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LA MANIFESTACIÓN

cuando la acción colectiva toma las calles

olivier fillieule
danielle tartakowsky
edición revisada y aumentada por olivier fillieule

traducción de ariel dilon


revisión de franc;:ois minaudier

"\X/1 siglo veintiuno


~ editores
Introducción

A finales de 2011, la revista Time eligió como perso-


nalidad del año al "manifestante". Desde hace ocho décadas,
se supone que esta distinción recae sobre el hombre o la mu-
jer (a veces el grupo o la idea) que mayor impacto tuvo du-
rante el año que concluye. "Cuando un vendedor de frutas
tunecino se inmoló prendiéndose fuego, nadie habría podi-
do prever que eso detonaría la caída de dictadores e iniciaría
una ola global de protestas", escribe la revista. "En 2011, los
manifestantes no sólo expresaron su descontento, sino que
cambiaron el mundo." De hecho, a partir de 2011, el mani-
festante se expresó contra numerosos regímenes autoritarios,
en primer término el de Túnez, y luego los de Egipto, Libia,
Siria, Yemen y Bahrein. Los manifestantes se alzaron contra
las causas y los efectos de la crisis económica en Grecia y en
España, en Nueva York y en Tel Aviv. Se expresaron con fuer-
za contra las elecciones fraudulentas en países tan diversos
como Rusia, Senegal y la República Democrática del Congo.
Digámoslo de otro modo: hoy en día la manifestación ca-
llejera es una forma de acción política reconocida tanto por
quienes recurren a ella como por aquellos a quienes está di-
rigida, los actores políticos, los patrones y la opinión públi-
ca. En cuanto forma de expresión política, remite a un uni-
verso de prácticas, múltiples pero no infinitas, codificadas y
rutinizadas pero pasibles de transformación, históricamente
constituidas y culturalmente delimitadas, pero siempre en
evolución. Y como en toda modalidad de acción política, su
historia no puede ser separada de las coyunturas que la pro-
24 LA MANIFESTACIÓN

<lujeron y que acompañaron su gradual institucionalización.


Por eso, en este libro de síntesis, que aspira a proponer al-
gunos elementos de comprensión y algunas claves de lectura
de la práctica manifestante, optamos por un enfoque a la vez
histórico y sociológico. Dicho enfoque nos permite dar cuen-
ta de la paulatina autonomización de la manifestación, de las
condiciones estructurales y coyunturales de esa autonomiza-
ción, y de la lenta cristalización de todo lo que específicamen-
te entra en juego en ella.
La manifestación callejera, entendida como "ocupación
momentánea, por varias personas, de un lugar abierto, pú-
blico o privado, y que directa o indirectamente conlleva la
expresión de opiniones políticas" (Fillieule, 1997: 44), se
despliega en el mismo espacio que los cortejos procesiona-
les, religiosos, corporativos o festivos, que es también el de
las insurrecciones, los levantamientos y las concentraciones.
A veces comparte características con los primeros, pero se dis-
tingue de forma bastante clara de los segundos. Según Char-
les Tilly (1986), pertenece al repertorio de acción colectiva
que se consolida a mediados del siglo XIX, en una sociedad
de mercado producto del triunfo de la revolución industrial:
las acciones locales y enmarcadas por las elites tradicionales,
prevalen tes hasta entonces, ceden el paso a acciones naciona-
les y autónomas; la manifestación, por ende, se afianza una
vez dejadas atrás las revueltas y las revoluciones.
Las in surrecciones, los levantamientos o las concentracio-
nes se caracterizaban por su relación de inmediatez con sus
causas o su s objetivos (que se fusionaban tanto en el espa-
cio como en el tiempo) y solían desplegarse en el lugar mis-
mo de la injusticia denunciada o cerca de la residencia de
sus autores, y a menudo conllevaban violencia. En cambio,
la manifestación, que expresa demandas y a la vez afirma la
identidad del grupo que las porta, introduce una relación
distanciada con el tiempo de la política, que deja de ser el
de la inmediatez y de la urgencia para volverse el del desvío
posible, e intenta demostrar su fuerza para así evitar la vio-
INTRODUCCIÓN 25

lencia. Requiere organizaciones dotadas, si no de una estrate-


gia, al menos de una capacidad relativa para controlar lo que
entonces deja de ser una multitud, y regímenes dispuestos a
admitir su especificidad o al menos la existencia de una esfera
pública. Privilegia las inmediaciones de los lugares de poder
0 todo otro sitio adecuado para llamar la atención. Así, en
los Estados Unidos, Occupy Wisconsin se afianzó, en febrero
de 2011, durante la manifestación en la plaza del Capitolio
y su posterior ocupación, mientras que Occupy Wall Street,
desalojado del barrio financiero, organizó en noviembre de
ese mismo año una marcha hacia Washington. Le siguió una
nueva manifestación apoyada por las organizaciones sindica-
les y los movimientos de desempleados, con el eslogan "¡Re-
cuperemos el Capitolio!". 1
Por otra parte, la manifestación es esencialmente un fenó-
meno urbano ligado a la invención de la calle como espa-
cio concreto de la protesta política. En efecto, si la calle es
tan antigua como la ciudad, su configuración contemporá-
nea surge en el último siglo, por obra de una transformación
funcional y morfológica. A comienzos del siglo XIX, la calle
seguía siendo el hábitat, el lugar -en cierto modo, privado-,
el mundo propio de las clases populares opuesto al espacio
cerrado de la residencia burguesa. Sin embargo, poco a poco
este espacio se volvió público y se compartimentó: el desa-
rrollo de la circulación vial desplazó a los peatones hacia las
aceras, instaurando un espacio para los transeúntes. La calle
era también un lugar eminentemente político: allí era donde
la gente se concentraba para leer los periódicos murales. Allí
fue donde apareció, a partir de la década de 1890, el a.fiche

1 Los rótulos "Occupy" o "Indignados" abarcan gran variedad de


movimientos de oposición a la fin ancierización de la economía y a
los perjuicios de la globalización, con la práctica de la ocupación de
lugares públicos abiertos y la reivindicación de un funcionamiento
horizontal como denominadores comunes. Una reset'ia de la biblio-
grafía al respecto consta en Nez (2013).
26 LA MANll'ESTAC!ÓN

lítico, muy pronto ilustrado; pero sobre todo fue allí donde
Po ·
quienes no tenían voz, qmenes no d.1spoman
, d e u_n acceso h a-
bitual a las autoridades, comenzaron a hacerse oir ocupando
y bloqueando los e~pacios reservados a la circulación.
También en ese momento se ftjan, en función de los gru-
pos manifestantes y de las cuestiones en juego, los espacios
propios de la marcha. Primero, las manifestaciones entran en
la ciudad. O bien, como sugiere Vincent Robert a propósito
de Lyon,

se hace una entrada solemne o agresiva en la ciu-


dad, por alguna de las escasas vías de acceso (puente
o puerta); o bien se sale de ella, hacia los campos
(adonde se va a destruir los gremios competidores),
hacia otra ciudad (cortejos gremiales) o hacia otro
mundo (cortejos fúnebres); o bien, por último, se
recorre la ciudad, o un barrio (Robert, 1996: 372).

Después, cada vez más a menudo, los lugares de poder se vol-


vieron el blanco de las concentraciones y el punto de llegada
de las marchas (sedes de ministerios, prefecturas, alcaldías,
embajadas), lo que diseñó así una geografía simbólica del
poder.
La etimología francesa del verbo manifester deja en eviden-
cia los lazos que la manifestación sostiene con el surgimiento
y la consolidación de este espacio público, a la vez espacio fí-
sico y espacio para el debate. Formada en el siglo XIII a partir
de la raíz del verbo latino defendere, "defender, impedir", y de
manus, "la mano", la palabra expresa desde su origen a la vez
la idea de defensa, de reivindicación, y la de una presencia fí-
sica. En su acepción originaria, ese "manifestar(se)" significa
por una parte dar a conocer, expresar, promulgar, y por otra
parte designa en el vocabulario teológico la revelación; es de-
cir, la epifanía. Ya en 1759 hay testimonios del sustantivo, en
el sentido de expresión pública de un sentimiento o de una
opinión, antes de designar una concentración colectiva, en el
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sentido de "contramanifestación", a partir del período entre


1845 y 1848. Por su parte, el uso intransitivo de ese verbo
francés• se extiende veinte años después de que se hubiera
sustantivado su participio presente: manifestant, manifestante
(1849, en Proudhon). En ese momento la palabra adquiere
el sentido moderno de participación en una expresión ca-
llejera colectiva y pública; aparece sobre todo en la prensa,
pero es tanto menos usual en la lengua literaria. Sin embar-
go, su acepción moderna no se ftia en forma definitiva hasta
comienzos del siglo XX. En efecto, el verbo o el sustantivo,
siempre polisémicos, coexisten perdurablemente con otros
vocablos, entre ellos monomes (desfiles de estudiantes);• cor-
tejos, concentraciones, marchas, procesiones, lo cual significa
que se trata de un objeto vago que obliga a preguntarse ince-
santemente aquello que, más allá de las palabras, hace mani-
festación o aquello que es considerado como tal, y no aquello
que es manifestación.

EL HECHO MANIFESTANTE

De todos modos, en su mínima expresión la manifestación


remite siempre a cuatro elementos básicos.
En primer término, la ocupación momentánea de lugares físi-
cos abiertos, ya sean públicos (la calle) o privados (una galería
comercial, el hall de un hotel), lo cual excluye numerosas
· formas de reunión y de congregación. Los mítines políticos,
cuando se llevan a cabo en salas o en un e_spacio cerrado, las
marchas de taller en taller dentro de una empresa en huelga,
etc., no son, formalmente, manifestaciones (Cossart, 2010).

* Equivalente al uso pronomjnaJ en castellano: "manifestarse". [N. de E.]


** T érmino del argot de escolar, tomado en préstamo al álge bra y
combinado con etimologías burlescas, para designar formas de
marcha "en fila india". [N. d e T.]
28 L·\ MANIFESTACIÓN

En segundo término, la expresividad. Toda manifestación


tiene como dimensión primordial la expresividad, tanto para
sus participantes como para los distintos públicos, mediante
la afirmación visible de un grupo preexistente o no, y me-
diante la presentación explícita de demandas sociales más
0 menos precisas. Este segundo criterio permite excluir las
aglomeraciones de muchedumbres heterogéneas sin prin-
cipio unificador (una multitud de consumidores en día de
mercado, o el fenómeno de los Jlashmobs), pero también las
acciones políticas que buscan la discreción, incluso el secre-
to. Este criterio está estrechamente ligado al primero, en la
medida en que el lugar abierto condiciona la expresión hacia
el exterior.
La cantidad de participantes. La manifestación, colectiva por
naturaleza, requiere una cantidad mínima de actores. Dado
que desde una perspectiva sociológica no existe manera al-
guna de determinar a partir de qué número una reunión de
individuos está en condiciones de actuar colectivamente, no
tiene sentido fijar un umbral arbitrario. Esta observación no
pretende sino llamar la atención sobre la necesaria distinción
que se trazará respecto de la gama de modos individuales de
acción política, aunque sin dejar de reconocer la porosidad
de las fronteras (Bennani-Chraibi y Fillieule, 2003) .2
La naturaleza política de la demostración. Este último criterio
es a la vez delicado y central. ¿Existe un criterio sociológi-
camente pertinente o hay que aceptar, más bien, el sentido
que los participantes dan a su acción? Varios acontecimien-
tos a primera vista no políticos pueden ser señal de una cri-

2 La secuencia de protestas que han recorrido Medio Oriente y África


del Norte durante estos últimos tres años ha mezclado indisoluble-
men te acciones individuales aisladas y acciones colectivas, las cuales
encuentran asimismo su explicación en las formas más o menos
discretas y atomísticas de resistencia y de protesta sobrevenidas desde
mediados de la década de 2000. Véanse Revue Fran,aise de Science
Politique, 62(5-6), 2012 (en especial los aportes de Choukri Hmed y de
Amín Allal), así como Allal y Pierret (2013).
INTRODUCCIÓN 29

sis sociopolítica o la ocasión de su expresión, como lo han


demostrado múltiples trabajos sobre el hooliganismo o las
"revueltas de los suburbios" (Waddington, Jobard y King,
2009), pero también, de manera más inesperada, sobre la
politización de marchas festivas. Por eso, y por el momento,
consideremos que la manifestación debe traducirse o desem-
bocar en la expresión de reivindicaciones de naturaleza polí-
tica o social. Desde este punto de vista, la naturaleza política
de la demostración puede ser tanto intencional como deri-
vada, es decir, no perceptible directamente por parte de los
protagonistas.
Precisemos, además, que sería difícil sostener, como en
ocasiones ocurre, un criterio morfológico, que equivaldría a
acotar la manifestación únicamente a la marcha callejera. En
primer lugar, porque su variante contemporánea es producto
de un largo aprendizaje, el punto de llegada de una habilidad
consolidada poco a poco, y es precisamente eso lo que nos
interesa aquí. En segundo lugar, si bien la marcha callejera
constituye la matriz d e la manifestación, a menudo no es más
que un factor en las secuencias de acción que abarcan, espe-
cíficamente, la concentración estática, la barricada, la barrera
que bloquea o que filtra, los sit-in, die in y otros kiss in. Por úl-
timo, los modos de acción se entremezclan, se suceden unos
a otros en un mismo impulso. A menudo es difícil distinguir
la marcha de la concentración. Las marchas suelen terminar
en concentraciones y, por lo general, en ese momento todo
se precipita y se producen los incidentes.

UN ESPACIO DE LUCHA

Más allá de estos elementos definitorios, lo que a fin de cuen-


tas hace a la manifestación es la interacción, concreta y sim-
bólica a la vez, entre diversos tipos de actores, ya sea direc-
tamente presentes, ya implicados a distancia: eso que Pierre
30 LA M ANIFESTACIÓN

LA CALLE

El o los grupo/s
potenclaVes

--\
Las organizaciones

"-- \oswtos
MlCionarios
político-administrativos

Favre, en su introducción a un libro pionero acerca de lama-


nifestación, llama "momento manifestante" (Favre, 1990). En
el espacio físico que los reúne, los primeros actores en que
uno piensa son los propios manifestantes, a quienes evitare-
mos considerar una entidad indivisa.
Para retomar una esclarecedora afirmación de Tilly (1986), si

en lo que atañe a las manifestaciones se acostumbra


presentarlas como expresión de la voluntad de un
grupo bastante bien definido -manifestaciones de
ex combatientes, de alumnos de secundaria, de ha-
bitantes, etc.-, [ ... ] esta presentación falsea la reali-
dad de dos maneras fundamentales: en primer lugar,
porque (como bien sabe todo aquel que promueve
una manifestación) la acción de los manifestantes es
resultado de una labor (a menudo penosa) d e cons-
trucción que suele implicar una larga negociación;
en segundo lugar, porque cada manifestación abarca
al menos cuatro dimensiones: la gente en la calle, el
INTRODUCCIÓN 3l

objeto (por lo común, un símbolo, un organismo o


una personalidad), los espectadores inmediatos y la
base social cuyos sentimientos los manifestantes pre-
tenden enunciar.

Más precisamente, distinguiremos de los simples participan-


tes a los organizadores de la manifestación, presentes o no
en el lugar, y a aque llos que la encauzan (las fuerzas del or-
den) ; los diferentes grupos a veces hostiles los unos hacia los
otros, más allá de la causa que parece unirlos puntualme nte;
la eventual llegada de contramanifestantes, tan heterogéneos
como sus adversarios. Estos manifestantes y contramanifes-
tantes, en función de a quien apuntan y de los lugares que
ocupan, pueden estar físicamente e n presencia de aquellos a
quienes interpelan, empresarios, políticos, funcionarios, gru-
pos a los cuales se enfrentan. Sin embargo, en la mayoría de
los casos, la interacción en el lugar entre los manifestantes y
aquellos a quienes la movilización apunta está destinada a ser
regulada, según modalidades siempre variables en función
de las circunstancias, por los representantes de la fuerza pú-
blica: policías urbanos y d e tránsito, a veces policías munici-
pales, policías de parques en Washington en los alrededores
de la Casa Blanca, fuerzas especiales de mantenimiento del
orden (carabineros, guardia de infantería, policía de tránsi-
to) , guardia civil o ejército regular, pero también bomberos,
milicias privadas y agentes de los servicios de inteligencia. Por
lo general, estas fuerzas de mantenimiento del orden están
bajo la supervisión de las autoridades civiles y políticas. Sin
embargo, en situación de crisis aguda, en especial cuando la
legitimidad del poder civil ya no resulta del todo asegurada,
puede suceder que el ejército o las milicias privadas actúen
de manera más o menos autónoma, por su propia cuenta. La
actitud cambiante de las fuerzas armadas en las revoluciones
tunecina y egipcia es prueba de esto.
Por último, la manifestación se desarrolla en presencia de
públicos y para públicos a quienes se intenta influir en más de
32 LA MANU'ESTACIÓN

un sen tido: por una parte, darse a conocer y, por otra, con-
vencer. Estos públicos se componen de curiosos y espectado-
res llegados para asistir a la manifestación pero también -por
obra de la presencia de los reporteros de las agencias perio-
dísticas, de la prensa escrita, la radio y la televisión , los poten-
ciales destinatarios de estos medios- expuestos a "la manifes-
tación de papel" (Champagne, 1990) . Esta realiza su descrip-
ción de los hechos, recopila, retraduce, en esp ecial mediante
un trabajo de selección, las posturas y las interpretaciones de
los diferentes actores presentes, así como las d e otros actores,
que su elen estar autorizados a emitir una opinión: intelectua-
les, científicos, autoridades políticas o religiosas, nacionales
o internacionales, actores económicos, grnpos de presión, y
hasta encuestadores, que se apoyan en la "opinión pública"
recabada antes o después del acontecimiento, o incluso du-
rante su desarrollo, en el caso de encuestas realizadas en el
transcurso de las marchas. A esto hay que añadir, desde hace
algunos años, el papel creciente de las nu evas tecnologías de
información y de comunicación (NTIC), como in ternet y las
redes sociales Facebook y Twitter. Un fen ómeno de gran im-
portancia, que trataremos con más detalle e n el capítulo 5 de
este libro, y que sin duda encuentra una de sus primeras ex-
presiones en las movilizaciones zapatistas en Chiap as en 1994.
Subrayar la multiplicidad de actores presen tes y la comple-
jidad de las luchas por el sentido -qu e se libran en diversos
niveles en la interacción- y su interpretación no debe hacer
olvidar que todo esto sólo es posible a partir de que existe
un acu erdo m ás o menos gen eral respecto del sentido de la
situación. Este sentido compartido es el mejor indicador d e la
fijación relativa de esta forma de lucha política y, por lo tanto,
de reglas de juego explícitas e implícitas (marco legal, usos),
nutridas de manera particular por una historia manifestante y
por culturas de protesta, con sus gestos esperados, sus golpes
previsibles y sus siempre p osibles sorpresas y extravíos. Así, el
recurso a la manifestación, con igual derecho que otras for-
mas de acción política, como la huelga o el boicot, equivale a
INTRODUCCIÓN 33

entrar en eso que Érik Neveu llama "la arena de los conflictos
sociales", es decir,

un sistema organizado de instituciones, procedimientos


y actores cuya característica es la de funcionar como
un espacio de "apelación", en el doble sentido de re-
clamar una respuesta a un problema y en el sentido
judicial de recurso (Neveu, 2000; el destacado nos
pertenece).

En este libro nos ocuparemos precisamente de este sistema


de instituciones, procedimie ntos y actores, tal como funciona
en la interacción manifestante, y lo haremos prestando espe-
cial atención a dos elementos esenciales que se olvidan dema-
siado a m enudo.
Tendremos presente que de hecho la manifestación, como
cualquier forma de acción de protesta, no deja de ser una
relación no contractual. Basta con que a uno de los actores
se le ocurra modificar unilateralmente las reglas de juego y
la manifestación se verá privada de su estatuto o de su legiti-
midad, incluso si esta o ese parecían afianzados. Fue lo que
ocurrió el 17 de octubre de 1961 en Francia, cuando el Esta-
do decretó que una manifestación, aunque desarrollada se-
gún los patrones habituales, era una "operación de guerra de
la federación del Frente de Liberación Nacional argelino en
Francia", y la trató en consecuencia ... Esto que sucede con el
Estado también vale para los manifestantes cuando ya dejan
de imponerse restricciones. Así sucedió en 1952, durante una
manifestación organizada por el PCF contra el general esta-
dounidense Ridgway, en visita de Estado, cuando surgieron
los "alborotadores"; o, a partir de la década de 1970, fue el
caso de aquellas situaciones en que los manifestantes apela-
ron a códigos exteriores al sistema consensual. Por contra-
partida, hay manifestaciones prohibidas por la Constitución
que pueden ser autorizadas por los poderes públicos que las
califican de manera diferente. Así, en Cuba, el ministro de
-------,

34 LA MANIFESTACIÓN

Cultura autorizó en 2009 la manifestación de un colectivo de


artistas calificada de "happening artístico a favor de la ecolo-
gía", tolerando así un despliegue en el espacio público que
usualmente está prohibido (Geoffray, 2011). Dicho de otro
modo, en la arena de los conflictos sociales, las estrategias
desplegadas por las instituciones y las reglas de juego, tanto
las explícitas como las implícitas, son más lábiles y están insti-
tuidas más débilmente que en la mayoría de las otras arenas
políticas Uudicial, mediática, etc.).
Si bien desde una perspectiva histórica la manifestación re-
mite sobre todo a un registro de acción dominado -es decir,
que implica a actores situados del lado menos favorecido de
las relaciones de fuerza-, en el período contemporáneo ya no
es tan fácil afirmarlo, en particular si uno adopta un enfoque
comparativo. Este es sin duda el efecto más claro de la gra-
dual institucionalización del recurso a la calle, así como de
la diseminación y de la diversificación de los repertorios de
acción: haber tornado legítimamente disponible este modo
de acción -desde luego, de manera variable según los regí-
menes políticos- para un conjunto de grupos que no habrían
querido o podido recurrir a él en el pasado. Si la cantidad y
la calidad de los recursos producidos en la arena de los con-
flictos sociales demuestran ser útiles, incluso necesarios para
los distintos actores, entonces estos recurren a ellos, más allá
de su posición en otras arenas y de su grado de acceso a otros
recursos. Obviamente, eso sucede cuando los gobernantes
abusan de la movilización de masas para tornar visible el res-
paldo popular del cual pretenden beneficiarse, frente a una
desautorización de las urnas, a elecciones fraudulentas o en
las cuales no tienen competidores, o incluso en ausencia de
elecciones.
Eso también sucede, pero esta vez conforme a una lógica
diferente, cuando unos actores, que por lo demás no carecen
de acceso a los ámbitos institucionales, se ven confrontados
con éxito por grupos que se expresan en la arena de los con-
flictos sociales, apoyándose particularmente en el recurso del
INTRODUCCIÓN 35

número o del escándalo. Por ende, a veces los primeros se


ven obligados a salir a luchar en ese mismo terreno. Así es
como los defensores del derecho al aborto, después de ob-
tener en el mundo desarrollado una legislación que les era
favorable, debieron salir nuevamente a la calle y encarar a los
adversarios de la libertad de elección. En Francia, frente a la
oposición a los matrimonios de parejas del mismo sexo, coor-
dinada con innegable éxito por un conjunto de redes conser-
vadoras, los defensores de la l~y debieron oponer sus propias
concentraciones y marchas, aunque fuesen mínimas las po-
sibilidades de un retroceso del gobierno en relación con ese
asunto. Notamos esa misma lógica en un contexto totalmente
diferente, el de las manifestaciones de fraternización franco-
musulmanas de mayo de 1958 en Argel, que reunieron por la
fuerza a millares de musulmanes para participar en "cadenas
de la amistad" frente a la fuerza creciente de las manifesta-
ciones callejeras del FLN, que iba en camino de convertirse,
por esa razón, en el único interlocutor válido para el poder
parisino.
De modo más general, en un clima político en que preva-
lece el discurso sobre la crisis de representación y el fracaso
de las elites (piénsese en el final de la década de 1960 y en
la temática de la "despolitización" o en el período inmedia-
tamente contemporáneo), la fuerza del número así como la
puesta en escena de la participación horizontal de todos en el
destino de cada cual constituyen indudablemente armas muy
valiosas que los actores mejor provistos de recursos tienen po-
sibilidad de apropiarse.
Todos estos elementos son primordiales para comprender
cómo y por qué la manifestación callejera está en el centro
de numerosos conflictos políticos contemporáneos en diver-
sas regiones del mundo. Veamos tres ejemplos tan diversos
como destacables. El 19 de septiembre de 2006, la junta mi-
litar tailandesa, conducida por el general Son thi Boonyarat-
glin, fomenta un golpe de Estado contra el premier Thaksin
Shinawatra. Respaldado por el rey, el golpe desemboca en la
36 LA MANIFESTACIÓN

redacción de una nueva Constitución que, según se supone,


deberá asegurar el retorno a la democracia. Un referéndum
aprueba esta nueva Constitución el 19 de agosto de 2007,
pero, en el invierno de ese mismo año, las elecciones legis-
lativas llevan al poder a los antiguos partidarios de Thaksin
Shinawatra. Comienza un período de disturbios, con lajunta
empeñada en desacreditar a los sucesivos primeros ministros,
hasta que el 15 de diciembre de 2008 la Asamblea, bajo la
presión de manifestaciones organizadas y financiadas por la
Alianza del Pueblo para la Democracia (PAD), elige a un opo-
sitor a Thaksin como primer ministro. Los disturbios recrude-
cen y se intensifican. En las calles se enfrentan los defensores
de la junta (los "camisas amarillas" de la PAD) y los partida-
rios de Thaksin (los camisas rojas del Frente Nacional Unido
por la Democracia y contra la Dictadura). Después de una
gigantesca manifestación en Bangkok, el 14 de marzo de 2010
se inicia una ocupación del centro de la capital (Plaza Siam,
Trade Center) que rápidamente se transforma en un campo
atrincherado. Esta ocupación dura hasta el 19 de mayo de
2010, fecha en que el ejército toma por asalto la zona ocupa-
da y provoca unas quince muertes. La sucesión de marchas
callejeras, de ocupaciones y de tumultos en Bangkok y en di-
versas ciudades d e provincia se salda con 85 muertos y más de
2000 heridos. Las elecciones legislativas de julio de 2011, tras
la disolución de la Asamblea por mandato del rey, marcan el
triunfo del Puea Thai (Partido para los Tailandeses), dirigido
por la hermana d e Thaksin Shínawatra.
En Sen egal, el presidente Abdoulaye Wade, en el poder
desde 2000, intenta que en junio de 2002 se apruebe una re-
form a constitucional que le permitirá ser reelecto por tercera
vez y colocar a su hijo, un personaj e impopular, a la cabeza
del Estado a partir de las siguientes elecciones de 2012. Fren-
te a este golpe de fuerza, se organiza una manifestación gi-
gantesca en Dakar, convocada por el colectivo "Y'en a marre"
("Estamos hartos"), formado por periodistas militan tes y un
grupo de rap de la región de Kaolack. El movimiento, que
INTRODUCCIÓN 37

inicialmente se dio a conocer durante el Foro Social Mundial


de Dakar en febrero de 2011, inspirará la creación del Movi-
miento del 23 de Junio (M23), que aglutinará las numerosas
reivindicaciones de la población frente a la corrupción gene-
ralizada, los cortes de electricidad cada vez más frecuentes y
las inundaciones. Wade retira su proyecto de reforma de la
Constitución. Meses más tarde, vuelve a la carga con la de-
cisión de presentarse a las elecciones presidenciales para un
tercer mandato pese a la prohibición constitucional. Las ma-
nifestaciones recrudecen, pese a la severa represión, en par-
ticular en los suburbios de Dakar. Era frecuente oír, en boca
de algunos actores tanto como de los comentaristas, la refe-
rencia al movimiento de los "Indignados" de Europa y al de
los Estados Unidos, a la situación griega y, desde luego, a las
revoluciones árabes, y por cierto, el eslogan "Estamos hartos"
resonaba con el "¡Fuera!" [Erhafn tunecino y egipcio. El M23
se inspiró a su vez en el Movimiento del 20 de Febrero (M20)
en Marruecos. Entre finales de febrero y comienzos de marzo
de 2012, los comicios se saldan con la derrota del presidente
saliente en beneficio de u no de sus antiguos aliados y ponen
término a la agitación callejera, a pesar de un masivo fraude.
En Rusia, también en el contexto de una elección marcada
por el fraude y por la corrupción, vemos imponerse el recur-
so a la manifestación callejera como el arma más eficaz para
los opositores. Tres semanas después de las legislativas del 4
de diciembre de 2011, que aseguraron al partido de Pu tin
una modesta victoria, y con la perspectiva de movilizar a la
oposición en vista de las presidenciales de marzo de 2012, los
moscovitas salen de a miles a la calle para expresar su rechazo
a un retorno al poder de Putin y exigir elecciones regulares.
El 24 de diciembre de 2012, cerca de 100 000 personas se reú-
nen en las calles de Moscú (120 000 según los organizadores,
30 000 según la policía).
Semej ante concentración contestataria fue lo suficientemente
inédita como para que incluso la prensa más timorata recono-
ciera su importancia, como hizo el diario Moskovski Komsomolets,
38 LA MANIFESTACIÓN

que mencionaba púdicamente el "despertar de la sociedad


civil". Tanto en la mente de los participantes como en los
análisis periodísticos, prevaleció el modelo de la Revolución
Naranja ucraniana de 2004. Para comprender una moviliza-
ción como esta, hay que recordar que ya el 22 de diciembre el
presidente Dmitri Medvédev anunciaba, en su último discur-
so sobre el estado del país, que iba a tomar medidas para que
los gobernadores de las provincias fueran electos, así como
para facilitar la creación de nuevos partidos políticos, dar más
libertad a la prensa y luchar contra la corrupción.
La policía da muestra de gran prudencia en la gestión de
las repetidas manifestaciones, evitando cuidadosamente una
represión demasiado directa y visible. A comienzos de 2012,
el movimiento continúa creciendo para extenderse a nume-
rosas ciudades, como Magadan, Jabárovsk, en el extremo
oriente ruso, a Ekaterimburgo y diversas ciudades de Sibe-
ria, lo cual es inédito. Después de despreciar y escarnecer,
en un primer período, este movimiento de protesta, Putin y
los dirigentes de Rusia U nida cambiaron de estrategia y bus-
caron contrarrestar esta oposición en su propio terreno, or-
ganizando mítines con conciertos gratuitos y manifestaciones
de respaldo al poder. Según los relatos de varios periodistas,
muchos manifestantes pro-Putin que salieron a la calle en
febrero de 2012 habrían sido reclutados o intensamente es-
timulados a participar por sus respectivos empleadores. De
inmediato, la oposición denunció este simulacro y señaló
que a los docentes y funcionaiios de la región se los instaba
a participar.

UN OBJETO COMPLEJO

Importa recordar, por último, que la manifestación puede ser


estudiada a partir de múltiples puntos d e observación y por
medio de métodos de recopilación y análisis muy variados. Si
INTRODUCCIÓN 39

hasta finales de la década de 1980 "el objeto manifestación


no deja de ser un objeto mal constituido y tratado con in-
significancia en comparación con las formas legítimas de la
competencia política" (Offerlé, 1990: 93), desde entonces
Jas investigaciones h an tenido considerable desarrollo, y en
nuestros días disponemos de datos suficientemente amplios y
diversificados como para intentar una síntesis.
Para empezar, el largo plazo del historiador permite pen-
sar la manifestación e n términos de cultura política e inte-
rrogarse sobre su capacidad de hacer circular y de transmi-
tir la historia tanto en la memoria viva de los participantes
como en la memoria histórica de las organizaciones. Charles
Tilly es, sin discusión, el gran maestro de este enfoque, y su
libro de 2008, Contentious Performances, nos ofrece la esen-
cia de treinta años de apasionantes investigaciones. Dicha
tarea no permite construir series estadísticas continuas, ya
que las fuentes son muy dispares y la construcción de indi-
cadores cuantitativos por parte de los poderes públicos es
un fenómeno relativamente reciente (post-68 para la mayor
parte de los países de Europa). En cambio, para el período
contemporáneo, el establecimiento d e series más o menos
homogéneas y continuas de manifestaciones en diversos paí-
ses de Europa continental y en los Estados Unidos, tanto por
parte de historiadores como de politólogos - entre ellos los
autores d e este libro-, permitió emprender una reflexión
comparativa acerca d e cómo surge y paulatinamente se ftja
este modo de acción, acerca de la amplitud del recurso a
dicha modalidad y de las formas que aquí o allá puede adop-
tar, acerca de sus supuestos efectos en contextos institucio-
nales y coyunturas particulares, y por último acerca de los
fenómenos de nacionalización e internacionalización de los
repertorios.
En cambio, otros autores interrogaron sobre el lugar que
ocupa la manifestación en el repertorio de acción y las es-
trategias de los grupos profesionales o sociales, o en lo que
respecta a los poderes públicos (Duelos, 1998, Lynch, s.f.,
40 LA MANIFESTACIÓN

Sommier, 1996). Otros más se interesaron muy de cerca en la


manera en que los Estados y las fuerzas de policía elaboraron
históricamente docu·inas, reglas prácticas y formas de proce-
der que contribuyeron a la co-construcción de este modo de
acción. 3
En cuanto a los trabajos monográficos, estos autorizan pre-
guntas y respuestas de una índole muy diferente. La inscrip-
ción de la manifestación en la ciudad y sus evoluciones per-
miten analizarla como un modo de construcción del espacio
social e indagar sus relaciones con la simbología o su capaci-
dad para transformar los lugares en espacio, en el sentido que
le atribuye Michel de Certeau; es decir, "un lugar practicado",
indisociable de una "dirección de la existencia" y especificado
por la acción de "sujetos históricos", ya que un "movimiento
siempre parece condicionar la producción de un espacio y
asociarlo a una historia" (De Certeau, 1990: 172-175). Nos re-
ferirnos aquí a monografías dedicadas al 6 de febrero de 1934
(Berstein, 1975), la manifestación Ridgway (Pigenet, 1992),
el 17 de octubre de 1961 (Brunet, 1999, House y MacMaster,
2006) o el 8 de febrero de 1962 (Dewerpe, 2006), que son
un aporte importante a la historia del Estado y de los grupos
políticos. Los estudios monográficos son también los únicos
que autorizan un estudio antropológico de la manifestación,
enfoque abandonado si los hay, en beneficio de escasas tenta-
tivas de análisis etnográfico de los emblemas y de las puestas
en escena.
Por último, desde la perspectiva de los estudios de partici-
pación política, h ay numerosas investigaciones, fundadas por
lo general en encuestas y, hace ya algunos años, en métodos
más sofisticados de recopilación de opiniones en las mani-
festaciones mismas, que procuraron conocer mejor la socio-
grafía de las poblaciones manifestantes, sus motivaciones y su

3 Véase una síntesis de estas investigaciones en Fillieule y Della Porta


(2006) y Della Porta y Fillieule (2004: 217-241).
INTRODUCCIÓN 41

relación con lo político, así como verificar si las prácticas de


participación directa eran exclusivas o, por el contrario, ve-
nían a afianzar formas más clásicas de participación, como
el voto o la militancia sindical y partidaria (Favre, Fillieule y
Mayer, 1997: 3-28).
Si bien resulta imposible, en el breve itinerario que este
libro ofrece, dar cuenta d e todos estos enfoques de manera
profunda o siquiera completa, intentamos presentar un pa-
norama significativo, vinculando un enfoque a partir de los
acontecimientos y a partir de las prácticas con un enfoque a
partir de los actores.

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