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SOCIEDAD
THOMAS MARSHALL,
SETENTA AÑOS DE CLASE Y
CIUDADANÍA
En 1950, el sociólogo británico publicó ‘Ciudadanía y clase social’, un ensayo que
se convirtió (y que continúa siendo) en un referente y que dio lugar, en parte, a
la construcción teórica del Estado del bienestar. Pero ¿siguen sus ideas en vigor?
Artículo DESTACAMOS
28 FEB
2023
David Lorenzo
Cardiel
LA HUMILDAD ES
@davidlorcardiel
UNA FORTALEZA
PERSONAL
La humildad es el centro entre
dos extremos: inseguridad e
inferioridad por un lado, y
arrogancia o vanidad, del otro.
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democracia empezó en
Atenas. Pero ni el régimen
COLABORA ateniense era perfecto ni la
Escuchamos a menudo la palabra «ciudadanía», así como también pertenece al acervo actual el concepto 'polis' fue única.
de «clase social», casi siempre vinculado con el pensamiento de Marx, Engels y comentaristas
posteriores. Sin embargo, ¿qué es la ciudadanía y cómo definir la clase social, más allá de la intuición?
VOLTAIRE EN
ESPAÑA
La difusión de la obra de
Clase, ciudadanía y transformación social Voltaire ha sufrido
prolongados silencios.
Aunque Thomas Humphrey Marshall fue un autor prolífico y expuso sus ideas en numerosos artículos y
libros, fue la publicación de Ciudadanía y clase social el trabajo que lo expondría definitivamente en el
debate académico. En aquellos años, con una Europa incendiada tras la Segunda Guerra Mundial y una
Gran Bretaña que había perdido su estatus de principal potencia del mundo, Marshall intentó participar
en la reconstrucción del nuevo mundo post-bélico. Y para ello, como sucedió en otras épocas de
crisis, como durante la época de la Ilustración, con cruentas guerras azotando el viejo continente, el
análisis de los conceptos de «ciudadanía» y «clase social» se hacían imprescindibles. Para ello, el
británico combina diferentes perspectivas. En primer lugar, comienza con un punto de vista clásico: la
división de la ciudadanía desde un punto de vista histórico (es decir, civil, política y social). En este
sentido, ocurrieron dos momentos en que la idea de ciudadanía evolucionó.
El segundo momento sucedió, en opinión de Marshall, en el siglo XVIII, cuando se produce una
ampliación de los derechos sociales del común al individual. El concepto de «libertad» se desliga de la
pertenencia a un país, población, clase social o grupo y recae sobre el individuo. El diálogo filosófico en
que se enmarca la Ilustración tiene, precisamente, a la persona como eje vertebral para la construcción
del derecho, que ya no puede emanar de los intereses y voluntades de las clases sociales dominantes ni
afectar al individuo a través de habitar un lugar u otro, sino que recae sobre su naturaleza. Se trató de
un esfuerzo que perseguía alcanzar una definición universal. Las leyes de control de la pobreza (Poor
Laws en Inglaterra), la estructura del Estado burgués y la separación de poderes –teniendo al poder
judicial como garante de los derechos individuales y colectivos– son elementos surgidos de este segundo
episodio de evolución de la noción de ciudadanía.
Sin embargo, es obvio que las circunstancias ambientales juegan un papel decisivo. El acceso a los
recursos según el nivel civilizatorio, la cultura a la que se pertenece, el país de nacimiento o residencia o
el contexto social y político de la época histórica en la que se vive siguen afectando a la universalidad
del derecho. Para Marshall, la ciudadanía queda definida como «aquel estatus que se concede a los
miembros de pleno derecho de una comunidad», mientras que la clase social representa un «sistema de
desigualdad» apoyado en ideas, elementos contextuales, valores morales, etc. Ciudadanía y clase social
se revelan, entonces, como principios opuestos. ¿Cómo pueden, por tanto, convivir entre sí y construir
una –más o menos– estable paz social?
Marshall propuso entonces una solución: los derechos sociales. Si el segundo tipo de clase social no
podía eliminarse, este debía ser compensado, por tanto, desde el Estado moderno. Para ello, el Estado
debía evolucionar desde una posición de arbitraje para implicarse en el bienestar de los ciudadanos.
Crítica y validez
Desde su publicación en 1950, Ciudadanía y clase social ha despertado análisis y críticas desde muy
diversas perspectivas ideológicas y económicas. El sociólogo y profesor Derek Heater subrayó el
constante carácter anglocentrista del ensayo, restándole validez a las diferencias políticas, sociales,
constitutivas y culturales de otros países desarrollados y que no necesariamente poseen una
homogeneidad en estructura social como ocurre en el caso británico, donde las guerras civiles del siglo
XVII sentaron una solidez en las relaciones políticas entre la monarquía, las cámaras y los distintos
territorios de la corona.
Otros autores, como el filósofo canadiense Will Kymlicka, critican en Marshall el hecho de que defina
una «ciudadanía pasiva» que posee derechos individuales en función del reconocimiento que el Estado
haga de los mismos, y que parece no disponer de ellos per se, que es el progreso epistémico alcanzando
durante la Ilustración y que, de hecho, sostiene acuerdos internacionales tan importantes como la Carta
de Derechos Humanos de la ONU. El pensador italiano Danilo Zolo apreció la necesidad de separar los
derechos sociales de los políticos y civiles. Por su parte, el filósofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli
añadió una inteligente apreciación al trabajo de Thomas Marshall: los derechos sociales son más bien
«derechos de expectativa», no se les puede imponer un carácter social.
Sin embargo, en los actuales tiempos turbulentos de crisis económica y bélica en Europa, el riesgo de
desmoronamiento de este modelo de hacer sociedad es evidente. Los sistemas sanitarios de Europa se
han visto saturados durante la pandemia de coronavirus, derechos como el acceso gratuito a una
educación de calidad o el derecho al desempleo y a unas prestaciones sociales garantistas han sido
objeto de limitaciones e intentos de expansión en los últimos 15 años. Es necesario replantear la
relación entre ciudadanía, clase y derechos sociales para mantener con firmeza y buen rumbo una
sociedad que aspire a la igualdad, que pueda acoger diversidad y sostenerse bajo criterios racionales,
duraderos, y no sólo estéticos, cambiantes con cada legislatura y que explotan la inmediatez de la
emoción.
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