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‘Matrix’, Inteligencia artificial con o sin barreras

Por: Juan Manuel CUARTAS R. *

Mucho antes de las teorías y de los experimentos de la neurociencia, la asimilación entre el


orden cósmico y la mente humana no acarreaba ninguna dificultad, como tampoco lo
constituía arriesgar la concepción de una mente única y primordial, sin tratarse por supuesto
en ningún caso de la mente tal como la nombramos hoy: una “organización funcional de
orden intelectual”, o un “sistema físico caótico en evolución dinámica”, como arriesga a
definirla el filósofo norteamericano Daniel Dennett. Sin entrar en mayores consideraciones
científicas, y teniendo en gran estima el método intuitivo, empleamos por lo regular la
mente para evaluar y reconocer la propia mente; así, los términos que involucramos en su
descripción se reconocen entre sí bajo la misma confusa pertinencia que se establece entre
los miembros de una familia; términos que son, en cierta medida, el relevo generacional de
nombres griegos como intelecto (), razón (), inteligencia (), conciencia (), entendimiento (),
pensamiento (); parientes de los también vigorosos: alma y espíritu.

Pero discutir acerca de la mente no es de por sí algo evidente, como podría parecerlo si nos
ciñéramos a las comprensiones del sentido común que, involucrando desde los
aparentemente simples procesos de percepción, hasta el no del todo claro concepto de
‘intencionalidad’, la falta de rigurosidad y precisión en sus apreciaciones trae como
resultado desestimar la mente como objetivo teórico, haciendo de su tratamiento algo cada
vez más confuso e indiferenciable.

Lo evidente entonces en relación con la mente, continúa siendo su pertinencia humana, y la


opción irrenunciable de indagarla en el marco de la vida misma; mente pensada y decidida,
reconocida en el continuum del conocimiento y del lenguaje; mente presumida y
vislumbrada, condicionada por la individualidad humana y ejecutada en el cerebro. Los
juicios acerca de esta “función” o acerca de este “espacio” de pensamiento llamado mente
no constituyen hoy más que una alianza entre teorías; una tregua entre las neurociencias y
la filosofía, con el agravante de que otros dos términos hacen carrera igualmente:
conciencia e inteligencia artificial, términos que desprendidos de las reflexiones
fenomenológica y epistemológica, imponen un sello en apariencia más definido a ese
‘banco de memoria’, a ese ‘registro de la experiencia’ de un sujeto en su contacto con el
mundo.
Tras advertir los avances de la neurociencia, las teorías contemporáneas acerca de la mente
han adelantado arduas discusiones; así, en la crucial coyuntura que anuncia la filosofía de la
mente, es apenas de esperarse que su discusión toque los límites largamente esperados de la
lectura del cerebro, los canales del sentir, los archivos de la memoria, nuestro conocimiento
del lenguaje, etc. Y mientras filósofos, neurólogos y psicólogos aguardan el momento, es
para nosotros la ocasión para promover una opción pedagógica en la presentación de
algunos aspectos centrales de la discusión.

***

La primera gran concepción de la Mente se dio en Grecia con Anaxágoras de Clazómene


(Anatolia - hoy Turquía, cerca del 500 a. de C. - Lampsacus en 428), quien vislumbró en su
utilización del término (o intelecto), cosa sin límites (), inmezclada, pura, que está siendo
siempre ( ). Bajo la idea de una Mente subsistente en sí, comienzo y prosecución del
movimiento que causa la separación de las cosas, Anaxágoras anticipó los principios de la
filosofía contemporánea, describiendo el cosmos como un campo continuo en el cual
diferentes cualidades flotan y se mezclan entre sí. Anaxágoras fue además el primer
filósofo que a la materia (), añadió la Mente () como principio: “Todas las cosas estaban en
el caos -dice-: luego sobrevino la Mente y las ordenó”; Anaxágoras mantuvo que el
movimiento del mundo se origina por la Mente, la cual ordena el mundo natural pero no se
mezcla con él; concebir dicho motor del cambio le valió entre sus contemporáneos
precisamente el apodo de ‘’ (Mente).

Para Anaxágoras la <<separación>> es consecuencia de una rotación violenta (fr. 9) que


actúa desde dentro hacia afuera en el interior mismo de la materia originaria, en la cual va
abriendo un círculo progresivamente más amplio. El origen de este movimiento fue un
impulso inicial de la Mente (fr. 12), totalmente distinta a la materia, porque mientras la
materia combina diversos factores, la Mente es pura (fr. 12). Aristóteles objeta, sin
embargo, que una vez iniciada la rotación, la materia no parece tener un papel, sino que es
la rotación misma la que produce la separación, sin intervención de la Mente, de ahí que,
aunque la teoría de Anaxágoras ejerciera gran influjo sobre Platón (cfr. Fedón 97b),
Aristóteles (Metafísica 985ª 18ss) lo acusa de usar la Mente como mero recurso cuando no
tiene mejor explicación.

De la ‘Mente’ de Anaxágoras a la ‘Matrix’

En una progresión vertical y continua de números y de signos alfabéticos de diferentes


lenguas, dispuestos no en dos sino en tres dimensiones, en un movimiento continuo de
suplantación de unos signos por otros, configurando rumbos y formas cónicas, cúbicas,
espirales, esféricas, tenemos la primera versión para imaginar la matrix, o el pozo continuo
de donde se originan o en donde circulan los códigos, algoritmos y señales que podrán en
un momento dado suplantar la inteligencia humana bajo la forma de una Inteligencia
Artificial (IA) fuerte.

El proceso de activación, de puesta en movimiento de ese universo de signos no es, como


habría de esperarse, el pensamiento humano, tan complejo e irrepresentable, sino una
imperiosa construcción algorítmica y contable a la que se acccede, o en la que se “navega”
a través de un “simple” contacto telefónico entre dos personas. En dos extremos del pozo
hormigueante de claves y registros, la infinita derivación de conexiones de las ondas
hertzianas (conexiones por cables submarinos, por cables subterráneos, por haces
hertzianos; conexiones interurbanas, por satélite, por cables aéreos) propicia en apariencia
uno, pero en el espectro de probabilidades, múltiples contactos. Luego no hay, desde este
primer momento de la descripción, la opción de una comunicación sin interferencias, pues
la línea telefónica es a su vez otro pozo (otra matrix) de localizaciones, suspensiones e
interferencias antiguamente denominadas: “comunicación”.

Esta segunda imagen posible de la Mente, bajo la forma global de conexiones múltiples
reclama ante todo las nociones básicas de: transmisión, localización, amplificación y
contacto. Singularmente, como lo ha resuelto la tecnología de hoy, la comunicación
telefónica involucra todos los sistemas, todas las fuentes, todos los códigos; así, en el
“simple” contacto telefónico al que aludíamos, la señal telefónica vincula la escritura a
través de una pantalla de computador, y el origen del diálogo no se establece a viva voz,
sino con la escritura, no por “secundaria”, desdeñable.

Como adelantamos, la comunicación ha sido rastreada, y los códigos decodificados (o


recodificados) desde otro marco de intereses, esta vez relacionados con el “control”. En un
extremo de la comunicación tenemos ahora a una mujer que se encuentra en un lugar vacío
donde sólo hay una silla, una mesa y su computador personal (PC), además de las cuatro
paredes que le sirven de mundo fenoménico inmediato; se encuentra, como vemos, apartada
de esa realidad que solemos denominar: “mundo social”, donde cada individuo libera dos
vidas: la del ‘yo’ y la del ‘nombre’. Y no obstante la soledad, la mujer escribe dos o tres
cosas que le nacen del alma...; ahora bien, si fuera esta la forma del primer contacto con la
IA, y si fuera la mujer su primera usuaria, tendríamos desde ya una noción sociológica
importante: conectarse al pozo (a la matrix) es apartarse de la realidad, una operación
ambigua de desvinculación y conexión a un mismo tiempo que sólo puede decidir en
adelante alguien dotado de pensamiento autónomo.

Entendemos que nuestra discusión no será, desde este momento, la de confrontar teorías o
la de arriesgar opciones acerca de la posibilidad o imposibilidad de la IA, sino más bien, la
de realizar una inmersión en los elementos puestos en relación, abrigando la esperanza de
resolver la confrontación en los términos aparentemente en equilibrio de un pensamiento
humano funcional y emotivo, cuya restitución holística del conocimiento plantea un
paradigma al otro elemento en cuestión: el desarrollo de la IA bajo la temprana solución
digital y computable que pese a su versatilidad desdice aún de la pretención de emular el
pensamiento humano en su forma más acabada: la comprensión. Aquí está el pozo
definitivo, la IA que todos hemos previsto, la computadora multifascética que se vincula
como un pensamiento con cualquier asunto del mundo que teóricamente responde a
‘intenciones’ y ‘creencias’, que desconcierta por su ‘capacidad’ anticipativa en juegos
como las damas, el ajedrez, etc. Pero la IA requiere sin embargo de una versión de
autonomía (y por lo tanto de un ‘yo’) que la guíe. En esta primera puesta en común, el
computador que opera la mujer tiene en ella, podemos decir, un ‘Yo’ alterno, lo que nos
daría la imagen de la IA como un organismo, aunque superdotado, descerebrado, con ‘otro
yo’ como auxiliar operativo.

En el anterior tratamiento hay, como puede apreciarse, grandes complejidades,


precisamente porque la autonomía que exige la IA, alude a una suerte de introyección de
opciones para resolver problemas específicos, lo que la conserva muy alejada aún de la
posibilidad de definirse como '‘especie'
’, si fuera ese su proyecto cabal en el concierto de
los seres autónomos de la realidad. El primer esfuerzo en este sentido es el bien conocido
SHRDLU (1968-1970), de Terry Winograd, del laboratorio de Inteligencia Artificial del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), cuya gramática se formuló como un
procedimiento que brindaba la capacidad de aplicar tipos de interpretación especial para
diversas locuciones idiomáticas; en palabras de su creador: “El programa tiene
incorporada una variedad de recursos heurísticos para decidir qué parte del contexto es
pertinente.” Así, Winograd se propuso que la computadora comprendiera preguntas y diera
respuestas en inglés con respecto a la situación, dividiera las indicaciones en secuencias
operativas y comprendiera aquellas relacionadas con los bloques de información de los que
disponía, en fin, que comprendiera qué había hecho, dando sus razones y describiendo sus
acciones.

Volviendo con la historia, acaso por azar o deliberadamente, el lugar próximo a donde se
encuentra la mujer se llama:

H
E
A
R
T

Cinco letras dispuestas en esa verticalidad de signos que nos recuerda escrituras como el
chino, el japonés y el hangul (coreano), lenguas que tienen como sabemos grandes virtudes
sintéticas, casi logarítmicas, propicias para la aplicabilidad de un sistema digital. Pero
HEART (corazón) alude a una semántica desterrada de la IA, la del sentimiento (el otro
elemento de determinación del ‘Yo’, según se recoge de David Hume).

Tres hombres incógnitos actúan de inmediato, y con ellos los guardias de seguridad; tan
pronto decodifican la llamada de la mujer reaccionan como dando a entender que hay en la
comunicación algo que debe ponerse bajo control, debido a que vista desde fuera, la
comunicación es un procedimiento que debe responde a normas como:

-¿con quién puedo comunicarme?,

-¿sobre qué podemos tratar?,

-¿en qué momento nos comunicamos?,


-¿durante cuánto tiempo?

Así, atravesada por la sospecha, toda comunicación debe ser interferida para restablecer el
control; luego la comunicación no es, como creemos, un acto “simple”, sino por el
contrario, un acto encadenado y vigilado al menos en el interior de la IA, donde ningún
contacto procede de la espontaneidad. Pero los agentes que acuden a detener a la mujer no
se conforman con llevar el registro de sus conexiones, sino que deben actuar, cercar, atacar
con celeridad.

En la IA los mecanismos de control atacan severamente, cortan donde deben cortar,


interrumpen, rastrean, archivan, amplifican. Un solo elemento autónomo no contemplado
por la IA generaría múltiples dificultades, precisamente porque la opción de la IA no
consiste en interactuar hacia fuera, con dialogismo y comprensión, sino hacia adentro,
siguiendo las reglas de sus propios códigos y programas. ‘Pensar’ ha sido desde un
principio el gran desafío para una máquina, así lo advirtió Alan Turing cuando formuló su
trascendental interrogante: “¿puede una máquina pensar?”; ahora bien, colmar las opciones
del pensamiento humano, tal como puede destacarlas el estatus de la psicología de sentido
común, cuyo vocabulario hace referencia a estados y procesos mentales que se supone
existen, resulta de otro lado supremamente difícil.

La decisión acerca del carácter real o irreal de los estados y procesos mentales permite
interpretar, explicar, definir y predecir la concepción teórica de las representaciones
mentales, lo que equivale a definir, en gran medida, el modelo de la mente según distintos
tipos de estados psicológicos y de comportamientos inteligentes experimentados y
producidos por los humanos como entidades conscientes en sí mismas: percepciones ~
categorizaciones ~ representaciones de difícil codificación digital, es decir, no heurística.

La enumeración consignada a pie de página es algo más que meros términos; se trata de
operaciones mentales de las que da cuenta la psicología de sentido común, las cuales
centran su afán en advertir la complejidad de las operaciones mentales, o más exactamente,
las ‘representaciones mentales’ imperfectamente recogidas en los términos: ‘consciencia’ e
‘inteligencia’. Ahora bien, la opción de la IA frente a una confrontación de este tipo no es,
obviamente, la de la imitación, sino la de la optimización de sus propios proyectos
computacionales.

Así descrito, la tentativa de que pueda una máquina pensar no lograría sino suplantar
algunas opciones del amplio espectro del pensamiento humano, luego la IA en realidad
desarrolla y propicia otra manera de ‘pensar’, llamada: control. Este desafío, no científico
sino político, renovará las acepciones de los términos más puntuales de la filosofía de la
mente, como: percibir, pensar, representar, cuando todas las expectativas humanas puestas
en estos actos sean en efecto del perfecto dominio de la IA..

Continuando con la historia, a los agentes encargados del control los sorprende la inmensa
versatilidad del individuo rastreado para encontrar mecanismos de fuga: repta por las
paredes, ataca, corre, salta, advierte la presencia de dos o más perseguidores, sortea
obstáculos, se escabulle. Hablamos, en este caso, del obrar y de la creatividad humanos, los
cuales, multiplicando opciones, responden adaptativamente a las circunstancias: al acoso, a
las presiones; algo que difícilmente conseguiría desarrollar la IA fuera de las condiciones
óptimas de su desempeño, donde las confrontaciones recibidas le impiden asumir actos
propios de consciencia.

Por supuesto se trata de un ejemplar humano preparado para sortear imprevistos; en este
caso una mujer que responde probablemente a un arduo adiestramiento, así como también a
un talento, a una inteligencia, un fervor, una perspicacia. Todos esos imbricados procesos
que la IA difícilmente reproduciría; en palabras de Daniel Dennett, su problema central: el
‘problema estructural’; imprecisable biológicamente y rudimentariamente representable en
términos digitales. Por ahora la mujer que establecía la comunicación telefónica escapa,
precisamente, por la línea telefónica, como si recodificara su ADN y fuera ahora una onda
hertziana más. Pero, ¿son las ondas hertzianas inteligentes?, preguntaría John R. Searle, el
escéptico N° 1 de la IA.

La mujer ha entrado en la red telefónica, donde continuará siendo buscada de manera


implacable. Su desenvolvimiento no será ahora en las márgenes de lo real, o para
entenderlo con mayor claridad, en tal o cual ‘contexto’, noción enteramente útil para los
estudios humanísticos de orden filosófico, lingüístico, literario, socioeconómico, pero
irrelevante para la IA. A cambio, las nociones pertinentes que entran en ejecución serán
ahora: ‘marco’ y ‘buscador’:

- Marco. En algún ‘marco’ definible (determinable) debe estar ‘localizado’ el


algoritmo correspondiente a la mujer ya identificada. Como vemos, se trata ahora del
desplazamiento de nuestro querido término ‘contexto’, con el que recogíamos esa puesta en
común de un tiempo, un espacio y un protagonismo de los valores y motivaciones que le
dan integración y movimiento a un sujeto. Pero el ‘marco’ puede ser ahora tan sólo un
circuito electrónico integrado, o simplemente un contacto entre unos y otros, o acaso la más
aproximada reproducción de una sinapsis entre neuronas a la que se ha podido llegar a
través del trabajo científico simulando el pensamiento. Así, el ‘marco’ difícilmente
corresponde en IA a un desplazamiento del término ‘contexto’, pareciéndose más a un
acaecido no del todo precisable, altamente hipótetico, aunque tecnológicamente confiable;
tránsito y evidencia de otros tantos miles de acaecidos diversos. Pero el ‘marco’ puede ser
también un simple plano de un proceso, o todos los planos potenciales, o ninguno; la IA
tiene en esta noción sus más ganados resultados en términos no necesariamente de
reproducción sintáctica del pensamiento, sino estrictamente de rendimiento y localización
de las variables combinatorias de los programas.

El término ‘marco’ lo introdujo Marvin Minsky, el principal revisor de la primera euforia


de la IA, cuando Frank Rosemblatt, hacia 1956, lanzó su perceptrón como un nuevo tipo de
autómata procesador de información y discriminador de patrones, del que afirmaba su
creador ser capaz de clasificar ciertos tipos de patrones como similares y separarlos de otros
no similares; ‘analogía’ de un cerebro biológico de la que sostenía Rosemblatt tenía ideas
originales, basadas en un arreglo de entradas binarias ordenadas en un esquema espacial
bidimensional, en donde un conjunto de predicados fijos a un subconjunto de unidades en
la retina, computaba alguna función local con el subconjunto de unidades.

Como anotábamos, Marvin Minsky, desvalorizó los méritos del perceptrón, advirtiendo no
haber futuro en los dispositivos de computación que lo regulaban. Así, de cara a los
desarrollos de la IA, la noción crítica se hallaba, según Minsky, no en la idea de ‘retina’,
sino más bien en nociones como ‘marco’ y ‘holismo’; la primera de ellas definida por el
propio Minsky como: “una estructura de datos para representar una situación
estereotipada, [...] una red de nodos y relaciones, donde los niveles superiores son fijos y
representan cosas que siempre son verdaderas acerca de la situación supuesta, en tanto
que los inferiores tienen muchas terminales, ranuras que deben llenarse en casos de datos
específicos.”

- Buscador. También adelantábamos algo acerca del ‘buscador’, la más


aproximada versión de la IA a la nunca bien ponderada intuición humana. Por ‘buscador’
entendemos, en un primer y fundamental sentido, esa suerte de mecanismo de la
inteligencia viva que aísla información y la vincula, en una clara demostración de que la
inteligencia es una red y un funcionamiento continuo. El ‘buscador’ se instala entonces en
el plano mismo de la operatividad, no ya en el de la descripción, emulando la química que
desplaza impresiones en el cuerpo humano hasta conseguir distinguirlas y exhibirlas como
pensamiento. Tenemos aquí nuestra primera respuesta a la pregunta de Alan Turing:
“¿puede pensar una máquina?” Efectivamente, una máquina puede ‘buscar’, resolviendo
en esta sinonimia deliberada entre pensar y buscar, todo el desafío que se instaura
habitualmente entre una inteligencia humana y la IA.

Volviendo con nuestra historia, advertiremos en el desempeño del ‘buscador’ la siguiente


premisa: el ser humano establece contactos permanentemente. Atento y susceptible a
cuantos trastornos llaman su atención, el ser inteligente redunda en vinculaciones múltiples
tanto con elementos del mundo exterior, como de su propio mundo interior, luego se puede
prever con plena certeza que la mujer buscada estará en algún marco de la red, saltando de
una conexión a otra. La IA se concentra con obsesión precisamente en este principio: el
ineluctable conexionismo, que recoge problemas de la cognición incorporados tanto al
carácter psicológico como al computacional; en otras palabras, lo que Adrian Cussins,
investigador del New College de Oxford, presenta como: ‘lenguaje del pensamiento’ vs.
‘construcción conexionista de los conceptos’.

No hay, de otra parte, en la IA, como en la vida humana, la posibilidad de un elogio del
ocio, que no se propone otra cosa que romper deliberadamente con esa compulsión humana
de estar conectado y de registrar alteraciones y cambios, bajo el desenfreno imponderado de
vincularlo todo y, en consecuencia, de advertirlo todo y presagiar sus consecuencias. La
opción del ocio, por el contrario, un elemento más del ‘problema estructural’, no compete a
la IA: al ‘desconectarse’ de la realidad, digamos ‘productiva’, el ser humano se recrea en
otra suerte de recensiones y asimilaciones al medio; eventos difíciles y acaso inútiles de
adelantar por parte de la IA, que está orientada ya de manera compulsiva hacia el
rendimiento y la productividad sin límites.
Asumida la fuga de la mujer, el personaje en cuestión será ahora un hombre rendido de
cansancio de tanto trabajar ante su computador; un hombre que despierta con estas señales:
wake up...! The matrix has you...; señales que nos advierten desde un principio el tipo de
relaciones que hay entre uno y otro: el computador está dando órdenes, está advirtiendo; el
hombre a cambio debe actuar, pensar y actuar a partir de los mensajes que recibe. Pero no
sabemos aún, no queremos saber aún ¿qué es matrix?, ¿qué extraño pozo, o qué origen?:
útero, pero también, disposición ordenada de un conjunto de elementos y símbolos
dispuestos en filas y columnas. También al hombre de todos los tiempos lo ha retenido en
su fondo la complejidad de las culturas, de las religiones, el mito, la tecnología y el
lenguaje, todas las formas simbólicas señaladas por Ernst Cassirer para especificar en
términos ideales la cultura humana como “...un mero agregado de hechos disgregados y
dispersos; [...] un sistema, [...] un todo orgánico” (casi diríamos, una matrix que se afirman
en la interconexión de sus circuitos). Así, la IA sólo puede ser una matrix, no bajo la forma
de la “reproducción” del pensamiento humano, sino como ‘archiescritura’,
‘archipensamiento’, opción desbordada que no ha estado seguramente entre las expectativas
de John R. Searle y Roger Penrose, quienes desestiman desde diferentes perspectivas las
posibilidades concretas y potenciales de la IA.

Siguiendo las implicaciones de la afirmación: “the matrix has you...”, pensemos por un
momento en lo que podría significar la mente como prisión, o en el mismo sentido, una
prisión para la mente, no ya desde la perspectiva de las ideologías, sino desde la IA. Lo
primero que nos vendría a la cabeza sería la posibilidad de modificar la aparentemente
segura comprensión de la libre auto-representación y del libre albedrío. Como si
ingresáramos en una nueva dimensión deformadora de lo real, rudimentariamente conocida
bajo el término ‘sueño’, donde el individuo que pertenece a la matrix no disocia con
claridad los límites de lo real y de lo soñado. En esta disquisición hay de fondo graves
modificaciones del estatus de la vida humana tal como la conocemos hoy, las cuales pueden
recogerse en dos lineamientos centrales:

a) El psiquismo de los individuos se tornaría altamente dependiente de los


ofrecimientos de la IA,

b) La virtualidad haría carrera como concepto de realidad.

A partir de este momento el tráfico es de simuladores; una nueva droga destinada a tipificar
los nuevos tiempos, cuando el concepto de vida haya sido por completo trocado y
tergiversado y no quede más opción que la simulación, el antídoto para romper la
alienación será paradójicamente un simulador de estímulos psicosomáticos caracterizados
por su efectividad para restituir las fuentes de percepción y conocimiento de la especie
humana, recrear experiencias y evocar formas puras y extremas de la compenetración entre
humanos: el amor y la violencia, y por supuesto, más, mucho más, en el fragor y en el
vértigo de las emociones a las que puede llevar toda simulación (toda droga).

Una vez más el monólogo de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, así como los
argumentos escépticos más radicales cobran vigencia: las fronteras entre sueño y realidad
se desdibujan. Pero sigamos comparativamente la tentativa inicial propuesta por Alan
Turing: la imitación, frente a la resolución definitiva de la IA: la simulación, dos versiones
de realidad radicalmente diferentes:

• La imitación está obligada a reproducir las causalidades y el


funcionamiento de la mente, es decir, su proyecto biológico -neurológico -
conductual. Es a la imitación a la que John R. Searle plantea tan agudas
reservas, y es en su pretención por parte de la IA donde no reconoce Searle más
que una aproximación a la sintaxis de algunos procesos, mas no a la semántica
que les es propia, es decir, a sus contenidos, a su configuración como eventos de
la vida, en donde antes que circuitos, lo que responde es un programa biológico
de altísimas posibilidades de adaptación, y respuesta.

• La simulación ofrece todos los lineamientos de un proceso real, por


ejemplo: volar, o llover, pero sin llegar a configurar el evento mismo, es decir,
sin vuelo ni lluvia; centrada simplemente en el objetivo de derivar y disipar la
mente para “ofrecerle” a cambio el paradigma de una experiencia, pero sin la
experiencia misma. R. Penrose habla, particularmente, de la simulación de la
comprensión matemática, según la cual, “se realiza una simulación por
ordenador a partir de cierta estructura no existente -tal como una propuesta
arquitectónica para un edificio- y esta simulación se traslada a los ojos de un
sujeto humano que parece percibir esa estructura como <<real>>. Mediante los
movimientos de los ojos o la cabeza, o quizá incluso de las piernas como si se
caminase, el sujeto vería la estructura desde ángulos diferentes, como lo haría
precisamente si la estructura fuese real.”

Luego la simulación, el gran propósito de la IA, no tendrá más opción que terminar
confundiendo los términos y transformándose en ese pozo indiferenciado donde la realidad
virtual es ámbito y ejercicio de la vida; reduciendo las expectativas de la vida en una
compleja movilización de fuerzas globalizadoras. La IA, como una matrix, conseguirá
finalmente la destitución de la vida humana a cambio de la consagración de la simulación y
su parangón, la mente humana, resistirá hasta donde le sea posible blandiendo su inimitable
opción holística de la comprensión.

El hombre de nuestra historia ha sido detenido y es ahora confrontado por los servicios de
seguridad de matrix, no porque haya cometido delitos o porque haya conspirado, sino por
mantenerse activo en el máximo empeño del pensamiento ponderado desde Descartes: la
duda. En el interrogatorio al hombre se le acusa de llevar dos vidas, pretención que la IA
no concede, porque tal dualidad, si bien es propia de los seres humanos, en el interior
mismo de la IA altera y trastorna los cruces de información, acudiendo sintomáticamente a
la pregunta por las causas, es decir, por las fuentes de energía que sostienen la matrix como
virtualidad perpetua.
El hombre de la historia, para decirlo con claridad, trabaja en una compañía de softwars
como programador, un oficio que desde la década de los 80s. ha cautivado a generaciones
de profesionales bajo los preceptos de la optimización, el servicio, la oferta, la
globalización, el desempeño, la reducción de esfuerzos, el máximo de garantías, etc. Pero
el hombre tiene un segundo trabajo: trafica con softwars simuladores; al margen de toda
ética promueve la desconexión de otros hombres sumergiéndolos en virtualidades
estupefacientes. Ahora bien, en este juego de las opciones de lo correcto y lo incorrecto,
acaso no de lo legal y lo ilegal, categorías que ya habrán quedado superadas, la dificultad
radicará en la comprensión crítica (o subversiva) de la matrix a la que se puede llegar por la
segunda vía.

La IA nos pone así ante el paradigma advertido por Margaret A. Boden, cuando expone que
en un plano estamos quienes descubrimos los alcances de la IA, y en otro todo aquello que
opera en su interior; con discursos irreconciliables y complejos; el primero, intentando
prolongar la discusión acerca de la imposibilidad de reproducir la inteligencia humana bajo
la forma de la computabilidad algorítmica; el segundo progresando en la previsión de
anticipaciones, registro y control de la IA para dar cuenta de aspectos cada vez más
insólitos de la experiencia propiamente humana; el primero discutiendo aún en el marco del
derecho, para dejar en claro los privilegios de la inteligencia y la cultura humana; el
segundo desafiando los presupuestos aparentemente inpenetrables de la biología, la
genética, la física, la filosofía.

A un costado, la IA labora en términos estrictamente tecnológicos, sirviéndose de


aleaciones de metales, circuitos, chips de memoria, programas; acumulando opciones de
rendimiento digital, no analógico. Al otro costado, la IA libra en las cátedras universitarias
debates con la psicología, la neurología, la anestesiología, la teología, todo el conjunto de
objeciones que Alan Turing adelantó en su momento, cuando lanzó su singular pregunta.

Volviendo con el hombre que ha sido retenido y enjuiciado, los agentes de matrix le
infligen dos castigos: primero introducen por su ombligo un bicho cibernético que cumplirá
un papel no del todo claro en su bio-sistema, acaso como rastreador y transmisor de
emociones, comunicaciones y reacciones típicamente humanas. El segundo castigo en
cambio nos vuelve a nuestra pregunta acerca de la consideración de la mente como prisión;
se sella la boca del hombre y no hay ya para él más lenguaje, es decir, queda reducido al
aprisionamiento de su mente; sin boca desaparece la opción del out put, y la consolidación
del proyecto humano termina súbitamente. Luego el propósito de la IA es cerrar la boca al
hombre, contenerlo en los límites de su mente incapaz de comunicarse ahora con otras
mentes. La IA a cambio tiene en el teléfono, como adelantábamos, todas las opciones para
extender la red, recorrer el universo y ser un universo, pero al sellar la boca se clausura el
lenguaje igualmente, se le impone un fin, y el proyecto de la ‘representación’ queda, para
ser consecuentes con los teóricos de la IA desde Charles Babbage, suspendido.

Siguiendo la argumentación contemporánea de Daniel Dennett, John R. Searle y Roger


Penrose entendemos, por otro lado, que no hay otra determinación ni otra dificultad mayor
para la IA que la “representación” y la dotación de un “trasfondo” de conciencia. Estos dos
fundamentos (o acaso funciones) de la inteligencia humana, han motivado todas las
investigaciones, todas las ficciones y todas las refutaciones contemporáneas, en cuyo
interior hemos querido anidar nuestra propia reflexión.

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