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Desde el punto de vista político, algunas ciudades francesas habían conocido desde
1788 movimientos esporádicos de oposición violenta a la nobleza local, como
Grenoble (acontecimientos llamados journées des tuiles) en junio-julio de 1788, y
Rennes (acontecimientos llamados journées des bricoles) en enero de 1789.2 La
convocatoria en 1788 de los Estados Generales había levantado grandes expectativas
en la población francesa, y los Cuadernos de quejas, que permitieron al pueblo
llano expresar por primera vez sus preocupaciones, recogían numerosas peticiones de
supresión de ciertos derechos señoriales, como las corveas, las banalidades
(banalités), el pago del champart en tiempos de malas cosechas, y el monopolio
señorial de la justicia. Los campesinos confiaban en el amparo del Rey, que había
promovido la redacción de los "Cuadernos de quejas" y había aceptado que el número
de los delegados del Tercer Estado en los Estados Generales fuera incrementado en
contra de la opinión de la nobleza. Si los campesinos se defendían contra una
supuesta tentativa de la nobleza de aplastarles, lo hacían convencidos de que
estaban cumpliendo con la voluntad del monarca, que llevaba ya años enfrascado en
un conflicto de intereses con los nobles. Las revueltas ocurridas en la región de
París en la primavera de 1789 así lo demostraban.1
El miedo hacia los «bandidos» venía de muy atrás, y existía una «tradición» de
hordas de vagabundos errantes que sembraban el terror y saqueaban aldeas de
campesinos. El hambre y la pobreza asociadas a las malas cosechas que se venían
sucediendo desde 1783 habían multiplicado tales bandas. En julio de 1789, al llegar
a la Asamblea Constituyente las primeras noticias sobre bandas de bandidos
saqueadores de cosechas en la región de París y el norte de Francia, los diputados
llegaron a la conclusión de que estas poderosas bandas podrían estar armadas por la
aristocracia (como las antiguas «compañías libres» de mercenarios), interesada en
perjudicar al Tercer Estado. Pero la asociación bandidos/aristocracia prácticamente
no aparece en los testimonios de los inicios de las revueltas procedentes de
pueblos provinciales.3 Sin embargo, muchos manifestaban miedo frente a unos
posibles ejércitos enemigos, en particular en las regiones fronterizas: en el
Delfinado, el Vivarés y en Provenza, se rumoreaba que el conde de Artois, hermano
del rey, había reunido un ejército de 10.000 a 20.000 piamonteses. En otras
regiones, como Normandía y Aquitania, se hablaba de un ejército de ingleses.
Pruebas documentales recogidas en el Lemosín demuestran también que frente a los
rumores de bandidos organizados, procedentes de lugares diversos e indefinidos, la
gente llegaba a la conclusión de que solo se podía tratar de un ataque coordinado
de ejércitos extranjeros enemigos.53
En muchos lugares, si bien hubo pánico, este no dio lugar a ninguna revuelta, y
varios autores comprobaron la existencia de lo que se ha llamado «solidaridad
vertical». En muchas aldeas y pequeñas ciudades del Périgord, Quercy, Lemosín,
Maine, región de Soissons y Aquitania, los habitantes pidieron protección a la
nobleza local y le encargaron el mando de las milicias.3