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CAPÍTULO SEXTO

EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL

SUMARIO: I. LA TEORÍA CONSENSUAL.– 1. La primacía del consentimiento.– 2. Función


del consentimiento.– 3. El contenido.– 4. La declaración.– II. LA CARENCIA DE
CONSENTIMIENTO.– 1. Nociones previas.– 2. El error obstativo.– 3. Violencia física.– 4. La
simulación total.– 5. El consentimiento condicionado.– III. El CONSENTIMIENTO
VICIADO.– 1. El error vicio.– 2. El miedo.– 3. La simulación parcial.

I. LA TEORÍA CONSENSUAL

1. La primacía del consentimiento

El principio «el matrimonio lo produce el consentimiento (matrimonium facit consensus)»


constituye el eje central de la doctrina canónica sobre el matrimonio. Su importancia ha sido grande
y su influencia en la ciencia jurídica decisiva, siguiendo esta tendencia, el Código Civil español
afirma explícitamente que «no hay matrimonio sin consentimiento matrimonial» (art. 45).
En algunos aforismos jurídicos se evidencia claramente la primacía del consentimiento: «el
consentimiento y no la convivencia hacen el matrimonio» (nuptias non concubitus, sed consensus
facit); la cópula conyugal no hace el matrimonio, sino el afecto o consentimiento marital (non coitus
matrimonium facit, sed maritalis affectio) ; el libre consentimiento, y no el amor, hace el
matrimonio (liber consensus, et non amor, facit coniugium).
La consolidación de la teoría consensual del matrimonio tiene lugar en la Alta Edad Media y
cristaliza con los Papas Alejandro III e Inocencio III. A este hecho contribuyeron algunos
acontecimientos decisivos como el redescubrimiento del Derecho romano y el fortalecimiento del
poder pontificio y el nacimiento del Derecho canónico como ciencia jurídica autónoma.
La doctrina jurídica sobre el matrimonio pretendió vincular sus aportaciones a las
construcciones doctrinales del Derecho romano, de las que entresacó la affectio maritalis o
consentimiento como elemento perfectivo del matrimonio.
En Derecho romano, el matrimonio es un hecho social integrado por dos elementos: la
convivencia (elemento objetivo o material) y la affectio maritalis o consensus (elemento subjetivo o
intencional).
La affectio maritalis o intención de vivir juntos es un consentimiento continuado y constante
que, si cesa, rompe la unión conyugal.
Esta valoración del consensus no es compatible con el matrimonio cristiano y del que se
predica la indisolubilidad como un elemento muy principal. En consecuencia, ya en el Derecho
romano postclásico y por una evidente influencia de los principios cristianos, el consentimiento
continuado y constante se transforma en un consentimiento inicial que origina el contrato.
La concepción del matrimonio sufre, así, una transformación radical, pasando de ser un
hecho social (concepción romana) a convertirse en un contrato (concepción canónica). Por este
medio se resuelven dos grandes cuestiones doctrinales del matrimonio cristiano: el carácter
sacramental y la indisolubilidad. Ambas requieren la fijación de un momento inicial del matrimonio
en orden a precisar el momento de la colación del sacramento y el punto de no retorno o posibilidad
de no ruptura de la unión conyugal (indisolubilidad).
El asentamiento del principio consensual ha sido precedido de un amplio debate doctrinal

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que tuvo lugar básicamente entre los siglos IX y XII.
La escuela francesa, que tendrá entre sus más significados valedores al teólogo Pedro
Lombardo, sostendrá la validez plena del principio consensus facit nuptias y, por tanto, la
consideración del consentimiento como causa eficiente del matrimonio.
Para Graciano (siglo XII) el matrimonio se inicia con el consentimiento, ya sea de presente o
de futuro, y se perfecciona con la cópula (commixtio sexus). Distingue, por tanto, dos momentos en
el matrimonio: la desponsatio o prestación del consentimiento (matrimonio iniciado) y la commixtio
sexus o consumación (matrimonio rato).
Tan sólo cuando se ha consumado existe verdadero matrimonio, es decir, se perfecciona,
porque la causa eficiente del mismo es la cópula.
Esta teoría tendrá algunas consecuencias importantes en orden a identificar ciertas figuras
nupciales:
a) El consentimiento de presente, si no es seguido de la consumación, no es un matrimonio
perfecto y, por tanto, puede ser disuelto.
b) El consentimiento de futuro, si es seguido de la cópula, no necesita la reiteración del
consentimiento, y se convierte en verdadero matrimonio.
c) La cópula, si no va precedida del consentimiento, no da lugar al matrimonio, sino a una
situación concubinaria.
d) El consentimiento, de presente o de futuro, seguido de la consumación, constituye el
verdadero matrimonio (matrimonio rato) y es el único que deviene absolutamente indisoluble.
Pedro Lombardo, teólogo de la Universidad de París, siguiendo la tradición de la escuela
francesa, se opondrá decididamente a la teoría de la cópula. La causa eficiente del matrimonio es el
consentimiento, pero no cualquiera, sino el expresado mediante palabras, y no de futuro, sino de
presente.
En consecuencia, la postura de Lombardo, al considerar la irrelevancia jurídica de la cópula
y del consentimiento de futuro, no reconoce valor alguno a los esponsales de futuro, seguido de
cópula.
Sin embargo, en cuanto a la indisolubilidad, no puede desconocer el especial valor de la
unión carnal, de manera que, aun siendo el matrimonio consensual indisoluble, tan sólo el
matrimonio consumado es absolutamente indisoluble.
Bandinelli, discípulo de Graciano y elevado al pontificado con el nombre de Alejandro III,
consagrará la doctrina de Lombardo, atribuyéndole carácter oficial e introduciéndola como Derecho
unitario en toda la Iglesia.
Alejandro III, en efecto, manteniendo una postura ecléctica, admite dos tipos de matrimonio:
a) el contraído por la prestación del consentimiento con palabras de presente, que da lugar al
contrato y al sacramento, y, aun siendo indisoluble, admite su disolución en determinados casos; b)
el contraído con palabras de futuro, seguido de cópula, perfecciona el vínculo y deviene
absolutamente indisoluble.
Inocencio III, sucesor de Alejandro III en el pontificado, cerró definitivamente esta cuestión.
Reafirmado el carácter consensual del matrimonio, dio una interpretación diversa a los matrimonios
presuntos.
En efecto, el consentimiento de futuro seguido de cópula constituye verdadero matrimonio;
El matrimonio rato y consumado, es el único absolutamente indisoluble.
La doctrina medieval distingue dos clases de matrimonio: a) el matrimonio público o in
facie Ecclesiae, celebrado en forma solemne ante un sacerdote o notario y en presencia de testigos
comunes. b) y el matrimonio clandestino u oculto, carente de los formalismos anteriores.

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Siendo el consentimiento la causa eficiente del matrimonio, ambos matrimonios se
consideran igualmente válidos, y así, aunque la Iglesia recomienda la celebración solemne del
matrimonio, reconoce plena validez al matrimonio clandestino.
No obstante lo anterior, el casuismo comenzó a sentar las bases de una nueva teoría que,
inicialmente, atribuirá un carácter prevalente al matrimonio público sobre el clandestino y, a la
postre, llevará a la prohibición de este último y a la declaración de su invalidez, circunstancia que se
producirá en el Concilio de Trento.
Una problemática similar se planteó a propósito de los matrimonios presuntos – esponsales
de futuro seguidos de cópula –, cuya validez había sido ratificada por Inocencio III. En caso de
conflicto entre un matrimonio presunto y un posterior matrimonio público se concede validez al
segundo matrimonio. El argumento central de esta solución radica en la dificultad de la prueba del
matrimonio presunto, pero, de hecho, no es más que el inicio del camino que conducirá a su
prohibición. En efecto, el Concilio de Trento no sólo ratificará la prohibición de los matrimonios
clandestinos, sino que les privará de toda validez, al exigir la observancia de una forma jurídica.
Por su parte, el Código Civil establece: «No hay matrimonio sin consentimiento
matrimonial» (art. 45); «Es nulo... el matrimonio celebrado sin consentimiento matrimonial» (art.
73). El legislador español es claro y tajante al determinar el carácter constitutivo del consentimiento
en la formación del matrimonio. Se opta, así, por la naturaleza consensual del matrimonio, siguiendo
la solución, adoptada ya en el Medievo por el legislador canónico, de residenciar la causa eficiente
del matrimonio en el consentimiento.
Como se ha expuesto en apartados anteriores, el matrimonio canónico, aunque se asienta en
la doctrina consensual, reconoce y concede cierta relevancia a la unión carnal o consumación del
matrimonio, distinguiendo, en principio, el matrimonio rato y no consumado del matrimonio rato
consumado. La distinción no es puramente retórica, pues el matrimonio rato y no consumado puede
ser disuelto, en clara contradicción con el principio general de la indisolubilidad que rige el sistema
matrimonial canónico.
Por el contrario, el matrimonio rato y consumado deviene absolutamente indisoluble.

2. Función del consentimiento

El c. 1057 dispone que: «El matrimonio lo produce el consentimiento..., consentimiento que


ningún poder humano puede suplir». El texto legal reproduce el clásico principio matrimoniun¿ facit
consensus. La doctrina deduce de ahí dos aspectos: a) la indispensabilidad, y b) la suficiencia del
consentimiento.
a) La indispensabilidad del consentimiento significa que el matrimonio sólo puede surgir
por un acto humano, libremente manifestado.
Se excluye, por tanto, la posibilidad de que el matrimonio surja de un hecho de la naturaleza.
Por otra parte el consentimiento ha de ser prestado por las partes y que tal consentimiento no puede
ser suplido por nadie. Quedan excluidos, por tanto, los matrimonios, en que el consentimiento era
prestado por los padres, tutores o personas con cierta potestad sobre los contrayentes.
El consentimiento emitido por las partes ha de ser un acto humano pleno y, por tanto,
realizado con conocimiento y voluntad.
La ausencia o defecto de conocimiento o de voluntad puede afectar a la validez del
matrimonio. La carencia de consentimiento, motivada por la carencia de conocimiento o por la
carencia de voluntad, conlleva la nulidad del matrimonio.
b) La suficiencia del consentimiento expresa que el elemento constitutivo del matrimonio

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es el consentimiento y no requiere la concurrencia de otros factores para que surja válidamente el
vínculo matrimonial.
Esta afirmación, sin embargo, se compadece mal con la exigencia de la forma jurídica para
contraer válidamente matrimonio.
La evolución histórica del matrimonio, revela cómo la validez del matrimonio informe,
exento de formalidades, fue sustituida por la exigencia de una recepción formal del consentimiento
ante la autoridad competente, negándole así validez jurídica a los matrimonios clandestinos u
ocultos.
Al respecto se ha afirmado que «el consentimiento manifestado debe ser reconocido por la
autoridad civil o eclesiástica.
No podemos compartir esta opinión, porque la presencia de la forma limita el principio de
autonomía de la voluntad y, en consecuencia, la suficiencia del consentimiento, pues el
consentimiento manifestado sin forma jurídica es insuficiente para originar el matrimonio.

3. El contenido

Según el c. 1057.2, «el consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el


varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el
matrimonio».
No podía ser de otra forma que el contenido del consentimiento matrimonial fuera la
decisión libre de los contrayentes de constituirse en matrimonio.
Con acierto, sin embargo, la doctrina ha optado por residenciar el contenido del
consentimiento matrimonial en el consorcio o comunidad de vida. El significado de esta expresión
podría quedar claramente reflejado en la locución romana affectio maritaIis, es decir, la intención o
voluntad de vivir juntos como marido o mujer.

4. La declaración

El proceso psicológico que da lugar al consentimiento necesita ser manifestado o expresado


externamente.
Al describir la evolución histórica del consentimiento hemos comentado la exigencia de que
aquél se manifestará por palabras o signos equivalentes de presente o de futuro.
Ciertamente esta exteriorización podía hacerse, no por palabras, sino por comportamiento en
el supuesto de los matrimonios presuntos.
El canon 1104.2 dispone que: «Expresen los esposos con palabras el consentimiento
matrimonial; o, si no pueden hablar, con signos equivalentes.» Cuando el consentimiento no se
emita por palabras, sino por signos, por ejemplo el matrimonio de sordomudos, el matrimonio podrá
celebrarse con intérprete, de acuerdo con lo dispuesto en el canon 1106.
El Código, finalmente, establece la presunción iuris tantum de la conformidad entre la
voluntad interna y la declaración (c. 1101.1).
Por último, hay que advertir sobre la distinción entre emisión y recepción del
consentimiento.
La recepción se refiere a la exigencia legal de celebrar matrimonio ante el representante de la
Iglesia, determinado legalmente, a quien compete pedir la manifestación del consentimiento de los
contrayentes y recibirla en nombre de la Iglesia (c. 1108.2). El régimen jurídico de la recepción del
matrimonio se conoce con el nombre de forma jurídica.

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II. LA CARENCIA DE CONSENTIMIENTO Tema 27.

1. Nociones previas

El sistema matrimonial canónico se asienta en el consentimiento, cuya prestación resulta


indispensable e insustituible, para que surja válidamente el vínculo matrimonial. No hace falta decir,
por tanto, que la carencia de consentimiento hace nulo el matrimonio.
La ausencia de esta manifestación externa permite fácilmente constatar la inexistencia del
matrimonio. Sin embargo, como consecuencia del valor atribuido a la voluntad interna, que
prevalece sobre la declaración, la discordancia entre la voluntad interna y la voluntad manifestada o
declaración determina la nulidad del matrimonio, cuando no exista voluntad interna de contraer
matrimonio, aunque se haya producido la manifestación externa o declaración de voluntad de
contraerlo.
La doctrina ha sistematizado los diferentes supuestos de discordancia entre voluntad interna
y declaración, reconduciéndolos a las siguientes hipótesis:
a) Discordancia no conocida y no querida entre voluntad interna y declaración (error
obstativo).
b) Discordancia conocida y no querida entre voluntad interna y declaración (violencia).
c) Discordancia conocida y querida entre voluntad interna y declaración (simulación).
El Código Civil no menciona los requisitos del consentimiento, lo que no es necesario, pues
son los propios del acto humano.
Indirectamente se refiere a ellos al describir las causas de nulidad matrimonial. Así, el art.
73.4 dice que es nulo el celebrado por error en la identidad o en las cualidades de la persona.
Asimismo, el art. 73.5 establece que es nulo el contraído por coacción o miedo grave.
En correspondencia con el principio categórico del art. 45 del C.C: «No hay matrimonio sin
consentimiento matrimonial», el legislador establece, en el art. 73, como primera causa de nulidad,
«el matrimonio celebrado sin consentimiento matrimonial».
Hay que advertir que el legislador enuncia específicamente ciertos supuestos de vicios de
consentimiento, como, por ejemplo, el error en la identidad o en las cualidades de la persona (art.
73.4) y la coacción o miedo grave (art. 75.5), mientras que remite al supuesto general de defecto de
consentimiento al error obstativo y la simulación.
En este breve comentario de los capítulos de nulidad por defecto de consentimiento se
pueden enumerar, en resumen, los siguientes:
a) Por ausencia total de consentimiento: violencia física, error obstativo y simulación.
b) Por vicio del consentimiento matrimonial: el error en identidad de la persona (que por
otros autores es considerado también error obstativo), el error en las cualidades personales y la
coacción o miedo.
En estos últimos supuestos se convalida el matrimonio y caduca la acción si los cónyuges
hubieran vivido juntos durante un año después de desvanecido el error o de haber cesado la fuerza o
la causa del miedo (art.76).

2. El error obstativo

a) Noción
El defecto de conocimiento, provocado por ignorancia o error, da lugar a una discordancia

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entre la voluntad interna y la declaración, que no es conocida y, por tanto, no querida por el agente.
Conviene recordar que el error, puede recaer sobre la identidad del negocio o de la persona y
sobre las cualidades del negocio o de la persona. . Pues bien, el error obstativo se refiere al error en
identidad, ya sea del negocio, ya sea de la persona, y supone la exclusión del consentimiento y la
consiguiente nulidad del matrimonio.
Por el contrario, el error en cualidad del negocio o de la persona constituye simplemente un
error vicio; es decir, existe voluntad interna, pero se ha formado imperfectamente y, por ello, no
constituye un supuesto de carencia de consentimiento, sino de consentimiento viciado. Como regla
general, el error vicio no hace nulo el matrimonio, salvo los supuestos legalmente previstos.
b) Error en la identidad del negocio
El c. 1096.1 dispone que: «Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es necesario
que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un consorcio permanente entre un
varón y una mujer, ordenado a la procreación de la prole mediante una cierta cooperación sexual».
El legislador exige para contraer matrimonio válidamente un conocimiento mínimo del
negocio matrimonial que, sustancialmente, se sintetiza en los siguientes aspectos o caracteres: a) que
el matrimonio está constituido por una relación heterosexual; b) que se basa en una relación
permanente; c) que el matrimonio está ordenado a la prole; d) que para la consecución de la prole se
requiere una cierta cooperación sexual.
Se exige, por tanto, únicamente un conocimiento de la sustancia del matrimonio, es decir, de
aquellos elementos indispensables sin los cuales no es posible identificar el instituto matrimonial.
El canon 1096.2 declara que «esta ignorancia no se presume después de la pubertad». Esta
presunción iuris tantum se basa en que tal conocimiento se adquiere de un modo natural y debe
alcanzarlo una persona psíquicamente normal una vez alcanzada la pubertad.
c) El curar en la identidad de la persona
«El error acerca de la persona hace inválido el matrimonio» (c. 1097.1). «Es nulo cualquiera
que sea la forma de su celebración: ." El celebrado por error en la identidad de la persona del otro
contrayente...» (art. 73.4." Código Civil).
Contempla este precepto legal el supuesto, más bien raro y exótico, de quien contrae
matrimonio con una persona creyendo que es otra, es infrecuente y puede producirse cuando el
contrayente que padece el error está afectado por una anomalía física o psíquica, permanente o
transitoria, a la que podría reconducirse la causa que origina la nulidad del acto jurídico celebrado.
La presencia de esta figura resulta más verosímil cuando en el acto de celebración del
matrimonio no concurren simultáneamente los dos contrayentes – matrimonio por procurador – o
cuando estando presentes ambos contrayentes existe un desconocimiento previo de ambos
contrayentes.
La suplantación o falsificación de la identidad puede explicar con más fundamento el error
en la identidad de la persona padecida por el otro cónyuge.
Por otra parte, se ha ampliado el propio significado del concepto persona – determinación
física de la persona, incluyendo su dimensión ético-social, civil, etc.–, de tal manera que si el error
en una cualidad – estado civil, moralidad, etc.– modifica, no ya la identidad física del sujeto, sino su
identidad moral, social, etc., supone que se contrae con una persona distinta de aquella con la que se
pretendía contraer.
La legislación vigente ha olvidado la compleja figura del error redundante reduciendo el
error acerca de la persona a tres supuestos: a) error en la identidad de la persona (error obstativo); b)
error en cualidad directa y principalmente intentada (error vicio) ; c) error doloso (error vicio).
Por su parte, la legislación civil exige para que exista consentimiento verdadero y suficiente

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que el acto de prestación del consentimiento sea consciente y libre, es decir, que exista conocimiento
y voluntad, además de los requisitos de capacidad, que se han mencionado con anterioridad.

3. Violencia física

El defecto radical de voluntad da lugar a una carencia de consentimiento y, por tanto, a un


matrimonio nulo. Nos encontramos, por tanto, en el supuesto de una discordancia entre voluntad
interna y declaración, que es conocida pero no querida.
La violencia física o fuerza extrínseca irresistible aplicada a un sujeto para que emita
consentimiento matrimonial hace nulo el matrimonio por ausencia total de voluntad.
Tal vez por estas razones el Código Civil no regula la violencia física, ni la incluye en los
capítulos de nulidad matrimonial.
Finalmente, hay que advertir que el defecto de voluntad puede provenir de la violencia
(carencia total) y de la coacción psíquica o miedo (vicio de la voluntad).

4. La simulación total

La discordancia entre la voluntad interna y la declaración se puede producir, además de los


expuestos defectos de conocimiento (error obstativo) y de voluntad (violación física),
intencionadamente por el agente. . El contrayente consiente externamente en el matrimonio, pero
internamente no quiere contraerlo, es decir, simula una declaración o manifestación externa
contradictoria con su voluntad externa.
El c. 1101.1 establece la presunción iuris tantum, en virtud de la cual «el consentimiento
interno de la voluntad se presume que está conforme con las palabras o signos empleados al celebrar
el matrimonio». Esta presunción admite prueba en contrario.
La doctrina denomina esta figura simulación total y la define como el acto de voluntad por el
cual, pese a la aparente manifestación correcta del consentimiento matrimonial, se excluye el
matrimonio en sí, de tal forma que, no obstante la manifestación externa de matrimonio, predomina
la intención de no contraer.
La doctrina centró su atención en la interpretación del acto positivo de la voluntad
excluyente del matrimonio. Pero, antes de nada, conviene recordar que la simulación en Derecho
matrimonial se puede originar por:
a) Acuerdo bilateral entre los contrayentes o acuerdo simulatorio.
b) Exclusión unilateral de uno de los contrayentes o reserva mental.
Los requisitos, por tanto, necesarios para la existencia de la simulación total son los
siguientes:
a) Intención o voluntad de celebrar el matrimonio
Se requiere que exista verdadera intención de crear la apariencia externa o signo exterior del
matrimonio. No existe esta apariencia cuando se hace por juego (iocus) o por una simple
representación escénica.
b) Exclusión de voluntad marital
No es preciso que, junto a la intención seria de celebrar el matrimonio, exista otra voluntad
de excluir el mismo. Es suficiente que exista una voluntad contraria al matrimonio, que se puede
manifestar a través de la existencia de unas intenciones subjetivas o fines extrínsecos al matrimonio.
c) Existencia de fines extrínsecos o subjetivos
Es suficiente que el consentimiento externo sea ficticio, puramente externo, sin correlación

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con un verdadero consentimiento interno.
Por eso se estima que existe ausencia de verdadero consentimiento matrimonial en los casos
en que «el matrimonio se ha instrumentalizado con el solo propósito de conseguir fines extrínsecos
(dinero, posición, etc.) al matrimonio mismo» (sentencia C. Fagiolo, 26-VI-1970). Estos fines
subjetivos tienen una gran importancia desde el punto de vista procesal, ya que justifican o explican
el motivo o la causa de la simulación (causa simulandi).
La simulación se produce cuando se quieren tales fines y no se quiere el matrimonio, y a tal
fin se finge una apariencia de matrimonio, mediante la producción del signo externo que carece del
correlato de una voluntad interna de contraer.
Por ello, la simulación en el matrimonio se concibe como una falsedad, como una falta de
correspondencia entre el signo que se da – celebración – y lo significado – el consentimiento interno
– que no se da.
La existencia de unos fines subjetivos, esencialmente distintos del matrimonio, explican el
complejo proceso psicológico del sujeto en el que, sin voluntad de contraer, crea una apariencia de
matrimonio como medio para alcanzar el fin pretendido. La intención marital aparece sustituida por
una intención distinta que es, precisamente, la causa simulandi o fin extramatrimonial.
Entre las causas de simulación admitidas procesalmente se encuentran el deseo de riquezas,
el amor a otra persona, la aversión al otro contrayente, la defensa de la propia fama, la legitimación
de la prole, etc.
Entre estas causas presenta un especial interés doctrinal el miedo como causa de la
simulación.
En la simulación no se quiere el matrimonio, simplemente se finge la celebración del
matrimonio a causa del miedo, pero está ausente la voluntad de contraer.
En cambio, en el miedo – como capítulo autónomo de nulidad – se quiere el matrimonio, lo
que ocurre es que la voluntad está viciada en su proceso formativo como consecuencia de la
coacción psíquica o miedo padecido por el contrayente.
En el ámbito procesal, ambas causas no se pueden invocar cumulativamente, aunque sí
subsidiaría y alternativamente.

5. El consentimiento condicionado

El matrimonio condicionado o contraído bajo condición es aquel en que la voluntad de una o


ambas partes subordina el nacimiento del vínculo al cumplimiento o verificación de una
circunstancia o acontecimiento determinado.
La circunstancia de la que pende el nacimiento del vínculo se denomina condición, es decir,
un hecho futuro e incierto.
En Derecho canónico, y en relación con el matrimonio, se distinguen dos tipos de condición:
de futuro y de pasado o presente:
a) La condición de futuro es la condición propiamente dicha, es decir, el hecho futuro e
incierto del que pende el nacimiento del negocio.
b) En cambio, la condición de pasado o presente sólo puede calificarse así impropiamente,
pues el acontecimiento o hecho del que pende el negocio no es futuro e incierto objetivamente, sino
simplemente desconocido para el sujeto que pone la condición y, por tanto, es un hecho presente o
pasado subjetivamente incierto.
La condición de futuro, a su vez, puede ser suspensiva o resolutoria:
a) La condición suspensiva deja sin efecto el perfeccionamiento del negocio hasta que se

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cumpla el acontecimiento.
b) La condición resolutoria no impide la existencia del negocio, pero lo extingue si se
cumple el evento.
El canon ll02 dispone:
1. No se puede contraer válidamente matrimonio bajo condición de futuro.
2. El matrimonio contraído bajo condición de pasado o de presente es válido o no, según se
verifique o no aquello que es objeto de la condición.
El nuevo régimen jurídico prohíbe la condición de futuro y, por tanto, la condición
suspensiva y la resolutoria. La prohibición significa que si se contrae matrimonio bajo condición de
futuro se contrae inválidamente.
Está permitida, en cambio, la condición de pasado o presente. Como hemos dicho, se trata de
una condición impropia, pues el evento se refiere al pasado, aunque el contrayente tenga
incertidumbre sobre si se ha verificado o no. Precisamente, la validez del matrimonio dependerá del
cumplimiento de la condición, de tal manera que si la condición puesta se ha verificado, el
matrimonio es válido; en caso contrario es nulo.
La apreciación de esta figura requiere la existencia en el sujeto de una duda inicial sobre
dicho evento, porque si tiene certeza sobre el mismo carece de sentido la condición y si yerra sobre
ella estaríamos en el supuesto de error.
Como ya hemos dicho anteriormente, «la condición, término o modo del consentimiento se
tendrá por no puesta», según lo dispuesto en el art. 45 del Código Civil.

III. EL CONSENTIMIENTO VICIADO

El proceso de formación del acto humano que da lugar al consentimiento matrimonial puede
estar viciado por un defecto de conocimiento o de voluntad. La presencia de un vicio en el
consentimiento implica dos consecuencias importantes:
1. Existe consentimiento. 2. El vicio de consentimiento no implica necesariamente la nulidad
del matrimonio; tan sólo cuando el vicio reúne los requisitos exigidos por el Derecho positivo se
produce la nulidad del matrimonio.
El consentimiento viciado, por tanto, en principio no provoca la nulidad del matrimonio.
Para que el vicio del consentimiento dé lugar a la nulidad del matrimonio es necesario que esté
tipificado legalmente.
Bajo la rúbrica del consentimiento viciado, vamos a ocuparnos, por tanto, de tres supuestos:
a) el error vicio o error en cualidad; b) la coacción psíquica o miedo; c) la simulación parcial.

1. El error vicio

Comprende este capítulo el error en cualidad del negocio matrimonial (error de derecho) y el
error en cualidad personal (error de hecho).
En ambos casos se produce un vicio en el proceso cognoscitivo del sujeto que afecta a una
cualidad del negocio (propiedades esenciales) o a una cualidad personal del otro cónyuge.
Este error no invalida el matrimonio, salvo las excepciones legales que se expondrán más
adelante.
1. EI error acerca de las propiedades esenciales del matrimonio
El canon 1099 establece que: «El error acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la
dignidad sacramental del matrimonio, con tal que no determine la voluntad, no vicia el

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consentimiento matrimonial».
a) Irrelevancia del error en cualidad del negocio matrimonial
Este error resulta irrelevante en la medida en que no afecta a la validez del vínculo contraído.
Así, los cónyuges deben conocer, al menos, que el matrimonio es una relación entre un
hombre y una mujer; sin embargo, no es preciso que tengan un conocimiento técnico y preciso de la
unidad, en cuanto propiedad esencial del matrimonio.
También deben conocer que el matrimonio es un consorcio permanente, pero no es preciso
que conozcan que el matrimonio es indisoluble. ......Finalmente, y aun siendo la dignidad
sacramental un elemento esencial del matrimonio (c. 1055), no es preciso que los contrayentes
conozcan esta dimensión del matrimonio para contraer válidamente.
En consecuencia, el defecto de conocimiento (error) respecto a estas cualidades del negocio
matrimonial es irrelevante jurídicamente, pues no afecta a la validez del vínculo.
b) Error y voluntad
Hemos dicho que el simple error en alguna cualidad del negocio no invalida el matrimonio;
sin embargo, advierte el canon que para que este error sea irrelevante es necesario “que no
determine la voluntad”. Quiere esto decir que si el error se incorpora a la voluntad, pasa del ámbito
del entendimiento al de la voluntad, en ese caso se contrae inválidamente, pues se quiere un
matrimonio privado positivamente de una cualidad esencial.
En este punto se produce una conexión del error con otras figuras que estudiaremos más
adelante, en concreto con la simulación parcial y la condición. En ambos casos, el vicio recae sobre
la voluntad que excluye o condiciona una cualidad esencial del negocio y, por tanto, el negocio
matrimonial resulta inválido.
Así pues, este error invalidante sobre la unidad, la indisolubilidad y sacramentalidad es una
figura autónoma y distinta respecto de la exclusión de las propiedades del matrimonio que perfila el
2 del c. 1101. Sin embargo, con cierta frecuencia el contrayente, pese a este determinante y
arraigado error, sabrá que el matrimonio canónico que contrae es uno, indisoluble, y entre
bautizados, sacramento, por lo que en tal supuesto lo habitual será que, por dicho error (que
entonces actuará de causa de la simulación) excluya positivamente, siendo nulo el matrimonio por
las figuras de las exclusiones reguladas en el 2 del c. 1101».
2. El error en cualidad personal
El principio general que rige en esta materia es la irrelevancia del error y, por tanto, quien
yerra sobre una cualidad personal del otro cónyuge contrae válidamente matrimonio.
Así lo dispone el canon 1097.2: «El error acerca de una cualidad de la persona, aunque sea
causa del contrato, no dirime el matrimonio...»
Este principio general, sin embargo, admite dos excepciones: a) el error en cualidad directa y
principalmente pretendida; b) el error dolosamente causado.
a) EI error en cualidad directa y principal
La legislación actual ha abandonado dicha terminología – error redundante – y ha preferido
tipificar como una figura autónoma el error en cualidad directa y principalmente pretendida en el c.
1097.2.
Esta figura tendrá que ajustarse a los siguientes requisitos:
1. El error ha de recaer sobre cualidad importante de la otra parte, cuya importancia vendrá
determinada por el aprecio en que la tenga el contrayente, siempre que esa importancia le venga
atribuida genéricamente por la conciencia social y su carencia incida gravemente en el
desenvolvimiento de las relaciones conyugales.
2. Que dicha cualidad haya sido buscada directa y principalmente por el contrayente.

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3. Que el error haya sido real, grave, actual e injusto.
4. Que tanto da que el error sea antecedente y dé causa al contrato, como concomitante o
incidental; que haya intervenido dolo o que no sea culpable; que el error sea vencible o invencible.
b) EI error dolosamente causado
El canon 1098 dispone que: «Quien contrae matrimonio engañado por dolo provocado para
obtener su consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que por su naturaleza puede
perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal, contrae inválidamente.».
El legislador acoge por primera vez la figura del dolo como un supuesto autónomo de
nulidad matrimonial.
Este tipo legal se basa, no obstante, en el error de un contrayente sobre una cualidad personal
del otro contrayente.
Lo que cualifica esta figura es que el error es inducido por otro mediante el engaño.
Del análisis del c. 10981a doctrina ha deducido los siguientes requisitos legales que han de
darse conjuntamente para que pueda aplicarse esta figura:
1. Error en cualidad personal. El sujeto paciente ha de sufrir, como consecuencia del engaño,
un error sobre una cualidad personal del otro contrayente. En el supuesto de que, aun habiéndose
intentado el engaño, no se yerra sobre una cualidad personal, el dolo sería irrelevante.
2. Existencia del dolo. Es necesario que el error sea provocado mediante el engaño
intencionado del otro contrayente o de un tercero. Esta inducción al error puede crearse por acción o
por omisión.
3. Nexo causal entre dolo y consentimiento. Es necesario que el dolo sea provocado para
obtener el consentimiento. Es imprescindible, por tanto, que exista «un nexo causal entre la
conducta dolosa y la formación y expresión del consentimiento.
4. Cualidad objetivamente grave para el consorcio de vida conyugal. La cualidad personal,
objeto del dolo, ha de estar relacionada directamente con la comunidad de vida conyugal, de tal
manera que el error sobre la misma cualidad puede perturbar gravemente dicho consorcio.
Tomando como referencia algunos ejemplos de la jurisprudencia sobre la precedente
cuestión que nos ocupa sirvan de ejemplo: error sobre la esterilidad, sobre el estado civil, sobre la
virginidad, la ocultación dolosa de algunas enfermedades o de actividades delictivas, etc.
El Código Civil incluye entre las causas de nulidad matrimonial: «el celebrado por error en
la identidad de la persona del otro contrayente o en aquellas cualidades personales que, por su
entidad, hubieren sido determinantes de la prestación del consentimiento» (art. 73.4.º CC).
Se añade, sin embargo, que en los casos de error «caduca la acción y se convalida el
matrimonio si los cónyuges hubieran vivido juntos durante un año después de desvanecido el error»
(art. 76).

2. El miedo

a) El miedo común
La coacción psíquica o miedo es un capítulo de nulidad tradicional en el Derecho
matrimonial canónico.
Constituye un vicio de la voluntad provocado por una causa externa que influye
decisivamente en el proceso psicológico que determina el consentimiento.
En Derecho matrimonial canónico el miedo se define como la consternación del ánimo del
sujeto causada por la coacción moral, para librarse de la cual el sujeto se encuentra obligado a elegir
el matrimonio.

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El c. 1103 dispone que: «Es inválido el matrimonio contraído por violencia o por miedo
grave proveniente de una causa externa, incluso el no inferido de propio intento, para librarse del
cual alguien se vea obligado a elegir el matrimonio».
El proceso volitivo viciado por el miedo no siempre invalida el matrimonio; para que ello
ocurra es necesario que reúna los requisitos exigidos por el legislador, que, en concreto, son los
siguientes: a) extrínseco; b) antecedente; c) grave; d) indeclinable.
a) Extrínseco. La causa que origina el miedo ha de ser externa, humana y libre. El miedo o
consternación psíquica del sujeto tiene que provenir de una causa externa, es decir, no puede ser
generada interiormente por el paciente.
La causa externa ha de ser producida por una acción humana y libre, por lo que los
acontecimientos provocados por causas naturales (tormenta, terremotos, enfermedad, etc.) no son
admisibles en este supuesto legal.
b) Antecedente. La relación causal que ha de existir entre la amenaza (causa) y el miedo
(efecto) obliga a distinguir entre miedo antecedente y miedo concomitante.
- El miedo antecedente es aquel que actúa como causa motiva o determinante del
consentimiento, de tal manera que, si no hubiera existido el miedo, el sujeto no habría contraído
matrimonio.
- El miedo concomitante es aquel que se padece en el momento de la prestación del
consentimiento.
En la medida en que este miedo no determina la voluntad resulta irrelevante.
c) Grave. El c. 1103 exige que el miedo sea grave.
Para ponderar la gravedad del miedo se han seguido dos criterios: el objetivo, que puede
intimidar a una persona normal y el subjetivo, que atiende al grado de perturbación psíquica que
padece una persona concreta, teniendo en cuenta sus circunstancias personales (entereza, sexo, edad,
etc.).
d) Indeclinable. La doctrina discutió largamente acerca de la necesidad del miedo directo
(que la amenaza se dirigiera al sujeto para que contrajera matrimonio) como elemento integrante de
esta figura.
La legislación vigente, además, sostiene que el nexo causal entre miedo y matrimonio lo ha
de establecer el propio sujeto que padece el miedo, que para librarse del miedo se ve obligado a
contraer matrimonio.
El carácter indeclinable del miedo es valorado por la jurisprudencia de acuerdo con los
siguientes principios:
a) que, a juicio del sujeto, el matrimonio resulte la única solución oralmente posible;
b) que no es necesario que el sujeto pretenda superar la situación en que se encuentra
utilizando otros medios que, tal vez, resultarían ineficaces;
c) el miedo reverencial.
La legislación civil incluye, entre las causas de nulidad matrimonial, el matrimonio
“contraído por coacción o miedo grave” (art. 73.5." CC).
El único requisito que establece en la gravedad, agregando que, como en el caso del error,
caduca la acción y se convalida el matrimonio, si los cónyuges hubieran vivido juntos durante un
año después de haber cesado la fuerza o la causa del miedo (art. 76 CC).
El Código no regula como una figura autónoma el miedo reverencial. Su creación se debe a
la jurisprudencia, que ha atribuido una cualificación específica al miedo, cuando aquel proviene de
las personas bajo cuya potestad estamos constituidos y en virtud de la cual les debemos sumisión,
obsequio y respeto».

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El miedo reverencial, por tanto, debe reunir los mismos requisitos que el miedo común, con
dos salvedades: a) la relación de sujeción entre causante y paciente del miedo; b) la ponderación de
la gravedad del miedo.
a) La relación de sujeción o dominativa modifica cualitativamente la actitud del sujeto
paciente, en cuanto que de dicha relación debe nacer un comportamiento reverencial hacia el otro
sujeto.
Este supuesto es aplicable a las relaciones entre padres e hijos, tutores y pupilos, padrinos y
ahijados, tío y sobrina, etc.
b) La ponderación de la gravedad del miedo aparece influida por la relación de
subordinación entre el causante y el paciente, de tal manera que una amenaza leve, en términos de
miedo común, puede adquirir el carácter de grave en el contexto del miedo reverencial.
Las riñas, vejaciones, los ruegos o súplicas insistentes e inoportunas pueden constituir un
miedo grave si el sujeto paciente teme razonablemente la indignación profunda y duradera del padre
o de la madre si no acepta el matrimonio.
En consecuencia, una causa leve puede convertirse en una causa cualificada o grave, dando
lugar a la figura del miedo reverencial invalidante del matrimonio, si va unida a una circunstancia
agravante, cual es el temor de los hijos a la indignación profunda y duradera de los padres.

12. La simulación parcial

a) Concepto
En contraposición a la simulación total, que tiene lugar cuando se excluye el matrimonio
mismo, la doctrina ha calificado, impropiamente, como simulación parcial la exclusión de los bienes
del matrimonio.
Es preciso advertir que en la simulación total no se quiere el matrimonio, por lo que se
produce una situación de carencia del consentimiento que invalida el matrimonio.
En la simulación parcial, en cambio, se quiere el matrimonio, pero modificando el esquema
legal, mediante la exclusión de algún elemento o propiedad esencial del negocio matrimonial.
Existe, por tanto, consentimiento matrimonial, pero resulta viciado por la divergencia entre el
tipo de matrimonio que se quiere y el esquema normativo del matrimonio definido por el legislador.
El c. 1101 regula este supuesto al disponer que «si uno de los contrayentes, o ambos, excluye
con un acto positivo de la voluntad... un elemento esencial del matrimonio, o una propiedad
esencial, contrae inválidamente».
Del análisis del c. 1055 se deducen los siguientes elementos esenciales del matrimonio: a)
heterosexualidad; b) comunidad de vida; c) ordenación al bien de los cónyuges; d) ordenación a la
generación y educación de la prole, y e) dignidad o carácter sacramental cuando se trate de
matrimonio entre bautizados.
b) EI objeto de la exclusión: la cuestión del derecho y el ejercicio del derecho.
La doctrina y la jurisprudencia al analizar este capítulo han aplicado la distinción jurídica
entre derecho y ejercicio del derecho, que ha dado lugar a una larga controversia doctrinal.
¿Qué se excluye: el derecho o el ejercicio del derecho? El matiz es importante porque la
exclusión del derecho comporta la nulidad del matrimonio, es decir, configura propiamente la figura
de la simulación parcial.
En cambio, la exclusión del ejercicio del derecho es irrelevante, porque no afecta al
contenido propio de la exclusión tipificada legalmente.
Descendiendo a la realidad concreta de las cosas, si un contrayente no quiere tener hijos esta

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exclusión puede interpretarse como una exclusión del derecho a la prole, en cuyo caso habrá
simulación parcial, o como una exclusión del ejercicio del derecho, en cuyo caso la exclusión será
jurídicamente irrelevante.
La jurisprudencia y la doctrina han tendido a interpretar el objeto de la exclusión – unidad,
indisolubilidad, etc.–en su acepción de derechos subjetivos, soslayando su condición de elementos
constitutivos del esquema normativo del matrimonio.
Volviendo a la argumentación anterior se llegó a precisar que la mencionada distinción no
era aplicable a la indisolubilidad, por cuanto ésta pertenece a la esencia del matrimonio, «de suerte
que de cualquier modo que el contrayente excluya la indisolubilidad del vínculo, el matrimonio
resultará siempre nulo».
Esta dificultad no se encuentra, según la jurisprudencia y la doctrina, en relación con la
unidad y la prole y, por tanto, es factible la distinción entre derecho y ejercicio del derecho.
Sentadas estas premisas, la jurisprudencia sentó los criterios interpretativos para aplicar ad
casum el objeto – derecho o ejercicio – de la exclusión. En una sentencia rotal de 1933 se afirmaba
con carácter general que, en materia de exclusión de la unidad o de la prole, en principio la
exclusión debería interpretarse como exclusión del ejercicio del derecho y no como exclusión del
derecho.
Esta regla general admitía, sin embargo, la correspondiente excepción cuando la exclusión
era deducida en pacto o mediante condición.
Progresivamente, la doctrina ha puesto en entredicho la aplicación al matrimonio de la
mencionada distinción.
La jurisprudencia más reciente ha confirmado esta tendencia doctrinal contraria a la
aplicación de la distinción citada al pacto conyugal. Por esta vía se ha llegado a la conclusión de que
la exclusión de alguno de los elementos o propiedades esenciales del matrimonio – como dice el
Código actual –, es decir, de los caracteres esenciales que configuran el tipo de matrimonio
adoptado por el legislador canónico, da lugar a la simulación parcial.
En otras palabras, la simulación parcial se produce por la exclusión de algún elemento
institucional del matrimonio, no por la exclusión de ciertos derechos y obligaciones.
La redacción actual del texto legal, que se refiere expresamente a los elementos y
propiedades esenciales del matrimonio y concretados legalmente como elementos institucionales –
heterosexualidad, comunidad de vida, ordenación al bien de los cónyuges, etc.–, permitirá confirmar
el desuso de una distinción claramente inaplicable al pacto conyugal.
Interpretada correctamente la unidad, es evidente que a ella se opone cualquier unión
simultánea o posterior con tercera persona, siendo indiferente que dicha unión sea de derecho o de
hecho, permanente o transitoria, heterosexual u homosexual. Por ello, excluye la unidad quien
contrae con la voluntad de establecer, una vez celebrado el matrimonio, cualesquiera de las
relaciones antes mencionadas. Consecuentemente, el adulterio, la bigamia, el concubinato, las
relaciones homosexuales, la excluyen si, en el momento de contraer matrimonio, se tiene la voluntad
decidida – acto positivo de la voluntad – de crear tales relaciones posteriormente.
d) La exclusión de la indisolubilidad
La indisolubilidad, como ya se ha dicho, es calificada en Derecho canónico como una
propiedad esencial del matrimonio.
Esto significa que la unión entre el varón y la mujer, en que consiste el matrimonio, no puede
romperse, es decir, disolverse, salvo por la muerte de uno de los cónyuges.
Pues bien, la exclusión de la indisolubilidad configura un capítulo de nulidad autónomo por
exclusión de una propiedad esencial del matrimonio. La interpretación jurisprudencial de esta

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exclusión ha sido ciertamente restrictiva en una doble dirección.
Por una parte, restringiendo la exclusión a los supuestos de exclusión de la indisolubilidad
del vínculo, de acuerdo con la visión formalista antes expuesta, y considerando irrelevante la
exclusión de la perpetuidad de la comunidad de vida.
Por otra parte, a la hora de ponderar el acto positivo de la voluntad de exclusión de la
indisolubilidad, la jurisprudencia se ha cautelado en la interpretación de la voluntad de divorciarse,
no tomándolo en consideración hasta fechas recientes.
e) La exclusión de la prole
El Código incluye entre los elementos esenciales del matrimonio «la ordenación del
matrimonio a la prole» (c. 1055).
La exclusión, por tanto, de esta ordenación tipifica el supuesto contemplado en el c. 1101.2
de exclusión de los elementos esenciales que invalida el matrimonio.
Se puede concretar la problemática de este capítulo a dos cuestiones básicas:
a) Objeto de la exclusión. Se propondrá hacer algo contra la prole quien integre en su
voluntad matrimonial no sólo un propósito de desvirtuar lo que la Iglesia católica considera natural
en orden a los actos generativos, sino también aquellas otras voluntades matrimoniales que atenten
contra la ordenación del matrimonio a la prole sin necesidad de atentar contra el ejercicio natural de
los actos generativos.
b) Ámbito de la exclusión. La jurisprudencia ha estimado únicamente como capítulo de
nulidad la exclusión perpetua de la ordenación de la prole, considerando irrelevante la exclusión
temporal.
f) Otros supuestos de exclusión
Los supuestos de simulación parcial, según la legislación y la doctrina anterior, se reducían a
la exclusión de la unidad, la indisolubilidad y la prole.
La legislación vigente, sin embargo, tal como anunciamos al comienzo de este tema, ha
ampliado el ámbito de este capítulo de nulidad a todos los elementos esenciales del matrimonio y,
por tanto, habrá que incluir en este capítulo: la heterosexualidad, la comunidad de vida, la
ordenación al bien de los cónyuges y la dignidad sacramental.
A tenor de todo lo dicho, nos limitaremos a formular algunas consideraciones sobre dichos
supuestos.
a) Heterosexualidad. Es un elemento que no se puede excluir, pues o se contrae con persona
de distinto sexo o no se contrae matrimonio.
No es reconducible, por tanto, a la exclusión de un elemento esencial previsto en el c.
1101.2.
b) La dignidad sacramental. Este supuesto es aplicable únicamente al matrimonio entre
bautizados, que es el que tiene carácter sacramental.
La opinión dominante es que este elemento tampoco se puede excluir, pues dada la
inseparabilidad del contrato y del sacramento (c. 1055.1),
c) La comunidad de vida. En el contexto de la definición del c. 1055, el consorcio de toda la
vida podría interpretarse como el elemento de identificación del matrimonio y de diferenciación de
otras instituciones jurídicas.
Desde esta perspectiva, la exclusión de este elemento llevaría a instaurar una relación
jurídica distinta del matrimonio y, por tanto, a la nulidad del matrimonio.
Finalmente, hay que advertir que, mientras la exclusión del consorcio conduce a la exclusión
del matrimonio mismo (simulación total), la exclusión de la perpetuidad de la comunidad de vida,
antes estudiado, lleva a la exclusión de la indisolubilidad (simulación parcial).

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d) La ordenación al bien de los cónyuges. El precedente de este elemento habrá que
encontrarlo en la mutua ayuda, que en la legislación anterior era considerado como fin secundario
del matrimonio.
La legislación civil no menciona, entre las causas de nulidad matrimonial, ningún supuesto
equiparable a la simulación parcial. Puede decirse que la simulación parcial es aquella mediante la
cual, bajo la apariencia de un negocio, se esconde otro propósito negocial distinto.
Sólo que, en lo civil, ese otro negocio disimulado es en sí mismo perfectamente válido (p. ej.,
una donación que se encubre bajo la apariencia de una compraventa), mientras que en el Derecho
canónico es el resultado de excluir del esquema matrimonial alguno de los elementos o propiedades
exigidos, con lo cual el negocio distinto para el que se presta el consentimiento no queda protegido
por el Derecho».

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