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Fake news: ¿qué son y cómo funcionan?

Un
recorrido por el ecosistema mediático, la
desinformación y la posverdad
Este artículo aborda la problemática de la producción, la circulación y el consumo de fake
news a partir de las recientes transformaciones del ecosistema mediático y el auge de las
plataformas digitales.

El consumo de noticias y el ecosistema mediático


Actualmente, en la Argentina el consumo de noticias se desarrolla cada vez más a través de
medios digitales −sobre todo, vía portales y redes sociales− y de modo incidental −ya no a partir
de la búsqueda intencional de información, sino más bien mientras sociabilizamos y
desarrollamos otras actividades en esos medios−. El dispositivo privilegiado para estas prácticas
es el teléfono celular. Al mismo tiempo, otros soportes de lectura más tradicionales como los
periódicos impresos pierden poco a poco terreno. Estas transformaciones −que marcan una
tendencia en alza sobre todo entre los segmentos más jóvenes de la población− se explican
cuando tomamos conciencia de que hoy en día una gran parte de la comunicación y los
consumos culturales que desarrollamos se da en un ecosistema mediático donde las plataformas
digitales cobran cada vez mayor protagonismo.

El lugar casi omnipresente, «natural», que ocupan plataformas como Facebook, Twitter,
Instagram y Google en las computadoras y los teléfonos celulares, el carácter «gratuito» de sus
servicios y la imagen filantrópica (conectar a las personas o mejorar la educación) con que
suelen presentar sus objetivos actúan corriendo el foco de algunas problemáticas que son bien
relevantes, entre ellas, el hecho de que actualmente vivimos en una sociedad cada vez más
«plataformizada» y «datificada».
Esto significa, primero, que muchas de nuestras prácticas sociales han migrado a las plataformas
digitales, asumiendo así los condicionamientos y posibilidades que estas nos ofrecen para
comunicarnos, entretenernos, trabajar y aprender. Segundo, una vez que aceptamos sus
condiciones de uso, las plataformas se ven habilitadas para convertir nuestras interacciones,
prácticas y consumos en puntos de datos que son procesados y analizados, vendidos a terceros y
utilizados para modelar y generar nuevos hábitos en nuestros consumos. Este es, en grandes
líneas, el modelo de negocio del ecosistema de plataformas en el que consumimos noticias.

Fake news: ¿noticias falsas o algo más?


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Surgidas como problemática global a partir de su fuerte circulación en las elecciones
presidenciales estadounidenses de 2016, las fake news son un fenómeno que cobra pleno
sentido dentro del escenario de transformaciones del ecosistema mediático que hemos
esbozado.

Para empezar, a diferencia de lo que suele pensarse, el objetivo de quienes crean las noticias
falsas −y al que contribuyen quienes las hacen circular por las redes− no es solamente brindar
información falaz para que unos determinados actores sociales, políticos y económicos se
beneficien de tal engaño. Además de generar ingresos publicitarios, uno de los principales
objetivos de las fake news es instalar temas en la agenda mediática: causar cierto humor social
en las plataformas y contribuir a que determinadas noticias, encuadradas desde una perspectiva
particular, ganen popularidad, se viralicen y se transformen en el foco de la discusión pública,
mientras otras son desplazadas.
Las estrategias de la desinformación
En términos de su contenido, las fake news están construidas a partir de distintas estrategias. En
algunas, los titulares, imágenes o bajadas contradicen el cuerpo del texto. Allí emerge el
fenómeno del clickbait (carnada de clics), que son los titulares que aparecen en nuestro muro y
luego defraudan las expectativas de quien lee al visitar el cuerpo del texto. Otras fake
news operan descontextualizando ciertos elementos de noticias genuinas para recircularlos en
otros contextos. Es el caso de las fotos de acontecimientos noticiosos como actos políticos o
catástrofes que son reutilizadas en noticias que informan sobre eventos distintos, ubicados en
otros marcos espaciotemporales. También hay noticias falsas que toman como base contenido
genuino y lo manipulan modificando detalles para sugerir información falaz. Las hay que
utilizan nombres, logos o imágenes de organizaciones y/o periodistas para atribuirles su autoría
a contenidos que estos actores no produjeron. Algunas, directamente, presentan contenido falso
y, para convencernos de su veracidad, emulan la forma, el estilo y la estructura de las noticias
provenientes de sitios o portales de diarios.
La historia de la desinformación
Pese a lo que muchas personas creen, estas estrategias de desinformación no son un fenómeno
reciente. Medios hegemónicos que poseen una historia de décadas y siglos, y que −junto con sus
portales de noticias y redes sociales− conservan sus periódicos impresos, las utilizan con
frecuencia desde hace mucho tiempo.
La historia reciente de nuestro país nos ofrece varios ejemplos que han quedado grabados en la
memoria de las argentinas y los argentinos. Entre ellos, las noticias falsas circuladas por medios
masivos locales en torno al desarrollo del conflicto bélico de las islas Malvinas, y las
ejecuciones y secuestros presentados como «enfrentamientos» durante la última dictadura
cívico-militar.
Otro hito de la historia de la desinformación se observa en las noticias publicadas en 2003 por el
New York Times sobre la existencia de campamentos iraquíes de producción de armas
biológicas, que jamás fueron verificadas y que luego se usaron como argumento para que
funcionarios de la administración Bush invadieran Irak.
¿Qué hay de nuevo? Plataformas digitales y fake news
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Si bien la desinformación tiene una larga historia, también es cierto que en el actual ecosistema
de medios adopta rasgos nuevos. Esto responde, en parte, a la transformación del modelo
tradicional de los medios masivos, que durante el siglo XX se organizó en torno a una
comunicación «de uno a muchos»: un puñado de actores controlaba de modo centralizado una
porción importante de la producción de noticias consumidas masivamente. En la actualidad, no
solo hay nuevos actores tecnológicos, como las plataformas que disputan el negocio de la
información y la comunicación, sino que cuando los sujetos se informan lo hacen a través de sus
redes sociales. Esto significa que al ser compartidas por colegas, familiares, personas conocidas
o amigas, las noticias, además de constituir información, pasan a formar parte de las relaciones
socio-afectivas que se tienden como lazos entre personas usuarias. Por eso, estas personas
pueden ser más proclives a creer en ellas.
Si las fake news funcionan y tienen penetración en determinados grupos sociales, entonces, no
es solamente por la verosimilitud de su contenido, sino porque se entraman con formas de
socialización facilitadas por el ecosistema de medios. Más aún, compartir y circular noticias
hace a las marcas de identidad que cohesionan a esas comunidades. En este sentido, hay quienes
afirman que las plataformas organizan a sus usuarios y usuarias en forma de burbujas o cámaras
de eco, en cuyo interior las personas tienden a compartir noticias que confirman los
presupuestos y el sentido común de su grupo. De aquí que algunas fake news puedan tener
fuerte circulación en algunas comunidades, mientras que en otras, donde la perspectiva sobre el
tema abordado por la noticia es distinta, su circulación encuentre barreras muy rápidamente.
Posverdad y confirmación de preconceptos
Esto guarda un estrecho vínculo con otro fenómeno actual que es el de la posverdad. En muchos
casos, las fake news circulan porque lo que importa no es que su contenido resulte verificable en
sus fuentes o sea fruto de consensos en las comunidades de especialistas −cuestiones que pasan
a un segundo plano−, sino más bien que expresen y confirmen aquello que los sujetos piensan
de antemano y juzgan posible. Así definida, una posverdad es un consenso que se impone a
fuerza de repetición, de modo direccionado por actores interesados en que resulte indiscutible, y
que trabaja sobre otros preconceptos fuertemente arraigados en el imaginario social de ciertas
comunidades con los cuales guarda coherencia, porque los confirma.

En el actual ecosistema de medios, la confirmación de los preconceptos es un problema que


gana cada vez más relevancia. Tan es así que en 2018 Google admitió abiertamente que los
algoritmos que rigen su motor de búsqueda tienden a reforzar la confirmación de los
presupuestos dominantes que circulan en sociedad, menoscabando perspectivas no
hegemónicas, que escapan del statu quo, y atentando contra la existencia de opiniones y puntos
de vista diversos. Este fenómeno −que resulta extensivo al ecosistema de medios− no nos
sorprende si comprendemos que la infraestructura de las plataformas se rige fundamentalmente
por criterios como la popularidad y que lo que allí se privilegia como modelo de negocio, más
que cualquier otra cosa, es el volumen de interacciones de las personas usuarias con los
contenidos y su permanencia prolongada dentro de las plataformas.
¿Qué hacer?
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En los últimos años han surgido distintas respuestas para la problemática de las fake news. Entre
ellas, ha cobrado notoriedad el denominado fact-checking (o verificación de datos) que llevan
adelante instituciones públicas, privadas y del tercer sector. Estas se encargan de contrastar con
diversas fuentes la información que circula públicamente en medios digitales. Estos proyectos
no han estado exentos de polémicas por el sesgo de sus verificaciones. Otras propuestas son la
autorregulación de las prácticas periodísticas a través del fortalecimiento de la ética profesional
−que propulsan organismos internacionales como la UNESCO− y la regulación estatal
articulada con la participación de otros organismos como universidades, sindicatos,
organizaciones de la sociedad civil y privados.
Por último, una de las herramientas más importantes para luchar contra la desinformación es la
educación en medios digitales. Esta no se limita a formar a los y las estudiantes en la detección
de las noticias falsas. Más bien, apunta a que vuelvan reflexivamente sobre los consumos en
medios digitales y se pregunten cómo funcionan las plataformas y las industrias mediáticas,
cuáles son los modelos de negocios que las rigen, qué hábitos intentan modelar en las
personas usuarias, y quiénes se benefician de las fake news, entre otras cuestiones bien
apremiantes para nuestro presente

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