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EL ENIGMA GRINBERG

Primero, el misterio de la desaparición. Lo


pintoresco, como diría René Guénon. Su
desvanecimiento.
Conforme a un artículo de Sam Quinones
publicado en el número julio/agosto de 1997
del New Age Journal, el comandante
policiaco Padilla, quien dirigía las
investigaciones sobre la desaparición del
doctor Jacobo Grinberg-Zylberbaum ocurrida
en diciembre de 1994, reconoció no tener ni
un cuerpo, ni un rastro, ni un móvil al
respecto.
Según cuenta el articulista, el año de 1994
había sido muy favorable para Jacobo
Grinberg. A pesar de las graves turbulencias
políticas mexicanas de entonces, este
neurocientífico había alcanzado un alto punto
en su carrera profesional luego de casi veinte
años de trabajos teóricos y experimentales. A
pesar de la incredulidad y hasta sorna que sus
tesis provocaban entre sus mismos colegas,
Grinberg obtenía un logro tras otro.
En su laboratorio de la facultad de Psicología
de la UNAM, modernizado poco tiempo antes
con poderosas computadoras gracias a un
importante donativo gubernamental, registró
el comportamiento cerebral en estado de
trance de don Rodolfo, un chamán
veracruzano. Uno de sus libros acerca de la
influencia seminal en su proceso de
conocimiento de la curandera Bárbara
Guerrero, conocida como doña Pachita, por
fin sería publicado en inglés. En agosto
Grinberg viajó a Alemania para impartir una
conferencia sobre su trabajo científico y
regresó entusiasmado. Mientras las
invitaciones a encuentros y seminarios
internacionales se multiplicaban, en diversas
partes del mundo crecía el interés por sus
investigaciones, inclusive entre aquellos de
sus pares mexicanos que en el pasado reciente
lo demeritaran tildándolo de charlatán. Un
grupo de devotos y dedicados estudiantes de
posgrado trabajaba regularmente con él.
Sin embargo, el doctor Grinberg vivía
problemas en casa. Su esposa Tere, de 38
años, quería desesperadamente tener un hijo.
Él, de 47, no. Y repentinamente, durante el
mes de diciembre, Grinberg faltó a algunas
citas con sus estudiantes, inclusive a su propia
fiesta de cumpleaños el día 14. Su mujer le
explicaría a uno de los colaboradores del
marido que éste había tenido que volar a
Campeche, pero días después llamaría para
encargarle de su parte el laboratorio mientras
permaneciera en Nepal, a donde según ella ya
había partido, un viaje que Grinberg llevaba
meses de anunciar con excitación y en el que
se encontraría con un maestro de la doctrina
budista tibetana Dzogchen, una de las
enseñanzas meditativas más secretas que
posee esa tradición.
El recado transmitido por la esposa era
extraño pues Grinberg siempre daba
personalmente ese tipo de instrucciones. Al
pasar algunas semanas desde la fecha del
regreso del doctor, sus familiares y
estudiantes creyeron que la estancia en Nepal
se había prolongado. Unos meses después
comprobaron que no existía registro de que el
hombre hubiera salido del país. Tampoco de
Tere, quien se esfumó dejando tras de sí
algunos comportamientos muy intrigantes
para los investigadores.
La mañana siguiente a la última vez que fue
visto vivo su marido ella cobró un cheque de
regalías editoriales de él por mil pesos. Un día
después le ordenó al cuidador de su casa en
Tepoztlán que no se presentara a trabajar
porque el doctor había tenido que viajar hacia
Guadalajara. El día 14, mientras faltaba en su
mismo cumpleaños, Tere contó a la madrastra
del doctor Grinberg que inmediatamente
después de volver de Campeche él había
volado a Nepal. La noche del 24 fue vista
afuera de su casa morelense en compañía de
una mujer rubia y extranjera. Después se fue
abandonando todo, desde el perro y la ropa
hasta los muebles y los enseres. Lo mismo
hizo con el departamento de la pareja en la
ciudad de México. Ni siquiera su madre supo
a dónde había ido.
Cinco meses después, la esposa de Grinberg
apareció en la casa de una tía situada en
Rosarito Beach. Estuvo ahí dos semanas,
llamó a su madre el diez de mayo para
felicitarla y a continuación se esfumó otra vez,
hasta el momento de escribir estas líneas y
según lo que se sabe. Al comandante Padilla
le llamó la atención que Tere no le hubiera
dicho a ninguno de sus parientes acerca de su
matrimonio y que la primera foto que vieran
de su marido fuera la que de Grinberg les
mostró la policía.
La nota de Sam Quinones afirmaba que la
familia de Jacobo Grinberg quedó convencida
de que Tere lo mató, y alguno de ellos razonó
en sus declaraciones el hecho de que no pudo
hacerlo sola. Pero otra línea de investigación
del comandante Padilla consideraba el
involucramiento de Carlos Castaneda y de su
grupo en la evaporación del sabio, una línea
que se vinculaba con Tere, otra vez. Conforme
a los testimonios recogidos por el articulista,
la relación entre Grinberg y Castaneda era
complicada, “una turbulenta mixtura de
extrañas mentes y poderosos egos.” Y aunque
Grinberg hubiera escrito admirativamente
sobre la influencia de Castaneda en sus
propias investigaciones cognitivas. En
declaraciones que se atribuyen a Marco
Antonio Karam, presente en una reunión en
Los Angeles en 1991, además de Tere,
Castaneda le propuso a Grinberg que dejara su
laboratorio universitario y fuera a vivir a su
comunidad. Él rehusó. Dos años más tarde la
relación se fracturó. Varios estudiantes
escucharon a Grinberg decir que Castaneda
era un egomaníaco más interesado en el poder
que en la verdad. Los mismos que supieron de
la fascinación que Castaneda y su gente
provocaron en Tere, sobre todo una mujer
rubia y extranjera, Florinda Donner, asociada
de aquél.
ooo0ooo
Sobre Jacobo Grinberg no puede afirmarse
aquello dicho por un autor en cuanto a su
personaje: había resbalado entre los
acontecimientos como un buen bailarín que
no roza a las demás parejas en la sala atestada.
O tal vez sí, depende de la perspectiva.
Testimonios de personas que estuvieron a su
lado señalan cómo cierta ansiedad paranoica
dominaba su estado de ánimo poco antes de
desaparecer. Grinberg parecía querer forzar
las pruebas de laboratorio en favor de la
demostración de sus teorías, y a su alrededor
eso generaba un campo de dudas, de
escrúpulos éticos y de aspereza verbal. Se dice
que en tales ocasiones la lengua de Grinberg
era un látigo.
Y si bien su vida pública estaba compuesta de
ese patrón dicotómico entre la consideración
debida al genio según unos y la
descalificación del charlatán según otros, su
vida privada también albergaba tensiones,
acaso graves, conforme lo sugiere el
comportamiento posterior de su mujer. Su
vida secreta, en cambio, se presenta tan
misteriosa como la desaparición misma. Sin
embargo, Grinberg practicaba técnicas
meditativas de interiorización profunda, lo
que espiritualmente se conoce como ciencia
del ritmo o como camino “místico”, para
simplificar. El proyectado y fallido viaje a
Nepal con objeto de estudiar la sofisticada
doctrina Dzogchen de meditación budista
demostraría que el doctor era un sólido
practicante espiritual.
Recapitulando alternativas sobre el caso,
entonces. Uno: Grinberg fue muerto por su
mujer con la colaboración de otros, los
castanedianos posiblemente, de acuerdo a las
escasas pistas hasta hoy obtenidas. Dos:
Grinberg desapareció en el interior de la
oscura y enigmática comuna de Carlos
Castaneda. Tres: Grinberg llevó a cabo un
exitoso suicidio sin cuerpo. Cuatro: Grinberg
fue raptado por fuerzas que siguiendo las
fábulas circulantes van desde la CIA hasta los
alienígenas. Cinco: Grinberg pasó a otra
dimensión espaciotemporal por propia
voluntad.
La primera opción no cuenta con un móvil
visible y de ser cierta podría significar tanto
una tragedia conyugal como un crimen entre
brujos debido a una lucha de poder en los
meandros del esoterismo posmoderno, un
mundo definido como extraño y raro por
quienes lo han atisbado, donde al ingresar,
siendo efectiva la segunda opción en el
enigma Grinberg, se dejan atrás para siempre
los vínculos personales. En dicha historia
habría una novela. Y la cuarta opción
conspirativa: el científico abducido y los
candidatos a ser responsables de haberlo
hecho que se mencionan en los circuitos
cibernéticos afectos al tema, se antoja estar
compuesta solamente por nuevos y
paranoicos lugares comunes.
La tercera conclusión es compartida por
alguna gente bien informada en el caso. Por
razones que sólo le asisten a él mismo,
Grinberg decidió suicidarse, pero sin dejar un
cuerpo tras de sí. Hay quien cree que ese gesto
teatral provino de la megalomanía yoica, del
cálculo hasta delirioso para alimentar una
leyenda mencionada en la quinta variante:
este hombre se marchó a vivir a otra
manifestación del ser. Si uno suspende
temporalmente la incredulidad lógica en su
mente puede imaginar que le fuera posible a
Grinberg hacerlo, pues existen referencias
respecto a otros que lo han logrado.
Son de orden literario, por lo mismo resultan
fantásticas en una primera impresión. Pero
son ciertas pues están en el orden de lo posible
y provienen de muy antiguos conocimientos
yóguicos y chamánicos poseídos por su autor.
“El secreto del doctor Honigberger”, un relato
de Mircea Eliade publicado en 1956, cuenta el
proceso de desaparición de un sabio que
descubre, entre otros misterios capitales, la
“existencia notoria de Shambala”, un país
imperceptible a los ojos profanos debido no a
accidentes geográficos sino al propio espacio
del cual participa, no apto para ser visto por
cualquiera pues es un reino “en el que no se
puede entrar sin un entrenamiento espiritual
tan complicado como enérgico.”
En alguna versión se menciona la existencia
de una nota escrita por Grinberg donde
anuncia su paso a otra dimensión de la
conciencia. ¿Habría sido su entrenamiento
espiritual tan complicado como enérgico
según se requiere? Los testimonios sobre su
conducta en los últimos tiempos no
corresponden a un hombre que estuviera
determinado a cumplir una tarea así. Pero
concedamos: en la ficción o en la realidad
Grinberg logró pasar, transportarse, penetrar a
esa otra realidad. Autores serios dirían: a otro
estado del ser.
¿A cuál? He ahí la cuestión. Quizá el
esfumamiento de Grinberg no fuera
provocado con ninguna otra intención que la
de reforzar su hipótesis sobre la verdadera
naturaleza de las cosas, externada en decenas
de publicaciones, entre ellas en un pequeño
artículo escrito hace casi veinte años -hecho
llegar a nuestras manos por el amigo que nos
llevó (¿o indujo?) a este asunto-: “En torno al
fenómeno del chamanismo”. En dicho texto
Grinberg explica que “la estructura
fundamental del espacio es una red o matriz
energética hipercompleja de absoluta
coherencia y total simetría. A esta red se le
denomina lattice y en su estado fundamental
contribuye al espacio mismo omniabarcante y
penetrado de todo lo conocido.”
Aunque parezca abstracta, la afirmación
anterior es tan concreta como aquella
intuición poética que Grinberg, a través de sus
polémicos experimentos en laboratorio, quiso
probar de manera incuestionable y quizá
precipitada: hay muchos mundos, están en
éste y existen quienes pueden habitarlos a
voluntad.
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“¿Para qué agitó usted el avispero?” Tan
escueta y hasta inquietante reclamación
electrónica de una corresponsal que firma
como Antígona Hermética (un seudónimo,
según es obvio), recibida hace días a raíz de la
escritura de los dos artículos anteriores en esta
columna sobre el científico mexicano Jacobo
Grinberg-Zylberbaum, más algunos mensajes
de quienes lo conocieron directamente o
conocen a alguien que fuera cercano a él, y
también peticiones para obtener la primera
entrega del texto, muestran que el enigma
Grinberg es un fenómeno mucho más
complejo de lo que aparenta, pues tanto el
personaje mismo como el objeto de su
búsqueda experimental resultan ser,
descontando la irresoluble evaporación
ocurrida, el misterio central del avispero.
O del enjambre. O mejor, de la colmena. Hay
mucho de Fausto en Grinberg, pues al igual
que el viejo doctor medieval, el investigador
mexicano estaba obsesionado por descifrar la
naturaleza de la realidad, el comportamiento
de los mecanismos mentales, las formas de
manifestación del espacio tiempo. Un anhelo
fáustico, dado que pretendía confirmar ese
desciframiento mediante pruebas regulares de
laboratorio, y entonces un Mefisto detrás del
asunto y en toda la procesión de sucesos hasta
llegar al desenlace funesto o simulado, según
se le quiera ver.
De manera breve puede exponerse que
Grinberg fue creador de una hipótesis
científica que llamó Teoría Sintérgica, de
acuerdo con la cual todo ser vivo que
experimenta y siente está determinado por tres
procesos simultáneos de interacción: una
interacción entre los elementos neuronales del
cerebro capaces de crear una compleja trama
energética llamada campo neuronal; una
interacción de ese campo neuronal con la
estructura también energética del espacio
tiempo (una red o matriz denominada Lattice
que en su estado fundamental, omniabarcante
y penetrado de todo lo conocido, da lugar a la
manifestación del espacio tal como éste se
percibe); y una interacción última, descrita
como la más desconocida de las tres, que
consiste conjeturalmente, siguiendo la teoría
de Grinberg, en la intervención de otra
“entidad” para que ocurra la experiencia
conciente, un Observador que al mismo
tiempo está mezclándose con aquella mezcla
que producen el espacio tiempo y el campo
neuronal: “Este Observador en diferentes
tradiciones se ha denominado Ser, Purusha o
Atman. La existencia del Observador se
encuentra en la frontera del conocimiento
científico precisamente por la necesidad de
considerarlo independiente de la Lattice. La
condición del Observador como
independiente del campo físico no ha sido
aceptada por la ciencia, aunque para Pachita
era una realidad incuestionable.”
Bárbara Guerrero, doña Pachita, curandera
ciega, antigua cantante de cabaret y vendedora
de billetes de lotería que de muy joven
combatió al lado de las tropas de Pancho Villa,
fue una de las asombrosas chamanas, la más
determinante sin duda, cuyos estados de
trance y las fantásticas operaciones que en
ellos lograba fueron documentados por el
científico a lo largo de varios años. “El nivel
de conciencia de Pachita era
extraordinariamente diferenciado -escribió-.
Durante las operaciones que realizaba era
capaz de materializar y desmaterializar
objetos, órganos y tejidos. El manejo de las
estructuras orgánicas le permitía realizar
trasplantes de órganos a voluntad, curaciones
de todo tipo y diagnósticos a distancia con un
poder y exactitud colosales.”
Desconcertantes portentos que podrían
explicarse aceptando que el control que
Pachita poseía sobre su propio campo neural
era capaz de interactuar “en forma
congruente” con una banda mayor del espacio
tiempo donde ocurriría la materialización y la
desmaterialización de los objetos, lo mismo
que extraños fenómenos chamánicos de
intervención en la realidad común y
perceptible para los cuales de otra manera no
hay ninguna explicación convincente. La
capacidad chamánica de intervenir en esta
esfera, mediante un incremento de la
coherencia cerebral que sólo es posible para
esas mentes, fue descrita por Grinberg como
una conciencia o estado de “Unidad total (en
la cual) desaparece el ego y el sujeto de la
experiencia se vuelve una especie de ‘rey de
la creación’ capaz de modificar la realidad de
sus orígenes.”
Quizá la paradoja de las tesis de Grinberg
solamente resida en su empeño fáustico por
probar esta fenomenología del espíritu y la
materia a través de protocolos científicos,
experimentos técnicos y máquinas
cibernéticas. Todas las tradiciones coinciden
en la existencia activa y perentoria de aquella
conciencia de Unidad en la cual ocurren lo
que nosotros los modernos designamos, por
mera ignorancia materialista, fenómenos
milagrosos o mágicos. Trátase pues, antes que
sobre la supuesta locura frankesteiniana de
Grinberg, de ese desencantamiento del mundo
ocurrido desde hace siglos en el pensamiento
humano y donde ya no quedan temas “que se
pueden pensar y resolver sin recurrir al
cálculo, la medición y la razón”, conforme a
un lúcido corresponsal que reflexiona al
respecto.
Es probable que nunca se sepa qué fue de él.
Tampoco si su desaparición se debió a una
muerte o bien a un tránsito hacia otra
dimensión mental: enigmas menores del
enigma mayor. Pero sus experimentos siguen
llevándose a cabo en cualquier parte. Basta y
sobra sentarse a meditar para ratificar,
empírica y objetivamente, que la realidad es
mucho más misteriosa y extraordinaria de lo
que aseveran la ciencia, la mente o la
percepción. Dicho pues en homenaje a
Grinberg, dondequiera que permanezca: hay
muchos mundos y están en éste. Sí.

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