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Ves a la Trinidad, si ves el Amor y eres mirado por la Misericordia

Pedro Edmundo Gómez, osb1.

“En verdad ves a la Trinidad, si ves…


el Amante, el Amado y el Amor”
San Agustín2

En este encuentro “Iconos: Miradas de Misericordia” queremos contemplar en el icono


de la santa Trinidad el Amor y ser mirados por su Misericordia. Dicho de otro modo,
deseamos ser introducidos en ese cruce de miradas de amor y misericordia entre “los tres
Ángeles que se aparecen a Abraham en el encinar de Mambré y que eran uno, escogidos
como figura de las tres Personas divinas que acogen a los hombres en el círculo de su
amor…”3.
El obispo y teólogo italiano Bruno Forte en la parte conclusiva de su Carta sobre la
Trinidad hace la siguiente invitación, que nos servirá a nosotros de introducción:

“Intenta ponerte… ante el icono en el que los tres Ángeles te llaman a entrar en el
diálogo divino del amor: disponte a escuchar la declaración de amor de Dios.
Busca unirte al Hijo amado, abandonado y resucitado a la vida por ti, y de sentir el
amor del Padre que te arrulla y el Espíritu que te une a Jesús y en Él al Padre. Es
una experiencia bellísima la de sentirse amado de Dios: entonces, rodeado por el
amor de los Tres entenderás que Dios Amor no es una palabra vacía… ¿Quieres
probarlo también tú? Pídelo a Dios así: Dios tres veces Santo, Trinidad divina,
ayúdame a confesar con los labios y el corazón la infinita belleza de Tu amor: de Ti
Padre, eterno Amante de quien proviene todo don perfecto, de Ti Hijo, eterno
Amado que todo lo recibes y todo lo das, de Ti Espíritu Santo, Amor recibido y
donado, vínculo de la caridad eterna y éxtasis del eterno don. En Ti, Trinidad

1
Abadía Cristo Rey, El Siambón, Tucumán, Argentina.
2
San Agustín de Hipona, De Trinitate, 8, 8, 12; 10, 14.
3
http://www.webdiocesi.chiesacattolica.it/cci_new/vis_diocesi.jsp?idDiocesi=55.
Santa, quisiera esconderme, para ser amado en el Amado y aprender a amar a quien
en la humilde fidelidad del tiempo y por siempre en el día del amor que no muere.
¡Amén! ¡Aleluya!

I.

Abraham en la Theofania (Gn 18,1-16) hospeda (Philoxenia) a los que lo cobijan. El


icono representa y presencia a la Trinidad ad intra (Amor) y ad extra (Misericordia),
Theologia y Oikonomia. Contiene pues tres planos superpuestos e íntimamente
relacionados: Theofania, Oikonomia y Theologia, somos conscientes de que estamos
“balbuceando tan solo palabras de amor sobre el misterio santo del que venimos en el que
nos movemos y existimos y hacia el cual vamos en el camino del tiempo… en retorno a la
patria trinitaria”4.
Rublev era un artista teólogo que expresa con símbolos su fe, la doctrina del Dios Uno
y Trino queda expuesta mediante un círculo que encierra un triángulo y propone una cruz.
Las figuras siguen y configuran el trazado del círculo, todos los elementos contribuyen
a dar relieve a la circularidad, símbolo de la plenitud del infinito, del misterio de Dios. Un
movimiento circular, sugerido por las miradas, por el juego de las manos y por la
inclinación de las cabezas, “movimiento inmóvil” (Pseudo Dionisio) de la Trinidad a la
Trinidad. La curva envolvente arranca de los pies del ángel a la izquierda (Origen), y sube,
arqueándose, por la línea del hombro y la cabeza, inclinada hacia la derecha, pasa por sobre
la cabeza del ángel del centro (Revelación) y gira siguiendo el contorno de la cabeza del
ángel que inclina su frente hacia la izquierda (Destino), desembocando en su pie izquierdo.
Esto se reafirma en la curva del árbol de la vida (Cruz) que está detrás del ángel central, no
obstaculizada por la vertical del edificio (tienda, casa, templo, iglesia), que le da mayor
agilidad y libertad, y es claramente perceptible en la inclinación de la roca (montaña, Sinaí-
Tabor). Las líneas cóncavas hablan de la acogida del otro, de olvido de sí, del amor y la
misericordia hacia el mundo.
Esta teología expresada en el círculo, no admite otro armazón que el Trinitario, lo que
se reafirma por el nimbo de cada uno, en el círculo de sus cabellos, y en los contornos de
los objetos: tronos, escalones, roca, casa, que forman un octógono, símbolo del Octavo Día,
la Patria trinitaria.
La circularidad del único Amor conforma un triángulo, que se convierte no sólo en la
base de la composición, sino que también reaparece en el espacio del suelo bajo la mesa, ya
que la creación es trinitaria, y en la forma de la copa, porque la historia es trinitaria. Y si
tenemos en cuenta que los hombres y las comunidades también llevamos en nosotros la
huella de la trinidad, podemos afirmar que todo habla y dice la Trinidad, y que la Trinidad
es la fuente y el culmen de todo.
La cruz se hace misteriosamente visible, delineada por el travesaño vertical del árbol, el
ángel central, la copa y el rectángulo, el travesaño horizontal esta formado por las cabezas
de los otros ángeles, que es la base del triángulo invertido. No hay círculo sin cruz, ni vida
eterna sin muerte. El círculo, el triángulo y la cruz no se pueden separar. La Cruz es la
historia trinitaria de Dios y del hombre. El relato del Misterio Pascual, es el relato de la

4
Bruno Forte, Trinidad como historia, p. 15s.
Trinidad, la narración del Amor5. La Cruz en el Triangulo dice el Circulo, es la declaración
de amor de Dios por el hombre y rostro de su corazón misericordioso. La razón por la que
Dios nos ama tanto, es que Dios es en sí mismo Amor6.
Como dice Forte en la citada carta:

“Ahí está el centro y el corazón del mensaje cristiano, ahí el manantial, el regazo y
la meta de todo lo que existe: ¡Dios es amor!... Si Dios es amor, resulta fácil
entender como no puede ser soledad en sí mismo: para que haya una relación de
amor es necesario que sean al menos dos… Dios amor es por tanto alguien que
ama siempre y alguien que siempre es amado y responde al amor; es un eterno
Amante y un eterno Amado. Aquel que ama desde siempre es la fuente del amor: él
no está nunca cansado de comenzar a amar y ama por la sola dicha de amar. Dios
Padre existe en el amor, infinitamente libre y generoso en el amar, y no tiene
ningún otro motivo para amar que el mismo amor: “Dios no nos ama porque
seamos buenos y hermosos, sino que nos hace buenos y bellos porque nos ama”
(San Bernardo). El otro, el eterno Amado, es Aquel que acoge desde siempre el
amor: es el eterno agradecimiento, la gracia sin principio ni fin, el Hijo. Cuando el
Hijo se hace hombre, se une a cada uno de nosotros: por eso el Padre, amándole,
ama a cada uno de nosotros que estamos unidos a Él, amados en el Amado, hechos
capaces de recibir el amor, que es la vida eterna de Dios. El amor perfecto, no
obstante, no se cierra en el “abrazo” de dos… El Padre y el Hijo viven un amor tan
rico y fecundo que les dirige hacia una Tercera Persona divina, el Espíritu Santo. El
Espíritu es Aquel en el que Su amor está siempre abierto a darse, a “salir de si”: por
esto el Espíritu es llamado don de Dios, fuente viva del amor, fuego que enciende
en nosotros la capacidad de devolver el amor con amor. Y por eso aletea sobre la
creación en el primer amanecer del mundo y sobre la nueva creación, de la que es
signo y promesa la Iglesia, en el día de la Pentecostés. Luego, en cuanto es el Amor
recibido por el Hijo y dado por el Padre, el Espíritu es también el vínculo del amor
eterno, la unidad y la paz del Amante y del Amado. En el Espíritu todos somos
abrazados por el amor que une, libera y salva… Esta eterna historia de amor ha
sido narrada en el signo supremo del abandono de Jesús en la Cruz: la Cruz es la
historia del eterno Amante, el Padre, que entrega a Su Hijo por nosotros; del eterno
Amado, el Hijo, que se entrega a la muerte por amor nuestro; y del Espíritu Santo,
el amor eterno que les une y les abre al don de ellos a nosotros, haciéndonos
partícipes de la vida divina. Estos Tres son uno: no tres amores, sino uno único,
eterno e infinito amor, el único Dios que es amor. Se puede decir entonces que “ves
la Trinidad, si ves el amor” (San Agustín)…”.

II.

Cada ángel en el icono tiene su propia postura y colorido, pero no están separados entre
sí, sino que están indisolublemente unidos por medio de la reciprocidad de la luz. Los
colores se mezclan y revelan así la luz, la unidad, la vida y el dinamismo en la distinción-

5
Cf. Trinidad como historia, pp. 91-156.
6
Cf. Bruno Forte, “El "Dios Trinidad" y el misterio de la Cruz”, Roma, 2002.
relación de las Personas. Tres personas que deben contemplarse en la propiedad específica
de cada una, teniendo siempre presente que uno y único es el Dios amor, que es comunión
de los Tres, el Amante, el Amado y el Amor recibido y donado.
La unidad del Dios vivo, su luz, es el vivir el uno en el darse/recibirse recíproco y total
de los Tres. Es por su eterno y recíproco darse, que cada uno vuelve a encontrarse a sí
mismo “perdiéndose”, reflejándose en el Otro. Una unidad que es perijóresis, recíproco
estar el uno en el otro iluminándose, recíproco moverse de sí al otro, del otro restituido a sí
mismo. Y esto a un nivel tan profundo que es la esencia de los Tres. Dios es Amor, el
Amor es la Luz, en su Luz vemos el Amor.
El ángel de la derecha representaría al Padre, “El Silencio eterno”7 está sentado y mira
hacia los otros dos; el pecho y la cabeza están en posición erguida, signo de dignidad,
irradia hieratismo y omnipotencia. Por una parte se muestra inmóvil, perfecto, principio
estático de eternidad, y al mismo tiempo, en un contraste notable, en movimiento, apoya la
pierna izquierda en la tierra, mientras que la derecha se halla ligeramente levantada y con la
mano derecha en movimiento, principio dinámico de la creación y la historia, bendice a los
otros dos. Silencio que se dice en relación a la Palabra y mora en la Palabra. Palabra que
lleva las llagas del Silencio.
El ángel del centro, sentado en posición frontal al espectador, como
“Revelación/Mediación” en la historia del Silencio, representaría al Hijo, “la Palabra
eterna”8; inclina ligeramente la cabeza hacia el Padre con una actitud de reverencia,
acogida, escucha y obediencia. La Palabra es escucha del Silencio. Su posición es más
cercana al Padre que al tercer ángel, sus alas se hallan en una parcial superposición, signo
de su comunión e intimidad. Su mano derecha está en acto de bendecir tanto al tercer ángel
como hacia la copa, indicando que está dispuesto a ofrecerse en sacrificio. El Padre, cuyo
rostro expresa un cierto dolor, está animándolo a la entrega. Tenemos aquí la suprema
imagen de la inmolación que puede hacer el amor: un padre destina a su hijo a la muerte,
pero Rublev no se detiene ahí, ha pintado al mismo tiempo el acto de obediencia más
completo: el hijo acepta el sacrificio; es la Palabra del Silencio, que remite a su Origen y a
su fecundo Reposo, se pronuncia en el abandono y la confianza para el Encuentro.
Partiendo del evento pascual se puede contemplar a la Trinidad en su comunicarse al
hombre como origen, presente y futuro de la historia9. Así la Cruz es de alguna manera
“narración” de la Trinidad, el Padre envía a su Hijo con la misión de entregar su Espíritu, lo
cual es cumplido plenamente en el amor del Espíritu Santo, en el acontecimiento de la Cruz
están implicadas las tres Personas divinas. La Cruz es la historia del Hijo eterno que es
entregado a la muerte por su Padre, y sufriendo nos ha revelado y regalado su infinito
Amor. La Trinidad es una confesión de fe pascual y soteriológica10.
El último ángel representaría al Espíritu Santo, sentado y visiblemente inclinado hacia
los otros dos, porque es “el Encuentro eterno”11, “cumplimiento” de la historia y “encuentro
en la historia”, que parece estar mirando la copa. Su postura es como intermedia entre la del
Padre y la del Hijo, es la comunión de ambos, así como “en la hora pascual une al Padre y
al Hijo, y en el Hijo a los pecadores”12. El Espíritu es la unidad en la distinción del Silencio
7
Bruno Forte, Teología de la historia, p. 72
8
Teología de la historia, p. 113.
9
Cf. Trinidad como historia, pp. 157-211.
10
Cf. Trinidad como historia, p. 89.
11
Teología de la historia, p. 169.
12
Teología de la historia, p. 170.
y la Palabra, es Comunicación. El movimiento de su pierna izquierda parece indicar que
está por ponerse en camino, porque es éxodo, éxtasis y don. Su mano extendida parece
cubrir, proteger, incubar, según el relato de la creación al modo de la paloma que extiende
sus alas (Gn 1, 2; Mc 1, 10).
El icono de la Trinidad presenta el juego eterno y temporal, del Silencio, la Palabra y el
Encuentro, del Origen, el Sentido y la Morada, del mundo, la historia y el hombre. Decía
Benedicto XVI en Caritas in veritate 54:

“…La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son
relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena
y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y
unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que
sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instrumento
de esta unidad. También las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia se
han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz del
misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no
significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta
también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad…”.

III.

Dejando de lado la rica simbólica de los colores y los vestidos, centremos nuestra
atención en la mesa/altar, sobre ella reposa una copa/cáliz que contiene la cabeza del
ternero inmolado por Abraham, o del carnero que sustituyó a Isaac (Gn 21, 13),
prefiguraciones del cordero (Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). El sacrificio realizado en la historia,
ahora está presente ante Dios y es el motivo de la bendición del mundo y del envío del
Espíritu. La copa está ubicada en el corazón de una copa más grande que dibujan los dos
ángeles laterales.
Jean Corbon en su libro Liturgia Fontal nos introduce en el misterio de la mesa/altar:

“El altar es también símbolo de la mesa del banquete, de la hospitalidad divina a


donde todos los hombres están invitados. Mientras en la Eucaristía recibimos todo
al comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en el altar de los pobres tenemos que
responder, compartir el Don recibido, darnos nosotros mismos. Se comprende
entonces que Andrej Roublëv haya rehusado siempre pintar un cuadro del Juicio
final al estilo apócrifo tan popular en el Medioevo. Estaba demasiado en comunión
con la miseria de los hombres como para traicionar así la misericordia de su Señor.
Es conocido el fruto de su largo ayuno silencioso: el icono de la Hospitalidad
divina, donde el altar del mundo es acogido en el corazón de la Trinidad Santa. Es
el altar de los pobres donde la Pasión de Dios se convierte en Compasión de su
Iglesia por los hombres”13.

La mesa está ocupada por tres comensales, pero queda un espacio libre. Y este lugar
tiene que ser ocupado. El icono es una invitación a la humanidad entera a acercarse y

13
Jean Corbon, Liturgia Fontal, Misterio-Celebración-Vida, Palabra, Madrid, 2009, p. 244.
sentarse en el banquete de misericordia que ofrecen los Tres. Será necesario tomar la copa
eucarística para entrar en el Misterio: “Si no beben de la sangre del Hijo del Hombre...no
tendrán vida en ustedes” (Jn 6, 53). En la parte frontal está el símbolo de toda la creación:
un rectángulo que contiene al interno un rectángulo más pequeño. Es la nueva creación,
renovada por la Cruz y el lugar del reposo de los mártires en Dios (Ap 6, 9-11). Invitados a
participar en el diálogo divino, a entrar en el pequeño rectángulo abierto, el lugar es
estrecho (Lc 13, 24), porque el camino es el sufrimiento, la debilidad, el límite, la renuncia
(Ap 2, 8), y la puerta (Jn 10, 9) es la cruz (Mt 16,24) del testimonio, en el don de sí mismo a
Dios y a la misericordia con los demás.
El icono habla de la Oikonomia en su dimensión cristológica. Cada ángel está en sus
propios pensamientos, pero comparten entre sí la misma preocupación, están en santa y
silenciosa conversación, el tema de la misma es quizás el texto de Juan: “Sí, Dios amó tanto
al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que
tenga vida eterna” (3,16), el tema del diálogo divino es la Misericordia. El icono proclama
la ofrenda de Cristo, que es obra de la Trinidad. El Padre/Amante es el amor que crucifica,
el Hijo/Amado es la cruz del amor, y el Espíritu/Amor es el amor crucificado. La Trinidad
se narra a sí misma hablando de la Misericordia14.

La meditación sobre el icono de la hospitalidad de Abraham se ha transformado en una


contemplación silenciosa del Dios Amor que se ha aproximado misericordiosamente al
hombre (Jn 1, 14). La narración prefigura la misión divina a través de la cual, el Padre nos
envía a su Hijo único para ser sacrificado por nosotros (Jn 1, 29), y darnos una nueva vida
por el Espíritu. Pablo nos dice que el verdadero descendiente prometido a Abraham es
Cristo (Ga 3,16), los Tres vienen, a anunciarle a Abraham y, a través de él, a toda la
humanidad, el nacimiento de Cristo, quien salvará al mundo por su anonadamiento amoroso
(Fil 2, 6-11) en la Cruz, posibilitando el retorno a la Patria trinitaria.
Los peregrinos hospedados revelan a los que los hospedan la promesa: Hijo y Reino.
En ese momento, la distinción entre el que hospeda y los que son hospedados se desvanece
en el reconocimiento de la unidad de una alianza y de una promesa-bendición para los
ancianos extranjeros y estériles. Por eso decimos que en verdad ves a la Trinidad, si ves al
Amor y eres mirado por la Misericordia.
Concluimos con la palabra del Papa Francisco en Misericordiae vultus 2 y 8:

“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es


fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro
encuentro…. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el
corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado…
Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor
de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de
revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16),
afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista
Juan… Un amor que se dona y ofrece gratuitamente…”.

14
Cf. Trinidad como historia, pp. 196-203-
Si, en actitud orante, contemplamos el icono de la santa Trinidad, veremos al Amante,
al Amado y al Amor, y seremos vistos por el misterio de la misericordia, porque
verdaderamente los iconos son miradas de Misericordia para el hombre de hoy. En esta
contemplación no sólo “miramos” al Dios Trino y Uno, que mora dentro de nosotros, sino
que aceptamos como don su propia mirada, y “en Dios, mirar es compadecerse”15. Somos
mirados por su Misericordia y, aprendemos a mirar, y a mirarnos, en los ojos del Padre, con
los ojos del Hijo, por los ojos del Espíritu, “la contemplación –escribe Benedicto XVI-
tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en
nosotros «la mente de Cristo» (1 Co 2,16)” (Verbun Domini 87), y su corazón
misericordioso, para tener “los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

15
San Bruno de Segni, Comentario sobre el Evangelio de san Lucas, Parte 2, 40.

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