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LA

VIOLACIÓN
DE
LUCRECIA
André Obey

Drama en cuatro actos según el poema de Shakespeare.

Traducido por Enrique del Cerro Calderón

enriquedelcerro@yahoo.es

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Acto I

En el proscenio, delante del telón.


Dos soldados romanos están de guardia, uno a la izquierda, otro a la derecha.
A la derecha, la puerta bien iluminada de una tienda romana. En la tienda se oyen
risas, aclamaciones y aplausos.

SOLDADO PRIMERO (a la izquierda)

¡Psss!

SOLDADO SEGUNDO (a la derecha)

¡Eh!

SOLDADO PRIMERO

¿Qué ocurre ahí adentro?

SOLDADO SEGUNDO

Es el teniente Colatino que está recibiendo a sus amigos.

SOLDADO PRIMERO

¡Ah!, ¡ah! … Están aquí para que la guerra no sea demasiado dura.

SOLDADO SEGUNDO

¿Quién te impide criticar?

Aclamaciones.

SOLDADO PRIMERO

¿Por qué arman tanto jaleo?

SOLDADO SEGUNDO

Están contentos, supongo.

SOLDADO PRIMERO

¿Por qué razón?

SOLDADO SEGUNDO

Olvidaron decírmelo.

SOLDADO PRIMERO

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¿Qué están haciendo?

SOLDADO SEGUNDO

Están bebiendo.

SOLDADO PRIMERO

¡Qué suerte!

Alegre alboroto en la tienda.

¿Cuántos son?

SOLDADO SEGUNDO

¡Escucha! (da un paso y se acerca con prudencia hacia la luz). Estoy viendo al señor Tarquinio.

SOLDADO PRIMERO

¡Oye!, ¡oye! ¡Ten cuidado! No le gusta que nos mezclemos en sus asuntillos.

SOLDADO SEGUNDO (acercándose a la tienda)

Está Colatino, como tiene que ser … ¡Sicinio! … (se ríe) ¡Ah!, ¡ah! y además Bruto … ¡Junio
Bruto!

SOLDADO PRIMERO

¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! … ¡Ese buen Bruto! ¡Es un pieza, ya sabes!

SOLDADO SEGUNDO

Aún hay otro más al que no le veo la cara … Eso hacen cinco.

SOLDADO PRIMERO

¿Sí? ¡Pues sí que! ¡Hacen ruido como si fueran cuarenta!

SOLDADO SEGUNDO

Uno de los cinco no hace nada de ruido, créetelo.

SOLDADO PRIMERO

Ése es Tarquinio, ¿no?

SOLDADO SEGUNDO

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¿Cómo lo sabes?

SOLDADO PRIMERO

¡Ya lo conocemos! Es un hombre que nunca está satisfecho. ¿Lo has visto reír alguna vez?

SOLDADO SEGUNDO

¡Cuidado! Bruto se levanta. Va a hablar. Calla que te transmita el discurso.

Silencio. Escuchamos en la tienda la inflexión de una voz oratoria. El soldado segundo


se gira.

SOLDADO PRIMERO

¿Qué dice?

SOLDADO SEGUNDO

¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! ¡Dichoso Bruto!

Discurso.

¡Ah! ¡Vaya!

SOLDADO PRIMERO

¿Qué? … ¿Qué?

SOLDADO SEGUNDO

¡Déjame escuchar!

Fin de un periodo de oratoria. Aplausos.

¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! (aprovecha los aplausos para soltarle su traducción al soldado primero). ¡Vaya,
vaya! ... Todos se fueron a Roma, anteanoche. Sí, todos. Y otros. Sin avisar. Una especie de
incursión, ¡figúrate! Me falta decirte que habían hecho una apuesta. ¡Sí! Habían apostado
sobre la virtud de sus mujeres. ¡Ah!, ¡ah! ¡Dichoso Bruto! … ¡Parece que lo han pasado bien!

SOLDADO PRIMERO

¿Sí?

SOLDADO SEGUNDO

¡Silencio, Bruto vuelve a empezar!

Reanudación del discurso de Bruto. El segundo soldado transmite al vuelo cada frase.

… “Cornelia daba una cena”.

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SOLDADO PRIMERO (riendo)

¡Ja!, ¡ja!

SOLDADO SEGUNDO

... “Ligeia estaba en un baile”

SOLDADO PRIMERO

¡Jo!, ¡jo!

SOLDADO SEGUNDO

… “Calpurnia” ¡Oh! … “ … estaba acostada, totalmente desnuda …”

SOLDADO PRIMERO

¡Ju!, ¡ju!

SOLDADO SEGUNDO

… “atravesada en la cama. ¡Borracha como una cuba!. En cuanto a Porcia …”

SOLDADO PRIMERO

¿Qué?

SOLDADO SEGUNDO

¡La buscaron durante una hora sin poder ponerle la mano encima!

SOLDADO PRIMERO (entusiasmado)

¡Jo! … ¡jo! … ¡jo! … ¡Más!, ¡más!

Discurso de Bruto, en la tienda.

¿Qué?

SOLDADO SEGUNDO

¡Calla!

SOLDADO PRIMERO

¿Qué dice?

SOLDADO SEGUNDO

¿Te quieres callar?

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Discurso de Bruto, lento y grave. El soldado segundo se pone a susurrar cambiando la
voz.

¡Eso! … ¡Ah! Eso … Sí, eso … ¡Ah! Eso ha debido agradarle al valiente Colatino … ( al soldado
primero) ¡Vaya! La mujer de Colatino ...

SOLDADO PRIMERO

¿Lucrecia?

SOLDADO SEGUNDO

Sí, Lucrecia … La encontraron sentada, hilando lana rodeada de sus sirvientas… ¡Ah! Eso está
bien.

SOLDADO PRIMERO

Entonces, ¿ganó Colatino?

SOLDADO SEGUNDO

¡Escucha! (pegando la oreja a la tienda) Dice que jamás había visto nada más bello … más
tranquilo … más firme … (cambiando de tono). Pero, ¿por qué Tarquinio pone tan mala cara?

SOLDADO PRIMERO

¡Está celoso!

SOLDADO SEGUNDO

¿Celoso? … Y, ¿de quién?

SOLDADO PRIMERO

¡De Colatino! Se preguntará, “¿cómo es posible que un oficial de pacotilla tenga una mujer tan
bella como ésta y yo, el hijo de un rey, aún no haya encontrado con quien casarme? ¡Es una
vergüenza!”

SOLDADO SEGUNDO (incrédulo)

¡Vamos!, ¡vamos!

SOLDADO PRIMERO

¡Yo conozco a ese ciudadano! … El año pasado formé parte de su escolta …

SOLDADO SEGUNDO

¡Chitón! ¡Basta! … ¡Bruto está espléndido! Está contando cómo ocurrió todo: Lucrecia en su
casa … las sirvientas … la velada. ¡Es un orador este tipo! … ¡Ah, si quisiera! … ( escuchando)

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¡Oh! … ¡Oh! … Oh! … Dice que era un verdadero espectáculo romano … a la vez que pleno de
honor (no, me equivoco: de grandeza) y de simplicidad. ( Con entusiasmo) Escucha esto: “el
hombre … puede llevarse toda su valentía al campo de batalla si deja en casa la virtud de una
mujer como ésa! …” (entusiasmado) ¡Ah!, ¡bravo!

SOLDADO PRIMERO

¡Sí!, ¡bravo!

Aclamaciones entre bastidores.

La aclaman, ¿lo oyes?

LOS DOS SOLDADOS (alegres)

¡Viva Lucrecia!, ¡viva Lucrecia!, ¡viva la casta Lucrecia!

SOLDADO SEGUNDO

¡Cuidado! ¡Tarquinio!

Se aleja a toda prisa de la tienda.


Los dos soldados se quedan inmóviles cada uno en su sitio.
Vemos a Tarquinio salir de la tienda alejándose lentamente, después se pone a
recorrer el proscenio con aire inquietante.
Pasa un poco de tiempo.
Barullo de voces al lado de la puerta de la tienda.
Tarquinio se retira hacia la izquierda.
Algunos oficiales romanos salen alegremente de la tienda felicitando por última vez a
Colatino, que les acompaña hasta el umbral.

LOS OFICIALES

¡Vamos, buenas noches, hombre feliz!


¡Buenas noches, buenas noches, marido feliz!
¡El marido más feliz de Roma!

COLATINO

Buenas noches, buenas noches, amigos. Y, ¡gracias, querido Bruto!

BRUTO

Río con frecuencia, ya lo sabes.

Colatino y los oficiales estallan en risas.

Sí, por supuesto, me encanta reír, bromear, lo mismo que burlarme de la gente. Pero también
sabes, supongo, que todo lo que se refiere a Roma y a su fuerza y gloria me resulta serio y
grave. Mi queridísimo Colatino, tu Lucrecia es el adorno más bello de Roma.

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TODOS

¡Es cierto! ¡Es cierto!

BRUTO (abrazando a Colatino)

Vamos, buenas noches.

TODOS

¡Buenas noches! ¡Buenas noches!

Los oficiales se alejan conversando.


Colatino les sigue un instante al umbral de su tienda. Después vuelve a entrar
cantando.
Pasa un poco de tiempo.
Tarquinio, saliendo de la penumbra, se acerca despacio a la tienda.
Trompeta a lo lejos. - La tienda de Colatino se apaga. El proscenio ya no está iluminado
sino por el reflejo rojo del fuego de campamento.- Trompeta muy lejos.

TARQUINIO (al soldado primero)

¡Eh!

SOLDADO PRIMERO
¡Señor!

TARQUINIO

Mi caballo.

Salen los soldados. Tarquinio les sigue a paso lento.


Un tiempo.
El telón se levanta sobre una sala de la casa de Colatino.
Al fondo, sobre una tarima, Lucrecia está sentada en medio de sus mujeres hilando
lana.
A la derecha, en primer plano, la Narradora, enmascarada, está sentada en el suelo,
contra la pared, con la cabeza vuelta hacia Lucrecia.
A cada extremo del proscenio hay una tribuna alta y pesada, la de la derecha para la
Narradora, la de la izquierda para el Narrador.

LA NARRADORA

Está hilando. Como todas las noches, como cada noche, como ayer por la noche. Lucrecia hila
la lana en medio de sus mujeres. Ha cenado sola, silenciosa y sonriente. Es un poco glotona. La
trucha rellena estaba realmente deliciosa. Tras la cena, fue a felicitar a la cocinera. Encontró la
gran cocina blanca ya lavada, aclarada, lijada, fresca y lista para mañana. Y, como es de
suponer, sin el mínimo olor a pescado. ¡Lucrecia tiene un olfato fino! Acaba de hacer las
cuentas con el mayordomo. Ha llamado a sus mujeres. Y ahora está hilando. Son las diez de la
noche. Y todo va bien en la mejor casa de Roma.

Las sirvientas:

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JULIA

Emilia está liando la lana.

EMILIA

Y Sidonia la rompe, la que no es óptima.

SIDONIA

María está pensando en su enamorado.

MARÍA

Y Julia está bostezando. ¡Cómo bosteza!

SIDONIA, EMILIA Y MARÍA

¡Ved, señora, cómo bosteza!

Risas de Lucrecia y de las sirvientas.

EL NARRADOR (entrando por la izquierda, enmascarado)

Ha partido. Tarquinio ha partido. El Señor Tarquinio ha partido. El hijo del rey ha dejado el
ejército. El futuro rey de Roma deja atrás el campamento, deja atrás su puesto, abandona a la
guerra misma sin decírselo a nadie. La noche pasada trae a sus oficiales a no sé qué expedición
burlesca. Esta noche parte en solitario y me temo que para nada bueno. Sí, sí, sí, tengo miedo.
Galopa. ¡Cómo galopa! ¿Oís? ¿Oís los cuatro hierros de su caballo repicar sobre los adoquines
de la vía romana?
¿Adónde va? Pero, ¿dónde va? ¡Va a reventar al caballo! ¡Jamás se ha visto impulsar a un
caballo de esa forma!

SIDONIA

Veintisiete …veintiocho … veintinueve … treinta …

EMILIA

¡Cállate!

SIDONIA

Treinta y uno … treinta y dos …

EMILIA, MARÍA y JULIA

¡Cállate! ¡Cállate!

SIDONIA

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Estoy contando los puntos.

EMILIA

Cuéntalos en voz baja.

EL NARRADOR

¡Aúpa! … El caballo acaba de tropezar … ¡Ah! Creí que era un trompazo! … ¡Al paso, Tarquinio,
vamos, al paso! Eso es. Eso es. Bueno, ¡ése no es infeliz! Escucha cómo resopla tu caballo.
Siente cómo sus flancos te distancian las rodillas. Dime, Tarquinio, ¿y si regresamos?
¡Regresemos, Señor Tarquinio, regresemos! Este pequeño galope nos ha hecho mucho bien. Es
cierto que el sitio de Ardea nos está quemando la sangre. Es cierto que el hijo de un rey, un
gran maestro de caballería tiene el pleno derecho de galopar durante media hora suponiendo
que lleva en la cabeza a sus batallones … Pero, regresemos ya. ¡Demos media vuelta! Estamos
empapados de sudor. El mozo de cuadra nos almohazará con el guante de crin y dormiremos
como un tronco hasta el toque de diana de las cinco de la mañana. Bueno, Tarquinio,
¿regresamos?

EMILIA

Sidonia está soñando. Fantaseaando despierta.

EMILIA, JULIA y MARÍA

¡Sidonia!

MARÍA

¿En qué estás pensando?

SIDONIA

En ayer por la noche. En todos esos oficiales dorados…

EMILIA, JULIA y MARÍA

En todos esos oficiales dorados...

LUCRECIA (sonriente)

¡Chist! ¡Chist! ¡Chist!

LA NARRADORA

Vamos, hijas mías, hilemos la lana. Los soldados a la guerra, las mujeres en casa. Hilemos la
lana como la hilamos ayer, como la hilaremos mañana…

EL NARRADOR

¡Ah, Dios! Está retomando el galope. Es a Roma adonde se dirige. Acaba de gritar mientras
golpeaba con la fusta a su caballo rendido. ¡A Roma! ¡A Roma! Es increíble. ¿Acaso está

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desertando?… ¿Está conspirando?… ¿Traicionando quizá?… ¿Lo esperamos?... ¿Va a
sorprender?… ¡Tarquinio en Roma, como anoche! ¡Pero esta noche completamente solo!… Y,
¿por qué esta noche?…

SIDONIA

¡Quince! ¡Dieciséis! ¡Diecisiete! ¡Dieciocho!

EMILIA

¡Oh! ¡Otra vez!

SIDONIA

¡Diecinueve! ¡Veinte! Ya te he dicho que estoy contando los puntos.

EMILIA

Y yo te he dicho que cuentes en voz baja.

SIDONIA

¡Chist! ¡Veintiuno! Cuando cuento en voz baja no me oigo. ¡Veintidós! ¡Veintitrés!

EMILIA

¿Te quieres callar?

SIDONIA (alzando el tono)

¡Veinticuatro! ¡Veinticinco!

EMILIA

¡Señora!

LUCRECIA (riendo)

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

SIDONIA

¡Veintiséis! ¡Veintisiete! ¡Veintiocho!

MARÍA y JULIA (alegremente)

¡Ya está bien!

SIDONIA

¡Veintinueve!

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MARÍA, JULIA y EMILIA

¡Ya basta! ¡Ya basta!

EL NARRADOR

Tarquinio está entrando en Roma por la puerta Nomentana.

SIDONIA (gritando)

¡Treinta!... ¡Socorro, Señora! Me quieren liar.

EL NARRADOR

Estoy escuchando los pasos de su caballo a lo largo de las calles dormidas…

SIDONIA

¡Treinta! ¡Treinta! ¡Treinta!

MARÍA

No, no. ¡Treinta y dos!

JULIA

¡Treinta y seis!

EMILIA

¡Treinta y nueve!

EL NARRADOR

… a través de lugares desiertos, el paso de su caballo cada vez más claro y glacial.

SIDONIA

Os lo ruego, Señora, ¡recordadme mi treinta!

EL NARRADOR

¡Alerta! ¡Ahí está!

Escuchamos llamar a una puerta.


Lucrecia y sus mujeres se giran hacia la izquierda.

LA NARRADORA

¿Una visita? ¿A estas horas?

Un sirviente entra por la izquierda llevando una antorcha.

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EL SIRVIENTE

¡El Señor Tarquinio!

Entra Tarquinio. Las mujeres se levantan y hacen una reverencia. Después descienden
de la tarima donde Lucrecia permanece sola, sentada.

LA NARRADORA

¿Malas noticias?... ¿Percance?... ¿Drama?... ¿Su marido herido?... ¡Qué? ¿Qué? ¿Qué?

Tarquinio avanza lentamente hacia Lucrecia, que se levanta.

¿Colatino?... ¿Colatino?... ¿Nuestro querido Colatino?... ¡Habla Tarquinio! ¡Habla ya!

Lucrecia baja de la tarima y se reúne con Tarquinio.

EL NARRADOR

Colatino se porta de maravilla!...

Tarquinio se inclina delante de Lucrecia.

¡Ah! ¡Se trata de Colatino!...

Lucrecia, seguida de la Narradora, Tarquinio, seguido del Narrador, bajan hacia el


público.

Pues claro, pues claro, escuchadlo: “Colatino pelea como un león. Colatino es fuerte como una
mula. Colatino es bello como un dios”. ¡Ah! ¡Pérfido, pérfido!... Pensar que el hijo de un rey…

LA NARRADORA

Es preciso recibir al hijo del rey lo mejor y lo más respetuosamente posible. Esta casa es su
casa.

Lucrecia sonríe a Tarquinio, que baja la cabeza.

¡Ahí está! (se sitúa a la derecha)

EL NARRADOR

¡Por desgracia! (se sitúa a la izquierda)

Lucrecia y Tarquinio le dan la espalda al público y se dirigen lentamente a la tarima.

Dice que un asunto apremiante es lo que lo ha traído a Roma.

LA NARRADORA

Ella observa todas las consideraciones, cuidados, las atenciones de la hospitalidad romana.

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EL NARRADOR

Él dice que tiene preocupaciones reales.

LA NARRADORA

Ella se pregunta si el mayordomo conoce bien lo que se le debe a un huésped real.

EL NARRADOR

Él dice que está cansado y que dormirá de buena gana.

LA NARRADORA

Ella espera que la habitación esté templada, que no huela a cerrado y que las sábanas estén
secas.

Lucrecia y Tarquinio han subido a la tarima. Las sirvientas han bajado, cuchicheando,
hacia el público, a la derecha.

EMILIA

¿No hace mal recibiéndolo?

SIDONIA

¿Es decente que un hombre joven pase la noche en casa de una mujer joven?

MARÍA

¿Acaso no tiene él amigos en Roma?

JULIA

¿Desde cuándo teme un soldado viajar de noche?

El criado reaparece al fondo.

EL NARRADOR

¡Atención! ¡Mirad! Mirad cómo mira a Lucrecia. ¡La admira! ¡La contempla! ¡Le come los ojos!

LA NARRADORA

Que se conduzca al Señor Tarquinio a su cuarto.

Las sirvientas hacen una reverencia.

TARQUINIO

Buenas noches, Señora.

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LUCRECIA

Buenas noches, Señor.

EL NARRADOR

¡Ja! ¡Ja!

Telón.

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ACTO II

La habitación de Lucrecia.
Sobre la tarima, una gran cama con dosel, con las cortinas cerradas.
Hay mucha calma. Un reloj de pared da la media noche.
La Narradora entra por el fondo a la derecha con un libro grande bajo el brazo.
Desciende, en silencio, a través de todo el escenario, restablecida tras un pequeño ru ido de
llaves. Al pasar al lado de la cama, se inclina por detrás de las cortinas. Finalmente, llega a su
puesto en el extremo derecho del proscenio.

LA NARRADORA

Una mano de azucena, una mejilla de rosa: la mano bajo la mejilla… La almohada totalmente
inflada a cada lado de una cabeza rubia… La otra mano, toda blanca, sobre el edredón de seda
verde como una margarita sobre la hierba de abril… Duerme… Su sueño, una muerte dichosa.
Una muerte bella y santa podríamos decir. Mas su aliento juega en sus cabe llos. Sus cabellos
juegan con su aliento. Cabellos dorados, aliento fresco, ella vive. Vive pero duerme,
voluptuosamente casta. (se sube a su tribuna y se sienta murmurando). Duerme. (abre su gran
libro con el lomo rojo, se acomoda como para velar, apoya los codos y se pone a leer).

Pasa un poco de tiempo. Se oye el roce al pasar una página. Entra el Narrador por el
fondo a la izquierda del escenario. Atraviesa todo el escenario sobre las puntas de los pies,
llega a su puesto en el extremo izquierdo del proscenio, medita un instante y dice:

EL NARRADOR

Él no puede dormir.

La narradora pasa una página de su libro.

Es la hora en que todos se entregan al descanso, excepto los ladrones, los que están
preocupados, y los espíritus trastornados que velan. A esta categoría pertenece Tarquinio:
espíritu trastornado, alma preocupada y… y ladrón. ¡Sí, ladrón! (da unos pasos, cabeza baja,
sobre el proscenio). Porque eso es… sería un ladrón si hiciera las cosas sólo para satisfacer sus
deseos. Pero, ¿acaso no hemos llegado a eso ya? Es un príncipe de alto rango. Tiene todo lo
necesario para ser un gran príncipe… ¿no?... ¿Es un gran príncipe? (baja por entre los actores,
sobre el proscenio y, con las manos en las caderas, mira sombríamente al público)

La narradora pasa una página. El narrador se sobresalta, escucha un instante y


murmura:

No. No es nada. Es el paso de la noche sobre las baldosas … Pero … ¡Cuántos pasos aún hasta
el amanecer! … ¡Ah! ¡Ah! ¡Qué velada más extraña! (Se sienta, con la cabeza entre las manos,
sobre el último de los peldaños que conducen al proscenio)

La narradora pasa una página. El narrador se estremece. Después:

Ved, es un orgulloso. Ahí lo tenéis. Es el hijo de Tarquinio el Soberbio … Un orgulloso, sí. Es un

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… caprichoso. Tiene hambre de obtener lo que desea. Esto es lo que tiene de malo en su caso.
Está ávido de obtener todo aquello que quiere por nada. No es tanto tener lo que quiere; aún
menos poseer; lo que quiere es obtener. ¡Ah, es una oscura enfermedad! … ( Se levanta,
avanza lentamente por el lado derecho del proscenio, sube los escalones laterales, sube los
escalones de su tribuna y se sienta pesadamente).

Ruido de una página pasada. El narrador se estremece. Después, con angustia:

¡Ah, mira que hay granos de arena en un reloj de arena! (Da un profundo suspiro).

La narradora se sobresalta, se da media vuelta hacia la cama. Después, tranquila:

LA NARRADORA

Está durmiendo. (Se vuelve a sumergir en su libro)

EL NARRADOR

Un búho acaba de ulular, ¿no es así? ¡Ah, sí, es un búho ...! ¡Allí! ... Un búho … ¡Ejem, ejem! …
¡Ah, y ahora es un lobo, que aúlla! … ¡Allí! Sí, sí, se diría que es un perro, pero es un lobo. Es
mucho más agudo, más … baladrero. Veis, ya empieza otra vez. ¡Auuu! ¡Auuu! ¡Auuu! … Si esos
son los copleros pagados por Tarquinio para deleitar las noches de Lucrecia … ¡Ah, amante
siniestro … tétrico pretendiente! … Si él supiera música, escribiría serenatas para bestias
leonadas … (baja de la tribuna) No estoy tranquilo.

LA NARRADORA (poniendo el libro sobre las rodillas)

Ese pájaro que canta allí es una tórtola, creo … Sí, una tórtola que arrulla … ¡Y qué armonioso
ese perro que está ladrando a la luna! ¡Oh, qué dulcemente está transcurriendo esta noche! …

EL NARRADOR

¿Qué? … ¿Cómo? … Creo que … ¿No? Se ha levantado. (presta oídos). Se ha bajado de la cama
… ¡Ya está! ¡Listo! ¡Se ha levantado! Lo escucho claramente andar por la habitación.

Se pone a caminar, como Tarquinio, con agitación.

¡Veamos, veamos, recuperemos la consciencia! ¿De quién fiarse si uno no puede fiarse de sí
mismo? ¿Qué benevolencia esperaríamos de un forastero si él mismo se destruyera? … ¡Él
mismo! ¡Qué fuerza! ¡Qué confianza! ¡Y qué certeza debe haber en esa palabra! … ¿Tarquinio?
¿Sexto Tarquinio? ¡Presente! … Y acto seguido termina todo combate.

Camina hacia la izquierda, se para a tres pasos de la pared y dice:

Un truco, ten, un truco sencillo, ¡pero excelente! Mírate en el espejo. Mírate en la coraza.
¡Mírate de pie en el espejo de tu coraza! Y te ruego que lo creas, hay cosas que ni tú mismo
podrás creer.

Como si se viera en un espejo:

Un hombre de guerra, ¿un hombre de hierro esclavo de su piel? … Sitiado, lo veo claro,
¡asediado por la carne! Pero, ¿prisionero de su carne? ¡Vamos, vamos! … Tendrías preciosa

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muerte, tú lo sabes, la ignominia te sobreviviría. El heraldo inventaría algún vocablo
degradante para ti … Tarquinio el … cobarde por ejemplo. O bien, el … ¡el loco! … ¡Tarquinio el
Horrible! ¿No? ¿Qué dices a eso? ¡Tarquinio el Horrible, hijo de Tarquinio el Soberbio! … ¡Hijo
de rey! ¡Futuro rey! ¡Cuidado con la historia!

Se pone otra vez a caminar de acá para allá como quien discute consigo mismo:

Por otro lado, ¿qué ganas si obtienes lo que buscas? Un sueño, un soplo, la pamplina de un
disfrute efímero. ¿Quién pues, querría destruir la viña por conseguir una uva? … ¿Qué hombre
hay tan insensato? (Se interrumpe, escucha, murmura) ¡Oh, diablo! ¡Ha salido de la habitación!
(Corre a su tribuna, se sube, escucha ansiosamente, de lado hacia el fondo del escenario )

Un momento.
Vemos a Tarquinio, medio desnudo, aparecer por la derecha, justo detrás de la
Narradora, y comenzar, entre las columnas, una larga marcha sinuosa rodeando el escenario
hasta el Narrador.
El Narrador, con el puño en la barbilla, observa en silencio el primer estadio de la
marcha de Tarquinio, de la columna I a la columna IV, de este modo:
Tarquinio aparece bruscamente entre la entrada de la derecha y la columna I, como
surgiendo de la pared. Lo vemos de perfil, un poco encorvado, con los puños apr etados, la
frente baja, tenso, al acecho. Da la vuelta sobre su eje, se pone de espaldas, da un paso
cauteloso, apoya la mano derecha sobre la columna I, escucha y desaparece detrás de la
columna.
La Narradora suspira, mira preocupada al público y retoma su pose de espera, con los
dos puños bajo la barbilla.

LA NARRADORA (Adormecida y reclinada en su tribuna)

Mi querido marido, que está en la guerra …


Mi camarada …
Mi compañero …
Mi amigo …
Mi querido marido …

Tarquinio reaparece por la derecha detrás de la columna II, se deja como caer sobre
ella, la rodea con los dos brazos, asoma por detrás de ella una cabeza inquieta, abandona la
columna, se va rápidamente hacia el fondo del escenario, da la vuelta – de izquierda a derecha-
de la columna III y, después, con extrema lentitud, da un solo paso, pero lleno de alarma y de
prudencia, de la columna III a la columna IV. Tras esto, desaparece tras la cama de Lucrecia.

EL NARRADOR (Golpeando con los dos puños los apoyabrazos de su tribuna)

¡No lo entiendo! ¡No, no comprendo que viendo todas esas puertas abrirse ante él con tanta
confianza, este hombre no se vuelva inmediatamente, completamente avergonzado, a su
habitación! …

Tarquinio reaparece por la izquierda de la cama de Lucrecia (columna V) y se aleja


lentamente, silenciosamente, hacia la columna VI que lo oculta del público.

Las cerraduras, sin embargo, todas las cerraduras de todas estas puertas chirrían. Por poco que
sea, chirrían. ¡Los goznes de las puertas … chillan! Esto debería hacerle desistir. No hay nada
que te detenga, que te pare, como el ruido de una puerta ajena.

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Pero Tarquinio reaparece tras la columna VII. En primer lugar vemos sus manos ávidas
de unirse, de anudarse al frente de la columna VII. Después la cabeza, después el cuerpo sa len
oblicuamente de detrás de la columna y se deslizan hacia la izquierda en dirección a la columna
VIII, la última, que le oculta.

El viento que ronda en los pasillos … el crujido de las tablas … Y el olor, nada más que el olor,
solamente el olor de esta casa, desconocido, de este otro hogar, de este hogar ajeno … todo
eso debería … ¡todo eso le va a detener!

Después de lo cual, Tarquinio aparece por la espalda del Narrador. El Narrador se


agacha en su tribuna, lo más lejos posible de un Tarquinio que, de cara al público, jadea, con
una risa maliciosa, se seca el sudor de un brazo y huele como un animal todo a su alrededor.

¡No hay más que una puerta entre Lucrecia y él!


¡Entre él y Lucrecia no queda nada más que una puerta!

Tarquinio bordea lentamente el proscenio.


Al llegar al centro, se detiene y parece dudar El Narrador suspira. Tarquinio se vuelve
hacia el fondo y da un gran paso decidido hacia el estrado.

¡Ya entra! (Se levanta)


Su mano culpable sube el picaporte.
Abre la gran puerta con la rodilla.
Se adentra criminalmente en la habitación.
Se acerca criminalmente a la cama.

Tarquinio sube a la tarima.

¿Osará abrir las cortinas?

Tarquinio da una vuelta alrededor de la cama.

¡No se atreverá! … ¡No se atreve! … ¡Todo se puede arreglar aún! … ¡Todo tiene solución aún!
… Aún se puede …

Tarquinio abre las cortinas de la cama.

(A media voz) ¡Ah, … salvaje!

LA NARRADORA (Se levanta de repente)

¡Ah!

Tarquinio da un paso atrás tapándose los ojos.

EL NARRADOR

Está deslumbrado … Está cegado … Deslumbrado ante tanto candor … Cegado ante una pureza
tan radiante.

Tarquinio deja un instante las dos manos sobre los ojos.

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¿Cegado o ciego? … ¡Oh, si estuviera ciego! … ¡Si los dioses pudieran dejarlo ciego de repente!

Tarquinio se descubre los ojos.

¡Pero no, por desgracia no! Pues no … Ya no se dan tales milagros … Esos ojos culpables, que
podrían haberlo salvado todo, los ojos de Tarquinio lo van a echar todo a perder.

Tarquinio se acerca a la cama.

(A media voz) ¡Qué bella es! …

Tarquinio se inclina sobre el lecho, mira a Lucrecia, se yergue, se aleja un poco, y


contempla a Lucrecia.

LA NARRADORA (con voz ahogada)

Su mano de lirio está bajo su mejilla de rosa.

EL NARRADOR (en voz baja)

Su mano … Su mejilla …

LA NARRADORA

Su otra mano está fuera del lecho …

EL NARRADOR

Su otra mano …

LA NARRADORA

… sobre la colcha de seda verde … Sus ojos igual que sus preocupaciones, han cerrado su cáliz
brillante … Sus cabellos juegan con su aliento …

EL NARRADOR

Sus ojos … ¡Oh, sus cabellos!

Tarquinio está de pie, de perfil, con una mano apoyada sobre una de las columnas de la
cama.

LA NARRADORA

Sus senos … (sollozando)

EL NARRADOR

Sus … (de media vuelta)

Tarquinio de un paso hacia Lucrecia.

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LA NARRADORA

Sus senos, esferas de marfil rodeadas de azul, son como dos mundos vírgenes ( Se desploma,
con una mano en los ojos)

Tarquinio da otro paso hacia Lucrecia.

EL NARRADOR (Volviéndose hacia Tarquinio que está inclinado sobre Lucrecia)

Él ambiciona esta pobre alma dormida, alimentando con el éxtasis la furia de su lujuria … Pero
he aquí que el éxtasis despierta la lujuria. El corazón de Tarquinio vence la carga. Su corazón es
un redoble de tambor. Sus venas están hinchadas de codicia. Su sangre causa estragos en todo
su cuerpo. Su mano, humeante de deseo, se acerca al seno …

Vemos la mano de Tarquinio deslizarse hacia el seno de Lucrecia y posarse sobre él


súbitamente.

LUCRECIA (que despierta sobresaltada)

¡Ah!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

¡Ah!

LUCRECIA

¿Qué sucede?

TARQUINIO

¿No lo adivinas?

LUCRECIA

¿Qué quieres?

TARQUINIO

¿No lo sabes?

LUCRECIA

Ni lo sé ni lo intuyo. Tengo miedo. Me muero de miedo. De repente me has sacado del sueño
más profundo y mis ojos, al abrirse, han creído ver un fantasma. Mi corazón jamás ha latido
tan terriblemente. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?

TARQUINIO

¡A ti!

21
LUCRECIA

¿Qué dices?

TARQUINIO

Helo aquí: a ti. Estoy aquí por ti. Tú eres lo que quiero.

LUCRECIA

¡Oh!

TARQUINIO

Es tu culpa. Son tus ojos los que te han traicionado. Es tu belleza la que te ha tendido la trampa
de esta noche. Ahora debes someterte pacientemente a mi deseo. Mi deseo te ha escogido
para mis placeres terrenales. He hecho todo lo que he podido para vencerlo. Pero a medida
que la razón lo mortificaba, tu belleza lo reanimaba.

LUCRECIA

¡Oh, Tarquinio, yo …!

TARQUINIO

Calla. Lo sé. Sé que es un crimen. Soy consciente de las desgracias que traerá este crimen. He
reflexionado en lo profundo de mi alma sobre el ultraje, la vergüenza y el dolor que voy a
causar. Sé lo que vendrá tras esta noche: el oprobio, los desdenes, las enemistades mortales.
Soy consciente de todo eso. La reflexión me dijo todo esto ayer y me lo sigue diciendo hoy
también. Pero mi deseo es sordo.

LUCRECIA

¡Tarquinio!

TARQUINIO

¡No, no! Escúchame, Lucrecia. Sé que tendré remordimientos. Sé cómo surgirán en mí. Y ya he
derramado de antemano las primeras lágrimas de arrepentimiento. (Hace un gesto).

LUCRECIA

¡Detente!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA (Volviendo a escena)

¡Detente! …

LUCRECIA

¡Por Júpiter todopoderoso!

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LA NARRADORA

¡Por la gentileza!

EL NARRADOR

¡Por la caballerosidad!

LUCRECIA

¡Por las lágrimas que me desbordan!

LA NARRADORA

¡Por la lealtad común!

EL NARRADOR

¡Por la ley sagrada de la Humanidad!

LUCRECIA

¡Por el cielo!

LA NARRADORA

¡La tierra!

EL NARRADOR

¡Y todo su poder!

LUCRECIA

¡Te conjuro a obedecer al honor y no a un deseo infame!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

¡Infame! …

Tarquinio hace un gesto.

LUCRECIA

Mi marido es tu amigo: por respeto a él, respétame.

EL NARRADOR

Por ti mismo, que eres grande: por respeto a ti mismo, ¡déjala!

LA NARRADORA

23
Por ella misma, una criatura débil: ¡no le tiendas la trampa!

Tarquinio hace un gesto.

LUCRECIA

Te he recibido creyendo recibir a Tarquinio. ¿Acaso has tomado sus rasgos para ultrajarlo? …
Imploro a toda la armada celestial: estás insultando al honor, estás degradando el nombre de
un príncipe. No eres quien pareces ser; o, al menos, no tienes el aspecto de aquel que eres, de
lo que debes ser: un rey, Tarquinio, ¡un gran rey!

EL NARRADOR

Si antes de serlo, osas cometer un crimen así, ¿qué no harás cuando seas rey? ¡Reflexiona,
Tarquinio, reflexiona! Los crímenes de los reyes no caen en el olvido con facili dad.

LA NARRADORA

Habrás de tolerar a los criminales más repugnantes pues te verás reflejado en sus crímenes. No
podrás sino temer. Los monarcas justos son estimados. ¡Reflexiona, Tarquinio, rey Tarquinio!

EL NARRADOR

¡Tarquinio rey!

LUCRECIA

¡Rey de los romanos!

EL NARRADOR, LA NARRADORA, LUCRECIA

¡Rey!

TARQUINIO

¡Basta!

EL NARRADOR, LA NARRADORA, LUCRECIA

¡Rey!

TARQUINIO

¡Basta! ¡En vano sopláis sobre mí, tú, mi corazón y mi razón! Las llamas débiles pronto las
apaga el viento. Sin embargo, los grandes fuegos (la coge por los hombros), los grandes fuegos
resisten y el viento los alimenta. ¡Yo no soy sino un gran fuego animado por el viento de tu
espanto, el viento de tus suspiros y el viento de tu aliento!

LUCRECIA

¡Rey!

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TARQUINIO

¡Hombre! ¡Hombre! Soy un hombre. Hay un hombre en tu alcoba. Un hombre se acuesta en tu


cama.

LUCRECIA

¡Hacia ti, hacia ti se elevan mis manos suplicantes!

TARQUINIO

¡Sí, sí, sí! … Y yo las tomo. ¡Dámelas, tus manos, dámelas!

LUCRECIA

¡Espera! … ¡Escucha! …

TARQUINIO

¡No, no!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

¡Piedad! (bajan de su tribuna, se arrodillan y tienden los brazos hacia Tarquinio )

LUCRECIA

¡Espera un momento! … ¡Espera! Te voy a decir …

TARQUINIO (cogiéndola por la cintura)

Te escucho …

Lucrecia jadea.

Habla pues … ¡Vamos, habla!

Lucrecia solloza.

¡Qué bellas tus lágrimas! Ah, tus jadeos me estremecen de la cabeza a los pies … ¡Llora, llora,
llora sobre mis ojos! ¡Llora en mi boca! … ¡Jadéame en el corazón! …

LUCRECIA (jadeante)

¡Ah … ah … ah… ah …!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA (gimiendo)

¡Ah … ah … ah… ah …!

TARQUINIO

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¡Escucha nuestros dos corazones! Laten el uno contra el otro. ¡Tan fuerte, tan rápido el uno
como el otro! ¡Al galope! ¡Al galope! ¡Uf, uf, uf, uf! … ¡Ah, esto me encanta! … ¡Ah, estas dos
cosas que están en nosotros, que son nuestras y sin embargo nos son extrañas! …¡Espera,
espera! (La hace girar contra sí mismo) ¡Ah! El tuyo late más deprisa … No, no, no, es el mío. El
mío gana al tuyo. Después el tuyo vuelve a alcanzar al mío. ¡Ah, esta carrera de nuestros dos
corazones! Una cosa te digo: los dos corren hacia un mismo fin. Jamás, nunca el tuyo ha latido
por lo que está latiendo esta noche. ¿Sabes por lo que es? Lucrecia, ¿sabes por qué late?

LUCRECIA

¡No!

TARQUINIO

¡Escucha!

LUCRECIA

¡No!

TARQUINIO

Te lo diré al oído.

LUCRECIA

¡No, no, no!

Tarquinio pone la boca junto a la oreja de Lucrecia.


(desprendiéndose de él) ¡Socorro!

TARQUINIO

¡Cállate!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

¡Socorro!

TARQUINIO (De pie y furioso)

¡Cállate! (saca la espada) Escucha bien lo que te digo. Si me rechazas, te mataré aquí mismo,
en tu cama. Después, degollaré al más vil de tus esclavos y colocaré su cuerpo en tus brazos
muertos y ¡juraré por los dioses que os maté tras ver cómo lo besabas!

LUCRECIA (volviendo a caer sobre la cama)

¡Aaah!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

26
¡Horror!

LUCRECIA (horrorizada)

¡Aaah!

EL NARRADOR Y LA NARRADORA

¡Horror!

Salen tapándose la cara.

TARQUINIO

¡Cállate! … Te amo. (pone una rodilla en la cama) Te amo. (se inclina sobre Lucrecia) Te amo.
(toma a Lucrecia en sus brazos).

Ya no oímos más que un débil gemido de mujer.

Telón.

27
ACTO III

Mismo decorado, la habitación de Lucrecia, a la mañana siguiente. Las cortinas de la cama


están corridas. Por el fondo, a la izquierda, entran las cuatro sirvientas de Lucrecia. La primera
(Emilia) va delante con las manos vacías; la segunda (Julia) lleva un aguamanil y una
palangana de plata en una bandeja; la tercera (María), toallas blancas y la cuarta (Sidonia), un
cesto con fruta.

EMILIA

¡Sh! ¡Sh! ¡Vamos! No hagáis tanto ruido.

Gorjeo contenido a duras penas de voces jóvenes y alegres.

Os digo que no hagáis tanto ruido. ¿Sois las sirvientas o las amigas de la Señora?

SIDONIA

¡Las dos cosas! ¡Las dos cosas! La Señora nos trata como si fuéramos sus amigas.

JULIA

Siempre nos quiere ver alegres.

MARÍA

Le encanta oírnos reír.

EMILIA

¡Silencio, una vez más! Vuestra alegría es demasiado vistosa y no tiene el tono de esta casa.

Avanzan en silencio algunos pasos alrededor de las columnas.

¡Es increíble! Ésta es la quinta puerta abierta que nos encontramos abierta. ¿Quién se encarga
de cerrar las puertas de los pasillos?

LAS TRES SIRVIENTAS

Es Valerio, ya lo sabes.

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EMILIA

¿No os pidió a alguna que lo sustituyerais ayer por la noche?

LAS TRES SIRVIENTAS

No, no … No, no …

EMILIA

¿Estáis seguras?

LAS TRES SIRVIENTAS

¡Lo juramos!

EMILIA

Ya lo hablaré yo con él.

Llegan a la izquierda del escenario. Emilia les hace pasar por delante de ella y bajar al
proscenio.

Julia, ¿quieres sostener la bandeja recta? … ¡Pero no abras la toalla así, María! Te la doy
doblada para que mantenga el calor bien y tú, ¡tú la desdoblas! … ¡Uf! Sidonia lleva el cesto de
fruta bajo el brazo … Y, ¿por qué no a la espalda como un mozo de cuerda? …

Sidonia se pone el cesto en la cabeza.

¡No, en la cabeza tampoco! ¡Vamos!

SIDONIA

Señorita sabelotodo, en casa de Marcio, donde servía antes de entrar aquí, llevábamo s la fruta
en la cabeza.

EMILIA

¡Bonita casa! ¿Y quién es ese Marcio?

SIDONIA

Un autor dramático. Famoso. Y difícil. ¡Y rico!

EMILIA

¡Pues muy bien! Si te encuentras a tu antiguo amo, le dices que así ( coge el cesto y lo lleva, con
las dos manos, delante de ella) es como llevamos un cesto en una casa decente. (Le devuelve el
cesto a Sidonia). No, os lo aseguro, la señora es dulce, paciente, llena de buen humor. Pero ella
se percata de todas estos pequeños errores. Y está disgustada … Pues eso … ¿Estamos? ¡Oh,
María, eso no lo había visto! ¡Te sujetas el tirante del delantal con un imperdible! … ¿No sabes

29
coserte un botón?

MARÍA

Pero si el botón acaba de caerse.

EMILIA

Una muchacha diligente se habría dado cuenta de que estaba en un hilo. ¡Sh, sh, sh!
¡Arréglatelas por lo menos para ocultar la cabeza del imperdible! ¡Ah, la Señora lo ve todo, os
lo aviso! (arregla el tirante) ¿Estamos?

LAS TRES SIRVIENTAS

Sí, mi general.

Risas.

EMILIA (riendo también)

Bien, entremos. ¡Y no gritéis los buenos días como si fuerais marchantes de pescado!

Todas se giran hacia la cama, suben, bien juntas, los escalones del proscenio, dan un
paso y dicen:

LAS SIRVIENTAS

¡Buenos días, Señora! (dan un paso más y se detienen; en voz baja) ¡Oh! (se vuelven hacia el
público) La Señora no está despierta.

SIDONIA

Hace un gran día …

MARÍA

Las calles están llenas de gente …

JULIA

La casa, llena de ruido …

EMILIA

Y la Señora no está despierta.

Giran la cabeza hacia la cama, pegan la oreja y vuelven la cabeza hacia el público. Un
pequeño espacio de tiempo.

SIDONIA

¿Ha estado enferma?

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EMILIA

Me habría llamado.
MARÍA

¿Ha tenido insomnio?

EMILIA

Me habría llamado también. A veces se atormenta por su marido. Me llama: sé tranquilizarla


tan bien …

JULIA

Quizá, al contrario, esté sumida en un sueño tan bueno, un sueño tan dulce, tan profundo, que
le cueste superar las pendientes.

EMILIA

¿Qué debo hacer?

Se miran todas con indecisión. Por el fondo, a la derecha, entran cuatro sirvientes: el
primero (Valerio) llevando el manto de Tarquinio; el segundo, llevando un cántaro y una copa;
el tercero, una bata; el cuarto, un bollo en un gran plato redondo. Bajan lentamente, entre las
columnas de la derecha, hacia el proscenio.

EMILIA (a media voz)

¡Valerio!

VALERIO

¿Emilia? … ¿Qué quieres?

EMILIA

No tan alto, te lo ruego. La Señora aún no está despierta.

VALERIO (Bajando la voz)

¡Oh! … ¿A estas horas? … Pero si nunca …

EMILIA

No, nunca le ha sucedido. Nos recibe cada mañana sentada en la cama, riendo … Hoy las
cortinas de la cama están cerradas.

VALERIO

Es el día de las sorpresas. Nosotros venimos de la habitación de Tarquinio y no hemos


encontrado a nadie. Se ha marchado.

31
LAS CUATRO SIRVIENTAS
¿Se ha marchado? …

LOS CUATRO SIRVIENTES

¡Se ha marchado! …

SEGUNDO SIRVIENTE

Su cama no está ni deshecha.

TERCER SIRVIENTE

Se ha debido echar encima completamente vestido. Hay barro en el cubrepiés.

CUARTO SIRVIENTE

Se ha bebido toda la jarra, ha derramado vino sobre la alfombra y ha roto el vaso.

EMILIA

¡Es un bruto ese príncipe!

VALERIO

Debe hacer tiempo que se marchó. La habitación está fría. Se percibe que no ha dormido allí …
Y se ha dejado el manto en una silla.

LAS SIRVIENTAS

¡Oh!

Valerio despliega el manto. Todos y todas se apretujan alrededor, lo palpan y lo huelen.

LOS SIRVIENTES

¡Oye! … Huele a agua de Colonia.

LAS SIRVIENTAS

¡Buf! … Huele a caballo.

EMILIA

¡Qué comportamientos tan extraños! … Presentarse por la noche, pasadas las diez, en una casa
donde no está el dueño … Asegurarse de que una mujer sola se vea obligada a acogerte para
dormir … Y después salir pitando, bastante antes del alba … ¡como un ladrón! …

LOS SIRVIENTES (riendo)


¡Valerio! … ¿Has contado los objetos de plata?

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VALERIO

Esto no es cosa de risa.

EMILIA

¡No! Ya me habían dicho que estos Tarquinios sabían vivir …

SEGUNDO SIRVIENTE

Han podido reclamarlo en el campo a través de un correo …

TERCER SIRVIENTE

O bien …

VALERIO

¡Silencio! Lo organizamos todo para que estuviera en la forma correcta. No tenía más que
llamarme. Ayer por la noche me aseguré de mostrarle mi habitación. ( Dobla el manto y lo
lanza al hombro del tercer sirviente) ¡Toma! Cógelo y llévaselo al tintorero.

Un corto espacio de tiempo.

EMILIA

¿Entonces? Valerio …

VALERIO

¿Entonces? Mi buena Emilia …

Todos se vuelven hacia la escena.


Emilia da dos pasos hacia la cama, de puntillas, se para, pega la oreja, da un paso más,
duda y se vuelve hacia los sirvientes. Todos asienten con la cabeza para animarla. Ella se
acerca con precaución al pie de la cama, se inclina, abre imperceptiblemente las cortinas y
mira. Después regresa sin hacer ruido.

Está durmiendo. Ha debido tener una pesadilla. La cama está toda revuelta. Duerme con la
cabeza en el brazo. Se la ve agotada. Vámonos … Dejémosla dormir. Ha debido tener una
pesadilla.

TODOS

Dejémosla dormir.

Todos se retiran por la izquierda: las cuatro sirvientas –Emilia en primer lugar- después
los cuatro sirvientes –Valerio el último.
Un tiempo.
Vemos un brazo desnudo abrir las cortinas de la cama. Después la cabeza de Lucrecia,
desubicada, con los cabellos dispersos, aparece entre las cortinas.

33
LUCRECIA

No, no duermo … No, no duermo … ¿Cómo pretenden que duerma? … Ya no dormiré más …
Nunca más cerraré los ojos … ¡Oh! … (sollozo) La señora no ha tenido una pesadilla, pobrecitas
mías … ¡Por desgracia no ha tenido ninguna pesadilla! … Es real, todo eso es real … ¡Ah, ah,
ah! … ¡Es real! (vuelve a caer en la cama, entre sus cabellos).

La Narradora entra por la derecha, detrás de su tribuna, se apoya con hastío y,


dirigiéndose al público como una enfermera:

LA NARRADORA

Una vez saciado, el monstruo ha huido … Ha huido reptando … Ha reptado fuera de la


habitación… Ella se ha quedado completamente sola, sola entre tinieblas, ll orando, gimiendo,
sollozando. Lo que me asombra es que no la hayamos oído. ¡Ay! Se golpeaba el pecho. Se
desgarraba los senos. Hubiera querido … ¿Entendéis? Lo que le llenaba de espanto era sentir
su corazón puro, su propio corazón siempre puro, en la profundidad de una carne mancillada.

LUCRECIA (incorporándose)

¡Ay, herida! …

LA NARRADORA

¡Ay, herida impalpable! ¡Cuchillada misteriosa y horrible!

LUCRECIA

Mi miel está perdida. Ya no me queda nada de los tesoros de mi estío. Mi miel está perdida.
(vuelve a caer sobre la cama).

LA NARRADORA

¿Por qué el gusano se introduce en el capullo virginal? ¿Por qué los sapos envenenan de fango
los manantiales? ¿Por qué la locura se introduce en los pechos nobles? ¿Por qué los reyes
violan sus propios compromisos? ¡Y decir que no existe perfección que no contenga el germen
de la podredumbre! (se sube a su tribuna y se sienta). No queda esperanza de nada. (apoya la
cabeza en las manos).

LUCRECIA

Colatino, si es cierto que soy responsable de tu honor, éste me ha sido arrancado en un asalto
violento.. No soy culpable. Fue en tu honor que acogí a ese hombre. Venía de tu parte. ¿Acaso
podía rechazarle? … Además, se lamentaba de su cansancio … Y hablaba de virtud … ( solloza
sentada al borde de la cama).

LA NARRADORA (levantándose)

Ocasión, ocasión, tú eres la gran culpable: eres tú la que ejecuta la traición del traidor; eres tú
la que guías al lobo justo al lugar donde atrapar al cordero; por muy criminal que sea un
propósito, éste no es nada sin ti que le das vida. No es sino bajo tu sombra donde el mal se
oculta para apoderarse de las pobres almas que pasan a su lado. ( baja al proscenio). ¿Cuándo

34
serás amiga de los humildes, de los enfermos, de los pobres, de las personas honradas? … Sin
embargo, el paciente muere mientras que el médico duerme; el huérfano decae mientras el
opresor engorda; la justicia se pone las botas mientras que la viuda llora. La cólera, la envidia,
la traición, la violación encuentran siempre en tu saco todo el tiempo que necesitan. Sin
embargo, la virtud … (se sienta sobre los escalones centrales del proscenio). ¡Ah, para ayudar a
la virtud no te sobra un instante! Eso no viene bien … ¡Eso no, eso nunca! … Y puesto que se
necesita lo inesperado, no era sino Colatino el que debió haber venido anoche en lugar de
Tarquinio … Así es, él es el que debió venir. Sólo que … tú lo retuviste ( se gira un poco hacia
Lucrecia). ¡Pobre mujer!

LUCRECIA

¡Pobre mujer!

El narrador aparece por la izquierda.

EL NARRADOR

Tarquinio … acaba de regresar al campamento. Entra a pasos cortos de su caballo, como si no


hubiese ocurrido nada. ¡Fanfarrias! Los soldados se ponen en fila y saludan. Los oficiales salen
de las tiendas. “¡Buenos días, buenos días! … Va a hacer buen tiempo. Va a hacer un buen día
… ¡Ah, holgazanes! Mientras dormíais yo galopaba. El sitio os está oxidando. ¡Habladme del
asalto, de la carga, de la brecha en el corazón de una plaza fuerte! Va mejor, va mejor,
necesitaba desfogarme … ¡Eh! Lleva mi caballo a la cuadra. Almoházalo. Cepíllalo. Está
reventado. ¡Eh! Buen día, Colatino, tienes un aspecto soberbio, ¡ja, ja! ¡Un aspecto de papa!
…”

LUCRECIA

¡Pobre, pobre mujer!

LA NARRADORA

¡Pobre, pobre mujer!

EL NARRADOR (a la izquierda del proscenio)

Los hombres tienen el corazón de mármol. He visto a éste, esta noche, con las mejillas
colgantes, los ojos apagados, las cejas fruncidas, apenado, derrotado, miserable … Gruñía, se
detestaba, maldecía su disfrute desvanecido. Se marchó rendido, sin esperar, en su angustia,
nada más que a la claridad refrescante de la mañana. Llegó el día. Tarquinio olvidó todo.

Un espacio de tiempo. Después vuelve a la puerta de la misma forma que Tarquinio


vuelve a su tienda.

“¡Que no se me moleste! Voy a dormir un par de horas. Es suficiente, ¡detened las trompetas!
¿Hay vino frío en mi tienda? … Venga, id a jugar a las tabas un poco más lejos … Y tú, ¿qué
quieres? ¡Ah, sí, ya lo tengo! … ¡No, no! Sinvergüenza, tendrás tus cincuenta golpes de fusta,
eso te enseñará a no pasarte por la piedra a las campesinas … ¡Vamos, largo! … Que mi
cocinero me despierte a mediodía paseando bajo mis orificios nasales el olor de una buena
porción de ciervo. ¡Ja, ja, ja, ja!”

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Lucrecia se levanta y se pone de pie delante de su cama.

LUCRECIA

¡Oh! …

LA NARRADORA

Oh tiempo, tutor del bueno y del malo, enséñale a odiar a ese hombre.

LUCRECIA (más fuerte)

¡Oh, oh!

LA NARRADORA

¡Que ese hombre aprenda de ti a maldecir a esta noche maldita! ¡Enturbia sus horas de
descanso con espantoso trance! ¡Que ejércitos de espectros aterroricen sus ojos! ¡Que cada
matojo en su camino se convierta en demonio!

LUCRECIA

¡Oh, oh, oh! …

LA NARRADORA

¡Que tiemble todos sus días! ¡Que solloce todas sus noches!

LUCRECIA (avanzando lentamente hacia el proscenio)

¡Haz que no muera en la guerra!

LA NARRADORA

Dale tiempo para que desespere.

LUCRECIA
Para vivir esclavo.

LA NARRADORA

Para que implore los desechos del mendigo.

LUCRECIA

¡Ah, te lo suplico! ¡Que se vuelva loco ante su propia sombra! ¡Que intente darse muerte en
cualquier ocasión! ¡Y que no lo consiga jamás! (de pie, tensa, en mitad del proscenio. Después
se relaja, se retuerce las manos). Estoy sufriendo … Estoy sufriendo … Todas estas palabras
vanas no me hacen ningún bien … (más fuerte) ¡Estoy sufriendo! … (gritando) ¡Estoy sufriendo!
…¡Hay fuego en mi! … ¡Aquí! (se golpea el pecho con los puños). Una quemadura atroz … Dios
mío, lo sé … Sé que se sufre en el infierno: no es mi cuerpo el que sufre, es mi alma la que está
ardiendo. ¡Mi alma! (camina perdida por el escenario).

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LA NARRADORA

Tu alma es pura …

LUCRECIA (parándose en seco)

¿Qué?

Breve silencio. Se vuelve hacia la Narradora.

¿Quién ha sugerido que mi alma es pura?

LA NARRADORA (en voz baja)

Tú …

LUCRECIA (en voz alta)

¿Yo? … (un espacio de tiempo) No, no he sido yo … (camina, sin verla, hacia la Narradora).
Porque yo siento, lo sé …

LA NARRADORA (retrocediendo)

¡No!

LUCRECIA (avanzando)

¡Sé muy bien … que mi alma, por un instante, esta noche, ha sido traicionada!

LA NARRADORA

¡No!

LUCRECIA
¡Sí! Lo olvidó.

LA NARRADORA

Un minuto de debilidad …

LUCRECIA

No.

LA NARRADORA

Un instante de pavor.

LUCRECIA

¡No! No existe el pavor en un alma sincera. No hay instantes en un alma eterna. Mi alma ha

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sido traicionada. Ahora está ardiendo de vergüenza, se retuerce de asco, arde de orgullo
herido. Arde … Arde … ¿Dónde está? … ¿Dónde está el agua que apague mi alma? … ¿El baño?
… ¿La fuente? … ¿El río? … (se detiene bruscamente, repite, cambiando la voz). El río … (con los
ojos fijos) el torrente vivo … (se vuelve lentamente hacia el fondo, inclina un poco los hombros,
se desploma).

Breve silencio.

LA NARRADORA (gritando)

¡No, no! … Eso no.

LUCRECIA (de espaldas, incorporándose)

¡Sí! … ¡Eso! … ¡Solamente! …

LA NARRADORA (desplomándose a su vez)

¡Oh! …

LUCRECIA (volviéndose completamente hacia el público)

Lego mi honor al cuchillo. Lego mi sangre a Tarquinio. Mi sangre impura, mancillada por él,
será derramada por él. Que se haga constar como su deber en mi testamento.
Estimado Señor, ¿qué te legaré, a ti? … ¡Mi resolución, amado mío! Mi alma, en el cielo; mi
cuerpo, en la tierra: y en lo que respecta a mi reputación, que sea entregada sin temor a
aquellos que vengan tras de mí. (se va, lentamente, hacia el fondo izquierda del escenario y
llama) ¡Emilia! … ¡Emilia! … (regresa junto a la cama).

Un espacio de tiempo.
Emilia entra por la izquierda.

EMILIA
Señora …

LUCRECIA (con voz quebrada)

Emilia …

EMILIA (emocionada)

Señora …

LUCRECIA

Mi pobre, mi buena, mi dulce Emilia.

EMILIA

Mi querida Señora … (se arrodilla a los pies de Lucrecia llorando).

LUCRECIA (Poniéndola en pie)

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Hija querida, ¿por qué lloras? ¿Es por el mal que sufro? Que sepas, dulce niña, que no me
encuentro mucho mejor por ello. Si las lágrimas pudiesen al iviar, las mías bastarían.

EMILIA

Señora, si vuestra sirvienta se atreviera, pediría conocer …

LUCRECIA

¡Oh, calla, Emilia! Te lo suplico, cállate.

EMILIA

Ha sobrevenido una desgracia a esta casa, ¿no es cierto?

LUCRECIA

Una gran desgracia. ¡Cállate! … ¿Cuándo … se marchó Tarquinio?

EMILIA

Antes de que me levantase. Así y todo, me levanté antes del amanecer.

LUCRECIA

Dios mío, Dios mío … (llora en voz baja, hacia la cama).

Emilia, con la cabeza baja, llora en voz baja a su lado.

(secándose los ojos). ¿Qué hacen tus compañeras abajo?

EMILIA

Sidonia está limpiando la plata. María está en el mercado. Julia está planchando la ropa..

LUCRECIA

Sí, sí, sí …

EMILIA

Pedro está cuidando de los caballos. Valerio ha limpiado la terraza. Ahora está rastrillando el
jardín.

LUCRECIA

El jardín … Debe hacer bueno bajo este sol.

EMILIA

Magnífico, Señora … Cubierto de pájaros. ¡Y huele bien! La lluvia de esta noche …

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LUCRECIA

¿Ha llovido esta noche?

EMILIA

¿La Señora no lo oyó?

LUCRECIA

No.

EMILIA

¿Desea la Señora que dejemos estas tareas?

LUCRECIA

No, no… Hay que hacerlo, con mucho cuidado, como todos los días. Tú te encargarás de ello,
¿verdad?

EMILIA

Sí, Señora.

LUCRECIA

Escucha bien … ¡Ah, es difícil de decir, y sin embargo está tan claro, es tan fácil en mí … Mi
marido … Colatino … tu señor … Es un hombre … encantador … ¡Pero de un desordenado! …
¡Ya lo sabes! … ¿Lo sabes?

EMILIA

¡Oh, sí!

LUCRECIA

Será necesario … hace falta seguirlo discretamente y volver a ordenar, sin hace r ruido, todo lo
que va desordenando … Cuando yo … si … si yo muriera, ¿sabes qué alegraría a mi sombra? …
Verte en esta casa, por donde yo vagaría, como heredera de mis costumbres.

EMILIA

¡Oh, Señora!

LUCRECIA

De todas, de todas. ¡Y son unas cuantas! Sería una penosa herencia. Te encargarías de los
menús. Es muy importante. Es glotón pero pierde tan rápido el apetito … Te encargarías de
abrir y cerrar las ventanas. Se resfría con nada. También pondrás flores en los jarrones.
Muchas flores. Y siempre frescas. No nos dejamos nada … ¡Tendrías - ¡escucha bien!- pánico al

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polvo!

EMILIA

Lo tengo, Señora.

LUCRECIA

¡No lo suficiente! ¡No lo suficiente! … ¡Es de una naturaleza tan burlona! … Lo expulsas por la
puerta, vuelve a entrar por la ventana. Lo derrotas, vuelve a la carga. Dejas una habitación
limpia. Vuelves a entrar en cinco minutos: hay que hacerlo todo de nuevo. Lo sabes bien,
¿verdad? Pero, bueno, no seamos maniáticas. Aunque la limpieza, querida hija, ay, la limpieza
es una cosa infinita …
En fin … Ahora, vísteme.

Emilia va a salir.

¡Ah¡, se me olvidaba … vigilar de cerca la ropa y la vestimenta de tu señor. ¡Ya lo conoces!


Siempre hace lo mismo. Montaría a caballo con botas abiertas. En pleno diciembre llevaría una
túnica de seda blanca y pieles en julio. Pero, sí, él es así. En fin … Ve a buscarme un vestido.

EMILIA

¿Qué vestido desea ponerse?


LUCRECIA

Escucha … Me gustaría ponerme de negro, sí, sí, el vestido de luto de mi madre. Estoy triste, ya
lo ves. Ése me irá hoy mejor que ningún otro.

EMILIA

¡Señora! … ¡Señora! … Vuestra sirvienta se siente …

LUCRECIA

Calla, hija mía. Déjame llevar mis penas sola. Entiéndelo, sería demasiado fácil ser una gran
dama por nacimiento, gracias a la fortuna, en la alegría. Hoy, sin embargo, tengo que ser una
gran dama desgraciada. Vete pues … Y mándame a Valerio.

Emilia sale por el fondo, a la derecha.

¡Oh, Roma! … ¡Leyenda! … ¡Historia! ¡Lengua! ¡Mesura! ¡Alma romana! … ¡Qué adiestramiento
nos proporcionáis para la desgracia! … No he dormido, he sufrido, he llorado todas las lágrimas
de mi cuerpo, y sin embargo, me siento fuerte y mi corazón late a ritmo normal. Me doy
cuenta de que toda la felicidad vital que gocé antes de hoy esta mañana fluía como los ojo s de
un gran río hasta este mar de dolor en el que ahora naufrago. ¿Intentaré ponerme a salvo? No,
no: zozobraré, me hundiré con calma y blancura …
Un día, navegando frente a las costas de Baia 1, vi en el fondo del agua una estatua de Minerva,
vestigio de un navío que se hundió hace un siglo … Es preciso que yo misma mantenga los ojos
fijos en esta estatua de mármol blanco hasta el final, sentada, como la madre del silencio,

1
Célebre balneario de la época romana en la región de Campania.

41
entre las hierbas submarinas.

Llaman.

¡Sí!

Entra Valerio, por la derecha.

Mi bien Valerio, ve a ensillar el caballo blanco.

VALERIO

Señora, no es posible: el caballo del Señor Tarquinio lo mordió anoche.

LUCRECIA (con odio)

¡Aaaah! …

VALERIO

Puedo ensillar la yegua alazana …


LUCRECIA

Está muy cansada …

VALERIO

Aún presta su servicio, Señora.

LUCRECIA

Vas a correr hacia Ardea.

VALERIO

Está muy lejos para ella, en efecto.

LUCRECIA

Es preciso que vayas a Ardea. Y rápido, Valerio. ¡Rápido!

VALERIO

Sí, Señora.

LUCRECIA

Te presentarás ante tu señor y le dirás esto: “Noble esposo de la indigna mujer que se dirige a
ti a través de mi voz, ¡te saludo! Dígnate, si acaso deseas volver a ver a tu Lucrecia, dígnate
acudir junto a ella. Ella te llama a grandes gritos desde el interior de vuestra desgraciada casa”.

VALERIO

42
¡Señora!

LUCRECIA

¡Rápido! ¡Rápido, mi buen muchacho!

Valerio va a salir, se aparta para dejar entrar a las sirvientas, después sale por la
derecha.
Entran las cuatro sirvientas.
Emilia va a buscar una banqueta a la tarima, a los pies de la cama.
Sidonia, María y Julia hacen una reverencia.

LAS TRES SIRVIENTAS (en voz baja)

Buenos días, Señora.

LUCRECIA (con voz clara)


Buenos días, hijitas (se sienta en la banqueta).

Emilia se pone a peinarla, Julia la calza, María le arregla las manos. Sidonia espera,
inmóvil, con el vestido negro en el brazo.

Y bien, hijitas, ¿no decís nada?

LAS SIRVIENTAS (en voz baja)

No, Señora.

LUCRECIA

Hay que hablar, contadme todas esas pequeñas cosas buenas y cotidianas que dilatan cada
mañana, en esta misma habitación, el canto de los pájaros … ¿No?

LAS SIRVIENTAS (en voz baja)

No, Señora.

LUCRECIA

Vamos, vamos …

LAS SIRVIENTAS (en voz baja)

No … No, Señora.

LUCRECIA

¡Vale! ¡Pues yo os voy a contar un cotilleo, uno bueno! Porque aún nadie lo sabe … Emilia se va
a casar con Valerio a final de año.

EMILIA

43
¡Oh!

MARÍA

Lo sospechábamos, Señora.

JULIA Y SIDONIA

Sí, sí, lo sospechábamos.

LUCRECIA

Todo el mundo lo presentía, pero nadie lo sabía.

LAS TRES SIRVIENTAS (en voz baja, pero con alegría)


¡Anda, que calladito te lo tenías! …

LUCRECIA

Ni ella misma lo sabía. (se levanta).

Sidonia da un paso hacia ella.


Emilia le pone el vestido.

Habrá que celebrar una bonita boda. Muy alegre. Muy divertida. Muy joven.

Telón.

44
ACTO IV

Delante del telón.

EL NARRADOR (entrando por la izquierda, sobre el proscenio).

Van a suceder grandes cosas. Roma lo presiente. Roma lo espera. Roma se prepara para ello.
Esta mañana, todos los romanos han salido de sus casas con el pie izquierdo. Todos se han
percatado de ello. A todos les ha dado un vuelco el corazón. Y todos han vuelto a entrar en sus
casas para volver a salir con el pie derecho.
A todos les faltará un paso hasta esta noche. Caminarán con prudencia hasta esta noche como
con una especie de restricción, cojeando por así decirlo. Caminan por las calles preguntándose
con la mirada, con el lomo arqueado, con la mano rodeando la oreja. Por si acaso, se
asegurarán de pasar por el foro en todos sus recorridos.

LA NARRADORA (entrando por la derecha)

Los sirvientes acaban de quemar ropa de cama al fondo del jardín: las sábanas, las almohadas,
los cojines, el colchón y la colcha de seda verde.

EL NARRADOR

Valerio, que partió al trote a lomos de una gran potranca vieja, acaba de regresar al galope a
lomos de un caballo de tropa … En el camino de Ardea, Colatino y Bruto cabalgan uno al lado
del otro. Bruto intenta bromear en vano.

LA NARRADORA

Lucrecia …

EL NARRADOR (interrumpiéndola)

¡Tarquinio! … (a la Narradora) ¡Después de ti!

LA NARRADORA

No, no … ¿Tarquinio?

45
EL NARRADOR

Tarquinio está durmiendo en su tienda, acostado sobre el vientre, roncando sobre sus cabellos
negros.

LA NARRADORA

Lucrecia está en su habitación. Vestida de negro. De pie. No quiere sentarse. Ya no se sentará


jamás en este mundo.

EL NARRADOR

Van a ocurrir cosas grandes …

LA NARRADORA (interrumpiéndolo)

… cosas tristes.

EL NARRADOR

¡Grandes!

LA NARRADORA

¡Tristes!

EL NARRADOR

¡Tristes y grandes!

LA NARRADORA (sentándose en el proscenio)

¡Grandes y tristes!

Un pequeño espacio de tiempo.

GRITOS DE GENTE (entre bastidores)

¡Aaaah!

EL NARRADOR (al público)

¡Ya empieza!

UNAVOZ (entre bastidores, anunciadora pero imprecisa)

…! (equivalente a un verso alejandrino).

EL NARRADOR

¡Escuchad!

46
OTRA VOZ (más lejos, interrogativa)

…? (cuatro sílabas).

OTRA VOZ (muy lejos, afirmativa)

…! (tres sílabas).

EL NARRADOR

¿Lo oís?

LA NARRADORA

¡Por desgracia!

EL NARRADOR

El ruido recorre Roma … No se sabe cuál este ruido que corre, pero lo oímos, lo vemos correr …
Lo veo correr por la ciudad como el viento por la hierba.

UNA VOZ (entre bastidores)

¿Qué sucede?

SEGUNDA VOZ (más lejos)

¿Qué sucede?

TERCERA, CUARTA Y QUINTA VOZ (siempre más lejos)

¿Qué sucede?

Un tambor a lo lejos
El Narrador ha ido siguiendo con el oído el alejamiento de las voces.
Cuando suena el tambor, se sube a su tribuna.

EL NARRADOR

He aquí Roma en estado de historia. La gran Roma está en historia. Atenas, en otro tiempo, en
sus grandes momentos, lo fue en belleza; Babilonia, en amor; Troya, en alarmas. Un día Berlín
estará en guerra y París, en revolución. Roma, hoy, está en historia. ¡Qué alto destino ser de
Roma! Donde quiera que plantemos el pie, caminamos, por así decirlo, sobre un p aso
histórico. (con entusiasmo). ¡Aaah!

Un espacio de tiempo.

LA NARRADORA

Una mujer buena va a morir. (se levanta y sube al proscenio). Una mujer tan buena …

EL NARRADOR

47
Una noble, una gran dama.

LA NARRADORA

Una mujer … Se va a matar.

EL NARRADOR
Eso es heroico.

LA NARRADORA

Es injusto (sube a su tribuna). Se va a matar.

EL NARRADOR

Sí.

LA NARRADORA

Es horrible.

EL NARRADOR

No es alegre.

Breve pausa.

LA NARRADORA

¿Es lo único que se te ocurre decir?

EL NARRADOR

¿Qué quieres? … Está escrito … (señala, de lejos, el libro que la Narradora dejó en su tribuna en
el acto segundo). Está escrito en tu gran libro.

LA NARRADORA

No, no, yo no lo he leído. No lo he leído en ninguna parte.

EL NARRADOR

¡Lee, léelo! Página cincuenta y dos: “… cultrum, quem sub veste abditum habebat …”.

LA NARRADORA

No lo entiendo.

EL NARRADOR

“ … eum in corde defigit …”.

48
LA NARRADORA

No lo entiendo. No lo entiendo.

EL NARRADOR
Tito Livio … Historia romana.

LA NARRADORA

No, no, no. Eso no ocurrió así, ¡con esa frialdad pomposa! Escucha … (con suavidad). ¡Escucha!
… (con ternura). “Poor bird …”.

EL NARRADOR

No lo capto.

LA NARRADORA

Pobre pajarillo … “Poor frighted deer …”.

EL NARRADOR

No lo veo …

LA NARRADORA

“Pobre cierva asustada, que se detiene de pronto en la encrucijada de un bosque buscando


qué ruta la alejará de los perros, así Lucrecia es presa de jaurías de duda …” Ella duda, ya lo
ves, duda. Ella … ella está dudando.

EL NARRADOR

Pero el valor, mi pobre amiga …

LA NARRADORA

LA NARRADORA (interrumpiéndolo)

¿Te parece valiente agazaparse en un agujero, bajo una lápida?


(baja de su tribuna).

EL NARRADOR (bajando también)

Pero, mi pobre amiga, la historia …

LA NARRADORA

¡Me aburres con la historia! ¡Ah, el remedio adecuado, ciertamente, la medicina adecuada
antes que la muerte! ¡Menuda ganga comprar a precio de muerte la privación de los males de
la vida! …

49
EL NARRADOR

¡Veamos, veamos! … (da un paso hacia ella).

LA NARRADORA

¡Oh, dime! Es preciso … Ay, vamos a dejarla vivir, ¿no? Ella se irá … Ellos se irán, se irán al
campo.

EL NARRADOR

¿Con esta herida en el vientre?

LA NARRADORA

Allí se le cerrará; sobre la hierba, bajo los árboles, bajo el canto de los pájaros. ¿No? ¿No es
así? … Colatino tiene un gran corazón …

EL NARRADOR

¡Tendrá que tener un espíritu amplio también!

LA NARRADORA

¡Ay, pobre pajarillo! … Poor bird … Triste hermana de Filomena, cuyo canto recuerda una
violación … Filomena, oh ruiseñor, harás tu bosquecillo de la cabellera de Lucrecia.

EL NARRADOR

¡Estás soñando! …

LA NARRADORA

¿De qué servirá esta muerte? ¿De qué? A ti te lo pregunto … ( se vuelve hacia el público y se
coloca la máscara sobre la frente). Te lo pregunto … ¿A qué pecadora a punto de cometer la
falta detendrá esta muerte? ¿A qué criminal detendrá en el umbral del crimen? … ¿No es
cierto? ¿No es cierto? … Ella encontrará, descubrirá cierta soledad profunda, alejada de todo
camino, donde el pájaro le enseñará a cantar de nuevo cada noche. ¿No es cierto?

Rumor entre bastidores.

EL NARRADOR

¡Atención! … ¡Calla!

LA NARRADORA (al público)

¿No es así?

EL NARRADOR

¡Cálmate!

50
LA NARRADORA

¡Qué desgracia!

Rumor más fuerte.


Se vuelve a poner la máscara.

GRITO DE UNA MULTITUD (entre bastidores, acercándose)

¡Ah, ah, ah!

EL NARRADOR

¡Vamos!

LA NARRADORA

¡Vamos!

Cada uno vuelve a subir a su tribuna y mira hacia la puerta de la parte frontal del
escenario, a la izquierda. Ruido de multitud en esa puerta).

UNA VOZ FEMENINA

¡Corramos a casa de Lucrecia!

UNA VOZ MASCULINA

¡Marchemos a casa de Lucrecia! ¡En orden!

VOCES MASCULINAS

¡En orden!

LA MUJER

¡En masa!

VOCES FEMENINAS

¡En masa!

EL HOMBRE

¡Con lentitud!

LA MUJER

¡Con pasión! ¡Asediemos! ¡Asaltemos!

EL HOMBRE

51
¡Preparémonos! ¡Pongámonos en orden! Mantengámonos en silencio ante este umbral que
ningún indicio nos hace creer contaminado.

LA MUJER

¡Gritemos! ¡Queremos ver!

EL HOMBRE

Esperemos para saber. ¡Silencio!

VOCES FEMENINAS

¡Queremos ver!

VOCES MASCULINAS

¡Silencio!

Entra Valerio, sobre el proscenio, por el medio del telón.

VALERIO (al coro, entre bastidores)

¿Queréis callaros? ... ¿Queréis marcharos de ahí? ... Sí, ¿queréis salir pitando de aquí?

LA MUJER

La calle es de todos.

VALERIO

Pero las casas son de aquéllos que las poseen, supongo. Vuestros berridos se sienten desde el
sótano al desván.

LA MUJER

Bien, eso es lo que queremos. Gritemos.

LAS MUJERES

¡Gritemos! ¡Ahhh!

EL HOMBRE

¡Silencio, mujeres! ¡Sujetad las riendas de esa yegua que piafa dentro de vosotras!

VALERIO

¡Bien dicho, señor!

GRITO DE LAS MUJERES

52
¡Ahhh!

LA NARRADORA

¡Curiosos! ¡Viles curiosos! ¡Escandalosos!

La multitud murmura.

EL NARRADOR

No es la curiosidad lo que les ha traído hasta aquí. Y mucho menos el gusto por el escándalo.
Sino una gran sed de justicia, de orden, de honestidad: esa gran sed romana que abre todas las
bocas romanas en ciertos momentos áridos de la historia romana.

EL HOMBRE

Habla, Valerio.

LA MUJER

Veamos, habla.

EL HOMBRE

¿Qué ocurre?

LA MUJER

¿Qué ocurre?

TODOS

¿Qué ocurre?

VALERIO

Yo no sé nada. En cuanto a lo que intuyo, ¿esperáis que lo derrame en vuestros oídos? De


acuerdo. A lo largo de la casa donde agoniza una enferma los transeúntes más alegres
aminoran el paso y ahogan la voz. Marchad sin hacer ruido. En esta casa hay alguien muy
enfermo.

LA MUJER

¿Lucrecia?

LAS MUJERES
¿Lucrecia?

TODOS

¿Es Lucrecia?

53
VALERIO

¡Silencio! (sale)

GRITO DE LA MULTITUD (alejándose)

¡Al foro! … ¡Al foro!

EL NARRADOR

¡Al foro! ¡Cesad toda actividad! … ¡Zapateros! ¡Sastres! ¡Carpinteros! ¡Pintores! ¡Bataneros!
¡Pañeros! ¡Tejedores! ¡Toneleros! ¡Todo el mundo al foro, tras ellos!¡También los esclavos!
¡Los esclavos tras ellos! ¡Hay liberación en el aire! ¡Las mujeres también!

LA NARRADORA

¡Que las mujeres vuelvan a sus casas! … Sí, sí que vuelvan a sus casas. ¡Ah! Eso es, eso es,
conozco la canción: “¡Abajo el tirano!” En la plaza grande, justo a mediodía. Pero, a mediodía,
si la mesa no está puesta, diez mil tiranos sacuden a sus mujeres en casa … ¡Regresad!
¡Regresad!

EL NARRADOR

¡Al foro!

LA NARRADORA

¡Volved!

EL NARRADOR

¡Llenad el foro! … ¡Así! ¡Así! ¡Así! … ¡Sed como una marea humana! … Escuchad …

Se oye una voz lejana, a ritmo de alejandrino.

¡Se dice que los crímenes de los grandes son dos veces criminales!

Aclamación entre bastidores.


Los dos narradores se sientan mientras que el telón se levanta dejando ver la
disposición del primer acto: una habitación en la casa de Colatino.
A la derecha, en primer plano, Sidonia y Julia cuchichean en voz baja.
Valerio, al fondo a la izquierda, acaba de darle una orden a un sirviente de pie cerca de
él.

VALERIO

¿Has entendido?

EL SIRVIENTE

54
Sí.

VALERIO

Muy bien, ¡ve!

El sirviente se inclina y sale por el fondo a la izquierda.


Por la derecha, en el primer plano, entra María llevando una taza sobre un plato.
Avanza con varios pasos rápidos, en diagonal, hacia el fondo a la derecha pero se ve
sorprendida por un chasquido de dedos de Valerio.

MARÍA

Sí, Valerio.

VALERIO

¿Qué es eso?

MARÍA

Leche.

VALERIO (con dos dedos en la taza)

¿Te la ha pedido templada?

MARÍA

¡No, no, caliente! Todo lo contrario.

VALERIO

¡Pruébala! Está casi fría. Haz que la calienten.

MARÍA

Pero ...La señora no se la va a beber. Emilia es la que me lo ha dicho ... La señora no quiere
tomar nada.

VALERIO
¡Haz que la calienten!

María sale por la izquierda.

¡Julia! ...¡Sidonia! ... ¿Qué hacéis ahí, en ese rincón? (da unos pasos hacia ellas)

SIDONIA (angustiada)

Nada, nada, Valerio ... No sabemos dónde meternos. No sabemos qué hacer con nosotras.

VALERIO

55
¿Estáis llorando?

SIDONIA

¡Ay! Sí, sí, sí ... ¡Lo deseamos tanto!

VALERIO

No hay razón para llorar. Es indiscreto. Debéis apoyar a la Señora con vuestra calma y silencio.
Eso es lo deseable cuando se es una sirvienta. ¡Venga!

Salen por el fondo a la izquierda.

El ruido de la escoba sobre el suelo, la vista de la ropa blanca, de una vajilla deslumbrante
pueden hacer más por sacar a la Señora de donde está que los gritos más trágicos.

Salen las dos sirvientas.


Entra un sirviente por el fondo a la derecha.

EL SIRVIENTE

¡Valerio!

VALERIO

No estoy sordo.

EL SIRVIENTE (con un tono más bajo)

Valerio ...

VALERIO

¿Sí?

EL SIRVIENTE
El cocinero pide que le envíes la llave de la bodega para el vino.

VALERIO

¡Éste no pierde ocasión! Dile que no se beberá vino en la cena.

EL SIRVIENTE

Pero ...

VALERIO

No hay más comentarios que valgan con los pinches. Di lo que tienes que decir, da media
vuelta y trabaja, ¿eh? ... ¡Trabaja!

56
Vuelve María por la izquierda en primer plano.
Le acerca la taza a Valerio, que pone la mano.

¡Bien! Con el tiempo que te ha llevado, estará en su punto ... ¡Muy bien! ...

La sirvienta sale por el fondo a la derecha.

Te secarás los ojos, ¿verdad?

MARÍA

Me los seco constantemente.

VALERIO

Sécatelos ya de una vez.

MARÍA

Sí, Valerio.

VALERIO

Si la Señora se bebe la leche, me comprometo a recompensarte.

MARÍA

Gracias, Valerio, pero me será suficiente con ver beber a la Señora.

VALERIO

Eres una buena chica.

María sale por el fondo a la derecha.


Vuelven a entrar (por el fondo a la izquierda) Sidonia y Julia. Una lleva un balde en la
mano, la otra una escoba al hombro. Cuchichean, pero alegremente, y atraviesan el escenario
sin ver a Valerio (al fondo a la derecha).

SIDONIA

¡Lleva cuidado, lo estás tirando todo! No habrá suficiente agua en el cubo.

VALERIO (volviendo a bajar)

¡Míralas, restablecidas! ... Son jóvenes. No se puede ...

Entra Emilia por la derecha, al centro.

EMILIA

Se está bebiendo la leche.

57
VALERIO

Bien ... ¡Muy bien!

EMILIA

Sí ... (estalla en sollozos). Perdóname, Valerio. Llevo dos horas sonriendo ahí arriba ... dos
horas, sin parar.

VALERIO

Mi pobre Emilia ...

EMILIA

Déjame. Ay, es como si me quitase una máscara. (llora más lentamente)


Es una mujer admirable.

EL NARRADOR (levantándose bruscamente)

¡Atención! ¡Ahí está Colatino! ... ¡Colatino a caballo! ...

LA NARRADORA (a media voz)

Colatino ...

EL NARRADOR

¡Abrid paso! ¡Abrid paso a Colatino!

LA NARRADORA

Está totalmente pálido.

EL NARRADOR

¡Quieran los dioses que no tenga que enrojecer!

LA NARRADORA

¡Colatino!

EL NARRADOR

¡Colatino!

LOS DOS

¡Larga vida a Colatino!

LA NARRADORA

58
¿Quién es el hombre que cabalga a su lado?

EL NARRADOR

¡Ja, ja, ja! ¡Es Bruto!

LA MULTITUD (entre bastidores)

¡Ja, ja, ja! ¡Bruto! ¡Bruto!

UNA VOZ DE HOMBRE

¡Haznos reír, Bruto!

UNA VOZ DE MUJER

¡Haznos una gracia!

EL HOMBRE

¡Suéltanos una perorata como sólo tú sabes!

LA MUJER

¡Háblanos ... Háblanos de la bella Lucrecia!

LA MULTITUD

¡Ja, ja! ¡Lucrecia!

Risas entre bastidores.

EMILIA

Voy a subir junto a ella.

VALERIO

Sí, sí ... Nosotros la sacaremos de ahí, ya sabes.

SIDONIA (entrando por la derecha, en primer plano)

¡Aquí está el Señor!

UN SIRVIENTE (entrando por la izquierda, al fondo)

¡Aquí está el señor!

VALERIO (a Emilia)

¡Ve, rápido!

59
Emilia sale, corriendo, por el fondo a la derecha.

JULIA (entrando por la izquierda, en el centro)

¡Aquí está el Señor!

VALERIO

¡Calma!

UN SIRVIENTE (entrando por la izquierda, en primer plano)

¡Aquí está el Señor!

VALERIO

¡Sí, sí!

Por la izquierda, en el medio, entran Colatino y Bruto. Saludo de los sirvientes,


reverencia de las sirvientas.

COLATINO

¿Dónde está la Señora?

VALERIO

En su habitación, Señor.
COLATINO

¿Enferma?

VALERIO

No, Señor.

BRUTO

¿Realmente no está enferma?

VALERIO

No, no, Señor.

BRUTO

Entonces, todo está bien.

COLATINO

¡Subamos!

60
VALERIO

Te pido perdón, Señor, pero la Señora ha pedido que el Señor la espere aquí.

COLATINO

¿Qué es lo que ocurre, Valerio?

VALERIO

Señor, no lo sé.

BRUTO

Pero nada de nada.

COLATINO

¿Eres tú el que vino al campamento?

VALERIO

Sí, Señor.

COLATINO

Estaba de maniobras. Mi teniente me repitió tus palabras. Creo que ha exagerado. Tú no le


hablaste de nuestra desdichada casa, ¿verdad?

VALERIO

Yo ... Ya no me acuerdo.

COLATINO

¡Tú! ... ¡La memoria en persona! ... ¡La exactitud hecha carne! ( a Bruto) Hay momentos en que
a uno le encantaría tener sirvientes indiscretos.

VALERIO

Creo que dije triste ... casa triste.

BRUTO

¡Lucrecia se aburre, está claro!

COLATINO

Eso no va con ella en absoluto. ¿Crees tú que es de esas mujeres? ... ( se detiene y da un paso
hacia las sirvientas).¡ Sin embargo, estas chicas han llorado! ...

LAS SIRVIENTAS

61
No, Señor.

COLATINO

Por poca cosa continuarían llorando. Las lágrimas les inflan los párpados ... Ay, eso. ¡Subamos!

Da un paso pero Lucrecia entra por la derecha vestida de negro sostenida por Emilia y
por María, que la ayudan a subir al estrado. Al bajar se quedan de pie a la derecha.
Colatino se reúne lentamente con Lucrecia en medio del estrado.
A una señal de Valerio, todos los sirvientes y sirvientas que están en el escenario (salvo
Emilia) salen sin hacer ruido.
Bruto está abajo y a la izquierda del estrado. Colatino se acerca a Lucrecia , la coge de
las manos y la mira.
Valerio y Emilia agachan la cabeza.
Colatino conduce a Lucrecia hacia sí y la abraza con pasión.
Valerio y Emilia se giran y se disponen a salir.

LUCRECIA (soltándose)

No, no, ¡quedaos! ... (a Colatino) Deja que se queden.

COLATINO

Sí.

Lucrecia se aparta un poco de Colatino y lo mira.

¿Qué extraño mal te ha sobrevenido que estás tan temblorosa? ¿Cuál es la pena que ha
devorado tus bellos colores? ¿Por qué estás vestida de duelo? Querida mía, querida mía,
cuéntanos cuál es tu sufrimiento para que podamos ponerle remedio.

LUCRECIA

Yo ... pensaba que estaba preparada ... ¿Te importa esperar un poco?

COLATINO (con ternura)

Sí, sí.

Lucrecia suspira.
Murmullo detrás del teatro.

(a Valerio) Ve a echar a esa gente.

LUCRECIA

¡No, no, no! ... Ese murmullo me da fuerzas. Esas voces hacen que me decida a hablar. Es
preciso que abramos esta casa tan grande al pueblo despiadado.

COLATINO

62
Mi querida esposa ...

LUCRECIA

Es necesario, mi querido esposo. Abre las puertas, Valerio.

Sale Valerio, por la izquierda.


Se oye aumentar el murmullo entre bastidores.

¡Que entren!

El murmullo aumenta aún más.

COLATINO

¡Pero que se callen!

Silencio brusco.

LUCRECIA
¡Que llenen el vestíbulo! Que permanezcan de pie, sin odio y sin lástima, que me juzguen para
siempre.

Vuelve a entrar Valerio de puntillas.

Unas pocas palabras bastarán ... Unas pocas palabras deben bastar. En este momento tengo
más dolor que palabras. Si tuviera que nombrar todos mis males, ya no tendría suficiente voz
... Querido esposo, un extraño ... un extraño ... (solloza y baja la cabeza)

COLATINO (con dulzura)

¿Un extraño ...?

LUCRECIA

... vino aquí ... esta noche ...

COLATINO (de la misma manera)

¿Esta noche?

LUCRECIA

¡Ay, no puedo! (solloza)

Emilia la sostiene.

LA MULTITUD (entre bastidores)

Un extraño, en esta casa, de noche.

BRUTO

63
¡Silencio!

COLATINO (a Valerio)

¿Vino alguien aquí?

VALERIO

Sí, Señor, el señor Tarquinio.

COLATINO

¿Tarquinio vino? (a Bruto) ¿Tarquinio ...? ¡Menudo disparate! (a Valerio) ¡No esta noche! La
noche anterior, con nosotros.

VALERIO

No, no, Señor. La noche pasada volvió.

LA MULTITUD

Tarquinio volvió la última noche.

COLATINO (a Bruto)

¡Es curioso!

BRUTO

¡Ah, lo veo, ...! Creo verlo. ¡Ay, ay! ... Se siente preparado para ser rey. Me lo ha dicho. Él
mismo me ha dicho que eso le impedía dormir ... Sí, sí, piensa que la situación en Roma es
contraria a su padre ...

LA MULTITUD (riendo)

¡Ja, ja!

BRUTO

Piensa que el frío del exilio revitalizará a su padre.

LA MULTITUD

¡Ja, ja!

BRUTO

Pero como sabe que tenemos la ingenuidad de ser leales, se da un gran paseo, para acercarse
a nosotros, a través de nuestras mujeres.

LA MULTITUD

64
¡Ja, ja, ja, ja!

COLATINO

Veamos, veamos ... (a Valerio) ¿A qué hora vino?

VALERIO

A las diez, Señor.

COLATINO

Bien. ¿Habló con la Señora?

VALERIO

Sí.

COLATINO

¿A solas?

VALERIO

No, aquí, delante de nosotros.

COLATINO

¿Y dijo ...?

VALERIO (dudando)

¿Emilia ... ?

EMILIA (con lágrimas)

Que un asunto apremiante lo volvía a traer a Roma.

BRUTO

¡Evidentemente!

EMILIA

Que tenía preocupaciones reales ...

BRUTO

¡Eh, para! ...¡ No tan rápido, hijo de reyes!

Risas entre bastidores.

65
(a Colatino) ¡Está claro!

LUCRECIA

¡Dios mío! ¡Dios mío!

COLATINO

¡Bien! ... (a Valerio) Tarquinio se marchó por ahí arriba ...

BRUTO

¡Sí! Y la pobre Señora ...


VALERIO

No, Señor.

COLATINO y BRUTO

¿Cómo?

Sollozos entrelazados de Lucrecia y Emilia.

VALERIO

El Señor Tarquinio se quedó.

COLATINO y BRUTO

¿Cómo?

VALERIO

Se quedó.

COLATINO

¿Aquí?

VALERIO

Sí.

COLATINO

¿Por la noche?

VALERIO

Sí.

66
COLATINO

¿Toda la noche?

VALERIO

Sí.

COLATINO

¿Aquí ...? ¿Aquí ...? ¿Toda la noche ...?

RISA DE MUJER (entre bastidores)

¡Ja, ja, ja!

BRUTO (a la multitud, arrojando al centro su espada)

¡Por Júpiter! Si alguien ...

COLATINO

Cuando lo he visto esta mañana, a caballo ... Esta mañana, cuando lo he visto regresar a
caballo, era de aquí de donde ...? ¡Ay, ay, Lucrecia, se ha atrevido ... se ha atrevido a cortejarte
... se ha atrevido a decirte palabras de amor ...

Sollozo de Lucrecia.

Eso no es nada ... mi pequeña, mi querida, eso no es nada, te lo juro; eso no es nada en
absoluto. Eso es vergonzoso sólo para él. No es capaz de ver a una mujer sin de repente
imaginarse ... Es muy conocido por ello. Venga ... Lucrecia, querida mía, no llores más así.

Sollozo de Lucrecia.

¡Te lo ruego, no llores más así! Pero, veamos, veamos, veamos, ¿por qué lloras así? ... ¿Por qué
...? (bruscamente) ¡Ahh! ... ¿Qué ...? ¡No es posible! ¡Qué, qué! ... ¡Bruto!

BRUTO

¡Caramba ...!

COLATINO

¡Ahh!

LUCRECIA

Me puso la espada en el corazón y me dijo: " Si te resistes, te mataré, degollaré al último de


tus lacayos, arrojaré su cadáver en tus brazos y juraré que os sorprendí juntos ..."

LA MULTITUD

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¡Ahh!

LUCRECIA

Lloré, sollocé ...

EMILIA

¡Señora ...!

COLATINO (con una voz blanca)

Él no escuchó, ¿no es así? ... ¿Acaso no oyó nada? ¿Acaso no quiso oír ...? Siguió hasta el final
el muy perro, ¿no es así?

Lucrecia se gira y se cubre la cara.

¡Ay, miseria ...! (cambiando el tono) ¿Hasta el final? Dímelo, dímelo, ¿hasta el final?

BRUTO

¡Cuidado! (sale corriendo)

Demasiado tarde. Lucrecia se desploma. Emilia y Colatino se arrodillan a su lado.

LA MULTITUD

¡Ahh!

VALERIO

¡Silencio!

EMILIA

Está muerta.

VALERIO (a la multitud)

Está muerta.

LA MULTITUD

Está muerta.

Silencio. Bruto se sube al estrado, se inclina sobre Lucrecia, regresa al medio del
estrado girándose después mitad hacia la multitud, mitad hacia el público.

BRUTO

Está muerta. Tarquinio la ha matado. Tarquinio acaba de matarla ante nuestros ojos. Él
duerme, sí, sí, está durmiendo en su tienda, allí ... pero en realidad está aquí, vive y respira

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aquí. ¿Lo veis? ... ¿Lo veis entrar en esta casa, esta noche, elevando el brazo en el umbral para
que el viento seque de sus axilas el olor salvaje de su sudor? ¡Jabalí, jabalí! ¡Oh sucia bestia de
jabalí!

LA MULTITUD
¡Ahh!

BRUTO

Él duerme, agotado ya sabéis por qué repugnante fatiga. Lanzó contra esta mujer una
artimaña, una violencia , un ansia, una pasión, que jamás ningún soldado se atrevió a lanzar
contra ninguna ciudad enemiga. Y esta mujer era la esposa de su amigo. ¡Es un monstruo!

LA MULTITUD

¡Sí, sí, un monstruo!

BRUTO

Si beso el hierro de este cuchillo, todos vosotros lo besáis por mi boca. Yo solo tendré los
labios rojos, pero todos vosotros sentiréis entre los vuestros el sabor de la sangre. (besa el
cuchillo) ¡Ved, ved! Vedme maquillado, como Tarquinio. Tengo rojo en los labios como
Tarquinio. No me secaré los labios antes de que los labios de Tarquinio se vuelvan blancos,
blancos como la muerte.

LA MULTITUD

¡A muerte, Tarquinio! ¡A muerte! ¡A muerte!

BRUTO

¡Vamos, marchemos! (a Colatino) Ponte en pie, camarada. (Se agacha y coge en brazos el
cuerpo de Lucrecia) ¡Marchemos! ... ¡Existe una mujer como ésta de aquí, noble y pura como
ésta, a la que Tarquinio viola todos los días! ¡Y es la madre de todos nosotros! ¡Es Roma!

Tambor y campanas.

LA MULTITUD

¡Roma, Roma, Roma!

LA NARRADORA (bajando de su tribuna y pasando por el escenario)

¡Pobre pajarillo ...! ¡Pobre pajarillo ...!

EL NARRADOR (misma interpretación que la narradora)

¡Pobre cierva degollada ...!

Telón

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