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Ricitos de oro

Introducción
Había una vez una hermosa niña de cabellos dorados, a la que todos
conocían como Ricitos de oro. La
pequeña tenía la costumbre de
levantarse temprano, desayunar y
aprovechar las primeras horas de
sol para recoger las flores más
bellas del bosque.

Desarrollo
Una mañana, la pequeña Ricitos de Oro se distrajo, caminó más de la
cuenta y se perdió. Al rato de caer en la cuenta de que se había perdido, y
cuando ya casi no tenía energías para llorar, encontró una pequeña cabaña.
Cuando acercó su puño para golpear la puerta, notó que esta estaba abierta.
Con delicadeza, la abrió y, luego de decir “hola” varias veces sin recibir
respuesta, se animó a entrar.

Apenas puso un pie dentro de la


cabaña, vio que había tres tazones
servidos sobre la mesa: uno grande,
uno mediano y uno pequeño.
Ricitos de Oro tenía tanta hambre
que no lo dudó, se sentó y bebió el
contenido del tazón más grande.
Como estaba demasiado caliente
para su paladar, lo dejó y probó el tazón mediano, que le pareció muy frío.
El tercer tazón, que era el más pequeño, tenía la temperatura ideal. En
apenas unos segundos, vació el tazón.

Cuando apoyó la cucharita sobre


la mesa, el cansancio se apoderó
de ella, y decidió descansar en
alguna de las tres sillas mecedoras
que había en la sala. Se sentó en
la más grande, pero le resultó
demasiado incómoda: sus pies no
tocaban el suelo. Se pasó a la silla mediana, pero era demasiado ancha, por
lo que optó por sentarse en la más pequeña. Aunque apenas lo hizo, se
rompió en mil pedazos.

Ricitos de Oro, enfadada pero cansada, se levantó del suelo y se acercó a


una habitación, donde encontró tres camas, de tres tamaños diferentes. Se
vio tentada por la más grande, pero apenas se recostó, desistió: el colchón
era muy duro para su gusto. La segunda cama, de tamaño mediano, tenía el
problema opuesto: era demasiado blanda.

Finalmente, se recostó en la tercera cama: la más pequeña y suave de todas.


Apenas pasaron unos minutos, la joven se quedó totalmente dormida.
Horas más tarde, los tres osos que habitaban la cabaña regresaron de un
largo paseo: Mamá Oso, Papá Oso y Oso Bebé. Agotados y con el
estómago vacío, se sentaron a la mesa para disfrutar de la sopa que habían
dejado enfriar antes de partir.

“¡Alguien ha probado mi sopa!”, dijo Papá Oso apenas vio la cuchara sucia
al costado del tazón. La madre respondió: “¡Alguien ha probado mi sopa
también!”. Mientras que el Oso Bebé respondió: “Alguien se ha tomado
toda mi sopa!”. Perpleja, la familia decidió sentarse en sus sillas a
descansar. Apenas vio la suya, Papá Oso vio que el almohadón estaba algo
torcido, por lo que gritó: ¡Alguien se ha sentado en mi silla!”, a lo que la
madre, tras ver su almohadón en el piso, respondió: “¡Alguien se ha
sentado en mi silla también!”. El Oso Bebé, que ya estaba triste por el
incidente de la sopa, entre lágrimas dijo: “¡Alguien ha roto mi silla!”.
Indignados, los tres osos decidieron tomar una siesta y dejar atrás lo
sucedido. Pero cuando llegaron al cuarto, una vez más, el padre notó que
algo no estaba en su lugar. “¡Alguien ha dormido en mi cama!”, dijo
furioso. En seguida, Mamá Oso observó su cama para responderle:
“¡Alguien ha dormido en mi cama también!”. El Oso Bebé se acercó hasta
su cama y, con los ojos más abiertos que de costumbre, gritó: “¡Alguien
está durmiendo en mi cama!”.

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