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Este estado coincide normalmente con una ruptura de comunión, bien sea
por magia o por pecado, con los poderes y cosas sagradas, cuya presencia
le sostienen normalmente. La conciencia se encuentra entonces totalmente
invadida por ideas y sentimientos que son enteramente de origen colectivo,
que no son síntoma de ninguna enfermedad física. El análisis no capta
ningún elemento de voluntad, de elección o de ideación voluntaria por
parte del paciente, a excepción de la propia sugestión colectiva. La persona
se considera hechizada o se cree en pecado y muere por esa razón. Este
es, pues, el acontecimiento al que limitamos nuestro examen. Los otros
hechos, el suicidio ocasionado o la enfermedad motivada por esos mismos
estados de hechizamiento o de pecado, son evidentemente mucho menos
típicos. Al complicar nuestro estudio con una circunscripción tan detallada,
le hacemos más simple, más penetrante y más demostrativo.
Estos hechos son muy conocidos en las múltiples civilizaciones consi
deradas como inferiores y sin embargo, raros o inexistentes en las nues
tras, lo cual pone de manifiesto más claramente su señalado carácter social,
puesto que dependen evidentemente de la presencia o de la ausencia de
un determinado número de instituciones y de creencias desaparecidas entre
nosotros, tales como la magia, las prohibiciones o tabúes, etc. A pesar
de ser tan numerosos y tan conocidos entre estos pueblos, creo que no
han sido sometidos a un estudio psicológico y sociológico profundo. Bar-
te ls2 y StollJ citan muchos casos, pero los confunden con los otros, sin
sacar más conclusiones que la simple presentación de una colección de
hechos tomados de los pueblos más diversos. A pesar de todo, estos viejos
libros sirven para dar una idea de la difusión que este tipo de hechos
tienen en la humanidad. Procedamos más metódicamente, concentremos
nuestro estudio en dos grupos de hechos de dos grupos de civilizaciones:
una, la más inferior posible o mejor la más inferior conocida, la austra
liana; la otra, más desarrollada y que ha pasado por muchas vicisitudes,
la de los maorís, malayo-polinesios de Nueva Zelanda.
Me limitaré a la elección de hechos dentro de la colección que Hertz
y yo recogimos4. Sería fácil multiplicar las comparaciones, especialmente
con América del Norte y A frica5, pues hechos de este tipo son muy fre
cuentes y han sido recogidos por antiguos escritores, pero vale más la
pena concentrar nuestra atención sobre dos tipos de hechos semejantes, pero
suficientemente apartados el uno del otro, para permitir una comparación,
además de sernos bien conocidas su naturaleza y funcionamiento en sí
y en relación con el medio social y el individuo.
Será de utilidad hacer una corta descripción de las condiciones men
tales, físicas y sociales que permiten el desarrollo de casos de este tipo.
Fanconnet6 se ha ocupado, por ejemplo, de la responsabilidad en diversas
sociedades y Durkheim ha escrito acerca de numerosos hechos religiosos
australianos, como el ritual funerario y otros7, sobre las fuerzas violentas
que animan a los grupos y los miedos y reacciones a que pueden quedar
sometidos. Sin embargo, no son éstos los únicos dominios totales de las
conciencias individuales, engendrados en el grupo y por el grupo. Las
ideas creadas entonces, se reproducen en el individuo bajo la presión per
manente del grupo, de la educación, etc. A la mínima ocasión desenca
denan estragos o sobreexcitan las fuerzas.
La intensidad de estas acciones morales sobre lo físico es tanto más
considerable cuanto que éstas son mucho más fuertes, frustradas y anima
les en esos pueblos que entre nosotros. Es dato normal de la etnografía
australiana como de otras muchas, que el cuerpo del indígena posee una
asombrosa resistencia física. Ya sea por causa del sol y de la vida en estado
de desnudismo completo o casi completo, ya sea a causa de la escasa
septicidad del medio y de los instrumentos antes de la llegada de los
europeos, ya sea a causa de determinadas particularidades de esas razas,
seleccionadas precisamente por ese género de vida (puede que sus orga
nismos posean elementos fisiológicos, sueros, así como otros, diferentes de
los de otras razas más débiles, elementos que Eugene Fischer ha comen
zado a buscar con poco éxito), cualquiera que sea la causa, lo que es
cierto es que incluso frente a los negros africanos, el organismo de los
australianos se distingue por sus asombrosas facultades de recuperación.
La parturienta vuelve inmediatamente a sus ocupaciones, poniéndose en
movimiento a las pocas horas; cortes de gran profundidad en la carne
cicatrizan con gran rapidez; en algunas tribus, es castigo corriente meter
un cuchillo en el muslo de la mujer o del hombre; las fracturas de brazo
sanan rápidamente con unas simples tablillas. Estos hechos contrastan
profundamente con otros casos. El individuo que está herido ligeramente,
no tiene ninguna oportunidad de curarse, si cree que la lanza estaba he
chizada. Si se rompe un miembro solo sanará rápidamente, a partir del
momento en que se ponga en paz con las normas que ha violado, y como
éstos, son múltiples los casos. El caso extremo de estas acciones de la
moral sobre lo físico se produce y es todavía más palpable, en aquellos
casos en que no hay heridas y la acción se produce exclusivamente en la
conciencia del sujeto.
El campo de observación neozelandés es igualmente pródigo en hechos
típicos, aunque los neozelandeses posean un organismo más fino y menos
* L a Responsabilité.
7 Form es élémentaires de la vie religieuse.
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W hitnell22 cuenta, en relación con las tribus del Norte (Oeste en este
caso), que los «larlow» (santuarios y ceremonias de los tótem) poseen
virtudes curativas de este tipo, eficaces incluso sobre el ánimo de los niños.
En el fondo, de lo que se trata es de poner de manifiesto y de restablecer
la comunión con lo sagrado esencial. Por eso, el dieri que se cree hechizado
se salva, cantando el canto sagrado de su clan, de su antepasado, la mura-
wima23, e incluso el canto de determinado antepasado que se hizo inven
cible24. Un canto de origen cristiano mestizo, recogido por Bulmer25, en
un entierro de un negro convertido, dice que el negro estaba protegido
de la muerte al ser «cheered by your helping spirit». Uno de los mejores
etnógrafos del Centro de A ustralia26 apoya la interpretación de Guyon y de
Howitt, a propósito de las ceremonias del Mindari (iniciación y propicia
ción) y de los rituales contra-magia y de la intichiuma, cuyo sentido es el
de demostrar a los hombres que están en paz con todo el mundo. Estas
mentalidades están impregnadas de una creencia en la eficacia de las
palabras y en el peligro de los actos siniestros, al mismo tiempo que están
profundamente preocupadas por una especie de mística de la paz del alma,
lo cual les hace hacer tambalear su confianza en la vida o que recobren su
equilibrio por medio de un ayudante, bien sea un mago o un espíritu protec
tor, de naturaleza colectiva al igual que la ruptura del equilibrio.
1 Journal o f the Polynesian Society (siglas J. P. S.), II, pág. 71-73; M aori Race,
pág. 20 ss.
3 Hawaii, págs. 20, 191: “ want exertion to live”.
s Hasta la muerte o el suicidio, dice C o l e n s o . V. más adelante.
* Resumen de la descripción de esta mentalidad por Colenso (documento reco
gido hacia 1840), en Transactions o f the N^w-Zealattd Institute, I, pág. 380.
* Causes Leading to the extinction of the Maori, Trans. N.-Zel. Inst., XIV,
pág. 371.
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‘ Elsdon Best, in G o ld íe, "Maori Medical Lore”, Trans, N .-Z el. Inst., XXXVII,
pág. 3; cfr. XXXVIII, pág. 221.
r Puede verse cómo no cometen la equivocación de confundir el suicidio con la
depresión morta!, aunque tampoco hay que buscar en estas divisiones, tomadas de
los teólogos de la tribu de Tuhoe—una precisión que no existe, ya que las heridas
recibidas en la guerra son también resultado de magia o de pecado.
* M ariner-M artin, A cco u n t o f the Tonga Island, II, pág. 133-
* (Creencias, sobre todo, de Salevad). Turnek, Samoa, págs. 50-51. En Nueva
Zelanda parece que la idea sólo se aplica a las sanciones del culto del lagarto.
Goldie, loe. cií., pág. 17.
,0 I, págs. 109. 111.
11 (Mito Ngai Tahu). H.-T. (de C r o isille s), en J. P. S„ X, 73.
,s Elsdon B est (Ornes), en / . P. S., VII, pág. 13. Sobre estas muertes y estos
hechizamientos..., etc., v. W h i t e , M aori Customs, etc., 1864; Goldie, M edical Love.
pág. 7.
LA IDEA DB LA MUERTE EN NUEVA ZELANDA Y POLINESIA 303
Los maorís dijeron; “No es el número de los que matamos lo que les ha reducido
a ese número. Después de haberlos hecho esclavos, con frecuencia les encontrábamos
muertos por la mañana en su casa. Fue precisamente la infracción de su propio tapu
lo que les mataba (la obligación de hacer actos que desac ral izaran su tapu). Eran un
un pueblo muy tapu.”
Estos son los hechos. Les concedo toda discusión psicopatológica y neu-
ropatológica. Los testigos, aunque sean médicos, dicen todos que no hay
en estos casos ninguna lesión aparente, ni mal sensible a la auscultación, etc.
Sería urgente llevar a cabo algunas observaciones, quizá puedan ustedes
suscitarlas.
Me basta en cuanto sociólogo indicarles un camino donde he encon
trado muchos ejemplos y normales, en cualquier caso frecuentes en su
anormalidad. Esto es lo que les bacía prometido.
Son del tipo que yo creo habría que estudiar en seguida, pues la natu
raleza social queda directamente unida a la naturaleza biológica del hom
bre. Ese pánico que desorganiza toda la conciencia, incluido lo que se
llama el instinto de conservación, desorganiza sobre todo la misma vida.
El eslabón psicológico es claro y sólido: la conciencia. Pero no es pode
roso; el individuo hechizado o en estado de pecado mortal, pierde el con
trol de su vida, la capacidad de elección, la independencia y la perso
nalidad.
Téngase además en consideración que estos hechos son también hechos
«totales» que hay que estudiar. La consideración de psíquico o mejor de
psicoorgánico no es suficiente en este caso para describir el complejo
completo. Hay que tener en cuenta la consideración de lo social, aunque
el estudio fragmentado de la vida, que es nuestra vida en sociedad, no es
suficiente. Vemos, pues, cómo«el homo dúplex» de Durkheim se presenta
con más precisión y cómo hemos de considerar su doble naturaleza.
Desde este doble punto de vista, desde el estudio de la totalidad de la
conciencia y desde el de la totalidad de la conducta, creo que estos
hechos son interesantes. Oponen esta «totalidad» frente a aquella que se
denomina impropiamente la de los primitivos y frente a la «disociación»
de los hombres que nosotros somos, manteniendo nuestra persona y resis
tiendo a la colectividad. La inestabilidad del carácter y de la vida de un
australiano o de un maorí es bien visible. Esas «histerias» colectivas o in
dividuales, como todavía las llamaba Goldie, entre nosotros son sólo casos
de hospital o de patanes. Son la ganga de la que, lentamente, nuestra so
lidez mental, se ha desprendido.
Me permitirán, para terminar, recordar que estos hechos confirman y
extienden la teoría del suicidio anímico que Durkheim expuso en un libro
modelo de demostración sociológica23.