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LAS RELACIONES ENTRE LA LOGICA Y EL DERECHO

Eugenio Bulygin

Universidad de Buenos Aires

La lógica y el derecho son dos ciencias venerables, entre las cuales, a pesar de su

diversidad, hubo a lo largo de la historia relaciones bastante estrechas. La lógica se

ocupa de razonamientos y por lo tanto de conceptos tales como lenguaje, verdad,

validez etc. Y es, por lo tanto, una ciencia eminentemente teórica. El derecho, en

cambio, estudia las normas de comportamiento y las correspondientes conductas: es una

ciencia que puede calificarse de práctica. Sin embargo, hubo entre ellas interesantes

influencias mutuas. Estas influencias eran casi siempre unilaterales: fue básicamente la

lógica la que influyó en el pensamiento jurídico. Pero al comienzo de su historia común

y también en los últimos cincuenta años el derecho tuvo una notable influencia sobre la

lógica.

En el quinto y cuarto siglo a.C. las discusiones ante los tribunales y en las plazas

de las ciudades griegas provocaron interesante consideraciones lógicas entre los

filósofos presocráticos que llevaron al descubrimiento de varias paradojas, como por

ejemplo, la famosa paradoja del mentiroso. Pero a partir del siglo IV a.C. hasta el siglo

XX d.C. – y esto significa más de de dos mil doscientos años – era la lógica la que

ejerció una gran influencia en el pensamiento jurídico. La figura decisiva era

Aristóteles, cuya teoría del razonamiento deductivo (silogística) y su teoría de sistema

ejercieron una impresión muy profunda sobre el pensamiento científico en general y

sobre la ciencia del derecho en particular.


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Un sistema, en la visión de Aristóteles, es un conjunto de enunciados que

cumplen las siguientes condiciones: 1) se refieren a una región específica de la realidad,

2) son verdaderos respecto de esa realidad, 3) las consecuencias lógicas de esos

enunciados pertenecen también al sistema y 4) ha de haber un subconjunto finito de

enunciados (axiomas o principios), cuya verdad sea tan evidente que no requiere

ninguna prueba y todos los demás enunciados (teoremas) pertenecientes al sistema

pueden ser demostrados a partir de los axiomas mediante razonamientos lógicamente

válidos.

Lo que Aristóteles tenía in mente era naturalmente la geometría de Euclides,

pero lo que él había creado era una teoría general de ciencia que debía valer para todas

las ciencias. El desarrollo de nuevas ciencias en el sentido aristotélico tardó bastante

tiempo, pero su teoría de sistemas fue considerada durante muchos siglos como el ideal

de toda ciencia racional.

La influencia de la lógica sobre el derecho ya se hace sentir en el derecho

romano (por ejemplo, en la teoría de las obligaciones), pero se incrementó notablemente

en la edad media con la creciente influencia de Aristóteles debida a Tomás de Aquino y

otros filósofos escolásticos. La teoría del derecho natural de los filósofos medievales

sigue en grandes rasgos la idea de sistema aristotélico: las normas del derecho natural

(basado en una concepción teológica) son consideradas como axiomas, a partir de las

cuales debían ser deducidas las otras normas jurídicas. Pero recién en la época moderna

este concepto de sistema se aplica expresa y prácticamente al derecho.

Alrededor de 1600 se produce la primera crisis de la concepción aristotélica de

sistema, como consecuencia del desarrollo de la nueva ciencia natural por Galileo y

Newton, en la que la investigación empírica reemplaza los postulados de evidencia y

deducción. Esto conduce a la división entre ciencias racionales o formales y ciencias


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empíricas. Pero la ciencia del derecho permanece en el campo de las primeras. Los

grandes sistemas del derecho natural racionalista (Grocio, Pufendorf y Althusio) siguen

la tradición escolástica, en la que sólo reemplazan el derecho natural con bases

teológicas por un derecho natural racional. El gran cambio se produce recién con la

Ilustración y culmina en la codificación napoleónica.

Bajo la influencia de los grandes pensadores de la Ilustración (sobre todo de

Montesquieu) cuatro ideas fundamentales caracterizan la codificación: primero, el

reemplazo del derecho natural por el derecho positivo (creado por los seres humanos);

segundo, una división tajante entre la creación y la aplicación del derecho; tercero, la

división de poderes, especialmente la división entre el poder legislativo y el poder

judicial; y cuarto, la teoría del silogismo judicial.

El derecho es concebido como la totalidad de las normas generales creadas por

el poder legislativo. La tarea de los jueces se limita a la aplicación de las normas

generales (básicamente, leyes) a casos concretos. Pero para que los jueces puedan

cumplir esa tarea, el derecho ha de contener soluciones jurídicas (y no meramente

morales o políticas) para todos los casos posibles. Y esto significa que el derecho, es

decir, el conjunto de todas las normas jurídicas generales debe ser completo y

consistente. Si el derecho no contiene ninguna norma aplicable a un determinado caso

(lo que tradicionalmente se llama “laguna del derecho”) o si contiene dos o más normas

incompatibles aplicables al mismo caso (“conflicto normativo”), entonces el juez no

puede solucionar el problema mediante mera aplicación del derecho existente. El código

civil de Napoleón era el primer intento serio para crear un sistema jurídico que hiciera

posible para los jueces aplicar el derecho sin modificarlo.

La teoría del silogismo judicial desempeñaba en esto un papel muy importante:

una decisión judicial sólo se considera justificada si constituye, conforme a la teoría del
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silogismo judicial, una inferencia lógicamente válida a partir de las normas generales y

de las proposiciones descriptivas de los hechos del caso. El que ese silogismo tenía poca

similitud con las figuras del silogismo aristotélico no fue tomado en cuenta.

De esta manera, las ideas de completitud y de consistencia como ausencia de

contradicciones, ocuparon un lugar muy importante en la práctica jurídica.

Lamentablemente su tratamiento teórico por los juristas y filósofos jurídicos fue menos

satisfactorio, pues se destacó por ser incompleto y a veces incluso contradictorio. Fue

incompleto porque el concepto de completitud no fue definido con necesaria exactitud,

al no diferenciarse distintos tipo de lagunas, lo que condujo a menudo a no pocas

confusiones y es contradictoria la opinión muy difundida entre los juristas de que en el

derecho no hay casos de lagunas ni de contradicciones, porque los jueces los pueden

eliminar mediante la interpretación. Pero la posibilidad de la eliminación presupone ya

su existencia, pues lo que ha de ser eliminado son precisamente lagunas e

inconsistencias. En lugar de analizar los conceptos de completitud y consistencia,

muchos filósofos y teóricos del derecho sostuvieron dogmáticamente que el derecho es

siempre (por razones conceptuales, es decir, necesariamente) completo y consistente.

Hasta un filósofo del derecho tan destacado como Hans Kelsen ha sostenido durante

toda su larga vida que no puede haber lagunas en el derecho y reconoció la posibilidad

de contradicciones en el derecho sólo hacia el final de su vida.1

En la segunda mitad del siglo XIX se produjo, como es conocido, un enorme

progreso en la lógica, que condujo a lo que se conoce hoy como lógica simbólica y que

pasó inadvertido por la gran mayoría de juristas. Los nombres de grandes lógicos como

Boole, Cantor, Frege, Peano o Russell son hasta hoy prácticamente desconocidos en el

campo jurídico (con la excepción de Russell, quién es conocido por sus escritos

1
H. Kelsen, “Derogation” en R.A. Newman (ed.), Essays in Jurisprudence in Honor of Roscoe Pound,
Indianapolis-New York, 1962.
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filosóficos, éticos o políticos y no por su contribución a la lógica). Esto ha llevado a una

lamentable ruptura entre lógica y derecho que duró hasta la mitad del siglo XX. La

publicación de un pequeño artículo de Georg Henrik von Wright “Deontic Logic” en

19512 condujo a un cambio radical. Este artículo es generalmente considerado como el

nacimiento de una nueva rama de la lógica: la lógica deóntica o normativa, que se ocupa

de las normas y de los conceptos normativos y esto significó el comienzo de una nueva

fase en las relaciones entre estas dos disciplinas.

En los últimos sesenta años aparecieron una apreciable cantidad de trabajos

dedicados al análisis de conceptos normativos, como norma, obligación, prohibición,

permiso, competencia, sistema jurídico, etc., que usan técnicas elaboradas por los

lógicos. Libros como Norm and Action de von Wright (1963), The Concept of a Legal

System de Joseph Raz (1970), Normative Systems de C.E. Alchourrón y E. Bulygin

(1971) y Position and Change de Lars Lindahl (1977), inter alia, han tenido una

considerable influencia y fueron seguidos por numerosos libros y artículos que se

ocupan de los aspectos lógicos del derecho.3 Pero no sólo los filósofos del derecho se

han interesado en los últimos tiempos por la lógica, sino también se observa un

creciente interés por los conceptos normativos y por problemas jurídicos, o al menos

relevantes para el derecho, entre los lógicos. Aquí pueden mencionarse los nombres de

Newton Da Costa, S.O. Hansson, D. Makinson, R. Hilpinen, A. Soeteman, G. Sartor, y

H. Prakken. Es un hecho lamentable que esta tendencia se observa casi exclusivamente

en los países europeos y latinoamericanos; la influencia de la lógica en el ámbito

angloamericano es todavía muy escasa. Pero no dejo de tener la esperanza de que el

libro Deontic Logic and Legal Systems de dos de mis antiguos discípulos, Pablo

2
Mind, Vol. 60, N.S.
3
Aquí sólo se mencionan algunos nombres: R. Vernengo, R. Guibourg, P. Navarro, J. Rodríguez, H.
Zuleta (Argentina), D. Mendonca (Paraguay), J.C. Bayón, J.J. Moreso, J. Ferrer (España), R. Guastini,
P. Comanducci, B. Celano, P. Chiassoni, G.B. Ratti (Italia), A. Marmor (Israel), A. Frändberg (Suecia), I.
Niiniluoto (Finlandia).
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Navarro y Jorge Rodríguez que ha de aparecer en breve en Cambridge University Press,

contribuirá a cambiar esta situación.

El desarrollo de la lógica deóntica ha sido marcado por el conocido dilema de

Jörgensen.4 Este dilema consiste en lo siguiente: por un lado, la lógica está basada,

desde Aristóteles, en el concepto de verdad; los conceptos lógicos fundamentales, tales

como consecuencia, implicación, contradicción, etc. presuponen la verdad y también las

conectivas (negación, conjunción disyunción, etc.) están definidas por medio del

concepto de verdad. Pero si las normas concebidas como prescripciones carecen de

valores de verdad, entonces no hay una lógica de normas. Por otro lado, las conectivas

lógicas (no, y, o, si - entonces) se usan en contextos normativos aparentemente con el

mismo significado como en el lenguaje descriptivo y las normas figuran como premisas

o conclusiones en razonamientos que tienen el aspecto de ser lógicamente válidos. Esto

parece indicar que hay una lógica (oculta) de las normas.

Buena parte de la historia de la lógica de normas puede ser interpretado como el

intento de superar este dilema.5 Algunos autores, como por ejemplo, Kelsen han

aceptado la primera alternativa y en consecuencia mantienen una actitud escéptica

respecto de la lógica de normas. Otros filósofos han intentado, sin gran éxito, recurrir a

otros conceptos, como validez o satisfacción, como sustitutos de la verdad. Von Wright

observó poco después de la publicación de “Deontic Logic” que la lógica parece tener

un alcance mayor que la verdad,6 pero fue Carlos Alchourrón el primero en elaborar dos

sistemas lógicos, uno para las normas que no son ni verdaderas ni falsas y uno para las

proposiciones con valores de verdad acerca de las normas, esto es, lo que von Wright

llamó “proposiciones normativas”.

4
J. Jörgensen, “Imperatives and Logic”, Theoria 7, 1941.
5
Cfr. E. Bulygin, “Lógica Deóntica” en Alchourrón – Mendez –Orayen (eds.) Lógica en Enciclopedia
Iberoamericana de Filosofía, Trotta, Madrid, 1995-
6
G.H. von Wright, Logical Studies, London, 1957, VII.
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La distinción entre normas y proposiciones normativas es hoy día aceptada por

casi todos, pero la formulación de ambas lógicas todavía está en discusión. Algunos

problemas de la lógica normativa (como, por ejemplo, el problema de la relación entre

prohibiciones y permisos o el de los distintos tipos de lagunas o indeterminaciones están

prácticamente solucionados, pero un considerable número de problemas todavía esperan

su solución definitiva, si es que hay tal cosa como una solución definitiva de problemas

filosóficos. Así, por ejemplo, el concepto de contradicción entre normas, la

formalización de las normas condicionales, la idea de derrotabilidad (defeasibility) y,

last but not least, el concepto o los conceptos de sistema jurídico. Voy a hacer algunas

consideraciones sobre este – especialmente complicado - problema.

Parece claro que se deben distinguir dos conceptos que corren bajo el título

“sistema” u “orden jurídico”, o simplemente “derecho”. Por un lado cabe entender por

“sistema jurídico” el conjunto de las normas válidas en un determinado momento

temporal. Para este concepto Joseph Raz acuñó la expresión “sistema momentáneo”.

Este concepto de sistema es relativo a un momento temporal y es estático., pues tan

pronto como se le agregue una nueva norma o se elimine una norma existente, se tratará

de un conjunto diferente, no idéntico al anterior. Es decir, otro sistema. En este sentido

un sistema jurídico es normalmente de poca duración.

Pero hay también un concepto de sistema jurídico diferente, que no es relativo a

un momento temporal y que conserva su identidad en el transcurso del tiempo, aunque

su contenido varíe. Se trata de una secuencia de sistemas jurídicos momentáneos, es

decir, un conjunto (o familia) de conjuntos de normas. Con Carlos Alchourrón hemos

bautizado estos dos conceptos como “sistema jurídico” y “orden jurídico”. 7 Un orden

7
C.E. Alchourron – E. Bulygin, “sobre el concepto de orden jurídico”, Critica: Revista
Hispanoamericana de Filosofía, Vol. 8, No. 23, 3-23.
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jurídico puede durar durante mucho tiempo sin perder su identidad, aunque cambie su

contenido.

Esta idea fue criticada por Hugo Zuleta en un artículo que ha de aparecer pronto

en Análisis Filosófico. Zuleta sostiene que una secuencia de sistemas es también un

conjunto y, por lo tanto, todo cambio de un sistema jurídico de esa secuencia conduce a

otro orden jurídico. En otras palabras, el problema de identidad reaparece.

No creo, sin embargo, que esa crítica sea concluyente. La identidad del orden

jurídico no depende de la identidad de los sistemas jurídicos momentáneos, sino de la

identidad de los criterios de identificación de las normas pertenecientes al sistema. Esto

significa que mientras los criterios de identificación sean los mismos se trata del mismo

orden jurídico, aun cuando los sistemas pertenecientes a ese orden sean diferentes, como

consecuencias de la aplicación de los mismos criterios en tiempos diferentes.

Los criterios usados en el derecho básicamente tres: (1) la primera constitución

histórica en el sentido kelseniano, que forma el punto de partida para el orden jurídico,

al establecer los órganos y los procedimientos para la creación de las normas generales.

Las normas de esta (primera) constitución pertenecen por definición al orden jurídico:

se trata de mera enumeración de sus normas. Como ya se ha dicho, esta constitución

tiene que contener algunas normas de competencia que establecen los órganos y los

procedimientos para la creación de normas generales.

Los otros dos criterios son : (2) el principio de legalidad, de acuerdo al cual las

normas pertenecientes a un sistema jurídico sólo pueden ser modificados mediante

creación o derogación por los órganos competentes y (3) el principio de deducción: las

consecuencia lógicas de las normas pertenecientes al sistema, también pertenecen al

sistema. Esto implica que todo sistema estático (sistema jurídico en nuestra

terminología) es un sistema deductivo en el sentido aristotélico.


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Estos dos últimos criterios son puramente conceptuales, por lo tanto sólo el

primer criterio puede ser cambiado por voluntad humana. Y este es el criterio de

identidad del orden jurídico como secuencia o cadena de todos los sistemas que

contienen la misma primera constitución.

La primera constitución puede naturalmente también ser modificada, si es que

contiene un procedimiento para su modificación. Pero si la primera constitución es

modificada con un procedimiento no previsto, vgr. por una revolución o golpe de

estado, entonces obtenemos un nuevo orden jurídico. De esta manera, tenemos una

secuencia de sistemas jurídicos que conserva su identidad a pesar del cambio de los

contenidos de los sistemas que pertenecen a esa secuencia, es decir, a ese orden.

Mientras no se modifique la secuencia constitucional tenemos el mismo orden jurídico

que es definido como el conjunto de todos los sistemas jurídicos que contienen la

misma primera constitución.

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