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Proletariado y Cultura
Proletariado y Cultura
PROLETARIADO
Y
CULTURA
LOS NUEVOS BARBAROS
LA CULTURA SINDICAL
La Editorial Virtual
ÍNDICE
PRÓLOGO .................................................................................................................. 3
CAPÍTULO I ................................................................................................................ 8
CAPÍTULO II ............................................................................................................. 18
PRÓLOGO
Escribir un prólogo para una obra del Profesor Jaime María de Mahieu
podría parecer la tarea de un petulante: el estilo conciso y la capacidad
de síntesis del autor es poco menos que proverbial y no necesita explica-
ciones. No obstante, tratándose de un trabajo publicado en 1916 cuya
gran parte fue escrita durante la primera mitad de 1955, – antes de aque-
lla supuesta "Revolución Libertadora" que no solamente no liberó a na-
die sino que ató a la Argentina al carro de la plutocracia internacional –
estimo que algunas palabras de orientación le pueden llegar a ser útiles
al lector de este Siglo XXI del cual ya llevamos transitados los primeros
22 años.
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santa democracia liberal sin más oposición que el de una burguesía capi-
talista políticamente tan incompetente como los "revolucionarios" de
1955 y sus secuelas.
Hay que tener todo esto presente porque, de otra forma, lo expuesto aquí
por el Profesor de Mahieu podría parecer utópico – o al menos excesi-
vamente optimista – y no es tan así. Sucedió simplemente que el mundo
en el que se escribieron las líneas de esta obra justificaba un sano opt i-
mismo porque estaban dadas las condiciones para un desarrollo cultural
importante en el mundo del trabajo. A principios de los años '50 del Si-
glo pasado el lavado de cerebro masivo llevado a cabo por el materialis-
mo hedonista estaba todavía muy lejos de la decadencia actual.
Además, hay otro factor que sería injusto ignorar. En cierta medida el
optimismo del Profesor trasciende la realidad objetiva de aquél tiempo.
La actitud positiva que de Mahieu tuvo toda su vida hacia el peronismo
(y lamentablemente hoy tendríamos que aclarar "hacia el verdadero"
peronismo), tiene también otra explicación: es una deuda de gratitud. La
colaboración del Profesor con el peronismo, en especial su trabajo al
frente de la Escuela Superior de Conducción del Movimiento Nacional
Justicialista, es en buena medida un gesto de gratitud a Perón y al pero-
nismo por abrir las puertas del país después de la Segunda Guerra Mun-
dial a muchas personas perseguidas hasta por el solo hecho de haber
defendido su patria y los valores de Occidente.
Con todo, quizás una de las cosas destacables de este trabajo es que de
Mahieu, a pesar de su optimismo, no deja de expresar claramente los
peligros que acechaban, ya entonces, a la sociedad argentina si no se to-
maban las medidas adecuadas. Mucho antes de la actual estrategia
gramsciana adoptada hoy por gran parte de la izquierda marxista y fil o-
marxista, especialmente en el ámbito de los medios masivos de difusión,
de Mahieu ponía, hace ya más de medio siglo, un especial énfasis en el
aspecto cultural de los cambios necesarios; en este caso en el ámbito
sindical. Ya por aquella época estaba claro, sin embargo, que la tarea no
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1 )- Ver Punto 4.
2 )- Ver Punto 7.
3 )- Ver Punto 10.
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Entre varias otras razones, también por eso es que han fracasado y se-
guirán fracasando todas las Utopías. Es que carecen de base, de funda-
mento. Están construidas sobre el agua de una serie de ideas-objetivo
cuyo único valor es que son teóricamente deseables. Pero en cuanto al-
guien empieza a construir una estructura sobre esa base, el peso mismo
de la construcción hace que todo el edificio se hunda. Y se hunde porque
no tiene una base sólida de experiencia milenaria que lo sostenga.
Por eso también es bueno prestar atención a las advertencias que de Ma-
hieu nos hace a lo largo de estas páginas sobre lo que pasará si no toma-
mos medidas adecuadas para resolver los problemas que ya a mediados
del Siglo XX se empezaban a plantear. Ya en aquella época las personas
de gran capacidad de análisis y certera visión a futuro se planteaban la
situación en términos de "... no se trata solamente de provincias ni de
mercados, sino de nuestra civilización por igual amenazada por las dos
formas antagónicas del capitalismo industrial. ¿Cómo escaparse a la
vez del liberalismo y del marxismo?" [4] De Mahieu, con una capacidad
de previsión cercana a lo profético, nos advertía – ¡en 1955! – que la co-
munidad organizada no podría resistir "...mucho más tiempo el embru-
tecimiento generalizado de los productores" y que "Se transformaría en
un rebaño miserable o estallaría." [5]
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Porque en el mundo en el que nos quieren meter los dueños del Poder
Real de hoy, hasta los creadores serán esclavos.
Denes Martos
Octubre 2022
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CAPÍTULO I
LOS NUEVOS BÁRBAROS
1. Los datos del problema
La cultura no consiste en un conjunto más o menos organizado de cono-
cimientos que abarquen las distintas ramas del saber. Nos resulta útil la
etimología para hacernos aprehender el significado verdadero del térmi-
no. Cultivar la tierra no es poblarla de árboles, sino prepararla de tal
manera que la semilla que se eche en ella encuentre un suelo ya listo pa-
ra recibirla y hacerle dar, en flores y en frutos, todas sus posibilidades.
La cultura del hombre es el resultado de un trabajo de preparación aná-
logo, de un trabajo de formación que lo haga apto para sentir, pensar,
actuar y crear, o también, de modo más general, para adoptar tal o cual
actitud frente a la vida. La definición de Madame de Stael sólo es para-
dójica en apariencia. La cultura es verdaderamente "lo que permanece
cuando se lo ha olvidado todo" sensibilidad, inteligencia e ímpetu.
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Tales son las consideraciones generales sin las cuales no nos parece po-
sible abordar nuestro tema. Se trata, en efecto, para nosotros, de estu-
diar las relaciones existentes y/o necesarias entre proletariado y cultura,
vale decir, entre la clase obrera organizada y la formación, imprescindi-
ble para sus miembros, que tenemos que definir. Por cierto, ya sabemos
que, por el doble hecho de su raza y de su historia, nuestras Comunida-
des occidentales han recibido en herencia una civilización humanista que
determina una "cultura general" cuyos grandes rasgos conocemos. Pero
también sabemos que la clase obrera no se confunde con el conjunto so-
cial del que forma parte. Desempeña funciones particulares que exigen
de ella una actitud especial, luego, una cultura diferenciada. Posee una
naturaleza hereditaria que determina capacidades que le son propias y
que constituyen las bases de cualquier esfuerzo cultural. Es un hecho que
el proletariado no participa de la cultura de la comunidad ni en el mismo
grado ni del mismo modo que las otras capas de la población. Apenas
exageraríamos si dijéramos que es del todo inculto.
Cuando hace unos ciento cincuenta años la nueva clase compuesta por
los detentadores de los medios de producción se adueñó del poder co-
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La conquista del Estado no fue, para ella, sino una condición previa de la
industrialización y, por eso mismo, de la constitución de un proletariado.
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aún, del primaire, [9] que supiera que la burguesía se había apoderado
indebidamente de un bien que de ningún modo había creado mientras
que los productores de la Antigüedad y de la Edad Media habían partici-
pado, por el contrario, y en primera fila, en su elaboración? Para él, la
cultura era o bien el modo de conducirse propio del patrón que lo explo-
taba; o bien no lograba entender su sentido: la cortesía no era sino ama-
neramiento ridículo, la música no era sino pretexto para orgías, la
literatura no era sino descripción ilegible de costumbres que le permane-
cían extrañas. O bien adivinaba, por lo menos en parte, el valor de la
formación tradicional, y sufría al ver a su clase apartada de ella. Se sent-
ía entonces con alma de iconoclasta, soñando con sepultar esos bienes
inaccesibles bajo los escombros de un sistema justamente odiado.
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A este rebaño miserable, ¿se le iba, por lo menos, a dar los medios de
elevarse y de reconstituir, por selección, una jerarquía, como hubiera
sido posible en el curso de algunas generaciones? No, en absoluto. Se lo
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lariado, sin duda, pero buena parte de la baja burguesía ahora también
lo es. Las clases ya no están separadas tan estrictamente como en la épo-
ca de la guerra abierta. La "plutocracia obrera", aun cuando siga sintié n-
dose solidaria con la masa de los productores – lo que no siempre ocurre
–, y la "lumpenburguesía" se incorporan al pantano social que cons-
tituyen las clases medias.
Apenas es necesario precisar que la formación que recibe así del medio
social en el que se hunde voluntariamente no es la que reciben los inte-
lectuales de clase media en las universidades, ni la de los banqueros que
tratan de copiar a la antigua aristocracia, sino la de los pequeñoburgue-
ses, vale decir, el último grado de la decadencia cultural. El proletario
pide prestada una fachada ya deformada por una casi total incompren-
sión. Desgraciadamente, no permanece pasivo debajo de sus oropeles.
Los acepta como valederos y, poco a poco, recibe su huella como la baja
burguesía la había recibido antes de él. Así como los yanquis, según
Hilario Belloc, pasan de la barbarie a la decadencia sin conocer la civil i-
zación.
Basta, para convencerse del hecho, entrar en alguna casa de obrero aco-
modado. Encontraremos reunidos en ella todos los testimonios de mal
gusto de que hacen alarde los pequeñoburgueses. El dueño de tal museo
de horrores lo admira como lo sumo del lujo y de la belleza. Sería estúpi-
do e injusto reprochárselo. ¿Cómo pretender que juzgue sanamente, si
no tiene cultura? Confía ciegamente en el juicio de la clase "superior",
sin poder darse cuenta de que esta última es más inculta aún que el pr o-
letariado del que él trata de evadirse.
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11)- El "amor cortés" fue una concepción medieval europea de noble y caballe-
rosa expresión de amor y admiración. En general, era secreto y entre miembros
de la nobleza y generalmente no se practicaba entre marido y mujer. El am or
cortés se inició en las cortes ducales y principescas de Aquitania, Provenza,
Champaña y Borgoña a finales del siglo XI. En esencia, era una experiencia
entre el deseo erótico y el logro espiritual que hoy parece contradictoria; un
amor a la vez ilícito pero moralmente elevado, apasionado y disciplinado, sobrio
y exaltante, humano y trascendente. [N. del E.]
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CAPÍTULO II
CULTURA PARA EL PROLETARIADO
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Pues bien: la experiencia demuestra que nada está más equivocado que
la idea que un intelectual burgués se hace del obrero, sobre todo cuando
es socialista, vale decir, cuando, en lugar de buscar entender a los traba-
jadores manuales, se cree uno de ellos.
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Nos parece excelente poner a la clase obrera en contacto con este pasado.
Nos parece peligroso tratar de hacérselo vivir de nuevo. En primer lugar
porque nunca se conseguirá sino un "enchapado" artificial. En segundo
lugar porque, en la medida en que fuera eficaz, la cultura folklórica for-
maría a seres adaptados a un estado de cultura que pertenece a la histo-
ria. El gaucho, moldeado por una poderosa tradición, la naturaleza y la
lucha, era, hasta desde el punto de vista cultural, muy superior al prole-
tario de hoy. Pero dar a dicho proletario una formación sacada del fo l-
klore gauchesco no haría de él un gaucho. Lo acercaría a un tipo humano
desaparecido para siempre. Lo adaptaría en alguna medida a un medio
cultural que ya no existe. Pero no le permitiría volver a crearlo.
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Ante tal contradicción entre la teoría y los hechos, los reformadores libe-
rales han imaginado una de las soluciones de componenda a que son tan
afectos: debe darse a todo el mundo una formación de naturaleza idénti-
ca, pero de intensidad y duración diferentes. Éste es el sistema que cono-
cen desde hace ciento cincuenta años nuestros países de Occidente. La
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ne, por tanto, de más tiempo libre que el burgués o el intelectual. Y nada
le impide, en la teoría, emplear su tiempo libre para adquirir una cultu-
ra. No son los medios exteriores los que le faltan para lograr tal propós i-
to.
12)- Del francés corvée: trabajo monótono, molesto, hecho por obligación. (N.
del E.) Proviene de la época feudal, en la cual significaba un trabajo gratuito del
vasallo en beneficio de su Señor. Por extensión, corvée significa trabajo pesado,
con rendimiento extenuante e ingrato. También se ha usado para significar un
servicio de fatiga asignado a un grupo de soldados. (N. del E.)
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Aquí tenemos la base sólida de una cultura obrera que no sea "agregada"
al hombre en lo que éste tiene de valedero, sino por el contrario "inte-
grada" en su ser; de una cultura obrera que haga del productor no un
pseudo intelectual, sino por el contrario un maestro en su oficio; de una
cultura obrera que no aplaste el trabajo manual sino por el contrario lo
rehabilite permitiéndole volver a ser creador de obras maestras y de va-
lores de civilización.
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tesanía era fruto del mismo ímpetu total: las espadas de Toledo que e m-
pleaban los caballeros y las tapicerías de Flandes que cubrían las paredes
de los castillos, los muebles campesinos que se disputan hoy día nuestros
museos y los instrumentos de música que utilizan aún nuestros más
afamados artistas.
Sin embargo, el artesano medieval y aun el del siglo XVIII por lo general
no sabían leer ni escribir. No habían frecuentado ninguna otra escuela
que la del taller en el que habían hecho su aprendizaje. No habían reci-
bido, por lo tanto, sino una formación profesional. Pero tal formación los
moldeaba en todos los aspectos de su ser y hacía de ellos creadores en el
pleno sentido de la palabra. Nada de común, por consiguiente, con la
enseñanza profesional que conocemos y que se limita a suscitar en el
futuro obrero capacitado cierto número de reflejos y a darle los conoci-
mientos meramente mnemónicos que le son indispensables para desem-
peñar su papel en la fábrica. La formación del taller era completa. Se
aplicaba al sentido estético como al sentido moral, a la inteligencia como
a los músculos, en total unidad con la técnica propiamente dicha. La cul-
tura no era dada al aprendiz o al compañero a pesar de su condición de
productor, sino al contrario en función de una actividad que pondría en
juego toda su personalidad y de una obra que sería como la prolongación
de su ser integral.
Por eso, el artesano no producía para vivir: vivía para producir, para
afirmarse y realizarse en una obra que lo expresaba por entero al mismo
tiempo que aseguraba su subsistencia. Formada por el ejercicio de su
oficio, su cultura le permitía ejercer plenamente su oficio. No era com-
pensación de su trabajo, sino dicho mismo trabajo, del cual él sacaba la
alegría que animaba cada uno de sus instantes y que expresan tan bien
las innumerables canciones de oficio que ya no son hoy día, desgracia-
damente, sino temas de eruditas disertaciones.
¿Todo eso significa que los artesanos tenían una cultura diferente de la
de las otras capas sociales? En su expresión, sin duda alguna. La forma-
ción que recibían estaba adaptada a su naturaleza y a su función. Los
preparaba a producir, y a producir en el marco de su oficio, no a batirse
ni a componer poemas de Corte de Amor. Pero esa cultura no expresaba
una civilización especial. No encerraba al productor en un mundo part i-
cular sino que lo integraba, por el contrario, en el lugar que le corre s-
pondía, en la Comunidad jerarquizada, inculcándole los grandes
principios, comunes a todos, del orden tradicional. Le daba la civiliza-
ción de su raza y la cultura de su nación y de su época, pero mediante
métodos y según modalidades adecuados a su naturaleza propia y a su
condición.
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CAPÍTULO III
LA CULTURA SINDICAL
14. El sindicato, marco social del productor
Precisemos bien que no se trata solamente de crear organismos que pon-
gan a la disposición de los productores los medios de cultura imprescin-
dibles. Tenemos la experiencia de las escuelas nocturnas y de las
"universidades populares", que cumplen una obra de gran utilidad pero
no alcanzan sino a una pequeña minoría de trabajadores manuales,
puesto que precisamente la condición obrera hace que la masa no expe-
rimente ningún deseo de salir de su "barbarie" salvo para aburguesarse,
y ya vimos de qué lamentable manera. También tenemos la experiencia
de las "Casas de la Cultura" que el Frente Popular abrió en todas las ciu-
dades de Francia y que se convirtieron rápidamente en escuelas de for-
mación política, o en meros centros de recreo.
13)- Cf. Mahieu: Evolución y porvenir del sindicalismo. Ed. Arayú, Buenos Ai-
res, 1954.
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Por otra parte, el proletario, que siempre padece, en la fábrica, una infe-
rioridad que procede de su condición de no poseedor en un medio donde
la posesión es el único factor de la libertad y el poderío, reencuentra en
el sindicato su dignidad de hombre. Por eso mismo, su anticultura,
hecha de desprecio por el burgués pero también de desafío, pierde su ra-
zón de ser. Fuera de la fábrica, hasta que también la fábrica se humanice,
en el pleno sentido de la palabra, por su transformación en comunidad
de trabajo, el obrero ya no es un proletario, sino un ciudadano como
cualquiera. No a pesar de su condición de productor, sino en función de
ella. Es lógico que reivindique su derecho a la cultura con la misma in-
transigencia y el mismo entusiasmo con que los sindicalistas revolucio-
narios de ayer reivindicaban su derecho al pan.
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Pero a semejante marco no hay que dejarlo vacío, lo que sería hacerlo
ineficaz. Que en él se presenten espectáculos de alto nivel, nada más
plausible. Mas no es suficiente. También y sobre todo hay que hacer par-
ticipar al productor en la actividad cultural y desarrollar así las predis-
posiciones que pueda tener. Elencos teatrales, orquestas de aficionados y
"ateliers" de pintura y escultura tienen su lugar en la Casa Sindical como
tienen el suyo la cancha de tenis, la sala de armas y la pileta de natación.
Todo esfuerzo de creación o de superación a la vez es formador y exige
una formación previa que el obrero buscará y para la cual habrá que dar-
le los medios.
Sin duda, solo una élite en potencia entrará en el juego. Pero no se puede
soñar en dar a todos un mismo nivel de cultura. La masa permanecerá
espectadora y esto ya será, de su parte, un primer paso, de resultados
apreciables. La objeción que se puede hacer a nuestro proyecto tal como
lo hemos desarrollado hasta aquí es otra: la cultura que irán adquiriendo
así los productores será una cultura "agregada", y el sindicato sólo cons-
tituirá el pretexto de una acción formadora "de lujo" que podría darse
con tanta eficacia en otro lugar. Estamos de acuerdo. Pero no hemos
hecho, hasta ahora, sino describir el ambiente de la escuela de cultura,
esto es, el marco en el cual el obrero recibirá y se forjará una cultura "in-
tegrada". Pues no vemos razón alguna para que los trabajadores manua-
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tros de cultura" sin los cuales los medios de formación más poderosos
resultarían ineficaces.
Eso parecerá una perogrullada, pero las tesis en boga entre algunos d e-
fensores de la "cultura proletaria" hacen que no sea inútil escribirlo sin
perífrase: la formación cultural sólo puede ser dada por gente culta, so-
bre todo cuando es preciso que adquiera una nueva expresión. Hay, por
cierto, autodidactas en la clase obrera. Pero no constituyen sino una mi-
noría insignificante y su cultura no siempre es muy sólida ni bien equil i-
brada. No basta, por otra parte, poseer una formación para saber trans-
mitirla. Completemos, pues, nuestra fórmula: la formación cultural sólo
puede ser impartida por profesores.
Nadie que se haya ocupado del problema ignora, sin embargo, de qué
prestigio goza el profesor en la élite del proletariado. No es, por lo tanto,
imposible utilizar a algunos profesionales de la enseñanza que hayan
estudiado la situación de la clase obrera, aunque sólo sea para planificar
el esfuerzo a emprender y formar, con ayuda de esos viejos artesanos que
aún se encuentran y que dominan perfectamente las técnicas de los ofi-
cios de arte, profesores seleccionados entre los trabajadores manuales
más aptos. Pues sería vano querer alcanzar de una vez al conjunto de los
productores. Sin duda es posible modificar desde ya el clima cultural en
que todos se mueven. Pero la cultura no puede sino infiltrarse progresi-
vamente en la masa, que, no lo olvidemos, procede por imitación más
que por convicción. Hay que formar primero, intelectual y técnicamente,
"maestros de cultura" que, a su vez, formarán después a una élite que,
por su ejemplo, ayudará a la masa a modificar su actitud. Procedimiento
lento, sin duda, pero el único que pueda dar resultados duraderos. No es
cosa fácil cambiar la mentalidad y los gustos de un proletariado hasta
ahora abandonado a sí mismo o, peor aún, sistemáticamente explotado
en su ignorancia. Procedimiento conforme a la naturaleza de las cosas,
también. Pues la cultura es siempre, en su expresión creadora, lo propio
de una aristocracia y va degradándose después según la capacidad bio-
psíquica y la condición histórica de las capas sociales que la reciben y
aceptan de modo desigual.
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Los soñadores idealistas que esperan que la cultura llenará las aspira-
ciones de la clase obrera y bastará para incorporarla a la Comunidad –
léase: para hacerla quedar quieta y aceptar su suerte con resignación –
se ilusionan completamente. La redención cultural del proletariado no
puede ser una redención del proletariado por la cultura. Es impotente,
en sí, para compensar la anormalidad de las relaciones entre productores
y detentadores de los medios de producción. Muy lejos de hacer al obre-
ro pasivo y sumiso, le dará, por el contrario, a la vez que una conciencia
más aguda de la explotación que padece, la capacidad de reemplazar la
estructura capitalista de la sociedad económica por una estructura co-
munitaria.
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que el de las naciones mecanizadas desde antiguo, puesto que hay que
compensar el tiempo perdido.
Trátese, pues, del estado actual o del estado futuro del mundo industrial,
y aun cuando se considere el problema sólo desde el punto de vista
económico, una cultura que trasforma al robot humano en un productor
digno de tal nombre, capaz de iniciativa y, luego, previamente formado
con vistas a la iniciativa, es algo que resulta a las claras indispensable.
Ahora bien: la cultura del proletariado, funcional en sus modalidades, lo
será igualmente, búsqueselo o no, en sus resultados. En otros términos,
la cultura del productor es, ipso facto, la cultura del producto en cuanto
está fundada en la producción, a la que supera, sin duda, pero debe pri-
mero realizar. La llamada "cultura industrial", vale decir, la cultura del
obrero en tanto que referida a su trabajo y a los frutos de su trabajo, no
consiste, por consiguiente, de ninguna manera, en la especialización es-
trecha y cerrada que algunos temen no sin razón y otros desean ver des-
arrollarse en la clase obrera, sino que constituye, antes al contrario, el
mero aspecto económico de la formación integral del hombre creador.
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Quiérase o no, la cultura patricia, que dio hermosas flores y bellos frutos
– ¿por qué no reconocerlo? – desde los Médici, pero que se ha desarro-
llado como un parásito sobre la sólida cultura aristocrática y artesana del
Antiguo Régimen, tal cultura de élites ociosas ya no es viable hoy en día
porque ha chupado toda la savia del árbol del que se nutría. Ya no que-
dan de ella sino los subproductos pestilentes que el mercantilismo libe-
ral difunde en las masas occidentales.
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peligro, todavía es sólida. Para que nuestra civilización se afirme otra vez
con pleno vigor, basta devolverle una base valedera y firme. Dicha base,
la tenemos: el oficio, vale decir: lo que, en el maquinismo, ha per-
manecido humano. Si no sabemos trasmitir a los productores manuales,
mediante la cultura sindical, la herencia de nuestra civilización, ésta
desaparecerá, tal vez para siglos, tal vez para siempre, en el hormiguero
industrial que los Atila mecanizados que nos acechan amenazan edificar
sobre los escombros de nuestro Occidente.
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