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FOCAD para División de Psicología Jurídica

EL PROFESIONAL DE LA
PSICOLOGÍA COMO
COORDINADOR DE
PARENTALIDAD
Mª LUISA PÉREZ CABALLERO
Psicóloga y Logoterapeuta, Mediadora Familiar y
Coordinadora de Parentalidad en ámbito privado.
Psicóloga Forense en Instituto Anatómico Forense de
Madrid.

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


El profesional de la psicología como coordinador de parentalidad

FICHA 1 ........................................................................................................... 26
Aspectos vinculados al procedimiento y metodología de la CdP

FICHA 2 ................................................................................................................................. 28
Intervención en CdP con grupo familiar. Plan de Parentalidad
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
El profesional de la psicología como coordinador de
parentalidad
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas se ha incrementado significativamente el número de rupturas de pareja con responsabilidad
parental, constatándose que aún hoy es el proceso judicial contencioso la vía frecuente de afrontamiento del conflicto
sobre la base de la confrontación entre los progenitores. Esta confrontación se puede prolongar en el tiempo, dificul-
tando la adaptación de los menores a la nueva situación familiar, que se expresa a través del desajuste emocional y de
las conductas desadaptativas. Se hace necesario contemplar nuevas perspectivas de intervención en el abordaje de los
conflictos judicializados con un alto grado de deterioro de la relación entre los miembros de la pareja, y, por exten-
sión, entre los hijos y uno de los progenitores.
La judicialización de los conflictos ligados a la separación, divorcio o nulidad incide en la calidad de vida de las
familias y en especial en los menores afectados. La especialización de los Juzgados, la colaboración con equipos psi-
cosociales, los puntos de encuentro familiares, los servicios de mediación, las medidas para el seguimiento de los
convenios o, en su caso, los planes de convivencia coadyuvan a fomentar el mantenimiento de las funciones parenta-
les tras la ruptura. Si bien, aún con todo ello, no parece suficiente para abordar las necesidades de grupos familiares
en conflicto de alta intensidad.
Uno de los instrumentos más novedosos con que cuentan las familias en proceso de reestructuración y que se añade
a las intervenciones antes mencionadas es la Coordinación de Parentalidad (en adelante se emplearan las siglas CdP).
Se trata de una intervención centrada en los/as niños/as y dirigida a tratar aspectos tales como pautas de convivencia,
educación u otros problemas cotidianos. Ofrece ayuda para que los padres resuelvan sus disputas y les impulsa a
construir estructuras que faciliten una adecuada relación familiar. También puede, previo consentimiento de las partes
y/o del Juzgado, tomar decisiones en base a los términos y condiciones establecidos por la resolución judicial o por el
acuerdo de designación del/la coordinador/a de parentalidad.
Este curso pretende capacitar a los profesionales de la psicología sensibilizados con una problemática que genera un sufri-
miento en las familias atrapadas en una inadecuada y dolorosa gestión de la ruptura de pareja. Examinamos a continuación
las características básicas de la coordinación de parentalidad y la integración de esta figura en el contexto judicial.

1. MARCO TEÓRICO Y CONCEPTUAL DE LA COORDINACIÓN DE PARENTALIDAD


El punto de partida de esta modalidad de intervención es la necesidad de abordar las problemáticas que presentan
los procesos de rupturas de pareja enredadas en conflictos judicializados con alto grado de conflictividad, con el con-
siguiente deterioro de la relación entre los progenitores y por extensión, entre los hijos y uno de los progenitores. Nos
encontramos con grupos familiares en conflicto, en los que los/as hijos/as experimentan la angustia de tener que
“tomar partido” y/o “rechazar” a uno de sus progenitores como muestra de lealtad al otro.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos señaló a los Estados de la Unión Europea que el sistema judicial no
podía limitarse a dictar sentencias bien fundamentadas jurídicamente en los casos de gran conflictividad en las rela-
ciones personales post divorcio entre los hijos y sus progenitores. Así, les instó a implantar los mecanismos necesa-
rios, útiles y eficaces para la planificación de estos conflictos y para asegurar el derecho de todo niño a crecer y
desarrollar su personalidad con su referente paterno y materno.
Donde no llegan o no son suficientes otras intervenciones como la terapia familiar, la mediación, los puntos de
encuentro, los seguimientos de los equipos psicosociales o de los servicios sociales, se muestra eficaz la intervención
en CdP, una intervención singular, que está configurada de forma autónoma a otros medios y dotada de una metodo-
logía pluridisciplinar en la que se utilizan técnicas y habilidades específicas.

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Bolaños (2002) indica que resulta altamente difícil que un niño se mantenga neutral ante un conflicto con dos polos
opuestos, donde estos dos extremos lo constituyen dos personas (las figuras parentales) con las cuales mantiene una
relación y una historia afectiva significativa. Se establece una situación bien definida donde existe una bipolaridad en
la que el niño se ve obligado a tomar partido por uno de los dos progenitores; la situación no ofrece la posibilidad de
elegir a los dos: escoger a uno significa rechazar al otro (“o estás conmigo o estás con el otro”).
En este contexto de confrontación interparental se articula el eje de la intervención en CdP, el cual se sitúa en la infancia
y la adolescencia. El conflicto es consustancial al ser humano, ya desde la infancia aprendemos a convivir con él, a hacer-
le frente, a gestionarlo. Si para un adulto resulta complicado, imaginemos por un momento cómo puede llegar a ser para
un niño verse atrapado en él, cuál será su impacto en su desarrollo emocional y en sus relaciones futuras:
“El conflicto parental es cualquier acción, escrito o palabra que crea ansiedad, sitúa al niño en medio, o lo fuer-
za a escoger. El conflicto puede hallarse en algo tan sutil como el tono de voz, el lenguaje corporal hostil, el
movimiento de los ojos, la indiferencia, el chiste hiriente y el sarcasmo, las amenazas de violencia, ataques ver-
bales y abusos físicos. El miedo de perder a un progenitor es la alternativa más dolorosa y angustiante para los
niños. El conflicto parental a menudo se agudiza por las diferencias de valores y las cuestiones de competencia,
poder y control”. (Ahrons, C.R. 2004)

La CdP tiene puesta la mirada en el niño y adolescente que sufre la continua confrontación relacional de sus proge-
nitores. Les exigen escoger, posicionarse, aliarse con un progenitor contra el otro. conviertiéndolo en mensajeros,
chivo expiatorio o espía del otro “lado”.
El hijo atrapado en el campo de batalla de sus progenitores se ve obligado a aceptar y asumir una excesiva responsa-
bilidad hacia la figura parental que considera el “débil” o el “traicionado”, ha de hacer equilibrios para agradar a uno
sin traicionar al otro. Esta intensa hostilidad crea vínculos insanos, con riesgo de ser reproducidos en futuros compor-
tamientos y que los hace vulnerables en sus futuras relaciones adultas.
Crecen en un modelo de parentalidad basado en el enfrentamiento, sin herramientas adecuadas de comunicación,
cooperación y resolución de disputas, cargando con una mochila de falta de estrategias, y habilidades para manejar
un conflicto en sus propias relaciones íntimas.
Desde una perspectiva positiva, partimos de la consideración de que sólo los progenitores tienen el poder de mini-
mizar el daño emocional del conflicto parental. A lo que añadiríamos que esto podría hacerse posible, si supieran
cómo aprender a mejorar su comunicación, trabajar para conseguir una nueva relación parental y manejar con proac-
tividad su propio estrés, reduciéndolo a la par que el del niño.
Para aquellos grupos familiares de alta conflictividad emocional acudir a CdP puede ser la única solución viable y
para ello es preciso conocer e identificar con qué recursos y habilidades cuentan los progenitores. El/la Coordinador/a
de Parentalidad ofrece a los progenitores la oportunidad de aprender nuevos comportamientos y a responsabilizarse
de los inapropiados. La adquisición de nuevas destrezas y herramientas de comunicación son elementos que pueden
contribuir a sanar los componentes relacionales del grupo familiar.

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¿Qué es la Coordinación de Parentalidad?


La tipología de familias objeto de intervención en CdP, podríamos decir que hacen de la confrontación su sentido
de vida, lo que implica una significativa activación emocional y fisiológica en los miembros del grupo familiar. Esta
crisis es generadora de estrés, en especial en los más vulnerables, los niños/as, siendo por ello el objeto de referencia
de la actuación en CdP.
Este tipo de familias, generan múltiples intervenciones en diversos contextos disciplinares (terapia familiar, terapia
individual, médicos, abogados, mediadores, etc.). Los jueces por su parte no logran con sus sentencias la conclusión
del conflicto, más bien hay un aumento y acumulación de expedientes, con una significativa cronificación del con-
flicto en muchos casos. En este sentido,
“La Coordinación de Parentalidad nace ante esa necesidad de dar respuesta como un proceso alternativo de
resolución de disputas centrado en los niños/niñas, asistiendo a los progenitores de alta conflictividad a imple-
mentar su plan de parentalidad, ayudándoles a resolver sus disputas, ofreciéndoles psicoeducación con respec-
to a las necesidades de sus hijos.” (Rodriguez Dávila, M.D. y Soto Esteban, R. Psicopatología Clínica, Legal y
Forense, Vol. 15, 2015, pp.171-187.)
En este orden de cosas, cabe plantearse la necesidad de redefinir la historia familiar y el ejercicio de la función
parental. En la actualidad la función parental se encuentra en proceso de adaptación a los cambios habidos en las
normas y leyes, de manera que los adultos se ven obligados a reinventar el significado de vida en pareja y a constituir
un nuevo modelo de liderazgo parental. Hoy, los padres y madres tienen necesidad de información, apoyo y habili-
dades que les permitan tener y alcanzar metas para su propio desarrollo y el de sus hijos.
El ejercicio de la parentalidad supone promover relaciones positivas en la familia, fundadas en el ejercicio de la res-
ponsabilidad parental para garantizar los derechos de la infancia y de la adolescencia y promover su desarrollo y bie-
nestar personal y social.
La Convención de Naciones Unidas sobre los derechos del niño (CNUDN, 1989), modificó el contexto en el que se
ejerce la parentalidad. Con ello desplazó la mirada hacia los niños, concediéndoles derechos en tanto que personas y
redefinió la posición del menor en la sociedad, así como la relación entre padres e hijos.
Este cambio de enfoque ha generado cambios importantes en el ejercicio de la parentalidad, y ha definido lo que se
ha dado en llamar parentalidad positiva. La Recomendación (2006)19 del Comité de Ministros a los Estados Miem-
bros sobre políticas de apoyo a la parentalidad la define como:
“el ejercicio de la parentalidad positiva se refiere al comportamiento de los padres fundamentado en el interés
superior del niño, que cuida, desarrolla sus capacidades, no es violento y ofrece reconocimiento y orientación
que incluyen el establecimiento de límites que permitan el pleno desarrollo del niño”.
Contextualizandola como:
“El conjunto de conductas de padres y madres que buscan el bienestar de los niños y niñas, y su desarrollo glo-
bal desde una perspectiva de cuidado, afecto, protección, enriquecimiento y seguridad personal, de no violen-
cia, que proporciona reconocimiento personal y pautas educativas, e incluye el establecimiento de límites para
promover su completo desarrollo, el sentimiento de control de su propia vida y puedan alcanzar los mejores
logros tanto en el ámbito familiar como académico, con los amigos y en el entorno social y comunitario”.

Definición de Coordinación de Parentalidad.


La Association of Families and Conciliation Court define la Coordinación de Parentalidad en los siguientes términos:
“Es un proceso alternativo de resolución de disputas centrado en el niño, en el que un profesional de la salud
mental o el ámbito judicial, con formación y experiencia en mediación asiste a los padres con alta conflictividad
con tal de implementar el plan de parentalidad. De esta forma se facilita la resolución de las disputas, ayudando
a los padres en temas relacionados con los hijos, con la mejora de la comunicación entre los padres y la reduc-
ción de la exposición de los hijos a los conflictos interparentales. Y con el consentimiento de los padres o tuto-
res y/o del juzgado, puede tomar decisiones dentro del ámbito de la sentencia o contrato de designación del
Coordinador de Parentalidad”. (Directrices para la Coordinación de Parentalidad. Generalidades y definiciones.
AFCC, 2005: Family Court Rewiew, 44(1), pp. 161-181).
De esta definición se derivan los rasgos principales de la CdP:
4 Es un proceso alternativo de resolución de conflictos.

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4 Estácentrado en el niño, promoviendo su seguridad y estabilidad emocional.


4 Necesita de un profesional formado y con experiencia en mediación.
4 Se dirige a la implementación del plan de parentalidad.
4 Tiene como finalidad la mejora de la comunicación y la reducción de la conflictividad interparental.
4 Dotado de autoridad (por designación del juez) para realizar sus funciones con eficacia.
La American Psychological Association define la Coordinación de Parentalidad como:
“(…) un proceso de resolución no adversarial de disputas, ordenado por el juzgado o acordado por los padres
separados o divorciados que tienen un patrón de alto conflicto o litigio sobre sus hijos”. (APA, 2012. American
Psychologist, 67(1), pp.63-71)
Autoras como Debra K. Carter (2012)la definen en los siguientes términos:
“La Coordinación de Parentalidad es una nueva intervención, centrada en el menor, para padres divorciados o
separados con hijos que se encuentran en riesgo, producido por la exposición a los conflictos presentes entre
sus padres, inmersos en el proceso de divorcio”.

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Orígenes de la Coordinación de Parentalidad


El interés por la CdP ha sido puesto de relieve en diferentes países. Los orígenes de la figura del Coordinador de
Parentalidad, se sitúa en los EE.UU., en la década de los 90. En aquellos años, se experimentó un elevado número de
divorcios, y las dificultades de la vida diaria a las que los progenitores tenían que hacer frente se resolvían en los juz-
gados. En consecuencia, los operadores jurídicos se encontraban desbordados de trabajo, observando cómo un grupo
de familias en conflicto no conseguían resolver los mismos con las resoluciones judiciales.
Fueron los mismos jueces quienes llamaron la atención en torno a que la utilización del “relitigio” no validaba la vía
legal para solucionar las divergencias entre aquellos progenitores en los que se apreciaba que el principal obstáculo
era psicológico. Las estadísticas evidenciaban que las separaciones altamente conflictivas llegaban a consumir un
voluminoso tiempo de los profesionales intervinientes y de los juzgados de familia.
En España, el contexto social y judicial en materia de ruptura de pareja guarda similitud con el norteamericano, pre-
sentando elevada demanda de divorcios, incremento de demandas de custodia compartida, así como modificación de
medidas, etc.

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A continuación, se presenta una reseña cronológica de los antecedentes más significativo en cuanto a los orígenes y
programas de CdP implementados en diferentes países de la CdP:

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2. CAPACITACIÓN Y FUNCIONES DEL PROFESIONAL DE LA PSICOLOGÍA COMO COORDINADOR DE


PARENTALIDAD
El/la Coordinador de Parentalidad es un profesional que puede venir de cualquier ámbito, al que principalmente se
le requiere formación en mediación y que tiene en su intervención el objetivo de ayudar al grupo familiar a que ges-
tione de forma óptima el ejercicio de su parentalidad. Para llevar a cabo su intervención se servirá de diversas técni-
cas y habilidades que contribuyan a que los progenitores transformen una relación altamente conflictiva y desgastada
en una nueva basada en el respeto mutuo.
Janet Jhonston y Vivienne Roseby (1997) ampliaron la definición de Garrity y Baris (2012) que definía al CdP como
un profesional con un variado bagaje y especialización, pero que precisaba consultar con otros profesionales vincula-
dos a la familia; así estas autoras en su estudio (2009) se refieren a este perfil como “coparenting arbitrator” y entien-
den que esta figura puede ser utilizada en situaciones en las que los progenitores:
4 Presentan desórdenes severos de personalidad, en situación de litigio.
4 Tienen grandes dificultades en decisiones que afectan a los hijos, y que necesitan asistencia para coordinar sus
esfuerzos parentales. Son padres que presentan desórdenes leves de personalidad.
4 Evidencia de situaciones potencialmente abusivas o con sospecha de existencia de abuso.
4 Presencia de enfermedad mental intermitente (Jhonston J, Roseby V, 1997)
La Sección de Derecho de Familia de la American Bar Association (2000) presentó un informe y un plan de acción
en el que recomendaba “monitores parentales, coordinadores, o profesionales entrenados para manejar conductas
crónicas, conflictos recurrentes, como los conflictos en las visitas, y ayudar a los padres a acatar las órdenes
judiciales”.
Tomando como referencia a Dominic D´Abate (2013) hay tres razones primordiales para introducir la figura del
CdP:
1) Los conflictos graves entre progenitores (disputas verbales y físicas, litigios permanentes, desconfianza y hostilidad,
alejamiento de un progenitor, etc.) ponen a los menores en situación de riesgo y destruyen los beneficios que las
relaciones parentales positivas pueden aportarles.
2) Los casos de mayor complejidad, los jueces suelen recomendar mediación, evaluaciones psicosociales o terapia, si
bien, estos recursos parecen poco efectivos cuando los progenitores están atrapados en un conflicto cronificado.
3) Las familias con divorcios de alta conflictividad utilizan múltiples servicios (protección a menores, mediación, con-
sultas a profesionales, a la par que ponen en marcha procedimientos legales, todo ello supone elevados costes para
la sociedad y el grupo familiar.
En estos casos, se plantea la idoneidad de la intervención del CdP, cuya actuación se orienta a la defensa del interés de
los hijos, y viene a completar el vacío en los servicios técnicos de asistencia al sistema judicial en procedimientos civiles.
Este mismo autor (D’Abate, 2005), establece los criterios para la designación del CdP:
4 Conflicto persistente en la coparentalidad.
4 Historial de abuso de drogas del/los progenitor/es.
4 Historia de violencia familiar.
4 Problemas de salud mental o de conducta en uno o ambos progenitores.
4 Menores con necesidades especiales.
4 Cuando un progenitor tenga una imagen muy negativa o distorsionada del otro progenitor, o expresa abiertamente
el deseo de limitar o excluir el contacto del menor con el otro progenitor.
Son muchos los países que ya han comenzado a dar pasos en la definición de la figura del CdP, planteándose la ido-
neidad/necesidad de la intervención del CdP, cuya actuación se orienta a la defensa del interés de los hijos y que
completaría el vacío en los servicios técnicos de asistencia al sistema judicial en procedimientos civiles.
En nuestro ordenamiento jurídico no está regulada la figura del CdP. Por ello, sus rasgos más “autoritarios” o con-
frontativos se encuentran bajo el amparo de la ley (como ocurre en otros países considerados de referencia, tal es el
caso de E.E.U.U., y Canadá).

Requisitos formativos
Las Directrices de Coordinación de Parentalidad desarrolladas por la Association of Families and Conciliation
Courts indican:

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“Se presupone que los profesionales de la salud mental y el ámbito legal habrán adquirido ciertos conocimien-
tos y experiencia en las áreas de competencia enumeradas, concretamente en la Sección II, y formación en
mediación. Los programas de formación podrían tener por finalidad integrar distintos niveles previos de forma-
ción y experiencia ofreciendo formación en estos cuatro módulos y desarrollando un proceso para la exención
de ciertos profesionales de cualquiera de los módulos en los que se establezca competencia. Los tribunales indi-
viduales deberían establecer directrices, aprobar sesiones de formación y asignar formadores para garantizar a
los/las candidatos/as la posibilidad de demostrar unas competencia mínimas para comenzar si práctica laboral;
y deberían establecer la obligatoriedad de la realización de las sesiones programadas de seguimiento de la for-
mación para permitir a los candidatos alcanzar un nivel de maestría en un plazo razonable. Los tribunales
podrían plantearse desarrollar programas de orientación para proporcionar asesoría y apoyo a los/las coordina-
dores parentales que comienzan a trabajar para que puedan reforzar y desarrollar las destrezas cubiertas en las
áreas de formación recomendadas”. (AFCC, 2005).
Según esto, un coordinador de parentalidad (con independencia de que proceda del ámbito de la psicología o del
derecho), y en base a lo expuesto en las Directrices, deberá contar con una formación que abarque cuatro áreas
temáticas:
1. Proceso y Metodología de la CdP
4 Diferencias con otros procesos de educación parental y resolución de conflictos.
4 Directrices de la práctica profesional.
4 Identificar conflictos de intereses entre los progenitores.
4 Temas vinculados al proceso y adecuación de los participantes.
4 Planes de acción adecuados a las circunstancia de los participantes (abuso de sustancias, violencia de género, pro-
tección al menor, etc.)
4 Conocerá y detectará las situaciones que desembocan en la suspensión o cancelación del proceso

2. Dinámicas familiares en casos de ruptura de pareja


4 Impacto del divorcio o separación a nivel individual y familiar.
4 Teorías y estudios psicológicos para la intervención en familias de alta conflictividad.
4 Conocimiento de las emociones y de los trastornos de personalidad y su huella en las dinámicas familiares.
4 Conocerá de las necesidades de los hijos en el contexto de divorcio:
● Relaciones con los padres, familia reconstituida, familia extensa, etc.

● Etapas evolutivas de los niños y adolescentes y distribución del tiempo con los progenitores.

● Impacto de la CdP en el bienestar y comportamiento de los hijos.

● Indicadores de abuso o negligencia.

4 Tratamiento de progenitores con alta conflictividad: detección de alianzas, alienación de los hijos.
4 Conocerá sobre violencia doméstica y el impacto psicológico sobre dicha violencia.

3. Técnicas y herramientas de CdP


4 Cómo gestionar las sesiones y comunicaciones.
4 Trabajar:
● La relación y recogida de información.

● La gestión de las emociones y habilidades sociales.

● La comunicación no violenta.

● La coparentalidad.

● La revinculación paternofilial.

4 Herramientas y métodos para gestionar situaciones complejas.


4 Técnicas y habilidades de resolución de conflictos y mediación.

4. Procedimientos judiciales específicos de CdP


4 Conocerá de las leyes aplicables al proceso de coordinación.
4 Familiarizado con terminología legal, conceptos y legislación aplicable a crisis matrimoniales.
4 Cómo y cuándo interactuar con el sistema judicial, sus obligaciones legales y autoridad que se le confiere en cada
supuesto.

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Funciones del Coordinador de Parentalidad.


Dominic D´Abate (2005) enumera las siguientes funciones del coordinador de parentalidad:
4 Asegurar la seguridad y el mejor interés de los niños.
4 Ayudar a reducir el nivel de conflicto, mediando en las disputas entre los padres.
4 Ayudar a los padres a implementar cualquier plan de crianza ordenada por la corte o mutuamente acordado.
4 Ayudar a los padres a elaborar su propio plan de crianza y modificar lo que ya están vigentes, si es necesario.
4 Enseñar a los padres las habilidades y técnicas relacionadas con el manejo de la ira, la comunicación efectiva y la
resolución de problemas.
4 Ayudar a los padres a tomar conciencia del impacto negativo en sus hijos de la escalada de conflicto y la alienación de los
padres.
4 Proporcionar a los jueces, abogados y padres comentarios y sugerencias con respecto a la mejora de las prácticas de crianza.
Han sido Susan Boyan y Ann Marie Termini (apéndice de su libro “The Psycotherapist As Parent Coordinator in
High-Conflict Divorce Strategies and Techniques. The Haworth Press, Inc.), quienes desarrollan los Estándares de
Práctica que debe seguir un CdP en el ejercicio de sus funciones:
4 Evaluar el impacto emocional del conflicto parental en los niños.
4 Salvaguardar sus necesidades emocionales y físicas.
4 Elaborar un plan de coparentalidad para lograr consenso entre los padres que es informado por las partes.
4 Monitorear que se cumplan los planes de coparentalidad y ayuda a modificarlos, si es necesario.
4 A continuación, se expone un resumen de los estándares:

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Perfil del/a Coordinador de Parentalidad:


4 Paciencia, empatía, compasión, confiabilidad, compostura, sensibilidad multicultural y minuciosidad.
4 Habilidades de escucha activa y toma de decisiones.
4 Conocimiento y experiencia con padres en conflicto.
4 Conocimiento de los aspectos técnicos sobre la CdP y sobre la crianza, divorcio, interferencias parentales, violencia
doméstica y maltrato infantil.
4 Conocimientos de los procesos judiciales y de los desafíos que enfrentan las personas involucradas en procesos de
ruptura contenciosos.
4 Respecto a los aspectos éticos y deontológicos, en las directrices se realizan algunas apreciaciones, no existiendo
como tal un código deontológico específico. Será el mejor interés del menor lo que guíe el principio rector de la
actuación del CdP.
4 El profesional ejercerá su función tomando como referencia el código deontológico de su profesión.

3. MARCO LEGAL DE REFERENCIA DE LA COORDINACIÓN DE PARENTALIDAD


Como ya se ha se ha indicado la figura de la CdP aún no está regulada, si bien la referencia en la que encuadrar la
misma nivel toma como punto de partida toda aquella normativa que se refiere al “interés superior del menor”, En
este sentido las referencias normativas que amparan su aplicación son:

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A nivel estatal:
4 Constitución Española (art. 39) consagra el principio de protección del menor.
4 Ley 15/2005, de 8 de julio de modificación del Código Civil: establece la mediación como medio voluntario para
resolver los conflictos familiares.
4 Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor: consagra el principio de agilidad e inme-
diatez en los procedimientos que afecten a menores para evitarles perjuicios innecesarios.
4 Ley 14/2010, de 27 de mayo de los derechos y Oportunidades de la Infancia y de la Adolescencia (arts. 38, 39, 81 y
116.3).

4A nivel autonómico:
4 Estatuto de Autonomía de Cataluña (art. 17).
4 Ley 25/2010, de 29 de julio, Libro Segundo, del Código Civil de Cataluña, relativo a la Persona y la Familia: intro-
duce como novedad el plan de parentalidad, con el objeto de prever los posibles enfrentamientos futuros entre los
padres. Asimismo, permite que el Juez adopte las medidas necesarias para evitar cualquier situación de riesgo o
peligro al menor.
4 Ley de 12/2007, de 11 de octubre, de Servicios Sociales de Cataluña.

4A nivel internacional:
4 Convención Universal de los Derechos del Niño (arts. 3.1 y 4).
4 Convención Europea sobre Derechos del Menor [1996, aet.6 a)].
4 Reglamento Europeo 2001/2003 y Convenios de La Haya (1980 y 1996).

4. ASPECTOS PSICOLEGALES DEL CONFLICTO FAMILIAR VINCULADO A RUPTURA DE PAREJA


Sea cual sea el tipo de familia que se considere, toda modalidad o tipo de familia presenta ciertas características
básicas, que están relacionadas con las funciones que ésta desempeña. Para S. Minuchin (1983) la familia cumple dos
funciones importantes:
“una función de protección biológica, psicológica y social de sus componentes. Esta función la realiza a través
de desarrollar un sentimiento de identidad en cada miembro, sintiéndose este, perteneciente al grupo familiar,
pero facilitando también la individuación autónoma. La otra función es ser transmisora de la cultura y valores de
la sociedad a la que pertenece”.
La familia será un contexto generador de apoyo mutuo y favorecedor de identidad y autonomía en cada uno de sus
miembros. Este sistema familiar se verá sometido a lo largo de su ciclo vital a crisis, oscilaciones y presiones que cuya
gestión podrá ser generadora de dinámicas disfuncionales.
En el abordaje de la familia conviene disponer de un modelo teórico de referencia que sirva de base para el análisis
e intervención. En este sentido, considero como referencia la perspectiva relacional de Linares (1996, 2000, 2002,
2006), el Modelo de las Relaciones Familiares Básicas. Desde este modelo se entiende la familia como un sistema con
dos funciones esenciales, la Parentalidad y la Conyugalidad, y el síntoma psicopatológico como la expresión y conse-
cuencia del mal funcionamiento de estos dos pilares.

Conyugalidad y Parentalidad
La Salud Mental de los miembros de un grupo familiar, está relacionada con las circunstancias que éste tiene que
afrontar, ya que la familia es el contexto relacional más significativo para sus miembros, aún cuando su funciona-
miento y organización sea disfuncional. Por lo tanto, la interacción disfuncional puede ayudar a entender el sufri-
miento de las personas que integran del grupo familiar. La preservación de la salud mental de una familia pasaría por
unas adecuadas interacciones entre sus componentes, entre los subsistemas que la conforman y también por el buen
funcionamiento de la familia como una unidad.
Lo qué ocurre y cómo acontece en el sistema familiar es el punto de partida para la intervención con un grupo fami-
liar. El diagnóstico sistémico de Linares es el “proceso que permite relacionar singularidad y redundancia en el campo
del sufrimiento psíquico y la interacción disfuncional” (2000: Este diagnóstico sistémico es la herramienta que abre la
puerta al acompañamiento en la intervención terapéutica, y considero que es también de gran utilidad en la interven-
ción con familias en situación de conflicto en el marco de la CdP, contexto de intervención en el que los profesiona-
les de la psicología tenemos que poner en valor nuestros conocimientos y experiencia.

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Resultan muy interesantes las claves propuestas por Linares (1996) para poder elaborar el diagnóstico sistémico, cen-
trado en las coordenadas del funcionamiento parental (parentalidad) y la armonía (conyugalidad), considerandolas
como circunstancias claves y generadoras de recursos para poder afrontar las diferentes etapas del ciclo vital de una
familia. El subsistema conyugal y el subsistema parental son los primeros en crearse cuando se forma un sistema fami-
liar. En este sentido Linares indica la observación de las funciones de la parentalidad y de la conyugalidad: socializa-
ción (con sus propias funciones normativas y protectoras) y nutrición emocional (reconocimiento, valoración y afecto
que recibe el hijo).

Desde esta perspectiva, la familia es el contexto principal en el que se forja la personalidad, constituyéndose en el
principal vehículo de socialización y de transmisión de los condicionantes culturales, además, del espacio donde se
generan y desarrollan los estímulos relacionales en una compleja red de nutrición relacional que depende de la singu-
laridad de cada grupo familiar.
El entorno inmediato del niño, es decir, su familia de origen está organizado por dos dimensiones relacionales (Lina-
res, 1996) de gran importancia, encarnadas generalmente por los padres. Esta conyugalidad y la parentalidad repre-
sentan sendas versiones de la nutrición relacional, entendida respectivamente como amor conyugal y amor parental.
La conyugalidad, en una pareja con vocación de familia, se fundamenta en una reciprocidad cognitiva, emocional y
pragmática, mediante la cual ambos miembros negocian un acuerdo que implica un pensar amoroso (reconocimiento
y valoración), un sentir amoroso (ternura y cariño) y un hacer amoroso (deseo y sexo, principalmente). Todo ello exige
el intercambio, es decir, un ejercicio de dar y recibir de forma equilibrada, con un importante componente igualitario.

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La parentalidad se apoya en una relación complementaria, es decir, desigual, en la que el dar y el recibir no pueden
estar equilibrados. No hay duda de que los padres reciben una fuerte gratificación por la cría de sus hijos, pero la
cadena es básicamente lineal, y, en beneficio de la especie, cada generación paga con la que le sigue la deuda que
contrajo con la precedente. El amor parental comporta, al igual que el conyugal, elementos cognitivos que implican
reconocimiento y valoración, y emocionales, que pasan por el cariño y la ternura.
En cuanto a los componentes pragmáticos, las diferencias son radicales, puesto que el hacer amoroso parental con-
siste, fundamentalmente, en el ejercicio de la sociabilización. Ésta no es otra cosa que una preparación adecuada
para integrarse en la sociedad, y se compone de dos integrantes de igual importancia: la normatividad, que debe
garantizar el respeto de la sociedad por el individuo, y la protección, encargada de que ese respeto sea recíproco.

Dependiendo de que cumpla o no las condiciones del amor conyugal, la conyugalidad será armoniosa o disarmóni-
ca. Con todo, la armonía implica la capacidad de resolver razonablemente los conflictos conyugales, incluso median-
te la separación y el divorcio, por lo que, a los efectos de su influencia sobre los hijos, se pueden considerar parejas
conyugalmente armoniosas aquéllas que negocian adecuadamente, con independencia de su estado civil.
Por otra parte, conyugalidad y parentalidad son variables relacionales independientes, aunque con un cierto grado
de influencia recíproca. Por eso vale la pena considerar las posibilidades de una conservación o de un deterioro pri-
marios de la parentalidad, previos a cualquier influencia que sobre ella pueda ejercer la conyugalidad.

Al igual que la pesonalidad individual se construye con identidad y narrativa, el sistema familiar se articula en térmi-
nos de mitología y organización. La mitología familiar es el espacio donde convergen y del que brotan las narraciones
individuales de los miembros del sistema. De esta forma, constituye un territorio de negociación narrativa, cuyo resul-
tado son los mitos, en los que coexisten un clima emocional determinado, elementos cognitivos, que son los valores y
las creencias, y elementos pragmáticos, que son los rituales. A su vez, la organización es el resultado del desarrollo
evolutivo de las estructuras familiares a lo largo del ciclo vital, y en ella se distinguen aspectos tan importantes como
la jerarquía, la cohesión y la adaptabilidad. Mitología y organización familiares se condicionan mutuamente, a la vez
que brindan un marco relacional riquísimo para la construcción y el desarrollo de la personalidad de los miembros
del sistema.

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Tomando como referencia los extremos de parentalidad conservada o deteriorada, y conyugalidad armoniosa o
disarmónica, Linares señala como elementos relevantes para poder hacer un diagnóstico sistémico de lo que él deno-
mina “metáforas-guía”:
4 Triangulaciones manipulatorias: una parentalidad conservada que se deteriora por la conyugalidad disarmónica.
4 Triangulaciones desconfirmadoras: cuando existe una parentalidad incongruente en la que cada progenitor descon-
firma al otro, por tanto, una conyugalidad disarmónica.
4 Triangulaciones imposibles: cuando existe una conyugalidad armónica que produce una parentalidad deteriorada,
es decir, las funciones parentales quedan afectadas por la armonía entre la pareja.
4 Desierto de amor: funciones parentales deterioradas por una conyugalidad disarmónica.

Ruptura de pareja en el ciclo vital de la familia: crisis y proceso.


A lo largo de la vida, las familias atraviesan distintos tipos de crisis que según sus características se clasificarán en
crisis evolutivas, caracterizadas por aquellos cambios esperables por los cuales atraviesan la mayoría de las personas.
Dichos cambios requieren un tiempo de adaptación para enfrentar nuevas desafíos, que forman parte del desarrollo
de la vida normal. Y crisis inesperadas, aquellas que sobrevienen bruscamente, que no están en la línea evolutiva
habitual (muerte temprana de un padre, pérdida del empleo, exilio forzoso, etc).
Tanto las crisis evolutivas como las crisis inesperadas pueden ser atravesadas por las personas/familias de distintas
maneras dependiendo de los recursos que tengan y de las experiencias previas (adaptación a crisis anteriores). Tenien-
do en cuenta esto habrá familias que puedan pasar por estos períodos de cambios con mayor facilidad y capacidad de
adaptación.

Ruptura de pareja como crisis


Pittman (1990) propone que una crisis se produce cuando una tensión (una fuerza que tiende a distorsionar) afecta al
sistema familiar, exigiendo un cambio en su repertorio usual, y permitiendo, además, la entrada de influencias exter-
nas de una forma incontrolada. Este autor describe cuatro categorías de crisis:
1. Desgracias inesperadas: son sucesos imprevisibles, cuyas causas suelen ser extrínsecas a la familia (fallecimientos,
enfermedad, accidentes etc.). Su resolución puede suponer un esfuerzo común para adaptarse a la situación, o
puede implicar el riesgo de una búsqueda de culpables que genere mecanismos de ataque y defensa.
2. Crisis de desarrollo: son universales y previsibles, formando parte de la evolución normal de cada familia (matrimo-
nio, nacimientos de hijos, etc.). Una superación adecuada facilita el crecimiento, aunque los problemas pueden
aparecer cuando una parte de la familia intenta impedirla o provocarla antes de tiempo.

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3. Crisis estructurales: son recurrentes y se insertan en las propias pautas intrínsecas de una familia (psicosis, alcoho-
lismo, etc.). Suelen manifestarse en un solo miembro, aunque afectan directamente a todos los demás, de forma
que dificultan cualquier posible proceso de cambio.
4. Crisis de desvalimiento: ocurren en familias en las que los propios recursos se han agotado o son ineficaces, de tal
forma que dependen de instancias externas para uno o varios aspectos de su supervivencia (familias que dependen
de los recursos sociales, incapacidades crónicas, etc.).
Según lo expuesto una ruptura de pareja (separación, divorcio) estaría integrada en la categoría de crisis del desarro-
llo. Así estaríamos ante una situación adaptativa cuyo resultado, una vez superada, debería colocar al sistema familiar
en un punto más avanzado de su desarrollo. Si bien, esto no acontece en todas las rupturas de pareja. Existe grupos
familiares que sufren un afrontamiento disfuncional de la ruptura de pareja, de manera que el conflicto mediatiza
todas las interacciones, y adquiere el carácter de una crisis estructural configurando la evolución familiar e individual
de sus miembros. En este sentido encontramos parejas que depositan en intervención judicial la solución a su con-
frontación, con ello merman su capacidad para tomar decisiones sobre su propia vida, generado una dependencia de
la institución legal que se expresa en la prolongación y cronificación judicial del conflicto conyugal consiguiente
repercusión en el ejercicio de la parentalidad.

Ruptura de pareja como proceso.


Desde un modelo evolutivo de crisis, podemos concebir la separación como un proceso que transcurre en diferentes
niveles relacionados entre sí, ubicable temporalmente, y contextualizable en función de las múltiples cuestiones que
deben resolverse en cada uno de sus estadios. Algunos autores (Bohannan, 1970; Giddens, 1989) distinguen hasta seis
«procesos de divorcio» (emocional, legal, económico, coparental, social y psíquico) que una pareja debería afrontar
indefectiblemente para completar su ruptura. Todos ellos tienen que ser abordados, y en todos puede surgir el conflic-
to cuando no se obtienen los resultados deseados. Este puede ir expresándose alternativamente en cada proceso, al
mismo tiempo que van generándose las diferentes soluciones. También es posible que alguno de ellos adquiera una
especial preponderancia conflictiva sobre los demás, impidiendo la resolución de los otros y provocando que el tiem-
po de elaboración de la ruptura se alargue más de lo debido.
Los diferentes procesos no son temporalmente paralelos, aunque en algunos momentos transcurren solapados, y se
interelacionan mutuamente. Así, la ruptura emocional suele iniciarse mucho antes de llegar la separación física, y
puede prolongarse una vez finalizado el proceso legal. Este va íntimamente asociado al económico, mientras que el
social y el psicológico suelen ser los últimos en resolverse.
Kaslow (1988) propone un modelo explicativo de las fases por las que atraviesa una ruptura (divorcio), al que define
como ecléctico y dialéctico, y denomina «diacléctico». Con él pretende integrar diferentes interpretaciones, ofrecien-
do un esquema sintetizador de etapas y estadios, así como de los diferentes sentimientos y actitudes asociados a cada
uno de ellos. El modelo, esquemáticamente resumido, es el siguiente:
Una vez tomada la decisión de la separación, la pareja tiene que abordar entre otras muchas cuestiones una que
tiene gran relevancia para el grupo familiar, y se refiere a la modalidad de custodia y sistema de comunicación proge-
nitores-hijos. Probablemente una de las más controvertidas junto con la resoluciones de los bienes en común. Resulta
muy interesante en el marco de la intervención en CdP, el algoritmo elaborado por Rodríguez-Domínguez, C. (2014)
en el que conjuga los elementos que intervienen en el proceso de divorcio, separación o nulidad de la relación con-
yugal.

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Tipología de las rupturas conflictivas


Uno de los aspectos considerados perjudiciales en el proceso de ruptura de pareja es el período de discusiones e
incertidumbre que caracteriza las relaciones de pareja durante el tiempo en que deciden su separación. En este senti-
do, “son los conflictos de los padres y especialmente la percepción del niño, de los mismos los que presentan una
relación más fuerte y consistente con su adaptación”, (Cantón, Cortés y Justicia, 2002. Psicopatología Cínica, Legal y
Forense, vol.2.nº3, pp 25-45).
La conflictividad o desacuerdo parental ha demostrado tener efectos negativos en la adaptación de los hijos, mani-
festándose a través de trastorno de conducta, agresividad, depresión, ansiedad y problemas escolares (Amato Keith,
1991; Grych y Fincham, 1990).

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Lisa Parkinson (1987) propuso una tipología de las rupturas conflictivas basada en siete patrones:
1. Parejas «semi-desligadas»: la pareja ha evolucionado por separado previamente a la ruptura, y ésta ha sido maneja-
da con un relativo bajo nivel de conflicto. La aparición posterior de problemas prácticos en cuanto a la custodia o
las visitas puede indicar la persistencia de vínculos emocionales no resueltos entre los padres.
2. Conflictos de «puertas cerradas»: son parejas que evitan la confrontación directa refugiándose, tanto física como
psicológicamente, tras un silencio que pretende indicar rechazo, ira o frustración, pero tras el que se ocultan senti-
mientos de apego, dolor profundo y miedo al abandono. Este patrón puede ser fácilmente transmitible a los hijos.
3. La «batalla por el poder»: la separación puede constituir un intento de desequilibrar el reparto de poder dentro de
la familia. Aquel que siente que más ha perdido durante la vida en común, puede ahora reaccionar luchando por
conseguir una posición dominante en el proceso, poniendo en juego para ello armas como la culpabilización del
otro, la utilización de los hijos o la explotación de ventajas legales en el juzgado.
4. El «enganche tenaz»: un cónyuge intenta dejar al otro, mientras que éste hace lo posible por evitarlo. Puede utilizar
el chantaje emocional, a veces bajo la forma de intentos de suicidio o autolesiones. En ocasiones, el que deja se ve
impulsado al retorno, pero el intento de reconciliación suele durar poco tiempo, y el que es abandonado se sentirá
más lastimado y enfadado que antes. Algunos autores han descrito esta misma situación como el «síndrome del
esposo ambivalente» (Jones, 1987).
5. «Confrontación abierta»: muchas parejas se sienten negativamente conmocionadas y humilladas cuando se descu-
bren a sí mismos agrediéndose verbalmente de una forma completamente inusual. El conflicto puede llegar a ser
tan intenso que, inevitablemente, cada vez que se produce una discusión se desencadena una brusca escalada de
la violencia. Ambos pueden sentirse avergonzados por lo que ocurre, al mismo tiempo que incapaces de controlar
sus reacciones.
6. «Conflictos enredados»: se trata de parejas que dan la impresión de estar realizando una fuerte inversión emocional
en un intento de procurar que su lucha continúe. Son capaces de sabotear todo tipo de decisiones relacionadas con
su ruptura por continuar con la batalla. Reavivan el conflicto cuando están a punto de solucionarlo, mostrando
resistencia a encontrar y aceptar soluciones y frustrando cualquier intento de ayuda legal o psicosocial.
7. «Violencia doméstica»: Cuando se ha creado una dinámica en la que un cónyuge (frecuentemente una mujer) es
repetidamente maltratado por el otro, la ruptura puede resultar algo inalcanzable. La conjunción de agresiones y
amenazas coloca a muchas personas en un permanente estado de temor e intimidación que dificulta sus intentos
de romper con la violencia o con la relación. Dicho estado puede continuar mucho tiempo después de materializa-
da la ruptura.

Efectos de la confrontación parental continuada en el menor


Entre los profesionales que intervenimos en al ámbito de familia y en concreto a la intervención con familias en
situación de conflicto, hay un consenso general en afirmar que las consecuencias de la ruptura de pareja con hijos a
su cargo, depende de manera muy significativa de cómo se gestiona el conflicto en el seno del grupo familiar. De lo
que se deriva que la salud psicológica de los/as hijos/as de progenitores separados está más estrechamente relaciona-
da con la presencia de conflicto en la familia que con la ruptura en sí.
Bolaños (2002) indica que resulta altamente difícil que un niño se mantenga neutral ante un conflicto con dos polos
opuestos, donde estos dos extremos lo constituyen dos personas (las figuras parentales) con las cuales mantiene una
relación y una historia afectiva significativa. Se establece una situación bien definida donde existe una bipolaridad en
la que el niño se ve obligado a elegir a uno de los dos padres, la situación no ofrece la posibilidad de elegir a los dos,
elegir a uno significa rechazar al otro (“o estás conmigo o estás con el otro”).

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En la actualidad no existe ninguna duda acerca del hecho de que la salud mental de los individuos está condiciona-
da por la calidad de las relaciones que establecen a lo largo de su proceso de desarrollo. Las más recientes investiga-
ciones señalan la importancia que para una crianza saludable ha de contar entre otros aspectos con que los/as hijos/as
sean acogidos en un clima familiar de aceptación, respeto, afectividad y estimulación adecuados.

El conflicto es consustancial a las relaciones humanas, pudiendo ser un potenciador saludable de cambios y creci-
miento, pero también de sufrimiento innecesario en las personas involucradas. Desde una perspectiva mediadora, el
conflicto es una situación en la que dos o más personas entran en oposición o desacuerdo. porque sus posiciones,
intereses, necesidades, deseos o valores son incompatibles o son percibidos como tal y en el que juegan un papel
muy importante las emociones y sentimientos, pudiendo la relación entre las personas salir reforzada o deteriorada,
en función de cómo sea el proceso de gestión del conflicto.
Desde una perspectiva psicosocial, para Milne (1988) el conflicto es poliédrico y atribuible a más de una causa,
establecediendo cuatro niveles de conflicto: psicológico, comunicacional, sustantivo y sistémico.
En el contexto de conflicto en un proceso de ruptura de pareja con hijos, cabe dar respuesta a la necesidad de la
implantación de la CdP fundamentalmente en dos niveles: por una lado a lo que se refiere a la dificultad de intervenir
directamente con este tipo de familias desde la mediación familiar u otro tipos de recursos sociales o de la administra-
ción de justicia, y por otro, a la necesidad social de dar respuestas a aquellas situaciones de conflicto parental que

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puedan a la larga conllevar un deterioro del desarrollo psicoevolutivo en la infancia y adolescencia.


El valor predictivo de los conflictos de pareja mejora cuando se tiene en cuenta el papel regulador de las dimensio-
nes del conflicto (frecuencia, intensidad, contenido, forma de afrontar la solución); la percepción, valoración y estra-
tegias de afrontamiento utilizadas por el niño y la inseguridad emocional que puede suponer la observación del
conflicto entre los progenitores.
Cummings y Schwartz (2012), definen como “Tácticas de conflicto parental”:
4 Destructivas (suscitan más reacciones emocionales negativas):
● Agresión física y verbal.

● Retraimiento-evitación.

● Ira verbal y no verbal.

● Insultos.

4 Constructivas (dan como resultado más reacciones positivas que negativas):


● Discusión tranquila.

● Apoyo mutuo.

● Sentido del humor.

● Resolución asertiva de los problemas.

● Afecto físico y verbal.

Fernández y Godoy (2002) manifiestan que al año que sigue a la separación de los progenitores, es frecuentemente,
el periodo más crítico para a los hijos. Los efectos de la separación contenciosa, lleva consigo una serie de actitudes
en los padres que pueden representan un riesgo para el niño/a, produciendo un estancamiento en el ciclo evolutivo
de la familia, de sus miembros y la aparición de conductas desadaptativas de los niños.

La ruptura de pareja, supone un cambio importante en el ciclo vital de la familia, en el que ha de primar la atención
a las necesidades de los hijos. Cuando este proceso se enroca en el enfrentamiento y se cronifica la disputa, la CdP se
presenta como una intervención que promoverá la coparentalidad, y para ello orientará a estos progenitores a redefi-
nir y reaprender su función parental en el marco de una comunicación no violenta, respetuosa y responsable

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Ficha 1.
Aspectos vinculados al procedimiento y metodología de
la CdP

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Ficha 2.
Intervención en CdP con grupo familiar. Plan de Parentalidad

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