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Pedagogía
Pedagogía
Luis F. Iglesias llegó a la Escuela Rural N°11 de Tristán Suárez (a esa escuela sus alumnos llegaban
a pie, a caballo o en sulky, por lo que verdaderamente era ella la que debía adaptarse a las
necesidades de cada niño) donde logró hallarse y consagrarse como un docente integral que
educaba a alumnos de todas las edades y proveniencias. Él sostuvo una pedagogía social
humanista en la que predominaba la búsqueda constante de ideas y formas de trabajo en base
a la práctica diaria con los alumnos. Planificaba su enseñanza pensando en que el objetivo era
que sus alumnos tuvieran un pensamiento y accionar autónomo. Según él, el conocimiento era
la búsqueda de las respuestas, dándole así a la enseñanza un sentido crítico y dinámico para
pensar y ubicar el pensamiento en la realidad ya que no se trataba de una simple transmisión.
La pedagogía la construía en la práctica, haciendo y deshaciendo esquemas de diseños,
improvisando y desechando formas de enseñar y aprender, pasando de las ilusiones al
desencanto, de los énfasis a los desalientos.
Creía que los docentes y los alumnos debían moldear su experiencia pedagógica tallándola,
puliéndola, pintándola y contándola. La escuela, el aula, el taller, la biblioteca, el laboratorio, el
campo, el museo, la bitácora y los cuadernillos de libre expresión eran los sitios donde se esculpía
la vida escolar cotidiana. La ayuda mutua, el clima de trabajo colectivo, el ambiente sereno,
alegre y entusiasta eran requisitos esenciales para el desarrollo de una práctica escolar exitosa.
Ser maestro, para él, implicaba ser una persona que pensara, reflexionara, decidiera, luchara, se
movilizara, sea transmisora y se transformara; su misión debía tener un sentido humanista y
liberador. Pensaba al educador como alguien totalmente eficiente que podía hallar o inventar
recursos propios que permitieran crear las condiciones para enseñar y aprender, desafiándose a
buscar la eficiencia en la particularidad de cada alumno, de sus adversidades y sus posibilidades,
viéndolos no como sujetos pasivos a los que se les debía introducir el conocimiento, sino como
sujetos activos.
El momento de entregarle al docente los cuadernos para su corrección era muy importante
porque allí era donde se aprovechaba para ayudar al desenvolvimiento del niño en su proceso
expresivo y creador, prestándole atención y ganándose su confianza para conquistar el lenguaje.
El propósito de esta evaluación era conocer los contenidos expresivos sin reparar en las formas,
dejando de lado la ortografía o la gramática y priorizando los contenidos. Las correcciones o
comentarios del docente debían estar dirigidos a dar un mensaje cálido, sincero y personal para
generar una mayor motivación en el niño. Luego se procedería a volver a copiar prolija, clara y
correctamente la presentación.
Su otra técnica de trabajo era el uso de guiones, los cuales tenían indicaciones, preguntas,
oraciones incompletas, bibliografía, etc. Buscaba así ampliar el foco de aprendizaje, haciendo
que el niño se levantara de su banco para observar e interrogar todo lo que le rodeara. Estos
guiones debían ofrecer la máxima claridad posible y coincidencia con los gustos infantiles para
generar un pleno interés y curiosidad por el acto de aprender, y él como maestro se encargaba
de orientar el trabajo tanto individual como colectivo. Se diferenciaban de los cuestionarios
típicos y de la rutinización de aprendizajes y la copia textual.
La distribución de los bancos en el aula seguía siendo en hileras, pero esta vez ubicadas en el
centro, contando así con mayor espacio libre y pasillos que permitieran la movilización a lo largo
de ella. Alrededor de estos pupitres se colocaban los elementos de trabajo ordenados en
estantes abiertos sin puertas ni cerraduras. Otros espacios como el “Taller y Museo” agrupaban
aquellos materiales que, por cuestiones de espacio, no podían ser llevados al salón de clases y
también tenían todo acomodado estratégicamente para lograr un uso libre de cada herramienta.
De esta manera, se desnaturalizaba la distribución clásica de los mobiliarios en el aula en la que
cada alumno debía quedarse completamente aferrado a su pupitre sin la posibilidad de
participar de forma práctica en cada actividad. Con los guiones, los niños podían moverse
libremente y experimentar, desnaturalizando el hecho de que fuera únicamente el docente quien
estuviera parado al frente de la clase para que sus estudiantes solo escucharan y permitiendo
que los alumnos más grandes también ayudaran a los más chicos en sus tareas.
Esta disposición era fundamental para definir el vínculo pedagógico entre el maestro y el alumno.
Para Iglesias la escuela necesitaba ser pensada, debía ser un lugar para crear espacios que
permitieran hacerla de muchas formas, estando siempre abierta y dispuesta a ser modificada de
distintas maneras. Estas “escuelas emotivas” tenían un espíritu libre, donde el espacio y el
tiempo escolar eran apropiados por el maestro y los estudiantes de un modo particular,
viviéndola como un lugar propio y motivador. Iglesias logró transformar al aula en un taller de
enseñanza y aprendizaje donde no había prohibiciones y se trabajaba con las propias manos, con
inteligencia y creatividad, utilizando diversos materiales. Toda la escuela con sus patios, su
galería, cocina, muebles y juegos era pertenencia de los niños, ellos entraban, se instalaban y
usaban cada instrumento libremente y sin restricciones.