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Los orígenes de la consideración del modelo de adicción como enfermedad se remontan al siglo

XVII (Warner, 1994 citado en Trujols y Allende, 2018), sin embargo, aunque este modelo aún
prime entre las principales asociaciones y publicaciones científicas en el área de las adicciones,
no sucede lo mismo en las personas que trabajan en el campo (Trujols et al., 2016 citado en
Trujols y Allende, 2018).
Este enfoque es caracterizado por considerar la adicción como una enfermedad mental causada
por la activación de los circuitos de refuerzo a través del neurotransmisor de dopamina en
ciertas áreas cerebrales, siendo irreversible una vez que ocurre (Courtwright, 2011; NIDA, 2007
citado en Becoña, 2018). Así, este enfoque es enmarcado en la noción actual de psiquiatría
biológica consistente en reducir toda la psicopatología a enfermedades o trastornos cerebrales
(Insel & Cuthbert, 2015 citado en Becoña, 2018). Y, por lo tanto, considerando que el mejor
tratamiento posible es el farmacológico (McKay, et al., 2016 citado en Becoña, 2018), que
interviene directamente en la causa del problema, el cerebro.
Sin embargo, en los últimos años este modelo ha recibido grandes críticas por su carácter
reduccionista y estigmatizante. En cuanto a las críticas para explicar el proceso adictivo, se
proponen más factores a parte de los genéticos para explicar la vulnerabilidad de la persona a
caer en una adicción, como son los factores ambientales y de desarrollo. Además, recientemente
se ha afirmado que tan sólo un pequeño porcentaje de personas que consumen drogas presentan
una adicción (Volkow et al., 2016 citado en Becoña, 2018).
En relación a esto, se planteó como una alternativa al modelo biomédico el modelo
biopsicosocial propuesto por Engel (1977) aplicado al ámbito de las adicciones. Así, en pocos
años fue aceptado por los trabajadores de esta área pues se encontraban tanto médicos,
sociólogos como psicólogos (dada la necesidad de trabajar en equipos multidisciplinares). De
esta forma, desde este modelo se establece que los factores genéticos y/o biológicos,
psicológicos y socioculturales juegan un papel fundamental en la contribución al consumo de
drogas y es preciso abordarlos en la prevención y tratamiento (Becoña, 2002; Skewes &
González, 2013 citado en Becoña, 2018). Un ejemplo de la validez de este modelo frente al
reduccionismo del modelo biomédico es el “Vietnam Veteran Study”(Robins et al., 1975).
Por otro lado, en referencia al carácter estigmatizante del modelo biomédico, se ha demostrado
en numerosos estudios con personas adictas a diferentes sustancias como por ejemplo la
nicotina o el alcohol (Lebowitz & Appelbaum, 2017 citado en Trujols y Allende, 2018) que la
asunción de este modelo explicativo afecta negativamente a su sensación de locus de control y
nivel de autoeficacia, incluso algunos participantes de estos estudios indicaban que seguir un
modelo biomédico podría dificultar la búsqueda de tratamiento y desalentar al paciente
(Morphett et al., 2017 citado en Trujols y Allende, 2018).
Para finalizar y a modo de comentario de opinión, resaltar la importancia de asumir un modelo
que tenga en cuenta el contexto en el cual una persona desarrolla una adicción. Considero que es
primordial para el tratamiento eficaz de esta (así como para la labor de prevención), puesto que
es la única forma tanto de obtener información útil sobre el desarrollo y mantenimiento de la
conducta adictiva, como del establecimiento de una intervención ajustada a su repertorio
conductual, sus recursos y contexto.

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