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Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad 6p

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban
todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida
que no quería ser amiga de los demás animales.
La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con
moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a
punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le
dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos
diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos
cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.Y
por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga
que además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
La zorra y el león 4p
Erase una vez un león con mucha hambre que vivía en el bosque. Un buen día
buscando ocasión para encontrar presa fácil que llevarse al estomago se encontró con
una oveja y le preguntó que le parecía su aliento.
La oveja sin pensar mucho el riesgo o las consecuencias le respondió con sinceridad
que era apestoso. Entonces el león fingió sentirse ofendido, le dio un golpe y la mató a
la vez que le decía: “Por haber ofendido a tu rey, eso es lo que te has ganado” y se la
comió.
Tras un rato el león volvió a hacerle la misma pregunta a una cabra que deambulaba
por allí. La cabra que había visto lo que le había ocurrido a su amiga la oveja temió por
su vida y le respondió que su aliento era maravilloso. El león se molestó, la mató y se la
comió al tiempo que le decía “Por adularme con falsedades es lo que te mereces”.
A continuación se dirigió a la zorra que también había observado las dos situaciones
anteriores y le repitió la misma pregunta. La zorra, algo más astuta viéndose venir que
podía acabar como la oveja o la cabra, se alejó de él y desde la distancia le habló: “De
buena fe, le informo que no puedo responder a su pregunta puesto que el resfriado que
poseo me impide percibir su aliento”. Así se salvo la zorra de ser devorada por el león.

EL PUMA Y EL ZORRO
Atrapó una hermosa llama un puma, y después de hartarse enterró el resto para
su cena. Un zorro que lo estaba acechando, no bien lo vio partir, descubre el tapado e
hizo un opíparo desayuno con la reserva del puma. Este, que regresa cuando el Sol daba
sus últimos chisporroteos, se pone rabioso al encontrarse con que había desaparecido su
comida, y vase en pos del ladrón.
Vagando sin rumbo, dio con un zorro profundamente dormido. El bufón puma, a fin
de interrogarle por el hurtador, quiso despertarlo. Formó un manojo de pajas, con el cual
se
puso a cosquillarle el hocico. El zorro, en la creencia de que se trataba de moscas, las
ahuyentaba con el rabo, prorrumpiendo socarronamente: “¡Afuera moscas, que acabo de
arrebatar su presa al león!”.
Así se descubre al puma, que cogiéndole por el cuello castigó su osadía,
estrangulándolo.
El jactancioso hablador por su boca se condena
Los cuatro amigos
Había una vez cuatro animales que eran muy amigos. No pertenecían a la misma especie, por lo que
formaban un grupo muy peculiar.
Desde que amanecía, iban juntos a todas partes y se lo pasaban genial jugando o manteniendo
interesantes conversaciones sobre la vida en el bosque. Eran muy distintos entre sí, pero eso no
resultaba un problema para ellos.
Uno era un simpático ratón que destacaba por sus ingeniosas ocurrencias. Otro, un cuervo un poco
serio pero muy generoso y de buen corazón. El más elegante y guapo era un ciervo de color tostado
al que le gustaba correr a toda velocidad. Para compensar, la cuarta de la pandilla era una tortuguita
muy coqueta que se tomaba la vida con mucha tranquilidad.
Como veis, no podían ser más diferentes unos de otros, y eso, en el fondo, era genial, porque cada
uno aportaba sus conocimientos al grupo para ayudarse si era necesario.
En cierta ocasión, la pequeña tortuga se despistó y cayó en la trampa de un cazador. Sus patitas se
quedaron enganchadas en una red de la que no podía escapar. Empezó a gritar y sus tres amigos,
que estaban descansando junto al río, la escucharon. El ciervo, que era el que tenía el oído más fino,
se alarmó y les dijo:
– ¡Chicos, es nuestra querida amiga la tortuga! Ha tenido que pasarle algo grave porque su voz
suena desesperada. ¡Vamos en su ayuda!
Salieron corriendo a buscarla y la encontraron enredada en la malla. El ratón la tranquilizó:
– ¡No te preocupes, guapa! ¡Te liberaremos en un periquete!
Pero justo en ese momento, apareció entre los árboles el cazador. El cuervo les apremió:
– ¡Ya está aquí el cazador! ¡Démonos prisa!
El ratón puso orden en ese momento de desconcierto.
– ¡Tranquilos, amigos, tengo un plan! Escuchad…
El roedor les contó lo que había pensado y el cuervo y el ciervo estuvieron de acuerdo. Los tres
rescatadores respiraron muy hondo y se lanzaron al rescate de urgencia, en plan “uno para todos,
todos para uno”, como si fueran los famosos mosqueteros.
¡El cazador estaba a punto de coger a la tortuga! Corriendo, el ciervo se acercó a él y cuando estuvo
a unos metros, fingió un desmayo, dejándose caer de golpe en el suelo. Al oír el ruido, el hombre
giró la cabeza y se frotó las manos:
– ¡Qué suerte la mía! ¡Esa sí que es una buena presa!
Lógicamente, en cuanto vio al ciervo, se olvidó de la tortuguita. Cogió el arma, preparó unas cuerdas,
y se acercó deprisa hasta donde el animal yacía tumbado como si estuviera muerto. Se agachó
sobre él y, de repente, el cuervo saltó sobre su cabeza. De nada le sirvió el sombrero que llevaba
puesto, porque el pájaro se lo arrancó y empezó a tirarle de los pelos y a picotearle con fuerza las
orejas. El cazador empezó a gritar y a dar manotazos al aire para librarse del feroz ataque aéreo.
Mientras tanto, el ratón había conseguido llegar hasta la trampa. Con sus potentes dientes
delanteros, royó la red hasta hacerla polvillo y liberó a la delicada tortuga.
El ciervo seguía tirado en el suelo con un ojito medio abierto, y cuando vio que el ratón le hacía una
señal de victoria, se levantó de un salto, dio un silbido y echó a correr. El cuervo, que seguía
atareado incordiando al cazador, también captó el aviso y salió volando hasta perderse entre los
árboles.
El cazador cayó de rodillas y reparó en que el ciervo y el cuervo se habían esfumado en un abrir y
cerrar de ojos. Enfadadísimo, regresó a donde estaba la trampa.
– ¡Maldita sea! ¡Ese estúpido pajarraco me ha dejado la cabeza como un colador y por si fuera poco,
el ciervo se ha escapado! ¡Menos mal que al menos he atrapado una tortuga! Iré a por ella y me
largaré de aquí cuanto antes.
¡Pero qué equivocado estaba! Cuando llegó al lugar de la trampa, no había ni tortuga ni nada que se
le pareciera. Enojado consigo mismo, dio una patada a una piedra y gritó:
– ¡Esto me pasa por ser codicioso! Debí conformarme con la presa que tenía segura, pero no supe
contenerme y la desprecié por ir a cazar otra más grande. ¡Ay, qué tonto he sido!…
El cazador ya no pudo hacer nada más que coger su arma y regresar por donde había venido.
Por allí ya no quedaba ningún animal y mucho menos los cuatro protagonistas de esta historia, que a
salvo en un lugar seguro, se abrazaban como los cuatro buenísimos amigos que eran

. EL HERMANO CODICIOSO

Habitaban la misma casa dos hermanos: un rico y otro pobre, con sus respectivas mujeres
e hijos. Un día que el rico con muchos convidados festejaba el cortapelo de uno de sus
hijos, se asomó el pobre. Lo ve uno de sus invitados y pregunta: — ¿No es este tu
hermano? ¿Por qué no le haces pasar? —Ese es un doméstico. Oyólo el pobre; lleno de
aflicción por el desprecio que de él hacía su hermano, decidió abandonarlo y se fue como
de costumbre en busca de chicash, único alimento con el cual sustentaba a su familia.
Detúvose en la puna a descansar sobre una eminencia, lamentándose de su mala fortuna,
cuando oye que ésta le hablaba, consolándolo e indicándole siguiera un camino que le
conduciría a una gran cueva y que llamara. Siguió las indicaciones de la peña hasta la
cueva, donde encontró a un anciano venerable, el que le dio una piedra, diciéndole que
se regresara con ella, sin desprenderse nunca. Caminaba de prisa, pero una noche
lóbrega le impidió proseguir su marcha. Buscó refugio en una cueva, para pasar la noche,
con su piedra a las espaldas. Le era imposible conciliar el sueño por el hambre y el pesar;
nuevamente quejábase de su fatal destino, cuando dormitando escuchó este diálogo
entre la peña, la puna y la pampa. Preguntábale la puna a la peña por qué lloraba ese
hombre. —El pobre llora porque su hermano rico lo ha despreciado. La pampa
interrogaba por su parte: —¿De qué se queja ese infeliz? —De su hermano rico que lo
tiene muerto de hambre —respondía la peña. —Pues entonces yo le daré mazamorra de
maíz blanco. —Y yo —dice la cueva—, de maíz morado. —Y yo—dice la peña—, de maíz
amarillo. Despierta sobre saltado y se encuentra con tres ollitas, las que devoró,
procurando sobrar un poco de cada una, para su familia. Y se quedó profundamente
dormido. Al amanecer, disponíase a continuar su marcha, pero le fue imposible levantar
el atado por su enorme peso; lo descubre, y no sin sorpresa nota que la mazamorra de
maíz amarillo se había convertido en oro; la de maíz blanco en plata y la de morado en
cobre. Dejó enterrada: una parte y marchóse contento a su casa, donde refirió a su
familia lo que le había acontecido. El rico, al descubrir que su hermano había enriquecido
bruscamente, le acusó de ladrón. Para comprobar su inocencia le contó todo lo que le
había sucedido; relato que no hizo sino despertar su codicia, y esa misma noche se
encaminó a la cueva donde el anciano, recibió la piedra y quedose dormido. Le dio
cuernos la peña, la pampa pelos, y la puna rabo, con los que al despertar quedó
completamente transformado. Llega a su casa, lo desconoce su mujer, que le echa los
perros. Desde entonces, transformado en venado ha huido por las pampas y las punas.
O

El_Cóndor_y_la_Cholita
En la provincia boliviana muchos conocen esta bonita historia. La muchacha más linda de la región,
era la encargada de cuidar un rebaño de ovejas.
Todos los días se le podía ver recorriendo los prados, al lado de sus animales, pues no quería que
a ellos les pasara nada. Una mañana de verano, un cóndor de gran tamaño pasó por ahí y miró a la
joven.
De inmediato, su corazón quedó prendado de ella y buscó la manera de raptarla. Aguardó hasta
que los demás pastores se fueron a su casa y entonces utilizando sus garras, tomó a la chiquilla
por los hombros y la elevó hasta lo más alto de una montaña, lugar en donde la criatura vivía.
La pobre cholita le suplicaba que la dejara regresar a su casa al lado de sus padres, pues debía
ayudarlos con las labores del campo. Así pasaron varios días y la joven iba perdiendo peso, no sólo
por el temor que sentía, sino porque no había alimentos que comer.
Por su parte, el cóndor le llevaba a diario carne cruda, pero al no haber fuego, ella no podía
consumirla.
Fue entonces cuando el ave se percató de que los humanos cocinaban la comida utilizando la
lumbre. Una noche voló hasta donde encontró las cenizas humeantes de lo que anteriormente fue
una fogata, tomó un trozo de carne y lo calentó ahí, hasta que cambio de color.
Luego se lo llevó a la cholita y se lo dio a comer. No obstante, la chiquilla continuaba rogándole que
le permitiera retornar a su casa. Entonces el cóndor se dio cuenta de que no podía retenerla ahí, ya
que ella nunca lo iba a querer.
Haciéndole un gesto, el ave le dijo que se subiera en él y se sujetara fuertemente de sus plumas,
para así regresarla a donde pertenecía.
Era la primera vez que, en días, la muchacha usaba una sonrisa.
Posteriormente el ave cumplió su promesa y la devolvió a su domicilio sana y salva. Se dice que
ella conservó una de las plumas del cóndor, como un obsequio

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