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Los bancos de inversión asumen más riesgos que los bancos comerciales, pues el mercado de

capitales es imprevisible, pero también tienen la posibilidad de obtener enormes beneficios. La


Ley Glass-Steagall tenía un objetivo fundamental: garantizar que los bancos a los que la gente
había confiado su dinero no asumieran los mismos riesgos que los bancos de inversión, cuyo
principal objetivo era maximizar los rendimientos del capital invertido y cuyos principales
clientes eran grandes fortunas y empresas.

La estructura reguladora fijada en el sistema financiero tuvo buen resultado. De hecho, el


único período de la historia estadounidense en el que no se registraron crisis financieras de
envergadura fue el cuarto de siglo posterior a la II Guerra Mundial, cuando se aplicaba
eficazmente una estricta normativa. Pero la memoria es corta, y medio siglo es mucho tiempo.
En la década de los ochenta, eran muy pocos los veteranos de la Gran Depresión que aún
estaban en activo. Por aquel entonces, se hizo predominante la noción de que los mercados
sin trabas pueden por sí solos asegurar la prosperidad y el crecimiento económico[2].

Desde hacía tiempo, el atractivo de dedicarse a actividades especulativas era mucho mayor
que la puesta en marcha de un negocio productivo. Además, la competencia en el sector
bancario llevó a que los márgenes de intermediación fueran cada vez más bajos, con lo que el
modelo clásico de negocio era menos atractivo para los bancos, que empezaron a buscar
nuevas formas de generar beneficios. De este modo, dejaron de dedicarse preferentemente a
financiar la actividad productiva de las empresas para desplazar sus negocios hacia la gestión
de fondos de inversión y el cobro de comisiones bancarias.

Para que este negocio fuera lo más rentable posible, los poderes financieros consiguieron que
los gobiernos llevaran a cabo reformas legales destinadas a garantizar la plena libertad de
capitales sin control o restricción alguna (es decir, la influencia de intereses particulares que
buscaban su propio beneficio tuvo mucho que ver en el desmontaje de la estructura
reguladora). En 1999, los grupos de presión de la banca culminaron años de esfuerzo con la
derogación de la Ley Glass-Steagall. Cuando la revocación de esta ley unió los bancos
comerciales y los bancos de inversión, la cultura de la banca de inversión se impuso sobre la de
la banca comercial. En realidad, deberíamos decir que la cultura de la banca de inversión se
había impuesto a la de la banca comercial tradicional tiempo atrás y que esto condujo a la
derogación de la Ley Glass-Steagall. Los directivos de los grandes bancos buscaban unos
beneficios que sólo se podían obtener asumiendo mayores riesgos[3].

La derogación de la Ley Glass-Steagall es sólo un ejemplo de la actividad frenética y sin


descanso que llevaron a cabo las grandes entidades financieras estadounidenses para
conseguir una mayor desregulación en los mercados. Por ejemplo, en 1991, entidades como
Goldman Sachs consiguieron que las autoridades gubernamentales les permitieran invertir en
los mercados de materias primas, algo que tenían prohibido desde 1936[4]. Otro ejemplo de
este comportamiento se dio en 2004, cuando representantes de los cinco principales bancos
de inversión estadounidenses[5] presionaron personalmente al presidente de la Comisión del
Mercado de Valores de Estados Unidos, William Donaldson, para que acabara con las
restricciones vigentes para conceder préstamos[6].

El problema empeoró por la distorsión en los incentivos que se da en el mundo de las finanzas.
En economía, cuando las recompensas privadas están bien alineadas con los beneficios
sociales, las cosas van bien; pero si no lo están, las cosas pueden ir muy mal. Según los
sistemas de incentivos que se aplican en el sector financiero, los banqueros participan en las
ganancias de sus operaciones pero no tanto en sus pérdidas, ya que las primas se basan en los
rendimientos a corto plazo[7]. Este afán por el corto plazo llevó a los bancos a centrarse en
cómo generar beneficios de forma inmediata, mientras que problemas como las posibles tasas
de impago de sus clientes parecían cuestiones lejanas.

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