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LA FAMILIA, Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.

INTRODUCCIÓN

La Iglesia en Latinoamérica se halla en estado permanente de misión, formada por


discípulos misioneros. Estratégica en esta misión es la pastoral familiar. Pues en
la familia la Iglesia se entiende mejor a sí misma, como gran familia; encuentra la
clave para llevar el evangelio – la buena noticia del amor – a cada persona; y,
desde ahí, vivifica la sociedad, al servicio del bien común que se aprende en la
familia. “En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino
para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera
experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe
consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la
celebra, la transmite y testimonia” (Aparecida 106).

FAMILIA Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

En la Iglesia Latinoamericano, especialmente desde Puebla, se empezó a abordar


el tema de la familia como sujeto y objeto de la evangelización, con el objetivo de
ayudarla a ser fiel a su misión evangelizadora. (Cf. DP 569)

Familia sujeto y objeto de la evangelización.

La evangelización está en total consonancia con la transmisión de la fe. San


Agustín de Hipona decía lo siguiente: “¡Ocupad mi lugar en la familia! Todos los
que son cabeza de familia tienen el deber de ejercer una misión sacerdotal y
cuidar la fe de los suyos… Ocupaos con toda diligencia de la salud espiritual de
las personas a vosotros encomendadas” (San Agustín, Serm. 94: PL 38, 580).

Las familias, en la reflexión constante y práctica del Evangelio, logran ser en la


realidad formadora de personas, educadora en la fe y promotora del desarrollo,
cometidos abordados ampliamente en Medellín. En Puebla se reconoció que aun
en nuestro continente hay familias “verdaderas «Iglesias domésticas», en cuyo
seno se vive la Fe, se educa a los hijos en la Fe y se da buen ejemplo de amor, de
mutuo entendimiento y de irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en
la diócesis” (DP 94).

La Iglesia debe impulsar todos sus esfuerzos pastorales para que la familia siga
siendo la primera escuela de la fe de los discípulos misioneros del Señor Jesús.
“Para que la familia sea “escuela de la fe” y pueda ayudar a los padres a ser los
primeros catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios
formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan
cumplir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los hijos en el
camino de la iniciación cristiana. La familia, pequeña Iglesia, debe ser, junto con la
Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños. Ella ofrece a los
hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su
proyecto de vida, como discípulos misioneros” (DA 302)

La familia, tal y como se mencionó anteriormente no se evangeliza así misma para


autocontemplarse. Sino que debe ser evangelizadora de otras familias. De otras
familias que viven miserias materiales, morales y espirituales. (Cf. Mensaje del
Papa Francisco. Cuaresma 2014). En realidad una familia se puede considerar
verdaderamente evangelizada cuando adquiere el compromiso de salir a
evangelizar. Porque es Iglesia, y la Iglesia sin misión deja de ser Iglesia.

Pero la evangelización de las familias no es asunto sólo de ellas mismas, sino de


toda la Iglesia porque “la Iglesia es edificada por las familias, “pequeñas Iglesias
domésticas”...De todo ello deriva una consecuencia evidente: la familia y la Iglesia,
en concreto las parroquias y las demás formas de comunidad eclesial, están
llamadas a una estrecha colaboración para cumplir la tarea fundamental, que
consiste inseparablemente en la formación de la persona y la transmisión de la fe.”
(Benedicto XVI, a la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma. 6 de junio, 2005).

En el Documento de Santo Domingo se reconoció que la familia, en la cual se


fragua el futuro de la humanidad y se concreta la frontera decisiva de la Nueva
Evangelización, pasa por un momento histórico en que es víctima de muchas
fuerzas que tratan de destruirla o deformarla (Cf. DSD 210); en Aparecida se
reconoce que en “nuestros países, una parte importante de la población está
afectada por difíciles condiciones de vida que amenazan directamente la
institución familiar” (DA 432)

El Papa Benedicto XVI, durante el Sínodo sobre la Nueva Evangelización,


exclamó: “La nueva evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica.
En nuestro tiempo, como ya sucedió en épocas pasadas, el eclipse de Dios, la
difusión de ideologías contrarias a la familia y la degradación de la ética sexual,
están vinculados entre sí. Y del mismo modo que están en relación el eclipse de
Dios y la crisis de la familia, así la nueva evangelización es inseparable de la
familia cristiana. De hecho, la familia es el camino de la Iglesia porque es «espacio
humano» del encuentro con Cristo. (1 de Diciembre, 2011)

Cuando en Santo Domingo se recurre a la expresión “familia frontera decisiva de


la Nueva Evangelización” de algún modo se está llamando a toda la Iglesia a
poner un tinte muy prioritario a la pastoral de la familia. Sin embargo hoy
podríamos asumir el mismo “mea culpa” que se asumió en Puebla: “… la Iglesia
en América Latina se siente feliz por todo lo que ha podido realizar en favor de la
familia. Pero reconoce con humildad cuánto le falta por hacer, mientras que
percibe que la Pastoral Familiar, lejos de haber perdido su carácter prioritario,
aparece hoy todavía más urgente, como elemento muy importante de la
Evangelización” (DP 570). Por eso en Aparecida en el numeral 432 se nos hace a
todos imperante exhortación: “En nuestra condición de discípulos y misioneros de
Jesucristo, estamos llamados a trabajar para que esta situación sea transformada,
y la familia asuma su ser y su misión en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia”

Pastoral Familiar y Nueva Evangelización

En Medellín al establecerse los tres cometidos de la Familia se empieza a dibujar


lo que debería ser una pastoral familiar: formadora de personas, educadora en la
fe y promotora del desarrollo. En el discurso de inauguración de Puebla, el Papa
Juan Pablo II pidió que se hicieran todos los esfuerzos para que existiera en los
países latinoamericanos una pastoral de la familia para atender este campo
prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran
parte de la" iglesia doméstica". Santo Domingo exhorta a hacer de la pastoral
familiar “una prioridad básica, sentida, real y operante. Básica como frontera de la
Nueva Evangelización. Sentida, esto es, acogida y asumida por toda la comunidad
diocesana. Real porque será respaldada concreta y decididamente con el
acompañamiento del obispo diocesano y sus párrocos. Operante significa que
debe estar inserta en una pastoral orgánica. (DSD 64). Y en Aparecida, siguiendo
el discurso inaugural del Papa Benedicto XVI se señala que “en toda diócesis se
requiere una pastoral familiar “intensa y vigorosa” para proclamar el evangelio de
la familia, promover la cultura de la vida, y trabajar para que los derechos de las
familias sean reconocidos y respetados”

Parece que, lamentablemente, aunque con un Magisterio Universal y


Latinoamericano abundante en el tema de familia, y reconociendo logros
importantes en la evangelización de la familia, gracias a los esfuerzos de muchos
obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, pero sobre todo el de los laicos
comprometidos, aún no hemos logrado aterrizar en las bases una Nueva
Evangelización que sea capaz de transformar nuestras familias, la sociedad y la
misma Iglesia. ¿Dónde nos perdimos?, ¿Cuál es el paso que nos hace falta dar
para que el antídoto llegue realmente al enfermo? Es decir ¿Cuál es el paso, o los
pasos que nos hace falta dar para que nuestros tantos esfuerzos en la Pastoral
Familiar alcancen a las familias hasta transformarlas en auténticas Iglesias
domésticas. ¿Por qué nuestra pastoral familiar no ha alcanzado consistencia y
desarrollo? (Cf. FC 65)

¿Qué es lo que aún no hace Nueva nuestra Evangelización en la Pastoral


Familiar?
Urge en la Pastoral Familiar un impulso misionero. La Familiaris Consortio nos
indica que la atención pastoral de la Iglesia no se limitará solamente a las familias
cristianas más cercanas, sino que, según la medida del Corazón de Cristo, se
debe mostrar más viva aún hacia todas las familias pero particularmente hacia
aquellas que se hallan en situaciones difíciles o irregulares (Cf. FC 64). Sin
embargo seguimos pescando en pecera, o dicho de otro modo, seguimos
entreteniéndonos con los que nos entretienen. Hoy la Pastoral Familiar necesita
asumir la actitud de Cristo, el Buen Pastor, que sale a buscar a la oveja perdida.

El Papa Francisco nos invita a tomar la decisión seria de salir al encuentro de


todas las familias, independientemente de cómo estén compuestas, él nos ha
dicho “propongamos por lo tanto a todos, con respeto y valentía, la belleza del
matrimonio y de la familia iluminados por el Evangelio. Y por esto nos acercamos
con atención y afecto a las familias en dificultades, a las que están obligadas a
dejar su tierra, que están partidas, que no tienen casa o trabajo, o por muchos
motivos están sufriendo; a los cónyuges en crisis y a los ya separados. A todos
queremos estarles cerca con el anuncio de este Evangelio de la familia, de esta
belleza de la familia.” (Papa Francisco, Discurso al Consejo Pontificio para la
Familia. 25 de Octubre de 2013).

Debemos acercarnos a la realidad de la familia contemporánea para comprender


el desafío que debemos afrontar en la Pastoral Familiar. Esta realidad ha quedado
planteada por el Papa Francisco en su Encíclica el Gozo del Evangelio (66-67).
Veamos

Primero: el individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida


que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que
desnaturaliza los vínculos familiares.

Segundo: El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación
afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con
la sensibilidad de cada uno.

Esto afecta a la familia, a la sociedad y a la Iglesia, porque la familia es la célula


básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a
pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos; por otro lado el
aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad
y el de las necesidades circunstanciales de la pareja.

Y el mismo Papa señala un camino “La acción pastoral debe mostrar mejor
todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane,
promueva y afiance los vínculos interpersonales” Entonces nuestra Pastoral
Familiar debe estar enfocada en procurar el encuentro de la cada familia con el
Señor Jesús para que pueda sanar sus relaciones familiares muchas veces
heridas en el camino (Cf. Padre Jaime H. Henao. El encuentro con Jesucristo vivo
en la vida familiar). Esto significa partir desde la realidad existencial que tiene cada
familia, realidades que generalmente nos son las ideales según el modelo de
familia que todos esperamos desde la fe. No significa que de igual todo, sino que
desde su propia realidad motivemos a las familias a ver en la Iglesia una Madre
que les comprende y les acompaña en sus situaciones existenciales concretas. Se
trata de hacer una “acción pastoral progresiva” que sepa acompañar a cualquier
familia paso a paso en las diversas etapas de su formación y de su desarrollo, en
fin, de su vida. (Cf. FC 65)

Por ejemplo, el mismo Papa Francisco ha acaparado la atención de todos en la


urgencia pastoral que nos hace sentir de dar una respuesta llena de caridad y
verdad a los hermanos divorciados y vueltos a casar. Cualquiera diría que esto no
es novedoso en el Magisterio de la Iglesia, es cierto pero aún no nos hemos
acercado lo suficiente a ellos para como para que descubran el rostro maternal de
la Iglesia y, en ella, la fuerza salvadora de Cristo. Nuestro impacto pastoral en las
familias aún no ha sido suficiente como para detener el aumento de los divorcios y
la desintegración familiar. Además hay situaciones que están presentes en el
medio a las que todavía no hemos iniciado a dar respuestas pastorales como la
atención a personas con orientación homosexual, los hijos que proceden de ese
tipo de relación, y tantas otras situaciones que nos sugerían el documento de
consulta para la celebración del Sínodo de los Obispos que precisamente tiene
como tema “Los desafío pastorales sobre la familia en el contexto de la
evangelización”. Nos hemos quedado cortos en el Anuncio del Evangelio de la
Familia y la Vida, en las enseñanzas del Magisterio en materia de matrimonio y
familia. Nos hemos dado a conocer lo suficiente o nada el origen natural de estas
instituciones que sostienen la sociedad. Ciertamente en la Pastoral Familiar
urgimos de una Nueva Evangelización que transforme la familia para que sea
transformado el mundo y la Iglesia. Esto es urgente porque como diría el Papa
Francisco: “Se podría decir, sin exagerar, que la familia es el motor del mundo y
de la historia.” (Discurso al Consejo Pontificio para la Familia. 25 de octubre,
2013).

ILUMINACIÓN BÍBLICA

Antes de culminar mi presentación les invito que tengamos presente en este


momento el texto del Buen Pastor tomado del Evangelio según San Juan 10, 1-21
(leer el texto Biblico).
La imagen del Buen Pastor contiene la clave para la misión de la Iglesia. A partir
de ella entendemos que Jesús ha venido para que los hombres tengan vida
abundante. Esta vida abundante no es la vida del hombre aislado, individualista.
Para la Biblia hay vida allí donde hay relación, primero con Dios y luego con los
hermanos. De hecho, el buen Pastor, según dice Jesús, es el que da la vida por
las ovejas. Se nos recuerda así que vida y don van siempre juntos, que la vida no
es posesión privada, sino que solo se gana cuando se abre, cuando se recibe de
otros y se dona a otros, viviendo para ellos. Para anunciar vida hay que contar, por
eso, con el primer ámbito en que se experimenta la comunión, que es la familia.
Allí la vida está siempre unida al amor, no es nunca vida solitaria: los padres dan
vida a los hijos, los esposos se dan mutuamente la vida en la promesa esponsal.

El Buen Pastor, además, va en busca de la oveja perdida. Hoy en día sabemos de


la situación de extravío de tantas personas que son incapaces de vivir un amor
verdadero y entran en una gran crisis de identidad. No se trata de buscar
culpables, porque los hombres sufren sobre todo como víctimas de un abandono,
de una falta de tradición. La Iglesia ofrece entonces una esperanza: es posible
recobrar el camino, volver a escuchar una llamada a la vida feliz. Para ello hoy los
discípulos misioneros han de acudir a ese lugar donde la oveja está perdida, y ese
lugar son las relaciones humanas, pues el hombre, la oveja, resulta ahora
extraviado sobre todo en el mapa del amor, incapaz de encontrar caminos hacia
un amor pleno y, por eso, incapaz de encontrarse a sí mismo.

Además, el Buen Pastor llama a las ovejas por su nombre. La pastoral de la


Iglesia ha de seguir el método del tú a tú, anunciando a cada persona que es
irrepetible: esto sucede solo en la familia, donde nadie puede sustituirnos, como
nos pueden sustituir en el trabajo, por ejemplo, si caemos enfermos. Allí cuenta la
Iglesia con un recurso irrenunciable para que cada uno se sepa tocado por Cristo,
con el toque personal de la fe (cf. Lumen Fidei 31).

El Pastor carga la oveja sobre las espaldas, se hace uno con ella y la acompaña.
La Pastoral es compañía de las personas. El Evangelio no se anuncia de golpe,
sino ofreciendo siempre un paso sucesivo. Y la familia, que acompaña a las
personas durante toda su vida, es ejemplo excelso de esto. Allí contamos con
personas que están para siempre unidas a nosotros.

Es por ello que cuando una familia recibe el Evangelio, se convierte en edificadora
de Iglesia. Y es que en la familia se descubre la vida como comunión, que es la
célula básica de toda la Iglesia. En familia se aprende a recibir dones de Dios,
apertura central a la fe; en familia se practica la entrega para siempre, reflejando la
fidelidad de la fe; en familia se vive como hijos de Dios y hermanos de todos... Por
la familia pasa la vocación de toda persona, que es vocación al amor y por eso la
misión de la Iglesia ha de pasar por la familia.

Hay que caminar, por tanto hacia una pastoral integral. Pues nos hemos
acostumbrado a pastoral por sectores: dividimos a las personas en jóvenes,
ancianos, deportistas, necesitados... y preparamos una pastoral para cada grupo.
El problema de este enfoque es que no tiene unidad para transmitir la buena
noticia. Pues bien, esa unidad la recibimos precisamente a través de la familia, en
cuanto cuna de la vocación de la persona al amor. La pastoral integral mira a cada
persona a partir de una misma vocación, que es siempre vocación al amor. Y trata
a cada persona como miembro de una familia: un hijo que es llamado a
convertirse en esposo y, de ese modo, poder ser padre y madre, poder comunicar
vida.

Desde este punto de vista se iluminan todas las otras “pastorales”. La pastoral de
vocaciones, por ejemplo, solo podrá entenderse desde la familia, que educa a la
vocación al amor; la pastoral de enfermos necesita de la familia, que cuida la vida
del enfermo y afirma su dignidad; la pastoral con los más necesitados tiene que
fortalecer sus relaciones familiares, pues sin ellas es imposible salir de la pobreza,
tener un proyecto de vida y una esperanza, cultivar la propia dignidad.

Además, todos los sacramentos tienen que ver con la familia, porque nos hablan
de un Dios que nos dona su amor a través del cuerpo. Si la pastoral de la Iglesia
es sacramental, pasará siempre por la familia. Así el Bautismo es el sacramento
del nuevo nacimiento en que se reciben nuevos hermanos; la Eucaristía es el
sacramento del cuerpo entregado por amor, las bodas del Cordero (Ap 19,7; 21,9).
En la Confirmación recibimos el amor del Espíritu, que nos une en comunión,
como sucede en toda familia. La Penitencia es lugar de perdón, y la familia es
experta en perdones pequeños y grandes. La Unción de Enfermos nos recuerda
que nuestro cuerpo es frágil, pero que en la debilidad otros nos pueden sostener,
como sucede en la familia. Y el sacramento del Orden se basa en una paternidad
sacerdotal hacia la Iglesia, esposa del sacerdote.

De este modo en su pastoral la Iglesia refleja lo que es, una gran familia, una
familia de familias. Y aprende a tratar a cada persona no como fiel individual, sino
como miembro de una familia: hijo, esposo, hermano, padre, madre... Esto vale
también para las personas que han perdido su familia o que sufren situaciones
difíciles: el Evangelio asegura a todos que hay para ellos una familia, la gran
familia de Jesús.

En las situaciones difíciles por las que atraviesa la familia no dejamos que nos
roben la esperanza. Es importante plantear el plan originario de Dios para la
familia: formada de hombre y mujer, abierta a la vida, indisoluble, enlazada de
generación en generación. Y esto incluso cuando vemos tantas familias rotas.
Pues solo quien empieza planteando el ideal puede ser realista, ya que en ese
ideal está el amor primero de Dios y el destino a que nos mueve y acompaña.

Para concluir

Dado que la familia es el valor más querido por nuestros pueblos, creemos que
debe asumirse la preocupación por ella como uno de los ejes transversales de
toda la acción evangelizadora de la Iglesia. En toda diócesis se requiere una
pastoral familiar “intensa y vigorosa” para proclamar el evangelio de la familia,
promover la cultura de la vida, y trabajar para que los derechos de las familias
sean reconocidos y respetados. Aparecida 435.

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