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Barbuto-Basualdo GT 2 Etnografías Violencia
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Barbuto-Basualdo GT 2 Etnografías Violencia
Los estudios etnográficos sobre las “propias” culturas de los antropólogos han tensionado el
quehacer antropológico clásico, al menos en cuanto a su metodología y han producido
profundas discusiones en el campo de la disciplina. Aunque no es nuestra intención
adentrarnos en este debate, es dable mencionarlo, pues en el caso de esta etnografía sobre el
archivo del Centro de Estudios Legales y Sociales -CELS, se emparentó, al menos, con otras
dos características. Por un lado con el acercamiento crítico y el análisis etnográfico que
podemos tener los antropólogos ya no sólo cuando se trata de la propia cultura, sino además
cuando se es parte del propio campo. Por el otro, con la reflexión y el “extrañamiento”
necesario para que nuestra tarea cotidiana sea el problema de estudio, o, como la contracara
de una moneda, que una “etnografía” sea una herramienta para la realización de dicha tarea.
La propuesta de realizar una “etnografía del archivo del CELS” surgió de los dilemas y
necesidades que nos planteamos como integrantes del Área de investigación de esta
institución a partir de la tarea de “re-organizar” su archivo. Claro está, que los objetivos que
nos propusimos, las acciones que planificamos para desarrollarlos y las soluciones a los
problemas que encontramos están vinculados en una forma casi dialéctica con la perspectiva
antropológica que tenemos por formación, y por las preguntas y campo de interés específico
como parte del Equipo de Antropología Política y Jurídica del Instituto de Cs. Antropológicas
de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
1
sobre los procesos de construcción de memoria colectiva. Decíamos allí en referencia directa
al proceso social que se desarrolló a partir de la segunda mitad de la década del ’90, que fue
en las “iniciativas que ligan la memoria con el patrimonio cultural donde surgió con más
fuerza el requerimiento de un trabajo profesional y sistemático, por ejemplo en lo relativo a la
organización de archivos (documentales, orales), formas de narrar y representar las historias,
etc.”. Sin embargo, esta afirmación refiere a un proceso que distingue al conjunto del
movimiento de derechos humanos, mientras que “desde su creación en 1979 el CELS ha sido
uno de los organismos de derechos humanos caracterizado por el trabajo profesional. En un
inicio porque estuvo dedicado a la documentación y a las acciones legales para enfrentar los
crímenes del terrorismo de Estado, ampliando luego a otras áreas de derechos humanos e
incorporando a sociólogos, antropólogos, filósofos, etc.” (BARBUTO, 2007).
En este marco, es que nuestra perspectiva de abordaje al campo se compone de una dinámica
que conjuga el hacer y el pensar, el realizar y el reflexionar. El proceso de investigación esta
determinado por el vínculo entre la acción en un archivo y la reflexión en torno a la
problemática del archivo como “territorio” de disputa (DA SILVA CATELA y JELIN, 2002).
En el año 2007, la Comisión Directiva y el Director del CELS decidieron crear un área
específica que aportara una perspectiva transversal a las múltiples investigaciones que realiza
este ODH. Como parte de esta tarea, también se propuso llevar adelante una “re-
organización” del archivo de la institución para mejorar su utilización, ponerlo a disposición
de investigadores externos y aportar al proceso de reflexión sobre la historia institucional de
cara a cumplirse 30 años de su fundación.
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Desde “ordenar”, pasando por “aplicar criterios archivísticos internacionales”, hasta “exhumar
papeles”, “hacer arqueología” o simplemente “limpiar”, la tarea es “entendida” de maneras
bien diferentes por todos los integrantes actuales del CELS. Esta multiplicidad de
perspectivas sobre el proceso con los documentos es un punto importante que nos permite
reflexionar sobre los múltiples usos del archivo de cara a las diferencias generacionales de
quiénes trabajan en el CELS, así como a los diferentes entramados en los que tienen parte los
documentos de acuerdo a las distintas acciones que se desarrollan.
El archivo nos presentó en primer lugar una tarea de orden físico que desde un primer
momento se ligó con decisiones de clasificación. ¿Qué tipo de información encontramos?,
¿cuál es la lógica de la que proviene?, ¿de qué manera organizarla en relación a los usos
actuales? Estas fueron preguntas primarias que rigieron el carácter de la organización actual
del archivo.
Responder a la pregunta ¿qué tenemos? resultó más profundo que la simple tarea de revisar.
Nos obligó a interpelarnos sobre el rol (o función social) del archivo y de qué manera
responder a él. Por qué, para qué, para quién archivamos fueron interrogantes claves para
definir un ordenamiento que nos permitiera: delimitar racionalmente conjuntos documentales
cerrados y descriptivos respondiendo a las necesidades institucionales y a la lógica histórica
de los documentos, pero a su vez que resulte accesible a la mayor cantidad de personas.
3
contribuyó a descubrir diversos significados que participan como una identidad integral, aún
cuando se contradicen, en la síntesis documental.
Por otra parte, nos propusimos promover y formar un sentido de clasificación. Pero la
clasificación no puede ser establecida por ley sino que exige una cierta situación de dialogía
entre la lectura que se hace del documento y el marco conceptual con el que se lo está
abordando. La organización y clasificación archivística nos permitió dotar de las condiciones
propicias e instrumentos adecuados para promover el acceso al archivo. Durante esta etapa, la
dificultad que se nos presenta es la de conservar un sentido libre y ligado a la vez. Es decir,
mantener junta la inmediatez del material y la mediación de la terminología que lo clasifica.
Por ello la necesidad de no usar terminologías de carácter contingente, sino términos que
expresen generalidades no sólo para tener mejor relación con aquellos que consultan el
archivo, sino además para permitir la permeabilidad al cambio de lectura sobre el archivo, no
anular su inestabilidad semántica.
¿Por qué abordar el “estudio” de un archivo y del proceso de organizarlo desde la perspectiva
etnográfica? Entendemos con Fernando Balbi, que “lo característico de la antropología social
es el implementar una ‘perspectiva etnográfica’, una mirada analítica que da por supuesta la
diversidad de lo real y trata de aprehenderla a través de un análisis centrado estratégicamente
en las perspectivas de los actores” explicaciones sobre hechos o eventos a las que “debemos
prestarle una atención desprejuiciada e intentar explicarla” (Balbi, 2008: 37). En este marco,
nos parece que, mediante un proceso de “extrañamiento” de nuestro ámbito cotidiano,
podemos constituir un campo de estudio donde practicar la observación directa y “confrontar
personalmente a los actores a efectos de aprehender sus perspectivas sobre los hechos de su
propia vida social”, que conforman la metodología más tradicional de la investigación
etnográfica (BALBI, 2008:39).
Pero también coincidimos con Balbi en que la etnografía puede plantearse una aproximación
diacrónica para el análisis de casos. En este sentido, entendemos la potencialidad del uso de
los documentos del archivo del CELS, en tanto “materiales que no fueron producidos a través
del tipo de trabajo de campos que asociamos habitualmente” a la etnografía (2008:39).
Pretendemos pues, construir un corpus etnográfico más abarcador y complejo, que pueda
dialogar con los documentos como fuentes sustanciales, entendiendo que “el documento no es
una mercancía estancada del pasado; es un producto de la sociedad que lo ha fabricado según
4
los vínculos de las fuerzas que en ellas retenían el poder […] Es el resultado ante todo de un
montaje, consciente o inconsciente, de la historia, de la época, de la sociedad que lo ha
producido, pero también de las épocas ulteriores durante las cuales ha continuado viviendo,
acaso olvidado, durante las cuales ha continuado siendo manipulado, a pesar del silencio” (LE
GOFF, 1991:236-238).2
Noemí Labrune, se refirió al origen del CELS como una “disidencia fecunda, necesaria si se
transforma enseguida en acción”. Es que en el seno de la Asamblea Permanente por los
Derechos Humanos (APDH) quiénes luego fundarían la nueva institución afirmaban la
necesidad de identificar a las víctimas como “detenidos-Desaparecidos” de manera de poner
en primer plano el origen del secuestro. “Simplemente queríamos decir: son los detenidos-
desaparecidos, como una expresión de verdad histórica. Se los llevaron detenidos, están
desaparecidos… contesten: dónde están”.4 La visita in loco de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) fue un segundo momento de profundas discusiones. Frente a la
idea de difundir una compilación de testimonios de sobrevivientes para difundir a
personalidades que con seguridad se entrevistarían con la CIDH, algunos integrantes de la
APDH evaluaron que esto implicaba un alto riesgo institucional y transgredía la voluntad de
los testimoniantes. También se discutía la relación con un organismo como la CIDH. Quienes
tenían la posición contraria revisaron miles de denuncias y seleccionaron trescientas que
demostraban la responsabilidad de agentes de gobierno con los secuestros y desapariciones.
Se imprimió entonces, un libro que las compilaba sin firma institucional pero con una carta de
respaldo del obispo Jaime de Nevares. “Eso circuló y ése fue el nacimiento del CELS”.5
5
La característica de la planificación que los fundadores del CELS imaginan y ponen en
práctica está vinculada con algunos objetivos político-institucionales específicos y a cierto
tipo de “técnica” particular en el campo de los derechos humanos.
En 1981, Emilio Mignone planteaba que “el CELS nació como una necesidad racionalmente
analizada de la lucha por la causa de los derechos humanos. Es, como lo indican sus
propósitos, una institución con objetivos permanentes, no solamente limitada a la presente
situación, para bregar contra todo tipo de violaciones, discriminaciones y abusos que afecten a
los derechos de las personas y de la sociedad, por razones religiosas, ideológicas, políticas,
gremiales, raciales, culturales o por causa del sexo o la edad. Tiene por fin la defensa de la
dignidad de la persona humana y también de la soberanía del pueblo, el bienestar de la
comunidad –en particular de los sectores más desprotegidos- y del medio ambiente. Sus
instrumentos difieren de los utilizados por las organizaciones anteriormente mencionadas y de
ahí su carácter complementario y su indispensabilidad: llevar adelante acciones
administrativas y judiciales –leading cases- seleccionados por su posibilidad de establecer
precedentes y abrir brechas para la labor forense; desarrollar un programa de documentación
sobre el tema –legislación, testimonios, publicaciones, recortes periodísticos, discursos,
declaraciones, jurisprudencia, libros, folletos, etc.- que sirva a los propósitos del Centro y esté
a disposición de los organismos hermanos, nacionales, extranjeros e internacionales, Naciones
Unidad, O.E.A., abogados, académicos, investigadores, periodistas, dirigentes políticos,
religiosas y gremiales, gobiernos, etc; realizar investigaciones y prestar servicios”.6
Esta exposición de metas y actividades se vincula por un lado con la diferenciación de roles
específicos en relación a las demás organizaciones existentes en Argentina y, por el otro con
el modelo de organizaciones de otros países, en particular el Center for Legal and Social
Policy, Human Rigths Watch y Amnesty International.7
Estas organizaciones, nacidas durante las décadas del ’60 y ’70 en Estado Unidos y Europa se
dedicaron a enfrentar las violaciones a los derechos humanos interpelando y denunciando a
los poderes que cometían los abusos basados en tres principios. En primer lugar su
declaración de defender de manera general a cualquier persona que fuera objeto de graves
violaciones sin representar a un grupo de víctimas en particular (como podían ser sus
antecesoras, por ejemplo la National Association for the Advancement of Colored People –
NAACP) comunmente ligadas a las reivindicaciones de ciertos grupos. En segundo lugar,
resaltaban la ausencia de vínculos con sectores o partidos políticos y, de esta forma anulaban
una de las críticas a las que usualmente apelaban los gobiernos. Por último llevaban adelante
6
una labor con estrictos estándares probatorios de los crímenes que también abonaba la
legitimidad frente a las denuncias y las demandas.
Entre los años 1979 y 1983 el CELS se compuso de un equipo de abogados que llevaba
adelante las acciones legales y un programa de documentación que realizaba una intensa
actividad de sistematización de testimonios y pruebas para la denuncia del sistema clandestino
de represión y la existencia de lugares clandestinos de reclusión y tortura. Las fuentes de este
trabajo las constituían el material editado por la prensa nacional (en menor medida alguna
extranjera), las causas judiciales (en particular Habeas Corpus, Privaciones Ilegales de la
Libertad y Consejos de Guerra), las declaraciones y discursos públicos de los máximos
responsables militares, las órdenes de la lucha contra la subversión, las denuncias de
familiares y los testimonios de sobrevivientes de los centros clandestinos de detención.
Este corpus documental permitió establecer una hipótesis de trabajo, que luego se
transformaría en denuncia pública, en la cual Augusto Conte y Emilio Mignone plantearon el
funcionamiento del sistema represivo: la teoría del paralelismo global. En ella se explicaba
que la dictadura operaba a través de dos planos de normatividad. Por un lado, una legislación
de excepción que le otorgó a la junta de gobierno un poder absoluto sobre la Constitución
Nacional. Por el otro, una estructura operativa para la represión ad hoc inserta en las
estructuras de organización ordinarias de las fuerzas armadas.8
En base a esta hipótesis, cada vez que se establecía la existencia de un centro clandestino de
detención, se reconstruía su dependencia jerárquica y se procuraba “determinar la jurisdicción
operativa a que pertenecía el centro, teniendo en cuenta que, a los efectos de la denominada
7
lucha antisubversiva el país fue dividido en zonas de seguridad, subzonas, áreas, subáreas,
sectores y subsectores. En la medida de lo posible se estableció la cadena de mandos.”(CELS,
1986:1). Esta organización para la represión fue reconstruida a partir de las distintas directivas
de las Juntas Militares que fueron conociéndose por los discursos oficiales y por su inclusión
en las causas judiciales.
De esta manera se intentó reconstruir la identidad de las víctimas, los nombres de los
responsables de los crímenes y el sistema e ideología de la represión. Esta metodología de
trabajo en el uso de la información quedó explicitada en el Informe Final de la Conferencia
sobre la Coordinación de la información pública de los derechos humanos en América latina
realizada en Quito en el año 1982:
8
clasificó en primer lugar cronológicamente, pero además, se realizaron “fichas” que
recuperaban temáticamente el contenido.
Desde los primeros años de la década del ’80, el CELS comienza a tomar y recibir testimonios
de sobrevivientes de los centros clandestinos. “Este tipo de información tenía el gran valor de
permitir seguir el rastro de los detenidos-desaparecidos y avanzar en el conocimiento de los
métodos represivos. De modo que la comenzamos clasificando por centro clandestino y
clasificamos tres tipos de informaciones: las que daban cuenta de los prisioneros que allí
estaban, las referidas a los grupos represivos y los datos sobre ubicación y descripción del
régimen de vida de estos campos de concentración”. 11
En esta “otra modalidad del archivo” (DA SILVA CATELA y JELIN, 2002) que
constituyeron los archivos de los organismos de derechos humanos, los datos individuales
recuperados de las memorias personales, interactuaron para darle sentido a la recuperación de
la identidad de las víctimas y la identificación de los responsables. Tal como lo propuso
Carlos Somigliana, miembro del Equipo Argentino de Antropología Forense, puede hablarse
de una “memoria instrumental” en la cual de los datos aislados puestos en cadena se recupera
el sentido del recorrido de una víctima.12
Un ejemplo de ello son las investigaciones publicadas en el año 1982 como “Colección
memoria y Juicio”. Esta colección, formada por siete cuadernillos destinados a hacer pública
la “información probada” sobre la represión: Conscriptos detenidos desaparecidos, El
secuestro como método de detención, Los niños desaparecidos, Un caso judicial revelador,
Uruguay/Argentina: coordinación represiva, Adolescentes detenidos-desaparecidos y
Muertos por la Represión. Uno de los integrantes del CELS de entonces recordaría que una
vez que los datos estaban probados se publicaban en estos cuadernillos que eran llevados a las
autoridades militares para exigirles explicaciones.13
Este material cumplía también un objetivo más general: explicar los métodos de la represión
“probando” su sistematicidad, explicitar la ideología que la sustentaba, publicar un listado de
las víctimas en cada caso y otorgar responsabilidades de acuerdo a los mandos. Para ello, en
9
todos los casos se utilizó información de prensa, testimonial y proveniente de los procesos
judiciales.
Para realizar una reflexión sobre la construcción de estos datos, es interesante vincularla a
cierto paradigma de los derechos humanos donde la verdad y la justicia son entendidas en
términos penales. "El modelo de castigo individual que predomina en la criminología y en el
trabajo legal sobre derechos humanos presume que el control está inextricablemente ligado a
la responsabilidad. Se descubre la verdad sobre el pasado para obtener justicia en el presente."
(COHEN, 1997:605). Así, las preguntas y los objetivos del trabajo de documentación se
alimentaban de las querellas judiciales para elaborar materiales destinados a la difusión y en
forma dialéctica pasaban a formar parte de nuevas denuncias en la justicia.
¿Qué cambio opera en el material documental cuando pasan a formar parte de un proceso
penal? Aquellos datos de la memoria de los que hablamos, encadenados dieron sentido a los
hechos y se “transformaron” en “evidencia”. El proceso necesario para que ello sucediera se
realizó, en primer lugar, por medio de un enorme trabajo que convirtió la memoria oral en
escrita, pues sólo así es susceptible de convertirse en “prueba judicial”. Por ejemplo, una
importante cantidad de los testimonios se grabaron en cintas de audio y se “desgrabaron”, y
esta metodología, merece alguna reflexión más allá de la practicidad que podía tener en las
décadas del 70 y el 80 el uso del papel.
10
una intensa tarea legal en torno al Juicio a las Juntas y demás causas en trámite. En este
contexto, Acuña y Smulovitz han planteado que "el juicio se constituyó en el espacio en
donde la lógica jurídica, al transformar los datos de la historia en pruebas, terminó
produciendo la información legítima sobre lo que había pasado en los últimos años en
Argentina. La lógica jurídica, expuesta públicamente, tuvo la capacidad de ordenar el pasado,
dar verosimilitud y dejar fuera de toda sospecha al relato de los testigos, constituyéndose en
un efectivo mecanismo para el juicio histórico y político del régimen militar." (1995:58).
A partir del año 1986, el CELS inició un trabajo destinado a abordar las violaciones a los
derechos humanos que se presentaban en democracia. La incipiente agenda se caracterizó por
abordar las violaciones provenientes de las fuerzas de seguridad y las condiciones carcelarias,
en particular el derecho a la vida y a la integridad física. Este trabajo se realizó a través de las
herramientas históricas: el litigio, la documentación de casos y sistematización de patrones de
actuación de las fuerzas de seguridad, investigaciones y denuncias públicas.
11
En el año 1994, Emilio Mignone, elabora una propuesta de re-estructuración institucional que
es un intento por dejar atrás una lógica de funcionamiento atada a la resistencia a la dictadura,
que además reflejaba los problemas para adecuarse al nuevo trabajo en democracia. Se trata
de una reforma que incluyó la ampliación de la agenda temática, la reorganización de tareas,
responsabilidades y aspectos económicos.15 Así, estos cambios que se pusieron en práctica y
se consolidaron entre 1995 y 2000, estructuraron las actividades en “proyectos” primero y en
áreas y programas después. Por ejemplo, el proyecto “Incorporación de los tratados
internacionales de derechos humanos en el ámbito interno –DIDH- que funcionó entre 1995 y
1997, derivó sus tareas a partir de 1998 en el Programa de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales, el Programa Memoria y lucha contra la Impunidad del Terrorismo de Estado y el
Área de Justicia.16
Sin pretender adentrarnos en la reorganización institucional del CELS, interesa resaltar a los
efectos de la tarea vinculada a la documentación, que estas áreas y programas fueron desde
entonces, las encargadas del relevamiento y sistematización de información de acuerdo a sus
objetivos, planificación y desarrollo de actividades. En este sentido, se creó un Área de
Documentación que fue depositaria de los archivos institucionales entre 1979 y 1994. Esto
incluyó el material documental generado por sus propias actividades como centro de
documentación, las causas judiciales vinculadas a la dictadura y algunas desarrolladas durante
la democracia y la documentación institucional como memorandums, correspondencia,
proyectos de financiamiento, etc. A este corpus se le sumó el material producido por el Área
de Documentación en la nueva estructura.
12
La disciplina archivística entiende por archivo: un conjunto de documentos producidos o
recibidos por una persona o institución durante el ejercicio de sus funciones; una institución
encargada de la reunión y conservación de archivos y a la vez los edificios donde éstos se
conservan. La procedencia y orden original son los principios básicos para el tratamiento de
los documentos contenidos en un archivo, para la recuperación de información y sus
condiciones de producción (Nazar y Linares Pak, 2006-2007).
Entendemos un archivo como una potencia situada, un territorio dialógico de enunciación que
define sus propios límites haciendo referencia a la instancia del discurso en acto, único e
irrepetible y al sistema general que fija su posición, a la relación al acontecimiento en el cual
es leído y a la estructura que construye las reglas a partir de las cuales es posible su lectura. Es
un corpus que reúne el conjunto de lo ya dicho, de las palabras que han sido efectivamente
pronunciadas o escritas, para habilitar la apertura del pensamiento y del decir. (AGAMBEN,
2005)
Pero el archivo del CELS participa además de un conjunto documental específico que aborda
la información sobre las violaciones a los derechos humanos llevadas adelante por la última
dictadura militar. En este sentido, es parte de aquellos archivos que han sido denominados
recientemente como “Archivos de la represión”, pero que incluyen distintos tipos de acervos
archivísticos: aquellos producidos por las instituciones de seguridad del Estado con fines
represivos; los que fueron generados por organizaciones (o personas) de la sociedad civil, con
fines de defensa, oposición, denuncia o resistencia y también por comisiones investigadoras,
con fines de conocimiento de la verdad y los de los procesos judiciales y acciones
reparatorias. (KARABABIBIAN, 2007 y JELIN, 2002).
13
Por otra parte, a diferencia de los archivos estatales, un fondo documental como el del CELS
tiene una “cualidad de intención” diferente pues no procede de una normativa que obligue,
reglamente, tipifique su existencia (PETRA, 2006-2007: 206). El fondo se compone, por un
lado, por los documentos producidos en su función de centro de documentación, una de las
misiones originarias en las que fue concebida la institución. Por otro lado, contiene un
conjunto de documentos que refieren al registro de la actividad institucional tanto
administrativa como de actividades. Este acervo, entonces, se hacía inteligible sólo si era
interpretado desde la estructura sobre la que opera (hacia dentro y hacia fuera), los objetivos
que persigue y las funciones que se propone para llevarlos adelante.
Pensar en estos términos nuestra tarea archivante, nos refracta entonces, la producción de
nuestra propia imagen institucional, la legitimación de los discursos sobre nuestro propio
pasado y en este sentido la producción de la institución en sí misma. Esta conceptualización
operativa, destinada al ordenamiento y accesibilidad de los documentos sólo puede llevarse
adelante recuperando los espacios de disputa y reapropiación en el tiempo. Tal como lo ha
planteado Da Silva Catela “la constitución de archivos es una de las prácticas que, en las
sociedades modernas, los individuos y los grupos desarrollan para codificar su pasado, crear
clasificaciones, inventar tradiciones, montar identidades.” (2002: 20).
***
¿Por qué reflexionar sobre el proceso de construcción de los archivos? Tal como dijimos en la
presentación, esta reflexión tiene una “cara de la moneda” destinada a la acción específica que
desarrollamos dentro del “campo”. En este sentido, cobra importancia el rol singular que ha
tenido la tarea de documentar y construir un acervo documental en la estructura institucional
de la organización y en la acción de disputa con los procedimientos administrativos de las
burocracias estatales que ha desarrollado el CELS (en particular a través de la acción legal).
Sin embargo, esta tarea es indisociable de un contexto en el que los archivos de derechos
humanos están presentes en las discusiones del movimiento de derechos humanos y más
recientemente en el ámbito académico. Su constitución como problemática específica forma
parte de un contexto más general.
En el marco de las discusiones sobre los derechos humanos como “valores morales”, los
archivos se inscriben como tecnologías de poder (FOUCAULT, 1998) que instituyen marcos
de significación a partir de los cuales es posible entrever los límites de discusión política
sobre determinadas nociones que resultan simbólicamente significativas en términos sociales.
14
El proceso de re-organización del archivo del CELS se inscribe en un proceso político
particular en el cual el discurso de los derechos humanos se convirtió en fundamento de cierta
política de Estado y, simultáneamente se constituyó en un núcleo denso de significados con
capacidad para articular simbólicamente en el espacio público otras demandas sociales. Los
“archivos de la represión” no han quedado exentos de esta situación, forman parte de las
“políticas estatales de la memoria”, constituyen una demanda en la lucha contra la impunidad
y son una fuente de disputa en el ocultamiento/develamiento de “la verdad”.
Es, dentro de esta tendencia hegemónica que sitúa privilegiadamente a los “archivos de
derechos humanos” que es necesario pensar “los dilemas y tensiones” surgidos de los
procesos de rescate y ordenamiento de los archivos: “el contenido de lo que se conserva, la
propiedad y el acceso- son los ejes centrales alrededor de los que se han desarrollado las
luchas sociales y políticas centradas en los archivos, entre distintos actores con intereses y
perspectivas diferentes.” (JELIN, 2002: 9).
Teniendo en cuenta estos dilemas y tensiones, haciendo visibles los procesos sociales y
políticos de construcción de un acervo documental, se plantea la posibilidad de contribuir a la
construcción de archivos públicos como una forma de disputar las políticas de acceso
restringido a la información de las que se hace eco el Estado. Instituir este archivo nos permite
habilitar otras fuentes de pensamiento historiográficas para la discusión y construcción del
pasado reciente, así como instalar institucionalmente la discusión sobre las formas de
construcción de la historia y la memoria.
15
NOTAS
16
7
Human Rights Watch nació en 1978, Amnesty Internacional en 1961. No fue posible
encontrar la fecha de creación del Center for Legal and Social Policy, aunque la realización de
actividades con objetivos similares a las mencionadas se encuentra profusamente
documentada en proyectos, correspondencia y memos de intercambio con el CELS que están
disponibles en al Archivos Institucional.
8
Existe una gran cantidad de fuentes y bibliografía para profundizar sobre este tema. Entre
otros pueden consultarse: Conte, A; Mignone, E..: "El caso argentino: desapariciones forzadas
como instrumento básico y generalizado de una política." Presentación al Coloquio La
política de desapariciones forzadas de personas, París, 1981; Centro de Estudios Legales y
Sociales -CELS: Colección Memoria y Juicio, Buenos Aires, 1982; Nunca Más. Informe de la
Comisión Nacional sobre la Desaparición Forzada de Personas. EUDEBA, Buenos Aires,
1984; Centro de Estudios Legales y Sociales -CELS: Terrorismo de Estado. 692
responsables, Ediciones CELS, Buenos Aires, 1986; D' Andrea Mohr, José Luis: Memoria
Debida, Colihue, Buenos Aires, 1999; Mittelbach, F y Mittelbach, J.: Sobre áreas y tumbas.
Informe sobre desaparecedores. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2000.
9
Huridocs, Encuesta sobre la Disponibilidad de información y documentación de derechos
humanos en América latina y el Caribe, cuadernillo, Roma, 1983. pág. 110 a 114.
10
Documento presentado al 5º Congreso de la Federación Latinoamericana de Asociaciones
de Familiares de Detenidos-Desaparecidos –FEDEFAM, 1984. Fuente: Archivo Institucional
del CELS.
11
Ibidem.
BIBLIOGRAFÍA
17
Acuña, C. y Smulovitz, C. (1995): Militares en la transición argentina: del gobierno a la
subordinación constitucional. En: Juicio, castigos y memorias. Derechos Humanos y justicia
en la política argentina. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
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España: Pre-Textos.
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marzo de 1976”. En: Genealogía del racismo, Buenos Aires: Altamira-Nordan Comunidad.
Memoria Abierta Guía de archivos de derechos humanos. MERCOSUR- Chile Disponible en:
http://www.memoriaabierta.org.ar/censo/front/index.php
18
Buenos Aires. Disponible en:
http://www.memoriaabierta.org.ar/materiales/pdf/roberto_pittaluga.pdf
Swiderski, G. (2005, agosto 3-5) Historia, Memoria y Archivos. En UBA, III Jornadas de
Investigación en Antropología Social. Sección de Antropología Social, Instituto de Ciencias
Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras.
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