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Podrían escribirse libros enteros sobre lo que hay detrás del desprecio absoluto y del

hostigamiento al que se intenta someter a los comunistas que pasan por el ateneo o que
participan de una forma u otra en el mismo. No entraré en un análisis que complicaría mucho las
cosas y me llevaría a adentrarme en un terreno que no es el tema que me ocupa (resultados
obtenidos a partir de mi permanencia con el sujeto de estudio). Eso sí, es llamativo que dicha
actitud no se manifiesta con compañeros de línea más o menos comunista y que están a la vez
armados de un equipaje teórico sólido.
El escarnio es aquí con el débil –o considerado así por ellos. Nada de eso sucede con los
miembros del colectivo Etcétera, de perspectiva marxista pero con los que se opta sencillamente
por guardar las distancias, desaprovechando por prejuicio lo que podría ser una dinámica
comunicativa fortalecedora y que se traduciría en un análisis ya no estático, sino dinámico sobre
las posibilidades que alberga en su seno la época en la que nos hallamos.
Por una reacción contra lo que consideran germen de burocratización y autoritarismo, se
glorifica la informalidad, y la ausencia de coordinación y de vínculos sólidos con otros espacios
del medio anarquista. Esto produce una desconexión y una ausencia de relación que se traducen
luego en un debilitamiento del sentimiento de solidaridad ante cualquier acometida del estado,
pues no se conocía a los compañeros en un sentido “humano” de proximidad afectiva, y la
camaradería sencillamente no tuvo ocasión de formarse sobre una acción conjunta que no
existió.

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