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LETRA, ESCRITURA Y LECTURA EN LA LINGÜISTERÍA ¿CÓMO

ENTENDER SU FUNCIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA?

Lierni Irizar

Después del recorrido de trabajo en este cartel sobre el Seminario 20 de


Lacan, surge la pregunta por lo aprendido y por los interrogantes que se abren
para continuar investigando en el futuro. En mi caso, he de reconocer que quizá
la ganancia de saber ha de medirse en pequeños pasos y hallazgos que, no
obstante, son para mí importantes si tenemos en cuenta la complejidad y
amplitud del tema elegido, y sus implicaciones en la práctica clínica.
Comencé el cartel sobre el Seminario 20 con esta pregunta: Letra, escritura y
lectura en la lingüistería ¿Cómo entender su función en la experiencia
analítica?
Esta pregunta surgió a partir de mi interés por lo que se escribe y lo que no y lo
que de lo escrito se puede leer, borrar o modificar. Me interesa el modo en que
esto se juega en un análisis, en lo que la escucha analítica entendida como
lectura, puede producir.
Mi recorrido me ha llevado a aproximarme a esta cuestión desde diversos
ángulos y textos, convirtiéndose así en un conjunto de piezas sueltas, que no
obstante, me dan cierta orientación aunque no resuelvan mi pregunta de partida.

Lo escrito es lo más parecido a un tatuaje


La dispersión, Eugenio Trías

Seminario 20. Aún. Letra, escritura y lectura.

Comenzaremos con lo que el propio Lacan afirma en el Seminario 20. En este


seminario, llama lingüistería, a un modo particular de abordar la lingüística que
incluye el inconsciente, el sujeto, la enunciación, el deseo y el goce, es decir,
una lingüística que no deja de lado nuestra condición de seres hablantes y
gozantes.

El significante.

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En este seminario, el significante aparece, por un lado, como aquello que
produce efectos de significado. La función del significante es el fundamento de
la dimensión de lo simbólico, tal como el discurso analítico permite aislarlo. Un
discurso en el que se trata, no del sentido ni del referente, sino de la función del
significante mismo. Pero además, el significante aparece también como causa
material de goce. (p. 33)
El significante es ubicado en relación a un discurso, un modo de funcionamiento,
una utilización del lenguaje como vínculo entre los que hablan, que son seres
vivientes. (p. 41) No hay ninguna realidad prediscursiva sino que cada realidad
se funda y se define con un discurso. Lacan nos dice que los hombres, las
mujeres y los niños no son más que significantes, nada quieren decir como
realidad prediscursiva. (p. 44)
El significante es contingente y no arbitrario como afirmaba Saussure y no es
definible más que como una diferencia con otro significante. Pero es también un
signo del sujeto.
El significante, separado de sus efectos de significado, introduce el Uno en el
mundo. (p. 64) Lacan plantea la diferencia que existe entre un S1, significante
puro y un S2, significante secundario respecto al primero. (p. 95) S2 remite al
sentido que no es más que semblante y Lacan nos alerta para que nos
preservemos de comprender demasiado rápido. El S1 es el significante del cual
no hay significado y que simboliza el fracaso del sentido. Surge aquí entonces la
primera pregunta. Ese S1 que no tiene sentido ni se enlaza a otro significante,
¿no es en realidad una letra o tiene, al menos, función de letra?

La letra
La letra, nos dice Lacan, es algo que se lee literalmente: “No es lo mismo leer
una letra y leer”. (p. 38)

La escritura
En este seminario, Lacan introduce las categorías lógicas en relación a la
escritura: lo necesario es aquello que no cesa de escribirse y lo imposible, lo que
no cesa de no escribirse. Lo que no es escribe es la relación sexual: no hay
relación, proporción, entre los sexos. Es algo que no se escribe (p. 14) pero
además, Lacan nos dice que todo lo que está escrito parte del hecho de que será

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siempre imposible escribir la relación sexual (p. 46). Esto afecta al propio
discurso analítico que se sostiene de este enunciado (p. 17).
Se pregunta también, cuál es la función de lo escrito en el discurso analítico y
afirma que en dicho discurso, se trata de lo que se lee más allá de lo que se ha
incitado a decir a un sujeto, un decir cualquier cosa. (p. 38). Y afirma que si algo
puede introducirnos en la dimensión de lo escrito es percatarnos de que el
significado no tiene que ver con los oídos sino con la lectura, la lectura de lo que
uno escucha en el significante.
Si retomamos las categorías lógicas, Lacan añade la contingencia para nombrar
aquello que cesa de no escribirse, y afirma que es ahí que la experiencia analítica
encuentra su término pues lo más que puede producir es un S1. (p. 113)
Significante S1 que es el significante del goce, goce singularísimo.
Afirma también que la escritura es una huella donde se lee un efecto de lenguaje.
(p. 147) Y surge aquí una nueva pregunta: ¿cómo se puede leer una huella? ¿no
tendríamos que pensar que para que una huella sea legible ha de devenir letra?
Y entonces, ¿cómo una huella se hace letra?

Algunas aclaraciones sobre marca, letra y significante.

Con estas indicaciones de Lacan y mis interrogantes, he recorrido otros textos y


autores para tratar de ordenar las ideas.
La primera cuestión a pensar es la diferencia entre significante, letra y marca.
Encuentro en el libro Nuevos Retoquecitos de Gerardo Arenas unas primeras
aclaraciones.
El significante es lo que se dice y se escucha, la letra es lo que se escribe y se
lee. La letra es siempre igual a sí misma pero el significante nunca es idéntico a
sí mismo.
La letra, a diferencia de la marca, es legible. Nuevamente aparece la pregunta,
¿cómo la marca de la lengua deviene letra y por tanto legible? ¿Será la lectura
del analista, es decir, por la transferencia, que la marca se hace letra? Creo que
es una hipótesis admisible.
El S1 producido en el análisis tiene estatuto de letra por ser Uno solo, no
articulado, sino litoral de goce.
Profundizo entonces en estas cuestiones a través de diversos textos.

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El significante nunca es idéntico a sí mismo

Me interesa mucho esta idea de que el significante nunca es igual a sí mismo y


encontramos un texto de Borges que lo muestra de modo magistral, Pierre
Menard, autor del Quijote. Veamos lo que el relato nos enseña.
Este relato nos habla de la obra de un escritor, de sus escritos conocidos, pero
sobre todo de otros, los que componen otra obra que nunca hubiéramos
imaginado: “la subterránea, la interminablemente heroica, la impar.” (p.45) Obra
que es también inconclusa y que no es otra que los capítulos noveno y trigésimo
octavo del don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós.
Es algo realmente excepcional pero que sorprende aún más cuando el narrador
nos cuenta que Menard no quería escribir otro Quijote sin el Quijote. Este
proyecto no implica copiar la obra sino escribir un texto que coincidiera
exactamente con el texto de Cervantes, palabra a palabra.
En un primer momento, Menard pensó en convertirse en Miguel de Cervantes,
tratando de revivir su lengua, su fe, el contexto histórico, etc. pero descartó esta
opción por considerarla fácil. En este punto, el narrador se dirige al lector
adelantándose a nuestro pensamiento que rápidamente afirma: si, fácil, ¡es
imposible! Y reconoce que el lector tiene razón, es imposible. Pero lo fabuloso
es que afirma que, aunque la empresa es imposible, de todos los medios
imposibles para llevarla a cabo (escribir el Quijote), éste (convertirse en Miguel
de Cervantes) es el menos interesante, una especie de disminución. Lo
verdaderamente complicado es “seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote,
a través de las experiencias de Pierre Menard”. (p.48)
Entramos entonces en el reino de cosas imposibles que pueden ser más o
menos imposibles ¿Quién dijo que lo imposible, uno de los nombres de lo real,
es uniforme y sin matices?
Menard sabe de la “casi” imposibilidad de su proyecto ya que mientras Cervantes
escribió su obra espontáneamente, en un momento en que fue razonable
hacerla, incluso fatal, él ha de componer el Quijote trescientos años después,
tiempo en el que han ocurrido tantas cosas… entre ellas el mismo Quijote.

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Si todo esto nos parecía ya suficientemente complejo, el narrador toma un
fragmento del Quijote de Cervantes y otro de Menard y nos dice que, aunque
son verbalmente idénticos, el segundo es “infinitamente más rico. (Más ambiguo,
dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza)”. (p. 52)

(…) la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de
lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.

(…) la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de
lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.

Este fragmento del relato es realmente bello e interesante. El narrador afirma


que es una revelación comparar estos dos fragmentos y transcribe primero uno
y luego el otro. Ambos idénticos. Pero ¿lo son realmente?
Podemos decir que las palabras, los significantes, son los mismos, uno a uno y
uno detrás del otro, el mismo orden, la misma puntuación. Pero ¿y el sentido?
El sentido del texto de Menard, por su contexto histórico, por sus propias ideas,
su experiencia y sentir, da otro significado a las mismas palabras. Esto nos hace
pensar que la obra es de algún modo su interpretación, su intención, su querer
decir y que el significante nunca es igual a sí mismo.
Pero no sólo la interpretación, el estilo es también diferente. El estilo de Menard
es arcaizante, afectado, mientras el de Cervantes utiliza el español corriente de
su época. ¡Es fantástico!
Creo que esta historia nos anima a un modo nuevo de lectura ya que el esfuerzo
de Menard es una técnica “del anacronismo deliberado y de las atribuciones
erróneas”. Y es interesante la invitación al lector: “Esta técnica de aplicación
infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida…Esa
técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand
Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación
de esos tenues avisos espirituales?” (p. 55)
Si tomamos el texto y le atribuimos otra autoría o fecha, el sentido del texto queda
radical y subversivamente trastocado.
De este modo, lo que parecía un disparate, se convierte en una fabulosa reflexión
que trastoca el tiempo, el sujeto y la obra, y creo que es un buen ejemplo para
mostrar en qué sentido el significante nunca es igual a sí mismo.

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Pequeños hallazgos sobre marca y escritura.

Tomo del libro Historia de la escritura de Calvet, L. J., algunas ideas


fundamentales sobre la escritura. Es importante entender que hay una pluralidad
de escrituras y no se puede hablar de la historia de la escritura sino en plural.
Me ha interesado especialmente la aproximación etimológica a la escritura en
diversas lenguas. Realizo una muy breve referencia a esta cuestión.
En las lenguas indoeuropeas, la etimología de escribir en diversas lenguas
románicas nos lleva la scribere en latín que es “trazar caracteres” que a su vez
nos envía a una raíz indoeuropea *ker/*sker que indica la idea de “cortar”,
“realizar incisiones”. En castellano corte.
En su forma extendida y en diversas lenguas significa escarificación. Esto resulta
muy interesante para el psicoanálisis ya que la escritura sería una especie de
incisión o corte.
La etimología encuentra convergencias semánticas en diversas lenguas que
permiten pensar, por un lado, que, al principio, la actividad de escribir era
equivalente a realizar incisiones, a arañar. Esto hace suponer que las piedras o
vasijas fueron sus primeros soportes. Por otro lado, nada hace pensar en su
relación con la lengua, en la idea de que los primeros grafismos fueran utilizados
con el fin de obtener su transposición. Es decir, la escritura no era un modo de
plasmar la lengua hablada.
En las lenguas semíticas, las diversas raíces y palabras remiten en árabe a la
idea de “rastros” dejados por los pies del caminante. Y también a la idea de
reunir, juntar letras, relacionar cosas.
También hay otro campo semántico que es el del misterio. En islandés antiguo
remite a “secreto” y en sajón antiguo a “murmullo”.
Habría, por tanto, tres campos de sentido que se pueden encontrar en las
lenguas. Por un lado, la idea de arañar, de realizar incisiones, por otro, la idea
de rastro (huella). Y finalmente, la idea de secreto, de misterio.

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También resulta interesante la diferencia que encontramos entre tipos de
escrituras que van desde los pictogramas, a los ideogramas y al alfabeto.
Veamos brevemente la cuestión.
Pictogramas sumerios.
Hacia el año 3300 a. C. la relación de los pictogramas con la lengua es
totalmente contingente. Nada en la escritura remitía al lenguaje sino a la cosa.
Nada en el signo remitía a la palabra musen que era la utilizada para decir pájaro.
Era el dibujo de un pájaro lo que constituía el pictograma y por tanto podría
haberse leído con diversas palabras según las lenguas.
Por eso, el sistema de pictogramas sumerios es “una escritura de las cosas”.
Estos pictogramas se comenzaron a utilizar para designar objetos, animales,
partes del cuerpo, etc. y sin referencias sobre la pronunciación. Pero también
podían tomar determinados valores simbólicos como la amistad o la enemistad.
La mayor parte de las palabras constaban de una sola sílaba por lo que
aparecían múltiples homofonías. Los escribas sumerios realizaron una de las
primeras revoluciones de la escritura al utilizar los pictogramas para anotar la
sílaba correspondiente a ese objeto o bien para otro significado con la misma
pronunciación.
No voy a recorrer la historia de las diferentes escrituras. Tomaré sólo algunos
conceptos que considero pueden ser de interés.
Se habla de pictograma cuando un dibujo supone la representación de un
mensaje sin la referencia de su forma lingüística. Un dibujo de un clavo que se
lee de diversas formas en castellano, inglés o francés es un pictograma. No
ofrece ninguna información sobre la manera en que se denomina una cosa.
Un ideograma es cualquier signo gráfico que representa una idea.
Los pictogramas se presentan como elementos aislados, mientras que los
ideogramas (que en su origen eran antiguos pictogramas) constituyen un
sistema. Al hablar de ideogramas hablamos de escritura.
Todas las escrituras tienen un origen ideográfico. La grafía en principio es
arbitraria, aunque pretenda imitar la realidad. Los pictogramas y los ideogramas
tienen carácter arbitrario.
Alfabeto.
El alfabeto es una de las posibles formas de escritura, pero una parte de la
humanidad, como los mil millones de chinos, se sirve de otros sistemas. La

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aparición del alfabeto es solo un capítulo dentro de la historia de las escrituras.
Fue hacia 1500 a C. en la zona de Siria, Líbano, Israel y Jordania, donde
apareció el alfabeto, en una región en la que se expresaban por medio de
lenguas semíticas.
Todos los alfabetos tienen un origen común. El origen se encuentra en los
pictogramas que adquieren valores fonéticos y evolucionan hacia una escritura
silábica y hacia el alfabeto.
En su libro El infinito en un junco, Irene Vallejo realiza la hipótesis de que fue
alguien, un sujeto desconocido a través de un acto individual, quien inventó el
primer alfabeto sin ambigüedades para la lengua griega. Comenzó adaptando
en torno a quince signos fenicios consonánticos en su mismo orden, con un
nombre similar (Aleph, bet, gimel, etc., se convirtieron en alfa, beta, gamma, etc.)
y tomó letras que no eran útiles, las llamadas consonantes débiles, y utilizó esos
signos para las cinco vocales que se requerían. Fue un gran logro ya que supuso
una gran mejora del alfabeto que permitió que la lectura dejara de estar sujeta a
conjetura y se volviera más accesible. Vallejo nos pide que imaginemos cómo
sería leer sin vocales, cómo identificaríamos la palabra “idea” partiendo de la
consonante “d” o “aéreo”, sólo con la “r”. Podemos pensar que el equívoco de la
lengua era entonces infinitamente mayor que en la actualidad. Esta invención
fue un acontecimiento único ya que no hay indicios de un tránsito gradual desde
un sistema menos completo a otro más acabado. Fue un acto de creación de un
sujeto.

Entre la marca y la letra: Derrida y Lacan. Una aproximación.

En el intento de encontrar alguna clave para acercarme a la cuestión de la marca


y la letra, he trabajado dos textos muy complejos, Freud y la escena de la
escritura de Derrida y Lituratierra de Lacan. Me ocuparé aquí de señalar aquello
que puedo destacar de ambos.

Freud y la escena de la escritura. Derrida.


Derrida denuncia el logocentrismo que impregna la metafísica occidental desde
Platón y el rechazo de la escritura que está presente en la filosofía desde
entonces. Considera que Freud escapa a este rechazo al abrir algo diferente.

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Veamos qué idea de escritura encontramos en Platón.

Platón creía que el escritor sólo transmite información o teorías


intelectuales y eso implica un peligro: que el lector las reciba de modo tal que su
lectura quede reducida a una dimensión intelectual sin que su alma quede
afectada. Para Platón un texto, en sí mismo, no transforma al lector (que es lo
que él busca), y, por tanto, podemos pensar que es necesario algo más para que
eso pueda ocurrir. Como si la presencia del cuerpo, la voz encarnada, fuera
necesaria para alcanzar y tocar el alma del otro. Como si la relación que
podemos llamar transferencial o de amor, fuera condición necesaria para
cualquier cambio, diálogo o aprendizaje. Pero además de esta cuestión, Platón
considera que el texto sólo, no puede adaptarse a las necesidades del lector.
Afirma que el escrito se repite a sí mismo, a diferencia del maestro que adapta
su tarea según las necesidades del alumno. Y, por último, Platón consideró que
la escritura era políticamente peligrosa porque no se puede controlar el uso que
un lector pueda realizar del texto. Hay una potencia del escrito que mal utilizada
puede ser peligrosa. Siempre me pareció́ una paradoja que un escritor fabuloso
como él tuviera esta visión de la palabra escrita, aplicable a todo texto, no sólo a
los filosóficos. Consideraba a la escritura una mera plasmación provisional de
ideas y afirmaba: “el legislador o escritor que no tiene nada más importante que
decir que lo que ha escrito es que no es un escritor importante”. Sócrates, que
nunca escribió́ nada, fue para él un modelo en relación al saber. Platón fue
coherente con estas ideas y no escribió́ nada sobre lo que para él era lo más
fundamental de su pensamiento, su teoría de los principios: “Sobre mis más
importantes doctrinas no hay escrito mío alguno ni jamás lo habrá́ , porque en
modo alguno son comunicables como los demás temas de estudio... Porque no
hay peligro alguno de que se olviden una vez captados por el alma, pues están
contenidos en los más breves términos”. Y, a pesar de esta convicción de Platón,
nos ha legado un personaje universal e inolvidable, convertido en paradigma de
la búsqueda y del diálogo, el Sócrates de los diálogos. Los escritos de Platón,
sus diálogos, son lo más próximo que pudo encontrar a la palabra hablada.

Volviendo a Derrida, afirma que a partir de Platón, la escritura es pensada como


suplemento, una técnica segunda respecto al discurso vivo. Habría una

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subordinación de la escritura a la palabra. Esto es lo que para Derrida implica el
logocentrismo.
Derrida parte de los textos de Freud porque, tal y como se ha comentado
previamente, supone un cambio en la tradición, y se interesa especialmente por
la cuestión de la huella mnémica, ya que Freud trató de explicar la percepción y
la memoria desde su visión del psiquismo como una escritura de huellas.
En Derrida, la huella no es una forma de presencia en la conciencia del sujeto
sino algo que se aproxima a su concepto de “diferancia”. La diferancia es algo
que no se puede simbolizar porque desborda la representación: es un abrirse
paso (lo que en Freud sería la facilitación, que serían los surcos que abren
camino a las impresiones recibidas) que se instaura en la diferencia de los
sucesivos actos de abrirse paso. Son impresiones que dejan marcas. La huella
mnémica no es una presencia simple, sino que se constituye en el espaciamiento
por repetición de los actos de abrirse paso. La huella se constituye en el intervalo
entre lo que ya no es y aquello que todavía no es. Una ausencia, un espacio de
inscripción, una marca que se consuma en un “entre”. Derrida afirma: “Hay que
pensar la vida como huella, antes de determinar el ser como presencia”. (p. 280)
La huella es el borrarse a sí mismo: algo ocurre, deja una marca pero ese algo
se borra y no hay que pensarlo en términos lingüísticos sino de impresiones del
exterior (impresión previa al pasaje por la lengua). Ese borrarse la huella sería
para Derrida lo que hace posible la represión.
Derrida explora el recorrido de Freud en relación a la escritura psíquica, y exploró
qué aparato es necesario crear para representarla. Desde el Proyecto en el que
fuerzas, energía o excitación dejan marcas en las neuronas, posteriormente la
huella se convierte en escritura. Es en la Carta 52 donde se produce este viraje
con el paso de lo neurológico a lo psíquico. La huella empieza a convertirse en
escritura. (p. 284) En la Interpretación de los sueños estamos ante una gramática
individual pero que no es traducción de algún contenido previo, aunque conlleva
huellas. Derrida afirma que el paso a la conciencia no es una escritura derivada,
repetitiva, una transcripción que doble la escritura inconsciente. La escritura
psíquica no es traducible, no hay un texto que ya esté ahí, inmóvil, sino que “está
ya tejido con huellas puras, con diferencias en las que se juntan el sentido y la
fuerza”. (p. 290) Es un sistema energético que produce sentido a través de la

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repetición, que hace posible el lenguaje. (A diferencia de Lacan para quien, como
veremos, el lenguaje es previo)
Derrida recorre la obra de Freud que busca un modelo que pueda dar cuenta de
una doble operación que retenga las huellas y acoja al mismo tiempo nuevos
elementos. En el Bloc Mágico describirá la percepción y el origen de la memoria
en un mismo aparato. Las huellas mnémicas pueden ser alteradas, reescritas
por nuevas impresiones. El aparato de escritura en Freud (el Bloc mágico) da
cuenta de esta posibilidad de reimpresiones. Las sucesivas escrituras
transforman lo que estaba escrito. A diferencia de la hoja que conserva
indefinidamente, pero se agota pronto, y de la pizarra, en la que se pueden borrar
trazos, pero no conserva las huellas, el bloc mágico, posee una superficie
receptora siempre disponible y huellas permanentes de las inscripciones hechas.
Las huellas producen el espacio de inscripción y no se escriben como
representación. La huella no es un contenido mental que corresponda a una
realidad exterior.
Derrida considera que todo el sistema freudiano de huellas, inscripciones y
desaparición, legibilidad e ilegibilidad, supone la relación con lo otro, originaria
de la escritura. La percepción pura no existe, llegamos a estar escritos
escribiendo. “El sujeto de la escritura es un sistema de relaciones entre las
capas: del bloc mágico, de lo psíquico, de la sociedad, del mundo. Dentro de
esta escena, la simplicidad puntual del sujeto clásico es inencontrable.” (p. 311)
No habría un sujeto y el mundo como espejo que se representa, no hay
percepción pura, y cree que Freud muestra bien esta cuestión. Desde el
comienzo hay una interacción con la otredad que va dejando huellas y marcas
que modifican lo que percibimos, en un proceso continuo.
Para Derrida, las metáforas de Freud no se refieren a la lengua hablada ni a la
escritura fonética. Sería una inscripción no sometida a la palabra. No será así
para Lacan quien, en Lituratierra, plantea lo escrito como resto de la palabra.

Lituratierra, Lacan.

Miller, en El psicoanálisis 38, afirma que en este texto de Lacan se trata de una
demostración literaria de la producción de la letra como consecuencia del
lenguaje: el estatus de la escritura como un artefacto que sólo habita el lenguaje.

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Se trata de una génesis meteorológica de la letra. El significante está en las
nubes, lugar del semblante. La ruptura de la nube llueve significado y la tierra se
abarranca. Lo escrito es un objeto caído del lenguaje. (p. 25-26)

Lacan plantea la necesaria distinción entre la letra y el significante. La letra


es litoral, frontera entre dos dominios extranjeros y no recíprocos. Ella dibuja el
borde del agujero del saber, borde entre el saber y lo que escapa a él, el goce.
Sería el litoral “entre centro y ausencia, entre saber y goce” (p. 25)
Antes de referirme a la respuesta de Lacan a Derrida en este texto, me detendré
en algunas aclaraciones sobre la letra y esta frase enigmática de Lacan que
Miquel Bassols desarrolla en su texto Retales en Freudiana 75. Nos dice que
cuando hablamos de letra lo hacemos no en su dimensión de impresión (en un
papel, escrita) sino la letra que se escribe en la palabra dicha, la escritura que
hay en el decir. Sin esta dimensión no se entendería la interpretación en el
análisis, operación que introduce la dimensión de la letra como soporte material
del significante, letra vinculada al hecho de tener un cuerpo y a que las palabras
resuenan en ese cuerpo. “La palabra dicha se vincula con aquello que resuena
en el cuerpo por el hecho de que hay un decir, una enunciación”. Palabra y
pulsión (goce) se vinculan de este modo con la letra. Y Laurent, en su texto
Centro y ausencia, aclara que en ese litoral, en la letra, se trata de un goce opaco
al sentido.
Bassols nos ofrece los sentidos que la letra toma en Lituratierra convirtiéndose
en corte, litoral, tachadura, resto, producto del lenguaje. (p.44) Y Laurent nos
aclara que, a diferencia de la frontera que separa dos dominios de un espacio
homogéneo, el litoral separa dos dominios que son heterogéneos.
La letra, principio material de lalengua, se convierte en una suerte de receptáculo
de goce, hasta agotar el sentido.
La frase citada, “entre centro y ausencia…”, se refiera a la letra como la que
escribe un saber sobre el goce y también cifra un goce del saber. Lo que del
goce pasa al inconsciente es (des)cifrado por la letra como saber. Afirma
Bassols: “Allí donde el goce está en el centro, es el saber el que se ausenta, el
que se convierte en un borde para ese goce.” No hay intersección entre saber y
goce, “bordeando cada uno el agujero del otro”. (p. 46)
La letra no es, por tanto, anterior al significante sino resto de la palabra.

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Volvamos entonces a Lacan, que realiza una crítica implícita a Derrida
cuando afirma que la escritura no es impresión. La letra no es primaria sino
consecuencia del lenguaje. Recurre a su viaje a Japón para explicar esto. Es al
regreso de su viaje “cuando me produjo lectura aquello que veía de la planicie
siberiana.” (p. 23) Lacan afirma que es algo relacionado posiblemente con lo que
Japón con su letra le había producido.
Le pareció que el chorreado entre las nubes, es la “única huella en aparecer”. “El
chorreado es ramillete del rasgo primero y de lo que lo borra. Lo he dicho: de su
conjunción se hace el sujeto, pero marcándose en ella dos tiempos. Es necesario
pues que se distinga allí la tachadura.
Tachadura de ninguna huella que esté de antemano…” (p. 24)
El chorreado se produce en las nubes, semblante por excelencia y llueve por su
ruptura, “efecto que hace que se precipite de ella lo que era allí materia en
suspensión”.
“Lo que se evoca de goce al romperse un semblante es lo que en lo real se
presenta como abarrancamiento” (surco). (p. 25) La ruptura de semblante
supone una pérdida de sentido y evoca un goce.
Igualmente, “la escritura es en lo real abarrancamiento del significado, lo que ha
llovido del semblante en tanto que él hace el significante.” La escritura no calca
el significante (no lo copia, no sería pasar del oral a lo escrito) sino a sus efectos
de lengua, lo que de ellos se forja para quien la habla.
La escritura se produce por habitar el lenguaje.
La escritura es el abarrancamiento mismo. (Podríamos pensarla como la
formación de regueros, surcos, marcas)

Algunas diferencias entre Lacan- Derrida


Podemos afirmar que, para Lacan, lo escrito se produce en el despliegue de la
palabra. No hay una impresión previa, algo que sí defiende Derrida quien
considera la huella como marcas dejadas por las impresiones provenientes de
lo otro, que el lenguaje dilucida luego. Para Lacan, es por la palabra que algo se
escribe.
En un análisis, se produce una lectura de lo que se escribió y a su vez, nuevas
escrituras, a través del trabajo que al analista realiza para editar el texto del
analizante a través de puntuaciones, cortes, señalamientos, repeticiones,

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equívocos. Lectura que además apunta hacia lo imposible de escribir. El análisis
produce el S1, trae al dicho el significante que organiza la posición inconsciente
del sujeto, lleva de algún modo a la luz, el significante clave o el significante
singularísimo como Lacan dice en el Seminario 20, que organiza y comanda la
vida del sujeto.

Diferencias entre letra y escritura en el Seminario 20 y Lituratierra.

La Letra.
Seminario 20:
- La letra es sin sentido, son las letras de la lógica: a, S de A/, y Fi
- Es efecto de discurso, en concreto del mercado (en su origen)

Lituratierra:
- Es resto, producto, del lenguaje. Receptáculo de goce sin sentido.
- Es litoral entre saber y goce

La escritura.
Seminario 20:
- Primero es la palabra y después la escritura
- Lo que se escribe es contingente, deja de no escribirse
- Lo escrito no es para ser comprendido

Lituratierra:
- La escritura es lo que ha llovido del semblante en tanto que él hace
significante.
- La escritura no calca el significante (no lo copia) sino sus efectos de
lengua.
- Es el abarrancamiento, ese reguero de lo llovido, (barranco que arrastra
restos, efectos del agua del semblante)

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Nuevos interrogantes.

El interrogante que fue el disparador de este trabajo surgía por el deseo


de aplicar esta indagación a lo que ocurre en un análisis, lo que en él puede
leerse, escribirse o reescribirse. He de confesar que no tengo respuestas muy
claras al respecto. ¿Hay una marca, surco, que deviene letra legible por el
análisis gracias a la transferencia o hubo un S1 que como letra opera como clave
de la vida del sujeto y el análisis saca a la luz? ¿se producen nuevas escrituras,
es posible reescribir o sólo encontrar un nuevo modo de hacer con lo escrito?
Si como en alguna reunión de cártel comentábamos, analistas diferentes
producen efectos diferentes, editan el texto de modo diverso, ¿cómo podemos
pensar esta cuestión? Para mí es un tema abierto, aún.
Un trabajo que se podría continuar analizando testimonios de pase y nuevos
textos de orientación.
Por otra parte, surge una nueva pregunta sobre si habría otros modos, más allá
de un análisis, en los que la marca de lalengua pueda devenir letra y por tanto
ser legible y operar a partir de ella. ¿Hay quizá en algunas modalidades del arte
la posibilidad de realizar ese pasaje? Se abre aquí por tanto otro campo posible
para pensar la cuestión de lo escrito y la lectura.

Cártel En torno al Seminario XX Aun de J. Lacan, 2020 - 2022

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Bibliografía

Arana, J, R. 2001, Hacia un nuevo Platón, Barakaldo, Librería San Antonio.

Arenas, G., 2022, Nuevos Retoquecitos, Buenos Aires, Grama. Ebook.

Bassols, M., Retales, Freudiana 75. P. 41-48.

Borges, J. L. 2011, Pierre Menard, Cuentos completos, Ebook, Barcelona,


Penguin Random House

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