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El Monasterio de La Purisima Concepcion
El Monasterio de La Purisima Concepcion
LA IGLESIA MONÁSTICA
Historia y tipos
Desde los comienzos del cristianismo existieron personas que decidían aislarse del
mundo para buscar la intimidad con Dios; algunos, como los ermitaños o los anacoretas,
lo hicieron de modo individual. Otros —los cenobitas— prefirieron agruparse en peque-
ñas comunidades autosuficientes cuya organización revestía cierta complejidad; la formu-
la arquitectónica que resolvió el problema fue el monasterio. Aunque las reglas monásticas
más antiguas fueron redactadas por San Agustín de Hipona (354-430), el impulsor del
monacato occidental fue San Martín de Tours (316-397). Su primer cenobio tenía una
estructura muy simple, y apenas se distinguía de una aldea de la época. Los monjes habita-
ban en chozas que se adosaban al muro que cercaba el espacio; en el centro del recinto se
alzaba un edificio de dos plantas: en la superior se encontraba el refectorio y en la inferior
vivía San Martín con algunos compañeros; cerca estaba la iglesia, con otros pequeños
habitáculos que albergaban reliquias y enterramientos. Este esquema fue luego repetido
por San Columbano (543-615) en las múltiples fundaciones que realizó en Irlanda.
Frecuentemente se han utilizado los términos «convento», «monasterio», «ceno-
bio» y «abadía» como sinónimos. Aunque aluden a conceptos muy parecidos, cada uno
lo hace desde un punto de vista diverso. «Cenobio» hace mención de un tipo de vida en
común; por el contrario, «monasterio» es un término estrictamente arquitectónico. Si
ese monasterio tenía ciertos privilegios, podía ser erigido jurídicamente en «abadía».
Por su parte, «convento» se remite a «conventus» (congregación), y puede referirse
tanto al conjunto de religiosos que habitan en una misma casa bajo las reglas de su
Instituto, como a la propia construcción1.
(1) Aunque en la práctica la palabra monasterio se utiliza como término comodín, en rigor habría que
reservarla para los edificios benedictinos, ya que —como veremos— su formalización arquitectóni-
ca quedó fuertemente definida por el influjo de esta Orden a lo largo de los siglos.
402 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
Marcel Breuer, Abadía benedictina de St. John, Collegeville (Minnesota, EEUU), 1953/61 (en las dos páginas)
comunidades que habitan el convento, los monjes y los legos. Como habitualmente estas
iglesias no se abren a los visitantes, tampoco existen puertas de acceso exteriores; la
fachada de la iglesia, por tanto, se presenta completamente ciega.
Desde un principio, hubo intentos de combinar el aislamiento de los ermitaños con
la vida en comunidad de los benedictinos. Sin embargo, hasta que en 1084 San Bruno
(1035-1101) funde la cartuja, no se podrá hablar de una auténtica organización arquitec-
tónica que articule las celdas independientes de los ermitaños en torno a un claustro.
Aunque las máximas de estos religiosos son la soledad y el silencio, en muchas ocasiones
las cartujas se encuentran en las cercanías de las ciudades e incluso en el propio casco
urbano: de ahí que el aislamiento deba conseguirse mediante un proyecto arquitectónico
relativamente sofisticado2. Fue el arquitecto de la cartuja francesa de Champmol, Drouet
de Dammartin, quien durante el siglo XIV elevó su sencillo esquema al rango de tipo
arquitectónico. Una cartuja es un recinto amurallado que consta de un patio de servicios
y de comunicación con el exterior, un área de vida comunitaria y el espacio para la vida
eremítica. El núcleo comunitario esta presidido por la iglesia de una sola nave que, a su
vez, se divide en otras tres zonas claramente delimitadas: el espacio anterior a la reja,
destinado a los laicos —y que en algunas ocasiones puede situarse en una tribuna supe-
rior—, el coro de los hermanos legos, y por último, el coro de los padres, junto al presbi-
terio. Al lado del flanco septentrional de la iglesia se abren la sacristía y algunas capillas.
Junto a éstas está la celda del subprior con su pequeño jardín. En el lado meridional se
(2) La primera cartuja se fundó en el lugar de Chartreux (Francia), de ahí el nombre. La comunidad car-
tujana es una orden contemplativa. Las «Consuetudines» —que constituyen la síntesis de la orden—
aceptan la regla benedictina como fundamento y establecen que las cartujas tan sólo podrán albergar
a doce monjes y a su prior. Cada cartujo vive en su propia celda, trabaja su minúsculo huerto y debe-
permanecer en constante soledad y en absoluto silencio. Diariamente todos se reúnen para la misa y
para las oraciones de maitines y vísperas; los domingos y ciertos días festivos se reúnen para comer
juntos y pueden congregarse en la sala capitular. Para sostener la comunidad y poder mantener su
retiro, convive con ellos un colectivo de legos que se encarga de estas tareas.
404 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
desarrolla el «claustrum minus», cuya misión es articular los espacios comunes a todo
monasterio —sala capitular, refectorio y cocina— que aquí tienen una utilización muy
restringida. Por el corredor se entra en el claustro mayor, alrededor del cual se construyen
las viviendas de los monjes, todas exactamente iguales; una parte de ese espacio se dedi-
ca a cementerio.
A comienzos del siglo XIII surgieron en Europa las órdenes mendicantes. En
1205, San Francisco de Asís (1182-1226) iniciaba un nuevo género de vida junto con un
pequeño grupo de amigos; se trataba de practicar vitalmente el evangelio, de aproximar-
se al individuo viviendo con él e intentar así transformar la sociedad. Paralelamente, en
1207, Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) creaba la orden de los frailes predicado-
res, consagrados a la predicación itinerante y a la pobreza, cuya misión requería una
intensa dedicación al estudio. Tanto unos como otros establecieron sus casas en medio
de la ciudad, ya que buscaban instruir a las gentes. Además de predicar por las calles,
los clérigos mendicantes abrieron sus iglesias y sus claustros al pueblo. Todo eso reque-
ría una nueva concepción del monasterio, cuya formalización se produjo lentamente3.
Las iglesias de los conventos mendicantes presentan una gran sencillez de líneas, y aun-
que siguen procedimientos constructivos locales, todas ellas tienen un aspecto muy afín.
Mientras que las iglesias benedictinas destinaban un espacio específico para los laicos
ajenos a la comunidad —el «galileo»— y las cistercienses estaban prácticamente cerra-
das al pueblo, los frailes mendicantes ofrecían a los laicos todo el templo. Generalmente
son espacios de una sola nave, con un pequeño ábside poligonal tras el altar donde se
sitúa el coro donde la comunidad reza las horas canónicas.
(3) Por ejemplo: al estar el convento inmerso en plena ciudad, no eran necesarios espacios dedicados a
actividades agropecuarias u oficios, por lo que el claustro se transformó en un patio porticado alre-
dedor del cual comenzaron a surgir distintas dependencias asistenciales.
(4) El primer conjunto monástico completo construido en Francia desde el siglo XVIII fue el convento
franciscano de «La Clarté-Dieu», proyectado por los hermanos Luc y Xavier Arsene Henry en Orsay
(1954/56). Más allá del hecho de haber sido construido en su totalidad con hormigón visto, su mayor
interés radica en que brindó a la arquitectura moderna la posibilidad de adaptarse a las necesidades y
exigencias de la Regla de San Francisco —paradigma de austeridad y contención—, desde un punto
de vista plástico contemporáneo (Cf. Varios, «Convento franciscano en Orsay», IC, 118 (1960), 148-
56). Luego vendría La Tourette.
El monasterio de la Purísima Concepción 405
Trayectoria
Antonio Fernández Alba nació en Salamanca en 1927. En 1949 inició sus estudios
de arquitectura en Madrid, obteniendo el título de arquitecto en 1958. Durante sus años
de estudiante fundó el grupo «El Paso» (1956), con Antonio Saura, Martín Chirino y
Manuel Millares, iniciando así una trayectoria que le llevaría a actuar de bisagra entre la
arquitectura y el mundo artístico y cultural. El año 1967 participa en la primera exposi-
ción «Forma Nueva» —patrocinada por el constructor Juan Huarte—, con los pintores
(5) En esos mismos años, Marcel Breuer edificó el Priorato de la Anunciación, en Bismarck (North
Dakota), con un programa muy similar aunque de menor envergadura y la iglesia de San Francisco
de Sales, en Muskegon (Michigan), de nuevo con paraboloides hiperbólicos.
(6) Sin ir más lejos, la portada del libro de Pichard «Les Églises nouvelles à travers le monde» (Des
Deux-Mondes, París, 1960) reflejaba este campanario como el elemento más característico de la
arquitectura religiosa del siglo XX.
406 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
Palazuelo y Millares, los escultores Chillida y Oteiza, y los arquitectos Sáenz de Oíza y
Fullaondo. Desde entonces, diversas muestras sobre su obra —entre ellas la exposición
antológica celebrada en el museo de arte contemporáneo de Madrid— y numerosas
publicaciones precedieron su ingreso como miembro de número en la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando en 1986.
En 1966, en la revista «ARA» se le retrataba como un hombre maduro y responsa-
ble, con una base religiosa muy seria y agarrado a conceptos profundos no fácilmente
explicitables que le marcaban un camino riguroso y exigente7. En efecto, Antonio
Fernández Alba ha sido calificado como «uno de los arquitectos más serios de este
siglo, con dominio absoluto de lo que desea hacer, al margen de las modas frívolas o efí-
meras»; un arquitecto que gusta construir arquitectura «pensada», con una trayectoria
que se apoya en el autocontrol y en un penetrante análisis del hecho arquitectónico8.
Alba se encuadrará en la llamada «Generación del 58», para la cual lo moderno era
un valor asumido que había que superar con la llamada «revisión de la Modernidad». Por
eso, hasta el final de los años sesenta su trayectoria se mueve entre la falta de referencias
válidas en el panorama español, lo que le llevará a situarse al margen del debate en nues-
tro país y a vincularse a la tradición experimental europea encabezada en ese momento
por Alvar Aalto. De esta forma, pudo introducir en España el organicismo nórdico,
actuando como su propagandista más entusiasta, no tanto en clave semántica como meto-
dológica. Con sus primeros trabajos —que participan de una «cultura de la recuperación»
en la que el trabajo sobre la escala, la secuencia de espacios y la unidad del material se
constituyen en prioridades— surgirá una progresiva sensibilización nostálgica con la
naturaleza cercana al romanticismo. Esta fase «aaltiana» de su trabajo se desarrollará
sobre el convencimiento de que la función del arquitecto no aprender a expresar y no a
inventar; en ella sobresalen su primerizo convento del Rollo en Salamanca (1958/62), por
el que obtuvo el «Premio Nacional de Arquitectura 1963», el colegio mayor Santa María
(Madrid, 1959/61) y el seminario de Mombarro (Loeches, Madrid, 1962/65).
A partir de 1965, Alba abandona su neutralidad y cede al clima polémico. La apa-
rición en escena de Louis I. Kahn significará una nueva etapa en su obra, en la que las
volumetrías libres del organicismo se comienzan a sustituir por las ordenaciones axiales,
los rígidos esquemas compositivos y las organizaciones apoyadas en los mensajes bina-
(7) Cf. Javierre Ortas, J.M., «Las imágenes en el templo (II)», Ara, 10 (1966), 28
(8) Urrutia Núñez, A., «Arquitectura española. Siglo XX», 500. Es indudable que Alba ha tenido
muchos detractores en el plano lingüístico o docente, e incluso que el interés por su obra ha decaído
notablemente en estos últimos años; pero lo que nadie ha negado todavía es la integridad de su
método y la seriedad de sus planteamientos. En su trayectoria, Alba ha esquivado las modas. No hay
hedonismo en su obra, ni siquiera aproximaciones irónicas. Al decir de Juan Daniel Fullaondo,
«Alba prefiere encarnar su imagen de arquitecto ‘antiguo’, exclusivo, tomándoselo todo muy en
serio. Hubiera podido acercarse a Rossi, como tantos otros, y quizá, con mucha mayor coherencia,
pero falta en él voluntad surrealista y sobra voluntad constructiva, formalizadora, a niveles reales.
Profesionalidad, si se quiere» (cf. Fernández Alba, A., «Antonio Fernández Alba. Obras y Proyectos
1957-1979», Ministerio de Cultura, Madrid, 1980, 17). Este autor también lo ha retratado, de manera
un tanto sofisticada, como un «creador metonímico y sintagmático». Es muy significativa la foto-
grafía del yermo castellano que aparece abriendo el número de «Nueva Forma» dedicado a Alba
(luego publicado como libro): Fullaondo aludirá constantemente a ella al referirse a su obra.
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Presupuestos teóricos
(13) Uría Iglesias, L., en: Fernández Alba, A., «Antonio Fernández Alba, arquitecto. 1957-1980», 15.
(14) Cf. «Antonio Fernández Alba. Obras y Proyectos 1957-1979», 7. Existen otras explicaciones más
complejas y matizadas como esta de 1986: «Concibo la arquitectura como la estructura inicial que
ordena el espacio de aquel lugar que ha de edificar el ser. Desde esta concepción, el trabajo del
arquitecto se presenta como un dilema ético entre el imaginar y el construir el ámbito de la morada
del hombre. De hecho, se entiende que el espacio —relato metafísico de la arquitectura— se puede
proyectar desde la arquitectura; el lugar sólo se puede construir desde el fluir de una vida; el espacio
de la arquitectura es el soporte que proyecta el arquitecto; el lugar, la Arquitectura que construye el
ser desde la necesidad y el recuerdo, junto al vínculo de la arcana presencia de la naturaleza»
(«Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando», Madrid, 1989, 14-15).
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biante, de tal modo que la realidad construida del edificio no se suele corresponder con
las sugerencias del virtuosismo de los planos, produciéndose una extraña escisión inte-
lectual entre lo romántico y lo románico, lo sutil y lo intencionadamente tosco. Su dibujo
tiene un carácter analítico e instrumental, en ningún caso entendido como hábil desplie-
gue de medios gráficos, sino como caracterización poética con la que van mate-
rializándose sus ideas. Y cuando existan pocos encargos o queden frecuentemente trun-
cados, el dibujo se mantendrá como último reducto donde poder expresar toda la pasión
acumulada. Estas cuestiones formales han rodeado todo lo que Alba hace, lo que cons-
truye y lo que publica, manifestando un exagerado gusto por la representación exacta,
virtuosística y retórica que se vuelca tanto en sus publicaciones, densas y herméticas,
como en sus obras y proyectos15.
En cierto sentido, Alba constituye el ejemplo paradigmático de arquitecto tripolar.
Para él —como para Oriol Bohigas o para Rafael Moneo, por citar nombres cronológi-
camente cercanos a su persona—, la actividad arquitectónica es una realidad profesio-
nal, teórica y docente a un tiempo. Bajo esta postura conceptual y operativa se esconde
un planteamiento intelectual más genérico: el de considerar la arquitectura como un
hecho de cultura, consciente y deliberado, cuya significación se pretende conocer. De
ahí que Alba se aleje del pragmatismo de la práctica profesional diaria, por un lado, o
del intuicionismo inmediato del arquitecto-artista, por otro. El compromiso teórico
entendido como la obligación de ahondar en la razón de ser de la arquitectura ha sido
una constante en su actividad, al que ha tratado de dar salida a través de la continua
reflexión que supone la práctica docente —en 1958 comenzó a impartir docencia en la
escuela de arquitectura de Madrid, ganando la cátedra de elementos de composición en
1970— y la publicación de escritos. Su labor como crítico de arquitectura ha sido
amplia. Entre sus publicaciones destacan los libros «La crisis de la arquitectura españo-
la, 1939-1972» (1972), «Neoclasicismo y postmodernidad» (1983), «Velada memoria.
De las intenciones del enigma en el arte y la arquitectura» (1994) o «La metrópoli vacía.
Aurora y crepúsculo de la arquitectura en la ciudad moderna» (1990). Es editor de las
revistas «Pliegos» (1988) y «Astrágalo» (1994); durante años, ha sido colaborador habi-
tual en diversos diarios de difusión nacional.
Si sus colaboraciones profesionales han sido siempre esporádicas —Carlos de
Miguel, José Luis Fernández del Amo, Julio Cano Lasso, Angel Fernández Alba, Javier
Martínez-Feduchi o Francisco de Inza, por el contrario, su trabajo con artistas plásticos
(15) En sus monografías, la tipografía es algo digno de tenerse en cuenta. Un ejemplo: el libro «Antonio
Fernández Alba. Obras y Proyectos 1957-1979» (1980), preparado por él mismo, es difícilmente
legible; el peso del texto aplasta, debido a la insólita longitud de las líneas, al escaso interlineado y
a la práctica inexistencia de márgenes. Del mismo modo, los esquemas de obra proyectada y cons-
truida realizados para la exposición en el Museo de Arte Contemporáneo, e incluso la visión retros-
pectiva de su labor como crítico, remiten a un cierto estructuralismo semántico. Frente al esquema-
tismo y claridad de los artículos de «Nueva Forma» —no preparados por él—, esta publicación es
intencionadamente compleja, excesiva y desmoralizante: hay demasiada información porque está
«toda» la información. Depresiva —obsesiva, negativa y onerosa— es también la formalización de
este libro, con sus planos en tintas intensas, fuertes sombras arrojadas, lenguaje telúrico y surreal...
Incluso la propia foto de Alba al principio es casi «golémica».
410 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
es más frecuente y continuo16. Entre sus discípulos de magisterio académico cabría citar
a Antón Capitel, Luis Fernández-Galiano, Manuel de las Casas o José Manuel López-
Peláez.
En toda la obra de Antonio Fernández Alba parece anidar una intensa componente
romántica que para él semejará una suerte de laberinto religioso-funerario donde se
entremezclan la maestría del oficio con una desesperanza lúcida y asumida17. Y si este
desaliento tuvo un comienzo coyuntural dentro de la crisis de los años 1965/75, poste-
riormente anidaría en su manera de ser hasta llegar a formar parte estable de su carácter.
Antonio Fernández Alba tuvo la oportunidad de explicar sus puntos de vista sobre
el espacio sagrado en varias ocasiones. En 1966, por ejemplo, expresó su opinión sobre
algunas de estas cuestiones en una entrevista concedida a la revista «ARA». Para él, la
finalidad del templo no era otra que la creación de un espacio religioso, es decir, la con-
secución de un ámbito que dispusiera al diálogo trascendente, sin escenografías ni
demasiadas explicaciones; y que en cualquier caso, la cuestión de fondo que convenía
no perder nunca de vista para resolver los problemas del templo era entenderlo como
«un rincón de luz tamizada» donde se percibiese el misterio de lo comunitario, como
«un ambiente sereno y profundo, tocado de gracia religiosa»18.
En la sesión de crítica de arquitectura dedicada a las parroquias de Vitoria (1958),
Alba había realizado una densa intervención en la que se desmarcaría del resto de los
asistentes. En su opinión, el edificio religioso occidental había estado históricamente
conformado por dos necesidades casi excluyentes: ser refugio y ser lugar de veneración,
sala de estar de los hombres y morada de Dios. De nuevo quitará importancia al hecho
de plantear esta o aquella solución plástica (Fisac, Sota, Carvajal), y se centrará en el
sustrato del problema: «Espiritualmente no significa nada que construyamos cubiertas
de aluminio o cristal, que una pared sea dinámica o estática; no tiene ningún valor, apar-
te del valor de construir (…) Lo que sí importa es fijar nuevos valores y encauzar la
finalidad de lo que se pretende, para conquistar nuevos caminos»19. Por eso, reconocerá
que para un solo arquitecto es muy difícil construir un verdadero espacio sacro cuando
(16) Trabajó con Martín Chirino en el colegio de Santa María, en Madrid, y en el seminario de
Mombarro (1962/65); con Amadeo Gabino en el monasterio de San José, en Salamanca (1969/70)
y con Darío Villalba en el Conjunto Cívico-Religioso de Logroño (1972/73). En este sentido con-
viene recordar el edificio de Servicios Funerarios de Madrid (1982/85), donde integró obras de
Rafael Canogar, Eduardo Chillida, Juan Daniel Fullaondo, Pablo Palazuelo y Antonio Saura.
(17) El romanticismo se puede entender como algo específicamente nórdico, muy ligado a la valoración
de un paisaje anhelado como infinito, donde la naturaleza, monstruosa a veces, sutilísima otras,
pero en cualquier caso irracional y mágica, se escapa a toda comprensión y control. El sentir
romántico convoca una amplia gama de sentimientos evocadores, como el abandono, la destruc-
ción, la muerte o la lejanía, tanto espacial como temporal. Y por supuesto, la nostalgia.
(18) Cf. Javierre Ortas, J.M., «Las imágenes en el templo (II)», Ara, 10 (1966), 30.
(19) Cf. Varios autores, «Las nuevas parroquias de Vitoria. Sesión de Crítica de Arquitectura», Rna, 196
(1958), 17.
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la sociedad está imbuida de una religiosidad poco profunda, y cuando al arquitecto tam-
poco se le demanda lo auténtico. De ahí que llegase a proclamar la muerte del arte
sacro: «El arte religioso no existe, murió el día que la fe dejó paso a la piedad formal, y
cuando una nueva forma de vida se intentó crear fuera de la Iglesia y de la religión»20.
En efecto, Alba parece dar en el clavo cuando intuye que la arquitectura religiosa del
momento navegaba a la deriva entre las corrientes de la indefinición formal, de la inde-
cisión doctrinal, y entre dos tendencias teológicas aparentemente contrarias como eran
«una búsqueda de humildad en conformidad con el Evangelio primitivo y una renova-
ción de los valores de la gloria en los cuales estuvo asentada durante tanto tiempo»21. Y
decimos que daba en el clavo porque sólo habría que esperar una década para ratificar
experimentalmente tal afirmación.
Dos años más tarde, en un artículo titulado «El espacio sagrado de la problemática
religiosa contemporánea»22 (1960), Alba volvería sobre el problema del templo introdu-
ciéndolo dentro del debate global acerca de la cultura de masas. En primer lugar, hacía
notar la «revolución espiritual y moral» que se estaba efectuando en la sociedad euro-
pea, y que estaba conduciendo al respeto hacia la pluralidad de las culturas y al valor
intrínseco de cada persona. En este campo tan complejo de nuevos planteamientos, ¿qué
panorama ofrecía la arquitectura religiosa contemporánea? Para Alba, no era cierto que
el creciente interés por el templo que se experimentaba en aquellos años respondiera a
una nueva espiritualidad, sino más bien al entusiasmo derivado de realizaciones aisladas
ciertamente brillantes —Raincy, Ronchamp—, en donde, por otra parte, se hallaban
planteadas «las premisas de una visión renovada del espacio sagrado y del sentimiento
moderno de la religión»23. Comentaba también cómo los movimientos litúrgicos habían
tratado de enraizar el hecho cristiano en la cultura actual, según su vertiente teológica,
filosófica e histórica24. Y ya que la técnica había posibilitado la apertura hacia posibili-
dades cognoscitivas insospechadas —dirá—, el discurso religioso habría de imbricarse
en el discurso global sobre la cultura, alejándose de dogmatismos, fórmulas vacías o
estructuras obsoletas. El debate sobre la arquitectura religiosa no debería consistir en
decidir si una iglesia sería humilde o suntuosa, artesanal o prefabricada, máxima o míni-
ma, ni tampoco en establecer pautas litúrgicas; ni siquiera debería estribar en fomentar
la instrucción académica y artística del clero. Esto estaba muy bien pero sólo eran con-
secuencias. Alba sostenía que el problema de la arquitectura religiosa contemporánea no
se podía solucionar dentro de sus límites específicos por dos razones; en primer lugar
Antonio Fernández Alba y Francisco de Inza Campos, San Esteban Protomártir, Cuenca, 1959. Proyecto
Obras religiosas
[sic], al tiempo que calificaba la iglesia como «de carácter comunitario con tendencia a
lo místico»26. Una cierta rigidez compositiva sigue presente en la articulación de los
volúmenes, e incluso la vacilante disposición del campanil, a medio camino entre una
integración decidida con el cuerpo de la iglesia y su situación como objeto autónomo e
independiente, así lo confirmaría.
El proyecto de centro parroquial redactado por Alba en 1963 para un barrio de
Salamanca, pretendía albergar las actividades de un centro social y cultual dentro de una
misma pieza, convenientemente articulada. La disposición torturada del solar —un área
irregular entre medianerías abierta a una plaza— determinaba una forma previa que
actuó como pie forzado en todo el desarrollo del proyecto, acaso condicionándolo en
exceso. El proyecto surgió de considerar las implicaciones que un edificio religioso y
comunitario tenía dentro del contexto urbano, y se decidió incorporar la opacidad en el
tratamiento externo como valor, optando por una interioridad esencial. La relación entre
el recinto y el espacio exterior se realizaba de nuevo a través de un lucernario, cuya lec-
tura era de carácter simbólico y escultórico a un tiempo.
La capilla para un centro universitario en Vitoria, proyectada en 1964 y muy poco
publicada, es, sin embargo, una de sus propuestas religiosas más sugerentes, al tiempo
que la más formalista y exacta en sus planteamientos geométricos, estructurales, lumíni-
cos e incluso litúrgicos27. El edificio se estructura alrededor de un claustro rectangular
abierto por dos de sus lados. En los otros dos se sitúan dos estancias de distinto tamaño:
la mayor corresponde a la capilla propiamente dicha y la menor —en composición
homóloga con aquella— al salón de actos. El proyecto está repleto de intenciones, com-
binando paramentos continuos con zonas columnadas, potentes curvas con rupturas en
esquina, dobles pieles, composiciones circulares —centrales o radiales—, espacios
interconectados total o parcialmente, puntos de atención lumínica y ámbitos de luces
difusas, geometrías blandas en sección pero rotundas e inexorables desde la planta. Todo
parece surgir de un rígido esquema trabajado con maestría, en el que la arquitectura, la
estructura y el mobiliario tienen un sitio prefijado de antemano en la mente del arquitec-
to, reflejándose gráficamente con particular elocuencia. Quizá sea ésta una de las obras
donde Alba muestre hasta dónde puede llegar la síntesis castellano-aaltiana de planta y
sección, binomio que Juan Daniel Fullaondo señalaba como principio motor de su pri-
mera época28.
Construido inicialmente como seminario menor de los padres monfortinos en
Mombarro (1962/65), este edificio pronto fue reconvertido en colegio con internado29.
Esta obra señala un punto de madurez en la trayectoria de Alba, que manifiesta su antimo-
dernidad al entender la forma como composición donde entran en juego tradiciones cons-
tructivas multiseculares, recursos de gusto académico o piezas incorporadas en forma pró-
xima al «collage». Como en el resto del edificio, la valoración del espacio destinado al
culto está encomendada a la poética del material. La capilla es un amplio prisma excavado
en toda la altura del edificio, que sobresale al exterior con una cubierta autónoma que deja
penetrar la luz cenital. Si originariamente la capilla tenía una disposición lineal, con el
altar adelantado para poder disponer detrás del presbiterio un coro para los profesores del
seminario —este adelantamiento del altar también permitía su perfecta visibilidad desde la
planta superior—, sin embargo, dado que la obra se terminó después de la clausura del
Concilio Vaticano II, el mismo Alba efectuó una variación sobre la planta a fin de crear un
espacio más participativo, situando el altar en el centro de uno de los lados mayores y
rodeado de fieles por los tres restantes. Martín Chirino trabajó aquí como escultor.
(28) Cf. «Antonio Fernández Alba, arquitecto», Nueva Forma, Madrid, 1967, 30.
(29) En la actualidad, el edificio alberga el colegio Monfort.
416 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
(30) Fernández Alba, A., «Monasterio de la Purísima Concepción. Salamanca», A, 48 (1962), 13.
El monasterio de la Purísima Concepción 417
(31) Con respecto a este monasterio ha existido desde el principio un problema terminológico.
Habitualmente se conoce como «Convento del Rollo», haciendo referencia al lugar de su implanta-
ción —el alto del Rollo— en los alrededores de Salamanca. Pero su nombre auténtico es
«Monasterio de la Purísima Concepción», ya que en España, a la Inmaculada Concepción se la
denomina popularmente como «Purísima». Incluso hay algún artículo que se refiere a él como
«Monasterio de la Anunciación».
418 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
Aquí el control del espacio se intenta por medio de la división y de la fragmentación, por
otra parte implícita en un programa que se distribuye según una malla ortogonal.
Las celdas de los padres se disponen de manera un tanto heterodoxa, cada una con
su huerto pero desplazadas entre sí. Son piezas muy simples, dispuestas en dos plantas
de modo que la superior se abra en balcón sobre la inferior, originando una sensación
espacial de una cierta riqueza: «La iluminación se dispone de modo que en las horas de
trabajo manual y descanso el cartujo esté en contacto con la Naturaleza y, por el contra-
rio, quede concentrado en las de estudio y oración»32. Una mínima ventana cuadrada
permitiría desde la planta alta alguna visión lejana.
Mención aparte merece la iglesia, que responde de modo casi canónico a las pres-
cripciones para las cartujas. Se trata de un prisma rectangular de ladrillo que incluye el
presbiterio con su altar; un crucifijo de grandes dimensiones, iluminado a través de un
lucernario dispuesto en torre, le sirve de fondo. Este Cristo se hubiera realizado según
un boceto de Amadeo Gabino. La nave, única, se divide en dos zonas, para padres y para
hermanos; al fondo, separado y más bajo, un recinto para el público. El prisma no tiene
aberturas, salvo las pequeñas puertas laterales de entrada, y sólo recibe luz de las hendi-
duras que deja la cubierta a cuatro aguas inversas en su encuentro con los muros. Estas
vidrieras correrían a cargo de Manuel Suárez Molezún. El camino hacia el convento del
Rollo estaba abierto.
(32) Miguel González, C./Fernández Alba, A., «Cartuja en Castilla», Rna, 182 (1957), 19.
(33) Cf. Thorne, M., «Antonio Fernández Alba», Q, 157 (1983), 110. No compartimos esta afirmación
de Alba, ya que la realidad a la que se consagran los religiosos es mucho más intensa —y por lo
tanto, más verdadera— que la del resto de las personas. Tal vez sustituyendo el término «real» por
«sensorial», la frase quedaría algo más matizada.
(34) Existen diversos artículos sobre este edificio. La memoria completa se puede ver en: Fernández
Alba, A., «Monasterio de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. Salamanca», IC, 146
(1962), 148-78.
El monasterio de la Purísima Concepción 419
que se inscribe en el tipo que hemos denominado «convento mendicante», aunque los
cenobios femeninos revisten algunas peculiaridades especiales; en este caso, la primera
y fundamental es que se trata de un convento de clausura. Ya hemos dicho que
Fernández Alba mereció por este ejercicio el «Premio Nacional de Arquitectura 1963»;
y también que constituyó la obra central de la primera fase de su trayectoria —la más
nórdica—, ya que la antinomia planteada entre la atomización de la cartuja y el titube-
ante esquema de la iglesia de Cuenca —entre ortogonalidad y naturalismo, entre tradi-
ción y cultura— encontrará aquí una respuesta sombríamente castellana35.
En su complejidad programática, el edificio engloba el convento para madres —ala
noroeste—, el noviciado —ala sudeste—, la iglesia con su cripta-cementerio, y la vi-
vienda de la demandadera, mientras que el resto de las dependencias —las instalaciones
agropecuarias y la vivienda para el capellán— se sitúan fuera de la clausura. La planta
está conformada como si de un reducto de meditación y de silencio se tratase; esta
intención se acentúa con los materiales elegidos, muy recios y tradicionales: piedra are-
nisca de Salamanca en grandes sillares para el exterior, ladrillo en los ambientes interio-
res, madera en los coros y teja árabe para las cubiertas. El edificio está vertido hacia el
patio y se abre al paisaje de montaña por un mirador; dos claustros —el inferior abierto
y el de la planta primera cerrado— canalizan las circulaciones al modo usual de los con-
ventos españoles. Las celdas, que según las normas de la Orden tienen aproximadamen-
te 1,80 m. de ancho por el mismo largo, se sitúan en dos bandas con idéntica ilumina-
ción, vistas y soleamiento. Se estudiaron detenidamente estos factores, pues ninguna de
las dependencias estría calefactada.
Antonio Fernández Alba sostenía que un recinto dedicado a la meditación y a la
plegaria requería un ámbito espacial que no atormentase el espíritu; por eso la iglesia se
organizó en un volumen único, concebido como un edificio utilitario que potenciaba el
programa espiritual. La planta de la iglesia presenta una forma de sector circular con su
vértice redondeado; el altar —centro de atención de todas las miradas— se eleva sobre el
nivel del suelo mediante cuatro escalones, arropado por la concavidad de la curva y muy
pegado al fondo, según las normas eclesiásticas entonces vigentes36. Alba sabía que las
organizaciones que derivan directamente de la partición de la circunferencia presentan la
ventaja de ser casi indefinidamente subdivisibles, sin que en ningún momento se pierda
la visión del altar ni su primacía jerárquica como foco de atención general. Por eso apro-
vechó este factor de un modo adecuado, y con un único gesto —con una sola línea conti-
nua— organizaría la estancia de las religiosas y la zona para el público en general. El
coro bajo de las religiosas ocupa el grueso de la planta principal, tras las rejas de la clau-
sura, y un último quiebro del muro garantiza su privacidad. Sobre este espacio aparece el
coro alto, ligeramente retranqueado, mientras que el sótano está completamente ocupado
por la cripta destinada a los enterramientos. Las estancias del sacerdote se adosan al lim-
pio volumen de la iglesia, manifestando su condición adjetiva. Así, el convento gira alre-
(35) Decir, asimismo, que también en 1963, Alba obtuvo el grado de Doctor con un trabajo de investiga-
ción titulado «Conflictividad, agresión, soledad y convivencia de un edificio para una comunidad
de religiosas de clausura», evidentemente muy relacionado con este monasterio.
(36) En la actualidad esta disposición ha variado, y se ha incorporado un altar exento.
420 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
Antonio Fernández Alba, Monasterio de la Purísima Concepción (convento del Rollo), Salamanca, 1958/62
El monasterio de la Purísima Concepción 421
(37) Fernández Alba, A., «Monasterio de la Purísima Concepción. Salamanca», A, 48 (1962), 17.
422 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
Antonio Fernández Alba, Monasterio de la Purísima Concepción (convento del Rollo), Salamanca, 1958/62
El monasterio de la Purísima Concepción 423
en las primeras obras de Antonio Fernández Alba, y de modo especial en este convento,
una de sus propuestas más hermosas.
El monasterio de la Purísima Concepción también admite lecturas en clave psicoló-
gica. González Amézqueta no lo consideraba una obra notable, aunque sí correcta y
digna; le pesaban algunos detalles de escala, en su opinión no resueltos correctamente38.
Juan Daniel Fullaondo, por el contrario, creía percibir en 1967 un cierto «sentimiento
oceánico» como racionalización de la indiferenciación entre el ambiente y el ego, entre lo
subjetivo y lo objetivo, entre la realidad y el deseo39. Un deliberado propósito de disolu-
ción ambiental, que abrazaría al arquitecto y a su obra en medio del claroscuro de la pla-
nicie. Un historicismo velado, puesto de relieve en un plano de fachada todavía valorado
como tal, donde se recortan huecos profundos. Y también, la valoración defensiva del
muro, el valor de la repetición como elemento ordenador o la textura popular naturalista.
Si el esquema previo era nórdico, la realización final envolvió a esta obra en una pátina
de obra intemporal, sin fecha aparente. Ya se ve cómo a pesar de la sencillez de su com-
posición, no cabe duda que el Rollo es una obra compleja, que se inscribe en lo que Alba
denominaba «voluntad de forma»40: «El edificio responde al estudio de una tradición
viva, con un concepto humano, sin prejuicios formales ni anacronismos, con austeridad y
dignidad, no buscando exotismos e intentando una buena y humana construcción. El
espacio creado sirve y facilita la vida colectiva y privada, al hablar y al callar, en la plega-
ria y en el descanso, buscando siempre el fin que se pretende: la unión con Dios»41.
Fundado por Santa Teresa de Jesús en 1570, a finales de los años sesenta del siglo
XX el carmelo de San José se trasladó a un lugar conocido como el Arenal del Ángel,
situado en la carretera que va desde Salamanca a Cabrerizos.
El nuevo monasterio (1967/70) adopta un esquema sencillo, que se correspondería
con el tipo de edificio-viaducto que se implanta en el terreno según una lógica interna,
independiente por completo de las condiciones topográficas del mismo. Ese brutalismo
conceptual se matiza a través de una minuciosa excavación volumétrica del sólido
capaz, como si el arquitecto se quisiera situar en las antípodas de la imperturbable pla-
neidad del monasterio de la Purísima Concepción.
Alba propone un convento «revolucionario» que a la postre tendrá cierto éxito, con
el que rompe por primera vez la norma de los carmelos entendidos como edificios intro-
Antonio Fernández Alba, Carmelo de San José, Salamanca, 1969/70. Detalles de la capilla
El monasterio de la Purísima Concepción 425
(42) Cf. Fernández Alba, A., «Antonio Fernández Alba. Obras y Proyectos 1957-1979», 14.
426 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
José Miguel Serra de Dalmases y José Puig Torné, Enrique Comas de Mendoza,
Capilla del noviciado del instituto de religiosas Capilla del noviciado de la Compañía
de la Sagrada Familia, Seu d’Urgell (Lleida), h. 1960 de Jesús, Raimat (Lleida), 1961
Algunas variantes
El proyecto que las madres esclavas del Sagrado Corazón encargaron a José Luis
Fernández del Amo, incluía la reforma total de la casa que las fundadoras de la orden
habían ocupado en Madrid en el año 1879, para convertirla en casa de ejercicios espiritua-
(43) Cf. Comas de Mendoza, E., «Iglesia para el noviciado de la Compañía de Jesús. Raimat», Q, 45
(1961), 27-28.
(44) Estos sagrarios serían prohibidos a mediados de los años sesenta.
428 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
(45) Navarro Segura, M.I., «Entrevista a Fray Coello de Portugal. Una arquitectura intemporal», Basa,
22 (2000), 8.
(46) Los más importantes serían: Santa Catalina de Siena (Alcobendas, Madrid, 1966/68), La En-
carnación (Lejona, Vizcaya, 1968/76), Jesús y María (Toledo, 1980/83), Santa María de las Dueñas
(Alba de Tormes, Salamanca, 1987/89), Madre de Dios (Curaçao, Antillas Holandesas, 1988) y
Madre de Dios (Tierra Santa, Corea del Sur, 1990/92).
430 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
José María García de Paredes Barreda, Convento de Santa María de Belén («Stella Maris»), Málaga, 1961/65
(en las dos páginas)
ción y costura, luminosas y soleadas, cuentan con ventanas amplias, mientras que cada
uno de los dormitorios posee un hueco rasgado vertical que modula y hace vibrar la
superficie blanca y opaca del plano de fachada.
por ello haya sido tan celebrado, hasta el punto de que es la única iglesia española que
aparece reflejada en el Registro DOCOMOMO Ibérico47.
Sobre un solar intensamente urbano —en plena alameda de Málaga— había que
construir una iglesia y un convento. La superficie del solar no permitía grandes alegrías,
por eso se decidió situar la iglesia ocupando toda la planta baja y colocar el convento
encima. Todo el proyecto quedó determinado por esta decisión. La solución estructural
que se adoptó consiste en un conjunto de cerchas metálicas de gran canto que se disponen
a la altura de la última planta, destinada a las celdas. Las dos plantas inferiores —zonas
comunes y claustro— se cuelgan de ella. La economía es máxima.
A la iglesia se entra a través de un pequeño atrio. La nave, que acoge unas seis-
cientas personas (más otras ciento cincuenta situadas en una tribuna posterior volada y
en el coro), se eleva ligeramente respecto a la calle, lo que permite construir debajo una
capilla auxiliar que puede ser utilizada independientemente, sin interferir en el funciona-
miento normal de templo. A la izquierda y por encima de los confesonarios, discurre
una galería que enlaza la escalera general con el presbiterio. Si la iglesia aún podría con-
siderarse convencional en su organización básica —no entraba dentro de los plantea-
mientos de García de Paredes el ser original sino el resolver con precisión—, su resolu-
ción volumétrica manifiesta una singular indagación en las relaciones espaciales.
El tratamiento del espacio interno se apoya en un criterio de absoluta austeridad,
para conseguir la participación serena en el sacrificio de la misa y en el ciclo litúrgico
de la Iglesia. La iluminación se resuelve mediante un lucernario que baña suavemente el
presbiterio, sin deslumbramiento ni efectos forzados, complementada con delgadas lí-
(47) Tanto Pezzi en su monografía sobre el arquitecto como el catálogo del DOCOMOMO nombran esta
iglesia como Santa María «Stella Maris»; nosotros hemos preferido mantener la nomenclatura ori-
ginal que tienen los textos de García de Paredes, y que utilizan otros autores como Baldellou o
Urrutia.
432 El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea
José María García de Paredes Barreda, Convento de Santa María de Belén («Stella Maris»), Málaga, 1961/65
El monasterio de la Purísima Concepción 433
neas verticales de cristal color ámbar colocadas entre los soportes de la estructura y los
cerramientos de la fachada lateral. Faroles populares de Úbeda, ligeramente modifica-
dos, colgados con el mismo ritmo que preside la ordenación del espacio, constituyen la
base de la iluminación artificial. El brutalismo matizado que impone la función cons-
tructiva es coherente con los materiales —placas de fibrocemento, piedra caliza dorada,
ladrillo de Martos dejado visto y madera de roble—, que se utilizan para transmitir con
naturalidad una humilde sensación de sosiego. De hecho, los poliédricos faroles andalu-
ces se constituyen en el único ornamento del templo, aunque el pragmatismo de García
de Paredes le llevará a utilizarlos también como puntos referenciales para dimensionar
la sala y como difusores de sonido.
Se ha dicho que el convento de Santa María de Belén recoge las reflexiones verti-
das por el arquitecto en su propuesta para la iglesia parroquial de San Esteban
Protomártir, en Cuenca, aplicándolas desde un sentido posibilista. Si esto es cierto, tam-
bién lo es que las circunstancias del encargo modificaron aquella propuesta hasta dejarla
irreconocible, especialmente en lo tocante a la direccionalidad del espacio interno del
templo. A pesar de que la solución estructural de Cuenca hubiera podido ser válida apli-
cándole las oportunas correcciones, las condiciones de borde aconsejaron como solu-
ción más coherente la definición de un espacio diáfano, axial y vertical, frente al multi-
polar y horizontal de San Esteban. Lo que se mantuvo fue el anonimato formal, el
empleo económico de materiales y estructura, y la compleja interpenetración de espa-
cios: en una palabra, la estrategia proyectual.
En el exterior, una gama cromática, neutra y cálida, quiere garantizar tanto la per-
fecta integración de la iglesia dentro de su ámbito externo, como su valor de permanencia
en una vejez digna bajo la pátina del tiempo. A pesar de todo, la serenidad con la que el
arquitecto se enfrentó al desafío de construir una iglesia moderna en un conjunto históri-
co, no estuvo exenta de muchas dudas acerca de los matices formales, como lo refleja la
serie de bocetos sobre el alzado principal a la Alameda. En general, las fachadas de este
edificio son la estricta manifestación exterior de su ordenación interior, aunque no de sus
funciones. Los materiales denuncian que el edificio no contiene en su interior otro lujo
que el de la inteligencia, en este caso entendida como la combinación de orden e ingenio.
«No solo creo que este edificio no desentonará con la Alameda, sino que ha de encajar
plenamente en ella, y desde luego, puede estar seguro de que ‘parecerá’ una iglesia»48.
Además de las obras de Coello, La-Hoz y García de Paredes, conviene no dejar de
citar el interesante proyecto de templo de Nuestra Señora de Guadalupe, realizado por
Carlos de Miguel González en colaboración con los estudiantes de arquitectura
Fernando Higueras Díaz y Pedro Capote Aquino (1959)49, y, aunque ya algo posterior, el
convento de las madres carmelitas descalzas de Vitoria (1969/73), obra del presbítero y
arquitecto Gerardo Cuadra Rodríguez50.
(48) Cf. Hernández Pezzi, C., «José María García de Paredes», 44.
(49) Cf. Miguel González, C., «Templo de Nuestra Señora de Guadalupe, Madrid», A, 17 (1960), 53-54.
(50) Cf. Cuadra Rodríguez, G., «Convento MM. Carmelitas descalzas. Vitoria», A, 159 (1972), 5-7.