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La Revuelta Popular chilena: algunas reflexiones

“Fuera del poder, todo es ilusión”


Lenin

El presente escrito tiene por objetivo aportar al debate de las proyecciones del ciclo de lucha
abierto en Chile a partir del 18 de octubre. Con este interés, se analizan los problemas y alcances
que el “Acuerdo Histórico” del 15 de noviembre representan para el Movimiento Popular. En esa
línea, se reconoce que fuera de nuestra posición respecto a dicho hito, éste ha trazado un camino
de salida al conflicto en el corto y mediano plazo, y a la vez, que no hay espacio ni fuerza suficiente
para imponer otra radicalmente distinta, aunque sí de tensionarle por la vía de la impugnación la
legitimidad de su forma y sus contenidos.

En ese marco, distanciamos nuestra mirada de ciertos análisis que ponen el centro de interés en
los detalles jurídicos de dicho Acuerdo [1]. Si bien hay trabajos de esa línea que nos parecen del
todo útiles para la reflexión [2], pensamos que todos comparten el mismo punto ciego. Y es que
dar cuenta de las limitaciones y proyecciones que se presentan para el Movimiento Popular a
partir del “Acuerdo Histórico” no puede reducirse (aunque no debe excluir) a los detalles jurídicos
que se desprenden de él, puesto que si algo ha demostrado el desarrollo de la revuelta es que las
acciones políticas subsumen a la legalidad y no al revés.

II

En primera instancia, durante la primera semana, la clase dominante chilena intentó aportillar la
emergencia de las clases populares únicamente a través de la coerción, indicando el supuesto
carácter criminal del Movimiento Popular, lo cual se afrontó por medio del despliegue combinado
de la totalidad de las FFAA y de Orden.

Sin embargo, hacia la segunda semana se verificó que, pese a los asesinatos, torturas y las
múltiples arbitrariedades, la revuelta no hacía más que continuar engrosando sus filas y elevar sus
formas de lucha, ante lo cual el Gobierno se vio obligado a dar un giro en su estrategia [3]. En
efecto, junto al repliegue de los Militares vino el cambio de Gabinete. Fuera de algunas
continuidades, la tendencia fue la unción de la cara más reformista de la derecha (Evopoli) a la
hora de definir la nueva línea discursiva del Gobierno, apostando a enfrentar el conflicto social ya
no sólo a través de su criminalización, sino que con soluciones políticas.

En esa línea, con este giro buscaba desactivar el conflicto social en el corto plazo. Por un lado, se
esperaba una recepción positiva de las clases populares respecto de la oferta de “paquetazos
sociales”, y por otro, las características del nuevo Gabinete allanaban el camino para llegar a
acuerdos con la oposición, o al menos, para que se sentasen a conversar. Así, la línea dura y
criminalizadora del primer momento podía pasar a un segundo plano más subterráneo, a través de
la persistencia en la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado hacia manifestantes y de
la presentación de una Agenda Antiterrorista, que tipificaría actos como la utilización de capuchas
o la elaboración de barricadas, a la vez que la apuesta de reestructurar y sofisticar los Aparatos de
Inteligencia del Estado.

De esa manera, la vocación de cambio se apoderaba del discurso para responder a la coyuntura,
mientras que refinar el aparato represivo se volvía central para responder a los alcances de
mediana y larga duración de este nuevo ciclo.

III

No obstante, dicho giro del Gobierno no contaba, en ese momento, con capacidad de instalación y
despliegue. Pese a los anuncios de las agendas represivas y sociales, la movilización popular
continuaba ascendiendo, a la vez que lo anterior ponía entre la espada y la pared a los partidos
institucionales que anhelaban sentarse a conversar con el Gobierno (Concertación y mayoría del
Frente Amplio), a la vez que fortalecía la de los que firmemente se negaban a aquello (PC y
minoría del FA).

El punto de inflexión de esta dinámica fue la Huelga General convocada por Unidad Social el 12 de
noviembre. La verificación de la paralización de la mayoría del país, puesto en perspectiva histórica
(mirando hacia atrás y hacia adelante), sin ninguna duda fue uno de los principales hitos de la
clase trabajadora y del pueblo. Por lo mismo, todas las alarmas se encendieron. Y es que uno de
los temores más grandes del Bloque en el Poder es, que independiente de los resultados que el
proceso tenga en el corto plazo, la Huelga General se legitime y proyecte como un mecanismo de
presión popular efectivo para el mediano y largo plazo.

En esa línea, no fue casual que corrieran rumores de la posibilidad de un nuevo Estado de
Excepción, y cuando no, de un Golpe de Estado. Si bien fue notorio que la primera opción fue
barajada en serio por el Gobierno, a nuestro juicio la táctica del Gobierno tuvo más que ver con el
despliegue de una “guerra psicológica” o al menos una “teatralización” de la vuelta de los militares
a la calle: en más de una localidad fue visible la movilización de contingentes del Ejército y la
Marina desde muy temprano. En ese sentido, el Gobierno tomó esa opción en pos de completar el
camino de la estrategia de desactivación del conflicto que venía desplegando desde el cambio de
Gabinete: sentar obligadamente, activando el “miedo” a un nuevo golpe, a dialogar a la oposición
institucional para negociar una salida “por arriba”.

En esa línea, sostenemos que, si bien el “Acuerdo Histórico” no habría sido posible sin el empuje
de la lucha popular, no se trató de un avance, sino que más bien fue el medio utilizado por el
Bloque en el Poder para recuperar la iniciativa política por la vía de la profundización de la táctica
reformista que ya habíamos visto con los “paquetazos sociales” que vinieron con el bautizo de
Evópoli en el círculo de hierro del gobierno. En concreto, la apertura a dialogar acerca del proceso
constituyente apuesta a cumplir objetivos de corto y mediano alcance. En resumen, con la
demostración de fuerza se trató de cristalizar un líquido estado de las fuerzas sociales, en una
correlación donde la clase dominante mantenía una posición de supremacía.

Eso sumado al objetivo de largo alcance más obvio: establecer que el procesamiento institucional
es lo que está reconfigurando Chile y no su desbordamiento popular y de masas.

Pero precisemos un poco dichos objetivos.


Para el corto plazo, el fin es desactivar la movilización popular y criminalizar a las franjas sociales
que continúen movilizadas en función de su escepticismo ante el “Acuerdo Histórico”. De esa
manera, se busca bloquear la posibilidad de que los límites del proceso constituyente deban ser
renegociados, de que el Movimiento Popular logre arrancar reformas estructurales al Estado
(como No +AFP, o la Estatización del Transporte, por ejemplo), y además, se apuesta a que la
recuperación de la iniciativa por parte del gobierno permita engrosar y aceitar el aparato represivo
a través de la agenda corta “antiterrorista”, buscando el beneplácito de un arco político más
amplio que el de la derecha con este clima de “acuerdos”. Es decir, la salida por arriba busca
revivir la lógica de acción política “transicional”, lo cual proyecta el corto plazo con las otras
temporalidades y perspectivas del conflicto.

En efecto, para el mediano plazo, se busca restringir el proceso constituyente a los límites de la
institucionalidad, asegurar nuevos cerrojos a su forma, y disputar duramente sus contenidos. En lo
primero, el interés es que el perfeccionamiento del aparato represivo permita bloquear la
posibilidad de que el proceso constituyente sea complementado con movilizaciones populares. En
lo segundo, la apuesta es atenazar las formas del proceso constituyente que quedaron “vacías” en
el Acuerdo (por ejemplo, la resolución del qué hacer con las diferencias no procesadas por el
quorum de ⅔), y desde ya, disputar los contenidos de cada etapa del proceso (sí o no en el
plebiscito, reivindicación del neoliberalismo, campaña del terror en torno a principios y medidas
programáticas antioligárquicas, antineoliberales y antiimperialistas, etc).

Por lo anterior, nos alejamos completamente de aquellas visiones que dan a entender que el
“Acuerdo Histórico” se trata de un gran avance, o peor aún, que ésta era la única salida posible
que podía alcanzar o imponer el Movimiento Popular [4]. Es interesante que para justificar estas
afirmaciones varios sectores hayan dado cuenta de la necesidad e importancia histórica de dicho
Acuerdo bajo un entendido exclusivamente “dual” de que sin éste lo único que podría haber
sucedido es una salida autoritaria-militar al conflicto por parte de la clase dominante, o bien, una
apuesta popular insurreccional destinada al fracaso. Estas afirmaciones y justificaciones, además
de pobres y de no conocer la multiplicidad de opciones que la política ofrece para mejorar las
correlaciones de fuerzas en medio de un estallido como el actual, demuestra lo entreguista y
claudicante de ciertos sectores que caen rápidamente en los chantajes o en las estratagemas del
bloque en el poder, asumiendo y ofreciendo los mismos argumentos que la Concertación planteó
por décadas para justificar la misma traición al pueblo.

Por su parte, y diciendo esto no afirmamos que el peligro de una salida autoritaria-militar no ha
estado presente desde el día uno, o que la posibilidad de una insurrección popular además de
compleja, sería fácilmente aplastada. Ni uno ni lo otro trata de pesimismo o desconfianza en las
capacidades de nuestro pueblo, sino que más bien del reconocimiento realista de las fuerzas
reales y potenciales de cada bloque de clases sociales en lucha que hay aquí y ahora. Por lo mismo
reafirmamos que por las condiciones en las que el pueblo se encuentra hoy luchando, no existe
por ahora, más que una salida política por la vía de la negociación entre el Estado y el Movimiento
Popular.

Es por ello que, contrariamente a estas miradas “optimistas” del acuerdo sostenemos que la
manera en cómo se pensó y gestó dicho Acuerdo permitió al Gobierno recuperar el control y parte
importante de la iniciativa política perdida en medio de su aislamiento, existiendo, de hecho, otras
salidas posibles. Si el Gobierno estaba aislado y asfixiado, los auto-designados negociadores del
Movimiento Popular bien podrían haber trabado el acuerdo por un día o dos, en miras de que la
fuerza de la calle obligase a ceder mejores términos al Ejecutivo y a la totalidad del Bloque en el
Poder, o siquiera en función de integrar a Unidad Social a la mesa negociadora. Sea como sea,
había más salidas “políticas” posibles, y el que no se hayan tomado tiene que ver, nos parece, con
el oportunismo entreguista, con la estrategia de demostrar cierta “seriedad” y dar positivo en la
“prueba de la blancura” frente a la oligarquía chilena y, sobre todo, a una concepción de la política
en que las masas populares deben estar siempre subordinadas y donde la lucha de clases si se
desata abiertamente, lo primero es sofocarla y neutralizarla.

En síntesis, el “Acuerdo Histórico” fue la apuesta del Bloque en el Poder (no sólo de Piñera) para
desactivar la lucha de masas, e impedir que una nueva Huelga General o un alza aún mayor de las
movilizaciones permitiese a las clases populares arrancar reformas inmediatas y estructurales al
Estado, así como de imponer un proceso constituyente más democrático, y con ello, poner el
primer ladrillo en la derrota del neoliberalismo. De tal modo, se redujo el proceso constituyente a
un proceso de cambio constitucional condicionado por la misma institucionalidad que se quiere
superar. A la vez, fue la forma de recuperar parte de la iniciativa política, en tanto necesidad de
demarcar los contornos y contenidos del proceso constituyente, así como también de engrosar y
aceitar el aparato represivo para afrontar dicho proceso en el futuro. Por último, fue la opción de
los sectores más conciliadores, moderados y “de derecha” que dicen representar al Movimiento
Popular los que firmaron dicho acuerdo, claramente en su afán por integrarse a dicho Bloque en el
mediano y largo plazo.

IV

Desde allí, fue visible que el Gobierno recuperó parte de la iniciativa, a la vez que logró confundir y
sacar de la calle a algunos contingentes importantes del Movimiento Popular. Sin embargo, no
recuperó toda la iniciativa. Muy por el contrario, la clase trabajadora y el pueblo continuó la
movilización, a la vez que el rechazo al Acuerdo de algunos partidos políticos institucionales (PC,
PH, CS, etc) le otorgó a éste mismo un carácter feble o “gelatinoso”.

En ese marco de relativo equilibrio entre el Gobierno y el Movimiento Popular, nuestra apuesta
era que la persistencia de la movilización popular y, en especial, la convocatoria a la Huelga
General desde el 25 al 27 de Noviembre, lograsen devolver la iniciativa al Movimiento Popular.
Ésto en dos sentidos. Por un lado, en forzar a renegociar los marcos del proceso constitucional
trazados por el “Acuerdo Histórico”, permitiendo romper los cerrojos de la derecha e imponiendo
términos más favorables al triunfo popular y transformarlo nuevamente en proceso constituyente
sustantivo. Por otro lado, reinstalando la necesidad de reformas sociales como elemento agitativo
y con proyección de conquistarse en el corto plazo, en especial las que tienen un carácter
estructural, como por ejemplo, el fin a las AFP o la ruptura del carácter subsidiario del Estado con
respecto a la cobertura de los Derechos Sociales (Transporte, Educación, Salud, etc).

Sin embargo, el llamado a la Huelga General no tuvo la potencia que la del 12 Noviembre, lo cual
puede explicarse tanto por los efectos desmovilizadores del “Acuerdo Histórico” como por las
mismas contradicciones internas de Unidad Social, además de sus vacilaciones a la hora de asumir
un rol dirigente con respecto a la movilización de masas, tal como ocurrió el 12N.
Lo anterior, sumado al “dejar hacer” de las fuerzas represivas frente a ciertos hechos delictivos y
su efecto desmovilizador, a nuestro juicio, demarcan el comienzo del repliegue de la movilización
popular en términos de masividad y beligerancia, y con ello, una mayor recuperación de la
iniciativa política por parte del Gobierno y de la derecha. Esto es del todo visible en que se ha
puesto urgencia a la discusión de distintos los proyectos represivos que mencionamos
anteriormente, y que algunos ya han recibido respaldo por parte importante de la oposición.

En esa línea, pensamos que ya no se puede tener demasiadas expectativas de los frutos de la
negociación entre Unidad Social y el Gobierno, pues ésta se encuentra en un contexto en que si
bien la movilización no desaparece completamente, sí se encuentra de capa caída y en franco
reflujo, y por tanto, sin capacidad de recuperar la iniciativa a través de una nueva Huelga General.
En ese sentido, pensamos que la persistencia de cierta masa movilizada permitirá a Unidad Social
arrancar ciertas conquistas que impliquen una mejora en las condiciones de vida del pueblo,
aunque no aquellas que implican una ruptura con respecto al carácter del Estado constituido.

Ahora bien, no debe desprenderse un sentido “derrotista” a partir de lo que planteamos recién,
puesto que se refiere únicamente al corto plazo. Es imposible negar que, pese a su inorganicidad y
sus limitaciones de toda índole, este ciclo de movilización popular inició el parto de un nuevo
Chile, es decir, ha abierto un ciclo de lucha de mediana y larga duración.

Lo anterior lo planteamos sobre la base de que este ciclo, las movilizaciones populares de masas,
la beligerancia callejera, las Huelgas Generales, la violencia estatal y para-estatal de las clases
dominantes, han agudizado la dinámica de lucha entre las clases sociales. En ese sentido, por más
que el Movimiento Popular pierda hoy una batalla, tiene todas las posibilidades de ganar la guerra,
en tanto el profundo ciclo de politización y radicalización al que hemos asistido permite vislumbrar
el carácter volcánico del futuro en el mediano y largo plazo.

Por todo lo anterior, vemos con escepticismo que la fuerza popular transforme aquí y ahora las
especificidades del proceso constitucional de manera sustantiva. Por un lado, es visible que el
intento de ciertos sectores de la derecha a desconocer lo acordado y poner nuevos cerrojos [5]
forzará a los sectores de izquierda que pactaron (RD, Boric, Comunes, etc) a defender los términos
ya impuestos, y no a intentar renegociarlos. Por otro lado, no abundan otras propuestas diferentes
al “Acuerdo Histórico”, siendo la excepción más visible aquella articulada con eje en el PC, el
llamado “Acuerdo Soberano”. Sin duda, la propuesta del “Acuerdo Soberano” como salida al
conflicto es más positiva que la del “Acuerdo Histórico”, en tanto se ofrece un proceso
constituyente en marcos que limitan el veto de la derecha, a la vez que se estipula como base del
acuerdo una agenda corta de reformas sociales y juicio y castigo a todos los violadores de DDHH
[6]. Sin embargo, como decíamos antes, la imposición de ésto último sería posible sólo a través de
la persistencia y ascenso de la movilización de masas, y sobre todo, de la Huelga General, siendo
que lo evidente es la tendencia al reflujo en el corto plazo.

No obstante, como señalabamos, la agudización de la lucha de clases a la que hemos asistido


permite presagiar que aun cuando el proceso constitucional se mantenga en los marcos ya
impuestos, no habrá un “cierre” fácil a la movilización popular. Por el contrario, pensamos que una
vez las clases dominantes adviertan cierta reposición de la “normalidad”, cualquier paso en falso
(un alza en las tarifas de luz, de transporte, impunidad a los mandos militares, etc) podrá incendiar
la pradera nuevamente, a la vez que las clases populares tendrán cierta disponibilidad a la
movilización, en tanto el grueso de ellas han visto que ese es el mejor camino para imponer sus
intereses, o al menos, para frenar el deterioro progresivo de sus condiciones de vida.

Mientras que, por otro lado, si se jalona el proceso constitucional hacia una perspectiva más
“progresista”, puede llevar a los sectores privilegiados del sistema a nuevamente sacar sus garras.
En efecto, si ya Andrés Allamand y el sector más recalcitrante de la derecha política ha hecho
tambalear el acuerdo, afirmando de que si no existe consenso global para la Nueva Constitución se
mantendría la actual (que si bien fue refutado por otros sectores de la derecha), evidencia que hay
franjas de la elite dominante que quieren mantener el sistema tal cual está. Más aún, la posición
represiva que le ha salido a la luz a la derecha al calor del conflicto, puede llevar a pensar que para
esos sectores la propuesta de cambio sea un “neoliberalismo corregido” pero de corte más
autoritario. También cabría evaluar qué harían las fuerzas militares y de orden (las instituciones
que más han visto golpeada su legitimidad en el último tiempo) de ver sus privilegios erosionados
o, incluso, si analizan que los “políticos” no resuelven el conflicto y conducen a la “desintegración
de la patria”. En el fondo, también, ello debe llevarnos a analizar cómo actuará la elite empresarial
en este contexto, si será capaz de ofrecer un nuevo modelo societal posneoliberal con ciertos
cambios redistributivos o solo buscará manter el mismo, apostando a la expansión mínima de la
focalización de recursos, y el afinamiento y/o fortalecimiento de los mecanismos de control y
represión.

VI

Dado que la caracterización del conflicto, el escenario y los actores es bastante más
compleja de lo que hemos relatado, cuestión que nos ha llevado solo a establecer un registro y
una leve interpretación de lo ocurrido, a modo de insumo para el debate, para profundizar el
análisis, consideramos que es necesario establecer preguntas y conexiones con otras dimensiones
para desarrollar a la hora de la discusión. Terminamos el texto con algunas de las que nos parecen
más significantes:

a) ¿Es posible hablar de un cambio de periodo o de ciclo político tras el conflicto?


b) ¿Cómo se conecta el acontecer del conflicto nacional con las dinámicas geopolíticas
(mundiales y regionales)?
c) ¿Cómo se puede caracterizar conceptualmente el conflicto popular que hemos vivido:
estallido, revuelta, levantamiento, rebelión u otra?
d) ¿Cómo entender dicho conflicto en una perspectiva de mediado plazo, conectándola
con el pasado, presente y futuro de la lucha político-social?
e) ¿Qué condiciones ofrece la actual situación del movimiento social, la clase trabajadora
y el campo popular para profundizar sus procesos de movilización, politización y
organización?
f) ¿Cómo se puede desarrollar una acción política a partir del proceso relatado y las
posibles respuestas a estas preguntas?
g) ¿Qué desafíos le instala a los sectores revolucionarios el proceso emergente?

Referencias.

[1] Varios autores, “El acuerdo por la paz social y la nueva constitución no es una trampa”.
https://ciperchile.cl/2019/11/18/el-acuerdo-por-la-paz-social-y-la-nueva-constitucion-no-es-una-
trampa/

[2] Por ejemplo, vease: http://revistadefrente.cl/la-trampa-de-los-dos-tercios-y-la-continuidad-


del-poder-de-veto-de-las-derechas-y-del-regimen-neoliberal/

[3] José Ponce Lopez, “Piñera y la estrategia “concertacionista” para desarticular la revuelta
social”. http://www.revistarosa.cl/2019/11/03/pinera-y-la-estrategia-concertacionista/

[4] Sebastián Farfán, “El acuerdo es un paso importante y necesario (aunque no nos guste)”.
http://www.revistarosa.cl/2019/11/20/el-acuerdo-es-un-paso-importante-y-necesario-aunque-
no-nos-guste/

[5] https://www.emol.com/noticias/Nacional/2019/11/20/967819/Allamand-nueva-constitucion-
convencion-constituyente.html

[6] https://pcchile.cl/2019/11/24/presentan-propuesta-de-acuerdo-soberano-para-responder-a-
las-demandas-sociales-y-profundizacion-democrat ica-del-proceso-constituyente/

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