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EJEMPLO DEL CATALOGADOR RIGUROSO Jestis Vallejo Un indeterminable dia de las primeras décadas de este tiltimo siglo, un empleado de la Biblioteca Universitaria de Sevilla escribié con cuidada caligrafia la siguiente ficha: Himself The works of Alexander Pope esq. with notes and illustrations by V. Pope, Alexander Una vez seca la tinta, el escribiente colocé su obra en el caj6n de la letra “H”, sitio desde donde atin hoy nos sigue desconcertando. Por la anotaci6n final ya se ve que el ejemplar no esté perdido para siempre en su anaquel. Minutos antes la misma pluma, Ilevada por la misma mano, habia trazado las siguientes lineas: Pope, Alexander ‘The worksof______ esq. with notes and illustrations by Himself and Others. To which are added a new life of the author, an estimate of his poetical character and writings and occasional remarks by William Roscoe, esq. London —[J.M.Creery] / 1824 / 10 vol. —22cm.8.°m""* / Piel hier. dor. / Con retrato del autor Fue seguramente al repasar lo escrito cuando su celo de catalogador le llevé acom- poner la extrafia llamada desde “Himself”. Qué pudo pretender con ello? ;Qué tipo de busqueda queria facilitar? :En qué clase de usuario del catdlogo podia estar pensando? :Quizés en alguien que, necesitando leer al poeta y no recordando bien su nombre, decide buscar por “Himself” al reparar en que Pope escribié sus obras, y las anot6 y las ilustr6, “por si mismo”? Evidentemente no; ni siquiera entre los lo- cos por los libros serfa facil encontrar a quien razonara de esé modo. Como el lector habré ya adivinado, la causa de queen el caj6n de la “H” haya una cartulina de mas es otra, y tiene que ver con el modesto papel que la lengua inglesa jugé en la educa- cién de aquel anénimo escribidor. Pero precisemos: en realidad el problema no es que no supiera nada de inglés, sino, por el contrario, que supiera sélo algo. El encargado del catélogo sabia lo que significaba la preposici6n “by”, y que era indicio de autoria, Si no, no se explicaria Ja ficha “Himself”, ni tampoco esta otra, que conduce a los mismos volimenes: [ests Vallejo, Universidad de Sevilla PENELOPE, N25, 2001, pp. 171-174 172 Jess Vallejo Roscoe, William The works of Alexander Pope esq. with notes and illustrations by Himself and Others. To which are added a new life of the author, an estimate of his poetical cha racter and writings and occasional remarks by V. Pope, Alexander Esta correctfsima anotacién serfa la ultima de la serie si no fuera porque los conoci- mientos de inglés de nuestro hombre no se limitaban a la preposici6n dicha. Cono- cfa también el significado y funcién de la conjuncién copulativa “and”. Para com- probarlo, asomémonos al cajén de la letra “0”, donde encontraremos, engendrada por la misma pluma y fruto del mismo encomiable celo, esta ficha: Others The works of Alexander Pope esq. with notes and illustrations by Himself and V. Pope, Alexander Talvez el lector de estas Iineas, curado de espantos desde nuestra primera papeleta, esperaba ya esta tiltima. Sin embargo, es tan sorprendente como aquélla, si no més: debo confesar que, tras el hallazgo casual de esa insdlita referencia de légica inta- chable (“Himself”), y después de seguir la pista a través de “Pope” y “Roscoe”, busqué la cuarta (“Others”) con cierta desconfianza; y tardé ademés en hacerlo, pues sélo al leer varias veces el documento principal se me ocurrié pensar que aca- so existiera una secuela tan improbable. Asi que pasaron unos dias antes de que en- contrara, en el mismo catélogo sevillano, este segundo desatino, este monstruo de tinta y papel que desde hace décadas yace confinado en su estrecha cércel de made- raentre “Oteyza, Athanasio” y “Ots Capdequi, José Marfa”, y que espera, paciente, la imposible consulta de un investigador patolégicamente exhaustivo que quiera comprobar si hay “Others” que hayan escrito algo sobre el tema que pretende agotar. : Para alguien que nunca se ha puesto a ello, casi no cabe imaginar un trabajo intelectual mas anodino y rutinario que el de catalogar libros, Elinexperto pensara que se trata sdlo de transcribir la informacién del frontispicio, autor, titulo, edito- rial, lugar, afio, comprobar el ordinal de edicién, hacer constar el tamafio en centi- metros, el ntimero de paginas y otros detalles de similar carécter, esto es, dejar constancia escrita de una serie de datos patentes y objetivos. Esos datos se plasman enn pequefio recténgulo de cartulina gracias a la mediacién necesaria del catalo- gador, cuya labor deberfa ser discretisima: quien cataloga no ha de modificar el dato, tiene que limitarse a trasladarlo intacto de un lugar a otro, del libro a la ficha. Cualquier cambio podria impedir la perfecta identificacién del ejemplar almacena- do en la biblioteca, con nefastas consecuencias para el servicio que esta institucién pretende prestar. La ficha puede asf concebirse como el reflejo directo dela realidad del libro, su tarjeta de identidad. Sera tanto m4s adecuada cuanto menos se EJEMPLO DEL CATALOGADOR RIGUROSO 173 manipule, cuanto menos de sf mismo ponga quien la elabora, cuanto menos creati- vo se muestre, cuanto mayor sea el automatismo que sepa imprimir a sus tareas. Hasta cabria pensar que una mAquina podria hacer el trabajo. En efecto, si se trata de dar el menor terreno posiblea la razén mediadora del catalogador, lo mejor seria eliminarla del. todo, procurando Ja via mas adecuada para la reproduccién mecénica y exacta de los datos necesarios. Pero encontrar el camino no es facil: la cAmara fotografica y la fotocopiadora son tan precisas como intitiles, incapaces de uniformar en el catélogo la diversidad dela biblioteca; el ordenadory el escdner au- tomatizarfan la lectura de los datos relevantes, pero con ellos s6lo alcanzarfamos el insignificante objetivo de ahorrar al empleado de la biblioteca, cuyas decisiones se- guirian siendo determinantes, el esfuerzo de escribir. {Qué maquina se requerirfa entonces? Tal vez una imaginada mucho antes que la cémara fotografica, la fotocopiadora, el ordenador y el escéner, pero atin en nuestros dias no lograda pesea los conatos de los investigadores que se afananenel campo de la robética: un autémata suficientemente instruido. Un aut6mata que manejara y examinara los libros, y que los midiese, y que revisara la paginacién, y que inspeccionase la encuadernacién y elaborara la signatura tipogrdfica, y que re- produjese titulos y colofones, y que identificara y distinguiera editorales e impren- tas, y que reconociese autores y los separara de compiladores, directores, correcto- res, glosadores, exégetas o anotadores, y que a estos efectos diferenciase apellidos y nombres....y que en casos dudosos conociera las preposiciones indicadoras de au- torfa en distintos idiomas (como por ejemplo “by”), y que tuviera presente que las conjunciones copulativas (“and” sin ir mds lejos) son indicio de coautoria. Si, es cierto, se vefa venir. Yes que no estébamos ante la obra de un aut6mata, pero s{ ante la de alguien que se esforzaba en actuar como tal, un profesional riguroso que seguia a rajatabla los criterios de su oficio previamente aprendidos. Quién sabe incluso si, conocien- do el significado de “Himself” y “Others”, no encontré en sus instrucciones excep- cin alguna a las reglas cuya aplicacién imponfa la presencia de “by” y “and”, y de- cidi6, pese a todo, atenderlas. Nose le pas6 por la imaginacién el cataclismo textual que provocaba: quiso no intervenir, y logré que su intervencién fuese clamorosa; quiso mantener inmutable el texto, y lo modific6 hasta el absurdo; quiso dejar in- tacta la realidad del libro que tenfa ante su vista, y alter6 radicalmente su represen- tacién; quiso evitar la generacién de un texto diverso al del libro, y multiplicé por dos el ntimero de lecturas que se incorporaron al catélogo. Es imposible saber qué efecto le hubiera producido a Alexander Popeel cono- cimiento de esta infima peripecia de su péstuma fama; tal vez le hubiera divertido saber que en un lejano futuro alguien le atribuiria un sobrenombre més cerrada- mente autorreferencial que el que ya, como catolico de nacién inglesa, llevaba a cu- estas desde su nacimiento. Mas estarfa tan lejos de imaginarlo como nuestro escri- biente sevillano de concebir que un par de detalles de su monétono trabajo pudie- sen dar lugar a este comentario tardfo. Y es que son detalles de esos que hacen pensar. La ensefianza es que no hay lectura sin interpretacin, y que la mera trans- cripcién de textos ya la supone. El enunciado es valido incluso para textos de 174 Jesis Vallejo significado tan pobre como los de mera identificacién que suelen encontrarse en las primeras paginas de un libro impreso. Es una obviedad nuestra moraleja? Tal vez, pero si lo es, sorprende la extrema facilidad con la que se olvidan las evidencias. El campo de la historiograffa es especialmente adecuado para observarlo. Cudntas veces hemos ofdo pretender a muchos de sus cultivadores que ellos se limitan a atender estrictamente lo sefialado por las fuentes que manejan; que no alteran los textos, que no los interpretan, que se atienen rigidamente a lo que resulta de la lec- tura de los documentos de los que parten. Y es verdad que acttian asf: justo como nuestro riguroso catalogador de bibliotecas. Este se convirti, sin sospecharlo siquiera y durante un breve momento desu vida, en metdfora animada del historiador, en perfecto trasunto del investigador del pasado. Al abrir el tomo primero de la bella edicién decimonénica de las obras de Pope aparecié ante su vista el inexpresivo testimonio de un mundo ignorado: el de una literaria Inglaterra sumida ya en las brumas del ayer. El desconocimiento vastisimo que el escribiente sevillano tenia de ese viejo universo fenecido no le ar- redr6: para cumplir el objetivo de su quehacer profesional le bastaban los elemen- tos con los que habia de desenvolverse, una preposicién y una conjuncién apenas. Nose le ocurrié que fuera poco. En realidad, hasta pudo enorgullecerse de compro- bar que, para el caso, no sélo sabfa “un” poco de inglés, sino “dos” pocos. Es casi descorazonador concluir que si hubiera sabido menos, también se habria equivo- cado menos. Los historiadores también nos asomamos a mundos extrafios, lejanos no en el espacio, pero sf en el tiempo. Conocemos de ellos testimonios fragmentarios, y so- Jemos estimar que sabemos lo suficiente para entenderlos. Pero ;c6mo podemos de verdad valorar la potencialidad de nuestros instrumentos de acceso, de nuestros términos, de nuestros conceptos, de nuestros métodos? ,No sucederé que a veces sabemos sdlo lo equivalente a una preposicién y a una conjuncién? ,No resultard que el aumento cuantitativo y cualitativo de nuestros conocimientos sirva tinica- mente para convertirnos en expertos en preposiciones, conjunciones o artfculos, y ni siquiera sospechemos los sustantivos y los verbos? ‘Asi como la historia se reescribe, los catdlogos también. El del fondo antiguo de la Biblioteca Universitaria de Sevilla esta ya en proceso de informatizacién. De- sapareceré el célido mueble de madera, terreno delicioso de exploracién y descu- brimientos, y se instalarn mesas y terminales desde donde podrén emprenderse relampagueantes recorridos por autores, por titulos, por descriptores de conteni- dos... Pero zy las fichas? Son en si mismas fuentes para la historia de una institu- cién viva, y no s6lo instrumentos que posibilitaron su funcionamiento. ;Se archiva- ran? ,Se confeccionaré entonces un catélogo informatico del catélogo de papel? El fantasma de Alexander Pope, si gusta de revolotear por las bibliotecas y es minima- mente curioso, debe de estar expectante.

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