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BOLETÍN Y ELEGÍA DE LAS MITAS para traer al mestizo y verdugo venidero.

Corazón que estrujaron, pisando ante mitayo,


Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ya sin paga, sin maíz, sin runa-mora, cuerpos de mamas, mujeres, hijas.
Ladña, ya sin hambre de puro no comer; Sólo nosotros hemos sufrido
Andrés Chabla, Isidro Guamacela, Pablo Pumacuri, sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas, el mundo horrible de sus corazones.
Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián llegué trayendo frutos de la yunga En obraje de telas, sargas, capisayos, ponchos,
Caxicondor. a cuatro semanas de ayuno. yo, el desnudo, hundido en calabozos, trabajé
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua, Recibiéronme: mi hija partida en dos por Alférez año cuarenta días,
Nieblí. Si, mucho agonicé en Chisingue, Quintanilla, con apenas puñado de maíz para el pulso
Naxiche, Gambayna, Poalé, Cotopilaló. mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a que era más delgado que el hijo que tejía.
Sudor de sangre tuve en Caxají, Quinchirana, látigo. Encerrado desde la aurora hasta el otro claror,
en Cicapla, Licto y Conrogal. Oh, Pachacámac, y yo, a la vida sin comer tejí, tejí.
padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán en Saucay, así morí. Hice la tela con que vestían cuerpos los señores,
en Molleturo, en Cojitambo, en Tovavela y Zhoray. Y de tanto dolor, a siete cielos, que dieron soledad de blancura a mi esqueleto.
Añadí así más blancura y dolor a la cruz que trajeron por sesenta soles, Oh, Pachacámac, Y día viernes santo amanecí encerrado,
mis verdugos. mujer pariendo mi hijo, le torcía los brazos. boca abajo, sobre telar,
A mí tam. A José Vacacela tam. Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo: con vómito de sangre entre los hijos y lanzadera.
A Lucas Chaca tam. A Roque Caxicondor tam. «Quiebra maqui de guagua; no quiero que sirva Así, entinté con mi alma, llena de costado,
En plaza Pomasqui y en rueda de otros naturales que sirva de mitaya a viracochas». la tela de las que me desnudaron.
nos trasquilaron hasta el frío la cabeza. Quebré. «Porque no hemos venido
Oh, Pachacámac, señor del universo, Y entre curas, tam, unos pareciendo diablos, buitres, a vivir en la tierra.
nunca sentimos más helada tu sonrisa, había. Sólo venimos a soñar.
y al páramo subimos desnudos de cabeza, Iguales. Peores que los otros de dos piernas. Sólo venimos amar
a coronarnos, llorando con tu sol. otros decían: «Hijo, amor, Cristo». aquí en la tierra».
A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo, Y ellos: «Contribución, mitayo a mis haciendas, Y a un Cristo, adrede, tam trujeron,
en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir a tejer dentro de iglesia, aceite para lámpara, entre lanzas, banderas y caballos.
chanchos, cera de monumentos, huevos de ceniza, Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre,
le cortaron los testes. doctrina y ciegos doctrineros. la sed, los azotes diarios, los servicios de iglesia,
Y, pateándole, a caminar delante Vihuela, india para la cocina, hijas para la casa. la muerte y la desraza de mi raza.
de nuestros ojos llenos de lágrimas. Así dijeron. Obedecí. (Así avisa al mundo, amigo de mi angustia.
Echaba, a golpes, chorros de ristre de sangre. Y después: Sebastián, Manuel, Roque, Salva, Así, avisa. Di. Da diciendo. Dios te pague).
Cayó de bruces en la flor de su cuerpo. Miguel, Antonio, Mitayos, a hierba, leña, carbón, Y bajo ese mesmo Cristo,
Oh, Pachacámac, señor del infinito, paja, peces, piedras, maíz, mujeres, hijas. Todo negra nube de buitres de trapo vinieron. Tantos.
Tú, que manchas el sol entre los muertos. servicio. Cientos de casas hicieron en la Patria.
Y vuestro teniente y justicia mayor A runa-llama tam, que en tres meses Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de cama.
José de Uribe: «Te ordeno». Y yo, comistes dos mil corazones de ellas. Dejáronme en una línea de camino,
con los otros indios, llevámosle a todo pedir, A mujer que tam comistes sin sur, sin norte, sin choza, sin… ¡dejáronme!
de casa en casa, para su paseo, en hamaca. cerca de oreja de marido y de hijo, Y, después, a batir barro, entraña de mi tierra;
Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas, noche a noche. hacer cal de caleras, a trabajar en batanes,
a barrer, a carmenar, a texer, a escardar; Brazos llevaron al mal. en templos, paredes, pinturas, torres, columnas,
a hilar, a lamer platos de barro -nuestra hechura-. Ojos al llanto. capitales.
Y a yacer con viracochas, Hombros al soplo de sus foetes, ¡Y, yo, a la intemperie!
nuestras flores de dos muslos, Mejillas a lo duro de sus botas. Y, después, en trapiches que tenían,
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moliendo caña, me molieron las manos: Así. Llegando al patio rellenáronle heridas con ají y con
hermanos de trabajo bebieron mi sanguaza, Miel y Entre lavadoras de platos, barrenderas, hierbateras, sal,
sangre a una, llamada Dulita, cayósele una escudilla de así los lomos, hombros, trasero, brazos, muslos.
y llanto. barro, El, gemía revolcándose de dolor: «Amo viracocha,
Y ellos, tantos, en propias pulperías, y cayósele, ay, a cien pedazos. Amo viracocha».
¡enseñáronme el triste cielo del alcohol! Y vino el mestizo Juan Ruíz de tanto odio para Nadie le oyó morir.
y la desesperanza. nosotros Y a mama Susana Pumancay, de Panzaleo;
¡Gracias! por retorcido de sangre. su choza entre retamas de mil mariposas ya de
¡Oh, Pachacámac, señor del universo! A la cocina llevóle pateándole nalgas, y ella, sin llorar, aleteo;
Tú que no eres hembra ni varón. ni una lágrima. Pero dijo una palabra suya y nuestra: porque su marido Juan Pilataxi desapareció de bulto,
Tú que eres todo y eres nada, ¡carajú! le llevaron, preñada, a todo paso, a la hacienda;
Óyeme, escúchame. Y él, muy cobarde, puso en fogón una cáscara de y, al cuarto de los cepos en donde le enceparon la
Como el venado herido por la sed huevo derecha,
te busco y sólo a ti de adoro. que casi se hace blanca brasa y que apretó contra los dejándole la izquierda sobre el palo.
Y tam, si supieras, amigo de mi angustia, labios. Y ella, a medianoche, parió su guagua
cómo foeteaban cada día, sin falta. Se abrieron en fruta de sangre: amaneció maleza. entre agua y sangre.
«Capisayo al suelo, Calzoncillos al suelo, No comió cinco días, y yo, y Joaquín Toapanta de Y él dio de cabeza contra la madera, de que murió
tú, bocabajo, mitayo. Cuenta cada latigazo». Tubabiro, Leche de plata hubiera mamado un día, Carajú!
Yo, iba contando: 2, 5, 9, 30, 40, 70. muerta la hallamos en la acequia de los excrementos. Minero fui, por dos años, ocho meses.
Así aprendía a contar en tu castellano, Y cuando en hato, allá en alturas, Nada de comer. Nada de amar. Nunca vida.
con mi dolor y mis llagas. moría ya de buitres o de la pura vida, La bocamina, fue mi cielo y mi tumba.
Enseguida, levantándome, chorreando sangre, sea una vaca, una ternera o una oveja; Yo, que usé el oro para las fiestas de mi emperador,
tenía que besar látigo y mano de verdugos. yo debía arrastrarle por leguas de hierbas y lodo, supe padecer con su luz,
«Dioselopagui, amito», así decía de terror y gratitud. hasta patio de hacienda por la codicia y la crueldad de otros.
Un día en santa iglesia de Tuntaqui, a mostrar el cadáver. Dormimos miles de mitayos,
el viejo doctrinero, mostróme cuerpo en cruz Y tú; señor viracocha, a pura mosca, látigo, fiebres, en galpones,
de amo Jesucristo; me obligaste a comprar esa carne engusanada ya. custodiados con un amo que sólo daba muerte.
único viracocha, sin ropa, sin espuelas, sin acial. Y como ni esos gusanos juntos Pero, después de dos años, ocho meses, salí,
Todito Él, era una sola llaga salpicada. pudo pagar de golpe, salimos seiscientos mitayos,
No había lugar ya ni para un diente de hierba me obligaste a trabajar otro año más; de veinte mil que entramos.
entre herida y herida. hasta que yo mismo descendí al gusano, Pero, salí. ¡Oh, sol reventado por mi madre!
En él, cebáronse primero; luego fue en mí-. ¡que devora a los amos y al mitayo! Te miré en mis ojos de cautivo.
¿De qué me quejo, entonces? – No. Sólo te cuento. A Tomás Quitumbe, del propio Quito, que se fue Lloré agua de sol en punta de pestañas.
Me despeñaron. Con punzón de fierro, huyendo Y temiré, Oh Pachacámac, muerto
me punzaron todo el cuerpo. de terror, por esas lomas de sigses de plata y pluma, en los brazos que ahora hacen esquina
Me trasquilaron. Hijo de ayuno y de destierro fui. le persiguieron; un alférez iba a la cabeza. de madera y de clavos a otro dios.
Con yescas de manguey encendidas, me pringaron. Y él, corre, corre gimiendo como venado. Pero salí. No reconocía ya mi patria.
Después de los azotes, ya aún en el suelo, Pero cayó, rajados ya los pies de muchos pedernales, Desde la negrura volví hacia el azul
ellos entregolpeaban sobre mí, dos tizones de Cazáronle. Amarráronle el pelo a la cola de un potro Quitumbe de alma y sol, lloré de alegría.
candela alazán, Volvíamos. Nunca he vuelto solo.
y me cubrían con una lluvia de chispas puntiagudas, y con él, al obraje de Chillos, Entre cuevas de cumbre, ya en goteras de Cuenca,
que hacía chirriar la sangre de mis úlceras. a través de zanjas, piedras, zarzales, lodo endurecido. de Pedro Axitimbay, mi hermano.
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Vile mucho. Mucho vile, y le encontré el pecho. ¡Con los muertos, vengo!
Era un hueso plano. Era un espejo. Me incliné. La tumba india se retuerce con todas sus caderas
Me miré, pestañeando. Y me reconocí. ¡Yo, era él sus mamas y sus vientres.
mismo! La gran tumba se enarca y se levanta
y dije: después del tercer siglo, dentre las lomas y los
¡Oh Pachacámac, señor del universo! páramos,
Oh Chambo, Mulaló, Sibambe, Tomebamba; las cumbres, los yungas, los abismos
Guangara de don Nuño Valderrama. las minas los azufres, las campaguas.
Adiós. A Pachacámac, adiós. Rinimi ¡No te olvido! Regreso desde los cerros, donde moríamos
A ti, Rodrigo Núñez de Bonilla. a la luz del frío.
Pero Martín Montanero, Alonso de Bastidas, Desde los ríos, donde moríamos en cuadrillas.
Sancho de la Carrera, hijo. Diego Sandoval. Desde las minas, donde moríamos en rosarios.
Mi odio. Mi justicia. Desde la muerte, donde moríamos en grano.
A ti Rodrigo Darcos, dueño de tantas minas, Regreso
de tantas vidas de curicamayos. ¡Regresamos! ¡Pachacámac!
Tus lavaderos del río Santa Bárbara. ¡Yo soy Juan Atampam! ¡Yo, tam!
Minas de ama Virgen del Rosario en Cañaribamba. ¡Yo soy Marcos Guamán! ¡Yo, tam!
Minas del gran cerro de Malal, junto al río helado. ¡Yo soy Roque Jadán! ¡Yo tam!
Minas de Zaruma; minas de Catacocha. ¡Minas! ¡Comaguara, soy. Gualanlema, Quilaquilago,
Gran buscador de riquezas, diablo del oro. Caxicondor, Pumacuri, Tomayco, Chupuitaype,
Chupador de sangre y lágrimas del indio! Guartatana, Duchinachay, Dumbay, Soy!
Qué cientos de noches cuidé tus acequias, por leguas ¡Somos! ¡Seremos! ¡Soy!
para moler tu oro,
en tu mortero de ocho martillos y tres fuelles.
Oro para ti. Oro para tus mujeres. Oro para tus
reyes.
Oro para mi muerte. ¡Oro!
Pero un día volví. ¡Y ahora vuelvo!
Ahora soy Santiago Agag Roque Buestende,
Mateo Camaguara, Esteban Chuquitayupe, Pablo
Duchinachay,
Gregorio Guartatana, Francisco Nati-Cañar,
Bartolomé Dumbay.
Y ahora, toda esta tierra es mía.
Desde Llangagua hasta Burgay;
Desde Irubí hasta el Buerán;
desde Guaslán, hasta Punsara, pasando por Biblián.
Y es mía para adentro, como mujer en la noche.
Y es mía para arriba, hasta más allá del gavilán.
Vuelvo, ¡Alzome!
¡Levantome después del tercer siglo, de entre los
muertos!
EDWIN QUISATAGSI 2“C”

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