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El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

Cuanto más viejo me pongo más tiendo a ser nostálgico, recordar viejos tiempos a lo largo de los años de mi vida y pienso
en aquello que lamento y esas experiencias y encrucijadas que he vivido, y cada vez que hago memoria, la única cosa que
salta a mi mente, por supuesto, es el evento más abrumadoramente significativo que cambió mi vida, más que cualquier otro
evento decisivo en mi vida, es mi conversión a Cristo. 

Es decir, por supuesto que puso mi vida patas arriba, y recuerdo que cuando sucedió hablé con todas las personas que
conocía, cada amigo que tenía, y traté de guiarlos a Cristo, pero sin resultado y, por supuesto, la crisis inmediata para mí fue
que yo estaba comprometido, y había estado cortejando esta chica por cinco años, y le escribí, ya que ella iba a otra
universidad diferente a la que yo estudiaba, y le expliqué con gran detalle las circunstancias de mi conversión a Cristo y lo
que eso significaría para nuestra relación y todo lo demás. 

Más tarde me enteré que ella pensaba que yo simplemente había perdido la cabeza por completo, así que tuve muchas
discusiones con ella durante muchos meses por teléfono y a través del correo y otros medios y no llegábamos a ninguna
parte. Ella vino a visitar nuestro campus y participó de un estudio bíblico que teníamos en la universidad. Y la recogí, un
tanto atrasado al final de la tarde y había pasado toda la mañana de rodillas orando por ella y por esa ocasión, y para mi gran
deleite esa mujer se convirtió a Cristo en esa reunión. Y me casé con ella. Pero recuerdo la respuesta de Vesta luego de su
conversión. 

Al día siguiente pronunció estas palabras; ella dijo: «Ahora, sé quién es el Espíritu Santo». Y pensé que era una respuesta
interesante y fascinante para uno que despierta a Cristo por primera vez, y he reflexionado sobre ello más y más a lo largo
de los años, porque ella había crecido en el entorno de la iglesia y había oído hablar del Espíritu Santo. Ella había escuchado
la bendición trinitaria, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero no tenía un entendimiento personal del
Espíritu Santo. 

Pero lo que me gustaría retomar ahora mismo, al presentar este próximo segmento de nuestro estudio, ‘Un panorama general
de la teología’, en el área de lo que llamamos ‘Neumatología’, o el estudio de la persona y la obra del Espíritu Santo o del
Espíritu de Dios es que Vesta dijo en esa experiencia de despertar: ella dijo: «Ahora, sé quién es el Espíritu Santo». Y creo
que es significativo que ella no dijo, «Ahora sé qué es el Espíritu Santo.» Porque si hay un concepto erróneo que abunda en
la percepción del mundo del cristianismo, es que tenemos esta postura de algún tipo de Espíritu Santo, que es una fuerza
impersonal o simplemente un poder activo de Dios, y que no debe ser entendido como una persona verdadera, quien es un
miembro personal de la Trinidad divina. 

Una vez más, si ustedes fueran a la enseñanza del Nuevo Testamento, observarían la forma en que Jesús habla del Espíritu
Santo, observarían la manera en que los apóstoles escriben sobre el Espíritu Santo, donde el Espíritu Santo se conoce como
«Él», y Él hace las cosas. Tiene voluntad, conocimiento, afectos. Todas las cosas que componen a la persona se le atribuyen
a Dios el Espíritu Santo en la Escritura. Lo primero que tenemos que entender sobre el Espíritu Santo es que no es un ‘algo’.
Es una persona, una de las tres personas de la Trinidad. Ahora, uno de los puntos de confusión que tenemos al estudiar el
Espíritu Santo es la relación entre la actividad del Espíritu en el Antiguo Testamento y cómo el Espíritu Santo se manifiesta
en el Nuevo Testamento y en la vida de los cristianos hoy en día. 

Así que quiero dedicar un tiempo para ver un corto panorama general de la obra del Espíritu Santo en el Antiguo
Testamento como preparación para una comprensión más completa del Espíritu tal como se nos revela en el Nuevo
Testamento. Pero regresemos al inicio porque es en el inicio donde encontramos, en primer lugar, una referencia en la
Escritura a Dios el Espíritu Santo. Estoy seguro de que la mayoría de ustedes saben dónde está exactamente. Está en la
página uno. Es en el primer capítulo del Génesis, donde leemos estas palabras: «En el principio creó Dios los cielos y la
tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo». Esos son los dos primeros
versículos de Génesis. He hablado de esto en otras series. 

En nuestra serie ‘Del polvo a la gloria’ analizamos esto en breve, y he escrito un libro sobre todo este tema de la persona del
Espíritu Santo llamado «El Misterio del Espíritu Santo». Pero ahora quiero ver esta confrontación inicial que tenemos con
Él. La Biblia nos dice que en el principio Dios crea el cielo y la tierra. Esa es la declaración temática. Y el versículo 2 del
Génesis es algo problemático y ha causado un poco de consternación entre los intérpretes de Génesis, «y la tierra estaba sin
orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo». Ustedes conocen la ‘teoría de la brecha’ que es popular, yo
diría a nivel popular, pero no tiene mucha credibilidad en el mundo de la Teología Bíblica, conlleva la idea de que entre el
versículo 1 y el versículo 2 está la caída, y que el único versículo real en Génesis que se refiere a la creación es el versículo
1. Todo lo demás se refiere a algo que sucede en la brecha. 
Pero dejando la teoría de la brecha a un lado, todavía quedamos con esta lucha de este retrato de la creación aún
desordenada. Que se describe en las categorías de tinieblas, vacía y sin orden. La tierra no tenía orden y estaba vacía y las
tinieblas cubrían la superficie del abismo. Algunos de ustedes habrán visto alguna vez uno de los segmentos de la serie de
Carl Sagan llamada ‘Cosmos’, y tal vez incluso han leído el popular libro de Sagan con ese mismo título llamado ‘Cosmos’,
que fue un best seller total. Y si están familiarizados con la obra de Carl Sagan, recordarán que Carl Sagan no apoyaba para
nada al cristianismo. Era un científico y no apelaba a la religión para fundamentar sus propias teorías científicas. 

Pero una de las cosas que me pareció fascinante de él es que en la primera página de su libro, que se llama ‘Cosmos’ hace la
afirmación dogmática de que el universo en el que vivimos es ‘cosmos, no caos’, y la diferencia entre cosmos y caos es la
diferencia entre el orden y la confusión. Es la diferencia entre sin forma y con forma y, en las categorías bíblicas, es la
diferencia entre la oscuridad pura y la luz, entre un universo vacuo, que, en última instancia está vacío de cualquier cosa
significativa, y lo que está lleno y rebosante del fruto del Creador. 

Entonces, lo que tenemos aquí en los versículos iniciales del libro del Génesis es un anuncio dramático de cosmos. Y vemos
en esta proclamación de cosmos que el versículo inicial declara el origen del universo, no es producto de una sopa caótica
explotando por sí misma y creando mágicamente el cosmos, tal como tanta gente piensa que fue así, sino un Quién, quien Él
mismo es el autor del orden y no de la confusión, Él es Dios quien crea el mundo. Pero todavía tenemos esta situación; el
mundo estaba sin orden y vacío, las tinieblas cubrían la superficie del abismo, hasta… ¿qué? En el siguiente versículo es
donde nos encontramos por primera vez a Dios el Espíritu Santo. «Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las
aguas”. 

Ahora, otra idea para ‘mover’ que encontramos en el Nuevo Testamento es el concepto de ‘cubrir’ o ‘empollar’. Es la
misma idea que se comunica cuando Dios envía al ángel Gabriel a visitar a esta mujer del campo en Nazaret y le dice que
está a punto de convertirse en madre, y ella dice: «¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?» Y el ángel le dice a María:
«Así es como será. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá… por eso el santo Niño que nacerá
será llamado Hijo de Dios.»  Y ese verbo que se menciona sobre el Espíritu Santo que viene sobre ella es el mismo concepto
que se utiliza aquí del poder creativo generador del Espíritu de Dios; que Dios el Espíritu Santo entra en esta situación de
tinieblas, de falta de orden, de vacío y lo cubre o abraza, así como una gallina empolla sobre sus polluelos con el fin de traer
vida de su gestación, por lo que el Espíritu produce orden y sustancia y luz, y Dios dice: “Sea la luz.  Y hubo luz”. Y las
luces se encendieron. 

Pero de nuevo, vemos que el Espíritu Santo, como dice el Nuevo Testamento, no es el autor de la confusión. No genera
caos. Y eso es algo que necesitamos entender, que el Espíritu de Dios es un Espíritu que saca orden del desorden, que saca
algo de la nada, que trae luz de las tinieblas. Ahora, ¿cómo opera entonces Él en el Antiguo Testamento? Lo primero, por
supuesto, que recuerdo de mi primera lectura de la Biblia, justo después de mi conversión, fue que me abrumaron un par de
cosas. Estaba agobiado en mi primera lectura inicial, así como cuando lees una novela, de lo aterrador de Dios. 

Escucho a la gente decirme todo el tiempo que no les gusta el Dios del Antiguo Testamento. Creen que es terrible, feroz y
malo. Pero ¿saben qué?, lo leí como una persona convertida y leía sobre estas manifestaciones de la justicia de Dios, de la
ira de Dios, nunca realmente me molestó, porque era tan intensamente consciente de mi propia pecaminosidad, que podía
entender que era perfectamente apropiado para este Dios, que era totalmente santo, responder al pecado de la manera en que
lo hizo en el Antiguo Testamento. No tenía ninguna queja con eso. Porque lo primero, lo primero que me vino a la mente, al
leer la Biblia, fue la santidad de Dios. La abrumadora majestad de Dios el Padre me golpeó en la cabeza y nunca lo he
superado, como mucha gente se da cuenta. 

Pero la segunda cosa que me golpeó a través de la lectura del antiguo – del Antiguo Testamento, fue esta idea del poder, el
poder de Dios, el poder abrumador de Dios. Y cuando tenemos terremotos o si tenemos tornados o erupciones volcánicas
como en el Monte St. Helens o el tornado que arrasó las llanuras de los estados de Oklahoma y Kansas, donde se informó
que la nube de embudo era de un kilómetro y medio de ancho y se podía ver la devastación que quedó a su paso; uno queda
abrumado por el poder de la naturaleza. Pero esas cosas no son nada comparadas con el poder trascendente del Señor de
toda naturaleza, que va más allá de cualquier cosa que suceda en este planeta, pero en todo el alcance cósmico de las cosas,
tiene el poder de crear un universo. Y ven que este poder se manifiesta en el Antiguo Testamento principalmente en
términos del Espíritu Santo, quien es llamado en griego, por cierto, el ‘dunamis’ de Dios. 

Y la palabra ‘dunamis’ se traduce como ‘poder’. Es el Espíritu de poder. Y se puede suponer, creo, cuál es la palabra en
español que viene de la palabra griega ‘dunamis’. ¿Puedes adivinar qué palabra en español viene de ahí? – ¿suena como una
palabra en español que hayas oído,’dunamis’? ¿Suena como una palabra en español que hayas oído alguna vez? ¿Qué tal si
cambiamos la «U» por una «i»? Di – din – ayúdenme. ¿Qué es poderoso y explota si lo enciendes? ¡Dinamita! De acuerdo.
Ahí lo tenemos. Dinamita. La palabra ‘dunamis’ llega al español, sólo cambias un par de letras y obtienes dinamita. Porque,
eso es lo que encontramos cuando nos topamos con el poder de Dios, el Espíritu Santo, en las Escrituras. 
Bueno, vemos ese poder manifestado en el Antiguo Testamento, principalmente de dos maneras, una que ya hemos
indicado, el poder de la creación. Y la segunda está en el poder de la redención, donde es el Espíritu Santo quien está
impulsando activamente el proceso redentor en el Antiguo Testamento. Ahora, ya hemos visto el triple oficio de Cristo
como Profeta, Sacerdote y Rey. Y dije que esos tres oficios en el Antiguo Testamento, el oficio de profeta, el oficio de
sacerdote y el oficio de rey, eran todos oficios de mediadores. Ahora, voy a decir algo más sobre esos oficios. Todos eran
oficios carismáticos. Todos eran oficios carismáticos. ¿Qué quiero decir con eso? Y no eran los únicos oficios carismáticos
el profeta, el sacerdote y el rey, sino que también había durante un período de tiempo especial en Israel, antes de que los
reyes fueran ungidos, había otros líderes carismáticos que fueron llamados jueces. 

Ahora bien, decir que eran carismáticos no significa que eran – que pertenecían a una iglesia pentecostal; Ese no es el punto.
El punto proviene del significado del término en griego ‘carisma’, que tiene que ver con el concepto de don. Aquellos que
eran singularmente dotados, fueron ungidos por el Espíritu Santo. Sansón, el Espíritu de Dios vino sobre él y tuvo el poder
de hacer las grandes hazañas que hizo a través de él, no a través de su habilidad natural conocida, sino porque fue ungido o
dotado de forma carismática por Dios. También fue así con Gedeón y los profetas cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos,
el Espíritu Santo les dio poder para su ministerio. El Espíritu Santo ungió a los sacerdotes para el ministerio. El Espíritu
Santo estaba ungiendo al rey para llevar a cabo su obra de reinado. Y, por supuesto, la persona más dotada del Antiguo
Testamento carismáticamente fue Moisés, quien recibió este poder de Dios para sacar a su pueblo del éxodo. 

Ahora, para ilustrar el tipo de poder que estaba trabajando redentoramente en el Antiguo Testamento, vemos que durante el
ministerio de Moisés, su suegro, Jetro, observó a Moisés en todas las cosas que estaba haciendo, que Moisés obviamente
estaba un poco complacido consigo mismo y orgulloso de sus logros, y le explicó a Jetro lo siguiente: ‘Sabes que juzgo
todas las disputas entre el pueblo, les doy la ley. Intercedo ante Dios. Hago esto, los guie a través del éxodo, bla, bla, bla,
bla, bla’. Y Jetro lo miró y dijo: ‘Moisés percibo que lo que estás haciendo no es bueno’. ‘¿No es bueno? ¿Qué quieres decir
con que no es bueno?’ ‘Que es demasiado para un hombre dirigir a estos cientos de miles de personas. Necesitas organizar
esta nueva nación que formaste, para dividirla en grupos más pequeños’. Y bajo la inspiración de Dios, el Espíritu Santo le
dice a Moisés que haga eso. 

Y así se le instruye a Moisés que separe para sí a 70 hombres que él sabe que serán los ancianos del pueblo. El punto que
Dios señala es: ‘Tomaré del Espíritu Santo, Moisés, que está sobre ti y lo distribuiré entre estos 70 hombres, para que
puedan ministrar a la comunidad y a la congregación junto contigo’. Ahora, esa es una coyuntura crítica en la historia del
Antiguo Testamento; y el registro de la misma, en sus detalles y en todo su humor, por cierto, se encuentra en Números
capítulo 11, donde Dios hace precisamente eso. Toma el Espíritu que está sobre Moisés, lo transfiere a los 70 ancianos y
comenzaron a profetizar, y esto crea algo de crisis allí. Pero, lo que está pasando aquí, es, otra vez, estamos viendo el poder
de la unción del Espíritu Santo para realizar ciertas funciones. 

Ahora, una de las cosas que nos confunde es que sólo porque una persona es ungida por Dios el Espíritu Santo en el Antiguo
Testamento o le es dado poder o es impulsada para hacer algunas de estas tareas, no significa que haya nacido del Espíritu
Santo, no significa que necesariamente sea salva o que necesariamente sea creyente. Vemos al Espíritu Santo venir sobre
Saúl y luego partir de Saúl. Notamos esto cuando vemos a personas como Balaam, inadvertidamente dando profecías bajo el
poder y la inspiración del Espíritu Santo y otras personas de esa gama que no son necesariamente creyentes. De modo que la
unción del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, en la mayoría de las circunstancias, era un don, un don especial, dado a
los creyentes, pero no sólo a los creyentes, y no era el mismo don que el don del nuevo nacimiento. Y veremos cómo
funciona eso en el Nuevo Testamento. 

Pero vemos algunos paralelismos entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, ya que vemos que en el Antiguo
Testamento, primero, el Espíritu, como una fuente de gran poder, es dado solo de forma aislada a individuos, profetas,
sacerdotes, reyes, jueces, a Moisés, a los artistas y artesanos que fueron llamados por Dios para elaborar los muebles para el
Arca de la Alianza. Por cierto, la primera vez que el Antiguo Testamento dice que alguien estaba lleno del Espíritu fueron
los artesanos, eran los artistas, los que fueron dotados y que se les dio poder de manera única por el Espíritu Santo para
hacer su trabajo de artesanía. Pero, en cierto sentido, lo crítico es que no todos en el campamento, no todos los creyentes
tenían este don. Estaba limitado en su dimensión en el Antiguo Testamento, y esto es lo que Moisés esperaba que se llevara
a cabo y que cambiara en el futuro, que el nuevo Mediador tomara su Espíritu y lo diera no solo a 70, sino a todo su pueblo,
y para que esta entrega de poder para el ministerio se diera a toda la iglesia. Y eso es exactamente lo que sucede en
Pentecostés y lo exploraremos con más detalle más adelante. 

Pero por ahora quiero que veamos que la función básica del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento es – y leemos de eso –
es la entrega de poder a las personas para llevar a cabo funciones para Dios. Eso no significa que la gente no haya nacido del
Espíritu en el Antiguo Testamento. Igual que en el Nuevo Testamento, no podías ser creyente en el Antiguo Testamento sin
la obra interna de regeneración del Espíritu, pero lo consideraremos en nuestra próxima sesión.
El Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
Una de las imágenes más bellas que encontramos de Dios en el Antiguo Testamento está en – no sólo en su obra de la
creación del universo, sino en la narrativa de la creación de la especie humana, donde se nos dice que Dios toma del polvo
de la tierra y lo moldea y le da forma, así como lo haría un escultor, pero cuando Dios crea seres humanos, no simplemente
crea una estatua inerte o un ídolo o un ícono o una pieza vacía de escultura, como lo haría un artista, reacomodando la piedra
o el barro en nuestros días. Pero, cuando Dios termina de dar forma y de moldear esta figura que hace del polvo, Él
condesciende a agacharse y respirar en esta forma inerte y sin vida que ha hecho de la tierra y se nos dice que el hombre se
convirtió en un ‘ruah’ viviente, un espíritu viviente. 
Y en esa narrativa de la creación de la especie humana que estamos viendo – vemos que Dios respira en este barro su propia
vida. Obviamente, uno de los mayores misterios a los que nos enfrentamos en la ciencia y la filosofía, y que hemos
enfrentado durante milenios, es el misterio de la vida en sí. Y, sin embargo, desde una perspectiva bíblica se remonta, en
última instancia, a la fuente de poder. La fuente o el génesis de la vida es Dios el Espíritu Santo. Recuerden lo que Pablo
enseña: que en Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.  Entonces, hay un sentido, damas y caballeros, en que
cada persona en el mundo tiene el Espíritu Santo, no en el sentido redentor (en el sentido salvífico), sino simplemente en el
sentido biológico, porque es el autor y el  dador de poder de la vida en sí, para que un pagano ni siquiera pueda respirar sin
el poder del Espíritu Santo. 

Entonces, el Espíritu Santo es aquel que genera y sostiene la vida en todas sus formas. Es el que da la vida o el que genera
poder o el poder del génesis, si lo quieres así. Y aunque la Biblia habla de manera singular y milagrosa de que Cristo fue
concebido en el vientre de María a través del poder del Espíritu Santo en un sentido más amplio, en un sentido más general,
nadie es concebido en el vientre excepto por el Espíritu Santo porque, de nuevo, Él es la fuente de poder para la vida en sí.
Y, es interesante para mí que tanto en hebreo como en griego encontremos un juego de palabras con el concepto de espíritu,
porque la misma palabra en hebreo para espíritu es también la palabra para el viento y para respirar. Y en el Nuevo
Testamento cuando vemos el griego, la palabra griega ‘pneuma’, la cual usamos en español para herramientas neumáticas,
herramientas accionadas por aire, y así sucesivamente, esta palabra pneuma, en el Nuevo Testamento, también puede ser
traducida como viento o respiración o espíritu. 
Y de nuevo, tenemos esto, un vínculo tan estrecho entre el Espíritu de Dios y el aliento de vida, que no queremos perdernos
eso. Pero la preocupación principal, creo, en el Nuevo Testamento con respecto a la relación de Dios el Espíritu Santo con la
vida, no es tanto la referencia a la creación original de la vida o al sustento general de la vida por el poder de Dios, sino a
través de la energía creativa necesaria para la vida espiritual, para la nueva vida, para la vida que Cristo vino, recuerden que
Cristo dijo: «yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». Bueno, allí Cristo no está hablando de
lo que llamamos «bios» en el griego que es la palabra para vida o seres vivos, en el mundo de la biología, sino que usa la
palabra ‘zoe’, que se usa, de nuevo, que llega al español para zoología, pero aquí Jesús la usa para referirse a una calidad o
tipo de vida particular, la vida espiritual viva que sólo Dios puede dar a las personas que están espiritualmente muertas.
Jesús dijo: «he venido para que tengan vida.» 
Ahora, ¿Dónde predicó ese sermón, en el cementerio? Él no fue al cementerio y dijo: Hola a todos, escuchen. “He venido
para que tengan vida”. Uno pensaría que esa es la forma de dirigirse a la gente que estaba muerta. Bueno, no estaba
hablando de vida biológica; por lo tanto, no se dirigía a las personas que estaban biológicamente muertas. Se dirigía a
personas quienes estaban biológicamente vivas y espiritualmente muertas. Entonces, le dice a esa persona que está viva en
términos de tener sus signos vitales funcionando y lo demás, pero que estaba muerta a las cosas de Dios, «he venido para
que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».

Ahora, por supuesto, Cristo, como el Redentor, viene a darnos vida. La persona de la Trinidad, quien es la que aplica la obra
redentora de Cristo a nuestras vidas, es el Espíritu Santo. Entonces, cuando vemos la obra de la Trinidad, Dios crea, Dios
inicia el plan de redención; Cristo realiza todo lo necesario para llevar a cabo nuestra redención, y entonces ese ministerio
objetivo de Cristo se hace nuestro subjetivamente a través de la aplicación de Dios el Espíritu Santo. Y una de las obras
principales por las que ocurre en el Nuevo Testamento, es el nuevo génesis, la impartición de vida nueva a las almas muertas
y que llamamos en teología: «regeneración». 

La regeneración es la función de Dios el Espíritu Santo, y hay un gran énfasis que se pone en eso en el Nuevo Testamento.
De nuevo, hemos visto el Espíritu en el Antiguo Testamento y el primer lugar en que lo vimos fue ¿dónde?, ¿en qué libro?
En Génesis. Y Génesis fue el registro de la generación original del universo y la generación de la raza humana. ¿De
acuerdo? Cuando hablamos de regeneración, ponemos este pequeño prefijo ‘re’ delante de una palabra, ¿qué significa?
Significa «otra vez». Se refiere a una nueva segunda o posterior repetición de un original. Puedo pintar la casa, y luego
repintar la casa. Antes de que pueda repintar la casa, esta tiene que haber sido, al menos, pintada una vez en un primer lugar.
¿Correcto?  

Entonces, cuando hablas de regeneración, ese término solo puede significar algo si es que ha habido algún tipo de forma
previa de generación. Y la forma previa de generación que la Escritura tiene en mente en el Nuevo Testamento es tu
nacimiento terrenal, tu nacimiento biológico. Pero recuerda que cuando naces en este mundo, tú llegas M-A-L; ya estás
‘muerto al llegar’, espiritualmente. Puede que estés en gran salud biológicamente, pero naces en un estado de corrupción y
caída que ya hemos analizado. 

Ahora, cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos la carta de Pablo a los Efesios. Y Pablo inicia el segundo capítulo de
Efesios con estas palabras: «Y Él os dio vida a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales
anduvisteis en otro tiempo según la corriente de este mundo.» Ahora, observen el uso metafórico de la palabra ‘muertos’
aquí, porque Pablo también habla de caminar en el mundo. Habla de zombis caminando por ahí, los muertos vivientes. «Y
Él os dio vida a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis”. 

Ahora, ¿ven?  Por supuesto, lo que Él está diciendo aquí es que a pesar de que estabas muerto todavía estabas andando,
porque la muerte es a lo que se refiere muerte espiritual. «En los cuales anduvisteis en otro tiempo según la corriente de este
mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los
cuales también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne
y la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Tenemos que parar por un segundo y escuchar lo que el Apóstol está diciendo aquí. Porque lo que Pablo está enseñando en
este texto abiertamente, está en choque con la postura popular de la relación entre Dios y las personas, que satura los medios
de comunicación y permea nuestra sociedad e incluso nuestras iglesias, y esa es la idea de que todos somos por naturaleza
hijos de Dios, y todos empezamos en este mundo como parte de la familia de Dios y crecemos cristianos. Damas y
caballeros, nadie, nadie en este mundo nace cristiano. Puedes nacer en la familia más piadosa del mundo, y no nacerás
cristiano. No nacerás como un hijo de Dios, sino como un hijo de ira. Estarás por naturaleza alienado de Dios, en enemistad
con Dios, muerto en tus delitos y pecados. Ese es tu estado natural; esa es tu condición natural como resultado de tu
nacimiento biológico, porque cuando naces, todavía estás en la carne. 

Y aquí, cuando el Nuevo Testamento contrasta la carne con el espíritu, significa que estás muerto a las cosas de Dios. Y la
única manera en que puedes llegar a ser cristiano es a través de la obra del Espíritu Santo, quien, como Pablo dice aquí, te da
vida o te vivifica. También pudiera ser posible que se use la palabra “vivifica”, pero lo cierto es que en español casi no la
usamos en este sentido. De hecho, el lenguaje del Credo de los Apóstoles implica tal vivificación cuando habla de Cristo
viniendo a juzgar a vivos o vivificados y a los muertos». Saben, cuando era niño no tenía muy clara la diferencia en cuanto a
‘juzgar a los vivificados y a los muertos’. Pero luego comprendí que ‘vivificados y muertos’ se refería ¿a qué? A ‘vivos y
muertos’. 

La otra forma en la que podemos considerar esta idea de vivificados y vivos, es comparándolo con el período de gestación
del embarazo de una mujer. Tenemos ese momento, durante ese período de nueve meses, donde por primera vez la mujer
siente la presencia real y el movimiento del bebé en su estómago, a eso le dicen ‘vivificando’. Ella ha percibido o sentido la
vida del bebé. Ahora, por supuesto, están a punto de deshacerse de esa palabra con respecto al embarazo porque la gente en
esta cultura no quiere que se piense que los bebés en gestación están vivos. Pero, en cualquier caso, Pablo dice: «Tú has
vivificado, o has dado vida», está hablando de regeneración, donde el Espíritu Santo eleva a los muertos a la vida. Es la
resurrección del espíritu humano de la muerte espiritual.

Ahora, estoy trabajando este punto ahora mismo porque, lo que estoy diciendo, veo que se opone abiertamente a lo que dice
la cultura, y lo que me sorprende o me deja atónito es que esto puede ser una sorpresa tanto para la gente en la iglesia como
para la que está fuera de ella, pero me consuela de que no soy la primera persona en articular esta idea un tanto exacerbada –
exasperada, debo decir, de la gente que falla en comprenderlo. Porque vemos eso en la confrontación en el Nuevo
Testamento cuando Jesús tiene la discusión con Nicodemo. 

Recuerda en Juan 3 que se nos dice que hubo un fariseo que vino a – un gobernante de los judíos que se acercó a Jesús por la
noche con todo tipo de adulaciones diciendo: ‘Maestro bueno’, ya sabes, ‘sabemos que tú eres un maestro enviado de Dios,
o no serías capaz de hacer las cosas que haces’. Un juicio sólido allí. Da todos estos cumplidos a Jesús y Jesús se dirige a
este hombre, y le dice directamente: «el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Y continúa: «el que no
nace… del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. Esto es lo que Jesús anuncia abruptamente a este miembro del
Sanedrín, este fariseo, este gobernante de los judíos. 

Ahora, ¿cuál es la respuesta de este fariseo al anuncio de Jesús? Es un teólogo. Cree que esto es lo más ridículo que ha oído,
y le da una respuesta grosera a Jesús: ‘¿Qué quieres decir? ¿Que un hombre que ha crecido completamente tiene que entrar
por segunda vez al vientre materno y nacer?’ Es una maravilla que Jesús no lo haya fulminado cuando dijo eso cínicamente
a nuestro Señor. Y Jesús dijo: «Nicodemo, ¿eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? ¿Nunca has leído el Antiguo
Testamento?» Ven, esto es fundamental porque Jesús no está presentado una nueva idea. Jesús no estaba diciendo que la
gente en el Antiguo Testamento podría ser salva sin ser regenerada, mientras que en el Nuevo Testamento, ahora de repente,
tienes que nacer de nuevo para ser salvo. No, David tuvo que nacer del Espíritu Santo; Abraham tuvo que nacer del Espíritu
Santo. 

Todos los que han sido redimidos tienen que nacer del Espíritu de Dios a fin de escapar de la muerte espiritual y de la carne.
Por lo que la regeneración es un requisito absoluto y una necesidad para la salvación. No puedes ser salvo sin ella.Y siempre
me impresiona cuando escucho a la gente hablar de «cristianos nacidos de nuevo». ¿Has oído esa frase? Quiero decirle a la
gente, «Bueno, ¿titubeas?» ¿Por qué…por qué estamos hablando de cristianos nacidos de nuevo? ¿Qué otro tipo de
cristianos hay? ¿Puedes ser un cristiano no nacido de nuevo, o espiritualmente nacido de nuevo como no cristiano? «No,
nacer de nuevo – si es que nacer de nuevo, según Jesús, es un requisito previo absoluto para incluso ver el reino de Dios, y
más aún para entrar en el reino de Dios, ¿cómo podrías tener a alguien entrando en el reino sin este requisito? 

Bueno, según Jesús no hay cristianos no nacidos de nuevo, es un término sin sentido para Jesús. Y, sin embargo, es un
término llamativo porque la razón por la que la gente lo usa hoy en día es porque tenemos una marca de religión que dice ser
cristiana y que dice: «No tienes que ser regenerado para ser redimido». Eso no es cristianismo. Por lo tanto, en todo caso,
esta es una de las funciones centrales del Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento y en el Antiguo Testamento. Él es el
regenerador. Él es quien crea el nuevo génesis, que nos da a luz espiritual en primer lugar. Pero lo hermoso es que el
Espíritu Santo no sólo nos regenera en el plan de salvación, sino que es el cuidador principal de los cristianos. 

Porque el otro lugar donde vemos tanta atención dada al Espíritu Santo en el Nuevo Testamento es con respecto a nuestra
santificación, ese fin al que estamos siendo moldeados y formados y llevados a la conformidad con la imagen de Cristo, y
creciendo en madurez en Cristo. Este proceso se denomina proceso de santificación. Lo veremos por separado más adelante,
pero, sólo en términos del ministerio del Espíritu Santo, recordemos que, en la aplicación de la redención, está el hecho de
que no sólo el Espíritu nos vivifica a la fe y a la vida espiritual para que seamos justificados, sino que nutre a aquellos a
quienes ha resucitado de la muerte espiritual a lo largo de sus vidas, guiándolos, influyéndolos, trabajando dentro de ellos
para traer transformación real a su carácter, de pecador a santo.

Siempre me he preguntado, por ejemplo, ¿por qué el Espíritu Santo es llamado el Espíritu Santo? Me refiero – Es decir, en
la Biblia el Padre es Santo, el Hijo es el Santo, y sin embargo es el Espíritu quien recibe este título justo con su nombre. No
decimos: ‘Querido Padre Santo, Querido Hijo Santo, Querido Espíritu Santo’, ni ‘En el nombre del Padre Santo, en nombre
del Hijo Santo y en el nombre del Espíritu Santo’. Decimos: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Y, sin
embargo, sabemos claramente que este atributo de santidad pertenece por igual al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Entonces, ¿por qué señalamos al Espíritu para llamarlo santo? Bueno, obviamente no porque sea el único miembro de la
Trinidad que es santo. Pero ¿por qué? Por Su ministerio. Debido a la función concentrada que tiene en el plan de redención.
Es Aquel a quien Dios envía para hacernos santos. Es asunto del Espíritu Santo generar santidad. 

Entonces, vemos que, en etapas, empezando con nuestra regeneración, luego a través de toda nuestra vida en el proceso de
santificación hasta que la santificación alcanza su clímax final, su culminación en el cielo, donde entonces experimentamos
la glorificación. Y eso es logrado por el Espíritu Santo.  Entonces el Espíritu Santo inicia la transformación de nuestro
carácter. Lo nutre durante nuestras vidas. Lo termina al final, al completar nuestra redención en el cielo. 

Entonces, una de las cosas que es fantástico observar acerca del ministerio del Espíritu Santo es lo multifacético que es. Él
está ahí en la creación original. Él es el poder de la recreación. Él está ahí en la entrega original de la vida. Él está ahí en la
vivificación a la vida espiritual. Él está ahí en la santificación. Está ahí en la glorificación. ¿Qué más hace? Lo hemos visto
dar poder a la gente en el Antiguo Testamento. Él es el que inspira la Sagrada Escritura. Es el Espíritu Santo quien tiene la
tarea de inspirar la escritura de la Biblia. Pero no sólo inspira el registro original de la Escritura, sino que también es Aquel
quien la ilumina. ‘Nadie conoce la mente de Dios salvo el Espíritu de Dios’, nos dice Pablo en 1 Corintios. 

Entonces, el Espíritu Santo nos ayuda a entender la Escritura arrojando luz en nuestras mentes oscuras para ayudarnos a ver
lo que hay en el texto. Él es nuestro maestro supremo de la verdad de Dios, como aquel que es el iluminador. Es el que nos
convence de pecado y de justicia. Es nuestro Parakleto, el Ayudante que Cristo prometió dar a su iglesia. En nuestra
próxima sesión exploraremos la importancia de eso.
El Paracleto
En el capítulo 15 del Evangelio de Juan, Jesús tiene una discusión por varios asuntos, pero uno de los puntos centrales que
discute en este discurso es el odio. Eso puede parecernos extraño porque estamos acostumbrados a pensar en la centralidad
del amor en la enseñanza de Jesús y en especial en el Evangelio de Juan. Pero en el capítulo 15 Jesús está hablando del odio
que el mundo tenía por Él. Y como consecuencia de ese odio que el mundo expresó hacia Jesús, Él ahora, en este discurso,
en el aposento alto, está alertando a sus discípulos de lo que pueden esperar del mundo. 

Dice que, si el mundo me odia, obviamente los van a odiar. Y en este discurso, dice en el versículo 18: «Si el mundo os
odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois
del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia”. Y luego continúa hablando de la
persecución, y en medio de ese discurso presenta un tema muy importante, y ese es el tema del Consolador prometido que
enviará para que esté con su pueblo en medio de un mundo hostil. 

Ahora bien, la pregunta que a menudo hago a mis alumnos del seminario y para ver cuán bien versados están en las
Escrituras, les preguntaré a aquellos de ustedes que están escuchando hoy: «¿Quién es el Paracleto?» Vemos esta palabra a
veces en la literatura cristiana, el ‘Paracleto’. ¿Quién es el Paracleto? Esa es la pregunta que hago a mis alumnos del
seminario, y voy a preguntar a la audiencia aquí hoy. ¿Alguien puede decirme quién es el Paracleto? El Espíritu Santo.
Sabía que iba a decir el Espíritu Santo, pero eso está mal. Gracias por participar, Elena. Bueno, no están del todo mal. 
Pero cuando pensamos en este título, Paracleto, casi siempre pensamos inmediatamente en el Espíritu Santo, porque ese es
el título que le damos al Espíritu Santo, pero la pequeña corrección que quiero hacer es esta, que cuando Cristo presenta
al Paracleto, le dice a su pueblo: ‘Te voy a enviar otro Paracleto’. Y así realmente el Espíritu Santo en el Nuevo
Testamento se introduce como otro Paracleto. 
Ahora, obviamente, para que haya otro Paracleto, debe haber al menos un Paracleto anterior a fin de que haya otro. Y
cuando vemos el Nuevo Testamento, entonces la palabra griega ‘parakletos’, que se traduce o que simplemente se
translitera a la palabra española Paracleto, vemos que ese título Paracleto, pertenece en primera instancia no al Espíritu
Santo, sino a Jesús mismo. Es Jesús quien en el Nuevo Testamento es revelado como el Paracleto, y entonces el Espíritu
Santo es el segundo Paracleto u otro Paracleto junto a Jesús. Ahora, estoy dando este pequeño estudio de palabras no sólo
por diversión, sino porque hay un gran significado para esto, en especial en la comprensión del significado de esto, no sólo
como está relacionado con Jesús, sino también en lo que se refiere a la persona y la obra del Espíritu Santo.
Permítanme, antes de seguir, regresar al capítulo 16 – o capítulo 15 de Juan; en el versículo 25 Jesús dice: «Pero han hecho
esto para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: «ME ODIARON SIN CAUSA». Cuando venga el Consolador
[Esa es la traducción que estoy leyendo, otras traducciones leen, «cuando venga el Abogado», y la otra traducción lee,
«cuando venga el Defensor»], a quien yo enviaré del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará
testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio. Estas cosas os he
dicho para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; pero viene la hora cuando cualquiera que os mate
pensará que así rinde un servicio a Dios. Y harán estas cosas porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Pero os he dicho
estas cosas para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo ya os había hablado de ellas”. 

Ahora, una vez más vemos que el escenario de la discusión de Jesús sobre el envío del Consolador, el envío del Espíritu
Santo, está en el contexto del odio y la persecución anticipada. Ahora, históricamente, en la iglesia, esta idea del Paracleto,
en términos del ministerio del Espíritu Santo, se ha asociado con ánimo porque también usamos el título Consolador con
respecto al Espíritu Santo. Y aquí hay un aspecto en el que olvidamos algo significativo en cuanto al ministerio de Dios el
Espíritu Santo. Recuerdo por un momento al filósofo Friedrich Nietzsche que, en el siglo XIX, como saben, declaró la
muerte de Dios. 
Pero Nietzsche fue bastante crítico con el impacto del cristianismo en la civilización occidental. 

Dijo que Dios está muerto. Murió de pena. Y lo que Nietzsche aborrecía fue la ética que consideraba una ética de debilidad
que había sido propagada por la iglesia cristiana en Europa occidental, enfatizando la humildad, la paciencia y la bondad,
cuando dice: «La humanidad verdadera y auténtica se encuentra en el superhombre que expresa el deseo de poder». Y una
persona auténtica es aquella, Nietzsche dijo: «Quien, en el análisis final, es un conquistador». Él no se hunde en esta ética de
debilidad y mansedumbre. Pero más bien abogó por una ética de fuerza, machismo, y todo ese tipo de cosas. Y, de nuevo,
con el ideal que se encuentra en la imagen del conquistador. 

Hay razones por las que Adolfo Hitler repartió copias de los libros de Nietzsche a sus partidarios como regalos de Navidad,
antes de su ascenso al poder en Alemania. Ahora, lo fascinante para mí es que cuando Jesús se refiere al Espíritu Santo
como otro Paracleto, otro Consolador, ese concepto ha sido poco comprendido en nuestra cultura. Cuando pensamos en
alguien que trae consuelo, pensamos en alguien que nos ministra en medio de nuestro dolor, alguien que secará las lágrimas
de nuestros ojos y nos dará consuelo cuando estemos turbados o abatidos. 
Ahora, cuando Jesús llama al Espíritu Santo otro Consolador o Paracleto, eso no es de lo que está hablando. Ahora, para
que no se me malinterprete, permítanme rápidamente agregar que el Nuevo Testamento enseña que Dios es aquel que trae
consuelo a su pueblo. De hecho, el nacimiento de Cristo fue anunciado como la aparición del consuelo de Israel. Por lo
tanto, no quiero sugerir que Dios no está allí o que el Espíritu Santo mismo no viene y nos ministra en medio de nuestro
dolor y en medio de la aflicción. Hace todas estas cosas. Él es quien nos da la paz “que sobrepasa todo entendimiento”. Pero
esa no es la referencia que Jesús está haciendo aquí. 
El término ‘parakletos’, la palabra griega, proviene de la cultura griega, y en primera instancia podemos examinar el griego,
simplemente lo haré con la versión en español, el prefijo ‘para’ significa ‘junto a’. Pensamos en ministerios para-
eclesiásticos, en paralegales, paramédicos, lo que sea. Alguien o algo que es ‘para’ es lo que está junto a otra cosa. Una de
las palabras más famosas que encontramos en la Biblia es la palabra parábola, que proviene del prefijo para y de la raíz
‘boleo’, que significa lanzar, y por lo tanto una parábola es algo que se lanza junto a otra cosa. Cuando Jesús quiere ilustrar
un punto que está indicando, lanzará junto a él esta pequeña historia que lo ilustra. 
Ahora, aquí tenemos la palabra ‘parakletos’, que viene del verbo kaleo, que significa llamar. Así que literalmente la palabra
viene del concepto de alguien que es llamado a venir junto a otra persona. Ahora, la forma en que funcionaba en la cultura
griega era que un parakleto era un abogado familiar, que cada vez que había problemas y que necesitabas a alguien que te
defendiera en medio de una dificultad, llamabas a tu parakleto que normalmente estaba al servicio permanente. Era el
abogado de la familia. Vino a defenderte en medio de las acusaciones que ibas a soportar. Y esa es la idea en el antiguo
mundo griego. El Paracleto es el defensor, el fortalecedor, que está allí para ayudarle en el momento de los problemas. 
Ahora, una de las cosas que siempre me ha asombrado es que la misma palabra griega es utilizada por Juan en sus epístolas,
que usa aquí en su Evangelio, pero los antiguos traductores, cuando llegaban a parakletos, en las cartas de Juan, no la
traducían como consolador o ayudante. Lo tradujeron como abogado. «Si alguno peca”, recuerden que “Abogado tenemos
para con el Padre, a Jesucristo el justo.» Bueno, en griego, es tenemos un parakletos. Tenemos un Paracleto. Y ahí es
donde digo que Cristo es el Paracleto original, pero no pensamos en Él en ese sentido, pero sí entendemos debido a las
traducciones más antiguas que Jesús se llama nuestro Abogado. 
Ahora, ¿qué es un abogado? Un abogado en el idioma español originalmente tenía una referencia específica a un defensor.
Un abogado era alguien que abogaría por el caso de alguien en representación, y esa es la imagen que encontramos en el
Nuevo Testamento con respecto a Jesús. Como he dicho antes, una de las cosas que me sorprende y emociona mi alma es
que Jesús habla de nuestra posición en el trono del juicio de Dios, al final de nuestra vida, donde Cristo mismo será el juez
de los vivos y muertos y Dios ha nombrado a Cristo para ser el juez de la tierra y, sin embargo, también funge como nuestro
abogado. No hay nada mejor que eso. 

Cuando vayamos a juicio, ante Dios Todopoderoso, Cristo estará sentado como juez – en el banquillo como el juez,
entraremos en la sala del tribunal y descubriremos que nuestro abogado defensor es el juez que preside, y eso es realmente
genial cuando tienes eso a tu favor.  Pero en todo caso, Jesucristo es nuestro abogado o nuestro Paracleto que nos defenderá
ante el Padre. Pero no sólo necesitamos una defensa ante el Padre, necesitamos una defensa ante un mundo hostil, y Jesús en
medio de esta discusión sobre el odio y de persecución y de aflicción, pero cuando dice ante sus discípulos: “cuando os
lleven…ante los gobernantes”, “no os preocupéis de cómo o de qué hablaréis” en ese momento. Se os enseñará en esa hora.
¿Por qué? Porque te enviaré otro abogado. Te enviaré tu Paracleto, tu abogado de la familia que está ahí al servicio
permanente. Te enviaré el Espíritu Santo. 
Bueno, obviamente, se puede ver la diferencia entre una obra en la que el Espíritu Santo está a nuestro lado para animarnos,
para defendernos, y para fortalecernos en el fragor de la batalla; la diferencia entre esa imagen y la imagen del Espíritu
Santo que viene a nosotros después de la batalla cuando estamos allí quebrantados y destrozados y estamos todos golpeados
y el viene y nos consuela; es una imagen completamente diferente. La imagen del consolador no es la imagen de alguien que
viene a secar nuestras lágrimas después de la batalla, sino que viene a darnos fuerza y coraje para la batalla. 

Ahora, ¿por qué, entonces, se le llama el consolador? Bueno, de nuevo, este es uno de estos pequeños fallos del desarrollo
del lenguaje. El lenguaje experimenta pequeños cambios en el progreso y la evolución a medida que pasa el tiempo.
Tomamos esa palabra de o consolador y nos remontamos a la era Isabelina y vemos que en ese momento de la historia
inglesa la palabra consolador estaba mucho más estrechamente relacionada con sus raíces latinas de lo que hoy en día es el
uso actual. La palabra consolar o alentar, viene de dos palabras latinas, ‘cum’, que significa ‘con’, cum forte, con forte. 
Ahora, ¿qué es «forte» dónde ves esa palabra? Si alguna vez has tocado música, o tocado el piano, recuerdas que el nombre
del instrumento ‘piano’, ya es un nombre abreviado para ese instrumento que originalmente se llamaba pianoforte. ¿Por
qué? Porque en la tecnología de la construcción de instrumentos musicales lo que difería – lo que hizo que el piano difiera
del clavicordio era que tenía una dinámica en el instrumento por el que se podía ajustar el volumen que el instrumento
tocaba. Cuando tocan la tecla suavemente; es suave. La tocan duro, demostrablemente, entonces se pone fuerte. ¿De
acuerdo? 
Entonces, si leen música verán las instrucciones para tocar una pieza instrumental, es posible que vean una pequeña ‘p’ por
la parte o en la barra de música y eso indica que es para ser tocado suave. Ustedes pueden ver doble ‘p’, lo que significa
muy suave, o pueden ver una ‘f’ que significa que lo tocan fuerte o más fuerte, y tienen una doble ‘f’ y estarán dándole duro
a las teclas en ese momento. Entonces, el pianoforte significa suave y alto o suave y fuerte, y puedo decirles, «¿Cuál es tu
fuerte?» Lo que significa, cuál es tu fortaleza, cuál es tu punto fuerte. Ahora, eso es lo que en el significado original de este
término la palabra consuelo significaba literalmente ‘con fuerza’, no consuelo. 

Entonces, el punto es que la razón por la que el texto antiguo llamado el parakleto, el consolador, fue Jesús, cuando dijo:
‘Cuando se enfrenten a toda la adversidad de esta hostilidad y odio de este mundo, no se desanimen, porque voy a enviar
uno para estar en tu presencia, y vendrá a ti con fuerza’. Y esa es la obra principal del Espíritu Santo aquí, venir a fortalecer
al pueblo de Dios para ser valiente en medio de la tribulación temerosa. Creo, por ejemplo, en la declaración de Pablo de
que en Cristo somos más que vencedores, el hupernikon es el griego allí. Eso es súper, de hecho en latín es supervincemus.
Somos súper vencedores. Pienso en Nietzsche cuando leo eso, y dije, «Nietzsche, ¿quieres vencedores?, bien, te daremos
vencedores, los vencedores que son preparados por Dios el Espíritu Santo, que fortalece a su pueblo, y una de las formas
clave en que nos fortalece para la confrontación con el mundo es con la verdad. 
Como vemos en este mismo discurso Jesús dice: «Os enviaré al Consolador, el Paracleto, que es “el Espíritu de que
procede del Padre». Y más tarde, dice en el versículo 12 del capítulo 16: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no las
podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad venga, os guiará a toda verdad, porque no hablará por su propia
cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y
os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que Él toma de lo mío y os lo hará saber». Entonces, de
nuevo, vemos que el ministerio del Espíritu Santo es aplicar la obra de Cristo a su pueblo, y lo hace santificándonos,
revelando la verdad de Dios a nosotros, y viniendo a nosotros con fuerza. Creo que este discurso es un discurso
extremadamente importante en el Nuevo Testamento, Juan capítulo 14, 15, 16 y 17, que llamamos el discurso del Aposento
Alto. 
Esta es la última sesión de enseñanza que Jesús tiene con sus discípulos en la noche en que ha de ser traicionado, en la
víspera de su ejecución. Y también es significativo, amados, que en estos cuatro capítulos que Juan nos da, obtenemos más
información sobre la persona y la obra de Dios el Espíritu Santo que en el resto del Nuevo Testamento combinado. Esta es
una sección increíblemente importante de la Escritura para instruirnos sobre el carácter del Espíritu Santo y de la misión del
Espíritu Santo, y llega en un momento en que Jesús está preparando a sus discípulos para su inminente partida, y los está
ministrando en medio de su temor: ‘Sin embargo, un poco de tiempo y me voy. No estaré más con ustedes, pero no los voy a
dejar sin consuelo; es decir, no voy a dejarlos sin fuerza’. Habían sido fortalecidos por su presencia; habían sido alentados
por su presencia, como se pueden imaginar. 

Pero ahora su líder va a ser apartado de ellos, y Él dijo: «Está bien, porque cuando me vaya les enviaré otro fortalecedor,
otro Paracleto que estará con ustedes para decir la verdad por ustedes y Él los animará, Él los defenderá, y los hará ser
fieles a mí en medio de los problemas. 
Y lo hizo justo en el Día de Pentecostés, cuando envió el Espíritu Santo a su iglesia, a su pueblo, para darles poder, para
alentarlos, y cuando llegó la persecución, la Iglesia de Cristo floreció en la antigüedad, porque estas eran personas que eran
conscientes de la fuerza que Cristo les había dado para enfrentarse a un mundo hostil.
El bautismo del Espíritu Santo
Estamos viviendo en un tiempo en la historia cristiana que es extremadamente inusual, al menos en este sentido; ha habido
más libros escritos sobre la persona y obra de Dios Espíritu Santo, en los últimos 50 años, que en todo el resto de la historia
cristiana combinada. Y eso inmediatamente plantea la pregunta ¿por qué?, ¿por qué de repente este tremendo flujo de
literatura sobre la persona y obra del Espíritu Santo? Bueno, la respuesta es obvia. Es debido al impacto, en el mundo, del
llamado movimiento carismático que realmente tuvo sus raíces en el siglo XIX, pero que llegó a las llamadas
denominaciones principales a mediados del siglo XX. 

Ahora, hay una historia inusual detrás del llamado ministerio carismático (o movimiento), y esa historia tiene que ver con
las raíces originales del pentecostalismo y su doctrina y enseñanza sobre el concepto del bautismo del Espíritu Santo. Creo
que todos hemos oído a la gente referirse al bautismo del Espíritu Santo y suelen decir: ‘me convertí en cristiano en tal y tal
fecha; fui bautizado en el Espíritu en otra fecha y así sucesivamente. O pueden preguntarte: «¿Has sido bautizado en el
Espíritu Santo?» Y también, en especial la forma en que ese concepto del bautismo del Espíritu Santo se ha relacionado tan
estrechamente con el fenómeno de hablar en lenguas, que es glosolalia o el hablar en lenguas. 

Ahora, en la teología pentecostal original, el concepto del bautismo del Espíritu Santo y el hablar en lenguas estaba
vinculado a una doctrina de santificación, una especie de perfeccionismo que se expresaba en términos de ‘la segunda
bendición’, o ‘la segunda obra de gracia’. Y la idea era que la primera obra de gracia está en la conversión, pero más allá de
ser convertido a Cristo a través del poder y la presencia del Espíritu Santo, y todos reconocieron que la obra de regenerar el
alma era, sin duda, la obra de Dios el Espíritu Santo, pero hubo una segunda operación del Espíritu Santo que fue
igualmente dramática, igualmente instantánea y completa, llamada la segunda obra de gracia por la cual una persona podría
tener una santificación total en esta vida, con lo que una persona sería perfeccionada con respecto a su obediencia espiritual
y rectitud, y entonces, el movimiento se llamaba perfeccionismo. 

Ahora, estoy pintando con una tiza ancha aquí porque había muchos representantes diferentes de ese movimiento y de esa
teología y no todo el mundo creía exactamente lo mismo. Había distintos grados y distintos tipos de perfeccionismo que se
propugnaban. Pero el punto es este, originalmente la idea del bautismo del Espíritu Santo era que estaba relacionado con
este derramamiento de Dios el Espíritu Santo en el alma y cuya función era perfeccionar o santificar a la persona, y la señal
de haber recibido ese bautismo del Espíritu Santo era el hablar en lenguas. Ahora, en el impacto más amplio del movimiento
carismático, donde toda la experiencia de hablar en lengua y el concepto del bautismo del Espíritu Santo cruzó los límites
denominacionales, y empezó a ser de impacto en la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Luterana, la Iglesia Episcopal, la
Iglesia Presbiteriana, prácticamente todas las denominaciones; allí, se puso mucha atención a esta idea en un intento de
integrar la teología del bautismo del Espíritu Santo con el cristianismo histórico. 

Y entonces, ahora tenemos lo que se llama la teología neo-pentecostal. El prefijo ‘neo’ la distingue de la antigua teología
pentecostal, y la principal diferencia es esta, que ahora en el movimiento carismático, más amplio, la idea del bautismo del
Espíritu Santo ya no se ve como una segunda obra de gracia con fines de santificación, sino más bien se ve – y en este
sentido creo en un sentido mucho más bíblico – es visto como una obra de gracia, como una operación divina del Espíritu
diseñada para dar dones a las personas o capacitar a las personas para el ministerio. Y en ese sentido, creo que, como dije,
encaja mucho más estrechamente con el concepto del Nuevo Testamento de la función del Espíritu en el bautismo del
Espíritu Santo. 

Pero lo que ha surgido de la teología neo-pentecostal, de nuevo, todavía no es un acuerdo monolítico entre todas las partes.
Hay muchas personas hoy en día que todavía creen que la señal indispensable de recibir el bautismo del Espíritu Santo es
hablar en lenguas. 

Y si no has hablado en lenguas, simplemente no has recibido el bautismo. Pero hay otros que creen que hablar en lenguas
puede o no acompañar la experiencia del bautismo del Espíritu Santo de tal modo que ellos no insisten en que la presencia
de hablar en lenguas esté allí como evidencia para el concepto del bautismo. 

Sin embargo, lo que es prácticamente monolítico es la idea de que para el cristiano promedio hay una brecha de tiempo, no
necesariamente cada vez, sino en su mayor parte, hay una brecha de tiempo entre la conversión a Cristo y la recepción del
bautismo del Espíritu Santo, lo que significa que tú puedes ser un cristiano, un verdadero cristiano, y no tener el bautismo
del Espíritu Santo. También significa que hay algunos cristianos que son bautizados en el Espíritu Santo y otros cristianos
que no son bautizados en el Espíritu Santo. La idea es que todo cristiano tiene la posibilidad de ser bautizado en el Espíritu
Santo, pero no todos hasta ahora han sido bautizados por el Espíritu Santo. Así que, en cierto sentido, tienes los que ‘tienen’
y los que ‘no tienen’ dentro del cuerpo de Cristo. 
Ahora, la justificación bíblica para esta idea de una brecha temporal entre la conversión y el bautismo en el Espíritu y entre
la idea de que algunos cristianos hayan sido bautizados y otros no hayan sido bautizados en el Espíritu son las partes
narrativas del libro de Hechos, principalmente lo que leemos en el libro de Hechos en el capítulo 2 con respecto al día de
Pentecostés. Y es debido al vínculo entre lo que está experimentando la gente hoy en día, al hablar en lenguas y todo eso, y
la narrativa bíblica sobre lo que ocurrió en el día de Pentecostés, que esta teología ha surgido. Así que tomemos unos
momentos para ver el registro bíblico. 

En el capítulo 2 de Hechos que inicia en el primer versículo leemos esto: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos
juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la
casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de
ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les deba habilidad
para expresarse». Y luego, al leer el texto de esas personas de las distintas provincias que estaban allí y hablando en lenguas
y todo lo demás; en el versículo 12 leemos: «Todos estaban asombrados y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere
decir esto?» 

Entonces, de nuevo, Lucas incluye en su narrativa allí en el capítulo 2 esto – no sólo la descripción de lo que sucedió, sino la
pregunta de, ¿cuál es el significado de lo que ha sucedido aquí?  Así que veamos lo que dice. «Pero otros se burlaban y
decían: Están borrachos. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les declaró: Varones judíos y todos
los que vivís en Jerusalén, sea esto de vuestro conocimiento y prestad atención a mis palabras, porque estos no están
borrachos como vosotros suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del
profeta Joel”. 

Y ahora cita de la profecía de Joel. «Y SUCEDERÁ EN LOS ÚLTIMOS DÍAS —DICE DIOS—QUE DERRAMARÉ DE
MI ESPÍRITU SOBRE TODA CARNE; Y VUESTROS HIJOS Y VUESTRAS HIJAS PROFETIZARÁN, VUESTROS
JÓVENES VERÁN VISIONES, Y VUESTROS ANCIANOS SOÑARÁN SUEÑOS; Y AUN SOBRE MIS SIERVOS Y
SOBRE MIS SIERVAS DERRAMARÉ DE MI ESPÍRITU EN ESOS DÍAS», etc. Ahora, es extremadamente importante
para nosotros entender que cuando este evento sucedió, había todo tipo de señales visibles, y, obviamente, el hablar en
lenguas no era una señal visible, era una señal audible. Pero había también el sonido del viento poderoso soplando. Hubo la
aparición de las columnas de fuego que bajan del cielo, lo que, obviamente, no acontece en el mismo tipo de experiencias
hoy en día. 

Pero cuando Pedro interpreta el significado de estas acciones en el Día de Pentecostés, él le señala al pueblo la profecía del
Antiguo Testamento de Joel, donde Joel predicaba sobre la futura venida del Reino de Dios, en la que cuando ese reino
viniera, Dios iba a derramar su Espíritu Santo sobre toda carne. Y, si lo recuerdan, cuando vimos la función del Espíritu
Santo en el Antiguo Testamento, donde vimos la ‘charismata’, los dones del Espíritu Santo, siendo restringidos sólo para
ciertas personas, como Moisés o los jueces o los profetas, y hablamos de lo que sucedió en Números 11 cuando Jetro
reprendió a Moisés por asumir toda la responsabilidad y la carga del ministerio sobre sus hombros, y él dijo: «No está bien
lo que haces». Y Dios le dijo a Moisés que iba a bajar y tomar del Espíritu Santo que estaba sobre él y distribuirlo a 70
ancianos de la comunidad. Y cuando hizo eso y el Espíritu cayó sobre los 70 ancianos, ellos empezaron a profetizar. 
Ahora, dos de ellos, Eldad y Medad no estaban presentes allí en ese lugar y Josué vio esto y se molestó y vino a Moisés y le
dijo:  «Moisés, “Eldad y Medad están profetizando en el campamento”. “Detenlos». Debido a que Josué se había
acostumbrado a pensar que sólo Moisés había sido ungido para el ministerio, y ahora aquí están esos otros compañeros
dando señales externas de haber sido investidos y capacitados por el Espíritu Santo, y él pensó que era una especie de grupo
rebelde inconformista de profetas autonominados, porque Josué no estaba allí cuando Moisés recibió las instrucciones. 

La clave es que cuando Moisés escuchó la queja de Josué, le dijo: Josué, “¿Tienes celos por causa mía?» Dijo: «Ojalá todo
el pueblo del SEÑOR fuera profeta, que el SEÑOR pusiera su Espíritu sobre ellos». Así que lo que Moisés está diciendo es:
«No deberías estar celoso de lo que está pasando aquí, porque Dios ahora ha ampliado la distribución del poder de unción
del Espíritu Santo». ‘Sólo deseo’, dijo Moisés, ‘que fuera mayor’. ‘Deseo que dé Su Espíritu a toda la gente de la
comunidad, no sólo a 70 de ellos’. Y esa fue la súplica de Moisés; esa fue su oración. No fue una profecía. 

Pero para cuando llegamos a Joel, la oración de Moisés se convierte en una profecía, y Joel estaba diciendo que llegará el
momento en que Dios derramará su Espíritu sobre todo el pueblo de Dios, no sólo sobre algunos de ellos.  Así que no habría
ningún este ‘tiene’ y este ‘no tiene’. Ahora, me llama mucho la atención que cuando este evento es registrado en el libro de
Hechos, que Pedro lo vea como el cumplimiento de Joel. Y, lo cual sería completamente contrario a la idea de que Dios
estaba dando ahora su Espíritu Santo a algunos de los creyentes y no a todos los creyentes en la experiencia de Pentecostés. 

Ahora, hay algunas otras cosas que tenemos que notar, y considerar cuidadosamente lo que se está registrando en el libro de
Hechos. La primera es que cuando leemos el capítulo 2, vemos un par de cosas que son importantes notar, primero que las
personas que se reunieron allí, en esta ocasión, eran creyentes judíos de todas las distintas provincias. Estos creyentes judíos
se reunieron ahora para celebrar la fiesta del Antiguo Testamento, Pentecostés. Y mientras los creyentes judíos estaban
reunidos por este motivo, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y es instructivo para nosotros notar que cuando el Espíritu cayó
sobre los creyentes judíos, cayó sobre todos ellos. Cada uno de esos creyentes judíos, que estaban reunidos en Pentecostés,
recibió este derramamiento del Espíritu Santo, no vino sólo a una parte de ellos. Llegó a todos ellos. 

Ahora, habían sido creyentes antes de haber estado experimentando este bautismo, si se quiere, del Espíritu Santo, debido a
este período en la historia redentora. Pentecostés marca un nuevo incidente en el plan de redención de Dios; así que
obviamente, había personas que habían sido creyentes antes de recibir esta investidura o dotación de Dios el Espíritu Santo.
Pero luego vemos, espera un minuto; vemos otros tres episodios en el libro de Hechos que son lo que yo llamo ‘mini-
Pentecostés’. Si lees en el capítulo 7 del libro de Hechos, leemos de la entrega del Espíritu Santo a los creyentes
samaritanos. 

En el capítulo 7 – perdón – capítulo 8 versículo 14. «Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria
había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran
el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos”.  Así que aquí se ve por qué la gente dice que
hay una brecha de tiempo entre la conversión y la recepción del Espíritu, porque sin duda fue el caso de los creyentes
samaritanos, que habían recibido a Jesús, creían en Jesús, pero aún no habían recibido el Espíritu Santo, «pues todavía no
había descendido sobre ninguno de ellos; solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían
las manos, y recibían el Espíritu Santo». Entonces, ahora los samaritanos tienen un Pentecostés, y todos los samaritanos
creyentes reciben el Espíritu Santo. 

Luego vas al capítulo 10 de Hechos, al relato de lo que sucede en la casa de Cornelio, con Pedro, versículo 44, «Mientras
Pedro todavía hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje. Y todos los
creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu
Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios”. ¿Entiendes lo que
está pasando aquí? Pedro está visitando a Cornelio, quien es identificado en el Nuevo Testamento como un temeroso de
Dios. Es un gentil creyente del judaísmo. Aquellos gentiles que se convirtieron al judaísmo pero que permanecieron
incircuncisos fueron llamados temerosos de Dios. Y Pedro ahora está en la casa de Cornelio y el Espíritu Santo cae sobre
estos gentiles temerosos de Dios. 

Ahora, y Pedro dijo: «¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo
lo mismo que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedara con
ellos unos días». Ahora, los comentarios de Pedro, en respuesta al asombro del contingente judío cuando vieron al Espíritu
Santo caer sobre los gentiles, por amor de Dios. Pedro dice, «¿Qué quiere decir esto?» El significado es que tenemos que
bautizar a estas personas. Tenemos que injertarlos en la Iglesia del Nuevo Testamento. Deben ser miembros plenos de la
nueva comunidad del pacto, porque Dios les ha dado lo mismo que nos dio a nosotros’. 

Ahora, de nuevo, más adelante en Hechos 19 tenemos el mismo tipo de cosas que sucede con los cristianos de Éfeso, lo cual
también, luego, reciben el Espíritu Santo igual que leemos en esas otras experiencias. Para que lo que tenemos sean cuatro
relatos de derramamientos pentecostales del Espíritu Santo en el libro de Hechos. Ahora, dos cosas que quiero que vean, son
estas: número uno, que todas las personas que estuvieron presentes como creyentes en estos episodios recibieron el Espíritu
Santo; eso es significativo. Número dos, que el registro que tenemos aquí describe cuatro grupos distintos de personas que
encontramos en el Nuevo Testamento. Y estos son: en primer lugar, los judíos; en segundo lugar, los samaritanos; tercer
lugar, los temerosos de Dios; y cuarto, los gentiles, los efesios. 

Ahora, si leemos atentamente Hechos, el libro de Hechos y las epístolas del apóstol Pablo, vemos que una de las mayores
controversias en los años de inicio de la iglesia cristiana era la pregunta: «¿Dónde encajan los gentiles en el cuerpo de
Cristo?» Los gentiles eran extranjeros a la comunidad de Israel. Eran extraños al pacto del Antiguo Testamento. Había una
membresía parcial otorgada a los temerosos de Dios, absolutamente ninguna membresía a los samaritanos, y los gentiles
eran considerados fuera del campamento. Entonces, ahora que el Evangelio se predica a estos grupos, el problema era, ¿qué
hacemos con los samaritanos que se convierten en creyentes?, ¿qué hacemos con los temerosos de Dios que se convierten en
creyentes?, ¿qué hacemos con los gentiles que se convierten en creyentes? ¿Deben tener plena membresía en el cuerpo de
Cristo, o no?

Ahora, me llama la atención que, si nos fijamos en la estructura literaria y el progreso del bosquejo del libro de Hechos,
veremos que lo que Lucas hace en su narrativa es que traza la expansión de la iglesia apostólica de Jerusalén a Judea, a
Samaria, hasta los confines de la tierra. Así como Cristo da la gran comisión, donde manda a sus discípulos a que
permanezcan primero en Jerusalén hasta que el Espíritu Santo venga sobre ellos en el poder, entonces deben llegar a Judea,
a Samaria, hasta los confines de la tierra. Y así es como el libro se desarrolla. Y a medida que se alcanza cada elemento, se
toca cada segmento, los samaritanos, los temerosos de Dios, los gentiles, Dios verifica su inclusión con privilegios
completos y la membresía a la iglesia del Nuevo Testamento dándoles el Espíritu Santo. 
Mi problema con la teología pentecostal es que, en mi opinión, tiene una opinión demasiado pobre de Pentecostés. El
significado que el Nuevo Testamento le da a Pentecostés es que esta es el derramamiento del Espíritu Santo a toda la iglesia,
lo cual es incluir a todo creyente en la iglesia. Como dice Pablo en la literatura didáctica: «¿No fuimos todos bautizados en
un solo Espíritu?» Entonces, la doctrina bíblica no tiene lugar, en mi juicio, para una definición de cristianos que tienen el
bautismo del Espíritu Santo y cristianos que no lo tienen. Ahora, viene con la conversión. No es lo mismo que la conversión,
pero el principio es que todos los cristianos reciben el bautismo del Espíritu Santo. Analizaremos esto más completamente
cuando veamos los dones del Espíritu Santo, que son parte integral de la preocupación del siglo XX.

Los dones del Espíritu

En nuestro primer segmento de nuestro estudio de la persona y obra del Espíritu Santo, mencioné que ha habido más libros
escritos, en los últimos 50 años, respecto al Espíritu Santo, de los que se han escrito en toda la historia de la iglesia cristiana
hasta ese momento. Y en su mayoría la razón de esa plétora de publicaciones ha sido el impacto del movimiento
carismático, y gran parte de la preocupación que se investiga en estos libros tiene que ver con el concepto del bautismo del
Espíritu Santo tal como lo vimos brevemente. Pero más significativo y más fundamental ha sido todo el tema del hablar en
lenguas, y se añade a ese tema el amplio asunto de los dones del Espíritu a medida que son mencionados en el Nuevo
Testamento. 

Y cada vez que llegamos al tema de hablar en lenguas, por ejemplo, hay una serie de preguntas relacionadas que hacen que
una posición dogmática sea difícil de alcanzar con respecto a la comprensión de estas cosas. Preguntas como esta, por
ejemplo: ¿Es la glosolalia, o el hablar en lenguas, que se registra en el libro de Hechos, describiendo los acontecimientos del
día de Pentecostés, lo mismo que Pablo habla en su carta a 1 Corintios? ¿El hablar en lenguas en la iglesia de Corinto es lo
mismo que sucedió en Pentecostés? La suposición tácita que la mayoría de gente hace es que son una cosa y lo mismo, pero
algunos estudiosos al investigar esto han indicado que tal vez, al menos en Pentecostés, el milagro no fue tanto en el hablar
como lo fue en el escuchar. Es decir, que fue un milagro de traducción. 

Esas personas de diferentes trasfondos y regiones y formas de hablar fueron capaces de entender las declaraciones dadas por
los judíos reunidos allí. Y la Escritura simplemente no es explícita con respecto a esa pregunta, por lo que sigue siendo un
tema de especulación. La segunda pregunta que se asocia con las lenguas, particularmente, es que, si este fenómeno, que
ocurrió en el siglo I, fue diseñado por Dios para continuar a lo largo de la historia cristiana, y uno de los problemas que
encontramos hasta ese momento es la evidencia extremadamente escasa de cualquier continuidad de la manifestación de
lenguas desde el siglo I hasta el siglo XX. Si vemos los anales de la historia de la iglesia encontramos un silencio profundo
con respecto a este asunto. 

Entonces, algunos han argumentado que esto tiene importancia escatológica tras la idea de las lluvias tempranas y las lluvias
tardías, que las lluvias tempranas del Espíritu Santo fueron indicadas por el derramamiento del Espíritu en el siglo I y ahora
este nuevo avivamiento del hablar en lenguas es un indicativo de las lluvias tardías como presagio de los últimos momentos
de la historia redentora antes del regreso de Cristo. Esa es otra pregunta asociada con las lenguas. Tal vez una pregunta aún
más significativa con respecto a las lenguas es la pregunta: el hablar en lenguas que se indica que ocurrió en la comunidad
corintia ¿fue milagrosa en la entrega de poder, y si lo fue, el hablar en lenguas que se reporta hoy es igualmente milagroso?
Y, otra vez, esa es una pregunta más relacionada. 

Pero la pregunta más grande, por supuesto, a la que se enfrenta la gente es, ¿el hablar en lenguas que escuchamos hoy es lo
mismo que sucedió en la iglesia de Corinto?  ¿O es una habilidad natural que la gente tiene de hablar sin que se les entienda
bajo la influencia del Espíritu Santo? Y de nuevo, ese debate continúa. Y más allá de eso, como ya he mencionado, ¿este
tema de hablar en lenguas es un indicador necesario de que uno está siendo bautizado en el Espíritu Santo? Bueno,
volvamos nuestra atención a lo que el Nuevo Testamento dice sobre estos asuntos. Así como la reflexión más extensa de la
persona y obra del Espíritu Santo que tenemos en general la tenemos en el Discurso del Aposento Alto registrado en el
Evangelio de Juan, capítulos 14, 15, 16 y 17; así el debate más largo que tenemos de los dones del Espíritu podemos
encontrarlo en la primera carta de Pablo a los Corintios en los capítulos 12, 13 y 14. 

Menciono esto sólo para señalar, de paso, que uno de los capítulos más populares en toda la Biblia es 1 Corintios 13, al cual
llamamos el «capítulo del amor», pero tenemos que entender que el contexto del discurso de Pablo sobre la supremacía del
amor está en el mismo medio de su análisis sobre el papel de los dones espirituales. Observe cómo 1 Corintios 13 inicia: «Si
yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor», y todo lo demás. Entonces, es parte de este discurso más
amplio que empieza en el capítulo 12 donde Pablo, en el capítulo 12 de 1 Corintios versículo 1 empieza diciendo estas
palabras: «En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes». Esa es la primera expresión
apostólica aquí, es que su deseo de que el pueblo de Dios sea conocedor de estas cosas y no esté actuando y comportándose
con los dones del Espíritu de tal manera que demuestre ignorancia. 
Obviamente, cuando leemos 1 Corintios sabemos que la iglesia de Corinto era una de las iglesias más cargadas de
problemas que Pablo trató en su ministerio. Hubo todo tipo de disputas internas y formas de mal comportamiento que
provocó al menos dos cartas apostólicas que llegaron en gran parte como reproche y amonestación para corregir a la gente
de los abusos de los dones que habían recibido. Y también es interesante para mí que si vas a finales del siglo I y lees la
carta de Clemente a la comunidad corintia, Clemente siendo el obispo de Roma a principios de siglo, él está frustrado
porque estos problemas continúan en la comunidad corintia. Y en su carta recuerda a los corintios la instrucción apostólica
original que habían recibido de Pablo. Pero Pablo dice que espera, que desea que el pueblo no sea ignorante. Él dijo, «Sabéis
que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie
hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor excepto por el Espíritu
Santo.» 

Aquí está su primera porción de instrucción de los dones: «…hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay
diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidades de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace
todas las cosas en todos. Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues a uno le es dada
palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo
Espíritu; a otro, dones de sanidad por el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discerniendo de
espíritus; a otro, diversas clases de lenguas, y a otro, interpretación de lenguas». 

Ahora, dudo en este punto y digamos que no hay razón para creer que cuando el Apóstol enumera estos diferentes tipos
específicos de dones del Espíritu, que la lista que él nos proporciona es exhaustiva. A lo que él quiere llegar aquí es que hay
numerosos dones que el Espíritu da a la gente de Dios, y que existe esta diversidad. Entonces lo primero que aprendemos
sobre los dones del Espíritu Santo es que son diversos. Hay muchos y variados y distintos tipos de dones que el Espíritu da a
su pueblo. Y también Pablo nos instruye que el propósito de los dones del Espíritu es la edificación de todo el cuerpo. Una
vez más, en el contexto de esta discusión de dones espirituales Pablo nos da una vasta visión de la naturaleza misma de la
iglesia que Cristo ha establecido. Que Él ha creado una iglesia; ha dotado a su iglesia con estos dones del Espíritu Santo a
fin de edificar y fortalecer todo el cuerpo. 

Ahora, sigue en el versículo 12, «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del
cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos
bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu”.
Esto es parte de la información didáctica sobre el bautismo del Espíritu Santo que mencioné anteriormente, que el tema que
Pablo está dando aquí es que todos los miembros de la iglesia de Dios, tanto judíos como gentiles, les ha sido dado poder
por el Espíritu Santo para el ministerio. 

También podría añadir que este texto es parte de las raíces del principio reformado que fue muy importante para Martín
Lutero en el sacerdocio de todos los creyentes. Ese es un concepto que a menudo ha sido malinterpretado. Mucha gente
piensa que Lutero trató de deshacerse del clero. Ese no es el caso en absoluto. Lo que estaba diciendo era que a pesar de que
hay quienes están en el cargo de pastor o diácono o anciano o los otros oficios que se mencionan en el Nuevo Testamento,
sin embargo, lo que Lutero estaba diciendo es que el ministerio de la iglesia de Cristo no debe limitarse a un puñado de
profesionales. Pero todo el cuerpo ha sido equipado por Dios Espíritu Santo para participar en la misión de la iglesia. 

Entonces no es insignificante, a mi juicio, que cuando Pablo discute los dones del Espíritu, lo hace en el contexto de la
iglesia y sigue la metáfora de la iglesia como el cuerpo de Cristo, porque la iglesia es un organismo que está organizado y
tiene diversas partes al igual que el cuerpo humano tiene diversas partes. Y Pablo elabora el punto más adelante en este
discurso cuando dice que cada porción del cuerpo de Cristo tiene una tarea específica que desempeñar y una habilidad que
se ha dado a fin de cumplir con toda la misión de la iglesia, del mismo modo que las partes individuales del cuerpo humano
tienen funciones específicas que cumplir para el bienestar de todo el cuerpo. 

En el versículo 15 dice – o versículo 14, «Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: Porque no
soy mano, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Y si el oído dijera: Porque no soy ojo, no soy
parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído?” Ahora, aquí Pablo
está usando una vieja forma argumentativa llamada el argumento reductio ad absurdum donde lleva el razonamiento de la
gente a su conclusión lógica y muestra que los resultados son absurdos. Y de nuevo, se dirige a estas personas que quieren
hacer del don de las lenguas lo máximo y supremo, la prueba última de espiritualidad en la vida de la iglesia. Eso era lo que
estaba pasando allí en Corinto. 
Y Pablo está diciendo, ‘Si quieres hacer de las lenguas el único don significativo, eso sería como decir que todo el cuerpo
debería ser un ojo. Y eso nos haría muy agudos en nuestra visión, pero al mismo tiempo, seríamos sordos y mudos.
Entonces, Pablo está tratando de mostrar la locura de ese tipo de pensamiento. «Si todo fuera oído, ¿qué sería del olfato?
Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó”. Y luego continúa en el versículo
27: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él. Y en la iglesia, Dios ha
designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones
de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas». 

Ahora, es significativo que las lenguas se mencionen al final de una lista que empieza con los apóstoles siendo mencionados
primero, porque sabemos que el oficio apostólico en el Nuevo Testamento es el oficio principal o mayor y la función de
autoridad.  Y entonces, luego él pregunta retóricamente, «¿Son todos apóstoles?» Y la única respuesta que se puede dar de
acuerdo con la estructura del griego aquí es, ‘no’. «¿Son todos profetas?» Y la respuesta debe ser ‘no’. «¿Son todos
maestros?» La respuesta otra vez debe ser, ‘no’. «¿Son todos obradores de milagros?» Una vez más, la respuesta
gramaticalmente debe ser, ‘no’. «¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos en lenguas?» Y la estructura del griego
aquí cuando se da una pregunta retórica, en esta forma, te dice cuál debe ser la respuesta a la pregunta retórica. Y cuando
dice, «¿hablan todos en lenguas?» La respuesta es, ‘no’. 

Así que lo primero que tenemos es la enseñanza apostólica de que no todos en el cuerpo de Cristo han sido dotados de
lenguas, aunque Pablo más tarde expresa su deseo apostólico, de nuevo, a modo de argumento ad hominem, él dice: ‘Deseo
que todo el mundo hable en lenguas’, pero eso es contrario a su declaración, por supuesto, de que no todo el mundo habla en
lenguas, o incluso debe hablar en lenguas. Pero, él dice: “desead ardientemente los mejores dones. Y aun yo os muestro un
camino más excelente”. 
Ahora escucha esas palabras, «…desead ardientemente los mejores dones. Y aun yo os muestro un camino más excelente.»
Esas son las palabras que preceden inmediatamente a la declaración: «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no
tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe». Donde el apóstol está dejando muy claro que el
don del amor es mucho más importante para el pueblo de Dios que estos dones más espectaculares. En el versículo 8 del
capítulo 13, «El amor nunca deja de ser; pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay
conocimiento, se acabará», y así sucesivamente. Y luego, en el capítulo 14, obtenemos el quid de su instrucción, capítulo 14:
“Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis». 

Ahora hay que dar una explicación aquí. De nuevo, la pregunta es ¿qué quiere decir el Apóstol con don de profecía. Y está
animando a la gente a profetizar. ¿Está usando el término profecía en el sentido específico de ser un agente de revelación,
como lo fueron los profetas del Antiguo Testamento, o lo fueron los apóstoles del Nuevo Testamento? No lo creo, y la gran
mayoría de los comentarios del Nuevo Testamento, creo, estarían de acuerdo aquí en que cuando Pablo está alentando a la
gente a profetizar, se refiere a poder articular y comunicar verbalmente la verdad de Dios, que cuando el predicador predica,
cuando el cristiano individual da testimonio de su fe comunicando la fe, esa es una acción profética, no en el sentido de
hablar como autor de las Escrituras, o dar nueva revelación a la comunidad de Dios como lo hicieron los profetas del
Antiguo Testamento. O incluso tiene una referencia primaria a las predicciones futuras. Hacemos la distinción sobre el don
profético, incluso en el Antiguo Testamento entre la predicción y la profecía, y el énfasis principal no está en la predicción
futura, sino en hablar de la verdad de Dios. Y creo que esto es lo que Pablo está alentando a la gente a ser capaz de hacer. 

En el versículo 2 dice: «Porque el que habla en lengua no habla a los hombres, sino a Dios». De nuevo, otra razón por la que
algunas personas piensan que esta es la diferencia aquí, entre lo que está pasando en Corinto y lo que había sucedido en
Pentecostés, porque aquí pareciera sugerir que hablar en lenguas es una especie de oración. «Porque el que habla en lenguas
no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios. Pero el que profetiza
habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. El que habla en lenguas, así mismo se edifica, pero el que
profetiza edifica a la iglesia. Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que
profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación».  

Él continúa en el versículo 6: «Ahora bien, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿de qué provecho os seré a
menos de que os hable por medio de revelación, o de conocimiento, o de profecía, o de enseñanza?» En otras palabras, no
hay beneficio para el pueblo de Dios sin que el contenido inteligible de la verdad de Dios sea comunicado al pueblo. Y el
problema con las lenguas de entonces, y las lenguas de ahora, es que son ininteligibles. Lo que hace que muchos estudiosos
del Nuevo Testamento crean que el fenómeno contemporáneo de las lenguas es simplemente una capacidad humana de
suspirar o experimentar expresiones extáticas bajo la influencia del Espíritu Santo, esto no es una negación de que las
personas se están comunicando con el Espíritu Santo cuando se dedican a esta actividad. 

Pero la idea es que no requiere ninguna habilitación milagrosa para hacerlo. Uno de los problemas que enfrentamos con este
fenómeno de las lenguas en nuestros días es que hay múltiples registros de esta práctica encontradas entre religiones
paganas, grupos paganos y otros grupos no cristianos, sectas, por ejemplo, como mormones y personas de ese tipo que
niegan la deidad de Cristo y, sin embargo, afirman tener esta habilidad y en sus registros de sus expresiones no hay
diferencia discernible entre lo que están haciendo y lo que los cristianos están haciendo en su vida de oración bajo la
influencia del Espíritu Santo. 

Ahora, de nuevo, Pablo continúa y da instrucciones estrictas sobre cómo este don, el don de lenguas, iba a ser utilizado en la
iglesia primitiva. Y el énfasis que da está en orden en vez de desorden, y que la iglesia no debe ser interrumpida por lenguas
a menos que haya un intérprete allí, alguien que pueda hacerlo comprensible. Y se dio gran sensibilidad en el caso de
alguien que no era un creyente que entró en su reunión y no tenía idea de lo que estaba pasando. 

En cualquier caso, en resumen, el apóstol Pablo no dice que las lenguas son malas y que la profecía es buena, o las lenguas
son malas y el amor es bueno. Lo que sí hace es distinguir no entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor. Las
lenguas están bien, pero la profecía es mejor. ¿Quieres orar en lenguas? Bien. Pero desea los dones superiores del Espíritu
para la edificación de la iglesia. Y así, la gran advertencia para nosotros hoy, la conclusión, es que no exaltamos este don en
particular, aunque sea lo mismo que sucedió en la comunidad corintia, al nivel de hacerlo una especie de señal de súper
espiritualidad o de entrega de poder especial de Dios.
El fruto del Espíritu
La tendencia en la iglesia de hoy no dista mucho en contraste a lo que la iglesia siempre ha tenido que luchar con respecto a
los dones del Espíritu Santo. Nuestro interés alcanza su punto máximo cada vez que algo inusual, extraordinario o incluso
espectacular sucede en medio de nosotros. Y, entonces, queremos poner nuestra atención en la novela, en lo emocionante, en
lo extraordinario, buscando algún tipo de manifestación especial de la presencia de Dios. Y por esa razón, debido a esta
inclinación dentro de nosotros a gravitar hacia lo emocionante, tenemos una tendencia a pasar mucho más tiempo
centrándonos en el tema de los dones del Espíritu Santo que centrarnos en el tema del fruto del Espíritu Santo. Y, sin
embargo, el objetivo principal del Espíritu Santo es aplicar los frutos del Evangelio de tal manera que cumpla el mandato de
Dios que es la voluntad de Dios: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación». 

Y la mayor manifestación de nuestro progreso en las cosas de Dios nunca será a través de las manifestaciones de dones
espectaculares que tengamos, sean cuales sean los dones. Una persona hoy, por ejemplo, podría ser un predicador
extremadamente talentoso o un maestro talentoso y, sin embargo, mostrar muy poca evidencia de crecimiento en la madurez
de las cosas de Dios. Amados, vamos a ser examinados y evaluados al final de nuestra vida, no por el número de dones que
mostramos ni por los talentos que Dios nos ha dado, sino que seremos juzgados en el tribunal de Cristo por la cantidad de
frutos que hemos producido como cristianos. Y demos un vistazo a este tema del fruto del Espíritu, el cual no despierta tanto
interés ni estudio como lo hace el tema de los dones del Espíritu. 

Pablo habla del fruto del Espíritu en su carta a los gálatas en el capítulo 5, empezando en el versículo 16. «Digo, pues:
Andad por el Espíritu.» ¡Paremos ahí! Aquí está el primer mandato apostólico que como pueblo cristiano estamos llamados
a caminar en el Espíritu. Eso no significa que nuestra tarea principal sea perseguir el misticismo o quedar atrapados en
formas de magia o en atajos hacia la espiritualidad. He mencionado en el pasado una de las cosas que me molesta en toda mi
carrera como maestro; he tenido innumerables alumnos que se acercan a mí en el seminario y otros lugares y me dicen: «Dr.
Sproul, ¿cómo puedo llegar a ser más espiritual», o «¿cómo puedo llegar a ser más piadoso», o «¿cómo puedo tener más
dones?» Todavía no he tenido un estudiante que se acerque y diga: «Lo que realmente necesito saber es ¿cómo llego a ser
justo?» Y, sin embargo, en el Nuevo Testamento Jesús mismo dice: «Pero buscad primero el reino y su justicia, y todas estas
cosas os serán añadidas». 

Ahora, quizás sea por mi estilo de vida o quizá sea por mi testimonio que nadie me pregunta cómo llegar a ser justo. No me
ven como un buen ejemplo particular de justicia. Pero eso es lo que se supone que estamos buscando. Se supone que
debemos demostrar nuestro crecimiento espiritual, nuestro andar en el Espíritu de Dios, que la demostración de este andar
en el Espíritu no tiene que ver con la manifestación de los dones. La demostración de nuestro andar en el Espíritu debe
manifestarse por el fruto del Espíritu Santo. Pablo continúa diciendo: «Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la
carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al
otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley». Este es un
segmento muy importante de la epístola. Porque Pablo hace una distinción aquí, y no sólo una distinción, sino un contraste
entre la carne y el espíritu. 

Es un poco difícil porque la palabra que usa aquí en griego para carne es la palabra ‘sarx’, y la palabra para espíritu es la
palabra ‘pneuma’. Ahora, la palabra sarx, que se traduce ‘carne’, a veces se distingue de otra palabra griega, que es la
palabra ‘soma’, que generalmente se traduce por la palabra ‘cuerpo’. Y entonces, aún así, el término sarx a veces funciona
como sinónimo exacto de soma, es decir, a veces el término sarx simplemente se refiere al carácter físico o la naturaleza de
nuestro cuerpo. Sin embargo, muchos, muchos casos en que el Nuevo Testamento habla de nuestra naturaleza corrupta,
nuestra caída, utiliza el término sarx. 
Permítanme mostrarles un ejemplo de las dos maneras en que se utiliza el término sarx. Pablo, en una ocasión dijo que no
conocía a Jesús, ‘kata sarka’, según la carne. ¿Qué significa eso? No conocí a Jesús durante su encarnación terrenal, cuando
Él caminaba físicamente y corporalmente por la zona aquí. Yo no lo conocí; nunca me vi con él. Pero luego vemos – o antes
vemos a Jesús decir: «Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». Y en tu carne,
dentro de tu carne no puedes hacer nada. Allí no está hablando de tu cuerpo físico. Está hablando de tu naturaleza humana
caída, que incluye no sólo tu cuerpo sino tu mente, tu voluntad, tu corazón, etc. 
Entonces, ¿cómo sabemos cada vez que nos cruzamos con esta palabra sarx en el Nuevo Testamento si se refiere a nuestra
naturaleza humana caída o si está simplemente haciendo una referencia a nuestra capacidad física? Bueno, si hay una regla
general, es esta: Cuando encuentras que sarx o carne se discute en contraste directo con el pneuma, o con el espíritu,
entonces esa es una clave para nosotros que indica que lo que se está discutiendo aquí no es la diferencia entre el cuerpo
físico y la mente, sino entre la naturaleza vieja, la naturaleza corrupta, la naturaleza caída y el nuevo hombre que ha sido
vivificado en nosotros por el Espíritu Santo que nos habita. Y si hay algún texto en el Nuevo Testamento donde esto sea
claramente el caso, es aquí en la epístola de Gálatas.
Ahora, antes de que Pablo hable de lo que significa ser guiado por el Espíritu, y antes de que el apóstol nos detalle el fruto
del Espíritu, primero nos muestra cuál no es el fruto del Espíritu. Porque recuerden, él está haciendo un contraste aquí entre
la carne y el espíritu. Así que comienza con un negativo. Él dice: «Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales
son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones,
sectarismos, envidias, borracheras, orgías” y esta vez el apóstol no deja duda que esta lista no es exhaustiva, porque agrega:
“y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios”. Este es uno de los pasajes más aterradores de la Biblia: “que los que practican tales cosas”,
inmoralidad, impureza, sensualidad, pleitos, celos, ira, disensiones, idolatría, borrachera, y todo lo demás, “que los que
practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. 

Ahora, ¿por qué es tan aterrador? Bueno, porque conocemos a todo tipo de personas que han hecho profundas profesiones
de fe en Cristo que caen en el adulterio, que luchan contra el alcohol, que luchan contra el orgullo y los pleitos, y cosas de
este tipo a lo largo de toda su vida. Y si miras este texto podrías llegar a la conclusión, bueno, cualquiera que alguna vez
caiga en cualquiera de estos pecados no tiene esperanza de salvación. Pero cuando Pablo habla de practicar estas cosas, no
está diciendo que si te emborrachas una vez, no irás al cielo. Eso no es lo que está diciendo. Él está diciendo que si estas
cosas definen tu estilo de vida, si pones un espejo a tu vida y así es como se ve tu vida, que si esta es tu práctica regular,
entonces eso es una indicación de que estás en la carne, que no eres del Espíritu de Dios, y que todavía no eres regenerado, y
no serás incluido en el reino de Dios. 

Creo que es importante que entendamos eso porque aquí, contra todo tipo de antinomianismo, que dice: «Bueno, creo en
Jesús, ahora puedo vivir como yo quiera, y que no hay ningún cambio en mi vida desde mi regeneración». Esas personas
necesitan leer esta porción de Gálatas para ver que Pablo da la advertencia muy seria de que si esta es su práctica, entonces
“los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Ahora, en contraste con las obras de la carne, Pablo da el fruto
del Espíritu. «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio
propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si
vivimos por el Espíritu, andemos también en el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros,
envidiándonos unos a otros». 

Ahora noten que está dando una amonestación a las personas de la iglesia que son creyentes, no para caer en las obras de la
carne, sino para manifestar el fruto del Espíritu. Y eso les dice, ¿cierto?, que incluso los cristianos, mientras sean cristianos,
todavía tienen que luchar con la vieja naturaleza, todavía tienen que luchar con la carne. Así que hay un elemento de carne
que permanece en la vida cristiana que tiene que estar bajo el escrutinio constante de la palabra de Dios, que tiene que estar
bajo la disciplina constante del Espíritu Santo para que podamos ser convencidos de pecado y huir de estas cosas y tratar de
cultivar el tipo de práctica opuesta. Y lo que se cultiva es lo que da fruto. Y recuerden que nuestro Señor dijo: «Por sus
frutos los conoceréis». 

Ahora, ¿qué quieres que diga tu lápida? ¿Quieres que diga que ganaste tanto dinero, o que ganaste tantas batallas, o que
mostraste tantos talentos, y fuiste prodigioso en hazañas extraordinarias? ¿O quieres que diga en tu lápida: «Aquí yace una
persona que manifestó amor, gozo y paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad»? Sin embargo, el asunto es que estas son
las cosas que Dios quiere de nosotros. Estas son las cosas en las que Dios se deleita, y sin embargo no las hacemos una
prioridad en nuestras vidas. Ahora, todos sabemos que debemos ser más amorosos y que de ese fruto en particular se ha
gastado tinta y escrito mucho y, sin embargo, incluso a veces, tenemos una comprensión muy superficial de lo que significa
el amor. Pero el amor en su dimensión espiritual está inseparablemente relacionado con el otro fruto. 

Ahora, noten la diferencia aquí entre el fruto del Espíritu y los dones del Espíritu. En los dones del Espíritu Pablo trabaja el
punto de unidad y diversidad, y él va a esa larga secuencia retórica cuando dice: ‘¿Acaso todos tienen el don de predicar;
todos tienen el don de enseñar, ¿acaso todos tienen este don o ese don?’ Y la respuesta obvia es, ‘No’. Él no hace eso con el
fruto del Espíritu. No es que el apóstol está enseñando aquí que así como el Espíritu distribuye dones individuales a
personas particulares en la iglesia para la edificación de todo el cuerpo donde una persona puede tener el don de la
administración, la otra persona puede tener el don de dar, la otra de ayuda, o lo que sea, y de la misma manera, le da a una
persona el fruto del amor, a otra persona el fruto de la bondad, a otra el fruto de la paciencia y a otra el fruto del gozo. No.
El fruto del Espíritu en toda su plenitud debe manifestarse en la vida de todo cristiano. 

Todos estamos llamados a dar el fruto del amor. Todos estamos llamados a la bondad, o a la mansedumbre. Ahora, una cosa
es ser llamado a ‘mensolandia’. Muy a menudo en nuestra cultura la idea de ser mansos o humildes significa que carecemos
de fuerza o que somos conocidos como debiluchos y cobardes. No. Una persona mansa es una persona que tiene fuerza pero
que restringe el uso de esa fuerza. Recuerdo haber tenido una conversación con un joven que había sido puesto en un alto
cargo de autoridad en una organización, y era muy joven para estar en una posición de tal autoridad. Y las quejas de sus
subordinados eran continuamente que era un tirano en la forma en que estaba manejando a sus subordinados. 

Así que tuve una conversación con él al respecto. Le dije: «¿Por qué es esto?» Y él dijo: «Bueno, no respetan mi autoridad
porque piensan que soy demasiado joven. Así que tengo que mostrarles quién es el jefe». Él dijo: «Tengo que mostrarles
quién tiene el poder». Le dije, «Espera». Le dije, «No, no lo hagas. Tú tienes la autoridad y con la autoridad tienes el
poder». Le dije: «Uno de los secretos del liderazgo es que cuando tienes el poder, tienes una gran responsabilidad de cómo
usas ese poder, y aquí está lo bueno; cuando tienes el poder, puedes permitirte ser cortés. No necesitas ser un tirano. Cuando
tú no estás seguro de tu poder es que empiezas a golpear a la gente en la cabeza y no eres cortés». Ahora la mansedumbre es
algo parecido a la sensibilidad. Y de nuevo, ser manso significa usar menos fuerza de la que podrías usar en una situación
dada. No significa que nunca uses tu fuerza. Creo que podemos tomar el ejemplo de Jesús aquí. 

Una de las cosas que encuentro notables sobre el patrón de comportamiento de Jesús en la forma en que trata con la gente es
que Él es extremadamente sensible con los débiles y los indefensos de su mundo. La mujer atrapada en adulterio, todo el
mundo estaba listo para destrozarla, y Él fue sensible y manso con ella. Pero cuando los poderosos de la época, los fariseos,
vinieron a Jesús tratando de ejercer su fuerza, Él respondió con gran fuerza. En otras palabras, Él era fuerte con los fuertes,
firme contra los poderosos, pero manso con los débiles. Y tenemos una tendencia a pensar que se supone que debemos tratar
a cada persona que conocemos de la misma manera. No. Tenemos que aprender a monitorear y controlar las fuerzas que
tenemos. El fruto del Espíritu es gozo. Saben, debe ser una marca de la vida cristiana, que como pueblo cristiano que camina
en el Espíritu de Dios, que no somos unos amargados, que tenemos verdadero gozo en nuestras vidas. 

Me refiero incluso a que el gozo del Espíritu no impide el duelo; no impide experimentar dolor y aflicción. Pero el punto es
como el apóstol explica, en especial, en su epístola a los filipenses: ‘Que en todas las cosas aprendamos a regocijarnos’.
Porque el conducto básico para nuestro gozo es nuestra relación con Dios, y la redención que tenemos, la cual nunca se ve
amenazada por la pérdida de un ser querido o la pérdida de posesiones, o la pérdida de un trabajo, o la pérdida de cualquier
otra cosa. Podemos sufrir todo tipo de contratiempos y aflicciones en este mundo que son dolorosos, pero esas cosas no son
para robarnos el gozo fundacional que tenemos en Cristo, para que podamos regocijarnos en todas las cosas, porque el resto
de estas cosas son insignificantes en comparación con la maravillosa plenitud del Espíritu que disfrutamos en presencia de
Dios. Pero eso es algo que hay que cultivar. Cuanto más comprendemos nuestra relación con Dios, más entendemos sus
promesas en nuestra vida, mayor será el gozo que comenzaremos a dar como fruto de nuestra vida cristiana. Amor, gozo,
mansedumbre, paz, longanimidad y bondad. La longanimidad está relacionada con la paciencia. 

Noten que en estos frutos que estamos llamados a emular, que estos frutos imitan el carácter mismo de Dios. Es Dios quien
es amor; es Dios quien es el autor del gozo, es Dios quien manifiesta mansedumbre suprema a su pueblo. Y si se puede decir
que alguien es paciente, ese es Dios. Dios no se apresura a la ira, no se apresura al juicio. Pero él es paciente; es benigno, y
le da a la gente tiempo para arrepentirse. Él no les vuela la cabeza a la primera oportunidad que ellos hacen algo que le
molesta o que lo irrita. El fruto del Espíritu es fidelidad, benignidad y bondad. Saben, la bondad es una de las virtudes más
difíciles que hay en el mundo para definir. Y, sin embargo, hay un sentido en el que no necesita ser definida, porque todo el
mundo sabe lo que es. Lo sabes cuando alguien está siendo amable contigo, ¿no? Y lo sabes cuando alguien está siendo
malo contigo. Y lo contrario de la mezquindad es la bondad. Y eso simplemente significa que nos importa, que somos
considerados, y que somos amables con la gente, y eso es parte del fruto que debemos manifestar. 

Bueno, el tiempo no nos permite ser más detallados con el fruto del Espíritu, pero creo que tienen la idea de que aquí es
donde está la prioridad del Espíritu Santo. Esto es lo que Dios desea de nosotros. No es que seamos triunfadores. No es tanto
lo que hacemos, pero es lo que somos como personas, que complaceremos o disgustaremos y entristeceremos al Espíritu
Santo. 
¿Hay milagros hoy en día?
Antes de pasar a la siguiente sección de teología sistemática, y antes de terminar nuestro breve panorama de la persona y
obra del Espíritu Santo, sigue quedando un tema que creo que tenemos que abordar, porque también es muy controversial y
confuso, y es un tema que se debate todo el tiempo en la vida de la iglesia hoy en día. Y esto es, ¿debemos, como cristianos
del siglo XX, esperar a que se produzcan milagros en la vida de la iglesia hoy, o los milagros han cesado al final de la era
apostólica? 

Ahora, muy a menudo esa pregunta se plantea con respeto y en conjunción con toda la discusión de los llamados dones
milagrosos del Espíritu. Además de esa pregunta, la pregunta consiguiente que abarca eso también, es la pregunta de:
«¿Puede Satanás y sus secuaces realizar milagros?» Yo diría que, en su mayoría, el informe en la iglesia cristiana de hoy, al
menos en el mundo evangélico, es en primer lugar que los milagros siguen existiendo en la vida de la iglesia, y segundo,
Satanás y sus demonios también tienen el poder y la capacidad de realizar milagros. Y aquellos que sostienen la postura
opuesta, en la cual me incluyo, a menudo son enormemente malentendidos en este punto. 

Así que me gustaría tomar unos minutos para explicar algunos de los problemas que rodean estos asuntos y por qué el
cesacionismo histórico ha sido el punto de pensamiento ortodoxo de la Reforma, pero comenzamos en primer lugar con la
primera dificultad, y eso es con la definición de un milagro. Encuentro que las personas que hablan de milagros no siempre
quieren decir lo mismo, y que particularmente cuando un teólogo está discutiendo de milagros con una persona laica, muy a
menudo hay dos cosas completamente diferentes que saltan a la vista. Y lo primero que preguntamos es, «¿Qué es un
milagro?» 

Ahora, algunas personas dicen que cualquier respuesta a la oración, cualquier operación divina que continúe en este mundo,
hoy en día, es un milagro. Otros argumentan que cualquier obra sobrenatural como la regeneración del alma humana es un
milagro, y algunas personas incluso van tan lejos como para decir que cualquier cosa increíble o fascinante como el
nacimiento de un bebé es un milagro. Pero en términos técnicos estrictos de definición, los bebés nacen todos los días, no
hay nada extraordinario; puede haber algo maravilloso y hermoso sobre el nacimiento de un niño, pero es bastante ordinario.
Sucede todo el tiempo. No sé a cuántas oficinas de pastores he entrado y he visto el letrero en la pared, «Espera un milagro»,
como si los milagros son algo que debemos esperar como un hecho cotidiano habitual en nuestras vidas. Y si ese es el caso,
entonces los milagros podrían llamarse ordinarios, en lugar de extraordinarios. 

Y, sin embargo, el significado de los milagros en la Escritura se encuentra en su carácter extraordinario, no en su carácter
ordinario. Ahora, al mismo tiempo, hay períodos en la historia bíblica donde hay una ráfaga de milagros, una enorme oleada
de milagros concentrados en un período corto de tiempo; es decir, la vida de Jesús. La vida de Jesús presentó una
abundancia de milagros. Vemos milagros que con frecuencia suceden en la vida de Moisés, y más tarde  en la vida de Elías.
Pero, sin embargo, en la gran mayoría de los períodos de tiempo del Antiguo Testamento, los milagros estuvieron ausentes.
Ellos no ocurrieron de manera consistente, diaria, anual, en décadas, sino que fueron momentos concentrados, y creo que
veremos por qué hubo momentos concentrados de esto dentro de poco. 

Ahora, cuando vamos al tema del milagro, lo que mucha gente no sabe es que la Biblia no tiene una palabra para milagro.
La palabra ‘milagro’ no aparece en la Biblia. Ahora, antes que me escribas o me llames por teléfono y tomes una de las
tantas traducciones del Nuevo Testamento, en particular la RV60, que usa el término «milagro» con frecuencia, déjame
decirte que soy plenamente consciente de que en las traducciones de la Biblia al español, la palabra milagro aparece con
frecuencia. Lo que quiero decir con esto es que en el Griego del Nuevo Testamento no hay una sola palabra para milagro. 

La idea de milagro, el concepto de milagro, que estudiamos en teología, es un concepto o una idea extrapolada del registro
bíblico, particularmente del Nuevo Testamento a partir de tres palabras diferentes, y esas palabras son «señales», «poderes»
y «maravillas», porque los milagros, tal como los entendemos, son manifestaciones del poder divino, inspiran asombro o
maravilla o admiración o estupor cuando ocurren, y son significativos. La palabra favorita de Juan para lo que llamaríamos
un milagro es la palabra ‘semeion’, que se traduce por la palabra ‘señal’. Al leer el registro de Juan, por ejemplo, Él dice:
‘Esta señal hizo Jesús en la fiesta de bodas en Caná’, o ‘esta señal hizo Jesús en Capernaúm», y así por el estilo, y se les
llamó señales. 

Ahora ¿por qué se les llamaban señales? Bueno, las señales son algo que apuntan a algo más allá de sí mismas. Tienen
aquello que llamamos relevancia. Ellas significan algo. Aquí está el quid del asunto. ¿Qué era lo que los llamados milagros,
señales y poderes y maravillas del Nuevo Testamento fueron diseñados para representar? ¿A qué señalaban? Obviamente,
tenían un valor importante en las mismas cosas que hacían. Jesús satisfizo las necesidades del anfitrión de la boda cuando
hizo vino del agua, o ciertamente satisfizo las necesidades de los enfermos cuando los curó, o de los padres afligidos cuando
levantó a sus hijos de entre los muertos. Pero ¿cuál era la importancia de esas cosas? Bueno, creo que para dar una respuesta
a esa pregunta, primero miremos a Nicodemo. Cuando Nicodemo vino a Jesús de noche, le dijo a él: «Rabí”, eres tú», o él le
dijo, le dijo a él: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si
Dios no está con él”.

Ahora, lo que Nicodemo decía es: ‘Debes ser de Dios, porque hemos visto las señales que has hecho. Hemos visto estos
poderes extraordinarios que tú has manifestado aquí, entonces debes ser enviado por Dios». Jesús mismo dijo más tarde,
‘Créeme, si no puedes creerme por mi Palabra, créeme por las obras que hago’. Ahora, para ver esto en su dimensión total,
pasemos al libro de Hebreos, en el segundo capítulo, donde tenemos esta amonestación y advertencia: «Por tanto, debemos
prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos. Porque si la palabra hablada por medio de
ángeles resultó ser inmutable, y toda transgresión y desobediencia recibió una justa retribución, ¿cómo escaparemos
nosotros si descuidamos una salvación tan grande? La cual, después que fue anunciada primeramente por medio del Señor,
nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por
diversos milagros». 

Ahora, aquí el autor de Hebreos está diciendo que la verdad de la Palabra de Dios, que lo que verifica que el mensaje que
dan los escritores de las Escrituras es ciertamente de Dios, es confirmado o demostrado por Dios a través de la ejecución de
milagros. Ahora, ese es un punto que creo que a menudo es lamentablemente descuidado y pasado por alto. Porque he aquí
el problema. Si la Escritura dice que sabemos que esta es la Palabra de Dios porque sus autores han sido autenticados y
confirmados por milagros, y si luego un no-agente de revelación también puede realizar milagros, ¿cuál es el problema que
tenemos aquí? 

Si la presencia de milagros demuestra que alguien es enviado por Dios, o es un agente de revelación, y un no-agente de
revelación realiza milagros, ¿qué pasa entonces con el valor evidente del milagro para quien dice ser un agente de
revelación? Es un argumento inválido. Si otras personas pueden hacer estas cosas, entonces el hecho de que una persona las
haga no puede probar nada sobre su autoridad o si ha sido enviado como vocero de Dios. Entonces, lo que está en juego en
este tema es la autoridad de Cristo, la autoridad de los apóstoles y la autoridad de la Biblia misma. Recuerden cómo
comienzan los milagros en el Antiguo Testamento con Moisés. Moisés es llamado por Dios en medio de la zarza ardiente
para ir a Faraón y no sólo para ir a Faraón, sino también para ir al pueblo de Israel y decir: ‘Ven conmigo, nos vamos’. 

Y Moisés se tambalea ante esta orden y dice: «¿Cómo voy a saber…?, ¿cómo van a saber ellos que Tú me has hablado? Yo
no puedo simplemente entrar en la corte de Faraón y decir: ‘Estaba hablando con esta zarza en el desierto. Deja ir a mi
pueblo’. Tampoco voy a ir a esos cientos de miles de esclavos judíos y decir: ‘Vamos, levántense y hagan sus maletas y nos
vamos a una huelga no autorizada. Sólo porque les diga que tengo una visión’. Dios le dice, “Mete la mano en tu seno.» Y lo
hizo; cuando la saca estaba leprosa. Y él dijo: Wow. Dios dijo «Vuelve a meter la mano en tu seno». Lo vuelve a hacer y
ahora está bien. Y luego dice: ‘Toma tu vara y “échala en tierra… y se convirtió en una serpiente”. Dios dice, «Agárrala por
la cola» “La agarró, y se volvió vara en su mano”. ¿Qué está pasando aquí? 

Dios está diciendo: ‘Confirmaré Mi palabra por milagros, Moisés. Así es como demostrarás que eres mi vocero y que te he
mandado a que hagas estas cosas’. Y esto se convirtió en un problema en el siglo XVI. Cuando estalló la controversia más
grande y férrea sobre la naturaleza y la verdad del Evangelio, en el mundo cristiano, entre los seguidores de Lutero y los
Reformadores y la Iglesia Católica Romana, toda la disputa fue sobre: ‘¿Qué es el Evangelio?’ Uno de los argumentos que
Roma utilizó contra los reformadores fue este, ellos dijeron: ‘Tenemos milagros en nuestra historia y esos milagros
demuestran la verdad de la Iglesia Católica’. Y desafiaron a Lutero, y desafiaron a Calvino diciendo: ‘¿Dónde están tus
milagros? ¿Cómo puedes autenticar la verdad de tus afirmaciones si no tienes milagros?’ 

Ahora, fíjate que los reformadores no dijeron a los críticos romanos: ‘Oye, escucha, estás operando con la comprensión
equivocada de la importancia de los milagros’. Ellos comprendieron el significado de los milagros. Ellos dijeron: ‘Tenemos
milagros que prueban nuestra enseñanza y están registrados en el Nuevo Testamento. Decimos aquí está la autoridad y la
autoridad de los apóstoles es lo que ha sido probado por milagros, no por tus falsos milagros que estás reclamando en tu
iglesia’. Ahora, cualquiera puede reclamar un milagro. Pero sólo uno que Dios ha probado que es su vocero, tiene ese poder
real para hacerlo. 

Es por eso que es tan serio en estos días cuando tienes gente por todas partes que dice realizar milagros. Incluso anunciarán
un servicio de milagros. Ellos dirán de antemano, ‘Tú, ven, vamos a hacer milagros’. ¿Son apóstoles? ¿Son profetas? Bueno,
si están haciendo milagros en el sentido bíblico, tendríamos que concluir que sus enseñanzas son ratificadas, autenticadas y
respaldadas por Dios mismo, o que tales obras no autentican la verdadera enseñanza apostólica. Y, si ese fuera el caso,
entonces la afirmación bíblica para ellos se vendría abajo.  Entonces tenemos un verdadero problema aquí. Bueno, el
problema es este. Como dije, ‘¿Qué es un milagro?’ 

Por esta razón, los teólogos han sido muy cuidadosos en dar una definición muy limitada y estrecha del milagro. Y tal vez
nos ayude, mientras luchamos con esto, hacer la distinción entre milagro, en el sentido estricto, y milagro en el sentido
amplio. Si nos referimos al milagro en el sentido amplio de la actividad sobrenatural continua de Dios en la vida de su
pueblo, la respuesta a nuestras oraciones, el derramamiento de su Espíritu, el cambio de almas, y todo eso, diríamos,
ciertamente que eso continúa hasta nuestros días. Si definimos el milagro en el sentido estricto, como lo han hecho los
teólogos, con definiciones como esta: «Un milagro es una obra extraordinaria realizada por el poder inmediato de Dios, en el
mundo perceptible externo, el cual es un acto contra la naturaleza que sólo Dios puede hacer, como sacar vida de la muerte o
algo de la nada». 

Ahora, la mayoría de las personas que afirman los milagros actuales, no llegan a afirmar el tipo de milagros que
encontramos en la Biblia. Dije que la mayoría, porque he tenido gente que dice que están levantando personas de entre los
muertos y así por el estilo. Pero si te fijas en los llamados hacedores de milagros en nuestra cultura, hoy en día, ¿alguien ha
grabado a una persona con una pierna amputada a la altura de la cadera o en la rodilla y que con imposición de manos y la
oración del hacedor de milagros esa extremidad vuelve a crecer?No me hables de servicios de alargamiento de piernas en
reuniones de oración donde la pierna de alguien se mueve dos pulgadas. Eso me pasa cada vez que voy al quiropráctico. Lo
que digo es que no necesitas un milagro para eso. 

A lo que me refiero, una extremidad ha sido cortada y vuelve a crecer. Alguien está muerto, está frío como el témpano, no
sólo que ha tenido un paro cardíaco y es reanimado, sino que alguien está muerto-muerto y esa persona es levantada de entre
los muertos. ¿Ves que eso está pasando hoy en día? No creo. No porque Dios no esté todavía en su trono, no porque el
Espíritu Santo no pueda hacerlo. Ciertamente creo que Dios hizo milagros y Él puede hacer milagros. La pregunta no es:
«¿Puede Él, o lo hizo Él?» La pregunta es: «¿Está haciendo este tipo de milagro hoy en día?» ¿Alguien está convirtiendo el
agua en vino, haciendo flotar hierros de hacha, desafiando realmente las leyes de la naturaleza de la manera en que Jesús y
los apóstoles realizaron sus milagros? Creo que casi tienes que hacer algún tipo de distinción aquí entre la calidad de los
milagros que están reclamando hoy los hacedores de milagros y los milagros que encontramos en las Escrituras. No son el
tipo de cosas que sólo Dios puede hacer. 

Ahora, la segunda parte de esta pregunta tiene que ver con milagros satánicos. Y, de nuevo, dije que, en su mayoría, el
informe en el mundo evangélico es que Satanás puede realizar milagros bona fide. Ahora, ¿por qué la gente dice eso?
Porque estamos advertidos en las Escrituras contra las estratagemas hábiles de Satanás, que realiza señales y maravillas
falsas. Vemos las acciones extraordinarias que hicieron los magos de Egipto, por ejemplo, en su competencia con Moisés. Y
por lo general se explica en términos de poder demoníaco e influencia sobre ellos. Bueno, este es el problema. Si Satanás
puede realizar un milagro bona fide, entonces ¿cómo sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios y cómo sabemos que Jesús
es el Hijo de Dios? Recuerden que en la Biblia los milagros no prueban la existencia de Dios. 

La existencia de Dios se demuestra de otras maneras. Lo que hacen los milagros es probar la autenticación y certificación de
Dios para con alguien. ¿Qué dice Pablo en Atenas cuando habla con los filósofos griegos allí, cuando habla de los tiempos
de ignorancia que Dios había pasado por alto, pero ahora manda a todos los hombres de todas partes que se arrepientan y
vengan a Cristo porque Dios ha declarado un día en el que juzgará al mundo por aquel a quien él ha confirmado por la
resurrección de los muertos? 

Aquí el Apóstol dice que Cristo es confirmado como el Hijo de Dios por su resurrección. ¿Y si Satanás puede hacer
milagros? ¿Cómo sabemos que Satanás no trajo consigo la resurrección?  Y eso es algo terrible aún de solo pensarlo, me
doy cuenta de eso. ¿Pero cómo sabes eso? ¿Cómo sabes que no fue Satanás quien permitió a Jesús hacer todas las obras que
Él hizo? No olviden que esa fue exactamente la acusación que los fariseos hicieron contra Jesús, de que Él estaba haciendo
estas cosas por Beelzebú, por el poder de Satanás. Tal vez el mayor truco de Satanás es alejar a la gente del monoteísmo
puro, sin matices, y dirigirlos a la idolatría consiguiendo que adoren a un hombre, y su mayor truco para lograr que adoren a
un hombre fue darle a este hombre todo tipo de poderes para realizar milagros, y luego levantarlo de entre los muertos. 

En otras palabras, toda la iglesia cristiana ha sido fabricada por Satanás. ¿Por qué no crees eso? Bueno, no lo creo porque no
creo que Satanás sea Dios, y no creo que Satanás pueda hacer cosas que sólo Dios puede hacer. Y sé que la Biblia dice que
Satanás puede realizar señales falsas y se pregunta si es posible incluso engañar a los elegidos. ¿Qué es una señal falsa y un
prodigio falso? ¿Es un milagro verdadero, una señal verdadera o una maravilla verdadera que se ha hecho en nombre de una
mentira? ¿O es un prodigio falso, una señal falsa, no un milagro auténtico bona fide, sino más bien una falsificación?
Sabemos que Satanás es más sofisticado que cualquier ser humano. No tiene el poder de la creación; él no tiene el poder que
sólo Dios tiene; él no tiene el poder sobre la vida y la muerte y ese tipo de cosas. No tiene el poder de las leyes de la
naturaleza, pero es más sofisticado que nosotros. Y vemos a nuestro alrededor todos los días que la gente hace mucho dinero
siendo magos muy, muy tramposos. 

La buena noticia en nuestra cultura es que los magos famosos de nuestros días no dicen estar haciendo milagros. Ellos dejan
en claro que están haciendo un juego de mano, y que son hábiles y expertos en las cosas que hacen. No dicen estar haciendo
magia. En el mundo antiguo, eso era diferente. Los magos de la antigüedad afirmaron tener poderes sobrenaturales,
afirmaron estar haciendo magia cuando todo lo que estaban haciendo eran trucos. Y lo vemos en la competencia entre
Moisés y los magos de la corte de Faraón. Trajeron toda su bolsa de trucos para competir, y en un período muy corto de
tiempo se agotaron y Moisés siguió adelante, porque Moisés no era un mago. Él era uno ungido por el poder de Dios para
hacer cosas que ningún mago puede hacer. De la misma manera Satanás puede ser muy inteligente y engañar a la gente, pero
no le des la capacidad de hacer cosas que sólo Dios puede hacer. No puede hacer un milagro verdadero en el estricto sentido
de la palabra. 
Gracia común
Ahora llegamos a una sección totalmente nueva en el estudio de la teología sistemática, y es esa subdivisión de teología la
que llamamos soteriología. Ahora, esta palabra puede parecer extraña para muchos. No es una palabra común que se utilice
a diario en la iglesia, pero es una palabra muy importante porque abarca aquellos asuntos que conciernen a nuestra
salvación. La palabra «soteriología» viene del griego, la palabra ‘sozo’ o ‘sozomai’ es el verbo en el griego del Nuevo
Testamento que significa «salvar» y el sustantivo de la palabra ‘salvador’ es la palabra ‘soter’. Entonces, tenemos
soteriología que proviene de eso. 

Quisiera decir de paso que, en las Escrituras, cuando la Biblia habla de salvación, habla de salvación en más de una manera.
Estamos acostumbrados a usar el término «salvación» o “ser salvos” en el sentido último de ser redimidos por Dios y
llevados a una relación salvadora con Él, que durará por la eternidad. Pero en las Escrituras, para que Dios salve a alguien
puede significar varias cosas distintas. La palabra «salvar» se refiere a cualquier acto de rescate de una circunstancia grave y
extrema o de una situación calamitosa. Si eres restaurado de una enfermedad potencialmente mortal, tú eres salvo. Si te
rescatan de la captura en batalla, tú eres salvo. Cualquier rescate de la calamidad es una especie de salvación, bíblicamente,
y eso será importante, como veremos en un momento de por qué es así. 

Pero luego tenemos el sentido último de salvación donde en ese sentido la gran calamidad de la que somos salvos es de
Dios. Es decir, somos salvos de tener que enfrentarnos a Dios, a su ira, en el día del juicio y somos rescatados de esa ira que
está por venir, así que Dios es al mismo tiempo el Salvador y aquel de quien somos salvos. Pero ahora, en el tema de la
soteriología, cuando estudiamos los asuntos de salvación, en el centro de nuestra preocupación (particularmente en la
teología reformada) está el concepto de gracia. Recuerdo que cuando era estudiante de posgrado en Holanda, mi profesor, el
Dr.  Berkhouwer, una vez hizo la observación de que la esencia misma de la teología es la gracia y la esencia de la ética es
la gratitud. Y él vio la conexión entre esos dos, que, desde el principio hasta el final, la salvación es del Señor y no es algo
que ganemos o que merezcamos, sino que es dada libremente partiendo de la misericordia y del amor de Dios. 

Pero cuando hablamos de gracia, lo primero que tenemos a la vista es la distinción entre gracia y justicia. La justicia es algo
que se gana o se merece o que se le debe a una persona por algún estándar.  Y, por lo general, cuando pensamos en la
justicia pensamos en el estándar de las obras. Y cuando Pablo escribe acerca de nuestra salvación deja muy claro que, si
fuéramos salvos por nuestras obras, entonces nuestra salvación no sería por gracia. Pero como es de gracia, eso indica que
no es de obras. Pero la justicia tiene que ver con la conexión a algún tipo de estándar de mérito o de ganar. Digo que, a
modo de contraste, esa gracia es algo que no es merecido, que no es por mérito, que no se gana, es algo que Dios da
libremente. Algo que Él nunca está obligado a hacer o se le requiere que haga. 

Recordamos sus declaraciones a Moisés que son citadas por Pablo en Romanos, en las que Dios dijo:  «Tendré misericordia
del que yo tenga misericordia». Esa gracia es siempre una prerrogativa divina, nunca un requisito y es fundamental que
entendamos eso porque a menudo se nos mete en la cabeza pensar que Dios nos debe algo. Y que si Él fuera realmente
bueno Él nos daría una vida mejor o cosas por el estilo. En el momento en que pensamos que Dios nos debe algo, recuerda
que, si crees que se te debe, ya no estás pensando más en la gracia. Estás pensando en la justicia. Porque la gracia nunca se
debe. E incluso si Dios se complace en mostrar gracia a esta persona y retener esa misma gracia de esta persona, sigue
siendo un asunto de gracia para esta persona y porque Él muestra gracia a esta persona no significa que por lo tanto está
obligado a mostrar la misma gracia a otra persona, porque no estamos hablando de obligación aquí, no estamos hablando de
justicia, estamos hablando de misericordia y gracia soberana. 

Y, por lo tanto, la definición clásica de gracia es un favor inmerecido o no adquirido. Cuando Dios se comporta de manera
favorable para con nosotros de manera que no tenemos ninguna pretensión en virtud de nuestro mérito, es que estamos
hablando de gracia. Ahora, en teología y en nuestro estudio de las doctrinas de la gracia, la primera distinción que tenemos
que hacer en esta sección (y recuerden que es la prerrogativa del teólogo siempre hacer distinciones), la primera distinción
aquí con respecto a la gracia es una distinción que es importante y que es una distinción entre lo que llamamos gracia común
y lo que llamamos gracia especial. Gracia común y gracia especial. La gracia común se llama común porque es
prácticamente universal. Se refiere a esa gracia que Dios muestra a todas las personas indiscriminadamente. La misericordia
y bondad que se extiende a la raza humana. tal como se distingue de la gracia especial de la redención que Dios da a los
salvos. 

Entonces, gracia común es la gracia de Dios que todos experimentamos en un sentido amplio.

Por ejemplo, la Biblia, cuando habla de la providencia de Dios, dice que la lluvia cae “sobre justos e injustos”. Ahora
piensen en eso por un momento. ¿Qué tan importante es para nosotros tener lluvias en ciertas series y periódicas para que
sobrevivamos como personas? Las cosechas que cultivamos dependen de la lluvia. Nunca olvidaré cuando tuvimos el
problema en la Florida, de la sequía que creó los incendios forestales, que amenazaban la vida y donde todo un condado fue
evacuado, cada persona en ese condado tuvo que ser evacuada. Y recuerdo haber vivido cerca de esos incendios y la gente
había estado orando por lluvia y un día estaba en un campo de golf, en el comedor, cuando de repente esta masa de gente
empezó a gritar y vociferar y aclamar cuando entraron del campo de golf empapados, ¡porque había un estallido de nubes –y
eso es algo que nunca había visto en mi vida en un campo de golf—golfistas vitoreando cuando empezó a llover! 

Por lo general, todos se quejan y murmuran si se ven obligados a abandonar el campo de golf debido a la tormenta, pero en
esta ocasión la sequía había sido tan severa que todo el mundo estaba feliz. Bueno, la lluvia es algo que tendemos a dar por
sentado, pero la Biblia dice que Dios envía su lluvia a justos e injustos. Puede que tengas dos granjeros en la misma ciudad.
Uno puede ser devoto y comprometido con las cosas de Dios. La otra persona puede ser totalmente profana, tan pagana
como le sea posible. Ambos necesitan la lluvia para sus cultivos y Dios en su bondad riega la tierra, y así ambos se
benefician de la lluvia. No porque se lo hayan ganado. Ninguno de ellos realmente merece la lluvia para nutrir sus cultivos,
pero los chubascos y lluvias de Dios caen sobre justos e injustos. Como dice el dicho, cuando llueve, llueve sobre justos y
pecadores. El problema es que los pecadores suelen tener el paraguas de los justos. 

Pero, en cualquier caso, la gracia común se refiere a la bondad y los beneficios y los favores que Dios derrama liberalmente
a las personas, sean creyentes o no creyentes. Pero no sólo estamos hablando de lluvia. Estamos hablando de una multitud
de favores que son disfrutados por personas que no están en comunión con Dios a través de la redención personal. Y vemos
que estas cosas que Dios hace – dones de vida y salud y seguridad y orden y todo lo demás que necesitamos para sobrevivir
– es algo que Dios hace para preservar su creación. Desde la caída del hombre, Dios no destruyó por completo a toda la raza
humana, pero ha preservado la raza humana hasta el día de hoy. Y hemos visto un progreso en la historia del impacto de la
gracia de Dios en simplemente el nivel de vida de las personas. 

Sé que no todos en este mundo disfrutan de un nivel de vida igual. No todos en Estados Unidos tienen el mismo nivel de
vida y ciertamente el nivel básico de vida en Estados Unidos es mucho mayor que en otras partes del mundo donde la gente
vive en pobreza abyecta y privación severa. Sin embargo, incluso en esas áreas, la esperanza de vida y la calidad de vida
tiende a ser significativamente mejor que lo que fue para las masas de las zonas pobladas del mundo en siglos pasados.
Tanto así que la vida misma se ha vuelto más fácil y mejor, por así decirlo, con el progreso de la historia. Y una de las
razones principales que han provocado la mejora de la vida y las condiciones de la vida (que muchos atribuirán simplemente
a la ciencia o al emprendimiento secular de la educación) es, sin duda, la influencia de la iglesia cristiana en el mundo
durante los últimos dos mil años. 

Te das cuenta, que el movimiento a favor de los huérfanos en la historia fue fomentado y llevado a cabo en su mayor parte
por la comunidad cristiana. Que el movimiento hospitalario, el movimiento educativo de los primeros siglos fue provocado
y fomentado por la iglesia e incluso el desarrollo de la ciencia de muchas maneras fue estimulado por los cristianos que
estaban convencidos de que tenían la responsabilidad de vestirse y hasta mantener la tierra y ser buenos administradores de
este planeta que Dios nos ha dado. Entonces, si trazamos la historia de la influencia de la iglesia cristiana en la ley, en la
ética, en la misericordia, en la educación y en todas estas distintas esferas, veríamos que, todo lo contrario de aquellos que
denuncian el impacto de la religión en el mundo, que realmente la calidad general de vida en este planeta ha sido
ampliamente mejorada por la influencia del cristianismo. ¿Por qué es eso? 

Una de las razones es que la iglesia siempre es llamada, y el cristiano está llamado a imitar a Cristo como Cristo imita a
Dios. Y como cristianos comprometidos en la vida cristiana, estamos llamados a ser imitadores de Dios. Eso es lo que
significa ser hechos a imagen de Dios. Y si a Dios le preocupa la gracia común, el bienestar general de la raza humana,
¿cuál es nuestra responsabilidad? También estamos llamados a preocuparnos por el bienestar general de la raza humana. De
hecho, Jesús dice que si tu vecino (o incluso en este caso, si es tu enemigo) está desnudo, vístelo, si tiene hambre,
aliméntalo, y si tiene sed, dale de beber, si está en prisión, anda y visítalo, si está enfermo, ve a minístralo. Y vemos a Jesús
manifestándose en su ministerio (por ejemplo, la parábola del Buen Samaritano) indica la prioridad que Jesús da a su iglesia
de preocuparse no sólo en el ámbito de la gracia especial del evangelismo, sino también de preocuparse por el bienestar
general de la raza humana. ¿Qué nos dice Santiago? Pero la esencia de la religión pura es el cuidado de huérfanos y viudas. 

Ahora, estamos viendo este punto por una razón. Y es que ha habido un divorcio extraño que ha ocurrido en los últimos cien
años en la comunidad cristiana. Una crisis ocurrió en el siglo XIX con el advenimiento de la teología liberal del siglo XIX,
que en general rechazó los aspectos sobrenaturales de la fe cristiana, negó el nacimiento virginal, negó la resurrección, negó
la expiación, la deidad de Cristo y así sucesivamente. Y tuvieron una crisis porque básicamente habían rechazado el
cristianismo histórico y, sin embargo, tenían toneladas de dinero invertido en carreras y en edificios eclesiásticos y
programas e instituciones por todas partes, por lo que, para que siguieran siendo viables – desde una perspectiva social –
tenían que crear una nueva agenda para la iglesia. 

Bueno, ellos dijeron: ya tenemos una agenda y está conformada por las preocupaciones de divulgación humanitaria, los
ministerios de misericordia, y empezaron a poner su énfasis en cuidar la agenda social a expensas del evangelismo. Y los
cristianos ortodoxos decían: «¡Esperen un momento! La iglesia todavía tiene que ver con las interrogantes sobrenaturales de
la reconciliación personal y tenemos casi que duplicar nuestros esfuerzos por el evangelismo para compensar el rechazo de
todo eso que viene del ala liberal». Y este cisma antinatural ocurrió cuando los evangélicos comenzaron a decir: «Ah, acción
social, preocupación social, preocupación por el bienestar general de la raza humana eso es un asunto liberal. Esa es una
agenda liberal. Mientras que la preocupación por las almas y la salvación personal, esa es la verdadera preocupación de la
iglesia».

Si Cristo oyera eso, Él diría ‘Las plagas de Egipto sobre ambos bandos’. Porque la iglesia está llamada no sólo al ministerio
de gracia especial, sino también al ministerio de gracia común. Y eso significa que como cristianos tenemos que
preocuparnos por la pobreza, preocuparnos por el hambre, tenemos que preocuparnos de que las personas tengan las
necesidades básicas de la vida en términos de vivienda, en términos de ropa y alcanzarlos en su miseria. Recuerdo cuando
comenzó la epidemia del SIDA y escuchaba a personas que decían ser cristianas, decían que no iban a hacer nada para
apoyar a las víctimas del SIDA. Y yo dije, «¿Por qué dices eso?» Y dijeron: «Bueno, porque el SIDA se contrae de un estilo
de vida perverso y pecaminoso, ya sea a través de drogas o actividades homosexuales y cosas por el estilo y no podemos
apoyar eso». Y yo dije, «¡Espera un momento! Si encuentras a alguien enfermo y muriendo en una zanja, tú no le preguntas
cómo llegó a esa zanja. El amor de Cristo te lleva a sacarlo de esa zanja y ayudar lo más que puedas, y de eso se trata esta
historia del Buen Samaritano». 

No es que alguien esté calificado para recibir el ministerio o la misericordia de Dios. Yo no estoy calificado. Si alguien que
ha contraído SIDA no está calificado para ser ayudado por la misericordia de la iglesia, entonces yo tampoco. Y tú tampoco.
Porque todos recibimos los beneficios de esta misericordia sobre la base de la gracia. Y en particular, los que hemos
recibido lo que podríamos llamar gracia poco común o gracia especial, deberíamos ser los últimos en el mundo en evitar
extender misericordia de forma habitual a los demás. 

Ahora, otro aspecto que quiero resaltar acerca de este punto de gran conflicto en la iglesia cristiana. ¿Cuándo puede un
cristiano tomarse de las manos o estar hombro con hombro con paganos o con religiones contrarias o incluso religiones
apóstatas? Francis Schaefer dijo una vez que cuando se trata de asuntos de gracia común, el cristiano debe ser un co-
beligerante con todo tipo de personas que no son cristianos. 

Tenemos la marcha por los derechos de los no nacidos. Antes de protestar contra el aborto a demanda, ¿tú revisas la ficha de
membresía de la persona que está contigo? Este es un tema de gracia común. Y me pararé junto a la gente de la Nueva Era.
Estaré al lado de los fieles demoníacos si tengo que hacerlo, si tienen una preocupación por el bienestar general de los no
nacidos y estaré hombro con hombro con esas personas en una protesta pública. Porque esa es una arena de gracia común
donde por lo general debemos tender la mano y apoyar a la gente. Ahora, si es un servicio de adoración, ¿voy a estar
hombro con hombro en un servicio de adoración con miembros de un culto satánico? ¿Voy a estar hombro con hombro en
un servicio de adoración o en un desayuno de oración con musulmanes? No. No puedo hacer eso porque ese es el reino de la
gracia especial. Entonces, necesitamos entender la diferencia entre estos dos.

Un último punto, ya que nuestro tiempo se está acabando, y eso tiene que ver con el amor de Dios. Escuchamos en romanos
que (Romanos 9) que Pablo hace la observación (lo que veremos en nuestra próxima sesión) «A Jacob amé, pero a Esaú
aborrecí.» Ahora, sea lo que sea que ese texto signifique, por problemático que sea, obviamente hay un sentido en el que
Jacob es amado de una manera que Esaú no lo es. Entonces, ¿qué tiene que ver eso con nuestro concepto popular de que
Dios ama a todos y Él ama a todos incondicionalmente? Bueno, Él no ama a todo el mundo incondicionalmente, pero aquí
de nuevo hacemos una distinción entre el amor benevolente de Dios y su amor complaciente. 

Ahora, esa palabra se deriva de una forma más antigua de la palabra. Cuando decimos que alguien es complaciente hoy en
día, nos referimos a que son engreídos, es decir, que realmente están por encima de todo y son algo arrogantes. Eso no es lo
que se quiere expresar aquí. El amor benevolente tiene que ver con la bondad general que Dios tiene y su preocupación por
el bienestar general de los seres humanos. En ese sentido se puede decir que Dios ama a todos, en el sentido en que hemos
estado hablando de que Él hace que el sol brille sobre todos. Da el don del aire y la respiración y la vida y los nutrientes a
todo el mundo indiscriminadamente. El amor complaciente tiene que ver con su amor redentor. El amor que se centra,
principalmente, en su Amado Hijo, Cristo, y que se derrama a los que están en Cristo. Que Dios tiene un amor especial por
el redimido y que no lo tiene por el resto del mundo. 

Y esa es otra parte de la distinción entre la gracia común de Dios y la gracia especial de Dios porque hay un asombro en la
Escritura sobre el amor especial de Dios que experimentamos en la salvación. 
Elección y reprobación
Cuando escuchamos la historia de Navidad que se lee cada año del Evangelio de Lucas, escuchamos estas palabras del
capítulo dos: «Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el
mundo habitado». Y ese pequeño detalle histórico que Lucas nos proporciona en su narración del nacimiento de Jesús lleva
nuestra atención a la autoridad de César Augusto, quien fue uno de los gobernantes más poderosos del mundo antiguo. Y
cuando un gobernante como César emite un decreto imperial, ese es un mandato que se impone a todos aquellos bajo el
dominio de Roma y que debe ser obedecido. Y Lucas nos dice que, debido a que este decreto salió del emperador, esta fue la
razón histórica detrás del hecho de que Jesús naciera en Belén de Judea.

Pero vemos, en la medida que leemos el resto de la historia, que mucho antes de que César Augusto pensara en emitir un
edicto en la historia humana que conduciría al nacimiento de Jesús en Belén, que desde toda la eternidad el Señor Dios
omnipotente había emitido un edicto de que el Mesías nacería en Belén. Y hay un sentido, tal como veremos cuando
toquemos la doctrina de la providencia, que más allá del edicto de reyes y emperadores en este mundo, siempre está el
decreto de Dios Todopoderoso. Y cuando vemos la teología, una de las cosas que nos preocupan es todo este asunto de los
decretos divinos porque sabemos que Dios es soberano. Y Su soberanía tiene que ver con su autoridad y gobierno sobre todo
lo que Él hace. Que Dios gobierna el universo. El Señor Dios reina omnipotente. Y cuando Él emite un decreto según su
consejo y su plan eterno, ese decreto tiene que suceder. 

Ahora, en las Escrituras tratamos con muchos aspectos de los decretos eternos de Dios. Pero lo que ha provocado más
discusión, controversia y consternación tiene que ver con aquellos decretos que se refieren a su plan de salvación;
principalmente con respecto al decreto de elección. Y en ella nos encontramos cara a cara con esta doctrina tan difícil
llamada la doctrina de la predestinación. Y esa pequeña palabra «predestinación» creo que provoca más discusión teológica
que quizá cualquier otra palabra en la Biblia.  Así que veámoslo por un momento. Predestinación. 

Ahora, todos sabemos lo que es un destino. Cuando nos preparamos para un viaje, tenemos una meta hacia donde queremos
ir, un lugar al que esperamos llegar sanos y salvos. Y llamamos a ese objetivo nuestro destino, el lugar al que nos dirigimos.
A veces hablamos de nuestro destino. La gente se refiere al destino a veces de maneras paganas y habla del destino, que no
tiene nada que ver con el concepto bíblico de destino. El destino tiene que ver con ese punto final al que nos dirigimos, es
decir, desde toda la eternidad decretada por Dios Todopoderoso.  Así que, con este concepto de destino o destinación, le
anteponemos (como lo hace la Escritura) el prefijo ‘pre’, que significa de antemano o antes de. 

Entonces, las Escrituras hablan de algún aspecto en el que Dios desde toda la eternidad ha decretado un destino o
destinación para su pueblo. Si fuéramos, por ejemplo, a la carta de Pablo a los efesios, en el primer capítulo leemos esta
declaración, en el versículo tres: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que
fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo,
conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre
nosotros el Amado.» 

Ahora, hay varios aspectos de este párrafo que me gustarían resaltar brevemente. En primer lugar, cuando Pablo presenta
aquí la idea de la predestinación y de la elección, tres veces habla de bendición o de beneplácito.  Para el apóstol Pablo, la
idea de la predestinación divina no era un concepto que él consideraba sombrío o de manera negativa ni lo veía como una
maldición sobre la teología, sino más bien para el apóstol, la idea de la predestinación divina era una idea que provocaba
dentro de él un sentido de júbilo, de glorificación de Dios y de gran y enorme gratitud. En otras palabras, el apóstol Pablo
vio la doctrina de la predestinación como una bendición. Una bendición que debe despertar en nosotros un sentido de
profunda gratitud y de alabanza. 

Y en la teología reformada, cuando hablamos de esta doctrina de la predestinación, a menudo usamos el lenguaje que
comúnmente llamamos las doctrinas de la gracia. Porque en la predestinación, quizás más que en cualquier otra doctrina,
nos enfrentamos cara a cara con las profundidades y las riquezas de la misericordia y la gracia de Dios Todopoderoso. Si
abstraemos nuestro pensamiento sobre la predestinación y lo sacamos del contexto de esa bendición, entonces lucharemos
sin cesar, estoy convencido, con esta doctrina. 

También podría añadir, antes de continuar, que Calvino, quien a menudo es considerado el rey de los predestinatarios,
siempre solía decir que la doctrina de la predestinación es una de esas doctrinas en la Biblia que es tan misteriosa que debe
ser tratada con gran cuidado y gran humildad porque puede ser muy fácilmente malinterpretada y distorsionada de tal
manera que proyecta una sombra sobre la integridad de Dios y hace que Dios parezca un tirano que juega con sus criaturas;
que tira los dados, por así decirlo, con respecto a nuestra salvación. Y las distorsiones de este tipo son tantas que cualquier
manejo sobrio de esta doctrina requiere gran diligencia. 
De hecho, soy casi reacio a presentar ese tema en una breve conferencia. Es por eso que escribí un libro entero de eso,
llamado «Escogidos por Dios» para poder explicar a la persona laica más de los matices que están involucrados en esta
doctrina. Y si luchas con eso, déjame decirte que no estás solo. Por otro lado, esta es una doctrina con la que creo que vale la
pena luchar, porque creo que cuanto más la sondeamos, más nos acercamos a ver la magnificencia de Dios y la dulzura de
su gracia y de su misericordia.  

Ahora, lo otro que quiero decir, antes de continuar con esto, es que si vamos a ser bíblicos en nuestra teología, debemos
tener alguna doctrina de predestinación porque es la Biblia la que presenta el concepto de predestinación, no Calvino o
Lutero o Agustín. Y podría decir, de paso, que no había nada en la doctrina de la predestinación de Calvino que no estuviera
primero en la de Lutero, y no había nada en la doctrina de predestinación de Lutero que no estuviera primero en la de
Agustín, y creo que también es seguro decir que no había nada en la doctrina de predestinación de Agustín que no estuviera
primero en la de Pablo.

Entonces, encontramos que esta doctrina no tiene sus raíces en los teólogos de la historia de la iglesia, sino en las propias
Escrituras que establecen explícitamente este concepto de predestinación. De nuevo, Pablo dice aquí que hemos sido
bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación
del mundo”. Que la predestinación a la que Pablo se refiere aquí tiene que ver con la elección. Elección y predestinación no
son sinónimos. No significan lo mismo, aunque están muy estrechamente relacionados. La predestinación tiene que ver con
los decretos de Dios relativos a todo lo que Él decreta desde toda la eternidad. 

Un tipo específico de predestinación es la elección, que tiene que ver con la elección de Dios de ciertas personas en Cristo,
para ser adoptadas en la familia de Dios – o en términos simples: para ser salvos. Y la idea bíblicamente es, desde toda la
eternidad Dios tiene un plan de salvación en el que desde toda la eternidad ha elegido a personas, Él ha elegido un pueblo,
para ser adoptado en su familia. Ahora, una vez más, casi todos los que se ocupan de esta doctrina de la predestinación y de
los decretos eternos, estarán de acuerdo en que la elección es para salvación y que la elección está en Cristo. No hay mucho
desacuerdo o disputa al respecto. Los dos puntos que surgen con respecto a la predestinación, que son los más
controversiales, tienen que ver con estas dos interrogantes. 

En primer lugar, ¿hay otra cara de la elección, lo que los teólogos llaman «reprobación», que tiene que ver con el lado
negativo de los decretos de Dios? Y la pregunta simplemente es esta: Si desde toda la eternidad Dios decreta que algunas
personas son elegidas positivamente o elegidas por Dios para salvación, ¿eso no quiere decir que hay algunos que no son
elegidos para salvación y, por lo tanto, están desde toda la eternidad en el grupo de los no electos o el grupo que podríamos
llamar los reprobados? Y eso plantea la pregunta de si la predestinación es doble. Y llegaré a eso en un momento. 

La otra interrogante que es muy controversial es la pregunta de ¿cuál es la base o los motivos sobre los cuales Dios toma la
decisión de elegir a las personas para salvación? Ahora, probablemente una de las versiones más populares de la
predestinación es esa perspectiva que se llama la postura de la presciencia, o la postura del “conocimiento previo” de la
predestinación. Y la palabra «presciencia» como ustedes saben – la palabra «ciencia» está allí, la cual proviene de la palabra
latina para conocimiento – y de nuevo el prefijo ‘pre’ que significa de antemano o antes de. 

La postura de la presciencia significa que la elección de Dios se basa en última instancia en su conocimiento previo de lo
que la gente hará o no hará. Es decir, Dios desde toda la eternidad mira por los pasillos del tiempo y Él sabe de antemano
(siendo omnisciente) quién abrazará a Cristo y quién rechazará a Cristo. Y sobre la base de ese conocimiento previo, Él
elige adoptar a aquellos a quienes Él sabe que tomarán la decisión apropiada y la elección apropiada. Entonces, en el análisis
final, Dios nos elije sobre la base de su conocimiento de que lo elegiremos.

Ahora, esa es una visión muy popular de la predestinación. En mi opinión, eso no explica la doctrina bíblica de la
predestinación. 

Francamente, creo que simplemente niega la doctrina bíblica de la predestinación porque al entender las Escrituras, lo que la
Biblia está diciendo es que lo elegimos porque Él nos eligió primero. Y que los motivos de la predestinación se basan
únicamente en el beneplácito de la propia voluntad de Dios. Como Pablo dice aquí en Efesios, dice «nos predestinó para
adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia.» Ahora, en nuestra serie bíblica, nuestro panorama general de la Biblia, ‘Del polvo a la gloria’, mencioné una
anécdota de mi pequeña nieta, que cuando ella estaba aprendiendo el catecismo de niños, una de las preguntas que le
hicieron es: «¿Por qué Dios hace lo que hace?» Y la respuesta que dio en su balbuceo infantil fue: «Para su golia». Es por
eso que Dios hace lo que hace – para su propia gloria. 

Pero, la meta, el objetivo final de los decretos de Dios es la gloria de Dios. No para glorificarnos, sino para su gloria. Y las
decisiones y las elecciones que Él hace en su plan de salvación se basan en el beneplácito de su voluntad. Ahora, la objeción
habitual que escuchas en este punto es: «Bueno, esto significa que Dios es arbitrario. Si la razón por la que Él elige a una
persona en lugar de otra no se basa en esas personas, ¿no significa eso que Dios es antojadizo y caprichoso, tirano y
arbitrario?» No, la Biblia dice que la base para su elección descansa en la voluntad y placer de Dios. Pero nos damos cuenta
que es su beneplácito, porque no existe tal cosa como el mal placer de la voluntad de Dios. Lo que sea que Dios elija, la
elección que Él toma se basa en su rectitud interna. Su carácter que observamos. Su propia bondad. Dios no sabe cómo
tomar una mala decisión. Dios no sabe cómo hacer algo que sea malo. Entonces, Pablo alaba a Dios por el plan de salvación
que Él ejecuta, que se basa en la voluntad de Dios, en el placer de su voluntad y en el beneplácito de su voluntad. 

Ahora, lo que Pablo insinúa aquí en Efesios, él lo desarrolla mucho más plenamente en su epístola a los romanos,
particularmente en romanos capítulo 8 y capítulo 9. Pero debido a las limitaciones de tiempo aquí, veamos brevemente solo
el capítulo nueve. En el capítulo 9, versículo 10, Pablo escribe estas palabras: «Y no solo esto, sino que también Rebeca,
cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac (porque cuando aún los mellizos no habían nacido, y no habían hecho
nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel
que llama), se le dijo a ella: EL MAYOR SERVIRÁ AL MENOR. Tal como está escrito: A JACOB AMÉ, PERO A ESAÚ
ABORRECÍ». 

Ahora, lo que Pablo está diciendo aquí es que desde toda la eternidad Dios toma la decisión de redimir a Jacob y no a Esaú,
quienes eran hijos de la misma familia, de hecho, eran gemelos. Eran compañeros de útero, si quieres. Y Él, Dios, antes de
que hubieran nacido, antes de que hubieran hecho cualquier bien o mal, declara que Él dará su amor benevolente y
complaciente a uno y lo retendrá del otro. Y luego continúa diciendo esto en el versículo 14: «¿Qué diremos entonces? ¿Qué
hay injusticia en Dios?» 

Ahora bien, este es un punto crítico que Pablo está haciendo aquí, porque aquellos que construyen la doctrina de la
predestinación, que se basa en la elección humana en el análisis final, y dan esa teoría y dicen: «Bueno, Dios elige en base a
que Él sabe que lo elegirán», nadie ha protestado nunca contra esa doctrina diciendo que eso sugiere algo injusto en Dios. Es
sólo cuando concibes que la predestinación está realmente arraigada en el beneplácito soberano y divino, que la gente
plantea la pregunta sobre la justicia de Dios. Y que Pablo anticipa inmediatamente esta objeción – que es la objeción que
todo teólogo reformado ha escuchado mil veces – me consuela que tenemos la comprensión correcta de lo que el Apóstol
está diciendo aquí porque él mismo plantea la pregunta retóricamente. ¿Esto quiere decir que hay injusticia de Dios? ¿Y cuál
es su respuesta? “¡Claro que no!” «¡De ningún modo!» «¡En ninguna manera!» son las diversas traducciones a su respuesta. 

Y luego dice, nos recuerda la enseñanza del Antiguo Testamento: «Porque Él dice a Moisés: TENDRÉ MISERICORDIA
DEL QUE YO TENGA MISERICORDIA, Y TENDRÉ COMPASIÓN DEL QUE YO TENGA COMPASIÓN». Él nos
recuerda que es su prerrogativa soberana y divina dispensar su gracia y misericordia, como Él decida hacerlo. Ahora,
recuerdas cuando hablaba de los atributos transmisibles de Dios y hablé de la justicia de Dios, y hablé de todo lo que estaba
fuera de la categoría de justicia como no- justicia. Y puse algunos círculos aquí arriba en la pizarra y dije que fuera del
carácter de justicia está la misericordia, pero también hay injusticia. La injusticia es malvada, la misericordia no lo es. Y
cuando Dios considera una raza de seres humanos caídos que son depravados y en rebelión contra Él, Dios decreta desde
toda la eternidad dar misericordia a unos y justicia al otro. 

Esaú recibió justicia. Jacob recibió gracia. Nadie recibió injusticia. Dios nunca castiga a gente inocente. Pero él redime a los
culpables. Pero Él no redime a todos y Él no está obligado a redimir a ninguno. Lo sorprendente es que Él redime algunos.
Así que Pablo entonces da una conclusión en el versículo 9, o versículo 16. «Así que no depende del que quiere ni del que
corre sino de Dios que tiene misericordia». Y versículo 18, «Así que del que quiere tiene misericordia, y al que quiere
endurece». Ahora, no veo cómo Pablo podría hacer más claro el que los motivos de nuestra elección no se basan en nuestra
carrera, nuestro obrar, nuestra elección o nuestra voluntad, sino que se basa, en última instancia, en la voluntad soberana de
Dios.
Llamamiento eficaz
Cada vez que tenemos una discusión sobre la elección o sobre la predestinación y la soberanía de la gracia divina,
inmediatamente tenemos que enfrentar la pregunta de: ¿qué es lo que Dios hace cuando interviene en la vida de una persona
para llevar a esa persona a la fe? Tenemos una discusión a lo largo de la historia de la iglesia sobre este asunto y las
distinciones históricas entre la escuela agustiniana, que dice que la elección es puramente la actividad soberana de Dios, y la
escuela semi-pelagiana, que ve una iniciativa de cooperación entre el hombre y Dios. Que ese asunto, en el análisis final,
generalmente se reduce al tema de: ¿en qué momento o cómo es que un pecador llega a la fe salvífica? Y, de nuevo, ambas
partes – calvinismo y arminianismo, agustinianismo y semi-pelagianismo – ambos están de acuerdo en que la gracia es una
necesidad fundamental absoluta para la salvación. 

La diferencia es: ¿hasta qué punto la gracia es necesaria o en qué grado es necesario? Y a lo que se llega es al punto de la
regeneración – recuerden que hablamos de la regeneración como una de las obras del Espíritu Santo – la pregunta está en el
primer paso de giro donde el pecador va de la muerte espiritual a la vida espiritual, ¿se logra ese paso a través de lo que
llamamos monergismo o ? Yo diría que toda la controversia entre el arminianismo y el calvinismo, entre el semi-
pelagianismo y el agustinianismo, se reduce a estas dos palabras y su explicación. Bueno, ¿qué significan? Bueno, el
monergismo proviene, como lo sugiere la palabra, del prefijo ‘mon’ que significa uno y de la palabra ‘erg’ que en español es
el símbolo para ergio, una unidad de energía o trabajo (la cual es la raíz para la palabra ‘energía’, por lo que, el monergismo
tiene que ver con un trabajador o una persona que está haciendo el trabajo. El sinergismo tiene que ver con que dos o más
personas trabajando juntas. El prefijo «syn» significa «con o junto con» y por lo tanto esto tiene que ver con la cooperación
o una iniciativa de cooperación. 

De nuevo, Aquino lo entendió así: ¿Es la gracia de la regeneración una gracia operativa o una gracia cooperativa? Cuando
Dios vivifica a una persona que está muerta en pecados y delitos; cuando el Espíritu Santo regenera al pecador, ¿Él le presta
poder para un ejercicio o para una iniciativa a la cual el pecador debe añadir parte de su energía, parte de su poder, para
lograr el efecto deseado o es la obra de regeneración una obra unilateral y monergista de Dios? ¿Es Dios y solo Dios quien
cambia el corazón del pecador o es Dios quien ofrece su ayuda para cambiar el corazón del pecador y que esa obra de gracia
de cambiar su corazón en el análisis final se basa en la voluntad del pecador de ser cambiado? En su cooperación con la
oferta de una gracia redentora. De eso es que se trata. 

Demos un vistazo a algunos de los textos bíblicos que son relevantes para nuestro tema. Ya creo que vimos el texto Efesios,
antes; pero haré otro repaso ya que es muy importante. Capítulo 2 de Efesios. «Y Él os dio vida a vosotros, que estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme
al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos
nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y
éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. 

Pablo está viendo hacia atrás y está hablando con sus amigos y compañeros conversos entre los cristianos de Éfeso y les
recuerda quién es el que los levantó de la muerte espiritual. Que mientras estaban muertos en sus pecados y delitos, Dios
Espíritu Santo los vivificó, los levantó de entre los muertos espiritualmente.  Les recuerdo que los muertos no cooperan. Mi
analogía favorita para lo que Pablo está diciendo aquí, es la resurrección de Lázaro de su tumba. Lázaro había estado muerto
durante cuatro días y el único poder en el universo que podía sacar ese cadáver de esa cueva era el poder creativo y
energizante de Dios y Cristo no invitó a Lázaro a salir de la tumba. Él no esperó a que Lázaro cooperara. Él dijo: «¡Lázaro,
ven fuera!», y por el enorme poder divino de ese imperativo, lo que estaba muerto cobró vida. 

Luego, por supuesto, él coopera después – es decir, sale de la tumba, pero no hubo cooperación en el punto del cambio de su
naturaleza de la muerte a la vida. Y de manera similar lo que oímos decir a Pablo aquí es que tú estás en un estado de muerte
espiritual. Tú eras por naturaleza un hijo de ira. Y según Jesús, nadie puede venir al Padre a no ser que le sea dado a Él por
el Padre. Y en tu carne nada puedes hacer, y ahí no está diciendo alguito. Y eso deja sobre tus hombros que jamás elegirás
las cosas de Dios. Y mientras estés en este estado de muerte espiritual, caminando según la corriente de este mundo,
caminando según el príncipe del poder del aire, obedeciendo las lujurias de tu carne, como todos los demás en el mundo,
mientras estás en ese estado, Dios te da vida. 

Ahora, después de que Él te da vida, ¿tú te mueves, te acercas, tú vienes, tú crees en Él? ¡Sí! Pero es ese paso inicial, ese
primer paso, es algo que Dios y solo Dios hace o Dios simplemente se acerca a ti y te corteja y te dice «¡Vamos!» Te atrae.
Te anima. Susurra en los oídos de un hombre sordo, «¡Vamos!» Ya sabes, habla con un hombre muerto y le dice: «¿Podrías
cooperar conmigo, por favor? Elige este día a quién servirás.» No. Él interviene para cambiar la disposición del corazón de
esa persona, espiritualmente muerta, a través de su Espíritu Santo. Ahora, Pablo continúa. «Pero Dios, que es rico en
misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida».
¿Cuándo nos da vida? Cuando estábamos muertos. «(Por gracia, habéis sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos
sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas
de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. 

De nuevo, todo esto es un ejercicio en el que Pablo está ensalzando las magníficas maravillas de la gracia divina. Desde su
párrafo inicial aquí hasta la carta a los Efesios, donde habla de la dulzura de la predestinación, de ser elegido en Cristo, y
todo esto, hasta la gloria de la gracia de Dios, y ahora está mostrando cómo Dios obra esto y muestra las sobreabundantes
riquezas de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Luego lo dice de nuevo. Escucha esto. Versículo 8:
«Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras,
para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.» Fíjense que él dice que es por gracia que somos salvos a través de la
fe. Y luego dice «y esto no de vosotros». 

La pregunta que tenemos que hacer es ¿cuál es el antecedente de «esto»? ¿Es la salvación? ¿Es la gracia? No.
Gramaticalmente, el antecedente de «esto» es la palabra «fe». Eres justificado a través de la fe, pero incluso la fe que tienes
no es algo que tú originas. Eso no es de vosotros. No sale de ese corazón duro. No sale de esa naturaleza caída. Es la
actividad creativa de Dios. “Y esto no de vosotros, sino que es don de Dios”. Y eso es lo que estábamos diciendo cuando
hablamos de doble predestinación; que en el corazón de los elegidos, Dios interviene en sus vidas, cambia la disposición de
su alma, crea fe en un corazón que no tenía fe. Ahora, eso es algo absolutamente repugnante para los semi-pelagianos de
todos los tiempos. Dicen que Dios es un caballero, el Espíritu Santo es un caballero, Él nunca, ya sabes, vendría
unilateralmente y cambiaría el corazón de alguien contra su voluntad. 

Recuerden que nuestra voluntad es siempre y en todas partes opuesta a Dios. Y la única manera en que vamos a elegir a
Cristo voluntariamente es si Dios interviene para hacernos dispuestos, recreando el alma. Cambiando la disposición del
corazón. Levantándonos de la muerte espiritual y dándonos vida espiritual para que ahora no sólo podamos elegir a Cristo y 
elijamos a Cristo, sino que lo hacemos voluntariamente. Recuerdo, como mencioné antes, que alguien le estaba preguntando
a una persona sobre si creía en el calvinismo. Y el profesor dijo: «No, no, no». Él dice: «No creo en un Dios que elegiría
arbitrariamente a algunas personas para ser salvadas y ser llevadas, dando patadas y gritando contra su voluntad, al reino de
Dios; mientras que, al mismo tiempo, rechazaría a aquellos otros que desesperadamente quieren estar allí». 

Cuando oí eso, ya sabes, sólo sacudí la cabeza y dije, «¡Ey! Si eso es calvinismo, estoy tan en contra del calvinismo como
este hombre…» ¿Cómo podía estar tan tergiversado? Lo que él estaba diciendo es que Dios es arbitrario. Dios nunca es
arbitrario. Y el hecho de que la razón de tu elección no esté en tus manos, no significa que Dios sea caprichoso, antojadizo y
arbitrario y que no tiene ninguna razón para la elección, sino que continúa y dice que Dios elige arbitrariamente a algunas
personas y las arrastra pataleando y gritando contra su voluntad. Todo el asunto de la regeneración es el cambio de la
voluntad donde los no dispuestos son dispuestos por el Espíritu de Dios. Donde aquellas personas que odiaban las cosas de
Dios porque estaban espiritualmente muertas ahora tienen una nueva disposición, un nuevo corazón. Es por eso que Jesús
dijo, a menos que nazcas de nuevo, ni siquiera puedes ver el reino de Dios, y mucho menos entrar en él. Jesús ve, como la
condición necesaria para entrar al reino de Dios, el primer paso absolutamente esencial para cualquier respuesta de fe, es que
seas regenerado. 

Ahora, la diferencia básica entre teología reformada y teología no reformada es el orden de salvación con respecto a la
relación entre fe y regeneración. La gran mayoría de los cristianos evangélicos profesos creen que la fe viene antes de la
regeneración. En otras palabras, para nacer de nuevo, tienes que creer. Tienes que elegir a Cristo. Si eliges a Cristo y tomas
la decisión, entonces en respuesta a esa elección y a esa decisión Dios te hará renacer. Y la teología reformada ha estado tras
eso desde los días de Agustín, o debo decir desde los días de Pablo. Porque si ese fuera el caso, yo no tendría absolutamente
ninguna esperanza de la salvación de ninguna persona en este mundo. 

Porque no importa cuán persuasivo seas, no importa cuán elocuente seas, no importa cuán poderoso seas, no importa cuán
influyente seas, ¿de qué manera vas a poder persuadir a una persona que está espiritualmente muerta, que está en enemistad
con Dios, que está completamente en la carne, quien fuera de la regeneración y de renacer, ni siquiera puede ver el reino de
Dios, ¿cómo vas a persuadir a esa persona para que elija a Cristo a quien él no quiere en absoluto? No puedo cambiar el
corazón de otra persona. Puedo presentar el mensaje. Puedo argumentar a favor y tratar de ser convincente. Puedo hacerles
ver. Puedo ser fiel al Evangelio. Pero a menos que Dios cambie el corazón, yo puedo plantar, alguien más puede regar, pero
sólo Dios puede dar el crecimiento. Sólo Dios tiene el poder de cambiar la naturaleza del alma humana. Y, entonces,
podríamos decir que la precede a la fe. Esa es la esencia de la teología reformada, ahí mismo. Que es Dios el Espíritu Santo
quien primero cambia la disposición del alma antes de que alguien tenga fe. 

Ahora, cuando creo, ¿de quién es la fe? ¿Dios está creyendo a través de mí? No. Yo soy el que cree. ¿Elijo a Cristo? Sí, elijo
a Cristo. Dios no elige por mí. Estoy eligiendo a Cristo, estoy respondiendo, no me están arrastrando pataleando y gritando
contra mi voluntad. Todo el asunto es que mi voluntad ha sido cambiada y por lo tanto ahora eso que odiaba antes ahora
amo y corro al Hijo porque eso es lo que quiero. Porque Dios me ha dado el deseo de sí mismo en mi alma. Y luego la otra
parte de esa tergiversación; Dios rechazando a la gente que desesperadamente quiere estar allí. Qué distorsión de la visión
bíblica del hombre natural que tiene la idea de que el hombre natural está corriendo desesperadamente tratando de encontrar
a Dios, tratando de entrar en el Reino, pero Dios dice: ‘No, lo siento. No estás en la lista. No puedes entrar’. Recuerden que
toda la raza humana está muerta en pecado. No hay nadie tratando de ir a Cristo fuera de la gracia de Dios, de la gracia
especial de Dios. 

Por último, como he dicho, ambas partes en esta disputa están de acuerdo en que la gracia es una condición necesaria.
Donde ellos realmente están en desacuerdo sobre ese punto de monergismo y sinergismo es: si la gracia de la regeneración
es eficaz o no. O para usar un lenguaje más popular, irresistible. Hay quienes dicen que tienes que tener la gracia de Dios
para venir a Cristo. Antes de que pase algo más, la gracia debe ser lo primero. Debe ser preveniente o que precede. Pero esa
gracia preveniente, que viene y sin la cual ni siquiera podrías venir a Cristo, no es irresistible. Tienes el poder de rechazarla. 

Así que, de nuevo, esa gracia de asistencia que se te ofrece, tú puedes cooperar con ella o no cooperar con ella. Y en el
análisis final, toda tu salvación depende de si tú, mientras aún estás muerto en tus pecados y delitos, mientras aún no eres
salvo, mientras sigues siendo un hijo de tinieblas y estás en la carne, antes de nacer de nuevo, toda tu salvación depende de
que cooperes. Entonces, digo que es una teología sin esperanza. No aguantaría ni cinco minutos en el ministerio si creyera
eso. Me quedaría durmiendo mañana, porque no toma en serio la postura bíblica del carácter radical de la caída humana.
Que simplemente somos incapaces de convertirnos por nosotros mismos, e incluso de cooperar, porque esa cooperación
presupone que ya se ha producido un cambio. Y hasta que ese cambio no haya sucedido nadie cooperará nunca. 

Se los pongo simple a mis amigos, les pregunto: ‘¿Eres cristiano?’ Dicen que sí. Y digo: ‘Tienes un amigo o un vecino o un
familiar que no es cristiano’. ‘¿Correcto?’. ‘¿Por qué tú eres creyente y esa otra persona no lo es?’ ‘Es porque Dios te dio
gracia que Él no dio a otro’ – ‘¡Oh no, no, no! ¡Dios nos dio la misma gracia!’ Yo digo, ‘Bien, si Dios te dio la misma gracia
y eres creyente y él no lo es, ¿por qué es así? ¿Será que eres más justo que la otra persona?» Y qué es lo que van a decir una
y otra vez y mil veces ¡No! ¡Ciertamente yo no voy a decir eso!’ Bueno, ‘¡Será mejor que no digas eso! Porque ahora no
sólo has negado la elección, has negado el Evangelio también’. Digo, ‘Bueno, ¿es porque eres más inteligente?’ ‘No’.
Porque si dices que sí, te voy a decir ‘¿Por qué eres más inteligente? ¿De dónde sacaste tu inteligencia? ¿Dios te dio más
inteligencia de la que le dio al otro?’ Yo diría, ‘Bueno, ¿por qué es así?’ ‘Bueno, porque yo dije sí y él dijo no’. 

Le dije, ‘Lo sé. Eso es lo que estamos averiguando. ¿Por qué dijiste que sí? ¿Cómo no puedes aceptar y creer que no es
porque eres más justo cuando diste la respuesta correcta y tu amigo dio la respuesta equivocada? Voy a decir que la única
razón por la que diste la respuesta correcta es porque Dios en su gracia te cambió y te moldeó de tal manera, eres la obra
creada en conformidad con Cristo Jesús. Dios te rescató, cambió tu corazón. Por eso no hay justicia en eso. Si Él sólo te
ofreció eso y dejó el punto decisivo en tus manos, entonces tienes algo de lo cual jactarte y es porque eres más justo que la
persona que dijo ‘No’. Porque la respuesta a Dios que es la respuesta correcta es sí. Y decir no a Dios es un pecado. Tú no
pecaste. Él pecó. Tienes algo de lo cual jactarte. Pero para la gente, ese es el punto en el que empiezan a decir: «Bueno, tal
vez no debería decir eso». Sí, ¡pero no esperes a llegar a ese punto para no decir eso! ¡No lo digas nunca! Ya sabes, ¡en
ningún momento! 

Bueno, un último texto muy rápido. En Romanos, la famosa cadena dorada que leemos en Romanos 8, el versículo favorito
de todos. «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados
conforme a su propósito. Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen
de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también llamó; y a los que
llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a esos también glorificó”. Hay una cadena aquí, una secuencia que
empieza con el conocimiento previo. Y del conocimiento previo está la predestinación. ¿Y de la predestinación hay qué? El
llamamiento. Del llamamiento, la justificación. De la justificación, la glorificación. 

Ahora, esta es una declaración elíptica donde cada comentarista entiende que hay algo que se asume en el texto y que no
está escrito. Y esa es la palabra «todos». A todos los que Dios conoció de antemano, los predestinó y a todos los que
predestinó, también los llamó y a todos los que llamó, los justificó y a todos los que justificó, a esos glorificó. Ahora, el
punto que es tan importante aquí es que la gente mira este texto y dice: ‘¡Mira! El conocimiento previo es lo primero y por
eso creemos en una postura presciente de la elección: que Dios sabe de antemano quién va a aceptar el llamado y quién no y
sobre la base de ese conocimiento Él nos elige. 

Bueno, de nuevo, cualquier postura de predestinación que tengas, tiene que empezar con el conocimiento previo porque
Dios no puede predestinar algo o alguien que Él no conozca de antemano. Así que no me sorprende que empiece con el
conocimiento previo. Pero fíjate que todos los conocidos de antemano, son predestinados. Y todos los predestinados, son
llamados. Así que está hablando, no de todos en el mundo, sino sólo de los predestinados que son conocidos de antemano, y
todos los predestinados también son llamados. 
Ahora, el punto clave aquí es que todos los que son llamados, son justificados. Lo que significa que todos los que son
llamados tienen fe, lo que significa que este texto no puede estar hablando de lo que llamamos el llamamiento externo del
Evangelio donde todo el mundo es llamado indiscriminadamente a la predicación pública del Evangelio, pero está hablando
del llamamiento interno – el llamamiento operativo – de Dios Espíritu Santo cuando Dios Espíritu Santo eficazmente
cambia su corazón. Eso es lo que llamamos el llamamiento eficaz de Dios el Espíritu Santo quien realiza en nuestro corazón
lo que Dios ha diseñado que Él haga desde la fundación del mundo, que la predestinación pueda ser plena, que todos los que
están predestinados son llamados vigorosamente por el Espíritu Santo; todos los llamados por el Espíritu Santo son
justificados; y todos los que son justificados, son glorificados. 

Si aplicamos categorías arminianas a esta cadena dorada, tendríamos que decir que algunos que son conocidos de antemano,
son predestinados, algunos que son predestinados son llamados, o algunos que son llamados, son justificados, algunos que
son justificados son glorificados, y todo el texto no significa nada.
Justificación por la fe sola
de la Iglesia y la causa material de la Reforma – es decir, el asunto que fue el centro del foco de la controversia – fue esta
doctrina de la justificación. Como dije, Lutero sostuvo que la doctrina de la justificación solo por fe es el artículo por el cual
la iglesia se mantiene o cae. Calvino estuvo de acuerdo con esa evaluación de la urgencia del asunto diciendo que la doctrina
de la justificación es la bisagra en la que todo gira. 

Ahora, la razón de eso y la razón por la que Lutero, por ejemplo, consideró que otros asuntos teológicos eran insignificantes
en comparación con esto, fue porque lo que estaba en juego aquí era nada menos que el Evangelio mismo, porque la
doctrina de la justificación responde a la pregunta que recordamos que fue planteada al apóstol Pablo por el carcelero de
Filipos: «¿Qué debo hacer para ser salvo?». Así que aquí no estamos envueltos en una controversia sobre si rociamos o
mojamos o sumergimos a la gente para el bautismo, sobre asuntos técnicos de supra e infralapsarianismo y temas de ese
tipo, sino que estamos tratando del asunto de la salvación misma y no hay pregunta más grande, no hay pregunta más
importante para un cristiano que lidiar, obviamente, con eso. La doctrina de la justificación aborda nuestra situación más
grave como seres humanos caídos. Y el problema que aborda, en última instancia, es el problema de la justicia de Dios. Y el
problema es este, simplemente: Dios es justo y nosotros no. 

Y así como David se preguntó en la antigüedad: ‘Si el Señor tuviera en cuenta las iniquidades, ¿quién podría permanecer?’
Ahora, obviamente esa es una pregunta retórica y la respuesta es que nadie podría soportar el escrutinio divino. Si Dios
extendiera la vara de medir de su justicia y con esa norma evaluara tu vida y mi vida, ambos pereceríamos porque no somos
justos. Y muchos de nosotros pensamos que la forma de resolver este problema es solo trabajando más duro, tratar con
mayor urgencia de ser buenas personas y hacer lo mejor que podamos, y eso debiera ser suficiente cuando llegamos al
tribunal de Dios. Y eso para mí es el gran mito de la cultura popular que incluso ha penetrado en la iglesia; que la gente
realmente todavía cree que puede abrirse camino al cielo o ganarse el favor de Dios, a pesar de que tenemos la advertencia
certera en las Escrituras de que por las obras de la ley nadie será justificado. 

Así que tenemos este problema: Dios es justo, nosotros no. Somos deudores que no podemos pagar nuestra deuda y sabemos
que una forma de resolver el dilema no es por nuestras buenas obras. Bueno, si por las obras de la ley nadie será justificado,
y Dios no va a negociar su justicia, entonces ¿cómo es que vamos a resolver este dilema que tenemos? Por esta razón es que
el Evangelio se llama ‘buenas nuevas’ o como Pablo presenta la doctrina de la justificación en su carta a los Romanos, él
dice: ‘Ahora el Evangelio se revela desde el cielo’. Es la justicia de Dios la que se revela desde el cielo “por fe para fe”.
“MAS EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ”.

Bueno, entonces hacemos la pregunta, «¿Qué es la justificación? ¿Y cuáles son sus ingredientes necesarios?». La
justificación, en el análisis final, es un pronunciamiento legal de la voz de Dios. Es una declaración legal por la cual Dios
declara que las personas son justas. Es decir, la justificación sólo puede ocurrir cuando Dios, quien él mismo es justo, se
convierte en el justificador al decretar que una persona es justa delante de Él. Ahora, por supuesto, esto es lo que motivó el
fuerte debate del siglo XVI. La pregunta es esta: ¿Dios espera que las personas lleguen a ser justas por cualquier medio,
antes que Él las declare justas o las declara justas delante de Él mientras que, de hecho, aun son pecadores? La fórmula
famosa de Lutero que ha sobrevivido desde el siglo XVI es la fórmula «simil eustic et pecator». Es decir, que la persona
justificada es al mismo tiempo – simultáneamente – justa y pecadora. Que somos justos en virtud de la obra de Cristo
mientras que aun nosotros mismos todavía no hemos sido santificados, todavía no hemos sido perfeccionados, y seguimos
pecando. 

Entonces, el problema que la Iglesia Católica Romana tenía con la doctrina de Lutero era que escuchaban en esta
articulación de la justificación, lo que ellos llamaban una ‘ficción legal’. Ellos plantearon este punto: ¿Cómo es que Dios
declara a alguien justo cuando en realidad todavía es pecador? Esto sería una ficción, sería indigno de Dios, tendría a Dios
como mentiroso. Y así Roma tiene su postura de lo que se llama justificación forense. ‘Forense’ se refiere a declaraciones
legales en las que están de acuerdo en que la justificación ocurre cuando Dios declara que una persona justa. Pero para
Roma, Dios no declarará a una persona justa hasta que esa persona sea en realidad justa. Y no puede haber ficción al
respecto. Pero, por supuesto, la respuesta protestante a eso es que cuando Dios declara a una persona justa, no hay nada
ficticio al respecto. Esa persona es justa delante de Él y es justa en virtud de la verdadera obra de Jesucristo, la cual es todo
menos ficticia. 

Ahora, queremos ver cómo funciona eso en nuestra formulación teológica. Decimos que la justificación es solo por la fe.
Ahora, esa palabra, la pequeña palabra ‘por’ también fue parte de la controversia del siglo XVI. Cuando decimos que algo
sucede «por» tal y tal acción, estamos hablando de los medios por los cuales algo se lleva a cabo. Para aquellos de ustedes
que son gramáticos, llamamos a esto el dativo instrumental – los medios por los cuales algo se lleva a cabo. Así que una de
las disputas del siglo XVI fue la pregunta sobre cuál es la causa instrumental de la justificación. Ahora, eso no es parte de
nuestro lenguaje cotidiano. No hablamos de causas instrumentales, de hecho, ese tipo de lenguaje se remonta a la antigua
Grecia, a las distinciones que el filósofo Aristóteles hizo entre diferentes tipos de causas, donde hizo distinción entre causa
material, causa formal, causa final, causa eficiente y causa instrumental. Y él usa una ilustración para eso: la creación de una
estatua por un escultor. Y él, el escultor, sale a crear su bloque de piedra y la causa material de la estatua era la materia del
que se producía la obra, por lo que la causa material sería la piedra en sí y así sucesivamente. 

Pero en ese proceso, Aristóteles dijo que la causa instrumental o de medios, por los cuales la estatua se transformó de un
bloque crudo de piedra a una magnífica estatua, eran los instrumentos del martillo y el cincel. Así que ese tipo de lenguaje
es el que surgió en el siglo XVI con esta distinción de lo que se entiende como ‘por’ o ‘a través de’ la fe. Y la respuesta de la
Iglesia Católica Romana a esta pregunta fue que la causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo. El
bautismo confiere sacramentalmente al receptor la gracia de la justificación por la cual, según la Iglesia, la justicia de Cristo
se vierte en el alma de la persona que recibe el bautismo y en ese acto de verter en él es lo que se llama la infusión – una
infusión. ¿Cuál es la diferencia entre una infusión y una transfusión? Una infusión es verter gracia en el alma para que Roma
no crea que las personas están justificadas fuera de la gracia, o que están justificadas fuera de la fe. Que la justificación se
basa en esta infusión de gracia por la cual ahora es posible que una persona sea justa. 

Ahora, para que una persona sea justa, tiene que hacer algo con esta gracia que se ha vertido en su alma. y Roma define ese
algo como cooperar con ella y admitirla hasta tal punto o grado que, por la intervención de la ayuda de la justicia de Cristo
vertida en mi alma, si coopero con ella y la admito, puedo llegar a ser verdaderamente justo. Y mientras esté alejado del
pecado mortal, permaneceré en un estado de gracia justificada y así por el estilo. Así que el instrumento por el cual una
persona está justificada inicialmente, para Roma, es el bautismo. Ahora, esa justificación se puede perder. Mencioné
indirectamente, hace un momento, la comisión del pecado mortal. Hemos oído la distinción entre pecados mortales y
pecados veniales. Pecado más atroz, pecado menor. 

El pecado mortal es llamado pecado mortal por la Iglesia porque significa que ese pecado es tan serio como para matar la
gracia justificadora que se posee en el alma. Y si una persona comete un pecado mortal, pierde la gracia de la justificación.
Pero, no todo se pierde; uno aun puede ser restaurado al estado de justificación y de nuevo, sacramentalmente, a través del
sacramento de la penitencia. Y la Iglesia romana define el sacramento de la penitencia como «el segundo tablón de
justificación para aquellos que han naufragado en su fe». Por eso la gente va a confesarse, porque la confesión es parte del
sacramento de la penitencia. Y cuando uno va allí y confiesa sus pecados, recibe la absolución, entonces tienes que realizar
obras de satisfacción que ganen por ti lo que la Iglesia llama «mérito congruente» que es distinto al «mérito condigno». No
es un mérito de tal naturaleza, que es puro y justo, que imponga a Dios la obligación de recompensarlo, pero se llama
«mérito congruente» porque quien realiza estos actos de satisfacción, obras de satisfacción, integral al sacramento de la
penitencia, cuando hace eso, hace que sea apropiado o congruente que Dios le restaure una vez más a un estado de gracia. 

Y así, en realidad, Roma tiene dos causas instrumentales de justificación. En primera instancia es el bautismo; y en segunda
instancia es el sacramento de la penitencia. Ahora, en contra de eso, los reformadores protestantes argumentaron que la
causa instrumental y la única causa instrumental de justificación es la fe. Y tan pronto como una persona se aferra a Cristo
por fe, entonces el mérito de Cristo es transferido o adjudicado o contado en favor de la persona que confía en Cristo. Ahora,
déjenme ver si puedo mostrarles otra distinción que califique eso. Mencioné, en primer lugar, el concepto de infusión por
parte de la Iglesia Católica Romana y que a diferencia de infusión está el concepto de imputación. De hecho, si pudiera
simplificar todo el asunto de la lucha del siglo XVI por la justificación, todo se redujo – en realidad – a estas dos palabras:
infusión o imputación. Y la pregunta era la siguiente: ¿Cuál es el terreno o la base sobre la cual Dios declara alguna vez que
alguien es justo delante de Él? Para la Iglesia Católica Romana, como mencioné, Dios sólo dirá que alguien es justo cuando
es justo en virtud de su cooperación con la gracia de Cristo infundida. 

Para los protestantes, el motivo de la justificación sigue siendo, exclusivamente, no nuestra propia justicia, sino la justicia de
Cristo. Y cuando hablo de la justicia de Cristo, no estoy hablando de la justicia de Cristo en nosotros, estoy hablando de la
justicia de Cristo por nosotros. La justicia que Cristo logró en su propia vida de obediencia perfecta a la ley de Dios. En
otras palabras, su justicia le confirió la bendición de Dios. Pero Dios cuenta la justicia que Él acumuló– la justicia que Él
logró en su propia vida – no sólo para Cristo, sino para todos los que ponen su confianza en Él. Ahora, eso es parte del
motivo de la justificación. La otra parte del motivo de justificación es que Cristo satisfizo a cabalidad las sanciones
negativas de la ley con su muerte sacrificial en la cruz. Como he dicho muchas veces, somos salvos no sólo por la muerte de
Jesús, sino también por la vida de Jesús. Y lo que ocurre aquí es una doble transferencia. Una doble imputación. De lo que
estamos hablando cuando hablamos de imputación es de una transferencia legal. 

Cristo es el Cordero de Dios. Cuando Él va a la cruz y sufre la ira de Dios allí en la cruz, Él no está siendo castigado por
ningún pecado que Dios encuentra en Él. Pero es sólo después que Él toma voluntariamente sobre sí nuestros pecados – Él
se convierte en el portador del pecado – que Dios entonces transfiere o cuenta o adjudica nuestros pecados sobre Jesús. De
eso trata la imputación. Es una transferencia legal para que Cristo asuma en su propia persona nuestra culpa. Dios transfiere
nuestra culpa a Él. Es una transferencia. La otra transferencia es cuando Dios transfiere la rectitud de Cristo a nosotros. Así
que, lo que Lutero está diciendo, cuando dice que la justificación es solo por fe, es solo una abreviatura teológica para decir
que la justificación es solo por Cristo – por lo que Él ha logrado para satisfacer las demandas de la justicia de Dios. Y así la
imputación implica una transferencia de la justicia de otra persona. La infusión implica una implantación de esa justicia con
la que tienes que cooperar para que, según Roma, realmente te vuelvas inherentemente justo, porque ahora la justicia
(inherentemente justa) porque ahora la justicia entra o existe dentro de ti. 

Ahora, para resumir todo este tema del debate, voy a mostrar un pequeño gráfico aquí en la pizarra. Sé que estamos viendo
muchas cosas en detalle y muy rápido. Es por eso que pasé buen tiempo escribiendo un libro sobre esto, y si desean verlo
con más detalle, pueden conseguirlo. Pero tenemos aquí la postura católica romana de la justificación. Y, de este lado, la
postura reformada protestante de la justificación. Entonces, vemos ciertas diferencias. En primer lugar, vimos la causa
instrumental, según Roma, de los sacramentos del bautismo y la penitencia. Mientras que, de este lado, la postura reformada
protestante sería que la causa instrumental es ¿qué? Fe y solo fe. En segundo lugar, vemos que la postura católica romana de
la justificación se basa en el concepto de infusión y la postura protestante sobre la base de la imputación en vez de la
infusión. En tercer lugar, la postura católica romana se llama analítica (y lo explicaré en un momento) donde la postura
reformada se llama «sintética». 

Ahora técnicamente, cuando discutimos acerca del lenguaje distinguimos entre declaraciones sintéticas y declaraciones
analíticas. Una declaración analítica es una declaración que es verdadera por definición. Por ejemplo, «Un triángulo tiene
tres lados», o «Un soltero es un hombre no casado». Tomemos esa declaración: «Un soltero es un hombre no casado». En el
sujeto, cuando dices que alguien es soltero, ya estás diciendo que es un hombre no casado. El predicado «hombre no
casado» no añade nueva información a lo que ya está allí en el sujeto, por lo que esa afirmación es verdadera – lo que
podríamos decir – verdadera por definición. Cierta por análisis. No le añade nada nuevo. Ahora, si digo, «El soltero es un
hombre rico», ahora el predicado dice algo – he dicho algo – sobre el soltero que no estaba – que no se encuentra
inherentemente en la palabra ‘soltero’ porque no todos los solteros son ¿qué? Ricos. De acuerdo. Entonces, eso sería una
declaración sintética. 

Ahora, la forma en que esto se aplica a la justificación es simple. La Iglesia Católica Romana dice que Dios nunca declarará
a alguien justo hasta que según el análisis sea justo. Mientras que para el protestante somos justos sintéticamente porque
tenemos algo añadido a nosotros, que es la justicia de Jesús. De nuevo, finalmente, aquí la justicia debe ser inherente,
mientras que en la postura protestante, como dijo Lutero, la justicia por la que estamos justificados es una Cuando vimos la
doctrina de la elección, recordarán que mencioné que Lutero llamó a esa doctrina la ‘cor ecclesia, o el ‘corazón de la
iglesia’. Y, sin embargo, Lutero no es conocido tanto por la doctrina de la elección como por la doctrina de la justificación
solo por fe, porque fue esa doctrina la que originó la controversia más profunda en la historia de la cristiandad; esa
controversia que provocó la Reforma Protestante del siglo XVI y la frase popular que salió de ahí: ‘Sola Fide’. Es decir, esa
justificación es solo por la fe. Los historiadores ven eso, como mencioné anteriormente cuando estudiamos la doctrina de la
Escritura, que ellos consideran que la causa formal de la Reforma es el debate y el tema sobre la autoridad final en la
doctrina justicia foránea; es una justicia que es extra nos. Está fuera de nosotros. Es, hablando correctamente, no de
nosotros. Sólo cuenta a nuestro favor cuando por fe nos aferramos a Cristo. Esa es la maravillosa buena nueva del
Evangelio, que no tenemos que esperar hasta que nos purguen en el purgatorio de todas las impurezas permanentes; sino
que, en el momento en que confiamos en Jesucristo, todo lo que Él es y todo lo que Él tiene se convierte en nuestro y somos
llevados inmediatamente a la comunión de reconciliación con Dios.
Fe salvífica

En nuestro breve análisis de la doctrina de la justificación, el artículo por el cual la iglesia se mantiene o cae, vimos cómo la
controversia se centró en la causa instrumental de la justificación, y los reformadores insistieron en que esa causa
instrumental es la fe y solo la fe. Ahora, una de las grandes distorsiones de esa lucha, y de hecho una manera en que la
Iglesia Católica Romana es a menudo calumniada (particularmente por protestantes que no conocen algo mejor), es que la
diferencia entre los dos grupos se afirma de esta manera: Que los protestantes creen que la justificación es por fe y los
católicos creen que es por obras. Y que los protestantes creen que es por gracia y los católicos creen que es por méritos. Y
eso es simplemente una falsa distorsión del asunto. 

La Iglesia Católica Romana insiste en la necesidad de la fe para ser justificado, y llaman a la fe el fundamento y la raíz y la
iniciación de la justificación, y no puedes ser justificado sin eso. Sin embargo, no es suficiente para justificarnos porque
también debe haber obras. Y entonces la diferencia (para los reformadores) es solo por la fe en cambio los católicos romanos
ven que es fe más obras, al menos las obras de satisfacción en el caso de la penitencia. Además, también es una distorsión
decir que los reformadores creían que la justificación era solo por gracia y que la Iglesia Católica Romana era sólo por
méritos. Como ya hemos visto, la Iglesia Romana no creía que alguien pudiera justificarse a menos que por primera vez
recibiera la infusión de la gracia de la justificación que viene a través de los sacramentos. Y así, a pesar de que el mérito
tiene lugar (al menos mérito congruente) ese mérito congruente descansa y depende de la gracia para su empuje original. 

Ahora, entonces, la diferencia es que Roma cree en la fe más obras para la justificación y los reformadores creen en la fe
solamente. Roma cree en la gracia más méritos para ser justificados y los reformadores creyeron en la gracia solamente.
Pero debido a que la controversia se centró tanto en este asunto de la fe y debido a que el Nuevo Testamento habla tan a
menudo acerca de creer en el Señor Jesucristo, la fe es tan central para la religión bíblica que a veces nos referimos al
cristianismo como la fe cristiana. Hay un contenido decidido que debe creerse, que es parte integral de nuestra actividad
religiosa. Y entonces, en los tiempos de la Reforma, la pregunta que surgió y que recibió mucha atención fue la pregunta:
«¿Qué es realmente la fe salvífica?» Porque la gente escuchó a Lutero decir que… enseñar una doctrina de gracia barata
donde todo lo que una persona tenía que hacer era decir: «Bueno, creo» y luego ellos son transportados al reino de Dios. 

Y toda esta idea de justificación solo por la fe sugiere a muchas personas un tipo de antinomianismo ligeramente velado que
dice «Puedo creer, siempre y cuando crea las cosas correctas, puedo vivir cualquier tipo de vida impía que prefiera y aún así
ser salvo». Así que, solo mientras crea las cosas correctas o afirme las cosas correctas. Y recordamos la amonestación de
Santiago, que la fe sin obras está muerta. Y recordamos en la epístola de Santiago, que dice en el segundo capítulo: «Si
alguno dice que tiene fe, pero no tiene obras, ¿acaso puede esa fe salvarlo?» Es decir, ¿será una obra – o una fe que es una fe
muerta – una fe que es una fe estéril, una fe que nunca produce ningún fruto – es suficiente para ser salvo? Y Santiago
responde a la pregunta muy claramente, que ese tipo de fe no salva a nadie. Y de hecho Lutero dijo que la fe que justifica es
lo que él llamó un ‘fides viva’. Una fe viva. Una fe vital. Una fe que inevitable, necesariamente e inmediatamente empieza a
producir el fruto de rectitud. De hecho, si esa fe no tiene ninguna cosecha de rectitud, no es verdadera fe según Lutero. 

De hecho, Lutero dijo que la justificación es por fe que está sola, pero no por una fe – la justificación es solo por la fe
(perdón) pero no por una fe que está sola. Así que si puedo regresar a mi ecuación, para la Iglesia Católica Romana era la fe
más las obras iguales a la justificación. Para el antinomiano es solamente la fe la que te la justificación menos obras. Para la
Reforma Protestante, la fe es igual a justificación más obras. Es decir, las obras son el fruto necesario de la verdadera fe,
pero las obras no cuentan para la declaración de Dios por la cual se dice que somos justos delante de Él. No forman parte de
ninguno de los motivos de la decisión de Dios de declararnos justos cuando aquí son una parte esencial de los motivos de
justificación. Hay una gran diferencia allí. 

Entonces, una vez más, los reformadores se enfrentaron a la pregunta: «¿De qué se compone la fe? ¿Cuáles son los
elementos constitutivos de la fe salvífica?» Y los Reformadores enunciaron especialmente tres ingredientes para la fe
salvífica. Y les daré el latín y luego se los explicaré. El primero se llama ‘notitia’, a veces ‘noti’. El segundo se llama
‘assensus’ y el tercero se llama ‘fiducia’. Ahora, esta distinción tiene estas cosas a la vista. La notitia se refiere al contenido
de la fe – la información – lo que de hecho se cree. Algunas personas dicen que no importa lo que creas mientras seas
sincero. Eso está tan lejos de lo que realmente es el cristianismo, porque el cristianismo dice que importa eternamente lo que
tú crees. 

La Biblia no sólo dice “cree”. Tú puedes creer en Satanás o puedes creer en Baal o puedes creer en lo que quieras. No, dice:
“Cree en el Señor Jesús, y serás salvo”. Es decir, hay un objeto de la fe y ese objeto es Cristo. Y hay ciertas cosas a las que
estamos obligados a creer acerca de Cristo, es decir, que Él es el Hijo de Dios, que Él es nuestro Salvador, que Él ha
provisto una expiación. Hay cierta información que debe ser creída. Y, por supuesto, parte de la tarea de la comunidad
cristiana del siglo I era declarar esa información esencial al mundo circundante a la iglesia primitiva. Pablo proclamó el
Evangelio. La predicación de la iglesia era comunicar lo esencial de la persona y obra de Jesús, y luego llamar a la gente a
aceptarlo y creerlo. Pero para que ellos crean, debían tener esta información en la mente. 

Entonces, de nuevo, lo primero que decimos es que la fe (fe salvífica) no es sin contenido. Tiene un contenido. El segundo
ingrediente – vamos a llamar a esto los datos – el segundo ingrediente de la fe salvífica es lo que llamaron ‘assensus’, que
viene al español simplemente como ‘asentimiento’, que es la afirmación intelectual de la verdad de los datos. Si te dijera:
«¿Crees que George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos?» y tú dijeras «Sí», no estarías haciendo
una declaración religiosa en el sentido de que ahora confiaste por fe en George Washington para ser tu salvador. Pero si te
preguntara si crees que él fue el primer presidente, estaría preguntando si intelectualmente estabas preparado para afirmar la
veracidad de la propuesta de que George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos. 

Ahora, cuando se trata del Evangelio hay ciertos elementos, como ya hemos visto en los datos, y antes de que una persona
pueda realmente creer en Jesucristo, tiene que creer que Cristo es realmente el Salvador, que Él es quien dice ser. No puedo
tener fe salvífica si soy consciente de lo que dice la Biblia que Jesús hizo, pero de hecho no lo creo intelectualmente. No
puedo asentir a esa verdad. Creo que es un mensaje falso, creo que los discípulos estaban locos o lo que sea… Ahora no he
cumplido con el segundo paso de la fe salvífica. Tengo que estar convencido de que es verdad. Y aquí es donde mucha gente
lucha porque nos asaltan las dudas sobre las afirmaciones verdaderas. «¿De verdad crees que Jesús regresó de entre los
muertos?» Dudo que alguien que me escuche decir esto, lo crea inequívocamente. 

Es decir, sin una sombra de duda. Porque la siguiente persona que lo crea de la manera en que el apóstol Pablo lo creyó y de
la forma en que el resto de los discípulos lo creyeron, posiblemente será tan eficaz para poner al mundo de cabeza como
ellos lo fueron. Pero hemos sido bombardeados con escepticismo y cinismo y todo eso diciendo: «¡Oh, tú no crees realmente
en una resurrección! Bueno, no lo has visto con tus propios ojos» y así por el estilo. Entonces, puede haber ese elemento de
duda mezclado con tu fe y llegas a ser como Pedro: Señor, “creo; ayúdame en mi incredulidad.» Pero tiene que haber un
cierto nivel de afirmación intelectual y convicción para que una persona sea salva. No puedes estar solo convencido de que
no sucedió, tienes que estar básicamente listo para afirmar la verdad de estas cosas. 

Pero entonces supongamos que tienes estos dos primeros elementos, ambos de carácter principalmente intelectual. Tú
entiendes los datos, tienes la información y estás convencido de que la información es verdadera. Y te digo: «¿Crees que
Jesucristo murió en la cruz por tus pecados?» Y tú dices, «Sí, lo creo. Afirmo que es verdad.» ¿Es eso suficiente para
salvarte? Bueno, lo que Santiago nos dice es que todo lo que eso hace es calificarte para ser un demonio porque aun el
diablo cree eso. Él dice: “los demonios creen, y tiemblan”. Pero una cosa es dar un consentimiento intelectual a un conjunto
de proposiciones, a un credo o algo más, y luego otra muy distinta es poner mi confianza personal en eso. 

Recuerdo haber oído al Dr. Jim Kennedy cuando hizo una presentación del evangelio usando el Evangelismo Explosivo y
mencionó una ilustración en la que había una silla vacía frente a él y le dijo a esta persona: «¿Crees que esa silla es fuerte en
sí como para sostenerte?» Y la persona miró la silla y dijo: «Sí, creo que la silla es capaz de soportar mi peso». Y luego el
Dr. Kennedy dijo: «Bueno, ¿esa silla está aguantando tu peso ahora mismo?» Y la persona dijo, «Bueno, no.» Y Jim dijo,
«Bueno, ¿y por qué no?» Y la persona dijo, «Porque no estoy sentado ahí.» Él dijo: «Una cosa es decir ‘yo creo que esa silla
soportará mi peso’. Y otra cosa es arriesgarte a sentarte en esa silla.» 

Y eso es lo que queremos decir con fiducia en donde uno realmente confía en Cristo para la salvación. Puedo decir que creo
en la justificación solo por la fe y sin embargo todavía en mi vida diaria y en mi pensamiento interno en realidad pienso que
voy a llegar al cielo por mis logros o por mis obras o por mi esfuerzo. Y por eso es fácil llegar a la doctrina de la
justificación por fe en tu cabeza. Otra cosa es entrar en el torrente sanguíneo donde de verdad, totalmente y finalmente te
desanimas de llegar al cielo por tus medios y te aferras a Cristo y solo a Cristo depositando tu confianza en Él y sólo en Él
para tu salvación. 

Pero hay otro elemento para fiducia además de la confianza. Y ese es el elemento de afecto. Hablamos anteriormente sobre
el llamado eficaz de Dios Espíritu Santo a aquellos que están en cautiverio para pecar. Y dijimos que la fe es algo que es
obra de Dios. Dios crea fe dentro de nuestro corazón. Sin la obra del Espíritu Santo en nuestras almas, nunca llegaríamos a
este tipo de fe salvífica porque el problema es que no tenemos disposición hacia Cristo. La razón por la que una persona no
regenerada nunca aceptará a Jesús ni se rendirá a Jesús ni vendrá a Jesús es porque esa persona no quiere a Jesús. Esa
persona está, en su mente y en su corazón, radicalmente en enemistad con Dios y con las cosas de Dios. Y mientras sea
hostil a Cristo, no tengo afecto por Cristo. 

Mira a Satanás. Satanás sabe la verdad. Satanás podría sacarse una ‘A’ en un examen de teología sistemática – ¡100%! Él
sabe la verdad, pero odia la verdad. Él está completamente sin disposición y sin inclinación hacia la adoración de Dios
porque no tiene amor por Dios. No hay amor por Cristo. Y somos así por naturaleza. Estamos muertos en nuestro pecado.
Caminamos según los poderes de este mundo e imitamos las lujurias de la carne. Hasta que Dios el Espíritu Santo no cambie
nuestro corazón, de lo que el Antiguo Testamento llama un corazón de piedra – y un corazón de piedra es un corazón sin
afecto – no sólo es un corazón sin vida, sino que es un corazón sin amor. No tiene afecto por Cristo. Y cuando el Espíritu
Santo nos cambia y nos da el don de la fe, lo que Él hace principalmente es que Él cambia la disposición de nuestro corazón,
por lo que antes despreciábamos a Cristo, ahora vemos la dulzura de Cristo. Ahora vemos la hermosura de Cristo y ahora
aceptamos a Cristo. Elegimos a Cristo. Confiamos en Cristo porque ahora esa fe que el Espíritu Santo ha derramado en
nuestro corazón incluye afecto – afecto real – por Cristo. 

Ahora, de nuevo, en esta vida ninguno de nosotros ama a Cristo perfectamente. Pero no podríamos amarlo en absoluto a
menos que Dios el Espíritu Santo nos cambie ese corazón de piedra y lo convierta en un corazón de carne. Así que estos son
los elementos de la fe salvífica. Ahora, cuando hablamos de conversión, eso tiende a ser un término más general que la
regeneración. Cuando una persona es llevada a la fe por el Espíritu Santo, esa persona experimenta una conversión. Su vida
da un vuelco. Ahora piensen esto. Si antes no habían tenido fe y ahora tienen fe, si antes no tenían afecto por Cristo y ahora
tienen afecto por Cristo, eso literalmente hace toda la diferencia del mundo. Y tu vida dará un vuelco. Y es en esa situación
que experimentamos uno de los frutos inmediatos de la fe genuina que algunas personas incluirían como parte integral de la
fe genuina, y eso es arrepentimiento. Y aunque la Biblia distingue entre arrepentirse y creer, realmente uno es la otra cara
del otro porque realmente no puedo tener afecto por Cristo y aceptar a Cristo hasta que reconozca y admita que soy pecador
y que necesito desesperadamente su obra a mi favor. 

Y, por supuesto, el arrepentimiento incluye en sí el odio por mi propio pecado. Y eso está en contraste con el nuevo afecto
que nos ha sido dado para Dios y para las cosas de Dios. Así que, ahora siempre me molesta cuando los ministros dicen
«Ven a Jesús y todos tus problemas serán resueltos». Mi vida no se complicó sino hasta que llegué a ser cristiano, hasta que
me convertí. Porque antes de ser cristiano, caminaba por un solo rumbo. Mi curso a seguir era el de una calle de un solo
sentido. Ahora, todavía estoy tentado por el curso de este mundo y, sin embargo, ha sido derramado en mi corazón un amor
y afecto y una confianza por Cristo, y esos dos a veces están en verdadero conflicto y tenemos que pasar por eso. En otras
palabras, nos arrepentimos porque odiamos nuestro pecado y, aún, parte de nosotros todavía ama nuestro pecado. Pero el
verdadero arrepentimiento implica un dolor piadoso por haber ofendido a Dios, un dolor genuino y la determinación de
deshacerse de eso, huir y alejarse de eso, en Cristo. 

El arrepentimiento no significa victoria sobre el pecado. Si el requisito fuera una victoria total sobre el pecado para ser
salvo, nadie se salvaría. Pero el arrepentimiento sigue siendo un alejamiento; tener una postura distinta. Mentanoia significa
un cambio de mente. Donde antes trataba de racionalizar mi pecado, me aprobaba a mí mismo, realmente disfrutaba y me
animaba en la práctica de estos pecados, ahora me doy cuenta de que mi pecado es algo malo y tengo una mentalidad
distinta hacia él. No significa que lo haya conquistado, pero mi mente ha cambiado. ¡Y cambiado drásticamente! Ahora,
veremos el fruto de las obras que fluyen de la fe cuando veamos la santificación. Entre tanto, permítanme hablar de un par
de otros resultados de la fe verdadera. 

Inmediatamente después de la justificación viene la adopción. Cuando Dios nos declara justos en Jesucristo, Él nos adopta
en su familia. Su único hijo natural verdadero es Cristo. Pero Cristo se convierte en nuestro hermano mayor por medio de la
adopción. Nadie ha nacido en la familia de Dios. Ustedes son por naturaleza hijos de ira, no hijos de Dios. Dios no es por
naturaleza tu padre. La única manera de tener a Dios como padre es si Él nos adopta. Y la única manera en que Él te
adoptará es por la obra de su Hijo. Pero cuando ponemos nuestra fe y confianza en Cristo y confiamos en Él, Dios no sólo
nos declara justos, sino que nos declara sus hijos e hijas por medio de la adopción. Finalmente, Pablo nos cuenta en capítulo
5 de Romanos algunos de los otros frutos de la justificación. El primer versículo de Romanos 5 dice: «Por tanto, habiendo
sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también
hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios”. Tres cosas se mencionan rápidamente.

El primer fruto de la justificación es la paz. Paz para con Dios. Éramos enemigos. Se acabó la guerra. Los enemigos han
sido reconciliados. Dios ha declarado un tratado de paz con todos aquellos que ponen su fe en Cristo. Y no es una guerra
fría. No es una tregua inestable donde a la primera que hagamos algo malo Dios empieza a agitar la espada. Esa paz es una
paz eterna, una paz duradera, una paz inquebrantable porque ha sido ganada por la justicia perfecta de Cristo. Y debido a
que tenemos paz con Dios, la segunda cosa viene inmediatamente – tenemos acceso a Él. ¿Ven?, Dios no permite que sus
enemigos tengan una relación íntima con Él, pero una vez que hemos sido reconciliados a través de la cruz y a través de
Cristo, tenemos acceso a su presencia y tenemos gozo en la gloria de quien es Él. Estos son los primeros frutos de nuestra
justificación.
Adopción y unión con Cristo
Cuando Juan escribió sus epístolas, él hizo una declaración de lo que yo llamo asombro apostólico. En la primera epístola
que él escribió, en el capítulo 3, hace esta observación: «Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos
llamados hijos de Dios; y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos
hijos de Dios». Ahora, notamos aquí, en el tono de las palabras de Juan una sensación de asombro que parecería pasar por
encima de nuestras cabezas en la cultura en la que vivimos hoy. Porque si hay algo que tendemos a dar por sentado y que
nunca fue dado por sentado por la iglesia apostólica, es que somos los hijos de Dios. Ahora, hay razones para eso. 

Hemos crecido en una cultura que ha sido fuertemente influenciada por la teología liberal del siglo XIX, y en el siglo XIX
aumentó el interés por el estudio de las religiones del mundo, ya que las exploraciones habían recorrido el globo en aquella
época. La gente empezó a conocer mejor las otras religiones, las cuales hasta ese entonces no habían tenido acceso por la
fuerza pura de la distancia, y así vimos un frenesí de interés en el siglo XIX, particularmente en Alemania, por el estudio de
la religión comparada. De hecho, la religión comparada se convirtió en una nueva disciplina académica. Y lo que sucedió
durante ese período fue que los antropólogos, los sociólogos y los teólogos, en la medida que examinaban las religiones del
mundo, trataron de llegar al núcleo de cada una de estas religiones para destilar la esencia y descubrir las similitudes entre
hindúes, musulmanes, judíos, cristianos, budistas y otros. 

Y Adolf von Harnack, por ejemplo, escribió un libro titulado en alemán, ‘La esencia del cristianismo’ y fue traducido
también bajo el título, ‘¿Qué es el cristianismo?’, en el cual trató de reducir el cristianismo a su mínimo común denominador
que compartía con otras religiones. Y dijo que la esencia de la fe cristiana se encuentra en dos premisas: una, la paternidad
universal de Dios y la hermandad universal del hombre. Ambos conceptos, en mi opinión, no se enseñan en la Biblia. Hay
una vaga referencia a la paternidad universal en el sentido de que Pablo, cuando se encontró con los filósofos en Atenas, citó
a uno de los poetas seculares diciendo: Todos somos “linaje de Dios» en el sentido de que Dios es el creador de todas las
personas. Pero la idea de la paternidad de Dios es algo que, en el Nuevo Testamento, es un concepto radical y no
simplemente algo que tácitamente se asume que todo el mundo disfruta. 

Pero debido a la influencia del liberalismo del siglo XIX y la religión comparada, como digo, hemos crecido en una cultura
donde nos han dicho una y otra vez que todo el mundo es un hijo de Dios. Todos somos hijos de Dios. Y Dios es el padre de
todos nosotros. Esa es una noción popular secular, pero no es la idea que vemos en la Sagrada Escritura. De nuevo, lo que
Juan expresa aquí es una actitud de asombro. «Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios» Está abrumado con esa comprensión. Y él dijo, por supuesto, «Amados, somos los hijos de Dios.» Ahora,
como sugerí hace un momento, esa idea no era común en los tiempos bíblicos. De hecho, fue una idea radical: una
innovación radical. He mencionado en otros cursos los estudios que hizo un estudioso europeo de nombre Joachim Jeremias.
Y Jeremias hizo un estudio del concepto, bíblicamente, de la paternidad de Dios. 

Y se dio cuenta, por ejemplo, de que en el Antiguo Testamento y entre el pueblo judío en la antigüedad, se instruía a los
niños en títulos y frases apropiados con los que una persona podía dirigirse a Dios en oración. Y podía ser llamado el
Soberano, el Gobernante o el Creador entre otros. Y lo que estaba notablemente ausente de esa larga lista de títulos
aprobados por los cuales uno se dirigía directamente a Dios en oración fue el título de ‘Padre’. Sin embargo, en cambio,
cuando llegamos al Nuevo Testamento y examinamos las oraciones de Jesús, en cada oración registrada de Jesús en el
Nuevo Testamento – salvo una – Jesús se dirige directamente a Dios como su Padre. Eso no fue pasado por alto por sus
contemporáneos. A propósito, Jeremias continuó diciendo que, además de la comunidad cristiana, la primera referencia
impresa que podía encontrar de cualquier persona judía que se dirigiera directamente a Dios como Padre en oración fue en el
siglo X d.C., en Italia. 

En otras palabras, esto fue una desviación radical de la costumbre cuando Jesús se atrevió a dirigirse a Dios como Padre.
Una vez más, sus contemporáneos no lo pasaron por alto porque esta es una de las cosas que indignó a los fariseos cuando
escucharon a Jesús referirse a Dios como su Padre. Lo tomaron como una afirmación tácita a la deidad. Se está haciendo
igual a Dios. ¿Por qué llegarían a esa conclusión? No concluiríamos eso hoy si escuchamos a alguien dirigirse a Dios como
Padre. No pensaríamos que eso indicaría algún tipo de arrogancia o de pretensión especial de deidad. Pero los
contemporáneos de Jesús lo hicieron porque entendían el carácter radical de eso. Ahora, una de las cosas que es aún más
sorprendente, es que Jesús no sólo se dirigió a Dios como su Padre, sino que cuando sus discípulos vinieron a Él y le
pidieron que les enseñara a orar, Él les dijo en primera instancia: «Vosotros, pues, orad de esta manera: «Padre nuestro que
estás en los cielos…»” Y la primera palabra de la Oración del Señor es radical sin medida. Eso mismo – que Jesús dijo no
solo voy a dirigirme a Dios como Padre, sino que ahora los invito a hacer exactamente lo mismo para que cuando oren le
digan a Dios: «Padre nuestro». Y Él extiende el privilegio de dirigirse a Dios como Padre a sus discípulos. 

Ahora, ha habido algunos movimientos distorsionados que abundan en la comunidad cristiana de luz y lugares donde se ha
visto un tremendo impacto en la iglesia por parte del Movimiento de la Nueva Era. Pienso, por ejemplo, en Paul Crouch de
un canal cristiano, quien a pesar de las súplicas de teólogos serios para que no lo haga, repetidas veces ha declarado a su
audiencia este comentario. Y he visto hacer eco de esto a otros líderes en nuestros días. El comentario de Crouch es el
siguiente: que cualquier cristiano que es habitado por el Espíritu Santo es tanto la encarnación de Dios, así como Jesús lo
fue. Quiero decir, me asombra que cualquiera que lleve el nombre de Cristo haga una declaración tan extravagante que
negaría la singularidad de Cristo en su encarnación. Pero creo que lo que ocurre aquí es que los cristianos se están dando
cuenta de algo de la importancia de poder ser llamados hijos de Dios, pero se están dejando llevar por eso hasta tal punto
que oscurecen la singularidad de la filiación de Cristo. 

Ahora, esa idea de la filiación de Cristo también es fundamental para el Nuevo Testamento. No sólo fue radical que Jesús se
dirigiera a Dios como Padre, sino que hay tres referencias en el Nuevo Testamento en las que se escucha a Dios hablar
audiblemente desde el cielo. Y en las tres ocasiones, lo que Dios está declarando desde los cielos, audiblemente, es la
filiación de Jesús. «Este es mi Amado Hijo en quien me he complacido». «Este es mi Hijo… a Él oíd». Entonces, debemos
ser muy cuidadosos para proteger la singularidad de la filiación que Cristo tiene con el Padre. En efecto, se le llama el
monogenés o el único engendrado del Padre. Y, por supuesto, Jesús explica que por naturaleza no somos hijos de Dios; por
naturaleza somos hijos de ira; por naturaleza somos hijos de Satanás. El único que puede pretender ser un hijo de Dios
inherentemente, o naturalmente, es Jesús mismo.  Así que la pretensión de ser hijos de Dios no es una afirmación que
simplemente podamos asumir en virtud de nuestra humanidad. Y, sin embargo, Juan dice, somos hijos de Dios. ¿Cómo
puede ser esto? 

Bueno, volvamos atrás, a los escritos de Juan, el primer capítulo de su Evangelio, donde en el prólogo del Evangelio de Juan
leemos en el versículo 10: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no lo conoció. A lo
suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es
decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre,
sino de Dios.» Ahora, otras traducciones dicen: «Mas a todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios”. O «el privilegio de llegar a ser hijos de Dios». En este caso era «el derecho de llegar a ser hijos de Dios». 

La palabra que está en el griego, hay una palabra poderosa para autoridad; es la misma palabra usada para Jesús, por sus
contemporáneos, cuando se admiraban de Él y decían, ya sabes: Él habla no como los escribas y los fariseos, sino “como
quien tiene autoridad.» Es la misma palabra aquí: que esa autoridad extraordinaria nos es dada por el Espíritu Santo, que se
nos da el derecho de ser llamados hijos de Dios. Así que una vez más, lo primero que aprendimos aquí es que ser hijos de
Dios es algo que es un don, no se gana, no es algo que sea recibido inherentemente por nacimiento natural. 

Entonces, ¿cómo lo recibimos? Bueno, vemos luego en la carta de Pablo a los romanos, en el capítulo 8, en el que hace este
comentario en el versículo 12: «Así que, hermanos somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne, porque si
vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud
para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con
Él». Así que tienen la idea aquí. ¿Cómo somos hijos de Dios? Por adopción. 

Mencioné en nuestra sesión anterior que este es uno de los frutos de la fe, uno de los frutos de nuestra justificación. Que
cuando nos reconciliamos con Dios, Dios no sólo nos da paz, sino que Él nos lleva a su propia familia. De hecho, esta es una
de las figuras importantes para la iglesia en el Nuevo Testamento, que la iglesia es la familia de Dios. Y es una familia
donde hay un Padre y hay un Hijo y luego todos los demás en la familia son adoptados. Todos somos hijos adoptivos de
Dios. Y es por eso que miramos a Cristo como nuestro hermano mayor, y hemos sido hechos herederos de Dios porque
somos coherederos con Cristo, porque el verdadero hijo de Dios pone a disposición todo lo que Él recibe en su herencia – su
legado completo – Él comparte con sus hermanos y hermanas. 

Así que eso es algo que nunca debemos dar por sentado y cada vez que decimos la oración del Señor y decimos, «Padre
nuestro», debemos temblar y expresar de nuevo el asombro que Juan expresó más tarde en su perplejidad de que nosotros,
de entre todas las personas, seamos llamados hijos de Dios y, sin embargo, en virtud de nuestra adopción lo somos de
verdad. Porque la adopción para Dios es real. No hay membresía de segunda clase en su familia. Podemos distinguir entre
los hijos naturales de Dios y los hijos adoptados de Dios. Pero una vez que se lleva a cabo la adopción, no hay diferencia en
el estatus de miembro de su familia. Él da a todos sus hijos la medida completa de la herencia que pertenece al Hijo
legítimo. 

Ahora, ¿cómo sucede esto? Otro punto que debemos ver en nuestro estudio de nuestra salvación aquí, es que en nuestra
adopción también disfrutamos de lo que se llama la unión mística del creyente con Cristo. Ahora, tan pronto como
describimos algo como místico, con ello estamos diciendo que va más allá de nuestra capacidad el expresarlo en categorías
normales. Trasciende lo natural y, en cierto sentido, es inefable. Pero obtenemos una pista de esto mediante un estudio de las
preposiciones que encontramos en el Nuevo Testamento. Hay dos preposiciones, las cuales podrían ser traducidas por la
palabra en español ‘en’. Y son las palabras griegas ‘en’ y ‘eis’. Pero la distinción técnica entre estas dos palabras es
importante. 

La palabra ‘en’, la preposición ‘en’ significa ‘en’, »dentro de’; mientras que la preposición ‘eis’ significa ‘en, a’. Cada vez
que el Nuevo Testamento llama a la gente a creer en el Señor Jesucristo, ya sabes: «¿Qué debo hacer para ser salvo?»
Bueno, cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. Es interesante que la palabra que normalmente se usa en esos llamados
evangelísticos o invitaciones es la palabra ‘eis’. Y realmente lo que el Apóstol está diciendo, él dice, es creer en/a Cristo. No
sólo creer algo de Él, como queremos decir cuando decimos que crees en algo. Crees en el hada de los dientes o crees en
Papá Noel. Aquí no es sólo creer que hay un Jesús, sino que es un creer a Cristo. Y si dibujo un círculo aquí en el tablero y
lo llamamos una habitación, y todo lo que está fuera del círculo es el patio exterior, para que yo llegue de aquí a allá tengo
que pasar por una puerta o encontrar una manera de mudarme a esa esfera o a ese círculo. 

Ahora, una vez que hago la transición, una vez que cruzo el umbral desde el exterior hasta el interior y entro a esta cámara,
entonces estoy adentro. Estoy dentro de la habitación. Ven, entrar es el ‘eis’. Una vez que estamos allí, tenemos el ‘en’.
Ahora, estas dos palabras, como digo, son tan importantes porque en el Nuevo Testamento no sólo se nos dice que creamos
en Cristo, sino que las Escrituras del Nuevo Testamento nos dicen que todos aquellos que tienen fe genuina están en Cristo
Jesús. Que estamos en Cristo y Cristo está en nosotros; que hay una unión espiritual entre cada creyente cristiano y Cristo
mismo. Y esto tiene implicaciones radicales para la iglesia, como veremos más adelante, y como dije hace un momento,
todos compartimos una adopción común para que todos seamos parte de la familia de Dios. 

Pero no sólo eso, todos somos parte de la comunión mística de los santos. Si estoy en Cristo y Cristo está en mí, si hay una
unión donde decimos que esto es Cristo y yo entro en Cristo – Él está en mí, yo estoy en Él – y tú entras en Cristo y estás
unido con Cristo y Cristo está en ti, ¿qué dice eso acerca de mi relación contigo? Ven, esta unión mística se extiende más
allá de nuestra incorporación individual a Cristo, pero se convierte en el fundamento y el vínculo para la comunión espiritual
trascendente que todos los cristianos disfrutan con todos los demás cristianos. Y también tiene un impacto indirecto en
nosotros cuando lo entendemos. Que si eres mi hermano o eres mi hermana y Cristo está en ti y tú estás en Cristo, entonces
cualquier problema que tenga contigo, tengo que ser capaz de entender que esta unión que ambos compartimos con Cristo
trasciende esas dificultades. 

Entonces, esto no es sólo un concepto teórico, sino que realmente detalla las profundidades y riquezas de esa familia que es
una familia más fuerte con un lazo y vínculo más fuerte que incluso el de las familias biológicas que disfrutamos en este
mundo. Este es el fruto de nuestra adopción. 
Santificación
uando por primera vez me convertí a Cristo, allá en Pittsburgh, Pensilvania, solía viajar desde la universidad todos los fines
de semana. Mi madre era viuda y no conducía, así que yo manejaba a casa desde la universidad para llevarla de compras y
cosas así. Entonces, en el camino de regreso a la universidad el domingo por la noche, escuchaba la transmisión por la radio
de la predicación del Dr. Robert J. Lamont, desde la histórica Primera Iglesia Presbiteriana de Pittsburgh. Y cuando estaba
en el Seminario, tuve la oportunidad de conocer al Dr. Lamont y había hecho una cita para una entrevista con él. Hice esa
cita con su secretaria. Y recuerdo ir a la Primera Iglesia y estar muy nervioso e intimidado porque iba a conocer al gran Dr.
Lamont en persona.

Y finalmente llegó el momento y la secretaria me llevó a su oficina, y el Dr. Lamont entró y me estrechó la mano y se sentó
y me miró a los ojos, y me dijo: «Ahora bien, joven, ¿qué hay en tu mente parcialmente santificada?» Yo solo empecé a
tartamudear, no respondí. Pero obviamente recordé ese comentario, aún hasta el día de hoy, que él no me conocía, pero sabía
que yo era creyente y sabía que como creyente todavía no era una persona completamente santificada. Así que me recordó
de eso en esa descarga inicial de la conversación. «¿Qué hay en tu mente parcialmente santificada?» Bueno, la buena noticia
de la fe cristiana no es solamente que estamos justificados por la justicia de otra persona y que no tenemos que esperar hasta
que estemos plenamente santificados antes de que Dios nos acepte en comunión con Él y con Su familia, como lo hemos
visto, sino que Él nos declara justos y justos en virtud de la imputación o la transferencia de la justicia de Cristo a nuestro
favor. 

Así que la buena noticia es, por otro lado, que, aunque no somos personas totalmente santificadas y Dios es totalmente
santo, que sin embargo podemos entrar en comunión con Él. Así que podríamos decir que es una mala noticia que mi
santificación sea sólo parcial. Sin embargo, la buena noticia es que la santificación, por parcial que sea en esta vida, es real.
Y de lo que estamos hablando en este proceso de santificación es, en efecto, hacer justo o hacer santo al pueblo de Dios.
Hemos visto que nuestra condición delante de Dios se basa en la justicia de otra persona, no en nuestra propia justicia, sin
embargo, en el momento en que somos justificados, un cambio real y verdadero es promulgado sobre nosotros por Dios el
Espíritu Santo de modo que este proceso de santificación por el cual estamos siendo hechos santos y llevados a conformidad
con Cristo (de nuevo, somos hechura de sus manos) que el cambio de nuestra naturaleza hacia la santidad y hacia la rectitud
empieza. Y empieza inmediatamente. 

Ahora, mencioné antes que Lutero, al declarar su doctrina de justificación, dijo que la justificación es solo por la fe, pero no
por una fe que está sola. Que, si la fe verdadera está presente, en el instante en que la verdadera fe está presente en tu alma,
empieza un cambio en tu naturaleza en sí. Que el fruto de la santificación no solo es necesario como consecuencia de la
justificación, sino que no solo es inevitable como consecuencia de tu justificación, sino que es inmediato. Es decir, empieza
al instante. Ahora, digo esto para advertir a los que opinan que es posible que las personas se conviertan realmente a Cristo
y: A) o bien nunca dan buenos frutos porque permanecen carnales hasta el día en que mueren; o B) pasan por una temporada
sin manifestar ningún cambio en su comportamiento, aunque inevitablemente empezarán a hacerlo en algún momento u otro
a fin de estar por una temporada en un estado de carnalidad pura. 

Ahora, no tengo ninguna disputa con el lenguaje en ese momento si entendemos que todos los cristianos somos carnales a lo
largo de nuestras vidas, en cierto sentido; es decir, nunca en este mundo vencemos por completo el impacto de la carne. En
ese sentido, Pablo habla de los cristianos como carnales. Ellos aun tienen que luchar con la carne y el viejo hombre no está
muerto total y completamente hasta que entremos en gloria. Pero a veces la gente usa esta expresión «cristiano carnal» para
referirse a alguien que es completamente carnal. Y es en ese momento que pongo reparos. Yo diría que si alguien está
completamente en la carne sin evidencia de algún cambio en su naturaleza, entonces de lo que estamos hablando aquí no es
de un cristiano, sino de un no-cristiano carnal! 

Entonces, creo que tenemos que entender que a veces la gente es muy celosa de mantener muy alto los números de nuestros
convertidos en conferencias que somos reacios a decir que hay personas que hacen una falsa profesión de fe. Y si una
persona hace una profesión falsa y no muestra ningún tipo de fruto, eso indica que fue una profesión de fe, pero no una
conversión real. De nuevo, no somos justificados por la profesión de fe; somos justificados por la posesión de la fe.
Debemos tener verdadera fe y si lo hacemos, entonces el fruto de esa fe comenzará a obrar inmediatamente. Es imposible
que una persona regenerada, que una persona convertida, permanezca sin cambios. La misma presencia de la nueva
naturaleza, la misma presencia y poder del Espíritu Santo habitando, indica lo contrario – que de hecho somos personas
cambiadas y que cambian. Eso no significa que el progreso de la santificación se mueva en una línea constante desde el
punto de partida de la conversión hasta llegar a casa en la gloria. 

Hay pocos cristianos, si alguno, que hayan vivido alguna vez, que alguna vez hayan mostrado un gráfico de crecimiento
personal que coincida con esa línea. Normalmente es algo como esto. Pero tarde o temprano se llega allí. Ahora, vemos el
gráfico como este, que hay un crecimiento constante, mayormente, en la vida cristiana normal con altos y bajos. Sin
embargo, puede haber una ocasión en la que un cristiano, que es verdaderamente cristiano, puede tener una caída seria y
radical en el pecado prolongado. De hecho, esta persona puede estar involucrada en un pecado atroz que la lleva a ser
disciplinada en la iglesia e incluso podría ser excomulgada de la iglesia. Y podría llegarse hasta el último paso de la
disciplina antes de que esa persona regrese y sea restablecida a la fe. 

Así que, de nuevo, diríamos que la gente puede pasar por estos altos y bajos, aunque hay una indicación de que cuanto más
madura se vuelve una persona en Cristo – cuando pasamos de la infancia espiritual a la edad adulta espiritual, para seguir la
metáfora bíblica – los altos y bajos tienden a suavizar más. No estamos tan alto, en los altos espirituales que disfrutamos, ni
caemos en picada a las profundidades extraordinarias que alguna vez estuvimos, sino que nos volvemos más estables, por
así decirlo, en nuestro crecimiento y compañerismo cristianos. 

Pero el punto que quiero que vean es que la santificación es ese proceso por el cual realmente estamos cambiando, estamos
siendo conformados a la imagen de Cristo, y eso es un proceso. 

Ahora hay esos puntos de vista que abundan en la iglesia que enseñan, por un lado, que una persona puede estar avanzando
en su santificación y en este mundo tiene una repentina infusión de gracia – una segunda obra, una segunda bendición – que
lleva a una persona instantáneamente al estado de perfección en este mundo. Y, como ya dije, ha habido muchas iglesias que
enseñan una clase o forma de perfeccionismo. Y muy relacionado al perfeccionismo están aquellos movimientos, que son
aún más generalizados y más populares, que prometen algún tipo de salto instantáneo de santificación a través de una
experiencia de vida más profunda o una comunión más profunda con el Espíritu Santo donde eres lleno del Espíritu o algo
así. 

Y a pesar de que muchas de estas personas se quedarían cortas para enseñar el perfeccionismo total, sin embargo hablan
prácticamente de dos tipos diferentes de cristianos: 

aquellos que están en un patrón de crecimiento normal y aquellos que pueden tener ese repentino salto electrizante de
santificación a través de una experiencia más profunda con el Espíritu Santo. Bueno, deseo ser la última persona en el
mundo en disuadir a la gente de buscar un caminar más profundo con Dios Espíritu Santo. Y no quiero persuadirlos de que
no traten de estar llenos del Espíritu Santo. Esto es algo que deberíamos estar buscando en todo momento. Pero creo que te
esperan algunas sorpresas reales si estás esperando alguna cura instantánea para el pecado y alguna dosis instantánea del
Espíritu Santo que te dará la ‘vida cristiana victoriosa’. Eso no es lo que encuentro en la enseñanza de las Escrituras o en el
testimonio de los santos más grandes que han existido. 

Santo Tomás à Kempis, por ejemplo, quien escribió la «Imitación de Cristo» y que sigue siendo un clásico cristiano en la
santificación, dijo que es algo raro para un cristiano ser capaz de romper solo un mal hábito en sus vidas. Y cada cristiano
que ha estado en eso durante mucho tiempo, se mira al espejo y se dice a sí mismo «¿Cómo puedo haber sido cristiano
durante tanto tiempo y todavía luchar tanto con mi propia carne?» El único consuelo que tenemos es que si vemos atrás a un
momento tal y nos damos cuenta en dónde estábamos hace 30 años o hace 40 años, entonces se hace evidente que Dios ha
estado dándonos forma y moldeándonos y haciéndonos progresar, de verdad, en la fe cristiana. Pero es una experiencia
cotidiana y a largo plazo para ser moldeado y formado por Dios Espíritu Santo para ser llevado a la madurez en Cristo.
Todos en este país estamos buscando la gratificación instantánea. Queremos saber cómo podemos conocer toda la Biblia en
tres lecciones fáciles y cómo podemos ser santificados en tres pasos sencillos. 

No existen tres pasos fáciles de santificación. La santificación es un proceso de por vida que implica una enorme cantidad de
trabajo y es una labor intensiva. Si vamos al Nuevo Testamento, donde, por ejemplo, en Filipenses Pablo dice en el capítulo
2, versículo 12: «Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no solo en mi presencia, sino ahora mucho más
en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer
como el hacer, para su beneplácito.» Tenemos buenas y malas noticias, otra vez. Pablo nos dice que nos ocupemos de
nuestra salvación, lo cual es realmente un llamado a la diligencia en búsqueda de la rectitud y en búsqueda de nuestra
santificación. Es trabajo. Es trabajo. Eso significa que un cristiano que busca la santificación y la madurez espiritual debe
estar activo. ¿Y qué tan activo? ¿Cómo ocuparte de tu salvación? Con temor y temblor. 

Ahora, esos términos allí, que describen el ambiente en el que debemos resolver nuestra salvación, no son términos que
normalmente describirían una actitud despreocupada. Uno no puede estar tranquilo en Sión en la búsqueda de la
santificación, donde simplemente nos relajamos, lo tomamos con calma y esperamos que el Espíritu Santo nos lleve.
Debemos trabajar y vamos a ocuparnos con temor y temblor. Esto indica una diligencia verdadera con una preocupación
verdadera. No con el tipo de temor que tiene a una persona paralizada por la ansiedad, y no con el tipo de temblor que uno
tiene cuando está en un ataque de pánico. Pero el punto es que el temor y el temblor significa que tomamos esto como un
asunto serio. Y que ahora estamos tratando de complacer al Dios vivo, ante quien estamos en reverencia y asombro, y a
pesar de nuestra reconciliación sigue siendo Aquel ante el cual el pueblo piadoso tiembla. Y esto es trabajo. 
Ahora la buena noticia es “ocupaos con temor y temblor porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el
hacer”. Aquí vemos algo en lo que tenemos un sinergismo genuino o una cooperación, esa santificación es un proceso
cooperativo donde Dios está obrando y yo estoy ocupándome. Estoy llamado a ocuparme, ocuparme, ocuparme – temor y
temblor – ¿por qué? Porque no estoy ocupándome solo. Porque Dios está obrando al mismo tiempo. Dios está obrando en
mí. El Espíritu Santo nos ha sido dado y recuerden que Él ha llamado al Espíritu Santo porque una de sus principales tareas
es la aplicación de nuestra redención y llevar a nuestras almas el fruto de nuestra justificación. Está obrando en nosotros
para cambiar nuestra propia naturaleza, para convencernos de pecado y de justicia. Entonces, es una aventura conjunta entre
nosotros y Dios – entre nosotros y el Espíritu Santo. Así que, en un sentido, en tanto estamos ocupados, estamos activos. En
otro sentido, en tanto el Espíritu está obrando, en ese momento, somos pasivos. O estamos callados. 

Ahora, eso plantea el espectro de dos herejías persistentes que han amenazado a la iglesia a lo largo de la historia de la
iglesia con respecto a la doctrina de la santificación. Y esas dos herejías se llaman «activismo» y «quietismo». Ahora, noten
que hace unos momentos escribí en esta pizarra que el cristiano está llamado a estar activo, a estar seriamente activo en la
búsqueda de la santificación. Y, sin embargo, aquí estoy hablando de una herejía llamada activismo. Bueno, cuál es la
diferencia. Bueno, la diferencia se encuentra en estas últimas tres letras. Cada vez que ves ese «ismo» unido a una palabra,
la palabra misma puede ser una palabra perfectamente legítima hasta que el «ismo» es añadido. Por ejemplo, yo existo, pero
eso no me hace un defensor del existencialismo. Soy humano, pero no adopto el humanismo, y así por el estilo. Así que
debemos estar activos sin alcanzar el activismo. 

Bueno, ¿qué es el activismo? El activismo es la herejía de la justicia propia, de la justicia de las obras, donde una persona ve
la búsqueda de la santificación como algo que logra en sí misma, por sí misma. Que ellos son de la mentalidad espiritual de
«los que hacen las cosas por sus propias fuerzas». «No necesito de la gracia de Dios. No necesito de la ayuda del Espíritu
Santo. Voy a hacer de la rectitud un logro que puedo hacer por mi cuenta a través de mi propia energía y a través de mi
propia actividad». Así que, hay un tipo de acto propio, de autosuficiencia pura– para la santificación, lo cual debe ser
rechazado. 

Por otro lado, está el error del ‘quietismo’ que introdujeron los místicos franceses en el siglo XVII, quienes dijeron que la
obra de santificación es exclusivamente obra del Espíritu Santo. No necesitas ser ejercitado al respecto, no necesitas estar
tratando de ser santificado, todo lo que necesitas hacer es estar quieto. No interrumpas. Es obra de Dios el santificarte. Es
una especie de monergismo trasladado de la regeneración a lo largo de toda la vida cristiana. 

Y su lema (tal vez te sorprenda oír esto) era «Suelta eso y déjaselo a Dios»». 

Ahora, ¿Cuántas veces has oído esto en tu experiencia cristiana? Ahora, puede haber momentos en los que es importante
dejarlo ir. Si nos aferramos estrictamente en nuestra propia fuerza y estamos ignorando la gracia de Dios y no dependiendo y
confiando en la ayuda del Espíritu Santo y somos puros activistas, entonces es hora de estar quietos. Pero cuando estamos
quietos no debemos adoptar el ‘quietismo’ que nos dice que podemos estar a gusto y relajarnos en el sofá, poner los pies en
el sillón y dejar que Dios haga la obra de santificación. Como ven, la herejía tradicional e históricamente siempre viene en
pares y siempre viene como una distorsión en una u otra dirección. Así que, el activismo está de este lado como una herejía,
el quietismo de ese otro lado. 

Las otras herejías gemelas que siguen a la doctrina de la santificación son las doctrinas del antinomianismo o legalismo. Y
esas dos herejías arruinan la sopa. Y hay muy, muy, muy pocas iglesias que no han sido severamente afectadas por una u
otra, y a veces incluso ambas distorsiones. El legalista es el que ve la ley tan importante para su santificación que él añade
más a la ley de Dios. No está satisfecho con las leyes que Dios da, pero a fin de ayudar en su santificación comenzará a
legislar donde Dios ha dejado a los hombres libres. Y dicen, «Bueno, tenemos que hacer esto para evitar que la gente sea
señalada por el mundo. Tenemos que crear reglas y regulaciones. Un cristiano no puede ir al cine. Un cristiano no puede
bailar. Un cristiano no puede hacer esto, esto, esto y esto. Donde Dios nunca ha legislado, estas personas ponen a los demás
en cadenas e inevitablemente sustituyen sus leyes humanas por la verdadera ley de Dios. 

El otro extremo es el antinomianismo que dice, como cristiano la ley de Dios no tiene nada que ver con mi vida. Estoy libre
de la ley por completo. No estoy bajo la ley, estoy bajo la gracia y por eso tengo todo el derecho de ignorar la ley de Dios en
las Escrituras. Bueno, eso es generalizado en nuestros días. De hecho, estamos viviendo un período generalizado de
antinomianismo en la iglesia, donde la persona piadosa, aunque entiende que ya no está bajo servidumbre a la ley, no está
bajo el peso de la ley, no está bajo la pena de la ley, todavía ama la ley de Dios y medita en ella día y noche, porque en la ley
descubre lo que es agradable a Dios y lo que refleja su carácter. Y así, en lugar de huir de la ley, una persona diligente en la
búsqueda de la rectitud y la santificación se convierte en un estudiante serio de la ley de Dios.
Perseverancia de los santos
En años pasados solía pasar mucho tiempo con el liderazgo de Young Life y enseñé en el Instituto de Young Life en
Colorado Springs, y recuerdo que en aquellos días una de las preguntas que me hacían, tal vez con tanta frecuencia como
cualquier otra pregunta de los líderes de Young Life, era: «Bueno, ¿cómo lidiamos con este problema del «desencanto»?” Y
esa era la expresión de Young Life, no para los viajes frustrados de excursión por el río Colorado, sino que lo que querían
decir con ‘desencanto’ era que estaban describiendo algo que pasaba con mucha frecuencia en los clubes de Young Life,
donde los chicos se involucraban en Young Life durante sus años de escuela secundaria – muy activos en el grupo, cantando
canciones, orando, yendo a las reuniones y así por el estilo – pero luego, cuando iban a la universidad no sólo abandonaban
Young Life, sino que repudiaban la fe cristiana. 

Así que la pregunta que me hacían es esta: «¿Una persona realmente convertida puede perder su salvación? ¿Puede ser salvo
una vez y para siempre? ¿Puede mantenerla?» Y, por supuesto, la posición que yo enseñaba en Young Life en ese momento
y que enseñaría hoy en día, es que aquellos que están realmente, genuinamente convertidos sí se mantendrán, no perderán su
salvación, porque creemos que si la tienes nunca la pierdes. Y si la pierdes, nunca la tuviste. Como dijo Juan, “salieron de
nosotros, pero en realidad no eran de nosotros”. Ahora, de nuevo, esto no descarta la posibilidad de que las personas que
hacen una profesión de fe apasionada se sumerjan profundamente y se involucren en la vida de la iglesia o en alguna
organización cristiana, para luego salir de la iglesia y negar su fe cristiana y permanecer así hasta el final de su vida, porque
es muy fácil que la gente se convierta a las instituciones y se pierda una conversión genuina a Cristo. 

De hecho, solía enseñar en el instituto de Young Life y les decía: «Saben, su mayor fortaleza es su mayor debilidad. No
conozco ninguna organización, sobre la faz de la tierra, que haya sido más efectiva que Young Life para alcanzar a los
jóvenes con el Evangelio de Cristo”. Les decía: «Han hecho una ciencia de hacer atractivo el Evangelio. Esa es su fuerza.
Pero también es su debilidad porque hacen el cristianismo tan atractivo que pueden hacer que la gente se una a sus clubes y
abrace esta fe sin nunca tratar con su pecado, sin nunca tratar realmente con Cristo». Y eso puede ser cierto para cualquier
iglesia viva; pueden ser tan sensibles a las necesidades de la gente, tan acogedores y tan atractivos que la gente vendrá por
un tiempo a buscar eso. Jesús dijo la parábola del sembrador. Habló de la semilla que cayó entre espinos o que cayó sobre el
suelo poco profundo y que surgió rápidamente, pero tan pronto como salía el sol, se marchitaba y se moría o se ahogaba por
las espinas. 

Y el punto de esa parábola, creo yo, es que la única semilla que dura es la semilla que se siembra en buena tierra. Y esa
buena tierra es el alma transfigurada o transformada que ha sido regenerada por Dios Espíritu Santo. Ahora, de nuevo,
entendemos que la doctrina, de lo que se llama la perseverancia de los santos, toca directamente sobre esta pregunta:
«¿Podemos perder nuestra salvación?» Les recuerdo que, en el catolicismo romano histórico, la respuesta que la iglesia
romana dio a la pregunta fue: Sí. Las personas pueden perder su salvación y, de hecho, las personas pierden su salvación. Y
cuando vimos la doctrina de la justificación – repasamos muy rápidamente cuando vimos que la causa instrumental de la
justificación, según Roma, era en primera instancia el bautismo, en la cual la persona recibía la gracia de la justificación –
pero que esa gracia podía perderse por medio del pecado mortal. 

Y recuerdan que el pecado mortal es definido por Roma como mortal porque mata o destruye la gracia justificadora que hay
en el alma, haciendo necesario que una persona sea justificada de nuevo y tenga un sacramento completamente nuevo con
ese fin, es decir, el sacramento de la penitencia el cual definí tal como Roma lo hizo, como el segundo tablón de
justificación para aquellos que han naufragado en su fe. Y así, ellos reconocen la capacidad de las personas de haber
naufragado y nunca haber sido restauradas. Pueden cometer pecado mortal aún después de haber sido bautizados y haber
profesado fe, e incluso después de estar en un estado de gracia, aún pueden ir al infierno. Pueden perder su salvación. Y en
muchos círculos semipelagianos, la idea persiste de que la gente puede realmente perder su salvación. 

La fe reformada creía no sólo en la perseverancia de los santos como una deducción lógica de la doctrina de la elección, la
cual en realidad lo es. Si Dios elige a las personas desde toda la eternidad, entonces ciertamente los elegidos seguirán siendo
elegidos para siempre. Pero, por supuesto, eso plantea la pregunta: «¿Una persona no- elegida puede llegar a un estado de
fe?» 

Los reformadores decían: «No, y que sólo los elegidos llegan a la fe, en primer lugar». Entonces, como consecuencia de la
doctrina de la elección, estaría la doctrina de la perseverancia. Pero es muy peligroso, creo yo, construir una teología sólo
sobre la base de extraer inferencias lógicas o conclusiones de una doctrina y luego construir todo un sistema en esa forma.
Queremos ver si las Escrituras tienen algo que decir sobre este asunto. Y ahí es donde la gente parece escuchar un mensaje
mixto de las Escrituras. 

Por un lado, Pablo escribe en su carta a los filipenses – si puedo llevarlos ahí por un momento – el primer capítulo de su
carta a los filipenses, Pablo dice esto. «Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, orando siempre con
gozo en cada una de mis oraciones por vosotros, por vuestra participación en el evangelio desde el primer día hasta ahora,
estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Cristo Jesús”. Aquí Pablo expresa su confianza apostólica en que lo que Cristo ha empezado, Cristo lo terminará. Y se le
llama el Autor y Consumador. Somos hechura de Cristo y para decirlo directo sin que suene burdo, Cristo no hace basura
alguna. Cuando Cristo crea a una persona a la conformidad de su imagen, no tiene que botar el producto al terminar la
hechura de sus manos. 

Pero, de nuevo, hay pasajes en la Escritura que parecen, al menos, a primera vista, indicar que las personas pueden y pierden
su salvación. El propio Pablo dijo que golpeaba su cuerpo y lo hacía su esclavo, no sea que, después de predicar a otros, él
mismo podía ser descalificado. Pero el texto más importante de todas las Escrituras, que se refiere a este asunto de la
posibilidad de perder la salvación, se encuentra en el punto, tan controvertido y complejo, expuesto en el capítulo 6 del libro
de Hebreos. El capítulo 6 de Hebreos empieza con estas palabras, una exhortación a crecer. «Por tanto, dejando las
enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del
arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios, de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la
resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios lo permite”. 

Ahora, escuchen esto. «Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después
cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de
Dios y le exponen a la ignominia pública”. Ahora, aquí tenemos una advertencia muy seria y solemne que dice que es
imposible restaurar, por segunda vez para salvación, a aquellos que han crucificado a Cristo de nuevo. Ahora bien, este texto
ciertamente parece sugerir que en realidad había personas en la comunidad cristiana hebrea a las que el autor escribe aquí,
quienes han caído y que habían crucificado a Cristo. Y esto, como digo, no causó poca consternación, porque lo que aquí se
enseña en el capítulo 6 de Hebreos parece ir en contra del punto de todo lo demás que enseña el Nuevo Testamento, lo cual
nos daría confianza en que Dios nos va a preservar y llevará nuestra obra de redención a su culminación en el cielo.  

Así que acá ha habido todo tipo de intentos en sortear este capítulo 6. Por ejemplo, muchos creen que lo que el autor
describe aquí no es a una persona verdaderamente regenerada, sino que describe solo a un miembro de la iglesia. Recuerden
que Jesús habla de su iglesia como un lugar donde hay abundancia de trigo y cizaña. Esa es una composición mixta. Y
sabemos que en el pasado esa gente podía unirse a la iglesia y repudiarla y nunca regresar, tal como lo mencionamos
anteriormente con Young Life, y en ese sentido se hacen apóstatas. Se alejan de su profesión de fe original. Pero la pregunta
era: ¿Esa profesión original era genuina o simplemente describe aquí a personas que están dentro de la comunidad del pacto
visible, miembros de la iglesia, quienes nunca se han convertido realmente? Bueno, escuchen cómo se describe a esta gente.
«Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados» – preguntaríamos iluminados ¿hasta qué punto? 

Una persona que se sienta en la iglesia los domingos por la mañana y cada semana escucha el Evangelio, escucha la lectura
de la Escritura. Se podría decir de ese miembro de la iglesia que esa persona está iluminada. No necesariamente convertidos,
pero al menos han oído la luz del Evangelio. «Que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,
que gustaron la buena palabra de Dios». Ahora, se podría decir de cualquiera que esté presente en la iglesia, el domingo por
la mañana, ha gustado de esto. Ellos participan en los sacramentos. Literalmente han gustado los sacramentos y oyen la
Palabra de Dios y han estado inmersos tal como estaban en los caminos de la fe cristiana. Y estas cosas podrían describir a
personas que eran miembros de la comunidad del pacto de Israel en el Antiguo Testamento, quienes nunca se convirtieron.
Y así, como decía, aquí dice que estas personas, después que cayeron, «es imposible renovarlos otra vez para
arrepentimiento».

Ahora, lo que me hace pensar que el autor de hebreos no está describiendo meramente a miembros de la iglesia sino a
creyentes reales, es que una persona que se arrepiente en el verdadero sentido es una persona regenerada. Ahora, hay un
falso arrepentimiento como el arrepentimiento de Esaú, eso lo entendemos. Pero el arrepentimiento genuino que trae un
renacimiento genuino es un fruto de la regeneración. Entonces, si el apóstol está diciendo aquí que es imposible renovar a
estas personas de nuevo para arrepentimiento, eso indica claramente que hubo un tiempo en que habían sido renovados para
el arrepentimiento, y por eso creo – no hay duda en mi mente – que está hablando aquí de creyentes. Bueno, si tomo esa
posición, ¿eso no derrumba la doctrina de la perseverancia de los santos? No lo creo, por un par de razones. 

La primera pregunta que quiero hacer es ¿por qué el autor está dando esta advertencia solemne? Ahora, uno de los
problemas que tenemos con el libro de Hebreos es que, en primer lugar, no sabemos quién lo escribió, y en segundo lugar no
sabemos con certeza a quién fue escrito, y en tercer lugar – y en este caso lo más importante – no sabemos por qué fue
escrito. Sabemos que había, obviamente, un asunto serio que enfrentaba esta congregación y los estudiosos han especulado
que era una persecución y que lo que la gente estaba haciendo era negar a Cristo en vista de – que estaban siendo
perseguidos o siendo ejecutados por su fe. Es posible. También sabemos que, tal vez, la herejía más generalizada que la
iglesia naciente tuvo que enfrentar en el siglo I fue la herejía de los judaizantes, quienes destrozaron la iglesia primitiva. 
Toda la carta de Pablo a los Gálatas toca este tema. Y es tratado en otros libros del Nuevo Testamento. Los judaizantes
fueron aquellos que insistieron en que los convertidos, del mundo gentil al cristianismo, tenían que aceptar totalmente el
judaísmo del Antiguo Testamento, incluyendo la circuncisión como señal sagrada. Y recordarán cómo Pablo luchó tan
osadamente contra eso y cómo ese asunto se resolvió en el Concilio de Jerusalén. Y Pablo dijo en su carta a los Gálatas que,
si has sido redimido de la maldición de la ley y luego vuelves y te pones bajo la maldición de la ley de nuevo, en virtud de
tener la circuncisión como rito religioso, en efecto estás repudiando la cruz porque Cristo ha cumplido la maldición de la
ley. Él fue circuncidado por nosotros en la cruz, es lo que Pablo está diciendo en Gálatas. Entonces, si crees eso, ¿por qué
regresarías y te colocarías en esa posición de deuda que tenías antes de la cruz? 

Ahora, una de las cosas que la comunidad apostólica hizo bien, fue discutir de una manera ad hominem – no me refiero a ad
hominem según la falacia, donde atacas y abusas de la gente en lugar de discutir – pero el argumento ad hominem clásico
fue el de discutir con el hombre. Es decir, tomar la posición de tu oponente y llevarla a su conclusión lógica para que asumas
las premisas de tu oponente y demuestres que, si aceptas esas premisas, te llevará a lo absurdo. Ahora, si, por ejemplo, la
herejía que vemos aquí en hebreos es la herejía judaizante, puedo ver al autor de hebreos escribiéndoles: «¿Qué les pasa a
ustedes? ¿No entienden la importancia de lo que están haciendo aquí; que si quieren volver a la circuncisión, en efecto están
repudiando la obra terminada de Cristo? Y si aceptan eso, y de hecho han repudiado la obra terminada de Cristo, ¿cómo
pueden ser salvos? No tendrían forma de ser salvos porque después de haber sido iluminados, han gustado del don celestial
y ahora se vuelven y regresan a Egipto y aceptan esa forma antigua de nuevo, no habría manera de que pudieran ser
restaurados. Es decir, siempre y cuando hayan estado en esa posición porque en efecto han repudiado el corazón mismo del
asunto.  

Entonces, creo que lo que el apóstol está haciendo aquí es dar ese tipo de argumento, diciendo: «Esta es la conclusión lógica
que saldría de este tipo de pensamiento». Entonces, él está diciendo, «Si crees esto, ¡vas a perder tu salvación!» ¿Significa
eso que alguien pierde su salvación? No lo creo. Escuchen lo que dice un momento después en el texto. «Pero en cuanto a
vosotros, amados, aunque hablemos de esta manera, estamos persuadidos de las cosas que son mejores y que pertenecen a la
salvación”. Oh, el alivio que siento cuando escucho eso, porque aquí el apóstol está dejando muy claro que lo que está
diciendo arriba, acerca de las personas que pierden su salvación, es una forma de hablar. Y, sin embargo, da un paso al
frente y dice en el análisis final: «estamos persuadidos de las cosas que son mejores y que pertenecen a la salvación «. Y lo
que acompaña a la salvación es la perseverancia. 

Ahora, lo vemos en otro lugar que creo que es importante. Tú tomas a dos personas en el Nuevo Testamento, que tuvieron
una caída seria y radical. Y cualquier cristiano es capaz de una caída seria y radical como lo fue David. La pregunta aquí es
si podemos tener una caída total y final. Judas era miembro de la comunidad apostólica. Fue discípulo de Jesucristo. Él
estaba con nuestro Señor durante su ministerio terrenal y Judas traicionó a Cristo por 30 piezas de plata, y fue y se ahorcó. Y
la Escritura dice que Judas fue un diablo desde el principio. Ahora, Jesús predijo que Judas haría esto. Y Él dijo, «Lo que
vas a hacer, hazlo pronto». Y en esa misma reunión, en esa misma mesa, le dijo a Simón Pedro que Simón Pedro lo negaría
tres veces. Y Pedro protestó con vehemencia diciendo: «¡Nunca haré eso, Señor!» Y Jesús lo miró y dijo: «Simón, Simón,
mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo”. Eres pan comido en manos de Satanás. “Pero yo he
rogado por ti.. una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos”. Eso no le dijo a Judas. Pero se lo dijo a Simón. Y Él
no dijo: «Simón, si te vuelves, si te arrepientes», sino ‘cuando te arrepientas, alimenta a los hermanos y fortalece a los
hermanos’. Porque Simón pertenecía a Cristo y cayó dramática y radicalmente, pero la obra intercesora de Cristo estaba en
efecto para que Simón no se perdiera. 

Ahora, de nuevo, en ese mismo aposento alto, cuando leemos la oración de Sumo Sacerdote de Jesús, donde Jesús ora por
sus discípulos, Él no sólo ora por ellos, sino por todos aquellos que creen como resultado de su testimonio – lo que nos
incluye – para que no se pierdan. Así que nuestra confianza en la perseverancia de los santos no es una confianza que
descansa en la carne, donde nos miramos a nosotros mismos y decimos: «Bueno, yo nunca voy a caer. Estoy muy
comprometido», sonando como Simón Pedro en el aposento alto. De hecho, ni siquiera me gusta el término
«perseverancia». Me gusta el término «preservación». Pero la única razón por la que perseveramos, la única razón por la que
podemos perseverar es porque Dios nos preserva. Si eso dependiera de nosotros, podríamos caer en cualquier momento.
Satanás podría zarandearnos como a trigo. Pero nuestra confianza, en el capítulo final de nuestra salvación, descansa en las
promesas de Dios de terminar lo que Él ha comenzado. Y descansa sobre la eficacia del gran Sumo Sacerdote que tenemos,
quien intercede por nosotros todos los días. Él nos preservará.

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