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Érase una vez en las alturas de estas tierras; se encontraba la huallata paseando
con sus hijitos; y de repente apareció la zorra:
— Buenos días, amiga huallata, tus hijitos están hermosos—, saludó la zorra.
— Y ¿Por qué tus hijitos tienen esas patitas rojitas tan bonitas y los míos no?
—preguntó la zorra.
— ¡Ah! es porque yo metí a mis hijitos en un horno caliente y así salieron con
las patitas rojas —contestó la huallata.
— Claro, los metes al horno y cada vez que oigas un ¡bum! gritas:
"pintapatita", "pintapatita" —agregó la huallata.
Y así hizo la zorra, armó un horno colocó leña y cuando estuvo al rojo vivo
metió a sus hijitos cerrando la puerta; pasados unos minutos comenzó la
explosión; y la zorra con cada ¡bum! gritaba: ¡pintapatita!, ¡pintapatita!;
grande fue su sorpresa cuando al abrir el horno sólo encontró a sus pequeños
carbonizados.
Furiosa la zorra, corrió a buscar a la huallata; pero la huallata con sus hijitos
ya se encontraba en la laguna.
La zorra preguntó:
La huallata respondió: