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Clase XX LO QUE ENTRA POR LA OREJA

-Engañosa potencia fálica


-El monólogo del niño
-El camarón de lsakower
-La incorporación de la voz
-Los dioses en la trampa del deseo
Círculo Euleriano:
Ver en la pág. 290
Punto 1
El campo cubierto por el hombre y por la mujer en lo que se podría llamar, su conocimiento el
uno del otro, sólo coincide en lo siguiente: que la zona a la que son conducidos por sus deseos
para que se alcancen, allí donde podrían coincidir efectivamente, se caracteriza por la falta de lo
que sería su intersección. El falo es lo que, para cada uno, cuando es alcanzado, precisamente lo
aliena del otro.
Del hombre, en su deseo de omnipotencia fálica, la mujer puede ser con toda seguridad el
símbolo, y ello precisamente en la medida en que ya no es la mujer.
En cuanto a la mujer, sólo puede tomar el falo por lo que éste no es - ya sea, por el a, el objeto,
ya sea por su pequeñísimo (-q), el de ella, que apenas le proporciona un goce aproximado de lo
que imagina del goce del Otro, que puede sin duda compartir mediante una especie de fantasma
mental, pero únicamente aberrando su propio goce. En otros términos, si puede gozar de (-q) es
porque éste no se encuentra en su lugar, en el lugar de su goce, en el lugar donde su goce puede
realizarse.
¿cuántas veces no habremos visto a las mujeres queriendo hacerse psicoanalizar como su
marido, y a menudo por el mismo analista? ¿Qué significa esto, sino que ambicionan compartir
el deseo supuestamente coronado de sus maridos?
Que el falo no se encuentra allí donde se lo espera, allí donde se lo exige, o sea, en el plano de la
mediación genital, esto es lo que explica que la angustia sea la verdad de la sexualidad, es decir,
lo que aparece cada vez que su flujo se retira y deja al descubierto la arena. El falo evanescente,
el deseo no está ahí en ese lugar
La castración es el precio de esta estructura, viene a ocupar el lugar de esa verdad, que es de
hecho ilusorio. No hay castración, porque en el lugar donde debe producirse no hay objeto que
castrar. Para ello sería preciso que el falo estuviera allí, ahora bien, sólo lo está para que no haya
angustia. El falo, allí donde es esperado como sexual, no aparece nunca sino como falta, y éste
es su vínculo con la angustia.
Todo ello significa que el falo es llamado a funcionar como instrumento de la potencia. Cuando
hablamos de potencia en el análisis, lo hacemos de una forma vacilante, porque siempre nos
referimos a la omnipotencia, cuando no se trata de esto. La omnipotencia es ya un
deslizamiento, una evasión, respecto al punto donde toda potencia desfallece. A la potencia no
se le demanda que esté en todas partes, se le demanda que esté allí donde está presente,
precisamente porque, cuando desfallece allí donde es esperada, empezamos a urdir la
omnipotencia.
Dicho de otra manera, el falo está presente en todas partes donde no se encuentra en situación.
La impotencia condena al hombre a no poder gozar más que de su relación con el soporte del (+
𝜑), es decir, de una potencia engañosa.
La omnipotencia, la mayor vivacidad del deseo, se produce en el plano del amor que llaman
uraniano, a propósito del cual creo haber señalado su afinidad más radical con la
homosexualidad femenina.
El amor idealista presentifica la mediación del falo como (-q). El (-q) es en ambos sexos lo que
yo deseo, pero también lo que sólo puedo tener como (-q). Este menos es lo que resulta ser el
médium universal en el campo de la conjunción sexual.
Este menos, no es en absoluto recíproco. Constituye el campo del Otro como falta, y sólo
accedo a él en la medida en que tomo esta misma vía y me atengo a lo siguiente, al hecho de
que el juego del menos me hace desaparecer. No hago más que reconocerme en un a
generalizado, la idea del menos en tanto que está en todas partes, o sea, en ninguna.
El soporte del deseo no está hecho para la unión sexual, puesto que, generalizado, ya no me
especifica como hombre o mujer, sino como lo uno y lo otro. La función del campo descrito en
este esquema como el de la unión sexual plantea para cada uno de los sexos la alternativa - o el
Otro, o el falo, en el sentido de la exclusión. Este campo de aquí está vacío. Pero si lo positivo,
el o adquiere otro sentido, y significa ahora que el uno y el otro son sustituibles en todo
momento. La cuestión del deseo es importante.
Punto 2
Habla del mono en comparación con el hombre: Para el animal no hay estadio del espejo y, en
consecuencia, narcisismo, nos referimos a cierta sustracción de la libido ubicua y de su
inyección en el campo del insight, cuya forma la da la visión especularizada. Pero esta forma
nos esconde el fenómeno de la ocultación del ojo, que en consecuencia debería mirar desde
todas partes a aquel que somos, situarlo bajo la universalidad del ver.
Se sabe que esto puede producirse. Es esto lo que se llama lo unheimlich. Habitualmente, lo que
tiene de satisfactorio la forma especular es precisamente que enmascara la posibilidad de esta
aparición. En otros términos, el ojo instituye la relación fundamental deseable porque siempre
tiende a hacer desconocer, en la relación con el Otro, que bajo este deseable hay un deseante.
Ejemplo el deseo de mi familia es que sea contador pero mi deseo es otra cosa, el ojo de buda
esconde pero muestra.
la hipótesis estructurante que planteamos para la génesis del a es que nace en otra parte, y antes
de esta captura que lo oculta. Tiene que ver con la división subjetiva. Esta hipótesis está basada
en nuestra práctica, y es desde ella que la introduzco. O bien nuestra praxis es defectuosa o bien
supone que nuestro campo es el campo del deseo, y que el deseo se engendra en la relación de S
con A.
Lo que engendra nuestra praxis es este universo, simbolizado en último término por la famosa
división que nos guía desde hace un tiempo a través de los tres tiempos en los cuales el S, sujeto
todavía desconocido, tiene que constituirse en el Otro, y el a surge como resto de la operación.
Nuestra práctica puede permitirse ser en parte defectuosa respecto a sí misma y que haya un
residuo, porque eso es precisamente lo que está previsto. Pero es preciso decir que la relación de
S con A supera en mucho en su complejidad, lo que aquellos que nos legaron la definición del
significante consideran su deber situar como principio del juego que organizan, a saber, la
noción de comunicación.
La comunicación en cuanto tal no es lo que es primitivo, puesto que en el origen S no tiene nada
que comunicar, por la razón de que todos los instrumentos de la comunicación están al otro
lado, en el campo del Otro, y de él tiene que recibirlos. Es del Otro de quien el sujeto recibe su
propio mensaje. La primera emergencia, la que se inscribe en la pizarra, no es más que un
¿Quién soy? inconsciente - puesto que es informulable - al que responde, antes de que se
formule, un Tú eres. Es decir, el sujeto recibe ante todo su propio mensaje bajo una forma
invertida. Además, acá se añade algo, lo recibe bajo una forma interrumpida. Sin embargo, por
interrumpido que esté ese mensaje, nunca es informe, puesto que el lenguaje existe en lo real;
está en circulación, y muchas cosas a propósito de él, el S, en su interrogación supuestamente
primitiva, están ya regladas en este lenguaje.
La relación de S con a, no es sólo una hipótesis; confirma el juego autónomo de la palabra  el
lenguaje ya está ahí.
Piaget “LENGUAJE EGOCÉNTRICO”: la clase de monólogos a los que se entrega un niño
en voz alta cuando se lo pone con algunos camaradas a realizar una tarea en común. Lo que muy
evidentemente es un monólogo dirigido hacia sí mismo sólo puede reproducirse dentro de cierta
comunidad.
Lacan a diferencia de Piaget, sostiene que nunca hay un monólogo cuando hay otra persona. Del
único modo que podemos acceder a este monólogo del niño, es en estado de resto  por
ejemplo, por una cinta, el magnetófono. Para lacan el lenguaje existe en lo real por mas que
uno habla para si mismo siempre hay un encuentro con el otro.
Punto 3
Todo lo que el sujeto recibe del Otro a través del lenguaje, la experiencia ordinaria es que lo
recibe en forma vocal. La experiencia de casos que no son tan raros muestra que hay vías
distintas que las vocales para recibir el lenguaje. El lenguaje no es vocalización. Vean ustedes a
los sordos. Sin embargo, creo que podemos llegar a decir que lo que liga el lenguaje a una
sonoridad es algo más que una relación accidental. Calificamos esta sonoridad de instrumental.
No sabemos todo sobre el funcionamiento de nuestro oído, pero sabemos, no obstante, que el
caracol es un resonador. Es un resonador complejo, o compuesto si ustedes quieren, pero en fin,
un resonador, aunque sea compuesto, se descompone en composición de resonadores
elementales. Esto nos lleva en una dirección, la de decir que lo propio de la resonancia es que en
ella el aparato predomina. El aparato resuena, y no resuena ante cualquier cosa. Si ustedes
quieren, para no complicar demasiado las cosas, sólo resuena ante su nota, su frecuencia propia.
En la organización del aparato sensorial nuestro oído, es un resonador de la clase de los tubos.
La cosa es, evidentemente, complicada, pues este aparato no se parece en nada a ningún otro
instrumento musical. Es un tubo que sería, por así decir, un tubo con teclas, en el sentido de que,
al parecer, es la célula puesta en posición de cuerda, pero que no funciona como una cuerda, la
que está implicada en el punto de retomo de la onda, y se encarga de connotar la resonancia en
cuestión.
Este repaso está destinado a actualizar que algo en la forma orgánica nos parece estar
emparentado con esos datos topológicos primarios, trans-espaciales, que nos han llevado a
interesarnos por la forma más elemental de la constitución creada y creadora de un vacío, la que
hemos encarnado apologéticamente en la historia de los tarros, porque es también un tubo y
puede resonar.
Todo esto sólo tiene interés como metáfora. Si la voz, en el sentido en que nosotros la
entendemos, tiene importancia, es porque no resuena en ningún vacío espacial. La más simple
inmixión de la voz en lo que se llama lingüísticamente su función fática. Resuena en un vacío
que es el vacío del Otro en cuanto tal, el ex nihilo propiamente dicho. La voz responde a lo que
se dice, pero no puede responder de ello. Dicho de otra manera, para que responda, debemos
incorporar la voz como alteridad de lo que se dice.
Por eso ciertamente, separada de nosotros, nuestra voz se nos manifiesta con un sonido ajeno.
Corresponde a la estructura del Otro constituir cierto vacío, el vacío de su falta de garantía. La
verdad entra en el mundo con el significante antes de cualquier control. Se experimenta, se
retransmite únicamente mediante sus ecos en lo real. La palabra y el lenguaje ingresan con la
lengua materna, toda lengua en una lengua extrajera, es un otro que nos enseña la lengua.
Ahora bien, es en este vacío donde resuena la voz como distinta de las sonoridades, no
modulada sino articulada. La voz en cuestión es la voz en tanto que imperativa, en tanto que
reclama obediencia o convicción. Se sitúa, no respecto a la música, sino respecto a la palabra.
Lo interesante de la voz es la relacion con la palabra con este objeto a cesible.
Una voz, pues, no se asimila, sino que se incorpora. Esto es lo que puede darle una función para
modelar nuestro vacío. Nos encontramos aquí de nuevo con mi instrumento del otro día, el
shofar de la sinagoga y su música.
Modela el lugar de nuestra angustia, pero observémoslo, sólo después de que el deseo del Otro
ha adquirido forma de mandamiento. Nosotros hacemos lo que nuestras madres o voz materna
nos dice que hagamos. Por eso puede desempeñar su función eminente, la de darle a la angustia
su resolución, llámese culpabilidad o perdón, mediante la introducción de otro orden. Lo que
esta implicado en el esquema de los estadios en la voz tiene que ver con el deseo del otro. algo
del deseo del otro debe estar implicado.
Luego habla del sacrificio. En la medida que me sacrifico soy algo para el otro.

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