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La controversia de Margaret Mead:

biología, cultura y la pregunta


antropológica
Publicado el 1 enero, 2009 por BRICOEDICION

Nancy Scheper – Hughes [1]


Doctorado en Antropología, Universidad de Berkeley

Cuando un antropólogo poco conocido publica un libro que le toma 40 años en escribir, se
desata un verdadero acontecimiento, más aún cuando el autor pretende difamar a la prominente
autora del relativismo cultural, la difunta Margaret Mead, en nombre de la biología y la
sociobiología. Por esta razón la prensa no tardó en acudir al libro de Derek Freeman, Margaret
Mead: el trabajo y el desenmascaramiento de un mito Cambridge, MA: Harvard University Press.
1983). Gracias a una acertada campaña de publicidad de la Harvard University Press así como a
publicaciones periodísticas en Time, Life y el New York Times, que parece dieron al libro, muchos
antropólogos hicieron críticas al texto de Freeman sin siquiera haber salido a la luz
La controversia al texto viene de 1925, cuando Margaret Mead, entonces una joven de 23
años, zarpó a la Samoa Americana para aplicar en su trabajo de campo la hipótesis de Stanley
Hall sobre el estrés en la adolescencia. Dicha hipótesis planteaba que las características de
rebelión, la confusión y los cambios de humor en la adolescencia son parte innata del equipo
biológico, una etapa de la maduración del ser humano. Hall, como muchos de los psicólogos de
esta época, creían que las etapas de desarrollo humano se debían a la biología, ignorando lo
cultural o social. Freud, por supuesto, había postulado las etapas invariables del desarrollo y los
conflictos adjuntos, como el complejo de Edipo de las etapas fálicas. Un psicólogo, durante los
años 20’s, propuso que todos los infantes humanos teníamos que pasar por la etapa de los
pañales mojados para lograr un desarrollo psicosexual normal, una idea que haría reír a todos los
antropólogos por lo absurdo que resulta aceptar la universalidad de la humanidad, dejando de lado
la variedad y la diversidad en su comportamiento. Sin mencionar que durante gran parte de la
historia humana, nuestra especie logró sobrevivir sin pañales.
Entonces surgió la antropología psicológica, entre las décadas de los 20’s y los 30’s, con un
campo limitado, pero de gran alcance. Se utilizaron las teorías de Piaget, Freud, Hall y otros, para
analizar pueblos no occidentales con culturas muy distintas. Margaret Mead, una de las
fundadoras de la antropología psicológica, pronto se hizo famosa por desarrollar un sencillo
método para acercarse a la llamada “instancia negativa” o “veto antropológico”, que consistía en
encontrar un sólo caso negativo que pudiera ser la excepción de la regla, tal como a universalidad
y la base biológica de estrés adolescente.
Después de trabajar nueve meses en Samoa, Mead regresó para reportar en su primer y más
popular libro, Coming of age in Samoa, que, entre sus jóvenes informantes femeninas, la
adolescencia era una etapa muy privilegiada en el ciclo de la vida, una edad de relaciones pre-
maritales casuales, pocas responsabilidades, tranquilas relaciones con los padres y otros
parientes, y consecuentemente, un periodo de armonía en lugar de desequilibrio y luchas. Es aquí
donde Mead encontró su primer caso de instancia negativa para refutar a teoría psico-biológica del
estrés adolescente concluyendo que es la cultura, no la biología, la que era mayormente culpable
de tormento y estrés” durante la adolescencia de la juventud americana. En los últimos capítulos
de este libro, Mead sugiere que, si los adolescentes americanos tuvieran la libertad de
experimentar y explorar si las Instituciones americanas, como la familia nuclear y las escuelas
públicas fueran menos rígidas, autoritarias y coercitivas, y si los padres americanos fueran menos
puritanos e influenciados por la culpa sobre la sexualidad, entonces se podrían reducir las
tensiones, conflictos y rebeliones de la juventud americana. Estas afirmaciones tuvieron un efecto
inmediato en los científicos sociales y el público americano. Se dice que la publicación inició la
revolución sexual en Estados Unidos. Los científicos sociales aceptaron la idea radical que
profesaba que las sociedades aisladas, usualmente llamadas primitivas, se podían usar como
laboratorios para la experimentación e investigación sobre hipótesis planteadas en relación a la
naturaleza de los seres humanos, generadas dentro de la limitada intelectualidad de la academia.
El libro también tuvo implicaciones políticas, pues introducía el relativismo y determinismo
culturales en círculos intelectuales y escolares, así como en la sociedad en general, en un
momento en el que tener ideas racistas era rampante para la sociedad estadounidense. En las
primeras décadas del siglo XX, las ideas darwinianas de la selección natural estaban
inapropiadamente aplicadas al comportamiento social, incluyendo clases sociales y racismo. La
supervivencia del más fuerte se volvió la consigna detrás del movimiento eugénico, una política
racista hacia inmigrantes. La biología y la genética (mal comprendidas en esta época) explicaban
la inferioridad de algunos grupos: inmigrantes (especialmente de Irlanda, Italia y el este de
Europa), mujeres, negros, pobres, paganos y Salvajes, que vivían en los lugares más recónditos
debió en el prefacio de la tercera edición de libro que:
La idea de que cada pensamiento y movimiento nuestro es un producto, no de
la raza, no del instinto, sino derivado de la sociedad en la que está inserto un
individuo, era completamente nueva y poco familiar (1961).
Pero Coming of age in Samoa pronto fue aceptado, junto con la idea de la cultura, como una
condicionante no biológica, sino como un sistema coherente de ideas, creencias y valores,
transmitidos verbal y no verbalmente a los infantes, desde la manera en que se cargan, cuidan y
disciplinan, hasta cuando un niño está creciendo y se le enseñan las reglas formales de la
sociedad. Después de Mead, la cultura se invocó por los no-antropólogos para explicar las
diferencias humanas. El texto fue un éxito, pues había un humor optimista en el país, además que
la teoría de la relatividad contenía en sí misma un carácter muy americano al pensar que uno
puede jugar con cambiar su sociedad, su destino social, económico y político. Variantes que
encajaban perfectamente en la ideología americana del hombre y mujer hecha por propia cuenta.
Así, con la ayuda de Mead, en la década de los 20’s, el péndulo se alejó de las justificaciones
social-darwinistas y biológicas del status quo. Los antropólogos y demás científicos sociales
empezaron a rechazar las ideas preconcebidas de que la civilización occidental, la raza blanca y lo
masculino, eran el punto más alto de la evolución humana. De cualquier manera, junto con el
racismo, muchos rechazaron la relevancia de las ciencias biológicas para iluminar cualquier
elemento del comportamiento Social y la organización social. Esta fue el modo en que se separó la
biología de las ciencias sociales, con consecuencias que afectan hasta la fecha, por ejemplo, las
continuas hostilidades entre los antropólogos físicos y culturales.
Tras la muerte de Mead, el espíritu pesimista de los 80’s alentó la proliferación de las teorías
sociales que negaban la posibilidad de cambio y del desarrollo de nuevas potencialidades
humanas, las cuales argumentan a favor del temperamento, inteligencia y logros, en vez de la
enraizada determinación biológica de los roles sexuales. En la muy popular y aplaudida
sociobiología de E. 0. Wilson y sus seguidores, tendríamos que explicar virtualmente la formación
de todas las instituciones humanas como respuesta de unas pocas imperativas biológicas.
El nuevo ánimo innatista se puede sentir en muchos aspectos de la vida americana. Está en las
bases de muchos movimientos populares, por ejemplo, en el movimiento holístico de salud y su
rechazo a la tecnología médica, optando por la comida natural y curas con herbolaria; los
movimientos de nacimientos en casa y de hospicio, como parte de la búsqueda del retorno a
nuestro ser natural y biológico. El nacimiento sin drogas ni intervenciones médicas, y la leche de la
madre, son otras prácticas promovidas para facilitar la unión entre ella y el hijo, interpretado como
parte de la vida social, enraizado en la biología evolutiva de la mujer. Hay una tendencia creciente
de los medios americanos por cuestionar la sabiduría de los cambios radicales de roles sexuales y
la vida familiar: familias con dos carreras, centros de cuidado para niños, padres de casa, familias
monoparentales, padres y madres homosexuales, entre otros. Existe el miedo de que nos
hayamos movido muy rápido y muy lejos de lo que se supone que heredamos genéticamente, y
que tenemos que regresar a ese compás con aquella biología.
No es un accidente que la refutación de Derek Freeman al primer libro de Mead haya tenido
que esperar casi medio siglo, justo para aparecer en un momento en el que el país estaba mejor
dispuesto a recibirlo. En Margaret Mead and Samoa, Freeman intenta no sólo desmentir la imagen
idílica de la vida adolescente, también trata de refutar la teoría del relativismo cultural, de donde
emanaba toda la descripción.
Basándose en varios trabajos de campo en Samoa Occidental, entre 1940 y 1967, Freeman
reunió suficientes evidencias para acusar a la joven Mead de ingenua, incompetente y de estar
engañándose a sí misma. Mientras que las descripciones de Mead sobre los samoanos nos
muestra que son pasivos, amorosos, relajados sexualmente, y libres de mayores preocupaciones
sexuales, Freeman presenta a los samoanos como agresivos, violentos, reprimidos sexualmente y
frágiles. Freeman da implacables ejemplos de los samoanos, “pegándose los unos a los otros en
la cabeza, rompiéndose la mandíbula, golpeando infantes, suicidándose, deseando que sus
madres estuvieran muertas y castigando violadores” (Nader: 1983). En pocas palabras, Freeman
presenta una descripción que es exactamente opuesta a la de Mead, lo cual nos deja una
descripción caricaturesca de las culturas apolíneas contra las dionisiacas de Benedict (1934).
En una conferencia de prensa Freeman hizo la extraordinaria declaración sobre su trabajo
diciendo que “es la primera vez que en la antropología, o en cualquier otra ciencia humana en
general, se haya probado que un científico tan establecido haya estado equivocado” (TIME
214/83:68). En Margaret Mead y Samoa, el autor sugiere que la ceguera etnográfica viene de la
admiración de la científica hacia su mentor, Franz Boas de la universidad de Columbia, y su
supuesta escuela anti-biológica y determinista cultural. La actitud de la joven Mead, retratada aquí
como una mujer frívola y “necesitada”, se debe a un complejo psicológico/personal, así como a
razones teóricas y políticas (construir teorías en contra del reduccionismo biológico, el racismo y
las filosofías eugénicas), que quería ver a las adolescentes Samoanas como impresionantemente
libres de obligaciones biológicas y como ingenuos hijos de la cultura, en vez de observarlos como
agresivos y naturalmente violentos. La ceguera de Mead, sin importar las buenas intenciones,
representa para Freeman una abrogación de la objetividad y neutralidad científica Imperdonables.
Es decir, culpa a Mead por Salir al campo a probar un punto de vista en el cual está muy
comprometida, y que oscureció su capacidad de describir lo que realmente observó, “Mead,
desechó la biología, o la naturaleza, como si carecieran de importancia alguna” (Freeman: 87)
Después se refiere a su “declarado absoluto determinismo cultural, con sus asunciones Sobre la
naturaleza humana como “tabula rasa” (Freeman: 295).
Si bien Freeman no culpa a Mead de engaño intencional, la acusa de seleccionar armar y
presentar datos de manera que demeriten a la biología y exageren las influencias culturales en el
comportamiento Samoano, en especial el comportamiento de los adolescentes. Más adelante
veremos el caso que formula Freeman para explicar las bases biológicas del temperamento
Samoano. No obstante, podemos cuestionarnos ¿hacia dónde nos llevan ambos planteamientos
con respecto al estatus de |a antropología como ciencia social y del comportamiento? ¿Quién de
los dos tiene a razón? ¿Qué es lo que da cuenta de las discrepancias? ¿Qué tipo de reclamos
científicos puede hacer la antropología por sí misma? Probablemente o más doloroso de esta
controversia ha sido la degradación de la “confianza pública” en las ciencias sociales, a las cuales
americanos educados acudían tradicionalmente para encontrar guías en la crianza de su familia.
Una carta enviada al New York Times en febrero de 1983, por un ciudadano agraviado de Far
Rockway, N.Y.C., captura puntualmente la desilusión y el sentimiento de traición:
El trabajo de Margaret Mead se convirtió en una biblia para toda una
generación. Le daba credibilidad científica a la permisividad, que ahora sentimos
es responsable por la desintegración social. El apuntalamiento científico de la
presente permisividad, falta de ley y desorganización pudieron haber llegado
gracias a una investigación defectuosa o hasta por una distorsión, esto es
demasiado para cargar.
Tales palabras nos remiten al mismo punto, la obligación y desafío de explicarle a la sociedad
americana qué es la antropología. Por una parte, la reacción académica parece favorecer a Derek
Freeman cuando se habla de la agresión Samoana, por otra, parecen más de acuerdo con
Margaret Mead cuando se habla de sexualidad (Nader: 1983, Marcus: 1983, Clifford: 1983). A
nuestro juicio ambos cometieron errores al acercarse a la etnografía como si fuera un campo de
batalla, para un simple verdadero-falso sobre una hipótesis que se había fabricado desde fuera de
esa cultura.
Existen abundantes evidencias en los escritos de expertos contemporáneos en Samoa, como
Bradd Shore (1981, 1982), que remarcan la cultura samoana como un sistema dual que contiene
muchas paradojas, contradicciones y “misterios”, como los llama Shore, que están culturalmente
estructurados pero que no se pueden resolver. Lo realmente interesante es que una cultura
compleja como Samoa puede contener ambos ejes de comportamiento el apolíneo-armónico y el
dionisiaco-agresivo operando al mismo tiempo, entonces en algunos contextos los samoanos son
excesivamente agresivos y en otros son decorosos, controlados y amables a las faltas. Existe,
como lo sugiere Freeman, un fuerte culto a la virginidad en Samoa, pero (como logró capturarlo
Mead en su etnografía) la mayoría de los jóvenes logran escapar de él, y tener tiempo para ellos
mismos sin tener que sentir una tremenda culpa. En una publicación reciente, Bradd Shore
yuxtapone la ideología pública samoana contra el comportamiento privado, señalando que:
EL SEXO PREMARITAL ES PARTE DEL CRECIMIENTO PARA MUCHOS SAMOANOS Y
SAMOANAS (…) AL MENOS EN PRIVADO, LOS SAMOANOS VEN A SEXO COMO UNA PARTE
IMPORTANTE DE UNA AVENTURA JUVENIL (1981: 197).
El término usado para referirse al acto Sexual, más común en Samoa, es la palabra jugar”.
Shore también sugiere que existe un “doble-estándar” temporal, una moral formal para el día y una
más relajada y libre para la noche. Lo que marcó el trabajo Inicial de Mead al igual que la posterior
refutación de Freeman, fue la vieja idea culturalista de que todos los elementos deben estar
adheridos a una sola configuración o patrón, esto quiere decir que los samoanos tienen que ser
forzosamente violentos o pasivos, sexuales o reprimidos, en vez de investigar las muchas
contradicciones que existen en casi todas las sociedades. El punto es que Mead había
abandonado el pensamiento configuracioncita por ahí de 1938, mientras que Derek Freeman
seguía sujeto al paradigma en 1983. Sin embargo, defiende la existencia de un sólo ethos
Samoano, un término usado con mucha precaución, si es que se usa, por antropólogos
contemporáneos.
Nuestro hoy más sofisticado entendimiento de la cultura de Samoa sugiere que Mead mención
de la cultura samoana, capturó una verdad Samoana, como decía James Clifford (1983: 476), pero
no la verdad samoana. Freeman accedió a otra verdad, pero no a la verdad completa. Esto se
puede explicar por las diferencias entre Mead, Freeman y sus respectivos informantes. Mead era
una mujer joven que entrevistaba a niñas emocionadas por la inocencia del primer encuentro
sexual. Freeman hizo su investigación ya como un hombre maduro, después como un viejo. Sus
informantes eran jefes de alto mando. Freeman no pudo haber hecho las mismas preguntas de
Mead a niñas de 13 y 14 años sin que lo echaran de la isla. El tema de las relaciones sexuales
premaritales es de confianza entre los jóvenes, pero es decididamente incorrecto hablarlo entre
diferentes generaciones. Debido a la gran diferencia de status entre los jóvenes y los mayores, las
preguntas íntimas formuladas a jovencitas hubieran sido muy reprobables viniendo de un hombre
americano maduro. Los informantes de Freeman Sobre la vida samoana eran similares a él,
hombres mayores que eran los guardianes de la moralidad pública. Freeman tenía acceso a lo que
Erving Goffman llamaba el performance del “proscenio”, el “libreto oficial” del comportamiento
sexual. Mead, sin embargo tuvo acceso al performance del “fondo”, la vista y comportamientos de
mujeres adolescentes. Estas niñas de bajo status, relativamente “sin importancia”, compartieron
con Mead cierto número de “secretos culturales”, y este es el tipo de conocimiento que un
antropólogo descubre cuando trabaja con grupos, marginados y no-dominantes de la sociedad,
individuos que no están tan preocupados por mantener la imagen oficial del grupo.
En una sociedad tan estratificada o dividida como Samoa, es común que se haga una
diferenciación tan fuerte si sus informantes son hombres o mujeres, viejos o jóvenes, individuos
con un status mayor o menor. En el sistema de castas de la India, por dar otro ejemplo, es muy
diferente cuando se es un Brahim o un Intocable, si se comienza a trabajar con un grupo,
inmediatamente el acceso es negado o la confianza perdida, para trabajar con otro grupo. Es más
fácil hablar una “verdad” etnográfica completa o “balanceada” que obtenerla realmente.
Algo rescatable de la revisión feminista de etnografías clásicas, de las dos últimas décadas, es
que comprendemos hasta qué punto éstas han sido afectadas por un inconsciente sesgo
masculino, refiriéndose a los etnógrafos, preguntando a informantes masculinos sobre la
dominación masculina en terrenos como la política, la guerra y la economía. Basados en la
suposición generalizada de que las mujeres son malas informantes, sigue siendo una costumbre
común preguntar a los hombres sobre sus propias vidas, al igual que la vida y las actividades de
las mujeres (Véase: Scheper-Hughes 1983b). Era muy posible que las etnografías fueran hechas
sin un sólo informante femenino, nunca ha pasado al revés. Edwin Ardner (1975:4) dice que
Evans-Pritchard trataba a las mujeres nuer igual que trataba a las vacas, es decir, como
omnipresentes e importantes, pero igual de mudas para decir algo significante sobre la cultura
nuer o las relaciones sociales. Fue hasta que las mujeres, y aún más importante, los antropólogos
“feminizados” comenzaron a entrar en el trabajo de campo en números más grandes, cuando se
tomó en serio a las mujeres (y niños) como informantes sobre sus vidas, lo que facilitó una imagen
muy diferente de las mismas sociedades. Margaret Mead es la pionera en esta línea de
investigación. El reestudio de Jane Goodale (1971) sobre los Tiwi y las Trobriand, demostraron la
diferencia entre las divergencias masculinas y femeninas de una misma cultura. El reestudio de
Freeman se basa en el inadmisible método de entrevistar a hombres de mediana edad con el fin
de corregir las entrevistas de Mead a mujeres adolescentes. El error está en pensar que la cultura
es una realidad única e integrada esperando “ahí” a ser correctamente descrita.
Ahora sabemos que cuando hablamos de la cultura samoana o la irlandesa, estamos hablando
de resultado de una serie de interacciones entre ella antropólogo(a) y sus informantes. El
entendimiento cultura es esencialmente producido y no recolectado. La etnografía es un tipo de
autobiografía intelectual muy especial, un registro muy algo significante sobre la cultura nuer las
personal en la que una visión completa de la condición de ser humano, una sensibilidad completa,
es elaborada. Ya no tratamos de acercarnos a mundo como una formación de objetos (como los
científicos naturales), sino como una realidad que no puede ser separada de nuestra percepción
de ella. Se mueve con el tiempo, como respuesta a nuestro contemplar. Interactúa con nosotros.
El conocimiento que resguarda siempre tiene que ser interpretado por nosotros, por el tipo
particular de complejidad social, cultural y psicológica que llevamos a campo. Este “yo” no puede
ser negado, pues estructura las preguntas que hacemos y filtra lo que vemos, lo que oímos, lo que
no se nos ocurre preguntar, lo que no logramos ver ni oír
Por lo tanto no puede existir una “falsificación” de una etnografía de 1925, una de 1940 o un
reestudio de 1965, ya que el momento etnográfico particular en que Mead o capturó pasó hace
tiempo. El grupo cambió. Hoy ya no existen primitivos “atempoales” o personas tradicionales,
todos por igual somos contemporáneos y estamos de frente a los mismos miedos y desafíos de
siglo XX, en un mundo unido por el mercado global y dividido por hostilidades globales.
Como lo señaló muy elocuentemente Elisabeth Colson en su Distinguished Faculty Research
Lecture, dada en Berkley la primavera pasada, en la cual reflexionó Sobre Su trabajo sobre los
hablantes de Tonga en África central durante 35 años, “las culturas no son estáticas y los
individuos no están dispuestos a actuar el mismo papel todos los días (sólo para el beneficio de
los etnógrafos)”. Señala que después de décadas de reestudio etnográfico hemos aprendido a
fechar nuestras observaciones y, de una vez, dejar esa temporalidad incómoda Llamada “el
presente etnográfico”. También hemos asimilado que lo que podemos aprender siempre está en
cambio, por lo que tenemos que aceptar que las comunidades pueden cambiar más rápido que los
antropólogos que tratan de estudiarlas.
Mead nunca dijo estar documentando una verdad eterna en Coming of Age in Samoa por el
contrario se resistió a todas las peticiones de norteamericanos y samoanos de revisar y actualizar
el libro. Sostenía que esto era imposible. Si fuera a estudiar Samoa hoy hubiera tenido que escribir
un libro muy diferente basado en una realidad cultural e histórica muy diferente. Su ciencia
también había cambiado mucho. Al respecto, en la edición de 1973, escribió
Parece, más que nunca, necesario enfatizar gritar lo más fuerte que
pueda, que esto se trata de Samoa y Estados Unidos entre 1926 y 1928. Al
leerlo recuérdalo. Recuerda que son tus abuelos y bisabuelos de los que
escribo, cuando eran jóvenes y sin preocupaciones en Samoa o plagados de
nuestras expectativas sobre los adolescentes en los Estados Unidos[…]
Debe permanecer justo como se escribió, fiel a lo que vi en Samoa y a lo que
pude transmitir fiel a nuestro conocimiento del comportamiento humano
como era a mitades de los años 20, fiel a nuestros anhelos y miedos del
futuro de mundo (1973: II).
Si Mead, ya una mujer madura, hubiera regresado a Samoa (como lo hizo a Manus, Nueva
Guinea), no solamente hubiera encontrado una Sociedad modernizada y cambiada en la que los
adolescentes usan Walkmans y ven Superman 2 en vídeo, también hubiera encontrado una nueva
generación de jóvenes reacios a hablar con una mujer de edad media con aspecto maternal Ella
pudo haber encontrado a ellos mucho menos interesantes que hombres y mujeres mayores,
incluyendo a los jefes de alto mando Mead se convirtió en una anciana de su tribu, que bastón en
mano, podía sentir y gozar del sentimiento de poder.
La madura Mead había renunciado al modelo científico de “prueba de hipótesis” que había
formado su trabajo anterior. Llegó a rechazar la metáfora del campo como un laboratorio en el que
se conducían experimentos científicos y llegó a reconocer (a diferencia de Freeman) que las
comunidades humanas no son laboratorios en los que podemos sostener condiciones constantes
para el beneficio de la replicabilidad científica. Mead comienza el capítulo sobre el trabajo de
campo en la edición de Spindler The Making of Pychcological Anthropology diciendo que:
LA ANTROPOLOGÍA ESPECÍFICA DIFIERE DE LAS CIENCIAS EMPÍRICAS, YA QUE ES CASI
IMPOSIBLE LLEVAR ACABO UN EXPERIMENTO SATISFACTORIO EN EL CAMPO (1978:89).
Además, pensaba que era injusto para las personas estudiadas ser utilizadas para probar
puntos teóricos que significaban muy poco para ellos. Más bien, la madura Mead se preocupaba
por la situación contemporánea de la rápida aculturación de la gente “primitiva” y la destrucción de
las culturas tradicionales. Se interesó y aplicó la etnografía a “la labor de apreciar y proteger la
vida de toda la humanidad y la vida del mundo” (Spindler: 1978:88) que aceptaba tener. Se volvió
impaciente hacia las pequeñas riñas, guerras disciplinarias y la preocupación de los métodos
científicos. “El tiempo se acaba”, advertía:
LOS ESTADOS NACIONALES ESTÁN CERRANDO SUS PUERTAS A LOS ANTROPÓLOGOS,
LA JUNGLA ESTÁ SIENDO DEVASTADA Y SE ESTÁN CONSTRUYENDO CARRETERAS EN EL
DESIERTO DE KALAHARI Y EN EL BOSQUE DE ITURI. SIN EMBARGO, POR MUCHO QUE
PUEDA ESTAR INTERESADO UN ANTROPÓLOGO EN EXPLORAR O DEMOSTRAR ALGÚN
PUNTO QUE HAYA SURGIDO EN EL TRANSCURSO DE LA EXPERIMENTACIÓN PSICOLÓGICA,
AL FINAL, CREO, ACEPTARÁ LAS CONDICIONES COMO VENGAN, APRENDERÁ A USAR
TODAS LAS POSIBILIDADES EN UN CAMPO ESPECIFICO, HACER Y REMENDAR CON HECHOS,
EN VEZ DE ESPERAR MESES POR LUGARES PERFECTOS, POBLACIONES DE DIFERENTES
TAMAÑOS O CONTRASTES PREDETERMINADOS (1978:90).
Mead veía al antropólogo como un “intermediario cultural”, como un mediador entre la colisión
de las culturas y el choque de interpretaciones. Una imagen más adecuada de Mead se presentó
en el programa Odyssey. Aparecía bajo un árbol con un grupo de revolucionarios de Nueva Guinea
discutiendo política Manus en pidgin. Mead veía al antropólogo como un “guardián” para las
comunidades preletradas, insistiendo a los viejos para que recuerden y a los jóvenes para que
aprecien los modos de vida que al parecer no veremos más. Y como lo prueban las salas de
archivos de Mead en el Museo de Historia Natural en Nueva York, con los cientos de miles de
cintas, fotografías, dibujos de niños, diarios, cuadernos e interminables cajas de notas de campo,
estaba decidida a documentarlo como debe ser.
Meady Benjamin Spock influenciaron la manera en la que fuimos criados, y desafiamos a
nuestros padres a experimentar con nociones radicales como la tolerancia, la comunicación
abierta y la permisividad. No es necesario mencionar que influyó para que cientos de mujeres la
siguieron al campo y a los lugares más adecuados de la disciplina. Estuvo con nosotros en el
movimiento por los derechos civiles y el antiguerra, fue líder en la “segunda oleada” del
movimiento del feminismo americano, sin haber salido de la primera. Dentro de la antropología,
fue un centro moral al igual que intelectual, y un dinamo personal.
Es de extrañarse su gran, aunque a veces entrometida, presencia en nuestro medio. Uno no
puedo dejar de recordar la extraña manera en la que se anunció su muerte en la Asociación
Americana de Antropólogos en 1978: Consiguió morir cuando estuvimos reunidos cientos de
nosotros para recibir la noticia. Fue entonces que se nos ocurrió, en el silencio del momento, que
estábamos callados porque era a Margaret a quien nos dirigíamos para llevar a cabo los rituales
del día. Ella hubiera sabido qué hacer exactamente, celebrando la muerte de mejor manera.
Estábamos entonces, como estamos ahora, a la deriva sin ella.
Pero en los mares del Sur, en la isla de Peri, en donde conocían a las dos Mead, la temeraria
joven y la madura y comprensiva mujer, el anuncio de la muerte no fue recibida con un silencio
incómodo, Mejor fue recibida con un canto para una jefa anciana que llenó la larga y pacífica
noche. No puede haber mejor tributo para una eterna estudiante de la cultura humana, y una que
pasó, como lo dijo Emile de Brigard (1984:494), “la primera mitad de su vida tratando de salvar las
tribus del mundo y la segunda tratando de salvar al mundo de sí mismo.”
Notas
1. La Isla de Upolu, donde hizo su trabajo de campo Freeman, está a 200 millas de la isla de
Tau, donde hizo el suyo Mead. Durante el tiempo de ambos trabajos de campo, Upolu estaba bajo
el gobierno colonial británico y Ta’u bajo control americano. Ambos, Mead y Freeman, pueden ser
acusados de cometer el frecuente error etnográfico de generalizar al resto de Samoa a partir del
conocimiento que tenían de sus pequeñas comunidades que mejor conocieron.
2. Incluso una lectura rápida y superficial de los primeros escritos de Mead revela lo
injustificado y equivocado de la descripción y calificación de la tradición intelectual de Mead. Como
Franz Boas (quien también es atacado en el libro de Freeman), Mead también fue una relativista
cultural, no una determinista cultural. Estaba fascinada con la variabilidad cultural, que suponía,
como lo formula George Mardus, “dentro del contexto de tendencias biológicas generales de
comportamiento humano” (1983:3). En su libro Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas
de 1935 (existe traducción al español: Editorial Paidós. México, 1990) esta orientación teórica es
bastante explícita. Argumenta en sus últimos capítulos que el temperamento varia
independientemente del sexo, y es Influenciado por un conjunto de tendencias individuales,
genéticas y constitucionales, así como por un condicionamiento Infantil temprano. Rechaza la
metáfora de la “tabula rasa” y la considera incorrecta y tramposa. Reflexionando sobre sus propias
premisas teóricas, Mead escribió: “Durante un período de dos años entre mi trabajo de campo en
Samoa y el Manus, continué trabajando con la premisa general de que las potencialidades
humanas eran universales, pero cuáles serán expresadas y la forma en que lo hacen depende de
la cultura” (1978:99). La lectura de Freeman de las supuestas premisas teóricas de Mead es una
tergiversación grosera de los hechos, de la misma manera que su descripción de la relación entre
Mead y Boas está oscurecida por su sesgo machista. Su principal Influencia y guía fue Ruth
Benedict y no el profesor Boas.

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[1] Harbert Applebaum (ed) Perspectives in cultural Anthropology, State Univesrity of New York
Press, Albany, 1987. Traducción de Kevin Arvizu de la Teja, estudiante de la licenciatura en
Antropología Social, UAM-I

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