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La Violación de Lucrecia
La Violación de Lucrecia
VIOLACIÓN
DE
LUCRECIA
André Obey
enriquedelcerro@yahoo.es
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Acto I
¡Psss!
¡Eh!
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¡Ah!, ¡ah! … Están aquí para que la guerra no sea demasiado dura.
SOLDADO SEGUNDO
Aclamaciones.
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
Olvidaron decírmelo.
SOLDADO PRIMERO
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¿Qué están haciendo?
SOLDADO SEGUNDO
Están bebiendo.
SOLDADO PRIMERO
¡Qué suerte!
¿Cuántos son?
SOLDADO SEGUNDO
¡Escucha! (da un paso y se acerca con prudencia hacia la luz). Estoy viendo al señor Tarquinio.
SOLDADO PRIMERO
¡Oye!, ¡oye! ¡Ten cuidado! No le gusta que nos mezclemos en sus asuntillos.
Está Colatino, como tiene que ser … ¡Sicinio! … (se ríe) ¡Ah!, ¡ah! y además Bruto … ¡Junio
Bruto!
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
Aún hay otro más al que no le veo la cara … Eso hacen cinco.
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
3
¿Cómo lo sabes?
SOLDADO PRIMERO
¡Ya lo conocemos! Es un hombre que nunca está satisfecho. ¿Lo has visto reír alguna vez?
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¿Qué dice?
SOLDADO SEGUNDO
Discurso.
¡Ah! ¡Vaya!
SOLDADO PRIMERO
¿Qué? … ¿Qué?
SOLDADO SEGUNDO
¡Déjame escuchar!
¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! (aprovecha los aplausos para soltarle su traducción al soldado primero). ¡Vaya,
vaya! ... Todos se fueron a Roma, anteanoche. Sí, todos. Y otros. Sin avisar. Una especie de
incursión, ¡figúrate! Me falta decirte que habían hecho una apuesta. ¡Sí! Habían apostado
sobre la virtud de sus mujeres. ¡Ah!, ¡ah! ¡Dichoso Bruto! … ¡Parece que lo han pasado bien!
SOLDADO PRIMERO
¿Sí?
SOLDADO SEGUNDO
Reanudación del discurso de Bruto. El segundo soldado transmite al vuelo cada frase.
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SOLDADO PRIMERO (riendo)
¡Ja!, ¡ja!
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¡Jo!, ¡jo!
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¡Ju!, ¡ju!
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¿Qué?
SOLDADO SEGUNDO
¡La buscaron durante una hora sin poder ponerle la mano encima!
¿Qué?
SOLDADO SEGUNDO
¡Calla!
SOLDADO PRIMERO
¿Qué dice?
SOLDADO SEGUNDO
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Discurso de Bruto, lento y grave. El soldado segundo se pone a susurrar cambiando la
voz.
¡Eso! … ¡Ah! Eso … Sí, eso … ¡Ah! Eso ha debido agradarle al valiente Colatino … ( al soldado
primero) ¡Vaya! La mujer de Colatino ...
SOLDADO PRIMERO
¿Lucrecia?
SOLDADO SEGUNDO
Sí, Lucrecia … La encontraron sentada, hilando lana rodeada de sus sirvientas… ¡Ah! Eso está
bien.
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
¡Escucha! (pegando la oreja a la tienda) Dice que jamás había visto nada más bello … más
tranquilo … más firme … (cambiando de tono). Pero, ¿por qué Tarquinio pone tan mala cara?
SOLDADO PRIMERO
¡Está celoso!
SOLDADO SEGUNDO
SOLDADO PRIMERO
¡De Colatino! Se preguntará, “¿cómo es posible que un oficial de pacotilla tenga una mujer tan
bella como ésta y yo, el hijo de un rey, aún no haya encontrado con quien casarme? ¡Es una
vergüenza!”
¡Vamos!, ¡vamos!
SOLDADO PRIMERO
SOLDADO SEGUNDO
¡Chitón! ¡Basta! … ¡Bruto está espléndido! Está contando cómo ocurrió todo: Lucrecia en su
casa … las sirvientas … la velada. ¡Es un orador este tipo! … ¡Ah, si quisiera! … ( escuchando)
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¡Oh! … ¡Oh! … Oh! … Dice que era un verdadero espectáculo romano … a la vez que pleno de
honor (no, me equivoco: de grandeza) y de simplicidad. ( Con entusiasmo) Escucha esto: “el
hombre … puede llevarse toda su valentía al campo de batalla si deja en casa la virtud de una
mujer como ésa! …” (entusiasmado) ¡Ah!, ¡bravo!
SOLDADO PRIMERO
¡Sí!, ¡bravo!
SOLDADO SEGUNDO
¡Cuidado! ¡Tarquinio!
LOS OFICIALES
COLATINO
BRUTO
Sí, por supuesto, me encanta reír, bromear, lo mismo que burlarme de la gente. Pero también
sabes, supongo, que todo lo que se refiere a Roma y a su fuerza y gloria me resulta serio y
grave. Mi queridísimo Colatino, tu Lucrecia es el adorno más bello de Roma.
7
TODOS
TODOS
¡Eh!
SOLDADO PRIMERO
¡Señor!
TARQUINIO
Mi caballo.
LA NARRADORA
Está hilando. Como todas las noches, como cada noche, como ayer por la noche. Lucrecia hila
la lana en medio de sus mujeres. Ha cenado sola, silenciosa y sonriente. Es un poco glotona. La
trucha rellena estaba realmente deliciosa. Tras la cena, fue a felicitar a la cocinera. Encontró la
gran cocina blanca ya lavada, aclarada, lijada, fresca y lista para mañana. Y, como es de
suponer, sin el mínimo olor a pescado. ¡Lucrecia tiene un olfato fino! Acaba de hacer las
cuentas con el mayordomo. Ha llamado a sus mujeres. Y ahora está hilando. Son las diez de la
noche. Y todo va bien en la mejor casa de Roma.
Las sirvientas:
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JULIA
EMILIA
SIDONIA
MARÍA
Ha partido. Tarquinio ha partido. El Señor Tarquinio ha partido. El hijo del rey ha dejado el
ejército. El futuro rey de Roma deja atrás el campamento, deja atrás su puesto, abandona a la
guerra misma sin decírselo a nadie. La noche pasada trae a sus oficiales a no sé qué expedición
burlesca. Esta noche parte en solitario y me temo que para nada bueno. Sí, sí, sí, tengo miedo.
Galopa. ¡Cómo galopa! ¿Oís? ¿Oís los cuatro hierros de su caballo repicar sobre los adoquines
de la vía romana?
¿Adónde va? Pero, ¿dónde va? ¡Va a reventar al caballo! ¡Jamás se ha visto impulsar a un
caballo de esa forma!
SIDONIA
EMILIA
¡Cállate!
SIDONIA
¡Cállate! ¡Cállate!
SIDONIA
9
Estoy contando los puntos.
EMILIA
EL NARRADOR
¡Aúpa! … El caballo acaba de tropezar … ¡Ah! Creí que era un trompazo! … ¡Al paso, Tarquinio,
vamos, al paso! Eso es. Eso es. Bueno, ¡ése no es infeliz! Escucha cómo resopla tu caballo.
Siente cómo sus flancos te distancian las rodillas. Dime, Tarquinio, ¿y si regresamos?
¡Regresemos, Señor Tarquinio, regresemos! Este pequeño galope nos ha hecho mucho bien. Es
cierto que el sitio de Ardea nos está quemando la sangre. Es cierto que el hijo de un rey, un
gran maestro de caballería tiene el pleno derecho de galopar durante media hora suponiendo
que lleva en la cabeza a sus batallones … Pero, regresemos ya. ¡Demos media vuelta! Estamos
empapados de sudor. El mozo de cuadra nos almohazará con el guante de crin y dormiremos
como un tronco hasta el toque de diana de las cinco de la mañana. Bueno, Tarquinio,
¿regresamos?
EMILIA
¡Sidonia!
MARÍA
SIDONIA
LUCRECIA (sonriente)
LA NARRADORA
Vamos, hijas mías, hilemos la lana. Los soldados a la guerra, las mujeres en casa. Hilemos la
lana como la hilamos ayer, como la hilaremos mañana…
EL NARRADOR
¡Ah, Dios! Está retomando el galope. Es a Roma adonde se dirige. Acaba de gritar mientras
golpeaba con la fusta a su caballo rendido. ¡A Roma! ¡A Roma! Es increíble. ¿Acaso está
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desertando?… ¿Está conspirando?… ¿Traicionando quizá?… ¿Lo esperamos?... ¿Va a
sorprender?… ¡Tarquinio en Roma, como anoche! ¡Pero esta noche completamente solo!… Y,
¿por qué esta noche?…
SIDONIA
EMILIA
SIDONIA
EMILIA
SIDONIA
EMILIA
¡Veinticuatro! ¡Veinticinco!
EMILIA
¡Señora!
LUCRECIA (riendo)
SIDONIA
SIDONIA
¡Veintinueve!
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MARÍA, JULIA y EMILIA
EL NARRADOR
SIDONIA (gritando)
EL NARRADOR
SIDONIA
MARÍA
JULIA
¡Treinta y seis!
EMILIA
¡Treinta y nueve!
EL NARRADOR
… a través de lugares desiertos, el paso de su caballo cada vez más claro y glacial.
SIDONIA
EL NARRADOR
LA NARRADORA
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EL SIRVIENTE
Entra Tarquinio. Las mujeres se levantan y hacen una reverencia. Después descienden
de la tarima donde Lucrecia permanece sola, sentada.
LA NARRADORA
¿Malas noticias?... ¿Percance?... ¿Drama?... ¿Su marido herido?... ¡Qué? ¿Qué? ¿Qué?
EL NARRADOR
Pues claro, pues claro, escuchadlo: “Colatino pelea como un león. Colatino es fuerte como una
mula. Colatino es bello como un dios”. ¡Ah! ¡Pérfido, pérfido!... Pensar que el hijo de un rey…
LA NARRADORA
Es preciso recibir al hijo del rey lo mejor y lo más respetuosamente posible. Esta casa es su
casa.
EL NARRADOR
LA NARRADORA
Ella observa todas las consideraciones, cuidados, las atenciones de la hospitalidad romana.
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EL NARRADOR
LA NARRADORA
EL NARRADOR
LA NARRADORA
Ella espera que la habitación esté templada, que no huela a cerrado y que las sábanas estén
secas.
Lucrecia y Tarquinio han subido a la tarima. Las sirvientas han bajado, cuchicheando,
hacia el público, a la derecha.
EMILIA
SIDONIA
¿Es decente que un hombre joven pase la noche en casa de una mujer joven?
MARÍA
JULIA
EL NARRADOR
¡Atención! ¡Mirad! Mirad cómo mira a Lucrecia. ¡La admira! ¡La contempla! ¡Le come los ojos!
LA NARRADORA
TARQUINIO
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LUCRECIA
EL NARRADOR
¡Ja! ¡Ja!
Telón.
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ACTO II
La habitación de Lucrecia.
Sobre la tarima, una gran cama con dosel, con las cortinas cerradas.
Hay mucha calma. Un reloj de pared da la media noche.
La Narradora entra por el fondo a la derecha con un libro grande bajo el brazo.
Desciende, en silencio, a través de todo el escenario, restablecida tras un pequeño ru ido de
llaves. Al pasar al lado de la cama, se inclina por detrás de las cortinas. Finalmente, llega a su
puesto en el extremo derecho del proscenio.
LA NARRADORA
Una mano de azucena, una mejilla de rosa: la mano bajo la mejilla… La almohada totalmente
inflada a cada lado de una cabeza rubia… La otra mano, toda blanca, sobre el edredón de seda
verde como una margarita sobre la hierba de abril… Duerme… Su sueño, una muerte dichosa.
Una muerte bella y santa podríamos decir. Mas su aliento juega en sus cabe llos. Sus cabellos
juegan con su aliento. Cabellos dorados, aliento fresco, ella vive. Vive pero duerme,
voluptuosamente casta. (se sube a su tribuna y se sienta murmurando). Duerme. (abre su gran
libro con el lomo rojo, se acomoda como para velar, apoya los codos y se pone a leer).
Pasa un poco de tiempo. Se oye el roce al pasar una página. Entra el Narrador por el
fondo a la izquierda del escenario. Atraviesa todo el escenario sobre las puntas de los pies,
llega a su puesto en el extremo izquierdo del proscenio, medita un instante y dice:
EL NARRADOR
Él no puede dormir.
Es la hora en que todos se entregan al descanso, excepto los ladrones, los que están
preocupados, y los espíritus trastornados que velan. A esta categoría pertenece Tarquinio:
espíritu trastornado, alma preocupada y… y ladrón. ¡Sí, ladrón! (da unos pasos, cabeza baja,
sobre el proscenio). Porque eso es… sería un ladrón si hiciera las cosas sólo para satisfacer sus
deseos. Pero, ¿acaso no hemos llegado a eso ya? Es un príncipe de alto rango. Tiene todo lo
necesario para ser un gran príncipe… ¿no?... ¿Es un gran príncipe? (baja por entre los actores,
sobre el proscenio y, con las manos en las caderas, mira sombríamente al público)
No. No es nada. Es el paso de la noche sobre las baldosas … Pero … ¡Cuántos pasos aún hasta
el amanecer! … ¡Ah! ¡Ah! ¡Qué velada más extraña! (Se sienta, con la cabeza entre las manos,
sobre el último de los peldaños que conducen al proscenio)
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… caprichoso. Tiene hambre de obtener lo que desea. Esto es lo que tiene de malo en su caso.
Está ávido de obtener todo aquello que quiere por nada. No es tanto tener lo que quiere; aún
menos poseer; lo que quiere es obtener. ¡Ah, es una oscura enfermedad! … ( Se levanta,
avanza lentamente por el lado derecho del proscenio, sube los escalones laterales, sube los
escalones de su tribuna y se sienta pesadamente).
¡Ah, mira que hay granos de arena en un reloj de arena! (Da un profundo suspiro).
LA NARRADORA
EL NARRADOR
Un búho acaba de ulular, ¿no es así? ¡Ah, sí, es un búho ...! ¡Allí! ... Un búho … ¡Ejem, ejem! …
¡Ah, y ahora es un lobo, que aúlla! … ¡Allí! Sí, sí, se diría que es un perro, pero es un lobo. Es
mucho más agudo, más … baladrero. Veis, ya empieza otra vez. ¡Auuu! ¡Auuu! ¡Auuu! … Si esos
son los copleros pagados por Tarquinio para deleitar las noches de Lucrecia … ¡Ah, amante
siniestro … tétrico pretendiente! … Si él supiera música, escribiría serenatas para bestias
leonadas … (baja de la tribuna) No estoy tranquilo.
Ese pájaro que canta allí es una tórtola, creo … Sí, una tórtola que arrulla … ¡Y qué armonioso
ese perro que está ladrando a la luna! ¡Oh, qué dulcemente está transcurriendo esta noche! …
EL NARRADOR
¿Qué? … ¿Cómo? … Creo que … ¿No? Se ha levantado. (presta oídos). Se ha bajado de la cama
… ¡Ya está! ¡Listo! ¡Se ha levantado! Lo escucho claramente andar por la habitación.
¡Veamos, veamos, recuperemos la consciencia! ¿De quién fiarse si uno no puede fiarse de sí
mismo? ¿Qué benevolencia esperaríamos de un forastero si él mismo se destruyera? … ¡Él
mismo! ¡Qué fuerza! ¡Qué confianza! ¡Y qué certeza debe haber en esa palabra! … ¿Tarquinio?
¿Sexto Tarquinio? ¡Presente! … Y acto seguido termina todo combate.
Un truco, ten, un truco sencillo, ¡pero excelente! Mírate en el espejo. Mírate en la coraza.
¡Mírate de pie en el espejo de tu coraza! Y te ruego que lo creas, hay cosas que ni tú mismo
podrás creer.
Un hombre de guerra, ¿un hombre de hierro esclavo de su piel? … Sitiado, lo veo claro,
¡asediado por la carne! Pero, ¿prisionero de su carne? ¡Vamos, vamos! … Tendrías preciosa
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muerte, tú lo sabes, la ignominia te sobreviviría. El heraldo inventaría algún vocablo
degradante para ti … Tarquinio el … cobarde por ejemplo. O bien, el … ¡el loco! … ¡Tarquinio el
Horrible! ¿No? ¿Qué dices a eso? ¡Tarquinio el Horrible, hijo de Tarquinio el Soberbio! … ¡Hijo
de rey! ¡Futuro rey! ¡Cuidado con la historia!
Se pone otra vez a caminar de acá para allá como quien discute consigo mismo:
Por otro lado, ¿qué ganas si obtienes lo que buscas? Un sueño, un soplo, la pamplina de un
disfrute efímero. ¿Quién pues, querría destruir la viña por conseguir una uva? … ¿Qué hombre
hay tan insensato? (Se interrumpe, escucha, murmura) ¡Oh, diablo! ¡Ha salido de la habitación!
(Corre a su tribuna, se sube, escucha ansiosamente, de lado hacia el fondo del escenario )
Un momento.
Vemos a Tarquinio, medio desnudo, aparecer por la derecha, justo detrás de la
Narradora, y comenzar, entre las columnas, una larga marcha sinuosa rodeando el escenario
hasta el Narrador.
El Narrador, con el puño en la barbilla, observa en silencio el primer estadio de la
marcha de Tarquinio, de la columna I a la columna IV, de este modo:
Tarquinio aparece bruscamente entre la entrada de la derecha y la columna I, como
surgiendo de la pared. Lo vemos de perfil, un poco encorvado, con los puños apr etados, la
frente baja, tenso, al acecho. Da la vuelta sobre su eje, se pone de espaldas, da un paso
cauteloso, apoya la mano derecha sobre la columna I, escucha y desaparece detrás de la
columna.
La Narradora suspira, mira preocupada al público y retoma su pose de espera, con los
dos puños bajo la barbilla.
Tarquinio reaparece por la derecha detrás de la columna II, se deja como caer sobre
ella, la rodea con los dos brazos, asoma por detrás de ella una cabeza inquieta, abandona la
columna, se va rápidamente hacia el fondo del escenario, da la vuelta – de izquierda a derecha-
de la columna III y, después, con extrema lentitud, da un solo paso, pero lleno de alarma y de
prudencia, de la columna III a la columna IV. Tras esto, desaparece tras la cama de Lucrecia.
¡No lo entiendo! ¡No, no comprendo que viendo todas esas puertas abrirse ante él con tanta
confianza, este hombre no se vuelva inmediatamente, completamente avergonzado, a su
habitación! …
Las cerraduras, sin embargo, todas las cerraduras de todas estas puertas chirrían. Por poco que
sea, chirrían. ¡Los goznes de las puertas … chillan! Esto debería hacerle desistir. No hay nada
que te detenga, que te pare, como el ruido de una puerta ajena.
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Pero Tarquinio reaparece tras la columna VII. En primer lugar vemos sus manos ávidas
de unirse, de anudarse al frente de la columna VII. Después la cabeza, después el cuerpo sa len
oblicuamente de detrás de la columna y se deslizan hacia la izquierda en dirección a la columna
VIII, la última, que le oculta.
El viento que ronda en los pasillos … el crujido de las tablas … Y el olor, nada más que el olor,
solamente el olor de esta casa, desconocido, de este otro hogar, de este hogar ajeno … todo
eso debería … ¡todo eso le va a detener!
¡No se atreverá! … ¡No se atreve! … ¡Todo se puede arreglar aún! … ¡Todo tiene solución aún!
… Aún se puede …
¡Ah!
EL NARRADOR
Está deslumbrado … Está cegado … Deslumbrado ante tanto candor … Cegado ante una pureza
tan radiante.
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¿Cegado o ciego? … ¡Oh, si estuviera ciego! … ¡Si los dioses pudieran dejarlo ciego de repente!
¡Pero no, por desgracia no! Pues no … Ya no se dan tales milagros … Esos ojos culpables, que
podrían haberlo salvado todo, los ojos de Tarquinio lo van a echar todo a perder.
Su mano … Su mejilla …
LA NARRADORA
EL NARRADOR
Su otra mano …
LA NARRADORA
… sobre la colcha de seda verde … Sus ojos igual que sus preocupaciones, han cerrado su cáliz
brillante … Sus cabellos juegan con su aliento …
EL NARRADOR
Tarquinio está de pie, de perfil, con una mano apoyada sobre una de las columnas de la
cama.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
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LA NARRADORA
Sus senos, esferas de marfil rodeadas de azul, son como dos mundos vírgenes ( Se desploma,
con una mano en los ojos)
Él ambiciona esta pobre alma dormida, alimentando con el éxtasis la furia de su lujuria … Pero
he aquí que el éxtasis despierta la lujuria. El corazón de Tarquinio vence la carga. Su corazón es
un redoble de tambor. Sus venas están hinchadas de codicia. Su sangre causa estragos en todo
su cuerpo. Su mano, humeante de deseo, se acerca al seno …
¡Ah!
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
¡Ah!
LUCRECIA
¿Qué sucede?
TARQUINIO
¿No lo adivinas?
LUCRECIA
¿Qué quieres?
TARQUINIO
¿No lo sabes?
LUCRECIA
Ni lo sé ni lo intuyo. Tengo miedo. Me muero de miedo. De repente me has sacado del sueño
más profundo y mis ojos, al abrirse, han creído ver un fantasma. Mi corazón jamás ha latido
tan terriblemente. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?
TARQUINIO
¡A ti!
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LUCRECIA
¿Qué dices?
TARQUINIO
Helo aquí: a ti. Estoy aquí por ti. Tú eres lo que quiero.
LUCRECIA
¡Oh!
TARQUINIO
Es tu culpa. Son tus ojos los que te han traicionado. Es tu belleza la que te ha tendido la trampa
de esta noche. Ahora debes someterte pacientemente a mi deseo. Mi deseo te ha escogido
para mis placeres terrenales. He hecho todo lo que he podido para vencerlo. Pero a medida
que la razón lo mortificaba, tu belleza lo reanimaba.
LUCRECIA
¡Oh, Tarquinio, yo …!
TARQUINIO
Calla. Lo sé. Sé que es un crimen. Soy consciente de las desgracias que traerá este crimen. He
reflexionado en lo profundo de mi alma sobre el ultraje, la vergüenza y el dolor que voy a
causar. Sé lo que vendrá tras esta noche: el oprobio, los desdenes, las enemistades mortales.
Soy consciente de todo eso. La reflexión me dijo todo esto ayer y me lo sigue diciendo hoy
también. Pero mi deseo es sordo.
LUCRECIA
¡Tarquinio!
TARQUINIO
¡No, no! Escúchame, Lucrecia. Sé que tendré remordimientos. Sé cómo surgirán en mí. Y ya he
derramado de antemano las primeras lágrimas de arrepentimiento. (Hace un gesto).
LUCRECIA
¡Detente!
¡Detente! …
LUCRECIA
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LA NARRADORA
¡Por la gentileza!
EL NARRADOR
¡Por la caballerosidad!
LUCRECIA
LA NARRADORA
EL NARRADOR
LUCRECIA
¡Por el cielo!
LA NARRADORA
¡La tierra!
EL NARRADOR
¡Y todo su poder!
LUCRECIA
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
¡Infame! …
LUCRECIA
EL NARRADOR
LA NARRADORA
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Por ella misma, una criatura débil: ¡no le tiendas la trampa!
LUCRECIA
Te he recibido creyendo recibir a Tarquinio. ¿Acaso has tomado sus rasgos para ultrajarlo? …
Imploro a toda la armada celestial: estás insultando al honor, estás degradando el nombre de
un príncipe. No eres quien pareces ser; o, al menos, no tienes el aspecto de aquel que eres, de
lo que debes ser: un rey, Tarquinio, ¡un gran rey!
EL NARRADOR
Si antes de serlo, osas cometer un crimen así, ¿qué no harás cuando seas rey? ¡Reflexiona,
Tarquinio, reflexiona! Los crímenes de los reyes no caen en el olvido con facili dad.
LA NARRADORA
Habrás de tolerar a los criminales más repugnantes pues te verás reflejado en sus crímenes. No
podrás sino temer. Los monarcas justos son estimados. ¡Reflexiona, Tarquinio, rey Tarquinio!
EL NARRADOR
¡Tarquinio rey!
LUCRECIA
¡Rey!
TARQUINIO
¡Basta!
¡Rey!
TARQUINIO
¡Basta! ¡En vano sopláis sobre mí, tú, mi corazón y mi razón! Las llamas débiles pronto las
apaga el viento. Sin embargo, los grandes fuegos (la coge por los hombros), los grandes fuegos
resisten y el viento los alimenta. ¡Yo no soy sino un gran fuego animado por el viento de tu
espanto, el viento de tus suspiros y el viento de tu aliento!
LUCRECIA
¡Rey!
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TARQUINIO
LUCRECIA
TARQUINIO
LUCRECIA
¡Espera! … ¡Escucha! …
TARQUINIO
¡No, no!
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
LUCRECIA
Te escucho …
Lucrecia jadea.
Lucrecia solloza.
¡Qué bellas tus lágrimas! Ah, tus jadeos me estremecen de la cabeza a los pies … ¡Llora, llora,
llora sobre mis ojos! ¡Llora en mi boca! … ¡Jadéame en el corazón! …
LUCRECIA (jadeante)
¡Ah … ah … ah… ah …!
¡Ah … ah … ah… ah …!
TARQUINIO
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¡Escucha nuestros dos corazones! Laten el uno contra el otro. ¡Tan fuerte, tan rápido el uno
como el otro! ¡Al galope! ¡Al galope! ¡Uf, uf, uf, uf! … ¡Ah, esto me encanta! … ¡Ah, estas dos
cosas que están en nosotros, que son nuestras y sin embargo nos son extrañas! …¡Espera,
espera! (La hace girar contra sí mismo) ¡Ah! El tuyo late más deprisa … No, no, no, es el mío. El
mío gana al tuyo. Después el tuyo vuelve a alcanzar al mío. ¡Ah, esta carrera de nuestros dos
corazones! Una cosa te digo: los dos corren hacia un mismo fin. Jamás, nunca el tuyo ha latido
por lo que está latiendo esta noche. ¿Sabes por lo que es? Lucrecia, ¿sabes por qué late?
LUCRECIA
¡No!
TARQUINIO
¡Escucha!
LUCRECIA
¡No!
TARQUINIO
Te lo diré al oído.
LUCRECIA
TARQUINIO
¡Cállate!
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
¡Socorro!
¡Cállate! (saca la espada) Escucha bien lo que te digo. Si me rechazas, te mataré aquí mismo,
en tu cama. Después, degollaré al más vil de tus esclavos y colocaré su cuerpo en tus brazos
muertos y ¡juraré por los dioses que os maté tras ver cómo lo besabas!
¡Aaah!
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
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¡Horror!
LUCRECIA (horrorizada)
¡Aaah!
EL NARRADOR Y LA NARRADORA
¡Horror!
TARQUINIO
¡Cállate! … Te amo. (pone una rodilla en la cama) Te amo. (se inclina sobre Lucrecia) Te amo.
(toma a Lucrecia en sus brazos).
Telón.
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ACTO III
EMILIA
Os digo que no hagáis tanto ruido. ¿Sois las sirvientas o las amigas de la Señora?
SIDONIA
¡Las dos cosas! ¡Las dos cosas! La Señora nos trata como si fuéramos sus amigas.
JULIA
MARÍA
EMILIA
¡Silencio, una vez más! Vuestra alegría es demasiado vistosa y no tiene el tono de esta casa.
¡Es increíble! Ésta es la quinta puerta abierta que nos encontramos abierta. ¿Quién se encarga
de cerrar las puertas de los pasillos?
Es Valerio, ya lo sabes.
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EMILIA
No, no … No, no …
EMILIA
¿Estáis seguras?
¡Lo juramos!
EMILIA
Llegan a la izquierda del escenario. Emilia les hace pasar por delante de ella y bajar al
proscenio.
Julia, ¿quieres sostener la bandeja recta? … ¡Pero no abras la toalla así, María! Te la doy
doblada para que mantenga el calor bien y tú, ¡tú la desdoblas! … ¡Uf! Sidonia lleva el cesto de
fruta bajo el brazo … Y, ¿por qué no a la espalda como un mozo de cuerda? …
SIDONIA
Señorita sabelotodo, en casa de Marcio, donde servía antes de entrar aquí, llevábamo s la fruta
en la cabeza.
EMILIA
SIDONIA
EMILIA
¡Pues muy bien! Si te encuentras a tu antiguo amo, le dices que así ( coge el cesto y lo lleva, con
las dos manos, delante de ella) es como llevamos un cesto en una casa decente. (Le devuelve el
cesto a Sidonia). No, os lo aseguro, la señora es dulce, paciente, llena de buen humor. Pero ella
se percata de todas estos pequeños errores. Y está disgustada … Pues eso … ¿Estamos? ¡Oh,
María, eso no lo había visto! ¡Te sujetas el tirante del delantal con un imperdible! … ¿No sabes
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coserte un botón?
MARÍA
EMILIA
Una muchacha diligente se habría dado cuenta de que estaba en un hilo. ¡Sh, sh, sh!
¡Arréglatelas por lo menos para ocultar la cabeza del imperdible! ¡Ah, la Señora lo ve todo, os
lo aviso! (arregla el tirante) ¿Estamos?
Sí, mi general.
Risas.
Bien, entremos. ¡Y no gritéis los buenos días como si fuerais marchantes de pescado!
Todas se giran hacia la cama, suben, bien juntas, los escalones del proscenio, dan un
paso y dicen:
LAS SIRVIENTAS
¡Buenos días, Señora! (dan un paso más y se detienen; en voz baja) ¡Oh! (se vuelven hacia el
público) La Señora no está despierta.
SIDONIA
MARÍA
JULIA
EMILIA
Giran la cabeza hacia la cama, pegan la oreja y vuelven la cabeza hacia el público. Un
pequeño espacio de tiempo.
SIDONIA
30
EMILIA
Me habría llamado.
MARÍA
EMILIA
JULIA
Quizá, al contrario, esté sumida en un sueño tan bueno, un sueño tan dulce, tan profundo, que
le cueste superar las pendientes.
EMILIA
Se miran todas con indecisión. Por el fondo, a la derecha, entran cuatro sirvientes: el
primero (Valerio) llevando el manto de Tarquinio; el segundo, llevando un cántaro y una copa;
el tercero, una bata; el cuarto, un bollo en un gran plato redondo. Bajan lentamente, entre las
columnas de la derecha, hacia el proscenio.
¡Valerio!
VALERIO
EMILIA
EMILIA
No, nunca le ha sucedido. Nos recibe cada mañana sentada en la cama, riendo … Hoy las
cortinas de la cama están cerradas.
VALERIO
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LAS CUATRO SIRVIENTAS
¿Se ha marchado? …
¡Se ha marchado! …
SEGUNDO SIRVIENTE
TERCER SIRVIENTE
CUARTO SIRVIENTE
EMILIA
VALERIO
Debe hacer tiempo que se marchó. La habitación está fría. Se percibe que no ha dormido allí …
Y se ha dejado el manto en una silla.
LAS SIRVIENTAS
¡Oh!
LOS SIRVIENTES
LAS SIRVIENTAS
EMILIA
¡Qué comportamientos tan extraños! … Presentarse por la noche, pasadas las diez, en una casa
donde no está el dueño … Asegurarse de que una mujer sola se vea obligada a acogerte para
dormir … Y después salir pitando, bastante antes del alba … ¡como un ladrón! …
32
VALERIO
EMILIA
SEGUNDO SIRVIENTE
TERCER SIRVIENTE
O bien …
VALERIO
¡Silencio! Lo organizamos todo para que estuviera en la forma correcta. No tenía más que
llamarme. Ayer por la noche me aseguré de mostrarle mi habitación. ( Dobla el manto y lo
lanza al hombro del tercer sirviente) ¡Toma! Cógelo y llévaselo al tintorero.
EMILIA
¿Entonces? Valerio …
VALERIO
Está durmiendo. Ha debido tener una pesadilla. La cama está toda revuelta. Duerme con la
cabeza en el brazo. Se la ve agotada. Vámonos … Dejémosla dormir. Ha debido tener una
pesadilla.
TODOS
Dejémosla dormir.
Todos se retiran por la izquierda: las cuatro sirvientas –Emilia en primer lugar- después
los cuatro sirvientes –Valerio el último.
Un tiempo.
Vemos un brazo desnudo abrir las cortinas de la cama. Después la cabeza de Lucrecia,
desubicada, con los cabellos dispersos, aparece entre las cortinas.
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LUCRECIA
No, no duermo … No, no duermo … ¿Cómo pretenden que duerma? … Ya no dormiré más …
Nunca más cerraré los ojos … ¡Oh! … (sollozo) La señora no ha tenido una pesadilla, pobrecitas
mías … ¡Por desgracia no ha tenido ninguna pesadilla! … Es real, todo eso es real … ¡Ah, ah,
ah! … ¡Es real! (vuelve a caer en la cama, entre sus cabellos).
LA NARRADORA
LUCRECIA (incorporándose)
¡Ay, herida! …
LA NARRADORA
LUCRECIA
Mi miel está perdida. Ya no me queda nada de los tesoros de mi estío. Mi miel está perdida.
(vuelve a caer sobre la cama).
LA NARRADORA
¿Por qué el gusano se introduce en el capullo virginal? ¿Por qué los sapos envenenan de fango
los manantiales? ¿Por qué la locura se introduce en los pechos nobles? ¿Por qué los reyes
violan sus propios compromisos? ¡Y decir que no existe perfección que no contenga el germen
de la podredumbre! (se sube a su tribuna y se sienta). No queda esperanza de nada. (apoya la
cabeza en las manos).
LUCRECIA
Colatino, si es cierto que soy responsable de tu honor, éste me ha sido arrancado en un asalto
violento.. No soy culpable. Fue en tu honor que acogí a ese hombre. Venía de tu parte. ¿Acaso
podía rechazarle? … Además, se lamentaba de su cansancio … Y hablaba de virtud … ( solloza
sentada al borde de la cama).
LA NARRADORA (levantándose)
Ocasión, ocasión, tú eres la gran culpable: eres tú la que ejecuta la traición del traidor; eres tú
la que guías al lobo justo al lugar donde atrapar al cordero; por muy criminal que sea un
propósito, éste no es nada sin ti que le das vida. No es sino bajo tu sombra donde el mal se
oculta para apoderarse de las pobres almas que pasan a su lado. ( baja al proscenio). ¿Cuándo
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serás amiga de los humildes, de los enfermos, de los pobres, de las personas honradas? … Sin
embargo, el paciente muere mientras que el médico duerme; el huérfano decae mientras el
opresor engorda; la justicia se pone las botas mientras que la viuda llora. La cólera, la envidia,
la traición, la violación encuentran siempre en tu saco todo el tiempo que necesitan. Sin
embargo, la virtud … (se sienta sobre los escalones centrales del proscenio). ¡Ah, para ayudar a
la virtud no te sobra un instante! Eso no viene bien … ¡Eso no, eso nunca! … Y puesto que se
necesita lo inesperado, no era sino Colatino el que debió haber venido anoche en lugar de
Tarquinio … Así es, él es el que debió venir. Sólo que … tú lo retuviste ( se gira un poco hacia
Lucrecia). ¡Pobre mujer!
LUCRECIA
¡Pobre mujer!
EL NARRADOR
LUCRECIA
LA NARRADORA
Los hombres tienen el corazón de mármol. He visto a éste, esta noche, con las mejillas
colgantes, los ojos apagados, las cejas fruncidas, apenado, derrotado, miserable … Gruñía, se
detestaba, maldecía su disfrute desvanecido. Se marchó rendido, sin esperar, en su angustia,
nada más que a la claridad refrescante de la mañana. Llegó el día. Tarquinio olvidó todo.
“¡Que no se me moleste! Voy a dormir un par de horas. Es suficiente, ¡detened las trompetas!
¿Hay vino frío en mi tienda? … Venga, id a jugar a las tabas un poco más lejos … Y tú, ¿qué
quieres? ¡Ah, sí, ya lo tengo! … ¡No, no! Sinvergüenza, tendrás tus cincuenta golpes de fusta,
eso te enseñará a no pasarte por la piedra a las campesinas … ¡Vamos, largo! … Que mi
cocinero me despierte a mediodía paseando bajo mis orificios nasales el olor de una buena
porción de ciervo. ¡Ja, ja, ja, ja!”
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Lucrecia se levanta y se pone de pie delante de su cama.
LUCRECIA
¡Oh! …
LA NARRADORA
Oh tiempo, tutor del bueno y del malo, enséñale a odiar a ese hombre.
¡Oh, oh!
LA NARRADORA
¡Que ese hombre aprenda de ti a maldecir a esta noche maldita! ¡Enturbia sus horas de
descanso con espantoso trance! ¡Que ejércitos de espectros aterroricen sus ojos! ¡Que cada
matojo en su camino se convierta en demonio!
LUCRECIA
LA NARRADORA
¡Que tiemble todos sus días! ¡Que solloce todas sus noches!
LA NARRADORA
LUCRECIA
Para vivir esclavo.
LA NARRADORA
LUCRECIA
¡Ah, te lo suplico! ¡Que se vuelva loco ante su propia sombra! ¡Que intente darse muerte en
cualquier ocasión! ¡Y que no lo consiga jamás! (de pie, tensa, en mitad del proscenio. Después
se relaja, se retuerce las manos). Estoy sufriendo … Estoy sufriendo … Todas estas palabras
vanas no me hacen ningún bien … (más fuerte) ¡Estoy sufriendo! … (gritando) ¡Estoy sufriendo!
…¡Hay fuego en mi! … ¡Aquí! (se golpea el pecho con los puños). Una quemadura atroz … Dios
mío, lo sé … Sé que se sufre en el infierno: no es mi cuerpo el que sufre, es mi alma la que está
ardiendo. ¡Mi alma! (camina perdida por el escenario).
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LA NARRADORA
Tu alma es pura …
¿Qué?
Tú …
¿Yo? … (un espacio de tiempo) No, no he sido yo … (camina, sin verla, hacia la Narradora).
Porque yo siento, lo sé …
LA NARRADORA (retrocediendo)
¡No!
LUCRECIA (avanzando)
¡Sé muy bien … que mi alma, por un instante, esta noche, ha sido traicionada!
LA NARRADORA
¡No!
LUCRECIA
¡Sí! Lo olvidó.
LA NARRADORA
Un minuto de debilidad …
LUCRECIA
No.
LA NARRADORA
Un instante de pavor.
LUCRECIA
¡No! No existe el pavor en un alma sincera. No hay instantes en un alma eterna. Mi alma ha
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sido traicionada. Ahora está ardiendo de vergüenza, se retuerce de asco, arde de orgullo
herido. Arde … Arde … ¿Dónde está? … ¿Dónde está el agua que apague mi alma? … ¿El baño?
… ¿La fuente? … ¿El río? … (se detiene bruscamente, repite, cambiando la voz). El río … (con los
ojos fijos) el torrente vivo … (se vuelve lentamente hacia el fondo, inclina un poco los hombros,
se desploma).
Breve silencio.
LA NARRADORA (gritando)
¡Oh! …
Lego mi honor al cuchillo. Lego mi sangre a Tarquinio. Mi sangre impura, mancillada por él,
será derramada por él. Que se haga constar como su deber en mi testamento.
Estimado Señor, ¿qué te legaré, a ti? … ¡Mi resolución, amado mío! Mi alma, en el cielo; mi
cuerpo, en la tierra: y en lo que respecta a mi reputación, que sea entregada sin temor a
aquellos que vengan tras de mí. (se va, lentamente, hacia el fondo izquierda del escenario y
llama) ¡Emilia! … ¡Emilia! … (regresa junto a la cama).
Un espacio de tiempo.
Emilia entra por la izquierda.
EMILIA
Señora …
Emilia …
EMILIA (emocionada)
Señora …
LUCRECIA
EMILIA
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Hija querida, ¿por qué lloras? ¿Es por el mal que sufro? Que sepas, dulce niña, que no me
encuentro mucho mejor por ello. Si las lágrimas pudiesen al iviar, las mías bastarían.
EMILIA
LUCRECIA
EMILIA
LUCRECIA
EMILIA
LUCRECIA
EMILIA
Sidonia está limpiando la plata. María está en el mercado. Julia está planchando la ropa..
LUCRECIA
Sí, sí, sí …
EMILIA
Pedro está cuidando de los caballos. Valerio ha limpiado la terraza. Ahora está rastrillando el
jardín.
LUCRECIA
EMILIA
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LUCRECIA
EMILIA
LUCRECIA
No.
EMILIA
LUCRECIA
No, no… Hay que hacerlo, con mucho cuidado, como todos los días. Tú te encargarás de ello,
¿verdad?
EMILIA
Sí, Señora.
LUCRECIA
Escucha bien … ¡Ah, es difícil de decir, y sin embargo está tan claro, es tan fácil en mí … Mi
marido … Colatino … tu señor … Es un hombre … encantador … ¡Pero de un desordenado! …
¡Ya lo sabes! … ¿Lo sabes?
EMILIA
¡Oh, sí!
LUCRECIA
Será necesario … hace falta seguirlo discretamente y volver a ordenar, sin hace r ruido, todo lo
que va desordenando … Cuando yo … si … si yo muriera, ¿sabes qué alegraría a mi sombra? …
Verte en esta casa, por donde yo vagaría, como heredera de mis costumbres.
EMILIA
¡Oh, Señora!
LUCRECIA
De todas, de todas. ¡Y son unas cuantas! Sería una penosa herencia. Te encargarías de los
menús. Es muy importante. Es glotón pero pierde tan rápido el apetito … Te encargarías de
abrir y cerrar las ventanas. Se resfría con nada. También pondrás flores en los jarrones.
Muchas flores. Y siempre frescas. No nos dejamos nada … ¡Tendrías - ¡escucha bien!- pánico al
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polvo!
EMILIA
Lo tengo, Señora.
LUCRECIA
¡No lo suficiente! ¡No lo suficiente! … ¡Es de una naturaleza tan burlona! … Lo expulsas por la
puerta, vuelve a entrar por la ventana. Lo derrotas, vuelve a la carga. Dejas una habitación
limpia. Vuelves a entrar en cinco minutos: hay que hacerlo todo de nuevo. Lo sabes bien,
¿verdad? Pero, bueno, no seamos maniáticas. Aunque la limpieza, querida hija, ay, la limpieza
es una cosa infinita …
En fin … Ahora, vísteme.
Emilia va a salir.
EMILIA
Escucha … Me gustaría ponerme de negro, sí, sí, el vestido de luto de mi madre. Estoy triste, ya
lo ves. Ése me irá hoy mejor que ningún otro.
EMILIA
LUCRECIA
Calla, hija mía. Déjame llevar mis penas sola. Entiéndelo, sería demasiado fácil ser una gran
dama por nacimiento, gracias a la fortuna, en la alegría. Hoy, sin embargo, tengo que ser una
gran dama desgraciada. Vete pues … Y mándame a Valerio.
¡Oh, Roma! … ¡Leyenda! … ¡Historia! ¡Lengua! ¡Mesura! ¡Alma romana! … ¡Qué adiestramiento
nos proporcionáis para la desgracia! … No he dormido, he sufrido, he llorado todas las lágrimas
de mi cuerpo, y sin embargo, me siento fuerte y mi corazón late a ritmo normal. Me doy
cuenta de que toda la felicidad vital que gocé antes de hoy esta mañana fluía como los ojo s de
un gran río hasta este mar de dolor en el que ahora naufrago. ¿Intentaré ponerme a salvo? No,
no: zozobraré, me hundiré con calma y blancura …
Un día, navegando frente a las costas de Baia 1, vi en el fondo del agua una estatua de Minerva,
vestigio de un navío que se hundió hace un siglo … Es preciso que yo misma mantenga los ojos
fijos en esta estatua de mármol blanco hasta el final, sentada, como la madre del silencio,
1
Célebre balneario de la época romana en la región de Campania.
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entre las hierbas submarinas.
Llaman.
¡Sí!
VALERIO
¡Aaaah! …
VALERIO
VALERIO
LUCRECIA
VALERIO
LUCRECIA
VALERIO
Sí, Señora.
LUCRECIA
Te presentarás ante tu señor y le dirás esto: “Noble esposo de la indigna mujer que se dirige a
ti a través de mi voz, ¡te saludo! Dígnate, si acaso deseas volver a ver a tu Lucrecia, dígnate
acudir junto a ella. Ella te llama a grandes gritos desde el interior de vuestra desgraciada casa”.
VALERIO
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¡Señora!
LUCRECIA
Valerio va a salir, se aparta para dejar entrar a las sirvientas, después sale por la
derecha.
Entran las cuatro sirvientas.
Emilia va a buscar una banqueta a la tarima, a los pies de la cama.
Sidonia, María y Julia hacen una reverencia.
Emilia se pone a peinarla, Julia la calza, María le arregla las manos. Sidonia espera,
inmóvil, con el vestido negro en el brazo.
No, Señora.
LUCRECIA
Hay que hablar, contadme todas esas pequeñas cosas buenas y cotidianas que dilatan cada
mañana, en esta misma habitación, el canto de los pájaros … ¿No?
No, Señora.
LUCRECIA
Vamos, vamos …
No … No, Señora.
LUCRECIA
¡Vale! ¡Pues yo os voy a contar un cotilleo, uno bueno! Porque aún nadie lo sabe … Emilia se va
a casar con Valerio a final de año.
EMILIA
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¡Oh!
MARÍA
Lo sospechábamos, Señora.
JULIA Y SIDONIA
LUCRECIA
LUCRECIA
Habrá que celebrar una bonita boda. Muy alegre. Muy divertida. Muy joven.
Telón.
44
ACTO IV
Van a suceder grandes cosas. Roma lo presiente. Roma lo espera. Roma se prepara para ello.
Esta mañana, todos los romanos han salido de sus casas con el pie izquierdo. Todos se han
percatado de ello. A todos les ha dado un vuelco el corazón. Y todos han vuelto a entrar en sus
casas para volver a salir con el pie derecho.
A todos les faltará un paso hasta esta noche. Caminarán con prudencia hasta esta noche como
con una especie de restricción, cojeando por así decirlo. Caminan por las calles preguntándose
con la mirada, con el lomo arqueado, con la mano rodeando la oreja. Por si acaso, se
asegurarán de pasar por el foro en todos sus recorridos.
Los sirvientes acaban de quemar ropa de cama al fondo del jardín: las sábanas, las almohadas,
los cojines, el colchón y la colcha de seda verde.
EL NARRADOR
Valerio, que partió al trote a lomos de una gran potranca vieja, acaba de regresar al galope a
lomos de un caballo de tropa … En el camino de Ardea, Colatino y Bruto cabalgan uno al lado
del otro. Bruto intenta bromear en vano.
LA NARRADORA
Lucrecia …
EL NARRADOR (interrumpiéndola)
LA NARRADORA
No, no … ¿Tarquinio?
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EL NARRADOR
Tarquinio está durmiendo en su tienda, acostado sobre el vientre, roncando sobre sus cabellos
negros.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
LA NARRADORA (interrumpiéndolo)
… cosas tristes.
EL NARRADOR
¡Grandes!
LA NARRADORA
¡Tristes!
EL NARRADOR
¡Tristes y grandes!
¡Grandes y tristes!
¡Aaaah!
¡Ya empieza!
EL NARRADOR
¡Escuchad!
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OTRA VOZ (más lejos, interrogativa)
…? (cuatro sílabas).
…! (tres sílabas).
EL NARRADOR
¿Lo oís?
LA NARRADORA
¡Por desgracia!
EL NARRADOR
El ruido recorre Roma … No se sabe cuál este ruido que corre, pero lo oímos, lo vemos correr …
Lo veo correr por la ciudad como el viento por la hierba.
¿Qué sucede?
¿Qué sucede?
¿Qué sucede?
Un tambor a lo lejos
El Narrador ha ido siguiendo con el oído el alejamiento de las voces.
Cuando suena el tambor, se sube a su tribuna.
EL NARRADOR
He aquí Roma en estado de historia. La gran Roma está en historia. Atenas, en otro tiempo, en
sus grandes momentos, lo fue en belleza; Babilonia, en amor; Troya, en alarmas. Un día Berlín
estará en guerra y París, en revolución. Roma, hoy, está en historia. ¡Qué alto destino ser de
Roma! Donde quiera que plantemos el pie, caminamos, por así decirlo, sobre un p aso
histórico. (con entusiasmo). ¡Aaah!
Un espacio de tiempo.
LA NARRADORA
Una mujer buena va a morir. (se levanta y sube al proscenio). Una mujer tan buena …
EL NARRADOR
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Una noble, una gran dama.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
Eso es heroico.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
Sí.
LA NARRADORA
Es horrible.
EL NARRADOR
No es alegre.
Breve pausa.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
¿Qué quieres? … Está escrito … (señala, de lejos, el libro que la Narradora dejó en su tribuna en
el acto segundo). Está escrito en tu gran libro.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
¡Lee, léelo! Página cincuenta y dos: “… cultrum, quem sub veste abditum habebat …”.
LA NARRADORA
No lo entiendo.
EL NARRADOR
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LA NARRADORA
No lo entiendo. No lo entiendo.
EL NARRADOR
Tito Livio … Historia romana.
LA NARRADORA
No, no, no. Eso no ocurrió así, ¡con esa frialdad pomposa! Escucha … (con suavidad). ¡Escucha!
… (con ternura). “Poor bird …”.
EL NARRADOR
No lo capto.
LA NARRADORA
EL NARRADOR
No lo veo …
LA NARRADORA
EL NARRADOR
LA NARRADORA
LA NARRADORA (interrumpiéndolo)
LA NARRADORA
¡Me aburres con la historia! ¡Ah, el remedio adecuado, ciertamente, la medicina adecuada
antes que la muerte! ¡Menuda ganga comprar a precio de muerte la privación de los males de
la vida! …
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EL NARRADOR
LA NARRADORA
¡Oh, dime! Es preciso … Ay, vamos a dejarla vivir, ¿no? Ella se irá … Ellos se irán, se irán al
campo.
EL NARRADOR
LA NARRADORA
Allí se le cerrará; sobre la hierba, bajo los árboles, bajo el canto de los pájaros. ¿No? ¿No es
así? … Colatino tiene un gran corazón …
EL NARRADOR
LA NARRADORA
¡Ay, pobre pajarillo! … Poor bird … Triste hermana de Filomena, cuyo canto recuerda una
violación … Filomena, oh ruiseñor, harás tu bosquecillo de la cabellera de Lucrecia.
EL NARRADOR
¡Estás soñando! …
LA NARRADORA
¿De qué servirá esta muerte? ¿De qué? A ti te lo pregunto … ( se vuelve hacia el público y se
coloca la máscara sobre la frente). Te lo pregunto … ¿A qué pecadora a punto de cometer la
falta detendrá esta muerte? ¿A qué criminal detendrá en el umbral del crimen? … ¿No es
cierto? ¿No es cierto? … Ella encontrará, descubrirá cierta soledad profunda, alejada de todo
camino, donde el pájaro le enseñará a cantar de nuevo cada noche. ¿No es cierto?
EL NARRADOR
¡Atención! … ¡Calla!
¿No es así?
EL NARRADOR
¡Cálmate!
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LA NARRADORA
¡Qué desgracia!
EL NARRADOR
¡Vamos!
LA NARRADORA
¡Vamos!
Cada uno vuelve a subir a su tribuna y mira hacia la puerta de la parte frontal del
escenario, a la izquierda. Ruido de multitud en esa puerta).
VOCES MASCULINAS
¡En orden!
LA MUJER
¡En masa!
VOCES FEMENINAS
¡En masa!
EL HOMBRE
¡Con lentitud!
LA MUJER
EL HOMBRE
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¡Preparémonos! ¡Pongámonos en orden! Mantengámonos en silencio ante este umbral que
ningún indicio nos hace creer contaminado.
LA MUJER
EL HOMBRE
VOCES FEMENINAS
¡Queremos ver!
VOCES MASCULINAS
¡Silencio!
¿Queréis callaros? ... ¿Queréis marcharos de ahí? ... Sí, ¿queréis salir pitando de aquí?
LA MUJER
La calle es de todos.
VALERIO
Pero las casas son de aquéllos que las poseen, supongo. Vuestros berridos se sienten desde el
sótano al desván.
LA MUJER
LAS MUJERES
¡Gritemos! ¡Ahhh!
EL HOMBRE
¡Silencio, mujeres! ¡Sujetad las riendas de esa yegua que piafa dentro de vosotras!
VALERIO
52
¡Ahhh!
LA NARRADORA
La multitud murmura.
EL NARRADOR
No es la curiosidad lo que les ha traído hasta aquí. Y mucho menos el gusto por el escándalo.
Sino una gran sed de justicia, de orden, de honestidad: esa gran sed romana que abre todas las
bocas romanas en ciertos momentos áridos de la historia romana.
EL HOMBRE
Habla, Valerio.
LA MUJER
Veamos, habla.
EL HOMBRE
¿Qué ocurre?
LA MUJER
¿Qué ocurre?
TODOS
¿Qué ocurre?
VALERIO
LA MUJER
¿Lucrecia?
LAS MUJERES
¿Lucrecia?
TODOS
¿Es Lucrecia?
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VALERIO
¡Silencio! (sale)
EL NARRADOR
¡Al foro! ¡Cesad toda actividad! … ¡Zapateros! ¡Sastres! ¡Carpinteros! ¡Pintores! ¡Bataneros!
¡Pañeros! ¡Tejedores! ¡Toneleros! ¡Todo el mundo al foro, tras ellos!¡También los esclavos!
¡Los esclavos tras ellos! ¡Hay liberación en el aire! ¡Las mujeres también!
LA NARRADORA
¡Que las mujeres vuelvan a sus casas! … Sí, sí que vuelvan a sus casas. ¡Ah! Eso es, eso es,
conozco la canción: “¡Abajo el tirano!” En la plaza grande, justo a mediodía. Pero, a mediodía,
si la mesa no está puesta, diez mil tiranos sacuden a sus mujeres en casa … ¡Regresad!
¡Regresad!
EL NARRADOR
¡Al foro!
LA NARRADORA
¡Volved!
EL NARRADOR
¡Llenad el foro! … ¡Así! ¡Así! ¡Así! … ¡Sed como una marea humana! … Escuchad …
¡Se dice que los crímenes de los grandes son dos veces criminales!
VALERIO
¿Has entendido?
EL SIRVIENTE
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Sí.
VALERIO
MARÍA
Sí, Valerio.
VALERIO
¿Qué es eso?
MARÍA
Leche.
MARÍA
VALERIO
MARÍA
Pero ...La señora no se la va a beber. Emilia es la que me lo ha dicho ... La señora no quiere
tomar nada.
VALERIO
¡Haz que la calienten!
¡Julia! ...¡Sidonia! ... ¿Qué hacéis ahí, en ese rincón? (da unos pasos hacia ellas)
SIDONIA (angustiada)
Nada, nada, Valerio ... No sabemos dónde meternos. No sabemos qué hacer con nosotras.
VALERIO
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¿Estáis llorando?
SIDONIA
VALERIO
No hay razón para llorar. Es indiscreto. Debéis apoyar a la Señora con vuestra calma y silencio.
Eso es lo deseable cuando se es una sirvienta. ¡Venga!
El ruido de la escoba sobre el suelo, la vista de la ropa blanca, de una vajilla deslumbrante
pueden hacer más por sacar a la Señora de donde está que los gritos más trágicos.
EL SIRVIENTE
¡Valerio!
VALERIO
No estoy sordo.
Valerio ...
VALERIO
¿Sí?
EL SIRVIENTE
El cocinero pide que le envíes la llave de la bodega para el vino.
VALERIO
EL SIRVIENTE
Pero ...
VALERIO
No hay más comentarios que valgan con los pinches. Di lo que tienes que decir, da media
vuelta y trabaja, ¿eh? ... ¡Trabaja!
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Vuelve María por la izquierda en primer plano.
Le acerca la taza a Valerio, que pone la mano.
¡Bien! Con el tiempo que te ha llevado, estará en su punto ... ¡Muy bien! ...
MARÍA
VALERIO
MARÍA
Sí, Valerio.
VALERIO
MARÍA
VALERIO
SIDONIA
EMILIA
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VALERIO
EMILIA
Sí ... (estalla en sollozos). Perdóname, Valerio. Llevo dos horas sonriendo ahí arriba ... dos
horas, sin parar.
VALERIO
EMILIA
Colatino ...
EL NARRADOR
LA NARRADORA
EL NARRADOR
LA NARRADORA
¡Colatino!
EL NARRADOR
¡Colatino!
LOS DOS
LA NARRADORA
58
¿Quién es el hombre que cabalga a su lado?
EL NARRADOR
EL HOMBRE
LA MUJER
LA MULTITUD
EMILIA
VALERIO
VALERIO (a Emilia)
¡Ve, rápido!
59
Emilia sale, corriendo, por el fondo a la derecha.
VALERIO
¡Calma!
VALERIO
¡Sí, sí!
COLATINO
VALERIO
En su habitación, Señor.
COLATINO
¿Enferma?
VALERIO
No, Señor.
BRUTO
VALERIO
BRUTO
COLATINO
¡Subamos!
60
VALERIO
Te pido perdón, Señor, pero la Señora ha pedido que el Señor la espere aquí.
COLATINO
VALERIO
Señor, no lo sé.
BRUTO
COLATINO
VALERIO
Sí, Señor.
COLATINO
VALERIO
Yo ... Ya no me acuerdo.
COLATINO
¡Tú! ... ¡La memoria en persona! ... ¡La exactitud hecha carne! ( a Bruto) Hay momentos en que
a uno le encantaría tener sirvientes indiscretos.
VALERIO
BRUTO
COLATINO
Eso no va con ella en absoluto. ¿Crees tú que es de esas mujeres? ... ( se detiene y da un paso
hacia las sirvientas).¡ Sin embargo, estas chicas han llorado! ...
LAS SIRVIENTAS
61
No, Señor.
COLATINO
Por poca cosa continuarían llorando. Las lágrimas les inflan los párpados ... Ay, eso. ¡Subamos!
Da un paso pero Lucrecia entra por la derecha vestida de negro sostenida por Emilia y
por María, que la ayudan a subir al estrado. Al bajar se quedan de pie a la derecha.
Colatino se reúne lentamente con Lucrecia en medio del estrado.
A una señal de Valerio, todos los sirvientes y sirvientas que están en el escenario (salvo
Emilia) salen sin hacer ruido.
Bruto está abajo y a la izquierda del estrado. Colatino se acerca a Lucrecia , la coge de
las manos y la mira.
Valerio y Emilia agachan la cabeza.
Colatino conduce a Lucrecia hacia sí y la abraza con pasión.
Valerio y Emilia se giran y se disponen a salir.
LUCRECIA (soltándose)
COLATINO
Sí.
¿Qué extraño mal te ha sobrevenido que estás tan temblorosa? ¿Cuál es la pena que ha
devorado tus bellos colores? ¿Por qué estás vestida de duelo? Querida mía, querida mía,
cuéntanos cuál es tu sufrimiento para que podamos ponerle remedio.
LUCRECIA
Yo ... pensaba que estaba preparada ... ¿Te importa esperar un poco?
Sí, sí.
Lucrecia suspira.
Murmullo detrás del teatro.
LUCRECIA
¡No, no, no! ... Ese murmullo me da fuerzas. Esas voces hacen que me decida a hablar. Es
preciso que abramos esta casa tan grande al pueblo despiadado.
COLATINO
62
Mi querida esposa ...
LUCRECIA
¡Que entren!
COLATINO
Silencio brusco.
LUCRECIA
¡Que llenen el vestíbulo! Que permanezcan de pie, sin odio y sin lástima, que me juzguen para
siempre.
Unas pocas palabras bastarán ... Unas pocas palabras deben bastar. En este momento tengo
más dolor que palabras. Si tuviera que nombrar todos mis males, ya no tendría suficiente voz
... Querido esposo, un extraño ... un extraño ... (solloza y baja la cabeza)
LUCRECIA
¿Esta noche?
LUCRECIA
Emilia la sostiene.
BRUTO
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¡Silencio!
COLATINO (a Valerio)
VALERIO
COLATINO
¿Tarquinio vino? (a Bruto) ¿Tarquinio ...? ¡Menudo disparate! (a Valerio) ¡No esta noche! La
noche anterior, con nosotros.
VALERIO
LA MULTITUD
COLATINO (a Bruto)
¡Es curioso!
BRUTO
¡Ah, lo veo, ...! Creo verlo. ¡Ay, ay! ... Se siente preparado para ser rey. Me lo ha dicho. Él
mismo me ha dicho que eso le impedía dormir ... Sí, sí, piensa que la situación en Roma es
contraria a su padre ...
LA MULTITUD (riendo)
¡Ja, ja!
BRUTO
LA MULTITUD
¡Ja, ja!
BRUTO
Pero como sabe que tenemos la ingenuidad de ser leales, se da un gran paseo, para acercarse
a nosotros, a través de nuestras mujeres.
LA MULTITUD
64
¡Ja, ja, ja, ja!
COLATINO
VALERIO
COLATINO
VALERIO
Sí.
COLATINO
¿A solas?
VALERIO
COLATINO
¿Y dijo ...?
VALERIO (dudando)
¿Emilia ... ?
BRUTO
¡Evidentemente!
EMILIA
BRUTO
65
(a Colatino) ¡Está claro!
LUCRECIA
COLATINO
BRUTO
No, Señor.
COLATINO y BRUTO
¿Cómo?
VALERIO
COLATINO y BRUTO
¿Cómo?
VALERIO
Se quedó.
COLATINO
¿Aquí?
VALERIO
Sí.
COLATINO
¿Por la noche?
VALERIO
Sí.
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COLATINO
¿Toda la noche?
VALERIO
Sí.
COLATINO
COLATINO
Cuando lo he visto esta mañana, a caballo ... Esta mañana, cuando lo he visto regresar a
caballo, era de aquí de donde ...? ¡Ay, ay, Lucrecia, se ha atrevido ... se ha atrevido a cortejarte
... se ha atrevido a decirte palabras de amor ...
Sollozo de Lucrecia.
Eso no es nada ... mi pequeña, mi querida, eso no es nada, te lo juro; eso no es nada en
absoluto. Eso es vergonzoso sólo para él. No es capaz de ver a una mujer sin de repente
imaginarse ... Es muy conocido por ello. Venga ... Lucrecia, querida mía, no llores más así.
Sollozo de Lucrecia.
¡Te lo ruego, no llores más así! Pero, veamos, veamos, veamos, ¿por qué lloras así? ... ¿Por qué
...? (bruscamente) ¡Ahh! ... ¿Qué ...? ¡No es posible! ¡Qué, qué! ... ¡Bruto!
BRUTO
¡Caramba ...!
COLATINO
¡Ahh!
LUCRECIA
LA MULTITUD
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¡Ahh!
LUCRECIA
EMILIA
¡Señora ...!
Él no escuchó, ¿no es así? ... ¿Acaso no oyó nada? ¿Acaso no quiso oír ...? Siguió hasta el final
el muy perro, ¿no es así?
¡Ay, miseria ...! (cambiando el tono) ¿Hasta el final? Dímelo, dímelo, ¿hasta el final?
BRUTO
LA MULTITUD
¡Ahh!
VALERIO
¡Silencio!
EMILIA
Está muerta.
VALERIO (a la multitud)
Está muerta.
LA MULTITUD
Está muerta.
Silencio. Bruto se sube al estrado, se inclina sobre Lucrecia, regresa al medio del
estrado girándose después mitad hacia la multitud, mitad hacia el público.
BRUTO
Está muerta. Tarquinio la ha matado. Tarquinio acaba de matarla ante nuestros ojos. Él
duerme, sí, sí, está durmiendo en su tienda, allí ... pero en realidad está aquí, vive y respira
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aquí. ¿Lo veis? ... ¿Lo veis entrar en esta casa, esta noche, elevando el brazo en el umbral para
que el viento seque de sus axilas el olor salvaje de su sudor? ¡Jabalí, jabalí! ¡Oh sucia bestia de
jabalí!
LA MULTITUD
¡Ahh!
BRUTO
Él duerme, agotado ya sabéis por qué repugnante fatiga. Lanzó contra esta mujer una
artimaña, una violencia , un ansia, una pasión, que jamás ningún soldado se atrevió a lanzar
contra ninguna ciudad enemiga. Y esta mujer era la esposa de su amigo. ¡Es un monstruo!
LA MULTITUD
BRUTO
Si beso el hierro de este cuchillo, todos vosotros lo besáis por mi boca. Yo solo tendré los
labios rojos, pero todos vosotros sentiréis entre los vuestros el sabor de la sangre. (besa el
cuchillo) ¡Ved, ved! Vedme maquillado, como Tarquinio. Tengo rojo en los labios como
Tarquinio. No me secaré los labios antes de que los labios de Tarquinio se vuelvan blancos,
blancos como la muerte.
LA MULTITUD
BRUTO
¡Vamos, marchemos! (a Colatino) Ponte en pie, camarada. (Se agacha y coge en brazos el
cuerpo de Lucrecia) ¡Marchemos! ... ¡Existe una mujer como ésta de aquí, noble y pura como
ésta, a la que Tarquinio viola todos los días! ¡Y es la madre de todos nosotros! ¡Es Roma!
Tambor y campanas.
LA MULTITUD
Telón
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