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El Desarrollismo

Julio E. Nosiglia

Centro Editor de América Latina

Buenos Aires, 1983

Biblioteca Política argentina Nº 3

ISBN 950-25-0002-4

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
ÍNDICE

I. Radicalismo y Desarrollismo ............................................................................................................... 7


II. Las tesis económicas del Desarrollismo ........................................................................................... 11
III. El gobierno del Desarrollismo......................................................................................................... 66
IV. Los grandes hitos del gobierno de Frondizi. ................................................................................... 86
V. La caída de Frondizi ...................................................................................................................... 150
VI. Un balance del Desarrollismo ...................................................................................................... 164
VII. El Partido del Desarrollismo ....................................................................................................... 182

Notas.................................................................................................................................................... 190
I. RADICALISMO Y DESARROLLISMO

Corría mayo de 1956. Los radicales estaban lejos de ser una unidad ideológica. Al reunirse la
Convención Nacional de la UCR, una gran mayoría de sus miembros pertenecían al Movimiento de
Intransigencia y Renovación, que nucleaba a amplios sectores del partido. Pero había también representantes
del Movimiento de Intransigencia Nacional de Córdoba, de la Unidad Radical de Mendoza y del Núcleo
Unidad de Buenos Aires. Los radicales, de esta manera, si bien iban a encontrar poca oposición fuera de su
partido –los peronistas habían sido proscriptos– se creaban internamente sus propios problemas. Durante
varios años, la lucha dentro de la UCR se había desarrollado entre los Unionistas proconservadores y la
izquierda intransigente. En 1956, este último grupo controlaba el partido nacional, mientras que los
Unionistas eran fuertes solo en algunas provincias. Pero los Intransigentes fueron dominados por las
discrepancias internas y hasta dentro del MIR proliferaban las tendencias y los antagonismos, personales
muchas veces.
Dentro de esa lucha por el poder, el 24 de setiembre de 1956, Arturo Frondizi anunció que él sería el
candidato presidencial de la UCR, para una elección aún nisiquiera fijada por el gobierno militar. Este
anuncio causó conmoción en el radicalismo, pues se partía de la base de que solo la Convención programada
para el próximo 9 de noviembre debía ser la encargada de realizar esas proclamaciones. Circularon
inmediatamente rumores acerca de la formación de un segundo Comité Nacional, opuesto al que controlaba
Frondizi. Esto no ocurrió pero, en cambio, cuando se celebró la Convención en Tucumán hubo oposición a la
candidatura de este dirigente. El organismo, por otra parte, no elaboró una plataforma electoral y se limitó a
sancionar la de 1951, que era, en su totalidad, la Declaración de Avellanada de 1945. Paralelamente a la
toma de esas decisiones por parte de la Convención, varios de los Comités Provinciales del partido hicieron
llegar su voz de desacuerdo por la candidatura de Frondizi, solicitaron que este renunciara y que el
nombramiento se sometiera a comicios preliminares directos de todos los miembros del partido.
Durante los tres primeros meses de 1957, hubo grandes fricciones entre los diferentes sectores del
radicalismo. Los dirigentes del Núcleo Unidad trataron de reorganizar el requebrajado partido, bajo un único
candidato presidencial, que no fuera Arturo Frondizi. El Comité Nacional, por su parte, dominado por el
frondizismo, perseguía también la reorganización de la UCR, pero desde puntos de vista absolutamente
disímiles: sus miradas se dirigían a captar el enrolamiento, o por lo menos el apoyo, de los prohibidos
peronistas. Esta apertura intensificó más la lucha entre algunos de los Comités Provinciales y el Nacional.
Este último intervino varios de ellos y estos, por su parte, anunciaron que desconocían el poder o jurisdicción
de la organización nacional. El 25 de enero, Ricardo Balbín renunció a ella, mientras los delegados del MIR
de Buenos Aires y del MIN de Córdoba se negaban a concurrir a sus reuniones, declarando su lealtad a
Balbín y a Amadeo Sabattini. El 9 de febrero, los líderes de varios grupos hostiles al Comité Nacional se
reunieron para intentar coordinar sus esfuerzos opositores: Balbín, Sabattini, Miguel Angel Zavala Ortiz,
Santiago Nudelman, Crisólogo Larralde. Tres días más tarde, anunciaban que el MIR, el MIN y el Grupo
Unidad habían acordado unirse bajo el nombre de Junta Reorganizadora de la Unión Cívica Radical y que
estaban formando una segunda UCR, a escala nacional. Su primer acto fue nombrar un Comité Nacional,
presidido por Larralde. Durante cerca de un mes coexistieron dos Comités Nacionales de la UCR y para
diferenciarlos la prensa apodaba al segundo de ellos como Comité Nacional Provisional.
El 17 de febrero, Larralde expuso el programa de la UCR Provisional: total reorganización del
partido, voto directo en la elección de candidatos para cargos públicos, defensa de los principios de la
revolución de 1955, mantenimiento de la política internacional de Yrigoyen, no admisión de concesiones
extranjeras para el desarrollo de las fuentes naturales. De todos esos puntos, quizás el que más resultaba
inaceptable para Frondizi en ese momento era el que se refería al voto directo para la elección de candidatos
del partido: esa práctica podría costarle su candidatura presidencial.
La ruptura era un hecho, el desenlace inevitable de ese proceso iniciado en la ya mencionada
Convención Nacional celebrada en Tucumán.
Durante las dos primeras semanas de marzo, hubo grandes discusiones en tomo al nombre de los
grupos de la UCR. Cada uno de ellos se esforzaba por monopolizar el término Unión Cívica Radical, en
parte por razones sentimentales pero también para usufructuarlo en las boletas de futuros comicios. El día 19,
la fracción de Frondizi decidió agregar la palabra Intransigente al nombre del partido: la UCRI había nacido.
Rogelio Frigerio recuerda y analiza esos eventos: “Formalmente podría decirse que Frondizi fue sostenido
por los cuerpos orgánicos de su partido hasta el momento en que los dirigentes antiperonistas encabezados
por Balbín decidieron romper filas. Pero quiero subrayar que a mi juicio la ruptura fue un hecho positivo.
Frondizi no dividió al radicalismo por una razón de candidaturas, como lo prueba el hecho de que era
mayoría en los organismos de conducción partidaria, sino con el objeto de reconstruir el movimiento
nacional. Una cosa hubiera sido la candidatura de Frondizi -fácil de obtener, de todos modoscomo expresión
de un partido anacrónico, antiperonista y liberal de izquierda y otra bien distinta resultó esa candidatura
como expresión del movimiento nacional. Desde ese punto de vista, la ruptura del radicalismo fue un hecho
fecundo y abrió una nueva etapa en el curso de la revolución nacional. Es un momento de la línea nacional.
Esa línea histórica que nace en los hombres de 1810; reaparece en la tentativa de Rosas de cohesionar el país
y fortalecerlo frente al factor externo; se prolonga en 1853 en la organización constitucional –que ya era
indispensable para reglar la convivencia de los argentinos–; está presente en Roca, un gran demiurgo del
proceso y la integración del país junto con Pellegrini, aún cuando desde ángulos distintos y a veces
enfrentándose mutuamente; reaparece con el radicalismo de Yrigoyen y su apertura a las capas medias; se
manifiesta en las luchas incipientes del movimiento obrero y en la Reforma Universitaria. Una línea que
buscar afirmar la Nación, ajustando sus fuerzas para enfrentar una etapa de desenvolvimiento hasta ahora
postergada desde los años en que declinó el roquismo”. 1
Reflexiones que complementa cuando, en diciembre de 1960 la Convención Nacional de la UCRI
elabora una nueva plataforma. En ese momento, los ideales de la Declaración de Avellaneda serán dejados
de lado por los hombres del desarrollismo, que los reemplazarán por la llamada Declaración de Chascomús:
mientras la primera de ellas abogaba por “la nacionalización de la energía, el transporte y el combustible”, la
segunda consagraba “que las empresas privadas, nacionales y extranjeras, que promuevan nuestras fuentes
naturales efectivas, no deben ser obstaculizadas por inútiles impedimentos burocráticos”. Y opina Frigerio:
“Frondizi, por su parte, a pesar de estar solo en el radicalismo, tuvo la lucidez de trascender los marcos
partidarios de entonces y alentó de manera entusiasta el desenvolvimiento de nuestro grupo. Y todo el
desenvolvimiento interno posterior de nuestro partido se ubica en esa línea. Así el desarrollismo enfrentó el
Programa de Avellaneda, contribuyó a cambiarlo en realizaciones concretas durante los cuatro años de
gobierno y plasmó su pensamiento en discusiones hasta llegar a la aprobación del Programa de Chascomús.
Si se quiere, Avellaneda y Chascomús fueron los dos extremos en los que se debatieron todos los problemas
del país. En Avellaneda, la concepción liberal de izquierda primaba sobre la concepción nacional. En
Chascomús, afianzada la posición desarrollista y asumida por el partido, se estableció la piedra angular de lo
que para nosotros es la doctrina del movimiento nacional”. 2

1
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; Editorial Colihue-Hachette, Buenos Aires, 1977, pág. 33 y sgtes.
2
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág, 17.

4
II. LAS TESIS ECONÓMICAS DEL DESARROLLISMO

La relación Frondizi-Frigerio

Hacía calor esa tarde de febrero de 1956 en que se encontraron por primera vez Arturo Frondizi y
Rogelio Frigerio. La entrevista se verificó en la casa de Dalia Machinandiarena de Jaramillo y a partir de ella
los hombres iniciarían una relación que en 1983 permanece incólume. Ambos acudieron a la cita con su
propio bagaje a cuestas. Frondizi era, en esos momentos, una figura clave del radicalismo y aunque todavía
no había sido elegido candidato representaba y lideraba a todo un importante sector de ese agrupamiento. Su
experiencia política, su personalidad no exenta de carisma, su habilidad para conducir a los hombres, serían
sus aportes a esa relación que recién se iniciaba. Rogelio Frigerio, por su parte, poseía también un pasado
político. Miembro de organizaciones estudiantiles de izquierda, importante dirigente empresario más tarde y
fundador —junto a Baltasar Jaramillo y otros— de la revista Qué, la cual había pretendido, en sus inicios, ser
la adaptación a la realidad argentina de la revista Time.
A partir de esa tarde, Frondizi y Frigerio forjarían la unidad sobre la que se apoyaría una nueva
concepción política, postulado básico de la UCRI y luego del MID. La revista Qué, desde ese mismo
instante, se iba a convertir en una publicación de alto contenido ideológico, sustentadora de postulados
populares y nacionales y firme puntal de apoyo a la candidatura del doctor Frondizi. En sus columnas
confluirían las firmas de origen nacionalista y también peronista y se publicitaria constantemente las palabras
y la línea política del frondizismo. Nombres de la talla de Isidro Odena, Marcos Merchensky, Ramón Prieto,
Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Dardo Cúneo, Mariano Montemayor y Eduardo Calamaro se
contarían entre sus colaboradores.

La tesis de la coexistencia pacífica

El pensamiento desarrollista, que empieza a expandirse paulatinamente y a tomar forma desde el


inicio de la relación Frondizi-Frigerio, se elaboró apoyado en el examen de la realidad nacional inmersa en el
cuadro de la coyuntura mundial. Dos notas resaltantes caracterizaban a esta última, según el desarrollismo.
Por un lado, la coexistencia pacífica. Por otro, la división del mundo en dos nítidas esferas: una de ellas
–apenas la tercera parte de la humanidad– que ha alcanzado el desarrollo pleno de sus fuerzas productivas y
frente a la cual se alzan las restantes dos terceras partes, sumergidas en el subdesarrollo y empujadas a una
miseria cada vez mayor.
El propio Rogelio Frigerio se refiere al papel que la tesis acerca de la coexistencia pacífica tiene en
la teoría desarrollista: “Todos los que jugaron a la guerra se equivocaron. Nuestro sector puede acreditar para
sí una consecuencia verdaderamente sistemática e inatacable respecto de sus predicciones sobre el
comportamiento de los factores internacionales. El germen de la coexistencia pacífica estaba ya en Yalta,
aunque fue luego soterrado por la guerra fría y después fueron madurando factores objetivos que alterarían el
cuadro de la política mundial. El giro de Kruschev, en la Unión Soviética y el pasaje de la diplomacia de
Foster Dulles a la que le sucedió, en Estados Unidos, no fue un golpe de timón de unos pocos dirigentes
mundiales, fue el resultado de un proceso que se había venido desenvolviendo en el campo de la política, de
la economía y de la tecnología bélica. Nosotros logramos aislar mediante el análisis esos hechos, detectar la
tendencia, formular en base a ellas las predicciones y ubicar en ella la problemática nacional. Recuerdo que
un escritor amigo, con quien habíamos dejado de vernos durante casi una década, regresó de un viaje a
Europa muy excitado, describiendo lo que él consideraba las estribaciones de una tercera guerra mundial.
Después de escucharlo –por entonces ya estábamos muy adentrados en el análisis del tema en el grupo de
Qué –le dije: ‘Mirá, sobre todo yo creo que esta preocupación tuya no es fundada. Efectivamente, hay
excitación, hay enfrentamientos, hay contradicciones, pero lo que está en Europa, la Europa que acabás de
dejar, no es la guerra sino la paz. Los problemas se van a negociar, los norteamericanos y los rusos van a
respetar lo convenido respecto de las zonas de influencia y el desenvolvimiento de la capacidad de
destrucción en cada uno de esos dos polos del poder mundial va a ser, paradójicamente, un factor
determinante de condiciones de paz aún cuando puedan subsistir, aquí y allá, focos de violencia’. Si el
problema era como nosotros lo planteábamos,– y los sucesos de las últimas décadas parecen demostrar que
habíamos observado el proceso con rigor científico y con exactitud – a los países atrasados, subdesarrollados,
se les abría una perspectiva inédita, que no podía encararse conforme a las premisas de las luchas
estudiantiles y la prédica de los líderes antiimperialistas clásicos de América Latina, tipo Sandino o Haya de

5
la Torre. Había nuevas condiciones y se requerían nuevas respuestas. Si la guerra total era imposible, el
debate entre los países capitalistas y socialistas ya no podía concebirse descendiendo en el plano inclinado
del exterminio de uno u otro sector. Lo que se planteaba era la coexistencia competitiva: es decir, una
competición en la que podía aspirar al triunfo quien estuviera en condiciones de producir más y a más bajo
costo. Una de las contradicciones fundamentales de ese tiempo, o sea la lucha en favor o en contra del
comunismo, en favor o en contra de Occidente, se transformaba y abría otras perspectivas para la lucha
históricamente concreta de los pueblos subdesarrollados por alcanzar el desarrollo y la afirmación de su
condición nacional. Tal perspectiva devenía del hecho de que se disgregaban los rígidos bloques de
posguerra, los cuales tendían a imponer subordinaciones al interés nacional de sus miembros y de que las
superposiciones trasladaban su competencia del plano bélico al plano económico y político. Y ese
emplazamiento de la lucha por emerger de las naciones subdesarrolladas, tenía, para ellas, profundas
implicaciones internas”. 3 Las conclusiones finales de todo ese planteamiento surgen con relativa facilidad:
los países desarrollados no deben convertirse en furgón de cola de los colosos bloques que luchan en pos de
la obtención de una hegemonía económica mundial. Los empresarios nacionales y los trabajadores,
independientemente de sus reivindicaciones específicas que seguirán dirimiendo en el marco nacional, tienen
un interés común, que es el de desarrollar la economía del país y transformarla en una suerte de plataforma
material sobre la cual debe asentarse la comunidad en su conjunto: Dicho de otro modo: según la visión del
desarrollismo, tienen un interés común que consiste en desarrollar e integrar el mercado interno. Para ello
cuentan, entre otra cosas, con ingentes montos de capital extranjero, antes orientado a las actividades de las
industrias bélicas y ahora disponibles y teóricamente captables por parte de aquellos gobiernos de países
subdesarrollados capaces de absorberlos y aplicarlos en aras de su propio desarrollo nacional.
De esa forma, empezarían a ser superados los factores concretos de la dependencia, preparándose el
salto de la condición de país subdesarrollado al de nación con base material para dejar de serlo. Por otra
parte, sería anulado el principio de la división internacional del trabajo, que compulsivamente impone la
condición de granja a una mayoría de países y amplía la condición de fábrica a una minoría de ellos,
estableciendo, de esa forma, las condiciones que hacen posible el crecimiento vertiginoso de los segundos y
el estancamiento de los primeros. Se superaría, por otra parte, el deterioro de los términos del intercambio,
que en la práctica funciona como una bomba aspirante-impelente, de acuerdo a lo expresado por el
vocabulario del desarrollismo: las materias primas, y los alimentos, principalísimas exportaciones de los
países subdesarrollados, valen cada día menos en el mercado mundial, mientras los productos terminados
necesarios para producirlos y mantener en actividad las industrias livianas cuestan cada día más. En el año
1965, Rogelio Frigerio manejaba algunos datos, que respaldaban estas opiniones del desarrollismo. Así,
afirmaba, la participación de la producción primaria latinoamericana en el contexto del comercio
internacional era crecientemente declinante. Durante ese año, efectivamente, toda América Latina contribuía
con el 6% del total de las exportaciones mundiales, contra el 46% de Europa y el 17% de los Estados Unidos.
En la década de los años 20, la Argentina participaba con el 3% del total de las exportaciones mundiales y en
1965 esa exportación era de un promedio de 0,8%.
En esa misma época, la capacidad importadora nacional se había reducido desde el 2,2% de las
importaciones mundiales (año 1920) al 0,6%. Por su parte, mientras que en 1929 el país podía obtener una
tonelada de hierro en Estados Unidos a partir de la exportación de 9 kilos de lana limpia, en la época en que
Frigerio realizaba estas precisiones era necesario vender 41 kilos de lana para poder seguir adquiriendo la
misma tonelada de hierro. Y mientras en 1935 se compraba un automóvil norteamericano con el valor de 20
bolsas de café, treinta años después estas últimas debían ser multiplicadas por diez. A partir de estas
ejemplificaciones, pocas dudas quedaban acerca del correcto análisis de desarrollismo cuando se refería al
desigual trato en el intercambio entre los países pobres y los países ricos.
Este deterioro de los términos del intercambio se veía favorecido, además, por el hecho de que los
países industriales, que antes eran mercado estable para nuestros productos, desarrollaron su propia
producción de alimentos y tendían al autoabastecimiento del mercado interno y a la disponibilidad de saldos
exportables, gracias –entre otras cosas– a los subsidios con los que el Estado respalda al productor. La
política proteccionista, además, complementa estas medidas gubernamentales de apoyo a la producción
nacional. Por todos esos motivos, no es raro que sean solo las naciones desarrolladas las que manejen y se
beneficien con el intercambio internacional. Y agregaba Frigerio: “Hace 20 años, el mundo desarrollado
importaba el 68% del total de las importaciones mundiales, contra el 32% para el mundo subdesarrollado. En
la actualidad, las proporciones variaron al 78% para el primero y a 22% para el segundo”. 4 Resultaba

3
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 23 y sgtes.
4
Rogelio Frigerio: Desarrollo y Desarrollismo; Galerna, Bs. As., 1969, págs. 122 y sgtes.

6
evidente que la tendencia a la concentración de la producción y del comercio en el sector industrial,
ensanchaba el foso que siempre separó a desarrollados y subdesarrollados. Los índices del consumo de
energía y de acero, fundamentales para marcar cabalmente el nivel de desarrollo, indicaban por otra parte,
que apenas un tercio de la humanidad consumía el 90% de la energía y del acero, mientras que los dos tercios
restantes debían conformarse con el exigüo 10% que sobraba. Mientras unos mil millones de habitantes de la
tierra disfrutaban –en momentos en que todas estas teorías del desarrollismo llegaban a su apogeo– de los
cada día mayores y mejores bienes de la supercivilización tecnológica y cultural de nuestro tiempo más de
dos mil millones oscilaban entre la pobreza absoluta y el estancamiento y la frustración.

El análisis de la situación argentina

A partir de estas dos premisas –la coexistencia pacífica que permitiría a los países subdesarrollados
tener a su disposición una importante cantidad de capital extranjero que debía ser captado para impulsar el
propio desarrollo nacional y la absoluta certeza acerca del deterioro constante de los términos del
intercambio, que convierte cada vez más a los pobres en superpobres y a los ricos en supercivilizados– el
desarrollismo se lanzó al análisis económico de la realidad argentina.
Este recargar de sus tintas sobre los aspectos productivos más que nada, le valió, incluso, al
movimiento, el calificativo de economista a ultranza, con el que lo bautizó la oposición. Para muchos, el
desarrollismo y, más que nada Rogelio Frigerio y sus seguidores, un verdadero “clan de cerebros” que
rodeaba al Presidente, actuaban con total prescindencia de principios políticos y aspiraban solamente al
dominio de la economía, independientemente del gobierno instaurado en ese momento.
Más allá de lo correcto o errado de tales críticas, el desarrollismo comienza su análisis a partir de la
aceptación de la Argentina como país subdesarrollado. “Cuando se aborda el tema del subdesarrollo
argentino-escribía Frigerio –el primer escollo surge en forma de negación fundamental. La Argentina no es
un país subdesarrollado, se dice, es un país detenido en su crecimiento, menos desarrollado que las potencias
industriales de Europa y Norteamérica, pero nada tiene en común con el verdadero mundo subdesarrollado,
compuesto de regiones y países de economía exclusivamente primaria y de bajos niveles de vida material y
cultural. Algunos autores se indignan ante la idea de que pueda compararse a nuestro país con las naciones
afroasiáticas recién emergidas del colonialismo y de formas feudales y semifeudales de producción”. 5 En
efecto, acostumbrados a vivir con los ojos depositados en los modelos –en todos los órdenes– europeos, una
especie de repulsa domina a muchos cuando se pretende insertar al país en medio de sus parientes pobres de
América Latina a la cual, más allá de preferencias idealistas, realmente pertenecemos.
Sin embargo, son innegables algunas diferencias. El ingreso “per capita” de la Argentina es superior
al de algunas naciones europeas. Fabricamos en nuestro territorio desde alimentos a televisores. En materia
de automotores, radios, teléfonos y libros, por habitante, los índices son mejores que los de muchas naciones
industrializadas del planeta. La tasa de analfabetismo es la típica de cualquier país adelantado. La
composición étnica y los rasgos culturales históricos son idénticos a los del mundo occidental civilizado.
¿Porqué entonces el desarrollismo ubica sin dudar a la Argentina en el mundo pobre del subdesarrollo?
Porque este movimiento tiene en cuenta un concepto histórico y dinámico: el del desigual desarrollo de las
naciones. El criterio de subdesarrollo, por lo tanto, no se basa en datos estáticos sino en relaciones.
Lo que define el atraso de ciertas naciones, las naciones pobres, es la relación entre el
desenvolvimiento de las economías primarias y el de las economías industriales de las grandes potencias, en
un proceso que conduce inexorablemente a la pauperización creciente de las primeras y al enriquecimiento
de las segundas. Ejemplificando, expresaba Rogelio Frigerio: “La Argentina pastoril era más pobre que
Inglaterra, a la que vendía sus productos, pero estaba integrada en un sistema de intercambio y de división
internacional del trabajo suficiente para sostener el desarrollo inglés y el argentino, el primero en el cuadro
de la sociedad industrial, el segundo en el cuadro de la sociedad agrícola. Por eso pudimos creernos ricos a
principios de siglo, en comparación con Ecuador o Paraguay, incluso en comparación con España e Italia.
Pero comenzamos a salir de esa relativa prosperidad a medida que hacía crisis la tradicional relación entre
naciones de producción primaria y naciones de producción industrial y entrábamos en una relación que,
estáticamente considerada es la misma pero que ha cambiado fundamentalmente en términos dinámicos, en
términos históricos, en términos cualitativos. Es que aquella relación económica, como todas, estaba
sometida a cambios constantes. La ley de la concentración de capital –que opera en cualquier régimen
político social pues es común a las sociedades capitalistas y a las socialistas– rige esos cambios. Estos se

5
Rogelio Frigerio: Desarrollo y Desarrollismo; pág. 113.

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aceleran en la medida en que los adelantos científicos y tecnológicos promueven formas avanzadas de
producción en los países que durante siglos realizaron la acumulación primitiva a costa de explotar a
campesinos, esclavos y colonos y a costa de contraer el consumo popular, para que los excedentes de la
producción se volcaran en la inversión de nuevos bienes de capital. La forma contemporánea de esta
acumulación es el monopolio, que permite regular el mercado, tanto en su extremo productivo como en su
extremo consumidor y que hace más rápida y eficiente la inversión para modernizar el aparato productivo y
reducir costos. El monopolio controla no solamente la economía interna. Por definición, es universal, se
prolonga en el mercado mundial. Allí también regula la producción y controla los precios, determina los
sectores que conviene expandir y los que conviene reducir, aumenta o contrae la demanda de acuerdo a sus
conveniencias, siguiendo solamente la ley del mayor provecho y no le preocupa el costo social ni el
beneficio social que este mecanismo regulador ocasione. En esta perspectiva histórica y dinámica es donde
situamos la definición del subdesarrollo. Son países subdesarrollados -aunque tengan buenos ingresos-
aquellos cuya estructura de producción primaria (alimentos, materias primas) ya no provee a la comunidad
de los recursos necesarios para un crecimiento sostenido de la economía nacional en la época de la rápida e
irreversible concentración de capital y tecnología en unos pocos centros industriales mundiales. 6 Desde ese
punto de vista, no cabe duda alguna de que debe incluirse a la Argentina como miembro del mundo del
subdesarrollo.
Sin embargo, cabría plantearse una pregunta: ¿Porqué los recursos de la producción primaria no
alcanzan para asegurar el progreso constante de los pueblos? ¿Porqué alcanzaban antes para convertir a la
Argentina en una de las naciones más prósperas del siglo pasado y no alcanzan ahora? Son varios para el
desarrollismo los factores determinantes del cambio. Referidos a la Argentina, pero aplicables a todos los
países subdesarrollados, se trata de todo un proceso. En primer lugar, la población argentina se ha triplicado
y, por otra parte ya no vive de la agricultura y de la ganadería, sino que se concentra en las ciudades y
registra crecientes niveles de consumo: mientras en la década del 30 el país solo consumía la mitad de la
producción del agro y exportaba la otra mitad, hoy consume el 80%. En segundo lugar, la elevación del nivel
de vida diversifica la demanda de bienes y la aumenta en volumen. Existe un mercado interno de consumo de
bienes durables (autos, artefactos eléctricos, etc.) que ha estimulado la expansión de una industria liviana de
alta calidad que produce prácticamente todos los artículos de consumo popular. En tercer lugar, esta
evolución del mercado interno crea una demanda creciente de materias primas industriales, de combustibles,
energía, maquinaria, y productos químicos para abastecer la industria liviana. En cuarto lugar, no ha
progresado en igual medida la producción del agro, por falta de capitales y de insumos tecnológicos capaces
de modernizar las exportaciones y esa escasa productividad del agro argentino y el aumento del consumo
interno de sus productos tienden a reducir los saldos exportables. En quinto lugar, los precios de los
productos que debemos importar (combustible, acero, maquinaria, productos petroquímicos), aumentan
constantemente, en virtud de la creciente complejidad de la alta técnica y de la regulación monopólica del
comercio de los mismos; en cambio, permanecen constantes o declinan los precios de los productos
primarios que exportamos y cuyos mercados mundiales están también regulados por el monopolio. De esta
manera, por la combinación de todos estos factores que juegan en el mercado mundial, es que se va
produciendo la veloz e irreversible pauperización de los pueblos de América Latina. A partir de este análisis
y de esta ubicación de los problemas es que el desarrollismo aportará sus soluciones.

Las soluciones desarrollistas. El capital extranjero

El desarrollismo planteó con audacia el tema del capital extranjero, como elemento dinamizador del
desarrollo. Decididos a llevar a la práctica un plan de expansión, los desarrollistas consideran que poco
puede esperarse, en ese sentido, del crédito extranjero, que alcanza apenas, generalmente, para satisfacer
inmediatas necesidades de subsistencia. Ampliar el crédito extranjero, por otra parte, para asegurar la fluidez
y la continuidad de los abastecimientos, el oportuno pago de las deudas anteriores, y la financiación total de
las grandes inversiones que el país requiere para transformarse, suele resultar suicida: una cadena de
endeudamientos y un gradual empobrecimiento de la Nación son los únicos resultados posibles e ineludibles
de esa política. Por esos motivos, y desechando, al mismo, tiempo, la posibilidad de recurrir a los recursos
provenientes del ahorro nacional (que ni siquiera alcanzan para cubrir el mínimo de materias primas y
combustibles requeridos para el funcionamiento corriente de la economía) es que el desarrollismo elige el
camino de aceptar (y promover, por otra parte) el aporte del capital privado extranjero a los sectores básicos

6
Rogelio Frigerio: Desarrollo y Desarrollismo; pág. 113.

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de la economía nacional, cuyo desarrollo interesa agilizar. Para el desarrollismo, se trata de una única
disyuntiva posible: impulsar la expansión económica con el concurso de la inversión privada extranjera o
continuar con el proceso de empobrecimiento nacional.
No son pocas las críticas que debe afrontar este criterio. Algunas, provenientes de parte de sectores
económicos desplazados. Otras, la mayoría, de índole política, que hacen hincapié en conceptos tales como
los de la soberanía nacional que se vería afectada por esa intervención del capital foráneo para respaldar
realizaciones económicas en determinadas áreas. El desarrollismo, por su parte, contesta a estos opositores
mediante planteos que arrancan de una óptica particular, a través de la cual se produce toda una revisión
acerca del carácter de la participación del capital privado extranjero en las economías nacionales. En efecto,
los desarrollistas distinguen el tono de los diferentes aportes de capital del exterior. Por un lado, los capitales
que se incorporan al país con el objeto de obtener el dominio o control de fuentes de materias primas
destinadas a abastecer los grandes centros fabriles del exterior. Tienden, por ello, a crear en los países a los
cuales llegan, estructuras adecuadas al papel de proveedores de materias primas a cambio de la importación
de artículos manufacturados. No cabe duda de que, inicialmente, favorecen la promoción económica, pero a
la larga estancan el proceso en una etapa de producción primaria. Se constituyen, de esta forma, en
implacables enemigos de todo desarrollo que afecte la ecuación que mejor conviene a sus intereses, “trueque
de materias primas por productos elaborados”. Por otra parte, como para abaratar las materias primas
necesitan mantener bajos costos de producción, son sistemáticos adversarios de todo progreso económico-
social que se traduzca en plena ocupación y aumento de la retribución de la mano de obra.
Por otro lado, frente a este tipo de inversión, se opondría otro tipo de aporte de capital privado, hacia
el cual tiende, justamente, el desarrollismo. Se trataría de aquellos capitales que se incorporan en función de
las necesidades del mercado interno de los diferentes países, generalmente para reemplazar con la
producción local el artículo importado. De esa forma, suplen la incapacidad financiera del país de que se
trate, para obtener un desarrollo económico acorde con los modernos adelantos técnicos y con el natural
deseo de los pueblos de alcanzar el nivel de vida de los países más adelantados. Son capitales que, según las
tesis desarrollistas, modifican la estructura colonial de una economía, la integran y fortifican, suprimiendo su
excesivo unilateralismo e independizándola de los resultados de su intercambio con el exterior.
Por lo tanto, y desde esta óptica, el concepto “inversión extranjera” ofrece significados muy distintos
y hasta antagónicos. Puede representar un factor de estancamiento y de ulterior retroceso, acompañado de
creciente subordinación del país al exterior o, por el contrario, constituir un factor de progreso y de mayor
abundancia, que fortalezca paralelamente la capacidad de autodecisión nacional en las relaciones con las
grandes potencias del mundo moderno. Desde fines del siglo pasado, la Argentina ha conocido el primer tipo
de inversión extranjera que, mal que mal, fue beneficiosa al principio, porque contribuyó a la producción y al
transporte de las materias primas agropecuarias con destino a los mercados del exterior. Este exclusivo
objeto fue el que presidió la construcción de puertos, el trazado de caminos y la extensión de las vías férreas:
todo ello sirvió, en un primer momento, a la expansión económica nacional, pero formó luego una estructura
que obedecía a intereses que no eran los del país y, al contrario, obstaculizaban el desarrollo argentino hacia
planos de mayor nivel. En tanto se ejerció por ese inicial inversor extranjero, el poder económico, que
gravita sobre círculos sociales y trasciende a los sectores de la cultura y de la política, fue un factor
coadyuvante del estancamiento argentino. No solamente se creó una economía destinada nada más que a
servir al intercambio de materias primas alimenticias por los artículos elaborados que el país necesitaba, sino
que, incluso, fue promovida una ideología opuesta a toda superación del progreso alcanzado, que postulaba
las ventajas permanentes de la especialización y desalentaba los esfuerzos destinados a la explotación de
otras fuentes de riqueza o al desarrollo superior de la actividad industrial.
Esta crítica que el desarrollismo realiza a la clásica inversión extranjera que se verifica en los países
desarrollados, se complementa con la defensa de una inversión extranjera limitada por medidas
gubernamentales, que la conviertan en favorable para los intereses nacionales. Las palabras de Rogelio
Frigerio son claras en ese sentido: “Es una falsa antinomia la que quiere establecerse entre capital externo y
nacionalismo económico. Este último, si quiere realizarse en los hechos, si quiere superar la retórica, tiene
que atraer al capital extranjero. En el subdesarrollo, no hay condiciones suficientes de acumulación e
inversión y no las hay especialmente para aportar la gran masa de capital fijo inicial que requiere la
instalación de las industrias básicas y la construcción de las obras de infraestructura. Este tipo de inversiones,
indispensables para superar el esquema económico que limita nuestra condición nacional –lo cual es básico
para un nacionalismo verdadero– son inalcanzables a través de la cuantía y composición del ahorro nacional.
La tasa de ahorro es insuficiente, pero además se disgrega en actividades de baja productividad y en los
entresijos de nuestras malformaciones estructurales. En consecuencia, el razonamiento debe partir de la
necesidad de los capitales extranjeros, para que no caigamos en una literatura inconducente sobre las

9
bondades del ahorro nacional. Hay que estimular la inversión proveniente del ahorro nacional y orientarla
hacia las actividades más convenientes para el país. Pero la complementación del aporte del financiamiento
externo es indispensable. A partir de eso podemos decir que el capital, sea nacional o extranjero, si se aplica
a actividades económicas que consolidan la vieja estructura dependiente, es un capital reñido con el interés
nacional, aún cuando provenga de las familias patricias argentinas. En cambio, si determinadas por el Estado
nacional la estrategia y las prioridades del desarrollo, se aplica el capital nacional o el extranjero para
resolverlas, nos encontramos ante una función positiva. Yo diría una función profundamente revolucionaria y
nacional, aunque la cumplan capitales extranjeros. Lo que determina el signo positivo o negativo de un
capital no es su origen sino su destino. Las actividades a las que se aplica. Si vienen capitales extranjeros a
comprar un banco o una fábrica nacional ya en funcionamiento, como ha ocurrido frecuentemente en estos
tres últimos lustros, tenemos un caso típico de desnacionalización. Pero si vienen capitales extranjeros a
fabricar acero o etileno, están cumpliendo una función que libera y nacionaliza a nuestra economía, en
cuanto rompe los lazos de dependencia con respecto al abasto externo de esos productos básicos. 7 “Ni más ni
menos que la popular afirmación del desarrollismo: “No es lo mismo producir acero que rouge”. Y continúa
Frigerio: “La izquierda suele decirnos: –¿Ustedes consideran que hay un imperialismo bueno y un
imperialismo malo? ¿El capital extranjero va a venir a hacer lo que nos conviene a nosotros y no lo que le
conviene a él? Son preguntas espectaculares, aparentemente aceradas, pero esconden una gran pobreza
teórica. En el fondo revelan que son ellos que tienen una visión maniquea y voluntarista del problema. El
imperialismo no es ni bueno ni malo: la tendencia en el mundo es hacia la concentración de capital y al
monopolio y el imperialismo es la expresión política de esa concentración. La economía tiende a crecer en
un polo y a deprimirse en otro, el polo de los países subdesarrollados, el polo de las clases desposeídas de los
medios de producción; y es esa una ley ya descubierta por los padres de la ciencia económica. Y es una ley
de vigencia universal, que se verifica también en las economías del campo socialista.” 8
Todo lo referente a la recepción en el país de inversiones extranjeras como forma de impulsar la
economía nacional, es una de las piedras fundamentales de la teoría del desarrollismo. Y al mismo tiempo
una de sus aristas que más críticas ha recibido. A las recién enumeradas, se agregan muchas otras. En las
respuestas que el desarrollismo da a sus opositores es que se va redondeando su teoría. Así, frente a la
posibilidad, marcada por quienes se oponen a esa doctrina, de que un criterio demasiado permisivo en
materia de aportes de capitales deje al Estado sin defensas y expuesto a la acción de los monopolios,
responde la teoría desarrollista: “La fuerza del Estado no debe estar determinada por la cantidad de producto
que generan las empresas privadas.
Tampoco depende la aptitud del Estado para resguardar los intereses nacionales de la titularidad
jurídica de las plantas que vengan a instalarse. Depende de la claridad política que exista para determinar qué
tipo de inversiones convienen al país y del respaldo político que posea para llevar adelante esos objetivos.
Sin esos dos requisitos, cualquier capital, nacional o extranjero, puede atentar contra la soberanía nacional.
De allí la importancia de un movimiento nacional consolidado, expresivo de la alianza de clases y sectores
sociales nacionales. Si se da un correcto alineamiento de las fuerzas nacionales, la propiedad extranjera no
constituye ningún peligro. Todos los argentinos y en especial la clase obrera y los pequeños, medianos y
grandes empresarios nacionales tienen ligada su suerte a la expansión del mercado interno y van a enfrentar
la tendencia transnacional de los monopolios. Con ellos negociará exitosamente ese Estado nacional, bien
respaldado. En esa materia, todo el nacionalismo que se ponga es poco. Pero el nacionalismo, para que no
sea una tendencia subjetiva, para que no esté “sólo en la cabeza” de los presuntos nacionalistas, tiene que
identificar con claridad los fines que se propone la Nación y conocer los íntimos detalles del funcionamiento
de los monopolios”. 9
Otra de las críticas fundamentales que se realiza a este criterio desarrollista de promover la
participación del capital extranjero como forma de dinamizar la economía de acuerdo a criterios
nacionalistas, es la que se refiere a la orientación que los inversores desean dar a sus capitales, orientación
que, la mayoría de las veces, no coincide con los verdaderos intereses del país. Los principales opositores no
se cansaban de afirmar que en las últimas décadas la inversión privada de capitales había descendido
notablemente. El capital norteamericano –según esos mismos críticos– no invierte segmentos de
consideración sino en sectores de alta rentabilidad inmediata, como el petróleo, y sólo muy parcialmente se
radica permanente-mente en países de relativo crecimiento industrial. Las emisiones de capital proveniente
de los centros financieros –afirmaban– “vienen disminuyendo desde 1929. A partir de la Segunda Guerra

7
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 111 y sgtes.
8
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 113.
9
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 113 y sgtes.

10
Mundial, el monto de las inversiones privadas en el extranjero se eleva a poco más de U$S 500 millones de
dólares anuales. La mayor parte de esa suma se ha destinado a la expansión de la industria petrolera y sólo
una pequeña parte al desarrollo industrial. En el mismo lapso, alrededor del 90% de las inversiones
extranjeras realizadas por los Estados Unidos, se ha aplicado a la producción del petróleo”. 10 Realmente, se
trata de críticas de peso. El capital extranjero no está dispuesto a afrontar demasiados riesgos para sus
inversiones. Necesita no sólo un mercado local con una adecuada capacidad de consumo, sino también la
seguridad de poder contar con protección legal y estabilidad social. Esos reaseguros son difíciles de
encontrar en las economías del subdesarrollo y por eso los inversionistas extranjeros realizan,
preferentemente, sus inversiones, en las áreas establecidas en función de un mercado real y positivo –el de
los grandes centros industriales– y no en mercados internos insuficientes y mal protegidos, en una verdadera
actitud “colonialista”.
Para el desarrollismo, en cambio, es posible revertir esa situación: “Lo importante es orientar ese
interés inversionista en el sentido más concorde con los intereses integrales de la Nación. Lo que ayer fuera
elemento de deformación y de dependencia económica, debe hoy serlo de integración y de independencia. El
desarrollo de la siderurgia, de la petroquímica, de la producción de maquinarias y vehículos, de la
explotación de la olvidada minería, del aprovechamiento de nuestros bosques, de nuestra plataforma
submarina, debe constituir un factor de armónico desarrollo económico y social de todos los sectores del
país. Es necesario que se los vincule entre sí, creando vigorosos centros económicos en el interior y
terminando con el drama de la macrocefalia argentina, resabio de la economía colonial estructurada en
función de la exportación de granos como y carnes. Y no por vía de la descentralización, como erróneamente
se ha sostenido una y otra vez, sino mediante la creación de centros económicos distribuidos en nuestro vasto
territorio, estimulados por régimen n impositivo, el desarrollo de la energía y la multiplicación de los medios
de comunicación. Tales son los objetivos fundamentales que deben impulsarse, con el concurso de la
inversión extranjera. Si hasta ayer éstas fueron factor de dependencia, hoy llevarán un signo inverso. La
Argentina será una verdadera potencia si obtiene el autoabastecimiento energético y promueve ampliamente
su siderurgia y sus industrias básicas. Será, en cambio, un país débil y atrasado, sometido a la influencia de
otras potencias si no modifica aceleradamente su estructura. Lo vital y urgente, es que el país recobre el alto
ritmo de crecimiento que conoció a fines del siglo pasado y a principios del presente. Los Estados Unidos
resolvieron el mismo problema con el concurso del capital extranjero, cumpliendo la afirmación de Hamilton
en el sentido de que todo dinero extranjero que se invierte en una Nación deja de ser un rival para
constituirse en un aliado. Los Estados Unidos, que en el siglo pasado fueron el mayor receptor de capital
extranjero, se han convertido, luego de una vertiginosa expansión, en los mayores exportadores de capital del
mundo entero. La magnitud de fondos que no encuentran dentro de sus fronteras una adecuada oportunidad
de inversión, el bajo precio del dinero y la modesta renta que percibe el pequeño y multitudinario inversor,
son factores decisivos para impulsar la exportación de capital hacia aquellas zonas del mundo donde las
mejores perspectivas económicas coincidan con la deseada seguridad. No cabe duda que los índices de
capitalización interna argentina impiden afrontar, sin la colaboración extranjera, la movilización integral de
sus riquezas. Ese aporte del exterior debe producirse inexorablemente, si lo que se quiere es buscar el
desarrollo armónico de todas las áreas geográficas y sectores técnico-económicos. Una vez establecidos los
rubros esenciales de la economía que interesa promover –petróleo, acero, carbón, energía eléctrica,
petroquímica, celulosa– y determinado el desarrollo correlativo de las áreas que se debe procurar en función
exclusiva del interés nacional, la incorporación del capital extranjero, dentro de ese marco, no somete, sino
libera”. 11
De todas formas, a pesar de las encendidas defensas que de sus posiciones hace el desarrollismo, el
tema de los capitales extranjeros como motor del desarrollo plantea muchos interrogantes políticos.
Evidentemente, la historia de América Latina ha sido la de un ininterrumpido saqueo por parte de los
intereses del imperialismo. ¿Por qué, entonces, nuestro enemigo ha de venir a ayudar a los latinoamericanos
a construir la Nación que ellos quieren? Rogelio Frigerio contesta a estas observaciones: “El monopolio, el
imperialismo, es un sistema que opera a escala mundial y está dotado de coherencia como tal. Pero existen
contradicciones internas del sistema. La ciencia económica ha comprobado que el monopolio elimina la
competencia que era propia de las fases más jóvenes de la economía capitalista, pero crea otro tipo de
competencia en otra dimensión y en otro nivel. Una cosa es el sistema monopólico y otra cosa las empresas
que lo componen, que tienen competiciones y conflictos permanentes. De la habilidad y del respaldo que
tengan los dirigentes del movimiento nacional dependerá que se pueda aprovechar esa situación, que se

10
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 113 y sgtes.
11
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional; Editorial Losada. Bs. As., 1975, pág. 121 y sgtes.

11
pueda aprovechar la fuerza del adversario con la técnica del yudo para hacer posible el desarrollo nacional.
Esta teoría esta abonada por la práctica. Yo a los nacionalistas de izquierda nos les daría como ejemplo el
caso nuestro del petróleo, sino el de Rusia, y no el de la Rusia actual a la que llegan empresas
norteamericanas y de la Europa Occidental. Estos antiimperialistas no podrían decir que los dirigentes rusos
se aburguesaron, porque les doy un ejemplo de la Rusia de los años 17 al 20, en pleno comunismo de guerra
y en los comienzos de la implantación del comunismo: el jefe de la Revolución, contra todas las izquierdas
internas del Partido Comunista Ruso y contra todas las izquierdas del exterior, planteó la necesidad de
negociar con aquellos grupos monopólicos que estuvieran dispuestos a ir a instalarse a Rusia y su planteo
tuvo éxito. La cuestión no estaba en dar participación a la actividad privada -a la cual después se llamaría
NEP (Nueva Política Económica, establecida provisoriamente por Lenin en la Unión Soviética en 1921)-
sino que iba más allá. Lenin era partidario de dar concesiones al capital extranjero y toda la izquierda rusa
puso el grito en el cielo. Tal la antigüedad de esta discusión.
“Lo que necesitamos los argentinos, es tener claridad en los objetivos y una gran flexibilidad en la
ejecución. No es cierto que los dólares que vengan estaran impregnados de un fluido alienante. Todo
depende del destino que se le dé y de la firmeza que tenga el Estado nacional para hacer respetar su soberanía
y salvaguardar los intereses del país. Si vienen a ayudarnos a sacar nuestro petróleo y nuestro carbón, a
ayudarnos a hacer nuestra siderurgia, nuestra petroquímica y, en fin, todo aquello que es indispensable para
el desarrollo, tenemos que recibir a esos capitales con los brazos abiertos. En cambio, tenemos que evitar las
desnacionalizaciones y cerrar herméticamente las puertas a aquellos productos que podemos producir
nosotros. Ahora bien, suele ocurrir que cuando planteamos todos estos nuestros puntos de vista para encarar
la crisis de coyuntura y de estructura como una unidad, es decir con un plan que ataque a la vez sus causas y
sus manifestaciones más urgentes, hay alguien que dice: – Está muy bien, pero no hay capitales disponibles
para hacer eso'. Esa falta de consideración al problema de que no hay otra forma de encarar la crisis –lo
prueban todos los fracasos de los últimos lustros– esa falta de consideración del hecho elemental de que si
bien no hay capitales para venir en las condiciones existentes los habrá si cambia la política, esa
simplificación, en suma, es una forma de sabotaje a la solución de los problemas argentinos. Se puede
demostrar que la coexistencia pacífica está liberando recursos financieros antes aplicados a las actividades
vinculadas a la guerra, se puede demostrar que esa tendencia se acentuará, se puede demostrar también que
esa tendencia se desplazará hacia la periferia –es decir, que habrá inversiones en el mundo subdesarrollado–
y se puede demostrar que si se aplica la política que corresponda es posible obtener las inversiones y los
recursos que el país necesita.
“Hay un verdadero conflicto entre los criterios de inversión, entre los intereses de las corporaciones
multinacionales y los intereses del pueblo norteamericano. Ese conflicto ha entrado en una fase de definición
con el abandono de la guerra fría, se define a favor del interés del pueblo norteamericano, que no quiere la
guerra y se define a favor de la humanidad: Y esa definición tendrá que avanzar con el trasfondo de la
competencia, de la competencia económica entre Estados Unidos y Rusia, con el trasfondo de la crisis
crónica de inflación y desempleo que afecta a la economía norteamericana y que interesa al conjunto de
países avanzados. Esa crisis no se va a resolver con ajustes y reajustes de los mecanismos monetarios tal
como se lo ha estado intentando. Más tarde o más temprano, esa crisis deberá resolverse con un replanteo
estructural, deberá resolverse con la extensión del desarrollo. Las decisiones de inversión externa de las
grandes corporaciones norteamericanas están determinadas, naturalmente, por la ley de maximización de los
beneficios y se orienta preferentemente hacia Europa y Japón –tienen en cuenta la tasa de ganancia y la
dimensión del mercado– pero eso repercute negativamente en el balance de pagos y en el nivel de empleo de
la economía norteamericana. Más tarde o más temprano, la propia crisis y las decisiones del poder político
que consulte los intereses de doscientos millones de norteamericanos van a modificar esa tendencia. Se
advertirá que aumentando la capacidad de compra de nuestros países, la economía interna de los Estados
Unidos podrá trabajar a pleno y no ceder la posición de ser la más poderosa del mundo y ese aumento
modificará la situación en el conjunto de los países avanzados que de una u otra manera están
comprometidos en la crisis. Y ese aumento de la capacidad de compra, es sabido, no se adquiere de otra
forma que con el pasaje del subdesarrollo al desarrollo. Y si especificamos más el análisis, con referencia a
la Argentina, podremos ver que América Latina va a tener una posición favorable en ese proceso. Si
atendemos los factores económicos, es evidente que, especialmente en el sur, nuestro subcontinente está en
mejores condiciones de absorber inversiones que la mayoría de los países de África y de Asia. Y si
atendemos a los factores políticos, veremos que la distensión les va a quitar prioridad a las llamadas zonas de
contención. Estados Unidos, entonces, va a prestar atención a lo que en un tiempo lejano e irrepetible
llamaba “su patio interior”. Ya mismo hay posibilidades de obtener los recursos para resolver nuestra crisis.
Ya hay capitales disponibles, ya hay estribaciones de esa tendencia que recién se ha descripto. Todo depende

12
del criterio con que el Estado nacional encare el problema. Las inversiones que se hacen en muchos países
periféricos, aún cuando tengan un signo negativo, prueba que los capitales están y que todo depende de la
aptitud que tengamos para unificar nuestro frente político, consolidar el poder nacional y negociar con
habilidad. Si lo hacemos, esos capitales vendrán, no a hacer lo que siempre han hecho sino a contribuir de
manera efectiva a la superación de la crisis y a la realización del desarrollo. Lo fundamental, es cambiar
nuestra política. Aún en el caso de una desbordante abundancia mundial de capitales no van a venir las
inversiones en una situación de permanente contracción del mercado, en una situación en la que el sector
público es un barril sin fondo, que absorbe todos los recursos y en una situación que convierte en el mejor
negocio a la especulación o a las actividades que consolidan la vieja estructura. Si se hace el cambio de
fondo que el desarrollismo propone, habrá en el país un clima fértil para la inversión, vendrán capitales
extranjeros en cantidad suficiente y se repatriará la enorme masa de capitales argentinos que se han fugado
durante años de reiterada aplicación de la política de estancamiento. Esto no es el juego del huevo y la
gallina: lo importante es poner en marcha el país.” 12
De esta manera, con una mezcla del más absoluto pragmatismo político y un análisis económico casi
cien-tífico de la realidad del país y su vinculación con las diferentes realidades económicas a nivel mundial,
el desarrollismo expuso su teoría acerca del imprescindible aporte que los capitales privados extranjeros
deben hacer para que los diferentes países subdesarrollados y entre ellos la Argentina, concretamente,
puedan acceder al desarrollo.

Las soluciones desarrollistas. Prioridades y ritmo

El desarrollismo considera que sin prioridades no hay desarrollo y que el orden de las mismas
constituye el elemento fundamental de una verdadera y seria planificación. La experiencia histórica es la que
estaría indicando que los recursos aportados por la inversión extranjera sean aplicados de acuerdo a criterios
selectivos.
El mayor énfasis tiene que ser puesto en lo que podría considerarse como sector de producción de los
medios de producción, constituido, fundamentalmente, por la energía, el acero, la química pesada y la
industria de maquinarias. Es importante recordar las palabras de Arturo Frondizi, refiriéndose al tema: “Una
vez establecido como rumbo general de la política económica la prioridad de las industrias de industrias, es
necesaria la determinación taxativa de las ramas fabriles hacia las cuales se volcará lo fundamental del
esfuerzo de inversión. Una característica de nuestros países es su reducida capacidad de formación de capital,
lo que señala la capacidad de una política centrada en la promoción de la inversión. Una vez creadas las
condiciones para su estímulo, estas servirán a la vez para impulsar la formación de ahorro interno y facilitar
la incorporación de ahorro externo. Pero el quantum de capital disponible seguirá siendo limitado frente al
vasto inventario de necesidades insatisfechas. La política de inversiones debe por eso programarse con el
criterio de establecer una escala de prelaciones que conduzca al desarrollo vertical –una estructura industrial
integrada desde los rubros básicos hasta los de la industria liviana y soporte de una agricultura tecnificada– y
al desarrollo horizontal –que, mediante la intercomunicación física de las regiones y la radicación de polos
fabriles en el interior integre la Nación y extienda y unifique el mercado–. El establecimiento y la
instrumentación de las prioridades es la piedra de toque que permite diferenciar una auténtica política
desarrollista de cualquiera de sus pretendidos sucedáneos. La elección concreta de las ramas fabriles a las
cuales dar prioridad constituye un problema político, que debe resolverse en función de las circunstancias y
de la oportunidad. El desarrollismo estableció como prioridades el petróleo, la siderurgia, la energía, la
química pesada, el aumento de la productividad agropecuaria y la modernización de la infraestructura de
transportes. Esto último involucraba, además de un ambicioso plan vial y del redimensionamiento del
sistema ferroviario, la construcción de la industria automotriz. La primera prioridad fue asignada al petróleo
por dos razones básicas: se contaba con reservas ubicadas que garantizaban el inmediato éxito de una política
energética de extracción y el peso de la importación de crudo y derivados había llegado a ser tan gravoso que
insumía la tercera parte de la capacidad de compra de las exportaciones (entre 1950 y 1958 la balanza de
pagos acusó un saldo desfavorable de 1.427 millones de dólares; la importación de petróleo representó, en el
mismo período, 1.688 millones de dólares). Además, se previó la elevación del consumo de energía, que
sería consecuencia de la dinamización del conjunto de la actividad productiva. Las sucesivas políticas
practicadas a partir de 1962 –año en que se logró el autoabastecimiento– tuvieron en común que sus resulta-
dos se adecuaran fielmente al interés de los monopolios proveedores del crudo importado y, a la fecha, el

12
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; págs. 115 y sgtes.

13
rubro petróleo vuelve a ser la principal prioridad nacional. En síntesis, hemos establecido que no existe
posibilidad de desarrollo sin una estricta planificación de su estrategia, entendida como la determinación de
la metas, la correcta elección de las prioridades y la instrumentación del soporte político de las medidas de
cambio, que lesionarán intereses y despertarán resistencias e incomprensiones. Tal planificación, de índole
política y conceptual, es utilmente complementada por las técnicas de programación económica.
Básicamente, estas consisten en el establecimiento teórico de tasas de crecimiento, la asignación de prioridad
a determinados sectores industriales y, luego, la compatibilización interna del plan, desde el punto de vista
físico, financiero, laboral y tecnológico. Así, por ejemplo, la erección de una planta siderúrgica creará
necesidades nuevas en mineral de hierro, coke, caliza y otros insumos, cuyo abastecimiento –por provisión
local o externa– es necesario prever para el momento adecuado. Originará, asimismo, necesidades nuevas de
mano de obra, cuya capacitación o traslado desde otros sectores habrá que encarar con antelación suficiente.
Se calculará, asimismo, la incidencia de la radicación en la balanza de pagos –el ahorro emergente de las
importaciones sustituidas y los egresos por intereses o eventuales dividendos–. Y procedimientos similares
se aplicarán al resto de los sectores y ramas fundamentales de actividad. Al comienzo, sin embargo, las
cuestiones del desarrollo son gruesos problemas de cambio cualitativo: la precisión planificadora y los
intentos de cuantificar y compatibilizar entre sí el desenvolvimiento de las diversas áreas adquieren
importancia sólo en una etapa más avanzada del proceso.” 13
A través de las palabras de Arturo Frondizi, queda bien en claro el porqué de la importancia asignada
al petróleo en ese estricto orden de prioridades que el desarrollismo establece en el orden económico.
Después del petróleo, por otra parte, es el acero la segunda prioridad de los desarrollistas. Exigido
imperativamente como base fundamental del desarrollo de la industria ligera, proveedora, más que nada, de
maquinarias agrícolas, inevitables si se quiere lograr una agricultura tecnificada y altamente productiva, su
producción resulta insoslayable. Su incidencia en las importaciones de cualquier país que pretenda impulsar
la. industria sin producirlo, se hace sentir pesadamente. A partir de esa especie de conjunción de petróleo por
un lado y acero por el otro, el desarrollismo considera que se asegura la producción de bienes de consumo y
se logra el autoabastecimiento interno, quebrándose de esta forma uno de los lazos más tirantes de la
dependencia de los factores externos, que es uno de los hitos, justamente, que más sirve para caracterizar al
subdesarrollo. Petróleo y acero aunados, evidentemente, constituyen un adelanto trascendente en los
diferentes procesos de liberación nacional que logran acceder a ellos. Quizás por eso los desarrollistas se
empeñan en señalar que detrás de esos dos puntos, verdadera señal de partida, todo lo demás se irá logrando,
Repitieron, por otra parte, que la fórmula que se debía aplicar, sin la más mínima duda, podía sintetizarse en
una ecuación: Petróleo + Carne = Acero. De su lectura se desprendía el meollo de la posición sustentada por
los desarrollistas: la prioridad es el acero; pero para alcanzarla se necesitaba ahorrar divisas, auto-
abasteciéndose de petróleo y, paralelamente, producir divisas, multiplicando la producción y la exportación
de carnes.
Pero no sólo las hasta aquí enumeradas constituyen prioridades del desarrollismo.
Debe incluirse, además, en esa lista, la decisión de recuperar, para el país, su posición exportadora.
Para ello, resulta fundamental para los desarrollistas el hecho de dejar de lado las viejas prácticas que
libraban práctica-mente “a la buena de Dios” una producción que de todos modos se colocaba fácilmente,
dentro del esquema de la división internacional del trabajo, en el cual había sido signado a nuestro país, por
parte del colonialismo, el rol de “granero del mundo”. En la actualidad –afirman– si se quiere competir con
Norteamérica y Oceanía deben reproducirse en nuestro país los factores que moderniza-ron la producción
agropecuaria en esas naciones. Por un lado, se hace inevitable una capitalización interna y una aceptación del
capital externo que permitan erigir la industria pesada y de maquinarias, incrementar y difundir el consumo
de energía, de fertilizantes, de plaguicidas; en otras palabras, volcar al agro los insumos financieros y
técnicos que solo da el desarrollo integral de la industria. Por otro lado, no menos inevitable resulta la
implantación de una política exportadora que vaya desde el subsidio directo al productor hasta las
desgravaciones y los estímulos y facilidades impositivas y crediticias que permitan exportar en condiciones
competitivas. Pero todo ello puede lograrlo, únicamente, una sociedad altamente desarrollada, cuya
economía no sea preponderantemente agraria sino preponderantemente industrial. Son los excedentes
económicos de la economía industrial y sus productos avanzados los que incrementan la productividad y la
economicidad del agro. Detrás de las exportaciones de Norteamérica y de Oceanía, no están productores
agrarios aislados, indefensos y de escasa solvencia. Detrás de ellos, al contrario, se halla toda la estructura
financiera, técnica y estatal, que distingue a las potencias industriales y a sus poderosos monopolios,
reguladores del mercado mundial. Toda esa fuerza de la concentración capitalista se pone al servicio de uno

13
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional págs. 116 y sgtes.

14
de sus rubros productivos, el agro, que integra un vasto complejo junto con las industrias, las finanzas y el
Estado. Este fabuloso aporte económico-político, es el único que logra captar y regular mercados internos y
externos por virtud de su enorme fuerza negociadora mundial.
A través de estas opiniones, queda claramente determinado que el desarrollismo no pretende que la
Argentina deba renunciar a su condición de exportadora de alimentos –crítica que se le suele hacer– y
limitarse a incrementar la industria dejando relegado al agro al papel de abastecedor suficiente del mercado
interno. Lo que sí sostiene el desarrollismo es que no puede haber desarrollo y expansión del agro sin base
industrial, sin capacitación global de la economía, sin la estructura socioeconómica de una comunidad
avanzada y de alta tecnología. Del mismo modo que Europa, Norteamérica y Oceanía han logrado aumentar
astronómicamente la productividad del campo en su rápido proceso de industrialización integral (hasta el
punto de desalojar a los países subdesarrollados proveedores de alimentos y materias primas), el desarrollo
industrial, prioritario y acelerado del mundo subdesarrollado es el que le permitirá recuperar su posición
exportadora en el mercado mundial, al mismo tiempo que expandir el consumo interno.
Refiriéndose a esa prioridad de revivificar la posición exportadora argentina a través del
perfeccionamiento de la producción agraria, respaldada por una verdadera y total industrialización del país,
opinaba Rogelio Frigerio: “No somos industrialistas antiagraristas. Propugnamos crear la única retaguardia
efectiva y permanente que protegerá al campo de su paulatina pauperización y que le asegurará ingresos
capaces de permitir su capitalización y de aumentar el volumen y la calidad de sus productos, para salir a la
reconquista de viejos mercados y a la conquista de muchos nuevos. Al campo no se lo apuntala con
remiendos monetaristas ni con rogativas internacionales para que ingresen nuestras exportaciones a los
mercados mundiales del monopolio. Sólo la economía avanzada es la respuesta a la economía atrasada. Sólo
el acceso de la Argentina a los niveles de la economía industrial moderna puede hacer de nuestro agro lo que
es el agro en Estados Unidos y Canadá: una fábrica más. Pero modernizar el agro y aumentar su
productividad demanda capital, tecnología, maquinaria y productos químicos, sin contar con otras bases
indispensables, como son la abundancia de energía y combustible, infraestructura de transporte y
comunicaciones, servicios para una población dedicada a una agricultura avanzada, procesos todos estos que
se han cumplido en las grandes naciones industriales que alcanzaron niveles óptimos de productividad en el
agro. Parte de estos insumos, pueden importarse. Otros son fruto de factores sociales y económicos que no
pueden traerse del exterior. Pero lo que es evidente es que no puede aumentar la cantidad y la calidad de la
producción agropecuaria sin esos factores, importados o no. Con lo que se llega a la conclusión de que el
desarrollo integral de la economía es el punto de partida para aumentar la capacidad exportadora y no que
esta es la base para edificar la industria. Y si tenemos en cuenta la incidencia de la escasez de energía, de la
incapacidad de importar el combustible y los equipos de alta técnica, de la primitiva y antieconómica
estructura del transporte y de las comunicaciones en la formación de los costos de nuestra producción
primaria, veremos que no puede alcanzarse en ese cuadro ni la mayor productividad del agro ni costos
competitivos. En tanto no estemos en condiciones de originar estos factores de modernización y estos
insumos en el país, el producto de las exportaciones de un agro atrasado y antieconómico jamás será
suficiente para financiar no ya el desarrollo integral del país, sino siquiera el perfeccionamiento de la
economía del campo. Y si ese desarrollo no se produce, aunque se derogaran todas las retenciones, se
desgravara totalmente la explotación intensiva del agro, aunque el productor recibiera el precio íntegro y el
mejor que se obtuviera en el mercado internacional, aunque la suerte favoreciera al productor con
condiciones climáticas óptimas, esta capitalización creciente de la economía agropecuaria no modificaría
sustancialmente la estructura de producción y crearía solamente un auge transitorio. Seguirían faltan-do en el
campo energía, plantas petroquímicas para abastecerlo de fertilizantes y plaguicidas, maquinarias y
combustibles que no pueden importarse en valores superiores que los que permiten los recursos de la balanza
comercial, comunicaciones adecuadas y transporte moderno, servicios asistenciales y culturales para la
comunidad rural: en una palabra, muchos elementos que sólo aporta al campo una comunidad industrial
moderna.
No se concibe, ni ha existido en parte alguna del mundo, una economía agraria avanzada en medio
de una sociedad no integrada e industrialmente atrasada, carente de las bases de la industria pesada, que es la
que fundamentalmente provee al campo de sus insumos. La existencia de esta economía externa (industria
pesada e infraestructura de servicios) es la que ha promovido la tecnificación del agro en Norteamérica,
Europa y Oceanía, permitiendo que los excedentes agrícolas de esas regiones altamente industrializadas
desalojen a nuestras exportaciones en el mercado mundial. Esta es la razón que no quieren descubrir quienes
se aferran al mantenimiento de nuestra economía agroimportadora, entera-mente dependiente del factor
exterior y de las regulaciones monopólicas del comercio internacional. Aquellas regiones adelantadas pueden
ser grandes productoras y exportadoras de alimentos porque integran el mundo desarrollado, pertenecen al

15
sistema de producción y de cambio que domina la economía mundial. Mientras el mundo subdesarrollado no
se desarrolle, a partir de la industria pesada, no podrá aspirar a la progresiva integración con el sector
adelantado, perderá posiciones en el comercio de alimentos y materias primas y seguirá su inexorable
proceso de crisis”. 14
Junto a las prioridades desarrollistas, puede hablarse también de un ritmo desarrollista. Sus críticos
opinan que se trata de una especie de vértigo, algo así como una aceleración indebida de los procesos que
naturalmente demandan inversión. El desarrollismo, por su parte, replica que nuestra época, caracterizada
por la revolución tecnológica más marcada, exige que la planificación de la expansión de la economía sea
acompañada por realizaciones que siguen un ritmo acelerado. Si bien es cierto que el capitalismo, en sus
orígenes, vivió la época bautizada como de “la acumulación primitiva” y sólo después de .dos siglos inició la
etapa de la llamada “revolución industrial” –apoyándola primero en la industria liviana, fundamentalmente
textil, para luego iniciar la pesada, a través del hierro y la aplicación del vapor como fuerza motriz– resulta
imposible cotejar el ritmo de aquellas creaciones con el que le imprimió al proceso productivo en los últimos
años. La desintegración del átomo, los vuelos espaciales, la automatización, la cibernética, crearon un mundo
en perenne cambio, casi empujado constantemente. Surge así la petroquímica, a partir de la última guerra.
Produce, ella sola, más de mil productos nuevos, capaces, muchos de ellos, de sustituir a varios
productos naturales. La química, por su parte, es aplicada a la genética y produce una verdadera revolución
en las estructuras agrarias: naciones hasta ayer importadoras de esos productos, se convierten, a su influjo, en
exporta-doras. En este proceso, desde ya que no participan los subdesarrollados, que ven así disminuir
progresivamente su presencia en el intercambio comercial. Si bien algunos logran industrializarse en el área
liviana, paradójicamente este adelanto, lejos de independizarlos, los subordina cada vez más a los
abastecimientos externos, al mismo tiempo que limita y deteriora sus posibilidades de ahorro y de
acumulación con vistas a la inversión. Siendo esas las condiciones –afirma el desarrollismo– todo lo que
presuponga largo plazo, confiando en la espontaneidad del desarrollo, atenta contra este, en el fondo.
Ese ritmo incide, de igual forma, en lo económico que en lo social. Cuanto menor sea el lapso para
que se verifique el progreso, menos postergaciones sufrirán los trabajadores y mayor cooperación obtendrá el
país de parte de los sectores sociales más sumergidos. Y una razón económica viene a redondear, finalmente
este principio del desarrollismo: a mayor ritmo de crecimiento, corresponde mayor posibilidad de
acumulación e inversión.

Las soluciones desarrollistas. Estatismo y privatizaciones

Para el desarrollismo, no existe posibilidad alguna de desarrollo sin la participación del Estado en la
determinación y en la instrumentación de la política económica.
La elaboración de la estrategia general, la creación de condiciones que promuevan la inversión local
y externa v su canalización hacia determinadas ramas de producción y localizaciones geográficas, son -para
ellos- funciones intransferibles del gobierno nacional. Expresa al respecto Arturo Frondizi: “En el nivel de la
ejecución directa, al Estado le conviene una responsabilidad funda-mental en materia de política social y de
promoción regional. Del mismo modo que la inversión en los sectores básicos se adelanta a las necesidades
futuras del consumo, la inversión pública en la infraestructura, social (salud, educación, vivienda) y en la
integración física de la geografía debe adelantarse al país integrado y de altos niveles sociales cuyo modelo
nos proponemos. Respecto a la participación directa del Estado como titular de actividades productivas, en
los países subdesarrollados se Plantea con frecuencia el debate entre los estatistas, que afirman que el
Estado-empresario es un seguro contra la influencia política negativa de los monopolios y los
libreempresistas, que enfatizan la ineficiencia y la pesadez burocrática de la gestión empresarial oficial. La
idea de que las empresas estatales son una garantía de independencia económica no se corresponde con la
experiencia histórica. La propiedad estatal de sectores enteros de la economía ha podido coexistir con la
supeditación al interés externo en cuanto al desenvolvimiento de tales sectores, cosa que en la Argentina
ilustra, quizás mejor que ningún otro, el caso del petróleo, donde el monopolio oficial no impidió que
durante cincuenta años hubiera que importar una parte sustancial del crudo que se consumía. Otro ejemplo de
propiedad estatal y preservación de la dependencia respecto del factor externo lo constituye el de la
nacionalización de los ferrocarriles, caso en el que la compra del sistema por parte del Estado no significó
modificación alguna en la configuración de la red, trazada para servir a un comercio de tipo colonial con
Inglaterra y no a la integración del país. La actitud liberal de objetar toda participación estatal en la

14
Rogelio Frigerio: Desarrollo y Desarrollismo; págs. 127 y sgtes.

16
economía, alegando su ineficiencia burocrática, es tan parcial como la estatizante y soslaya, como esta, la
verdadera esencia del problema. Hemos examinado ya las razones por las cuales el poder central debe tener
una participación determinante en la conducción del proceso económico, y por las que el llamado juego
espontáneo de las fuerzas económicas supone adscribirse en realidad a la programación monopólica y
equivale al no desarrollo. Por otra parte, en los países subdesarrollados toda la actividad, pública o privada,
es ineficiente si se la mide con los patrones de productividad de una nación industrializada. Todo esto
significa que resuelto lo fundamental, esto es, lanzada una política de desarrollo, que el Estado deba o no
tomar participación directa en determinada rama de producción es un problema que tiene un carácter táctico
y que debe resolverse en función del momento y las circunstancias políticas concretas. Esto sin perjuicio de
que, en términos generales y en nuestro caso, la gestión privada deba preferirse a la pública, que carece de la
flexibilidad de aquella, está frecuentemente conducida por estamentos burocráticos anquilosados y soporta
las paralizantes consecuencias financieras de la frondosidad del empleo público”. 15
Por su parte, Rogelio Frigerio se refirió también al tema: “Nos oponemos a que el Estado sustituya a
la empresa privada, trabando así la actividad productiva, pero afirmamos que debe fijar prioridades y utilizar
todos los instrumentos de la política económica para dar una dirección consciente al proceso económico
hacia el cambio de estructuras. ¿Tienen razón los estatistas cuando aseguran que asignar funciones
empresarias al Estado preserva la soberanía? ¿Tienen razón los liberales cuando dicen que sólo la iniciativa
privada aumenta la riqueza de las naciones? ¿Se plantea el problema, realmente, dentro de esa antinomia?
Nuestra respuesta es un rotunda negativa.
“Las dos son simplificaciones y, en consecuencia, deformaciones de la realidad. Si el Estado asume
funciones empresariales, que no puede cumplir, no defiende la soberanía, sino todo lo contrario: debilita el
aparato productivo y, por lo tanto, el Estado nacional que en él se sustenta. Del gigantismo del sector
público, resulta un Estado flaco y débil en lo que es esencial: su poder de autodeterminarse políticamente. Si
la iniciativa privada se desenvuelve espontáneamente, sin una 'dirección política que la oriente hacia el
cambio de la estructura productiva, no va a aumentar la riqueza social ni la de los propios empresarios; tanto
porque las nuevas actividades van a estar inducidas por las existentes, como porque la estructura productiva,
que así se mantendrá intacta, no tendrá posibilidades objetivas de acumulación y de inversión. El verdadero
problema está en que el Estado no debe sustituir ni ahogar la actividad privada, pero tampoco debe dejarla a
la “buena de Dios”. Debe orientarla conscientemente, usando los instrumentos de estímulo e inhibición de
que dispone –el crédito, el impuesto, los aranceles– no forzando los hechos sino actuando de acuerdo con las
leyes económicas. Nuestra condena del estatismo no es en abstracto, como la de los liberales que finalmente
terminan actuando como estatistas en la práctica. Nuestra condena parte del criterio de que las categorías de
la ciencia social son teóricas, pero a la vez históricas. Parte de la caracterización concreta de cómo funciona
el sector estatal en los países subdesarrollados. Ya hemos hablado de cómo el subdesarrollo es la causa
básica del déficit estatal y podemos agregar que hemos llegado aun punto en que no es posible admitir-que la
mayoría de los argentinos trabaje muchas horas por día no para su bienestar, sino para pagar la ineficiencia
de las empresas estatales.
“No se trata de obrar con criterio mecanicista. Nadie propone privatizar el correo o la policía. Ni
muchas empresas estatales. Pero sí sacar el grueso de ese lastre absurdo. Se trata de replantear todo a fondo e
introducir racionalidad. Por ejemplo, YPF debe cumplir una función de dirección en la política petrolera,
debe realizar las contrataciones con el capital privado y debe realizar algunas actividades directas. Pero es
inadmisible mantener esta situación en la cual, para sacar el petróleo, pone seis hombres a trabajar donde los
contratistas privados sólo ponen uno. Hay más de doscientas empresas dedica-das a las actividades más
diversas, cuya permanencia en el sector público no se justifica un solo día. Muchas de ellas fabrican bienes
que nada tienen que ver con los servicios públicos ni con actividades que le interesen al Estado. Asimismo,
cabe advertir contra los razonamientos rutinarios. No todos los servicios públicos tienen porqué ser prestados
directamente por el Estado, que en muchos casos puede limitarse al control de la correcta prestación. Y
naturalmente la producción de bienes críticos no tiene necesariamente porqué estar en el sector estatal. A lo
dicho sobre el petróleo, podemos agregar lo del acero. Allí el Estado ha pretendido hacer todo y ha
terminado siendo un obstáculo, motivo por el cual seguimos importando la mitad de lo que consumimos.” 16

15
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional; pág. 127 y sgtes.
16
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; págs. 109 y sgtes.

17
Las soluciones desarrollistas. El problema agrario

Consignas tales como “expropiación y división de los latifundios”, “la tierra no debe ser un bien de
renta”, “la tierra para quien la trabaja”, “división de la tierra en unidades económicas familiares”, “la
propiedad de la tierra eleva la productividad y asegura estabilidad al campesino” y otras por el estilo, son
agitadas en la arena política argentina desde hace más de medio siglo. No son posesión de un solo partido o
movimiento, exclusiva-mente. Tanto los comunistas, como los socialistas, los demócratas progresistas, los
radicales y diversas entidades de signo agrarista las han manejado en una u otra oportunidad. Sus tesis,
pueden resumirse en algunas propuestas básicas. En primer lugar, el problema agrario y, más
específicamente, la tenencia de la tierra por parte de la oligarquía terrateniente, es el elemento fundamental
del problema económico argentino. En segundo lugar, es necesario expropiar las grandes explotaciones,
dividirlas y entregar las fracciones en propiedad a pequeños propietarios, ex-arrendatarios u obreros. En
tercer lugar, en tal reparto conviene favorecer las explotaciones familiares. Finalmente, la consecuencia de la
elevación de los puntos anteriores será la elevación de la productividad y tecnificación de los predios y la
estabilidad de la familia campesina.
La posición del desarrollismo, con respecto a esta temática, es absolutamente discrepante con
muchos de los conceptos recién mencionados. Para el desarrollismo, no puede separarse el problema agrario
de todo el contexto del problema del subdesarrollo.
Arturo Frondizi se ha referido extensamente al tema:”El agro argentino exhibe características
distintivas muy singulares dentro del ámbito latinoamericano, que se advierten ya en las primeras etapas de
su evolución como sector productivo. La producción de cueros, tasajo y sebo, posteriormente lanas, más
tarde carnes ovinas y luego vacunas y, finalmente, la incorporación de la agricultura de cereales y
oleaginosas, fueron estadios típicamente mercantiles, en los que el objetivo económico fue, sin excepción, la
producción para el mercado, internacional o interno. Nunca existió, con dimensión perceptible, la pequeña
producción campesina de subsistencia precapitalista que, en cambio, es la forma de vida de extensos estratos
de población en otros países latinoaméricanos, como Bolivia, Perú y México. En nuestro país no existieron
tampoco las formas sociales de producción que, como el inquilinato en Chile, el peonaje en México, el
pongueaje o el colonato en Bolivia, son supervivencias de relaciones semiserviles, propias del pasado feudal
y heredadas de la Colonia, que implican la obligación de prestaciones de trabajo personal o del pago de la
renta en trabajo. Por el contrario, las relaciones de trabajo fueron relaciones típicamente capitalistas, en las
que el obrero rural es libre para contratar su fuerza de trabajo, percibe por esto un salario pagado por un
empresario capitalista y no se encuentra sujeto o atado al predio en que trabaja por nexos tradicionales de
status sino vinculado por aquella relación contractual rescindible. Por último, en el Río de la Plata, la oferta y
la demanda de tierras en venta o alquiler se ejerció libremente, sin impedimentos de tipo precapitalista y, en
el caso de arriendo, mediante el pago no de una renta de trabajo, sino de una renta capitalista, o
arrendamiento, en dinero o en especie. Las explotaciones agropecuarias argentinas son, además, extensivas,
considerablemente mecanizadas y tecnificadas –si no en relación al nivel de los países industrializados, sí
respecto a los de la mayor parte de América Latina– y hacen un empleo generalizado de mano de obra
asalariada. Es de hacer notar, por último, que desde la, década del 40 hasta el presente ha ocurrido una
continua y espontánea disminución del número de explotaciones cedidas en arrendamiento y de la superficie
trabajada según ese régimen y el correlativo aumento de los establecimientos ocupados por sus dueños, al
punto que en la pampa húmeda más de las ocho décimas partes de los predios son explotados por
propietarios. En nuestro medio no se dan, por tanto, las condiciones que impulsa-ron los movimientos
agraristas y las reformas agrarias en las naciones en que estos tuvieron desarrollo. Tales condiciones
aparecen en países atrasados y predominantemente campesinos en los que es necesario liberar a la economía
rural –la tierra y el productor directo– de relaciones sociales arcaicas y semifeudales, que obstaculizan el
avance y la generalización de las empresas capitalistas privadas en la producción agraria. Sobre esas
motivaciones se suelen superponer otras de orden político, como es, en el caso de la revolución peruana, la
necesidad de incorporar al proceso revolucionario a grandes masas indígenas hasta hoy marginadas de la
civilización y para lo cual la reforma agraria es una bandera efectiva. Nuestro sector agrario, en cambio,
integrado por empresas capitalistas, extensivo y considerablemente tecnificado, experimenta desde fines del
siglo pasado alternativas de producción que nada tienen que ver con el régimen de tenencia. de la tierra y sí,
en cambio, con lo que ocurre con el resto de nuestro sistema económico. El campo argentino fue próspero y
expansivo mientras nuestra ubicación en el esquema de la división internacional del trabajo aseguró ingresos
de exportación suficientes para sostener el resto de la actividad económica. Cuando aquel sistema entra en
crisis, el conjunto de la economía comienza a distanciar-se rápidamente de los niveles a los que va
accediendo el mundo industrializado y lo propio ocurre con el sector agrario. La oportunidad en que ocurre

18
esta inversión del previo proceso ascendente, puede ubicarse esquemáticamente en la crisis mundial del 30.
Los niveles de producción agropecuaria global y de productividad por hectárea están hoy prácticamente
congelados al nivel alcanzado hace tres o cuatro décadas atrás, y curiosamente ese deterioro se corresponde
con la ya anotada progresiva disminución de los arrendamientos. A la inversa, en las primeras tres décadas
del siglo, durante las cuales el volumen del producto agropecuario se triplica, se registra un permanente
aumento de la superficie y el número de explotaciones arrendadas. Este y otros datos de la realidad se
contradicen notoriamente con las tesis de nuestros reformistas respecto de las presuntas virtudes de la
tenencia de la tierra o en propiedad como régimen apto para incentivar la tecnificación y elevar los
rendimientos. Los hechos consignados no prueban, tampoco, lo contrario. Significan, simplemente, que
régimen de tenencia y productividad son dos variables que no guardan relación directa entre sí y responden a
causales diversas. En un agro organizado según formas de producción capitalista, hay más tecnificación y
productividad cuando aumenta la inversión, y esta crece cuando los márgenes de ganancia empresaria son
sostenidamente convenientes. Esto tiene una validez universal cualquiera sea el tamaño de las explotaciones
y la forma de tenencia: es el nivel de beneficio el que tendencialmente determina la actitud inversora del gran
hacendado como del pequeño chacarero arrendatario. Tanto el análisis microeconómico –a nivel de empresas
individuales– como el macroeconómico, que considera globalmente el sector, coinciden en demostrar que
esa tasa de ganancia ha sido históricamente insuficiente, nula o, incluso, negativa, lo que explica la
congelación del crecimiento y la recurrencia de períodos de notoria desinversión. En tal contexto, obtener la
tierra en propiedad, cualquiera sea el tamaño del predio, tiene el único y evidente significado económico de
una especulación inmobiliaria, además de representar una especie de seguro frente a los resulta-dos
frecuentemente perdidosos de la actividad empresaria. Por lo tanto, la preconizada expropiación de los
grandes predios y su distribución entre varios propietarios más pequeños, no significaría modificación de los
factores capaces de incentivar efectivamente la tendencia a invertir y, por consiguiente, no arrojaría resultado
alguno sobre los índices de productividad. La idea de que la propiedad del predio asegura la estabilidad de la
familia campesina, por otra parte, otro frecuente apotegma reformista, es igualmente contradicha por los
hechos. El éxodo rural, o transferencia de población del campo a las ciudades, es un fenómeno social
característico del mundo moderno y que responde a fuerzas incontrastables. Ha tenido lugar intensamente
tanto en países cuya tierra es explotada preferentemente por propietarios, como Francia o España, como en
aquellos en que es alta la proporción de arrendatarios, como Inglaterra. En Estados Unidos, unos y otros han
sufrido las consecuencias de esa transferencia demográfica. En nuestro país, es conocida la cantidad de
pequeños propietarios que han emigrado a los centros urbanos desde las provincias pobres. La auténtica
estabilidad del productor es un objetivo que depende de que este desenvuelva su actividad en condiciones
que lo promuevan socialmente, en las que logre elevar su nivel de ingreso y en las que el medio en que vive
se transforme para que él y su familia puedan ser partícipes del ascenso social en materia de cultura,
esparcimiento, información y confort. Por otra parte, el objetivo social no puede ser impedir el éxodo rural,
evidentemente asociado al progreso industrial y a la consiguiente mayor demanda de mano de obra para los
servicios y las fábricas, sino lograr que tenga lugar de modo que, por un lado, la ciudad devuelva al campo
en forma de respaldo industrial y tecnológico lo necesario para aumentar la productividad por hectárea y por
hombre ocupado, a fin de incrementar la oferta global del sector (la Argentina es uno de los pocos países
donde el éxodo rural no se vio correspondido por un aumento de producción agropecuaria); por otro lado,
lograr que los centros urbanos estén en condiciones de recibir a los nuevos contingentes laborales sin que
estos tengan que sufrir las condiciones de desarraigo, hacinamiento y marginación social verificables en
nuestros cinturones industriales. La reivindicación del trabajo familiar como desideratum del progreso social,
.por su parte, otro de los enunciados reformistas que corresponden a un agro ideal inexistente, posee una
connotación abiertamente reaccionaria. Proponer que el núcleo familiar sustituya la contratación del trabajo
asalariado equivale a promover la explotación del trabajo de las mujeres, los niños y los ancianos, esto es, las
formas socialmente más retrógradas de producción y conspira contra todos los objetivos sociales y culturales
de una comunidad moderna. Desde el punto de vista económico, el trabajo familiar es un obstáculo para el
incremento de la inversión y la tecnificación, que tienden a ser reemplazadas por una mayor autoexplotación
del titular del predio y su familia; se interpone, además, al crecimiento y organización sindical de un
proletariado rural consciente de sus derechos y en condición de imponerlos. Así las cosas, la propuesta
expropiación a la propiedad territorial, puede asumir dos formas: llevarse a cabo indemnizando a los
propietarios de la tierra por el valor venal de esta o hacerlo mediante cualquiera de las variantes
confiscatorias más o menos drásticas. En el primer caso, el expropiado recibe de una vez el monto que de
otro modo habría percibido a través de muchos años de arrendamiento y realiza un pingüe negocio a
expensas del conjunto de la comunidad, que es la que debe financiar esa estéril conversión de un
terrateniente grande en varios pequeños. La segunda variante es atentatoria contra los objetivos del

19
Movimiento Nacional, tanto porque enajenaría a este la solidaridad política de vastos sectores de clase
media, que tenderían a alinearse en defensa del orden jurídico trastocado, cuando por lo que esta vulneración
del estado de derecho significa como agravio a las posibilidades de incrementar la inversión e impulsar el
desarrollo. Y cuando la propuesta expropiatoria se refiere a grandes establecimientos organizados
empresarialmente, ‘dividir esas grandes empresas en pequeñas propiedades agrícolas es lo mismo que dividir
una gran fábrica moderna en un montón de pequeños talleres', tal como lo formuló el general Perón en su
discurso del Teatro Colón, en 1953, al referirse a la demagogia extremista sobre el tema agrario. Hemos
abordado esta sucinta crítica sobre las tesis del reformismo agrario argentino con el objeto de demostrar que
ni la productividad de la tierra agrícola, ni el ascenso social de la población rural, tienen que ver con el
problema jurídico de la tenencia de la tierra, ni de la transferencia de su propiedad y que se vinculan, en
cambio, con la creación de condiciones económicas que promuevan la inversión de capitales en el sector.
“Lo cual, a su vez, es función de la transformación de nuestra estructura económica del factor
externo en una economía industrial autodeterminada. Cuando la izquierda hace del problema agrario el
centro de gravedad de la problemática política coincide, una vez más, con el pensamiento conservador, que
visualiza la crisis argentina a través de una nostálgica reminiscencia del país de las primeras décadas del
siglo, y propone como objetivo económico nacional volver a ser un importante exportador de productos
primarios. Por nuestra parte, afirmamos que la crisis agraria es sólo un capítulo en la crisis del subdesarrollo
argentino, y como tal no reconoce soluciones sectoriales fuera del marco de la lucha por el desarrollo
nacional. La meta económica inicial de esta lucha es la construcción de la industria pesada y la integración
de un dinámico mercado interno que abarque todo el ámbito territorial mediante la fluida intercomunicación
de las regiones y la promoción industrial del interior”. 17

Las soluciones desarrollistas. Las políticas monetarias.

Bajo las banderas de “Desarrollo, legalidad y paz social”, impulsa la fórmula de “Desarrollo y
estabilización”. Para lograr los fines propiciados por dicho enunciado, tiene en cuenta dos planes. En primer
lugar, lo que puede llamarse el plan de desarrollo, que tiende a la movilización económica integral, sobre
todo en los sectores básicos: petróleo, carbón, siderurgia, energía eléctrica, petroquímica. celulosa. En
segundo lugar, subordinando el hecho financiero al hecho económico, la implementación del plan de
estabilización. Según el criterio de los dirigentes del desarrollismo se trataría no de repartir miseria, como lo
propuesto por los “populismos” –dicen– sino de crear riqueza y luego distribuirla con sentido social. Dicho
de otra forma, apretarse el cinturón después de haber establecido las condiciones para que la economía entre
en -un acelerado proceso de expansión. Para muchos de los críticos del desarrollismo, en cambio, la
publicitada plataforma que incluía en un mismo pie de igualdad al desarrollo y a la estabilización, no dejaba
de ser una mera utopía: “Un plan económico que traducía una suerte de compromiso político inaplicable:
estabilización y desarrollo. La estabilización reclamada por la oligarquía agraria y el desarrollo exigido por
los intereses industriales, eran tan incompatibles como la revolución libertadora y el peronismo, la
intervención de la CGT y la ley de Asociaciones Profesionales, la subordinación al imperialismo y la
independencia nacional” opinaba, por ejemplo, Jorge Abelardo Ramos. 18
Ambos planes que pretenden complementarse, el de desarrollo y el de la estabilización están
íntimamente ligados al tema de las políticas monetarias. Es fundamental, en ese sentido, para aclarar la
posición que al respecto posee el desarrollismo, recordar algunas exposiciones de Rogelio Frigerio: “Otra
ilusión, en la que se persiste especialmente en la Argentina de nuestros días, es la que atribuye virtudes
mágicas al ordenamiento fiscal o monetario, desvinculado de su contexto económico. Las políticas
monetarias se refieren al mecanismo de la circulación de bienes, no al de su producción. La moneda es un
valor de cambio que “mide” el valor del producto, pero no lo valoriza. El aumento de la circulación
monetaria depende de tres valores principales: a) el aumento de la producción, que exige mayor cantidad de
medios de pago; b) la escasez y carestía de la producción, que eleva los precios y por ende exige también
mayor cantidad de circulante y c) la rapidez o la lentitud de la circulación. El fenómeno monetario es
siempre el reflejo de un fenómeno de producción, un valor instrumental simple-mente. La política monetaria
está siempre al servicio de la producción, como lo están las políticas impositivas, presupuestarias y
administrativas. El objetivo económico es siempre el crecimiento sostenido. Las medidas de expansión o de
contracción monetarias, de formación del presupuesto de gastos y recursos del fisco, de imposición y crédito,

17
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional; pág. 105.
18
Jorge A. Ramos: La Era del peronismo; pág. 202.

20
se toman para impulsar, controlar, regular la producción de bienes y de servicios, de manera que se logre en
lo posible un crecimiento estable, ordenado y continuo. Mediante estas medidas el Estado alienta las
inversiones en los sectores que reclaman estímulo y las desalienta en rubros que han llegado a niveles de
saturación transitoria; provoca el déficit presupuestario si así lo requiere la política de inversiones, o tiende al
superávit o al equilibrio, si es necesario controlar la inflación interna; aumenta o disminuye la presión
tributaria; crea o suprime medios de pago; expande o restringe el crédito. Todas las naciones modernas
utilizan estos mecanismos inflacionarios, estabilizadores, expansionarios, según convenga a la economía
nacional, es decir al objetivo de sostener un ritmo adecuado de crecimiento económico. Ningún economista
norteamericano o europeo se atreve a postular una política monetaria que no esté subordinada directa-mente
a las necesidades permanentes de la expansión económica. Inflación, deflación, crédito, impuestos,
presupuesto, son para ellos instrumentos contingentes y variables atados a la producción. La llamada
“política de ingresos” y los mecanismos que inciden sobre la demanda legal, el ahorro y las inversiones,
fueron popularizados a partir de Keynes y sus continuadores como herramientas para mantener el desarrollo
y la plena ocupación. Frente a ello, el monetarismo puro es un anacronismo doctrinario que no tiene vigencia
en parte alguna del mundo, excepto en la estrategia de los economistas y dirigentes que oponen la
estabilización al desarrollo como pretexto para no hacer el desarrollo. Por eso es necesario calificar como
maniobra diversionista toda política aplicada en un país subdesarrollado que se afirme en el concepto de que
la estabilidad monetaria debe preceder a la política de inversiones y que el desarrollo no puede fomentarse
mientras no se haya ordenado previamente la estructura financiero-administrativa. El ordenamiento fiscal, la
reducción del parasitismo burocrático, del déficit del Estado y sus empresas, son medidas indispensables
para acelerar la formación de ahorro al reducirse la presión tributaria sobre la economía privada y para
canalizar las inversiones públicas y privadas hacia los sectores reproductivos. Una política enérgica de
inversiones exige, efectivamente, esta racionalización fiscal.
Lo que no es justificable es que se subordine el desarrollo de la producción a las necesidades de ese
ordenamiento. Es imperdonable que se quiera equilibrar el presupuesto aumentando los gravámenes a la
actividad productiva y postergando los gastos en obras de desarrollo. No puede aceptarse que el saneamiento
financiero se ejecute implacablemente en el marco de una economía deprimida y crónicamente deficitaria
como lo es la de los países subdesarrollados. Ni que se proclame abiertamente que se provoca la contracción
de la demanda global para evitar presiones inflacionarias y para proceder a la eliminación de empresas
antieconómicas. La ,aplicación de esos correctivos en el cuerpo de una economía estancada no sólo contraría
la experiencia universal, que demuestra que esta política es fatal para el desarrollo del país, sino que tampoco
obtiene los resultados normaliza-dores buscados: no se puede reducir la burocracia en un mercado de trabajo
en el que aumenta la desocupación, ni se detiene al alza de los precios al contraerse meramente la demanda
global porque se sabe perfectamente que sólo la oferta de bienes en el mercado produce la estabilidad de los
precios. La inflación es inseparable de la economía de escasez. El resultado de esta política pretendidamente
antiinflaccionaria, es siempre más inflación, más pobreza, más retroceso. En cambio, si la política monetaria
se subordina al desarrollo, la estabilidad es resultado del proceso dinámico dé la economía y la moneda se
sostiene en la base de la expansión de la producción. Cuando se aplican los frenos y restricciones monetarias
para controlar la inflación en una economía de abundancia, el vigor de la estructura económica absorbe
adecuadamente el impacto sin que se altere la tendencia al crecimiento; basta con aflojar otra vez los frenos
una vez logrado el efecto moderador para que la economía recupere su ritmo expansivo.
“Hay que tener presente que la estabilidad monetaria, por sí sola, no revela .solvencia económica,
como no significa riqueza el atesoramiento de oro y divisas, ni el superávit de la balanza de pagos como dato
aislado. Y, fundamentalmente, que la inflación, en los países subdesarrollados, tiene una fuente principal y
varias fuentes secundarias.
“La principal, es el deterioro de los términos de intercambio, es decir, el déficit de la balanza
comercial y de pagos. Se trata, pues, de un fenómeno estructural y como tal debe ser tratado. El remedio para
esta inflación de fuente estructural y como tal debe ser tratado. El remedio para esta inflación de fuente
estructural no es la estabilidad monetaria “per se” sino el desarrollo que transforme esa estructura. Estabilizar
a nivel de subdesarrollo, equivale a congelar la estructura atrasada. En el curso de un desarrollo prioritario y
acelerado es necesario y posible ir introduciendo paulatinamente ajustes monetarios hasta que producción y
circulación de me-dios de pago se nivelen relativamente. Así, el valor de la moneda reflejará el grado de
desarrollo de la riqueza social. Entonces, el valor de la moneda no se medirá por la cantidad de pesos con
que se adquiere un dólar sino por la cantidad de bienes que se adquieren por determinada cantidad de
pesos”. 19 Para el desarrollismo, según se desprende de lo anterior, no puede hablarse de ningún tipo de

19
Rogelio Frigerio: Desarrollo y Desarrollismo, págs. 134 y sgtes.

21
medida estabilizadora si antes no se fijan las bases del posterior desarrollo. Después que ellas quedan
instituidas –opinan– sí puede encararse la estabilización. Pero esta no es una concepción meramente estática.
No se trata de volver al peso fuerte mientras el pueblo se alimenta, apenas, con galleta o mate. No puede
decirse que se estabiliza la economía si para ello el precio que debe pagarse es el hambre de las masas
populares. Por ello es que la estabilización no puede dejar de ir acompañada por la expansión económica.
Para el desarrollismo, entre nosotros una política de estabilización requiere varios pasos. En primer lugar,
que el Estado y sus empresas prescindan, en forma inmediata, y a cualquier costo, de todos los agentes que
resulten superfluos: como ello no puede ocurrir sin que se produzca un grave deterioro de la situación social,
y para evitarlo, dichos agentes deben ser reabsorbidos por otras actividades, más remunerativas y de mayores
perspectivas, que sólo pueden aparecer en el país merced a una enérgica política de expansión. En segundo
lugar, para anular el déficit presupuestario hay que proceder de inmediato a la transferencia a la actividad
privada de sectores actual-mente en manos del Estado, sin desmedro de la soberanía, puesto que no se trata
de desnacionalizar las empresas –dicen– sino de que, en la prestación de los servicios, el Estado haga solo lo
que es indispensable para defender los intereses nacionales y delegue en la industria privada la ejecución de
trabajos subsidiarios; al mismo tiempo, hay que concretar la tantas veces anunciada venta de los bienes
improductivos del Estado. En tercer lugar, los desarrollistas sostienen el ordenamiento de las inversiones,
que deben ser encuadradas en el plan de expansión. En cuarto lugar, realizar la reforma impositiva, de
acuerdo a un criterio económico y no simple-mente fiscal, de modo que sea un factor coadyuvante en el
proceso de desarrollo. En quinto lugar, propician una modificación de la ley de jubilaciones. Por último, se
impondría la modificación de una política crediticia, orientada hacia el apoyo de la actividad industrial,
elevando el tipo de interés y convirtiendo a la deuda pública a un interés acorde con el nuevo nivel.

Las soluciones desarrollistas. Integración y paz social

Para poder realizar ese programa de realizaciones económicas, el desarrollismo necesita una sólida
base, que debe estar construida por dos elementos fundamentalmente: integración y paz social. Cuando los
dirigentes del desarrollismo hablan de integración se refieren a lo nacional, a la unidad que la Nación
necesita indefectiblemente para poder realizarse. En ese sentido fue que el movimiento revitalizó la antigua
controversia que oponía al puerto con el interior. En la revista Qué, aparecía a menudo la imagen de un
triángulo escaleno, con la base invertida y cuyo cateto mayor marcaba el límite con Chile: ese triángulo
esquematizaba a la Argentina. Sobre la hipotenusa, se remarcaba un punto, situado un poco más abajo que su
media: era Buenos Aires. Haciendo centro allí, un pequeño arco marcaba “los 300 kilómetros en torno al
puerto”, donde se concentraba, conforme al cálculo aproximado, el 50% de la población, el 70% de los
transportes y de las comunicaciones y el 80% de la actividad industrial. Qué, señalaba que esta organización
nacional era una verdadera deformación que debía corregirse, mediante el simple trámite de repetir en el
interior esos centros de concentración, producción y consumo. No se propiciaba una vuelta al campo ni
tampoco un retorno de los provincianos a sus pueblos. Lo que se predicaba era uniformar el crecimiento
nacional.
Una de las tesis más importantes del desarrollismo, desde este punto de vista de la integración
nacional, es la que afirma que una nación no puede consentir la vulnerabilidad de su periferia. Además, ella
se complementaba con una segunda, no menos importante para el desarrollismo: una de las condiciones del
crecimiento acelerado, está dada por la unificación del mercado interno. La integración nacional, entonces, se
volvía, desde esta óptica, una de las principales palancas del desarrollo. Si bien es cierto que el
desarrollismo, en sus inicios, resignó esta prioridad de integración nacional en aras de una integración
latinoamericana que aparecía como primordial, fue paso a paso variando sus posiciones hasta llegar a la
afirmación de que la integración nacional y el desarrollo económico son los pasos realmente fundamentales a
dar por parte de los pueblos pobres y que las integraciones regionales son alentadas, en definitiva, por las
grandes corporaciones, como una manera de disponer de más grandes mercados bajo su control. Se trataría,
en definitiva, de una nueva división internacional del trabajo, que sólo sirve para trabar el desarrollo
independiente de las naciones e impedir la propia integración nacional.
Las posiciones que anteceden fueron complementa-das, por parte del desarrollismo, con la idea de
que el crecimiento, para poder hacerse efectivo, requiere un clima básico de paz social, lograda mediante la
integración de todos los sectores del país. Pero esa paz social, para ser eficiente, debe ser dinámica: no
implica sometimiento de ningún sector. Al contrario, cada uno de ellos debe robustecerse, en la medida en
que se opere el desarrollo en el país. Por tal motivo el desarrollismo predica el fortalecimiento tanto del

22
gremialismo obrero como del empresario, aunque rechaza, en cambio, la idea de crear organismos
específicos para concertar sus políticas al margen del sistema parlamentario.
La pintura de esa Argentina perfectamente integrada internamente y encarrilada en las vías de un
desarrollo vigoroso, acarreó al desarrollismo la crítica de que lo que en realidad propiciaban sus dirigentes
era la creación de una Argentina autárquica. A ellas respondió Rogelio Frigerio: “No es exacto. Del hecho de
que nosotros propiciemos la sustitución de importaciones de productos básicos y de petróleo y de que
sostengamos que con las exportaciones es imposible financiar un crecimiento autosostenido, no puede
inferirse que seamos partidarios de un modelo autárquico. La sustitución de importaciones es indispensable
para el cambio de estructura y del intercambio no puede surgir el desarrollo, como una paloma de la galera
de un mago. Es el trabajo y no el comercio lo que crea valor, lo que crea riqueza. Esas son verdades de hierro
que habrá que admitir para llegar al desarrollo, y el desarrollo no es autarquía, sino todo lo contrario. Por
ejemplo: los flujos comerciales más importantes del mundo no son entre norte y sur, entre los países
industrializados y los países subdesarrollados, sino entre los países industrializados entre sí. El desarrollo
eleva las posibilidades de intercambio. Cuando lleguemos a ese nivel no es que dejaremos de importar
bienes, sino que importaremos en condiciones que serán favorables para el país. Elevaremos el nivel de
nuestras necesidades y a la vez elevaremos las posibilidades de satisfacerlas. La Argentina hace 50 años que
exporta, en moneda constante, la misma cantidad de bienes y su participación en el comercio mundial ha
descendido del 2,5% a menos del 0,5%. Todo en el período histórico que transcurrió desde que era
considerada el sexto país del mundo por la Liga de las Naciones, a la fecha, cuando ya no figura en los
registros. No puede caber duda: no hay una situación de mayor autarquía que la miseria. Los feudos
medievales superaron su autarquía económica y se integraron a mercados más vastos cuando superaron las
formas más primarias de la producción. Nosotros cuando lleguemos al estadio del desarrollo, aumentaremos
nuestro comercio exterior en términos absolutos. A la vez, este perderá importancia relativa dentro de la
totalidad del producto, dada la solidez que tendrá nuestro mercado interno de producción y consumo.
Comerciaremos más, pero estaremos en situación de ser menos vulnerables a una eventual crisis del sector
externo. Actualmente, cuando tenemos un déficit en la balanza comercial, el país prácticamente se
paraliza”. 20

Las soluciones desarrollistas. La planificación

El concepto moderno de planificación del desarrollo, se inicia con la programación económica de los
primeros Estados socialistas, donde el hecho de la propiedad estatal de los medios de producción favorece la
elaboración de planes nacionales y regionales. Posteriormente, los instrumentos de la planificación se
enriquecen con la experiencia capitalista de la intervención estatal para paliar los efectos negativos del ciclo
económico. Estos procedimientos anticíclicos son incorporados a la doctrina económica por Keynes y, antes
que eso, puestos en práctica en forma extensiva por Roosevelt, cuyo New Deal, lanzado en 1933, conforma
una política orientada a hacer frente a los efectos de la gran crisis del 29. Posteriormente, con el estallido y el
auge de los movimientos de liberación nacional, que apareja el derrumbe definitivo del mundo colonial, el
concepto de desarrollo planificado se transforma en uno de los temas centrales de la ciencia económica. Esta
simultaneidad entre descolonización y preocupación planificadora, obedece a causas explicables: las clases
dirigentes de los nuevos movimientos nacionales y los estudiosos del subdesarrollo, advierten que dejar
librado el proceso económico a su espontaneidad no conduce sino a más dependencia. Comprender la
necesidad de una política premeditada es, para los desarrollistas, un importante paso adelante, que sirve para
desenmascarar a los defensores colonialistas de las teorías del “laissez-faire”. Porque, en las actuales
condiciones mundiales, no existe posibilidad alguna de desarrollo si no existe la planificación, entendida esta
como una política predeterminada, que enfrente y contraríe las tendencias del subdesarrollo, en el sentido de
crear economías nacionales autodeterminadas, liberadas de su anterior situación de supeditación a un
esquema de división del trabajo a escala internacional.
Quienes se oponen a estas tesis desarrollistas que hablan de la necesidad de programar una verdadera
estrategia del desarrollo, exhiben el argumento de los modernos países industrializados, que habrían arribado
a su actual status siguiendo un desenvolvimiento económico verdaderamente “libre” y “espontáneo”, carente
de toda deliberada intervención estatal. Pero el desarrollismo contraataca. Para ellos, la realidad fue otra.
Muy por el contrario, países como Alemania, Francia, Japón e Italia, se consolidan como estados nacionales
modernos a impulso de una enérgica intervención del poder central. Políticas de protección aduanera, de

20
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio; pág. 122 y séte.

23
estrecho control del sistema monetario y bancario, posibilitan el paso del feudalismo al capitalismo. Es así
que las grandes empresas estatales aparecen en los orígenes mismos del capitalismo y se dedican a organizar
la colonización de nuevas tierras, la piratería y la trata de negros.
Lo mismo sucede en el Japón del siglo pasado, donde el gobierno imperial domina la siderurgia y los
astilleros navales. La unificación de los Estados alemanes, por su parte, se verificó al amparo de la fuerte
protección aduanera impuesta por Bismark frente a la competencia inglesa. Es casi innecesario señalar
–continúa el desarrollismo– que en la época actual aquella intervención del poder estatal en las actividades
económicas, lejos de reducirse, se ha extendido, sin excepciones. Y para terminar redondeando estos
argumentos del desarrollismo, expresa Arturo Frondizi: “El libre juego de las leyes del mercado, la libre
formación de los precios, la libre empresa y el libre cambio, son conceptos y términos sacados de la galera
del liberalismo, que pudieron tener alguna validez restringida en la etapa del capitalismo de libre
competencia, pero que carecen de ella en absoluto en la era del capitalismo de monopolio, cuyas leyes son
diferentes a las de la economía clásica. La espontaneidad ha dejado lugar a la planificación más rigurosa, que
es la programación de las grandes corporaciones multinacionales, lo cual involucra no sólo control de
mercados, fijación de precios y regulación de volúmenes de producción, sino que se extiende al ámbito
ideológico, cultural e informativo, gravita sobre la opinión pública, modela el pensamiento de algunos
sectores sociales y condiciona las actitudes de ciertos dirigentes”. 21
Otra de las críticas que los opositores hacen al desarrollismo es la que podría encuadrarse bajo el
rótulo de “la antieconomicidad del desarrollismo”. Este se aplica a muchas de las tentativas de
desenvolvimiento industrial. Según sus dirigentes, esa oposición sube de tono cuando de lo que se trata es de
reemplazar por producción local los insumos industriales básicos producidos por la industria pesada,
decisión inevitable si se pretende fomentar el crecimiento de una nación subdesarrollada. Sucede que la
objeción primera que debe enfrentar cualquier proyecto industrial que agravie el negocio tradicional de la
importación, es la siguiente: “–¿Para qué producir aquí lo que puede comprarse en el exterior con ventajas de
precio y calidad?” Vale decir –argumenta el desarrollismo– que la posibilidad de fabricar acero, química
pesada, celulosa o papel, queda condicionada a que nuestros costos internos sean equiparables a los vigentes
en las naciones altamente desarrolladas. Es cierto que hay que pagar un tributo para alcanzar el desarrollo.
En un principio, es siempre más oneroso producir que importar lo que se fabrica en el exterior, que goza de
las ventajas del respaldo económico monopólico, el cual puede llegar hasta abatir precios para hacer abortar
el intento sustitutivo. Pero ese tributo lo debieron pagar también en su momento, todas las naciones hoy
industrializadas.
Para el desarrollismo, estas actitudes críticas tienen vieja data en el país, desde que los librecambistas
de fines de siglo consideraban que era mejor vender el trigo en grano e importar harina “para no encarecer el
pan a los pobres”. El argumento de que las medidas de protección a la producción castigan al consumo,
encierra, para los desarrollistas, un sofisma manifiesto. Al consumidor como tal le resulta irrelevante el
precio nominal de los artículos, sólo le concierne la posibilidad concreta que tenga de adquirirlos. A su vez,
esa posibilidad no depende de que los precios se acerquen más o menos a los internacionales, sino de la
existencia de fuentes de trabajo que generen salarios de nivel suficiente para posibilitar aquel consumo. Por
eso las medidas proteccionistas funcionan como tales no sólo con respecto a la producción que amparan sino
también con respecto al trabajo que la crea y al salario que este genera y su efecto económico es permitir la
aparición de producción y al mismo tiempo de mercados internos. En ese sentido, recuerdan las palabras
pronunciadas por Carlos Pellegrini, en 1897: “Pues bien, se pusieron los derechos, se protegió la industria
agrícola en el convencimiento de que era una de las industrias más indicadas para esa protección y a los
pocos años la situación había cambia-do radicalmente y hoy día el pan del pobre, es decir, el trigo que valía
treinta pesos vale nueve y el pan blanco se come hoy en el más pobre rancho de la República Argentina”. El
desarrollismo acusa a la posición librecambista de complicidad con los intereses de la importación. De todas
formas, esta doctrina resulta ya insostenible, dicen. No se trata ya de optar entre la producción nacional o la
extranjera, sino entre producir localmente o restringir progresivamente el consumo, por falta de capacidad de
compra externa, por impedimentos de la balanza de pagos que aparecen como consecuencia de la definitiva
quiebra de la vieja estructura productiva. La realidad económica actual introduce elementos nuevos en el
debate acerca de lo “caro” y lo “barato”. Las corporaciones multinacionales monopolizan la provisión de los
artículos que se pretende sustituir por producción local y fijan sus precios no en función de sus costos de
producción Ano con el propósito de eliminar la competencia, estrategia que, a plazo mediato, maximiza sus
beneficios. Vencer estos obstáculos, que facilitan las maniobras de los intereses importadores en el sentido

21
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional; pág. 105.

24
de demorar las sustituciones, exige –para los desarrollistas– consolidar políticamente el frente interno y
determinar con precisión las prioridades de inversión.
Con respecto a esta defensa del desarrollismo, son importantes algunas reflexiones de Arturo
Frondizi: “La tesis antidesarrollista de que una inversión industrial, en un país subdesarrollado, para ser
conveniente debe ser “económica” en términos de costos de producción, propios de una nación desarrollada,
ha sido objeto, más recientemente, de nuevas formulaciones. Una de ellas es la que hace hincapié en la
presunta “antieconomicidad” de las inversiones extranjeras, en función del egreso de divisas que involucran
en concepto de dividendos, intereses, regalías. En la práctica, y en especial para los rubros de la industria
pesada, prescindir de la inversión extranjera –que supone la aplicación de capital y tecnología avanzada, en
forma inmediata, masiva y simultánea– equivale habitualmente a prescindir de la propia inversión y, en
general, a aplastar el ritmo de la industrialización. Con lo que termina incurriéndose en la suprema
antieconomicidad de proseguir atados a la importación y, con ello, a la anemizante sangría de divisas
implícita en el deterioro de la relación de intercambio. La falacia “economicista” se suele encubrir también
bajo el argumento de la insuficiente dimensión del mercado interno. La envergadura de este, se afirma, no
hace posible la instalación de plantas de proporciones óptimas, que excederían la capacidad actual del
consumo. Esta idea se funda en la petición de principio conforme a la cual si no hay mercado no puede haber
desarrollo, lo que equivale a decir que no habiendo cristianos no podía escribirse el Evangelio. La
experiencia histórica es la inversa, ya que es el desarrollo el que crea el mercado interno, sin perjuicio de que
resulte una verdad de Perogrullo afirmar que era más fácil hacerlo en la Alemania de Bismark que en
Uruguay o Bolivia al día de hoy. Más allá de todo esto, en el caso concreto de la Argentina, la maginitud de
su consumo justifica, para cualquiera de las industrias fundamentales en las que somos deficitarios, la
instalación de una o más plantas de la escala más grande que aconseje la tecnología de avanzada”. 22

Una síntesis de los postulados desarrollistas

1. – El subdesarrollo es una condición estructural, que no se mide ni por el índice del ingreso
nacional por habitante (Kuwait ostenta el índice más alto del mundo, resultante de dividir sus fabulosos
ingresos petroleros por el número de habitantes) ni por los niveles sociales alcanzados por algunos países
subdesarrollados como el nuestro, en comparación con otras naciones muy pobres. El subdesarrollo -que
abarca naciones pobladas por dos tercios de los habitantes del planeta- se define como la incapacidad de
financiar el desarrollo sostenido de las fuerzas productivas con el producto de las exportaciones primarias. Y
esta situación compromete a la Argentina y a la India, a Ecuador y Albania, a Cuba y a Grecia.
2. –El desarrollo, a su vez, consiste en transformar esa estructura económica de producción primaria.
No es desarrollo el que se limita a incrementar la producción tradicional porque esto resulta imposible si no
se crean las bases industriales capaces de proveer al agro de los insumos de capital y tecnología
indispensables para su modernización.
3. – La función de las economías primarias en la economía mundial es tendencialmente declinante,
por-que el intercambio se concentra en el mundo desarrolla-do dado que el crecimiento demográfico y la
elevación del nivel de vida en los países subdesarrollados reduce los saldos exportables y porque las
naciones que en el pasado adquirían nuestros productos se abastecen con el incremento de su propia
producción agrícola y sustituyen, a veces, los productos naturales por productos sintéticos.
4. –La concentración y la organización monopólica del comercio mundial, unida al atraso técnico de
las economías subdesarrolladas, aseguran el dominio y la regulación del mercado por los centros industriales,
financieros y comerciales del sector desarrollado. La tendencia al congelamiento o la disminución de los
precios de los productos primarios y al aumento creciente de los precios de la industria moderna determina el
deterioro de la relación de intercambio. Se efectúa una transferencia progresiva de los recursos del mundo
subdesarrollado hacia el mundo adelantado. Cuanto más se empeña el primero en aumentar sus ventas al
segundo, el deterioro en la relación de precios profundiza la concentración en un polo y el empobrecimiento
en el otro.
5. – Demostrada la crisis irreversible de la estructura económica fundada en la agrominería y en el
desarrollo relativo de la industria liviana cuyo abastecimiento de materias primas y equipos depende de la
capacidad importadora que pueda financiarse con la exportación, la política económica de nuestros países
debe orientarse hacia la superación de este estrangulamiento externo. En lugar de una economía dirigida al
exterior y atada al resultado del comercio de los productos primarios, se debe construir una economía

22
Arturo Frondizi: El Movimiento Nacional; pág. 110.

25
orientada hacia la formación de un vasto mercado interno donde la economía nacional produzca la mayor
cantidad y calidad de bienes, tanto agropecuarios como industriales. La base de esta integración del agro, la
minería y la industria, es doble: por una parte, explotar al máximo los recursos naturales del país
(energéticos, combustibles sólidos e hidrocarburos, hierro, minerales siderúrgicos y no ferrosos, productos
químicos, petroquímica, celulosa y, por otra parte, erigir la industria pesada del acero, la química y las
máquinas-herramientas.
6.– Este proceso de integración económica es vertical y horizontal. Vertical, en cuanto provee a la
industria liviana y al agro de los insumos de materias primas y maquinaria que requieren para su desarrollo
sostenido, sin tener que depender del aprovisionamiento externo. Horizontal, en cuanto la explotación de los
recursos naturales y la difusión geográfica de las plantas de energía y de la industria pesada en las regiones
próximas a las fuentes primarias (Patagonia, zona cordillerana, nordeste) harán de la República una Nación
homogénea y darán ocupación y altos niveles de vida a millones de argentinos que actualmente viven
prácticamente marginados de la civilización concentrada en el litoral portuario.
7.– Este proyecto no es quimérico ni responde a un prurito nacionalista de autosuficiencia. Está
insertado objetivamente en el proceso universal que comenzó con la primera revolución industrial del siglo
XIX y cuya consumación se torna inevitable en el cuadro de la segunda revolución industrial de nuestra
época, caracterizada por el ritmo vertiginoso del progreso científico-técnico. Un tercio de la humanidad
cumplió su industrialización en el curso de dos siglos de lenta formación de capital y de gradual
incorporación de adelantos tecnológicos. Los dos tercios restantes pueden cumplir el mismo derrotero en
mucho menos tiempo porque la misma explosión tecnológica que está radicada en los centros de poder
mundial determina fenómenos de superproducción y de costos decrecientes que requieren la expansión del
mercado mundial mediante la elevación del poder de compra del mundo marginal, que deberá ser sacado del
subdesarrollo. La quiebra de la división internacional del trabajo no afecta solamente a su sector de
producción primaria; en la medida en que este pierde posiciones en el comercio mundial, deja de ser
mercado solvente para las exportaciones del sector desarrollado. Para que dos tercios de la población del
mundo ingrese al consumo masivo de la sociedad moderna, deberán a su vez convertirse en sociedades
avanzadas mediante su industrialización. Si Canadá es mejor comprador de productos norteamericanos que
toda América Latina, surge la necesidad objetiva de que América Latina se convierta en varios Canadá para
absorber las exportaciones de los grandes países industriales.
8.– El acceso del mundo subdesarrollado a los niveles de la economía de abundancia de nuestro
tiempo, es un proceso objetivamente inevitable porque ocurre en una perspectiva histórica inédita. Ya no
existen territorios coloniales prácticamente; el imperialismo económico, que podía avasallar militarmente a
naciones sometidas o indefensas, no puede repetir el pasado, como se vio a lo largo de los sucesos de
posguerra. Ni siquiera las dos superpotencias –Estados Unidos y la URSS– rigen arbitrariamente sus
respectivas esferas de influencia ideológica; el nacionalismo se impone sobre todos los esquemas de reparto
del poder mundial. La guerra total y de alcance universal es otra categoría del pasado en vista del poder
aniquilador de las armas nucleares. La competencia pacífica y la cooperación científica y tecnológica entre
Oriente y Occidente reemplazan el enfrentamiento de la guerra fría. Estados Unidos y la URSS cooperan en
la exploración del espacio y de las riquezas submarinas y polares, en la investigación meteorológica y en el
desarme. En la medida en que liberen recursos afectados al armamentismo, dispondrán de fondos para
financiar el desarrollo de un sistema socialista mundial, sus respectivas áreas aliadas y otras regiones no
comprometidas. La consolidación de la creciente presión de una conciencia universal en favor de la paz y del
desarrollo del Tercer Mundo –ejemplificada magistralmente por la política de la Santa Sede–, la aparición de
vastos movimientos populares inspirados por esta concepción pacífica en los grandes países capitalistas, la
creciente influencia renovadora de la juventud, en todo el mundo, todos esos factores reunidos constituyen
una formidable fuerza histórica que contribuye a debilitar y a detener las pretensiones neocolonialistas del
imperialismo. Los empecinados devotos de la división maníquea del mundo entre las fuerzas del Bien y las
fuerzas del Mal, militen en la derecha o en la izquierda, se confunden al subestimar y negar estos cambios
cualitativos de la relación de fuerzas en la política internacional.
9.– El proceso de liberación del mundo subdesarrollado, aunque favorecido por esta estructura
universal, no se desenvuelve mecánicamente. Es siempre resultado de una lucha deliberada de los pueblos,
más intensa y más efectiva en la medida en que los objetivos de la emancipación sean comprendidos y
adoptados por todos los sectores de la comunidad nacional. De ahí la significación de las postulaciones del
desarrollo nacional como aglutinantes de esa conciencia de los pueblos. Quienes se preguntan el porqué del
afán con que se postula la industrialización de base, la substitución de importaciones, la integración
geoeconómica, la integración nacional como requisito previo de la integración regional, alegan que estos son
simples “dogmas” retóricos, dictados por un nacionalismo arcaico. Se conocen las razones económicas que

26
hacen necesaria la plena integración. Pero esta no es un fin en sí misma. Es la condición material para
alcanzar la existencia como Nación, que es una ecuación histórica concreta, mensurable e indestructible. Por
eso falla por su base el reparo de economicidad que se le hace al desarrollo integral. Los argentinos que se
preguntan si no es más económico importar acero o petróleo que producirlos en el país, tendrían razón
aparente. Citan el caso de Japón o de Italia, que carecen de materias primas siderúrgicas y no por eso han
dejado de desarrollarse. La respuesta del desarrollismo ha sido que nosotros tenemos en el subsuelo petróleo
y gas, hierro y carbón, y que no hay razón alguna para no edificar sobre esa base nuestra siderurgia y nuestra
petroquímica. Japón e Italia, que importan la materia prima, la elaboran en el país y no compran acero en el
exterior. Con ello acrecientan su soberanía, dan trabajo a sus obreros y técnicos, elevan la condición social
de sus pueblos. Y no los detiene el hecho cierto de que podrían adquirir más barato el acero en el extranjero.
El desarrollo es siempre caro en su etapa de “despegue”. Lo fue para Estados Unidos, cuando substituyó las
importaciones europeas; todavía hoy el pueblo consumidor norteamericano se beneficiaría si los aranceles
protectores de su industria no impidieran adquirir muchos artículos de elevada calidad y más baratos en
Europa o en Japón. También sería más barato para los europeos importar carne y granos que producirlos en
el continente. Producir en el país materiales básicos que hoy se importan, no significa aspirar a una imposible
autarquía. Al contrario, equivale a sentar las bases de una más amplia y firme capacidad de compra de
productos de la alta técnica que todavía no estamos en condiciones de fabricar. Estados Unidos es el primer
fabricante mundial de automóviles, pero importa muchos miles de unidades de modelo europeo que no se
producen en el país. Lo puede hacer, porque la capacidad adquisitiva de sus consumidores determina la
diversificación permanente de la demanda, rasgo común a todas las sociedades de alto consumo. Sin lugar a
dudas, el desarrollo es la columna vertebral de la Nación. El desarrollismo no posee, sin embargo, una
concepción mecanicista de ese desarrollo. Lo ve como un instrumento de realización nacional, de integración
de una comunidad histórica que se niega a ser apéndice pasivo de un sistema de intercambio mundial que la
relega a la condición de proveedora de alimentos. El desarrollismo aspira a que el plan nacional de desarrollo
logre la integración geoeconómica y espiritual de la República, desde Jujuy a Tierra del Fuego. Desea elevar
la condición cultural y material de todos los argentinos. De ahí que marque la preeminencia de la patria
argentina por sobre una discutible realización de una patria latinoamericana, supuesta comunidad regional
que serviría, en realidad, para acrecentar el fraccionamiento y la desigualdad entre los pueblos que la
compondrían, en lugar de unirlos, pues se haría en torno de los proyectados “polos” de crecimiento
industrial, en manos de los sectores ya emergidos o en manos de los monopolios externos o internos. Dentro
de ese esquema, las vastas poblaciones rurales serían proveedoras y mercado de esas concentraciones
regionales industriales. El papel de la Argentina –en virtud de la ley de la economicidad– sería el de proveer
aquello que produce barato (carne y cereales) y poner el mercado para los bienes industriales que se
producirían en Brasil, Chile y México. Seríamos la pradera y la granja de América, como lo fuimos antes de
Europa.
10.– La lucha por el desarrollo es una lucha nacional, es una lucha política. Cuando los europeos se
preocupan por la penetración de los monopolios americanos, deben comprender que la respuesta a esa
invasión no puede ser otra que la determinación nacional de construir estructuras propias, capaces de proveer
a las demandas de los pueblos. Cuantitativamente, el monopolio mundial es avasallador. Pero hay una
calidad que puede enfrentarlo y esa calidad sólo pueden darla los pueblos, unidos férreamente en torno a los
objetivos del desarrollo nacional, por encima de discrepancias de clase o de sector. Si esto es verdad para
Europa, lo es más para los pueblos subdesarrollados, que comienzan su lucha de liberación. La unidad
nacional es la única que crea condiciones para oponerse a las diversas formas de neocolonialismo y para
absorber, sin desmedro de la soberanía y de los intereses propios, el aporte de la cooperación internacional,
pública y privada, para el desarrollo. El capital extranjero y los monopolios no son buenos ni malos en sí.
Que sean útiles o destructores para la economía nacional, depende del grado de con-ciencia y determinación
de las naciones para asimilarlos y canalizarlos. Sí existe tal conciencia se puede imponer al capital extranjero
los sectores prioritarios en que ha de invertirse, las condiciones y los fines de la inversión, la relación con la
economía interna que sea aconsejable. El monopolio mundial del petróleo permaneció durante cincuenta
años inactivo -a pesar de que tenía viejas concesiones acordadas- sin interesarse en la explotación del
petróleo argentino. Estaba interesado en vendemos el de Venezuela, el de Arabia. Cuando hubo en la
Argentina un movimiento nacional que se decidió a explotar nuestros propio petróleo, para dar trabajo a
nuestros técnicos y obreros y desarrollar la Patagonia, el monopolio mundial no tuvo más remedio que venir
a trabajar para YPF. Así debe ocurrir con el acero y con la petroquímica si la conducción del país y el pueblo
deciden alcanzar el autoabastecimiento en esos rubros. Para que la Argentina cubra en poco tiempo el
proceso básico de su industrialización y se convierta en una gran potencia americana, es necesario que el

27
pueblo se congregue a impulso de la revolución del desarrollo. Que se unan empresarios y trabajadores,
clases medias, intelectuales, técnicos y estudiantes, Fuerzas Armadas e Iglesia.
Tal, sintéticamente, la postulación teórica del desarrollismo. Desde el gobierno, la puesta en práctica
de estas bases programáticas suscitaron no pocas contradicciones.

28
IV. LOS GRANDES HITOS DEL GOBIERNO DE FRONDIZI

a) La radicación de capitales

“La situación económico-financiera y de la balanza de pagos, hace indispensable contar con la


confianza de todas las naciones del mundo”, había expresado también Frondizi en su discurso inaugural.
Traducido, significaba el deseo de lograr el aporte del capital extranjero para ser aplicado en vistas al
desarrollo del país. Era urgente, para el desarrollismo, desde su particular óptica, tentar a esos capitales,
afincarlos y consolidarlos y todo eso en ele período más corto posible. Sin embargo, no le iba a resultar
demasiado fácil al gobierno la implementación de esa medida. El capital extranjero está relacionado, para
muchos sectores, con la idea de pérdida de la soberanía nacional: es difícil creer en los imperialismos
buenos. La piedra del escándalo se llamó DINIE, sigla que abarcaba un conjunto de 58 firmas farmacéuticas,
químicas industriales, textiles, metalúrgicas, eléctricas, constructoras, extractoras y alimentarias. Era una
historia que se arrastraba de antes. En 1957, a través de la llamada Misión Lanusse, se había suscripto entre
el gobierno argentino y el de Alemania el Convenio de Bonn, por el cual se reintegraban a Alemania,
gratuita-mente las marcas y patentes confiscadas durante la guerra y se comprometía la subasta pública de
dichas empresas, de origen alemán y también confiscadas durante el conflicto. El gobierno del desarrollismo,
obviamente, no había tenido ninguna participación en la concreción de ese convenio, pero se dispuso a
cumplirlo, a pesar de que toda la oposición, desde la derecha hasta la izquierda, reclamaba la estatización del
complejo industrial. Para Frondizi, en cambio, estaba en juego la palabra de la Nación y otro interés, menos
principista pero más concreto lo impulsaba en esa decisión: se quería evitar todo tipo de fricción con el
extranjero, era necesario crear un clima favorable para las grandes inversiones, ofrecer al exterior la imagen
de una Argentina que daba garantías a los aportes de capital.
Las empresas DINIE salieron a remate, mientras 25.000 obreros y empleados salían a su vez a la
calle reclamando seguridad para su fuente de trabajo y dentro del bloque oficialista se producían los primeros
desencuentros. Estos se agudizaron cuando el tema CADE subió al escenario y superó con creces al anterior.
Era este otro problema que también se arrastraba de muy lejos: en la Argentina, en los últimos veinte años, el
tema de la electricidad había erizado la sensibilidad de muchos políticos, que desde 1936 luchaban contra la
prórroga de las concesiones. El gobierno Aramburu, en 1957, había votado, finalmente, la anulación de esas
prórrogas. Pero las maniobras jurídicas de las empresas, en cierta connivencia con el propio régimen,
lograron obtener un dictamen judicial favorable: se dispuso una medida de “no innovar”, motivo este por el
cual el gobierno no podía modificar la situación existente hasta que terminara el juicio, situación que
demandaría muchos años, lo cual significaba, en la práctica, que se consagraba una continuidad para la
empresa. Frondizi resolvió aceptar los términos de esa negociación, sin escuchar las abundantes voces
opositoras, propias y ajenas. Y ese mismo criterio, respetar las transacciones preexistentes en aras de la
preservación de la imagen exterior de la Argentina con vistas a lograr el concurso del capital foráneo, fue el
seguido en los casos de los convenios con Ansec y con las empresas del grupo Bemberg, absolutamente
condenados por la oposición y respetados por el Presidente, A pesar de todas estas fricciones, las Cámaras
eran disciplinadamente fieles a su jefe y, por este motivo, el 4 de diciembre sancionaron la ley de radicación
de capita-les, mientras las calles de Buenos Aires ardían de manifestantes que pedían la renuncia del
presidente –ya– e imprecaban pensando en el remate de DINIE. Tan velozmente como esas manifestaciones
se multiplicaban, corrían las tratativas con los organismos internacionales: el déficit de 335 millones de
dólares con que se había cerrado el ejercicio de 1957 era un buen acicate. A toda costa se gestionaron
acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, que, como siempre, impuso sus condiciones leoninas. Pero
Frondizi y su equipo apretaban el acelerador: en colaboración con ese capital extranjero, más el que llegara
de los sectores privados, querían lanzar su publicitado programa económico-financiero y sumar a las
industrias de consumo cimentadas durante la administración peronista los fundamentos de la explotación
petrolera, la siderurgia, la electricidad, la petroquímica, la química pesada y la celulosa. El presidente da sus
explicaciones: “La tasa de capitalización interna era insuficiente para encarar las grandes inversiones;
tampoco podíamos pensar en comprimir el consumo al máximo para orientar las finanzas hacia los rubros
fundamentales del desarrollo y sus prioridades, porque recaería sobre el pueblo y crearía serias tensiones
sociales. No teníamos otro camino que crear condiciones internas de sólida receptividad para los capitales
extranjeros y desafiar a los nacionalistas de medios que veían en esta medida una entrega del país a los
grandes intereses internacionales. Un capital que viene a fortalecer la estructura agraria solamente, a impedir
el desarrollo industrial, es un factor negativo. Pero el capital que llega a obtener ganancias –como es
vocación de todo capital– pero que al mismo tiempo nos libra de la importación de combustibles o de la

29
importación de materias primas esenciales como en el caso de la petroquímica, juega un papel positivo.
Además, actúa como un multiplicador de bienes sociales porque no sólo nos libera de la importación sino
que crea fuentes de trabajo y permite que queden en el país sueldos y salarios. Al crear fuentes de trabajo,
fábricas en el interior, surgen nuevos centros de actividad económica con sus consecuencias culturales, lo
que contribuye a quebrar el viejo esquema de la vida argentina con una gran concentración alrededor del
puerto de Buenos Aires. No comprender esto es el error de los que se oponen a las inversiones de capitales
extranjeros. Cuando estos responden a objetivos bien precisos, y a una línea política perfectamente
determinada, jamás pueden actuar como un factor de disociación nacional”. 1
En estas palabras de Frondizi quizás sea donde con más claridad se sintetice el esquema básico del
pensamiento desarrollista. La realidad, claro, era menos aséptica. En el Congreso, el oficialismo respaldaba,
a veces no muy convencido, a su líder. Sus argumentos predilectos hacían hincapié en el hecho de que
Estados Unidos, Brasil y Canadá habían logrado su desarrollo gracias a la concurrencia del capital externo.
Para la oposición, en cambio, esas palabras sonaban, más bien, a entrega de la Nación. Mientras la ley se
discutía, la Secretaría de Radicación de Capitales, de reciente creación, recibía ofertas y seleccionaba. El día
que el proyecto fue aprobado finalmente, su primer destinatario, el petróleo, ya estaba esperando.
Aparentemente, a pesar de la oposición interna, el programa del desarrollismo, valga la redundancia, iba
desarrollándose y el país se orientaba hacia el progreso. Sin embargo, inmediatamente, todo se complicaría
–aún más– y los enfrentamientos se multiplicarían. La realidad es difícil de explicar, dijo un poeta.

b) La batalla del petróleo

¿Cuál fue la filosofía gubernamental básica que dominó frente a la verdadera batalla campal
originada por el tema petrolero? Rogelio Frigerio la sintetizó, tiempo después que todo hubo ocurrido, pero
cuando aún las heridas, profundas, seguían abiertas: “habíamos acuñado la fórmula “Carne + Petróleo =
Acero”, con lo que queríamos señalar que en nuestra concepción del desarrollo y la revolución nacional,
todos los recursos de los que disponía la Nación debían utilizarse para la expansión horizontal y vertical de la
economía. Para eso tenía que servir el petróleo y el petróleo no sirve a esos fines si permanece sumergido en
las estructuras geológicas. Hay que sacarlo a la superficie, lo cual requiere capital y organización
empresarias de la que no disponemos. Es decir, carecemos de los factores indispensables para que el trabajo
humano realice el prodigio de convertir el petróleo yacente en el subsuelo en un bien dotado de valor
económico, en una palanca efectiva de elevación nacional y social. Eso era lo esencial, lo efectivamente
liberador y encaramos su realización enfrentando tanto a la estupidez ideológica como a los intereses
espúreos atados a la importación y a la dependencia. Nosotros tocamos un tema tabú y era inevitable, y lo
sabíamos, que íbamos a chocar con los prejuicios ideológicos y con la infamia. Cuando fui a pedirle que nos
acompañara a Arturo Sábato, le dije muy clara y francamente: “Vení a trabajar con nosotros si estás
dispuesto a que te digan agente comunista internacional, agente imperialista yanqui y ladrón público”. El
fondo de nuestra política era muy concreto: cuando asumimos el gobierno, la importación de petróleo era el
25% de las importaciones totales de Argentina. Una sangría de 300 millones de dólares anuales, que era
mucho y que constituía un grave obstáculo para el desarrollo nacional. Nosotros en 30 meses conseguimos el
autoabastecimiento, pasamos de una producción anual de 5,6 millones de metros cúbicos a producir 16
millones anuales”. 2
En síntesis, la filosofía resultaba bastante poco complicada: el país quería desarrollarse
industrialmente, para eso necesitaba combustibles, como estos estaban bajo tierra había que sacarlos, en una
tarea que exigía recursos que la Nación no poseía: pues bien, el capital privado exterior sería el que aportaría
esos recursos. Eso fue lo que anunció Frondizi. A esa altura del partido, ya existían ofertas del llamado
“grupo estadounidense”, un conjunto de compañías norteamericanas. Pero esas negociaciones no tuvieron
mucha +vida: las empresas no aportaban la financiación adecuada y dejaban, por otra parte, todo riesgo en
manos del Estado. Otras negociaciones colaterales se iniciaron mientras tanto. El presidente era irreductible
y el petróleo era prácticamente una de sus obsesiones, contra viento y marea. En primer lugar, porque su
existencia estaba perfectamente medida y ello anulaba las operaciones de exploración y cateo, previas
siempre a la etapa de extracción: ese petróleo, tan rápidamente obtenido, ayudaría más rápido a palear el
déficit de la balanza comercial y prepararía el terreno para el desarrollo posterior de los planes de la
siderurgia. En segundo lugar, porque, con 20 millones de habitantes, el petróleo representaba en ese

1
Nelly Casas: Frondizi, pág. 36 y sgte.
2
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 47 y sgtes.

30
momento más del 21% de las importaciones totales: en efecto, YPF compraba el 70% del combustible que se
consumía en el país, en un negocio que movía más de 200 millones de dólares.
La Constitución del peronismo, del año 1949, establecía en su artículo 40 –derogado luego por la
Constituyente– el dominio de la Nación sobre las fuentes energéticas. Por ese motivo, las Cámaras debieron
aprobar, en 1958, la nacionalización de las fuentes de hidrocarburos, afirmando en ella que mientras están en
el subsuelo y cuando se extraen, siempre son propiedad del país. Ese era un tema alrededor del cual todos
coincidían, pero las discrepancias aparecían cuando se trataba de definir el papel que YPF debía jugar en
todo ese proceso. Técnicos de esta institución expresaban a Frondizi en esa época: “No podemos menos que
sentir-nos preocupados por el rumbo que toman las negociaciones. El grupo estadounidense está dispuesto a
proveer de 700 millones de dólares que permitirán a este ente estatal solucionar el problema. Entendemos
que esta es la mejor solución y la que debe adoptar el gobierno”. Esta era, pues, una de las dos tesis que se
enfrentaron en ese conflicto: YPF, revitalizado, era el organismo que debía dirigir toda la política petrolera.
Pero el Presidente discrepaba con ella: su opinión, segunda tesis del enfrentamiento, era que YPF no tenía
capacidad empresaria y que Rogelio Frigerio era el encargado de llevar adelante la prioridad uno de la
estrategia de desarrollo que el gobierno estaba dispuesto a promover. Consecuentemente con esa opinión, el
doctor en química Arturo Sábato se hizo cargo del nombramiento de Delegado Personal del Presidente ante
YPF. Este, decidió apelar a dos recursos: por un lado, proceder con sorpresa y con la mayor reserva. En ese
sentido, las tratativas con las empresas extranjeras estuvieron rodeadas de situaciones más bien
“vodevilescas”, con representantes empresarios encerrados en cuartos diferentes de sitios insólitos a horas
desusadas, conferenciando sin cesar con un Frigerio que entraba semidisfrazado y por puertas de servicio
para, de esa forma, eludir a la prensa, que por entonces lo perseguía. 3 Por otro lado, esa primera decisión se
complementó con la de negociar solamente con compañías menores, ajenas a los grandes pulpos que
actuaban en Argentina, en el entendido de que cuando la nueva política marchara sobre ruedas aquellos se
verían obligados a sumarse para no perder su mercado.
Ahora bien, en todo este proceso, que se dio en llamar “de los contratos” –en efecto, el gobierno
había elegido una política de contrataciones, desechando la vía de las concesiones, absolutamente
desprestigiadas y lesivas– fue dejado de lado el clásico método de las licitaciones. Se consideró que el ritmo
que quería imponerse al proceso se vería retardado por esos procedimientos. Frigerio era quien decidía,
vetaba o accedía. Esta personal manera de encarar las gestiones, dio lugar a ácidas críticas y denuncias de la
oposición. Se hablaba de grandes negocios derivados de fabulosas comisiones de las compañías petroleras a
los gestores y años después Frigerio debió comparecer a declarar ante una Comisión Investigadora del
Congreso de la Nación. Acerca de este tema reflexiona el economista: “Era evidente que el interrogatorio
que me hicieron no pretendía averiguar la verdad, sino hacer el escándalo. Formulaban acusaciones sin
fundamento, yo contestaba de manera terminante y entonces ellos saltaban a otro punto sin inmutarse. Para
comprender muchas cosas basta con ver las cifras de nuestro comercio exterior –agregaba Frigerio en el año
1977–. Allí se ve claramente que entre petróleo, carbón, siderurgia, petroquímica, química pesada, celulosa y
papel, el país gasta las tres cuartas partes de lo que obtiene por sus exportaciones. Allí hay fabulosos
negocios y comisiones. Y allí está el interés de las grandes corporaciones, de los grupos monopólicos que
quieren mantenemos dependientes del abasto externo de esos productos críticos”. 4 Pero surge entonces una
pregunta casi inevitable: ¿porqué, si el interés es vendernos, aceptaron las compañías venir a extraer nuestro
petróleo? El repertorio de explicaciones de Rogelio Frigerio es muy amplio y al parecer posee respuestas
para todo: “El negocio mejor para las compañías es vendernos el petróleo que extraen de otros países. Sobre
un pozo de petróleo en la Argentina hay que poner la misma cantidad de capital que sobre otro en Arabia
Saudita; en cambio, son distintos los resultados, ya que .en la Argentina se obtiene una producción media
diaria de 10 metros cúbicos por pozo y en Arabia Saudita hay pozos de 500, 1000, 2000 y hasta más metros
cúbicos de producción diaria. Es decir, en este último caso la inversión tiene una rentabilidad
astronómicamente mayor. No obstante, lo que es conveniente para las compañías monopólicas, que operan a
escala transnacional, puede no serlo para las naciones. A nosotros no nos conviene importar ese petróleo que
se extrae a bajo costo y que se vende a precio de cartel, nos conviene sacar nuestro propio petróleo. En este y
en otros rubros nos conviene ahorrar esas divisas y utilizarlas para elevar nuestro equipamiento y nuestro
desarrollo. ¿Porqué, a pesar de ello, las compañías vinieron a sacar nuestro petróleo? Porque nosotros
teníamos objetivos claros y negociaciones en función del interés nacional. El monopolio no es una unidad, es
un sistema de unidades que funcionan coherentemente en conjunto pero que no pueden eliminar
contradicciones internas y contradicciones entre el interés de conjunto y el de tal o cual compañía que lo

3
Nelly Casas: Frondizi, pág. 40.
4
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 49 y sgtes.

31
integra. En los primeros sondeos, encontramos una actitud negativa. Entonces iniciamos negociaciones con
compañías marginales, de menor dimensión y más dispuestas a hacer negocios fuera de lo convencional
entre ellas. Así logramos los primeros contratos y las compañías grandes, cuando vieron que de todos modos
sacaríamos el petróleo, no quisieron quedarse al margen del negocio”. 5
De una forma totalmente opuesta había razonado, en ese vibrante año 1958, la oposición. Francisco
Rabanal, Carlos Perette, Ernesto Sanmartino y Silvano Santander, radicales del Pueblo todos ellos, hablaban
de un inminente movimiento de fuerza que debía ser apoyado por el partido. El vicepresidente de la
Democracia Cristiana, Horacio Sueldo, anunció por Radio Universidad de Córdoba que había sido invitado a
participar en un complot cívico-militar que estallaría el 8 de julio para derrocar al gobierno y en el que
estaban complicados radicales, conservadores, socialistas y nacionalistas. La Armada agasajó a Frondizi con
un almuerzo a bordo del crucero General Belgrano y durante el desarrollo del mismo le fue expresada al
primer mandatario la preocupación del arma por un discurso que este tenía programado pronunciar el día 24
de julio y en el cual explicitaría públicamente su decisión de seguir adelante con la política de los contratos.
Hasta sus correligionarios trataron de influir en ese sentido. Pero Frondizi se mantuvo inamovible.
El discurso se pronunció, finalmente y en la fecha fijada, “será una batalla absolutamente frontal y
por lo tanto difícil y de enorme desgaste” afirmó el Presidente “No caben dilaciones, estamos resueltos a
extraer la mayor cantidad de petróleo en el menor lapso posible. Para ello YPF utilizará sus propios recursos
y de acuerdo con lo anticipado recurrirá a la cooperación del capital privado. Esa cooperación se realizará a
través de YPF mediante pagos exclusivamente en moneda nacional y en dinero extranjero. No se pagará en
petróleo ni se perderá el dominio del país sobre las áreas que se explotan”. Aclaró, además, que los contratos
no iban a pasar por el Congreso: era previsible un extenso y escandaloso debate en ese caso. Escuchándolo,
no parecía el mismo Frondizi que había pretendido invalidar el contrato con la California firmado por Perón
ni el que había escrito Petróleo y Política, cuya tesis de fondo era el autoabastecimiento pero logrado merced
a métodos que eran las antípodas de los que ahora propiciaba.
Las reacciones que sus palabras produjeron en el exterior fueron totalmente opuestas a las
producidas en el país y para la oposición ello significó otro evidente punto en contra del presidente.
Washington consideró “revolucionaria” la participación de firmas menores en la explotación del petróleo
argentino. Ferrostaal se unió a varias compañías norteamericanas a fin de suscribir un contrato de
participación en el programa:(además representaba intereses de Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Alemania
Occidental y Suiza). En poco tiempo, llegaron muchas ofertas, desde Rumania, Francia y Estados Unidos. La
prensa hablaba de ofrecimientos del orden de los 800 millones de dólares. Capitales europeos querían
construir bancos y locomotoras, producir en Mendoza carburo de calcio, cal, coke y acero. Una verdadera
explosión.
Es en medio de esa euforia que se firman los primeros contratos. La Banca Loeb, financiadora e
intermediaria entre las compañías que efectuarían la explotación e YPF, iba a operar en áreas ubicadas en
Mendoza y Santa Cruz. La Pan American Internacional Oil Company, en un área de 42.000 kilómetros
cuadrados en la zona de Comodoro Rivadavia. La Tennessee, por su parte, desenvolvería su actividad en
Tierra del Fuego. Al poco tiempo, otras firmas se agregaron: la Unión Oil Company, la Esso y Esso
Argentina y la Shell Production Company. Las dos últimas se dedicarían a áreas en las cuales no existía
seguridad de hallar petróleo: asumían un riesgo y en caso de fallar nadie las indemnizaría. El resto de los
contratos, que en total sumaban unos 13, fueron iniciados también, como los anteriores por Frondizi, Frigerio
y Sábato pero luego fueron aprobados por el directorio de YPF.
Para los defensores de Frondizi, todo no fue sino un brillante negocio para la Nación. Afirman que si
bien los beneficios de la empresa privada eran del 70 % de la economía de divisas obtenidas, el 50 % estaba
destinado a amortizar los costos de instalación y gastos, dado que dicho material, al término del contrato,
quedaba para YPF. Con respecto al contrato con la Banca Loeb, uno de los más atacados por la oposición –se
le abonaba 7,80 dólares por metro cúbico extraído– afirman que en ese caso conviene también tener en
cuenta los gastos de administración, ya que la Banca contaba con 358 agentes en Mendoza, al mes de abril de
1961, con los cuales produjo 116.350 metros cúbicos, contra los 79.933 que con 2.651 agentes extrajo YPF
en la misma provincia y en el mismo tiempo. Agregan que para los enemigos de los contratos de explotación
–que pretendían suplantarlos por los de mera perforación– debía alcanzar con las siguientes cifras; a YPF le
costaba 10 dólares el petróleo extraído por la Pan American, 11,15 el de la Tennessee y 7,80 el de la Banca
Loeb, mientras que en la década de 1960-70 el precio que debió pagar a las adjudicatarias de los contratos de
perforación comenzó por los 85 dólares y solo logró descender a 13,30 en 1970. Y complementan esa
defensa con más datos. Se establecieron condiciones competitivas en el mercado, al adjudicarse concesiones

5
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 50 y sgtes.

32
no solo a empresas norteamericanas sino también al Ente Nazionale Idrocarburi (Italia), Aquitaine-Forest
(Francia), y otras, que instalaron nuevas destilerías para ampliar el proceso de elaboración del petróleo. De
esta forma –añaden– YPF, que en 1957 producía 5,3 millones de metros cúbicos, pasó a 17,8 millones en
1962 y la importación descendió del 64,8 % al 16,4 %. Paralelamente a la producción del petróleo, se
incrementó la del gas. En 1957, la producción de este último había sido de 1.414.427 metros de petróleo
equivalente, de los que se consumieron 919.245; en 1961, la producción se elevó a casi 6.000.000 y el
consumo alcanzó a 3.800.000, de los cuales el 55 % fue consumido por las industrias de cemento y
metalúrgicas, el 15,9 % por las usinas eléctricas, el 23,6 % por las actividades domésticas y el 4,4 % por el
comercio. Por otra parte, los desarrollistas hacen notar un continuo -crecimiento del país en ese marco de la
política petrolera. Hacen alusión a la inauguración del gasoducto Campo Duran-Buenos Aires, del oleoducto
Campo Durán-San Lorenzo, del oleoducto Challacó (Neuquén-Puerto Rosales) y del comienzo de la
construcción del gasoducto Pico Truncado-Buenos Aires.
La oposición agita también sus argumentos. “Debe cuidarse que no se disfracen concesiones o
intromisiones extranjeras bajo la apariencia de locación de servicios”, advertía Carlos Perette. “Lo único que
lamento es que el parlamento no haya tenido nada que decir en esta oportunidad”, expresaba Alicia Moreau
de Justo. “No había autoabastecimiento porque YPF tenía que comprar el petróleo a las compañías
extranjeras que lo extraía”, era el parecer de Silenzi de Stagni. De esa forma fue nucleándose, frente a los que
por un lado creían de buena fe que el secreto consistía en sacar el petróleo a toda costa y a los no tan buenos
que especulaban más bien con el negocio de los contratos, otro grupo formado por quienes temían la entrega
del patrimonio energético y otros no tan patriotas pero cuyos intereses estaban vinculados con el negocio de
la importación. Muchos de los que intervinieron en contra-tos que luego no pudieron concretarse –el más
importante y trajinado de ellos con la empresa Atlas– integraron un nutrido tendal de resentidos y con
facilidad se metamorfosearon de amigos en detractores del Presidente. Pero, dejando de lado todos esos
sutiles matices que separan siempre, con poca claridad, a los buenos de los malos, lo cierto es que la reacción
anti contratos iba en aumento Eduardo Busso (ex ministro del Interior y partícipe de los contratos en
representación de la Banca Loeb) y el nacionalista Luis Peralta Ramos (había representado a la Pan
American International), cayeron en la picota pública. La Comisión Pro Defensa del Petróleo, liderada por
Silenzi de Stagni y Juan Sábato, organizaba constantemente actos. Luego de una incendiaria mesa redonda
organizada en la Facultad de Derecho, los técnicos de YPF dieron a conocer una declaración en la que se
llamaba a combatir lo que calificaban de verdadera entrega. El Centro Argentino de Ingenieros se sumó
también a esa movilización. La FUA, la Asociación de Profesionales Universitarios de YPF, la Federación
de Luz y Fuerza, el Sindicato Único de Petroleros del Estado, hicieron lo propio. Se trataba de un verdadero
frente en el cual estaban representados todos los sectores económicos, todos los grupos sociales y que se
endurecía y cerraba cada vez más. Sus banderas funda-mentales se referían a la inmoralidad de unos
contratos que .habían sido realizados sin previa licitación, a la entrega a empresas extranjeras de las mejores
y mayores áreas del país, a la destrucción del papel nacionalista de YPF, al mayor precio del petróleo
extraído que el del petróleo importado y a que las áreas asignadas a los contratistas estaban, en el momento
de la entrega, en plena producción.
La batalla del petróleo, como buena guerra, dejó sus víctimas por el camino. La principal de ellas fue
Rogelio Frigerio. En noviembre, acosado por las presiones, renunció a la Secretaría de Asuntos Económicos
Sociales. Independientemente de esa cabeza que caía, la primera meta a la que aspiraba el frondizismo se
había cumplido: el autoabastecimiento era un hecho. Los máximos responsables de ese evento, a pesar del
paso de los años, no están arrepentidos de sus decisiones. “Si estuviéramos en 1958, volvería a firmar los
contratos” enfatizó en ciertas oportunidades Arturo Frondizi en un reportaje de la revista Panorama. Por su
parte, Frigerio dijo, en su momento: “Asumo plenamente la responsabilidad de haber compartido con el
presidente Frondizi y bajo su dirección la batalla del petróleo”. Y terminó Arturo Sábato: “Era la única salida
y cumplimos con nuestra responsabilidad, apoyándola”.
La oposición, también a través del tiempo, se mantuvo en sus ataques: “No fueron contratos sino
concesiones. Son nulos, absolutamente nulos y de nulidad insanable, porque es una nulidad de orden público
en materia de derecho público, con violación flagrante del texto constitucional, de su letra y de su espíritu.
No intervino en su otorgamiento el Poder Ejecutivo sino una persona actuando como individuo”, es la
opinión de Carlos Sánchez Viamonte. Quiere decir que los campos, bien delimitados, continúan separados.
Se trató de un intrincado proceso, donde la pureza y los intereses de una y otra posición no estaban del todo
bien definidos, ni mucho menos. Queda, quizás, para terminar, el rescate de una frase del Presidente, válida

33
para cerrar esta polémica: “Los monopolios me perdonarían mil libros Política y Petróleo pero no podrán
perdonarme jamás el autoabastecimiento”. 6

c) Libre o laica

El clima de Buenos Aires era irrespirable. Los contra-tos petroleros habían encendido los ánimos,
como si el combustible del cual trataban se hubiese derramado sobre el cuerpo y los espíritus de la
ciudadanía. Las calles adyacentes al Congreso estaban generalmente atestadas de manifestantes, obreros,
estudiantes, políticos e intelectuales que reclamaban por DINIE o YPF. Es en ese momento, justamente, que
Frondizi arroja otra bomba sobre la opinión pública: el proyecto de la Ley de Enseñanza Libre, En plena
campaña electoral, el candidato presidencial había declarado a la revista Qué, que de resultar electo
implantaría la llamada libertad de enseñanza. De todas formas, no parecía este el momento indicado para
cumplir esas promesas y echar más leña al fuego: había demasiada conmoción en las calles. Pero el
presidente intentaba maniobrar: “Al contrario, este es el momento ideal, porque muchos de los que vocean
por el problema de los contratos están clamando por la enseñanza libre. Cuando la tengan tendrán que
apoyamos. Los obligaremos a definirse en el doble debate petróleo-universidad y romperemos esta operación
de pinzas orquestadas para ahogarnos”, fueron sus palabras. 7
En el fondo, este problema de la enseñanza tenía una vieja data y, a grandes rasgos, podría
sintetizarse diciendo que se originaba en el deseo de los institutos universitarios privados de expedir
diplomas y títulos habilitantes, en abierta contradicción con la práctica constante de la Nación y por la cual
solo la Universidad estatal era la autorizada a expedir dichos títulos. Este principio era absolutamente
inamovible, justificado por la afirmación de que quienes ejercieran las profesiones liberales tendrían en sus
manos la riqueza, la vida y la libertad de sus congéneres y por lo tanto solo el Estado podía responsabilizarse
de su idoneidad. Sin embargo, bajo la administración del lonardismo, el 23 de setiembre de 1955, con el
número 6403 se promulga un decreto sobre reorganización universitaria, preparado por el ministerio de
Educación –a la sazón en manos del católico Atilio Dell'Oro Maini– cuyo artículo 28 establecía,
textualmente: “La iniciativa privada puede crear universidades libres que estarán capacitadas para expedir
diplomas y títulos habilitantes, siempre que se sometan a las reglamentaciones que se dictarán
oportunamente”. Esta promulgación acarreó escándalos, aclaraciones formales y renuncias. Pero no fue
derogada.
En agosto del 58 fue que comenzaron a circular las versiones que hablaban de una probable y
próxima reglamentación del artículo 28. Hombres muy prestigiosos de la Iglesia, como monseñor Antonio
Plaza, el Hermano Septimio –especialista en temas educativos-monseñor Antonio Alumni, el padre Ismael
Quiles, los doctores Raúl Matera y Aristóbulo Araoz de Lamadrid, el ministro Mac Kay, el subsecretario
Antonio Salonia y el infaltable Rogelio Frigerio, fueron los artífices del proyecto. A través del mismo, muy
probablemente deseara el Presidente fortalecer vínculos con la Iglesia, algunas de cuyas principales figuras
jugaban en contra de sus principales medidas de gobierno. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el
día 27 de agosto, siete rectores de Universidades nacionales sugirieron al Ejecutivo que no reglase el
mencionado artículo, para no alterar la vida constitucional y académica, en vías de normalización. Ellos eran:
Risieri Frondizi, Oberdan Caletti, Roberto Arata, Pascual Colavitta, Pedro León, José Peco, Josué Gollán. 8 A
sus preocupaciones, el presidente contestó de manera que permitía deducir que la reglamentación del artículo
28 era, prácticamente, un hecho consumado. Ante esa certeza, los rectores se apresuraron a comunicar al
mandatario que “resistían cualquier empresa destinada a sustraerles el otorgamiento de títulos habilitantes”.
Y cuando el 1 de setiembre, pocos días después, Frondizi recibió calurosamente a los representantes de la
Comisión Organizadora de las Jornadas Pedagógicas de la revista Estudio, encabezada por el padre Quiles,
vicerrector de los Institutos Universitarios del Salvador, todo el mundo pudo darse cuenta de que las cartas
ya estaban echadas.
Ese mismo día los “laicos”, organizaron su primer acto proselitista, en la Facultad de Filosofía y en
el cual hablaron Abel Alexis Latendorf, Elíseo Verón e Ismael Viñas. Luego de esta concentración, el
presidente concedió una última entrevista a los representantes de ese sector. Concurrieron a la misma los
dirigentes Barbé, Cadano y Slemenson. Pero el desacuerdo fue total y solo se coincidió en la aspereza del
lenguaje. A partir de ese momento, comenzó la represión, mientras Frondizi recibiría, solamente, a

6
Nelly Casas: Frondizi, pág.48.
7
Nelly Casas: Frondizi, pág. 50.
8
Horacio Sanguinetti: Laica o libre. Revista Todo es Historia Nro 80/Enero 1974, Bs. As.

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representantes de la privatización. Los “laicos” recurrieron entonces al Congreso y a la movilización general.
El 4 de setiembre, un multitudinario acto partió de Ciencias Exactas y llegó hasta el edificio del Parlamento,
encabezada por Risieri Frondizi. En ese tenso clima, empezaron los primeros desbordes callejeros,
verdaderas batallas campales: trolebuses destrozados, vidrios de comercios apedreados, cabezas estudiantiles
y policiales rotas, proliferación de clavos “miguelitos”, camiones hidrantes y bombas vomitivas. El jefe de
Policía, capitán de navío Ezequiel Nieto Vega, trató de controlar la situación sin extrema dureza, pero ni
siquiera por eso pudo salvarse del juego intelectual de los militantes de la FUBA que lo llamaban “extrañar
mezcla de Aniceto el Pollo y Santos Vega”. El descontento prendió también en los estudiantes secundarios,
quienes aprovecharon para cuestionar por enésima vez el decreto Jorge de la Torre, que prohibía su
agremiación. De esta manera, se nuclearon al lado de la FUBA los alumnos del Mariano Acosta, el Moreno,
el Belgrano, el Sarmiento y el Mitre: más combativos aún que los universitarios, ocuparon rápidamente sus
institutos y jaquearon a policías y padres. Las facultades fueron también ocupadas y algunas de ellas, sobre
todo Medicina y Química, se convirtieron en baluartes peligrosos para la represión, dado que los
conocimientos técnicos de sus alumnos les permitían preparar poderosos artefactos de autodefensa. Sobre ese
fondo de violencia, las maniobras políticas continuaban. En los Consejos de las Universidades de Buenos
Aires y La Plata unos y otros sectores polemizaban arduamente, y el 9 de setiembre, durante un acto en
Ingeniería, Risieri Frondizi pronunció un encendido discurso sobre “el malhadado” artículo 28. Al día
siguiente, el diputado Becerra presentó un proyecto de derogación de dicho artículo, mientras una huelga
estudiantil paralizaba todas las facultades, excepto Agronomía. Quizás el acto de agitación más importante
llevado a cabo por este sector haya sido la inmensa concentración realizada el 19 de setiembre en la Plaza del
Congreso. Hablaron en ella Jorge Goldsmitd, Carlos Barbé, Omar Patti, Ismael Viñas y José Luis Romero.
Adhirieron a la misma casi todos los partidos políticos, varias universidades extranjeras, y medio centenar de
sindicatos, que juntaron unas 250.000 personas. Los estribillos eran enardecidos: “Arturo/ coraje/ a los cura
dale el raje”; “Risieri sí/Arturo no”; “Mac Kay, Frigerio/camino al monasterio”; “No corre/el decreto De la
Torre”; “A la lata/ al latero/ que manden a los curas a los pozos petroleros”. 9 Al final, se quemó una esfinge
del presidente vestido con una sotana, se ahorcó a un pajizo Tío Sam y como a esa altura de los
acontecimientos la multitud ya estaba a la altura de la Catedral, se guardó un profundo silencio ante sus
columnas de granito, mientras que algunas voces aisladas, mirando hacia la Casa de Gobierno y pletóricas de
picardía criolla repetían: “Que asome la nariz/ que asome la nariz”.
Sin embargo, el Presidente tenía teléfono y también tenía amigos, así que levantó el primero y llamó
a los segundos. Quien atendió del otro lado fue ni más ni menos que monseñor Lafitte, a quien pidió su
colaboración: había que sacar a la calle a los estudiantes pro enseñanza libre, para constituir una entusiasta
contraofensiva. Por lo tanto, las manifestaciones “laicas” recién narradas, estuvieron matizadas con
importantes demostraciones del sector “libre”: según muchos analistas, los enfrentamientos a puñetazos y a
palazos que jóvenes de uno y otro bando protagonizaron, sirvieron al hábil presidente para desviar la
atención del problema de los contratos y para que “los ultras” olvidaran la llegada de importante maquinaria
que se aplicaría a la explotación de loas pozos y cuya destrucción temía Frondizi. Lo cierto es que, entre
otras cosas, los privatistas organizaron el 15 de setiembre un acto extraordinario. Según algunos, contaron
con la benevolencia oficial, que otorgó pasajes sin cargo para viajar desde el interior, al mismo tiempo que
brindó alojamiento en edificios públicos. Se dijo, además, que ciertos colegios religiosos controlaron la
asistencia de sus alumnos. De esa forma se reunieron frente al Congreso unas 60.000 personas. Alberto
Mazza habló en representación del estudiantado, Juan Caruzzo por los sectores obreros que apoyaban esa
tesitura, León Halper en representación de un instituto privado, María Moretti Canedo de Briglia por las
madres, el Dr. Ricardo Zorraquín Becú –quien condenó a “los admiradores de Moscú– y hasta un uruguayo,
Fernando Feliú. El acto culminó con un desplazamiento hacia la Casa Rosada, en cuyos balcones apareció
Frondizi, acompañado por sus ministros Vítolo y Allende, el gobernador tucumano Celestino Gelsi y otras
personalidades, mientras ingresaban a la Casa monseñor Antonio Plaza, Mariano Castex y Faustino Legón,
recibidos más tarde por el presidente y por Frigerio. Mientras tanto, en las calles, las consignas se sucedían:
“Laica es Laika (nombre de una perra que los rusos habían enviado al espacio)”. “Risieri a Moscú” y el
menos edificante de “Laica...go” 10
Pero era en el Parlamento en donde debía jugarse el futuro del proyecto, mientras la situación
nacional era caótica o poco menos. Los grupos ultranacionalistas habían echado a rodar sus propias teorías:
Azul y Blanco, órgano representativo de ese sector, sostenía que la presencia de Risieri Frondizi al frente de
la Universidad era una maniobra del presidente para crear un clima contrario a la ley de enseñanza libre y

9
Horacio Sanguinetti: Laica o libre, revista Todo es Historia Nro. 80/Enero 1974, Bs. As
10
Horacio Sanguinetti: Laica o libre, revista Todo es Historia Nro. 80/Enero 1974, Bs. As.

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tener de esa manera un pretexto para no cumplir con sus compromisos electorales. Dentro del propio
gobierno, la situación fío era más clara. Los representantes en el Congreso se sentían muy presionados por la
opinión pública. En el seno de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados se plantearon tales
divergencias que el bloque de la UCRI resolvió, en aras de su cada vez más tambaleante unidad, dejar a sus
miembros en libertad de votar “según su conciencia”. Así se llegó al día 26 de setiembre en el cual, luego de
un extenso debate, la Cámara de Diputados, por 109 votos contra 52, dispuso: “Derógase el artículo 28 del
Decreto 6403/55”. Numerosas legislaturas provinciales se pronunciaron en igual sentido y el propio ministro
anunció una amnistía merced a la cual “por esta vez” las faltas colectivas de los estudiantes se computarían
simples. Pero solo se trataba de una batalla, pero no de la definición de la guerra, porque ahora debía el
proyecto pasar a la Cámara de Senadores. En el interín, la situación general continuó agravándose. En Plaza
Once, el Movimiento en Defensa del Petróleo organizó un acto en el que participaron desde Juan Sábato
hasta representantes de la FUA, el Partido Comunista y Alfredo Palacios. El 10 de octubre, se realizó otro
paro general universitario, al cual adhirieron obreros y políticos. Los estudiantes ocuparon las Universidades
del Sur y de Córdoba, el enfrentamiento con el peronismo se agudizaba a pasos agigantados, se denunciaba
un atentado para matar al presidente durante un proyectado e inminente viaje a Paraguay, que realizó de
todos modos y se desataba una importante huelga petrolera en Mendoza. Las presiones lograron que Rogelio
Frigerio se alejara de la Secretaría de Relaciones Económicas, al mismo tiempo que Isidro J. Odena dejaba
su cargo de Asesor de la Comisión Administradora de la red de emisoras, surgían problemas que terminarían
en la renuncia del vicepresidente Alejandro Gómez y Nélida Baigorria junto a Horacio Luelmo dejaban el
bloque de la UCRI. Evidentemente, no se trataba justamente de un lecho de rosas el lugar en el cual se
encontraba el presidente.
Con todo, los acontecimientos que se desarrollaron en el Senado le dieron un respiro. En efecto, los
miembros de la Cámara alta hicieron suyo un despacho en minoría de la Comisión de Educación de la
Cámara de Diputados, que llevaba la firma de Horacio Domingorena y que trataba de establecer una solución
salomónica: si bien las casas de estudio privadas podían expedir títulos académicos, la habilitación para el
ejercicio profesional sería otorgada por el Estado, el cual no podría conceder, por otra parte, ningún tipo de
subvenciones a la enseñanza privada. Casi todos los legisladores expresaron su repudio personal por el
proyecto, pero lo votaron unánimemente, “por disciplina partidaria”. De ahí en más, sucedió un ir y venir del
mismo desde una Cámara a la otra y de acuerdo a los pasos de discusión y sanción parlamentarias que
estipula el Reglamento del Congreso. Rechazado en Diputados, volvió al Senado, que repitió la votación y lo
envió de nuevo a Diputados. Allí, otra votación negativa, pero los senadores volvieron a aprobarlo. De esta
manera, entró por tercera vez a la Cámara Baja, pero ahora, de acuerdo al Reglamento, quienes se oponían
debían ostentar no una simple mayoría sino una basada sobre los dos tercios de los votos. Era el último día
de sesiones ordinarias y las gestiones y presiones de Alfredo Vítolo, Celestino Gelsi y Arturo Zanicchelli
fueron decisivas: el resultado final, 102 votos contra 69, no arrojó el porcentaje necesario para lograr la
derogación lisa y llana del artículo 28. El público, que colmaba la sala esperando el gran final, se enardeció y
a partir de allí se desató un escándalo tremendo, que no respetó muebles, vidrios ni cabezas, mientras las
monedas rebotaban contra las bancas de los que habían votado por la afirmativa. La arisca barra fue
desalojada. Era la medianoche. Mientras el padre Camargo, vestido de civil, confesaba que había ofrecido
mil misas por el éxito privatista, convencido de que “Dios nos está ayudando descaradamente” 11 la plaza del
Congreso era nuevamente un campo de batalla. Pero de nada valían ya esas demostraciones, como tampoco
de nada había valido la última aparición pública del legendario líder reformista Enrique Barrios, que el 3 de
octubre habló ante los estudiantes de la Universidad de Córdoba. De todas formas, las protestas continuaron
y se volvieron más sangrientas: en Tucumán, el estudiante José Pons Cifre, baleado por la policía, perdió una
pierna.
En realidad, se desconocen las motivaciones de Frondizi, en su última dimensión. El dirigente
Marcos Merchensky ha opinado que Frigerio desencadenó la batalla universitaria para “clarificar” las
conciencias, pero de ser así ni el momento ni el resultado fueron felices. Quizás Frondizi pensara lealmente
que era necesario abrir otros centros de investigación y de docencia, permitir la competencia libre, arrancar el
monopolio de la educación a la universidad oficial. O quizás pretendió ceder un tanto ante la Iglesia y otros
grupos poderosos, en parte para aplacarlos y en parte para lograr su adhesión. De un modo u otro, el precio
pagado resultó muy alto. El contorno popular de Arturo Frondizi se esfumó en pocos días.

11
Horacio Sanguinetti: Laica o libre, revista Todo es Historia Nro. 80/Enero 1974.

36
d) La ley de Asociaciones Profesionales

El gobierno de la Revolución Libertadora había llevado a cabo una política totalmente


antigremialista. Uno de sus famosos decretos-leyes, el 9270/56, alentaba la formación de sindicatos paralelos
y creaba un absurdo método de minorías. Tras una breve intervención militar de los gremios, el gobierno de
Aramburu concedió la conducción de los mismos a antiguos dirigentes que s habían caracterizado por su
posición antiperonista, al mismo tiempo que confiaba la dirección de la CGT a marinos que eran muy poco
populares. Muchos de los líderes sindicales fueron, al mismo tiempo, detenidos y las estructuras
desmanteladas.
Dentro de este panorama, puede decirse que en 1958 tres grupos de trabajadores representaban a la
clase obrera argentina. Por un lado las “32” organizaciones llamadas democráticas, con dirigentes como
Diego Rivas y Arturo Staffolani. Por otro lado, las “62”, peronistas. Finalmente, el sector del sindicalismo
embanderado con el comunismo y que se había desprendido de estas últimas. Enfrentadas todas entre sí,
habían escuchado con expectativa las palabras de Frondizi: “Aspiro a la afirmación de una sola central
obrera y a la existencia de un solo sindicato por rama de producción. Defendiendo al movimiento obrero de
toda tentativa de atomización, se defienden sus intereses”. Dar solución definitiva al problema de la clase
trabajadora había constituido uno de los principales puntos del compromiso asumido por el flamante
presidente en su acuerdo con Perón. Para ello, debía, efectivamente, dotarse a los trabajadores del
instrumento legal que les garantizase esos dos puntos: sindicato único por oficio y conducción mayoritaria.
La mayoría de los dirigentes sindicales, vinculados al nuevo gobierno por la parte que les tocó en el
cumplimiento del pacto, seguros de que Frondizi cumpliría con lo prometido, se lanzó ya antes del 1 de
mayo a rescatar “su ley”. Dirigentes como Eleutorio Cardozo (carne), Adolfo Cavalli (petróleo), Andrés
Framini (textil), bajo el asesoramiento de Horacio Ferro (abogado del gremio de la carne y especialista en
problemas laborales) se abocaron a la tarea de acomodar la vieja ley a las nuevas circunstancias, en estrecho
contacto con el equipo frigerista, cuyo hombre de enlace frente a los gremialistas era Ramón Prieto, de
destacada actuación en la Secretaría de Prensa de la Presidencia en tiempos de Perón.
La similitud de fondo entre la nueva y la vieja ley, más una cláusula transitoria que fijaba un plazo
de 90 días para que las asociaciones profesionales con personería jurídica anterior al decreto 9270 de la
Libertadora llamaran a elecciones –y para lo cual se fijaba el sistema eleccionario– fue suficiente motivo
para desatar una fuerte reacción. Algunos aseguraban una suerte de sovietización política y el
establecimiento de un partido único como gobernante. Otros, veían en esa ley un trasfondo fascista, a
semejanza de la Carta del Lavoro. Sectores cercanos al presidente profetizaban el fin del gobierno por obra y
gracia de esa ley. Algunas jerarquías de la Iglesia, monseñor Antonio Caggiano entre ellas –y todos los
obispos– fruncieron el ceño. Los tres secretarios militares entrevistaron a Frondizi en vísperas del envío del
mensaje al Congreso: “Desde este momento no nos responsabilizamos de las actitudes de nuestras armas”,
expresaron.
El Senado, cuya presidencia ejercía Alejandro Gómez, –que hostilizaba todas las tentativas de
aproximación al peronismo– dejó morir el proyecto en Mesa de Entradas. Se buscó entonces otra vía. El
diputado bonaerense de la UCRI, Palmiro Bogliano, fue el encargado de presentar el proyecto. En el bloque,
el debate fue áspero: “Será entregar los sindicatos a la impudicia de Perón”, magnificó alguien. “Tengo más
fé en la impudicia de Frondizi”, le contestó ironizando el presidente del bloque, Héctor Gómez Machado. 12
Finalmente, el 25 de agosto el proyecto fue aprobado en el Senado. Antes, había recibido sus buenas
diatribas: “Esta ley tendrá un vicio constitucional insalvable: anula el sindicalismo democrático que no puede
admitir la apología del fascismo o del corporativismo”, había dicho, entre otros, Carlos Perette.
El peronismo, por su parte, a través de los dirigentes sindicales mayoritarios que habían apoyado el
proyecto, se sentía satisfecho. Pero como en otro orden de cosas ya tenía serios enfrentamientos con el
gobierno, trataba de no comprometerse demasiado y de que las bases moderaran su entusiasmo. Quería tener
las manos libres, en definitiva, para las luchas que se avecinaban.

e) La ley de Amnistía

La sanción de la Ley de Amnistía era una de las mayores preocupaciones del gobierno de Frondizi.
En un país absolutamente polarizado, entregado a la antinomia peronismo-antiperonismo, resolver ese asunto
no era fácil. En realidad, la idea fue negociada antes de las elecciones. El dr. René Saúl Orsi fue el encargado

12
Revista Panorama. Serie: De Perón a Onganía, Buenos Aires, 1969.

37
de preparar el anteproyecto. Entre los aspectos que este contemplaba, uno resultaba especialmente irritativo
para amplios sectores: la posibilidad que quedaba abierta para que Perón volviera al país y para que se le
restituyera grado.
El mensaje que acompañaba al proyecto remitido a las Cámaras, expresaba: “Debemos eliminar los
motivos de encono, los actos de revancha y los últimos vestigios de persecución que pudieran subsistir. Bajar
el telón sobre lo que ha ocurrido desde ese preciso instante”. En el arduo debate, se hizo presente el propio
ministro del Interior, Alfredo Vítolo. Los diputados de uno y otro sector, usaban sus propias tácticas. “Hay
que olvidar” parecía ser por entonces el dogma del oficialismo y para afianzarlo con doctrina citaban
palabras de Alfredo Palacios, que en ocasión del debate donde se trató la amnistía de los militares que se
rebelaron en 1930 y 1940, había sostenido esa tesis: la necesidad de que la amnistía fuera amplia e
impersonal. Pero los frondizistas no eligieron bien la cita, a juzgar por los resultados: el mismo Palacios se
encargó de hacer llegar, por medio del diputado de la UCRP, Walter Perkins, una violenta carta donde
explicaba que en aquella oportunidad sus palabras fueron destinadas a hombres de bien y no autorizaba a
reproducirlas para referirse a un “tirano defraudador, cobarde y fugitivo” 13
Amén de estos detalles de entrecasa, existía un problema de fondo: la ley ¿tenía o no destinatario
contemporáneo? El texto era amplio: “Concédese amnistía amplia y general para todos los delitos políticos,
comunes conexos y militares también conexos. Los beneficios de la amnistía comprenden los actos y hechos
realizados con propósitos políticos o gremiales o cuando se determine que bajo la forma de un proceso por
delito común se encubrió una intención persecutoria, de índole política o gremial”. En su artículo 2°, se
declara que “nadie podrá ser interrogado, investigado, citado a comparecer o molestado de manera alguna
por imputaciones o sospechas de haber cometido uno o más delitos a los que se refiere la presente Ley”.
Después de ese texto, la mayor parte de los peronistas querían y esperaban un regreso liso y llano de
su líder, y en la medida en que ello no se producía se iban sintiendo cada vez más defraudados. Los
antiperonistas, por su parte, se habían constituido en un verdadero grupo de presión. Frondizi habituado –¿y
también gustoso de ellas?– a las maniobras, para calmar al “gorilismo” giró a las Cámaras un proyecto de
ascenso al grado inmediato superior para Aramburu, Rojas y Osorio Arana, complementado con un
homenaje a las Fuerzas Armadas.
Había tratado de ser un golpe a dos puntas, pero como contrapartida podía afirmarse que en las dos
habían quedado resentimientos. Frondizi, a solo veintiún días de su gobierno, había dado comienzo a su
peligrosa política de pactar con todos los sectores. Eran demasiados frentes para cubrir. En ese sentido,
resultaron premonitorias las palabras que tres días después de los comicios escribía Scalabrini Ortiz y cuyo
destinatario era Perón: “La situación de Frondizi no será holgada tampoco aún después de asumir el poder.
Su base de sustentación es inestable: su partido no existe casi y su caudal electoral es aleatorio y
condicional”.

f) La renuncia del Vicepresidente

Alejandro Gómez fue elegido candidato a Vicepresidente, en la famosa Convención de Tucumán, la


cual marcó, a la postre, la ruptura de la vieja UCR. Frondizi, en ese entonces había gestionado la candidatura
de Donato del Carril. Cuando este declinó el ofrecimiento, el futuro presidente pensó entonces en su viejo
amigo Luis Mac Kay pero, de todos modos, se mantuvo al margen de todo el proceso de las designaciones.
Arturo Gómez, precandidato por la provincia de Santa Fe, fue el ungido. No era, después de todo, ningún
advenedizo. Secretario del Movimiento de Intransigencia y Renovación, su prestigio no era despreciable.
Accedió, de esta forma, a la vicepresidencia. Los problemas empezaron después.
Las primeras medidas de gobierno –ley de amnistía, radicación de capitales extranjeros y arreglos
con empresas– fueron apoyadas por el vicepresidente, aunque no con un total convencimiento acerca de la
justeza de las mismas. Las abiertas discrepancias, en cambio, surgieron en ocasión de los contratos
petroleros: frente a ellos, fustigó con dureza las decisiones adoptadas. Y esa oposición se puso más de
manifiesto aún al tratarse en el Senado el proyecto de ley de Asociaciones Profesionales.
A partir de esos hechos, las relaciones entre presidente y vice se enfrían marcadamente. De ahí en
más, el proceso que epiloga con la renuncia de Gómez está salpicado de trascendidos y comentarios más o
menos verdaderos o, por lo menos, demostrables. Se habla así de que en los primeros días del mes de mayo
se realizó en el Centro Naval una reunión a la que asistieron, entre otros, los generales Quaranta,
Bonnecarrère, y Labayrú, además del contraalmirante Rial y del brigadier Rojas Silveyra: en esa reunión se

13
Nelly Casas: Frondizi, pág. 62.

38
habría discutido la posibilidad del derrocamiento de Frondizi. Según esas mismas fuentes, días después y en
una quinta de Del Viso, ese mismo cónclave se habría reproducido, pero esta vez ampliada por civiles
(Perette y Zavala Ortiz entre ellos) y allí se habría planteado por primera vez una posibilidad: Frondizi debía
renunciar y su lugar debía ser ocupado por Alejandro Gómez, “fácilmente manejable”, según los presentes.
Lo que sí es innegable es que el 9 de setiembre Gómez hizo llegar al presidente un memorandum en el cual
le marcaba una serie de pautas: “Debe decirse que el gobierno se empeña en mantener la paz dentro de un
régimen de libertad, de acuerdo con las leyes. Se compromete a garantizar el ejercicio de todos los derechos
ciudadanos y la libre acción de los partidos políticos. Es conveniente aclarar que las agrupaciones u órganos
de oposición que formulen elogios directos o indirectos al ex tirano y/o su sistema, no tendrán el goce de esa
garantía por cuanto la República no puede regresar a un pasado ominoso”. Exigía, también, castigo para los
comunistas y completaba: “La Administración y la función docente debe librarse de los que expresen
simpatías por cualquiera de esos dos regímenes”. Esa doctrina estaba, evidentemente, muy lejos del camino
transaccional qué pretendía recorrer Frondizi.
El 12 de noviembre de 1958 fue un día fundamental en todo ese proceso. Un Frondizi afiebrado –
hacía diez días que una enfermedad lo mantenía en cama– llegó a la Rosada. Lo esperaban allí el ministro
Vítolo, los secretarios militares y los jefes de las Fuerzas Armadas. Frente a todos ellos, Alejandro Gómez
ratificó la denuncia que había formulado pocas horas antes ante el ministro del Interior: tenía información
precisa de la existencia de un inminente complot contra el gobierno, que no podría reprimirlo. En tales
circunstancias, agregó, resultaba imprescindible formar un gobierno de coalición, integrado por Alfredo
Palacios, Américo Ghioldi y Luciano Molinas. Una vez enterado de esas novedades, Frondizi tuvo una
entrevista privada con Gómez y su posición fue inamovible: no iba a renunciar. De paso le propuso un viaje
a Europa, “para alejarse de los grupos que lo perturban”, y le pidió 48 horas de plazo, en cuyo transcurso
ambos se comprometían a analizar a fondo el problema.
A esa altura del partido, los comentarios de la calle eran inatajables. Los diarios insinuaban la
imagen de un vicepresidente golpista. La satírica Tía Vicenta había popularizado unas fotografías de Gómez,
muy serio y en primer plano, que afirmaba: “¿Y a mí, porqué me miran?”. En esas 48 horas, la Mesa
Directiva del Comité Nacional de la UCRI le pidió la renuncia al vicepresidente y además canceló su ficha
de afiliado, “por falta de solidaridad con el Ejecutivo y con el partido y por proponer soluciones
extrapartidarias”. Menos contemplativos, unos 200 ucristas asaltan el despacho de Gómez en el Senado. Se
imponía una mediación, la cual fue impulsada por Arturo Zanicchelli, Fernando Piragine Niveiro y Raúl
Damonte Taborda. Mientras las tropas se acuartelaban y se reforzaban las guardias en la Casa de Gobierno,
el sábado 15, alrededor de las 18,30, en Olivos, por primera vez en la historia argentina un vicepresidente
firmaba su renuncia. Gómez y Frondizi, en esa oportunidad, intercambiaron cartas. “La ofensiva contra el
vicepresidente de la Nación ha concluido. La historia juzgará los hechos”, fue la consigna de Frondizi a
gobernadores, funcionarios y legisladores. “¿Alejandro Gómez es un traidor o un hombre de bien? Esta es la
disyuntiva cerrada que debe ser resuelta en todas las circunstancias”, era el contenido fundamental de la carta
de Gómez. A lo que respondía el presidente: “Alejandro Gómez no es un traidor, es un hombre de bien y un
honrado colaborador”. 14 De esa forma, era superada otras de las casi constantes crisis del gobierno del
desarrollismo. En el sector ucrista, circulaba una historia que Frondizi rechaza enérgico: los tres mediadores
habrían negociado la renuncia del vicepresidente a cambio del total de las dietas y de la deuda de su
departamento. Desmitificaciones, que le dicen.

g) Los conflictos gremiales

A poco de asumir, el frondizismo dispuso un aumento salarial récord: el 60 %. Frigerio explica de


esta forma esa determinación: “No fue, en realidad del 60 %, aún cuando esa era la tasa general. Ocurrió que
en los casos extremos el deterioro del salario había sido de ese porcentaje, pero gran parte de los sectores
asalariados no habían llegado a esa situación por haber recibido distintos aumentos. Nuestra decisión se
fundó en un criterio de equidad, ya que para estos casos se disponía absorberlos. En algunas industrias se
habían producido incrementos del 40 %. En ciertos casos, para llegar al techo del 60 % se requería el veinte
por ciento; en algunos menos y en algunos más. Pero el dato esencial es que ese ajuste no operó en el vacío.
No formó parte de la carrera de precios y salarios habituales entre los populistas y aún entre los liberales.
Nuestra política salarial estaba ubicada en un contexto de expansión de la producción: ni era un engaño en
términos de poder de compra ni era inflacionaria. Aunque nosotros también debimos soportar la inflación

14
Revista Panorama. Serie: De Perón a Onganía, Buenos Aires 1969.

39
estructural; pero en cuadro de perspectivas distintas, porque el programa económico atacaba su causa básica,
el subdesarrollo y porque atacaba también su más activo mecanismo de propagación, el déficit del sector
público. En ningún momento cedimos a las presiones populistas o más exactamente a las provocaciones de
los dirigentes. Nosotros no dimos aumentos salariales sin el respaldo de un aumento en la masa de bienes y
servicios producidos. A partir de que el salario real no es otra cosa que la parte alícuota del total de los
bienes disponibles en el mercado, no nos prestamos a la trampa de dar aumentos nominales que luego no se
traslucen en aumentos efectivos del poder de compra de los asalariados”. 15 Independientemente del
tecnicismo del lenguaje utilizado por Frigerio, el gobierno iniciaba, su labor, teóricamente al menos, en
buenas relaciones con la clase trabajadora.
Pero era sólo teóricamente. La suma de intereses económicos y políticos y los problemas del país
eran demasiados como para que su presión no repercutiera en las bases populares. Por otra parte, ese
aumento, calificado de “demagógico e inflacionario” por la oposición, alborotó a los empresarios y no
conformó del todo a los trabajadores, cuyos salarios estaban demasiado deprimidos. Además, como los
porcentajes del aumento se fijaban sobre los sueldos del 1 de enero de 1956, quienes habían recibido algún
tipo de mejoras después de esa fecha verían muy reducido ese aumento. Por ese motivo empezaron a
multiplicarse los primeros conatos de huelga. Los “32” se constituyeron en implacables voceros de los
intereses de la CGT. El equipo del ministerio de Trabajo tenía una dura tarea para realizar y desde algunos
sectores del gobierno se interfería muchas veces su actividad, acusándose a sus miembros de inexpertos y de
demasiado frigeristas. Ellos, por su parte, rápidamente empezaron a intuir que era desde el ministerio del
Interior desde donde se traían las piedras que aparecían en su camino. Y no estaban demasiado errados en sus
conclusiones.
Los primeros detonantes no estallaron entre los grupos tradicionalmente más organizados, sin
embargo. Fueron los médicos los primeros en pedir reivindicaciones gremiales, como quien dice por primera
vez en su historia; cuando por decreto del Poder Ejecutivo se levantó la intervención de la Unión Tranviaria
Automotor, sus dirigentes dejaron en disponibilidad al jefe de sus servicios sociales para reincorporar a quien
ocupaba ese cargo antes de la Revolución Libertadora. Inmediatamente se produjo el conflicto y los
facultativos enfrentaron al ministro, oponiéndose a su política de reivindicación de los médicos peronistas. El
conflicto se extendió por un lapso de dos meses y nueve días y se solucionó cuando los cesantes fueron
reincorporados. Luego de los médicos, le tocó el turno al ámbito de la Justicia. La solicitud del Ejecutivo
para designar jueces, aclarando que confirmaría al 80 % de los magistrados actuantes, encendió con más
fuerza todavía la antinomia peronismo-antiperonismo. Corrían los primeros días de julio y junto a las hojas
caídas se arremolinaban las renuncias de jueces, secretarios, fiscales y hasta camaristas, mientras que las
manifestaciones y barricadas eran reprimidIs y se transformaban en corridas en las que los jueces de
instrucción más pundonorosos se mezclaban con los ordenanzas más serviles. El 8 de julio renunció el
Presidente de la Corte Suprema y mantuvo esa postura hasta que el porcentaje fue reemplazado por uno más
potable: 94 %. Inmediatamente después, los empleados del correo también hicieron su propia huelga, que no
fue demasiado trascendente. Recién ahora iban a empezar las más pesadas.
La huelga ferroviaria fue la primera de ellas. En ese conflicto se produjo una mediación paralela,
implementada desde el ministerio del Interior, que como se dijo trataba de dificultar las actuaciones de los
responsables del ministerio de Trabajo. Antonio Scipione, dirigente opuesto al peronismo, tras desconocer a
los dirigentes de ese sector, impulsó al gremio a la huelga, esgrimiendo la bandera del pago de las
retroactividades. Durante una comida con representantes del ministerio del Interior, estos prometieron
devolverle el gremio, que había sido intervenido, si a su vez él colaboraba decretando el levantamiento del
conflicto. La transacción llegó a buen término. Pero la paz duró apenas un mes y, pasado ese lapso, Scipione
arrastró otra vez su gremio al paro. El gobierno contestó con la movilización de los ferroviarios. Mientras la
opinión pública condenaba esta resolución gubernamental, estallaba sospechosamente la caldera de la Usina
General Güemes, en Salta. Además, hasta los guardiacárceles se sublevaban y los empresarios nucleados en
ACIEL pusieron en estado de alerta a sus organizaciones por la actuación de la comisión contra el agio que
presidía el diputado López Serrot.
Otro importante movimiento de fuerza fue el iniciado por el sindicato petrolero de Mendoza,
enarbolando la bandera de YPF y como protesta por la firma de los contratos.
La conducción nacional se reunió en el local del gremio de los vitivinícolas. La palabra de Perón fue
llevada a esa asamblea, por boca de dos dirigentes: Gomis, del petróleo, y Andrés Framini, de los
textiles:”Hay que aceptar los contratos”, era el lacónico mensaje que portaban. Pero encontró un ambiente de
rebeldía: altos funcionarios de YPF repartían panfletos que llamaban a la huelga y sectores importantes de

15
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 66 y sgte.

40
los trabajadores la querían también. La asamblea terminó en pugilato y en medio de los golpes se decidió que
varios dirigentes de primera línea –entre ellos Gomis, Acero y Fumagalli– recorrieran las zonas del conflicto,
para tratar de levantar la huelga en los lugares en donde estuviera declarada. Pero ya el gobierno había
tomado drásticas medidas: decretó el Estado de Sitio, movilizó a los petroleros y encarceló a sus principales
dirigentes, inclusive a los que estaban tratando de que la huelga quedara sin efecto. En la redada cayeron
amigos del gobierno: ocho colaboradores del gobernador Raúl Uranga, en Entre Ríos, y un ministro del
Tribunal Supremo en Misiones. El presidente justificaba de esta manera su medida, ante la mirada poco
convencida de muchos de sus colaboradores: “No hay alternativa. Hay dos planes: uno, quemar los pozos de
petróleo, en el que están metidos elementos de todos los sectores. El otro es más frío y peligroso todavía y se
incubó en la Marina: van a dejar que quemen los pozos, con lo que lograrán el objetivo de frenar el proyecto
petróleo y después van a reprimir violentamente, con lo que lograrán el otro objetivo, que es meter presos a
los peronistas y comunistas. En esta carpeta está todo detallado. Yo ya sé que la medida es muy impopular y
va a generar un gran encono contra el gobierno; a mí me duele más que a ustedes”. 16 A Rogelio Frigerio le
dolió también. Los ataques contra el gobierno arreciaron desde todos los ángulos y su figura era el blanco
preferido de todos los dardos. No tuvo más remedio que renunciar a su cargo de Secretario de Asuntos
Económicos. Su dimisión, fechada el 10 de noviembre, iba acompañada por una carta al primer mandatario:
“En las circunstancias actuales, mi retiro beneficia más a la causa que ambos servimos que mi permanencia
en el cargo”. Desde ese momento, el economista se atrincheró en su casa de la Avenida de Los Incas,
convertida en una verdadera sucursal de la Casa de Gobierno. “Todo el día recibía gente. Por la noche, en
lugar de dormir nos reuníamos con Frondizi a trabajar”, recuerda Frigerio. Entonces, desde la oposición
surgió un nuevo argumento: ¿cómo un Presidente puede trabajar con quien no tiene ninguna función de
gobierno? Frigerio empezó a actuar, a partir de ese momento, como asesor de la Presidencia.
Mientras se sucedían estas intrigas palaciegas, la belicosidad de los grupos de resistencia aumentaba.
William Cooke instaló en Montevideo una réplica de su Comando Adelantado en Chile, con el fin de
capitalizar ese descontento. Eso le permitía, por otra parte, constituirse en una especie de intermediario
directo de Perón, quien residía en ese momento en Ciudad Trujillo. Desde el otro lado del Plata, el dirigente
alentaba la gestión de una huelga revolucionaria. En su línea estaban enrolados, entre otros, Amado olmos,
del gremio de sanidad y Augusto Yandor, metalúrgico.
Entre todos ellos lograron, sacrificando la huelga general de homenaje al 17 de octubre que estaba
proyectada, realizar otra similar y anterior, la del 10 del mismo mes, en adhesión a la enseñanza libre y a la
cual nos hemos referido anteriormente. Esa decisión fue tomada por sorpresa, contra la opinión de muchos
dirigentes, que fieles a la línea de Perón, no querían aún enfrentamientos decisivos con el frondizismo.
Sucede que el peronismo estaba absolutamente dividido y enfrentado. En su intento de seguir controlándolo,
Perón dispuso que Cooke se trasladase a Buenos Aires y organizó un Consejo Coordinador y Supervisor que
debería efectuar una reorganización. De todos modos, la situación interna del peronismo –en ese sentido se
podría realizar un paralelismo con la del gobierno– era caótica. Cada sector esgrimía una carta de Perón y en
eso fundaba su pretendido derecho de imponerse a todos los demás. El grupo femenino que seguía a Alicia
Eguren, la temperamental esposa de Cooke, se enfrentaba violentamente con el de Delia Parodi, el adicto a
Cooke agredía al de Albrieu y Aloé. Mientras tanto, la agitación crecía y los esfuerzos por mantener las
buenas relaciones peronismo-gobierno se volvían inútiles.
“Año nuevo, vida nueva”, expresa el dicho popular. Sin embargo, esto no fue verdad para el caso de
la situación político-social argentina. En los primeros días de enero, el Ejecutivo envió al Congreso un
proyecto de venta del Frigorífico Lisandro de la Torre. Antes de tomar esa decisión, lo había ofrecido a los
obreros, bajo el régimen de cooperativa, pero los dirigentes no aceptaron, dado que se trataba de una
institución absolutamente fundida: en 1943, con 600 obreros y 50 empleados, producía más de 90.000 kilos
de carne por año y percápita, mientras que en 1958, con 6.000 obreros y 1.500 empleados, producía 32.000
kilos. Ante la negativa, el gobierno decidió vendérselo a la CAP: fue en ese momento que los trabajadores
iniciaron un movimiento de fuerza, reivindicatorio de su posición opuesta a una política de privatizaciones.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, Framini y Cardoso viajaron a Ciudad Trujillo.
Ellos sabían que Perón no era partidario del rompimiento abierto con Frondizi. Pero cuando llegaron
a destino, la huelga ya había sido declarada. Durante la noche, dirigentes de las “62” discutieron con Frigerio
los 10 puntos que exigían aprobara el gobierno para que el conflicto fuera levantado. Sus posiciones eran
muy duras.
Nueve puntos fueron concedidos, pero no los diez. “Tienen que darnos los diez –dicen que afirmó
Vandorentonces vamos a pedir once”. Mientras tanto, los obreros ocupaban la planta. Esa mañana,

16
Nelly Casas: Frondizi, pág. 76.

41
justamente, Frondizi viajaba a los Estados Unidos; era un vuelco insólito hacia ese país, una preocupación
para mostrar la nueva imagen de la Argentina, una especie de ir a decir que su gobierno había dado los pasos
necesarios para que el capital público y privado norteamericano se instalara en el país e impulsara su
desarrollo. Pero mientras “en la comida ofrecida por Foster Dulles, Frondizi se los metió a todos en la
bolsa” 17 (expresiones de Henry Holland, representante de la Banca Loeb), mientras se entrevistaba con
líderes políticos, con empresarios de primera línea, y discutía por espacio de más de una hora el tema de la
construcción de la represa de El Chocón –su gran preocupación– con Eisenhower, en el país la situación se
iba volviendo más y más volcánica por momentos. La policía pidió tanques al ejército y el Lisandro de la
Torre fue rodeado. Mientras los portones eran derribados la caballería copó los corrales. En el procedimiento
no hubo un sólo herido, pero Cooke recurrió a una estratagema: con un pañuelo ensangrentado se presentó a
la asamblea que aún deliberaba y exigió que se decretara la huelga general en nombre “de los veinte
trabajadores masacrados por la policía”. Al día siguiente, todos supieron que no hubo muertos, pero ya era
tarde; una bomba en la casa de Frigerio, una en el Comité de la UCRI, en las vías del Ferrocarril Belgrano,
en el Servicio de Informaciones de los Estados Unidos. Al día siguiente, llegaban tropas de la Agrupación
Mesopotámica, mientras las explosiones se seguían escuchando, esta vez en la Secretaría de Guerra, en el
diario La Prensa, en empresas como Roveda y RCA Víctor, y en la Dirección de Electrotecnia Naval. Los
responsables, o simplemente sospechosos, que eran capturados, sufrían los rigores que suelen caracterizar a
los Consejos de Guerra.
El equilibrio se había roto. Cada grupo había jugado sus cartas de acuerdo a sus propios intereses y el
Presidente, acaso, había contribuido con un poco más de leña para esa hoguera social a través de las palabras
pronunciadas antes de su partida, en las cuales acusaban a comunistas y peronistas de conspirar contra la
estabilidad del gobierno y del país. Y para confirmar esas acusaciones, al día siguiente de ese discurso se
registraron 250 detenciones de sospechosos. Ahora retornaba y encontraba la conducción del ministerio de
Trabajo cuestionada por los sectores netamente ucristas y zarandeada por los sectores gremiales. La renuncia
del ministro Allende, congelada desde antes del viaje presidencial, fue aceptada. No era fácil encontrar su
reemplazante. David Blejer, subsecretario del Interior, fue el encargado de la difícil tarea. Dieciocho gremios
intervenidos y doce movilizados era la herencia que recibía este hombre a través del cual la UCRI lograba
desplazar al frigerismo de esa trinchera. La consigna del presidente había sido clara, expresada en su
discurso de fin de año, el 29 de diciembre de 1958: “Ha llegado el momento de afrontar los hechos y adoptar
remedios heroicos. A partir del 1 de enero de 1959 el país iniciará una nueva etapa”. Blejer se constituía en
una pieza muy importante en el cumplimiento de la primera parte del plan de estabilidad: orden y reducción
de consumo.
Las intervenciones militares se iban a encargar de que se cumpliera lo primero. Para lo segundo, la
herramienta sería la no homologación de ningún convenio con aumento. No sonaba muy simpático.
En ese momento, irrumpieron los bancarios. Su estatuto había sido aprobado después de una
movilización, en las épocas de la Libertadora, y establecía un aumento automático de sueldos, paralelo al
costo de vida. El ministro les aclaró: “No vamos a modificar la política establecida. Ustedes tendrán que
sacrificarse como los demás: tenemos que hacer el sacrificio”.
Los dirigentes del Castillo y Gorini transmitieron estas opiniones al gremio y este contestó
decretando la huelga. Fueron 59 días de violencia, con piquetes que impedían la entrada de los “carneros”.
La ciudad estaba de punta a punta empapelada con carteles que insultaban al ministro. El llamado “Decreto
Blejer”, modificó los términos de la estabilidad vitalicia concretada a partir de los 6 meses por la ley de 1946
y la concedió a los 5 años de actividad. Consecuentemente con su promulgación, los bancos empezaron las
depuraciones y las cesantías se multiplicaron, mientras la persecusión policial terminó de hacer el resto, hasta
que la huelga se debilitó totalmente y fue derrotada. Victoria pírrica para Blejer, que presentó su renuncia en
medio de una crisis de gabinete.
Todos estos conflictos gremiales iban deshaciendo a la administración Frondizi, que en esos
momentos afrontaba otra serie de inconvenientes que vale la pena recordar, para redondear la situación
vivida por entonces el país. En esa primera mitad de 1959, el gobierno recibía ataques desde muchos
blancos. Además de todos los conflictos gremiales recién enumerados y de la lucha por la reglamentación del
polémico artículo 28 –a la que también anteriormente hicimos mención– debía sumarse una gran
movilización popular contra el aumento de las tarifas eléctricas, cuyas manifestaciones solían terminar en
barricadas y automóviles incendiados. Yacimientos Carboníferos Fiscales, por su parte, una de las creaciones
que el programa del desarrollismo creía más fundamentales, estaba rodeado por un escándalo: la compra de
5.000 casas para Río Turbio desató fina fuerte oposición, se hablaba de irregularidades en el trámite de su

17
Revista Panorama. Serie: De Perón a Onganía, Buenos Aires, 1969.

42
adquisición y finalmente el organismo fue intervenido, al mismo tiempo que Correo de la Tarde denunciaba
que se había intentado sobornar a su director Francisco Manrique con 20 millones de pesos para que
abandonara una campaña iniciada en ese sentido. Mientras Nélida Baigorria –representante por Capital– y
Horacio Luelmo –representante por Río Negro–, por motivos que ya hemos analizado se alejaban del bloque
oficialista, surgían denuncias de presuntos negociados (venta del campo Pájaro Blanco y de 150.000
toneladas de trigo candeal), que involucraban a funcionarios y legisladores. La presencia de Rogelio Frigerio
en Olivos, desataba furias de todos los sectores políticos, la propia UCRI incluida: ni siquiera la carpeta
rebosante de propuestas de inversiones por más de 500 millones de dólares para petróleo, hoteles de turismo,
fábricas de aviones, de papel, de petroquímica, que trajo el dirigente desarrollista de su viaje por Estados
Unidos, calmaba a sus detractores y a veces parecía producir un efecto de mayor oposición. El ministro
Vítolo multiplicaba sus declaraciones, bastante contradictorias por cierto, ya que a veces hablaba de
complots ininterrumpidos y otras aseguraba una situación de completa calma. Colaboradores inmediatos del
presidente se marchaban: Nicolás Babini, Dardo Cúneo, Samuel Schmukler. Se cambiaban ministros: el
canciller Florit era reemplazado por Diógenes Taboada, Ricardo Susini aparecía en Finanzas, José Orfila en
Comercio, Bernardino Horne en Agricultura. Por fin, Radio Rivadavia leyó el texto del pacto, que hasta
entonces no se había dado a publicidad.
Estallaban bombas y petardos y se producían desagradables complicaciones con diplomáticos rusos y
rumanos a los que se expulsó del país. Las Fuerzas Armadas estaban también convulsionadas, se difundió
una proclama revolucionaria del general Arturo Osorio Arana y circuló la versión de la renuncia del
presidente, al mismo tiempo que generales, almirantes y brigadieres deliberaban sin parar. Dentro de ese
oscurísimo panorama, el triunfo del oficialismo en las elecciones de San Luis, Catamarca y Corrientes y el
anuncio del récord de producción de YPF, pasaron casi inadvertidos. No era para menos.
En la segunda mitad de ese 1959 el panorama de conflictos laborales no mejoró en absoluto. Si en
febrero se había producido una caída de $235.982.000 en salarios y en junio se habían registrado 60 huelgas,
en agosto estas alcanzaron a 65 y pasaron a 56 en setiembre, sin contar el paro general que abarcó los días 23
y 24. A mediados del mes de agosto, las “62”, el MUCS, la Federación de Trabajadores de Luz y Fuerza, la
Asociación del Personal Aeronáutico y la Asociación Argentina de Telegrafistas, Radiotelegrafistas y Afines
formularon un llamamiento a la unidad para impulsar un programa de 13 puntos, que incluía: libre discusión
de los contratos colectivos de trabajo, carestía de la vida, estabilidad laboral, jubilaciones y pensiones de
acuerdo con los índices de la ley, reforma de leyes laborales y defensa del patrimonio nacional. Tras un
plenario con representantes de 90 organizaciones sindicales, el creado MOU (resultante de la unión de las
“62” y el MUCS) declaró un paro nacional de 48 horas y 3 millones de trabajadores, aproximadamente,
acataron la medida. Al mismo tiempo, mientras las “32” denunciaban que desde el ministerio de Trabajo se
estaba favoreciendo a dirigentes de filiación peronista y comunista, los metalúrgicos iniciaban una huelga
general por tiempo indeterminado que paralizó a 250.000 obreros y afectó a 68.000 establecimientos.
Durante el desarrollo de la misma, una bomba que iba a ser colocada en Siam di Tella explotó en un café y
causó un muerto y varios heridos graves. Se desencadenó una fuerte represión. Los comunistas fueron
acusados de perturbar el orden público y su partido fue disuelto; la policía detuvo a más de 150 dirigentes
gremiales.
El Ejecutivo aplicó el Plan Conintes, pero la represión no pudo evitar que los precios subieran un
155 % contra el apenas 61 % de los salarios.
A mediados de diciembre se organizó en plaza Once un acto por la libertad de los presos gremiales y
esa fue la introducción a 1960. El 2 de enero de ese año, la mesa coordinadora de las “62” resolvió propiciar
el voto en blanco para las próximas elecciones. A mediados del año, los obreros empezaron a exigir de parte
del gobierno la devolución de la CGT y a ese fin se creó una comisión de 20 miembros, repartidos en partes
iguales entre los independientes y las “62”. En noviembre, esa comisión decretó paro general para que el
gobierno dejara sin efecto el veto del poder ejecutivo a la reforma de la ley de despidos. Parecía que se había
logrado acordar la unión del movimiento obrero, lográndose acuerdos sobre puntos fundamentales, tales
como la conducción de la CGT, la recomendación de consultas a las organizaciones cuando hiciera falta y la
fijación de un programa de defensa mínima de la clase trabajadora, Sin embargo, fracasó de todos modos ese
nuevo intento de unidad y la entrega de la CGT que el gobierno iba a efectuar a la comisión de los 20 quedó
sin efecto.
El 16 de marzo de 1961 parecía, tras reuniones y cabildeos, que las tensiones entre el gobierno y los
trabajadores comenzaban a aflojar. La CGT fue devuelta, casi al mismo tiempo que la Secretaría de Guerra
anunciaba que no pesaban órdenes de captura contra los dirigentes prófugos. Ese idilio no podría resistir.
Como en los telenovelones de la época, hubo demasiados inconvenientes que separaron a los protagonistas.
Esas trabas tuvieron nombre propio: racionalización ferroviaria –con miles de cesantes–, anuncio de

43
privatización de los servicios públicos, ley de defensa de la democracia. Planteos y paros se
institucionalizarían cuando el Congreso Canfederal se reuniese los días 26, 27 y 28 de marzo de 1962 y los
gremios apoyaran las candidaturas primero de Perón y después de Framini. Pero eso ya es otra historia.

h)”Hay que pasar el invierno”

Rogelio Frigerio se refiere de esta forma a la incorporación de Alvaro Alsogaray al equipo


ministerial del frondizismo: “Había presiones de todo tipo en un gobierno cuya estabilidad política ya hemos
descripto. Y la decisión de incorporar a Alsogaray tuvo en cuenta, básicamente, dos elementos: por un lado,
era un hombre al que, a la sazón, se lo suponía una garantía contra la inflación, que preocupaba a vastos
sectores de la clase media argentina. Por otro, satisfacía evidentemente a los grupos militares que habían sido
objeto de una acción psicológica muy profunda y sistemática en el sentido de que nuestro equipo de gobierno
era proclive a posiciones de izquierda. Era una situación muy especial. Así como el liberalismo y la derecha
nos acusaba de pro comunistas, de pro soviéticos y de agentes internacionales del comunismo, la izquierda
nos acusaba de pro imperialistas y de agentes de los Estados Unidos. Alsogaray asumió el formal
compromiso de continuar con la política que estaba en aplicación. Yo puedo hablar de eso porque lo asumió
ante mí. Es decir, nosotros hicimos una mera concesión táctica con su designación. Luego, las dificultades
con él tuvieron dos razones. Una, fue su inoperancia para ejecutar las medidas con las que estaba de acuerdo.
Otra, que no cumplió su compromiso y trató de bloquear la política de desarrollo. Así, yo debí escribir un
folleto contra su gestión, titulado “El país de nuevo en la encrucijada” y debí asumir el papel de opositor de
nuestro propio gobierno. Luego, cuando las condiciones políticas e institucionales fueron cambiando y
Alsogaray se opuso a un proyecto siderúrgico, lo cual para nosotros era “casus belli” Frondizi lo obligó a
renuncia?”. 18
La designación de Alsogaray cortó el aliento de muchos partidarios del gobierno. Su posición
respecto a la política económica que debía seguirse distaba muchísimo de la sustentada por el desarrollismo.
Alsogaray era fiel discípulo de Ludwig Erhard, uno de los principales impulsores de la denominada
economía social de mercado, la cual consiste en liberalizar las fuentes de producción, dejando su conducción
en manos de los particulares. El plan económico del gobierno entraba en su segunda etapa, la de la expansión
subordinada a la política de estabilización monetaria y saneamiento financiero. Era una etapa muy dura y se
esperaba que en ella Alsogaray jugara un buen papel. Pero en filas del oficialismo no todos, ni mucho menos,
estaban convencidos de la bondad de esos planes. Los legisladores se reunieron con el propio Alsogaray y lo
interrogaron casi policialmente. Tuvieron también largas conversaciones con Frigerio: en casa de José
Gelbard, presidente de la CGE, ante el dueño de casa y Frigerio, se firmó un compromiso a través del cual el
futuro ministro suscribió un programa con las medidas y obras básicas de desarrollo que habría de ejecutar.
Se mostraba muy entusiasmado por entonces: “Ustedes van a tener que tirarme un saco para que frene”, 19
expresaba. De esa forma exultante accedió a un doble puesto ministerial, reemplazando a Emilio D. del
Carril en Economía y a David Blejer en Trabajo. Frigerio, por su parte, absolutamente anatematizado por las
Fuerzas Armadas –y por medio país– debió renunciar nuevamente, incluso a su cargo de Asesor Presidencial,
que nadie sabía bien qué atribuciones concedía: “Por las funciones que yo desempeñaba en el gobierno y por
las tareas políticas que cumplía, tendientes a reconstruir el movimiento nacional, yo era el blanco predilecto
de los golpistas. Debí soportar una acción psicológica y calumniosa tremenda. Y las presiones que se
hicieron para desplazarme comprometían la estabilidad del gobierno. A partir de eso decidimos de común
acuerdo con Frondizi que yo me alejaría del gobierno y finalmente, cuando el cerco se fue cerrando, que no
debíamos vernos a la luz del día. Yo estaba dispuesto a renunciar a los cargos, pero no a la lucha. Y Frondizi
estaba dispuesto a admitir toda la formalidad del planteo, pero no a desarticular el núcleo del movimiento
nacional que habíamos constituido y que tenía las miras más elevadas, menos atadas a los honores y a una
concepción exitista del poder. Nos veíamos a la noche, en los momentos que se suponían de reposo y
utilizando ardides para sortear el cerco que se había tendido, hasta el punto que yo no podía ir a la residencia
de Olivos, no podía pasar a cara descubierta por la guardia y entraba, no obstante, de distintas maneras,
generalmente con alguien que a la noche cumplía funciones allí y me llevaba en su auto”. 20 Y los domingos,

18
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 64 y sgtes.
19
Revista Panorama. Serie: De Perón a Onganía, Buenos Aires, 1969.
20
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 61 y sgtes.

44
tirado en el fondo del automóvil de un matrimonio amigo de Frondizi al cual este invitaba a almorzar, se
colaba también Frigerio a la arbolada casa presidencial.
Una verdadera intercomunicación entre los hombres, que nada pudo destruir, quizás por que, como
lo expresa el propio Frigerio, “ambos somos de Escorpio”.
Al promediar el año 1959 Alsogaray asumió su doble cargo. Sus secretarías fueron cubiertas con
rapidez: Finanzas, Eustaquio Méndez Delfino; Industria y Comercio, Carlos Juni; Hacienda, Guillermo
Klein; Agricultura, Ernesto Malaccorto; Obras Públicas, Pascual Palazzo; subsecretario de Economía, N.
Zaefferer Toro; subsecretaria de Trabajo, Galileo Puente. Existía un marcado descontento popular, que fue
encarado mediante una política de persuasión: charlas televisivas, con cuadros y diagramas generalmente
intrincados. Fue por esa época que surge el célebre “Hay que pasar el invierno”, aforismo que ya tiene
asegurado su lugar en la historia de la Argentina, junto a las reflexiones más trascendentes de los Padres de
la Patria. Para la población tenía un claro significado: “Nos vamos a tener que apretar –demasiado– el
cinturón”. Alsogaray, en cambio, le otorgaba otro, a través de una alambicada interpretación: “Denme
ustedes un tiempo para permitir la reabsorción de este fenómeno y yo les prometo que después de ese tiempo
vamos a alcanzar la estabilidad y nuevas bases para el desarrollo del país”. Se parecía demasiado al “Dadme
una palanca y moveré el mundo” de Arquímedes.
“Acepte, ciudadano. Dele plazo al ingeniero Alsogaray por ciento ochenta días” expresaban los
panfletos del Partido Cívico Independiente, al cual este pertenecía, pero no convencían a mucha gente, entre
ellos al general Aramburu, que no desperdiciaba oportunidad para pronunciar su por entonces frase
favorita:”Tiene que irse Alsogaray”.
En medio de tal situación empezó su tarea el superministro. Su plan de trabajo se apoyaba en algunos
presupuestos básicos. Primero, el Estado no debía gastar más de lo recaudado. En segundo lugar, que los
trabajadores no percibieran aumentos mayores que los incrementos de la producción. Para ello se imponía
liberar a las empresas oficiales de no menos de 150.000 agentes, que debían ser transferidos a otras
actividades. Anular el déficit presupuestario transfiriendo a la actividad privada vastos sectores. Ordenar las
inversiones y encuadrarlas en un plan de expansión. Realizar una reforma impositiva, con criterio económico
y no simplemente fiscal. Modificar la ley de jubilaciones adecuándola a la realidad del país. Cambiar la
política crediticia, orientándola hacia el apoyo de la actividad industrial. Finalmente, no emitir para
compensar el déficit.
Las primeras medidas económicas del llamado Programa de Estabilización fueron puestas en
práctica: liberación del mercado de cambios, devaluación de la moneda, eliminación de los subsidios a los
consumos. El ministro explicaría luego que quería “frenar la aventura desarrollista del dr. Frondizi”. 21 Sobre
la intención de esa política recesiva, que frenaba la inversión, Alsogaray tendría la iniciativa de emitir bonos
del “Empréstito de Recuperación Nacional”, destinado, según él, a absorber disponibilidades inactivas del
ahorro nacional. Todo este plan fue largamente discutido con los representantes del Fondo Monetario
Internacional, que traían dólares. Para Alsogaray, Frondizi fue el único gobernante argentino que firmó
condiciones tan duras en lo político, comercial y financiero. Rogelio Frigerio, por su parte, opina: “Nosotros
negociamos con FMI porque creemos que los organismos de crédito internacional deben ser utilizados en
todo lo que sirva al interés nacional. Se pueden obtener ventajas a las que no hay que renunciar. Puede
argumentarse que esos organismos siguen políticas favorables a las corporaciones multinacionales o al
imperialismo, pero frente a eso yo reiteraría todos los argumentos que he dado sobre la conveniencia y el
modo de negociar con las propias corporaciones. Lo que importa es la política con que se negocia. Oponerse
a recibir los recursos financieros que el FMI puede dar a los países miembros es, sencillamente, un disparate.
Cuando negociamos con el Fondo enfrentamos la opinión de los burócratas de ese organismo, que eran, por
naturaleza, gradualistas. En el acuerdo del 29 de diciembre de 1958 logramos imponer nuestro propio
programa, que consistía en un sinceramiento cabal de la economía nacional. Ese programa no era una
imposición de los burócratas internacionales, sino una imposición de los hechos y de las leyes económicas.
Para eso tuvimos que rever todo lo que se había hecho en el sector público durante las conducciones
económicas más diversas. Nosotros dejamos que las tarifas de los servicios públicos y los precios de los
bienes que produce el sector estatal alcanzaran niveles compensatorios de los costos y liberamos los precios
del sector privado en forma amplia y consecuente. Y así corno liberamos los precios dimos al movimiento
obrero la posibilidad de negociar libremente con el empresario los niveles salariales”. 22
La racionalización administrativa fue una de las tareas menos atractivas popularmente hablando. En
medio de una política de extrema austeridad, que llevó incluso a disponer el pago del aguinaldo en cuotas,

21
Revista Panorama. Serie: De Perón a Onganía, Buenos Aires, 1969.
22
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 68 y sgtes.

45
fue creado el CEPRA, Comité Ejecutivo para la Racionalización. Constituido por diez personas y presidido
por Juan Ovidio Zabala –Secretario Técnico de la Presidencia–, liberó al Estado de 160.000 agentes, que
sumados a los 340.000 contemplados por el decreto que firmó el presidente en diciembre de 1961
completaron los 500.000. Pero además decretó la venta de inmuebles del Estado, la liquidación de las
imprentas de los Ferrocarriles, la privatización de los transportes de Buenos Aires, la transferencia a las
provincias de los servicios hospitalarios. Y preparó el plan de transferencia, también a las provincias, de los
servicios eléctricos y sistemas de riego. Los lemas del CEPRA eran pocos, pero tajantes: “Minimizar los
controles, eliminar la duplicación y superposición de tareas y la prescindencia de los servicios y funciones no
necesarias”.
Los ferrocarriles constituían un problema aparte, en la medida en que forman parte indisoluble,
desde el momento en que fueron trazados siguiendo las pautas del colonialismo inglés, de la política y de la
economía de la Argentina. El atraso en el desarrollo de los planes siderúrgicos del gobierno postergó su
remozamiento. Por otra parte, el desarrollo de un sistema de aeródromos, que ayudaran al tráfico aéreo, y la
construcción de 15.000 kilómetros de nuevos caminos y carreteras, fueron ocupando el interés del gobierno,
en desmedro del riel. En el fondo, se consideraba que los ferrocarriles no se adecuaban a las necesidades del
transporte y que su déficit, enorme, tendía al crecimiento. Alsogaray frenó, según muchos defensores del
gobierno de Frondizi, la racionalización ferroviaria que según ello debía sanar los dos males recientemente
anotados. Opinan esos mismos frondizistas que el ministro estaba íntimamente vinculado a los intereses
monopólicos, para los cuales la red radial ferroviaria, a partir del puerto, sigue siendo el modelo ideal. No
obstante, cuando llegó para el ministro el momento de las interpelaciones parlamentarias, la bancada
oficialista fue solidaria con su persona, como en la oportunidad en que fue acusado de la realización de un
importante negociado de chapas, a través de una empresa de las varias a las cuales estaba vinculado.
Con respecto a la política salarial, Alsogaray ha opinado, recordando esas épocas, que no se verificó
un congelamiento de salarios sino que se propuso que los salarios subieran en menor proporción que los
precios, sutilezas que para ciertos sectores, especialmente aquellos que viven de su sueldito, justamente,
presenta muy pocas diferencias en la práctica. Sin embargo, durante su gestión no se produjeron huelgas
importantes.
En otro orden de cosas, bajo su gestión el dólar bajó de 100 pesos y se estabilizó alrededor de los 83.
Comenzó a disminuir el ritmo de crecimiento del costo de vida.
Las reservas de oro se elevaron hasta cerca de los 800 millones. Pero ... la contracción se traducía en
cifras alarmantes. El infraconsumo era la característica fundamental, en todos los niveles. Las fábricas de
tractores y motores diesel disminuyeron su programa de producción Los índices de ocupación también
reflejaban las consecuencias de esa política: de 1958 a 1960 el número de trabajadores de la industria bajó
casi un 10%. No pocas empresas pequeñas y medianas quebraban irremisiblemente, en una especie de
adelanto de lo que volvió a ocurrir luego en el país, entre 1976 y 1983. En ambas épocas las grandes
empresas podían disponer de los créditos que se retaceaba a las pequeñas. Quizás para equilibrar ese
panorama, un plan de viviendas llenó de solicitudes al Banco Hipotecario Nacional pero ellas no tardaron en
convertirse en meras desilusiones. No se hizo nada tampoco en favor del proyecto de El Chocón y, más
todavía, se combatió el de Sierra Grande y no se resolvieron con la prioridad merecida las propuestas
extranjeras sobre establecimientos de la industria petroquímica, la celulosa, el papel ni la soda solvay.
La política de estabilidad monetaria de Alsogaray había dejado de lado la expansión económica.
Después de veintidós meses de ejercicio ministerial, en marzo de 1961 el presidente solicitó su renuncia.
Roberto Alemann fue su sucesor pero renunció también al poco tiempo. Junto con él se marchó de las alturas
ministeriales el ingeniero Arturo Acevedo, que había ocupado el ministerio de Transporte. Frondizi, que
tenía bastante desmantelado ya su equipo de suplentes, nombró a Carlos Coll Benegas nuevo ministro de
Economía.

i) La intervención de Córdoba y el caso Eichmann

No solamente el Presidente debía enfrentar graves problemas. Sus gobernadores no lo pasaban


mucho mejor. En Salta, por ejemplo, el general Edgar Landa, Comandante del III Cuerpo, pedía la
intervención provincial mientras acusaba al gobernador Biela de complicidad en el contrabando de drogas.
En Buenos Aires las cosas no iban mucho mejor y el gobernador Oscar Alende era dibujado como un oso
ruso, provisto de una hoz y un martillo. En Córdoba, el problema venía de tiempo atrás y era más grave aún.
En efecto, un atentado bastante serio contra el periódico La Voz del Interior, y veintiséis atentados
secundarios, más una severa crítica al régimen judicial y a los sistemas carcelarios fueron creando un clima

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propicio para que la oposición solicitara el juicio político del gobernador. Una bomba colocada en el
depósito de combustibles de Shell Mex fue la gota que colmó el vaso: ocasionó seis muertos y grandes
pérdidas por lo cual el ejército decretó la intervención a la policía provincial, que se mostraba impotente. Los
iniciados en el mundo de la sutileza política, cuando se refieren a estos acontecimientos, suelen recordar el
incendio de Roma ordenado por Nerón y achacado por este a los cristianos, así como también la destrucción
del Reichstag, que Hitler cargó en la cuenta de los comunistas pero que a él le sirvió para acceder al poder
absoluto. Porque sucede que en la época del episodio de la Shell el jefe del comando de Córdoba era el
general Juan Carlos Sánchez, enconado enemigo del gobernador Zanicchelli.
Un balance de la situación generó un informe Conintes III, al final del cual se recomendaba una
intervención de la provincia. Es innegable, en honor a la verdad, que en Córdoba se vivía una situación de
disconformidad con la política nacional. Zanicchelli, con su salud bastante quebrantada, no aceptaba
mediaciones para esa tirante situación que se agravaba cada tanto. Se llegó así al mes de junio de 1960, fecha
en la cual las Cámaras empezaron a debatir un pedido de intervención a la provincia, girado por el Ejecutivo.
El debate fue áspero. Los radicales del Pueblo se retiraron del recinto y dejaron que la UCRI arreglase sus
problemas y se quemara sola. Triunfó la tesis intervencionista y Juan Francisco Larrechea fue el enviado del
gobierno central. Otro caso estaba cerrado y seguía profundizándose el proceso de descomposición del
gobierno.
El “affaire” Eichmann tuvo, más bien, ribetes policiales. Para los festejos del Sesquicentenario de la
Independencia muchas personalidades internacionales se habían dado cita en el país y entre tantas
delegaciones se filtró también un comando israelí que raptó al criminal de guerra nazi Adolfo Eichmann,
desde tiempo atrás radicado, con nombre falso, en el país: tres meses después fue juzgado y ajusticiado en
Israel. Era uno de los pocos golpes que le faltaba recibir al gobierno, que fue ridiculizado internacionalmente
como responsable de una nación pletórica de faltas de seguridades y de garantías. O sea, valga la paradoja,
totalmente irresponsable. Frondizi, indiferente a esas críticas, revitalizado por las realidades positivas que
eran la producción de acero que ya estaba al alcance de SOMISA, la suba de los índices de producción de
petróleo y la baja de los índices de importación, emprendió un nuevo viaje internacional; Alemania, Suiza,
Bélgica, Holanda, Inglaterra y España eran sus nuevos horizontes.
Esta gira provocó hondo malestar y potentes explosiones sacudieron la casa del general Alfredo
Lagalaye, jefe de la SIDE y vecino del presidente en el elegante barrio de Olivos. Pero Frondizi se fue igual.

j) La política internacional

El equipo que en 1958 colaboraba con Frondizi en la elaboración de la política internacional estaba
integrado por Rogelio Frigerio, Oscar Camilión y Carlos Florit. En ese momento la tesis básica de toda la
estrategia a seguirse se apoyaba en la convicción de que el mundo se orientaba, inexorablemente, hacia la
coexistencia pacífica. El desarrollo del poderío nuclear de las grandes potencias había acumulado una fuerza
tal, capaz de destruir el mundo en caso de verificarse entre ellas un enfrentamiento total y decisivo y ese
hecho provocaba un mutuo amilanamiento. Se abrían así nuevas posibilidades entre los demás países, que
necesitaban, fortalecer sus nacionalismos y desarrollar sus economías.
La Argentina pertenecía al bloque de países del Plata que habían sido coto exclusivo de la influencia
británica. Cuando esta dejó de hacerse sentir paulatinamente, a partir de los acontecimientos de 1943, los
gobiernos pudieron comprobar que cambiar de metrópoli –Londres por Washington– no resultaba para nada
fácil. Luego de Perón, los jefes de la Libertadora no definieron su ubicación en el marco de la política
internacional y por este motivo cuando Frondizi asumió la presidencia la Argentina no había solidificado su
posición con respecto a los Estados Unidos. Con un planteo de desarrollo acelerado que cumplir, Argentina
necesitaba de los otros países americanos. Por eso el gobierno elaboró firmes bases para llevar adelante su
política exterior. En primer lugar, la Argentina fue ubicada dentro del llamado mundo occidental. En
segundo lugar, se hizo hincapié especial en la tesis de la coexistencia pacífica, antes mencionada.
Finalmente, se reconoció un proceso de integración de las regiones, que llevó a la sustentación de una
política de colaboración con todas las naciones del continente pero subrayando la necesidad de que,
previamente, cada una de ellas cumpliera su ciclo de desarrollo nacional, para que de esta forma el
tratamiento fuera igualitario. Dentro de ese esquema, la presencia del capital norteamericano como motor del
progreso, resultaba prioritaria. De ahí el viaje del presidente a Estados Unidos, en el mes de enero de 1959:
“Dejar en el estancamiento a un país americano es tan peligroso como el ataque que pueda provenir de una
potencia extracontinental”, sintetizó su pensamiento en esa oportunidad. Y en febrero de 1960, cuando junto
con Eisenhower suscribieron el Tratado de Bariloche:”Lo que necesitamos es ayuda financiera, para levantar

47
una planta siderúrgica”. Pero los monopolios americanos no veían con buenos ojos financiar industrias que a
la larga los iba a privar del importante mercado argentino. Del mismo modo, Argentina objetaba el sistema
de ayuda yanqui consistente en la donación de granos o su venta a precios muy bajos, porque esa política
deterioraba una importante fuente de divisas para el país: al programa “Alimentos para la paz”, Frigerio
opuso la idea de “Capitales para el desarrollo”. 23 Es que el deterioro económico latinoamericano era
innegable: se había producido según cifras de 1960, un retroceso en todos los productos de exportación y los
países del subcontinente habían descendido en ventas por valor de 4.311 millones de dólares a 3.268
millones. Mil novecientos sesenta fue, por otra parte, un año pródigo no solo en cifras sino en conferencias
internacionales. En la conferencia de Bogotá, celebrada en el mes de octubre, la Argentina votó las sanciones
contra la República Dominicana, por presuntas agresiones a otros países de la zona del Caribe: en esta
decisión tuvieron mucho que ver las presiones de los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas. Lo mismo
sucedió cuando se planteó la intromisión comunista en el continente –leáse problema cubano– y en esa
oportunidad el delegado de Pablo Pardo, respaldado por el general Toranzo Montero, se pronunció por un
anticomunismo militante y presentó un proyecto de lucha contra la guerra revolucionaria, en el cual se
preveía la realización de una conferencia específica para tratar el tema y establecer los derechos y
obligaciones de los Estados participantes en la lucha. Aún cuando la presentación pudo ser neutralizada, tales
intentos pusieron de manifiesto la audacia de los sectores más reaccionarios del gobierno nacional: al
parecer, el proyecto había sido preparado en la Auditoría del Ministerio de Marina y alcanzado a de Pablo
Pardo por un enviado de Correo de la Tarde.
Es que en esos momentos Cuba, más que nada, era quien quitaba el sueño al Departamento de Estado
y a la CIA. Argentina se había ofrecido como mediadora en conflictos surgidos entre Fidel Castro y los
Estados Unidos y entre el líder cubano y la Iglesia de su país. El presidente opinaba que “no debía arrojarse
en brazos de la URSS, más de lo que parecía estar, a la Cuba Revolucionaria” y que dicho país podía confiar
“en el apoyo de países tales como Argentina y Brasil”. Por otra parte, Frondizi no por casualidad incluía a
Brasil en el ofrecimiento: aspiraba a convertir la tradicional rivalidad argentino-brasileña en una alianza que
permitiera contrabalancear la influencia norteamericana. Parecía el momento adecuado para lograrlo, ya que
Janio Quadros, presidente brasileño, estaba impulsando una política exterior que tendía hacia un marcado
neutralismo. En abril de 1961, ambos se reunieron en Uruguayana. Eligieron mal el momento, porque
mentras la entrevista era realizada se desencadenaba la aventura de la Bahía de los Cochinos y de esa forma
los dos presidentes que más ardorosamente defendían la tesis de la autodeterminación de los pueblos se
encontraban juntos, parecía que a propósito, mientras Estados Unidos intentaba avasallar esa
autodeterminación. Pero ellos no sabían lo que iba a acontecer. Los que sí parecían tener alguna especie de
videncia –o de información– eran algunos sectores de las Fuerzas Armadas, que por boca del Secretario de
Marina, Clement, avisaron a Frondizi: “Señor, si Ud. va a Uruguayana a entrevistarse con Quadros nosotros
no tenemos la seguridad de que pueda seguir siendo presidente a la vuelta”. 24 Existía la sospecha, en medios
castrenses, que de esa reunión surgiera el embrión de un bloque de naciones neutrales.
Frondizi fue a Uruguayana de todas formas y sintetizó el punto de vista argentino, al cual adhirió
Quadros. En primer lugar, que tanto Brasil como Argentina pertenecían, ineludiblemente, al mundo
occidental. En segundo lugar, que la posiciones neutralistas deben ir acompañadas de un efectivo y profundo
desarrollo de los países. En tercer lugar, que ese desarrollo debe fundarse en el esfuerzo nacional pero debe
complementarse con la ayuda del capital extranjero, un capital que debe provenir de occidente y
fundamentalmente de Estados Unidos, centro financiero de nuestro continente. En cuarto lugar, que la
Argentina deseaba coordinar con el Brasil su planteo. En quinto lugar, que si el desarrollo no se asegura, la
democracia corre un serio peligro en los países subdesarrollados. Finalmente, se reivindicó la condición de
“Sudamericanos” de los países, los que equivalía a imponer a los Estados Unidos la realidad diferente del
Cono Sur, totalmente distinta a la del Caribe. El análisis de la situación cubana no fue dejado tampoco de
lado, máxime teniendo en cuenta la presión de los últimos acontecimientos:”La operación efectuada, ha
tenido como consecuencia dos resultados: dejar a Kennedy en mala situación ante la opinión pública
norteamericana por el fracaso de la invasión y, por la contraria, dejarlo mal ante la opinión pública mundial,
porque le atribuye la responsabilidad de esta invasión”, sintetizó Frondizi. En materia de intercambio
económico, por su parte, el presidente declaró que la Argentina deseaba intensificar su comercio con el
Brasil, pero que no aceptaba una nueva división internacional del trabajo -dado el mayor desarrollo industrial
brasileño- sino relaciones igualitarias. Quizás lo que surgió de Uruguayana como saldo más notorio fue la
decisión de establecer un sistema de consulta previa entre los dos países y de intercambio permanente, la

23
Nelly Casas: Frondizi, pág. 132.
24
Nelly Casas: Frondizi, pág. 136.

48
coordinación de una acción conjunta en medio del complejo panorama de la política internacional. Ni los
grupos opositores internos ni los internacionales podían ver con buenos ojos estas resoluciones.
Con Chile y Paraguay, en cambio, la política internacional estuvo impregnada de influencias
militares. En el primer caso, los crecientes problemas fronterizos eran alentados por las Marinas de Guerra
de los dos países, pero en setiembre de 1961 el presidente firmó con Alessandri la “Declaración de Viña del
Mar”, donde se establecía un sistema de consultas al propiciado en la reunión de Uruguayana.
En el caso paraguayo, por su parte, según muchos analistas los razonamientos estaban “fabricados”
por el ejército, que adiestraba guerrilleros opositores a Stroessner hasta que comprendió que el presidente
paraguayo servía a los planes del Departamento de Estado en su esquema anticomunista: en ese momento,
los problemas cesaron.
Con el gobierno del uruguayo Haedo no hubo problemas.
Si exteriormente la política parecía favorecer a los planes presidenciales entrecasa otro era el cantar.
Si bien es cierto que Frondizi logró que Kennedy removiera a su embajador Ray Rubbotom, vinculado a los
grupos militares más opositores, estos no le perdonaban que Argentina se hubiera alineado con aquellos
países que querían mantener a Cuba dentro del sistema panamericano. Para colmo, la Argentina continuó con
sus esfuerzos de mediación, que, por otra parte, fracasaban uno tras otro. Fue en ese marco que se produjo la
entrevista con el Che. Frondizi opinaba que las actitudes de Ernesto Guevara daban a entender que Cuba
deseaba mantenerse dentro del sistema panamericano y aprovechando que el Comandante había viajado a
Punta del Este para participar de la Conferencia del Consejo Interamericano Económico Social, decidió
reunirse con él en Buenos Aires, en medio de un ambiente político convulsionado por una profunda crisis
que por entonces había estallado en Aeronáutica. El 18 de agosto a las 10.20 aterrizaba en Don Torcuato el
avión que conducía al mítico guerrillero, acompañado solo por el piloto (Tomás Cantore), el ex diputado
Jorge Carretoni y Jorge Aja Castro. Sin haber pronunciado una sola palabra en el camino, Guevara llegaba
una hora después a la quinta presidencial: había aceptado las tres condiciones impuestas por el presidente
argentino y que consistían en secreto absoluto sobre ese viaje, no hacer ningún tipo de declaraciones y
visitarlo sólo a él. La entrevista, a solas, duró 70 minutos. Dos líneas políticas absolutamente dispares fueron
las sostenidas por uno y otro dirigente. De todas formas, Frondizi reiteró sus buenas intenciones de
mediación para alcanzar una situación de paz entre la isla y los Estados Unidos. A esa altura de los
acontecimientos, Guevara no creía que esa solución fuera posible pero se mostró aceptante de los esfuerzos
realizados por el presidente. A las 14.06, de nuevo el Bonanza Taxi que lo había transportado despegaba de
Buenos Aires. Ahora empezaba lo peor para Frondizi.
Esa noche, el primer mandatario pronunció un discurso dirigido a la ciudadanía. Todos esperaban
que se refiriera a la crisis de la Aeronáutica, pero él se refirió al visitante. Correo de la Tarde había mostrado
una foto, presumiblemente trucada, en la cual se veía a un hombre con boina y barba subiendo a un avión; y
su director, Francisco Manrique, había recrudecido en sus ataques al gobierno, al que calificaba de pro
cubano. Frondizi, mientras tanto, expresaba: “Nosotros no queríamos ser jamás gobernantes de un pueblo
temeroso de confrontar sus ideal con otras ideas. El pueblo argentino nunca tuvo miedo en el pasado ni lo
tiene ahora. Por el contrario, está absolutamente convencido de que la causa americana, occidental y cristiana
es invencible y que Cuba, tarde o temprano, se reintegrará al seno de la familia americana”. 25 Ese lenguaje
político no los conformó demasiado a los dueño de La Prensa, que publicaron al otro día que el presidente
mantenía contactos esotéricos con dirigentes del comunismo internacional. De inmediato se oyó el clásico
rodar de las orugas de los tanques y se agitaron los cuarteles. Fue el más formidable planteo que tuvo que
soportar Frondizi desde su ascenso al poder. La noticia oficial de la visita de Guevara se dio, por parte del
gobierno, recién cuando aquel se hubo marchado y ahora las voces castrenses eran una mezcla de lamentos y
amenazas: “Indignación por recibir a un comunista, renegado y criminal”, “la impresión ha sido peor que si
hubiera venido Kruschev”, “no se dan explicaciones a subordinados, pero los mandos han quedado
descolocados” era el contenido de los principales ayes. Empero, señala acertadamente Gregorio Selser: “La
sorpresa e indignación que mostraron las Fuerzas Armadas era obviamente más fingidas que real. Sus
servicios de informaciones estaban perfectamente al tanto de lo que se estaba gestando, como lo estaba la
SIDE, aunque ignorasen los detalles mínimos y el momento y lugar en donde la reunión se realizaría.
Finalmente, su calculada –y explotada– indignación era ilógica si nos atenemos al hecho elemental de que la
Argentina mantenía relaciones diplomáticas normales con Cuba y era prerrogativa presidencial no delegable
juzgar la oportunidad, importancia y consecuencias para la política de una entrevista como la comentada, con
un representante conspicuo de una Nación hermana”. Estas mismas consideraciones repitió en su momento el
canciller Adolfo Mujica, que acompañaba al presidente en las extensas reuniones celebradas con los jefes

25
Nelly Casas: Frondizi, pág. 145.

49
militares, conciliábulos que hicieron exclamar a Frondizi, al borde del agotamiento físico: “¡Qué difícil es
jugar al ajedrez con jugadores de truco!” 26 Y Rogelio Frigerio analizaba años después aquellos avatares:
“Nuestra posición era muy concreta. Estábamos, y estamos, en total desacuerdo con el camino emprendido
por los líderes cubanos. Por un lado, disentimos en la forma en que han planteado el problema del desarrollo.
Para ellos, puede resolverse con la producción de azúcar y tabaco. Coincidían en eso con nuestras capas
dirigentes tradicionales, para las cuales las carnes y los granos tenían asignado el mismo papel. Nosotros
oponíamos la ciencia económica y la experiencia histórica. En las condiciones del deterioro de los términos
del intercambio esas soluciones no conducen ni al desarrollo ni a la afirmación nacional, conducen a todo lo
contrario. Y por otra parte, además de esta diferencia de concepción doctrinaria, había una diferencia política
fundamental. Nosotros creemos que cada país puede darse el régimen político que desee, pero no admitimos
que las revoluciones se exporten, como pretendían los cubanos. Para nosotros los procesos nacionales son
intransferibles. Ahora bien, establecidas estas diferencias, corresponde analizar el conjunto del problema. Lo
esencial en ese caso era evitar que el caso cubano saliera de los marcos del sistema hemisférico. Esa era la
posición de nuestro gobierno y era la íntima posición de Kennedy, con quien Frondizi había tratado el
problema. No me refiero ya al hecho de que la radicalización de Castro se debe en buena parte a rigidez del
gobierno de Eisenhower. Aun admitiendo que de cualquier manera los cubanos hubiersen llegado al punto
que llegaron, era conveniente que La Habana no entrara en el dispositivo de las relaciones soviético-
norteamericanas, en los tramos finales de la guerra fría. Si eso no hubiera ocurrido, como ocurrió con la
expulsión votada en la OEA, se hubieran evitado las serias complicaciones que sobrevinieron al aislamiento
de la isla y a su integración a un dispositivo extrahemisférico. Respecto de la entrevista de Frondizi con el
Che Guevara, si aplicamos esa visión retrospectiva resulta evidente que fue un asunto carente de toda
importancia. La crisis que se provocó fue realmente grotesca y reveladora tanto de la intemperancia como de
la mala fe que reinaba entonces. Ocurrió antes de la ruptura con Cuba y antes de que Guevara emprendiera la
aventura de exportar la Revolución. Y de todos modos era simplemente un ciudadano argentino que pedía
permiso al Presidente para venir al país a visitar a un familiar enfermo. Era imposible negarlo. Este señor
llegó al país, fue trasladado por hombres de las Fuerzas Armadas a la Casa de Gobierno y Frondizi lo recibió
y naturalmente conversó con él. Y las Fuerzas Armadas conocieron en forma prolija y total el itinerario de
Guevara, quien no demoró en dejar el país. De la conversación con Frondizi no surgió sino un
enfrentamiento doctrinario entre dos posiciones opuestas: la del castrismo y la del desarrollismo argentino.
El planteo que se hizo a propósito de ese acontecimiento nimio, natural en cualquier país civilizado, fue una
de las tantas piedras que se nos pusieron en el camino. Los golpistas para hacer eso, si no había una excusa la
inventaban”. 27
El Che prosiguió su ruta y a su paso las crisis estallaban: Janio Quadros lo condecoró con la gran
cruz del Cruceiro se Sul y al poco tiempo debió renunciar; Richard Goodwin –antes en Punta del Este– había
conferenciado a solas con él y había tenido problemas: parecía que al internacionalismo proletario se oponía
un verdadero internacionalismo reaccionario. Frondizi, por su parte, había logrado superar la crisis. En
setiembre de 1961 el presidente viajó a Estados Unidos para hablar en la Asamblea de las Naciones Unidas,
acompañado de su nuevo canciller, el conservador Miguel Angel Cárcano, insospechable de aproximaciones
con el comunismo y amigo del presidente Kennedy. Cuando, en compañía del embajador argentino Donato
del Carril, del secretario de Estado Dean Rusk y de otras personalidades, los dos hombres se encontraban en
el Hotel Carlyle, esperando para ser recibidos por Kennedy, un mensajero que se acercó al grupo entregó un
paquete que bien pronto llegó a manos del presidente. Frondizi revisó rápidamente el contenido y luego lo
extendió al Secretario de Estado norteamericano: “son falsos”, dijo apenas, pero con tono categórico. Daba
así comienzo el episodio de “las cartas cubanas”.
Sucede que en ese envoltorio, entregado al Presidente, había unas presuntas fotocopias de
documentos sustraídos de la embajada de Cuba en Argentina, documentos estos que “probaban” la
ingerencia del castrismo en nuestro país. Lo que en realidad se perseguía a través de ese escándalo que quería
forzarse era deteriorar la imagen del encuentro con Kennedy justamente en el preciso instante en que iba a
concretarse un apoyo norteamericano a las posiciones argentinas, respaldo que tenía, por otra parte un
nombre y apellido propios: El Chocón. A pesar del impacto, mientras trataba de ganar tiempo, la entrevista
de Frondizi con el presidente norteamericano fue fecunda y Kennedy comprometió su apoyo para El Chocón.
Pero después de la despedidas el escándalo siguió su curso. El ex presidente cubano Prío Socarrás anunció
un plan de la Habana para derrocar a Frondizi. Un abogado cubano apellidado Díaz Silveira expresó en una
conferencia de prensa celebrada en pleno centro de Buenos Aires que los famosos documentos, 83 en total,

26
Miguel A. Scenna: Frondizi y las cartas cubanas, revista Todo es Historia Nro. 48, Bs. As., bril de 1971.
27
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 72 y sgtes.

50
eran parte de una serie de notas confidenciales enviadas por el subsecretario político del ministerio de
Relaciones Exteriores de Cuba al encargado de negocios de Cuba en Argentina y robados por un ex cónsul
en Buenos Aires, refugiado a la sazón en Miami. Díaz Silveira agregó lujos de detalles: contrabando de
armas por el norte argentino, escuelas de guerrilleros, campañas de difamación de las Fuerzas Armadas,
organización de un poderoso frente político de izquierda, creación de una red de espionaje comunista,
fabricación de conflictos laborales por parte de obreros y estudiantes argentinos, adoctrinados previamente
en Cuba. Los diarios, totalmente agradecidos, comenzaron a duplicar sus tiradas y agotaban las ediciones.
Pero todo ese proceso tenía un punto –entre muchos otros– absolutamente débil: los originales no
aparecían. Correo de la Tarde y Alvaro Alsogaray clamaban por medidas. El ministro de Marina, Clement,
planteó, en nombre de la Junta de Almirantes, la necesidad de una ruptura de relaciones. El ejército, por el
momento, se conformaba con una investigación. La Prensa azotaba sin cesar. La Federación de Partidos de
Centro y los demócratas cristianos preferían las cabezas de los funcionarios de la Cancillería supuestamente
mencionados en los documentos. Finalmente, los dirigentes del Frente Revolucionario Democrático-
anticastrista-entregaban en Miami a oficiales de las Fuerzas Armadas que especialmente debieron trasladarse
a esa ciudad, en un verdadero trato de igual a igual (como si el mencionado frente fuera otro gobierno), un
paquete de documentos de los cuales sólo uno concordaba con las tan manidas fotocopias: los otros eran
simples informes de rutina, que nada tenían que ver con ninguna irregularidad. Sometidos al peritaje del
Colegio de Calígrafos, así como también al de los distintos servicios –Marina, Ejército, Aeronáutica,
Gendarmería y Policía–, todos ellos coincidieron en la conclusión: un solo documento importaba y ese era
“absurdamente falso”. O los servicios habían sido engañados como ineptos o habían colaborado en una
patraña que comprometía la política externa del país. “¿QUIEN LOS FALSIFICO?”, preguntaba con
mayúsculas Carlos Florit. 28 “Según me dicen, estos documentos han sido falsificados en Buenos Aires”,
expresó por su parte el canciller Cárcano cuando fue interpelado en el Congreso. Correspondía entonces
desarrollar una investigación a fondo para determinar los autores del delito y el lugar exacto en donde la
falsificación había sido realizada, aunque en realidad, pero en voz baja, todos parecían comentar las
respuestas exactas a estos interrogantes. Finalmente, todo el asunto se derivó hacia una vía muerta: las
presiones que exigían el silencio eran demasiadas.
De todas formas, el problema cubano, globalmente, seguía en el candelero y cada vez más
patéticamente. En noviembre de 1961 el senador Humphrey pasó por Buenos Aires, y esa visita fue el enlace
de nuevas entrevistas de Frondizi con Adlai Stevenson y Kennedy. El día 26 de noviembre se produjo la
entrevista del presidente argentino con el embajador norteamericano ante las Naciones Unidas: se trataba de
concertar una política común a la vista de la propuesta colombiana de tratar el caso en el seno de la OEA.
Mientras que Frondizi expresaba que el tema cubano debía ser tratado por una especial reunión de
cancilleres, Stevenson complementaba esa opinión afirmando que la Organización de Estados Americanos se
había mostrado totalmente ineficaz para encontrar soluciones y que ello podría acarrear la crisis del sistema.
La coincidencia debía girar alrededor de tres temas: lograr la permanencia de Cuba en la organización, salvar
la unidad continental –bastante deshilachada– y activar el desarrollo. La reunión de cancilleres fue fijada
mientras el presidente argentino, después de despedirse de Stevenson, continuaba un viaje hacia Canadá,
India, Japón, Thailandia y Grecia. Estando la delegación en Japón recibió Frondizi una invitación del
presidente Kennedy y, aceptándola, se reunió con el mismo en Palm Beach el día de Nochebuena,
conciliábulo este que para nada mereció la bendición del Departamento de Estado. Alrededor del tema
cubano, los dos hombres parecían coincidir, aunque ambos estaban sometidos, por separado, a parecidas
presiones. Por ese entonces hacía ya tiempo que Kennedy había echado a rodar, por otra parte, su proyecto
de la Alianza rara el Progreso.
Con respecto a esa idea opinaba Frondizi: “Mientras no podamos atacar frontal y masivamente el
atraso, la miseria y la frustración de millones de latinoamericanos, será inocuo todo esfuerzo e ineficaz toda
medida de represión que pongamos en práctica. Las sanciones no eliminarán a Castro de la geografía de
América y no le impedirán que siga ejercitando la perturbación en los demás países. La eliminación del
régimen cubano tampoco tornará inmunes a nuestras naciones de la infiltración de ideologías subversivas e
incompatibles con los principios que sustentamos e ideales que no gobiernan mientras la Alianza para el
Progreso que los traduce e interpreta no sea llevada a la práctica y, sin pausa, liberada de rutinas burocráticas
y mezquindades técnicas y sustentada en una movilización sin precedentes de recursos financieros, que
hicieron posible al pueblo norteamericano y a los países de alto desarrollo de la vieja Europa vencer la
atracción de la violencia como sistema político”. 29

28
Miguel A. Scenna: Frondizi y las cartas cubanas, Todo es Historia Nro.48.
29
Nelly Casas: Frondizi, pág. 154.

51
De esta forma el Presidente unificaba dos temas fundamentales para América Latina: por un lado, el
caso cubano; por otro, el de una Alianza para el Progreso que el desarrollismo no aceptaba en la medida en
que planteara como una mera nueva división internacional del trabajo y en la medida en que, previamente,
los países miembros de la misma no tuvieran la posibilidad de impulsar sus propios procesos de desarrollo
nacional, única vía –según las tesis del desarrollismo– que los iba a colocar a todos ellos en un mismo pie de
igualdad.
Ese mismo diciembre Fidel Castro se proclamó marxista-leninista y sus enemigos se encolerizaron
como nunca. Dos días después de esas declaraciones del líder cubano se reunía el Consejo de la OEA, que
debía decidir acerca de un espinoso problema: la Reunión de Consulta que próximamente iba a reunirse para
tratar el tema cubano, ¿debía convocarse de acuerdo a los términos del Tratado de Río de Janeiro –que
permitía la aplicación de sanciones a la isla– o de acuerdo a la Carta de la OEA, que excluía la posibilidad de
castigos?. Obviamente, se eligió el primero de los caminos, en una votación bastante disputada: Cuba y
México se opusieron a la medida y, por su parte, Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y Ecuador decidieron
abstenerse. De todas formas, quedaba abierto el camino para la realización de los íntimos deseos del
Departamento de Estado: expulsar a Cuba socialista de la OEA, pasando por alto que el reglamento de la
organización no contempla la posibilidad de expulsión de sus miembros. Hacia fines de enero de 1962 se
reunió en Punta del Este la VIII Conferencia de Cancilleres. Los Estados Unidos estuvieron representados
por Dean Rusk; Argentina por Miguel A. Cárcano y Cuba por Osvaldo Dorticós, que en realidad era
presidente y no canciller. El presidente Frondizi había escrito al representante argentino: “Queremos salvar la
unidad del sistema interamericano y por eso nos abstendremos de votar sanciones que puedan vulnerar el
principio de la no intervención, que irritarán más las condiciones políticas actuales y que se prestarán a la
continuación más agresiva de las actividades extremistas de izquierda y de derecha”. Los secretarios
militares presionaban al presidente para que se definiera con respecto a la posición argentina en la
Conferencia. Este, que los conocía, recién lo hizo cuando las deliberaciones ya habían comenzado. Ese juego
de presiones tenía su continuación en el propio lugar de reunión: grupos de senadores y funcionarios que
escoltaban al dúctil Secretario de Estado norteamericano revoloteaban constantemente alrededor de los
delegados latinoamericanos e influían sobre sus decisiones mediante una amplia gama de recursos que
incluían la seducción, la amenaza y el soborno.
La posición argentina era la de evitar la aplicación a Cuba de las sanciones previstas por el Tratado,
de Río de Janeiro. Brasil, México, Chile, Bolivia y Ecuador parecían compartir esa tesitura, Uruguay
también, en un primer momento –luego la abandonaría–, y Haití ofreció su apoyo pero al final defeccionó.
Paralelamente, se planteó un aspecto formal: la reunión no preveía la expulsión de un miembro, y por lo
tanto procedía convocar a otra reunión especial para modificar, previamente a una resolución en ese sentido,
la Carta de la OEA. Sin embargo, los países ultraduros, que capitaneados por Colombia y Perú sumaban 14
votos y respaldaban la tesis de la expulsión, se abstendrían de votar si esta no se resolvía de inmediato. Ante
tal alternativa Estados Unidos se sumó a la posición de la mayoría, y Argentina se abstuvo, acompañada por
Brasil, México, Bolivia, Chile y Ecuador. Cárcano fundó la decisión argentina en el peligroso precedente que
se estaba concediendo al órganos de consulta formado por los cancilleres, otorgándosele facultades no
atribuidas por los tratados en vigencia y por aplicarse a una Nación americana una prescripción que no
figuraba en los reglamentos de la OEA.
Cárcano estaba convencido, según sus palabras, de que al volver al país sería felicitado, sobre todo
por los representantes de las Fuerzas Armadas, por la defensa de una actitud independiente y soberana en el
seno de la Conferencia. Vanas ilusiones las suyas. Al contrario, los sectores castrenses exigieron al
presidente una reunión explicativa y antes aún de que esta se llevara a cabo ya el secretario de Aeronáutica,
Rojas Silveyra, impartió la Orden General Nro. 29, reafirmando a sus unidades “su posición occidental y de
solidaridad con los países que han asumido la defensa del mundo libre”. Cárcano rindió su “examen” ante los
mandos y estos, aparentemente satisfechos, consideraron, no obstante, que esas explicaciones debían
extenderse hasta la opinión pública. Paralelamente se endurecieron las posiciones militares: se pidió la
renuncia del canciller, se acuartelaron tropas y se vociferó en procura de la ruptura de relaciones, decidida
por la reunión de la OEA. Frondizi apoyaba a su ministro. Sin embargo, las presiones aumentaban por
momentos. El 3 de febrero del nuevo año, desde Paraná, el presidente pronunció un discurso: en él denunció
que se agitaba “el fantasma de la supuesta claudicación del gobierno ante el comunismo, con el único y
oculto propósito, de implantar una dictadura en el país”. Y agregaba: “Están conspirando contra la legalidad
constitucional precisamente cuando esa legalidad se afianza en la República y se hace respetar en el mundo”.
Después de esto, el diálogo con las Fuerzas Armadas estaba prácticamente aniquilado. No obstante, la
Argentina rompió con Cuba.

52
k) Las Fuerzas Armadas

Puede hablarse, sin temor a incurrir en una equivocación, que un perenne desentendimiento fue la
constante de las relaciones del presidente Frondizi y las Fuerzas Armadas del país. Polarizadas por los
respectivos gobiernos de Perón y de la Revolución Libertadora, al asumir el gobierno de la UCRI dichas
fuerzas estaban profundamente divididas: unos y otros sectores, a su tiempo, se habían convertido de
perseguidos en perseguidores, de juzgados en jueces de sus propios camaradas. Sobre el filo de la asunción
de Frondizi diferentes líneas pugnaban por imponerse. En primer lugar, los que deseaban una especie de
paradojal “dictadura democrática”, sin plazos prefijados de duración. En segundo lugar, quienes propiciaban
una salida constitucional, pero de signo “continuista”. Finalmente, los que querían un retorno a las normas
legales a través de elecciones limpias. Todos esos sectores, absolutamente politizados, distaban mucho de ser
las Fuerzas Armadas profesionalizadas a ultranza que se mantienen al margen de la actividad de los
gobiernos.
Las primeras fricciones comenzaron para Frondizi cuando se dispuso a designar el gabinete militar.
En representación del Ejército el presidente designó al general Héctor Solanas Pacheco. El nombramiento del
subsecretario, empero, fue más arduo: Solanas Pacheco propuso al coronel Manuel Reimundes, conspirador
del 51 que había soportado cárcel y que estaba en franco enfrentamiento con quienes, como Aramburu,
habían tenido oportunidad de seguir desarrollando la carrera bajo el gobierno de Perón. Por esos
resquemores, justamente, fue descalificado. Los próximos nombres que se manejaron fueron los de
D’Andrea Mohr –convertido, finalmente, en el subsecretario designado– y el del coronel Olascoaga, que
quedó como Jefe de la Casa Militar. D’Andrea Mohr comenzó, prontamente, a compartir las cabeceras de
almuerzos golpistas, mientras que Reimundes -partidario de la “mano dura” y probable cabecilla de una logia
autotitulada del “Dragón Verde”– accedía ahora sí a la subsecretaría, en sustitución de un D’Andrea Mohr
que debió renunciar, dados sus desplantes. Un enfrentamiento interno de la fuerza en el medio del cual
navegaba, no demasiado pertrechado, el Presidente.
En el ámbito de la Aeronáutica la “partida” tampoco era muy clara. Frondizi designó como secretario
del arma al comodoro Roberto Huerta, nacionalista y apreciado en el ambiente de los aviadores. Pero bastó
que este convocara al comodoro Krause, en situación de retiro hasta ese momento, para que todo ese apoyo
se desvaneciera rápidamente. La crisis ganó entonces el seno de la Fuerza Aérea y, de paso, se hicieron oir
voces de descontento por lo que se entendía era una preferencia del presidente hacia la Marina, que se
disponía a comprar el portaaviones “Warrior”. La posición de Huerta se fue haciendo cada vez más difícil y
aunque Frondizi lo respaldaba debió renunciar. Dentro de todo, el cambio favoreció al presidente de la
República, ya que el brigadier Ramón Abrahin se reveló un defensor del orden institucional y apoyó
constantemente a la institución presidencial, por lo menos mientras pudo; después, a él también le llegó el
turno en agosto de 1961, fecha en que una nueva crisis de la Aeronáutica forzó su reemplazo por el brigadier
Rojas Silveyra.
En Marina, por su parte, fue designado un viejo conocido del presidente, el almirante Adolfo
Estévez. Desde esa arma fue desde donde se creó la mayor oposición al presidente: las influencias de Rojas,
Palma, Sánchez Sañudo y Manrique no tardaron en hacerse sentir negativamente para el gobierno.
Las diferentes fuerzas, por un lado, se controlaban celosamente y decapitaban de raíz cada intento de
preeminencia de alguna de ellas sobre las demás. Pero, al mismo tiempo, actuaban como vasos comunicantes
y no pocas conspiraciones internas se gestaban con el apoyo de las ¿tras. Así, quienes fomentaron la crisis
que terminó con la renuncia de Huerta, se reunieron en el Colegio Militar, motivo este por el cual el
Presidente debió decretar sanciones que acarrearon la renuncia de su Director, el general Labayrú, al mismo
tiempo que el levantamiento de sanciones impuestas por la Libertadora a 200 oficiales de Aeronáutica
enrarecía aún más el ambiente. Pero no fueron esos, simplemente, los rozamientos. Al contrario, esto se
multiplicaban. La Marina se disgustaba porque la Aeronáutica quería comprar aviones Albatros anfibios y la
SIDE interceptó una carta del agregado naval de la embajada norteamericana, en la cual se expresaba que la
Marina debía “evitar de cualquier manera” 30 que esa compra se materializara, desatándose de esta forma una
crisis sin precedentes. El presidente trataba de conciliar las posiciones. Como los diez aviones que querían
adquirirse estaban equipados con técnicas de guerra antisubmarina –algunos– y de salvamento –otros–
Frondizi estableció una directiva: la responsabilidad de la lucha antisubmarina correspondería a la Marina,
mientras que el salvataje aéreo de aviones en el mar estaría en manos de ambas secretarías, en relación
recíproca. Pero ninguna de las dos fuerzas quedaron conformes con esa resolución. Por su parte, los
diputados de la UCRP –por aquello de “río revuelto”– presentaron un pedido de informes aludiendo a la

30
Nelly Casas: Frondizi, pág. 106.

53
intromisión extranjera (por la carta interceptada). Finalmente surgió un aflojamiento, pasajero pero que por
lo menos permitía renovar el aire a los pulmones del Ejecutivo: Aeronáutica ofreció desistir del equipo
antisubmarino y compartir los aviones Albatros con la Marina. Otra vez salía beneficiado de una crisis este
sector de las Fuerzas Armadas, el cual, paradójicamente, era el que más duramente presionaba al gobierno.
Las mayores crisis, no obstante, se produjeron en el ámbito del ejército. Se iniciaron con un
radiograma que desde Córdoba cursó el jefe de esa guarnición, general Rosendo Fraga y en el cual se pedía
la remoción del subsecretario Reimundes. Se aceptó la renuncia de este, quien fue reemplazado, justamente,
por el propio Fraga. Las manos de civiles que en Córdoba azuzaban a la rebelión no estaban ajenas a este
pronunciamiento. Una campaña golpista fue desatada por toda la prensa oral y escrita y a ella contestó el
secretario Solanas Pacheco, con un discurso legalista que le salió caro: pasó a ser el destinatario de las
próximas embestidas, que serían fuertes, a juzgar por la proclama “revolucionaria” publicada por el general
Osorio Arana en el vespertino Acción de Montevideo. Corría el 21 de julio de 1959, apenas. Reuniones de
mandos, relevos y arrestos se sucedían en la Marina, justo en momentos en que Alsogaray acomodaba sus
papeles sobre el escritorio “Minister” de su doble cartera. Cuando Solanas Pacheco fue desplazado de la
escena los propios sectores del ejército que lo habían descalificado pasaron a enfrentarse entre ellos: ninguno
quería dar ventajas. Caballería versus artillería era la gran división, pero dentro de la caballería dos
irreconciliables posiciones: los presos del 51 y quienes habían seguido en funciones. Frondizi designó a
Elbio Anaya, antiguo general apolítico, retirado. Como pertenecía a la caballería, para contrapesar le asignó
como subsecretario a un artillero, el coronel López Meyer.
El recién llegado Anaya se abocó prestamente a la búsqueda de su Comandante en Jefe. De una
prolija lista de diez candidatos, por un motivo u otro, fue eliminando a casi todos. En el repaso final, su
elección recayó en Severo Toranzo Montero, a la sazón cumpliendo funciones ante la Junta Interamericana
de Defensa en Washington: había servido ya a sus órdenes y era muy disciplinado, juzgó Anaya. Frondizi, a
pesar de que había decidido no intervenir en los nombramientos, expresó, de todos modos, al general: “Usted
sabe, general, en qué condiciones le he confiado el ministerio, pero quiero prevenirlo. A Toranzo lo conozco
desde que era teniente porque fui amigo de su padre, que era una excelente persona. Durante el gobierno de
Perón lo tuve refugiado más de un mes y lo ayudé a salir del país. Si usted lo nombra Comandante en Jefe no
va a pasar mucho tiempo antes de que él lo eche a Ud. de la Secretaría”. 31 Anaya insistió con su decisión y
un mesiánico Toranzo Montero se hizo cargo del nombramiento. Al presidente, esa circunstancia no le
transmitía mucha seguridad, y menos después que otra crisis de la Marina lo privó del apoyo de Adolfo
Estévez, renunciante y reemplazado por el contraalmirante Gastón Clement.
Apenas transcurrido un mes de su nombramiento, Toranzo Montero, sin efectuar ninguna consulta
previa, relevó de su cargo del Comando del Cuerpo de Caballería al general Lombardi y luego también a los
generales Francisco Villarruel, Ernesto Taquini, Eduardo Conesas y Bruno Grotz, pertenecientes todos al
sector de Reimundes. Para Anaya fue demasiado: olvidando sus antiguos juicios laudatorios, destituyó al
Comandante en Jefe, en decisión que contó con la bendición del presidente. Pero Toranzo Montero,
atrincherado en la Escuela de Mecánica, pensaba resistir, apoyado por otros catorce generales, entre los que
figuraba Fraga. Todos ellos fueron arrestados, excepto Fraga, que se trasladó a su vieja guarnición
cordobesa, desde donde amenazó hasta con formar un nuevo gobierno, para lo cual contaba con algunas
simpatías de las autoridades provinciales. Al mismo tiempo, los generales Locatelli y Cordini, dos de los
catorce generales que habían respaldado el planteo de Toranzo Montero, habían logrado sublevar las
guarniciones de Palermo y La Tablada –en las cuales, paradójicamente habían sido detenidos– y de esa
manera la situación se volvía crítica para el presidente constitucional: un ejército muy dividido, pero cuya
mayoría, junto a las fuerzas de Gendarmería, apoyaba al Comandante en Jefe; una Marina cuyo Comandante
de Operaciones Navales, Vago, se negaba a reprimir; por último, una Aeronáutica que aparentemente
apoyaba a la presidencia y que hasta barajaba la posibilidad de bombardear Córdoba, pero a riesgo de una
grave fracturación interna. La situación era muy grave. Los ministros Villar y Vítolo eran partidarios de la
represión y también Anaya, pero sería un baño de sangre. En medio de ese entorno se produce una entrevista
entre Frondizi y el alzado Toranzo Montero. Conferenciaron durante 45 minutos, que alcanzaron y sobraron
para que el general explicara al que ese movimiento no apuntaba al orden institucional sino a las logias del
Ejército. Los mandos, mayoritariamente, tenían la impresión de que Toranzo Montero, conspicuo espiritista,
estaba loco de remate. Mientras Frondizi hacía números, cumpliendo órdenes de Anaya, el coronel Mario
Fonseca y su segundo Alzaga comenzaron a avanzar hacia Buenos Aires con los tanques que habían sacado
de Campo de Mayo, a los que se sumaba otra columna que llegaba desde Magdalena, a órdenes del coronel
Bergman. El caos era tan grande que creían que iban a derrocar al presidente.

31
Nelly Casas: Frondizi, pág. 111.

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Frondizi permaneció fiel a una de sus constantes: negoció, por medio del general Rodolfo Larcher,
amigo del Comandante en Jefe. Larcher pasó a ocupar la Secretaría de Guerra, y se hizo la paz. Mientras
Anaya, en su último viaje en coche oficial, se volvía a su casa y a la vida civil, recordaría las premonitarias
palabras que Frondizi le había pronunciado tiempo atrás acerca de la peligrosidad de Toranzo Montero. Por
las ventanillas entreabiertas le llegaban, completando el triste panorama, las voces de los canillitas que
voceaban los últimos, titulares: el Presidente Frondizi “se había ido al mazo”.
Toranzo Montero, en su nuevo cargo, comenzó mostrándose como un ferviente defensor de la
legalidad, a pesar de que algunos comentarios que llegaron al presidente lo ponían al tanto de que el general
había expresado a su colega boliviano Ovando Candia que en cualquier momento iba a tomar el poder en la
Argentina. Sin embargo, por el momento se mostraba un fiel defensor de la Constitución. No pasaba lo
mismo en San Luis, donde un grupo de militares encabezados por Fortunato Giovannoni se sublevó: por la
radio, Adolfo Sánchez Zinny leyó una proclama golpista lanzada por esa disparatada revolución de efímera
duración y jefes rápidamente destituidos. Más grave, en cambio, era la situación en las fronteras. En el norte,
los guerrilleros “Uturuncos”. Con respecto a Paraguay, el ya mencionado entrenamiento de guerrilleros del
Partido Liberal probablemente con el respaldo de Toranzo Montero y de la Marina, que veía en Stroessner
una especie de nexo entre Perón y Frondizi. Para colmo, se produjo en Córdoba el grave atentado perpetrado
contra la Shell y frente a él la Marina y el Ejército presentaron al presidente un memorandum en el cual se
contemplaba el fusilamiento sin juicio previo: tal medida no fue aprobada, pero sí lo fue la aplicación del
llamado “Plan Conintes”, Conmoción Interna del Estado. Y el 31 de mayo se enviaba a las Cámaras el
proyecto de represión del terrorismo.
Las fricciones entre Toranzo Montero y Larcher, por otra parte, no se hicieron esperar. El secretario
de Guerra debió renunciar y su puesto fue ocupado por Rosendo Fraga. Toranzo Montero sentía cada vez
más firme el piso debajo de sus pies. Comenzó, por lo tanto, nuevas actividades, esta vez directamente
vinculadas con el campo de la política y de la economía. Junto con los altos mandos exigió la anulación de la
autonomía universitaria. Se opuso luego a la política económica y al enfoque que el gobierno dispensaba al
problema del petróleo. Presentó un documento al Presidente en el cual, prácticamente, se exigía la formación
de un gobierno paralelo, que realmente decidiría y delante del cual Frondizi desempeñaría un papel de mera
pantalla, así como también la reimplantación de la línea histórica Mayo-Caseros-Revolución Libertadora.
Todo ello complementado con la detención o expulsión del país de Rogelio Frigerio. El jefe del
Poder Ejecutivo rechazó de plano tales exigencias. Mientras Toranzo Montero se retiraba de la entrevista
personal con Frondizi, en el transcurso de la cual le había entregado el mencionado documento, la voz del
presidente se dirigía al país a través de un discurso grabado con anterioridad: “Apelo al pueblo argentino y a
sus soldados de tierra, mar y aire. Para contrarrestar esta nueva conspiración lanzada contra todos los
argentinos, contra su paz, contra su bienestar y contra su futuro”. Y agregaba: “En ningún caso renunciaré” 32
Los jefes militares se pronunciaron por la legalidad. Por otra parte, Aramburu empezaba ya a mostrarse
molesto ante el ascenso de Toranzo Montero y sus desplantes y a la Marina tampoco le agradaba la situación,
como que a través de ella veía crecer las posibilidades de poder del Ejército.
Las crisis se superaban una tras otra, pero también una tras otra se sucedían. La visita del Che fue el
detonante de la próxima de ellas. Por ese entonces, un serio conflicto en la Aeronáutica había determinado la
toma del. Aeroparque por parte de los rebeldes y el subsecretario Abrahin, verdadero apoyo del presidente,
debió renunciar. Las posiciones de Frondizi se debilitaban. En medio de ese contexto, y al otro día de la
visita de Guevara, debió reunirse con los secretarios militares, los subsecretarios, los jefes de estado mayor,
el ministro de Defensa y el subsecretario Cáceres Monié. El Comandante en Jefe del Ejército, Raúl Poggi; el
contraalmirante Clement; el Comandante de Operaciones Navales, Vago; Cayo Alsina en nombre de la
Aeronáutica; el Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Spirito; el contraalmirante Palma; el brigadier
Facio; el subsecretario general Peralta; el subsecretario contraalmirante Vázquez; el brigadier Graig y el
general Picca se refirieron desde un ángulo u otro, pero todos condenatoriamente a la situación planteada pos
el visitante. Pero Frondizi, por lo menos en apariencia, logró cambiar el rumbo de la entrevista. Pidió que no
se buscaran culpables fuera de él mismo y definió claramente la posición de Argentina ante el caso cubano.
El general Fraga terminó elogiándolo, aunque de esos ditirambos más vale no asirse demasiado. El resto de
los uniformados, si bien no adhirió a los arrebatos admirativos del general, por lo menos no continuó con sus
diatribas, y todos coincidieron en algo: el Presidente debía rendir explicaciones al país sobre todo el
problema.
Frondizi pronunció el discurso. Sin embargo, acuartelamientos, reuniones de ministros, de jefes, de
oficiales y de suboficiales eran una constante por entonces. Huelgas, paros generales, conflicto prolongado

32
Nelly Casas: Frondizi, pág. 121.

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de docentes, agregaban aditamentos al confuso panorama. El general Aramburu, públicamente, se solidarizó
con las Fuerzas Armadas. El voto argentino en Punta del Este para nada ayudó a la posición del Ejecutivo. El
discurso que desde Paraná pronunció Frondizi cortó de raíz los tímidos y últimos intentos posibles de
conciliación. El triunfo del peronismo en la provincia de Buenos Aires fue la gran oportunidad del golpismo.

56
VI. UN BALANCE DEL DESARROLLISMO

El 27 de marzo de 1962, horas antes de su caída y reclusión, el presidente Frondizi envió a Alfredo
García una carta que para muchos constituye un verdadero testamento político del primer mandatario. Es en
estas líneas donde manifiesta a García su famoso “no me suicidaré, no me iré del país, no cederé”. En ellas,
además, apunta un rápido balance de su gestión: “El 23 de febrero de 1958 no triunfó ni un partido ni un
hombre: triunfó el pueblo, triunfó la-idea de lanzar a la Nación a su destino irrenunciable de desarrollo,
bienestar y libertad. Este programa necesitaba para realizarse que se procediera rápida y eficazmente.
Entrañaba una revolución tan pacífica como profunda. Debíamos terminar con el colonialismo y, en
consecuencia, afectar los intereses locales ligados a esa estructura económica. Sin embargo, el programa de
desarrollo habría de beneficiar a todos los argentinos, a todos los sectores sociales y a todas las regiones
geográficas. Era por lo demás un programa inevitable si no queríamos sucumbir en la desocupación y en la
miseria, ya que la vieja estructura no podía sostener ni alimentar a veinte millones de argentinos. Si los
sectores ligados al colonialismo hubiesen comprendido esto y hubiesen tenido fe en el país habrían facilitado
el camino, incluso para no trabar su propio futuro. Pero no fue así”.
Releído este párrafo, surgen las preguntas inevitables: ¿logró el frondizismo esas realizaciones
concretas que, en bien del país, se proponía? ¿Cuáles fueron sus planes, cuáles sus resultados positivos y
cuáles sus frustraciones?

a) Las etapas del desarrollismo

Arnaldo T. Musich –en el prólogo de Las cuatro etapas, libro de Rogelio Frigerio– opina que pueden
diferenciarse cuatro períodos en el proceso económico del gobierno desarrollista.
La primera de ellas la denomina como “de establecimiento de las condiciones fundamentales para el
desarrollo económico y el saneamiento financiero”. Abarcaría un período que va desde el 1 de mayo de 1958
hasta el mes de junio de 1959. En esta etapa, la asfixia económica resultante de las importaciones de
combustibles fue la causa fundamental que determinó la decisión de adjudicar prioridad absoluta a la
explotación de petróleo. La política petrolera, entonces, pasó a ser la clave de toda la política económica del
gobierno. Ella despertó tremenda oposición. El análisis desarrollista parte de la base de que el nacionalismo
político-económico se había basado siempre en el principio del monopolio estatal y rechazaba los aportes de
capital extranjero para su explotación y que el liberalismo, por su parte -partidario de la incorporación de ese
tipo de capital- siguió, empero, similar política prescindente: ligado a los intereses agropecuarios, de
exportación de materias primas y de importación de productos industriales, sabía que un cambio en la
estructura económica argentina terminaría con su base de sustentación. El desarrollismo, a diferencia de estas
dos doctrinas, abrió las puertas del país al capital foráneo. La mayoría de ese aporte económico fue volcado a
la llamada “batalla del petróleo”. Pero, además, pasó a formar la base de sustentación de los planes que
indicaban la explotación de otros recursos naturales. También a través de la obtención de gas y carbón se
quiso impulsar la actividad fabril, en un esfuerzo por transformar la clásica economía agraria de la
Argentina. Por eso, explican los desarrollistas, se prestó especial atención a la producción de hierro y acero,
bases de las industrias de maquinarias y herramientas. En ese mismo nivel de prioridad, en esa primera etapa
se planificó la recuperación de los servicios: caminos, transporte ferroviario y automotor, comunicaciones en
general. El objetivo era el de integrar la actividad nacional económica y geográficamente, conectando los
centros de producción con los mercados de consumo y con los puertos de exportación. El aporte del capital
extranjero, tanto oficial como privado, debía ser el motor de todas esas realizaciones. Por ese motivo es que
se quiso restaurar la confianza exterior en el país: en ese contexto se solucionaron drásticamente los
problemas pendientes con importantes grupos financieros internacionales. Una vez echadas esas bases, los
teóricos del desarrollismo consideraban que el plan de estabilidad monetaria era un hecho.
La segunda etapa estaría delimitada por las fechas de junio de 1959 y abril de 1961 y definida como
la época de la subordinación del desarrollo al hecho monetario. En ella, el lema fue el de la estabilización
monetaria y el saneamiento financiero. El ministro Alvaro Alsogaray fue quien presidió este período, que
demandó enormes sacrificios a la población y especialmente a los sectores de menores ingresos. Para el
desarrollismo, el ministro Alsogaray desvirtuó, con su personal enfoque de la economía, las finalidades de
esta etapa, que no había sido concebida –según ellos– para operar aislada y prioritariamente en relación con
el programa de desarrollo. Era indispensable que su ejecución recayera no en los sectores más humildes de la
población -sino en los que específicamente constituían las causas orgánicas de la depreciación real de la

57
moneda y el consiguiente descenso del poder adquisitivo de la población. Esas causas eran, para el
desarrollismo, el desequilibrio del presupuesto nacional, en gran medida originado en el déficit de las
empresas ferroviarias y la financiación improductiva de una burocracia desproporcionada. Era menester, por
todo ello, crear fuentes de trabajo que absorbieran a los agentes ferroviarios que debieran ser separados del
servicio y a los 200 ó 300 mil funcionarios que debían ser separados de la administración. En esta segunda
etapa, puede decirse que dos políticas opuestas se desarrollaron paralelamente: la que deseaba seguir
impulsan-do el desarrollo, prioritariamente, y la que anteponía a este la estabilidad. Pero, ¿hasta qué punto
son compatibles la estabilidad y el desarrollo? Al contrario, esa compatibilidad resulta más que discutible.
Además, no se logró en esta etapa, contrariamente a lo planificado de antemano, equilibrar el presupuesto.
Ese fracaso, indirectamente, afectó a la empresa privada, que se veía obligada a mantener a una masa enorme
de burócratas y de servicios que se sustraían a la actividad productiva. Por otra parte, desde el ministerio de
Economía se siguió una política que agravó las relaciones de intercambio comercial con el exterior: respecto
al régimen de importación, se partió del principio de que debían disminuirse las barreras aduaneras de
manera global, sin la menor atención de la política de sustitución de importaciones. A ello se unió –agregan
los críticos desarrollistas de la gestión Alsogaray– la transgresión de las prioridades económicas, liberando
importaciones totalmente prescindibles y maquinarias de importancia relativa en el reequipamiento
industrial. Se abandonó la práctica de establecer regímenes de estímulos para las actividades básicamente
reproductivas y no se actuó con energía para atraer al capital extranjero. En esta etapa, finalmente, el equipo
económico se opuso a la realización de presas hidroeléctricas como El Chocón. No se resolvieron
prioritariamente las propuestas de la industria extranjera sobre el establecimiento de plantas petroquímicas,
de celulosa, papel, soda solvay. Se actuó desganadamente en el campo de la siderurgia y no se multiplicaron
ni los oleoductos ni los gasoductos, funda-mentales para el envión final del desarrollo. En síntesis, la
evaluación desarrollista de esta etapa resalta el hecho de que desde el ministerio de Economía se habrían
vetado todos los planes que tenían que ver con la expansión del país deseada por el Ejecutivo. Sin embargo,
fue ese mismo ejecutivo quien había entronizado –transando, ante presiones militares– al ingeniero
Alsogaray al frente de una cartera fundamental para impulsar una estrategia que, como todo el mundo sabe
(y sabía también en ese momento), el propio ministro no compartía.
La tercera etapa el desarrollismo la ubica entre abril de 1961 y enero de 1962 y la bautiza como el
período del restablecimiento del ritmo y la extensión del desarrollo. Según esta óptica, la sustitución de todo
el equipo económico y del equipo técnico en abril de 1961 permitió restablecer las prioridades económicas y
dar nuevo impulso al desarrollo en todos los sectores claves. Fundamentalmente, se lanzó la llamada “Batalla
del Transporte”. El plan de reestructuración ferroviaria se apoyó en las siguientes pautas: supresión de la
mitad del personal, transferencia a la actividad privada de varios sectores de la empresa estatal, reforma del
reglamento de trabajo, reequipamiento logrado mediante financiación externa, reestructuración
administrativa, reconstrucción de vías y levantamiento de ramales. Se eliminaron así 55 mil agentes,
mediante indemnización de 1.000 dólares a cada uno de ellos en promedio. Se clausuraron 4.000 kilómetros
de vías, se cerraron 8 talleres, se privatizaron los servicios de confitería, coche comedor, etc. Pero en este
período no todo el esfuerzo se centró sobre los ferrocarriles. Se trató de impulsar el desarrollo de zonas
rezagadas, como la Patagonia y el noroeste. Se radicaron industrias petroquímicas, se negoció la
construcción del gasoducto Comodoro Rivadavia-Bahía Blanca, se aceleró el proceso siderúrgico y el
establecimiento de las industrias de soda solvay, de celulosa y de papel. Mientras tanto, en el sector público
se reducía la burocracia y se transferían a las provincias servicios estatales y a la actividad privada algunas
empresas oficiales.
La cuarta y última etapa del gobierno desarrollista, según su propio análisis, comienza en enero de
1962 y tiene corta vida. Iniciada bajo presiones políticas y económicas de todo género, sus metas eran:
intensificación de las industrias del carbón, celulosa, petroquímica, energía hidroeléctrica, soda solvay y
papel; supresión de 300.000 nuevos agentes de la administración pública y 45.000 más pertenecientes a los
ferrocarriles; promoción irrestricta de las exportaciones. La oposición, por el contrario, formulaba otros
vaticinios para ese período: inevitable devaluación y fracaso del plan de estabilización; endeudamiento
exterior excesivo; congelación de aumentos de sueldos y salarios que no responden a un aumento real de la
productividad. Independientemente de la exactitud de unos y otros análisis, tan disímiles, la intervención
militar torció las posibles evoluciones de este proceso.

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b) Las realizaciones

Los autores y políticos desarrollistas consideran al período del gobierno frondizista como pleno de
resultados positivos para el país. Estos son los principales criterios y cifras que esos sectores manejan cuando
realizan sus análisis de ese proceso.
El gobierno desarrollista se propuso detener la situación de estancamiento que era la dominante en el
panorama de la economía argentina en el momento en que el presidente Frondizi accedió al codiciado sillón
de Rivadavia. La concepción de la nueva política económica que pretendía imponer, se orientó, en sus líneas
funda-mentales, a fines bien determinados. En primer lugar, a impulsar el desenvolvimiento de las industrias
básicas, empujando el desarrollo de los sectores productivos y sustituyendo importaciones de materias
primas y de combustibles. En segundo lugar, a dotar a las actividades productivas de la imprescindible
infraestructura de transportes y comunicaciones: para ello se buscó racionalizar los ferrocarriles, construir
nuevos caminos, modernizar la red telefónica y cablegráfica, todo ello tendiendo a la unificación y a la
expansión del mercado interno. En tercer lugar, a desarrollar armónicamente todas las regiones del país,
incorporándolas a los procesos productivos, aprovechando sus recursos naturales y creando nuevos centros
de producción. En cuarto lugar, a racionalizar la Administración Pública, para hacerla más eficiente y
volcando a la actividad privada, en expansión, al personal excedente. Finalmente, a tecnificar la empresa
rural, a fin de que pudiera satisfacer los requerimientos del consumo interno y de los mercados extranjeros.
El punto de partida de ese plan tendió a lograr el autoabastecimiento petrolero. Los 5,6 millones de
metros cúbicos producidos en el país en 1959, se transformaron en 10 en 1960, en 13 en 1961 y en casi 16 en
1962. El autoabastecimiento estaba logrado. Al mismo tiempo que este logro se concretaba, se iniciaron y
concluyeron los trabajos de construcción de los oleoductos y gasoductos de Campo Durán-San Lorenzo y
Challacó-Puerto Rosales, y se licitaba el gasoducto Cañadón Seco-Buenos Aires.
Tras el petróleo, otro sector básico que se intentó promover fue el de la siderurgia. En 1960, el
gobierno desarrollista inaugura el primer alto horno y al mismo tiempo promueve nuevas inversiones en
Zapla. Entre 1958 y 1961, la producción de arrabio pasó de 29.000 toneladas a 397.000 anuales y la
producción de acero se triplicó. En el momento de ser derribado, el gobierno de Frondizi había impulsado la
expansión de los productores siderúrgicos privados y estaba en tratativas con ellos para concretar. la
explotación de los yacimientos de mineral de hierro de Sierra Grande y, posteriormente instalar una nueva
planta siderúrgica en Puerto Madryn, con una producción de un millón de toneladas anuales. En aquel
momento, los planes oficiales fijaban como meta la producción de 4 millones de toneladas de acero.
La industria petroquímica, elaboradora de productos básicos fundamentales para la fabricación de
neumáticos, plásticos, abonos, fertilizantes y plaguicidas, recibió también un gran espaldarazo oficial. Entre
1959 y 1961, se aprobaron 7 propuestas de inversión por un total de 140 millones de dólares, lo que permitió
quintuplicar el valor de la producción de caucho sintético –vital para la elaboración de neumáticos, cuya
demanda se expandió gracias al desarrollo de la industria automotriz y de la maquinaria agrícola– y producir
una vasta gama de bienes petroquímicos básicos, lo que se tradujo en un ahorro de cerca de 70 millones de
dólares anuales.
Entre las metas del gobierno figuraba la construcción de caminos y viviendas: ello produjo el
desarrollo de la industria del cemento y en el período 1959-1961 su capacidad instalada creció en un 32 % y
la producción anual llegó a un pico de 2,9 millones de toneladas.
En el rubro energía se suscribieron acuerdos con Cacle y Ansec, los cuales posibilitaron la creación
de Segba, la instalación en Puerto Nuevo de un turbo generador con una potencia de 140.000 Kw y la
contratación de otro turbogenerador de una capacidad de 194.000 Kw. Se solucionaron también las
dificultades financieras para la gran usina de Dock Sud, con capacidad para 240.000 Kw y se aprobó la ley
de energía, que facilitó la colaboración de capital privado, nacional y extranjero. Se activaron las gestiones,
por otro lado, para la financiación por parte de organismos internacionales de la presa hidroeléctrica de El
Chocón, llevándose a cabo los estudios correspondientes a su realización. Dentro de ese mismo plan
energético, el gobierno central apoyó los objetivos que en la materia se fijaron los gobiernos provinciales,
otorgándose los avales oficiales y los créditos de organismos oficiales para que tales metas cristalizaran. Un
ejemplo en ese sentido fue la nueva usina de Necochea.
Con respecto a la producción de automotores, el objetivo del desarrollismo fue renovar el parque y
ampliarlo, teniendo en vista las necesidades inmediatas y previendo también la futura intensificación del
transporte de carga y la construcción de los nuevos caminos. Además, la industria automotriz utiliza la más
alta tecnología y genera una poderosa industria subsidiaria: la del acero. Se instalaron en el país diez plantas
terminales y en 1961 la producción alcanzó a más de 137.000 unidades. La ocupación de mano de obra en las
fábricas vinculadas a esa actividad abarcó a más de 150.000 operarios. El ahorro de divisas que esa

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producción significaba fue para 1961 de 255 millones de dólares. La ampliación del parque de tractores
puede incluirse también en este rubro: el desarrollismo se planteaba la incrementación de la producción del
campo argentino, mediante la mecanización y tecnificación de sus labores y por este motivo es que se llegó
en 1960 a la producción de 20.229 unidades.
Con respecto a la producción agropecuaria, la administración Frondizi se planteó una política de
reactivación. Tomó medidas tendientes a promover la capitalización del campo, a cuyo fin fijó precios
remunerativos y estableció desgravaciones impositivas para las inversiones en maquinaria agrícola, en
fertilizantes, en plaguicidas y para la retención de vientres. Paralelamente, se liberalizó el mercado cambiario
en 1959 y se lo complementó con un sistema de retenciones que trajo consigo un eleva-miento de los precios
agropecuarios, especialmente para el ganado vacuno. Como consecuencia, crecieron los planteles: en dos
años se aumentó en 2.000.000 de cabezas la existencia de vientres. Como uno de los objetivos inmediatos del
gobierno era incentivar la exportación de carnes, para aprovechar las ventajosas condiciones del mercado
internacional, se adoptaron medidas tendientes a tecnificar las explotaciones ganaderas: de ahí la creación de
Cafade, organismo a nivel de la presidencia de la Nación y encargado de orientar a los productores en la
aplicación de las más modernas técnicas. En el ámbito de la Administración Pública, el desarrollismo buscó
transformar a esta en un mecanismo ágil y barato. Entre 1958 y 1961 se operó la baja de más de 250.000 de
sus agentes, que trataron de ser orienta-dos hacia la actividad privada. De esta forma, en 1961 el déficit se
redujo a 6.000 millones de pesos, apenas el 1,7 % del total del presupuesto.
Otro de los logros concretos del desarrollismo lo constituyó el incremento de las inversiones en
sectores productivos y en la infraestructura. Entre 1958 y 1961, la inversión bruta fija en bienes durables de
producción se duplicó y la inversión externa –sin los contratos de petróleo– alcanzó a 389,4 millones de
dólares. Entre 1960 y 1961, por su parte, las industrias argentinas llevaron a cabo un importante
reequipamiento, que sólo en compras en el exterior llegó a superar los 1.000 millones de dólares.
Finalmente, las obras viales fueron otro de los logros del desarrollismo: en 1959, se canalizaron
hacia esos fines la suma de 2.600 millones de pesos. Y dos años después, se quintuplicaba esa inversión.

c) Las críticas

Una de las críticas más importantes que se hace al gobierno del desarrollismo se centra alrededor de
la figura de Rogelio Frigerio y de la influencia fundamental que sus decisiones tuvieron en ese momento.
Para estos comentaristas, Frigerio cometía un error fundamental: consideraba el desarrollo económico
argentino despojándolo de la compleja trama histórica y social que lo condiciona. De esa forma, dejando de
lado decisivos factores políticos, se limitaba a racionalizar las condiciones óptimas del desarrollo, establecía
las prioridades en el crecimiento económico y mostraba al capital extranjero como el factor decisivo del
despegue. No tuvo en cuenta, sin embargo, que la inversión privada de capitales ha decrecido notablemente
en las últimas décadas. A ese error de cálculo, debe -siempre según esos críticos-sumarse otra falsa
evaluación del frondizismo: los intentos de desarrollar la economía agropecuaria en base a los esfuerzos de
los propios productores, estimulados por el oficialismo. De poco valen los respaldos del gobierno ante una
clase escencialmente parasitaria, que no reinvierte en el mejoramiento de la producción sus mayores
ingresos, sino que los orienta hacia adquisiciones suntuarias. Dejando de lado esa característica definitoria
del aludido sector, en 1959 el gobierno decretó una devaluación, lo cual constituyó un severo golpe para la
industria, en favor del grupo exportador. La cotización del dólar se llevó a 83 pesos, sostenido por el Banco
Central. Esta decisión acentuaba la transferencia de la industria a las actividades agropecuarias y a ella se
añadió la liberación completa de las transacciones financieras en el exterior, para estimular con esas medidas
a los grupos ganaderos y agrícolas a aumentar sus saldos exportables y crear así una masa mayor de divisas
utilizables para reequipar la industria. Pero el ganadero típico no invierte sus mayores ganancias en reequipar
sus tierras ni en tecnificarlas. Por ese motivo, la traslación de ingresos al campo debilitó la industria en lugar
de favorecerla y sólo produjo un aumento de los precios internos. Frente a este fracaso, el desarrollismo
debió recurrir a un expediente más que arriesgado para impulsar el desarrollo: el endeudamiento exterior,
que en ese período trepó hasta los 2.000 millones de dólares.
Las inversiones extranjeras como motor de la evolución económica es otro de los ítems más
polémicos. Para muchos, el gobierno trató de indicar al imperialismo, nada menos que a él, los sectores hacia
los cuales debía canalizar las inversiones: siderurgia, petróleo, etc. Pero los capitales foráneos lo que
persiguen son las altas ganancias, y rápidas. De acuerdo a las cifras manejadas por estos críticos, las
enérgicas medidas adoptadas por Frondizi para atraerlos sólo lograron un promedio anual de 160 millones de
dólares en el período 1958-1961, volcados sobre todo en la esfera petrolera y automotriz. Por otra parte, el

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Estado no se constituyó en conductor de ese proceso y, por lo tanto, la libre empresa, de acuerdo a sus
propios intereses, lideró el desenvolvimiento de las fuerzas productivas. Era, en un principio, como si la
burguesía nacional estuviera realizando sus sueños de encontrar en los Estados Unidos un generoso
protector, como la oligarquía lo había encontrado en su momento en Gran Bretaña. Para llegar a esa
situación, el gobierno había dado un giro de 180 grados con respecto a lo propiciado en su plataforma
preelectoral, donde proclamaba la necesidad de una absoluta independencia de decisión con respecto a los
instrumentos de la economía. Sin embargo, y de acuerdo a la política instrumentada, la situación de
dependencia era muy marcada. Cambios profundos se habían operado por entonces en la economía mundial,
las naciones desarrolladas habían modificado su política tradicional de intercambio con los subdesarrollados:
al clásico trueque de alimentos y materias primas por productos manufacturados de consumo y equipos,
agregaron el suministro de servicios técnicos para la transferencia del conocimiento de nuevas tecnologías y
al mismo tiempo tiempo ampliaron el uso de los instrumentos financieros internacionales como factor de
control de la economía mundial. De ellos –según los críticos– pasó a depender la Argentina. Las empresas
del exterior comenzaron a establecerse en los sectores más dinámicos de la economía y a través de ellos ésta
era controlada en su totalidad: la ley de radicación de capitales favorecía esos intentos. Las empresas
nacionales existentes fueron desplazadas y las foráneas empezaron a desarrollarse sin encontrar demasiada
competencia. Por otra parte, se producía una concentración creciente de la actividad industrial, con
participación primordial de las empresas extranjeras. Hacia ellas se trasladaron los factores de decisión:
según Félix Weil, en The Argentine Riddle, en 1963 “solo 47 fábricas (0.1 % del total), empleaban el 15 %
del personal asalariado, con lo que el grado de concentración superaba en 10 veces el de la industria
americana”. Como resultado, una verdadera sangría de divisas hacia el exterior era la constante, por concepto
de pago, no sólo de las amortizaciones de los equipos destinados a la inversión a efectos del desarrollo del
proceso productivo, sino muy especialmente en forma de dividendos y regalías que se abonaban por
asistencia técnica. Es así que el endeudamiento externo se acrecentó en forma sideral en pocos años y en
1962 representaba tres veces el importe de las exportaciones anuales. Todo ello influyó en forma negativa en
la distribución del ingreso: el rápido aumento del costo de la vida deterioró los salarios a niveles
desconocidos y provocó un creciente malestar en núcleos mayoritarios de la población. A medida que los
sueldos declinaban y que la situación económica se agravaba, se iban deteriorando las relaciones entre la
masa y el gobierno, una masa obrera mayoritariamente peronista, ya predispuesta negativa-mente por la
demora en otorgársele los derechos políticos que reclamaba y por la inflación galopante, del 323 % entre
1958 y 1962. Su explosión final la constituyó la primera huelga revolucionaria que el país conocía y a la cual
el frondizismo contestó con una desatada represión. La oligarquía, mientras tanto, contemplaba torvamente
ese incipiente caos social y más torvamente aún el endeudamiento exterior en beneficio de la industria. El
Ejército, se preparaba.
En el caso particular de las explotaciones petrolíferas es donde las críticas se vuelven más ácidas. La
política energética tradicional había reservado a YPF un dominio sustancial en la explosión de dicho sector,
y si bien con altibajos, algunos de ellos importantes, esa política se tradujo en un impulso cierto del ente
estatal a cargo de la actividad petrolífera. A partir de la aplicación de los nuevos criterios, sustentados por el
desarrollismo, esa situación varía. Los opositores afirman que, según esas pautas, se daba la paradoja de que
el mayor costo de la actividad petrolífera, y a la vez el más riesgoso, el de la exploración, lo soportaba YPF,
que había descubierto nuevas y cuantiosas reservas; en cambio, el aspecto más interesante del negocio, la
extracción y distribución se daba a empresas privadas y extranjeras, en condiciones harto ventajosas para
ellas. Por ese mismo hecho de ser foráneas, remitían al exterior sus beneficios y era también fuera del país
donde adquirían todo su equipo y los elementos y servicios técnicos adicionales que necesitaban para
desarrollar su actividad. El reconocimiento que se le hacía por el petróleo extraído –remarcan los críticos del
frondizismo– significaba una erogación equivalente, y en algunos casos superior, a la importación lisa y llana
del producto.
Por otra parte, la naturaleza de una explotación de este tipo, con características propias de una
factoría –agregan– implicaba la creación de un fenómeno explosivo acompañado luego de una caída más o
menos prolongada y acelerada, tan pronto se producía el agota-miento y los yacimientos. Este fenómeno,
norma en muchas explotaciones mineras, puede ser paliado en sus efectos cuando el ritmo de la extracción se
regula en el tiempo, tendiendo al establecimiento de otras actividades que equilibren el ciclo de la
producción principal. Cuando son las empresas privadas las que actúan en ese campo, interesadas
lógicamente por el logro de los mayores beneficios posibles, esas consideraciones no tienen mayor vigencia
y al efecto sobre las poblaciones afectadas es fuertemente regresivo.
Varios sectores centran también sus dardos sobre lo que llaman ambigüedad del desarrollismo.

61
“El frondizismo había sido un peronismo para uso de la pequeña burguesía democrática. Frondizi era
la imagen de un nacionalismo sin policía, de una industralización sin clericales, de un antiimperialismo sin
oficiales prusianos, amigo de la homeopatía y de la URSS. Frigerio no rehuía declarar que las dos cosas, el
peronismo y la Revolución Libertadora, formaban parte del presente y había que aceptarlas. Aspiraba a una
síntesis imposible. Pero la diplomacia y pulcritud de Frondizi hacia la oligarquía no la engañaron. La prensa
comenzó una campaña sistemática contra su gobierno cada vez que se proponía alguna nueva medida de
política económica... Sus adversarios, ligados tradicionalmente al sistema exportador de la factoría inglesa,
aprovecharon esas debilidades para disipar la popularidad de Frondizi. Es así como la “generación
frondizista” de 1958 se desvanece en breve tiempo”. Son palabras de Jorge Abelardo Ramos 1 . Y agrega este
mismo autor, en La era del peronismo, refiriéndose al tema universitario, otro de los más urticantes puntos
de fricción del gobierno de la UCRI:”La autorización legal para que funcionen Universidades privadas
–sobre todo católicas– asesta un golpe al declinante prestigio de Frondizi... En realidad las Universidades
privadas no añadían ni quitaban nada a la decadencia de la Universidad... En ese momento, una corriente de
“cientificismo” se introducía en ella...Su rectorado era ejercido por Risieri Frondizi, hermano del presidente.
Estos “científicos” transmitían a los niveles más altos de estudio de Argentina los métodos, carreras, becas,
asuntos de investigación o temas patentados por la ciencia de los Estados Unidos o por los generales del
Pentágono... numerosas becas discernidas por “fundaciones”, generalmente norteamericanas, orientan a los
especialistas argentinos hacia asuntos que no se corresponden con una tarea científica y técnica que
contemple el interés nacional. Así, resultaba que ciertas investigaciones en física o química, en fisiología o
matemáticas, formaban parte de un plan maestro cuyo código había sido elaborado en los Estados Unidos
para realizar sus propios fines nacionales, por ejemplo la investigación espacial. La sociología se volvía
puramente cuantitativa, la historia se impregnaba de un monografismo económico, la economía era
econometría. Al mustio academicismo de la era oligárquica se oponía un cientificismo de estirpe yanqui, con
matices marxistoides, decorativos y adjetivos. La “especialización”, generalmente opuesta a las necesidades
argentinas, tenía, para colmo, la tara original de arrastar consigo un desdén olímpico y científico por las
grandes concepciones del conjunto. Pero todavía era cierto que si el gobierno aplicaba el plan Conintes
contra los peronistas, los estudiantes gozaban de su República Platónica e ignoraban el futuro alegremente”. 2
En sus conversaciones con Rogelio Frigerio, dice Fanor Díaz que el dirigente desarrollista le
contestó algunas otras críticas que se han efectuado al frondizismo. La primera de ellas, la precariedad del
frente acuerdista de 1958:”El frente de 1958 fue un frente precario, no puede hablarse de una expresión
consolidada del movimiento nacional. Era precario por que el contexto político general, dominado por la
antimonia peronismo-antiperonismo y las tendencias antiobreras y gorilas, era negativo. Y era precario,
porque no fue un frente completo, no hubo una integración efectiva entre las partes. No la hubo porque la
impedía la proscripción vigente en ese momento: nosotros no podíamos darle cabida al peronismo en el
gobierno y Perón debió apoyar, pese a esa limitación, para no quedar al margen del proceso político. Estaba
lejos de ser una expresión electoral perfecta del movimiento nacional, no era el frente ideal sino el frente
posible. Y nosotros hicimos lo posible. No quisimos ser beneficiarios pasivos de la proscripción.
“Cuando yo fui a Caracas, por lo cual se me dijo “factotum” del pacto, no necesitábamos hacer un
negocio electoral: Frondizi era el candidato impuesto por las circunstancias, rodeado de prestigio, de un
programa y de un equipo coherente, frente a un hombre que divagaba sobre los problemas, como el doctor
Balbín. Lo que necesitábamos, lo que necesitaba el país, era un poder político expresivo de la alianza de
clases y sectores sociales”. 3
La segunda, que trata, justamente, de la imposibilidad –según algunos sectores– de establecer esa
alianza: “Las estrategias políticas que, consciente o inconsciente-mente, responden al designio de las
corporaciones, han cosechado tremendos fracasos. Han sido exitosas, sí, en el propósito de mantener y
degradar nuestra estructura productiva con cualquier fachada política. Pero cada vez se manifiestan más
frágiles en la preservación de situaciones de poder, más inestables y más rápidamente repudiables por el
pueblo.
“En cambio, una estrategia que se asiente en las capas profundas de la sociedad es, evidentemente,
más viable que los arreglos de superficie. Ni el elitismo ni la política tradicional son viables y nosotros
creemos que tampoco lo es el enfrentamiento de clases, el desgarramiento de la Nación. Esto tiene un sólido
fundamento teórico, pero no es “demasiado” teórico. Se apoya adecuadamente en la realidad. Nuestro
planteo no niega la existencia de las clases. Las clases exiten con independencia de la voluntad de sus

1
Jorge A. Ramos: La era del peronismo, pág. 203.
2
Jorge A. Ramos: La era del peronismo, pág. 204 y sgtes.
3
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 57 y sgte.

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miembros y, más aún, con independencia de la voluntad de los sociólogos o los políticos. Hay clases porque
una parte de la sociedad puede disponer en propiedad de los medios de producción y otra enorme parte tiene
que vender su fuerza de trabajo para subsistir. Pero a partir de esa realidad objetiva ¿es inexorable, dadas las
condiciones de nuestra realidad nacional, que estas clases tengan que enfrentarse en todos los terrenos e
indefinidamente? Nuestra respuesta es una rotunda negativa. Los obreros y los empresarios van a seguir
discutiendo las relaciones laborales, el vínculo contractual que se origina en la producción. Pero esa
discusión deberá hacerse dentro del marco de una política que sirva al interés que es común a unos y a otros,
el interés nacional. Allí los obreros y los empresarios, en la formulación de esa política, tienen un ancho
campo de coincidencias y allí es posible la alianza. Para la clase obrera, el enemigo principal no es el
empresariado nacional, y para el empresariado nacional el enemigo principal no es la clase obrera. Todo lo
contrario. Lo que para los trabajadores es salario, para los empresarios nacionales es mercado interno. Y ese
punto de unión se profundiza en la política de desarrollo. El otro punto de unión es el enemigo común: el
monopolio. A las corporaciones no les interesa el desarrollo del mercado interno de producción y consumo,
ya que su esquema es transnacional. El interés de ellos es que una porción del desarticulado aparato
productivo se articule a un circuito económico transnacional; el interés de ellos es tener mano de obra barata
y desplazar al empresariado local; el interés de ellos es contrario al de los trabajadores, al de los empresarios
y al de todos los sectores que componen la comunidad nacional”. 4
La tercera, plantea un aparente contrasentido: los dos pactantes del 58, desarrollan, sin embargo, dos
políticas muy opuestas y así, mientras el peronismo nacionaliza, el frondizismo tiende a privatizar:”El caso
es curioso si se lo analiza conforme a la lógica formal, pero no lo es si se tiene en cuenta el proceso político y
sus conexiones con la base económico-social. Por un lado, entre el primer gobierno de Perón y el gobierno
de Frondizi mediaron condiciones distintas. Y por otro, naturalmente, hay diferencias de concepción
doctrinaria; de lo contrario, no habría alianza sino identidad. Perón, al asumir el gobierno, encontró un país
que había ahorrado divisas compulsivamente, a causa de que la Segunda Guerra Mundial había interrumpido
prácticamente, el intercambio. Encontró una enorme masa de divisas. Frondizi, en cambio, encontró un país
económicamente y financieramente deteriorado. La estructura económica, en crisis desde 1930, presentaba
muy acentuados todos sus problemas con respecto a 1946. Pero además de estas diferencias en las
condiciones materiales, había una diferencia muy significativa en el campo político. Los hechos que se
habían producido durante el denso período de la posguerra, tanto en el ámbito nacional como en el
internacional, no podían dejar de tener influencias en la elaboración teórica de los problemas. Es decir que en
1956, cuando nosotros lanzamos el programa de gobierno, el movimiento nacional tenía otro nivel de
experiencia que en 1945 ó 1946; y creo que el desarrollismo conceptualizó correctamente esa experiencia, le
dio una formulación doctrinaria que difería en muchos aspectos de las formulaciones del peronismo. No debe
llamar la atención una alianza entre expresiones signadas por esta diversidad. Las sucesivas diferencias y
aproximaciones entre los grupos políticos que tienden a expresar una misma base social, forman parte del
ininterrumpido proceso de ajuste entre las doctrinas, las ideologías y el interés concreto de las masas. La
razón de fondo de que nosotros hayamos buscado la alianza es que el peronismo tenía en su seno a la
mayoría de la clase obrera argentina. Es decir, representaba a uno de los componentes que no pueden faltar
en la alianza de clases y sectores sociales que nosotros consideramos la sustancia de la unidad nacional, la
base del desarrollo y de la independencia de la República. Y tenía una línea nacional, una concepción, aún
cuando no totalmente estructurada, del movimiento nacional. Creo que son razones decisivas para que sin
hacer concesiones doctrinarias, pero sin sectarismos, hayamos concertado la alianza. Son razones que
descartan todas las acusaciones de venalidad política que se lanzaron en el momento en que el movimiento
nacional se consolidaba y se ubicaba en posición de derrotar a su adversario –que es siempre un hídrido de
liberalismo, populismo e izquierdismo, atado a la estructura del subdesarrollo y la dependencia–. Nos
interesaba el aspecto cualitativo del peronismo, no su mera significación cuantitativa y electoral.
“En el gobierno fuimos todo lo flexible que había que ser en materia táctica, pero pese a las
tremendas presiones no cedimos en los principios y de allí que se produjera el golpe de 1962”. 5
Finalmente, un último interrogante: el desarrollismo, ¿puso o no en práctica sus lineamientos durante
el gobierno de Frondizi? :”Gobernamos en las condiciones más adversas: en el país subsistía la antinomia
peronismo-antiperonismo, había un encono irracional contra el diálogo que habíamos abierto, había una
cúpula militar sedienta de desquite y había un clima ideológico tremendamente refractario a la nueva
problemática que introdujimos nosotros –el desarrollo era ya una exigencia de la realidad, del interés de la
Nación y de todos sus sectores sociales, pero no estaba digerido en el plano político-. La dificultad mayor

4
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 55 y sgtes.
5
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 52 y sgtes.

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estaba en los intereses de la vieja estructura, que nosotros habíamos querido remover y que mediante la
acción psicológica y el manipuleo de los medios de comunicación masiva alimentaba todo ese clima político
de resistencia e incomprensión. La prueba concreta de nuestras dificultades es que en menos de cuatro años
el gobierno de Frondizi soportó cuarenta crisis militares. Es decir, una gran parte de la energía política y de
la capacidad de decisión del gobierno estuvo inhibida por la necesidad de dar respuesta a estos permanentes
atentados a la estabilidad institucional. No obstante eso, hay un conjunto de realizaciones demostrativas de
que no hubo improvisación, ni pragmatismo, ni economicismo. El nuestro fue un gobierno serio, con una
gran fuerza de realización y con una concepción global muy definida, con una idea muy clara de la Nación
que debemos ser y con una estrategia de largo alcance para el cumplimiento de los objetivos nacionales. Lo
esencial fue el lanzamiento de la política de cambio de estructuras y el señalamiento de un camino que el
país deberá transitar inexorablemente.” 6

6
Fanor Díaz: Conversaciones con Rogelio Frigerio, pág. 62 y sgtes.

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