
mala suerte, que terminé tropezando y cayendo de
espaldas, para finalmente golpearme la cabeza con el borde
de la bañera.
Me desperté y me encontraba tumbada en una cama.
Miré a todos lados, no sabía dónde me encontraba, no me
sonaba aquel lugar tan lúgubre. Me dolía la parte trasera de
la cabeza muchísimo y al incorporarme, noté algo pegajoso.
Palpé con la mano temblorosa la zona para descubrir que
era sangre. Había manchado toda la cabecera y parte de la
cama. No sabía cómo había llegado hasta allí, pero sí
recordaba estar en la habitación de Marta, a la que
intentaba proteger y que de nada había servido. También
recordaba haber descubierto que detrás de todo estaba
Lucas. ¿Qué tenía que ver Lucas con Marta? No entendía por
qué le estaba haciendo eso a la pobre chica. Este hombre se
encontraba mucho peor de lo que pensaba; no tenía
escrúpulos ni corazón. Era capaz de hacer cualquier cosa
para conseguir lo que se propusiera. Le daba igual todo y
todos mientras consiguiera su objetivo. Lo llevaba haciendo
toda su vida y no iba a cambiar nunca.
Me encontraba en un cuarto, sin ventanas ni ventilación;
tan solo veía la puerta, con un cristal pequeño en ella, que
era lo único que dejaba pasar un poco de luz. La suficiente
para poder observar lo que había dentro de aquella
habitación, que no era más que una cama, un pequeño
lavabo y un váter. Suponía que seguía dentro del centro,
pero aquel lugar era una zona donde nunca había estado.
Me puse nerviosa, empecé a pedir auxilio, grité sin cesar
una y otra vez.
—¡¡¡¡¡SOCORROOOO, AYUDAAAA, POR FAVOR QUE
ALGUIEN ME AYUDEEEEEE!!!!! ¡¡¡¡¡ME HAN ENCERRADO SIN
MI CONSENTIMIENTO!!!!! ¡¡¡¡¡LUCAS SE ESTÁ HACIENDO
PASAR POR SU HERMANO MATEO!!!!!
Estuve gritando durante bastante tiempo hasta que la
voz no daba más de sí. Por allí no pasaba nadie, ni se oían
voces que me hicieran saber que me estaban escuchando.
Si Marta no veía pronto, las pruebas que le había dejado
escondidas en el aseo, no me encontraría. No le había dicho
a nadie en lo que me había metido. No estaba segura de lo
que me iba a encontrar una vez empezara mi investigación,
así que opté por no meter a nadie en este lío. Mis padres
eran demasiado mayores como para esa preocupación.
Además, aunque hubiera ido a la residencia a contárselo, a
las pocas horas, ambos lo habrían olvidado.
Mi esperanza cada vez se veía más truncada… Si Marta
era la única que podía ayudarme y la gente la tachaba de
loca. ¿Cómo iban a creerla?
Me había metido en un buen lío y no tenía ni la más
remota idea de cómo salir de él.
Después de estar un buen rato pensando en las posibles
opciones, se me antojó escuchar un leve ruido. No sabía qué
o quién era, ni de donde provenía, pero volví a gritar de
nuevo con todas mis fuerzas. Me mantuve un tiempo sin
emitir ni un solo ruido y prestando atención a todo lo que
pudiera escuchar. El sonido parecía proceder de una
habitación contigua, pero era tan débil que apenas podía
entender nada. Me acerqué a la pared de la derecha, donde
estaban situados los sanitarios, y pegué la oreja a la fría
pared de tacto liso. Presté más atención que en toda mi vida
y escuché una voz que susurraba mi nombre. Pensé que
podía ser Mateo, pero me costaba reconocer esa voz tan
susurrante, de la potente voz que tenía él. Empecé a
llamarlo y le pregunté si era él, quizás estos meses de
investigación habían dado sus frutos. La persona que había
tras el muro, la cual parecía un alma en pena, sin apenas
fuerzas, me contesto que sí...
Por fin lo había encontrado, sabía que algo malo le había
pasado y mira si estaba en lo cierto. Me puse a llorar como
una magdalena, no podía creer que, después de todo,
finalmente lo hubiera encontrado. Él me calmó y empecé a
contarle con todo lujo de detalles lo que había pasado desde
su supuesto mensaje hasta ahora.
—No me lo puedo creer, sé que mi hermano Lucas está
mal, pero no a tanto nivel como para idear ese astuto plan.
—Mateo. ¿Conoces a una chica llamada Marta?
—No me suena ese nombre. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque tu hermano y una enfermera que trabaja aquí
llamada Julia están haciéndole daño a esa chica por las
noches y no sé con qué fin.
—No tengo ni la menor idea de que pretende mi hermano
con esa muchacha. No conozco a Marta ni tampoco a Julia.
Ninguna de mis enfermeras se llama así.
—Entonces...
—A lo mejor la ha contratado él, al igual que ha hecho
contigo el muy cretino.
Si aquella situación entre ambos dos me parecía extraña,
ahora no me cabía duda de que estaban compinchados en
esto. Julia sabía perfectamente que Mateo no era quien
decía ser, que era Lucas y estaba suplantando la identidad
de su hermano gemelo.
Mateo y yo estuvimos hablando largo y tendido, habían
pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Se sinceró
como nunca antes lo había hecho, me contó todo lo que
había pasado con su hermano desde la adolescencia.
Siempre había sido muy hermético con su vida privada, y yo
nunca quise agobiarlo con eso, porque no iba a conseguir
nada. Ahora lo comprendía todo, era normal que no quisiera
decir nada y se lo guardara todo para él. Creo que en su
situación yo hubiera actuado igual, tiene que ser muy difícil
afrontar eso y que encima la gente opine sin saber.
Después de escuchar todo aquello comprendí que Marta
estaba en verdadero peligro y teníamos que ayudarla como
fuera, esos dos locos iban a por ella y nadie la creía. Ahora
tocaba lo más difícil: idear un plan para salir los dos de allí,
ayudar a Marta y destapar todas las barbaridades que
estaban pasando en el psiquiátrico. Una tarea que no iba a
resultarnos nada fácil.
16

Una mano grande y cálida me hizo recobrar el conocimiento


al notar que alguien me tocaba la cabeza. Fuera quien
fuese, me acariciaba el pelo con delicadeza y ternura, algo
que echaba en falta más que nunca después de haber
pasado por este infierno. Al abrir los ojos ya había
atardecido, y junto a mí se encontraba un hombre de
avanzada edad que me estaba tendiendo la mano para
ayudarme a levantarme del suelo. Me quedé mirándolo
como quien ve un fantasma, tenía el pelo completamente
blanco y una gran barba frondosa. Esperaba que mi cabeza
no estuviera jugándomela de nuevo, como le había dado
últimamente por hacer y fuera real aquella escena. Le tendí
la mano, la agarró fuertemente y tiró de ella para que
pudiera levantarme sin apenas hacer esfuerzo.
—Muchas gracias, buen hombre. ¿Dónde estamos?
—Creo que has tenido un accidente, estabas tirado en la
carretera inconsciente. Me ha costado un rato despertarte.
—El accidente lo tuve hace varios días y he estado en un
pueblo abandonado a unos kilómetros de aquí. ¿Sabría
usted decirme cómo se llama este lugar?
Aquel señor era atento y servicial, parecía querer
ayudarme, pero no contestaba a ninguna de mis preguntas.
—Hijo, tienes que volver con tu familia, seguro que te
estarán echando de menos.
—Eso es lo que quiero, pero antes tengo que saber
dónde estamos para que puedan venir a buscarme.
Empecé a ponerme tenso ante la situación. Por fin veía a
alguien después de varios días interminables y parecía él
también estar desubicado. No quería pagar con aquel buen
hombre mi mala suerte. Además, lo único que intentaba era
ayudarme. Él seguía en sus trece.
—Hijo, sabes perfectamente cómo salir de aquí, coge tu
coche y vuelve a casa. No hagas más esperar a los tuyos,
están deseando abrazarte.
Pensé que se trataba de algún abuelo de aquel pueblo
que tenía demencia o Alzheimer, porque aquello no era
normal.
—¿Dónde vive usted? ¿Ha venido solo, o paseando con
alguien?
Pero él, como quien oye llover, de vuelta a lo mismo, que
me marchara de allí, que tenía que volver a casa. ¡Eso era lo
que más deseaba! ¿Pero cómo iba a hacerlo si mi coche
seguía destrozado? El Seat seguía allí, pero al mirarlo me di
cuenta de que no estaba en medio de la carretera como
estaba antes de desmayarme, ahora estaba aparcado en el
arcén.
Quise acercarme al vehículo, pero al empezar a andar
mis pasos eran torpes, cada vez tenía menos fuerza para
aguantar todo aquello. Aquel señor, al ver mi tambaleo, se
acercó rápidamente a mí, me cogió del brazo y se lo pasó
por detrás del cuello para que no me cayera. Al llegar al
turismo, comprobamos que parecía estar en mejores
condiciones, como si alguien lo hubiera reparado mientras
yo estaba inconsciente. ¿Qué cojones había ocurrido? Este
lugar no paraba de darme sorpresas.
Empecé a reírme a la vez que se me caían las lágrimas.
Mis emociones eran contradictorias. Por un lado, sentía
alegría de ver que con el coche podía volver a tomar la
carretera y largarme de allí. Y por otro miedo, porque no
entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando.
Pero empezaba a acostumbrarme a ese tipo de situaciones,
era mi día a día desde que había tenido el dichoso
accidente.
El hombre se echó a reír al ver mi reacción.
—Hijo, tienes que irte, se te va a hacer tarde y seguro
que están todos esperándote.
Me daba igual cuál fuera la explicación a aquella
completa locura, solo quería volver a casa para asegurarme
de que Marta estaba bien, ver a la familia y olvidarme de
todo lo vivido esos días. Abracé a aquel buen hombre con
tanta fuerza que a punto estuvimos de caer los dos al suelo.
—Mil gracias, no es que me haya despejado muchas
dudas, pero ha sido muy amable conmigo. Cuídese y hasta
otra, querido amigo.
Me metí en el coche y empecé mi marcha. Ahora sí que
no pararía hasta llegar a casa viera lo que viera y pasase lo
que pasase.
Conduje despacio, pero sin parar en ningún momento.
Después del accidente, le había cogido más respeto a la
carretera, no quería correr para terminar en otro pueblo con
el coche nuevamente accidentado.
Empezó a anochecer, era una noche muy oscura y por
aquella carretera solitaria no había iluminación, o si la
había, no estaba funcionando, por lo que tuve que encender
la luz de largo alcance para poder ver bien el camino…
Aquello parecía «la boca del lobo».
Recorrí varios kilómetros, cuando de repente, a ambos
lados de la carretera, empecé a ver a gente andando en
dirección contraria a mí. Esto volvía a coger su matiz tétrico
de siempre. Aun llevando la luz larga, no parecía molestarle
a ninguno. Como no me hacían ninguna señal de que les
molestara, no cambié de posición las luces, quería ver bien
aquella escena que cada vez era más escalofriante. Eché los
seguros, no me fiaba de nadie, aunque parecían no darle
importancia a que estuviera pasando un coche junto a ellos.
Iban en fila india, todos con la cabeza gacha, con lo cual no
pude verle la cara a ninguno.
Reduje gradualmente la velocidad para ver aquella
situación más detenidamente. Además, me daba miedo que
a alguno se le fuera la cabeza y se abalanzara contra el
morro del coche. Si iba despacio, no le haría tanto daño si
esa situación ocurría.
Cuando estaba llegando a los últimos de la fila, empecé a
pensar en una explicación de por qué en el pueblo no había
ni un alma. Lo mismo era que habían tenido que ser
evacuados por un aviso de sanidad, algún escape de una
fábrica cercana, o algo por el estilo, y ahora estaban
volviendo a sus casas porque el problema se había
solucionado. Quién sabe, a lo mejor hubo una fuga de gas
tóxico que provocaba alucinaciones y yo había estado
inhalando todos los días que estuve allí aquel compuesto, y
por eso me habían pasado todas esas cosas tan raras.
Eso me dio qué cavilar. ¿Y si todo lo que me había
pasado en el pueblo no había sido real? Desde luego que
era la mejor opción para darle sentido a todo lo vivido días
atrás. De ser así, no tenía ni la más mínima idea de las
consecuencias que tendría haber estado expuesto durante
todo ese tiempo a una sustancia tóxica y peligrosa.
Las piezas empezaban a encajarme después de tanto
divagar. Al pasar a todas aquellas personas y no quedar
nadie más en la carretera, miré por el espejo retrovisor,
para contemplar por última vez a aquel gran grupo de
personas que volvían a casa, aunque no se les veía muy
entusiasmados con la idea.
En vez de pueblerinos que volvían a su hogar para
continuar con sus vidas, parecían almas en pena que iban
directas al purgatorio para ser juzgadas por sus actos en la
tierra y darles definitivamente su sitio; en el cielo, si habían
obrado bien, o en el infierno, si habían sido malos en su vida
terrenal.
¡Pero qué coño! ¿Quién cojones era aquel encapuchado
totalmente vestido de negro? Estaba al final del grupo, justo
en el centro del pasillo que todos ellos dejaban a su paso.
Miraba hacia mi coche, quieto, inerte, aquello más que un
grupo de pueblerinos cansados, parecía una puñetera secta
que acudían a la llamada de su líder. Ahora sí que pisaría el
acelerador para alejarme rápidamente de allí y no volver a
pisar aquellos parajes jamás en mi vida.
Aceleré la marcha, estaba deseando ver luces que me
indicaran que estaba cerca de la ciudad, pero aquello
parecía un túnel oscuro interminable. Puse la radio, quería
tener algo de compañía por el camino, pero solo se
escuchaban interferencias. Cambié de emisora varias veces,
para ver si tenía suerte y en algún momento pillaba señal y
podía escuchar algo, pero ninguna emisora parecía recibirla.
Justo cuando iba a quitar la radio para poner la música
que llevaba en el CD, escuché una voz, parecía una mujer,
dejé la emisora un rato para ver si terminaba de coger la
señal y así poder enterarme de lo que había pasado en el
mundo en mi ausencia. Seguían las interferencias, pero de
vez en cuando se podía distinguir la voz de una mujer
hablando, se cortaba bastante la señal, así que no entendía
lo que estaban diciendo.
Iba poco a poco dejando atrás las grandes montañas que
me rodeaban y la emisora empezaba a ser más nítida. Entre
interferencias, que cada vez eran más pequeñas, pude
escuchar.
—Sigue luchando…
Cansado de no poder oír nada más y ver que por allí no
había manera de coger buena señal, puse el CD, eso sí que
no me iba a fallar, ya que no necesitaba señal alguna para
reproducirse, lo llevaba insertado dentro de la radio, era de
música variada. Empezó a sonar y pude distraer un poco la
mente que la tenía saturadísima de tantas y tantas jodidas
locuras.
En toda mi vida me hubiera imaginado lo que el destino
me tenía preparado. Si alguien me hubiera dicho lo que me
iba a suceder en estos días, me habría reído en su cara y lo
hubiera tachado de loco. Parece ser que el dicho ese que
dice que la realidad supera la ficción, es completamente
cierto, o al menos en mi caso se ha cumplido sin dejar lugar
a dudas.
Llevaba un buen rato tranquilo escuchando la música,
cuando de repente se puso la radio sola, otra vez las
interferencias y la voz de fondo hablando sin apenas poder
entenderla. Le di al botón para cambiar de nuevo al CD,
pero no iba, volvía a hablar de nuevo la voz femenina.
—Cariño, te echamos de menos, vuelve a casa.
Esa voz...
Juraría que acababa de escuchar a mi madre, pero no
podía ser. A no ser que me estuvieran buscando como locos
y hubieran ido a algún programa de radio para anunciar mi
desaparición. Dejé la emisora por si podía escuchar algo
más y salir de dudas de que era eso lo que estaba pasando,
que mis padres estaban en la radio.
Volvían otra vez las dichosas interferencias. ¡Maldita sea!
¡Tenía la suerte en el culo! Mientras conducía, seguía
pendiente por si podía entender algo, esperaba que no se
terminara el programa para volver a escucharla, los echaba
muchísimo de menos.
Ahora parecía la voz de mi padre.
—Hijo, despierta. Tenemos pendiente ir de pesca juntos.
Me lo prometiste.
¡Despierta! ¿Qué quería decir mi padre con despierta?
17

Unos gritos fuera, en el pasillo, me hicieron abrir los ojos y


levantarme sin remolonear como solía hacer de costumbre.
Siempre me costaba la vida salir de la cama y últimamente
aún más. Con todo lo que me estaba pasando, apenas
dormía. Además, cada día que pasaba mi salud iba
menguando considerablemente. Lo mismo era todo a
consecuencia de la falta de sueño. Me incorporé de
inmediato y me senté al borde de la cama intentando
entender lo que estaba pasando, a que venía tantísimo
alboroto. Pero no hubo suerte, solo se oía a varias personas
hablar muy elevado y mucho murmullo de fondo.
Me dirigí a la puerta, las piernas me fallaban, me había
despertado sin apenas fuerza, muy débil, pero lo achaqué al
cansancio acumulado de siempre. Como pude, llegué a la
puerta y me apoyé en la pared para no desplomarme. La
abrí un poco, lo suficiente para escuchar mejor sin ser vista,
tenía mucha curiosidad por saber qué le estaba pasando a
mis locos vecinos. Quizás también tenían problemas con
Julia y el señor Guzmán, como me estaba pasando a mí y lo
mío no era un caso aislado.
Lo primero que vi fue a una mujer de mediana edad, no
me sonaba de que viviera aquí, aunque he de decir que no
conozco ni a la mitad de ellos. Llevaba su bolso bajo el
brazo izquierdo y con el derecho tiraba de una chica joven,
haciendo el amago de llevársela de allí.
La señora gritaba dirigiéndose al señor Guzmán.
—¡Los voy a denunciar por mala praxis, me habéis
engañado!
¿Mala praxis? Aquello no lo entendí muy bien, pero
supuse que aquella señora no sabía ni lo que quería decir
eso.
—Mi hija va últimamente medicada de más, medio
grogui, y me asegurasteis que aquí iba a estar mejor que en
el anterior sitio. Me la voy a llevar a casa y no voy a permitir
que nadie me detenga.
En un principio, tanto Julia como el casero, intentaron
convencerla de que allí su hija estaría mejor que en su casa.
—Señora, hemos tenido que recurrir a esos medios
porque la situación así lo requería.
—Me da igual, con mi hija no vais a jugar. No es ninguna
cobaya de vuestros experimentos. O salgo de aquí por las
buenas con mi hija, o llamo a la Policía y les cuento todo lo
que ha sucedido.
Se les transformó la cara a ambos, apareció pánico en
sus rostros y rápidamente cambiaron su comportamiento.
Julia, muy educadamente, les pidió permiso para coger la
maleta que tenía la muchacha a su lado. Mientras, el señor
Guzmán, poniendo un tono más cortés al hablar, les pidió
que por favor le acompañarán a su despacho, que iba a
tramitar los papeles para que se pudieran marchar sin más
dilaciones.
Me quedé a cuadros. Seguramente a aquella pobre chica
le estaban haciendo lo mismo que a mí, solo que esa madre
si creía a su hija. No como la mía que me tachaba de loca.
¡Pero vaya dos caraduras sin escrúpulos! Le habían dicho
a aquella buena señora en toda su cara que estaban
drogando a su hija porque la situación lo requería. ¿Qué
situación ni qué nada? Todo aquello me parecía absurdo, un
casero drogando a sus inquilinos y encima tenía la
desfachatez de reconocérselo a una de las madres. ¿Y eso
de arreglar los papeles para que se pudieran marchar? ¿Les
iría a devolver la fianza del apartamento porque se sintió
intimidado cuando la mujer nombró a la policía?
Cuando terminó el espectáculo, decidí darme un baño
para relajarme, así tendría las ideas más claras para pensar
en una vía de escape de aquel manicomio que había elegido
como casa. ¡Anda que si hubiera sabido todo lo que iba a
pasarme aquí, no me habría mudado ni de coña!
Al salir de la bañera, mientras me secaba y me vestía,
me acordé de que Clara se había quedado a dormir la noche
anterior, para ayudarme con los ataques que estaba
sufriendo durante las madrugadas.
Con el jaleo que se había montado fuera se me había
olvidado por completo, además me encontraba tan mal que
el hecho de pensar me daba la sensación de que me haría
explotar la cabeza. Me terminé de vestir pensando en qué
habría pasado con ella, si estaría compinchada con Julia y
Guzmán o, por el contrario, los había pillado.
Al agacharme para coger las deportivas, me di cuenta de
que debajo de la bañera, concretamente en el hueco que
dejaban las patas al elevarla del suelo, había algo. Al
acercarme y meter la mano para sacar el objeto, vi que era
una caja de tamaño mediano. Estaba bien escondida, tenías
que fijarte mucho para verla. Me puse las deportivas y
saqué aquella caja para llevármela al tocador, quería ver
qué contenía. La abrí y vi que había una pequeña grabadora
y varias cajas de casete con sus respectivas cintas dentro,
excepto una de ellas que estaba vacía. En el canto llevaban
escritas a boli diferentes fechas, la que estaba vacía,
marcaba fecha de ayer mismo. Eso me indicaba que me la
había dejado Clara para mí, o que la había escondido donde
primero pilló antes de que los otros dos degenerados lo
descubriesen. Al abrir la grabadora, la cinta que faltaba
estaba allí puesta.
Desde luego que a Clara no le gustaba mucho la
tecnología de hoy en día. Me lo había comentado en varias
ocasiones y esto me corroboraba que era totalmente cierto.
A la vista estaba de que, en vez de usar una grabadora con
memoria integrada, como las de ahora, usaba las de cinta
de casete de toda la vida.
Me dirigí a la mesilla y saqué del cajón los auriculares
que tenía conectados al MP4. Si aquellas cintas me las había
dejado escondidas Clara, no quería que nadie más las
escuchara. Quizás aquí me relataba lo que ella sabía y no
pudo revelarme el día que me sinceré con ella.
No podía esperar. Quería comenzar a escuchar cuanto
antes lo que me aguardaba aquella grabadora. Entonces,
llamaron a la puerta y casi sin esperar respuesta, la abrieron
rápidamente. Menos mal que fui rápida y me dio tiempo a
esconder todo aquello en el cajón de la mesilla.
Era Julia. ¿Cómo se le ocurría venir a mi apartamento
después de lo que me estaba haciendo con su querido
amigo? ¡No se podía tener la cara más dura y ser más cínica
que esa mujer! Lo mismo seguía pensando que me había
tragado la trola que me dijo que era todo un sueño y mi
subconsciente me estaba jugando una mala pasada.
Hizo como si no hubiera sucedido nada en absoluto, pero
ya no la podía ver con los mismos ojos. Estaba tan amable
como siempre y, con esa cara de no haber roto un plato, me
preguntó:
—Hola, cariño. ¿Te has tomado hoy la medicación para
los vértigos?
¿Que si me había tomado la medicación? Me mordí la
lengua para no gritarle todo lo que opinaba de ella. ¡Si
quería jugar, íbamos a jugar!
—Sí, no te preocupes. Eres un encanto, gracias por estar
siempre pendiente de mí. No sé qué haría sin ti.
Le sonreí y sutilmente la acompañé a la puerta.
—Disculpa, Julia. En estos momentos iba a bajar a la
cafetería a tomar algo, estoy hambrienta.
—Claro que sí, cariño. Solo he pasado para recordarte la
medicación y ver como estabas.
Salimos las dos juntas de la habitación, llevábamos unos
pasos cuando me hice la despistada.
—¡Seré tonta! Se me ha olvidado coger el libro que me
estoy leyendo. Disculpa, Julia. Tengo que volver a mi
apartamento a por él.
—Vale, a ver si luego nos vemos.
—Sí, seguro que sí.
Y tanto que seguro. Esta misma noche para ser exacto
pedazo de bruja, pensé. No quería gente así cerca de mí,
ese tipo de personas me dan tanto asco, que su simple
presencia me genera ansiedad.
Volví a casa para coger el bolso, eché dentro las citas, la
grabadora, los auriculares y bajé a la cafetería para
escuchar las grabaciones. Al llegar, vi que había mucha
gente, todos estaban hablando de lo sucedido en el pasillo,
pero ninguno mantenía una conversación inteligente.
Aquello más que un edificio de vecinos respetuosos parecía
un patio de guardería. Me acerqué a la barra.
—Hola, Abel. Me pones cuando puedas un solo doble bien
cargado para llevar, por favor.
—¡Marchando un solo doble para la chica más guapa de
la cafetería!
—Ja, ja, ja, ja. Qué zalamero eres.
—Solo con las clientas especiales.
Me guiñó un ojo y poco después me puso el café. Salí de
allí y fui a los jardines en busca de un lugar apartado y
escondido, para estar tranquila y no volver a tener más
interrupciones.
A lo lejos, donde empezaban los muros que limitaban el
residencial, vi varios árboles de cerezo. Estaban preciosos y
además emanaban una gran sombra en la que poder
resguardarme. Me senté en el césped, conecté los
auriculares a la grabadora, me recliné apoyando la espalda
en el tronco y cerré los ojos para prestar más atención a lo
que Clara había relatado en aquellas cintas:
—Hola, Marta. Soy Clara y en estos momentos me
encuentro en el baño de tu habitación. Si estás escuchando
esto, es porque la cosa no ha salido como esperaba.
Seguramente esta mañana hayas vuelto a amanecer sola y
desubicada. Puedo llegar a saber qué se te estará pasando
por la cabeza y lo asustada que estarás, pero Marta, ahora
seguramente sea yo la que necesite tu ayuda. Si las cosas
son como me imagino, posiblemente esté en grave peligro,
date toda la prisa que puedas para encontrarme. Necesito
que seas valiente, escuches una a una todas las cintas por
orden de antigüedad, y solo así podrás descubrir todo lo que
está sucediendo.
Al escuchar esas palabras, me recorrió un escalofrío por
todo el cuerpo. No entendí bien a qué se refería cuando me
decía, que la cosa no había salido como ella esperaba. Me
sonaba a que estaban todos metidos en este jaleo y ella, al
querer desvincularse para poder ayudarme, hubiera sufrido
las consecuencias de su cambio de bando.
Lo que más chocante me parecía era el hecho de pensar
que Clara estuviera en peligro y que no acudiera a algún
compañero de trabajo de aquel residencial, sino a una
muchacha a la que ni su madre creía. Pero fuera cual fuera
el motivo de su decisión, no le iba a fallar, ella intentó
ayudarme y ahora me correspondía a mí hacer lo mismo.
Rebusqué con las manos temblorosas dentro del bolso y
saqué las cintas, guarde la que acababa de escuchar y
ordené las demás por semanas, cogí la primera de ellas, era
de varios meses antes de que yo alquilara mi apartamento.
Coloqué el casete en la grabadora, guardé la caja de
nuevo en el bolso y lo acomodé en mi espalda. Después de
lo que había escuchado y vivido, no me fiaba ni de mi propia
sombra. No quería que nadie supiera lo que me traía entre
manos.
—Soy Clara Fernández. No sé si alguien escuchará estas
cintas o, por el contrario, haya sido todo una pérdida de
tiempo y no sea necesario todo esto, pero mientras
descubro la verdad, quiero que quede constancia de todo lo
que está pasando. El motivo por el que estoy aquí
investigando, es porque hace unos meses mi novio me
mandó un mensaje en el que me decía que ya no quería
saber nada más de mí, que lo olvidara y que no fuera en su
busca, porque la decisión era firme e irrevocable. No me dio
más explicaciones, ni conseguí volver a hablar con él. No
quiero que se me malinterprete, no es que sea una novia
celosa y posesiva, simplemente es que, tras pasar varios
meses sin noticias de él, un buen día me llamaron para
hacerme una entrevista para trabajar como enfermera en el
centro psiquiátrico Guzmán. Aún no lo he dicho, pero mi
novio es Mateo Guzmán, el director de la clínica
psiquiátrica.
Tuve que parar la grabación: ¡CENTRO PSIQUIÁTRICO!
¡ENFERMERA!
O esto era una puñetera broma o me acababa de dar
cuenta, como quien no quiere la cosa, de que estaba
ingresada como paciente de un jodido psiquiátrico.
18

Me generaba mucha impotencia saber que Clara, la mujer


que más quería, estaba encerrada en la habitación de al
lado por mi culpa. Ella no merecía pasar por todo aquello,
por mucho que quisiera ayudarme, nunca se debería de
haber involucrado en esto. Pero claro, la pobre que iba a
saber que su querido cuñado, con el que tantas veces había
hablado por teléfono, le tenía preparada esta gran sorpresa.
No quise decirle nada a Clara para no preocuparla más de lo
que estaba, pero sabía que lo íbamos a tener complicado
para salir de allí. Había que tener en cuenta que
dependíamos de la ayuda de una interna del centro, que a
saber cuál era su diagnóstico. No había tenido el placer de
conocer a Marta, pero sabiendo lo que sé, seguramente
nadie la creería, pensarían que era otro más de sus delirios.
Lucas nos había encerrado en las habitaciones de
aislamiento de la tercera planta, la cual raramente
usábamos. Cuando construyeron el psiquiátrico, me dijeron
que también era necesario hacer ese tipo de habitaciones
para los pacientes más peligrosos y conflictivos, y aunque
no me gustaba la idea de tener a alguien en esas
condiciones, no me quedó más remedio que mandarlas
construir.
No tienen ventanas, era la mejor forma de que los
pacientes no se hicieran daño al intentar escapar por ellas.
En algunas las paredes son acolchadas, porque hay ciertos
pacientes que se autolesionan dándose golpes contra ellas.
La luz es controlada por el personal del centro, los pacientes
no disponen de interruptor alguno.
Lucas nos tenía desorientados, no sabíamos si era de día
o de noche. La única luz que entraba en las habitaciones era
de la pequeña ventana de la puerta. Seguramente Lucas no
encendía la luz del techo para que no llamáramos más la
atención del poco personal que pasaba por allí.
Cerré los ojos y empecé a imaginar que estábamos fuera
de allí Clara y yo. Pude sentir el aire del campo mientras
conducía mi coche, e íbamos alejándonos hasta llegar a una
playa desértica donde el mar nos estaba esperando para
regalarnos su brisa marina y el sonido de sus olas
golpeándose entre las rocas. Estábamos los dos cogidos de
la mano, paseando a la orilla de aquel maravilloso paraíso.
Un tremendo ruido en el pasillo me obligó a dejar de
soñar despierto, había sonado igual que cuando una
herramienta pesada cae al suelo. Rápidamente, mi cabeza
pensó que podía ser José, el jefe de mantenimiento. Él era el
único que recorría las plantas en busca de desperfectos sin
que nadie le pasara parte de trabajo. Me acerqué a la
puerta, miré por la ventana y grité con todas mis fuerzas
para asegurarme de que me oyera.
—¡¡¡JOSÉ, SOY MATEO!!! ¡¡¡JOSÉ, ME OYES!!! ¡¡¡NECESITO
QUE ME AYUDES!!! ¡¡¡JOSEEEEE!!!
—¿Quién me llama?
—¡José, soy Mateo! Sigue mi voz para encontrar mi
habitación.
Acto seguido vi la cara de José al otro lado de la puerta y
quise llorar. No me lo podía creer. ¡Con él allí estábamos
salvados!
—¿Por qué estás en aislamiento, Lucas?
—No soy Lucas, soy Mateo. Mi hermano se está haciendo
pasar por mí, el muy cabronazo.
Le conté todo lo que Lucas estaba liando. Mientras le
narraba, José parecía reticente. Viendo su cara de
circunstancia, opté por demostrárselo.
—Está bien, si no me crees, ve a la habitación de al lado.
Verás qué sorpresa te vas a llevar.
Se acercó a la puerta y estuvo un rato hablando con
Clara, no podía escuchar gran cosa, aquellas puertas eran
muy gruesas y apenas permitían que entrara sonido. Al
cabo de un rato volvió.
—Mateo, esto es de locos. ¿Cómo se le ha podido ir tanto
la cabeza a Lucas? Clara me lo ha confirmado todo, y no
solo eso, también me ha dicho que Marta está en peligro, y
posiblemente alguien más. Parece que Julia y Lucas están
haciendo barbaridades con los pacientes.
—José, no sé quién es esa tal Julia, pienso que mi
hermano la contrató cuando suplantó mi identidad. Creo
que ha metido personal nuevo en la clínica para tener
aliados en todo este asunto.
—Puede ser.
—¿Cómo es posible que nadie haya sospechado nada y
que esté campando a sus anchas haciéndose pasar por mí?
—Se lo ha montado bien el muy mamón. Hizo una
reunión con todo el personal para comunicarnos que había
trasladado a su hermano a otra clínica, o sea, a ti a otra
clínica. Que le estaba superando la situación de ver a Lucas
allí. Que lo había meditado mucho y era lo mejor para
ambos.
—Lo que más me sorprende es que nadie se haya
cuestionado esa decisión tan absurda. Todo el mundo ha
dado por hecho que soy capaz de hacerle eso a Lucas
sabiendo lo importante que es para mí mi hermano.
—La gente empezó a especular… Decían que todo
aquello era muy raro, pero en vez de ver que había algo
turbio, te culpaban diciendo que no eras tan bueno como
parecías, que te habías cansado de tener que cargar con tu
hermano y lo habías mandado a otro psiquiátrico para
librarte de él.
¡Estaba alucinando!, no podía dar crédito a lo que estaba
escuchando de mis propios empleados. Pensaba que
éramos como una gran familia, pero me habían
desilusionado al saber que podían pensar eso de mí.
Quien sabe, lo mismo al ver el comportamiento que
estaba teniendo tras aquella reunión el Mateo farsante, las
cosas le cuadraban más a los empleados para creer que el
director era un jodido hipócrita y mal hermano. A saber lo
que Lucas estaba haciendo en el centro, y cómo lo estaba
gestionando. No quería ni pensar en lo que estaría
tramando junto a la tal Julia.
—No te preocupes, bajaré a mi cuarto de mantenimiento,
cogeré las llaves de estas habitaciones y a la mayor
brevedad posible os sacaré de aquí. Tenéis que destapar
toda esta trama de mentiras y estafa.
—Gracias. Pensaba que no volvería a ver la luz del sol.
Estoy deseando abrazar a Clara. La tengo a escasos
centímetros y no puedo ni acariciarla.
—Puedes estar tranquilo, en breve estaréis los dos
fundidos en un fuerte abrazo.
Ahora nuestra suerte había cambiado, nos había
encontrado el jefe de mantenimiento. Él no tenía que
depender de nadie para sacarnos de allí, simplemente tenía
que bajar a su cuarto a por las llaves y pronto estaríamos
fuera.
Mientras esperábamos a José, Clara y yo nos pusimos a
hablar de lo que íbamos a hacer nada más salir de allí.
—Lo primero que vamos a hacer es ir a la residencia a
ver a tus padres y luego nos iremos a comer o a cenar. Todo
depende de la hora que sea.
—Perfecto y así celebramos haber salido ilesos de esta
locura y mi vuelta a España.
Pasaba el tiempo y empezábamos a perder la esperanza
de que José volviera; estaba tardando más de la cuenta. No
entendíamos que podía haberle sucedido. Lo mismo Lucas
lo había visto y estaba hablando con él sobre algo y por eso
su tardanza.
De repente escuché lo que parecía la verja abrirse y el
sonido de unas ruedas, pasados unos segundos las ruedas
se detuvieron. Me asomé a la pequeña ventana, pero no
conseguía ver a nadie por el poco espacio de visión que
tenía tras ella. Me senté en la cama a esperar a José y
entonces unos nudillos tocaron mi puerta, me asomé
rápidamente para ver qué le pasaba a José, por qué no nos
abría sin más, para salir pitando de allí y tras el cristal...
—¡Lucas!
Con cara de frívolo y una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Estás esperando visita, querido hermanito?
No le contesté, me limité a mirarlo con cara de odio,
pues era lo que sentía por él en ese momento, por todo lo
que nos estaba haciendo y sobre todo por Clara.
Comenzó a reírse como un loco al ver mi reacción a su
asquerosa pregunta.
—Tu querido amigo José está en la otra habitación de al
lado. Ahora sí que estás bien acompañado. A la derecha
tienes a Clara, el gran amor de tu vida, y a la izquierda a
José, tu única esperanza para salvaros. Siéntete dichoso por
mi gran generosidad, hermanito. No te vas a aburrir.
—¡Eres un hijo de puta!
—Cuida tus modales, hermanito, que somos hijos de la
misma madre.
—¡Me tienes hasta los huevos con lo de «hermanito»! No
eres mi hermano, eres un puto psicópata de mierda.
—Relájate, hermanito. Te veo muy alterado y te puede
dar algo. Disfruta de tu estancia en esta habitación, al igual
que yo lo he hecho en otras ocasiones.
—Si mamá y papá levantaran la cabeza, no creerían lo
que estás haciendo.
—Mamá y papá ya no están hermanito. No remuevas la
mierda que puede terminar oliendo demasiado, y eso no te
conviene en estos momentos.
—¡La mierda es tenerte como hermano! Espero que esto
te termine estallando en la cara, loco de los cojones.
—Bueno, veo que no estás de buen humor. Te dejo que
descanses. Nos vemos pronto, hermanito.
¿Cómo había descubierto que José iba a sacarnos de allí?
Lucas parecía ir cien pasos por delante de nosotros. Era
imposible que se le escapara algo, lo tenía todo bajo control.
Con José en la misma situación a la nuestra, pocas
posibilidades tendríamos de tener otro golpe de suerte para
que alguien más nos descubriese encerrados en aquella
planta del psiquiátrico.
19

No podía encontrarme peor de lo que ya estaba. Entre lo


mal que me sentía últimamente debido a mi salud y ahora
esto… Tenía la sensación de que no me podían ir peor las
cosas. Rápidamente, me quité los auriculares y eché dentro
del bolso la grabadora, me levanté y salí de allí corriendo
dirección hacia mi apartamento o lo que fuera eso, porque
ya no distinguía qué era real y que no.
Todo aquello me recordaba a una película que había visto
de pequeña. Iba de un hombre que vivía su vida
maravillosamente y a mitad de la peli descubría que todo
era un engaño, una farsa. Que realmente se encontraba en
un decorado y todo lo que había a su alrededor, personas y
cosas, eran ficticias. Así estaba, como aquel personaje de
esa película. Ya no sabía quién era cada cual, ni entendía
por qué me seguían el rollo y no me decían la verdad. Me
sentía como una imbécil a la que todo el mundo la había
engañado.
Lancé el bolso al sofá y me tiré en la cama, hecha un mar
de lágrimas. Solo quería desaparecer, dejar de existir para
no tener que afrontar la triste realidad de mi cabeza.
Me puse a pensar en todo lo que me había pasado desde
que me vine aquí a vivir. Empecé a entender muchas de las
cosas a las que antes no encontraba sentido. La mirilla de la
puerta, que no hubiera pestillo, cubiertos...
Me levanté y empecé a observar detenidamente todo el
apartamento. Juraría que era mucho más grande y me
acababa de dar cuenta que no tenía cocina. Claro, por eso
bajaba a la cafetería y Julia me traía la comida. Entonces
¿Julia no es mi vecina? ¡Es trabajadora también del centro!
¡Madre mía, qué locura!
Cogí el bolso del sofá para sacar el móvil, iba a llamar a
mi madre, quería que me diera una explicación de todo
esto, necesitaba repuestas y las necesitaba ya. Cuando
extraje el móvil y me dispuse a marcar, me llevé otro golpe
de realidad. ¡Era de juguete! ¡Una puñetera maqueta de un
terminal había sido el teléfono por el que había estado
hablando con mi novio!
¡Leo! ¿Dónde estaba Leo? ¿Era otra locura de mi
asquerosa mente? Como no podía hablar con nadie, porque
no quería que nadie de allí supiera que empezaba a
descubrir donde estaba en realidad, volví a ponerme los
auriculares para seguir escuchando las grabaciones de
Clara.
Salí del apartamento ensimismada, escuchando
atentamente la cinta, cuando bajando por la escalera me
tropecé con José, mi supuesto agresor. Menos mal que no
dije nada a nadie; en menudo lío hubiera metido al pobre
hombre sin tener culpa. Me hizo un gesto con las manos
llevándoselas a las orejas para indicarme que me quitara los
auriculares y me los quité.
—Marta, tengo que hablar contigo, es urgente.
Asentí con la cabeza, no entendía muy bien que podía
querer hablar conmigo aquel hombre, pero no me iba a
quedar con la duda. Nos fuimos a un lugar un poco más
apartado para que nadie pudiera oírnos. José no quería que
nadie se enterara de lo que me tenía que decir. Estaba muy
nervioso y no paraba de mirar a todas partes para
asegurarse de que nadie nos había visto juntos.
—He hablado con Clara. Sé dónde está. Tienes que estar
preparada porque os voy a sacar de aquí. Presta atención,
Mateo no es Mateo, es Lucas, su hermano gemelo, que los
ha encerrado en la tercera planta del psiquiátrico. Mientras
voy a mi taller por las llaves de las habitaciones donde
están encerrados, tienes que esperarme cerca del ascensor
de la primera planta. Ten cuidado, nadie puede sospechar lo
más mínimo de todo esto.
Me costó entenderle, hablaba muy rápido y
atropelladamente. Sudaba mucho y se le notaba que estaba
histérico por la situación. No sabía qué pensar de todo
aquello, pero me daba igual. Iba a salir de allí e iba a
colaborar en todo lo que me pidiese. Quería volver a casa
con mi madre para estar a salvo y entender por fin que
estaba pasando en realidad.
—Cuenta conmigo. Te esperaré donde me has dicho, pero
no te demores mucho. Tengo miedo de encontrarme con el
señor Guzmán y más ahora sabiendo todo lo que me has
contado.
Asintió con la cabeza y se marchó, pero justo antes de
doblar la esquina, vi cómo el señor Guzmán lo interceptaba
y se puso a hablar con él. Me quedé mirándolos para ver si
salía airoso de aquel delincuente. A los pocos minutos se
despidieron y José siguió su marcha. El señor Guzmán
pareció quedarse por unos instantes pensativo, dio media
vuelta y cogió la misma dirección por la que se había ido
José. Aquello me dio mala espina y decidí seguirle. Me
sentía como en una peli de detectives: ¡tenía la adrenalina
por las nubes!
Claramente, aquel hombre estaba siguiéndole, lo bueno
de aquello era que como estaba pendiente de no ser
descubierto por José, de mí no se iba a dar cuenta. José
entró en su taller ajeno a todo lo que pasaba a sus espaldas.
Estaba tan nervioso que no daba pie con bola el pobre
hombre. El señor Guzmán sacó de los bolsillos de su
pantalón un pañuelo y lo que parecía un pequeño frasco,
evidentemente no pude ver lo que hizo con ellos, pero
supuse que nada bueno. Miró a ambos lados, para
asegurarse de que no había nadie por la zona; respiré
aliviada al ver que no se le ocurrió mirar atrás, si no, me
hubiera pillado fijo. Entró cautelosamente al taller. Yo eché a
correr para ver lo que pasaba allí dentro. Me puse al borde
de la puerta y poco a poco asomé la cabeza para ver bien la
escena. Se acercó lentamente a la espalda de José y le puso
el pañuelo entre la nariz y la boca. José se sorprendió, pero
no le dio tiempo a nada. El señor Guzmán lo acaparó con
sus brazos, parecía tener más fuerza que él, que por más
que intentaba soltarse, no podía. Hasta que, pasado un
buen rato, se desplomó en los brazos de aquel mal hombre.
Ya había visto bastante. Salí escopeteada de allí. Lo único
que me faltaba era que me descubriera, entonces sí que
sería mi fin. El Lucas ese tenía que sospechar algo porque
me resultaba raro que llevara consigo un frasco con
cloroformo.
Llegué a mi apartamento sana y salva, pero supuse que
no iba a ser por mucho tiempo. Necesitaba urgentemente
ver a mi madre, sabía que era la única en la que podía
confiar, o al menos era lo que quería creer. Debía contarle
todo lo que estaba pasando en la clínica, decirle que ya lo
había descubierto todo. Tenía que encontrar a alguien que
me permitiera llamar a mi madre sin levantar sospechas.
Julia siempre estaba con el señor Guzmán y era partícipe de
sus aventuras nocturnas, como había podido descubrir
noches atrás, aunque ella siguiera pensando que no me
había enterado de nada. Con lo cual, Julia descartada para
pedirle absolutamente nada. José, también descartado… A
saber qué sería de él. Si Lucas seguía el mismo modus
operandi, también lo encerraría en una de las habitaciones
de la tercera planta. La gente así no se rebana mucho los
sesos y termina haciendo con sus víctimas siempre lo
mismo, son muy previsibles. Estaba harta de verlo en los
juicios, siempre la misma historia una y otra vez.
¡Juicios, claro! Acababa de acordarme, era abogada,
sabía que había tenido otro trabajo anterior a este, pero no
me acordaba de qué. Mi madre me decía que era mejor no
hablar de eso, porque lo había pasado muy mal por culpa de
mis compañeros cuando me hicieron el vacío al despedirme.
Ahora que todo empezaba a encajarme, día a día mi
cabeza iría amueblándose poco a poco, hasta conseguir
tenerlo todo en orden. Mi mente era un hervidero de
recuerdos y pensamientos inconclusos, pero sería por poco
tiempo.
No sabía a quién recurrir, así que opté por lo más
inteligente y para mí lo más inteligente era que el destino
decidiera. Salí del apartamento y bajé a la planta baja,
empecé a mirar a la gente para ver quien podría echarme
un cable, pero no se me ocurría nadie. Pasé por la puerta
del gimnasio, pero más de lo mismo, al lado vi una puerta
cerrada que ponía «Taller de Manualidades». Abrí la puerta y
otro duro golpe para mi cerebro desubicado. ¡Era donde yo
trabajaba! ¡El cerebro me iba a estallar! Menudo apagón
tuvo que sufrir el pobre, para quedarse en tan lamentable
estado de letargo.
Me dirigí entonces a la cafetería. Necesitaba agua, se me
había secado la boca y estaba mareada de tanta
información que procesar de golpe. Menos mal que allí me
conocían de sobra Abel y Aarón, los dos camareros tan
majos y simpáticos que llevan el local. Detrás de la barra se
encontraba Aarón.
—Hola, Aarón. Me pones un vaso de agua, por favor.
—Para esa cara bonita, lo que quiera.
Abel estaba limpiando algunas mesas y cuando se acercó
a saludarme, se me quedó mirando.
—Marta, tienes muy mala cara ¿Te encuentras bien?
¡Entonces comprendí que el universo había actuado!
—No me encuentro muy bien que digamos. ¿Alguno de
vosotros sería tan amable de dejarme su móvil un momento
para llamar a mi madre? Quiero decirle que venga y el mío
está sin batería.
Evidentemente, les conté esa trola porque me parecía
muy heavy decirles que el mío era una asquerosa y falsa
maqueta de un terminal de exposición.
No me pusieron problema alguno, los dos a la vez me
pusieron sus respectivos móviles encima de la barra. Cogí el
primero que pillé y marqué el número de mi madre.
—¿Dígame?
Me puse nerviosa, tenía tantas cosas que contarle, pero
me contuve, estaban cerca Abel y Aarón y no quería que se
enteraran de nada.
—Mamá, soy tu hija Marta.
Se quedó unos segundos sin decir nada, entonces
reaccionó:
—¿Marta? ¿Cómo has conseguido un teléfono para
llamarme?
—Mamá, no es momento de ponerme a dar
explicaciones. Ven a mi apartamento a verme. Tenemos que
hablar urgentemente. Aquí te daré todas las explicaciones
que quieras.
No le di tiempo a represalias. Colgué sin más y le devolví
el móvil a su dueño. Les di las gracias a ambos chicos y me
marché a mi apartamento a esperar impacientemente a mi
madre. Estaba que me tiraba de los pelos, no sabía por
dónde empezar a explicárselo todo.
Poco tiempo después, mi madre apareció por la puerta
pidiéndome explicaciones, quería saber cómo había
conseguido un móvil para llamar. No quise entrar en
disputa, así que la abracé, le cogí la mano y la llevé al sofá
para que nos sentáramos. No quería que se cayera redonda
al suelo cuando descubriera todo lo que se estaba cociendo
allí dentro.
Ahora sí que sí tenía que creerme… Disponía de pruebas
suficientes para no ser cuestionada como lo fui la primera
vez que le conté lo que me estaban haciendo. La cogí de la
mano, ella me miraba con cara de pena, seguramente
estaba pensando en lo mal que estaba de la cabecita su
hija.
—Mamá, sé que estoy en un centro psiquiátrico y que
soy abogada. Mi cerebro va poco a poco haciendo sus
conexiones. —Se le humedecieron los ojos, no la dejé ni
hablar, seguí contándole—. Clara, la enfermera, me ha
ayudado a darme cuenta de dónde estoy verdaderamente.
Ha grabado unas cintas explicando lo que está sucediendo
en este psiquiátrico. Estamos en peligro y necesitamos tu
ayuda para poder salir de aquí.
Mi madre, después de oír eso, cambió la expresión de su
rostro. Parecía no convencerle mi versión de los hechos.
Podía llegar a entenderla: su hija estaba contándole una
historia fantástica, llena de traición, farsa, y engaño.
Seguramente estaría pensando que otra vez se me estaba
yendo la cabeza de una manera bestial.
Dejé de hablar. Sabía que sin pruebas no me creería y
estaba agotada tanto física como mentalmente por todo lo
ocurrido.
—Espera un momento. Te voy a sacar las cintas para que
tú misma lo oigas y salgas de toda duda. Por favor, tómate
esto en serio, hay muchas vidas en juego y no es ninguna
broma.
Me levanté del sofá… La cabeza me daba vueltas, pero
no quería que mi madre se diera cuenta de mi estado de
salud, se preocupara por mí, y dejara de prestar atención a
lo verdaderamente importante.
Fui derecha al armario donde había guardado todas las
cintas y mientras sacaba la caja para dársela a mi madre,
noté cómo mi cuerpo empezaba a temblar. Me giré hacia mi
madre con la caja en la mano para entregársela, pero antes
de que ella pudiera cogerla caí rendida al suelo.
20

Tras escuchar aquellas palabras, tuve que parar el coche y


apartarme a un lado, a la orilla de la carretera. No entendía
a qué se refería mi padre con lo de despertar. ¡Todo lo que
había vivido no podía ser solo un estúpido sueño! Había
estado varios días vagando, como un alma en pena,
intentando salir de un pueblo de yo qué sé dónde, y
pasando por un verdadero infierno como para ahora
enterarme de que estaba durmiendo plácidamente en mi
maravillosa cama. Me empecé a marear… El corazón me
latía a mil por hora y con cada latido, mi visión se iba
haciendo más y más oscura. Intenté respirar profundamente
varias veces para ver si me tranquilizaba, pero no conseguía
gran cosa. Opté por salir del coche para tomar el aire y
comprobar si eso me ayudaba a sentirme mejor. Me senté
en el capó y recliné mi espalda en el cristal delantero,
dejando mi cuerpo lo más estirado posible, mirando hacia el
cielo.
Llevaba conduciendo bastante tiempo y el cansancio
empezaba a hacer estragos en mi cuerpo. Cerré los ojos por
un instante hasta que conseguí calmarme un poco. En algún
momento tuve que quedarme dormido porque nuevamente
volví a escuchar la canción favorita de mi hermano y oí lo
que parecía su voz.
—Leo, tío, despierta, te he puesto la canción con la que
nos despertábamos cuando éramos críos.
Noté un fuerte zarandeo en el brazo, lo que me hizo abrir
los ojos rápidamente, gritando el nombre de mi hermano,
por si era él quien me estaba tocando. Pero como de
costumbre, nada de todo aquello era real. Seguía tirado
sobre el capó del coche, completamente solo, en aquella
carretera abandonada.
Por lo menos el ataque de ansiedad que parecía estar
sufriendo nuevamente se me había pasado. Me bajé del
capó y me metí en el coche para continuar la marcha. Aquel
hombre me había dicho que yo sabía el camino de vuelta,
pero aquella carretera desértica parecía no tener fin e iba
sin rumbo aparente.
Empezaba a amanecer y otro día más que pasaba sin
que nadie viniera en mi ayuda. Estaba harto de tanta
desgracia y locura. Cada vez entendía menos todo lo que
me estaba pasando. Por más que le diera vueltas a la
cabeza para encontrarle sentido a algo, era imposible
encontrárselo.
No recordaba que el camino que hicimos Marta y yo
aquel día fuera tan largo. Además, a eso había que sumarle
que la carretera por la que llevaba toda la santa noche
conduciendo carecía de señalización alguna de tráfico o
localización.
Volví a encender la radio por si recibía alguna emisora,
pero seguía el sonido de las interferencias. Iba con las
ventanillas subidas porque a esa hora de la mañana y en
invierno hacía un frío que te helabas. Empecé a percibir un
aroma; era muy familiar y agradable. Cada vez el olor era
más intenso, parecía como si alguien se acabara de subir al
coche habiéndose echado una buena cantidad de colonia
encima. Estaba intentando saber de dónde venía ese olor
cuando noté sin atisbo de duda que me acariciaban el pelo.
Sorprendido y asustado, miré hacia el asiento de atrás por si
alguien se hubiera subido aprovechando la oportunidad
cuando me había quedado durmiendo en el capó del coche
por la madrugada. Así podía darle una explicación a aquel
olor y a la caricia en el pelo. Pero no había nadie. Menos mal
porque me hubiera cagado en los pantalones. Aunque
pensándolo mejor, no me vendría mal un compañero de
viaje para esa larga e interminable travesía.
Me seguían pasando cosas muy raras aun estando dentro
del coche. Pero claro, qué podía esperar de un coche que
había quedado siniestrado para ir derecho al desguace y
que pocos días después había encontrado en otra ubicación
y prácticamente arreglado…
Otra vez ese aroma y venía acompañado con un susurro
en mi oído. ¡¿Cómo podía ser aquello posible?! ¡Había
notado hasta el calor que emana la boca de alguien cuando
te susurran al oído!
—¡Leo!
Volví a detener el coche a un lado de la carretera, estaba
muy asustado, me temblaba todo. Parecía como si hubiera
un fantasma en aquel dichoso vehículo y quisiera contactar
conmigo.
Me quedé un rato quieto en el asiento, sin apenas
moverme, esperando por si me pasaba algo más. Si el
fantasma iba a materializarse o a hacerme algo, no quería
tener otro accidente al volante. No estaba preparado para
pasar otra vez por lo mismo.
Entonces a lo lejos pude ver un destello. Rápidamente
pensé que podía ser el sol reflejándose en la luna delantera
de algún coche que venía en dirección contraria a la mía.
Esperé impaciente, para ver si pasaba algún coche, pero el
destello parecía no moverse. Lo mismo era que el vehículo
se encontraba parado en aquel lugar y por eso no se
acercaba nadie. Decidí salir del coche para poder alejarme
del supuesto fantasma, estirar las piernas, e ir a ver que era
aquello que se veía a lo lejos. Fui andando por la orilla,
aunque si hubiera ido por el centro tampoco hubiera pasado
nada, total no pasaba ni un puñetero vehículo. Cada vez
estaba más cerca del destello; poco a poco se iba haciendo
más potente. Noté como si alguien me apretara los hombros
para zarandearme de nuevo, mi cuerpo se tensó y como
acto reflejo me impulsé hacia atrás y caí al suelo.
¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba dando algún
ataque raro y no era consciente de ello? Pensé que podía
estar sintiendo lo mismo que nota la gente cuando va a
sufrir un ictus o algo parecido.
Me levanté y seguí caminando. El coche estaba bastante
más lejos de lo que había supuesto, pero no podía hacer
otra cosa. Tenía que llegar a él y pedirle ayuda a quien lo
estuviera conduciendo, para que me sacara del laberinto de
montañas en el que me había metido.
Otra vez comencé a sentir cosas extrañas; esta vez
notaba como si alguien me raspara con algo, la planta de
los pies, las piernas, los brazos, las manos, y finalmente la
frente.
Quería correr para llegar lo antes posible a mi destino y
salir de allí de una vez por todas, pero mis piernas no me
respondían bien, parecían estar algo aletargadas, y no era
de extrañar después de todo lo que había pasado estos
días.
De repente aquel destello pareció empezar a moverse.
Venía en mi dirección a una velocidad pasmosa. Tuve que
taparme los ojos con el antebrazo para que no me cegara.
Parecía haberse detenido ante mí. Bajé el brazo para
intentar ver lo que era, pero no podía. Era tan potente que
era incapaz de mirar sin sentir que podía perder la vista
para siempre, o al menos fue la impresión que me dio.
Me quedé un rato quieto, esperando a ver qué sucedía,
pero no ocurría nada. A lo lejos, muy a lo lejos, se me antojó
escuchar la voz de Marta. Ya me había pasado en otras
ocasiones y se había quedado en producto de mi
imaginación, así que esta vez mantendría la calma hasta
ver que ocurría verdaderamente.
La voz parecía acercarse, mientras que la luz iba bajando
su intensidad. Bajé el brazo, esta vez los ojos podían
aguantar el destello que, aunque seguía siendo potente, era
soportable. A la voz de Marta se le sumaron la de mi madre,
mi padre y mi hermano. ¿Podrían haberme encontrado
después de tanta búsqueda? ¿Qué era aquella jodida luz?
Empecé a chillar sus nombres.
—¡MARTA, MAMÁ, PAPÁ, DAVID… SEGUID MI VOZ!
Pero no contestaban. Supuse que aún estaban lejos para
oírme, y más teniendo en cuenta que apenas me quedaba
fuerza para gritar.
La intensidad de la luz bajó considerablemente, así que
volví a caminar en dirección a sus voces. A lo lejos se podía
ver una especie de túnel oscuro y pasado ese túnel se veía
claridad. Las voces parecían venir de allí, así que como
medianamente pude, empecé a correr. Por el camino
tropecé unas cuantas veces y caí otras más. Madre mía,
aquel dichoso túnel parecía una yincana de obstáculos para
mí. Para no perder la costumbre…, parecía no tener fin. Eso,
o que estaba tan reventado que se me estaba haciendo una
eternidad llegar al final de él.
Las voces de todos ellos no cesaban, me llamaban una y
otra vez. Pero ¿por qué cojones no se acercaban también
ellos? Les chillaba y les chillaba, pero nada, no los veía
venir. Empecé a pensar que había sido una mala idea no
haberme acercado al supuesto coche de neón conduciendo
el mío, en vez de ir andando. Ahora me estaría ahorrando
esta caminata que me estaba costando la poca salud que
parecía quedarme.
Ya era tarde para lamentaciones, tenía que dar con ellos,
los tenía cerca, era solo cuestión de tiempo que los viera
para poder abrazarlos y volver a casa a pasar página. Y
apenas quedándome unos pasos para llegar al final del
túnel fue cuando se volvió todo oscuro. ¡No podía ser, otra
vez a empezar! Derrotado, me agaché apoyando la palma
de mis manos en las rodillas y jadeante, terminé de dejarme
caer, anclando las rodillas en el suelo y echándome las
manos a la cara. ¡No podía volver a pasarme! ¡Otra vez no!
Estando arrodillado, me tiré de espaldas al suelo,
entonces me llevé una gran sorpresa al descubrir que no
era duro y frío, sino más bien blando y cálido. Los ojos se
me cerraron instintivamente; fue como tener la agradable
sensación de haber caído en una cómoda cama. Al abrirlos
vi que ya no había oscuridad, era todo muy borroso, pero
podía jurar que estaba viendo un foco alumbrando un techo
de escayola.
No paraba de parpadear, me costaba abrir los ojos y
enfocar, temía que fuera un efecto secundario por estar
expuesto a esa luz tan fuerte que casi me deja ciego. ¡Era lo
último que me faltaba! Noté que alguien me cogía
fuertemente de la mano y me la besaba… De nuevo ese
aroma que apenas hacía un rato había olido en mi coche.
Me giré para ver quién era. Tuve que parpadear de nuevo
varias veces hasta que la vista me permitió ver a quien más
deseaba...
21

Abrí los ojos, miré a ambos lados de la cama y comprobé


que mi madre estaba sentada en un sillón a mi derecha.
Pareció no percatarse de que la estaba mirando. Llevaba
puestos unos auriculares y con ambas manos sujetaba con
fuerza la grabadora de Clara. Estaba completamente atenta
a las palabras que escuchaba de aquel aparato. No quise
decirle nada, quería que estuviera lo más concentrada
posible y no se le escapara ni un solo detalle de lo que Clara
desvelaba en aquellas cintas. Además, yo no las había
terminado de escuchar todas, con lo cual era posible que mi
madre, en estos momentos, hubiera descubierto más cosas
que yo.
Volví a cerrar los ojos; estaba cansada y aturdida. Al
volver a abrirlos fui consciente de que no me encontraba en
el psiquiátrico, ni en casa de mi madre. Estaba en un
hospital, me miré la mano y vi que iba llena de cables.
Supuse que me habían ingresado debido al estado de
debilidad en el que me encontraba últimamente. Había
pasado la última semana por una auténtica locura que
parecía sacada de una película de miedo.
Mi madre, al verme despierta, se acercó a la cama y me
cogió de la mano.
—¿Cómo te encuentras?
—Muy débil. ¿Dónde estamos?
—En el hospital. Te has desmayado y te hemos traído
aquí para que te hagan unas pruebas. —Se le llenaron los
ojos de lágrimas y entre sollozos, me abrazó con sumo
cuidado—. Es todo culpa mía, Marta, perdóname.
La aparté y la miré extrañada, no entendía muy bien por
qué decía eso. Podía ser que se sintiera culpable porque no
me había creído en todo este tiempo. Pero no la culpaba por
ello. Era absolutamente entendible, hasta a mí me costaba
creer lo que me estaba pasando.
—Mamá, te he visto escuchando atentamente las
grabaciones de Clara.
—Sí, cariño. Las he escuchado casi todas y aún estoy en
shock. Marta, no quiero que te preocupes por nada, por fin
estás a salvo y no voy a permitir que nadie te haga daño.
Agradecí esas palabras enormemente, ya era hora de
que mi madre fuera consciente de todo lo que estaba
pasando realmente. Con ella a mi lado no me iba a pasar
nada más, estaba segura de ello
—Hija, siento mucho no haberte creído en todo este
tiempo, pensaba que todo era producto de tu imaginación.
El señor Guzmán a mí también me ha tenido engañada por
completo. Me ha estado diciendo que tus delirios cada día
iban a más y te habían subido la dosis de medicación, por
eso te encontrabas mal de salud. Era un pequeño efecto
secundario.
Lo que ninguna de las dos esperábamos era que, al
ingresar en el hospital por mi desmayo, íbamos a descubrir,
tras varias pruebas que me hicieron los médicos, que me
estaban envenenando para acabar conmigo. ¡Qué ingenua
fui al suponer que todo mi malestar y debilidad física se
debía a las malas noches que pasaba por las continuas
visitas nocturnas! Ni en mis peores pesadillas podría
haberme imaginado lo que estaban haciéndome y por qué.
¿Qué les había hecho a esos dos asesinos para querer
acabar conmigo? Bueno, conmigo y vete tú a saber con
quién más.
—Mamá, tienes que ir a la Policía a contar todo lo que
sabemos, y llevarle las cintas como prueba de ello. Clara,
Mateo y José están en peligro, y hay que sacarlos de la
clínica antes de que acaben con ellos esos dos desalmados.
—Claro que sí, pero primero tienes que recuperarte. No
te voy a dejar sola para que te pase algo. No me fío de que
Julia y Lucas se enteren de donde estás, y vengan a tomar
represalias y a acabar lo que han empezado contigo.
Entendía a la perfección su miedo a que me pasara algo
y ella no estar cerca para evitarlo. Pero cada día que
pasaba, tanto ellos tres, como cualquier paciente más de la
clínica, corría un grave peligro.
—Por favor, ve lo antes posible a denunciarlos. No es
justo que estén tranquilamente como si nada pasase,
dirigiendo una clínica que no les pertenece y encima
delinquiendo sin remordimiento alguno.
Al escuchar mis palabras, me puso cara de circunstancia,
una cara que conocía perfectamente, la había visto en más
de una ocasión. Era la que siempre me ofrecía cuando sabía
que llevaba toda la razón del mundo, pero que le costaba
hacerme caso.
Finalmente, tras una larga charla para ponernos de
acuerdo sobre qué era lo mejor, si denunciar ya, o esperar a
mi recuperación, accedió a hacerlo lo antes posible para
que no hicieran daño a más personas inocentes.
—Está bien, pero el día que vaya a comisaria vendrá
alguien a sustituir mi ausencia, porque bajo ninguna
circunstancia pienso dejarte sola en esta habitación de
hospital.
—Como quieras...
No me quedó otra que tenderle la mano como señal de
acuerdo, a lo que ella respondió apretándomela bien fuerte
y sonriendo orgullosa por el trato acordado.
Poco después pasó el doctor a ver qué tal me
encontraba.
—Hola, Marta, soy el doctor García. Te hemos
administrado una medicación para que te recuperes. ¿Notas
mejoría o subimos la dosis?
—Sí, la medicación que me está dando me ha espabilado
bastante.
—Genial, ya sabes que vas a estar aquí unos días hasta
asegurarnos de que tu organismo responde bien a la
medicación y todo vuelve a la normalidad.
—¿Para qué es la medicación?
—Para paliar los daños del veneno que te han estado
administrando.
El doctor se dirigió entonces amablemente a mi madre.
—Señora, el hospital ha tenido que dar parte a la Policía
por el envenenamiento de su hija. Estamos obligados a
avisar a las autoridades ante estos casos.
—Por supuesto que sí, doctor García. Lo entiendo y se lo
agradezco.
Salió con él al pasillo, allí estuvieron un rato hablando.
No pude enterarme de nada, se habían apartado lo
suficiente de la puerta para que no pudiera oírlos. Cuando
terminó de hablar con él y entró, le reproché enfadada.
—Si tienes que hablar con alguien lo que sea sobre mí,
tengo todo el derecho del mundo a enterarme. Ya no soy
una niña pequeña a la que hay que ocultarle cosas por su
bien. Y menos ahora que empiezo a ser consciente de toda
la mentira que he estado viviendo durante meses.
Se echó a reír y se sentó de nuevo en el sillón que había
a mi derecha. ¡Qué rabia me daba cuando hacía eso! Para
no contestar se reía y hacía como si nada pasara. ¡Me ponía
enferma esa actitud!
Nos quedamos un buen rato las dos calladas hasta que
rompí el silencio cuando me vino a la mente Leo, el amor de
mi vida. Tenía que saber si existía o era otra ilusión más
creada por mí. Aunque aquello no podía ser una invención,
el sentimiento que tenía hacia ese hombre era real como la
vida misma.
Desperté a mi madre que se había quedado dormida en
el sillón. Tenía que estar también cansadísima la pobre,
después de todo lo que acababa de pasar y de descubrir.
Dio un respingo en el sillón y me miró asustada creyendo
que me pasaba algo, se tranquilizó cuando vio que me
echaba a reír por su exagerada reacción.
—Espero que Leo no tarde en venir de Londres. Tengo
muchas ganas de verlo y darle un abrazo. Lo echo
muchísimo de menos.
—Normal, piensa que cada día que pasa es uno menos
que queda para estar con él.
Me sorprendió ver que seguía con la mentira. No sabía
muy bien si lo hacía porque no quería decirme la verdad
para no desestabilizarme más, o si, por el contrario, Leo
existía y verdaderamente estaba en el extranjero ajeno a lo
que me había pasado.
Como de esa conversación no sacaba nada en claro,
cambié de táctica… Esta vez le pregunté sin rodeo alguno.
—¿Dónde está Leo? ¿Por qué hace meses que no sé nada
de él?
Se puso nerviosa, parecía no saber bien cómo abordar
aquellas preguntas. Noté su cuerpo tensarse, como si las
respuestas que me tenía que dar fueran devastadoras. Yo
también empecé a ponerme nerviosa, sabía que lo que me
tenía que decir no era nada bueno por a su expresión
corporal.
—No sé si estás preparada para saber la verdad sobre tu
novio.
Eso me sonó a que estaba con otra y me había dejado
tirada al ver mi estado mental. Pero no había sido por eso,
aunque sabiendo ahora todo lo que sé, lo hubiera preferido
mil veces antes de que pasara todo lo que paso aquel
espantoso día.
Comenzó a relatarme con todo lujo de detalles lo que nos
había pasado a Leo y a mí aquella mañana de febrero que
decidimos ir antes al trabajo.
—Tuvisteis un grave accidente que casi os cuesta la vida
a ambos, pero gracias a un hombre que hacía senderismo
por la zona y dio aviso del golpe, pudisteis salvaros. Cuando
llegó la ambulancia, Leo se encontraba tirado en la
carretera, inconsciente y gravemente herido. Lo trasladaron
rápidamente al hospital y allí vieron que tenía abrasiones en
el pecho producidas por el cinturón de seguridad. La Policía
determinó que se le había soltado en el golpe, porque no
estaba bien encastrada la hebilla. Debido al gran impacto,
salió disparado por la luna delantera y sufrió un
traumatismo craneoencefálico severo. Le indujeron un coma
farmacológico para mantenerlo controlado y estable, pero el
día de la retirada de la medicación para su supuesto
despertar, no despertó. Había entrado en estado de coma y
a día de hoy aún no saben si despertará algún día.
—¡¿Entonces Leo está en coma?! ¡Dios mío! ¿Dónde
está? ¡Quiero verlo! ¡Necesito verlo!
—Ves por qué no quería decirte nada, para evitar que te
pusieras así. Tienes que tranquilizarte, en tu estado no te
hace bien alterarte tanto.
—Qué fácil es decirlo. Cómo se nota que ya no le tienes
tanto aprecio como antes.
—No digas tonterías, Marta. A Leo lo quiero muchísimo.
—Entonces no entiendo por qué ya no quieres que esté
con él.
—¡Marta, estabas mal! Te habías montado una paranoia
en tu cabeza, y me daba miedo de que supieras que Leo
estaba en coma y empeoraras, o peor aún, que Leo muriera
y tú lo hicieras en vida con él. Por eso he insistido tanto en
que lo olvidaras, para que no sufrieras más.
—¡Eso es muy egoísta por tu parte!
—Lo sé, cuando seas madre lo entenderás.
—Seguiré sin entenderlo, créeme.
—Bueno, no quiero discutir más, me dejas terminar de
explicarte lo que pasó, por favor...
Me quedé callada, se lo tomó como un sí y continuó.
—Tú tuviste más suerte, estabas inconsciente dentro del
vehículo y presentabas múltiples heridas, pero nada de
gravedad. Cuando despertaste en el hospital parecía que no
recordabas nada. Los médicos me dijeron que físicamente
estabas bien, pero que sufría un shock postraumático.
Estuviste unos cuantos días ingresada y uno de ellos,
tuviste la visita de un hombre que decía ser el senderista
que había dado el aviso del accidente. ¿Lo recuerdas?
—No, no recuerdo nada de eso.
—El hombre vino con el brazo escayolado, se había roto
un hueso al sacarte del coche por miedo a que explotara, al
parecer echaba mucho humo. Se pasó a ver como estabas,
decía que se había quedado preocupado y tenía la
necesidad de saber que todo lo que había hecho por
vosotros no había sido en vano. Me sorprendí al verlo, es
cliente mío, le llevo el asesoramiento legal de su negocio. Le
agradecí mil veces el gesto que tuvo al auxiliaros y por
preocuparse tanto. Nos fuimos a la cafetería del hospital
para hablar tranquilamente, no quería que te enteraras de
lo que había pasado, no te acordabas de nada y me habían
recomendado que no te agobiara, que tu cerebro tenía que
procesar la información poco a poco.
—¿Y quién es ese maravilloso senderista al que tengo
que agradecerle que nos haya salvado la vida?
—Mateo Guzmán, el prestigioso psiquiatra y director de
la famosísima clínica psiquiátrica Guzmán.
—¡¡¡¡Estás de bromaaaaa!!!!
—Para nada. Se ofreció a llevar tu caso él mismo en su
clínica, me dijo que allí podrían seguirte la corriente de la
historia fantástica que te habías montado, y estaría
controlada por buenos profesionales. Acepté sin pensármelo
dos veces, lo único que quería era que te recuperaras lo
antes posible para que volvieras a casa. Lo que nunca
hubiéramos imaginado era que ese Mateo Guzmán, con el
que había hablado mi madre aquel día, estaba más
majareta que yo. Y así fue cómo empezó toda esta gran
historia de traiciones, engaños, estafas y mentiras.
22

Marta, la mujer por la que tanto había luchado para


encontrarla y saber que se encontraba bien, estaba a mi
lado, cogiéndome de la mano. No pude evitar sonreír de la
alegría que me dio al verla sana y salva. Por fin todo había
terminado, ya estábamos juntos de nuevo para poder seguir
con nuestra vida y dejar atrás todo lo ocurrido. Me besó en
los labios, se acercó a mi oído y me susurró.
—Te quiero, estate tranquilo.
Acto seguido se apartó de la cama para dejar paso a mis
padres y hermano, estaban los pobres deseando acercarse
para verme después de tanto tiempo perdido.
Miré a mi alrededor; hacía tan solo un momento estaba
en un túnel y ahora me encontraba acostado en una cama
de lo que parecía ser un hospital.
—¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Cómo he llegado
hasta aquí?
—Tuviste un accidente y has estado en coma varios
meses, pero gracias a tu juventud y buen estado físico has
podido salir de esta.
Rápidamente, mi madre avisó al personal del hospital
para comunicarle que estaba consciente y aparentemente
estable. Vino el médico, estuvo un buen rato
examinándome y tras una larga charla explicándome lo que
tenía que hacer después del coma, se marchó. Cuando
volvimos a quedarnos a solas, me di cuenta de que Marta
no estaba en la habitación.
—¿Dónde está Marta, mamá?
—Ha tenido que marcharse, tenía que hacer cosas, pero
me ha dicho que luego se pasará a verte.
No podía creer que todo lo que me había sucedido era
fruto de mi imaginación, que había estado todo el tiempo
metido en una cama de hospital y Marta se encontraba bien
y a salvo.
Siempre me he considerado un hombre poco creativo,
pero desde luego que no era así para nada. Me había
montado tal película que parecía digna de una novela de
misterio. Quién sabe, lo mismo ahora que era conocedor de
mi gran imaginación me daba por plasmar mi historia en un
libro y se convertía en un best seller.
Mi madre se puso a mi lado, me miró seriamente.
—Leo ¿te acuerdas del accidente?
—Me acuerdo de estar conduciendo y colisionar con algo
que no llegué a ver y todo se volvió oscuro, nada más.
No era plan de contarle en ese momento toda la
paranoia que había tenido estando en coma. Lo haría más
adelante, con tranquilidad y calma.
Ella puso cara como de circunstancia, me resultó raro esa
reacción por su parte.
—¿Pasa algo, mamá?
—No sé, pienso que el accidente esconde algo que no ha
salido a la luz. Estoy segura de que no ha sido fortuito.
Alguien está detrás de todo esto por algún motivo que no
llego a entender. Pero lo hablaremos más detenidamente
cuando salgas del hospital. Ahora lo importante es tu
recuperación.
Aquellas palabras me dejaron pensando. ¿Quién podría
tener algún motivo para querer hacernos daño, o peor
todavía, querer matarnos? Seguramente mi madre estaba
equivocada en su sospecha, pero aun así no podía descartar
aquella posibilidad y cuando me recuperase, iba a hacer
todo lo posible para aclarar todo lo ocurrido aquel fatídico
día.
—¿Marta cómo ha llevado todo esto? ¿Cómo está ella?
—Creo que es Marta quien tiene que contártelo. Nadie
mejor que ella misma sabe cómo lo ha pasado.
No le di más vueltas al asunto, mi madre llevaba razón.
Quién mejor que Marta para contarme su versión de los
hechos.
Tuve que quedarme un rato dormido, porque cuando abrí
los ojos, tenía a Marta sentada en la silla que había al lado
de la cama; estaba mirándome, como si aún no se creyera
que había despertado. Seguro que lo había pasado
realmente mal viéndome metido en una cama, sin saber si
iba a despertar algún día y de ser así, en qué estado estaría.
Pero bueno, por suerte me había despertado y parecía que
estaba todo en orden.
—Abrázame...
Necesitaba sentirla, tocarla, olerla, saber que estaba allí
conmigo y era real. Ella se levantó, se inclinó hacia mí y me
dio un fuerte abrazo. En aquel momento me sentí el hombre
más feliz del mundo.
Permanecimos un buen rato unidos. Cuando ella se
levantó para volver a la silla, me di cuenta de que iba
vestida con ropa de paciente del hospital, como la que
llevaba yo mismo. Me quedé un poco traspuesto.
—¿Por qué vas vestida así?
—No te preocupes, estoy bien.
—Tan bien no estarás cuando vas vestida de paciente de
hospital. ¿Por qué estás ingresada?
—Leo, estate tranquilo, de verdad que estoy bien. ¿Tú
cómo te encuentras?
—Pues ahora mismo histérico viéndote así vestida.
¿Tanto te cuesta decirme qué haces en este hospital
ingresada?
Viendo que no cesaba en mi empeño y que cada vez
estaba más nervioso, optó por contarme el motivo de su
ingreso.
—No sé por dónde empezar...
—Por el principio será perfecto.
Me cogió de la mano, estaba temblando y con los ojos
vidriosos. Empezó a relatarme por encima lo que le había
pasado desde el accidente. No daba crédito a lo que estaba
escuchando, y yo pensando que lo que me había pasado era
para escribir un best seller, pues lo de ella no se quedaba
atrás. La diferencia era que lo mío había sido todo soñado y
lo suyo, real como la vida misma.
No pronuncié ni una sola palabra en todo el rato que
Marta estuvo desahogándose conmigo, no lo vi oportuno. Lo
había relatado tan bien, que cuando terminó no tuve
ninguna duda qué aclarar. Me había quedado en shock.
Tenía tanta rabia dentro de mí que, si en ese momento me
llegan a poner frente a Julia y Lucas, no hubiera respondido
de mis actos.
Tiré de su mano, que estaba agarrada a la mía, para que
me volviera a abrazar, estaba desconsolada.
—Me siento culpable de no haber permanecido a tu lado
en el hospital. No he estado a la altura de las circunstancias.
Leo, perdóname.
—No tengo nada que perdonarte.
Nos abrazamos y empezó a llorar. No podía permitir que
se sintiera tan mal, ella no tenía culpa de nada.
—Has sido muy valiente destapando la trama que tienen
montada en el psiquiátrico. Además, no sabías que yo
estaba en coma, así que era imposible que pudieras estar a
mi lado. Recuerda que has estado engañada y manipulada
todo este tiempo.
Cuando se incorporó, le hice un gesto para que se echara
conmigo en la cama a la vez que me hacía a un lado para
dejarle sitio. Ella se echó a reír y se acostó a mi lado. En ese
momento éramos dos pacientes de aquel hospital
compartiendo cama.
Nos quedamos un buen rato mirándonos, acariciándonos
y diciéndonos cuanto nos habíamos echado de menos y lo
mucho que nos queríamos. Poco tiempo después, apareció
por la habitación su madre.
—¡Por fin doy contigo! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Anda, vayámonos a tu habitación que tienes que
recuperarte.
Seguía exactamente igual que como la recordaba,
aunque algo más delgada. Era obvio que también había
pasado lo suyo con todo esto. La saludé y se sorprendió al
verme despierto. Su cara se le transformó de cansancio y
hastío en alegría y emoción. Rápidamente, se acercó a mí y
me dio un gran abrazo; se notaba que se alegraba de verme
consciente y espabilado.
—¡Lo que menos me podía esperar era encontrarme a mi
yerno despierto! ¡Qué alegría! ¿Cómo estás? ¿Cuándo has
despertado?
—Muy bien, y más ahora que os tengo a las dos aquí al
lado. He despertado hoy mismo.
—No sabes lo feliz que me hace saber que por fin las
cosas empiezan a salir bien después de tanto tiempo.
—Mama, no lo agobies que está convaleciente.
—Perdona, Leo, no era mi intención.
—Tranquila, está todo genial, es tu hija que se preocupa
demasiado.
—Sí, menos cuando es para ella. Verdad ¿Marta?
—Lo que tú digas... ¿Has puesto la denuncia?
—Sí, ya se lo he contado todo a la Policía. Van a mandar
a unos agentes al psiquiátrico para corroborar la versión y
ver si realmente allí se están cometiendo los delitos que les
he mencionado. Marta, tú también debes estar preparada,
porque tienes que prestar declaración de todo lo que te ha
pasado en la clínica.
Estaban algo nerviosas las dos, se notaba que seguían
con el miedo en el cuerpo, y no era de extrañar. A ver quién
es el guapo que sale de toda esa mierda y no se queda
tocado. Hasta que esos dos hijos de puta no estuvieran
detrás de las rejas y supiéramos que no podían hacerle
daño a nadie más, no estaríamos tranquilos.
—Chicas, lo peor ya ha pasado, ahora le toca a la Policía
hacer su trabajo y esperar hasta que todo acabe. Solo es
cuestión de tiempo y paciencia, algo de lo que suele carecer
todo ser humano, pero no queda otra que ser pacientes y
confiar en las autoridades.
—Esperemos que hagan su trabajo pronto. Nosotras no
podemos hacer nada más.
Nos quedamos un rato más hablando los tres como lo
hacíamos en los viejos tiempos, hasta que llegaron mis
padres.
—Bueno, nosotras nos vamos antes de que venga una
enfermera a llamarnos la atención por ser tantos en la
habitación. Que descanséis.
—Igualmente.
Era casi de noche cuando empezaron a escucharse unos
gritos en el pasillo que hicieron que mis padres salieran
escopeteados fuera, para ver que estaba ocurriendo. Me
quedé agudizando los oídos lo más que pude para intentar
enterarme de algo. Había demasiado alboroto y no
conseguía entender nada. Entonces fue cuando se escuchó
un tremendo estruendo, parecía el sonido de un disparo.
¿Qué cojones estaba ocurriendo en el pasillo? ¿Nunca
íbamos a estar tranquilos?
23

Estábamos todos desesperados. No sabíamos que iba a


suceder con nosotros. Como me encontraba en la habitación
central contigua a las de José y Clara, podía hablar con
ambos y estaban los pobres muy asustados por lo que nos
pudiera hacer mi hermano. —No nos va a pasar nada. Lucas
es más de palabras que de hechos. Tranquilizaos y no
perdáis la calma.
Les decía eso a ellos, pero yo sabía perfectamente que
era capaz de cualquier cosa si se le cruzaba el cable. Ya lo
había hecho en alguna que otra ocasión antes de que
supiéramos la enfermedad mental que padecía e ingresarlo.
No podíamos hacer más que esperar a ver que decidía el
tarado de mi hermano hacer con los tres. Con un poco de
suerte, alguien se daría cuenta de la ausencia repentina de
Clara y José, y empezarían a sospechar que algo raro
pasaba.
Llevábamos varios días sin que nadie pasara por las
habitaciones a dejarnos comida, concretamente desde que
había secuestrado también a José. No quería ser mal
pensado, pero lo mismo su plan era dejarnos allí morir de
hambre hasta que no fuéramos más que cadáveres a los
que sacar por la noche sin que nadie se diera cuenta.
Gritábamos los tres a cada momento para ver si alguien
nos oía, pero nuestro esfuerzo era en vano. Cada vez
teníamos menos fuerzas, estábamos famélicos y
deshidratados. ¡Qué hijo de la gran puta! Cómo nos había
engañado para conseguir lo que quería a costa de la vida de
otros.
—Mateo, creo que ya no hay personal rondando por esta
área de la clínica, no se escucha absolutamente nada, ni el
más mínimo ruido.
—Me he dado cuenta. Supongo que Lucas la ha cerrado
para asegurarse de que nadie descubra que nos tiene aquí
secuestrados. Como José nos ha encontrado por casualidad,
e iba a ayudarnos, no quiere correr más riesgo y la ha
clausurado, por eso ya no nos traen comida ni agua.
No sabría decir cuantos días estuvimos allí metidos, era
imposible controlar el tiempo sin tener ninguno reloj y estar
en un zulo sin ventana. ¡En qué maldita hora mandé hacer
esta jodida área! Jamás me hubiera imaginado que iba a
servir algún día para secuestrar a gente inocente cuyo único
delito en la vida había sido ser confiados.
Llegó un momento en el que apenas nos hablábamos; la
voz no nos salía del cuerpo. En aquellos momentos era un
esfuerzo terrible gritar para poder oírnos.
Estaba verdaderamente aterrado por Clara, no sabía
cuanto más podía aguantar esta situación. Mi mayor deseo
era que alguien nos sacara de allí sin tener que lamentar la
muerte de alguno de nosotros.
Me encontraba durmiendo cuando un fuerte ruido me
despertó. Al principio no sabía si había sido producto de mi
imaginación, pero pasados unos segundos empecé a
escuchar voces.
Parecía como si hubiera irrumpido en esa zona una
manada de hienas hambrientas.
—¡Abrid todas las habitaciones, en alguna de ellas tienen
que estar! ¡Rápido, rápido, rápido!
Se sucedían muchos golpes y un gran alboroto. Yo seguía
echado en la cama ya que apenas tenía fuerza para
incorporarme. En otra circunstancia me hubiera levantado
de un salto para ver tras el pequeño cristal de la ventana
qué demonios estaba pasando fuera, pero mi estado físico
no me lo permitía.
Alguien abrió la puerta casi tirándola abajo,
automáticamente se me pasaron dos cosas por la mente. La
primera, que era mi adorable y cariñoso hermano, que venía
a terminar lo que había empezado. Y la segunda, que por fin
había venido alguien a sacarnos de aquel maldito agujero.
Por suerte era la segunda. La policía era conocedora de
lo que Lucas y Julia estaban haciendo y habían ido a
detenerlos y a sacarnos de allí. En aquel momento
comprendí que Marta, la chica a la que Clara pidió ayuda, lo
había conseguido. ¡Bendita niña!
Estábamos tan sumamente débiles los tres que tuvieron
que llamar a los servicios sanitarios para que nos
atendieran. Nos trasladaron al hospital; estábamos
desnutridos y deshidratados. Si llegan a tardar unos días
más en localizarnos, nos hubiéramos muerto de inanición,
estaba casi seguro de ello.
Estando ingresado en el hospital, vino a verme el médico
y me llevé una grata sorpresa.
—¡Pablo!
—Muy buenas, Mateo. He visto que has ingresado y he
pedido ser tu médico.
—Me parece genial.
Nos conocíamos desde la universidad y cuando monté la
clínica, me ayudó bastante. Un buen médico y mejor
persona.
—¿Qué te ha pasado? Estás deshidratado y desnutrido.
¿Cómo has llegado a esto?
—Lucas me ha tendido una trampa y se ha hecho pasar
por mí en la clínica. Me ha tenido encerrado en aislamiento
no sé cuántos días sin comida ni agua. Menos mal que le
dieron el chivatazo a la policía y nos han rescatado.
—Joder, tío. Sabía de la enfermedad de tu hermano, pero
esto no me lo esperaba. ¡Menudo cabrón!
—No lo sabes tú bien. ¿Te puedo pedir un gran favor?
—Lo que necesites.
—Clara también se encuentra ingresada, ha estado
encerrada conmigo. Me gustaría tenerla de acompañante en
la habitación, si puede ser.
—¡También Clara! ¡Pero qué coño le pasa a Lucas! Se le
ha ido la cabeza por completo. No entiendo nada.
—Nosotros menos.
—Dalo por hecho, tengo que hacer algo de papeleo, pero
no me supone ningún problema.
—Pablo, que no se entere de que la van a cambiar de
habitación a la mía. Quiero que sea una sorpresa.
Me guiñó el ojo y se marchó. No había pasado ni una
hora cuando estaba entrando por la puerta, sin saber a
donde la llevaban, mi Clarita. Llegó acostada en su cama,
empujada por un celador que no decía ni pío, órdenes del
médico, claro. La pobre miraba a todos lados.
—¿Por qué me cambian de habitación? No entiendo
nada. —Hasta que me vio en la otra cama. La expresión le
cambio totalmente, se le dibujó una sonrisa preciosa y me
dijo riéndose—. Estás loco, muy loco.
—Te confundes, Clarita. El loco muy loco es mi hermano.
—Empezamos a reírnos los dos como críos.
Ya no tenía ningún sentimiento hacia Lucas, ni bueno, por
todo el daño que nos había hecho sin remordimiento alguno
y con total premeditación, ni malo, porque era mi hermano
a pesar de todo y mi corazón era incapaz de desearle
ningún mal. Lo único que quería era que pagara por sus
actos, porque nadie merece salir impune de esto, ni mi
propia sangre.
Al día siguiente vinieron a visitarnos algunos empleados
de la clínica, no podían creer todo lo que había sucedido.
—¿No visteis nada extraño en mi comportamiento
sabiendo cómo soy con Lucas?
—A ver, veíamos cosas raras y bromeamos en varias
ocasiones con que parecía que te estabas mimetizando con
tu hermano. Pero nunca llegamos a pensar en lo que en
realidad estaba pasando. Es demasiada locura para
nosotros a pesar de estar acostumbrados a ella por nuestro
trabajo.
—¿Lucas y Julia están detenidos?
—No, los dos han conseguido escapar antes de que
llegara la Policía. Se encuentran en busca y captura.
—Es como una jodida babosa el muy cabronazo, se
escurre de todo. Espero que baje la guardia y puedan dar
con él para que tenga su merecido.
—Seguro que lo harán.
Cuando terminaron de contarnos las batallitas por las
que había pasado el psiquiátrico, Clara le pidió el móvil a
uno de ellos para llamar a la residencia donde estaban sus
padres. Hacía muchos días que no sabía nada de ellos y
estaba desesperada por saber si estaban bien.
—Hola, Juana. Soy Clara. ¿Cómo están mis padres?
—Hola, Clara. ¿Estás bien? Te hemos llamado varias
veces al móvil. Nos parecía raro que estuvieras tanto tiempo
sin venir a ver a tus padres ni llamarlos por teléfono.
—Perdona, Juana. Cuando te vea te contaré lo que me ha
pasado. Ahora me interesa saber cómo están ellos. Estoy
muy preocupada pensando que les ha podido pasar algo.
—Tranquila, mujer. Están perfectamente. Han hecho
muchos amigos y se encuentran como en casa.
A Clara se le llenaron los ojos de lágrimas al escuchar
eso, tenía miedo de que alguno hubiera fallecido y no haber
podido estar en el último momento a su lado.
—Que alegría me das, Juana. En cuanto pueda me paso
por allí a verlos y a darles un fuerte abrazo. Mientras tanto,
cuidadlos mucho por favor.
—Claro que sí. Estate tranquila que por aquí está todo
genial.
Clara colgó y le devolvió el móvil a su dueño.
—Muchas gracias, aquí tienes.
—No hay de qué. Nos marchamos ya, que estaréis
cansados.
—Antes de que os vayáis, nos gustaría que le dijerais a
Marta que estamos muy agradecidos con ella por haber
conseguido sacarnos de la trampa de mi hermano.
—Ya no está en la clínica, ha sufrido un desmayo y se la
han llevado al hospital.
—¿Está bien?
—No sabemos nada, con el jaleo de Julia y Lucas aquello
es un caos.
Nos quedamos extrañados, se marcharon y nos pusimos
a hablar del tema para ver si entre los dos sacábamos algo
en claro de que le podía haber pasado a la chica.
Aquella misma tarde recibimos una visita completamente
inesperada, que después de hablar con ella, nos desveló
todo lo que nos quedaba por descubrir. Pensaba que a mi
hermano se le había ido de nuevo la cabeza, pero tras
escuchar lo que nos había contado esa persona, me di
cuenta de que Lucas era la maldad en persona, el demonio
hecho hombre.
24

Estaba desesperada. Mi madre no soltaba prenda de dónde


estaba Leo y eso a mí me ponía de los nervios. —Por favor,
dime dónde está Leo.
—Por enésima vez te digo que no es momento de verlo
en esas condiciones. Es mejor que esperes a que te
recuperes del todo, tanto física como mentalmente.
—Pero, mamá… No entiendes que llevo meses sin verlo y
necesito saber cómo está.
—Tengo miedo de que cuando lo veas postrado en una
cama y no te pueda ni contestar vuelva a darte otro shock.
—Eso no me va a pasar, si acaso, será todo lo contrario,
terminaré de poner los pies en la tierra. Estoy segura de que
en cuanto lo vea, seré verdaderamente consciente de la
realidad en toda su totalidad.
—¡Marta, no!
No le iba a insistir más, sabía que era tarea imposible, así
que cuando viniera su amiga al hospital a quedarse
conmigo para que ella se fuera a poner la denuncia, se lo
sonsacaría todo.
Y así fue, cuando llegó la mujer y mi madre se marchó,
empezamos a hablar de lo que me había pasado. Una cosa
llevó a la otra, hasta que sutilmente pude enterarme de que
Leo estaba en el mismo hospital que yo. ¡No podía haber
tenido más suerte! Nadie iba a prohibirme que lo viera
estando a solo unos pasos.
—Marta, si no te importa voy a bajar a la cafetería a
tomarme un café y a fumarme un cigarro. No tardaré
mucho.
—Sí, claro. Baja tranquila.
Aprovechando su ausencia, salí de la habitación en busca
de Leo. Tenía que darme prisa, no tardaría mucho en volver
a subir. Recorrí varios pisos mirando fugazmente habitación
por habitación, hasta que por fin di con él. Al abrir la puerta
y ver a mi suegra frente a la cama de su hijo, el corazón me
dio un vuelco. Ella instintivamente miró a la puerta para
comprobar quién era, y al verme allí, se quedó petrificada.
Nos mantuvimos las dos mirándonos a los ojos durante unos
segundos hasta que por fin ella reaccionó y vino hacia mí
llorando y me abrazó. El abrazo fue tierno y emotivo. Me
vinieron imágenes a la cabeza de los buenos y bonitos
momentos que había pasado con aquella mujer. Sabía que
esto no me iba a hacer mal y no me equivocaba.
Por el momento estaba siendo como otro choque de
realidad para conseguir que mi cerebro pusiera todas mis
vivencias reales en orden y despojarse de las creadas
falsamente.
Fui directa a la cama de Leo, me dio un escalofrío al verlo
lleno de cables y monitorizado. Estaba notablemente más
delgado, pero seguía igual de guapo que siempre. Estuve un
rato a su lado acariciándole el pelo y cogiéndole de la mano.
Poco tiempo después llegaron su padre y su hermano
quienes, al verme allí, se quedaron asombrados.
—¡Marta, hija que alegría! ¿Cuándo has salido de la
clínica?
—Hace poco, es una historia larga de contar, pero ahora
no es momento, ya os la contaré con calma.
—No sabíamos que estabas en el hospital. Tu madre nos
ha mantenido todos estos meses al tanto de tu evolución,
pero no podíamos ir a verte porque los especialistas no
sabían cómo podía afectarte nuestra visita.
—Ya, no he tenido visitas de nadie, solo de mi madre.
—Tu madre venía de vez en cuando a visitar a Leo,
hablaba con él y le pedía que por favor despertara pronto,
que le necesitabas y que era el único que podía hacer que
te acordaras de todo para volver a la realidad de una vez
por todas.
Estaban contándome todo eso cuando nos dimos cuenta
de que Leo empezaba a moverse mucho. Nos quedamos
todos mirándonos.
—¿Es normal esto? ¿Suele estar tan inquieto?
—No. Es la primera vez en todos estos meses que lo
vemos tan agitado.
Nos acercamos los cuatro a la cama y su madre empezó
a llamarlo, viendo que parecía querer despertar y no podía,
la mujer salió corriendo a llamar al médico. Continuaron
llamándolo su padre y hermano, pero no hubo suerte. Llegó
el médico y, tras hacerle una serie de pruebas con un
bolígrafo, pasándoselo por varias partes del cuerpo para ver
su respuesta ante ese estímulo, nos comunicó con una
sonrisa que Leo estaba empezando a despertar.
—Debéis estar tranquilos, cada paciente tiene su propio
proceso para despertar de tan largo sueño. No hay que
forzar la situación, solo esperar a que su cerebro se
despierte del todo.
Ahora era yo la que entre lágrimas lo llamaba pidiéndole
por favor que abriera los ojos. Estábamos todos junto a la
cama, expectantes para ver ese gran momento, que parecía
hacerse eterno. Todos le hablábamos, le decíamos lo mucho
que le queríamos y la falta que nos hacía tenerlo ya entre
nosotros. Parecía como si nos pudiera oír. El monitor
marcaba sus pulsaciones, que cada vez eran más rápidas.
Me tenía que marchar ya. Mi madre no tardaría en llegar y
su amiga seguramente estaría como una loca buscándome.
—Me tengo que ir, estoy dos plantas más abajo. Si
despierta, por favor, avisadme para darle los buenos días al
dormilón.
—Por supuesto, en cuanto despierte vamos uno de
nosotros a por ti.
Le cogí de la mano y se la besé para despedirme de él.
Fue entonces cuando me la apretó y empezó poco a poco a
abrir sus preciosos ojos azules. Nos quedamos todos en
silencio observando aquel maravilloso y esperado momento.
Me miró y me sonrió, era la sonrisa más llena de amor que
había visto nunca. Le besé los labios y le dije al oído que le
quería y que estuviera tranquilo. Sabía que ahora le tocaba
a él darse cuenta de todo lo que realmente nos había
pasado e iba a ser un duro golpe.
Me marché, lo dejé en compañía de los suyos, que
también estaban deseando verlo, besarlo y disfrutar de él.
Cuando llegué a mi habitación, allí se encontraba la
amiga de mi madre. Estaba de los nervios.
—¡Te he estado buscando como una loca! ¡Sabes la
bronca que me hubiera echado tu madre si se entera de
esto!
—Perdona, he ido a tomar un poco el aire porque me
encontraba mal, pero ahora estoy genial después del paseo.
—Has tenido suerte. Como se me ha olvidado el móvil en
casa, no he podido llamarla para contárselo.
—Pues menos mal...
Pareció quedarse conforme, así que lo dejamos estar.
Mi madre estaba tardando más de la cuenta y su amiga
se tenía que ir.
—Marta, es tarde y tengo que marcharme. No esperaba
que tu madre tardara tanto en venir.
—Márchate tranquila, seguro que mi madre no tardará en
llegar.
—¿Seguro? Espero que no se enfade. Dile lo del móvil y
que por eso no la he podido llamar.
Se marchó y yo volví a aprovechar para visitar a mi
novio, no podía aguantarme las ganas de verlo despierto y
hablar con él. Cuando llegué a la habitación se encontraba
dormido. Miré a su madre que estaba sentada a su lado, en
la silla.
—¿No ha tenido bastante con dormir unos cuantos meses
seguidos, que tiene que dormir aún más?
Ella se echó a reír y me cedió su sitio.
—Aprovecho que estás aquí para estirar un poco las
piernas, e ir a tomarme algo a la cafetería. ¿Quieres algo?
—No, gracias.
Estaba ensimismada mirando a Leo cuando abrió los ojos
y lo primero que hizo nada más verme fue pedirme un
abrazo. Supongo que le pasaba lo mismo que a mí, nos
costaba creer que por fin todo había terminado. Se lo di
encantada de la vida, era lo que más echaba de menos,
estar con él y sentirlo a mi lado.
Cuando me iba a sentar de nuevo en la silla, se dio
cuenta de mi atuendo. Iba vestida igual que él, con la ropa
de paciente. Intenté no darle importancia al asunto, pero él
insistió tanto y vi que se ponía tan nervioso, que finalmente
opté por contarle más o menos lo que me había pasado. Me
miraba fijamente mientras le relataba, su cara empezó con
tristeza, hasta que se convirtió en rabia y después en odio.
No era de extrañar, a mí me hubiera pasado exactamente
igual.
Cuando terminé, se quedó un rato callado,
observándome, no pronunció ni una sola palabra. Tiró de mi
mano, la cual estaba desde el inicio de mi relato cogida a la
suya y me llevó hacia él. Nos abrazamos y rompí a llorar, no
podía aguantar más. Me sentía muy culpable por haber
caído presa de mi mente y no haber estado a su lado en
esos momentos tan duros.
Me eché en la cama con él y estuvimos un rato
acariciándonos, habíamos estado mucho tiempo sin vernos
y nos echábamos de menos. Pero entonces llegó mi madre
hecha una fiera. Sin embargo, pronto se le pasó el enfado
cuando vio a Leo despierto.
Venía de poner la denuncia; la habían tenido allí un
montón de horas, los muy cretinos. Iban a pasarse por la
clínica para ver qué pasaba y también por el hospital para
hablar conmigo.
Cuando llegaron mis suegros nos marchamos a nuestra
habitación, la verdad es que estaba reventada después de
un día de tantas emociones.
Nos encontrábamos mi madre y yo tranquilamente en la
habitación leyendo, cuando alguien abrió la puerta de
sopetón sin llamar tan siquiera. Nos quedamos las dos en
shock al ver que la persona que había cerrado la puerta tras
de sí para quedarnos a solas en la habitación era Julia. Nos
hizo un gesto de silencio acercando su dedo índice a la
boca, llevaba en la otra mano un móvil, parecía estar
hablando con alguien y se lo acercó al oído.
—Ya he dado con ellas.
Estaba segura de que era el cabronazo de Lucas el que
estaba al otro lado de la línea dándole instrucciones para
acabar con nosotras. No sabíamos qué hacer. Nos
hallábamos las dos aterradas. Menuda mierda de Policía que
no los habían capturado aún, seguían campando a sus
anchas y habían venido para acabar lo que en su día
empezaron.
Julia empezó a aproximarse a mi cama, mi madre hizo
por levantarse en mi ayuda, pero Julia la miró sacando una
pistola de su bolso y la apuntó con el arma
—Siéntate o te pego un tiro, y después otro a ella —dijo
dirigiendo la mirada hacia mí, sin apartar la pistola que
apuntaba directa hacia mi madre.
—De acuerdo, tranquilízate.
Seguía con el móvil en la otra mano, se ve que Lucas
quería oír cómo acababa con nosotras para estar seguro de
que hacía el trabajo que le había mandado.
Guardó la pistola en el bolso y sacó en su lugar una
jeringuilla, era su gran especialidad, poner inyecciones.
—¿No has tenido bastante con todas las que me has
puesto que vienes hasta aquí para ponerme una más?
—Créeme cuando te digo que esta será la última que te
pongo. Después de esta, no necesitarás más.
Pero justo cuando estaba casi a mi lado dispuesta a
hacer una de las suyas, llamaron a la puerta. Mi madre
automáticamente le dio paso a la persona que acababa de
pedir permiso y entró una muchacha a traerme la cena.
¡Menuda suerte, no podía haber llegado en mejor momento!
—Buenas noches, traigo la cena. Se la dejo encima del
escritorio. Ahora en un rato pasaré a recogerla. Que
aproveche.
La chica estaba a punto de marcharse, cuando mi madre
le dijo chillando e histérica:
—¡SAL CORRIENDO Y LLAMA A LA POLICÍA, LA MUJER
QUE ESTÁ AL LADO DE MI HIJA QUIERE MATARLA!
La muchacha miró extrañada la escena y Julia, viéndose
acorralada, intentó clavarme la aguja en el cuello. Yo
respondí forcejeando con ella. No iba a permitir que esa hija
de puta me pinchara ni una sola vez más, y menos ahora
que sabía que si lo conseguía sería mi fin.
—¡No te resistas, solo será un pinchazo de nada!
—¡Estás loca, joder!
La chica salió corriendo de la habitación en busca de
ayuda, mi madre se levantó como una loca directa hacia
Julia para bloquearla. Allí estábamos las tres matándonos
vivas, para detener a esa jodida psicópata. Seguro que
estaba obsesionada con Lucas para dejarse manejar de esa
manera. Menudo cobarde el tío de mierda, mandaba a su
lacayo, para no tener que mancharse el mismo las manos y
así, si pasaba algo, alegar que él no tenía nada que ver.
Llegaron dos guardias de seguridad y consiguieron
reducir a Julia que estaba fuera de sí. Tanto su bolso como el
móvil se le habían caído con el forcejeo, vi como mi madre
cogía el móvil para ver quien estaba al otro lado, pero
habían colgado. Miró la última llamada y era Lucas quien
aparecía en la agenda. Volvió a llamar para decirle lo hijo de
puta que era y que no iba a poder con nosotras, pero el
móvil estaba apagado.
A Julia la tenían acorralada en el pasillo varios guardias
de seguridad y celadores para que no escapara mientras
llegaba la Policía. Por suerte la pistola estaba dentro de su
bolso, que se había quedado tirado en el suelo de la
habitación.
La Policía no tardó en hacer acto de presencia. ¡Menudos
ineptos! Habíamos tenido que llegar a esto para darle en
bandeja a una criminal a la que supuestamente estaban
buscando ¡Y ahora, a saber dónde se había metido el otro!
Lo mismo también nos tendría que dar una sorpresita, para
que dieran con él y poder detenerlo como con Julia.
Cuando uno de los policías la cogió para esposarla, se
resistió consiguiendo soltarse de las manos del hombre. Al
instante se metió la mano en el bolsillo, sacó la jeringuilla y
le clavó la aguja en el cuello. Por suerte, no llegó a apretar
para inyectarle su contenido. Echó a correr, pero otro de los
policías la paró de un disparo en la pierna. Cayó al suelo
chillando, como lo que era, una jodida loca y rápidamente
fue interceptada y esposada para llevársela de allí lo antes
posible.
Todo había quedado en un tremendo susto y con suerte
no teníamos que llorar la perdida de nadie, pero no
estábamos dispuestas a que volviera a ocurrir algo parecido
a manos de Lucas.
Teníamos que parar esto y lo teníamos que hacer ya.
25

Estábamos hablando de los proyectos que teníamos en


mente, para reparar todo el daño que seguro habían
causado Lucas y Julia a la clínica, cuando llamaron a la
puerta. Ambos al unísono dimos paso a la persona que
había tras ella para que pasase. Al hacerlo me di cuenta
enseguida de que se trataba de la madre de Marta. La mujer
nos saludó, estaba un poco nerviosa, parecía insegura,
como si no supiera muy bien que estaba haciendo allí. Se
acercó a Mateo, quien se sorprendió al darse cuenta de
quien era. Parecían conocerse. Mateo se alegró mucho al
reconocerla, se trataba de la dueña del bufete de abogados
que contrató cuando abrió la clínica para gestionar los
asuntos legales. La mujer cogió la silla que estaba al lado de
la puerta del aseo y la acercó hacia nosotros, para
finalmente sentarse en ella. —Yo he sido quien ha avisado a
la Policía de lo que está ocurriendo en el psiquiátrico.
Gracias a mi hija estáis vivos para contarlo.
Marta ha movido cielo y tierra para que os pudieran
sacar de allí sanos y salvos. No lo ha tenido nada fácil, pero
gracias a su insistencia y persuasión ha conseguido que la
escuchemos.
—Lo sabemos y estaremos eternamente agradecidos con
tu hija Clara y yo. Ha sido muy valiente.
—Ya, aunque el verdadero motivo por el que estoy aquí
no es para deciros eso, más bien para ver si vosotros tenéis
alguna idea de dónde puede estar Lucas. Al parecer se ha
escapado antes de que la Policía pudiera detenerlo.
—¡Es un cobarde, espero que todo el plan que tiene
urdido le salga mal para que puedan dar pronto con él y lo
encierren por ser la bestia que ha demostrado ser!
—Estamos aterradas. Julia apareció anoche en el hospital
e intentó matar a Marta. Gracias a Dios se quedó en un
intento, porque no lo consiguió, pero tenemos miedo de que
Lucas también quiera ir por nosotras y consiga salirse con la
suya.
—No sé dónde se puede encontrar mi hermano. Desde
que era un chaval se ha escapado varias veces de los
centros e incluso de casa, y nunca supimos donde se metía.
Las veces que le preguntamos, que fueron decenas, nunca
consintió dar su paradero.
—Vaya, tenía al menos la pequeña esperanza de que
pudieras saber de algún sitio clave donde poder buscarlo.
De todas formas, muchas gracias por escucharme. Quiero
ver si encuentro a alguien que pueda darme alguna pista de
donde puede esconderse ese pedazo de cabrón. No te
ofendas, Mateo. Sé que es tu hermano, pero es un jodido
psicópata.
—¡Cómo me voy a ofender mujer! Todo lo que digas de él
es poco… ¿En algún momento te diste cuenta de que se
trataba de Lucas y no de mí?
—No dudé en ningún momento. Sí que veía cosas algo
extrañas, pero no le di importancia. Mi preocupación en ese
momento era Marta y no tenía ojos para nada más.
Y se agregaba el hándicap de que eran hermanos
gemelos, algo que a Lucas le había venido genial y a Mateo
digamos que no tanto. Pero creo que a estas alturas ya se
habían dado cuenta todos.
—Lucas se ha aprovechado de mi desesperación por
intentar hacer todo lo posible para que mi hija se pusiera
bien. Me regaló el oído con lo bien que iba a estar en su
clínica, y lo rápido que se recuperaría, porque iba a ser
atendida por grandes profesionales que trabajaban para él.
—Es muy zalamero cuando se propone algo y quiere
conseguirlo. Con nosotros también lo hacía mucho.
Sabíamos que cuando hablaba así, algo quería.
—Claro, eso es. A mí aquello me sonó genial. Cuando
Marta pasó por el shock de la muerte de su padre, le costó
muchísimo retomar la normalidad y, aun así, nunca volvió a
ser la misma. Se volvió más miedosa y ausente, le costaba
hacer amigos y lo de tener pareja parecía tarea imposible.
Su forma de ser feliz era estudiando, y cuando se sacó la
carrera de abogada, trabajando día y noche en los casos
que tenía, se volcaba en ellos, parecía que en la vida no
había nada más que el trabajo.
—Eso le pasa a mucha gente, se obsesionan en hacer
cosas para no pensar en sus traumas.
—Lo entiendo, pero eso lo sabes tú, que eres enfermera
y trabajas en un psiquiátrico. La gente en aquel momento lo
veía en cierto modo normal, porque era el trabajo familiar,
pero yo sabía que mi hija, aunque parecía feliz, realmente
no lo era. Aquello era fachada, un escudo que se había
creado para poder llevar todo lo que le había marcado. Y no
me equivocaba, el tiempo me dio la razón cuando conoció a
Leo en el bufete. Marta empezó a sonreír más, a relajarse en
el trabajo y a salir de vez en cuando. Volvía a ver poco a
poco a mi hija Marta, la de siempre, y eso a mí me llenaba
de felicidad.
—No sabía que Marta había tenido también problemas
psicológicos por el fallecimiento de su padre. He hablado
mucho con ella en la clínica, nos hicimos buenas amigas,
pero nunca me lo comentó.
—No habla de ello, supongo que por eso no te lo dijo. Lo
tiene apartado en su memoria, pero sigue latente.
—El fallecimiento de un ser querido marca de por vida.
—Clara, quiero agradecerte todo lo que has hecho por mi
hija. Eres una mujer increíble, sin ti esto tampoco hubiera
sido posible. Gracias desde lo más profundo de mi corazón.
Mi hija es lo único que me queda.
—De nada, mujer. Tu hija Marta y yo hemos hecho un
buen equipo para poder sacar todo esto a la luz y que
saliera bien.
No pudimos ayudar a la madre de Marta a encontrar a
Lucas, pero al menos la mujer se había desahogado con
nosotros, que eso nunca viene mal y menos cuando llevas
tanto peso emocional a la espalda como ella.
Aquella mujer merecía descansar ya, dejar de sufrir por
nada ni nadie. Por lo que nos había contado, llevaba
demasiados palos en la vida como para recibir más. Era una
madre que lo único que deseaba era que su hija se
recuperase lo antes posible.
Nos apuntó en un papel su número de teléfono por si nos
acordábamos de algo o si Lucas daba señales de vida y lo
habíamos localizado.
—¿Por qué esa fijación con ellas? No lo entiendo, Clara.
—Quizá haya que dejarlo estar. Lucas es una persona
enferma y desequilibrada, con lo cual tampoco tiene mucho
sentido buscarle una explicación racional a todo esto
cuando él es un ser completamente irracional.
Un par de días después nos dieron el alta médica.
Estábamos deseando volver a casa y retomar una vida
normal. Lo primero que hicimos nada más salir del hospital
fue ir a visitar a mis padres a la residencia. Estaban genial,
no nos reconocieron, creían que éramos amigos suyos, y
eso fuimos aquel día para ellos, sus mejores amigos.
Al día siguiente, llamé a Marta para ver qué tal se
encontraba.
—¿Dígame?
—Marta. ¿Eres tú?
—¿Clara?
—Hola, preciosa. ¿Qué tal? ¿Cómo te encuentras? Tu
madre nos dio su número y te he llamado porque quería
agradecerte lo que has hecho por nosotros tres y lo valiente
que has sido.
—Tú también has sido muy valiente, Clara. Aluciné con
tus cintas, me sentía como una detective averiguando la
verdad. Y gracias a ti, fui consciente de todo. Tú me
devolviste a la realidad.
—No fue cosa mía, lo hiciste tú sola, porque puedes con
eso y con mucho más. Ahora tienes que descansar. Estoy
segura de que el tiempo va a poner a cada uno en el lugar
que le corresponde.
—Eso espero porque estamos cansadas de todo esto.
Vivimos con miedo y créeme, es horrible.
—Me lo imagino. Ya sabes que, si necesitas algo, puedes
contar con nosotros. Recuerda que te debemos una, y muy
grande, tan grande como la vida misma.
—No exageres, mujer. Yo también te recuerdo que tú me
has devuelto a la realidad, con lo cual, podría decirse que
estamos en paz. Un abrazo muy fuerte, Clara.
—Otro para ti, Marta.
La clínica estaba cerrada. Habían trasladado a todos los
pacientes a diferentes psiquiátricos hasta que el nuestro
volviera a estar operativo. Mateo estaba furioso, su
hermano no solo casi acaba con nosotros. Ahora, si la cosa
no salía bien, podía haber terminado también con el
psiquiátrico que había levantado con gran sacrificio.
—No estoy seguro de poder resurgir la clínica, no sé si los
familiares van a querer mandar aquí de nuevo a sus
parientes enfermos después de todo lo acontecido. E incluso
si después de haber salido en todos los medios
informativos, alguien va a confiar en nosotros.
—Mateo, no te fustigues. Confía en la gente, saben lo
que ha pasado y que no es tu culpa. Eres un buen psiquiatra
y seguro que conseguimos que salga adelante. Estamos
juntos en esto y lo vamos a conseguir.
—Siempre tan optimista cariño.
Todos nuestros conocidos se movilizaron para ayudarnos
a resurgir de nuestras cenizas. Reputados médicos,
psicólogos, psiquiatras e incluso famosos que sabían del
caso, se volcaron en ayudar.
Poco a poco fuimos recuperando nuestra agenda de
pacientes y se incorporaron también nuevos.
En agradecimiento a todos aquellos que nos ayudaron
tanto y fueron tan generosos con nosotros, le cambiamos el
nombre a la clínica. Pasó de ser la clínica Guzmán, a ser la
clínica Ave Fénix. A todo el mundo le encantó la idea, el ave
Fénix resurge de sus cenizas y simboliza el poder de la
resiliencia, para salir de los problemas con más fuerza aún.
Y eso mismo era lo que habíamos conseguido todos y cada
uno de nosotros, levantarnos con más fuerza tras un duro
golpe.
Una vez encauzada la clínica, decidimos vender cada uno
la casa de nuestros padres. Nos traía demasiados recuerdos
a ambos y queríamos empezar de cero en una que fuera
solo de nosotros. Un proyecto en común, al igual que el
nuevo psiquiátrico Ave Fénix.
Nos compramos una preciosa vivienda con vistas al mar.
La idea fue de Mateo, que me contó que, estando encerrado
en el psiquiátrico, muchas veces se evadía de todo
pensando que estábamos juntos paseando a la orilla de la
playa. Decía que podía sentir el agua golpeándole en los
tobillos cuando se acercaba a la orilla, e incluso al respirar
profundamente olía el mar.
Quisimos que aquello no tuviera que soñarlo nunca más
para evadirse de algo malo. Ahora lo íbamos a tener de
verdad y para siempre. Nadie nos iba a impedir ser felices y
vivir la vida como nos apeteciera.
Cuando te pasa algo tan traumático que te hace creer
que vas a morir, te das cuenta de que la vida es solo una y
hay que vivir el presente como realmente te hace feliz. El
pasado, pasado está y el futuro no tiene sentido si no vives
el presente plenamente.
26

Apenas tardaron unos minutos en llegar mis padres. No


pudieron ver nada porque los empleados del hospital habían
cerrado los accesos a las demás plantas. —¿Qué cojones ha
pasado? ¿Qué ha sido ese estruendo? Parecía un disparo.
—Solo sabemos que la Policía ha disparado a alguien y
está todo el mundo muy asustado.
—Llamad a mi suegra. Tenemos que asegurarnos de que
estaban bien.
Mi madre las llamó corriendo, pero no cogieron el móvil.
Empecé a ponerme en lo peor, no quería ni pensar, que
después de todo lo que me había contado Marta, esos dos
cabrones habían dado con ella y le hubieran hecho algo.
—Mama, déjame el móvil que llame yo ahora.
Llamé varias veces más, pero nada. Estaba que me daba
algo, me sentía un inútil allí encamado, sin poder saber qué
cojones había ocurrido. Lo mismo no tenía absolutamente
nada que ver con ellas, pero el simple hecho de tener la
más mínima duda me mataba por dentro.
—Papá, por favor. Sal a ver si lo ocurrido tiene que ver
con ellas.
El hombre salió y cuando regresó su cara era de tristeza,
me asusté al verle entrar con esa expresión.
—¿Por qué traes esa cara? ¿Les ha pasado algo?
—No, hijo, tranquilo, es porque no he podido enterarme
de apenas nada más. La Policía ha venido a detener a
alguien y se ha resistido, de ahí el disparo.
Por fin sonó el móvil, lo cogí al segundo, era la madre de
Marta.
—¿Leo está bien? Tengo doce llamadas perdidas.
—Sí, estoy bien.
—¡Joder, qué susto! No estoy preparada para más malas
noticias.
—¿Os habéis enterado del disparo?
—Sí que nos hemos enterado, y en asientos de primera
fila...
Me lo contó todo. ¡Yo estaba alucinando! ¡No iban a parar
estos hijos de la gran puta! ¡No habían tenido suficiente con
todo lo que le habían hecho a Marta!
—Pásame con Marta, por favor.
—Ahora mismo.
—Dime, Leo.
—¿Cómo estás? Menudo susto te habrás llevado.
—Imagínate. Pero bueno, ya ha pasado y se han llevado
a esa loca de aquí. Me han puesto protección policial por si
Lucas intenta algo mientras está en busca y captura.
Parecía estar algo más tranquila, me prometió que por la
mañana iría a verme sin falta. No faltó a su palabra. A la
mañana siguiente, vino y se quedó conmigo casi hasta la
hora de la comida. Apenas había dormido, la Policía estuvo
hasta altas horas de la madrugada con ellas, recabando
toda la información de lo ocurrido en la clínica. Su madre les
había llevado las cintas de Clara como prueba y habían ido
al psiquiátrico a rescatar a Mateo, Clara y José. Pero ni
rastro de Julia ni Lucas; parecía que se los había tragado la
tierra. Los trabajadores del centro dijeron que desde que
Marta se había ido de allí por el desmayo que había sufrido,
apenas aparecían por la clínica. Y que llevaban dos días
enteros sin dar señales de vida. Tuvieron que sospechar
algo para salir huyendo como dos cobardes e intentar cubrir
todos sus delitos. Por eso quisieron acabar con la persona
que más sabía de todo el tema, Marta, dado que los otros
tres los tenía encerrados a buen recaudo sin que nadie
supiera donde estaban. Nadie, excepto Marta, pero Lucas y
Julia no sabían que José se lo había contado todo antes de
ser secuestrado.
A Marta le dieron el alta un par de días después del
incidente del disparo, pero a mí tardaron algo más. Había
perdido mucha masa muscular y me encontraba muy débil.
Tenía que ponerme en forma con los fisioterapeutas y darme
caña si quería salir pronto de allí para volver a mi vida de
siempre. Aunque todos sabíamos de sobra que como
siempre no iba a ser, esta vivencia nos había marcado de
por vida a todos.
Un año después...
Cuando salí del hospital, Marta me propuso que nos
fuéramos a vivir juntos. Le había cambiado la forma de ver
la vida totalmente, yo se lo había sugerido en varias
ocasiones antes de todo lo ocurrido y siempre me decía que
primero teníamos que casarnos. Me pareció una excelente
idea, lo llevaba deseando desde hacía mucho tiempo y por
fin se iba a hacer realidad.
Nos compramos una modesta casa en el centro de la
ciudad, no muy lejos del trabajo. Ya no tendría que estar
suplicándole a ningún casero tacaño que me arreglara nada.
Esa casa era nuestra y no tenía que rendir cuentas a nadie
para hacer absolutamente nada.
Los compañeros del bufete se alegraron muchísimo de
vernos en acción de nuevo. Estando en el hospital vinieron a
vernos a ambos.
A Marta le pidieron disculpas por dejarla creer que estaba
sola en esto, pero no podían interferir en su recuperación en
el centro. Les habían prohibido visitarla y ellos lo
entendieron y respetaron.
A mí sí que me visitaron varias veces, pero como era
normal, no era consciente de nada; estaba profundamente
dormido, soñando con aquel pueblo perdido del mundo.
Pero me dieron una gran alegría el día que fueron todos y
esta vez sí que estaba despierto para recibirlos.
Finalmente, se celebró un juicio en el que «Julia», quien
resultó llamarse verdaderamente Mónica, fue condenada a
bastantes años en un psiquiátrico penitenciario por todos
sus delitos que no fueron pocos.
Mónica era una amiga y cómplice de Lucas. Se
conocieron en el centro psiquiátrico anterior al del doctor
Guzmán. Allí se hicieron muy buenos amigos y cuando a
Lucas lo trasladaron a la clínica de su hermano, le prometió
a Mónica que la sacaría de allí y la llevaría con él. Así lo
hizo, convenció a su buen hermano Mateo para que la
trasladase a ella también y poder urdir sus planes. Según
Mónica, Lucas lo tenía todo planeado, sabía que su hermano
iba a ser presa fácil. Solo necesitaba tiempo para ir tejiendo
poco a poco su tela de araña, para capturar a su presa y
acabar con él. Y para ello necesitaba la ayuda de ella, que
entraría en acción cuando él lo tuviese todo bajo control
para ejecutar su artimaña.
Del mal nacido de Lucas no se sabía nada. Había
transcurrido un año y aún no habían dado con él. Debido a
su grado de peligrosidad había entrado en acción la
Interpol. Todos estábamos ansiosos de que lo detuvieran y
poder cerrar este capítulo que parecía no tener fin.
Estando en el trabajo recibí la llamada de mi madre.
—Leo, hijo. Tu tío Antonio ha fallecido.
—¡Qué dices! ¿Cómo está la tía Isabel? ¿Y los primos?
—Están destrozados.
—Pobres. Dile a papá que se lo digo a Marta y salimos
para allá, nos vamos todos juntos en vuestro coche.
—Vale, hijo. Ahora nos vemos.
El velatorio se celebraba en el tanatorio del pueblo
donde habían estado viviendo toda su vida. Hacía muchos
años que no iba a la casa de mi tía, era la hermana de mi
madre. El matrimonio tenía dos hijos, casi de la misma edad
que mi hermano y yo. De pequeños íbamos a su casa a
pasar algún que otro verano y era maravilloso.
Nos fuimos en el coche de mi padre los cinco. Por el
camino empezaron a entrarme sudores fríos; aquella
sensación me recordó al día del accidente.
—¡Papá, para el coche!
—¿Qué pasa, Leo?
—Necesito coger aire, me cuesta respirar.
Estaba dándome una crisis de ansiedad. Lo paró en un
área de descanso cercana; estuvimos un rato tomando el
aire y consiguieron tranquilizarme entre todos. Tenía miedo
de que mi cuerpo me estuviera avisando de que algo malo
estaba por venir como me ocurrió aquel fatídico día.
Retomamos la marcha y cuando llegamos, aparcamos
frente al tanatorio. Mis primos estaban fuera fumando, se
les veía consternados. Nos dimos un fuerte abrazo y
subimos todos juntos a la sala donde estaba el cuerpo de mi
tío.
—Ninguno sospechábamos que esto le pudiera pasar.
Llevaba varias semanas quejándose de dolores y fatiga,
pero todos le decíamos que posiblemente sería por el
trabajo —decía mi tía mientras lloraba.
Trabajaba mucho, demasiado para el gusto de todos
ellos. Se dedicaba a la albañilería, era un hombre que
parecía un roble, fuerte, ágil y trabajador, por eso no le
dieron gran importancia.
—Quedaros en casa este fin de semana. Necesito estar
con vosotros y sentirme arropada.
—Claro que sí, hermana. Yo me quedaré contigo esta
noche velando a Antonio. Los demás que se vayan a tu casa
a descansar para el entierro de mañana.
—Leo, por qué no nos vamos andando a casa de tu tía,
necesito despejarme, los tanatorios me remueven mucho.
—Sí, claro. Creo que sé llegar, pero espera un momento
que le pida indicaciones a mis primos para que vayamos
sobre seguro.
Nos quedamos a solas dando un paseo, hacía buena
noche y daba gusto pasear por aquellos parajes tan llenos
de naturaleza. Llevábamos un rato andando cuando algo me
resultó familiar. Llegamos a un bar, los ojos casi se me salen
de las órbitas y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
—¡He estado aquí! ¡Claro que he estado aquí!
—¿De qué hablas, Leo?
Cogí a Marta del brazo y nos metimos dentro. ¡Era aquel
bar abandonado! ¡El bar de mi subconsciente! ¿Cómo podía
ser aquello real? Marta se extrañó al ver mi reacción.
—¿Estás bien?
—Perfectamente, Marta, este es el bar de mis sueños
cuando estaba en coma.
—¿Estás seguro?
Al entrar, detrás de la barra estaba el camarero, un
hombre de pelo canoso y con cara de pocos amigos.
—¿Van a tomar algo?
—Dos cañas y unas aceitunas, por favor.
Nos sentamos en la barra, tenía que cerciorarme de que
era ese lugar de verdad. Recorrí todo el bar con la mirada,
no me cabía duda, era ese.
—¿Eres Leo, el sobrino de Isabel?
—Sí. ¿Le conozco?
Al hombre se le iluminó la cara. Salió de detrás de la
barra y me dio la mano en señal de saludo.
—De pequeños en verano veníais mucho por aquí los
cuatro: tus primos, tu hermano David y tú. Os llamábamos
los cuatro jinetes del Apocalipsis, porque erais como
torbellinos cuando pasabais por aquí. No parabais quietos, y
tu tío Antonio siempre os sacaba de aquí de las orejas.
Al decirme aquello empecé a recordar a aquel hombre;
era muy agradable con nosotros, nos regalaba refrescos y
bolsas de patatas.
—Mi más sincero pésame por la pérdida de tu tío
Antonio. Éramos amigos de toda la vida y siento mucho su
perdida. Lo vamos a echar de menos todos.
—Gracias.
Nos quedamos un rato más hablando allí con ese buen
hombre y cuando nos terminamos las cañas nos
marchamos.
De camino a casa de mi tía salí de toda duda, aquel
había sido el pueblo donde había estado todo el tiempo que
estuve en coma.
—Leo, creo que tu subconsciente te ha llevado a este
lugar donde has pasado tan buenos veranos con tu familia.
—Supongo que será por eso, es la única explicación que
le encuentro.
Al llegar a la casa y mirarla desde fuera, me percaté de
que era exactamente igual a las casas que veía estando en
coma.
—¡Por eso eran todas iguales! Porque mi cerebro
recordaba aquella casa.
—¿A qué te refieres?
—¿Recuerdas que te dije que las casas que veía eran
todas exactamente iguales?, ¿que parecía una maqueta?
Pues era esta casa, exactamente esta.
Rápidamente, miré a todo mi alrededor, pero cada casa
era diferente. Esta vez sí que era un pueblo absolutamente
normal, con gente paseando, perros ladrando y casas de
todo tipo.
—El cerebro es tan complejo, que nunca podemos saber
por qué en ocasiones actúa de cierta manera. Mira lo que
me pasó a mí, que me monté la película de que estabas en
el extranjero trabajando.
Ella también lo había vivido de algún modo, y da igual si
estás despierto o dormido, el cerebro siempre está en activo
y es el que te da las vivencias. Reales o no, pero son tus
vivencias y eso es lo que cuenta.
Al día siguiente acudimos a la misa y al entierro, todos
estábamos muy tristes, habíamos perdido un gran hombre,
buen marido y mejor padre.
Nos quedamos todo el fin de semana y estuvimos
rememorando viejos tiempos y locuras de niños. No
recordaba ser tan travieso, me vino bien recordar todo
aquello y volver, aunque fuera por un par de días a mi
infancia.
El domingo, después de desayunar, nos despedimos de
ellos; nos esperaba unas cuantas horas de camino a casa.
—Tía, te prometo que vendremos de vez en cuando a
visitarte. No vamos a dar lugar a que pase tanto tiempo
para volver a vernos.
—A ver si es verdad. Tened cuidado en el camino y
avisad cuando lleguéis.
Nos montamos en el coche y tomamos rumbo a casa.
Estaba contento, hacía tiempo que no nos juntábamos en
familia, y me encantaba tener a Marta a mi lado para que
conociera a mi gente, a la gente con la que me había criado
y con la que había compartido tan buenos momentos. No
vivíamos cerca, pero aun así, pasábamos largas temporadas
allí, era una gran casa llena de buena gente y situada en un
precioso pueblo.
Cuando faltaba poco para llegar, Marta recibió una
llamada: era su madre y estaba llorando.
—Mama, tranquilízate, por favor. No consigo entender lo
que me estás diciendo. ¿Puedes hablar más despacio?
Se quedó un rato en silencio, escuchando las palabras de
su madre, hasta que colgó. Me miró con los ojos llenos de
lágrimas y con apenas un hilo de voz y temblando, me dijo:
—Mi madre está detenida, la acusan de asesinato.
LA VERDAD DE MI SILENCIO
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO I

No sabría decir si consiguieron detenerme porque habían


hecho bien su trabajo, o porque se lo había puesto fácil para
hacerlo. Lo que sí sabía era que había pasado casi un año y
estaba cansado de deambular de acá para allá,
escondiéndome como una rata para no ser visto. Cada vez
que escuchaba una sirena o veía a algún policía cerca,
pensaba que me habían descubierto. Ya estaba bien de
seguir huyendo, tenía que dar la cara y ser valiente para
que se supiera la verdad de todo.
Era consciente del mal que había hecho, pero no estaba
dispuesto a ser el único que pagara por ello. La culpa no era
solo mía y si caía, estaba dispuesto a llevarme por delante a
quien hiciera falta.
Me encontraba en un cuartucho de comisaria, siendo
observado por un cristal, tras el cual los agentes, seguro
que con cara de incrédulos, planteaban cómo abordarme
para sonsacarme todo lo que pasó y el porqué. Pero no era
sencillo de explicar y mucho menos de entender, si querían
llegar al fondo de la verdad, tendrían que escuchar mi
historia desde el principio...
Agradecimientos

A nuestros maravillosos lectores Z: Abel, Cristina, Aarón,


Nine, Rosi, Francisco, Lidia, Leti, Loli, Ramón, Cecilia,
Antonio, Emi, Alba, Fran, Esperanza, Vanessa y alguno más
que se nos estará escapando por ahí. Gracias por creer en
nosotras y darnos fuerza para seguir adelante con la novela.
Cada crítica, sugerencia, matiz, apunte, nos ha servido para
lograr culminar esta obra, que tiene un poco de cada uno de
vosotros.
Gracias también a Javier Salinas, nuestro editor, que ha
confiado en el proyecto y se ha volcado en sacarlo a la luz,
para que todo aquel que quiera pueda disfrutarlo tanto o
más que nosotras escribiéndolo.
Y, por último, y no por ello menos importante, en todo
caso lo contrario, gracias a ti, si a ti, que estás leyendo esto.
Lo que significa que has leído la novela completa, o eres de
los curiosos que empiezan por el final. Seas de los que seas,
gracias.
Nos leemos en la siguiente entrega: La verdad de mi
silencio. Donde podrás continuar con la historia que hace un
momento te ha dejado sin aliento.
¿Estás preparado para adentrarte de nuevo en la mente
de Silver Nagaheco?

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