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TIEMPO DE FAMILIA

Nosotros y la búsqueda de sentido


Más títulos de la colección Praxis

- Enhebrando huellas, Dides Iliana Hernández Silvera


- Logoterapia en cárceles. EL SUFRIMIENTO COMO ESCUELA DE HUMANIZACIÓN, Lucía
Copello
- Tiempo de familia. NOSOTROS Y LA BÚSQUEDA DE SENTIDO, Analía Boyadjián
- El común denominador. ESTRATEGIAS DE ABORDAJE COGNITIVO EN ADULTOS CON
DETERIORO, Dides Iliana Hernández Silvera
- Entre voces de la calle. UNA EXPERIENCIA DESDE LA LOGOTERAPIA EN UN CONTEXTO
SOCIAL, Lucía Cuéllar Ospina (Editora)
- Elogio al vínculo. REFLEXIONES DESDE LA LOGOTERAPIA VINCULAR, Analía Boyadjián
- Logoterapia vincular. INTEGRANDO LA LOGOTERAPIA, EL ANÁLISIS EXISTENCIAL Y EL
MODELO SISTÉMICO, Analía Boyadjián

***
DEDICATORIA
A mi marido, Víctor, y a mis hijos:
Josefina, Ana y Francisco.
A ellos mis gracias cotidianas por el sentido
que le dan a mi vida.

***
ANALÍA BOYADJIÁN

TIEMPO DE
FAMILIA

Nosotros y la búsqueda
de sentido
Boyadjián, Analía
Tiempo de familia. Nosotros y la búsqueda de sentido - 1ª ed. - Buenos Aires: San Pablo,
2020
Con las debidas licencias / Queda hecho el depósito que ordena la ley 11.723 / © SAN
PABLO, Riobamba 230, C1025ABF BUENOS AIRES, Argentina.
E-mail: director.editorial@sanpablo.com.ar
Versión E-PUB 2, mayo 2020 / Industria Argentina.
ISBN: 978-987-09-0119-8
I. Psicología. 2. Logoterapia. I. Título
CDD 150

Editorial SAN PABLO Argentina


Riobamba 230, C1025ABF BUENOS AIRES, Argentina.
Tel. (0054 11) 5555-2411
www.sanpablo.com.ar / E-mail: contacto@sanpablo.com.ar
CAPÍTULO 1
“NOSOTROS Y LA BÚSQUEDA
DE SENTIDO”

Transitando este nuevo milenio, con sus desafíos, por un lado positivos y,
por otro, con la crisis de valores que nos lastima, se impone una profunda
reflexión sobre la condición y el valor de la familia.
Conectarme con el título que elegí para este libro me implicó acercarme al
lugar que, entiendo, todos necesitamos “volver”. A ese espacio lleno de
significados, buenos o no, que tramó miles de caminos que fueron tejiendo
una y varias historias: la nuestra propia y la de nuestros familiares. Y que,
con avances y retrocesos, llanuras y sinuosidades, conforma el lugar donde
nacimos, donde crecimos, del cual nos fuimos y al que regresamos
(metafóricamente o literalmente), de tanto en tanto, para reconectarnos
con nuestras raíces.
Merece un punto y aparte señalar la familia actual o la que formamos
desde nuestra libre elección, como una de las metas más deseadas por la
persona y que nos demanda el resto de la vida en cuanto a deseos, esfuerzo,
trabajo, constancia, y nuevos deseos, y sigue la rueda…
Por eso, “tiempo de familia” es un intento de desterrar lo que otros han
dado en llamar “la muerte de la familia”, para recuperar lo que de nosotros
hayamos perdido en el camino. Realidades dolorosas, por supuesto que las
hay: padres “adolescentizados”, padres ausentes, padres confundidos,
rechazo a la maternidad-paternidad, hijos abandonados, hijos
desorientados, son algunas de las fotos que conforman el cuadro de una
sociedad que perdió el rumbo, justamente por perder los anclajes.
Hoy se plantean dos grandes interrogantes para la familia argentina y del
resto del mundo: el desafío de conservar su virtud esencial (darnos las
matrices de aprendizaje para el resto de la vida) y la búsqueda de una mejor
calidad de vida familiar como sostén personal y como capital social.
Tal escenario nos demuestra, de distintos modos, el impacto que ejerce
sobre la realidad familiar, a veces probándola, otras desfigurándola y otras
hasta destrozándola.
La familia es la primera vivencia del amor humano que marcará una
búsqueda de por vida de los otros y del mundo. Un hambre de vinculación,
ya sea desde la experiencia necesaria del recibir como desde la vivencia
enriquecida para el dar, que registrará momentos de alegría y encuentro, y
situaciones de soledad y frustración. Esta es la vida, y, para darle el “sí” a
esta historia, tenemos que preparar a nuestros hijos y fortalecerlos.
Si entendemos a la familia como una escuela de afectividad, como cuna
de lo fundamental, asumiremos nuestra misión de educar a los hijos con la
intención de superarnos en el día a día y de apostar a la capacidad de
oposición del espíritu humano.
Tal vez el reto es educar en positivo, resaltando la esperanza, la solidez en
las propias convicciones y el valor de intentar cambiar lo que sí se pueda
cambiar.
Para ser más y mejores, comenzamos siendo “dos”. La pareja inaugura el
espacio de la “nostridad”, con un proyecto de futuro y de crecimiento. Pero
¿de qué estilo vincular hablamos en este caso?
Nadie duda de que la dinámica de la pareja hoy ha sufrido modificaciones.
Los roles de varón y mujer se han enriquecido: él se acercó al hogar, y ella se
animó a salir del hogar.
Transitamos una época en la cual la comunicación pretende ser la gran
protagonista en materia de vínculos, sobre todo, en la historia de amor
entre un hombre y una mujer. Por esto, en el capítulo 3, planteo esta
postura: tenemos la gran oportunidad de que hoy la pareja pueda ser “más
pareja que nunca”.
Los dos siguientes capítulos analizan los cambios que se vienen dando en
el devenir de la construcción del estilo femenino y del varonil.
Así, nos resulta fácil entender que hasta las metas de la mujer se han
modificado. Nuestras abuelas soñaban, junto con el romanticismo literario
de la época, con el día en que se casaran. Toda su ilusión se concentraba en
su futura vida matrimonial y en lo que sería la educación de sus hijos.
Hoy las jóvenes sueñan con ser modelos, estrellas de telenovelas o
especialistas en marketing. ¿Dónde queda el deseo de casarse y tener hijos?
El gran interrogante es si la imagen tradicional de ser mujer, con su
abanico de cualidades específicas, tiene que extinguirse o no porque hoy la
mujer cumple, al mismo tiempo, el papel de esposa, madre, trabajadora,
profesional, o política.
En ese entramado vincular, el hombre, ¿dónde y cómo se ubica?
La nueva masculinidad nos acerca un paisaje interesante (según desde
dónde se lo analice): los varones ya no son proveedores materiales por
excelencia, no los avergüenza demostrar sus sentimientos, ni siquiera llorar
cuando lo sienten. Algunos están aprendiendo a disfrutar del cuidado de sus
hijos, pero otros no encuentran su norte frente a tantos cambios…
El hombre actual, ¿se está acomodando a su nuevo perfil o resiste
confundido ante la mujer que avanza con más seguridad que antes?
El capítulo 7 pretende abrir un espacio para pensar las características de
la subcultura adolescente como un espejo en el cual vemos lo que estamos
entregando (los adultos como modelo y referentes), lo que nos agrada y lo
que nos disgusta.
Esta situación aparece muy a menudo en la vida hogareña con hijos
adolescentes: por un lado, el hijo enfurecido corre a refugiarse a su
habitación o se aísla con sus amigos fuera de su casa. Por el otro lado, sus
padres perplejos, desesperados, impotentes… ¿Qué hacer entonces?
A estas alturas, nadie duda de que los valores nos orientan cuando se
trata de despejar la confusión que sentimos al educar, por ejemplo.
Elegimos trabajar el compromiso, ya que es un pilar decisivo en la relación
con las personas y con la vida: “Cada día vivimos las consecuencias de las
decisiones que tomamos”. Intentaremos demostrar la relación que existe
entre las funciones básicas que debe cubrir la familia (afecto, nutrición,
cuidados, cobijo) y el valor vital de su cumplimiento. Y analizaremos modos
sanos de comprometernos. Sabemos que, ante su ausencia o negligencia, se
pierde el verdadero sostén que impulsa el sano desarrollo de las personas, y
es lo que conocemos como “abuso emocional” y “abandono”.
En este encuadre, si la familia es cuna de la afectividad, de los primeros
encuentros y los primeros aprendizajes, constituye también el espacio en
donde se adquiere la responsabilidad para la participación social y el
ejercicio de la ciudadanía.
El capítulo 9 continúa con otro valor que entendemos es fundamental
para vivir y superarnos: la esperanza. El ser humano nace con su cuota de
indefensión e inseguridad, entonces la búsqueda de la seguridad se
transforma en un leit motiv durante toda la vida. Pero el temor, la
inseguridad que vivimos aquí y ahora agravan esa condición existencial…
La esperanza es un remedio contra el temor paralizante. Por eso, un buen
modo de transitar el camino del sufrimiento sin desfallecer consiste en
vislumbrar, en primer lugar dentro de la propia familia, que el futuro es
cierto, que el crecer es posible, es bueno y que entre todos podemos
hacerlo.
Nos pareció interesante dedicar el capítulo 10 a lo que me refiero como
un gran “distractor” del sentido, a lo que hoy trata de colarse como el
placebo de muchas inquietudes: mantenerse bello y joven, que destruye los
reales anclajes de una sana autoestima. La valoración social de la belleza va
cambiando según las épocas y las latitudes. En nuestra cultura, el mito de la
silueta perfecta y la obsesión por disimular el paso del tiempo, en el cuerpo
y en la cara, condicionan cada vez más los profundos intentos de lograr ser
uno mismo.
Nuestra propuesta es la siguiente: ¿cómo podemos entonces luchar por la
aceptación de este cuerpo que somos, de este cuerpo modelado por la vida
que vivimos o que no vivimos, procurando que no se instalen las arrugas en
el alma?
En el capítulo 11 intento plantear la relación entre la persona, la familia y
la sociedad.
La psicología social postula que los individuos y la sociedad se determinan
recíprocamente. Entonces es bueno detenernos a analizar la relación entre
la salud de las personas y los indicadores de la llamada “salud social”.
El siguiente capítulo nos introduce en el foco de la crisis vincular y nos
permite vislumbrar su aprovechamiento para la maduración y crecimiento.
Así se plantea el “acuerdo” como un camino, un proceso de búsqueda que
va desde la escucha abierta hasta la planificación de estrategias de
resolución de conflictos.
Y llegamos al último tema, la resiliencia, que Frankl nombra como la
“capacidad de oposición y reacción del espíritu humano”. No ocurre sin
intención el cerrar con este abordaje de esperanza nuestra propuesta, ya
que es justamente frente a las grandes pruebas de la vida cuando la libertad
personal cobra solidez para dar su respuesta única.
Decir “persona” es decir “ser familiar”, “ser social”… Por eso, es fundante
el valor de la experiencia familiar, como ese primer espacio dador de
sentido, del alimento, que luego salimos a intercambiar con el mundo.
Vamos a proponer, como dieta elemental, cuidar el adentro para llevar al
afuera lo mejor de nosotros.
A ver si así, entre todos, logramos construir un mundo mejor…
“Por la familia... comencemos el cambio” fue el lema de nuestra primera
propuesta editorial que se convirtió en revista. En el año 2001, en medio de
tanta penuria social, nos llegó la musa inspiradora, como suelen llegar
algunas buenas ideas. Para los que hicimos ese sueño una realidad, resultó
un ejemplo más de esos espacios creativos que transforman lo catastrófico
en hechos positivos.
Una estrofa de lo que es la vida misma. Comprendimos que lo primero es
lo primero, y es justamente la familia (real) o la imagen de familia que
construimos con otras personas importantes y significativas de nuestra
historia. Es este el templo donde preparamos el bolso con todo lo que
necesitaremos durante cada jornada (y en toda nuestra vida) para salir a la
calle.
CAPÍTULO 2
¿QUÉ ES LA FAMILIA?

Transitando este nuevo milenio, con sus desafíos y con la crisis de valores
que nos lastima, se impone una profunda reflexión sobre la condición y el
valor de la familia.
Detenernos a considerar la familia en sus aspectos más esenciales, como
fuente de vida y de bien, nos obliga a recorrer una línea de pensamiento que
apunta al eje mismo de esa primera vivencia fundante y dadora de sentido.
Nos estamos refiriendo a ese primer espacio de pertenencia que puede
ofrecer, además de un nombre y un apellido, el mejor sostén desde donde
ver el sol o desde donde afrontar las tormentas: nuestro núcleo familiar.
Cuando nos descalzamos de la agitación, las presiones y las angustias de
un día laboral, el hogar suele ser ese lugar en donde podemos ser nosotros
mismos, sin maquillajes o camuflajes. Cuán necesario se hace “llegar a casa”,
oler nuestros afectos y ponernos las pantuflas.
Tal vez todos tengamos alguna idea al hablar de la familia en general, o de
la propia especialmente. El hecho de haber nacido en ese medio nos habilita
a contar nuestra propia novela y a ensayar diferentes teorías conforme a
como la entendemos.

“Cada casa es un mundo”


Mi abuela armenia, que de psicología sabía lo más importante (lo que de
la vida aprendió estando abierta a cada persona en su maravilla), nos repetía
siempre “cada casa es un mundo”. Esta frase provocaba en mí el
entendimiento de que en cada casa sucedían hechos y se manifestaban
conductas que indicaban los distintos estilos de encarar la vida en esa íntima
convivencia. Incluso me demostró que eran esas diferencias entre una
familia y otra las que avalaban los diversos tipos de constelaciones
familiares, con sus sistemas de creencias, sus mitos y rituales.
Mi profesión me sitúa en un lugar donde comprender la dinámica y la
estructura de cada familia que me consulta y me abre al maravilloso mundo
(al menos para mí) de las relaciones interpersonales.
Es por esto que insisto en la buena comunicación, como puente ineludible
hacia una sana convivencia, para aprender a compartir la vida con los otros.

Tiempo de familia
Atravesando una época que se caracteriza por el ruido de lo light, el
zapping y la falta de verdaderos encuentros, se hace necesaria una profunda
reflexión sobre la condición y el valor de la familia. Como sociedad, nos
enfrentamos permanentemente al vértigo de lo próximo, de lo
desconocido... Por eso, es tan necesaria una plataforma con raíces que, por
lo menos, nos indique “desde dónde” planificar el futuro y que no
desaparezca por más conjuros que se reciten.
Creo que hoy es un tiempo que, justamente por quebrar muchas
pretendidas seguridades, despeja el sitio de lo importante. He aquí una de
las aristas positivas de los momentos difíciles. Sucede generalmente cuando
el sufrimiento suena fuerte (Lewin describía el sufrimiento como “el
megáfono de Dios”): se impone repensar las prioridades. Tal vez este sea un
tiempo propicio para resignificar nuestra valoración sobre la condición
humana y su gran referente: la familia.
¿Qué valores nos definen como familia?
¿Contribuyo a la armonía de mi hogar aprendiendo a comunicarme
cada vez mejor?
¿Ofrezco tiempo real a mis seres queridos?
¿Ensayo modos de convivencia cada vez más eficientes?
¿Entiendo a mi familia como la primera misión?

Estos son algunos de los interrogantes que vale la pena plantearnos de


tanto en tanto, a fin de virar el timón hacia un mar más navegable.
Un poco de historia…
Si trazamos una perspectiva histórica y también observamos los contextos
culturales, nos resultará más fácil comprender la realidad familiar como
capital social.
En los orígenes encontramos la horda, un grupo de hombres mal
diferenciados.
Luego se produce una división muy importante que se transformará en el
origen del derecho y de toda la vida social: la diferenciación entre tribu y
familia.
Esta cesura instala una distinción entre el derecho intrafamiliar y el
derecho interfamiliar (derecho tribal); lo que indica que no puede existir
sociedad sin familia, y viceversa. Cada contexto, social o familiar, se basa en
el otro para existir.
Si nos trasladamos al tiempo de la familia romana, la figura que se impone
es la del “padre de familia”, que articuló las relaciones entre sociedad y
familia. Se ubicó como representante de la norma social en su familia y
actuó, a la vez, protegiendo a su núcleo del mundo externo.
Obviamente, se trataba de un sistema de tipo patriarcal, donde el pater
familias disponía de un gran poder: era el jefe de un grupo familiar que
incluía a sus hijos, sus cónyuges e hijos, como también a niños o adultos
aceptados como familiares, aunque no ligados biológicamente. La entrada o
salida del grupo familiar, el destino de cada uno, estaba ligado a la voluntad
del padre.
Vayamos ahora a la Inglaterra de la Edad Media. El padre de familia
también asumía la responsabilidad de mantener el orden familiar. Si una
mujer engañaba a su marido, se lo consideraba a él culpable por haber
descuidado a su esposa, y en él recaía el castigo: se lo paseaba en burro, y
todo el pueblo se burlaba de él.
En relación con la madre, ella defendía a los hijos frente al padre. Por
ejemplo, si un recién nacido tenía algún defecto físico, su madre lo ocultaba
por temor a que el padre decidiera deshacerse de él.
De a poco, el desarrollo de la familia, a lo largo del tiempo, fue limitando
el poder del padre y distribuyéndolo de formas diferentes.
Sin duda, el cristianismo modeló los excesos de esas organizaciones
familiares y sociales al introducir la idea del compromiso mutuo, en la unión
personal y estable entre esposos, y al otorgar una valoración trascendente a
la crianza de los hijos.
En cuanto al Derecho, vemos que en el caso de la herencia, la ley ya trae
definida su distribución. Un padre no puede desheredar a un hijo. Incluso
hoy, un juez puede sustituir a cualquiera de los padres cuando transgreden
lo “esperable de la función paterna”.
Para ir más lejos de aquellos modelos, en la actualidad se espera que
varón y mujer se ayuden mutuamente en el hogar y, sobre todo, en la
crianza de los hijos. Lo que entendemos como un gran avance, sostenido por
los paradigmas que desafían este siglo XXI.

Desde la literatura
Las obras, clásicas o modernas, contribuyen a describir épocas y
características particulares de la familia, en lugares distintos.
Así, mutaciones sociales a lo largo de la historia han ido conformando
configuraciones familiares diferentes o parecidas, aunque (según algunos
autores) siempre que se tratase de un orden de enlace de la convivencia, la
sexualidad y la procreación.
Los Mirasoles, obra costumbrista del teatro nacional, de Julio Sánchez
Gardel, nos ofrece una pintura del medio provinciano argentino en 1910
(tiempo del primer centenario de la Revolución de Mayo). Este libro se
inscribe en los años en que (de 1895 a 1914) la población de la República se
elevó de cuatro a ocho millones de habitantes, debido especialmente al gran
aumento en el número de inmigrantes.
Desde la época de la Colonia, el modelo que primó fue el de la tradición
cultural occidental, en virtud de la gran inmigración europea.
Familias de inmigrantes que, al llegar a un lugar desconocido, solamente
se tenían unos a otros. Entonces su concepción de familia estaba mucho
más ligada al idioma, los afectos, las costumbres, el procesamiento del
destierro…

Con sello propio…


Las familias poseen patrones dinámicos (afectivos, educativos, sociales,
etc.) que van construyendo en su devenir y que hacen a su identidad como
grupo.
Cada familia, desde esa geografía que va trazando, se autodefine en los
recortes singulares que propone cada uno de sus integrantes. Así, la
dinámica familiar se luce en las coreografías que danzan sus miembros
desde los estilos personales y vinculares. Se va gestando entonces un mapa
de la realidad familiar propenso a modificarse o a limitarse según sean las
cualidades de apertura o cerrazón (sobre todo ante las situaciones de crisis
vitales) de cada sistema humano.
Y las crisis dan que hablar…

Una aventura en plural


El resultado de diferentes procesos, a lo largo del ciclo vital, conforman la
historia familiar. Los acontecimientos del curso biográfico-histórico de cada
sistema familiar (matrimonio, nacimientos de los hijos, mudanzas, muertes,
separaciones, etc.) van dejando sus huellas en la composición próxima del
grupo. Especialmente en los modos de afrontar las situaciones de alto
impacto o circunstancias coyunturales (internas o externas al sistema) que
dejarán como resultado la validez o no de las estrategias de resolución que
hayan empleado hasta el momento.
Cuando se elabora la situación de crisis, determina un cambio. Se quiebra
el antiguo equilibrio y se modifica estructuralmente el sistema.
Que el concepto de crisis se transforme en germen de creatividad e
innovación personal y grupal dependerá, en parte, de que la función de
sostén de la familia sea corroborada y reconocida como tal.
La posibilidad de gestionar recursos para hacer frente a nuevas demandas
enriquece al grupo permitiéndole descubrir nuevos modos de interacción
que los organicen.
Según Robert Neuburger, fundador de la EFTA (Asociación Europea de
Terapia Familiar), “las crisis familiares son crisis míticas; están provocadas
por amenazas o ataques al mito de pertenencia que sostiene la identidad del
grupo, es decir, las creencias compartidas concernientes a las características
de la familia, la distribución de los papeles y funciones, de los circuitos
decisionales...”.
• Hoy se elige libremente a la persona para casarse.
• Se valora el vínculo entre esposo/esposa optimizado por la
posibilidad de diálogo simétrico entre ambos.
• La coparticipación entre hombre y mujer para criar a los hijos.
• La afán por armonizar la vida privada y la laboral, tanto para el
varón como para la mujer.

Los paradigmas actuales que obturan el desarrollo funcional del


sistema familiar:

• los dictámenes narcisistas y consumistas;


• la desocupación y la creciente pobreza;
• la violencia y la inseguridad;
• el esteticismo;
• el eficientismo;
• la apatía, depresión, falta de sentido. La ausencia de proyectos
vitales;
• la crisis cultural y de valores.
CAPÍTULO 3
LA PAREJA HUMANA HOY:
“MÁS PAREJA QUE NUNCA”

El amor sigue siendo lo primero

Estar enamorado, amigo, es adueñarse de las noches y los días.


Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas
(Francisco Luis Bernárdez).

En esta cultura (posmoderna para algunos) cuyo riesgo es extraviarse en


la liviandad de sentimientos, y donde el valor de la palabra se erosiona con
actitudes que las desdicen, es muy importante atender al corazón y retomar
la poesía.
Las tan ponderadas buenas intenciones no lo son tanto cuando se
congelan solamente en eso: intenciones. Un valioso motivo, como lo es la
vida en común, requiere una gran dosis de esfuerzo. Aquellas sabias
palabras de Nietzche ya lo anticipaban: “Quien tiene un por qué siempre
encuentra el cómo”.
Acallar lo genuino, el amor, y dar paso a la contagiosa mediocridad no
sirve de nada… Tan solo silencia emociones, adelgaza horizontes,
interrumpe el devenir de una vida que, en el amor, estaría honorablemente
vivida.
Es que todos tenemos derecho a la esperanza. Aunque, en estos tiempos,
pareciera que la esperanza se tomó vacaciones o algunas personas se
olvidaron de que sigue viva.
Los más chicos sí que saben de qué trata la vida: sus demostraciones
afectivas nos acercan el valor de los gestos sagrados: los del corazón. Una
edad en la cual, seguramente, a nosotros también se nos escapaban la risa y
el beso fácil.
¿Qué nos pasa entonces a los adultos?
Muchas personas viven anestesiadas con circunstancias laborales,
preocupaciones materiales y descuidan el valor de lo más simple, como
podría ser el saborear una tranquila caminata de a dos, o descubrir todo lo
que la luna puede sugerir.
Esto nos demuestra que inoportunamente complejizamos la vida y nos
perdemos de transitarla en su preciosa sencillez.
Sin caer en posturas ingenuas, creemos que, pese a los dramas cotidianos
que debemos soportar, es posible aún dejar un mensaje en la botella…

Juntos podemos
Sí, podemos ser felices en pareja si entendemos que la felicidad se
construye, de a dos, todos los días; si aprendemos a mirar la vida desde una
actitud positiva, afirmativa, reconciliadora. Podemos reivindicar la calidad
del vínculo amoroso si sacamos a relucir la cultura del esfuerzo, la cual a
veces dejamos en la baulera. Podemos ser más dignos si comprendemos que
el buen amor se “aprende”, que el amor noble se ejercita con constancia,
paciencia, comprensión y fe.
Kierkegaard, un filósofo existencialista, decía acerca de los que creen: “El
que espera siempre lo mejor envejece en las decepciones; quien espera
siempre lo peor se gasta temprano. Pero quien cree conserva la juventud
eterna”.
Pensar que hoy se anhela otro estilo de eterna juventud: todo lo que tiene
que ver con meras apariencias. ¡Hasta se pretende colocar tales apariencias
en lugar de las eternas verdades! Vaya plagio.
Noto que son cada vez más los jóvenes gerentes o empresarios que se
capacitan en las mejores escuelas de negocios en busca de optimizar su
gestión en la empresa, ampliando sus conocimientos, por ejemplo, de
nuevas estrategias de resolución de conflictos, cuyo tema principal es la
comunicación institucional. Se vuelven expertos. Solamente en eso, claro.
Hace poco vino a consultarme un hombre de treinta y cuatro años,
casado, sin hijos, exitoso profesional de la Administración de Empresas.
Había sido promovido por la estrategia que implementó frente a una crisis
que vivió su empresa el año pasado. Sin embargo, traía como motivo de
consulta la incapacidad para comunicarse bien con su esposa. No lograba
hacer, desde el sentido común, lo que llamamos en Ciencias de la Educación
la “transferencia de aprendizajes”. En esto se basó su tratamiento.

En casa se aprueban las primeras materias


Así como quien ama la vida sana descubre la importancia de la
preparación física constante…, así quien ama a otro comprende el valor del
entrenamiento continuo para la sana convivencia.
Que la convivencia está hecha de pequeños detalles es una afirmación.
Ahora, que estos son registrados como grandes demostraciones (o
silencios), nos obliga a ser cada vez más cuidadosos para transformarlos en
situaciones que nos acerquen al otro de modo más directo.
Dejar las zapatillas en el camino o pasar más tiempo con la notebook que
con el o la cónyuge pueden ser detalles que adquieran tal magnitud que se
transformen en verdaderos problemas. Problemas que, planteados a tiempo
y con “onda”, detendrían su paso al punto siguiente (resentimiento).
El hacer acopio de una buena dosis de humor para enfrentar situaciones
molestas, aunque no trascendentes, es otro paso importante. El humor es
un óptimo recurso para superar situaciones que, de otro modo, irían a dar a
mal puerto. No es cuestión de evadir o disfrazar una dificultad, sino de
tramitarla sin sobredimensionar la situación real. Ese toque de ingenio y
sonrisa libera la tensión, la relaja para tal vez luego enfrentarla con éxito.
Poner cada cosa en su lugar, sin exagerar, sin dramatizar.
No olvidemos que a los hombres de hoy ya no los conmueven las lágrimas
femeninas, muy por el contrario, les molestan y, agrego, cortan el diálogo.
En épocas anteriores a la nuestra, como ellos tenían prohibido llorar, el
llanto de la mujer podía producirles la culpa con fines reparatorios. Con la
liberación emocional masculina, nosotras pasamos de propietarias a co-
propietarias de los gestos efusivos de afecto. ¿O eres de las que pretenden
un marido tierno, un padre que juegue con los hijos pero que, llegado el
caso, actúe el papel del héroe-macho que extrañas? De este modo, es obvio
que el hombre se encuentre muchas veces confundido, con los dobles
mensajes que recibe del público femenino: “qué bueno que co-participes en
las tareas domésticas conmigo, pero quisiera que seas el brazo fuerte que
sostiene nuestra casa”.

La pareja hoy: “más pareja que nunca”


Muchas veces damos por sentado lo que es obvio. Y así lo obvio se
desdibuja. Me refiero al hecho que hoy transitamos tal vez por vez primera
en la historia de la humanidad, una época en donde la pareja tiene la
posibilidad de ser más pareja que nunca.
Con esto pretendo señalar la igualdad en dignidad humana que hoy se le
reconoce tanto al varón como a la mujer.
Pensemos que no fue así durante siglos. La historia de la mujer tiene
arrebatos de desvalorización e inferioridad con relación al hombre. Así,
Aristóteles, en la Política, define la superioridad natural del hombre, como
factor dominante, sobre la inferioridad de la mujer, elemento subordinado:
“Todas las familias se rigen de forma monárquica bajo la autoridad del
macho más anciano”. Palabras que, por esmero, se perdieron en la noche de
los tiempos.
Hoy se presenta la siguiente fórmula: mujer y varón son iguales en
esencia, aunque diferentes en capacidades, estilos, modalidades. Cada uno
aporta su mirada, su sello propio, su riqueza y juntos, desde la natural
complementariedad, logran la unión más perfecta en este mundo: la de dos
seres que se aman y se invitan mutuamente a recorrer el camino más largo,
con todos los sabores y los sinsabores.
Somos herederos de una época, la modernidad, donde los roles y las
funciones de cada miembro estaban claramente delineados.
La mujer se dedicaba al cuidado del hogar, los hijos y su marido.
Los hombres eran los únicos proveedores económicos de la familia.
Lo femenino y lo masculino se hallaban prolijamente diferenciados desde
el nacimiento de una persona.
Dentro del sistema de crisis evolutivas, aparecía rara vez el tema de la
mamá que trabajaba fuera del hogar, además de hacerlo en su casa.
Por eso, a nuestra generación hoy le toca encontrar ese sutil equilibrio
entre el respeto por la diferencia y la prudencia en sintonizar nuevas
frecuencias sin renunciar a la propia identidad. Se hace cuesta arriba cuando
se integra la generación que produce una reforma, porque se trata de
experimentar lo que no se aprendió en la cuna. Se resignifican los modelos y
se recrean las funciones, balanceando lo conocido y la novedad.
El hombre es la más elevada de las criaturas.
La mujer es el más sublime de los ideales.
El hombre es el águila que vuela.
La mujer es el ruiseñor que canta.
Volar es dominar el espacio.
Cantar es conquistar el alma.
El hombre es el cerebro.
La mujer es el corazón.
El cerebro ilumina.
El corazón produce amor.
La luz fecunda.
El amor resucita.
El hombre es el genio.
La mujer es el ángel.
El genio es inmensurable.
El ángel es indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema gloria.
La aspiración de la mujer es la virtud eterna.
La gloria engrandece.
La virtud diviniza.
El hombre tiene la supremacía.
La mujer, la preferencia.
La supremacía significa fuerza.
La preferencia representa el derecho.
El hombre es fuerte por la razón.
La mujer es invencible por las lágrimas.
La razón convence.
Las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos.
La mujer es capaz de todos los sacrificios.
El heroísmo ennoblece.
El sacrificio sublimiza.
El hombre tiene un farol: la conciencia.
La mujer tiene una estrella: la esperanza.
La conciencia guía.
La esperanza salva.
El hombre es un océano.
La mujer es un lago.
El océano tiene la perla que lo adorna.
El lago tiene la poesía que lo deslumbra.
En fin:
El hombre está colocado en donde termina la tierra;
y la mujer en donde comienza el cielo.
(Víctor Hugo).

Si, desde la pluma de Víctor Hugo, el hombre es el cerebro, y la mujer el


corazón, habría que pensar, desde la perspectiva actual (que intenta
enriquecer las miradas para que dejen de funcionar como opuestos), en
agrandarle el corazón al hombre y legalizar su buen uso: ya basta de decir
“los hombres no lloran”. Y otro tanto para la mujer: que la inteligencia
otorgue lucidez en los momentos en donde las emociones subyugan el ser
femenino y le restan claridad. Tal vez así, el camino del encuentro entre
varón y mujer sea más transitable.
El concepto de inteligencia emocional, tan de moda hace pocos años,
acercó la posibilidad de pensar en sintetizar las realidades de la inteligencia
y de las emociones como dos aspectos conciliables, como dos instancias que
juntas son más.

Para pensar en pareja


• El enamoramiento (instancia que inaugura una historia de amor)
propicia el encuentro, pero también oculta los conflictos.
• El amor en proceso de maduración acepta al otro en su
singularidad y en su diferencia: “te quiero, a pesar de...”.

Presupuestos para el diálogo conyugal


✔ comunicar los afectos;
✔ aceptar que varón y mujer tienen estilos diferentes;
✔ buscar el momento y el lugar;
✔ aprender a acordar, a negociar;
✔ analizar serenamente la situación;
✔ recordar las experiencias previas de acercamiento;
✔ olvidar lo que ya pasó, porque no puede solucionarse hoy;
✔ ver las dificultades como pruebas para superar;
✔ no dar por obvio lo obvio;
✔ ponerse siempre en el lugar del otro (empatía).
CAPÍTULO 4
LA MUJER, HOY Y SIEMPRE

Todo tiempo pasado, ¿fue mejor?


Ya nadie duda de que las mujeres han logrado una fuerte presencia en las
diversas ocupaciones y profesiones, aportando soluciones imaginativas y
nuevas formas de ejecución.
A juzgar por la atención que recibe, podría pensarse que el protagonismo
de la mujer pasa a ser uno de los focos de mayor concentración de los
medios de comunicación.
Sucede que la revolución que se viene instalando con sus nuevos roles es
de las más perdurables e importantes de la historia.
Que las cosas han cambiado es un hecho. En la familia tradicional, propia
de la época anterior —la modernidad— los roles tanto del varón como de la
mujer estaban claramente preestablecidos. Se vivía en un marco con pautas
determinadas por la herencia cultural. Así, el hombre aportaría el sustento
material de la familia, y la mujer se ocuparía de la crianza de los hijos, el
cuidado del esposo y de la casa.
Nuestras abuelas parecían tener muy en claro cuál era su lugar y función
dentro de la interna familiar. Sin embargo, las jóvenes de hoy ya no saben si
ser mujer implica parecerse cada vez más a los hombres, destacarse
principalmente en el trabajo, o con aborrecer las labores domésticas porque
serían algo que “ya fue”.
La realidad actual se debate entre modelos en pugna que colocan sobre el
tapete una ruptura entre la continuidad generacional, de las más profundas
de la historia de la mujer y el varón. Al hablar de la mujer, necesariamente
vamos a hablar de las consecuencias en el varón.
¡Viva la diferencia!
Vemos que las mujeres adultas de esta generación buscan soluciones
prácticas y eficientes con el fin de conjugar su maternidad con la vida
laboral. Desean ser buenas madres y, a la vez, realizarse en el campo
profesional, como también influir en la transformación de la sociedad y en el
mejoramiento del mundo.
El viejo feminismo de los años setenta no logró responder con una
cosmovisión precisa a los temas más importantes. El hecho es que la
mayoría de las mujeres son madres o quieren serlo, las mujeres difieren de
los hombres y poseen capacidades diferentes, y una igualdad respetuosa
con tales diferencias implica que ya no tenemos necesidad de imitar a los
hombres.
En 1949, en su libro El segundo sexo, Simone de Beauvoir proclamaba que
“no se nace mujer, se llega a ser tal. Ningún destino biológico, psíquico,
económico, define ese aspecto que diferencia en el seno de la sociedad a la
mujer del hombre; es el conjunto de la historia y de la civilización quien ha
elaborado ese producto intermedio entre el macho y el eunuco, al que
denominamos mujer”. Durante mucho tiempo, su larga producción literaria
constituyó la biblia del feminismo del siglo XX.
Dejando los extremismos de lado, creemos que hombre y mujer significan
la posibilidad de ver las cosas con un relieve distinto y peculiar.
Existe una perspectiva femenina. La mujer aporta una mirada y una voz
diferentes en la interpretación del mundo. Gracias a su perspectiva
contextual, a su flexibilidad mental, imaginación, facilidad para el lenguaje,
habilidad para crear redes vinculares, la mujer logró demostrar nuevos
modos de realización que benefician a todos.
Somos testigos de que hoy se expresa una tendencia novedosa: la de
conciliar posturas antagónicas. Por ejemplo, la intuición, la delicadeza, la
capacidad de observación y de escucha... son algunos de los rasgos propios
de la mujer, que contribuyen a humanizar los códigos del trabajo,
caracterizados hasta hace poco tiempo por la marca masculina.
Por esto, a nuestra generación le toca encontrar ese sutil equilibrio entre
el respeto por la diferencia y la prudencia en sintonizar nuevas frecuencias
sin renunciar a la propia identidad. Se hace cuesta arriba cuando se vive en
el tiempo que produce una reforma, porque se trata de experimentar lo que
no se aprendió en la cuna.
Será cuestión de resignificar los modelos aprendidos y de recrear las
funciones, balanceando lo conocido con la novedad.

Avanti, molto piú avanti...


La mujer, sin duda, obtuvo importantes conquistas sociales que producen
profundas modificaciones a lo largo de este siglo que concluyó. Pero
también conoce las consecuencias de aprender a cubrir nuevas facetas y
muchas veces cae extenuada y confundida con sus nuevos roles.
Haciendo un recorrido por la historia de la humanidad, podemos
comprobar la visión que se tuvo de la condición femenina.
Las mujeres aparecen identificadas por primera vez como bienes o
pertenencias del hombre en 1750 a. C., en unos códices de la antigua
Babilonia.
La cultura griega clásica es un ejemplo concreto de la forma androcéntrica
de identificar a la humanidad con los hombres y de la inferioridad atribuida
a las mujeres, situadas a medio camino entre hombres y niños. Eran
consideradas débiles, emocionalmente inestables y torpes de pensamiento y
palabra.
El mundo antiguo ha dejado muy pocos escritos de mujeres. Los hombres
ofrecieron su mirada sobre las mujeres y sobre el mundo, y resultan escasas
las informaciones acerca de la vida de ellas.
Con la expansión del cristianismo, la presencia de la mujer y su testimonio
de fe han quedado sellados en la historia. Siguieron a Jesús a la cruz y a la
tumba vacía de la resurrección, como María Magdalena; lo recibieron, como
Marta y María; lo escucharon, como tantas. Tras las esposas romanas y las
madres judías, vinieron las vírgenes y esposas cristianas que afrontaron el
martirio.
Según la historiadora Aline Rousselle: “Todo el sistema social se
estremeció cuando las mujeres mostraron sus capacidades filosóficas, es
decir, su valor en un mundo peligroso. No es la sumisión a la biología, a su
destino de madres y a los peligros de los partos lo que ha producido las
mujeres heroicas, sino la fidelidad a una filosofía. Forzaron a sus esposos a
dar otra dimensión a la relación conyugal. La revolución llegó por la vía de
una nueva reflexión acerca de la naturaleza de la mujer y su capacidad de
coraje”.
Si nos internamos en el mundo del arte, por ejemplo, en el siglo XIX,
Charles Blanc, un teórico que opinó así sobre la discusión entre el dibujo y el
color: “El dibujo es el sexo masculino del arte, el color es tan solo el
femenino… es necesario que el dibujo conserve su preponderancia sobre el
color”.
Matisse afirma lo contrario: que es el color el elemento viril de la
pintura, siendo el dibujo el femenino…
El psicoanálisis y la antropología aportaron sus conclusiones al respecto.
Lacan definió el androcentrismo como el “dominio del falo” en el orden
simbólico. Se apoyó en Claude Lévi-Strauss para entender que “el orden
simbólico en su funcionamiento inicial es androcéntrico”. Lo cual aparecía ya
en Freud, en la idea de que no hay más que una libido y que, al igual que la
actividad pulsional, es esencialmente masculina.
La filósofa Sylviane Agacinski (en Política de sexos) pretende comprender
las razones del androcentrismo: “Quizá obedece a un miedo metafísico de la
división. El pensamiento en general, y especialmente el pensamiento
occidental, prueba la nostalgia del uno. Este uno, que es el reposo del
pensamiento, permite detenerse. Se desea al uno como un fondo inmóvil
que asegura la clausura de todo –el todo del pensamiento, o el todo del
mundo–. El uno se encierra en sí mismo. La división, si podemos
reconducirla a su unidad originaria, es, por el contrario, una estructura que
abre: el dos es la distancia, el fallo, la fatalidad de entre-dos y la del juego”.
Explica de este modo la incomodidad existencial (angustia) que genera la
división de la especie en cuanto a la exigencia de simplicidad, y se cae en la
tentación de reducir siempre los dos al uno. Interpretación que liga a la
dificultad que conlleva en general el pensamiento confrontado a la
diferencia.
Cada sociedad, como ya dijimos, en cada época, ofrece su visión particular
de la diferencia universal de los sexos.
Podemos afirmar que el proceso que ha liberado a las mujeres
occidentales de una sujeción ancestral es de los más profundos y durables
de todos los que se han sucedido en los tiempos modernos.
Se torna creíble que han abierto muchos más caminos, pero pagando el
costo, muchas veces, de la confusión de los ejes vertebrales de su esencia.

Ser mujer - ser madre


La dignidad de la mujer hoy es cada vez más reconocida, pero ella se deja,
a menudo, seducir por el olvido de lo más sublime de su existencia: la
maternidad.
Incluyo a la mujer que desarrolla su carisma de prodigar cuidados y dar
afectos a quienes la necesitan, aunque no hayan podido tener hijos de la
panza, pero sí del corazón.

Rodolfo Braceli (Madre argentina hay una sola), poeta y periodista


argentino, aporta su mirada de la mujer-madre: “El hecho innegable es
que las mujeres, por mandato de sus vientres, por la porfiadez que
emerge de su ser, o por su presunta histórica inferioridad, son capaces de
todo. Pero de todo. Capaces, por empezar, de desalojar de sí, y por
completo, esa cuota inherente a la condición humana que es el miedo.
Hablando siempre en general, sin tomar esto como dogma, se podría
decir que las mujeres madres se lo pasan teniendo miedo, hasta que
dejan de tenerlo; a su vez, los hombres tenemos mucho menos miedo,
pero lo tenemos siempre”.

Seguimos internándonos en otros tiempos... ¿Qué sucedía con la mujer en


la prehistoria? Rescatamos escenas de la función de la mujer a través de
antiguas pinturas rupestres. Mientras el hombre cazaba animales o pescaba
para llevar alimento a las cavernas, las mujeres preparaban la comida,
acarreaban el agua, cuidaban de los hijos y se encargaban de las tareas del
campo. No es novedad que este mismo esquema, a veces con algunas
variantes, se mantenga hasta hoy en los llamados países del Tercer Mundo.
Lo primero es reconocer su proyecto existencial, en lo más trascendente
de su misión personal-relacional: el ser madre. En este punto creemos
necesario un compromiso desde el Estado, con leyes sociales que faciliten el
compromiso de la mujer en su familia y en el área laboral/profesional. Las
normas de calidad de vida de una mamá que trabaja no están bien definidas
y, muchas veces, se ve enfrentada a situaciones difíciles de orden práctico y
no tan práctico para tratar de integrar su vida privada con la pública. Es
común que intente responder a todas las demandas, cumpliendo con los
estilos de las mujeres de sus generaciones pasadas y de los procesos que la
aggiornan, con la intención de desplegar su desarrollo personal también
extrafamiliarmente.
Esta mujer de los tiempos tecnológicos y del SIDA parece desconcertada
ante la cotidianeidad de criar y formar hijos sanos y felices.
En otros casos, viven la desorientación frente a qué consejo (de
especialistas o de familiares) deben escuchar, o la alternativa entre cantidad
y calidad de tiempo que deben estar realmente con los niños. Son temas
que las confunden y preocupan. A veces tratan de suplir materialmente (con
regalos de todo tipo) la falta de tiempo real de permanecer con sus hijos.
Aunque la cultura de cada época y lugar va recortando contornos
singulares en las familias, cada persona necesita inevitablemente de la
transmisión de una cosmovisión básica dentro de su núcleo primario, que le
ofrezca un marco referencial de seguridad y pertenencia para seguir
desarrollándose.
Pero cuando el modelo familiar tiende a rechazar lo diferente, impide las
transformaciones y acepta solamente más de lo mismo, esta repetición se
vuelve cerrazón (en tanto el discurso familiar no promueve nuevas
producciones).
Este concepto nos sirve en la intención de pensar ese espacio creativo que
habilita el acuerdo entre esposos, al punto de asumir juntos un modelo de
coparticipación en la crianza y educación de sus hijos.
Nuestra propuesta se ubicaría en un punto equidistante entre dos
opuestos peligrosos: un ayer que impulsaba la maternidad intensiva y un
hoy que propicia un modelo de padres ausentes y desentendidos de sus
hijos.
Creemos posible que la copaternalidad sea una posición equilibrada en un
momento histórico en donde los roles del padre y de la madre están siendo
impregnados por los signos de estos tiempos: desempleo, madres y padres
que trabajan muchas horas fuera de su casa, mujeres que son las únicas
proveedoras materiales del hogar, hijos que se educan en guarderías,
colegios, o con otras personas (abuelas, colaboradoras contratadas para ese
fin, etc.).
También comprendemos las limitaciones de este proyecto, al no ser viable
en otros casos: hogares uniparentales, hogares de estructuras tradicionales,
etc.
Es una realidad que los papeles tradicionales masculinos han cambiado:
cada vez más hombres se están integrando en el cuidado de los hijos. Cada
vez más hombres aceptan con agrado compartir tareas con sus esposas,
disfrutando así de un estilo de paternidad que les brinda un importante
beneficio personal, familiar y social.
Aunque todavía persisten estereotipos específicos para cada uno de los
sexos, lo que es preciso calibrar es la complementariedad entre la impronta
de la mujer y la del varón, tanto en el hogar como fuera de él.
Janne Haaland Matláry (en El nuevo feminismo) opina que “al estar cada
vez más comprometidos en el cuidado de los hijos y en las labores de la
familia, los padres son asimismo conscientes de la doble presión que implica
la vida laboral y familiar. Y lo que es más importante, se dan cuenta de que
la labor de padre requiere tiempo y maduración, y advierten la gran
trascendencia de esta tarea tanto para sus hijos como para la sociedad”.
Matlary fue secretaria de Estado de Asuntos Exteriores de su país
(Noruega); está casada y es madre de cuatro hijos. Lo que ella propone es un
Nuevo Feminismo “... que tendrá que tomar como punto de partida el hecho
de que la mayoría de las mujeres son madres o quieren serlo, que las
mujeres son diferentes de los hombres y poseen capacidades diferentes”.
La mujer, el trabajo y la familia
El rol de la mujer en la historia y en la actualidad
Apuntes para un debate…
La mayoría de las personas sensatas valoran la participación de las
mujeres en todos los ámbitos de la vida y del trabajo en pie de igualdad con
los hombres, reconociendo también que es una cuestión de justicia y un
gran avance en el progreso de la humanidad.
Nuestra misión, como profesionales y educadores cristianos, es potenciar
a la mujer en su rol de madre, esposa y educadora, conjugando estos
aspectos en armonía con su vida profesional y laboral, tanto en el mundo de
la cultura, de la economía como de la política.
Desde esta postura, proponemos un proyecto de valorización del alma
femenina, que sostenga la diferencia entre los sexos. Una cultura que
privilegie la realización del genio femenino y del masculino en todas sus
posibilidades, así como su capacidad de complementarse y completarse
mutuamente.
En la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995, a través de la
Plataforma de Acción de Beijing, el documento más completo de Naciones
Unidas en relación con los derechos de las mujeres, se trató el tema de la
inserción de la mujer en el mercado del trabajo.
En cuanto a ese punto, se recomendó garantizar legalmente la equidad de
la remuneración por el mismo trabajo o por un trabajo de igual valor,
“eliminar la segregación en las ocupaciones, así como las prácticas
discriminatorias, incluidas aquellas utilizadas por los empleadores, basadas
en las funciones reproductivas de la mujer”.
También se acordó el respaldo al trabajo por cuenta propia de la mujer, “a
las mujeres jóvenes, a las mujeres de bajos ingresos, a las que pertenezcan a
minorías étnicas y raciales, y a las mujeres indígenas, que carezcan de
acceso al capital y a los bienes”. Además, se promovieron medidas
orientadas a compatibilizar la vida familiar y la laboral como los servicios de
guardería de buena calidad, así como la elaboración de mecanismos para
cuantificar y valorar la contribución económica del trabajo no remunerado
de la mujer.
La Plataforma de Acción convocó también a la mayor participación de la
mujer en la vida pública como dependiente del hecho de que las
responsabilidades laborales y familiares entre las mujeres y los hombres
sean compartidas.
Asimismo, entendemos que, ante los cambios que nos desbordan, la
realidad de la mujer condice con la de un lugar plasmado de funciones que
muchas veces la agotan y otras veces desdibujan su deseo.
¿Cómo ser proactivas, rápidas, eficientes en la esfera laboral y receptivas,
tiernas, comprensivas en el hogar? Cuando existe tal brecha entre las
demandas de los roles y funciones, el riesgo es que la persona viva
disociada. Adhiero a Rollo May cuando opina sobre la tendencia social
esquizoide: “Nuestra cultura empuja a la gente a hacerse más desapegada y
mecánica”.
Siguiendo con esta línea de pensamiento, diremos, por un lado, que el
trabajo de la mujer exige el despliegue de cierta agresividad que muchas
veces se ve traducida en la capacidad de tomar decisiones, de resolver
problemas, pero que otras veces atenta directamente a anestesiar la propia
sensibilidad. Por otro lado, el trabajo en el ámbito familiar demanda
conductas y actitudes moderadas por la empatía, la generosidad, el
sacrificio, la receptividad.
El modelo que proponemos desde el trabajo clínico tiene como objetivo el
poder ser “uno mismo” en toda circunstancia y lugar. Lo que se traduciría en
vivir de modo coherente y con integridad. Para lo cual propongo trabajar
conscientemente (“darse cuenta”), focalizando los factores protectores,
para deshacer los elementos de estrés, tóxicos, alienantes y
deshumanizantes que atentan contra la salud individual y familiar.
El autor de La tercera mujer, el filósofo francés Gilles Lipovetsky (1999),
comenta que en el último medio siglo se ha modificado enormemente la
condición femenina merced al protagonismo de la mujer en la vida
profesional, pese a que debe continuar esforzándose para ser reconocida en
todos sus derechos. También opina que al acceso de la mujer a la educación
superior se suma su capacidad para dominar la procreación, ya sea desde su
propio conocimiento, como de su actitud respecto a las relaciones sexuales.
Conocemos las consecuencias, a veces muy negativas (tanto para la mujer
como para la sociedad), de esta situación de libertad sexual desde el plano
moral, médico y emocional. Pero es un hecho que estas dos circunstancias
llevaron a la mujer a desembarcar en lugares que por siglos fueron recinto
exclusivo de los hombres.
En la investigación sobre “La situación de las mujeres en la Argentina”,
que realizó UNICEF en el 2000, juntamente con el INDEC, se observa
claramente que la educación es un factor que condiciona muy fuertemente
el nivel de participación femenino. Así, la tasa de actividad de las mujeres
que completaron el nivel superior o universitario es 2,7 veces más alto que
la tasa de aquellas que no lograron superar el nivel primario. Esto nos alerta
y direcciona nuestros esfuerzos en función de promover la educación, tanto
sistemática como asistemática de las personas; y no dudamos en incluir en
la clínica psicológica su faceta psicoeducativa y orientadora, que tantos
profesionales promueven.
Por el lado de la herencia histórica y sus variables, Francesco Dagostino
(Elementos para una Filosofía de la familia) señala que “la Iglesia tiene
mucho que agradecer a la mujer en razón de su genio peculiar; pero
también debe reclamar abundantemente el perdón de la mujer;
precisamente deben atribuirse a la Iglesia muchas de las graves
discriminaciones sociales que las mujeres han padecido a lo largo de la
historia... y que la Iglesia explícitamente reconoce” (Mulieris Dignitatem,
1988, Juan Pablo II).
Unos años después, en 1995, Juan Pablo II, en la Carta a las mujeres,
reflexiona sobre los problemas y las perspectivas de la condición femenina, y
comienza dando gracias nuevamente por la mujer y sus obras. Luego, en el
punto tres, declara: “Pero dar gracias no basta, lo sé. Por desgracia somos
herederos de una historia de enormes condicionamientos que en todos los
tiempos y en cada lugar han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada
en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e
incluso reducida a esclavitud. Pero si en esto no han faltado, especialmente
en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso
en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente”. Pide que este
sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada
fidelidad a la inspiración evangélica, con el mensaje de perenne actualidad
que brota de la actitud misma de Cristo.
Siguiendo este compromiso, cuando los obispos analizan (en su carta de la
Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en
el mundo) los valores femeninos, resaltan en el presente “el papel
insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social
que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro”.
Las mujeres adultas de esta generación buscan soluciones prácticas y
eficientes, a fin de combinar su maternidad con la vida laboral. Aunque
sabemos que esto es todo un desafío.
La generación de los cincuenta produjo la revolución femenina: mujeres
que adoptaron roles masculinos, que avanzaron conquistando espacios que
hoy se traducen en derechos reconocidos socialmente.
Nuestro gran desafío pasa quizá por recuperar aspectos que hacen a la
naturaleza de la mujer e integrarlos en lo ya logrado. Desear ser buenas
madres y esposas, a la vez que realizarse en el campo profesional, como
también influir en la transformación de la sociedad y en el mejoramiento del
mundo.
El viejo feminismo de los años setenta no logró responder con una
cosmovisión precisa a los temas más importantes.

La mujer-madre que también trabaja fuera de su casa

Uno de los grandes propósitos de este siglo que acabamos de inaugurar es


facilitar y promover una vida familiar más plena para transitar una vida
personal y social más íntegra, más humana.
Sabemos que el escenario en el que se desenvuelve la mujer que, además
de ser esposa y madre, trabaja fuera de su hogar, es de alta complejidad y
requiere un sobreesfuerzo en su adaptación. Deben enfrentarse, no
solamente con la eterna lucha contra el tiempo, sino también con los
distintos mensajes que reciben de la sociedad acerca de cuál sería su
comportamiento óptimo. Mensajes de este estilo bombardean su
racionalidad y emociones: “debes ser muy tierna y paciente con tus hijos,
pero competitiva y ambiciosa en tu trabajo”.
Las variaciones del lugar social de la mujer y, correlativamente, del
hombre, arrastran consigo una redistribución de las funciones en la pareja
que modifica el ejercicio de la parentalidad.
Si pensamos en una metáfora para esta temática, se me ocurre proponer
un triángulo cuyos tres vértices fuesen el primero la mujer, el segundo el
trabajo y el tercero la familia. Enseguida cabe la relación con la figura del
“tercero excluido”, es decir, la probable alianza de dos de esos miembros,
quedando así uno siempre afuera de la relación.
Así planteada, la demanda suele generar una brecha que disocia el
funcionamiento en todos los aspectos. Sabemos que la “salud” del ser
humano se juega en el equilibrio o integración de los niveles psico-bio-
espiritual.
Me propongo desmitificar el modelo anterior, al que llamaré iatrogénico,
porque iría en contra de lo que pretendemos lograr. Apoyándonos en los
aspectos favorables de la realidad familiar de hoy, sin obviar las dificultades,
la ecuación “mujer: trabajo+familia” es posible.
Podemos nombrar como situaciones favorables o facilitadoras: se elige al
cónyuge libremente, la posibilidad de diálogo entre la pareja, que promueve
una actitud participativa de asumir la relación, el acceso del padre a la
crianza de los hijos, etc. Debo resaltar que la psicología, desde la terapia
familiar o el abordaje familiar, acompaña los cambios de paradigmas que
confunden y desorientan, promoviendo la buena comunicación y la calidad
en los vínculos.
Dije antes que no iba a dejar de lado las dificultades del mundo actual, por
lo cual señalaré el punto álgido que contiene otras tantas cuestiones: la vida
laboral, en nuestro país y en otros países del mundo pareciera no
contemplar a la persona en relación con su familia. Las personas que
trabajan requieren tiempo real de cuidado de sus seres queridos. Muchas
veces, caemos en el consuelo de creer para no enfrentarnos a la angustia de
no poder, que lo que vale es la “calidad de tiempo”, cuando, en realidad,
esta exige un mínimo de cantidad de tiempo. Cuanto antes tomemos
conciencia de esto último, más pronto podremos ser agentes de cambio y no
permanecer en meros discursos autocompasivos. Aquí hago mía la frase de
Prigogine(1), un científico humanista que rehabilita el valor de la utopía: “No
podemos tener la esperanza de predecir el futuro, pero podemos influir en
él”.
El poder complementar el rol maternal con el laboral es una tarea ardua y,
a veces, difícil. Se espera que cada mujer cree su modo único de armonizar
tales funciones, evitando, en lo posible, dificultades de salud personal,
conyugal, familiar y social.
Para ello, nada mejor que escuchar al propio corazón: en el hogar es
donde, hombres y mujeres, realizamos la obra fundamental.
Queremos destacar la transformación del vínculo conyugal en una
relación cada vez más simétrica, donde ambos padres son convocados a
compartir responsabilidades en la fundamental y fundante tarea de criar a
los hijos. Es obvio que, en las condiciones actuales a las que se ve sometida
la familia, se hace necesaria la flexibilidad en los roles padre-madre, lo cual
aporta a los hijos una educación más rica y con mayor presencia de sus
progenitores.
Así como cada madre y padre viva la dupla maternidad-trabajo, así
transmitirá a sus hijos su vivencia. Poder ser uno mismo a cada momento es
la esencia para conjugar ordenadamente el mundo interno y el público.
Si la familia funciona como el soporte existencial del hombre conforme a
lo social, entonces las matrices de aprendizajes que se moldean en su seno
son fundantes del mundo emocional.
¿Cómo construir el marco adecuado para que los hijos se sientan seguros
y contenidos, para que la pareja crezca y se apoye mutuamente con un
proyecto definido?
Tomo una viñeta clínica de la pareja de Raúl y Fabiana para graficar que
comprender y aceptar la necesidad de un cambio en la organización familiar
implicó un gran esfuerzo por tratarse de nuevos aprendizajes.
Detengámonos ahora en una de las sesiones donde se trabajó el concretar
“acuerdos” a partir del diálogo abierto y honesto: desde la comunicación de
los afectos y desde la empatía.
R: La casa es un caos ahora que ella trabaja. El otro día no había nada en
la heladera, y los chicos tenían hambre, y yo no sabía qué hacer.
F: Fijate que Pamela, que tiene cinco años, me contaba que trató de
calmarte y te pidió una leche con galletitas en lugar de la cena (sonriendo). A
veces los chicos solucionan todo más fácil.
T: No cabe duda de que habrá que reorganizarse para evitar que suceda
este tipo de inconvenientes. Se trata, por supuesto, de situaciones nuevas, y
habrá que anticiparlas para que no los tomen de sorpresa y mal parados.
F: Como lo vimos en otras sesiones, tendremos que conciliar. Yo lo pensé
esta semana, y, por ejemplo, los martes, cuando mi marido retira a Pamela
del jardín, puede ir con el gordo también y hacer las compras juntos los tres,
tipo paseo, y encargarse de la cena de ese día.
R: Yo lo único que hice hasta ahora es el asado de los domingos. Me vas a
tener que ayudar a ver qué otra cosa puedo aprender. Pero no me divierte el
tema... (se queja).
El haber incluido la reflexión, que para los chicos no fue un problema y sí lo
fue para los padres, alivió la ansiedad que despertó un cambio de
organización familiar, y se trabajó en las siguientes tres sesiones los puntos
básicos para realizar acuerdos que beneficien a todos. Se llegó a corroborar
que a veces los cambios asustan, pero que cambiar es positivo en función de
la adaptación a los nuevos patrones de vida cotidianos, siempre que lo
esencial (la calidad de vida emocional de todos) se sostenga.
Dentro de los rasgos de las organizaciones familiares actuales asoma esta
actitud participativa de la pareja conyugal, tal vez no como algo natural, sino
como un aprendizaje nuevo, que, como todo hecho diferente, necesita ser
metabolizado.
Creemos que los “acuerdos parentales” (sistema de negociaciones
comprensivas y solidarias) son la instancia base de este proceso. El diálogo
continuo y fluido entre esposos, la comunicación franca desde el respeto y la
promoción del otro son aptitudes y actitudes que pueden aprenderse. Este
último punto podemos constatarlo los terapeutas familiares y de pareja
justamente en la instancia clínica, como dispositivo de orientación vincular.
Aún así, sostener esta realidad y ayudar a encauzar y resolver los desafíos
que presenta la familia posmoderna implica coordinar recursos creativos y
organizar estrategias posibles y, a la vez, eficientes.
Podemos asociar el concepto de “copaternalidad” con la metáfora “pan y
cariño”, pensando en que hoy tanto el padre como la madre pueden ejercer
roles y funciones más flexibles que, intercambiados oportunamente,
generan una dinámica de la vida familiar en donde el sostén pasa por una
red que se teje con espacios diferentes a la ya conocida figura de la madre
de tiempo completo.
Por último, recordemos que tanto el Estado como las empresas deben
hacer lo suyo para proponer alternativas de equilibrio del binomio casa-
trabajo. Si nos remitimos a la encuesta de Gallup (2000) que venimos
nombrando, se advierte consenso al considerar que las políticas de gobierno
en la Argentina desalientan a las familias a tener hijos (76% contra 7% que
piensa que las alientan, 9% que no se inclina ni por una ni por otra postura, y
otro 9% que no responde). Por lo que vemos, es un tema para trabajar
enérgicamente.
CAPÍTULO 5
“EL HOMBRE NUEVO”:
EL SER VARÓN EN DESPLIEGUE

Una amiga (en una cena entre matrimonios), que es mamá de un nene de
tres años, nos contaba (sorprendida y agradecida) que la maestra les había
hecho llevar, tanto a las nenas como a los varoncitos de sala de tres, un
muñeco bebé para que jugaran a bañarlo y secarlo. Obviamente, la charla de
esa noche se tejió a partir de ese hecho y abrió las puertas a un interesante
debate. Que si era bueno o no que los niños jugasen con los muñecos, que si
las pautas anteriores eran más claras, que si las maestras tenían tendencias
feministas, que “por qué no” considerar ese juego como algo bueno para
preparar a una generación de hombres nuevos...
El hombre ha aceptado el discurso de la igualdad, aunque todavía más en
el plano teórico que en la praxis. Este es un dato que resulta de diferentes
investigaciones.
Las últimas de UNICEF, por ejemplo, nos indican que en casi veinte años
se duplicaron los hogares donde ambos padres trabajan afuera, y aquellos
donde las mujeres aportan más que sus maridos al ingreso familiar. Así, los
cambios dentro del hogar se traducen en transformaciones de la sociedad,
lo que implica cuestionar los paradigmas establecidos en cuanto a roles de
género y división del trabajo. Sus consecuencias las seguimos estudiando
atentamente desde las distintas disciplinas.

¿El hombre con quien toda mujer sueña?


Mi trabajo con las parejas me permite evaluar de cerca lo que espera la
mujer argentina de su compañero, como también lo que espera él de ella.
Los nuevos padres aparecen como un grupo incipiente que colabora con
los chicos sin que la esposa se lo pida. Otros acuden solamente cuando son
llamados. Pero los primeros empiezan a ser valorados e incluso admirados
socialmente.
La mayor parte de las veces es el padre quien declina responsabilidades
pensando que la madre es la más indicada para hacerlo. Otras veces, es la
presión social la que induce al hombre a volcarse en su papel conocido de
proveedor de la familia. Existe otra variante más penosa: cuando la mujer no
confía en él o tiene delirios de omnipotencia.
La versión tradicional de la masculinidad resalta ciertos emblemas: la
autosuficiencia económica, la protección, el coraje, el poder. Ser un hombre
implicó, hasta hace poco, mantener una modalidad activa y práctica,
involucrarse en la vida pública, buscar el éxito y el reconocimiento de su
heroísmo. En síntesis, todo guiaba al resultado de sobrevivir frente a las
presiones ambientales.
El debate que se instala sobre el estilo conocido de ser varón y las
tendencias actuales que se perfilan favorece la integración de los aspectos
emocionales que corresponden al otro sexo. Es un hecho que la distancia
entre los roles de varón y mujer se acortan si aceptamos que ella aparece
siendo o demostrando cada vez más de lo mucho que es capaz, y él
expresándose en zonas humanas propias de la mujer hasta ahora.
Así, el nuevo hombre se compromete a compartir el cuidado y la crianza
de los hijos, y se alegra de que valga la pena, ya que, por un lado, une a la
pareja y, por otro, le aporta grandes beneficios a los chicos. Entonces, casa e
hijos pasan a ser una responsabilidad común.
La pregunta del millón sería ¿qué características prototípicas de la
masculinidad no deseamos (sobre todo nosotras) que se pierdan? y ¿por
qué?
Seguramente la mayoría de las mujeres prefiere un hombre compañero,
tierno, demostrativo, que comprenda el lenguaje y las necesidades de cada
miembro de la familia, y que se remangue la camisa cuando hay que lavar
los platos. La discusión acerca del sentido de nuevos estilos vinculares
promueve los cambios que se vienen, al evidenciar un mayor acercamiento
familiar tanto entre esposos como entre padres e hijos.
Pero, al lado o cerca de ese aclamado hombre sensible, debe haber ahora
una mujer que respete esos sentimientos que se expresan, que tolere que él
también puede llorar y que hasta puede quedar sin trabajo, y ella pasar a ser
por un tiempo el sostén material de la casa. ¡Y a no quejarse demasiado! Si
aceptamos que hoy la pareja puede ser “más pareja que nunca”, lo fuerte y
lo blando pasa a intercambiarse en un movimiento de ida y vuelta hacia un
lado y hacia el otro.
Obviamente, no todo es ganancia en el momento de defender la nueva
masculinidad. No todos los varones y mujeres se adaptan a los cambios, ni
los disfrutan. Algunos se sienten confundidos y buscan desesperados los
anclajes conocidos de su identidad. ¿Qué prefieren? No lo tienen claro.
En la voz de uno de sus personajes, Milan Kundera (La identidad) se atreve
a sentenciar: “Los hombres se han papaisado. Ya no son padres, tan solo
papás, lo cual significa: padres sin la autoridad de un padre”.

Los hijos son de los dos


“Hoy es de esencial importancia reforzar el papel del padre, apoyarlo a
través de políticas adecuadas y fomentar un cambio de mentalidad de la
sociedad para que así el padre pueda asumir plenas responsabilidades en
la familia y en las tareas que esta conlleva” (Janne Haaland Matláry).

Pese a que ha estado ausente durante mucho tiempo la figura del padre,
la paternidad hoy es reivindicada como el complemento natural de la
maternidad.
El rol paterno creció en los últimos años. Se está produciendo, a partir de
nuestra generación, una participación cada vez más auténtica del padre en
el hogar y fundamentalmente en el cuidado de los hijos.
El padre acompaña a la madre en el curso de preparación para el parto, en
las consultas al obstetra, incluso opta por presenciar y colaborar durante el
parto.
Se alternan con su esposa en los cuidados diarios del bebé: bañarlo,
hacerlo dormir, llevarlo a los controles médicos y, más tarde, también al
colegio, a los cumpleaños, de paseo…
El padre pasó a ser mucho más que aquel que trabaja fuera de casa para
sostener económicamente a la familia, o quien instala la ley (como lo venía
señalando la psicología dinámica).
El abanico de funciones que despliega hoy va más allá de aquellas
definiciones.
Así, el sostén del hijo pasa (cada vez en más hogares) por ambas
versiones: padre y madre.
La falla, ausencia o abandono (neglect) de cualquiera de ellos provoca
grandes sufrimientos en el hijo.
El aspecto nutricio de los afectos de ambos, madre y padre, son únicos e
irreemplazables. Cada uno aporta su modo de ser y de hacer, su visión del
mundo, así como también sostienen estilos educativos propios y definidos
para criar a los chicos.
En las cuestiones de avance y progreso de la humanidad, el lugar que
comienza a ocupar el varón se vuelve cada vez más rico.
Ayer y hoy la paternidad consistió y consiste en acompañar al hijo en el
camino de “hacerse persona”. Aunque la función paterna se ejecutó, en
cada época y en cada cultura, de modos diferentes, nadie duda de que el
padre (en este estilo más tierno de conexión con sus hijos) gana en
posibilidades y crece en tanto su actitud habilita un estilo de comunicación
más flexible e interactiva.
El diálogo padre-hijo se hace posible por ser más honesto y abierto, y
utilizar como instrumento privilegiado el compartir, el escuchar, el juego, el
transcurrir más tiempo juntos.
Se trata de nuevas experiencias, de nuevos aprendizajes, como venimos
sosteniendo. A través de estos caminos, este estilo nuevo de hombre va
ensayando nuevas conductas y actitudes que propician el lenguaje
emocional y el corporal.
Es obvio que el hecho de ser padres influye en la vida profesional de las
personas, por lo cual, habría que propiciar políticas laborales y sociales que
contemplen esta realidad que se extiende más y más...
Los padres (no solamente las madres que trabajan en la esfera pública)
tienen derecho a que esta situación se vea reflejada en las condiciones
laborales y en todo lo que les asegure una plena participación tanto en su
hogar como fuera de él.
La coincidencia, generalmente, del período más intenso de trabajo de los
padres con la época de cimentar la carrera profesional exige que se facilite
el equilibrio entre ambos planos.
Anselm Grüm, en su libro Luchar y amar(2) realiza una creativa propuesta
de como el varón debe buscarse a sí mismo para realizarse en su identidad
masculina. A la luz de diferentes figuras bíblicas masculinas, analiza los
arquetipos que el hombre puede integrar para encontrar su propia
identidad, sobre todo desde la lucha y el amor. Al respecto expresa: “Quien
solamente lucha corre el peligro de volverse duro e insensible. Quien
solamente ama propende a potenciar solo su parte afectiva de ternura. Las
dos virtualidades pertenecen a la masculinidad. Como luchador, el hombre
es capaz de amar. Y su lucha necesita el amor para que no se convierta en
un combate rabiosamente ciego”.

La crianza compartida
Se trata de compartir… Ser compañeros en las buenas y en las malas. Vivir
activamente la crianza de los hijos.
Al analizar el reparto de las responsabilidades de hogar e hijos, las
encuestas arrojan los siguientes datos: las mujeres seguimos cargando con
la mayor parte del peso, aunque las distancias se vayan acortando.
Ese cambio hacia una cultura de reparto de tareas en la casa va exigiendo
niveles de buen diálogo e intención cada vez más firme de aprender a
comunicarse mejor para realizar buenos acuerdos (o negociaciones, como
prefieran llamarlo).
Aceptar que la vida es un proceso de crecimiento y aprendizaje continuo
nos sitúa en un marco de apertura mental para plantear desde allí el debate.
Para hablar del acercamiento que considero necesario entre varón y
mujer, señalemos primero la misión que tendría semejante empresa. Se
trata de aprender a acordar, valiéndonos de los recursos internos (probados
en ocasiones anteriores), y de descubrir (con apoyo terapéutico, cuando sea
necesario) otras herramientas imprescindibles para lograr con éxito los
objetivos planificados.
Convenimos en aceptar los nuevos paradigmas (que venimos analizando y
que hacen a los signos de estos tiempos) que hoy transitan el binomio
varón-mujer, así como la urgencia por orientar verdaderos y plenificantes
encuentros entre ambos.
Viene al caso plantear algunas de las cualidades internas que se evalúan al
hablar de “inteligencia emocional”: flexibilidad, iniciativa, optimismo,
adaptabilidad.
Vamos a integrar estas capacidades con la intención de acercarnos a la
noción de “aptitud emocional”, como una capacidad aprendida.
El enfoque correcto de la búsqueda del equilibrio entre vida hogareña y
trabajo nos compromete desde una postura antropológica específica, en
tanto el sujeto de la vida familiar y de la vida laboral es el ser humano
personal, varón o mujer.
CAPÍTULO 6
“EL ACTUAL DESAFÍO
DE SER PADRES”

Ser padres: misión posible


Algunos adultos piensan que hoy ser padres es una misión imposible.
Sacrifican o silencian un deseo natural en pos de una realidad difícil que a
todos nos toca vivir.
¿Acaso toda época no ha tenido sus propias dificultades? Guerras, pestes,
hambre, enfermedades... sumados a los avatares de cada vida en particular
y de cada época y lugar en general.
Hace pocos días, un joven gerente de una empresa me confesó que ni él
ni su esposa, también profesional, se animaban a tener hijos en un mundo
que pareciera estar patas para arriba. A su vez, me señaló que yo le
resultaba una persona con mucha fuerza vital, a lo que respondí: “No te
imaginás la fuerza que me dan mis hijos”. Rápidamente comprendió el
mensaje: “Tener hijos nos da un magnífico sentido a nuestra vida”.
Pensemos en nuestro aquí y ahora: Somos herederos de una época, la
modernidad, donde los roles y las funciones de cada miembro de la familia
estaban claramente delineados.
La mujer se dedicaba al cuidado del hogar, los hijos y su marido.
Los hombres se las veían en el mundo laboral y eran los únicos
proveedores económicos de la familia.
Lo femenino y lo masculino se hallaban prolijamente diferenciados desde
el nacimiento de una persona.
Dentro del sistema de crisis propias del devenir familiar, aparecía rara vez,
por ejemplo, el tema de la mamá que trabajaba fuera del hogar, además de
hacerlo en su casa.

Se hace camino al andar


Por esto, a nuestra generación hoy le toca encontrar ese sutil equilibrio
entre el respeto por la diferencia y la prudencia en sintonizar nuevas
frecuencias sin renunciar a la propia identidad. Se hace cuesta arriba cuando
se forma parte de la generación que produce una reforma, porque se trata
de experimentar lo que no se aprendió en la cuna; de resignificar los
modelos y de recrear las funciones, balanceando lo conocido con la
novedad.
Sin embargo, la dificultad se instala en la precocidad de la propuesta. Aún
está en pañales. A nosotros, padres jóvenes, nos toca colocar las bases de
algún modelo que sirva a las generaciones futuras de referente desde donde
continuar la tarea. No hemos sido testigos de este estilo de performance en
nuestros progenitores.
La estamos creando “al andar”. Por eso, es importante detenernos en su
análisis para no ser víctimas de pagar un alto “derecho de piso”.
El ensayo y error son posiciones válidas, en tanto aportan una rápida toma
de conciencia y un trabajar juntos para superar los escollos producidos. Sin
embargo, instalarse en la comodidad de lo “no aprendido” puede provocar
graves perjuicios para toda la matriz vincular primordial que es la familia.
Hay necesidades que se expresan: la mujer comprende su llamado
profundo de ser madre, y cerquita la vocación profesional-ocupacional
también se hace oír. Entonces la idea es pensar y actuar, elegir y ser
responsables frente a las opciones que cada uno elige; y buscar integrarlas
en un todo que es uno mismo.

Ser padres: eterno buen desafío


La comprensión que tiene cada padre en relación con su rol es, en cierta
medida, única. Así, cada padre y madre escriben su propio manua; y la
escuela es la tarea misma.
Para poder “ser padre” uno recurre, en primer lugar, a su propia historia...
a su propia niñez, a los momentos constitutivos de su imagen de madre y
padre, de esos seres que cuidaban de él y lo mantenían sano y salvo desde el
amor.
Pero sucede que el mundo cambia tan rápido que algunos modelos ya no
sirven como referentes para orientarse.
Esto tiene que ver con el aprendizaje de la novedad, el cual requiere
estructuras plásticas y flexibles para poder avanzar aceptando los errores
como hitos constructivos.
Pero ¿cómo aprender a ser buen padre? Creo que la autoconfianza en los
recursos internos es la base para emprender el camino... ¿y después? A
retomar ese viejo concepto que era bastión para nuestros abuelos: la cultura
del esfuerzo.
Comenzar haciendo patria en la matriz familiar y lanzarse a dibujar mapas
de rutas posibles, realizando, de tanto en tanto, pequeñas evaluaciones con
nuestro marido o esposa para chequear nuestras fortalezas y nuestros
puntos débiles como padres.

Ser padres nos impulsa a ser mejores


Una segunda propuesta para continuar pensando sería: “ser padres nos
enriquece”.
Creo (y me gusta creerlo así) que el poder ocuparnos de la vida misma nos
obliga a ser mejores personas, nos perfecciona. Cabe, ciertamente, la
aclaración de que este planteo se fundamenta sobre un esquema de salud,
no sobre la patología.
Tener hijos es un don que recibimos. Se nos confía su cuidado y su
humanización. Nos hacemos responsables de su educación, en valores y
virtudes especialmente.
Si entendemos a la familia como una escuela de afectividad, como cuna
de lo fundamental, asumiremos nuestra misión con las ganas de superarnos
en el día a día.
La crianza de los hijos favorece nuestro acceso a la adultez. Pensemos en
quien vive aislado y se nutre de sus viejas certezas, sin el gesto de dialogar
con otro, ni el intento de revisarse a sí mismo ni de modificar nada...
permanece en la eterna adolescencia.
Entonces, ¡qué favor nos hacen nuestros hijos! Nos ofrecen el mejor
servicio: nos llaman a la vida, y nos incitan a la lucha diaria. Aunque a veces
el cansancio nos sorprenda...
Que nuestros hijos estén ahí para observarnos (con esos ojitos ávidos por
descubrir, conocer, encontrar), para escucharnos (con sus “antenitas” cual
radares que todo lo captan), nos inspira para hacer de este mundo un lugar
habitable para todos. También nos mueve a poner nuestro obrar en sintonía
con nuestro discurso.
En una cultura donde la oferta de lo “light” inunda la escena familiar,
quitando peso donde debería estar, la verdad adulta es cada vez más
necesaria como un todo de coherencia desde el ejemplo. Esto último no nos
obliga a ser superpadres. La propuesta incluye compartir las dudas, los
miedos, las angustias en un clima familiar de confianza, respeto y amor por
lo que cada uno es y lo que pueda llegar a ser.
Todos los sueños que soñemos para nuestros hijos son un sostén para
nosotros, adultos, en las horas más difíciles.
La palabra de Sábato se nos une: “Solo quienes sean capaces de encarnar
la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de
humanidad hayamos perdido”.
Poder plantearme cuáles son las utopías que sostienen mi vida facilita mis
proyectos. Las utopías (del griego, sin lugar) se traducen en grandes ideales
que nos mueven a la lucha. Entonces, hagamos las cosas para que algún día
sean una eutopía (un buen lugar), un lugar donde sea posible encarnar esos
ideales con lo apasionante de ser persona.

Jugarse por la vida


Es verdad que la crisis actual atenta contra muchos deseos profundos,
acorrala, angustia, pero no olvidemos que la alternativa es a veces crucial: o
me detengo o doy el salto.
Exige una decisión que tiene que ver con “jugarse por la existencia”: por
sí o por no. Los mejores saltos (eutopías) son llamados, convocatorias a
saltar en donde descubro que no estoy sola. Ahí encuentro a mis hijos, a mis
seres queridos y comprendo el verdadero valor de la familia, y el de los
otros.
Llegamos así a la categoría del “nosotros” y descubrimos que la gran
ignorancia hoy es mantenerse en lo yoico.
Poner en juego los recursos creativos implica arriesgarnos a la vida, al
futuro, generando proyectos que orienten el sentido del esfuerzo. El lugar
del proyecto es fundamental en todo camino, ya que sin ellos no se
vislumbra la luz del otro lado del río.
Educar con solidez implica privilegiar la esperanza, el compromiso en las
verdades perennes, y desde allí jugarse por el “sí a la vida a pesar de todo”.
Esto se relaciona con asumir críticamente la realidad.
Lo importante, como decía Platón, es que entre todos encontremos
alguna verdad. Es más difícil hallar la verdad uno solo, pero entre muchos,
con buenas intenciones y actos congruentes y consecuentes, es posible que
lo logremos.
Repensar las cuestiones de base nos indica, muchas veces, volver a lo
esencial, a lo que perdura en medio de tantos cambios planetarios: los
valores.
El respeto por la vida propia y la del otro, el amor, la sinceridad, la
caridad, la comprensión, el esfuerzo, la libertad con responsabilidad, son
cuestiones que no reconocen un tiempo o un lugar determinado, sino que
perduran y cruzan todas las fronteras.
Hoy estamos acá y nos hacemos preguntas, lo que significa que tenemos
coraje. Aunque preguntarse y preguntar a veces da miedo, también es
fascinante. Tiene que ver con la gran obsesión socrática: “Conócete a ti
mismo”. Tal vez por aquí deberíamos volver a empezar este recorrido del
pensar y el obrar…
Pareja Herrera(3) nos recuerda, analizando la experiencia del médico
prisionero: “El ser humano no es tanto un ser que pregunta, sino, más bien,
un ser con la capacidad de responder a las circunstancias. Esa es una
característica específicamente humana: ser responsable es tener la habilidad
de responder”.
¿Nuestros hijos necesitan límites?
Si creemos que poner límites significa “cuidar y educar”, entonces
estaremos de acuerdo en que esta es una tarea inclaudicable de nuestra
función de padres. Para que los hijos se desarrollen en un clima de amor y
contención, es necesario que sean mamá y papá quienes señalen lo que se
permite y lo que se prohíbe. Aunque algunas normas sean revisables con el
transcurso del tiempo, y se modifiquen, otras reglas perdurarán para
siempre y son tan necesarias que implican un orden en la vida personal,
familiar y social.
Porque nadie duda de que el buen amor tiene que ver con cierto orden.
No se puede amar bien en medio del caos: hasta el sentimiento y la voluntad
pueden desordenarse.
Pero ¿cuándo comienza la educación de los hijos?
Desde siempre. Sabemos que los bebés son como esponjas: absorben el
entorno familiar en todas sus formas, así como maman los diferentes modos
de relación con cada persona de su familia.
Vemos a muchos padres recién preocupados por la conducta de los hijos
cuando estos les traen “preocupaciones”, es decir, cuando los chicos, a
través de diferentes síntomas, demuestran que algo les pasa. La idea es,
entonces, ocuparse desde siempre en señalar lo que se puede y lo que no se
puede, de un modo cariñoso y adecuado a cada edad.

¿Se aprende a poner límites?


Si bien cada padre sabe cómo cuidar a su hijo, es importante no perder de
vista ciertos parámetros para poder ayudarlo a desarrollar una personalidad
sana y equilibrada.
Encauzar el desarrollo de un hijo implica, en la primera etapa de su vida,
protegerlo de los posibles peligros. Siendo así, al señalarle “eso no se hace,
te podés lastimar”, lo que en realidad estaremos transmitiendo es “porque
te amo, te cuido, te protejo”.
La mamá posee una capacidad muy especial para interpretar las
necesidades de su hijo y, seguramente, en ese juego cotidiano de
construcción del vínculo más sagrado en la historia del ser humano, el
cuidado, la ternura, el contacto corporal, la comunicación gestual, señalarán
posibilidades y límites que ese bebé va de a poco internalizando.
En general, los papás saben disfrutar de sus aciertos al educar a sus hijos,
como así también saben reconocer cuándo estos no fueron sensatos. Un
buen límite se establece desde el acuerdo entre los padres. Este sí que es un
paso para no saltear: la pareja comparte la responsabilidad de sostener con
firmeza amorosa las normas que van definiendo juntos, desde el diálogo
continuo. Normas que, al ser flexibles, se van adecuando a las distintas
edades y personalidades de cada hijo. Lo que resulta con un hijo puede no
ser lo correcto para los otros.

¿De qué modo poner los límites?


En primer lugar, hay que despojarse de la culpa. Los papás de hoy
cargamos con una historia de educación mucho más rígida y represora, cosa
que suele ubicarnos en el otro extremo de la situación: que los chicos hagan
lo que les dé la gana. Los excesos, como los vacíos, son malos consejeros. Ni
muy-muy, ni tan-tan. Debemos tomar conciencia de la obligación que
tenemos como padres de educar al niño para que llegue a ser una buena
persona, un hombre o mujer feliz; y estar muy seguros de que el hijo
necesita de sus padres: que lo acompañen, lo valoren, lo protejan, le
ofrezcan las posibilidades adecuadas, en el momento oportuno, para
intentar sus propios ensayos... Porque muchas veces aprenden y
aprendemos del error. En psicopedagogía, esto suele llamarse “error
constructivo”. El hecho de ser adultos no nos libera de poder equivocarnos.
Pedir disculpas a los hijos, si se ha sido injusto, es también un aprendizaje,
un modelo para ellos. Así no se pierde la autoridad, por el contrario, se
humaniza la figura del adulto, desde los valores de la humildad, la reflexión y
la autocrítica.
En una cultura posmoderna, donde la oferta de lo “light” inunda la vida
familiar, alivianando sentimientos y palabras, la coherencia adulta entre el
decir y el obrar es un eje cada vez más reclamado, sobre todo por los hijos
adolescentes, que piden a gritos (aunque no lo podamos creer) límites, con
este agregado: “desde el ejemplo”. Esto no implica, como se creyó en otras
épocas, demostrarse suficiente y perfecto como padre ante el hijo, sino algo
tan sencillo como hablar de la vida “desde la vida misma”, saboreando las
dudas, los miedos, las angustias en un clima familiar de confianza, respeto y
amor por lo que cada uno es y trata de ser.
CAPÍTULO 7
EL ADOLESCENTE Y SU FAMILIA:
¿CÓMO MEJORAR LA COMUNICACIÓN?

UNA MIRADA DESDE LAS DOS VERTIENTES:


LA DEL HIJO Y LA DE SUS PADRES

Buscando “mi lugar en el mundo”


En esa época de la biografía familiar, la demanda generalizada suele ser
esta: ¿cómo lidiar con un adolescente en ese período de tantos cambios, con
angustias existenciales de todo tipo, con dilemas, ideales y pasiones
extremas?
Si pasamos lista en la historia de toda persona, existen las “crisis
evolutivas”, que son, en primer lugar, momentos cruciales de crecimiento y
acceso a nuevos niveles de complejidad; instancias en las cuales se producen
nuevos aprendizajes, algunos trascendentes y “para toda la vida”.
Sabemos que el adolescente conjuga en sus conductas y actitudes
situaciones tan opuestas como la continuidad y la transformación, la
permanencia y los cambios. Tendencias antagónicas que desarticulan la
mirada perpleja de sus padres y demás familiares, rozando emociones de las
más primitivas.

Los “modos de estar” del adolescente hoy: una cara de la moneda


- profundos sentimientos de soledad, angustia, confusión;
- reacciones contradictorias ante las presiones externas;
- actitudes de desafío y rebeldía;
- momentos de culpabilidad y desorientación;
- intentos de autonomía, con gestos omnipotentes;
- indecisión, irreflexión para sostener posturas;
- crecimiento acelerado en casi todos los órdenes;
- visión del futuro debilitada, por la crisis actual.

Pero, como acabamos de señalar, cada tendencia o manifestación aparece


de la mano de su opuesto, por eso, no sería justo destacar únicamente los
aspectos ingratos de esta etapa, ya que el nivel de energía vital que conlleva
es tan alto que permite enaltecer los sueños más inverosímiles.

La otra cara de la moneda


- momentos de plena creatividad;
- pasión exaltada por lograr ciertos objetivos;
- intención de luchar por un mundo mejor;
- preocupaciones e intuiciones que perfilan un camino;
- apertura hacia fronteras más amplias que el propio hogar;
- espíritu de lucha por metas elegidas;
- idealismo (como antesala o ensayo) para madurar en el amor.

Sabemos que, cuando de la persona humana se trata, no es propicio


generalizar. Cada adolescente es único e irrepetible, y responde a sus
aprendizajes, su historia, su entorno familiar y social, sus necesidades, sus
capacidades…
Si la adolescencia marca un punto inaugural en lo que respecta a un
futuro adulto, en tanto se realizan las decisiones más importantes (se elige
la carrera, la universidad o instituciones de enseñanza, se elige a veces
novio, novia, amistades, etc.), es oportuno legalizar la presencia de dudas,
inseguridades, duelos, conflictos…
Se trata de comprender el fenómeno de la comunicación con el
adolescente como una situación no imposible ni harto difícil, como se
piensa, sino como una más de las vivencias que requieren de mucho amor y
paciencia sostenida por parte de sus padres.
Sabemos que el amor debe ser incondicional. No se trata de aceptar lo
que se presenta agradable solamente, sino de sostener el cariño en los
tramos más difíciles de la vida, en las “pruebas”.

¿Cómo hacer entonces para que una buena comunicación sea


posible?
✔ Mantener, como adultos sanos, coherencia entre el decir y el
hacer, ya que la mirada del joven es especialmente susceptible en este
punto.
✔ Aceptar que el hijo pase por estados de ánimo complejos, pero
estando alerta a lo que es esperable. Si no, amerita la consulta
psicológica.
✔ Estimular el diálogo cotidiano.
✔ Compartir situaciones placenteras para todos y aprovecharlas para
profundizar temas (por ejemplo, luego de ver una película) escuchar y
opinar.
✔ Cultivar la tolerancia y la flexibilidad como norma para el
entendimiento mutuo.
✔ Facilitar que los hijos puedan hablar de sus emociones, optando
por escucharlos y contenerlos antes que criticarlos.

Hasta no hace muchos años, el estudio de la adolescencia se centraba


únicamente sobre la figura del adolescente. Se comprendió que así el
enfoque resultaba incompleto, y los tratamientos ineficaces en su gran
mayoría. Hoy nuestra mirada y nuestro objetivo terapéutico se instalan en la
doble vertiente: el ser que transita esa etapa, y sus padres con las
problemáticas propias de la etapa que atraviesan, más las resistencias y
contradicciones que ofrece la sociedad.
Cuando hablamos del concepto de fluidez en la comunicación, pensamos
que así como el adolescente tiene derecho a ser informado sobre las
transformaciones que ocurrirán en su desarrollo físico, emocional, afectivo e
intelectual, así también debe conocer lo que les pasa a sus padres (aunque
manteniendo la prudencia en cuanto a los aspectos de sus intimidades). Se
trata de reflexionar y comprender a sus padres desde las situaciones más
actuales que viven (desempleo, preocupaciones laborales, estrés) hasta las
propias de su período evolutivo (aprender a ser padres de quien ya no es un
niño, sentir que el hijo los necesita de modo diferente, la nueva organización
familiar que debe aparecer, la propia crisis de la mitad de la vida, etc.).
Si nos detenemos en el tema de los duelos, reconocemos los cambios que
se instalan en ambos lados. El adolescente vive fundamentalmente tres
situaciones de duelo: por su cuerpo infantil, por su identidad de niño y por
los padres de la infancia.
Los padres, por su lado, viven el duelo por la juventud personal y se
despiden (a veces dolorosamente) del modo de haber sido padres de un
niño, para acceder a nuevos aprendizajes que los habilitarán en otro tipo de
interacción adecuada a esta nueva etapa.
A esto suele agregarse la brecha generacional entre padres e hijos. Por
ejemplo, los códigos con los que los jóvenes se comunican entre sí y que les
permiten diferenciarse de la generación de sus padres, e incluso de otro
grupo de pares.
Los sistemas de creencias y costumbres de los padres no les alcanza a los
adolescentes que viven la desorientación de los paradigmas actuales que
intentan tirar por la borda lo que para los adultos fueron sólidos referentes.
Deberán elegir los valores que los definirán como personas singulares. Como
la adolescencia es un concepto que se va resignificando según el contexto
histórico, social y cultural, así también cada joven experimenta de modo
personal esta etapa de aprendizajes y cambios.
De la canción “Esos locos bajitos”, de Joan Manuel Serrat
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj.
Que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día nos digan adiós.

Cada uno en su lugar


En lo que respecta a roles y funciones, en este caso: ser padre – ser hijo,
muchas veces el hecho de que cada uno no se ubique en su lugar deriva en
un desorden interno del sistema familiar que provoca efectos adversos en lo
que respecta, por ejemplo, a la puesta de límites. Esto se traduce en
conductas que oscilan de un extremo al otro: autoridad-liviandad, libertad-
libertinaje, dejar hacer-prohibir, orden-caos, acompañar-censurar. Lo que se
disipa es la posibilidad de encontrar juntos alternativas más ricas y
equilibradas.
Por último, tratando de hacer una amplia sistematización del tema, nos
encontramos con que cada familia se presenta con una historia y una cultura
que le otorgan identidad como grupo. En el “modo de ser familia”, cada
sistema determina un estilo que expresa en la cadena de encuentros y
desencuentros de los miembros entre sí, y de ellos con el mundo.
La idea, para redondear la propuesta, es que la adolescencia puede llegar
a vivirse como una situación que requiere una reorganización familiar y un
esfuerzo primordialmente instalado en abrir canales de comunicación donde
hablar de lo que pasa y lo que siente cada uno ayude a lograr la
comprensión y guíe en la búsqueda de resolución de conflictos.
Algunas sugerencias (para que lea el adolescente)
1) No creas que solamente a vos te aquejan las dudas, los temores,
las culpas e inseguridades.
2) Sería bueno que recuperes tu historia en la familia, revisando
fotos, videos, pidiendo que te cuenten las anécdotas familiares que
marcaron diferentes momentos de crecimiento y nuevos aprendizajes
como los que hoy vivís (cuando nació tu hermanito, cuando comenzaste
el jardín, cuando se mudaron de casa, etc.).
3) Algo que te va a ayudar mucho, sobre todo en los momentos en
los que sentís que nadie te entiende, es valorar todo lo bueno que te
dio el formar parte de esta familia; e incluso analizar que a veces, sin
darte cuenta, criticás actitudes que de algún modo también reproducís
con vos o con los otros.

“Los dos burritos” (resumido), del libro Cuentos rodados(4), de


Mamerto Menapace

Érase una vez una madre –así comienza esta historia encontrada en un
viejo libraco de vida de monjes, y escrita en los primeros siglos de la
Iglesia–. Érase una vez una madre –digo– que estaba muy
apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado del camino en
que ella los había educado...
Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo
eremita que vivía en el desierto de la Tebaida... A él acudían cuantos se
sentían atormentados por la vida o los demonios difíciles de expulsar.
Esta madre se encontró con el santo monje en su ermita y le abrió su
corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus
hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su
cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente
la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una
imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero, hete
aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las
doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no
seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba
inutilizando.
Lo peor era que ella ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus
convicciones religiosas y personales. Porque si estas no habían servido
para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicio
de que estaba equivocada también ella...
Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola.
Se levantó de su asiento y la invitó a acercarse a la ventana, que daba
hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada de
su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.
—¿Qué ves? —le preguntó a la mujer, quien respondió:
—Veo una burra atada al tronco del arbusto y a sus dos burritos que
retozan a su alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y
luego se alejan corriendo por detrás de la colina, donde parecen perderse,
para aparecer enseguida cerca de su burra madre.
—Has visto bien —le respondió el ermitaño—. Aprende de la burra. Ella
permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan.
Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que
permanentemente retornan a su lado. Si ella se desatara para querer
seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad
es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino
cuando se den cuenta de que están extraviados.
Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor —diciendo esto
la bendijo, y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón dolorido.

Análisis de caso: “Una vuelta de tuerca” (abreviado)


(Esta es una propuesta de UNICEF en su libro Proponer y dialogar)
Matías era un chico difícil. Con sus dieciséis años recién estrenados, ya
había sido echado de cuatro escuelas de la ciudad de Buenos Aires. Su
familia, compuesta por su madre y una hermana mayor, no podía darse el
lujo de intentar anotar a Matías en otro distrito escolar a causa de los
gastos de transporte.
Doña María y su hija no podían entender cómo un chico tan bueno y
dulce como Matías podía convertirse, en la escuela, en el peor castigo
para sus maestras. Las autoridades lo pintaban como un alumno
imposible de aguantar, por señalar las contradicciones de los adultos y
poner en evidencia a sus profesores.
La enfermedad de la abuela materna obligó a la familia a trasladarse a
Los Toldos, lo cual tuvo sus beneficios.
Doña María anotó a su hijo en el Comercial del pueblo y se dispuso a
esperar el primer llamado de la directora para quejarse de su hijo. Sin
embargo, la directora se preocupó por conocer quién era Matías y cómo
era su entorno familiar y social.
Un día Matías pidió ayuda: “Mamá, necesito que me ayudes a escribir
todo lo que no funciona en la escuela para poder contarlo mañana”.
Madre e hijo se pusieron a trabajar.
Al volver de la escuela, le contó entusiasmado a su mamá: “Sabés qué
es lo que me gusta de esta gente? Que la directora y los profesores nos
escucharon, después todos votamos, y, al final, esas son las cosas que
vamos a cambiar”.
Así, de a poco, Matías se sintió totalmente aceptado y valorado en su
nueva escuela.
CAPÍTULO 8
EL COMPROMISO
EN LA FAMILIA

Se me presenta como una tarea dulce y amarga a la vez el reflexionar


sobre el compromiso y la familia. Si me siguen, comprenderán por qué
acabo de contraponer estos dos tipos de emociones.
En primer lugar, quisiera proponerles una imagen para que todos
comencemos a pensar, desde ahí, el tema que nos convoca. Se me ocurrió
revolver el baúl de nuestra infancia y acercarnos a las escenas que nos
acompañaron tantas veces: los cuentos de hadas.
Tomemos uno de ellos, por ejemplo: Hansel y Gretel, y veamos el texto en
relación con el valor del compromiso familiar. Enseguida descubrimos que,
tanto en este como en la mayoría de los cuentos, aparece una promesa rota,
una negación del compromiso, de los adultos para con sus hijos (Hansel y
Gretel son abandonados por su padre y su madrastra en medio del bosque).
Los protagonistas, en general niños o adolescentes, quedan desamparados
de la protección esencial que deben brindarles sus familias.
De este modo, nos acercamos a reconocer la relación que existe entre las
funciones básicas que debe cubrir la familia (afecto, nutrición, cuidados,
cobijo) y el valor vital de su cumplimiento. Ante su ausencia o negligencia, se
pierde el verdadero sostén que impulsa un sano desarrollo. Es lo que
llamamos “abuso emocional” y “abandono”.
Veamos ahora qué nos enseñan la acepción y la etimología de la palabra
“compromiso”.
El Diccionario de la Real Academia señala que compromiso proviene del
latín compromissum que significa: 'obligación contraída, palabra dada, fe
depositada'. El idioma italiano nos acerca la acepción con-promesso (con-
promesa), resaltando también el valor de la palabra empeñada.
¿Acaso los padres de Hansel y Gretel no rompieron la promesa o la
obligación (indelegable de todo padre) de cuidar la vida de sus hijos? ¿Acaso
la falta de palabra no quiebra el corazón mismo de lo que debe ser la familia
como institución que protege y que cuida?
Si, como repito siempre, la familia es cuna de la afectividad, de los
primeros encuentros y los primeros aprendizajes, es también el espacio en
donde se adquiere la responsabilidad para la participación social y el
ejercicio de la ciudadanía. Se trata, pues, de nutrirse en el seno familiar para
poder salir al mundo a ofrecer lo mejor de sí en pos del bienestar común.
Cabe plantearnos, a esta altura, los modos de educar en una actitud
positiva de asumir responsabilidades.
Entonces, ¿cómo se traduce el alcance del compromiso en los gestos
cotidianos familiares? o ¿cómo educar al compromiso?
Intentando una apretada síntesis, diría (en primer lugar) que se logra
“educando desde el compromiso”. Nuestros hijos se merecen el esfuerzo de
ofrecernos (nosotros) desde la propia coherencia entre el decir y el obrar.
Aquí vale el dicho de “más vale un buen ejemplo que cien palabras”.
Educar bien es posible, aunque sabemos que no es sencillo. Resulta un
antídoto contra la cultura de lo light y del desamor.
Valorar la función de la familia como institución transmisora de creencias
y valores nos acerca a pensar en lo que cada uno de nosotros puede hacer
para orientar su crecimiento y favorecer su desarrollo, en condiciones
saludables.
Por eso, creo que la voluntad puesta al servicio de un buen proyecto
educativo familiar es motivo de constancia y de trabajo en equipo, lo que
redunda en la construcción de un espacio donde el “nosotros” sea el lugar
común posible, en oposición a un extremo individualismo que corroe y
disgrega con fuerza.
Los niños de hoy están expuestos al influjo de una cultura de signo
nihilista: el derivado de la no existencia, en la sociedad, de una autoridad
moral que enseñe a diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Si a esto
le sumamos la desorientación y la falta de contención que sienten muchos
padres, la situación resulta verdaderamente triste.

Educar personas de bien...


Entonces, si queremos hijos capaces de comprometerse consigo mismos,
con los demás y con la sociedad, la pregunta del millón sería así: ¿cómo
acompañar al niño a establecer adecuadamente una escala de valores que lo
ayude a formarse como persona de bien?
Los primeros estímulos los dan los padres. La enseñanza más importante
para el desarrollo humano es la que brinda la simple presencia de las
personas maduras que aman incondicionalmente al hijo y se ofrecen como
primer continente.
Los padres proponen un modelo de cualidades espirituales significativas, y
los valores elevan la condición humana, le aportan identidad en tanto
sigamos eligiendo el bien como modo de vida, y permaneciendo alertas a los
signos que amenazan nuestro presente.
Hoy encontramos que las carencias afectivas y las fallas en el sostén son
reemplazadas o transformadas en ecuaciones de consumo, por ejemplo.
Una propuesta disfrazada que pretende saciarlo todo y esquivar cualquier
privación. Un aporte que veo en la crisis actual es, justamente, al respecto:
ya no se puede llegar con los bolsillos llenos de golosinas o juguetes. La
opción, entonces, se dirige al ofrecimiento de lo fundamental: tiempo de
encuentro, de juego, de charla, de escucha (traduzco: educación de las
virtudes, desde el amor que guía).
Otra cuestión que surge rápidamente es si los valores cambian con el paso
del tiempo, ajustándose a una realidad que, de tan dinámica a veces, resulta
en movimientos sin sentido.
La vida humana se despliega sobre un abanico de valores que se
manifiestan como realidades permanentes, que aportan seguridad e
identidad en medio de la vertiginosidad de tantos cambios.
Así, lo que permanece no confunde, sino que se ubica como punto de
referencia estable. Recuerdo un viaje en Taormina, cuando conocimos a un
marplatense que nos contaba que lograba sentirse “como en su casa”
cuando era un viajero imparable. El señor había elaborado un ritual de cómo
armar su valija: dividía el espacio en sectores y siempre guardaba en el
mismo lugar sus pertenencias clasificadas. De ese modo lograba cierta
estabilidad externa que le otorgaba un estado interno de confianza y
seguridad, aun lejos de su hábitat (en este caso se ejemplifica, además, otro
valor, el orden, y sabemos que todos los valores se tocan en algún punto).
En el libro El Principito (de Antoine de Saint-Exupéry), encontramos una
escena en la que el zorro le dice al protagonista: “El tiempo que perdiste por
tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Eres responsable para siempre
de lo que has domesticado”.
Con esta escena quiero destacar la relación entre libertad y
responsabilidad. Viktor Frankl sostenía que, frente a la estatua de la
libertad, hubiese sido necesario presentar la estatua de la responsabilidad.
¡Cuánta razón tuvo!
Asistimos a un espectáculo que propone, muchas veces, escenas del
mundo al revés. Existe una tentación de derivar la responsabilidad hacia
otros lados o hacia otras personas, la cuestión es salir impune.
Andar con paso seguro al definir prioridades, reconocer los costados
oscuros y comprometerse en buscar alternativas luminosas... es el camino
del compromiso con la vida.
Sabemos que las personas no nacen comprometidas con valores, se hacen
personas comprometidas con el bien, gracias a los estímulos recibidos y a su
capacidad de ser libres y responsables.
Por eso, debemos educar para que los buenos resultados sean lo
esperable en la familia, y el futuro sea el proyecto por el que trabajamos, y
no una consecuencia del azar.
El pensador Gabriel Marcel afirmaba en su Diario metafísico que “solo la
fidelidad es expresión cabal de la libertad”, apuntando a la constancia en el
compromiso frente a lo que se optó de una vez y para siempre. Expresión
que se une a la voz de Hanna Arent (filósofa judío-alemana): “la promesa es
un ejercicio de la libertad a futuro”.
Una promesa es un compromiso que para ser necesita realizarse. La
realización puede a veces ser muy costosa emocionalmente. Lo importante
es sostener la palabra como el más revelador de los documentos. Sabemos
que, en otras épocas, la palabra empeñada era garantía de cumplimiento. El
contexto hacía cumplir la obligación contraída a rajatabla. Tal vez nos sirva
reflexionar sobre nuestro hoy y su contexto que toma por común y obvio
gestos que desdicen lo que se dijo y rezan una apología de hacer lo que se
siente, en detrimento de la lógica del “deber”. Quizás sea momento de
encontrar opciones que sinteticen opuestos y recreen posibilidades
enriquecedoras.

Todavía soñamos…
En la familia se inaugura (o debería hacerse) el aprendizaje del
compromiso. Desde situaciones tan elementales como son la protección de
la vida por nacer hasta la protección de la vida por morir.
Haber recibido la vida nos introduce en el mundo con un gesto de
generosidad, con un compromiso implícito con la vida misma. Y, desde allí,
la tarea de construir el mejor de los mundos.

Modos sanos de “comprometernos”


✔ replantearnos las cosas que nos pasan;
✔ mirar hacia adentro;
✔ descubrir talentos;
✔ superar nuestras debilidades;
✔ participar en el proyecto de país que queremos;
✔ reconstruir la confianza;
✔ resaltar las buenas noticias;
✔ desarrollar la capacidad de sacrificio (pensando en lo que le hace
bien al país), al servicio de algo que tenga futuro;
✔ sentir que formamos parte de algo en común (para ser
genuinamente solidarios).

No olvidemos que para sostener los fragmentos de realidad que nos


atormentan basta con estar comprometidos realmente con la verdad. Con la
verdad que, como la luz, nos ilumina aun en tiempos de apagón.
El discreto trabajo de ser mejor persona tiene mucho que ver con el hecho
de ocuparse de uno para no preocupar a los demás.
Acaso el comprometernos con el presente y con el futuro, ¿no achica el
riesgo familiar?
Se trata, como verán, de edificar el día a día con los pies sobre la tierra y el
alma mirando al cielo…

Cuento para pensar en familia


Padre e hija habían andado durante varias horas. El viaje en auto
resultó agotador, sobre todo por el calor que apretaba.
Pronto divisaron un campo con plantaciones de frutillas, y el padre
creyó encontrar la respuesta a la sed que ambos tenían por entonces.
—Voy a parar el auto en el camino y me acercaré a buscar algunas
frutas para
nosotros. Te dejo esta campanita para que me avises si alguien se
acerca. Cuando yo la escuche, regresaré inmediatamente —dijo el padre a
su hija.
Y se dirigió a las plantaciones. Al poco rato, escuchó sonar la campanita
que le había dejado a la niña. Sin tiempo de recoger nada, regresó
apresurado. Subieron al auto y prosiguieron el camino.
Cerca, el señor se detuvo nuevamente y le dio las mismas
recomendaciones a su hija.
Esta pronto hizo sonar la campana, lo cual provocó que su padre
regresase sin frutas como la vez anterior. En esta ocasión, el padre miró a
su alrededor sin ver a nadie cerca y, confundido, siguió hasta otro campo.
La escena volvió a repetirse tal cual, pero cuando el hombre regresó
luego de escuchar el sonido de la campana y no detectar signos de nada
ni nadie, le preguntó a su hija:
—Querida, hiciste sonar la campana, pero ¿acaso hay alguien que
pueda verme sacando frutas de las plantaciones?
A lo cual, su hija respondió:
—Sí, papá. Yo.
CAPÍTULO 9
VIVIR EN FAMILIA:
“LA ESPERANZA COMO
TAREA FRENTE AL TEMOR”

Varias veces, el temor y la desesperación barrieron con muchas de las


ilusiones de los hogares argentinos. Pero estoy segura de que, sobre todo en
nuestra función de padres o educadores, deseamos transmitirles a los niños
y a los jóvenes nada más ni nada menos que un buen ánimo para seguir
remando un barco que, entre todos y bien, llegue a buen puerto.
Existe un programa infantil de dibujos animados (Bob, el constructor) cuyo
protagonista cuando trabaja suele preguntar a modo de estribillo:
“¿Podemos hacerlo?”, y sus amigos responden siempre con alegría: “Sí,
podemos”.
Si esas palabras quedasen grabadas en la memoria de todos los niños con
buenas intenciones, seguramente ellos, los futuros adultos, podrían mejorar
este mundo. Que esta sea nuestra misión como padres: educar hijos fuertes
y buenas personas para que enfrenten con valentía la tarea de construir un
mundo más habitable.
Valga esta metáfora para introducirnos en el tema del temor versus la
esperanza.
Para entender a fondo el sufrimiento que provoca el temor, es necesario
observar a un recién nacido y recuperar los primeros pasos por la vida.
Detenernos a pensar que seguramente ese primer llanto del bebé y los
posteriores no son otra cosa que la expresión de un ser indefenso, que
reclama unos buenos brazos en donde encontrar seguridad y sostén, calor y
alimento. Son como ritos de iniciación presintiendo la eterna búsqueda de lo
que uno no tiene, el inasible deseo de perfección.
Así, la seguridad bien podría plantearse como la contracara del miedo.
Nacemos en un estado de necesidad, en el cual la posibilidad de sobrevivir
recae en los cuidados que brindan los otros. Tal es el costo de la primera
dependencia. ¿Acaso la vida toda no reedita parte, al menos, de ese primer
estilo vincular, en el cual el “ser y existir” tienen relación directamente
proporcional con el lugar (o no lugar) que nos dan nuestros seres queridos
(u odiados)?
La vida parece, por momentos, una feroz lucha por motivos que ni
quienes luchan se detienen a pensar. Así, muchas personas quedan
entrampadas en viles servilismos con tal de no enfrentarse a la posibilidad
de estar a solas consigo mismas, de cuestionarse, escucharse y aceptarse. Es
lo que Erich Fromm llamó “el miedo a la libertad” y lo señala como uno de
los males de la época, ya que aliena el camino hacia la madurez y el
desarrollo personal. Yo agregaría social en tanto el yo se vuelca finalmente
en el “nosotros”.
Fromm aclara al respecto: “Los vínculos primarios ofrecen la seguridad y
la unión básica con el mundo exterior a uno mismo. En la medida en que el
niño emerge de ese mundo se da cuenta de su soledad, de ser una entidad
separada de todos los demás... lo que crea un sentimiento de angustia y de
impotencia. Mientras la persona formaba parte integral de ese mundo,
ignorando las posibilidades y responsabilidades de la acción individual, no
había por qué temerle. Pero cuando uno se ha transformado en individuo,
está solo y debe enfrentar el mundo en todos sus subyugantes y peligrosos
aspectos”.
Como vemos, la historia de la búsqueda del tesoro de la seguridad es tan
antigua como la humanidad misma. Tan irresuelta como los interrogantes
más profundos de la existencia humana. Tan codiciada que no existe receta
capaz de servir a todos por igual. Algunos se ajustan a rutinas de belleza
exterior, confiando en que así se procurarán la mejor fuente de seguridad y
autoestima. Otros apelan a los logros económicos y materiales, ensayando
modos de existencias basados en el tener y en el poder que creen les otorga
ese tener. Otros se hacen adictos a relaciones afectivas que no promueven
el verdadero crecimiento. La variedad de posturas es enorme y la confusión,
con su consiguiente extravío de lo esencial, también.

Barajar y dar de nuevo


Generalmente, con mis pacientes, llegamos a un punto de la terapia en
donde aparece el desafío de “parirse a uno mismo”. Para graficar ese
proceso lo diferenciamos de aquel momento en el que uno llegó a esta vida
y, supuestamente, transitó por un trabajo de parto en donde su madre
pujaba, el médico y la partera hacían lo suyo, y el bebé luchaba por salir. Es
decir que, en esa circunstancia primaria, eran varias personas las que
ayudaban mutuamente en pos de la vida misma.
Ahora imaginen que uno está solo frente a sus circunstancias, su pasado,
sus ideales, sus deseos, sus angustias, y debe recorrer un canal de parto, con
todas las fuerzas de las que se es capaz, a fin de madurar, perfeccionarse,
ser uno mismo.
Se necesita de mucha valentía para hacerlo. Por eso, el momento, el
cuándo animarse, es una decisión absolutamente personal. Algunas
personas se abren a la sabiduría en la madurez, otras la alcanzan a edades
avanzadas, y otras no lo logran en esta vida.
Que el autoconocimiento, o la experiencia de confrontarse con uno
mismo, por momentos asuste nadie lo duda. La percepción acerca del temor
a veces se expresa con estados de alerta, otras con estados de permanente
o transitoria desconfianza, y, en los peores casos, con un detenimiento en el
caminar.
Pero sabemos que se trata justamente de continuar el camino. Pidiendo
ayuda a los seres queridos tal vez haga más fácil y placentero el andar...

Revisando mochilas...
Es indiscutible que las huellas que más nos constituyen son las de
nuestros padres (o sustitutos), quienes nos criaron y delinearon nuestras
matrices de aprendizaje.
Es incuestionable también que nuestros padres, cuando éramos
pequeños, prepararon la mochila con la que salíamos de casa. Primero
decidiendo solamente ellos lo que necesitábamos y por qué. Luego
consultándonos a nosotros (cuando ya teníamos voz, pero no voto), si esas
galletitas nos gustaban o no, por ejemplo.
Ahora la mochila es responsabilidad absolutamente personal. Si tenemos
la suerte de que papá y mamá sigan cerca, a lo sumo acudirán a ayudarnos
ante un pedido expreso nuestro o, en su defecto, aceptarán resignados que
no elijamos lo que ellos hubiesen preparado para nuestro equipaje, pero
sabiendo que las frustraciones y los errores personales son también buenos
compañeros de ruta. Que son necesarios para aprender.
La mochila se compone ahora de todo eso que la persona elige, que
decide que es buena parte de su vida y que tiene mucho aún por aprender,
valorando el peso de la historia que lo conforma y que le da sentido a su
hoy.
También encuentra todo aquello que ya no le sirve, que va a descartar de
la mochila de viaje: todo aquello de los modelos (sobre todo de sus padres)
que no quiere repetir, sus propias pertenencias (algunas son máscaras) que
ya no necesita, sentimientos que no le permiten ser libre (rencores,
frustraciones, reproches).
Hasta aquí, esta breve referencia a situaciones vitales comunes y
corrientes.

Equipaje para las épocas de tormenta


Cuando nos referimos a esos momentos de la vida que pueden separar un
“antes y un después”, en tanto significan situaciones de ajuste o irrupción de
la estabilidad anterior y hacia escenas nuevas de organización, estamos
aludiendo, una vez más, a las vivencias límites. En relación con el tema de
actualidad, la inseguridad se traduce por robo, secuestro, violación, siendo,
sin duda, situaciones límites.
Solemos recoger relatos de víctimas que suenan aterradores. Es obvio que
el robo de la propia libertad y decisión resulta una de las experiencias más
traumáticas por las que puede transitar una persona.
En estos momentos, se estima que uno de cada tres ciudadanos fue
asaltado en el último tiempo.
Entonces, ¿cómo hacer para que el miedo no paralice?, ¿será posible
redimir parte de esa vivencia en energía que ayude a mejorar el entorno,
por ejemplo?
En la Ciudad de Buenos Aires, existen más de cuarenta grupos de vecinos
(algunos que padecieron hechos delictivos) que buscan generar alternativas
en medio del caos. Frenar la desesperación, lamerse las heridas y poder
convivir con esta realidad, sin negarla ni sobredimensionarla. Parecería ser
que estos nuevos lazos sociales imprimen la posibilidad de atravesar la crisis
de otro modo, o de salir de ella. Los cacerolazos, las asambleas barriales, el
trueque, son todas formas de aunar la voz en instancias participativas que
implican ejercer una transformación pasivo-activa del sufrimiento padecido.
En casa, con la familia, se trata de esclarecer los miedos y nombrar las
fantasías para evitar que aparezcan en pesadillas, insomnio, temor a salir a
la calle, etc.
Estrés postraumático
✔ gran monto de ansiedad (puede traer insomnio, irritabilidad,
hipervigilancia);
✔ disminución general del interés;
✔ síntomas disociativos (revivir el hecho, imágenes intrusivas,
pesadillas);
✔ síntomas evitativos (no hablar de lo ocurrido, evitar el lugar del
hecho).

Generalizando hacia otras vivencias del ciclo vital familiar, incluimos


también en el concepto de situaciones límites otras experiencias
emocionalmente intensas, como ser la pérdida de un ser querido, un
divorcio, una enfermedad grave, el desempleo, elecciones muy
comprometidas que implican cambios trascendentales en la vida de las
personas.
Me inclino a connotar las situaciones límite como hitos existenciales, en
tanto reorientan el sentido de la vida.
¿Tienen que enterarse los hijos de los problemas familiares?
✔ No todas las situaciones son importantes para los chicos, ni todas
los incluyen (por ejemplo, la sexualidad de los padres, las infidelidades).
✔ Sí, es preciso que conozcan los asuntos que modifiquen su
cotidianeidad (ajustes económicos en la familia, desempleo de alguno
de sus padres, inclusión de algún familiar a vivir en la casa, etc.)
✔ La información que se brinde debe ser sincera, acotada a la edad y
personalidad del niño, sin sobrecargarlo con lo que no pregunta.
✔ Los chicos captan cuando el clima familiar se enrarece. Sus
fantasías suelen ser peores que la propia realidad. Por eso, la necesidad
de hablar de lo que pasa.
✔ Guiarse por la convicción de que ofrecerles un problema es
también brindarles una posibilidad de aprender a manejar los
conflictos.

La esperanza como conquista


En medio del temor y la desesperación, muchas veces giramos el volante
en busca de un camino que a veces ni sabíamos que quedaba tan cerca.
La vida genuina jamás podría transitarse en la misma manzana a la
redonda. El desafío es recorrer nuevos rincones, otras esquinas, con la
certeza de recuperar el camino para volver a casa.
La crisis que estamos transitando como Nación no es la expresión de un
destino inevitable; por el contrario, pienso que se trata de una crisis de
crecimiento, en tanto resulta de la progresiva liberación de recursos y
potencialidades humanas con infinitas posibilidades.
Aunque también podría desencadenar el caos total. Lo importante es que
la decisión está en nuestras manos, en nuestra capacidad de comprender e
interpretar los signos de los tiempos, y de rediseñar procesos humanos,
sociales que nos permitan madurar.
Un modo sano de atravesar los sufrimientos es mantener el
convencimiento de que tienen un sentido. A veces resulta difícil hallarlo,
instalados en el dolor. Pero, más tarde, se pueden inferir los aprendizajes
conquistados. Aunque la conquista no se realiza de una vez y para siempre.
El amor suele ser el puente que nos permita superar el temor, el dolor y
puede dulcificar el sufrimiento, dando paso a lo nuevo.
El buen amor, decía El Principito, “es el camino que te lleva de regreso a ti
mismo”.

¿QUIÉN MUERE?
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo
todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga
vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el
blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente
las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los
tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el
trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos
sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja
ayudar.
Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de
la lluvia incesante.
Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no
preguntando acerca de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando
le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo
exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida
felicidad.
PABLO NERUDA
CAPÍTULO 10
“LA BÚSQUEDA FRENÉTICA
DE LA BELLEZA”

Volver a pensar los ideales…


La humanidad viene soñando, desde hace muchos años, con descubrir el
milagro de la juventud eterna. Sabemos que la belleza física también fue
perseguida en todos los tiempos, aunque variando en cuanto a los modos y
estilos impuestos por cada época.
Mi planteo puede sonar “diferente” seguramente para quienes privilegien
la figura sobre el fondo, la estética sobre la ética, la apariencia sobre el
contenido. Pero hay que aprender justamente a aceptar la diferencia o, por
lo menos, respetarla. Intento proponerles una reflexión que habilite el valor
de lo más noble y “lindo” de las personas. La mejor de las bellezas: su
dignidad.
No es cuestión de elegir lo feo sobre lo bello, lo viejo sobre lo nuevo, sino
de reconciliarnos con nosotros mismos, con la huella que deja lo vivido y la
valoración de lo que resulta esencial.
Se trata de soportar, en el buen sentido, lo esperable de envejecer, por la
alegría de crecer en madurez, en integridad, en experiencia.

La transfiguración del dolor en belleza,


del desgarro en rasgo.

Hugo Mujica (poética del vacío)


Todos crecemos bajo la mirada de los otros. Por eso, la presión de los
estereotipos culturales de moda que dictaminan la belleza: delgadez, narices
pequeñas, labios gruesos, piernas sin celulitis, etc., según se los internalice o
no de modo obsesivo, puede provocar trastornos psicológicos de todo tipo.
Sabemos que la búsqueda del cuerpo ideal conduce a muchas
adolescentes (sobre todo) a sufrir diferentes complicaciones alimentarias.
Algunas personas, motivadas por la moda, se cuidan demasiado en las
comidas o hacen culto de su figura realizando actividad física y dietas de
manera exagerada. A ellas apunta un mercado que vende la búsqueda
frívola de cuerpos perfectos, que trastocan dolores profundos en demandas
superficiales.
Sabemos también que la tiranía de la delgadez, por ejemplo, produce
estragos en la salud. ¡Cuántas personas rifaron su salud mental con las
famosas anfetaminas!
Su idealización implica subestimar a las personas que no acceden a ese
valor. Les impide participar en el mundo con sus peculiaridades y sus
aportes diferentes, como si la aceptación pasase solo por lo físico. Aun para
lograr y mantener un empleo se necesita “buena presencia”. La mujer
aprende, desde muy temprano, que el modo en que se presente es decisivo
para su supervivencia. Aunque no le enseñan el modo de hacerlo
legítimamente: desde adentro.
Una vez atendí a una jovencita de dieciocho años que padecía
sentimientos de angustia, poca valoración de sí misma y estados depresivos
que convinimos en tratar. A los dos meses de iniciado el pretendido
tratamiento, llegó con la resolución (luego de dejarse convencer por una
vecina que se había hecho una lipoaspiración hacía unos meses) de invertir
sus ahorros y el futuro gasto de su terapia en una lipoaspiración. Ella
entendía que “es el modo más rápido que encuentro para resolver de una
vez y para siempre mis sentimientos de baja autoestima. Que el espejo me
devuelva otra imagen”. Con ese deseo en el corazón partió, sin escuchar
siquiera mis palabras que creo salieron como un murmullo: “No creo que
algo tan importante tenga una solución exprés... aunque la decisión es
ciertamente tuya”. Y agregué muy adentro mío que le deseaba la mejor de
las suertes, temiendo que pasara lo que más tarde ocurrió.
Aproximadamente cuatro meses después, me llamó desolada para
pedirme una sesión porque según ella, luego de haberse operado, estaba
peor que nunca. ¿Qué sucedió? Lo que sucede en general: cuando ya ni
siquiera queda la ilusión de poder cambiar con recetas mágicas, o cuando el
deseo cumplido desilusiona y no completa, el vacío interior devuelve un
gran agujero en el espejo. Y la salida tiene dos costados: o uno se anima a
enfrentarse consigo mismo para “cuidarse, respetarse y amarse para
siempre”, o se divorcia de sí mismo y se marchita lenta o fugazmente. El
drama está planteado en toda su extensión. La novela humana de
encontrarse y ser uno mismo plasmada en este ejemplo, desde el ser linda o
fea, pero en otros casos, en cada caso, posicionada sobre otros valores que
ponen en juego, finalmente, la eterna lucha entre el bien y el mal...
Como agente de salud, me toca aceptar los interrogantes existenciales y
ampliar mis focos de atención para asistir al espectáculo de lo que hoy se
expresa. Son justamente las condiciones de vida de las familias en el mundo
de hoy las que debemos comprender para que no atenten contra su
dignidad y para que, pese a todo, generen los recursos suficientes para
hacerle frente a la realidad.

Los valores: en busca del tesoro escondido


Cuando la belleza se despierta, abre
las puertas del día; cuando se duerme,
enciende las estrellas del cielo;
cuando sueña, callan todos los poetas;
cuando llora, tiemblan todas las almas y,
cuando reza, calla el hombre, calla el
viento y se arrodillan los ángeles
(Santiago Rusiñol)

Un pensador italiano, Francesco Dagostino, define al hombre como un


“ser familiar”. Esta verdad antropológica nos indica que la familiaridad es
una dimensión constitutiva del ser del hombre, en tanto es en la familia
donde la persona adquiere su identidad subjetiva.
Por esto, cuando tengo frente a mí a una persona que sufre porque su
cuerpo o cara la hace infeliz, me pregunto por la historia vincular afectiva
que tuvo, por las ideas y valores que fueron esculpiendo su escenografía
interior, y que hoy se traducen en una clara sentencia de autorrechazo.
Porque quien está, por ejemplo, constantemente a dieta está
constantemente sintiendo que no se acepta quien es ni como es.
La autenticidad emocional de los miembros de una familia es el mejor
incentivo para lograr el despliegue de las potencialidades individuales. El
apoyo positivo y la aceptación afectuosa permiten los cambios deseados.
Mientras que la censura, la crítica destructiva y la acusación conducen al
círculo vicioso de la autodestrucción.
Como no nos cansamos de repetir, la familia actúa como primer lugar de
aprendizaje de la aceptación de la univocidad, esto es, el que cada uno sea
único e irrepetible, con sus fortalezas y sus debilidades.

¿Hasta dónde influyen las propuestas culturales?


En la sociedad, podemos pensar, por momentos, que el hombre perdió la
brújula. La pérdida de referentes produce una gran transformación
acompañada de incertidumbre y de desorientaciones. Los valores más
cuestionados suelen ser los que deben formar a la persona en su hábitat
natural: la ética, el compromiso, la tolerancia, el respeto, e incluso la
defensa de la verdad.
Con respecto a la tolerancia, en la familia se aprende a convivir con
distintos estilos de ser y hacer, lo que permite la integración de las
diferencias individuales en abanicos mucho más ricos y productivos.
Un niño que se ríe de su compañero y se burla haciéndolo sentir inferior,
tal vez no pueda comprender el sufrimiento que ocasiona en toda su
magnitud. Pero un adulto que presencia y avala ese gesto debería saber que
el respeto es lo básico en las relaciones humanas.
Si queremos ampliar la mirada, vemos que internacionalmente la falta de
tolerancia sigue provocando guerras absurdas y devastadoras para la
especie humana. Aunque, paralelamente, van surgiendo organizaciones y
manifestaciones para frenar y contener los estragos de la intolerancia.
¿Avanza la humanidad a pesar de todo…?
Quienes somos adeptos a ver lo mejor de la vida pensamos que,
comparando nuestro hoy con etapas más primitivas de la civilización,
ganamos en crecimiento. Sin embargo, no negamos que en otros aspectos
pareciera que el mundo se detuvo.
Al fin de cuentas, el avance y el retroceso son estadios que se van
turnando, privilegiándose a veces uno y otras veces otro. ¿Cuál será la clave,
entonces, para equilibrarnos de una vez y para siempre sobre la mejor de las
rutas? Tal vez esta sea una meta imposible (el equilibrio estático), en tanto
niega el dinamismo interno de la humanidad, el constante movimiento que
desprende la misma vida.
Esta época, signada por lo efímero, la sobrevaloración que se le adjudica
al cambio, la falta de compromiso, excede a veces a las posibilidades reales
de introspección, de recuperar un tiempo para preguntarse “¿hacia dónde
voy?, ¿camino pensando en lo que hago o estoy alienado?, ¿soy quien
demuestro ser o soy solo un disfraz?”.
La lucha por la existencia digna trastoca, otras veces, el verdadero
“sentido de la vida”.
Se llegan a privilegiar, entonces, las situaciones secundarias y no las
esenciales.
Aprender a distinguir los temas importantes de los urgentes allanaría el
camino hacia una mejor calidad de vida personal y familiar, como también
aprender a controlar las presiones cotidianas que ensordecen los “buenos
días”.
Hacerse preguntas responde a una actitud de coraje, a la disposición de
repensar las cuestiones fundamentales acerca del sentido de la vida, cuya
búsqueda y descubrimiento signan el verdadero valor de la existencia
humana.
Viktor Frankl señaló el acceso de la psicología a las inquietudes filosóficas
más profundas. La novedad que instala el enfoque de la logoterapia es,
justamente, que el sentido y el valor de la existencia humana se transforman
en los pilares de la imagen psicológica-filosófica del hombre.
En algún momento de su vida, todo ser humano entra en una etapa de
buceo interior durante la cual se pone en contacto con las preocupaciones
existenciales básicas: la muerte, la libertad, el aislamiento y el sentido.
Aceptamos esta postulación como un recurso que alude a esa honda mezcla
de sentimientos que se produce cuando “el hombre en busca de sentido” se
agita.

El objeto de la vida es hallar una respuesta responsable frente a ella y


seguir desarrollándose a pesar de las indignidades.
Reconciliarse con los aspectos bellos y los no tan bellos.
Cuánta poesía fecundando la belleza, cuánto pensamiento alabándola y
cuánto intento por definirla, abarcarla, retenerla, recrearla. ¿Un imposible?
La belleza ha dado que hablar en la historia de la humanidad y lo sigue y
seguirá haciendo. La clave está en el modo o desde qué perspectiva
acercarse a ella.
Lo viene haciendo en lenguajes disímiles, con estilos errantes y con voces
de todo tipo.
Al nombrarla, algunos la asociarán con un paisaje, otros con la sonrisa de
un niño, con el vuelo de una gaviota, o con un buen libro, un buen vino…
valen las ideas como tantas subjetividades existan.
Pero lo que estamos intentando en esta línea de pensamiento es recorrer
la trama que impone una sociedad relacionada con un modelo de belleza
física que condena el paso de los años. En el fondo, pretende esquivar la
muerte.
Un estilo, una moda cultural, la nuestra, que pondera la imagen en lugar
de la vida interior, que pretende estirar una cara hasta borrarla, sin
entender que el paso de la vida es imborrable.
De la búsqueda inútil de la eternidad material solo puede resultar la
frustración, el mal apego y el vacío de sentido de lo más humano.
La imagen corporal es un factor crucial en el modo de autopercibirse; es
una porción fundamental de la identidad; sobre todo la mujer de nuestros
tiempos vive presionada por las exigencias de ser “la mujer maravilla”.
CAPÍTULO 11
“FAMILIA Y SOCIEDAD:
UNA RELACIÓN SIN LÍMITES”

Vamos a plantear en este capítulo la relación de la que tanto se habla


entre la persona, la familia y la sociedad.
La psicología social postula que los individuos y la sociedad se determinan
recíprocamente. De este modo, una sociedad funcional (sana) permite a sus
integrantes desarrollarse en cada etapa de su vida y, por lo tanto, crecer en
sus interacciones con los sistemas más amplios. Como estamos inmersos en
formas organizadas que nos contienen y nos conforman, se hace necesario
pensarlas para transformarlas, lo que se torna fundamental cuando la
realidad nos pide una limpieza de cutis profunda.
Cuando todo funciona en armonía, cada uno hace lo propio, lo que tiene
que hacer, lo que le corresponde:
• Los niños se desarrollan, conocen y exploran el mundo, crecen
jugando y aprendiendo.
• Los adolescentes se buscan a sí mismos, con sus sueños y
proyectos.
• Los adultos buscan realizarse, conformando familias y trabajando.
• Los abuelos con la perspectiva de su experiencia la regalan y
disfrutan de lo vivido.
Pero cuando las cosas no resultan como deberían:
• Los niños no juegan sanamente ni aprenden cosas buenas, no
tienen clases o desertan, o no asisten al colegio porque tienen que
trabajar en las calles.
• Los adolescentes no encuentran motivos para sostener sus ideales
o no tienen motivación para estudiar y prepararse porque no creen en
un futuro mejor.
• Los adultos jóvenes no apuestan a poner su granito de arena, hacen
las valijas para buscar nuevos países en donde anidar, aterrados ante el
grado de pobreza y desempleo de los otros. Los padres no encuentran
argumentos sólidos para transmitirles seguridad.
• Los abuelos no pueden disfrutar de su momento vital porque ni
siquiera llegan a cubrir sus necesidades básicas, y por lo tanto esa etapa
de plenitud por lo vivido se trastoca en desesperación y debilidad...
Entonces ya no alcanza con una limpieza de cutis, hay que realizar cirugía
mayor.
¿Dónde perdimos la confianza y por dónde comenzar si queremos
rescatarla y rescatarnos?
Pensemos en algo que hacemos constantemente, sin pensar. El gesto de
saludarnos, de darnos las manos o abrazarnos, ¿qué significa? “Dejar las
armas”, estar indefensos, bajar las defensas (aunque sin ser vulnerables).
Cuando amamos se supone que somos indefensos, que no necesitamos
defendernos, porque intuimos que no habrá ofensa. Así, la verdad, el amor y
la justicia, desde este planteo, se encontrarían antropológicamente unidos
en ese “amar que es promover al otro” (y obviamente confiar: fiarse del otro
o con el otro).
¿Qué opinión tenemos de nuestro prójimo si debemos cerrar las puertas
con llaves y hasta con trabas cada vez más exóticas? Busquemos respuestas
en la historia.
En un extremo, Thomas Hobbes (filósofo inglés: 1588-1679), analizando el
modo como opera espontáneamente la condición humana, señala, por
ejemplo, que “todo hombre es enemigo de todo hombre”. En su obra El
Leviatán (1651), argumenta a favor del despotismo, en cuanto afirma que
“sin estado civil hay siempre guerra de todos contra todos”. Desde esta
postura que resalta la lucha y la competencia entre las personas, la
desconfianza con la que vivimos (cerrar las puertas con llave) parecería
indicarnos, en parte, su vigencia.
Hobbes aparece como la antítesis de lo que formularía Rousseau un siglo
más tarde: el hombre es bueno por naturaleza, y atenerse a sus
sentimientos permite recuperar la armonía y justicia perdidas.
¿Será cuestión de buscar, una vez más, el término medio?
La familia como base de la salud social
Hace pocos años, los sociólogos José Pérez Adán (Universidad Española de
Valencia) y Jorge J. Martínez Sistac (Universidad de La Sabana, Colombia)
propusieron un nuevo modo de medir el desarrollo humano con el concepto
de “salud social”. Añaden, además de los tres indicadores tradicionalmente
utilizados por la ONU (la renta per cápita, el índice de analfabetismo y la
esperanza de vida tomada desde el nacimiento) nuevos parámetros del
desarrollo, a saber:
a) La equidad generacional: mide los índices de ayuda y atención
afectiva entre las generaciones. Por ejemplo, ¿qué cantidad de tiempo
pasan un padre y una madre con sus hijos para que sea un tiempo de
amor y verdaderos cuidados?, los abuelos, ¿son abandonados por su
familia o esta les ofrece apoyo y los contiene?
b) Las causas de muerte: si se investiga a qué edad, de qué modo y
cómo fallecen los miembros de una sociedad es un dato certero de la
vida de estos. Obviamente habría diferencias entre una sociedad en la
cual la mayoría se muere de infartos por causas estresantes y
angustiantes, y otra en la cual las causas sean más naturales (deterioro
propio de la edad).
c) La estabilidad familiar: aquí debemos recordar los requisitos que
siempre nombramos al hablar de una familia “funcional”: promueve el
crecimiento y la diferenciación de cada uno de sus miembros, mantiene
su identidad a lo largo de todo el proceso de cambios (estabilidad),
tiene capacidad de adaptación (movilidad y plasticidad) frente a las
situaciones que implican crisis, fluidez en la comunicación e interacción
con el contexto sociocultural.
Hablar de la calidad de vida de una comunidad me obliga a pensar hasta
dónde es posible hablar de la salud mental de los individuos sin tomar en
cuenta la salud mental del contexto social en el que viven.
Este nuevo siglo plantea para nuestro país y para el resto del mundo
importantes desafíos: por un lado, conservar el valor de la familia como
escenario de los aprendizajes humanos básicos, junto con la equidad
generacional; por otro lado, promover y garantizar una vida familiar mejor
como clave de un desarrollo personal y social mucho más digno.

Para pensar en familia: cuento anónimo “Los Patos”


La próxima temporada, cuando veas los patos emigrar dirigiéndose
hacia un lugar más cálido para pasar el invierno, fíjate que vuelan en
forma de “V”. Tal vez te interese saber por qué lo hacen en esa forma.
Lo hacen porque al batir sus alas cada pájaro produce un movimiento
en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él. Volando en “V” la
bandada de patos aumenta por lo menos el setenta y un por ciento más
su poder de vuelo, en comparación con un pájaro que vuela solo.
Las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de
comunidad pueden llegar a cumplir sus objetivos más fácil y rápidamente
porque apoyándose mutuamente los logros son mejores.
Cada vez que un pato sale de la formación siente inmediatamente la
resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y
rápidamente vuelve a la formación, para beneficiarse del compañero que
va adelante.
Si nos unimos y nos mantenemos junto a aquellos que van en nuestra
dirección, el esfuerzo será mejor, será más sencillo y más placentero
alcanzar las metas.
Cuando el líder de los patos se cansa, se pasa a uno de los lugares de
atrás y otro pato toma su lugar.
Los hombres obtenemos mejores resultados si nos apoyamos en los
momentos duros, si nos respetamos mutuamente, en todo momento,
compartiendo los problemas y los trabajos más difíciles.
Los patos que van atrás graznan para alentar a los que van adelante a
mantener la velocidad.
Una palabra de aliento a tiempo ayuda, da fuerza, motiva, produce el
mejor de los beneficios.
Finalmente, cuando un pato se enferma o cae herido por un disparo,
otros dos patos salen de la formación y lo siguen para apoyarlo y
protegerlo.
Si nos mantenemos uno al lado del otro, apoyándonos y
acompañándonos, si hacemos realidad el espíritu de equipo, si pese a
las dificultades podemos conformar un grupo humano para afrontar
todo tipo de situaciones, si entendemos el verdadero valor de la
amistad, si somos conscientes del sentimiento de compartir, la vida será
más simple, y el vuelo de los años más placentero.

Hay sorderas profundas…


Cuando se trata de conquistar la verdad, parecería ser que muchos la
nombran, aunque muy pocos la descubren.
Cuando se trata de conseguir la paz, los buenos modelos parecen
olvidados. Hagamos el intento de volver a pensarlos.
Por ejemplo, las visiones humanitarias del apóstol hindú de la no
violencia, Gandhi (1869-1948). El padre espiritual y político de la
independencia de la India.
Podemos decir que su militancia fue subversiva, en tanto proclamaba el
amor incondicional en un mundo donde su argumento se oponía a lo real.
Cuando las palabras no alcanzaron para convencer o disuadir al adversario,
recurrió a la humildad, la honestidad y la pureza de corazón. Un modo de
vida que revolucionó la historia, signado e influido por la esencia del
pensamiento cristiano y por el pacifista ruso León Tolstoi.
Puede sonar ingenuo un intento tan emocional como este, frente a la
actual y patética imagen del hombre anestesiado de valores esenciales. Creo
que es hora de revisar baúles para garantizarles a nuestros hijos una vida
posible.
Sócrates, siglos antes de Cristo, ya señalaba que “lo importante no es
vivir, sino vivir bien”.
Se ha hablado mucho del “riesgo país”. Tal vez sea oportuno hablar ahora
del “riesgo mundo”. Cuando el malestar se transforma en hábito, es tiempo
de retomar las reconstrucción de lo que nos humaniza. Sería algo así: uno
tomado de la mano del otro, unos con otros, enriquecidos por las
diferencias, y nos damos la paz. Algo que es tan necesario que nos demos
mutuamente. Aunque es una tarea inacabable que comienza por casa. A
estas alturas sería bueno recordar las palabras de Viktor Frankl: “…
empeñarse en algo que es digno de compromiso, en la entrega a una tarea
por la que se puede decidir libremente”.
La vida familiar es seguramente el mejor lugar en donde probarnos a
nosotros mismos que somos capaces de vivir en una atmósfera pura y
construirla. Aceptando al otro como es, escuchando posiciones diferentes,
intentando el diálogo desde el respeto mutuo, aprendiendo a acordar,
perdonando y pidiendo disculpas, viviendo las virtudes de la paciencia, la
alegría y la prudencia que ayudan y mucho para convivir en paz.
Proponerse, desde la libre decisión, mejorar el trato con la propia gente
desde actitudes cotidianas de comprensión y cariño. En la familia
aprendemos todo esto para salir a comprender mejor la realidad, para
buscar entre todos, sumando esfuerzos, soluciones favorables.

No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del


mundo, pero frente a los problemas del mundo tenemos nuestras manos.
Cuando el Dios de la historia venga, nos mirará las manos
(Mamerto Menapace)

Podemos comenzar como lo hacen las personas y los grupos que reúnen
voluntades y compromisos sociales válidos: aceptando las circunstancias
concretas y aspirando a un bien posible. Uno por vez. Invertir esperanza
cuando nos hacemos protagonistas en el trabajo a conciencia. Poner el
hombro y el alma en la misión de abrazar la vida.
CAPÍTULO 12
FAMILIA Y CRISIS:
LA BUENA OPCIÓN

SON LOS ACUERDOS

Aprender a acordar
Partimos de cuatro presupuestos básicos que trabajo en los tratamientos
matrimoniales y de familia:
a) varón y mujer tienen estilos diferentes para comunicarse;
b) desarrollar la empatía es esencial para entablar el diálogo entre
ambos;
c) es fundamental la comunicación de los afectos;
d) es necesario definir a priori reglas claras de convivencia
(funciones) entre los cónyuges para prevenir problemas en la
comunicación.
Solo se puede acordar con quien se sostiene un vínculo de confianza. En
una relación interpersonal, confiar es creer que el otro tiene buenas
intenciones y que es capaz de actuar según esas buenas intenciones.
A modo de graficar el proceso del acuerdo entre esposa y esposo,
podemos diferenciar los siguientes pasos que hemos trabajado en la terapia
de Raúl y Fabiana:
✔ expresar el deseo de llegar a un acuerdo;
✔ asegurarse que el otro también esté dispuesto;
✔ admitir la existencia de zonas que necesitan ser revisadas para
mejorar;
✔ aceptar que el acuerdo al que se pretende llegar requiere un
trabajo en conjunto;
✔ escuchar activamente;
✔ tratar de empatizar;
✔ distinguir los valores y creencias subyacentes;
✔ evaluar los posibles beneficios de un cambio;
✔ comprender que un acuerdo precisa ajustes en el tiempo;
✔ transferir este aprendizaje logrado a otras circunstancias futuras.

El “acuerdo matrimonial” se refiere a un proceso de búsqueda con el


otro, al modo de focalizar en la experiencia relacional el punto clave de la
situación.
Al terapeuta le toca crear y recrear las condiciones emocionales para
facilitar la aceptación del diálogo en la pareja.
Entendemos que los motivos que generalmente llevan a una pareja a
consultar se asientan en el fracaso que sufren en el terreno de la
comunicación.
Los pacientes pueden descubrir que se puede encontrar claridad en
significados que a priori parecían oscuros, que en el diálogo se rescata una
capacidad olvidada, que la pregunta apropiada incentiva la exploración y el
descubrimiento, y que la solidaridad en un matrimonio promueve una mejor
calidad de vida familiar y social.
Acordar tiene que ver con un proceso de búsqueda y una situación de
hallazgo.
Establecer una búsqueda que beneficie a los dos, recortando la
funcionalidad y operatividad del objetivo, en tanto defina el cambio de
conducta o actitud por lograr: quién hace, qué hace, cuándo lo hace.
Encontrar lo que ambos necesitan implica la reducción de la tensión que
planteaba hasta ahora esa demanda y la alegría de proyectar una posible
mejora en la vincularidad.
Asimismo, se refiere a una intención de compartir la responsabilidad de lo
establecido entre ambos, con el compromiso de cumplir la palabra. No
olvidemos que compromiso deriva del italiano compromesso, es decir, dar la
palabra o cumplir la promesa. Aceptar que hay aspectos por cambiar
conlleva la intención de reestructurar el campo de interacción de la pareja
renovando viejos acuerdos y celebrando los nuevos.
Quienes operamos en este campo sabemos que muchas veces la historia
de desencuentros genera una tensión que puede provocar una
descompensación del subsistema matrimonial. Justamente en esa historia
intervenimos despejando obstáculos y proponiendo una resignificación tal
que deje traslucir los lugares posibles de ser reorganizados, en función de
nuevos y mejores equilibrios.

¿Cómo llegar al otro para acordar?


Se trabaja sobre las siguientes cuestiones desde un planteo
psicoeducativo-reflexivo-vivencial:
✔ Estar atentos a lo que sentimos para saber cómo nos
encontramos, qué necesitamos y qué queremos.
✔ Si amar bien es una capacidad que se aprende, promover el
crecimiento del amor tiene que ver con ensayar nuevos modos de
realizar acuerdos.
✔ Aprender a exteriorizar adecuadamente los sentimientos,
discerniendo qué se esconde detrás de estos.
✔ Ser honestos con uno mismo y con el otro.
✔ Reconocer con humildad nuestras debilidades.
✔ Ser coherentes en el actuar.
✔ Descifrar el sentido de lo que el otro me dice, con la certeza
(confianza) de que no existen segundas intenciones.
✔ Integrar las capacidades en un funcionamiento totalizador de la
persona: voluntad, dedicación, esfuerzo, renuncia, inteligencia, ternura,
introspección.
✔ Que el acordar no se oponga al amar.
✔ Ser responsable, amar con responsabilidad.
✔ Proyectar de a dos.
✔ Fortalecer el vínculo amoroso confiando en que se sorteará
cualquier conflicto.
Así, cada crisis alimenta esa confianza e invita a poner a prueba la solidez
del amor, ya que lo vivido es garantía de esperanza.
El encuentro interpersonal y la apelación a los valores y al sentido son el
eje vertebral sobre el que se mueve la familia. Tratándose de un proceso en
el que se va desplegando la existencia, Enrique Fabbri(5) lo nombra como un
camino de maduración, con etapas en las cuales el hombre se plantea un
cuádruple cuestionamiento existencial. De los cuatro aspectos (identidad,
intimidad, participación y trascendencia), vale señalar aquí el segundo
momento. La llamada crisis de intimidad se cuestiona lo siguiente: “¿cómo
me relaciono con los demás? Esto incluye el cómo me comunico, que intenta
superar el egoísmo y la tendencia al aislamiento.
Para ejemplificar esto último, tomemos las palabras del actor Christopher
Reeve que recoge Soraluce en su libro Desde la adversidad: “Una crisis como
la de mi accidente no cambia un matrimonio; saca afuera lo que hay
verdaderamente adentro. Intensifica el sentimiento, pero no lo
transforma”(6).
Todo vínculo, al perdurar, se interna en procesos de avances y retrocesos;
aunque se espera que madure, para lo cual se necesita de una buena dosis
de voluntad y criterio ajustado para superar los momentos difíciles. Como en
el caso del matrimonio de Reeve, el “todavía eres tú, te sigo queriendo”,
dicho por su esposa Dana, fue el ancla a la que él se aferró
desesperadamente para superar esa prueba.
La logoterapia intenta la superación de lo fáctico en una dinámica que se
mueve desde la conciencia ingenua, pasando por la crítica, hasta llegar a la
conciencia que asume el compromiso consigo mismo y con los demás.
Así, la adversidad, como ejemplo, pone al descubierto la solidez del
vínculo, la fortaleza espiritual del encuentro YO-TÚ que construyeron los
esposos.
CAPÍTULO 13
FAMILIA Y SOLIDEZ:
CAPACIDAD DE OPOSICIÓN Y REACCIÓN DEL ESPÍRITU
HUMANO

Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa:


la última de las libertades humanas, la elección de
la actitud personal ante un conjunto de circunstancias,
para decidir su propio camino
(Viktor Frankl).

La logoterapia apela a la capacidad de oposición y reacción del espíritu


humano: “el que nunca enferma”, como aclara Frankl. Así, la salud mental se
define por la capacidad de lucha, de responder y crear en medio de la
complejidad de la vida.
Otros autores(7) adhieren al término de la resiliencia como un proceso
humano que deviene en la adaptación positiva frente a vivencias de gran
adversidad. Es un proceso dinámico que influye sobre el desarrollo personal
y del que participan mecanismos emocionales, de tipo cognitivos y
socioculturales.
En física, la resiliencia (resilio: volver al estado original, recuperar la forma
originaria) alude a la capacidad de los materiales de volver a su forma
cuando son forzados a deformarse. Las ciencias sociales encontraron en esta
metáfora la posibilidad de describir fenómenos que se observaron en
personas que, a pesar de vivir en condiciones de adversidad, son de todas
maneras capaces de desarrollar conductas que les permiten lograr una
buena calidad de vida emocional-espiritual.
Se trata de un modelo que pretende superar el desafío de crecer y
madurar en integridad, atravesando la adversidad, por lo que resalta el valor
de la esperanza y la posibilidad de salir fortalecidos.
Esto parece muy lindo al leerlo o escucharlo, pero cuando nos toca la
cachetada de la vida: ¿cómo no dejarnos vencer y resistir el dolor? La
enfermedad, los accidentes, la separación de un ser querido, el abandono, el
desempleo, son instancias casi universales que tarde o temprano, más o
menos intensamente, pueden afectarnos a todos por nuestra condición
humana.
Sin embargo, otras circunstancias especiales como la guerra, las
manifestaciones de la intolerancia humana, la injusticia, el destierro, el
hambre, la miseria, son situaciones vitales que han desbaratado dignidad y,
gracias a Dios, también nos han dejado el testimonio de personas que
lucharon con todo su coraje, a veces su silencio y sus valores a cuestas.
Algunas personas pudieron dar a conocer sus aprendizajes y trascendieron.
La lista puede incluir, tomando como referentes algunos “líderes morales”
que presenta Santiago Álvarez de Mon Pan de Soraluce en su libro ya citado
Desde la adversidad: Nelson Mandela, Viktor Frankl, Josep Carreras, Andrea
Bocelli, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y tantos otros que sería imposible
nombrarlos a todos.
Tomemos el ejemplo de Mandela que fue el primer presidente de
Sudáfrica después del apartheid y Premio Nobel de la Paz junto con el
presidente anterior De Klerk (1993). En su vida conoció la pobreza, la muerte
de su primera hija, la cárcel, el fallecimiento de su madre, también el de su
primer hijo varón. Sin embargo, su respuesta siempre incluía una gran
capacidad de tolerancia y de trabajo personal para detectar el lado positivo
de la adversidad.
¿Y el odio y el rencor? No los eligió como compañeros de ruta. A pocos
días de salir de la cárcel (luego de estar veintisiete años encerrado por
rebelarse contra un racismo enajenante), recuerda: “Se dirigió a mí
Badenhorst y me dijo: 'Solo quiero desearle a usted y a su gente buena
suerte'. Badenhorst probablemente había sido el más cruel y salvaje
comandante que hayamos tenido en Robben Island. Pero, en la oficina, me
había revelado que existía otro aspecto de su naturaleza, un lado
oscurecido, que ahí estaba. Me ha servido siempre de recordatorio que todo
ser humano, incluso el más sangriento, tiene una parte noble y, si su corazón
es movilizado, es capaz de cambiar”(8).
Estamos nosotros, “gente como uno”, a quienes nos pega la realidad
exterior o las situaciones personales internas (como ser una depresión
endógena) con las que hay que aprender a convivir sin que nos quite la
sonrisa.
Mejorar las condiciones resilientes de las personas implica promover los
aspectos sanos y protectores que reconcilian con una vida auténtica.
Descubrir las propias fortalezas es una propuesta de aprendizaje continuo
y permanente, donde el “conócete a ti mismo” socrático nos recuerda el
punto de partida.
¿Por qué vincular la resiliencia con la calidad de vida familiar?
Sabemos que la familia argentina viene atravesando instancias de grandes
pruebas. Si somos justos, la familia en todo el mundo también. Quienes
luchamos por preservarla y verla florecer creemos que muchas son las cosas
que se pueden hacer para lograr una calidad de vida personal, familiar y
social.
Así, el enfoque de la capacidad de resiliencia, desde una perspectiva
humanista, permite pensar que, a pesar de las adversidades sufridas por una
persona, por una familia, estas poseen capacidades potenciales para
desarrollarse y crecer, lograr niveles funcionales de bienestar y salud. El
amor tiene el poder de otorgarnos valor frente al sufrimiento, y la cercanía
de los seres queridos son el ancla para resistir las tormentas.
El actor Christopher Reeve, frente al deterioro físico que le provocó un
accidente importante, se sostuvo en el amor familiar y matrimonial como
vimos en el capítulo anterior: “En cierto modo era la confirmación de que el
matrimonio y la familia se situaban en el centro de todo”.
Proponemos un cambio de paradigma que apuesta a los modos
constructivos de procesar la experiencia, a connotar positivamente aquellas
situaciones que son generadoras de capacidad de afronte, esperanza y
estimulación de potencialidades personales.
Nuestro desafío cotidiano (como logoterapeuta vincular) con familias y
parejas es analizar las interacciones considerando los recursos positivos que
son importantes alentar y promover para el crecimiento del vínculo cuando
se suscitan las crisis.
El concepto de resiliencia también lo asociamos con el de “sentido de la
vida”, tal como lo trabajamos desde la logoterapia. Esto implica que
fortalecer el espíritu humano es un objetivo que otorga definición y brillo en
la búsqueda de una vida con sentido.
Desde este enfoque, las conductas vitales positivas encauzan modos
sanos y creativos de adaptación a los estresores ambientales, reforzando los
tan anhelados círculos virtuosos.

Aspectos y condiciones que refuerzan la resiliencia:


✔ sistemas de creencias familiares sostenidos en valores espirituales
sólidos;
✔ capacidad de ofrecer y buscar colaboración;
✔ confianza en sí mismo y en los otros;
✔ habilidades comunicacionales;
✔ capacidades expresivas;
✔ resolución de conflictos, creatividad e innovación;
✔ autocontrol;
✔ inteligencia emocional, expresión de emociones procesadas;
✔ compromiso y participación;
✔ esperanza, optimismo, alegría, humor;
✔ flexibilidad, autorreflexión;
✔ error constructivo;
✔ capacidad de acordar;
✔ capacidad de entablar diálogos transformadores;
✔ ejercitar funciones de cuidado (con firmeza, desde la estabilidad);
✔ capacidad de encontrar algún sentido, en estrecha relación con la
vida espiritual.
Esta lista podría continuarse e incluso reducirse, aunque lo que nos
importa desde el enfoque de la logoterapia vincular es transferir la
capacidad de superación del espíritu humano a las situaciones vinculares
familiares y las personales. Ya que valoramos a la familia como ese primer
lugar donde aprender y crecer en esas buenas condiciones que acabamos de
señalar.
Notas

1) Prigogine, I. (1994). De los relojes a las nubes. Nuevos paradigmas, cultura y


subjetividad. Bs. As: Paidós.

2) Grün, A., Luchar y amar, Buenos Aires, San Pablo, 2006.


3) Pareja Herrera, L. G., Viktor Frankl. Comunicación y resistencia, Buenos Aires, San
Pablo, 2006, p. 60.

4) Menapace, R., Cuentos rodados, Buenos Aires, Patria Grande, 2005.

5) Fabbri, E., Alegría y trabajo de hacerse hombre, Buenos Aires, Latinoamérica Libros,
1979, p. 51.

6) Álvarez de Mon Pan de Soraluce, S., Desde la adversidad, Madrid, Pearson, 2003, p.
125.

7) Melillo, A. y Suárez Ojeda, E., Resiliencia, Buenos Aires, Paidós, 2002.

8) Mandela, N., Long Walk to Freedom, New York, Back Bay Books, 1995.
Índice

Dedicatoria

Capítulo 1 - “Nosotros y la búsqueda de sentido”

Capítulo 2 - ¿Qué es la familia?


“Cada casa es un mundo”
Tiempo de familia
Un poco de historia…
Desde la literatura
Con sello propio…
Una aventura en plural

Capítulo 3 - La pareja humana: hoy “Más pareja que nunca”


El amor sigue siendo lo primero
Juntos podemos
En casa se aprueban las primeras materias
La pareja hoy: “más pareja que nunca”

Capítulo 4 - La mujer, hoy y siempre


¿Todo tiempo pasado fue mejor?
¡Viva la diferencia!
Avanti, molto piú avanti...
Ser mujer - Ser madre
La mujer, el trabajo y la familia: El rol de la mujer en la historia y en la actualidad
Apuntes para un debate…
La mujer-madre, que también trabaja fuera de su casa
Capítulo 5 - “El hombre nuevo”: el ser varón en despliegue
¿El hombre con quien toda mujer sueña?
Los hijos son de los dos
La crianza compartida

Capítulo 6 - “El actual desafío de ser padres”


Ser padres: misión posible
Se hace camino al andar
Ser padres: eterno buen desafío
Ser padres nos impulsa a ser mejores
Jugarse por la vida
¿Nuestros hijos necesitan límites?
¿Se aprende a poner límites?
¿De qué modo poner los límites?

Capítulo 7 - El adolescente y su familia: ¿cómo mejorar la comunicación? Una


mirada desde las dos vertientes: la del hijo y la de sus padres
Buscando “mi lugar en el mundo”:
Cada uno en su lugar

Capítulo 8 - El compromiso en la familia


Educar personas de bien...
Todavía soñamos…

Capítulo 9 - Vivir en familia: “La Esperanza como tarea frente al temor”


Barajar y dar de nuevo
Revisando mochilas...
Equipaje para las épocas de tormenta
La esperanza como conquista
¿Quién muere?
Capítulo 10 - “La Búsqueda frenética de la belleza”
Volver a pensar los ideales…
Hugo Mujica (Poética del vacío)
Los valores: en busca del tesoro escondido
¿Hasta dónde influyen las propuestas culturales?
¿Avanza la humanidad, a pesar de todo…?

Capítulo 11 - “Familia y Sociedad: una relación sin límites”

Capítulo 12 - Familia y crisis: la buena opción son los acuerdos


Aprender a acordar
¿Cómo llegar al otro para acordar?

Capítulo 13 - Familia y solidez: Capacidad de oposición y reacción del espíritu


humano
Aspectos y condiciones que refuerzan la resiliencia
ANALÍA BOYADJIÁN

TIEMPO DE FAMILIA
Nosotros y la búsqueda del sentido

Editorial SAN PABLO Argentina


E-Book / Mayo 2020

***

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