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El Profesional de La Psicología Como Coordinador de Parentalidad
El Profesional de La Psicología Como Coordinador de Parentalidad
EL PROFESIONAL DE LA
PSICOLOGÍA COMO
COORDINADOR DE
PARENTALIDAD
Mª LUISA PÉREZ CABALLERO
Psicóloga y Logoterapeuta, Mediadora Familiar y
Coordinadora de Parentalidad en ámbito privado.
Psicóloga Forense en Instituto Anatómico Forense de
Madrid.
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 26
Aspectos vinculados al procedimiento y metodología de la CdP
FICHA 2 ................................................................................................................................. 28
Intervención en CdP con grupo familiar. Plan de Parentalidad
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
El profesional de la psicología como coordinador de
parentalidad
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas se ha incrementado significativamente el número de rupturas de pareja con responsabilidad
parental, constatándose que aún hoy es el proceso judicial contencioso la vía frecuente de afrontamiento del conflicto
sobre la base de la confrontación entre los progenitores. Esta confrontación se puede prolongar en el tiempo, dificul-
tando la adaptación de los menores a la nueva situación familiar, que se expresa a través del desajuste emocional y de
las conductas desadaptativas. Se hace necesario contemplar nuevas perspectivas de intervención en el abordaje de los
conflictos judicializados con un alto grado de deterioro de la relación entre los miembros de la pareja, y, por exten-
sión, entre los hijos y uno de los progenitores.
La judicialización de los conflictos ligados a la separación, divorcio o nulidad incide en la calidad de vida de las
familias y en especial en los menores afectados. La especialización de los Juzgados, la colaboración con equipos psi-
cosociales, los puntos de encuentro familiares, los servicios de mediación, las medidas para el seguimiento de los
convenios o, en su caso, los planes de convivencia coadyuvan a fomentar el mantenimiento de las funciones parenta-
les tras la ruptura. Si bien, aún con todo ello, no parece suficiente para abordar las necesidades de grupos familiares
en conflicto de alta intensidad.
Uno de los instrumentos más novedosos con que cuentan las familias en proceso de reestructuración y que se añade
a las intervenciones antes mencionadas es la Coordinación de Parentalidad (en adelante se emplearan las siglas CdP).
Se trata de una intervención centrada en los/as niños/as y dirigida a tratar aspectos tales como pautas de convivencia,
educación u otros problemas cotidianos. Ofrece ayuda para que los padres resuelvan sus disputas y les impulsa a
construir estructuras que faciliten una adecuada relación familiar. También puede, previo consentimiento de las partes
y/o del Juzgado, tomar decisiones en base a los términos y condiciones establecidos por la resolución judicial o por el
acuerdo de designación del/la coordinador/a de parentalidad.
Este curso pretende capacitar a los profesionales de la psicología sensibilizados con una problemática que genera un sufri-
miento en las familias atrapadas en una inadecuada y dolorosa gestión de la ruptura de pareja. Examinamos a continuación
las características básicas de la coordinación de parentalidad y la integración de esta figura en el contexto judicial.
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Bolaños (2002) indica que resulta altamente difícil que un niño se mantenga neutral ante un conflicto con dos polos
opuestos, donde estos dos extremos lo constituyen dos personas (las figuras parentales) con las cuales mantiene una
relación y una historia afectiva significativa. Se establece una situación bien definida donde existe una bipolaridad en
la que el niño se ve obligado a tomar partido por uno de los dos progenitores; la situación no ofrece la posibilidad de
elegir a los dos: escoger a uno significa rechazar al otro (“o estás conmigo o estás con el otro”).
En este contexto de confrontación interparental se articula el eje de la intervención en CdP, el cual se sitúa en la infancia
y la adolescencia. El conflicto es consustancial al ser humano, ya desde la infancia aprendemos a convivir con él, a hacer-
le frente, a gestionarlo. Si para un adulto resulta complicado, imaginemos por un momento cómo puede llegar a ser para
un niño verse atrapado en él, cuál será su impacto en su desarrollo emocional y en sus relaciones futuras:
“El conflicto parental es cualquier acción, escrito o palabra que crea ansiedad, sitúa al niño en medio, o lo fuer-
za a escoger. El conflicto puede hallarse en algo tan sutil como el tono de voz, el lenguaje corporal hostil, el
movimiento de los ojos, la indiferencia, el chiste hiriente y el sarcasmo, las amenazas de violencia, ataques ver-
bales y abusos físicos. El miedo de perder a un progenitor es la alternativa más dolorosa y angustiante para los
niños. El conflicto parental a menudo se agudiza por las diferencias de valores y las cuestiones de competencia,
poder y control”. (Ahrons, C.R. 2004)
La CdP tiene puesta la mirada en el niño y adolescente que sufre la continua confrontación relacional de sus proge-
nitores. Les exigen escoger, posicionarse, aliarse con un progenitor contra el otro. conviertiéndolo en mensajeros,
chivo expiatorio o espía del otro “lado”.
El hijo atrapado en el campo de batalla de sus progenitores se ve obligado a aceptar y asumir una excesiva responsa-
bilidad hacia la figura parental que considera el “débil” o el “traicionado”, ha de hacer equilibrios para agradar a uno
sin traicionar al otro. Esta intensa hostilidad crea vínculos insanos, con riesgo de ser reproducidos en futuros compor-
tamientos y que los hace vulnerables en sus futuras relaciones adultas.
Crecen en un modelo de parentalidad basado en el enfrentamiento, sin herramientas adecuadas de comunicación,
cooperación y resolución de disputas, cargando con una mochila de falta de estrategias, y habilidades para manejar
un conflicto en sus propias relaciones íntimas.
Desde una perspectiva positiva, partimos de la consideración de que sólo los progenitores tienen el poder de mini-
mizar el daño emocional del conflicto parental. A lo que añadiríamos que esto podría hacerse posible, si supieran
cómo aprender a mejorar su comunicación, trabajar para conseguir una nueva relación parental y manejar con proac-
tividad su propio estrés, reduciéndolo a la par que el del niño.
Para aquellos grupos familiares de alta conflictividad emocional acudir a CdP puede ser la única solución viable y
para ello es preciso conocer e identificar con qué recursos y habilidades cuentan los progenitores. El/la Coordinador/a
de Parentalidad ofrece a los progenitores la oportunidad de aprender nuevos comportamientos y a responsabilizarse
de los inapropiados. La adquisición de nuevas destrezas y herramientas de comunicación son elementos que pueden
contribuir a sanar los componentes relacionales del grupo familiar.
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A continuación, se presenta una reseña cronológica de los antecedentes más significativo en cuanto a los orígenes y
programas de CdP implementados en diferentes países de la CdP:
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Requisitos formativos
Las Directrices de Coordinación de Parentalidad desarrolladas por la Association of Families and Conciliation
Courts indican:
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“Se presupone que los profesionales de la salud mental y el ámbito legal habrán adquirido ciertos conocimien-
tos y experiencia en las áreas de competencia enumeradas, concretamente en la Sección II, y formación en
mediación. Los programas de formación podrían tener por finalidad integrar distintos niveles previos de forma-
ción y experiencia ofreciendo formación en estos cuatro módulos y desarrollando un proceso para la exención
de ciertos profesionales de cualquiera de los módulos en los que se establezca competencia. Los tribunales indi-
viduales deberían establecer directrices, aprobar sesiones de formación y asignar formadores para garantizar a
los/las candidatos/as la posibilidad de demostrar unas competencia mínimas para comenzar si práctica laboral;
y deberían establecer la obligatoriedad de la realización de las sesiones programadas de seguimiento de la for-
mación para permitir a los candidatos alcanzar un nivel de maestría en un plazo razonable. Los tribunales
podrían plantearse desarrollar programas de orientación para proporcionar asesoría y apoyo a los/las coordina-
dores parentales que comienzan a trabajar para que puedan reforzar y desarrollar las destrezas cubiertas en las
áreas de formación recomendadas”. (AFCC, 2005).
Según esto, un coordinador de parentalidad (con independencia de que proceda del ámbito de la psicología o del
derecho), y en base a lo expuesto en las Directrices, deberá contar con una formación que abarque cuatro áreas
temáticas:
1. Proceso y Metodología de la CdP
4 Diferencias con otros procesos de educación parental y resolución de conflictos.
4 Directrices de la práctica profesional.
4 Identificar conflictos de intereses entre los progenitores.
4 Temas vinculados al proceso y adecuación de los participantes.
4 Planes de acción adecuados a las circunstancia de los participantes (abuso de sustancias, violencia de género, pro-
tección al menor, etc.)
4 Conocerá y detectará las situaciones que desembocan en la suspensión o cancelación del proceso
● Etapas evolutivas de los niños y adolescentes y distribución del tiempo con los progenitores.
4 Tratamiento de progenitores con alta conflictividad: detección de alianzas, alienación de los hijos.
4 Conocerá sobre violencia doméstica y el impacto psicológico sobre dicha violencia.
● La comunicación no violenta.
● La coparentalidad.
● La revinculación paternofilial.
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A nivel estatal:
4 Constitución Española (art. 39) consagra el principio de protección del menor.
4 Ley 15/2005, de 8 de julio de modificación del Código Civil: establece la mediación como medio voluntario para
resolver los conflictos familiares.
4 Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor: consagra el principio de agilidad e inme-
diatez en los procedimientos que afecten a menores para evitarles perjuicios innecesarios.
4 Ley 14/2010, de 27 de mayo de los derechos y Oportunidades de la Infancia y de la Adolescencia (arts. 38, 39, 81 y
116.3).
4A nivel autonómico:
4 Estatuto de Autonomía de Cataluña (art. 17).
4 Ley 25/2010, de 29 de julio, Libro Segundo, del Código Civil de Cataluña, relativo a la Persona y la Familia: intro-
duce como novedad el plan de parentalidad, con el objeto de prever los posibles enfrentamientos futuros entre los
padres. Asimismo, permite que el Juez adopte las medidas necesarias para evitar cualquier situación de riesgo o
peligro al menor.
4 Ley de 12/2007, de 11 de octubre, de Servicios Sociales de Cataluña.
4A nivel internacional:
4 Convención Universal de los Derechos del Niño (arts. 3.1 y 4).
4 Convención Europea sobre Derechos del Menor [1996, aet.6 a)].
4 Reglamento Europeo 2001/2003 y Convenios de La Haya (1980 y 1996).
Conyugalidad y Parentalidad
La Salud Mental de los miembros de un grupo familiar, está relacionada con las circunstancias que éste tiene que
afrontar, ya que la familia es el contexto relacional más significativo para sus miembros, aún cuando su funciona-
miento y organización sea disfuncional. Por lo tanto, la interacción disfuncional puede ayudar a entender el sufri-
miento de las personas que integran del grupo familiar. La preservación de la salud mental de una familia pasaría por
unas adecuadas interacciones entre sus componentes, entre los subsistemas que la conforman y también por el buen
funcionamiento de la familia como una unidad.
Lo qué ocurre y cómo acontece en el sistema familiar es el punto de partida para la intervención con un grupo fami-
liar. El diagnóstico sistémico de Linares es el “proceso que permite relacionar singularidad y redundancia en el campo
del sufrimiento psíquico y la interacción disfuncional” (2000: Este diagnóstico sistémico es la herramienta que abre la
puerta al acompañamiento en la intervención terapéutica, y considero que es también de gran utilidad en la interven-
ción con familias en situación de conflicto en el marco de la CdP, contexto de intervención en el que los profesiona-
les de la psicología tenemos que poner en valor nuestros conocimientos y experiencia.
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Resultan muy interesantes las claves propuestas por Linares (1996) para poder elaborar el diagnóstico sistémico, cen-
trado en las coordenadas del funcionamiento parental (parentalidad) y la armonía (conyugalidad), considerandolas
como circunstancias claves y generadoras de recursos para poder afrontar las diferentes etapas del ciclo vital de una
familia. El subsistema conyugal y el subsistema parental son los primeros en crearse cuando se forma un sistema fami-
liar. En este sentido Linares indica la observación de las funciones de la parentalidad y de la conyugalidad: socializa-
ción (con sus propias funciones normativas y protectoras) y nutrición emocional (reconocimiento, valoración y afecto
que recibe el hijo).
Desde esta perspectiva, la familia es el contexto principal en el que se forja la personalidad, constituyéndose en el
principal vehículo de socialización y de transmisión de los condicionantes culturales, además, del espacio donde se
generan y desarrollan los estímulos relacionales en una compleja red de nutrición relacional que depende de la singu-
laridad de cada grupo familiar.
El entorno inmediato del niño, es decir, su familia de origen está organizado por dos dimensiones relacionales (Lina-
res, 1996) de gran importancia, encarnadas generalmente por los padres. Esta conyugalidad y la parentalidad repre-
sentan sendas versiones de la nutrición relacional, entendida respectivamente como amor conyugal y amor parental.
La conyugalidad, en una pareja con vocación de familia, se fundamenta en una reciprocidad cognitiva, emocional y
pragmática, mediante la cual ambos miembros negocian un acuerdo que implica un pensar amoroso (reconocimiento
y valoración), un sentir amoroso (ternura y cariño) y un hacer amoroso (deseo y sexo, principalmente). Todo ello exige
el intercambio, es decir, un ejercicio de dar y recibir de forma equilibrada, con un importante componente igualitario.
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La parentalidad se apoya en una relación complementaria, es decir, desigual, en la que el dar y el recibir no pueden
estar equilibrados. No hay duda de que los padres reciben una fuerte gratificación por la cría de sus hijos, pero la
cadena es básicamente lineal, y, en beneficio de la especie, cada generación paga con la que le sigue la deuda que
contrajo con la precedente. El amor parental comporta, al igual que el conyugal, elementos cognitivos que implican
reconocimiento y valoración, y emocionales, que pasan por el cariño y la ternura.
En cuanto a los componentes pragmáticos, las diferencias son radicales, puesto que el hacer amoroso parental con-
siste, fundamentalmente, en el ejercicio de la sociabilización. Ésta no es otra cosa que una preparación adecuada
para integrarse en la sociedad, y se compone de dos integrantes de igual importancia: la normatividad, que debe
garantizar el respeto de la sociedad por el individuo, y la protección, encargada de que ese respeto sea recíproco.
Dependiendo de que cumpla o no las condiciones del amor conyugal, la conyugalidad será armoniosa o disarmóni-
ca. Con todo, la armonía implica la capacidad de resolver razonablemente los conflictos conyugales, incluso median-
te la separación y el divorcio, por lo que, a los efectos de su influencia sobre los hijos, se pueden considerar parejas
conyugalmente armoniosas aquéllas que negocian adecuadamente, con independencia de su estado civil.
Por otra parte, conyugalidad y parentalidad son variables relacionales independientes, aunque con un cierto grado
de influencia recíproca. Por eso vale la pena considerar las posibilidades de una conservación o de un deterioro pri-
marios de la parentalidad, previos a cualquier influencia que sobre ella pueda ejercer la conyugalidad.
Al igual que la pesonalidad individual se construye con identidad y narrativa, el sistema familiar se articula en térmi-
nos de mitología y organización. La mitología familiar es el espacio donde convergen y del que brotan las narraciones
individuales de los miembros del sistema. De esta forma, constituye un territorio de negociación narrativa, cuyo resul-
tado son los mitos, en los que coexisten un clima emocional determinado, elementos cognitivos, que son los valores y
las creencias, y elementos pragmáticos, que son los rituales. A su vez, la organización es el resultado del desarrollo
evolutivo de las estructuras familiares a lo largo del ciclo vital, y en ella se distinguen aspectos tan importantes como
la jerarquía, la cohesión y la adaptabilidad. Mitología y organización familiares se condicionan mutuamente, a la vez
que brindan un marco relacional riquísimo para la construcción y el desarrollo de la personalidad de los miembros
del sistema.
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Tomando como referencia los extremos de parentalidad conservada o deteriorada, y conyugalidad armoniosa o
disarmónica, Linares señala como elementos relevantes para poder hacer un diagnóstico sistémico de lo que él deno-
mina “metáforas-guía”:
4 Triangulaciones manipulatorias: una parentalidad conservada que se deteriora por la conyugalidad disarmónica.
4 Triangulaciones desconfirmadoras: cuando existe una parentalidad incongruente en la que cada progenitor descon-
firma al otro, por tanto, una conyugalidad disarmónica.
4 Triangulaciones imposibles: cuando existe una conyugalidad armónica que produce una parentalidad deteriorada,
es decir, las funciones parentales quedan afectadas por la armonía entre la pareja.
4 Desierto de amor: funciones parentales deterioradas por una conyugalidad disarmónica.
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3. Crisis estructurales: son recurrentes y se insertan en las propias pautas intrínsecas de una familia (psicosis, alcoho-
lismo, etc.). Suelen manifestarse en un solo miembro, aunque afectan directamente a todos los demás, de forma
que dificultan cualquier posible proceso de cambio.
4. Crisis de desvalimiento: ocurren en familias en las que los propios recursos se han agotado o son ineficaces, de tal
forma que dependen de instancias externas para uno o varios aspectos de su supervivencia (familias que dependen
de los recursos sociales, incapacidades crónicas, etc.).
Según lo expuesto una ruptura de pareja (separación, divorcio) estaría integrada en la categoría de crisis del desarro-
llo. Así estaríamos ante una situación adaptativa cuyo resultado, una vez superada, debería colocar al sistema familiar
en un punto más avanzado de su desarrollo. Si bien, esto no acontece en todas las rupturas de pareja. Existe grupos
familiares que sufren un afrontamiento disfuncional de la ruptura de pareja, de manera que el conflicto mediatiza
todas las interacciones, y adquiere el carácter de una crisis estructural configurando la evolución familiar e individual
de sus miembros. En este sentido encontramos parejas que depositan en intervención judicial la solución a su con-
frontación, con ello merman su capacidad para tomar decisiones sobre su propia vida, generado una dependencia de
la institución legal que se expresa en la prolongación y cronificación judicial del conflicto conyugal consiguiente
repercusión en el ejercicio de la parentalidad.
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Lisa Parkinson (1987) propuso una tipología de las rupturas conflictivas basada en siete patrones:
1. Parejas «semi-desligadas»: la pareja ha evolucionado por separado previamente a la ruptura, y ésta ha sido maneja-
da con un relativo bajo nivel de conflicto. La aparición posterior de problemas prácticos en cuanto a la custodia o
las visitas puede indicar la persistencia de vínculos emocionales no resueltos entre los padres.
2. Conflictos de «puertas cerradas»: son parejas que evitan la confrontación directa refugiándose, tanto física como
psicológicamente, tras un silencio que pretende indicar rechazo, ira o frustración, pero tras el que se ocultan senti-
mientos de apego, dolor profundo y miedo al abandono. Este patrón puede ser fácilmente transmitible a los hijos.
3. La «batalla por el poder»: la separación puede constituir un intento de desequilibrar el reparto de poder dentro de
la familia. Aquel que siente que más ha perdido durante la vida en común, puede ahora reaccionar luchando por
conseguir una posición dominante en el proceso, poniendo en juego para ello armas como la culpabilización del
otro, la utilización de los hijos o la explotación de ventajas legales en el juzgado.
4. El «enganche tenaz»: un cónyuge intenta dejar al otro, mientras que éste hace lo posible por evitarlo. Puede utilizar
el chantaje emocional, a veces bajo la forma de intentos de suicidio o autolesiones. En ocasiones, el que deja se ve
impulsado al retorno, pero el intento de reconciliación suele durar poco tiempo, y el que es abandonado se sentirá
más lastimado y enfadado que antes. Algunos autores han descrito esta misma situación como el «síndrome del
esposo ambivalente» (Jones, 1987).
5. «Confrontación abierta»: muchas parejas se sienten negativamente conmocionadas y humilladas cuando se descu-
bren a sí mismos agrediéndose verbalmente de una forma completamente inusual. El conflicto puede llegar a ser
tan intenso que, inevitablemente, cada vez que se produce una discusión se desencadena una brusca escalada de
la violencia. Ambos pueden sentirse avergonzados por lo que ocurre, al mismo tiempo que incapaces de controlar
sus reacciones.
6. «Conflictos enredados»: se trata de parejas que dan la impresión de estar realizando una fuerte inversión emocional
en un intento de procurar que su lucha continúe. Son capaces de sabotear todo tipo de decisiones relacionadas con
su ruptura por continuar con la batalla. Reavivan el conflicto cuando están a punto de solucionarlo, mostrando
resistencia a encontrar y aceptar soluciones y frustrando cualquier intento de ayuda legal o psicosocial.
7. «Violencia doméstica»: Cuando se ha creado una dinámica en la que un cónyuge (frecuentemente una mujer) es
repetidamente maltratado por el otro, la ruptura puede resultar algo inalcanzable. La conjunción de agresiones y
amenazas coloca a muchas personas en un permanente estado de temor e intimidación que dificulta sus intentos
de romper con la violencia o con la relación. Dicho estado puede continuar mucho tiempo después de materializa-
da la ruptura.
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En la actualidad no existe ninguna duda acerca del hecho de que la salud mental de los individuos está condiciona-
da por la calidad de las relaciones que establecen a lo largo de su proceso de desarrollo. Las más recientes investiga-
ciones señalan la importancia que para una crianza saludable ha de contar entre otros aspectos con que los/as hijos/as
sean acogidos en un clima familiar de aceptación, respeto, afectividad y estimulación adecuados.
El conflicto es consustancial a las relaciones humanas, pudiendo ser un potenciador saludable de cambios y creci-
miento, pero también de sufrimiento innecesario en las personas involucradas. Desde una perspectiva mediadora, el
conflicto es una situación en la que dos o más personas entran en oposición o desacuerdo. porque sus posiciones,
intereses, necesidades, deseos o valores son incompatibles o son percibidos como tal y en el que juegan un papel
muy importante las emociones y sentimientos, pudiendo la relación entre las personas salir reforzada o deteriorada,
en función de cómo sea el proceso de gestión del conflicto.
Desde una perspectiva psicosocial, para Milne (1988) el conflicto es poliédrico y atribuible a más de una causa,
establecediendo cuatro niveles de conflicto: psicológico, comunicacional, sustantivo y sistémico.
En el contexto de conflicto en un proceso de ruptura de pareja con hijos, cabe dar respuesta a la necesidad de la
implantación de la CdP fundamentalmente en dos niveles: por una lado a lo que se refiere a la dificultad de intervenir
directamente con este tipo de familias desde la mediación familiar u otro tipos de recursos sociales o de la administra-
ción de justicia, y por otro, a la necesidad social de dar respuestas a aquellas situaciones de conflicto parental que
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● Retraimiento-evitación.
● Insultos.
● Apoyo mutuo.
Fernández y Godoy (2002) manifiestan que al año que sigue a la separación de los progenitores, es frecuentemente,
el periodo más crítico para a los hijos. Los efectos de la separación contenciosa, lleva consigo una serie de actitudes
en los padres que pueden representan un riesgo para el niño/a, produciendo un estancamiento en el ciclo evolutivo
de la familia, de sus miembros y la aparición de conductas desadaptativas de los niños.
La ruptura de pareja, supone un cambio importante en el ciclo vital de la familia, en el que ha de primar la atención
a las necesidades de los hijos. Cuando este proceso se enroca en el enfrentamiento y se cronifica la disputa, la CdP se
presenta como una intervención que promoverá la coparentalidad, y para ello orientará a estos progenitores a redefi-
nir y reaprender su función parental en el marco de una comunicación no violenta, respetuosa y responsable
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Notas: