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Clase XXIII DE UN CÍRCULO IMPOSIBLE DE REDUCIR AL PUNTO

-Del objeto cesible


-Del deseo-defensa
-Del acto y de las obras
-De las suplencias del agujero fálico Amor y deseo en el obsesivo
Va a hablar de la constitución del deseo en el obsesivo y su relación con la angustia.
Lo que hoy aportaré, me parece que puede darles precisiones que, sin duda, serán para la
mayoría de ustedes, si no para todos, nuevas, incluso inesperadas.
Punto 1
Origen del término TURBACIÓN: esta turbación cuyo origen es bien distinto del origen del
término emoción. No es moción fuera [motion hors], movimiento fuera del campo adaptado de
la acción motriz, como lo indica etimológicamente, la emoción. La etimología de la turbación
debe buscarse en un esmayer, que se refiere a una raíz germánica; se trata de algo que pone
fuera del principio del poder. La fenomenología del obsesivo ilustra a esta turbación. La
turbación en cuestión es, nada más y nada menos, que el a mismo, al menos en las correlaciones
que tratamos de explorar, de desnudar, de crear hoy las relaciones entre el deseo y la angustia.
La angustia es sin causa, pero no sin objeto. He aquí la distinción que introduzco, distinción en
la que baso mis esfuerzos por situar la angustia. No sólo no carece de objeto, sino que designa
muy probablemente el objeto, por así decir, más profundo, el objeto último, la Cosa. En este
sentido les enseñé a decir que la angustia es lo que no engaña. En cuanto a su aspecto de sin
causa, tan evidente en su fenómeno, se esclarece mejor con la forma en que he tratado de
situarles dónde empieza la noción de causa.
Aun estando ligada a la turbación, la angustia no depende de ella. Por el contrario, la determina.
La angustia se encuentra suspendida entre, la forma anterior de la relación con la causa, el ¿Qué
hay?, que llegará a formularse como causa y, la turbación.
Hay algo que lo ilustra de una forma más satisfactoria, algo que he puesto en el origen de mi
explicación del obsesivo en la confrontación angustiada del hombre de los lobos con su
principal sueño repetitivo, algo que surge como una mostración de su realidad última. Es algo
que se produce, pero que jamás acude para él a la conciencia. Para llamarlo por su nombre y su
producto, es la turbación anal.
He aquí la primera forma en la que interviene en el obsesivo la emergencia del objeto a, que
está en el origen de todo aquello que se desarrollará bajo la modalidad del efecto. El objeto a se
encuentra aquí dado en un momento original, donde desempeña una determinada función. Si a
puede funcionar luego en la dialéctica del deseo que es la del obsesivo, es porque en su
producción original es esto.
He aquí la primera forma en la que interviene en el obsesivo la emergencia del objeto a, dado en
un momento original. Así, la turbación está coordinada con el momento de la aparición del a,
momento del develamiento traumático en que la angustia se revela como lo que es, lo que no
engaña, momento en que el campo del Otro, por así decir, se atraviesa y se abre hasta el fondo.
¿Qué es este a? ¿Cuál es su función respecto al sujeto?
Este carácter de objeto cesible, es un carácter tan importante del a. Aquí podemos ver que los
puntos de fijación de la libido siempre se sitúan en torno a uno de esos momentos que la
naturaleza ofrece a la estructura eventual de cesión subjetiva.
El primer momento de la angustia, al que la experiencia analítica se fue acercando poco a poco
en tomo al trauma del nacimiento. El momento más decisivo de la angustia en cuestión, la
angustia del destete, no es tanto que alguna vez el seno le falte a la necesidad del sujeto, sino
más bien que el niño cede el seno del que pende como de una parte de sí mismo. Durante el
amamantamiento, el seno forma parte del individuo alimentado, éste se encuentra adherido a la
madre. Que este seno pueda tomarlo o soltarlo - ahí es donde se produce ese momento de
sorpresa, el más primitivo, que a veces se puede captar en la expresión del recién nacido, en la
que por primera vez aparece el reflejo - en relación a ese órgano que es mucho más que un
objeto, que es el propio sujeto - de algo que presta su soporte, su raíz, a lo que en otro registro
se ha llamado el desamparo.
El objeto natural puede ser reemplazado en este caso por un objeto mecánico, el reemplazo
posible de este objeto por cualquier otro objeto que se pueda encontrar. Puede tratarse de otro
partenaire, la nodriza. Aparte de esto, tenemos algo que, no siempre ha existido y que debemos
al progreso de la cultura, el biberón. Lo que llamo la cesión del objeto se traduce pues en la
aparición, en la cadena de la fabricación humana, de objetos cesibles que pueden ser
equivalentes a los objetos naturales. Winnicott habla del objeto transicional, se ve bien qué es
lo que lo constituye a este objeto, en esta función, que Lacan le da el nombre de objeto cesible
es un trocito arrancado de algo, lo más a menudo un pañal, y se ve bien el sostén que en él
encuentra el sujeto; se conforta en él. Se conforta allí en su función del todo original de sujeto
en posición de caída respecto a la confrontación significante. Aquí no hay investimiento del a,
hay, por así decir, investidura.
El a es aquí el suplente del sujeto, y suplente en posición de precedente. Al sujeto mítico
primitivo nunca lo captamos, porque el a lo ha precedido. La función del objeto cesible como
pedazo separable vehicula primitivamente algo de la identidad del cuerpo, antecediendo en el
cuerpo mismo en lo que respecta a la constitución del sujeto.
La función de la voz puede ser del orden de los objetos cesibles, de aquellos objetos que pueden
ser colocados en los estantes de una biblioteca en forma de discos o de cintas. No es
indispensable evocar aquí algún episodio, viejo o nuevo, para saber qué relación singular puede
tener esto con el surgimiento de determinada conyuntura de la angustia. Podemos añadir la
posibilidad de desprender del cuerpo la imagen, quiere decir su imagen especular, la imagen del
cuerpo, y reducirla al estado cesible, en forma de fotografías, o incluso de dibujos.
Igualmente es la función de objeto cesible como el objeto anal interviene en la función del
deseo. Esta función se muestra aquí como la más natural. No olvidemos que el objeto a es, no
fin, meta del deseo, sino su causa. Es causa del deseo en tanto que el deseo es en sí mismo algo
no efectivo, una especie de efecto basado y constituido en la función de la falta, que sólo
aparece como efecto allí donde se sitúa la noción de causa; sólo en el plano de la cadena
significante, a la que el deseo le aporta aquella coherencia mediante la cual el sujeto se
constituye esencialmente como metonimia. Este deseo en el plano anal, es el deseo de retener.
Punto 2
En su relación polar con la angustia, el deseo hay que situarlo allí en el nivel de la inhibición.
Por eso el deseo puede adquirir la función de lo que se llama una defensa. ¿Qué es la
inhibición? Es la introducción en una función; la introducción de un deseo distinto de aquel que
la función satisface naturalmente. El lugar de la inhibición, se reconoce como el lugar donde el
deseo se ejerce, y donde captamos una de las raíces de lo que el análisis designa como la
ocultación estructural del deseo detrás de la inhibición, es lo que nos hace decir comúnmente
que si Fulano tiene el calambre del escritor es porque erotiza la función de su mano.
(La inhibición es la detección del movimiento motriz y subjetivo. No es un síntoma porque no
está puesto en forma. El síntoma se pone en forma en análisis ya que se puede hacer algo con
eso. Al decir no puedo, lo saca del museo).
Ni para nosotros ni para nadie es posible definir el acto como algo que ocurre únicamente, por
así decir, en el campo de lo real, en el sentido en que lo define la motricidad, la respuesta
motriz. No es sólo el campo de la estimulación sensorial, y tampoco debe articularse como el
campo de la realización del sujeto. De modo que el sujeto en cuanto tal, sólo se realiza en
objetos que son de la misma serie que el a; son siempre objetos cesibles hablamos de acto
cuando una acción tiene el carácter de una manifestación significante en la que se inscribe lo
que se podría llamar el estado del deseo. Un acto es una acción en la medida en que en él se
manifiesta el deseo mismo que habría estado destinado a inhibirlo. Sólo si se funda la noción de
acto en su relación con la inhibición puede estar justificado que se llame actos a cosas que, en
principio, tienen tan poca apariencia de estar relacionadas con lo que se puede llamar un acto en
el sentido pleno, ético, de la palabra - el acto sexual, por un lado, o, por otro, el acto
testamentario.
Ahora, acerca de la relación del a con la constitución de un deseo, y acerca de lo que nos revela
de la relación del deseo con la función natural, nuestro obsesivo tiene para nosotros el valor más
ejemplar. En él los deseos siempre se manifiestan en una dimensión defensiva.
¿En qué la incidencia del deseo en la inhibición merece ser llamada defensa? Únicamente en
tanto que ese efecto del deseo indicado de esta forma por la inhibición puede introducirse en
una acción ya capturada por la inducción de otro deseo.
Punto 3
La subyacencia del deseo al deseo hemos interpretado el deseo como defensa, y hemos dicho
que de lo que se defiende es de otro deseo. Se reformula el cuadro de la angustia.

DESEO NO PODER CAUSA


NO SABER
a ANGUSTIA

Acabo de explicarles por qué aquí el deseo está en el lugar de la inhibición. En el lugar del
impedimento, hay no poder. Se trata de que el sujeto, ciertamente, está impedido de atenerse a
su deseo de retener, y es lo que se manifiesta en el obsesivo como compulsión. No puede
retenerse. En el lugar de la emoción, está el no saber. La palabra emoción está tomada de una
psicología adaptativa de la reacción catastrófica, que no es la nuestra. La emoción en cuestión es
la que ponen de relieve las experiencias fundadas en la confrontación con la tarea, cuando el
sujeto no sabe dónde responder. Ahí confluye con nuestro no saber.
Él no sabía que era esto, y por esta razón, en el punto donde no puede impedirse, 1 deja que las
cosas pasen, o sea, esas idas y venidas del significante que ponen y borran alternativamente.
Pero estos movimientos van todos ellos por la misma vía, igualmente no sabida, la de
reencontrar la huella primitiva.
Lo que el sujeto obsesivo busca en aquello que he llamado su recurrencia , en el proceso del
deseo es reencontrar, ciertamente, la causa auténtica de todo el proceso. Y como dicha causa no
es nada más que ese objeto último, abyecto e irrisorio, él sigue buscando el objeto, con sus
tiempos de suspensión, sus falsos caminos, sus falsas pistas, sus derivaciones laterales, que
hacen que esta búsqueda dé vueltas indefinidamente. Todo esto, que se manifiesta en el acting
out, se manifiesta también en el síntoma fundamental de la duda, que afecta para el sujeto el
valor de todos los objetos sustitutivos.
Aquí, no poder, ¿es no poder qué? Impedirse. La compulsión es aquí la de la duda. Concierne a
aquellos objetos dudosos gracias a los cuales se aplaza el momento de acceso al objeto último,
que sería el fin en el pleno sentido de la palabra, o sea, la pérdida del sujeto en el camino en el
que está siempre abierto a entrar por la vía del embarazo - el embarazo donde lo introduce como
tal la cuestión de la causa, que es como entra en la transferencia.
Pero, ¿por qué es y de dónde proviene la incidencia del deseo como defensa, defensa contra un
primer deseo? Sólo podemos concebirlo si damos al deseo su posición central en el deseo
sexual, que llaman genital.
En el plano del deseo genital, la función del a, se simboliza con el (-𝜑) que aparece como el
residuo subjetivo, sólo une faltando. Este agujero central da su valor privilegiado a la angustia
de castración.
El deseo del obsesivo no es concebible en su insistencia ni en su mecanismo si no es por lo
siguiente: se sitúa como suplencia de lo que es imposible de suplir en otra parte, es decir, su
lugar. El obsesivo, como todo neurótico, ya ha accedido al estadio fálico, pero dada la
imposibilidad en que se encuentra de satisfacer en el nivel de este estadio, llega su objeto, el
suyo, el a excremencial, el a causa del deseo de retener. Este a lo llamaría más bien el tapón.
Respecto a esta función adquirirá ese objeto los valores desarrollados. Y aquí es donde
percibimos el origen de lo que podría llamar el fantasma analítico de la oblatividad. Ésta última
es un fantasma de obsesivo. Todo el mundo estaría encantado con que la unión genital fuese un
don. Desgraciadamente no hay huella de don en un acto genital.
En el nivel genital, algo se perfila, se alza, que detiene al sujeto en la realización de la hiancia,
del agujero central, e impide aprehender aquello, sea lo que sea, que pueda funcionar como
objeto del don, objeto destinado a satisfacer.
¿Qué es el síntoma? Que el grifo pierde.
El pasaje al acto es abrirlo, pero abrirlo sin saber lo que se hace. Se produce algo donde se libera
una causa por medios que no tienen nada que ver con ella. Si aquello que puede ocurrir en el
nivel de lo anal entra en juego y adquiere su sentido, es porque existe la llamada del agujero
fálico en el centro de lo genital.
En cuanto al acting out, si queremos situarlo respecto a la metáfora del grifo, es simplemente la
presencia o no del chorro. El acting out es el chorro, es decir, lo que se produce siempre como
un hecho proveniente de un lugar distinto que la causa sobre la que se acaba de actuar.
Todo lo que acabamos de decir de la función del a como objeto del don analógico, destinado a
retener al sujeto al borde del agujero castrativo, podemos trasponerlo a la imagen. La imagen
especular porque está en posición correlativa respecto al estadio fálico.
Y es precisamente aquí donde interviene en el sujeto obsesivo la ambigüedad de la función del
amor. ¿Qué es ese amor idealizado? El amor adquiere para el obsesivo las formas de un vínculo
exaltado, es que aquello que él considera que ama, es una determinada imagen suya. Esta
imagen, se la da al otro. Se la da hasta tal punto que se imagina que el otro ya no sabría de qué
agarrarse si esta imagen llegara a faltarle.
El mantenimiento de esta imagen de él, es lo que hace que el obsesivo persista en mantener toda
una distancia respecto de sí mismo, que es, precisamente, lo más difícil de reducir en el análisis.
La distancia tiene que ver con una distancia para consigo mismo. Por eso todo lo que hace es
para el otro, nunca es para él.
Cuando digo que el obsesivo sostiene su deseo como imposible, quiero decir que sostiene su
deseo en el plano de las imposibilidades del deseo.
El círculo del obsesivo es precisamente uno de esos círculos que nunca pueden reducirse a un
punto. Es porque, de lo oral a lo anal, de lo anal a lo fálico, de lo fálico a lo escópico y de este a
lo vociferado, eso no vuelve nunca sobre sí mismo, salvo volviendo a pasar por su punto de
partida.

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