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El año del odio


El Perú y el mundo durante el 2022

Luis Enrique Alvizuri

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Contenido
Introducción

Política peruana
Yo soy racista
Dele de comer a los lobos, señor Presidente
¿Por qué “el burro” les ganó a todos los “zorros” del Perú?
Perú: la situación actual
Jugando con fuego
El Perú ha cambiado, pero no lo quieren reconocer
Caviares y la derecha: al asalto del poder
Los burros y los zorros
¿Crónica de muerte anunciada?
Llamado urgente a la nación
Confesiones políticas de un miraflorino
Perú: qué está pasando realmente
Lo importante no es el síntoma sino el paciente: Perú
Un castillo que resiste
¿Un teleférico para Miraflores?
Y después de castillo ¿qué?
Perú: ¿un nuevo orden nacional?
Los miraflorinos no quieren “perder su país”
Perú, un estado fallido
¿Por qué se quieren tumbar a Castillo? El plan caviar
La crisis mundial nos agarra en plena guerra civil
El mito de “los más preparados” para gobernar
La crisis no es por falta de dinero, sino de peruanidad
La constitución del 93 no refleja el nuevo orden mundial
No confundir izquierda con progresismo (caviares)
Seguimos en la crisis de lava jato
Castillo o el síndrome de Dorian Gray
Defender a Castillo es defender la democracia
¿Con cuál corrupto estás?
¿Por qué ganó Castillo?
Nosotros “los blancos”
Castillo somos todos
El racismo nuestro de cada día
La lucha por el poder en el Perú
El Perú: inerme ante el embate del mundo
Entrampados en un “Castillo” de naipes
¿Volverán las oscuras golondrinas?
Necesitamos otra clase alta
Después de Castillo será peor
Por qué no pueden vacar a Castillo hasta que no salga Dina Boluarte
La prensa: una banda de extorsionadores
El progresismo: el asalto al poder
El Perú después de Castillo
El progresismo no ataca al capitalismo: lo mejora
Si Castillo les quita el sueño, Antauro les causará pesadillas
Con Keiko la corrupción hubiera sido la “políticamente correcta”

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El show de la judicialización (lawfare)
CADE: echando más leña al fuego
Perú: ¿incubando una bomba?
No se trata solo de avanzar sino de saber hacia dónde
Las tres fuerzas que buscan el poder en el Perú
¿Por qué el pueblo “no se levanta”? reclaman las derechas
Tres tristes tigres tratando de tragar al Perú
El país de los puentes nuevos que se caen
Un fantasma recorre el Perú: Antauro
Panorama político del Perú
Cuando la Fiscalía es un arma política
Uno envalentonado y la otra desesperada
La agonía de la aristocracia peruana
¿Lucha contra la corrupción o asalto al poder?
¿Una OEA anticomunista avalando a castillo?
Marcha con sabor a despedida
¿Qué le pasa a la derecha peruana?
La marcha: qué falló
Perú: qué hacer
El modelo: 30 años de fracaso
La instauración del fascismo en el Perú

Geopolítica
Ucrania, las guerras sin fin
Ucrania: un análisis más objetivo
Ucrania y el nuevo orden mundial
Bienvenidos al mundo multipolar
Ucrania: ¿el inicio de la tercera guerra mundial?
Ucrania y el "gran juego" mundial
Ucrania: quién gana y quién pierde
¿Un nuevo plan Marshall para Europa?
Adiós, Occidente, adiós
Ucrania: todo está saliendo según lo planeado
¿Se nos viene la guerra nuclear?
Por qué nos conviene que gane Rusia
No es Ucrania: es occidente el que lucha por sobrevivir
Nos aguardan tiempos de tinieblas
Qué cosas van a cambiar a partir de ahora
El nuevo orden mundial ¿qué significa?
El nuevo orden mundial: una interpretación
Occidente, Eurasia ¿y por qué no Latinoamérica?
El liberalismo: herido por el nacionalismo y las ideologías
¿El fin de una era?
Ni Rusia, ni China, ni EEUU: ha llegado la hora de Latinoamérica
No es democracia vs autoritarismo: es Occidente vs el mundo
“Europa está desnuda”
El lado “bueno” del nazismo
¿Patriotismo o patrioterismo?
América 1492 – San Petersburgo 2022. El fin de una era
Paz, esa mala palabra
Occidente quiere la guerra
A propósito de la ¿futura? guerra nuclear

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OTAN que ladra no muerde
De la “era del hielo” a la “era del miedo”
Ucrania y el Perú: nadie busca la paz
La Tercera Guerra Mundial: es ahora o nunca
Occidente en su capítulo final
El fin del mundo es solo el fin de una civilización

Varios
Una reflexión cruda (y dura) de Semana Santa
Occidente y su obsesión por el dinero
Los “pecados” ya no existen
El fin de los discursos hegemónicos. Filosofía
El fin de los discursos hegemónicos. Ciencia
El fin de los discursos hegemónicos. Religión
Pensar fuera de Occidente
La guerra desde un punto de vista filosófico
Mis últimas palabras… adelantadas
Lo que la prensa no dice no existe
¿Cielo o felicidad?
Pueblos que no mueren resurgen

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Introducción

El año del odio reúne en sus páginas una serie de artículos, escritos y comentarios publicados
por Alvizuri en su página Facebook durante el 2022. Este año resulta sumamente significativo
tanto para el Perú como para el mundo ya que, en el primer caso, fue en este período donde en
dicho país creció una ola de repulsión de la manera más abierta y descarada hacia un gobierno
que fue producto de la decisión democrática de un pueblo, considerada fraudulenta e
incompetente por una derecha que dejó su acostumbrada pasividad (debido a que eran otros
quienes defendían sus intereses) para pasar a dar la cara por sí misma. Esto lo que ocasiono fue
el despertar muchas de las taras y defectos propios de un país fundado de manera defectuosa y
que, a pesar de la independencia, mantuvo la misma estructura colonial tanto productiva
(exportación de materia prima) como social (racismo y clasismo). La impotencia de no poder
hacer lo que antes era algo común (el golpe de Estado militar) hizo que la derecha peruana se
extremara, al punto de asumir las mismas tácticas ya puestas en práctica en muchos lugares
donde se incrementó el fascismo (la lawfare, las marchas callejeras, la orientación sesgada de
los medios de comunicación y las redes, la utilización de las fuerzas religiosas y militares, la
apelación a enemigos extremos y al miedo como principal argumento, el uso de la vacancia
presidencial como único objetivo de lucha política, etc.). Este esfuerzo desesperado por tratar
de recuperar el control del aparato estatal (y el dinero que los privados suelen destinar hacia
sus propias empresas) hizo desaparecer las posiciones centristas dividiendo al país en dos
posiciones irreconciliables, cada una con un marcado tinte racial y clasista (los blancos
capitalinos más acomodados versus el resto de la población que, según el escritor Vargas Llosa,
“elige mal” cuando no gana alguien de la derecha).
Por otro lado, también se toca el gran acontecimiento del año que fue la invasión a Ucrania por
parte de Rusia y cómo ello suscitó una enorme controversia sobre cuál era la verdad detrás de
todo ello, en vista que los grandes medios de comunicación mundiales se convirtieron en un
instrumento de propaganda de EEUU y de la OTAN, dificultando así el conocer qué motivaciones
e intereses se ocultaban detrás de dicho conflicto. Al igual que en el caso del Perú, el mundo se
dividió en dos, sin dejar espacio para una posición centrista ni una mirada intermedia entre
ambas posturas. La rusofobia, a la que se sumó la sinofobia, hizo que finalmente Occidente se
afirmara como una entidad aparte del mundo, ya no como “la comunidad internacional”,
dándose así entre las poblaciones una especie de animadversión mutua entre dos humanidades:
la “correcta”, entendida como la occidental, y la “incorrecta”, como aquella que no defiende ni
prioriza lo occidental por sobre todo lo demás. La conclusión entonces fue que el 2022 fue un
año en que los seres humanos, lejos de tratar de encontrarse, procuraron por todos los medios
de rechazarse con verdadera pasión.

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Política peruana

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Yo soy racista
Yo soy racista en un país que es eminentemente racista. Porque el Perú nunca ha dejado de ser
una colonia, aunque ahora no sean los españoles quienes lo administran sino sus descendientes,
los criollos. Y es típico de toda colonia que la sociedad sea dividida con criterios raciales debido
a que siempre existe una “raza conquistadora” y una “raza conquistada”, lo cual tiene que
quedar bien en claro a la hora de distribuir las ganancias y prioridades. El racismo no es algo que
sea “natural”: tiene que ser “enseñado, transmitido”, pero desde la cuna. Nadie puede ser
racista “racionalmente” puesto que eso es como querer que algo nos guste porque “dicen que
es bueno”. El “gusto” es un aspecto emocional, afectivo, inconsciente, y el racismo va por ese
camino, por el de la irracionalidad, por aquello que “no se puede explicar pero que se siente”.

El racismo igualmente desarrolla toda una cosmovisión y una “verdad universal” que todos
deben seguir. Implica la convicción de que existen “culturas superiores” y “culturas inferiores”.
La igualdad es algo que todo racismo rechaza porque siempre debe haber quienes “tengan más
virtudes y condiciones que otros”, y ese es el discurso que todo racista repite en toda ocasión.
Insisto en que no es algo que uno lo “razone” sino que se cree ciegamente, como pasa con las
religiones donde la fe no permite la intromisión de la razón: simplemente se cree y punto.
Encontrar “razones” para creer es una pérdida de tiempo ya que es una convicción que “viene
desde adentro” y que no necesita mayores evaluaciones. Quienes quieren adquirir una “fe” a
través de argumentos o ideas están irremediablemente perdidos pues jamás la van a
“encontrar”, solo a “deducir”.

Es por eso que el racismo se parece mucho a la fe y al fanatismo que nos da por alguna expresión
humana, sea artística o cultural. La pasión que tenemos por un equipo deportivo no es producto
de algún análisis en base a hechos reales y concretos sino como consecuencia de estados
emocionales que nos vienen de muy atrás, de nuestros padres o nuestros ancestros. Cuando
entramos al primer grado de estudios escolares ya somos lo que somos, ya somos racistas pues
eso lo adquirimos en casa, chupando la teta de nuestra madre. Nada en el mundo evitará que
después, de adultos, continuemos pensando y sintiendo así. Además, nuestro medio, nuestro

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entorno familiar y amical propio de nuestra clase lo van a reforzar a cada paso, y cada acto que
hagamos en nuestra vida hasta nuestra muerte será una repetición de lo que nos dijeron desde
la más temprana edad.

¿Por qué entonces negamos públicamente que seamos racistas? Lo pregunto porque todos los
blancos peruanos nos esmeramos con verdadero énfasis en no admitirlo ni en reconocer que el
Perú lo es. Nuestros discursos siempre van por el lado del “mestizaje”, cuando todos sabemos
que nuestro ADN, el de nuestros abuelos, es 100% europeo y no andino, y que en nuestra familia
no hay nadie que sea “cholo” o “mezclado”. ¿Dónde está entonces dicho “mestizaje” en la clase
alta peruana? En ninguna parte. Entonces ¿por qué insistimos en decir que “todos somos
iguales” y que “el que no tiene de inga tiene de mandinga”? La respuesta es porque se trata de
un mecanismo que empleamos para negar lo evidente y para que la gran masa indígena no nos
señale con el dedo y nos acuse de ser “extranjeros” a pesar de haber nacido aquí (y no les falta
razón puesto que no hay ninguno de nosotros que no tenga la nacionalidad de nuestros
antepasados, de ahí que nuestro “amor por el Perú” sea algo meramente lírico, hipócrita y falso).

Hoy este tema, que ya viene durando más de cinco siglos, ha vuelto a estar en el candelero
debido a que el Perú ha elegido a un presidente “ignorante, burro, salvaje y cholo” como dicen
muchos de sus odiadores, una situación que, dentro de los cánones de la “aristocracia criolla”
peruana, es inadmisible. Porque uno puede ser un perfecto ignorante, como Forsyth o los niños
tablistas y juergueros del balneario de Asia, quienes, de la noche a la mañana, se convierten en
“ministros y asesores” solo porque “su tío es presidente”; pero serlo siendo un “cholo de
mierda” como le dicen a Castillo es lo peor. Un “niño bien” siempre ha sabido que, tarde o
temprano, terminará dirigiendo al país o al menos alguna de sus más importantes instituciones.
Total, para eso son egresados de “los mejores colegios extranjeros del Perú” (Markham, León
Pinelo, Lincoln, Villa María, etc.). Eso se debe, no a sus méritos (que no más allá de ser
campeones de baile en sus saraos o luaus) sino a sus “contactos” y a su vinculación familiar con
los grupos de poder (son los dueños de las grandes empresas del país). Para ellos nunca hay ni
habrá ninguna “investigación” para conocer sus facultades y potencialidades: se da por sentado
que son “los mejores en todo".

Y este es el Perú de toda la vida: el Perú aristocrático, que es dirigido por su “clase alta” aunque
esta, durante los 200 años de República, solo haya logrado convertirlo en uno de los más pobres
y atrasados de Latinoamérica. Pero eso no les importa. Así el Perú sea un muladar, una tierra de
nadie, igual ellos se sentirán con el derecho de ser sus dueños y explotadores. Y encima no
sienten culpabilidad alguna (hasta ahora no han demostrado ningún remordimiento por lo del
caso Lava Jato, que ha hecho retroceder a la nación varias décadas, así como por destrozar su
sistema de salud que provocó la mayor mortandad mundial por millón durante la pandemia).
Más bien lo que hacen es echarles la culpa a “los otros”, sean estos españoles, chilenos, apristas,
izquierdistas, comunistas, senderistas o narcotraficantes. Estos señores “blancos y pitucos”
jamás se equivocan, siempre lo hacen “todo bien” según ellos. Y cuando se cansan de estar aquí
se mudan a sus “nuevas patrias” para vivir allá como “un europeo o un norteamericano más”.

¿Que cómo sé todo esto? Porque ese es el medio en el que vivo y así es cómo se ha pensado y
se piensa allí. Otra cosa es que nadie lo diga, que ninguno se atreva a “romper el silencio” y le
diga al país cómo son ellos verdaderamente. Porque decir eso sería violar un secreto sagrado.
“Los cholos de mierda no deben saber nunca cómo hacemos las cosas”; así se habla en privado
mientras ocultan sus fortunas obtenidas con los miles de “Lava Jatos” que han hecho con el
dinero del pueblo, del Estado. ¿Y por qué no figuran estos dineros en su declaración de
impuestos? Porque todo lo mandan a sus cuentas secretas del extranjero, en Panamá, Suiza o
EEUU. Allí están los miles de millones robados al Perú durante decenas de años.

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Pero todo esto no sería posible sin un pensamiento racista, porque solo con el racismo, con esa
convicción de que uno es “superior” al otro y que por ello “tiene más derechos”, es que es
posible creer que lo robado “no es delito” sino más bien “ganancia”, como dicen los ladrones de
saco y corbata. Suponen que no le han quitado ilícitamente un centavo al país, sino que solo han
cobrado lo que “ellos merecían”. ¿Y cuánto merecían? Pues la mayor parte, la tajada grande,
miles de millones. Esa es para ellos “su parte” del país que dicen que les corresponde “por
méritos naturales”. Así los criaron y así se comportan, despreciando a todo un pueblo que no lo
sienten suyo porque su sangre no tiñe de rojo sino de azul, un azul europeo occidental. Por
supuesto que siempre hay excepciones, pero estas solo hacen que se confirme la regla.

Dele de comer a los lobos, señor Presidente


Señor Presidente Pedro Castillo:

Usted ha sido elegido por un fenómeno muy típico en la política que se llama “el outsider”, que
es cuando el pueblo, democráticamente, decide no votar por nadie de la clase gobernante
tradicional sino por un desconocido novato pero que representa lo opuesto a ella. Pasó hace
unos años con un tal Fujimori, cuyo único interés era ser senador pero que se encontró con el
repudio que le tienen desde siempre los peruanos al soberbio y apátrida señor Vargas Llosa y a
todos los “blancos pitucos” que lo acompañaban. Muchos en ese tiempo empezaron a
marcharse del país en la creencia que dicho “outsider” iba a hacer del Perú “un país comunista”,
pero se equivocaron: el ex presidente, que era un neófito total en materia de saber gobernar,
optó por pasarse al lado contrario convirtiéndose en el líder de los seguidores del poco querido
escritor. Esa jugada maestra le permitió estar diez años en el poder con el apoyo total de los
lobos que solo querían devorarse al Perú por entero.

Y desde ese tiempo hasta la actualidad se lo han estado comiendo de a pocos, como lo hacen
las ratas y las polillas, mediante el sistema Lava Jato, estafando a la nación con obras
innecesarias y sobredimensionadas que no sirven para nada. Es así que el Perú ha perdido, en
estas últimas décadas, varios miles de millones de dólares que no fueron destinados a la salud,
la educación y el desarrollo sino a las arcas de los lobos quienes los tienen “a buen recaudo” en
bancos off shore de Panamá, Suiza y EEUU. Allí se han perdido varias generaciones de peruanos
quienes han dejado de alimentarse bien, de tener buena salud y educación y de prosperar por
culpa de esa malignidad. Hoy el Perú, después de 200 años de ser gobernado por estos lobos
criollos que sacaron del poder a los españoles para ponerse en su lugar, es uno de los países más
pobres e ignorantes de Latinoamérica.

Porque una buena gestión se mide por resultados, que es como se habla y se actúa en el mundo
empresarial. Si un gerente no los exhibe al cabo de un año de gestión simplemente lo botan del
cargo y ponen a otro. Si el Perú fuese una empresa y los peruanos el directorio tendríamos que
evaluar lo que han hecho todos nuestros gerentes a lo largo de estos dos siglos, pero en base a
cómo está ahora el país, en qué posición del Índice de Desarrollo Mundial se encuentra. Solo así
sabríamos cómo medirlos. Y lo cierto es que aquí todo ha ido de mal en peor. Ni siquiera nos
podemos comparar con el Perú colonial que tenía fama de ser un país rico y envidiado por todos.
El Perú de hoy, luego de la “administración” hecha por los criollos que hicieron la independencia,
es un verdadero desastre.

Si no fuera así ¿cómo se explica entonces que hayamos sido el país con el más alto índice de
mortandad por millón durante la pandemia? Ni Cuba, ni Venezuela ni ninguna nación africana o
asiática ha llegado a ocupar este infame puesto. ¿Y por qué se produjo esto? Porque mientras
los peruanos morían en las calles por falta de atención médica, por falta de oxígeno y por falta

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de todo, los lobos que hoy aúllan como fieras heridas en los medios de comunicación
almorzaban en los más caros y lujosos restaurantes de “comida gourmet”, felices de haber
convertido al Perú en un destino turístico para saborear riquísimos platos de no menos de 20
dólares cada uno. Es decir, todo lo que robaban con Lava Jato producía tales excesos que
finalmente sobraba para deleitarse con la comida más costosa de nuestra historia.

Pero los lobos solo se fijan en sus cifras macroeconómicas, aquellas que son las que van a sus
bolsillos. Para ellos las “grandes ganancias” justifican todo lo que se haga en el país, sin importar
cómo viva la gente ni si le alcanza para subsistir. Las ollas comunes, hechas con las sobras de los
mercados, son lo único que alimenta a millones de peruanos, pero eso les tiene sin cuidado.
Cuando se producen grandes desgracias, como las lluvias del norte, prefieren gastar el dinero
en unos Juegos Panamericanos hechos por extranjeros que no sirven en lo absoluto para
fomentar el deporte pero que permitieron repartir millones de dólares a diestra y siniestra entre
ellos y sus familiares. Eso jamás fue criticado por la prensa que ellos mismos manejan.

Y así ha pasado el tiempo hasta que se supo a través de EEUU, y no de ningún medio local, que
Lava Jato “existía”, aunque aquí jamás nadie “lo imaginó”. Decenas de años, durante todos los
gobiernos hasta la actualidad, los lobos robaban a manos llenas con el silencio de un periodismo
que nunca descubrió nada sencillamente porque era una parte más de la mafia. Sin embargo, a
pesar que ya todo esto se sabe, ninguno de los lobos está preso ni sentenciado… ni lo estará.
Tampoco han devuelto un solo centavo de las cientos de “obras” que hicieron con dinero del
Estado (pues eso de “los inversionistas” fue un puro cuento: todo el dinero para las “inversiones”
provenía nada más que de los peruanos, no de los privados ni de los extranjeros).

Pero ahora, señor Presidente, los lobos, lejos de mostrar algún arrepentimiento por el estado
en que han dejado al Perú (mientras acusan a la izquierda y al comunismo de todo, cuando estos
movimientos llegaron al país mucho después de fundada la República, cuando ya ellos robaban
por su cuenta y no había sindicatos ni nada por el estilo) hacen un escándalo mayúsculo porque
“un ignorante” está gobernando al Perú. Se olvidan que en el Perú no hay escuelas de
presidentes, así como también olvidan las veces en que terratenientes y profesionales de todo
tipo llegaron al poder sin saber ni de lejos en qué consistía gobernar. Ni Fujimori, ni Toledo, ni
Humala, ni PPK, ni Vizcarra estaban preparados ni tenían condiciones mínimas para ello, pero lo
importante era que “les daban de comer a los lobos”, es decir, les regalaban a estos dinero a
manos llenas para que “no quiebren sus empresas, ni sus bancos, ni sus medios de
comunicación”.

Y ese es el fondo del problema, señor Presidente: que los lobos tienen un hambre voraz ya que
se están muriendo. Sin la plata del Estado las grandes empresas desfallecen y quiebran. El
mercado nacional no da para sostenerlas: necesitan venderle al Estado, que es el único que tiene
el dinero suficiente para comprar millones de cosas pagando al contado, en efectivo y por
adelantado. Es por eso que hoy están rasgando su puerta para sacarlo del poder: porque usted
no les suelta la plata que ellos necesitan. El hambre los vuelve locos, y son capaces de cualquier
cosa con tal de obtener ese recurso estatal. Es un caso de vida o muerte para ellos.

Por eso mi consejo, señor Presidente, es: haga como todos los mandatarios; deles de comer a
los lobos y verá cómo inmediatamente empiezan a mirarlo con simpatía, como pasó con Vizcarra
cuando les regaló cientos de millones con la excusa de “la Reactivación”. Aviénteles sacos de
dinero para que se maten entre ellos a mordiscos. Los empresarios de aquí y de todo el mundo
solo hablan un único idioma: el del dinero, y si usted no se los da le saltarán al cuello para
matarlo. Pero si usted se los entrega los calmará y dirán de usted lo mismo que han dicho de
todos los presidentes que han avalado y mantenido en secreto a Lava Jato: “Es un buen
gobernante, está haciendo las cosas bien”. Siga mi consejo y verá que le va a ir muy bien.

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¿Por qué “el burro” les ganó a todos los “zorros” del Perú?
El “burro”, el “ignorante”, el “cholo”, el “serrano” de Castillo les ganó a todos los “zorros” del
Perú. En primer lugar, a los todopoderosos Miró Quesada del grupo El Comercio, los dueños del
país, a pesar de su imperio monopólico (prohibido según las leyes peruanas pero que para ellos
estas no existen puesto que ellos las ponen y las quitan cuando quieren). Ni con todos sus
diarios, sus canales y redes que inundan todos los rincones de la nación pudieron hacerle mella
al “pobre diablo” que iba a pie de pueblo en pueblo. Eso realmente les duele.

También les ganó a los inalcanzables seres supremos de la CONFIEP, quienes lo único que saben
hacer es dar órdenes y jamás acatarlas. Por más que recolectaron todo el dinero que pudieron
para dárselo a la perdedora no consiguieron el objetivo al cual siempre han estado
acostumbrados.

Igualmente les ganó a los dueños de los bancos, en especial al del más grande del país, para
quien la perdedora era su favorita tal como en su momento lo fue Vladimiro Montesinos para
su padre. Ellos saben que dándoles dinero a manos llenas a los candidatos para sus campañas
los vencedores tendrán una “enorme deuda” con la banca privada y, por supuesto, la pagarán
con leyes, normas y beneficios que les harán ganar cien veces más que con los porcentajes
abusivos que les cobran a sus prestatarios.

Castillo también barrió el piso con candidatos improvisados como Forsyth, de quien jamás
hubieran dicho que era “una bestia, un animal” porque por sus venas corre sangre inglesa y
chilena, siendo además un personaje de farándula dedicado al fútbol con lo cual es difícil que
alguien diga que “tiene experiencia presidencial”. También dejó sentado en el piso a un dudoso
empresario que obtuvo sospechosamente la licitación del tren a Machu Picchu de manos de
Fujimori en la época más corrupta de su gobierno. Este individuo, López Aliaga, se tuvo que
morder la lengua de rabia pues nació creyendo que él, por ser blanco y descendiente de
conquistador, tenía necesariamente que gobernar el Perú porque “ese era su destino”. Un
simple cholito de los que le cortan el jardín lo derrotó.

Derrotó del mismo modo al petulante y figureti de Hernando de Soto quien, solo por tomarse
fotos con grandes personajes, piensa que “está llamado” a mandar en el Perú (país donde rara
vez reside). Estaba seguro que iba a ser el próximo presidente porque se había reunido en el
Pentágono con peruanólogos y expertos en Latinoamérica para convertir al país en “un baluarte
de EEUU” frente al avance de la izquierda en Chile y Bolivia. Fracasó en toda la línea y sabe que
esa fue la única oportunidad que le dio la vida. Como niño mimado y engreído que es no soportó
la humillación y se marchó pateando paredes aduciendo que “hubo fraude”. Esto no lo olvidará
hasta el último de sus días.

Con Keiko pasó lo mismo: haciendo las veces de David frente a Goliat, Castillo le dio una pedrada
en el centro de la frente a la favorita de todos los poderes económicos, políticos y sociales que
habían hecho de ella su Juana de Arco, la salvadora de la patria (de su patria). La venció por todo
lo alto sin lugar a dudas (reclamar fraude fue su peor error político porque demostró que
efectivamente no sabe perder ni menos ser demócrata). Con ello hundió en la tristeza y
desesperación a toda una clase social y dirigente del Perú que durante 200 años estuvo
acostumbrada a ver al país como su chacra, como una "tierra de mano de obra barata” para
hacer “grandes negocios” como los de Lava Jato.

Castillo fue el gran triunfador pues derrotó a los más grandes gigantes que buscaban aplastarlo
como sea. Uno a uno los fue derribando y pisoteando en su camino hasta llegar a Palacio, lugar

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donde hoy está y de donde hordas de perdedores y fracasados que actúan con sangre en los
ojos lo quieren sacar a la fuerza. No le perdonarán jamás haber avergonzado a “gente superior”,
a personajes ilustres con Harvard que estaban por encima de él y a quienes pretende “darles
órdenes”. Eso jamás le perdonarán a Castillo ni a cualquier otro cholo que se atreva a hacer lo
que él hizo.

Toledo y Humala fueron también cholos, pero ambos siempre “supieron cuál era su lugar” y
vivieron de rodillas frente a PPK y la CONFIEP, cumpliendo el papel de sirvientes que les habían
asignado (la historia se encargará de dar los detalles de esto). Sin embargo, Castillo, a diferencia
de estos cholos sumisos y arrastrados, no ha inclinado hasta ahora la cerviz ni se ha asustado
con todas las amenazas e insultos que le dan. Como dice el dicho, es “un cholo terco”, de esos
que, cuando se les mete una idea en la cabeza, nadie se la quita. Esta vez este cholo terco parece
no estar dispuesto a seguir siendo el “cholito de servicio” que han sido todos en este Perú.

Pero la pregunta que nadie se hace, porque los odios y rencores no se han apaciguado, es ¿por
qué ganó Castillo? Y la explicación tiene que ver con dos factores importantes que han sido
determinantes a la hora de elegirlo. El primero, el caso Lava Jato, que demostró a todo el pueblo
peruano cuál era la realidad de nuestra economía, la cual estaba basada en la coima y el robo
sistemático mediante normas y leyes amañadas y tramposas. Tanto es así que el país ha perdido
miles de millones de dólares que han ido a parar a cuentas del exterior (Panamá, EEUU, Suiza)
producto de la corrupción entablada entre empresarios y dueños de medios de comunicación
con los políticos tradicionales. De todo eso no se ha devuelto un solo centavo y ningún
empresario está preso.

El segundo factor no es menos grave: se trata del rotundo fracaso del “modelo” neoliberal
plasmado en la Constitución de Fujimori que, a lo largo de estos 30 años, solo ha traído
beneficios en la macroeconomía (el bolsillo de los ricos) pero un impresionante aumento de
pobreza en el pueblo como nunca antes en la historia (un 70 a 80% de desempleo y subempleo
hasta la fecha). Esta situación es la que ha llevado a que el Perú se convierta en el primer lugar
en muertos por millón durante la pandemia a nivel mundial debido al abandono total de su
sistema de salud, así como también de la educación y de todo lo demás.

Eso es lo que llevó a que la gente común, ignorada y abandonada a su suerte, quiera “castigar”
a los “blanquitos” y a los PPK que son los únicos responsables de esta pésima gestión. Algunos
intentan defenderlos aduciendo que “la culpa la tiene el comunismo, la izquierda, los
sindicatos”, etc., pero no es así. Comunismo, izquierda, sindicatos los hay más y mejor
organizados en Europa y EEUU y sin embargo son países prósperos. Pero lo son por la capacidad
de sus dirigentes para saber conducir a sus naciones, no como los de acá que solo saben vivir de
la plata del Estado. Hoy, como es lógico, están angustiados porque no saben hacer otra cosa que
mercantilismo puro y elemental y no están preparados para sobrevivir por sí mismos. Por eso
quieren regresar al pasado, a que el Perú sea “el mismo de siempre”, ese manejado por los
grandes poderes que “sí saben gobernar” pero con el dinero de todos los peruanos. ¿Podrán
darle vuelta a la historia? Veremos.

Perú: la situación actual


En vista de la imposibilidad de encontrar en los medios de comunicación, revistas especializadas
y redes sociales a gente imparcial que pueda analizar con objetividad y no con rabia la actual
situación del país me animo a hacerlo con la salvedad que es solo mi opinión personal, sin estar
influenciado por ningún movimiento sociopolítico de izquierda ni de derecha.

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Todo análisis serio debe empezar desde el principio, tal como lo hacen los médicos antes de
atendernos. El hecho es que el Perú, previo a la Conquista, era una sociedad coherente y bien
administrada puesto que organizaba su sociedad y economía en función a sus propias
necesidades. Todo esto fue destruido por los conquistadores en su afán de transformar al país
en una colonia, es decir, en querer orientarlo para que nutra de riquezas a España. Esto deformó
por completo la vida del hombre andino convirtiéndolo en una simple mano de obra barata para
su explotación. Con la independencia los criollos continuaron con la misma administración y
durante toda la República el país siguió siendo exportador de materia prima para los países
desarrollados. Las ideas de modernidad e industrialización jamás se intentaron aplicar aquí.

Por otro lado, las nociones de izquierda y de derecha son conceptos copiados de Europa que
para el poblador peruano son difíciles de entender puesto que ninguno coincide con la realidad
del Perú, donde la estructura es netamente colonial y cuyo conflicto central sigue siendo la
división entre criollos occidentales dominantes y andinos dominados. Para que las izquierdas y
derechas auténticas existan se requieren repúblicas bien constituidas, con partidos políticos
sólidos y una formación política mínima en la población. Sin esto el ser de derecha o de izquierda
resulta algo tan vago e irreal como tratar de hablar en chino.

Es esa incongruencia, esa falta de compatibilidad con los hechos la que hace que sea imposible
explicar al Perú en dichos términos. La derecha peruana viene a ser en realidad la antigua clase
terrateniente, hoy convertida en empresarial, la cual mantiene su estrecha vinculación con el
Estado para poder sobrevivir. El empresario peruano sabe que el mercado local es insuficiente
y por ello tiene que recurrir a las compras o dádivas del Estado para sostenerse, de ahí que se
diga que la economía peruana es mercantilista. Su mentalidad sigue siendo colonial en el sentido
que es racista, pro occidental y convencido de su “destino manifiesto” que es gobernar al Perú,
tal como lo pensaban los blancos en Sudáfrica. Su idea del país es la misma que la de los primeros
españoles: “un territorio apto para la explotación y exportación de materia prima hacia los
países desarrollados”.

Por el otro lado la izquierda es igualmente una importación directa e incoherente con nuestra
realidad puesto que ve al Perú con los ojos de un europeo, en función a dicha visión de la vida y
la sociedad. Jamás les preguntan a los pobladores peruanos qué piensan y qué quieren;
simplemente imponen sus análisis y conclusiones con un lenguaje enrevesado e incomprensible,
asumiendo causas y necesidades que no son las que ellos tienen. Los izquierdistas suelen ser
gente intelectual y universitaria que conoce mucho de la cultura occidental, pero nada o casi
nada de la andina, sin embargo, pretenden representarla aduciendo que están “en contra” de
la derecha, aunque muchos de ellos provienen de la misma clase alta a la que asocian con ella.

De modo que tratar de interpretar al Perú en base a estos conceptos de derecha e izquierda
ajenos a nuestra realidad es un grave error, una distorsión producto de una falta de investigación
seria sobre cómo está conformado realmente el país. La derecha no se parece en nada a ninguna
derecha occidental. La derecha peruana es netamente económica y clasista, no teórica. Ningún
derechista sabe realmente qué es la derecha y en qué consiste; la intelectualidad no va con ellos.
Si se impone una dictadura militar como la de Morales Bermúdez o una civil como la de Fujimori
lo mismo les da: lo importante es que fluya el dinero a sus arcas. No son principistas sino
prácticos; apoyan lo que les conviene, así eso venga de un izquierdista como Humala.

La izquierda peruana importa todo de Europa. Lo mismo que allá se dice aquí lo aplican a través
de sus ONG. Suponen que el Perú es un país atrasado y que, por su falta de desarrollo, la gente
“no entiende” las ideas de izquierda, de ahí que los conducen y empujan aprovechando sus
prioridades básicas, pero con el fin de ubicar en el poder a gente afín a sus ideas. Por lo general
los izquierdistas son de clase media acomodada limeña, puesto que solo así se puede adquirir

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esta información y viajar a Europa a los congresos. Al final los izquierdistas conforman una elite
privilegiada que vive de fondos extranjeros y que utiliza al pueblo como excusa para su
participación en la política.

¿Y qué representa Castillo en todo esto? Pues es una fuga en el esquema, un error de diseño,
una falla en el sistema. Se supone que los presidentes del Perú tienen que ser puestos por los
grupos de poder; para eso invierten millones en las campañas. En las recientes elecciones la
lógica decía que tenía que ganar o uno de la derecha o uno de la izquierda (ambas posturas
totalmente lejanas al pueblo peruano). Sin embargo, en vez de ser Keiko o López Aliaga los
elegidos de la derecha o Verónica Mendoza de la izquierda resultó ser un outsider, alguien que
ni en sus fantasías ni menos en las “encuestas” (todas manipuladas) figuraba. ¿Qué pasó? Hasta
ahora ninguna de las dos facciones quiere saberlo.

Lo que sucede es que los “analistas” y “expertos” son todos gente de clase media y alta con
estudios en EEUU o Europa que ven al Perú desde sus departamentos de San Isidro, pero lo
último que quisieran hacer es comprenderlo como es, de ahí que hablen de “ignorancia,
incultura, incapacidad mental, falta de educación, etc.”. La derecha culpa a la izquierda de hacer
fraude mientras que la izquierda no sale de su asombro de no haber podido inclinar la balanza
a favor de su candidata. Y es que un outsider no es “una rareza” ni un “accidente” sino un reflejo
de lo que ocurre en un país. Castillo es la reacción visceral de un pueblo que ve que su clase
política y dirigente es eminentemente corrupta (Lava Jato) e incapaz (el “modelo” que provocó
el abandono del sistema de salud con el primer lugar de muertos por millón en la pandemia).

Todo outsider es una consecuencia, el resultado de una crisis y de un pésimo manejo (que llevó
al ascenso de Fujimori después del primer García) y eso significa un castigo, tanto para la derecha
como para la izquierda, quienes lamentablemente no saben hacer nada bien en el Perú. En pocas
palabras, Castillo no es el hombre que la gente eligió porque fuera “el mejor para gobernar” sino
el que escogieron para decirle a los de arriba, a los fracasados, que lo están haciendo mal, muy
mal. La pregunta es ¿estarán recibiendo el mensaje, estarán recapacitando sobre lo que hicieron
y no hicieron, estarán dispuestos a corregir sus errores? Aparentemente no, porque la gritería
que hoy se da proviene de los mismos ladrones y corruptos ya conocidos quienes no están
dispuestos a dejar lo único que saben hacer: robar. Si esto es así, es muy probable que mañana
tengamos a otro Castillo, pero esta vez más envalentonado y fuerte. Quizá el Hugo Chávez
peruano que todo el mundo teme… menos los de abajo.

Jugando con fuego


Una famosa frase que supuestamente dijo María Antonieta lo ilustra todo: “Que si el pueblo de
Francia no tenía pan para comer, que coman pastel". Eso ejemplifica qué sucede cuando una
clase gobernante no sabe, ni quiere saber, qué es lo que está pasando en su país y por qué se
producen los cambios y revoluciones. La Revolución Francesa no empezó en 1789 con la toma
de la Bastilla sino mucho antes, como consecuencia de un régimen absolutista donde la nobleza
terrateniente acaparaba toda la riqueza. Este sistema se derrumbó por las malas cosechas, los
impuestos gravosos y, en especial, por las reformas en EEUU e Inglaterra que anunciaban la
aparición de la República, ideas que fueron recogidas por personajes como Voltaire,
Montesquieu y Rousseau.

Lo mismo pasó con la Revolución Norteamericana, la cual no se inició con el arrojo del té al mar
sino como resultado de las leyes impositivas del rey Jorge III después de la Guerra de Siete años
con Francia, a lo que se sumaron una serie de libertades previamente adquiridas por los colonos
más las ideas de la Ilustración que ya se difundían. Más cerca en el tiempo, las guerrillas en

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Colombia, que vienen durando más de 60 años, no comenzaron con la aparición de las FARC y
del FLN sino a inicios de los años veinte en los Llanos y en Tolima, cuando empezó la lucha entre
campesinos y hacendados por el control de las tierras.

¿Qué quiere decir todo esto? Que por lo regular las clases dirigentes no se dan cuenta, o no
quieren admitirlo, que las causas de los grandes cambios que se dan en sus países y a nivel
mundial no son producto de una circunstancia o de un hecho ocurrido al azar sino que son el
resultado de muchas situaciones previas que los provocan. Lo mismo podemos decir de la
independencia del Perú, la cual no empezó en 1821 sino mucho antes, con la caída de los
Borbones en España a manos de Napoleón y los primeros triunfos de los ejércitos de San Martín
y Bolívar en sus países. Los españoles en el Perú no supieron leer las circunstancias que se
avecinaban y vivían confiados en que “nada iba a cambiar” después de tres siglos de Colonia.

Hoy en el Perú sucede lo mismo. Estamos viviendo un fenómeno que se plasma en la persona
de Pedro Castillo que, para nuestra clase gobernante tradicional, es tan solo un “accidente”
producto de las maniobras de la izquierda reformista o “caviar” en su afán de seguir controlando
el Estado como lo hizo durante el vizcarrato. Para los Miró Quesada y la CONFIEP “el suelo está
parejo” y solo basta con sacar “al intruso”, que llegó mediante fraude electoral, para que el Perú
“vuelva por la senda exitosa en la que ha estado”. Ese es más o menos el pensamiento que
impera en este grupo de poder, convencido que no han ocurrido hechos de importancia en el
país. Pero, al igual que María Antonieta, no se trata de darle a la gente tortas a cambio de pan.
La cosa es más grave de lo que se imaginan.

Un primer problema que tiene la actual clase dirigente del Perú es que no sabe qué está pasando
en sus narices. Sus “expertos en política” funcionan como los médicos del rey, que le dicen que
todo está y bien y que no tiene ninguna enfermedad para tratar de animarlo y cuidar sus
puestos. Pero lo que está ocurriendo no tiene su causal hace seis meses con las elecciones sino
que viene de muy más atrás, desde la era Fujimori y la instauración de la actual Constitución que
implantó un “modelo” para el manejo de la economía el cual ha producido, a lo largo de estos
30 años, una cierta “bonanza” en la macro economía pero una crisis sin precedentes en la de los
peruanos. Los efectos entre la gente de a pie son verdaderamente desastrosos, al punto que
hoy el Perú tiene al 80% de su PEA (Población Económicamente Activa) en el desempleo y
subempleo, con solo el 20% restante ocupada principalmente en la explotación de los recursos
naturales para los que solo se requiere de mano de obra barata y sin educación (minería, pesca
y agroindustria).

Pero el fracaso del “modelo” Fujimori se refleja también en la salud, pues no es ninguna
casualidad que el Perú haya sido hasta hace poco el primer lugar en el mundo en muertos por
millón durante la pandemia, algo que ningún medio de comunicación ni “experto” ha querido
señalar, como si bastara con no mencionarlo para que esto fuera ignorado por el pueblo que lo
sufrió. El dolor de millones de familias peruanas que tuvieron que rogar por conseguir un balón
de oxígeno o una cama UCI no se olvida fácilmente. Tampoco se puede pasar por alto la crisis
de la educación pública que otrora fuera una de las mejores (como por ejemplo el colegio
Guadalupe y las Grandes Unidades Escolares) convertida hoy en una verdadera letrina por el
abandono a la que la han tenido durante estas décadas, dándole solo a los privados las
facilidades para que lucren con ella.

Sin embargo, ciegamente la clase dirigente responsable de todo esto hace como los niños:
acusan a los demás de su incapacidad y sus errores. Le atribuyen a “la izquierda” el haber
ocasionado todos los problemas, como si esta tuviese un poder mayor que la banca y el ejército
juntos cuando solo actúan cuando reciben dinero de las ONG. Culpan a los sindicatos por el
fracaso de la educación y la salud, olvidándose que en los países desarrollados también existen

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y mucho más poderosos que los peruanos, pero con todo ello su sistema de salud y educativo sí
funciona. Finalmente culpan a la corrupción de los funcionarios públicos y a los partidos
políticos, como si estos no fueran financiados y puestos a dedo por ellos para que “trabajen” a
su favor. La mayor prueba de esto fue el caso Lava Jato, que desnudó por completo cuál era la
verdadera catadura moral de la clase dirigente peruana que no sabe vivir de sus recursos sino
solo del dinero del Estado.

Y es el dinero del Estado la madre del cordero. Vizcarra lo demostró fehacientemente cuando lo
primero que hizo cuando empezó la pandemia fue “regalarles” a las grandes empresas diez
millones de soles a cada una, cuando en realidad todas tenían espaldas suficientes para soportar
la situación. A este dinero está acostumbrado nuestro empresariado nacional y
lamentablemente cuentan con él para sobrevivir, al punto que “invierten” recursos suponiendo
que de todas maneras “les va a caer”. Ahora que Castillo, en su ignorancia, no se los está dando
han entrado en un estado de locura pocas veces vista en la historia de este país. El Perú, según
dicen los especialistas, es mercantilista, que quiere decir que, sin el apoyo del Estado, colapsa,
porque su economía depende únicamente de que el Estado reparta sus “ganancias” entre los
que más tienen.

De modo que Castillo no es un exabrupto o una locura del pueblo peruano: es el preámbulo de
algo que va a suceder tarde o temprano, el anuncio de una gran transformación que se viene
dando en el pueblo, en su mentalidad y en su manera de verse a sí mismo, a su clase dirigente y
al país. Castillo podrá caer en cualquier momento pero eso no va a revertir la situación. La
Revolución Francesa pasó por muchas marchas y contramarchas, y recién se pudo consolidar en
el siglo XVIII, años después de la Revolución. Todos los cambios sustanciales atraviesan siempre
por el mismo proceso de idas y venidas en sus esfuerzos por instaurarse. Mañana puede subir
otra vez un representante de la clase dirigente tradicional para que “todo vuelva a la
normalidad”, pero inmediatamente se producirán convulsiones y revueltas que darán a
entender que las aguas no se han aquietado. Chile es el mejor ejemplo de lo que sucede cuando
estos fenómenos no se prevén y terminan por estallar. Por lo tanto, no nos debe extrañar que
en cualquier momento aparezca el “Chávez peruano” que aproveche de esta coyuntura o bien,
y que es lo que no quisiéramos, ocurra una verdadera revolución, cosa que en la historia es lo
más común que ha sucedido a lo largo del tiempo.

El Perú ha cambiado, pero no lo quieren reconocer


Nada es fijo ni estable en este mundo: todo cambia, se transforma, se modifica. Igualmente, el
Perú. Quienes pretenden que este siga siendo el mismo Perú feudal de antes de Velasco están
en una causa perdida, así como los que quieren que sea el Perú de Fujimori o los que quisieran
que siga siendo el de PPK. Ya no podemos dar marcha atrás. Hay muchas cosas que han pasado
que nos han hecho ver al país de otra manera. Después de Lava Jato es imposible confiar
ciegamente en alguien solo por ser “empresario” o “inversionista”. Hemos visto que detrás de
esos encopetados señores se escondían los peores ladrones de saco y corbata de nuestra
historia. También es imposible pensar que “el modelo” establecido por Fujimori en su
Constitución de 1993 siga siendo lo mejor para el país: dio mucho dinero a la macroeconomía y
permitió el surgimiento de la comida gourmet de Gastón, pero abandonó completamente la
salud del pueblo al punto que el Perú fue el primer país en el mundo en muertos por millón
durante la pandemia.

Estos hechos y muchos más (como el último lugar en Educación en Latinoamérica y el 80% de
desempleo y subempleo actual) han hecho que la gente de la costa, la sierra y la selva reflexione
y diga que ya no se puede seguir soportando más como está todo. Dentro de 100 años el Perú

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va a tener 80 o 100 millones de habitantes y ni la minería, ni la pesca, ni la agricultura van a darle
trabajo a tanta gente puesto que estas actividades ocupan solo el 20% de la PEA. ¿Qué va a ser
del 80% restante en un país que no tiene industrias ni un mercado suficiente para soportar esa
masa desempleada dedicada al autoconsumo y la autosubsistencia (vendiéndose empanadas
los unos a los otros)? Estas cosas, que son los problemas de fondo, no de ahora, sino de mañana,
de nuestros nietos, no es lo que nos importa ni nos interesa a los peruanos. Los peruanos, como
pobres que somos, vivimos “al día”, y vivir “al día” significa que queremos comer ahorita sin
preocuparnos qué pasará después.

Pero no son solo los peruanos de a pie los que viven “al día” sino también todas las grandes
empresas quienes, desde el inicio de la República, se acostumbraron a contar con el dinero del
Estado para poder sobrevivir en un mercado sumamente pequeño como es el Perú. Incluso las
que venden su producción al extranjero (las minas) también necesitan de “la ayuda” del Estado
para que sus negocios sean rentables, ya sea a través de una ley o de una excepción de pago de
impuestos. Así funciona nuestra economía y por eso le llaman los expertos “mercantilista”. Eso
explica el porqué de la desesperación por llegar al poder, por tomar Palacio de Gobierno, porque
quien esté allí tiene “la llave” de la caja fuerte que es donde está todo el dinero del país y que lo
puede “repartir” a quienes les parezca. Un ejemplo reciente fue el señor Vizcarra regalándoles
a las grandes empresas diez millones de soles a cada una durante la primera Reactivación “para
que no quiebren” (cuando la mayoría tenía las espaldas suficientes para evitarlo, como las
mineras que nunca detuvieron sus operaciones).

Pero dirán ¿cómo sabemos que el Perú ha cambiado, que ya no es el mismo de la era Lava Jato
y de sus empresarios corruptos? Pues precisamente con las elecciones del 2021 donde el pueblo,
harto y dolido por la inutilidad del Estado (miles de peruanos corrían desesperados buscando
por todos lados un balón de oxígeno, vendiendo sus casas para poder pagarlo) decidió “castigar”
a la clase político-empresarial (que, como Dionisio Romero, le “regalaba” tres millones de
dólares a Keiko para su campaña) votando por el último de la fila, por el que menos se pensaba,
por aquel que ni en sus fantasías estaba ser algún día presidente: Pedro Castillo. Sin embargo,
la clase dirigente, conducida por la familia Miró Quesada del grupo El Comercio, no quiere
admitir esto porque, si lo reconociera, sería como decirle al país que efectivamente “ellos han
fracasado y el pueblo lo está demostrando”.

Por eso es que han creado un discurso alternativo, una “seudo verdad” en la que ni ellos ni los
ladrones de Lava Jato son los culpables de nada y más bien son los otros: los izquierdistas, los
comunistas, los de SUTEP, los de Patria Roja y un largo etcétera. Ninguno, ni uno solo de los
responsables de lo que hoy es el Perú figura en su lista de “culpables”. Incluso culpan a su propia
candidata, a la “salvadora de la patria” Keiko al decir que “por odio a ella es que el pueblo ha
votado erradamente”. Pero eso no es verdad. Puede haber participación de la izquierda (como
lo hay en todo el mundo, inclusive en EEUU) pero eso no significa que estén en capacidad de
poner presidentes. Tampoco es verdad lo del “fraude” puesto que, cuando la empresa IPSOS del
grupo El Comercio dio el primer flash que declaraba a Keiko ganadora, ni se le pasó por la mente
decir que había tal cosa. Recién cuando la encuestadora afinó sus resultados es que dijo que
“había fraude”. La misma piconería de siempre.

Ahora los creadores de Lava Jato quieren deponer a Castillo para ubicar otra vez a uno de los
suyos, a un PPK que nos regrese a las condiciones anteriores a la denuncia de EEUU (con la que
se descubrió todo) y nuevamente se hagan cientos de licitaciones por todas partes para construir
puentes, carreteras, estadios, hospitales, colegios, represas, etc. y todo lo que pueda significar
que el Estado les dé a las empresas privadas (Graña & Montero, Odebrecht, etc.) miles de
millones para construirlo todo. Por supuesto que eso se hará sin mayor fiscalización y a dedo,
como tiene que ser, y sin que se demuestre que realmente se necesitaban tales elefantes

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blancos (en el Perú hay por lo menos 14 hospitales terminados donde no hay agua, luz,
materiales, ni médicos que los trabajen). Otros saldrán a exhibir el convenio con el Reino Unido
para que sean los ingleses los que las hagan, pero con “el apoyo y ayuda” de las empresas
locales. Negocio redondo.

Todo ese festival de millones y de dinero público que podría estar yendo a los bolsillos de los
empresarios corruptos está ahí, esperándolos, pues Castillo, como outsider que es, no los va a
usar ya que él es solo la herramienta que ha usado el votante peruano contra su clase alta debido
a su pésima gestión del país que lo ha llevado a ser uno de los más pobres de Sudamérica. Castillo
ni siquiera es izquierdista o caviar puesto que, para ser eso, uno tiene que ser limeño, pituco y
haber estudiado en las mejores universidades privadas y del mundo y estar trabajando para una
ONG (como lo era el señor Sagasti). Castillo es solo un típico peruano, uno más de los 33 millones
que pululan tratando de sobrevivir por todas partes. Hasta es casi seguro que Castillo no haya
leído nunca El Comercio porque su lenguaje “técnico” está dirigido solo a las clases medias y
altas de Lima, como también es probable que en su vida haya pisado Miraflores, una “Isla de la
Fantasía” donde se vive una realidad que no es la del Perú.

¿Qué viene ahora? Inestabilidad total o bien dictadura. Porque si la derecha Lava Jato saca al
outsider Castillo lo va a hacer para poner a alguien que previamente haya escogido y que
represente exactamente lo que quieren los Miró Quesada. Pero ¿cuánto durará eso? ¿Qué nos
asegura que este nuevo presidente no será vacado otra vez? Nada, y por eso es que la solución
para ellos sería, o establecer candados legales y constitucionales (modificando la Constitución
para que el siguiente no sea vacado) o bien implantar una dictadura civil que suspenda por algún
tiempo la democracia con la excusa que “el pueblo no está preparado para elegir con sabiduría”.
Sería una especie de neo fujimorismo con todo el apoyo de la prensa y los aplausos de la
CONFIEP, de los empresarios y de todos los miraflorinos. Pero veamos lo que pasa en Chile
después del pinochetismo: ahora es izquierdista. Como digo: nada dura para siempre, y el Perú
ha cambiado. Pero ¿lo entenderán los empresarios Lava Jato o creerán que pueden volver a julio
del 2016, a los gloriosos días de PPK?

Caviares y la derecha: al asalto del poder


Quedó demostrado que Castillo nunca fue caviar, ni menos de izquierda. Tampoco es un
“comunista marxista” puesto que su lenguaje delata que no maneja dichos términos como todo
militante de esas tendencias conoce. Castillo es simplemente un dirigente sindical, un profesor
de base cuya única aspiración era poder formar su propio partido magisterial. ¿Por qué entonces
es hoy presidente? Descartamos la idea del “fraude” puesto que, de haberlo habido, la ganadora
tendría que haber sido Verónica Mendoza, la izquierdista caviar de la misma línea de Sagasti y
los “fiscales héroes”. Descartamos también la presunción de que Perú Libre sea el factótum que
haya convencido a millones de peruanos a votar por ellos dado que se trata de un partido
exclusivamente regional, sin mayor gasto durante su campaña. Entonces ¿por qué ganó Castillo?

No me cansaré de decir lo que es obvio, de gritar que “el rey está desnudo” aunque ningún
“analista” de El Comercio lo quiera ver ni reconocer: Castillo es un outsider. ¿Qué significa un
outsider tanto aquí como en EEUU (como lo fue el showman televisivo y vendedor de bienes
raíces Trump)? Alguien que nunca pensó ni estuvo preparado para gobernar pero que, por
diversas razones coyunturales, es elegido por cierto sector de los votantes logrando hacer de él
un mandatario. Pasó con Fujimori en los 90, quien solo aspiraba a ser senador. Dicho personaje
logró sobrevivir sencillamente porque asumió por completo el plan de Vargas Llosa y se entregó
en cuerpo y alma a la derecha, al FMI y al BM. Se repitió de algún modo con Humala (el
“antisistema”) que desde el primer día en Palacio expulsó a toda la izquierda y se volvió el vocero

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de la CONFIEP (las tres únicas veces que dirigió un mensaje a la nación fue para apoyar a la mina
Conga).

De modo que los peruanos tenemos que entender que, si Castillo está donde está, es solo por
causa de dos cosas principalmente: por la profunda decepción que ocasionó el caso Lava Jato al
ver que nuestra clase dirigente y empresarial en pleno no es más que un grupo de pitucos
dedicado a robarle al Perú, y el desenmascaramiento del “modelo” implantado en la
Constitución del 93 por Fujimori que solo genera dinero para la macroeconomía (y para la
comida gourmet) pero que deja en completo abandono a la población peruana (el primer lugar
en muertos pon pandemia se debió al pésimo sistema de salud que fue relegado durante
décadas, así como el último lugar en educación y el actual 80% de desempleo y subempleo). Con
estas dos realidades (que la familia Miró Quesada, dueños del monopolio ilegal llamado Grupo
El Comercio, se niega a aceptar) era lógico que gran parte de la gente hambrienta y exasperada
buscara elegir a cualquier que no fuera lo mismo de siempre (porque Keiko, López Aliaga,
Hernando de Soto, Forsyth, Lescano, Mendoza y compañía representan el Perú mísero y
primario exportador de siempre).

Ahora hay una crisis, pero ¿cuál es la crisis? ¿Acaso estamos viendo tomas de carretera, huelgas,
marchas, levantamientos, enfrentamientos con la policía y todo esto que sucede en todos los
gobiernos? Por supuesto que no. La única “crisis” que hay en el Perú son la que muestran con
desesperación los medios de comunicación (llamados por el pueblo como “prensa basura”) que,
según ellos, “el Perú está que se cae a pedazos”. Pero la pregunta que todos los de a pie nos
hacemos ¿por dónde se está cayendo a pedazos, si estamos viviendo tal cual hemos vivido desde
hace mucho, mucho tiempo? Entonces la “crisis” está únicamente en un sitio: en las arcas de las
grandes empresas de Lava Jato que no están recibiendo “los regalos” que todo presidente del
Perú suele hacerles (como Vizcarra con los diez millones de soles a cada una por la
“reactivación”). Como muestra de ello está el grupo El Comercio, cuyo índice de avisaje es un
10% de lo que debería tener para sostenerse, señal que, de no sacar a este gobernante y poner
a uno de los suyos en su lugar, se puede ir a la quiebra.

Así como este grupo igualmente todas las grandes empresas corruptas del Perú están en
angustia total porque no les dan las licitaciones para hacer los miles de puentes, carreteras,
hospitales, colegios, represas y todo tipo de obras que, por supuesto, no sirven para nada, se
van a caer con la primera lluvia y no van a tener nunca ni mantenimiento ni el suficiente
presupuesto estatal para su reparación y sostenibilidad (en estos momentos hay 14 hospitales
en todo el país que no funcionan porque han sido hechos solo para gastar el dinero del país, de
todos los peruanos). Esto es lo que quieren, lo que necesitan para sobrevivir los Graña Miró
Quesada, los Odebrecht, los Camet y todos los que se forraron de dinero durante décadas y que
ahora lo tienen “a buen recaudo” en los paraísos fiscales de Panamá, EEUU y Suiza.

Pero no solo son los empresarios corruptos los que se ahogan: también están los empleados de
las ONG (los llamados caviares) quienes, al ver que Castillo era el preferido y no su candidata, se
sumaron a su causa intentando “dirigirlo, conducirlo, llevarlo de la mano” para que mantuviese
a toda su gente en los ministerios y organismos públicos. Pero ¿qué ha pasado? Que Castillo,
como buen outsider, es (hay que decirlo) un campesino, un profesor de provincias, un integrante
del pueblo lejano del Perú, o sea, un “cholo”, alguien de esos millones de millones de peruanos
que durante siglos fueron siempre las últimas ruedas del coche, alguien que es el típico
representante de nuestra población egresada de los colegios nacionales dejados a su suerte por
todos los gobiernos interesados únicamente en tener “mano de obra barata” como “ventaja
competitiva” (y lo dicen muy ufanos y orondos los muy blancos y extranjerizados empresarios
locales). Es decir, ellos están felices conque en el Perú “la mano de obra” sea “barata” gracias a
que apenas cuenta con primaria.

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Es ese “orgullo” de tener “un pueblo barato” lo que nos hace “interesantes y atractivos para los
inversionistas”, tal como lo dicen. Pero esa “cualidad” no viene del cielo: se tiene que crear
haciendo que los colegios e instituciones educativas “para cholos” sean lo más ineficientes y
calamitosas posibles para que, con esas limitaciones de entendimiento y comprensión, salgan
de ahí los millones de “cholos baratos” que solo servirán para trabajar en los socavones, las
bolicheras y los sembríos de agroexportación arrancando espárragos doce horas seguidas con el
agua a la cintura. Sin embargo, nuestra clase dirigente Lava Jato, privilegiada y corrupta, ataca y
destruye a Castillo con verdadera saña, desprecio y racismo por ser “un burro, ignorante y pobre
diablo”, cuando debería darles vergüenza reconocer en él a su obra, a su producto, al peruano
que ellos siempre han querido tener para que sea su sirviente, empleada, jardinero, guachimán,
panadero, limpiacarros, etc. Para eso es que la clase alta (tanto de derecha tradicional como de
derecha progresista o caviar) ha trabajado siempre: para tener un pueblo sometido y
embrutecido, limitado en todo y que no sea capaz de autogobernarse.

Los burros y los zorros


Había una vez un país sumamente pobre y atrasado llamado Burrolandia porque en su mayoría
estaba formado por burros. Los burros eran fuertes, trabajadores, empeñosos y soñadores, pero
lamentablemente todos recibían una pésima educación en sus escuelas públicas. Pero además
allí vivían también unos zorros que eran los descendientes de la invasión que hicieron estos hacía
mucho tiempo, cuando se apoderaron del país de los burros. Estos zorros sí eran inteligentes,
astutos y sabios, pues recibían la mejor educación que existía por aquellos tiempos, lo cual los
convertía en los jefes y dirigentes naturales de Burrolandia.

A pesar de ser un pueblo tan pobre, los zorros vivían como reyes pues se encargaban de hacer
trabajar a los burros pagándoles miserias. Con eso ellos se habían vuelto sumamente ricos y su
riqueza era famosa en todas partes del planeta. Cuando viajaba una representación de
Burrolandia esta siempre estaba conformada por zorros, no por burros puesto que estos no
sabrían qué hacer ni qué decir. Cuando elegían a la reina de belleza para el concurso
internacional la representante de Burrolandia era una linda zorrita, tan igual que cualesquiera
otras zorras. Cuando uno encendía la televisión en Burrolandia las personas que salían hablando
eran todas zorras y todas decían “nosotros, los burrolandeses”.

Pero lo cierto es que quienes administraban las riquezas del país y las explotaban eran los zorros
junto con sus parientes zorros de otras partes del mundo, quienes sabían que en Burrolandia se
hacían grandes negocios puesto que los que los entregaban a precios de ganga. Además de
ofrecerles todo en bandeja los zorros les daban adicionalmente “la fuerza bruta más barata
existente: la de los burros” quienes solo cobraran un manojo de yerbas después de estar doce
horas diarias en los socavones de las minas, en los botes pesqueros y en las tierras de
agroexportación. No había mejor mano de obra barata que la de los burros puesto que casi no
se quejaban, y cuando lo hacían, eran apaleados y encarcelados como delincuentes.

Así vivían en ese país, felices unos pocos y tristes la gran mayoría. Hasta que un día los burros se
reunieron en una cantidad enorme, más grande que todos los zorros juntos, y amenazaron con
dejar de trabajar si no se instituía un sistema democrático para que la mayoría decidiese quiénes
debían gobernar. Para los zorros esto les significaba el fin de su dominio puesto que, como eran
una pequeña minoría, nunca iban a ganar, así que decidieron aceptar la idea pero pensando
cómo hacer para que los burros votaran por ellos. Para eso contrataron unos zorros del país de
Zorrolandia, que eran expertos en convencer de cualquier cosa a quien sea, y les dieron cientos
de millones para que, en cada campaña electoral, los burros votaran siempre por un zorro.

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Y así fue. Cada cinco años, cuando venían las elecciones, la maquinaria de los zorros funcionaba
poderosa y efectivamente, siendo capaz de venderle panes a los panaderos y helados a los
heladeros. Con toda esa propaganda y los grandes discursos cargados de promesas sin límites
los burros entusiasmados votaban por alguno de los zorros que postulaban. Jamás lo hacían por
un burro porque cada uno que se presentaba de candidato solo rebuznaba tonterías y la prensa
se burlaba de él y lo trataban de “bestia ignorante”.

Esto duró largos años hasta que un día los zorros cometieron tantas fechorías, robaron tanto al
país con tanto descaro y encima riéndose en la cara de los jueces, que los burros no soportaron
más y dejaron de creerles. Además, su forma de gobernar había sido tan mala que la peor salud
del mundo, junto con la peor educación y el más alto índice de desempleo, eran las de
Burrolandia. Este país era el hazmerreír de todos, el último de la fila, el peor gobernado. Pero
los zorros no sentían el más mínimo remordimiento ni menos se sentían culpables de nada. Para
ellos los únicos culpables eran los “burros quejosos”, que, en vez de trabajar, se dedicaban a
reclamar por más pienso y yerbas para su única comida diaria.

Fue entonces que se hicieron nuevas elecciones y, en vez de ganar un zorro, como tenía que
suceder, ganó por primera vez un burro que no era domesticado ni llevado de la nariz por los
zorros (porque había habido burros que ganaban pero que eran manejados por los zorros como
sus títeres). Inmediatamente los zorros se pusieron en pie de guerra y dijeron: “Esto no ha sido
así desde que este país lo creamos nosotros, los zorros, para explotarlo con la fuerza de los
burros, por lo tanto, tenemos que impedir que esto continúe”. A partir de ahí empezaron a hacer
una feroz campaña de desprestigio al burro ganador, y de paso a todos los burros del país,
calificándolos de “incapaces, inhabilitados, salvajes, animales, jumentos, incompetentes,
corruptos, ladrones, tramposos, etc.”. La prensa de los zorros nunca había estado tan unida ni
tan rabiosa contra la especie burro. Para ellos quien no era zorro no tenía cerebro, no valía
absolutamente nada. Burrolandia, según los zorros, era un país de zorros, con algunos burros de
carga y nada más.

Fue entonces que, de tanto gritar e insistir que ningún burro estaba preparado para gobernar,
finalmente los burros, malamente educados por los zorros para que sean justamente burros, se
convencieron que un burro nunca podría ser quien gobernara a los burros sino los zorros. Los
religiosos zorros inclusive apelaron al gran Dios Zorro, el Creador de todo el Universo,
demostrando que en las Sagradas Escrituras estaba dicho que “Dios puso al zorro para gobernar
sobre el burro”. Todo terminó con la salida del burro elegido, quien solo pudo hacer burradas
puesto que nunca estudió para zorro, colocándose en su lugar nuevamente un zorro quien dijo:
“Todo ha vuelto a su lugar, ya todo está en paz. Burrolandia vuelve a ser el país feliz y próspero
que ha sido siempre”. Y colorín colorado este cuento… tal vez no ha acabado.

¿Crónica de muerte anunciada?


Castillo ha hecho lo que le tocaba hacer: morir en su ley. Para sobrevivir solo le quedaba
"humalizarse", volverse un sirviente de la CONFIEP y de los Miró Quesada como hizo Humala
para que estos "lo aprobaran". Pero no. Ha preferido seguir con sus ideas y su línea pues no
tiene otra. Al menos fue coherente y no se entregó a la clase dirigente urbana, blanca, occidental
y extranjerizante. Vamos a ver ahora cómo lo sacan: si mediante las "manifestaciones
espontáneas" o a través del Congreso. De todos modos se va, y vuelven los "Lava Jato".

La pregunta fundamental es: poniendo nuevamente al "PPK" que la clase alta quiere ¿todo el
fenómeno que está ocurriendo se acabará y el Perú volverá a ser "el de siempre", o más bien

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este continuará su proceso y se manifestará de otra manera? Porque de ser necesarios los
cambios lo es. Porque de estar probado que la clase dirigente tradicional del Perú ha fracasado
lo está. Porque los resultados de todo lo hecho durante estos 200 años de República demuestran
que las medidas que se han tomado, y que han sido muchas, no han funcionado.

Y es que lo de Castillo solo ha sido un exabrupto del pueblo, la elección de un outsider para
demostrar su descontento con nuestra clase dirigente y empresarial corrupta e incompetente.
Lo que nos corresponde ahora es ver el fenómeno de manera científica y completa, no como un
hecho aislado, no centrado solo en Castillo pues este es solo un eslabón de la cadena. Es
necesario que miremos toda la cadena, desde sus más remotos inicios, como lo hacen los
médicos. El Perú es un paciente que tiene más de 200 años, y si no comprendemos sus fallas de
origen, sus taras y complejos de nacimiento, es poco lo podemos con él ahora.

¿Que Castillo no estuvo preparado para gobernar? Habría que ser ingenuo para no darse cuenta
de ello. Ningún outsider lo está (por eso es que es outsider) y la única forma que tienen de
sobrevivir es aferrándose a un grupo fuerte (en el caso de Fujimori y Humala se sometieron
totalmente a la CONFIEP y al grupo El Comercio). De modo que no hace falta decir lo obvio. ¿Qué
habría que hacer entonces si él no tiene la capacidad para sacar adelante al país? Pues lo primero
es reconocer la causa del problema: por qué llegó a ser presidente. En el caso de Fujimori fue
porque el pueblo rechazó la propuesta del shock de Vargas Llosa y además porque el escritor
estaba acompañado de lo más rancio y vetusto de la clase alta peruana (solo ricos y blancos
formaban su entorno).

En el caso de Humala porque ya los problemas se volvían cada vez más graves y la gente exigía
un “gran cambio” representado por el “antisistema”, aquel que iba a transformar al Perú desde
la raíz. Sin embargo, el señor Humala resultó ser un títere con rabo de paja (un instrumento de
Montesinos para su fuga) y cuando se vio en el poder cayó preso de la astucia de su mujer quien
lo obligó a echarse totalmente al grupo económico dominante para poder ella ser “una dama de
clase alta”. Solo así, como sumiso militar obediente, fue que pudo durar el período que le tocó.
Al final, haciendo el último “servicio” a quienes los sustentaban, hizo todo lo que pudo para que
ganara PPK prohibiendo que votaran los militares (250 mil votos inclinados a Keiko) y mandando
revisar la prisión de Montesinos para “encontrarle” un celular con el cual “dictaba órdenes a la
hija de Fujimori”.

Pero ¿por qué ganó Castillo en la primera vuelta, cuando era un perfecto desconocido frente a
todos los candidatos de la prensa y del Banco de Crédito? Imposible pensar en un fraude puesto
que, de haberlo habido, lo lógico hubiese sido que favoreciera a alguien en especial, como
Verónica Mendoza (ya que quien estaba al mando era el caviar Sagasti). Pero ¿hacer fraude para
que gane un don nadie que se presentó únicamente para figurar y poder formar su partido de
maestros? Eso no tiene sentido. Pero sí lo puede tener si pensamos en la voluntad popular, que
para muchos no existe puesto que piensan que “los cholos peruanos son brutos, no razonan, se
dejan manipular por la izquierda y por Patria Roja”. Es decir, la derecha como siempre ve al
pueblo del Perú como “bestias de carga” o “mano de obra barata” que son la “ventaja
diferencial” para que los extranjeros “los exploten”.

Pero lo cierto es que Castillo ganó la primera vuelta por dos razones principales: primero por el
caso Lava Jato, que, aunque los implicados lo nieguen, trastocó la imagen que los empresarios
limeños tenían frente al país pues los expuso como lo que son: mercantilistas y delincuentes. La
segunda, que tampoco quieren admitir, es el modelo “exitoso”, el cual solo produce resultados
en la macroeconomía pero abandona por completo a la gente, cosa que se demostró durante la
pandemia con el primer lugar en el mundo en muertes por millón (mucho peor que Venezuela

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y Cuba) así como con el último lugar en educación junto con Haití más el 70% de desempleo y
subempleo (que hoy llega al 80%).

Los medios Lava Jato (llamados con justicia “prensa basura”) han elaborado su propio discurso
que explica “la realidad” según ellos y que dice que “todo se debe al voto anfifujimorista”. No
reparan en que en la primera vuelta las opciones de Keiko estaban detrás de los “favoritos”
como lo eran Lescano, Forsyth, Hernando de Soto y López Aliaga, de modo que la gente no tenía
por qué pensar que ella podía superar siquiera la valla (con el agravante de una prensa que la
criminalizó y una justicia que la encarceló injustamente para culparla solo a ella de todo Lava
Jato). Lo cierto es que no se quiere reconocer que Castillo está en la presidencia por estas
razones, pues, de hacerlo, tendrían que aceptar el fracaso del “modelo” que, durante 30 años,
ha llevado al Perú al desastre (pero con comida gourmet para sus beneficiados).

Esto aclara el porqué de la plataforma de Castillo: el “cambio de Constitución”, porque la gente


de a pie interpreta que “el modelo” es producto de la actual Constitución, y que cambiar la
Constitución no es otra cosa que “cambiar el modelo”. Explica también por qué la insistencia de
la clase Lava Jato en no cambiar dicha Constitución, porque en ella está precisamente “el
modelo” que a ellos los hace ricos pero que está llevando al Perú a una debacle de imprevisibles
consecuencias. ¿Qué se puede esperar en el futuro después de Castillo? Adivinar esto es algo
muy difícil, pero si observamos lo que sucede a nuestro alrededor con Bolivia y Chile, lo más
probable es que sigamos un camino parecido al de estos dos países andinos, ya que nadie vive
aislado en este mundo. Castillo saldrá de Palacio, pero la necesidad de cambios urgentes y
profundos, que implican el cambio de “modelo” y, con él, de Constitución, seguirán pendientes
y urgentes, y eso será la causa de muchos y agudos conflictos entre el pueblo y su clase dirigente.
Eso es tal vez lo que nos espera.

Llamado urgente a la nación


Castillo asumió la actitud más insolente y atrevida que un superior a él pueda soportar: no
someterse, no bajar la cabeza, no ser "el cholo sirviente" como lo han sido Toledo, Humala y
Acuña. Eso no se le perdona. Además, cometió el grave error de aceptar la interpretación de la
realidad desarrollada por el grupo Perú Libre, que es diametralmente opuesta a la de los limeños
(occidentalidad versus nacionalismo andino). Es por eso que él "no le da importancia" a la
opinión de la clase media y alta de Lima, porque los considera "fuera del contexto del país". Ahí
hay una separación insuperable pero que no viene de ahora sino desde hace mucho.

¿Por qué la izquierda de Castillo y Perú Libre no son compatibles con la derecha tradicional y ni
siquiera con la izquierda caviar? Porque se trata de dos miradas antagónicas sobre el Perú y
sobre su futuro. La mirada oficial limeña y occidental es la que todos conocemos por los libros y
por la prensa y que dice que el Perú “es un país occidental que exporta materia prima”. En
cambio, la mirada de Perú Libre y de Castillo es que “el Perú es un país sometido y capturado
por una derecha antinacionalista y extranjerizante que busca únicamente explotar al Perú sin
importarle su gente.” Esto hace que los integrantes de un bando no se puedan incorporar al del
otro. Ningún blanco limeño de apellido importante va a aceptar un cargo ministerial en un
gobierno conducido por un "inferior comunista" como lo consideran a Castillo. Un profesional
de Harvard no se va a "rebajar" a recibir órdenes de un profesor de colegio estatal. Eso es un
imposible.

Es decir, ni los blancos van a humillarse ni los cholos van a incorporar a alguien que piense que
la salida para el Perú es "hacer más Lava Jatos" como lo propone El Comercio. La izquierda ONG
o “caviar” tampoco encuentra mayores coincidencias con esta "izquierda chola" que es más

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radical y nacionalista (y además provincianista, que es algo que nadie toma en consideración).
El caviar es en realidad un derechista progresista, alguien que sí acepta el statu quo y el
capitalismo pero con ciertas reformas que “lo hagan más humano”, cosa que a la derecha
tradicional le suena a “marxismo”. La izquierda de Castillo y Perú Libre, en cambio, proviene de
otras canteras que no son las ONG financiadas con dinero extranjero y que se apegan más a la
idea marxista de hacer “cambios radicales” y “en contra de la derecha”.

Es a raíz de esto que ha surgido mucho odio, un odio que no tiene que ver con el fujimorismo
sino con un resentimiento acumulado de siglos atrás producto de ver que siempre los
privilegiados de Lima son los únicos que pueden gobernar al Perú y nunca los cholos
provincianos que no sean títeres como Toledo o Humala. Es este aspecto histórico y emocional
el que no se quiere aceptar que exista, tanto como no se acepta el racismo, por lo que tampoco
hay cómo encontrar puntos de encuentro en los que ambos sectores puedan negociar y llegar a
algún acuerdo.

Como ya lo he dicho muchas veces, somos dos Perú, dos culturas y dos mundos opuestos y
enfrentados que convivimos a duras penas y nos aguantamos, pero eso no quiere decir que
pensemos lo mismo sobre el país ni que vivamos en armonía. El mismo hecho de que sea el
pueblo y no la clase media la que quiera el cambio de Constitución revela a las claras quiénes
ganan y quiénes pierden con ella. Pero los que ganan no están dispuestos de ninguna manera a
que sea sustituida por otra pues esta es la que les genera las mayores ganancias posibles. La
actual Constitución, en sus casi 30 años de existencia, ha producido extraordinarios ingresos
macroeconómicos que han engrosado como nunca el bolsillo de los más ricos, pero han dejado
en el abandono y la miseria más espantosa a la población (y prueba de ello fue el primer lugar
mundial en muertos por millón durante la pandemia).

¿Qué habría que hacer para evitar llegar al extremo que es la lucha a muerte entre las dos
facciones que indudablemente se podría producir con el intento de vacancia de Castillo? Si
hubiera un poco de sensatez en la derecha, yo diría que lo primero sería que reconozcan sus
errores, que admitan que la elección de Castillo no fue por “fraude” sino por cólera y castigo de
un pueblo relegado por su clase dirigente. Luego de eso que se busque un punto en común para
ambos: ni todo para los blancos de la CONFIEP y El Comercio ni todo para Perú Libre y Castillo.
En vez de decir que “todo lo que ustedes hacen está mal” decir en qué cosas cada uno puede
hacer bien y colaborar con el otro. Si el pueblo, durante siglos envilecido por sus dirigentes, ve
que hay un propósito de enmienda, una voluntad de aceptar sus decisiones, un deseo de
reconocer la democracia en toda su dimensión, estoy seguro que preferirá esa alternativa a la
de la guerra total.

Por lo tanto, este es un escrito que intenta pacificar las aguas entre dos posiciones que no
piensan dar su brazo a torcer porque quieren todo sin compartir nada. Alguna de las dos tiene
que extender el ramo de olivo y decirle a la otra “colaboremos” en vez de descalificarla. La
derecha hizo muy mal, cometió un grave error al no aceptar nunca a Castillo como presidente
elegido democráticamente por la mayoría y allí empezó todo, puesto que el gobierno, a su vez,
vio a este sector como “enemigos” en vez de ser compañeros de viaje. Es entonces la derecha
la que tiene que deponer las armas, que dejar de mostrar los dientes y amenazar de muerte a
quienes “no la obedecen” y ser un poco más condescendientes mostrándose dispuestos a
permitir que haya un gobierno diferente pero que pueden ser beneficioso para las dos partes si
es que hay buena voluntad.

Ante esto ¿dónde está la iglesia, que siempre trata de mediar en los conflictos? ¿Dónde están
los intelectuales peruanos que escriben numerosos libros pero que ahora han perdido por
completo la ecuanimidad y brújula? ¿Dónde están las organizaciones patrióticas que no son ni

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de derecha ni de izquierda, mudas y paralizadas ante el temor de una “invasión terrorista”,
cuando en realidad esa es solo la propaganda malintencionada de una derecha arrinconada?
Sorprende que no tengamos en el Perú a nadie que, en primer lugar, entienda el problema (que,
repito, no es de ahora, sino que lo arrastramos desde hace siglos) y luego proponga alguna
solución que intermedie entre las dos partes. Pareciera que todos prefirieran llegar al extremo
de una guerra civil antes que arriesgar sus pellejos y sus prestigios. Lamentable.

Confesiones políticas de un miraflorino


Este no es un relato ficticio como “Un mundo para Julius” sino el retrato de alguien que ha vivido
una situación muy particular en este país llamado Perú. Nadie escoge nacer ni tampoco decide
dónde ni cuándo. Yo nací a mediados de los años 50 en el aristocrático barrio de San Isidro, lugar
a donde se habían trasladado las “mejores familias” de Lima que huían de la “invasión
provinciana”. Era el lugar más “moderno y elegante” de la capital donde la modernidad recién
estaba llegando, dejando atrás al mundo católico conservador español, cerrado y hasta
oscurantista, cuyos dueños eran los curas de la parroquia quienes ejercían de autoridad moral y
espiritual. Las ideas sicológicas, sociológicas o científicas sobre la vida aún eran desconocidas o
bien, eran una curiosidad propia de los más intelectualizados e informados sobre los “avances”
que se daban en Europa y EEUU.

Las familias importantes se denominaban “de apellido”, o sea, que tenían un pasado
aristocrático o una conocida fortuna producto de las muchas tierras y feudos que explotaban.
La distinción no solo era por nombres sino también marcadamente racial: el blanco era por
naturaleza “superior” al cholo, al negro y al asiático. El prestigio no provenía solo del dinero,
sino de algo que se llamaba “abolengo”, lo que ahora se conoce como ADN, es decir, cuánta
carga genética tiene cada uno en su organismo. La diferencia “de razas” tampoco era solo por
el simple “color” de piel sino más bien la cultura que cada una representaba y traía consigo. El
blanco necesariamente era un occidental, tanto en su forma de pensar como de vivir. Sus
costumbres, gustos, estilos, apreciaciones e inclinaciones eran obligatoriamente occidentales,
sean europeas o norteamericanas.

En cambio, el negro era por naturaleza “inculto”, propenso a los gritos y excesos, desaseado y
mal vestido, inclinado siempre a las actividades corporales, pero no a las intelectuales. Bailar,
cantar, hacer deporte y trabajar para el blanco eran las únicas actividades posibles para él. Por
otro lado, el cholo pertenecía a una cultura campesina, siempre cercano a la tierra, de ahí que
oliera a ella y a todo tipo de yerbas. Su cultura era obsoleta, primitiva y atrasada, por lo que solo
servía para el trabajo manual, como peón de hacienda o como jardinero en las casas de los
blancos. Mascaba el castellano y lo destrozaba, y hablar con él era como tratar con un ser de
segunda categoría. Los asiáticos en cambio no eran peruanos así hubieran nacido aquí porque
actuaban y pensaban como si estuvieran en el Asia, con horribles costumbres totalmente
opuestas a las correctas y “decentes” de los occidentales limeños. Además, físicamente eran
feos y desnutridos, mal presentados y sin educación.

Así era cómo los miraflorinos, pues yo estudié, viví y trabajé la mayor parte del tiempo en
Miraflores, veíamos el mundo hasta fines de los 60, cuando el golpe de Estado de Juan Velasco
vino a destrozar por completo esta forma casi virreinal en que se vivía en la todavía aristocrática
“ciudad de los Reyes”. Con Velasco llegó la modernidad al Perú. Toda la cosmovisión religiosa
española medieval y franquista que teníamos se desmoronó y aparecieron ideas y
conocimientos de marcada tendencia anglosajona, entre ellas la teoría de la evolución que
rompía con el esquema del Dios Creador único y eterno. La iglesia, de ser la veladora de las ideas
sobre cómo era el mundo, la vida y la sociedad, se convirtió en solo “un culto”, algo

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exclusivamente opcional. La ciencia levanto la voz y se convirtió, a través de los medios de
comunicación, en “la palabra autorizada” para todo tipo de cosas, tanto en lo cultural como en
lo social.

Esto lo que ocasionó en nosotros, los miraflorinos, fue una reestructuración de nuestra forma
de ver al mundo y al Perú. El esquema terrateniente que se sostenía sobre la fe y el racismo ya
no encajaba en los años 70. El capitalismo no se basaba en ello sino en el poder del dinero y de
lo que con él se pudiera hacer. Ya no era “pecado” hacerse rico ni era lo más importante ir al
cielo como nos lo había enseñado de niños: ahora el objetivo de la vida era obtener “prestigio,
fama, éxito”, lo cual se manifestaba a través de cosas materiales visibles y tangibles. Al
desaparecer la visión espiritual y los “designios divinos” quedaba todo en manos de cada uno el
alcanzar el mejor nivel de vida posible adquiriendo los bienes necesarios para ello.

Había que estudiar y tener una profesión, pues ya no bastaba con ser “hijo de” para ser
“alguien”. Heredar una empresa o una fortuna no era suficiente: había que ser capaz de
trabajarlas y acrecentarlas. La vida aristocrática sostenida sobre el dinero rentista, sin hacer
esfuerzos para obtenerlo, ya no tenía sentido. “Ser trabajador” reemplazó a “ser fulano de tal”,
donde el valor no era algo hereditario sino que uno mismo lo construye. Por todo ello llevar una
vida occidental “moderna”, con estos valores “modernos” fue, y sigue siendo, la meta de todo
miraflorino que se respete. Pero dicho esquema no se encontraba en cualquier parte del país:
solo se conocía en los distritos más “modernos” de Lima: en Miraflores, San Isidro y el floreciente
Surco (La Molina aún no existía). En el resto de la ciudad todavía se pensaba como en la Lima de
antaño y todavía se hacían procesiones con toda la solemnidad del caso. A estos distritos aún
no había llegado “la modernidad”.

Esta nueva mentalidad, que se consolidó en los 80 y 90 con los “yuppies”, determinó que la
división entre el Perú “moderno” y el “atrasado” se ahondara aún más. Los que vivimos dentro
del primero nos sentimos que estamos en la cúspide, en lo más “desarrollado” del país, en el
punto final al cual todos deberían llegar para no quedarse atrás. El Perú ya no se divide entre los
aristócratas y la plebe sino entre los más avanzados y los más atrasados, los que todavía no se
han igualado con los miraflorinos. Cada vez que nosotros salimos de nuestro pequeño mundo
“desarrollado” nos topamos con un país catastrófico, desarticulado, lleno de restos de un
pasado que aún no desaparece. No encontramos nuestras lindas y modernas casas, cargadas de
comodidades, sino construcciones mal hechas, deformes y sin orden ni control. Desde nuestro
punto de vista el Perú “es un desastre”, salvo en los lugares donde vivimos.

Esto no quiere decir que haya desaparecido nuestro “racismo” o nuestro “clasismo”.
Desgraciadamente este proceso de modernización se ha dado primero entre los herederos de
la aristocracia y por eso la modernidad “es blanca”, occidental y ahora norteamericana. En
cambio “el atraso” sigue estando en los cholos, los negros, aunque ya no en los asiáticos puesto
que se volvieron exitosos comerciantes. Aún la mayoría chola del país sigue aferrada a sus
costumbres andinas eminentemente campesinas y coloniales las cuales se resisten a abandonar,
siendo esto la principal causa por la cual la modernidad “no les entra” todavía, ya que choca
frontalmente con una tradición propia de una civilización que tiene más de 30 mil años de
existencia (mientras que Occidente solo tiene aquí apenas 500 y aún no termina de cuajar).

Esta es la razón por la cual el Perú, para un miraflorino como yo, sigue siendo subdesarrollado y
muy difícil de modernizar. Y no es solo cuestión de dinero sino de un cambio de mentalidad, de
asumirse como occidentales y de pensar como norteamericanos evangélicos donde la
prosperidad material es el objetivo principal. Todavía aquí hay mucha rémora del pasado, mucha
nostalgia sobre tiempos idos y mucha incertidumbre sobre lo que hay que hacer. Desde nuestro
punto de vista, nosotros creemos que todo el Perú debería ser como Miraflores o por lo menos

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ser un país como Suiza o Alemania, pero esta tarea parece ser gigantesca, tanto que ni siquiera
Sendero, con sus crímenes en masa, logró realizar. Exterminar a un pueblo es una receta que no
ha funcionado antes y solo tuvo resultados en EEUU cuando confinaron a los indios en
reservaciones. Hacer eso en el Perú sería imposible porque aquí esa población es la inmensa
mayoría.

De modo que el proceso de “modernizar” al Perú, de igualarnos a todos dentro de una sola
cultura y pensamiento, es una propuesta tan enorme que ninguno de los miraflorinos estamos
dispuestos a afrontar, de modo que solo nos queda velar por nuestros intereses y salvaguardar
nuestros patrimonios lo más posible, evitando que nos veamos “contagiados” por un pueblo
que no entiende nada de la realidad ni sabe lo que quiere. Somos conscientes que a la larga nos
veremos superados por ellos y, con la democracia, será inevitable que elijan a algunos de los
suyos como gobernantes, agudizando aún más el problema. Llegará un momento en que no
podamos controlarlo todo y tengamos que optar entre seguir en este país, refugiados en nuestro
domo (como los sudafricanos blancos), o bien mudarnos a un contexto más afín a nosotros
donde nos sintamos más seguros y cómodos (como hicieron los belgas del ex Congo Belga).

Perú: qué está pasando realmente


Todos ven en el gobierno de Castillo únicamente defectos, errores y equivocaciones, sin
embargo, el Perú no se ha caído, no ha colapsado ni tiene hoy en día las marchas, huelgas, paros,
tomas de carretera y actos de violencia que son comunes y corrientes durante todos los
gobiernos (y que la prensa oficialista considera "normales"). Eso, por ejemplo, es algo que en
ningún momento se considera y que es una señal clara que la gente común, no la más
acomodada, acepta los resultados de las elecciones, así vean que el presidente es lo peor
posible. Eso se llama democracia, pero como vemos, la derecha (y ni ninguna derecha del
mundo) reconoce que los pueblos puedan decidir por sí mismos.

Estamos entonces ante el viejo conflicto de cuál es el gobierno ideal para una sociedad. Ya entre
los mismos creadores del sistema, los antiguos griegos, habían serias discrepancias. Recordemos
que solo Atenas se mantenía firme con este método mientras todas las ciudades restantes,
gobernadas por la aristocracia, le hacían la guerra. Al final la democracia griega sucumbió ante
los hechos y acabó olvidada durante 2 500 años hasta que la burguesía italiana la rescató por
ser el tipo de gobierno que más le acomodaba a la sociedad de mercado (porque los burgueses
no eran ni son "monjitas de la caridad" sino que lo que hacen es por sus intereses).

Sin embargo, en países como el Perú, cuya independencia no ha sido otra cosa que la toma del
poder por parte de los criollos para que estos continúen en el comando de la colonia, la
democracia como tal es solo una cáscara, una apariencia exigida por las grandes potencias pero
que en el fondo a la aristocracia o los criollos limeños no les interesa en lo más mínimo. Nuestra
aristocracia siempre ha tenido y tiene la idea (nada moderna) de que "existen castas" o "clases
sociales" divididas entre "las aptas" para mandar y "las no aptas" que son para el servicio y el
trabajo manual. Con esa mentalidad, que es típica de nuestra clase dominante (que yo califico
de "miraflorina" por ser blanca en su ADN y su formación netamente occidental) es imposible
que se acepte que la "decisión del pueblo" sea la correcta pues para ellos "es contranatura".

Le han hecho una entrevista al señor Tuesta Soldevilla (un típico miraflorino) como "experto
analista" y lo único que atina a decir es lo mismo que piensa El Comercio: que Castillo es una
persona inadaptada e inadecuada para estar donde está. Sin embargo, no menciona para nada
la palabra "democracia", es decir: da a entender que Castillo ha subido al poder "porque lo puso
la izquierda", lo cual es el argumento de la derecha para vacarlo. Eso no es cierto puesto que no

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hubo fraude (de haberlo habría ganado en primera vuelta Verónica Mendoza) y finalmente ganó
por el mismo margen que ganó PPK (40 mil votos) solo que "al presidente de lujo", como fue
calificado este ladrón, nadie lo cuestionó.

De modo que, al margen de Castillo y de cuánto dure en el gobierno, hay aquí problemas de
fondo que no son los sucesos inmediatos y que tienen que ver con la forma cómo se ha
estructurado el país durante los primeros 200 años de República. Y la realidad es que, como dije,
la tal independencia solo fue un cambio de manos para explotar las riquezas naturales del país.
Por otro lado, la clase criolla que tomó el poder, lejos de intentar cambios radicales para
transformar al Perú, lo que procuró fue ser solo rentista, vivir de las exportaciones y de los
precios internacionales, a la par de considerar el dinero del Estado como un botín o una "caja
chica" a su servicio. Eso fue lo que generó que la economía peruana fuese lo que hoy es: una
economía mercantilista, cuyo principal y único protagonista es el Estado, el cual reparte el dinero
a todas las empresas privadas para asegurarles su estabilidad y rentabilidad. Como el mercado
interno es sumamente pequeño, casi ninguna empresa privada puede subsistir con este, de
modo que se acondicionan e invierten desde un principio para ser "proveedoras del Estado" y
con eso "hacer el negocio".

Estamos hablando desde una minera hasta un fabricante de sillas que no cuentan con otro
cliente más grande y solvente que el Estado, el único que tiene el dinero suficiente para pagar
necesidades del orden de miles o millones y costearlos con dinero en efectivo y por adelantado
al precio flat (sin negociar). Esto explica por qué, por ejemplo, una gran editorial que ha
adquirido enormes y costosas máquinas no encuentren en el mercado peruano ningún cliente
que las necesite salvo el Estado, que hace pedidos del orden de millones de libros escolares. Lo
mismo ocurre con los medios de comunicación, que no podrían vivir solo de los anunciantes
locales puesto que estos nunca van a pagar las tarifas normales: solo las paga el Estado.

De modo que no es Castillo sino la democracia aplicada en su auténtico sentido la que ha venido
a alterar un sistema económico rentista dependiente del Estado. Y eso es precisamente lo que
ahora todas las fuerzas de la derecha (que representan precisamente a estos grandes grupos
económicos que desde hace meses no reciben las "partidas" o "ayudas" del Estado) estén
desesperadas, no por cambiar un gobierno, sino porque el dinero del Estado pase
inmediatamente a sus manos para no quebrar. Para muchas es un asunto de vida o muerte y a
Castillo no le interesa esto porque sencillamente no tiene idea de en qué se basa la economía
peruana (y si la tiene prácticamente la está matando solo por el hecho de no soltarles a las
grandes empresas el dinero que están acostumbradas a recibir de todos los gobiernos de turno,
tanto de derecha como de izquierda). Este es el fondo del asunto, aunque los medios lo tratan
como si se fuese una cuestión "ideológica" cuando en realidad la política es más dinero que
ideología. Es más, yo diría que la política siempre ha sido un asunto de dinero y nunca de
ideología, como le hacen creer a la gente.

Lo importante no es el síntoma sino el paciente: Perú


Ya cumplimos dos años con cuatro presidentes y con muchos que quieren que sean cinco, cosa
que puede terminar a la larga en ser una forma de gobernar al país, cambiando de gobierno cada
seis meses. Esto era algo muy común hace años en África, donde las grandes potencias sacaban
y ponían presidentes de acuerdo a sus intereses económicos y geopolíticos. Pero ¿quiénes eran
los únicos que perdían? Las poblaciones, las cuales padecían de genocidios y tragedias en medio
de carestías y epidemias. Este escenario es el que parece que estuviéramos cerca de vivir en el
Perú: una “africanización” donde lo normal sería un constante colapso y una crisis sin fin.

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Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación, sorprende de sobremanera que ni la clase
media ilustrada ni los más capacitados especialistas tengan la visión suficiente para entender lo
que está pasando, sumándose estos en su gran mayoría a la posición de la derecha tradicional,
cuyo principal objetivo es sobrevivir ante la amenaza de los cambios que inevitablemente se
vienen dando y que hacen que el Perú ya no sea el mismo de toda la vida. Los más sesudos
“analistas” se han convertido en simples voceros de los viejos grupos económicos
acostumbrados a tener el poder y a vivir del Estado, repitiendo los mismos argumentos de
quienes les pagan “para pensar”. Esto se debe a que hay allí una “cuestión de clase” pues en su
gran mayoría dichos pensadores provienen de la clase media y alta, lo que hace que vean al país
desde “la altura” en que se encuentran en los mejores distritos de Lima, incapaces de entender
qué es realmente el Perú el cual, obviamente, no es Lima.

Por el otro lado tenemos a un sector no de derecha que tampoco comprende o no quiere
comprender nada debido a su cerrada ideología netamente occidental y europea, cargada de
recetas “científicas” y con una estructura ideológica específicamente creada para la hegemonía
de las naciones europeas sobre el resto del planeta. La prueba más palpable la tenemos en
partidos de izquierda como el PSOE de España, que en fin de cuentas es solo una “derecha
moderada” que incluso corre presurosa a enviar tanques y aviones a la OTAN para defender los
intereses de los EEUU, a pesar que esto significaría que su pueblo sería uno de los muchos que
desaparecería en una guerra nuclear contra Rusia. Lejos están estas izquierdas de pensar en la
gente común y solo buscan acomodarse lo más posible al poder mediante discursos y posturas
populistas con apariencia de defender “a los más débiles”.

De modo que tanto de uno como de otro lado la lectura de lo que pasa en el Perú, que se
encamina hacia un desgobierno o una guerra civil, está totalmente orientada de acuerdo a los
intereses personales de ambas partes. Pero ¿entonces cuál es la correcta, aquella que nos diga
la verdadera causa de lo que nos viene pasando y que ocasiona que nuestras instituciones
públicas y privadas sean ineficientes y corruptas? Eso, lamentablemente, nadie lo quiere hacer
o no lo quieren hacer público debido a que eso pondría a sus autores en contra de sus allegados
o familiares. Los medios de comunicación, que son los que se irrogan el derecho a ser jueces y
decisores en todo tipo de materias, al contrario de lo que pregonan siempre han sido parte de
la corrupción en todos los gobiernos, cosa que se ha sabido recién cuando el escándalo ha
llegado a su punto máximo como en la era Montesinos o con Lava Jato y el grupo El Comercio,
liderado por el principal socio de Odebrecht Graña Miró Quesada.

Para hacer dicho análisis, no sesgado y lo más imparcial posible, es necesario acudir a las mejores
fuentes de información, como lo haría cualquier médico con su paciente pidiéndole que se haga
todos los exámenes posibles para tener una idea exacta sobre su problema. Estas fuentes no
son por supuesto los medios de comunicación (pues son cómplices en todo lo malo que ocurre)
sino otros más confiables como son la historia, la antropología, la sociología y los estudios de
numerosas especialidades como la economía, la medicina, la educación, etc. Una combinación
de toda esta data nos permitiría una visión de conjunto en el tiempo, la cual se remonta hasta
los orígenes, tal como lo haría un sicólogo que explora las razones más remotas del
comportamiento anómalo de una persona.

Solo así empezaríamos a entender un poco más al Perú: qué era antes de ser el país que
conocemos, con qué carga genética venía, qué deformaciones y taras tenía antes de la
independencia, cómo se dio tal independencia y cuáles han sido sus consecuencias reales, etc.
Es esta mirada integral la que nos da las respuestas que ahora buscamos pero que nadie nos las
dice. Allí encontramos un proceso de más de 30 mil años del ser humano que llegó a este
continente y cómo fue creando, autónomamente, varias civilizaciones completas y complejas
que nada tenían que envidiarle a ninguna otra del planeta. Culturas que resolvieron los más

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complicados problemas geológicos y sociales, organizándose con mucha coherencia con
respecto a su medio ambiente. Esto no significa que no fueran humanos, que se tratara de un
paraíso donde todo era felicidad puesto que allí se daba todo lo que lo de humano tenemos
todos, tanto de bueno como de malo, pero sí que primaba por encima de todo el equilibrio con
la naturaleza y el sentido común de vivir lo mejor posible para la mayor cantidad de gente.

Esto fue interrumpido abruptamente por otra civilización desesperada por no ser avasallada por
su par, la musulmana, quien convirtió a todo el continente americano en una despensa, una
mina y un espacio para desarrollarse y expandirse. Fue así como Occidente impuso, sobre los
miles de años de evolución previos, un esquema de vida ajeno cuya única finalidad era ser
proveedora de todo lo que la naciente Era Industrial requería para su primacía. Esto viene
durando poco más de cinco siglos y el esquema, aun con la independencia, se ha mantenido
hasta el día de hoy haciendo que todos los pueblos americanos tengan como principal fin de
existencia y ocupación el exportar todo aquello que las naciones dominantes occidentales
requieren para conservar sus privilegios.

El Perú está en ese grupo de países que no ha cambiado su perspectiva de vida y de nación y
continúa manteniendo la idea colonial de ser “exportador de materia prima” para sostener el
desarrollo y progreso de las potencias mundiales. En pocas palabras, los peruanos no hemos
diseñado nunca el país que nosotros queremos sino que nos limitamos a ser “el país que los
demás quieren”. Aceptamos sumisamente la manera cómo nos definen y nos categorizan y
terminamos viviendo como dice el refrán: “En casa de herrero, cuchillo de palo”, o sea, dando
lo mejor que tenemos pero consumiendo las peores sobras que nadie desea. Y ese es el fondo
del asunto: no sabemos qué hacer con el país. Solo reaccionamos ante los “pedidos”
internacionales y les damos el oro, la plata, el cobre y el litio que nos solicitan al precio que les
da la gana pagar. Hasta ahora nadie de nosotros tiene otra idea, de ahí que aún sigamos estando
lejos, muy lejos, de la organizada y racional sociedad que desarrollaron los incas donde, a pesar
de su tiranía y sus disputas internas, el reparto de los beneficios era proporcional y a nadie la
faltaba un pan a la boca. Esto no es una “idealización” sino una simple comparación de
resultados.

Un castillo que resiste


A pesar del asedio que ha soportado durante ocho meses el Castillo aún no ha caído. Todas las
fuerzas de oposición se han apostado a su alrededor lanzando lo más fuerte y graneado de su
artillería pesada pero este, con algunas magulladuras, ha salido indemne. Ningún gobierno de
nuestra historia ha tenido un ataque tan fulminante y mortífero como este. Ninguno ha tenido
una prensa que ha disparado lo mejor (o lo peor) de su potencia destructiva de manera tan
constante, día y noche y sin descanso alguno. Nunca la clase alta y media del Perú estuvo tan
unida y arracimada entre sí en torno al derribo de su enemigo común: el pueblo.

¿Por qué Castillo no ha caído aún? Esa es la pregunta que todos nos hacemos. Algunos dirán por
el apoyo de la izquierda, pero en estos momentos, como en la época de Fujimori y Humala, a la
izquierda la han expectorado de una patada en el trasero. Hoy la izquierda tiene tanto interés
en la caída de Castillo como la tiene la ultra derecha. Y esto debe tener alguna explicación,
aunque ningún “analista” ni “periodista” lo quiere hacer porque están demasiado ocupados en
servir a los intereses de las grandes empresas que piden su vacancia. Obviamente las razones
no las vamos a encontrar solo en estos últimos meses. Las causas son varias y profundas.

Como lo he dicho varias veces, toda acción tiene su reacción y todo acto tiene su efecto. El Perú
no es pobre y atrasado por casualidad. Tampoco ha sido primer lugar en muertos por millón

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durante la pandemia en el mundo por cuestiones de azar. Igualmente, no tenemos un 80% de
desempleo y subempleo como resultado de una rifa o de un ventarrón que pasó. Todo esto la
derecha y la clase media profesional (su aliada y sirvienta) lo quieren soslayar aduciendo que
“eso es una exageración porque Perú es uno de los mejores destinos gourmet del mundo”. Es
decir, el Perú que estos segmentos ven (o quieren ver) es solo Miraflores, el lugar donde viven
y comen. El resto para ellos “no existe” o bien, es solo “donde vive la mano de obra barata”. Se
repite el fenómeno de Tarata, que solo cuando explotaron las bombas recién los miraflorinos se
enteraron que había terrorismo.

De modo que es imposible intentar comprender al Perú escuchando las opiniones y visiones de
la prensa o de las publicaciones elaboradas por egresados de universidades privadas y
extranjeras quienes viven en su propia burbuja. Para ello tenemos que recurrir al pensamiento
“políticamente incorrecto” proveniente de otras fuentes menos clasistas y racistas, como el de
algunos independientes que escriben en las redes y no tienen compromisos ni familiares ni
laborales con los empresarios de Lava Jato.

Para empezar, Castillo no es la “causa” del problema sino la “consecuencia” de otros muchos
que se han dado en el Perú. Tenemos que remontarnos para ello a los tiempos de Fujimori, que
no son otra cosa que los de Thatcher y Reagan, quienes impusieron la economía neoliberal
privatizadora y financiera. Fujimori, un outsider sin planes, ni partido, ni gente, al verse elegido
presidente sin tener idea de qué hacer, solo atinó a convertirse en el portapliegos del grupo
empresarial que apostó por Vargas Llosa, siendo así que su primer acto político fue aplicar el
mismo shock que el escritor había propuesto hacer. Fue allí donde nació la actual Constitución
liberal que puso todos los huevos de la canasta en “la inversión privada”, pero que al final resultó
ser solo una repartija de riquezas entre los grandes poderes económicos. Como ahora sabemos,
el “modelo” creado por el FMI y el BM apuntaba únicamente a producir ganancias para los ricos
manteniendo las condiciones de los pueblos tal como estaban.

Es entonces este “modelo” neoliberal el inicio de todo lo que ahora estamos viendo. Después
de 30 años de aplicación el resultado es que seguimos siendo los mismos exportadores de
materia prima que éramos con Pizarro, solo que la población se ha multiplicado de tal manera
que ya no puede sostener la economía nacional. La PEA necesaria para trabajar la minería,
agroexportación y pesca, las principales ocupaciones del país, es solo del 20%, dejando al otro
80% dedicado a la autosubsistencia y al autoconsumo. Como en el Perú no existen industrias
que den trabajo a miles y millones, los trabajadores que “sobran” y que no son mano de obra
barata se ven obligados a inventarse sus propias fuentes de ingreso, vendiéndose los unos a los
otros chucherías sin pagar un solo sol de impuesto al Estado.

Es así que la mayor cantidad de la población peruana hoy se dedica a cualquier cosa de manera
informal simplemente para sobrevivir, lo cual hace que la carga impositiva solo recaiga sobre
una parte mínima de la población. Somos un país que solo dos de cada diez peruanos tiene un
trabajo formal y con él sostiene al resto de la población. Esta es la estructura económica que ha
establecido el “modelo” y el cual no se quiere cambiar, a pesar que un simple cálculo de cuánta
gente va a tener el Perú dentro de 50 años hace que este sea insostenible. Pero no es necesario
esperar esos 50 años para ver que la gente, especialmente del interior, se da cuenta que por
donde el país se encamina es hacia la nada, hacia un futuro donde los miles de jóvenes que
egresan cada año de las universidades no van a encontrar trabajo.

No es que el peruano de a pie sepa evaluar o interpretar esto: simplemente lo siente, siente que
no se está haciendo nada para los próximos años, para sus hijos y sus nietos. Continuar con el
modelo extractivo es un suicidio puesto que esto tiene un límite, tal como lo demuestran todos
los países desarrollados que, además de ser exportadores de materia prima, también desarrollan

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industrias de primera a cuarta generación (científicas y tecnológicas). Es decir, el Perú solo será
sostenible si es que desarrolla algún tipo de industria u ocupación que dé empleo a los futuros
millones de peruanos que hoy están terminando sus estudios. Pero si esto no se hace (como
efectivamente lo podemos comprobar a través de los medios y de la realidad) simplemente la
reacción va a ser visceral o emocional, y no necesariamente racional.

¿Y qué significa una reacción emocional en un país fracasado y sin futuro? Pues aquí sí interviene
Castillo, otro outsider que viene a ser un mensaje a la clase política y empresarial: “Ustedes lo
han hecho mal, no saben gobernar y encima han robado como han querido”. Entonces se elige
al último, al menos indicado, pero con la esperanza que sea el David que vence a Goliat, aquel
de quien nada se espera pero que puede ser quien dé con la solución. De eso se trata.

Pero esto no lo perciben las clases alta y media puesto que para ellos “nada debe cambiar” y
“todo debe seguir como está” sencillamente porque el Perú, así como es, les favorece a ellos y
les permite seguir comiendo donde Gastón sin inmutarse por lo que pase. Pero por lo visto la
resistencia de Castillo, la incapacidad de la derecha para derribarlo, la falta de ideas de la
oposición que no propone nada alternativo al “modelo” (y que grita que “no se puede tocar,
porque es exitoso”) hace que la gente en su mayoría no se sume a sus reclamos puesto que
nunca "hacer más de lo mismo” ha sido algo interesante para nadie. Salir a protestar para que
vuelvan los mismos corruptos de Lava Jato no motivará nunca a un pueblo desilusionado y
amargo con su vetusta clase política y empresarial que jamás entendió que gobernar es pensar
en el mañana y en el pueblo.

¿Un teleférico para Miraflores?


Por supuesto que lo último que necesita Miraflores es un teleférico. Aparte que se va a caer con
el próximo terremoto de 8.5 que ya está anunciado (y que puede ser mañana) lo cierto es que
este distrito, para quienes lo conocemos desde nacimiento y trabajamos en él, tiene problemas
serios que en lo absoluto se solucionan con dicho sistema. Quienes visitan la ciudad de La Paz y
observan su teleférico se dan cuenta que allí es una necesidad pública que soluciona en gran
parte el problema del tráfico transportando diariamente miles de personas de un extremo a otro
de su profundo valle. Nada más lógico y oportuno que dicho artefacto. Sin embargo, en
Miraflores únicamente servirá para “contemplar la Costa Verde” y decir ingenuamente “cómo
progresa el Perú”. Y a esa actitud y reacción tan infantil es a la que me voy a referir.

En primer lugar, tenemos que descartar el “argumento de venta” con el que justifican este
negociado en el que varios funcionarios van a ganar mucho dinero (gracias a las coimas que esto
implica). Dicen que es “para atraer el turismo”, pero para eso hay que saber bien qué es el
turismo en el Perú. A diferencia del de Chile (que es un turismo de placer que atrae a adultos
jóvenes que van a gastar dinero en paseos, casinos y discotecas) el turismo peruano se divide
en dos: el rubro más pequeño, que es el extranjero, el cual es principalmente proveniente de los
países latinoamericanos, y mínimamente de EEUU y Europa, que no representa anualmente más
de 300 mil personas (en Chile pasan de los dos millones). Este turismo se llama “arqueológico”,
es decir, viene a ver las “ruinas” (como los que viajan a Egipto) y son casi todos adultos mayores
y jubilados que hacen el tour con paquetes especiales pagados con sus pensiones. Este turismo
casi no genera consumo en diversión, compras ni gastos extras.

El rubro más grande es el de los llamados “turistas internos” conformado por los provincianos
que viven en Lima y que tienen que viajar a sus tierras por diversos motivos. Obviamente no son
“turistas” pero viajan por avión y gastan en el trayecto. Esto explica por qué la inversión principal
de PromPerú está canalizada a la publicidad, no así a lo más elemental como lo es la

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infraestructura adecuada para que un turista se sienta cómodo y tranquilo (buenas carreteras,
seguridad, comodidad, buenos servicios, etc.). Y es que con los pocos jubilados y ricos que vienen
a Machu Picchu y que se alojan en los hoteles de lujo del Cusco basta y sobra. Machu Picchu
oficialmente no soporta más de cinco mil visitantes al día, por lo cual aumentar su cantidad sería
prohibitivo. Incrementar entonces el turismo en el Perú es, en estos momentos, un absurdo.

Pero volviendo a Miraflores: ¿algún turista realmente extranjero viene al Perú a ver LarcoMar,
que es lo único rescatable que tiene este distrito? Eso solo lo creen los administradores de la
Municipalidad. Quien viene de Asunción, Buenos Aires, Río de Janeiro, Quito o Santiago no va a
gastar su dinero para ver algo que allá lo tienen diez veces mejor. Las playas de Miraflores,
además de sucias, son intransitables, frías y peligrosas en todo sentido; en nada se parecen a las
de Ipanema. De modo que es una tremenda mentira pensar que un extranjero vendría al Perú
“para ver Miraflores” (y menos si es un turista europeo o norteamericano, para quien el Perú es
únicamente Machu Picchu).

Miraflores tiene problemas mucho más graves que no se solucionan con un teleférico (y para
quienes trabajamos allí son obvios y reales, pero que nada tienen que ver con el turismo).
Actualmente el distrito no ofrece una capacidad de recepción adecuada para un mayor flujo de
gente, sus negocios están en crisis (la mayoría de los que hay en Larco son de comida, lo único
que es rentable allí) a lo que se suma el incremento de la delincuencia de manera sorprendente,
así como el inmenso desorden producto de una construcción sin planificación que ha llenado de
edificios de vivienda en zonas ya híper congestionadas. A esto se suma la crisis de las oficinas,
que están casi todas vacías, así como el descuido que campea por todos lados.

De modo que este teleférico lo que hace es reflejar un problema aún más profundo que tenemos
en el país: el de los dos Perú, las dos miradas, las dos realidades que vivimos. El Perú “pituco,
desarrollado y occidental”, que es el que todos soñamos con ser, versus el Perú real, el de Villa
El Salvador, San Juan de Lurigancho, El Callao; el Perú que jamás sale en los comerciales de TV
sino solo en los noticieros policiales. Y ni qué decir del “resto del país”, o sea, de las provincias.
Eso para un miraflorino simplemente “no existe”. Qué mayor prueba que para ellos el terrorismo
“empezó con el atentado en Tarata”. Mientras este no ocurría “era cosa de otro planeta, de otra
dimensión que no afectaba al Perú”.

Lo que tenemos que hacer es sincerarnos, dejar de creer en la fantasía de “ser como Suiza, como
Miami”. Miraflores es solo una excepción, una burbuja, una imagen empañada y mal hecha de
lo que es una ciudad europea o norteamericana. Pretender que Huancavelica, Tarapoto, Juliaca,
Ayabaca, Abancay y cualquier otra ciudad del Perú “sea como Miraflores” es un imposible
porque se trata de otras realidades, otros climas, otra geografía, otros ingresos, otra población,
otras costumbres y hasta otros idiomas. El Perú tiene que ser “como el Perú”, pero allí está el
dilema: ¿qué Perú queremos ser? Durante toda la Colonia los españoles quisieron convertir al
país en un remedo, una copia fiel de España. Muestra de ello son las casas, los templos, la
agricultura, la minería, la ropa, el castellano, etc. Sin embargo, con todo ello, el Perú jamás ha
llegado a ser un país europeo sino más bien uno pobre y atrasado. Luego los criollos, con la
independencia, quisieron convertirlo en otra copia de Inglaterra o EEUU, como lo es Miraflores.
Pero ahí tenemos los resultados.

La gran tarea de las futuras generaciones de peruanos será esa: la de descubrir o crear ese Perú
que queremos ser. Pero tendrá que ser un Perú viable, realista, posible, verdadero, no una mala
imitación de algún lugar del planeta convirtiéndonos así en una nación huachafa, que se disfraza
de extranjera sin serlo (como la mona que, aunque se vista de seda, mona se queda). El Perú,
aunque se vista de Miraflores, seguirá siendo el mismo país pobre, enfermo, miserable y
abandonado de siempre si es que no nos ponemos a pensar con seriedad cuál el país que

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deseamos para nuestros hijos, nietos y las generaciones venideras. Esa será el gran reto:
peruanizar al Perú.

Y después de castillo ¿qué?


El problema al que nos enfrentamos no es Castillo; este es pasajero, un síntoma de algo más
profundo. Si nos quedamos en que "la solución a todos los problemas del Perú es vacar a
Castillo" estamos condenados a hundirnos más. Quienes vienen después de él van a ser mucho
peores y así sucesivamente. Tenemos que pensar como los médicos: el síntoma no es el mal; lo
que hay es una enfermedad detrás.

¿Tan rápido hemos olvidado que hace dos años el objetivo era "vacar a PPK", y luego "vacar a
Vizcarra”, y luego "vacar a Merino", y luego "vacar a Sagasti"? ¿De qué se trata todo esto: de un
juego infantil donde todo el esfuerzo del país se concentra en vacar a quien diablos suba al
gobierno? Realmente estamos tocando fondo (si es que este existe) y lo único que pondrá
remedio a todo esto será una dictadura, ya sea de un “Chávez" o de un “Pinochet". A eso vamos
a llegar.

La derecha quiere a "su PPK" y los caviares a "su Verónica", y no les interesa lo que pase o hagan
los gobiernos de turno. Lo único que quieren es "poner a su títere" en el poder. ¿Cuál será la
consecuencia de esto? Que el Perú se hará inviable, se convertirá en "país fallido" como dicen
los gringos, en un "país desgarrado" como decía Huntington. Hacia eso estamos yendo.

¿Acaso alguien piensa en el futuro, en la gente, en lo importante? Absolutamente nadie. Los


mineros solo quieren más concesiones y punto, los constructores solo licitaciones para hacer
puentes que se caen con la primera lluvia, las empresas que les eliminen todas las deudas y los
impuestos, los medios de comunicación que les den publicidad estatal. Nada más. Eso es todo.
A eso le llaman "gobernar bien".

¿Qué es lo que hay que hacer? Desgraciadamente el mal está hecho, y no empieza con Castillo
sino mucho antes, con Lava Jato, donde el país contempló, absorto y perplejo, cómo los
principales ladrones y corruptos del Perú eran los empresarios, los que se consideraban
“indispensables” para el desarrollo. A estos se habían aliado todos los políticos, de las líneas que
fueran, más los inefables medios de comunicación (la prensa basura) que apañaron y fueron
cómplices no investigando nada para que no se supiera nada.

También siguió con la pandemia, donde miles de peruanos empezaron a morir como moscas sin
que existiera un sistema de salud a la altura de la “comida gourmet” de Gastón. Solo la
macroeconomía, el bolsillo de los ricos, funciona de maravillas, pero la economía del pueblo, su
salud, su educación, su empleo y su futuro están por los suelos. A esto le llaman “el modelo”
neoliberal el cual, después de 30 años de aplicado, ha llevado al país a su punto más bajo y
calamitoso de su historia.

Con todo esto ¿qué esperábamos: que iban a ser elegidos otra vez PPK, Vizcarra, Fujimori,
Toledo, Humala? ¿Acaso podíamos suponer que Keiko, López Aliaga, Hernando de Soto o
Forsyth, sin ninguna experiencia y con serios cuestionamientos, iban a hacer algo mejor que lo
que se hizo antes? El castigo a esta corrupción e incapacidad fue elegir a Castillo, el menos
preparado, el menos indicado, el último de la fila, el imposible. ¿Para qué? Pues para que nos
diéramos cuenta de dónde estábamos realmente y pudiésemos reaccionar entendiendo que
“más de lo mismo” es simplemente condenarnos a todos a morir.

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Castillo jamás va a ser el presidente que necesitamos y merecemos, pero nos sirve para darnos
cara a cara con nuestra realidad, para saber cómo somos la mayoría de peruanos, cómo está
educado y preparado el pueblo como resultado de un modelo “exitoso” para las grandes
empresas pero fracasado para la gente que sostiene al país.

¿Qué hacer entonces? En mi opinión, resistir, soportar, apalancar, ayudar, reflexionar, gestar
nuevos partidos, educar y formar a las personas para que sean estas las que integren el Perú del
futuro. El daño ya está hecho y vacarlo sería empeorar las cosas pues implicaría romper, una vez
más, el sistema democrático (sumamente débil) incitando al odio y la violencia de las partes
dejando el mensaje de que “al próximo gobierno también lo vamos a vacar”.

Si nos dejamos arrastrar por las pasiones, por las ambiciones, por la desesperación por
apoderarnos del dinero del Estado para llevarlo a nuestras arcas vamos a echar más leña al fuego
puesto que no hay nadie en estos momentos en el Perú que esté libre de culpa como para arrojar
la primera piedra. Todos hemos contribuido, con nuestras acciones o nuestro silencio, para que
nuestra sociedad haya degenerado al punto donde estamos. Sería inteligente saber asumir la
responsabilidad y reconocer los errores, pero por lo visto los peruanos aún no tenemos esa
capacidad ni tampoco esa actitud propia de los grandes pueblos del mundo.

Perú: ¿un nuevo orden nacional?


Todo parece indicar que, así como ahora estamos en un “Nuevo Orden Mundial” (ratificado por
el mismo presidente de EEUU Joe Biden) también tenemos un “Nuevo Orden Nacional” en el
Perú. ¿De qué se trata esto? De algo que ya se venía anunciando desde hace décadas. Dos libros
fundamentales se han escrito para entender el fenómeno: “De indio a campesino” de la
historiadora norteamericana Karen Spalding, y “Desborde popular” del peruano José Matos
Mar. En estos dos estudios se analiza un proceso ocurrido con la sociedad andina en el Perú. En
ambos casos se presenta la historia de nuestro país pero desde la óptica no occidental, es decir,
se mira el desarrollo de nuestra sociedad pero mediante un punto de vista no criollo, no limeño
y europeizado, cuya visión invisibiliza y ningunea a las grandes mayorías andinas consideradas
apenas como “peones de hacienda” sumidas en la ignorancia absoluta, sin participación alguna
en los acontecimientos de la nación.

En el momento de su publicación, en los años 70 y 80, dichos análisis solo existían en los ámbitos
universitarios e intelectuales, y solo aquellos que los leían y entendían podían saberlo. Pero
cuando los hechos fueron demasiado evidentes es cuando ya la propia población tomó
conciencia de lo que venía pasando. La migración abundante e incesante de la gente del ande a
las grandes ciudades de la costa, especialmente a Lima, es la que ha ido cambiándole el rostro a
un Perú que siempre se imaginó a sí mismo “blanco, español y occidental”, a pesar que ello solo
era cierto en muy pequeños sectores de las ciudades donde residían aquellos que habían nacido
en el Perú pero que eran descendientes de españoles o de migrantes europeos. Este minúsculo
segmento social, como ocurre en toda sociedad colonial, siempre tuvo el control de los
principales medios de producción (tierras, fábricas, empresas, bancos, etc.) y entre ellos se
repartían igualmente el poder. Tanto los más altos funcionarios del Estado como los
gobernantes pertenecían a dicha clase o bien respondían directamente a sus designios.

Pero esto ha ido cambiando lenta y silenciosamente, casi sin que nadie se dé cuenta. Poco a
poco, con el paso de los años, los descendientes de quienes fueran campesinos y mineros
explotados por las grandes familias dominantes fueron incrementando su número y su poder
económico. No lo hicieron con el consentimiento ni buena fe de los “blancos” sino al contrario:
con el palo y la cárcel, bajo la amenaza constante de ser acusados de “ilegales”, palabra que ha

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ido cambiando a “informales” para ser hoy “emprendedores” y finalmente “aspiracionales”. La
invasión andina, que ha terminado ocupando todos los ámbitos del país, se volvió incontrolable.
Al comienzo los “color puerta” eran vistos como extraños, como ajenos tanto en las
universidades “decentes” como en ciertas oficinas “de nivel”. Los publicistas se negaban
tajantemente a ponerlos “de modelos” pues eso estaba reservado exclusivamente para “los
blancos” quienes, a pesar de ser menos del 1% de la ciudadanía, copaban las pantallas del cine
y la televisión.

Fui allí que apareció Velasco Alvarado, muy odiado hasta ahora por la “clase alta” racista y
despótica puesto que les dio a “los cholos” una importancia y un valor que subvertía el “orden
establecido”. Ese “orden” era colonial, donde “la raza” determinaba quién era quién en el país.
A fines de los 60s el Perú estaba radicalmente dividido entre tres “razas”: la blanca gobernante,
que monopolizaba todos los puestos públicos y privados; los mestizos, que sin ser blancos ni
cholos conformaban la “clase media” y estaban destinados únicamente a los cargos y puestos
intermedios; y los cholos, quienes desempeñaban todos los oficios menores, desde obreros,
campesinos, artesanos, jardineros, cocineras, empleadas de servicio, etc. Velasco trituró ese
esquema y esa visión feudal “empoderando” a los campesinos, dándoles la categoría de
“personas”, con lo que estos se igualaban en derechos con los ciudadanos “normales”. A partir
de ahí la gente andina dejó de ser invisible, de segunda, inexistente para pasar a ser “peruanos”.
Esto jamás se lo perdonaron a dicho general y hasta el día de hoy sigue siendo la figura más
negativa para los descendientes de la vieja aristocracia terrateniente de aquellos años.

Es aquí cuando interviene la tesis de Matos Mar, quien interpreta este proceso de
empoderamiento e igualación del andino con el criollo como un “desborde popular”, como un
suceso incontrolable e inmanejable para la atrasada y medieval clase alta peruana. Lima, como
también otras grandes ciudades, se vio “desbordada” por la llegada de miles y miles de
migrantes que poseían “otra cultura” que no era la española occidental, pero que se estaba
apoderando del Perú a su manera. Las leyes, creadas para la sociedad de los años 60, cuando la
capital no llegaba al millón de habitantes, carecieron de sentido para una población andina que
sobrepasaba los tres millones. Salvo en los distritos residenciales (Miraflores, San Isidro, Pueblo
Libre, Magdalena) en el resto de la ciudad campeaba “la informalidad”, allí donde nada tenía
sentido ni funcionaba porque estaba conformada por gente que poseía otra mentalidad, otra
concepción de la vida y otras normas culturales.

El terrorismo no hizo otra cosa que incrementar aún más el problema, convirtiendo a las
ciudades en un refugio contra la violencia. Estos migrantes no hicieron otra cosa que no fuera lo
mismo que venían haciendo sus antecesores: sobrevivir a través de la venta ambulatoria, del
“recurseo”, de “sacarle la vuelta al sistema” yendo en contra de todas las disposiciones
existentes. No les quedaba otra opción. El Estado formal, que hasta hoy insiste es “copiar” la
estructura de los “países desarrollados” creyendo que así el Perú se convertirá en uno de ellos,
siempre se mostró renuente a aceptar los hechos persiguiendo y condenando “a los ilegales”.
Es un Estado que hasta ahora no puede reconocer que la realidad rebalsa a la legalidad, y que
persiste en lo mismo: tratar de convertir al Perú “en un país desarrollado occidental”. Lo
“andino”, hasta el día de hoy, no está representado ni en la Constitución ni en nuestro sistema
legal napoleónico. El Estado oficial insiste tercamente en ponerle por delante al país un
“modelo” foráneo que en la práctica no funciona ni puede funcionar porque no considera la
realidad sino solo la “idealidad”, es decir, la fantasía de “ser europeos”.

Pero el tiempo ha pasado y hoy, en 2022, estamos muy lejos de ser el Perú de los 60s. La inmensa
mayoría de peruanos “legales” son quienes tienen un 90% de ADN andino, aunque hayan nacido
en las ciudades. Los blancos dominantes casi han desaparecido y solo les queda el poder que
proviene de la propiedad de sus empresas, bancos, minas y agroexportadoras. La clase media

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ilustrada, mestiza pero con aires de superioridad, contempla con espanto que ya no tienen la
preferencia en el Estado, viendo que sus ilustres apellidos “extranjeros” han sido cambiados por
otros más mestizos y andinos. Los blancos (miraflorinos con estudios en universidades “de
prestigio”) ya no ingresan a los ministerios y organismos públicos pues están siendo sustituidos
por “gente mediocre” que proviene de universidades nacionales de provincia o institutos de
“dudosa reputación”. Pero esas “universidades mediocres” e institutos “sin prestigio” son la
inmensa mayoría y conforman el 97% de los centros de estudio del país, y de ahí es que
provienen millones de jóvenes “no blancos y sin méritos” que quieren, aspiran y sueñan con ser
“verdaderos peruanos”. Algo que los restos de la clase media “pituca y miraflorina" se los niegan
y no soportan porque consideran que esos espacios están reservados “solo para ellos, los
mejores”. Pero estamos en el “Nuevo Orden Nacional” y el pasado ya no puede regresar.

Los miraflorinos no quieren “perder su país”


Hace poco un ministro de Castillo se quejaba de “por qué no hay estudiosos y expertos que
analicen la situación del Perú” y la respuesta es muy sencilla: todos trabajan para las ONG o
empresas privadas dirigidas por sus parientes y amigos y por eso sus “análisis” son solo una
defensa cerrada de sus intereses y los de su clase social duramente golpeada por la actual
realidad mundial. Y es que no es casualidad que el presidente de EEUU Biden haya dicho que
“estamos en un Nuevo Orden Mundial”, cuya manifestación es la guerra de Ucrania pero cuyos
orígenes se remontan a varias décadas atrás, como suele ocurrir con todos los grandes
fenómenos sociales. Esto significa que el mundo ha estado cambiando poco a poco pero que
aún no lo percibíamos, no nos dábamos cuenta porque faltaba “algo” que así lo expresara, y ese
“algo” ha sido la demostración de fuerza hecha por Rusia.

La globalización fue una estrategia del capitalismo para “occidentalizar” al planeta entero
haciéndolo jugar bajo sus reglas en las que solo ganaba Occidente. Todo el sistema tenía el único
fin de atenazar las economías de las diferentes culturas y civilizaciones de modo que siempre,
en todas las transacciones comerciales, quienes ganaran fueran las empresas y compañías
occidentales. Sin embargo, el plan tuvo una seria falla: la contra estrategia china, que, a cambio
de darle “mano de obra barata” a las transnacionales occidentales, les exigió el traslado de su
tecnología con lo cual pudieron desarrollar su propia economía, al punto de ser China en estos
momentos la más grande del mundo, de ahí que EEUU la haya declarado como “su principal
enemiga”. Pero esto no solo trajo consecuencias en dicha nación sino en otros ámbitos como el
de la India, potencia que también se ha fortalecido al punto de decirle “no” a EEUU cuando le
han pedido que sancione a Rusia.

De modo que hoy el mundo ha dejado de ser unipolar y de dominio exclusivo de Occidente
(EEUU más Europa, que sumados los dos no pasan de 800 millones de habitantes, la décima
parte de la población mundial que ya llega a ser 8.000 millones). Esto significa que por todos
lados las diferentes culturas y sociedades que se han visto aplastadas y denigradas por el imperio
occidental durante los recientes cinco siglos que viene durando su hegemonía (desde el
descubrimiento de América), están empezando a despertar y a darse cuenta que “Occidente no
es el mundo”, pues se trata únicamente de una civilización más, una que día a día está perdiendo
su fuerza y poder ante otras que van surgiendo. Una de ellas es el conglomerado
latinoamericano, que nunca se ha sentido “occidental” sino latino, diferente a los gringos y
europeos (cosa que se ve cada vez que un equipo de fútbol latinoamericano se enfrente a un
occidental).

Quiere decir que durante todo este tiempo la desglobalización (que no es otra cosa que la
desoccidentalización) se ha venido incubando en las mentes y corazones de todos los

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latinoamericanos, insuflados mediante proyectos de integración múltiples (OEA, Pacto Andino,
etc.) y que permanentemente ha apuntado a no ser más “el patio trasero de EEUU” sino, por el
contrario, un conjunto de naciones dignas y prósperas, cosa que el imperio del norte nunca ha
permitido que seamos. No es casualidad que los dos países más poderosos de Latinoamérica,
México y Brasil, se hayan opuesto a seguirle el amén a EEUU en las sanciones, al igual que
Argentina, dando a entender que Latinoamérica anhela ser considerada también como un polo
de poder global, y no solo China, Rusia e India. Esta es una lectura que ningún “analista” local
quiere hacer porque todos son seguidores, veedores y vigilantes del predominio de la cultura
occidental en el Perú, tal como lo ejerce Vargas Llosa quien se considera a sí mismo como “un
defensor acérrimo de Occidente” para evitar que “Latinoamérica se salga de su tutela”.

Es así que en el caso del Perú se presenta esta misma coyuntura, donde por un lado se encuentra
el 98% de la población peruana que tiene el ADN andino, así como su color de piel y cultura,
mientras que por el otro está la decadente y lánguida clase alta, con ADN europeo y su color de
piel y cultura, que pretende seguir siendo la que ponga las reglas en toda nuestra patria. Como
en Sudáfrica, es el caso de una muy pequeña minoría de “pitucos” que quieren evitar el paso del
tiempo para que “todo vuelva a ser como antes”, donde tanto los gobernantes como los
ministros y sus asesores provienen de ellos, de sus parientes y amigos, todos egresados de “los
mejores colegios de Lima con estudios en el extranjero” y “con experiencia en organismos
internacionales”. Es obvio que ninguno, o casi ninguno, que no pertenece a su medio (o sea, los
titulados en las “infames universidades nacionales de provincias”) posee dicho “currículum” y,
por eso, justifican crear el caos y las revueltas en todo el país “hasta que no nos pongan a
nosotros al mando”, tal como lo ha sido siempre.

Cierto que el Perú, desde Pizarro hasta la actualidad, fue gobernado por los conquistadores y
sus descendientes, priorizando la cultura occidental y aplastando nuestra cultura originaria
como “atrasada e ignorante”. Pero resulta que esa cultura “atrasada e ignorante” es la que
realmente representa a la inmensa mayoría y no la occidental (como pasaba cuando las “reinas
de belleza peruanas” eran blancas, rubias y de ojos azules). Todavía en los comerciales de TV, al
anunciar sus productos de belleza y para la piel, las modelos “son blancas” porque dicen que
“todas las cholas aspiran a ser como ellas”. Aún se leen en los restaurantes de Miraflores y San
Isidro los cartelitos de “aquí no se discrimina a nadie por su color y origen”. El grupo monopólico
(e ilegal) de El Comercio sigue midiendo a “los peruanos exitosos” de acuerdo a su origen, color
y apellidos.

Pero esta realidad que nos ha acompañado desde siempre ya está cambiando. La prueba es que
el candidato “blanco pituco” López Aliaga no pasó a la segunda vuelta sino dos representantes
del verdadero Perú: el fujimorismo (la burguesía chola en ascenso) y Castillo, el outsider que
representaba el rechazo a los “miraflorinos corruptos” de Lava Jato. Estos, junto con los
sanisidrinos, tuvieron que inclinarse por “la chola Keiko” (así la llaman) por verla más afín a sus
intereses, de ahí que salieron a manifestarle su apoyo dándole vueltas al Golf de San Isidro en
sus 4x4, ya que no podían soportar la idea de que “un burro, un jumento, un serrano apestoso”
pudiese gobernar a “los intocables”. Mucho antes de que Castillo asumiera su puesto ya volaban
las “denuncias” contra él y sus allegados para “demostrar” que “corrupción y serranos” es
prácticamente lo mismo. ¿Su objetivo? Convencer al pueblo peruano que “no deben elegir a uno
de los suyos porque todos son ladrones y delincuentes comunistas”, es decir, “elijan a otro PPK,
porque es un candidato de lujo”.

Pero el tiempo no está a favor de los “pitucos de Lava Jato” que se robaron miles de millones y
ninguno está preso. Ellos, con el mayor desparpajo y sin vergüenza, pretenden volver a
apoderarse del país, al que consideran “su país”, con el exclusivo fin de hacer lo único que hacen
bien: robarle al Estado y llevarse la plata a las off shore de Panamá, Suiza y Las Vegas (que es

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donde están los millones que se robaron mediante las cientos de “obras” tramposas hechas
desde los tiempos de Fujimori). A veces no sé si reír o llorar cuando veo a los conocidos
empresarios corruptos financiar y apoyar a los políticos más execrables que tenemos para que
el Perú siga siendo su chacra, como si nada hubiera pasado, ignorando que lo que se viene es
una crisis de sistema que va a causar una hambruna global. ¿En esas condiciones quieren volver
a “gobernar” (o sea, a robar) el Perú? Es una locura. Si el país regresa a manos de estos mafiosos
de saco y corbata se van a encontrar con un presente griego, es decir, con el peor escenario
posible, al punto que van a tener que soltarlo para no terminar en la horca.

Perú, un estado fallido


Ningún cambio sucede de la noche a la mañana, y lo que está pasando en el Perú son los dolores
de un proceso iniciado hace tiempo. Castillo es solo un personaje en esta coyuntura, porque en
realidad seguimos viviendo los rezagos de la era PPK, cuando descubrimos que un grupo
significativo de empresarios y profesionales destacados (junto con sus políticos) nos habían
robado una cifra que se calcula en varias decenas de miles de millones, de lo cual hasta la fecha
no han devuelto un centavo. Esto sucedió en marzo del 2018, hace cuatro años, y durante ese
lapso hemos tenido cuatro presidentes. Contando desde las elecciones del 2016 serían cinco, y
si cae Castillo serían seis. Es decir, ¡un país con seis presidentes en ocho años! Ni Bolivia en sus
peores momentos.

De modo que no es Castillo “el culpable” de la crisis sino que aquí hay muchos culpables, en una
cantidad que sobrepasa la imaginación. Para empezar, recordemos que el ascenso de PPK estuvo
plagado de situaciones sospechosas que nunca se aclararon. Era el sétimo en las preferencias
electorales cuando súbitamente el JNE anuló a dos postulantes mediante una escandalosa
leguleyada (bien amparada por la prensa, que desde esa vez pasó a llamarse “prensa basura”).
Luego esta misma "prensa basura" se encargó de traer abajo al candidato favorito, Barnechea,
con solo una acción resaltada mediáticamente. Finalmente, PPK pasó a la segunda vuelta
“gracias” al atentado “supuestamente hecho por Sendero” que costó la vida de once peruanos
(y que hasta el día de hoy no se investiga) y que llenó de temor a la gente para que no votaran
por Verónica Mendoza, “la comunista”.

En el último tramo, el pull mediático se encargó de demoler a la candidata Fujimori


convirtiéndola en un “demonio, una ladrona” a la que había que odiar, campaña a la cual se unió
la izquierda oenegecista de la propia Verónica quien pidió que “votaran por PPK”. Humala, que
era presidente, se prestó a la jugarreta prohibiendo que votaran los 250 mil militares que en su
mayoría se inclinaban por Keiko y además realizó la única “requisa” hecha hasta hoy a la prisión
de Montesinos “descubriendo” un celular que “supuestamente era para coordinar con la
delincuente Fujimori”. La comedia acabó en el JNE, cuando decidió “arreglar” los votos para que
PPK ganara por tan solo 44 mil votos (la misma cantidad con la que ganó Castillo).

Esto es importante saberlo porque es aquí donde empieza el cáncer que está corroyendo a la
política peruana. La facción de las ONG (la de Verónica Mendoza) no quedó nada contenta con
esta maniobra y empezó a buscar la forma de atacar el gobierno cleptocrático de PPK. Para
fortuna de ellos llegó desde el extranjero una noticia que aquí se tenía totalmente escondida:
se trataba del caso Lava Jato que había estallado en EEUU y por ello no se podía negar. Esto fue
el Waterloo de PPK, pues obviamente él era el principal organizador y gestor de esta operación
financiera, avalada por leyes tramposas, cuyo objetivo era hacer obras sobredimensionadas e
innecesarias pero altamente rentables para las constructoras nacionales e internacionales.
Ninguna de ellas sirve hasta la fecha. Con el fenómeno de La Niña se cayeron más de 200 puentes

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los cuales aún no se han repuesto. PPK terminó preso, pero cómodamente instalado en su
enorme mansión de San Isidro.

Ningún empresario o profesional implicado en esta monumental estafa está en la cárcel. Ningún
medio de comunicación ha explicado por qué jamás se “dieron cuenta” de lo que estaba
pasando, en especial cuando el director de El Comercio (Graña Miró Quesada) era el dueño de
Graña & Montero, la principal asociada de Odebrecht. Hasta hoy todos esos medios de
comunicación siguen intitulándose de “intachables” y “defensores de la verdad”. Pero con la
caída de PPK llegó al poder quien era su número 2 en la corrupción: Martín Vizcarra, también
dueño de una constructora asociada al “club de la construcción”. Lo curioso es que este
personaje (con enormes juicios en Moquegua de los cuales la prensa “tampoco se enteró”) se
convirtió en un aliado para los intereses de las ONG, en especial de la que es financiada
directamente por George Soros: el IDL. (Soros dirige una organización llamada Open Society que
busca que las naciones desaparezcan y el mundo sea “una sola sociedad” gobernada únicamente
por EEUU. Gran parte de lo que pasa ahora en Europa y en Ucrania se explica por la influencia
de este oscuro hombre de negocios).

Fue el IDL quien empezó a culpar solo a Keiko y a Alan García de Lava Jato porque estos impedían
que la derecha progresista (llamada aquí “izquierda caviar”) se apoderara de todo el Estado
“desde dentro” (copando los puestos posibles en todos los ministerios y organismos públicos).
Es así que el aparato estatal se encuentra plagado de gente de ONG con la ideología progresista
como “feminismo, LGTB, cambio climático, energías renovables, etc.”, que son precisamente los
objetivos que sostienen los demócratas en EEUU encabezados por Joe Biden. Eso explica
también por qué la OEA es “caviar”. Mientras esto ocurría sucedió un hecho que lo alteró todo:
la vacancia de Vizcarra (por un asunto descaradamente inmoral) y el nombramiento de Manuel
Merino por el Congreso, un representante de la derecha tradicional.

Esta circunstancia movilizó a todas las fuerzas oenegecistas del país quienes, con unas marchas
al estilo Ucrania o “revolución de color”, lograron deponerlo culpándolo de “criminal” Ello dio
paso a nuevas elecciones siendo el ganador Francisco Sagasti, un hombre de ONG. Todo estaba
listo para que lo que viniese fuera el triunfo de Verónica Mendoza, pero sucedió lo impensable:
ganó la primera vuelta un outsider: Castillo, un desconocido que una semana antes no figuraba
en las encuestas. Los outsider (como Fujimori o Trump) aparecen cuando el pueblo está
decepcionado de su clase política (en nuestro caso, se debió a dos factores: Lava Jato y la
pandemia, que reveló que el llamado modelo neoliberal era un fracaso, colocando al Perú como
el país con más muertos por millón del mundo). Fue así que la mayoría de peruanos eligieron al
peor candidato, al último de la fila, precisamente para que los políticos interpretan su estado de
ánimo.

Así es cómo Castillo aparece: como una respuesta a la crisis de la sociedad peruana. Los caviares
lo apoyaron en la segunda vuelta con la idea de tomarlo como rehén y hacer lo que pensaban si
triunfaba Mendoza. Sin embargo, Castillo, sin ninguna experiencia y con la idea de formar un
partido de maestros, asumió que esa era su suerte y que le había tocado gobernar, sin darse
cuenta del barril de pólvora sobre el que estaba sentado. Ese barril es la lucha que hay entre la
derecha tradicional (la clase blanca empresarial que se resiste a los cambios) que quieren que
“nada cambie” para seguir haciendo obras por todas partes con una corrupta y
sobredimensionada rentabilidad, y la derecha caviar o progresista (llamada “izquierda”)
apoyada por los demócratas norteamericanos y las ONG, que buscan frenar el avance del
capitalismo chino implantando sus “nuevas ideas” para así convertir a toda Latinoamérica en
“una sola región” al servicio de las grandes transnacionales occidentales, en especial, las
norteamericanas. Para ambas facciones Castillo resulta un estorbo.

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¿Cuál de las dos preferimos? Particularmente pienso que, a pesar que Castillo es producto de la
casualidad y no es el más indicado para gobernar, es mejor que termine su mandato para que
triunfen la gobernabilidad y la democracia, por muy malo que esto sea. Si lo sacan, la pelea entre
los dos grupos por el control del Perú continuará sin visos de solución y no habrá gobierno que
se pueda mantener, en una secuencia de vacancias mutuas sin fin. Por lo tanto, podemos decir
que el Perú es hasta el momento un país inviable y desgarrado. Es decir, un Estado fallido.

¿Por qué se quieren tumbar a Castillo? El plan caviar


Para entender el panorama, que de ninguna manera se podría lograr leyendo la prensa “basura”
o viendo la televisión parametrada, lo primero que tenemos que hacer es aclarar los conceptos
que en el Perú están completamente confundidos y malinterpretados. En primer lugar, aquí no
existe un conflicto entre “comunistas y liberales” o entre “derecha e izquierda”. Lo que existe es
una lucha por el poder entre dos facciones de derecha: la primera es la derecha conservadora,
la tradicional, la de siempre, conformada por la clase alta peruana identificada
fundamentalmente por sus biotipos blancos y europeos (llamados popularmente “pitucos
miraflorinos”). A esta derecha se le ha sumado, pero obligados, porque ambos son enemigos
radicales, la derecha “chola” o provinciana con plata, que está agrupada en torno al fujimorismo.

Esta derecha conservadora (que es la línea republicana en EEUU) es la que plantea que no se
deben hacer grandes cambios al sistema puesto que, así como está, funciona bien. Es la derecha
que nació en Bretton Woods, después de la Segunda Guerra Mundial y que dio paso a la creación
de las NNUU y la Guerra Fría. La mayoría de sus beneficiarios son gente que ha hecho grandes
fortunas y que quieren seguir conservándolas aplicando los mismos criterios ya obsoletos para
la realidad actual. Aún sostienen la globalización (dada por terminada) y rechazan ideas como
“cambio climático” o “el peligro de los transgénicos”, así como que las fuentes de energía
principales, como el petróleo y el gas, deban ser eliminados por ser “contaminantes”. En líneas
generales, al ser conservadores se oponen por naturaleza a que el mundo cambie puesto que
ello, obviamente, les perjudicaría y les haría perder el poder.

La segunda derecha es la llamada progresista o reformista, la misma de los demócratas de Biden


y el PSOE español. Algunos se hacen llamar “socialistas” pero se trata de una derecha que quiere
reformar el capitalismo para que sea más efectivo y funcional. En el Perú está representada por
la llamada “izquierda” de Juntos por el Perú y está sostenida por las ONG, organizaciones
internacionales financiadas por los estados más desarrollados. La más activa se llama el Instituto
de Defensa Legal, o IDL, y la más poderosas es USAID. Esta derecha, llamada en el Perú “caviar”,
tiene una agenda mundial diseñada desde hace mucho, uno de cuyos principales promotores es
el financista George Soros, creador de la Open Society que viene a ser “el manual” para la
creación del Nuevo Orden Mundial.

Esta agenda progresista ya ha estado operando a través de organizaciones y medios de


comunicación quienes vienen desarrollando temas como “el cambio climático, el
empoderamiento de la mujer, los LGTB, las energías limpias y renovables, la Sociedad Civil, etc.”.
Son conceptos que, poco a poco, se vienen imponiendo en las costumbres y el habla de las
nuevas generaciones. En todo Occidente ha habido avances notorios de esta nueva forma de
pensar y de ver el mundo, en especial entre las mujeres, que ven que esto les significa un gran
beneficio frente al anticuado machismo que todavía no ha desaparecido del todo. Parte de esta
estrategia es el llamado “Gran Reseteo”, que viene a ser la idea de “poner a cero al capitalismo”
y así “empezar de nuevo” pero con mayor fuerza y energía, haciendo que el planeta entero se
convierta en una “sociedad de mercado”.

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Dicha agenda se venía desempeñando con bastante eficiencia hasta que se encontró con un
tropiezo que fue la asunción de Trump a la presidencia, un típico representante de la derecha
conservadora, quien desplazó a Hillary Clinton y a los demócratas progresistas en una reñida
elección. Desde el año 2017 hasta el (¿fraudulento?) triunfo de Biden las pretensiones
progresistas sufrieron algún estancamiento o retroceso pues este personaje rechazó por
completo sus argumentos y discursos. Negó el cambio climático, quiso deshacer la OTAN, se
opuso a los cambios energéticos, se alió con Putin, etc. Dos veces intentaron vacarlo. como a
Castillo, y se salvó con las justas. Ahora, en cambio, todo lo que estaba postergado ha vuelto a
ponerse en marcha y lo primero que se ha hecho es desatar la guerra de Ucrania como una
excusa o primer paso para activar los objetivos del Nuevo Orden Mundial, mencionado hace
unos días por el propio Biden.

No es casualidad que los progresistas se enfrenten directamente a Rusia y especialmente a


China, que vienen a ser para ellos los enemigos a derrotar. Ucrania iba a ser el paso obligado por
donde debían circular los trenes de la llamada “Ruta de la Seda”, el gran proyecto chino para
comerciar con Europa y con lo que se enriquecería aún mucho más. Ahora eso, más la
importación de gas desde Rusia mediante el Nord Stream II, ha quedado completamente
anulado. Tampoco es casualidad que se le imponga a Europa el abandono de las energías
contaminantes (gas y petróleo) para que se utilicen las “energías limpias”, como las centrales
nucleares. Es decir, cada uno de los puntos de la agenda progresista se están llevando a cabo en
estos momentos, bajo el argumento de "la guerra en Ucrania”, lo cual hace sospechar que no
ha sido en lo absoluto una “ocurrencia de Putin” sino algo bien orquestado y buscado.

¿Cómo eso nos afecta en el Perú? Para ver el futuro que nos espera miremos a nuestro vecino:
Chile. Acaba de triunfar el “socialista” progresista Boric, quien lo primero que ha hecho es
condenar a Rusia y apoyar su expulsión de la Comisión de DDHH de las NNUU. ¿Cuál es su
objetivo? Encaminar su país la agenda del Nuevo Orden Mundial, principalmente cerrarles las
puertas a los dos enemigos, China y Rusia, y permitir el regreso de las transnacionales
norteamericanas. Este es el modelo que se espera para el Perú. ¿Por qué es importante entonces
para EEUU instalar un gobierno “caviar” aquí? Porque la derecha conservadora y tradicional,
pitucos y fujimoristas, debido a sus limitaciones intelectuales, no está al tanto de la evolución
mundial y, lo que es peor, admite y negocia con el capital chino, los llamados “inversionistas”,
tanto así que es ese país oriental el primer socio comercial del Perú. Dicha actitud y alianzas no
las va a tolerar el imperio del norte.

Castillo fue, al igual que Trump, una piedra en el zapato para los planes caviares o progresistas
demócratas. Recordemos que quienes sacaron a PPK fueron las ONG, especialmente el IDL con
Gorriti a la cabeza. Luego utilizaron a Vizcarra para afianzarse y copar con su gente todos los
ministerios. Cuando la derecha conservadora lo vacó y puso a Merino, la reacción fue inmediata
y lo hicieron renunciar para poner a Sagasti, un caviar. La idea era que Forsyth, el caviar
solapado, ganara las elecciones, pero lamentablemente se le cruzó en el camino la democracia,
esa que hace "que el pueblo ignorante elija”, saliendo ganador un outsider que no estaba en los
planes de nadie. Castillo, como todo outsider, representa el rechazo y la indignación del pueblo
ante el fracaso de su clase dirigente (Lava Jato, la pandemia), pero tuvo la mala suerte de
interponerse en los planes de colocar un gobierno progresista.

¿Qué viene ahora? El objetivo inmediato es sacar a Castillo, quitarle la fuerza y poder a la
democracia (porque suele colocar gobernantes que los poderosos no quieren), manipular a las
masas y finalmente darle la estocada final a la derecha conservadora con el respaldo de las
grandes potencias occidentales que están ya embarcadas todas en la agenda progresista. Se
trata de crear al Boric peruano (¿quién sería), un gobierno que esté dentro de la línea demócrata
y que siga todas las pautas establecidas por dicha agenda, la primera de la cuales será la

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expulsión de todos los capitales chinos del país como parte de la guerra desatada contra dicha
potencia “anti democrática y comunista”.

La crisis mundial nos agarra en plena guerra civil


Hoy el mundo está sacudido por la pugna entre dos grandes movimientos ideológicos: el
conservador, que se resiste a que haya cambios en el sistema capitalista (como los republicanos
en EEUU) y el progresista, que los buscan (como los demócratas). En el Perú están representados
por la derecha tradicional (CONFIEP, el pull de medios de los Miró Quesada, dueños de El
Comercio, etc.) y la derecha progresista o reformista (llamados izquierdistas, comunistas o
"caviares”) cuyos principales exponentes son las miles de ONG que hay en el país. En EEUU
simplemente llaman a esta derecha “comunista”, debido a su afán por alterar las reglas de juego.
El actual gobierno de Biden, demócrata, viene llevando a cabo precisamente dicha agenda
progresista, siendo ello la principal causa de la guerra en Ucrania, que es solo la excusa para
poner en marcha “el Nuevo Orden Mundial” planeado durante largo tiempo.

De modo que resulta falsa esa clasificación de “derecha versus izquierda comunista” que se
vende a través de los medios de comunicación (o manipulación). Estamos en tiempos donde el
sistema capitalista, en crisis desde hace décadas y especialmente desde el 2008, requiere de un
“Gran Reseteo”, que no es otra cosa que un “reajuste” para hacerlo más eficiente y rentable.
Las “sanciones” contra Rusia están dirigidas en realidad contra Europa, para que este continente
se vea sometido a los anglosajones (EEUU, Reino Unido, Canadá y Australia) y así poder cerrarle
la puerta al gran proyecto chino llamado “la Ruta de la Seda”, el cual consistía en hacer negocios
entre ambos mercados con obvias ganancias y ventajas para China, el principal enemigo de
EEUU. Justamente la “puerta de entrada” para esa Ruta era Ucrania, por donde iba a circular
una gigantesca red de ferrocarriles. Ahora eso será imposible, para alegría de los
norteamericanos.

Además, otro de los puntos de la agenda de la derecha progresista o reformista (nuevamente,


caviares en el Perú), es la transformación de la base energética de Occidente, es decir, que
Europa deje de usar el petróleo y el gas para pasar a la energía nuclear, eólica y otras más. Y eso
es exactamente lo que viene ocurriendo en estos momentos a consecuencia de la "muy
oportuna" y conveniente guerra en Ucrania. Los progresistas les quieren cortar el gas y el
petróleo ruso a los europeos para obligarlos a usar las llamadas "fuentes de energía renovables".
¿Con qué argumento? Por “el cambio climático”, que dicen que es una realidad, mientras que,
para los conservadores, o la derecha tradicional, es falso puesto que la Tierra constantemente
sufre modificaciones de todo tipo (como se puede leer en cualquier libro de geografía).

Otra de las reformas que procura la derecha progresista (fomentada y financiada por la Open
Society de George Soros, el que financió la Marcha de los Cuatro Suyos a través de León Rupp)
es transformar la estructura social, especialmente en lo que se refiere al “sexo”, lo cual explica
el afán por imponer “varios sexos” en las legislaciones (como los LGTB) puesto que eso elimina
algunos de los factores, como “el machismo”, que impiden que la mujer, que es la mitad de la
población, pueda participar en igualdad de condiciones en el mercado. Con ello se incrementa
en miles de millones la cantidad de consumidores que todavía se encuentran sometidos a la
voluntad del hombre, quien les limita el gasto. Está comprobado que la mujer es la principal
consumidora por ser más influenciable e impulsiva en cuanto a la adquisición de productos.

Pero la propuesta más importante de los progresistas y su “Nuevo Orden Mundial” es la


desaparición de los países para dar paso a la “Sociedad Civil”, o sea, a un mundo ya no
conformado por naciones o estados sino por “sociedades civiles” autodirigidas de acuerdo a sus

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intereses (lo planteado toda la vida por los anarquistas) y ya no por leyes o idearios. Es decir,
desaparecerían las “culturas” o “civilizaciones”, con sus tradiciones y costumbres locales, para
dar paso a “una humanidad universal” convertida únicamente en un “mercado mundial”, sin
religiones, creencias u otras ideas que no sean las del capitalismo como eje central de la vida.
Este nuevo sistema sería dirigido, controlado y supervisado por la única nación que
permanecería en pie, EEUU, la cual ejercería de policía y juez supremo. Esta es una síntesis de lo
que plantea este nuevo “ideario” progresista que, por supuesto, no tiene nada de “comunista”
o “marxista cultural”.

Ante ello ¿qué propone la derecha tradicional o conservadora, cuyos máximos representantes
son Trump, Putin y Xi Jinping en China? Pues que no se cambien las reglas de juego porque, así
como están, les han permitido salir como ganadores en el sistema. Se trata del “Viejo Orden
Mundial” establecido en Bretton Woods después de la Segunda Guerra Mundial. En el Perú este
“viejo orden” está plasmado en la Constitución del 93, que refleja un mundo que ya se ha
declarado anulado: el de la globalización. Según los discursos recientes en Bruselas más los del
G7, la globalización “ya terminó”, y ahora estamos en la época de la “desglobalización”, donde
cada región debe ser autosuficiente y producir sus propias energías y recursos.

En pocas palabras, la lucha por el control del Perú está entre los seguidores del “viejo orden”,
que se aferran a mantener la desactualizada Constitución del 93 (que en verdad no servirá para
nada ante la nueva situación que se nos viene), y los que quieren imponer el “Nuevo Orden
Mundial” que requiere de una Constitución que se adecúe a los cambios que en estos momentos
se están produciendo. El problema para los conservadores (o la antigua “clase alta” blanca
occidental más sus aliados fujimoristas, la “clase chola con plata” aspirante) es que no tienen
idea del tsunami que les caerá encima como resultado de las sanciones a Europa (y que
supuestamente son “contra Rusia”). Solo cuentan con la “asesoría” de gente como Vargas Llosa
(un fanático tradicionalista pero una nulidad como analista) que les repite los mismos dogmas
del capitalismo obsoleto del cual Occidente se está alejando vertiginosamente.

Queda entonces esperar que el Perú caiga en manos de la derecha progresista, quien contaría
con el respaldo de EEUU y de las miles de ONG que hay en el territorio. En vista que el outsider
Castillo ya no les sirve, presionarán para que este salga y que el poder recaiga en su vice
presidenta, una mujer de ONG. En cambio, la derecha conservadora (el grupo Romero, Wong,
Benavides, etc.) apostará por “volver al mismo país de toda la vida”, sin modificaciones ni
reformas, con la esperanza de repetir un Lava Jato 2.0 (corregido y aumentado) que en verdad
es lo único que saben hacer. Pero se enfrentarán a un enemigo más poderoso que ellos y que
está respaldado e impulsado por las grandes potencias occidentales cuya principal preocupación
actual es detener el avance del capital chino y la influencia de Rusia en Latinoamérica, algo de
lo que los empresarios locales que no tienen idea y que además no les interesa.

¿Y la izquierda? Simplemente está reducida a su mínima expresión. La izquierda peruana se


estancó en la era marxista y la utopía comunista que no es deseada por nadie. Perú Libre, un
partido provinciano de cuatro gatos, es una rémora de lo que fue la "izquierda combativa”
sindicalista en un país donde ya no hay ni sindicatos ni obreros asalariados. Castillo se adhirió a
ese partido pensando en hacer el suyo propio de maestros para contrarrestar al SUTEP,
manejado por Patria Roja. Hablamos entonces de un outsider que está fuera de la disputa entre
dos fuerzas y en donde los únicos perdedores seremos, como siempre, nosotros, los peruanos,
que no importamos en lo absoluto a ninguno de los dos bandos en cuestión.

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El mito de “los más preparados” para gobernar
“Los más preparados para gobernar” no existen. Los mejores gobernantes que ha habido en la
historia nunca se “prepararon” para gobernar. Simplemente ascendieron debido a una serie de
circunstancias en las que ellos encajaron perfectamente. Se pueden citar casos como los de
Washington, un agricultor esclavista, o Napoleón, un militar especializado en disparar cañones.
En el Perú hemos tenido gobernantes de todo tipo, desde aristócratas dedicados a la vida social
hasta militares, abogados, arquitectos, economistas e ingenieros. Todos ellos no tenían ninguna
experiencia ni conocimiento de cómo manejar un país como el Perú y sin embargo lo hicieron.
Son pocos los casos de personas que se educaron para tal fin, como lo fue Alan García.

Además, los llamados “buenos gobiernos” no siempre han sido consecuencia de buenas
administraciones sino de diversos acontecimientos, como le pasó a Castilla o al propio Alan
García durante su segundo mandato, beneficiado con los altos precios de los metales. Incluso
personajes heroicos durante ciertos períodos pueden resultar incómodos o innecesarios para
otros, como le pasó a Wiston Churchill que no fue reelegido en su cargo a pesar de había sido el
salvador de la Gran Bretaña. Por otro lado, para muchos un buen gobernante es el que hizo
muchas obras, como Stalin, pero para otros resulta un asesino. Para algunos Fujimori ha sido el
mejor presidente de la historia, pero para otros el más corrupto de ella.

Por lo tanto, los buenos o malos gobernantes o funcionarios dependen tanto de los sucesos
como de a quiénes han beneficiado o perjudicado. En los momentos en que gobierna la
aristocracia, como pasó en la Francia del siglo XVIII, quienes se consideran marginados o
perjudicados aducen que los que están al frente del país “no son los más adecuados”. Y no les
faltaba razón a los burgueses revolucionarios puesto que los nobles eran terratenientes que
poco les interesaban los negocios y el comercio y se contentaban con sus fiestas y saraos.
Habiendo ya tomado el poder la burguesía francesa, quienes más se resintieron con ello fueron
los campesinos y el pueblo en general puesto que, al final, los únicos que ganaron con la
Revolución fueron los grandes capitalistas mientras que las mayorías, que pusieron su sangre
para ello, quedaron tal como estaban antes.

En el caso del Perú la situación es la misma. Nuestra historia está plagada de cambios de mando
siempre con la promesa (frustrada) de que “iba a ser lo mejor para el pueblo”, cosa que, hasta
la fecha, jamás se ha cumplido. Cada grupo aristócrata, burgués, militar o político que ha
asumido el control del país ha sido culpable de un determinado desastre, pero siempre con
notables ganancias para ellos. No hemos tenido nunca una continuidad que nos llevara al
progreso y desarrollo porque el gobierno que sucedía al anterior volvía a fojas cero, a cambiar
el rumbo establecido y a “hacer reformas” de toda clase en vista de “la corrupción” habida. Así
nos las hemos pasado año tras año, siglo tras siglo, haciendo “reformas” interminables que
nunca alcanzaban sus objetivos y dejaban más pobre y desgarrado al Perú.

Sin embargo, cada vez que subía a la presidencia alguien, elegido o no, se consideraba a sí mismo
y a su gente como “los más indicados para gobernar al Perú”, colocando en los puestos más
importantes a sus allegados, amigos y parientes. Nunca ha dejado de ser así, por eso la casta
burocrática que hemos tenido ha sido la misma a pesar de los muchos cambios de
administración. Los ministros salían, pero los funcionarios “de carrera” quedaban bajo el
supuesto que “eran los más conocedores, los mejores”. Pero estos “mejores” no demostraron,
en ninguno de los casos, haber resuelto nada sino, por el contrario, haber mantenido el mismo
sistema de corrupción español (el de entregar las obras del Estado a sus favoritos) que es el que
sigue funcionando (y muy bien) hasta el momento.

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Hoy, con el gobierno accidental de Castillo (un outsider elegido como protesta por la corrupción
de empresarios y políticos a raíz del caso Lava Jato) se clama, se grita al cielo que “no están los
mejores en el Estado”, pero se olvida que ya lo estuvieron con Toledo y luego con PPK (los
“Harvard”) cuyos títulos y “experiencia” en la corrupción es altamente notable y corroborada, y
que son los que ahora quieren “volver” para terminar con lo que les quedó pendiente por hacer
con Lava Jato. Es decir, estos “mejores”, entendidos como aquellos que provienen de las clases
altas y acomodadas, que han egresado de los mejores colegios de Lima y que han estudiado y
trabajado en el extranjero, son quienes creen tener “el derecho”, debido a sus currículums y
expertiz, a gobernar por “meritocracia”. Pero el problema es que una meritocracia acompañada
de un espíritu delictivo y corrompido no es realmente nada bueno sino más bien el peor mal que
le pueda ocurrir a un país.

Lo real es que hemos tenido delincuentes de saco y corbata con los mayores pergaminos
intelectuales y académicos quienes obviamente “saben” bien qué hacer con las riquezas del Perú
y es llenarles los bolsillos a sus parientes y socios extranjeros, dejándole miserias al pueblo
peruano, como lo venimos experimentando desde hace 200 años. Poner a toda esta gente que
reclama “su puesto” -que ellos piensan que “les corresponde”- es sencillamente colocar otra vez
al gato de despensero. La idea fija que todos estos “especialistas” tienen en la cabeza es que la
economía consiste únicamente en “hacer dinero” para guardarlo en una banca de Panamá o
Suiza, como hacen hoy en día todos los peruanos cuyas fortunas pasan del millón de dólares. Y
lo peor de todo es que la mayoría, si no todos, de estos “expertos” tienen nacionalidad
norteamericana o europea, algo que han obtenido, no solo por sus genes, sino porque tienen
contactos y dependencias con gobiernos extranjeros que los consideran “sus aliados”.

Estamos hablando entonces que toda esa casta social que ha estado en el poder desde la era de
Toledo y que son los que la oposición quiere que vuelvan son, dicho directa y crudamente,
traidores a la patria, porque a los que realmente sirven es a los capitales y gobiernos extranjeros
quienes, a través de ellos, digitan y dirigen los pasos que el Perú debe seguir de acuerdo a sus
intereses. Porque si todos estos “preparados” hubieran hecho lo contrario, pensar en el Perú
primero antes que en EEUU o Europa, hace rato que el país sería muy diferente que el que
tenemos y no hubiéramos ocupado el triste primer lugar en el mundo en muertos por millón
durante la pandemia. Lo cierto es que ellos impusieron su “modelo exitoso”, pero cuyos
resultados para el pueblo han sido desnutrición, pésimo sistema de salud pública, el último
puesto en educación en Latinoamérica y un desempleo actual del 80%.

Pero, claro, de regresar al poder, esta gente “preparada para gobernar” lo primero que va a
hacer es alabar y decir que “el modelo” le ha dado al Perú “mucha riqueza”, la cual
lamentablemente no se encuentra en el país, y que el único camino que nos queda es “traer a
más inversionistas” para que, en verdad, no pongan un centavo de su dinero sino que trabajen
con el nuestro y saquen de ello el mayor provecho, legal e ilegal, posible. O sea, un Lava Jato
2.0, corregido y aumentado. Sería entonces un suicidio permitir que esto suceda y solo nos
queda esperar que, a fuerza de equivocarse, Castillo algún día se ilumine y convoque a la mejor
gente de las universidades estatales y de provincias, las más modestas, quienes, si bien no serán
“genios de Harvard”, al menos puede que no sean los ladrones y Caínes que son “los más
preparados”, a los que ya conocemos muy bien.

La crisis no es por falta de dinero, sino de peruanidad


El pensamiento más común que tenemos sobre la pobreza es que se trata de “la falta de dinero”.
¿Por qué esto es un error? Vayamos por partes. En una sociedad de mercado quien realiza un
trabajo obtiene a cambio una retribución en forma de dinero, que viene a ser una orden de pago

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para adquirir bienes y servicios. Quien no lo hace es lógico que no lo reciba. Incluso hasta los
ladrones y corruptos tienen que hacerlo. También se puede recibir dinero mediante una
herencia, pero hasta para ello el heredero requiere efectuar un ejercicio legal. Esto quiere decir
que no hay acción sin reacción, que no hay dinero sin un acto que lo justifique.

En el capitalismo se dice que se da la injusticia cuando esta ley de la retribución se cumple mal
o no se cumple, es decir, cuando las personas, a pesar de hacer todos sus esfuerzos, no obtienen
la cantidad correspondiente y justa. Esto vendría a ser una pobreza artificial o forzada, producto
de una falla en el sistema. Pero hay países capitalistas donde estas falencias o desviaciones no
se dan debido a que sus gobernantes hacen los ajustes necesarios para mantener la equiparidad
entre trabajo y compensación. Sin embargo, en la mayoría esto no es así, y esa es la causa de
muchos problemas. Donde más se nota es en los que son pobres, donde, a pesar de generar una
masa monetaria más que suficiente para sostener a toda su población, su distribución es
altamente deficiente o simplemente mínima.

Este sería el caso del Perú, donde solamente sumando el monto total que manejan las AFP (35
mil millones de dólares) con lo que se calcula que salió del país hacia las empresas off shore de
Panamá, Suiza o Las Vegas a consecuencia de los 30 años de Lava Jato (70 mil) el país tendría
una bolsa de dinero (105 mil millones de dólares) que le permitiría solucionar todas sus
necesidades esenciales de infraestructura, salud, educación y empleo. En pocas palabras, somos
el típico caso donde un país es pobre pero no porque no efectúe las actividades requeridas ni
porque no tenga los recursos adecuados sino solo y únicamente por la pésima distribución de lo
que recibe a cambio de ello.

Está demás señalar quiénes son los culpables, y definitivamente no es el pueblo, la masa
trabajadora, sino sus dirigentes que siempre son los mismos: los más ricos coludidos con los
políticos que trabajan para ellos. De esto ya se ha escrito demasiado como para tener claro que
lo que hacen estos individuos no es en lo absoluto un capitalismo serio y responsable como sí se
puede ver en naciones como Noruega o Finlandia, por solo citar algunas. Si el sistema fuera de
por sí injusto hace mucho que habría sido desechado por incompetente, pero no lo es porque
sus normas y principios sean equivocados sino por quienes los aplican, como pasa también en
las religiones o en cualquier otra institución humana que tenga fines nobles pero cuyos
miembros hacen todo lo contrario a lo que estos declaran.

De modo que el tema recae no sobre “la falta de dinero”, que suele ser la excusa o argumento
que dan los malos dirigentes, sino en una errada o antojadiza interpretación de cómo debe
funcionar el sistema y, a la vez, en un afán por obtener una innecesaria riqueza a costa de su
prostitución y corrupción. El mismo padre del capitalismo, Adam Smith, ya advertía de eso al
decir que finalmente era el temperamento y la tendencia humana al engaño y la mentira lo que
hacía que algo que podía ser muy útil para la sociedad terminara siendo una trampa y una
enfermedad para esta. Y no se equivocó. El capitalismo viene siendo empleado pero para
beneficio de quienes supuestamente lo deberían regular y hacer funcionar tal como debe ser,
arrastrados por sus pasiones y concepciones absurdas sobre lo que entienden por la justicia y la
verdad.

Siempre se ha dicho que el Perú “es un mendigo sentado en un banco de oro”, algo que resulta
muy relativo porque el oro en sí, sea en forma de banco o de lingotes, no produce ni bienestar
ni riqueza para toda la población. Lo que hace que ese oro (en el caso concreto la minería, la
pesca, la agroexportación, la madera, etc.) sea útil es cómo se emplea para transformarlo en
bienes y servicios para toda la nación. De modo que no es el banco de oro el que hace rico a
nadie sino la forma cómo este se utiliza. Y es aquí donde viene la pregunta que todos los
peruanos nos hacemos desde hace 200 años: ¿qué han hecho nuestros dirigentes, aristócratas

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o empresarios, con esos bancos de oro que hemos tenido a lo largo del tiempo? La respuesta,
que ya todos conocemos, es enriquecerse ellos mismos y exportar el 90% de las ganancias a los
bolsillos extranjeros. El Perú, al igual que decenas de países más, ha hecho muy ricos a los
europeos y norteamericanos gracias a todos nuestros recursos y a nuestro ingenio y esfuerzo,
pero de todo ello nos ha quedado muy poco o casi nada.

La solución teórica es muy simple: cambiar de mentalidad de nuestros dirigentes para que
piensen antes en su país que en ellos mismos y en otros países. Pero hacerlo es lo más difícil.
Primero por la razón antes mencionada, que es la natural tendencia humana hacia el delito (cosa
que hacemos incluso desde niños), pero luego porque cuando la gente llega al poder deja de
lado todos sus principios y procura aferrarse a él como sea, asociándose entre sí formando
mafias. Luego, la riqueza ilegal que obtienen los enferma aún más al punto que llegan a pensar
que tienen la razón y que la verdad de su lado (de lo cual surge la idea de que “los mejores tienen
derecho a obtener la parte más grande de todo”) haciendo que finalmente conciban la existencia
de “castas” o “razas”, unas superiores y otras inferiores, nacidas tanto para mandar como para
obedecer.

Esto se da en todas las naciones sin excepción, y es contra ello que la sociedad tiene que
combatir: contra la idea de que “quien es mejor debe tenerlo todo”, cuando ello no es cierto
puesto que todos somos “mejores” solo en algo y eso no le da derechos a nadie para reclamar
una parte que no les corresponde. Lo que sí es real es que hay países que han logrado un control
más efectivo de su clase dirigente, sea pública o privada, y ese éxito se ve reflejado en el mayor
nivel de vida que exhiben sus habitantes. Pero como contraparte de ello hay otros que hasta
ahora no lo han intentado o no han podido tener los resultados deseados, como pasa en la
mayoría de las naciones llamadas pobres o subdesarrolladas. En estas la capacidad mental y la
inteligencia de sus pueblos es notoriamente inferior, mientras que la ética y la moral de los más
poderosos son de las más bajas de la escala humana.

Esto es lo que pasa en el Perú, donde no es posible confiar en la población debido a que su grado
de culturización, raciocinio y salud es uno de los peores del planeta, como tampoco en sus clases
altas y medias debido a la corrupción total que las embarga y de lo cual les será muy difícil salir
por sí mismas. Solo queda esperar que se dé un súbito acto de salvación, casi desesperado,
donde surjan los “salvadores de la patria”, que son aquellos que demuestran tener, además de
una mirada preclara de lo que hay que hacer, una férrea voluntad y un espíritu de sacrificio a
prueba de todo, incluso a pesar de las amenazas internas y externas de aquellas fuerzas oscuras
que no quieren que nada cambie, o bien, que cambien pero solo su favor, que es lo vemos que
está ocurriendo en estos momentos.

La constitución del 93 no refleja el nuevo orden mundial


Hay muchas cosas que están cambiando en el mundo y cambiarán muchas más, al punto que ya
no lo reconoceremos cómo era antes. Para empezar, estamos en la era de la desglobalización,
donde las diferentes potencias económicas van a imponer para sus espacios de influencia sus
propias normas y disposiciones acordes con sus intereses, de tal manera que ya no existirá “un
solo mundo”, regido por una ley común, sino varios, cada cual con sus gobiernos, sistemas
económicos, monedas y modos de interrelacionarse. Esto traerá como resultado un diferente
tipo de desarrollo cultural, científico y social, respondiendo al rumbo que cada cultura o
civilización establezca. Tal es el caso de Occidente (ahora denominado así por ellos mismos, en
vez de “el mundo” o “la comunidad internacional”) el cual en estos momentos se restringe
únicamente al ámbito de Europa y EEUU, en contraposición con lo que se denomina como

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Eurasia, que es el área que comprenden Rusia, China y la India, como también lo será más
adelante Latinoamérica.

Pero además de este proceso ya iniciado existen otros en situación de pugna y ambos se llaman
igual: el Nuevo Orden Mundial. En Occidente lo entienden como la renovación del capitalismo
bajo el membrete de Great Resert (Gran Reseteo), que pretende “ponerlo a cero” y así empezar
todo de nuevo, pero con más bríos y sin deudas para los grandes capitales mundiales. Este orden
sería dirigido por la única superpotencia que tendría que existir, EEUU, que fungiría de policía y
juez para que todo camine según lo planeado que es: que los más favorecidos sean los más ricos
y preserven su riqueza y poder el mayor tiempo posible. Para ello es indispensable “crear el caos
universal”, el cual permite realizar los cambios drásticos que, en tiempos normales, no se
podrían hacer. Tal es el caso de la guerra de Ucrania que, si bien no la inició directamente
Occidente, sí la provocó y sirve como excusa para implementar las llamadas “sanciones a Rusia”,
que en realidad no son tales sino las primeras medidas para dar curso a dicho Nuevo Orden
Mundial.

Pero la otra interpretación es la que le están dando tanto Rusia como China, los dos principales
rivales de Occidente. Para ellos el Nuevo Orden Mundial no es otra cosa que la llegada del
mundo multipolar, uno que no está regido por una única superpotencia occidental sino que se
halla dividido entre varios centros de poder. La diferencia entre el primero y el segundo es que,
mientras que Occidente pretende que su nuevo orden incluya la cultura y la occidentalización
de los distintos pueblos y civilizaciones, China como Rusia y los que los siguen separan el
comercio y los negocios del proceso de culturización. Lo que sucede es que en Occidente
entienden que, para ejercer un imperio completo y total sobre los demás, tiene que darse “un
cambio de mentalidad” que abarque tanto las creencias como las sabidurías y emocionalidades,
acción que hoy transmite a través de sus medios de comunicación y entretenimiento.

Sin embargo, el ethos chino y ruso no tienen esa tendencia misionera que es producto de un
cristianismo en su etapa de expansión. La manera de enfocar a la humanidad de estas culturas
es introvertida, es decir, que consideran que el ser humano no tiene por qué pensar de la misma
manera ni actuar en igual forma como sí lo exigen las posturas extrovertidas o invasivas
occidentales. Se trata, entonces, de dos concepciones sobre cómo ejercer una interacción
mutua entre naciones: la una impositiva y la otra participativa. Al menos esto es lo que estas
declaran y manifiestan, cosa que se tendrá que comprobar en la práctica. Hasta ahora no nos
consta a los países pequeños y débiles que tanto rusos como chinos intenten comerciar con
nosotros a cambio de leer sus libros, seguir sus religiones y disfrutar de sus artes. Esto para ellos
es solo un aspecto colateral, no esencial para lo que persiguen, mientras que con Occidente
tenemos una relación de dominador-dominado que nos obliga a que supeditemos nuestra
identidad a la suya, lo cual va desde la ciencia a la filosofía, la religión y a toda su cosmovisión.

Dicho esto, que es indispensable para entender lo que sigue, lamentablemente en el Perú
siempre llegamos tarde a la historia, cuando esta ya ha se encuentra instalada en todo el
planeta. Nuestra intelectualidad, que debería orientarnos, se encuentra anulada debido a la
lucha que hay entre las dos facciones que se disputan el control del país: la derecha tradicional
conservadora y la derecha progresista y renovadora (llamada caviar). La primera es la de
siempre, la de los empresarios primario-exportadores que insisten en seguir haciendo lo mismo
sin ninguna modificación. La segunda, la de las ONG, es la que se alinea con el Nuevo Orden
Mundial occidental y que está en la senda de los demócratas y del Occidente actual. Para
entenderlo mejor, es Trump contra Biden, el que se niega a los cambios y el que los quiere hacer.

La derecha tradicional conservadora peruana, cuyo mejor exponente es el grupo mediático El


Comercio, representa la estructura económica y política de la era de la globalización, la que

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nació con Reagan y Thatcher y que fue impuesta por el FMI y el BM en el año 1993, hace 30
años, durante el primer mandato de Fujimori. En aquella época la globalización era la panacea,
la fórmula mágica mediante la cual el capitalismo encontraba un método para enriquecerse más
allá de lo imaginable gracias a que se “ahorraba” miles de millones en pagos a los obreros
occidentales, enviando las fábricas a las zonas más pobres del mundo con salarios de miseria.
Eso centuplicó las fortunas dando paso a la aparición de multimillonarios famosos y admirados
como los Musk, Gates, Zuckerberg, etc. En los países pobres como el Perú se vio esto como la
lámpara de Aladino y, efectivamente, repletó los bolsillos de los grandes empresarios locales
gracias a Lava Jato, dando origen al boom de la gastronomía ante tanta bonanza.

Pero pasados los años los efectos de la globalización han sido nefastos puesto que, no solo creó
el mayor desempleo en los países más desarrollados, sino que dio paso al surgimiento de China
como primera potencia económica al haberse aprovechado de esta emigración de ciencia y
tecnología. Ello dio lugar a la elección de Trump en EEUU quien prometía hacer a América
“grande otra vez” mediante el “regreso” de las fábricas a su territorio. Esto, por supuesto, no se
cumplió, ya que es imposible, y solo queda responder apelando al viejo recurso de las guerras,
que son las que destruyen las economías y las reconstruyen con otras reglas de juego, que es el
objetivo del Nuevo Orden Mundial occidental.

De modo que en el Perú aún vivimos en el año 93, con la globalización como consigna y con la
creencia que el mundo no ha cambiado ni va a cambiar. La derecha conservadora no puede salir
del dogma de “los inversionistas”, a pesar que ya se sabe que estos no traen dinero sino que
operan con el del Estado, con el del Perú, tal como quedó demostrado con el caso Lava Jato.
Tampoco entienden que el Nuevo Orden Mundial que pretende EEUU exige que en
Latinoamérica no se acepte el capital chino, que es en estos momentos el primer socio comercial
del país, así como que la comercialización no es algo “neutral” como aún pensamos sino que
depende de las vinculaciones políticas que se tengan con las grandes potencias. Para resumir, la
actual Constitución del 93 representa un mundo que ya no existe y que no se adecúa a los
intereses de EEUU ni a la economía mundial desglobalizada, de ahí que necesariamente tendrá
que cambiar sí o sí, pero no por obra de “los comunistas”, sino por intermedio de la derecha
progresista de las ONG, como USAID, que son las que, finalmente, determinan cuál es el rumbo
que debe seguir el Perú. La derecha tradicional conservadora, en ese sentido, tiene sus días
contados y aún no lo sabe.

No confundir izquierda con progresismo (caviares)


¿Por qué los llamados “izquierdistas” de todo el mundo votan siempre por el candidato de
derecha “para que no gane el de extrema derecha”? Es lo que acaba de pasar en Francia donde
ha sido reelegido Macron con el voto expreso de toda la izquierda. Lo mismo ocurrió en Perú
cuando votaron por PPK y recientemente lo repitieron votando por Castillo “para que no gane
Keiko”. Mucha gente que desconoce de política (en el Perú son la gran mayoría, debido a nuestro
malísimo sistema educativo) se deja guiar por los medios de comunicación, que son de
manipulación, donde se dice únicamente lo que sus dueños quieren que se crea. Según estos los
de la izquierda “son comunistas”, una palabreja desactualizada y ya sin sustento en la realidad
(como si un cura de pueblo dijera “son el demonio”), pero lo real es que se trata de “socialistas”,
es decir, de personas que sí creen en el capitalismo y en el sistema actual solo que quieren
reformarlo "para hacerlo más humano”. Una especie de “tercera vía” donde lo que se busca es
que “cambie algo para que no cambie nada”.

Todos los actuales partidos de “izquierda” en el mundo que tienen financiamiento y actividad
son socialistas, no comunistas (de estos habrá algunos que sobreviven a duras penas). Pero en

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realidad el socialismo no es más que una corriente creada por la propia derecha con el fin de
hacer innovaciones y mejoras en el sistema capitalista con la intención de que este se
desempeñe mejor y se adapte a las circunstancias cambiantes del planeta. Quienes se oponen
a los “progresistas” (así definidos porque buscan el progreso del capitalismo) son los de la
derecha tradicional o conservadora que sostienen que “nada debe cambiar porque, así como
están las cosas van bien”. Se podría decir que esto refleja un asunto que es más generacional,
donde “los viejos” siempre están con los conservadores mientras que "los jóvenes” se suman a
los progresistas. Ambos son de derecha, pero los primeros se resisten a los cambios, como pasa
con todas las personas que llegan a cierta edad y no les agrada que les muevan sus objetos de
donde los colocan siempre.

Obviamente que es inevitable que los mayores dejen su lugar a los menores ya que no son
eternos. Si siempre se impusiera la derecha tradicional conservadora el mundo estaría en la Edad
de Piedra, pero lo cierto es que quienes los suceden son los que traen las modificaciones
necesarias para que todo siga caminando como se debe. En el caso del Perú, si los conservadores
de derecha se hubieran impuesto hasta ahora estaríamos viviendo de la agricultura
terrateniente basada en los peones de hacienda. No existiría el Perú moderno ni los grandes
grupos económicos actuales que surgieron como consecuencia de la Reforma Agraria (los
Romero, los Brescia, los Benavides, etc.). Lo mismo en el mundo si es que las revoluciones
francesa y norteamericana no hubiesen ganado; hasta ahora los del viejo continente estarían
acuñando monedas de oro y viajando en barcos de madera.

¿Cuál es el problema? Que a la pobre gente la engañan haciéndole creer que las izquierdas
oficiales socialistas “representan al pueblo”. Esto se debe a que estas elaboran discursos que
aparentan ser en defensa de los menos favorecidos con el fin de ganarse su aceptación, pero a
la hora de llegar al poder hacen transformaciones, pero en favor de los grandes capitales
mundiales para que sean “más productivos y aceptados”. Dicho de otra manera, lo que procuran
los socialistas es que las empresas se vuelvan “democráticas y amigables” y así sus actividades
tengan menos rechazo y más fluidez en el mercado. Para entenderlo mejor veamos lo que pasa
en el Perú.

Aquí las grandes industrias extractivas están en manos de la derecha tradicional conservadora.
¿Qué tipo de explotación realizan? La antigua, basada en una relación verticalista frente a los
trabajadores, vistos como “mano de obra barata”, más una negación de las secuelas ambientales
de sus operaciones. ¿Qué provoca todo esto? Continuas paralizaciones y reclamos por parte del
personal, así como accidentes medio ambientales que generan condenas mundiales, multas,
protestas y perjuicios a toda la cadena de producción. Como en su mayoría son dirigidas por
“viejos” empresarios que “así han trabajado siempre y les ha ido bien” no soportan las críticas
ni menos la idea de “hacer cambios” pues piensan que estos “los van a perjudicar”. A quienes
les invocan a hacer mejoras de todo tipo, tanto sociales y tecnológicas, los llaman “comunistas”
por el solo hecho de que los cuestionan.

En cambio, en los países desarrollados los conservadores se ven obligados a aceptar a


regañadientes que los gobiernos “socialistas” les impongan obligaciones que, a la larga,
terminan por hacerlos más eficientes y solventes. Esta tarea no resulta fácil porque los
conservadores piensan que “no se debe alterar lo que funciona bien”, mientras que los
progresistas insisten en que “quien no cambia se estanca y muere”. Obviamente que el éxito
radica en que ambas posturas se complementan, ya que no se abandona totalmente el pasado
sino que se mantiene aquello que puede alimentar el futuro. Es así cómo el capitalismo ha
evitado estancarse en el siglo XVIII gracias a las fuerzas progresistas que logran hacer entender
a los conservadores que no pueden quedarse donde están puesto que el mundo nunca es igual
que ayer.

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Pero en el caso de los países pobres la cosa es mucho más compleja debido a numerosos
factores, siendo el principal de ellos la pobreza, que determina el bajo nivel cultural de
empresarios y de pueblos. En el Perú, tanto su clase alta o dirigente como su clase trabajadora
son igualmente incultos con respecto a los países desarrollados. Ello explica por qué muchas
cosas no funcionan o funcionan mal, tanto para unos como para otros. Los de arriba, por más
que se esmeran en tener colegios privados “actualizados”, no consigue hacer que sus hijos
evolucionen en su forma de pensar colonial, racista y clasista, haciendo que se inclinen más por
el disfrute hedonista con el dinero de sus padres, sin exigirles una culturización que esté siquiera
a la par del habitante promedio de Europa. El resultado es que heredan los negocios con las
mismas taras y carencias de sus progenitores, sin otro interés que el de conservar sus
patrimonios de la manera que sea. No asumen el país como suyo ni les interesa su destino,
optando por adquirir otras nacionalidades.

Esa mala educación familiar, escolar y universitaria es lo que hace que el Perú tenga una clase
dirigente sumamente conservadora, anticuada e ignorante, que se maneja con criterios e ideas
propias de los comienzos del siglo XX producto del desprecio que tienen por la cultura general
debido al prejuicio de que “quien lee se vuelve comunista”. Si a esto le agregamos el peor nivel
formativo que tienen las clase medias y bajas (cuya más clara expresión es el presidente Pedro
Castillo, un reflejo exacto de lo que es la educación pública del país) lo que se tiene es una
situación de precariedad absoluta en toda clase de asuntos. Un ejemplo de ello es el sistema de
justicia, indispensable para la regulación de toda sociedad, que en el Perú se limita a ser solo un
“quien tiene más dinero gana el juicio”, algo que lógicamente favorece a la clase dirigente que
de esa manera puede ganar todos los litigios con solo poner dinero en la mano de los jueces.
Cae de maduro que quienes menos quieren que esto cambie son ellos mismos.

Esto es lo que hace dura la tarea de la derecha progresista en el Perú, que ve que tiene por
delante a un país anquilosado en la era colonial, aunque con algunas manifestaciones de
“modernidad" externa o aparente (donde el distrito de Miraflores es la mejor muestra), que le
hace suponer a la derecha tradicional conservadora que “el país ya está en la modernidad”
cuando en realidad aún le falta mucho para llegar a eso. ¿Y qué hay de la otra izquierda, la que
combatía al capitalismo para lograr una sociedad socialista o comunista? Todavía sobrevive en
la mente de algunos intelectuales de edad avanzada que se aferran a la idea de que el sistema
se puede cambiar mediante una revolución. Eso hace tiempo que fue desechado por el
socialismo, cuya función principal es más bien evitar que esta se produzca.

Seguimos en la crisis de lava jato


El principal objetivo que se buscaba se ha conseguido: hacer que el país se olvide de Lava Jato.
Es como si un sicario hubiese logrado que la justicia se olvide de él y pueda seguir en las calles
ejerciendo su oficio. Ninguno de los autores del robo más grande del Perú desde la Conquista
está preso. Todos están completamente libres y ganando dinero a costa del Estado como si nada
hubiese pasado. Los miles de millones robados durante más de 30 años se encuentran todos en
los “paraísos fiscales” de Panamá, Suiza y La Vegas, sin que nadie, absolutamente nadie, intente
ni remotamente traerlos de vuelta. Ya están en los bolsillos de los empresarios ladrones y sus
“proveedores” y asesores profesionales y ningún centavo de ellos va a ser invertido aquí. Para
ellos no hay dinero más seguro que el que está en el exterior y que no regresa jamás al país de
donde salió. Porque, a fin de cuentas, todas las “inversiones” que se hacen en este territorio
siempre se realizan con el dinero del Estado, jamás del privado. Ahí está el negocio y esa es la
explicación de por qué Lava Jato es considerado un crimen.

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Y no es exagerado decir que Lava Jato fue, es y seguirá siendo un verdadero crimen pues basta
citar la reciente pandemia, la cual demostró que, debido a este mecanismo de corrupción, el
sistema de salud del Perú fue abandonado a su suerte (con 14 hospitales sin funcionar
construidos bajo dicho “método”) con la consecuencia que nuestro país tuvo el triste mérito de
ser el primer lugar en el mundo en muertos por millón. La relación entre Lava Jato y el retroceso
en este rubro, así como en los de educación y empleo, es más que obvia: a mayor corrupción
menor desarrollo. Hoy el Perú ostenta el récord histórico de tener un 80% de desempleo y
subempleo más informalidad, que es directamente proporcional a los gobiernos que hemos
tenido en las últimas décadas.

¿Por qué decimos que toda, o gran parte de la culpa de lo que está pasando, la tiene Lava Jato?
Porque ello respondió a un esquema delictivo donde lo que se buscaba era las mayores
ganancias privadas posibles a costa del Estado. Esto tiene un nombre más técnico llamado
mercantilismo, que consiste en que la actividad económica de un país está amarrada a cómo el
Estado se vincula con las empresas privadas, priorizando sus intereses por sobre los de la nación.
A fin de cuentas, Lava Jato no ha sido otra cosa que una forma más directa y efectiva de hacer
mercantilismo. Un ejemplo claro de ello fue la educación, que se rediseñó para que sea un
“negocio lícito” en manos privadas y lo único que se consiguió fue la debacle de los colegios y
universidades públicas mientras que los privados eran liberados de impuestos, convirtiéndose
así en máquinas de hacer dinero al libre albedrío de cualquiera que pudiera invertir en ello,
aunque sea sin tener ninguna preparación ni interés por los resultados.

El efecto de dicha maniobra es que hoy el Perú tiene una serie de instituciones educativas
privadas, en su mayoría con niveles más bajos aún que las nacionales, pero disfrazadas de
“eficientes” debido a sus costosas arquitecturas que hacen pensar que, detrás de los inmensos
edificios y pabellones, “existe una mejor educación”, confundiendo la cáscara con el contenido.
Por otro lado, sus gestores, lejos de ser personas interesadas en la elevación formativa de la
juventud, han utilizado estas extraordinarias ventajas para financiar sus seudo partidos políticos
y con ello postular a la presidencia, sin contar con plataformas partidarias, ideologías o
programas. Simplemente se trata de gente interesada en tener el poder absoluto para
incrementar aún más su patrimonio. Este caso se repite igualmente en todos los terrenos de la
vida nacional donde la intervención privada ha sido solo la excusa para expoliar al país con el fin
de remitir las ganancias al extranjero, librándose con ello de cualquier investigación posterior
que pueda arrebatarles lo “legítimamente ganado”.

A toda esta operación mafiosa de desplumar al Perú le han llamado “el modelo”, que niegan que
sea liberal poniéndole el pomposo nombre de “social de mercado”. En realidad, de social solo
tiene el que es la sociedad quien enriquece a los dueños del mercado, pero en la práctica no le
aporta absolutamente nada a esta. Si después de 30 años un “modelo” como este no ha
mostrado ningún resultado tangible y medible en cifras la única conclusión a la que se puede
llegar es que no sirve, pero no sirve a las mayorías, puesto que a las minorías privilegiadas (que
son las que no quieren que se cambie ni se toque) les ha favorecido en mucho, como jamás otro
modelo lo ha podido hacer. La mayor prueba de sus “beneficios” para este selecto y exclusivo
sector ha sido el auge de la “comida gourmet”, que es la forma cómo se hacen manifiestas las
sobreganancias entre los ricos. Ahora comen mejor que nunca, al punto que el Perú es “famoso
por su comida en todo el mundo”, sin importar que también ostente los primeros puestos en
anemia a nivel latinoamericano, junto con los de otras enfermedades endémicas. Es decir, una
verdadera vergüenza humana pero avalada y aplaudida por todos.

Esta crisis, generada por Lava Jato, ha significado una profunda herida que hasta ahora no cierra,
aunque el sistema judicial y la prensa se hayan encargado de convencernos que “ya todo se
superó y los únicos culpables, Keiko y Toledo, está siendo procesados (pues García ya no existe)”.

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Tanto es así que ningún peruano en estos momentos se acuerda de ello, mientras que toda la
culpa de lo que generó se lo atribuyen a Castillo, aquel que surgió precisamente como resultado
de la frustración, la ira y el descontento que ocasionó dicho latrocinio empresarial. Hasta ahora
no quieren admitir (y está prohibido mencionarlo en los medios de comunicación) que Castillo
es un outsider, alguien que, para la clase dirigente, de ninguna manera debería haber sido
elegido. Todo estaba planeado para que ganara aun representante perteneciente a la mafia Lava
Jato, cuyo objetivo era “continuar con el modelo exitoso” y seguir llevándose lo que quedara del
erario nacional. La ambición de los corruptos de saco y corbata estaba desatada y en su punto
máximo.

Pero en su desesperación y creencia que “lo tenían todo controlado” no midieron la gravedad
de la enfermedad y despreciaron los sentimientos del pueblo burlado que venía de enterrar a
miles de muertos como resultado de la ineficacia de un modelo que los llevó a la falta de salud,
al hambre, a la ignorancia y el desempleo. Este pueblo tenía, y sigue teniendo, una cólera infinita
hacia estos personajes, en su mayoría “blancos y de buena presencia”, provenientes de los
estratos más elevados de Lima, que únicamente han sabido estafarlos desde siempre. He ahí la
razón por la que su voto fue por Castillo, un voto de castigo, no hacia él sino de represalia para
que ninguno de los que estaba vinculado a Lava Jato volviese al poder. Ahora es este outsider
quien lo tiene, aunque no sea el más indicado para ejercerlo, pero es lo que la gente eligió para
evitar el regreso de los corruptos. Que Castillo se desempeñe con ineficiencia y corrupción es
otro cantar. Lo cierto es que su elección tuvo un origen que nadie de la clase dominante quiso
ni quiere aceptar.

Hoy nos encontramos ante un escenario distinto, donde dos grandes fuerzas se enfrentan entre
sí por “recuperar” el control del país: por un lado están los corruptos de Lava Jato (los
empresarios y partidos políticos tradicionales) que soñaban con estar en estos momentos
haciendo lo mismo que han hecho desde hace décadas: robándole al Perú, mientras que por el
otro está la derecha democrática internacional, promovida y financiada por las ONG
internacionales (los llamados caviares), quienes buscan convertir al Perú en una parte del Nuevo
Orden Mundial promovido por EEUU. La pugna es tan grande que los dos se repelen entre sí,
puesto que no quieren que el otro suba al poder cuando caiga Castillo. Eso es lo único que
sostiene al actual gobierno ya que, si Castillo dejara de ser presidente, alguna de las dos
facciones querría ser la que gobierne, y eso no lo permitiría la contraria. Estamos, entonces,
atrapados en una ley física donde dos fuerzas de signo opuesto que tratan de ocupar un mismo
espacio se anulan mutuamente.

Castillo o el síndrome de Dorian Gray


No hay cosa que más nos duela que nos digan la verdad. Cualquier insulto que no sea cierto, que
no se ajuste a la realidad acerca de nuestra persona, siempre será solo palabras agravantes,
falsas o mentirosas. Solo cuando estas revelan algo oculto es cuando nos produce una infinita
vergüenza o una reacción violenta. Encararnos con nuestra verdad, con lo que realmente somos,
siempre supone un trauma que, muchas veces, no somos capaces de soportar, como le pasa al
personaje de la novela de Óscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”, al mirar el cuadro donde
figura su rostro tal cual es y no como él lo luce ante los demás. Ese impacto nos puede llevar
hasta perder la razón.

Algo parecido es lo que nos ocurre ahora en el Perú con respecto al presidente Castillo. Los
grandes poderes fácticos y sus opositores tratan de pintarlo como uno de los peores individuos
posibles, resaltando de él lo malo de su aspecto, su personalidad y capacidades. Es como si el
país hubiese puesto al peor de sus ciudadanos en el gobierno, aquel que personifica el nivel más

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bajo en el que alguien pueda caer. No queremos reconocer en él la realidad: que estamos ante
quien representa fidedignamente a nuestro pueblo, a uno que podemos encontrar en la
esquina, en el micro, en el centro comercial o cerca a nuestro domicilio. Porque nadie mejor que
Castillo para decirnos cómo somos los peruanos, cómo hablamos, cómo vestimos, cómo
pensamos y qué somos capaces de hacer y qué no. Él es nuestro vivo retrato, aquel que volvió
loco a Dorian Gray cuando lo vio, esa imagen que lo encarnaba tal como él era y no como
aparentaba.

Y es que los peruanos aún no podemos superar muchas de las taras de la Colonia, entre ellas,
nuestro racismo (oculto, secreto, tapado e hipócrita, pero racismo al fin). Somos una sociedad
que está acostumbrada todavía a dividirnos por “razas”, algo que lo vemos día a día en la
televisión, en los comerciales y paneles, en los eventos sociales y por donde vayamos. Todavía
tenemos la idea de que hay cosas que “son para gente blanca” y otras "para los cholos y demás”.
Ciertamente que lo negamos, lo maldecimos y nos encoleriza que se mencione, pero cada cierto
tiempo sale en los noticieros alguien que persiste en decirle a otro “cholita cualquiera” o “cholo
de mierda”. Y no necesariamente quien lo hace es un “blanco” sino incluso otro cholo. Es que la
noción de “cholo” está incorporada dentro de la categoría de “insulto”, y no solo de descripción
de un nativo o mestizo de las provincias.

Pero no es solo el aspecto físico lo que determina nuestra “clasificación de valores” sino otros
elementos, entre ellos, el origen. No es lo mismo haber nacido en Miraflores y tener dicha
“cultura” (la de un civilizado occidental europeo) que haber venido al mundo en un pueblito de
la sierra. El miraflorino tiene un porte, un comportamiento, una forma de pensar y una seguridad
en sí mismo que no la posee el migrante andino. El miraflorino siempre hablará con firmeza,
dando órdenes a los demás, mientras que el cholito pedirá permiso en voz baja, evitando que
noten su castellano mal hablado y “motoso”. Cuando ambos se expresan a través de la radio las
diferencias de entonación son bastante notorias, y los locutores distinguen perfectamente quién
es el “señor” y quién “el ignorante”, que no sabe ni expresarse. La autoridad en el Perú recae,
entonces, en los se han formado en los niveles sociales más altos, mientras que la sumisión es
propia de los que tuvieron la mala suerte de existir “fuera de la civilización”.

A esto le podemos sumar la cultura, como factor que también discrimina a un peruano de otro.
Quien se formó en un colegio privado limeño, en especial en uno de La Molina o San Isidro,
obviamente que estará más preparado para asumir los conocimientos, así como otras
actividades de tipo social o deportivo. La mayoría de tablistas, tenistas, golfistas o practicantes
de deportes caros provienen de esos centros de enseñanza, quienes también desde su infancia
ya han recorrido medio planeta y saben cómo comportarse en el extranjero, además de conocer
varios idiomas. Se trata, por lo tanto, de la gente “más preparada” para dirigir, para mandar. En
cambio, aquellos que apenas pudieron asistir a una escuelita fiscal, donde en el aula se
agrupaban varios grados de enseñanza, con un profesor que iba una vez por semana, esos
difícilmente podrán desarrollar todas las habilidad físicas y mentales. Apenas podrán
desempeñar labores que requieran el uso de la fuerza física y nada más.

Está demás decir que el señor Pedro Castillo proviene de ese segmento de peruanos que jamás
deberían encontrarse en el lugar donde está por todas las razones expuestas. El problema es
que él es el resultado de lo que es el Perú, de su sistema de salud, educación, organización social
y economía. Así como él es el 99% del país, dejando solo al 1% restante para los pocos
privilegiados que viven en las zonas más acomodadas de Lima, Arequipa y Trujillo, una pequeña
elite de descendientes de europeos que tuvieron la suerte de saciar su hambre y su miseria
viniendo al Perú. Pero, al igual que en los concursos de belleza, donde buscamos “a la más
blanca” para que sea la reina peruana, igualmente creemos que quien debe ser presidente tiene

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que ser aquel que reúna ese estereotipo del “peruano capaz”: un citadino europeo que piensa,
habla y actúa como patrón, un PPK, alguien de “saco y corbata” que “esté capacitado”.

Lo malo es que Lava Jato demostró que los más grandes ladrones y mafiosos del Perú son
precisamente los de “saco y corbata”, que han estudiado en los colegios más pitucos de Lima y
se han graduado en Harvard. Eso precisamente fue lo que llevó a que el pueblo peruano,
después de haber sufrido las consecuencias del “modelo”, que nos puso como el país con el más
alto número de muertos por millón del mundo durante la pandemia, prefiriera elegir a alguien
que fuese exactamente lo contrario a un miraflorino puesto que, por desgracia, siempre en este
se esconde un delincuente astuto, que “se las sabe todas”. Esa fue la razón por la que ganó
Castillo, quien no figuraba en las encuestas de IPSOS una semana antes de la primera vuelta.
Imposible pensar que la izquierda lo hubiese preferido a él en vez de a Verónica Mendoza o
Forsyth, que eran sus candidatos.

Castillo es por lo tanto un outsider, aunque la prensa “miraflorina” no lo quiera admitir porque
sería reconocer que el pueblo los rechazó a ellos, a la “crema y la nata”, a “lo mejor de la
peruanidad”, a los “más inteligentes”, a “los mejor preparados”, a “los más exitosos”,
prefiriendo “al más bruto de los brutos”. Pero en realidad, si votaron por Castillo no fue ni por
sus planes (pues nadie vota por ellos), ni por su “partido” (¿alguien conocía a Perú Libre, al señor
Cerrón?) sino simplemente porque era el único que se parecía al peruano auténtico, a ese que
no figura en los programas de televisión sino en la cola de los obreros o en las marchas de
campesinos; ese Perú que, al igual que Dorian Gray, los peruanos no queremos admitir que
somos. Castillo, con todo lo bueno y lo malo que ello implica, es el resultado de lo que a lo largo
de siglos los mandamases que hemos tenido han hecho del Perú.

Defender a Castillo es defender la democracia


Yo no voté por Castillo. Porque soy miraflorino, blanco y pertenezco al grupo dominante del
país. Y porque, para personas como yo, solo uno de “mi clase” tiene las condiciones adecuadas
para gobernar. Y gobernar significa para nosotros favorecer a los nuestros y a sus negocios.
Punto. Así ha sido siempre en el Perú y así pensamos que tiene que ser. Pero, al margen de lo
que yo piense y opine, fuera de mis prejuicios (que me los inculcaron desde niño sin
preguntármelo) y mis creencias, pienso que la democracia es el procedimiento más justo para
dirigir al Perú. ¿Principista, iluso, teórico de escritorio? No. Simplemente he leído la historia y la
he vivido, desde la época de Prado pasando por Velasco, Morales Bermúdez, Belaunde, García,
Fujimori, Toledo, Humala, PPK y Vizcarra. En todos los casos he notado una cosa específica:
cuando no se respetaron los deseos de la gente hemos acabado en dictaduras o en algo peor
(incluyendo a Sendero Luminoso).

Esto no quiere decir que, como muchos piensan, la democracia sea “la menos mala forma de
gobernar”. Yo creo, por el contrario, que cada nación, cada cultura necesita desarrollar su propia
manera de organizarse, la que mejor le acomode. Por ejemplo, los ingleses quieren seguir siendo
una monarquía (que no está pintada en la pared como algunos suponen) al igual que Arabia
Saudita, mientras que en EEUU prefieren una “dictadura compartida” de millonarios (donde solo
dos partidos pueden repartirse el poder, sin dejar ingresar a nadie más), así como en China las
cosas van bien con solo partido (el comunista). En pocas palabras, cualquier clase de gobierno,
si es la apropiada, es buena para una sociedad. Imponerle a toda la humanidad una sola se llama
imperio, colonización, sometimiento, pues lo que a unos les hace bien a otros los mata, como
pasa con las medicinas.

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En el caso del Perú, donde hemos probado casi todas las recetas, desde la de los conquistadores
pasando por la Colonia, el caudillaje militar, las dictaduras y finalmente la democracia, llego a la
conclusión que, con todos sus defectos y errores (que los resaltó Platón en su crítica) la
democracia es el régimen más conveniente. ¿Por qué digo esto? Porque vivimos en un país que
fue desarticulado y explotado por la invasión europea, convirtiéndolo en una simple cantera y
obraje para su exclusivo beneficio. Esto duró tres siglos, donde la sociedad peruana era racista
y clasista, se dividía por biotipos y niveles sociales y estaba al mando de una aristocracia (los
mejores) que era la única que podía decidir, mientras que las mayorías solo recibían migajas.

Esta situación, para quienes hemos leído la Historia del Perú, generó un sinfín de levantamientos
y revueltas que nunca se detuvieron, ni con la República, puesto que esta solo fue un cambio de
manos, ya que pasamos de la administración española a la administración criolla. Los de abajo,
los cholos, indios, negros, asiáticos, siguieron cumpliendo las mismas funciones que tenían. O
sea, la independencia solo dio voz y voto a la clase media y alta del país. En ella jamás se
contempló alguna igualdad ante la ley para los sometidos quienes continuaron siendo la “mano
de obra barata” de los adinerados y hacendados.

Solo con la llegada de Velasco es que esta estructura injusta terminó al eliminarse la propiedad
terrateniente y establecerse una educación igualitaria donde “los indios” fueron incorporados a
la categoría de “ciudadanos”, algo que a la larga devino en la recuperación de su orgullo e
identidad. La difusión de la alfabetización fue un factor clave para que las grandes masas
ignoradas y olvidadas adquirieran el conocimiento suficiente para poder participar en las
elecciones eligiendo a sus representantes. Pero este camino no ha sido fácil; la primacía de la
clase alta limeña permitía que, con el manejo de los medios de comunicación, pudieran imponer
a los gobernantes que más les convenía. En ello los mecanismos publicitarios fueron
fundamentales para la creación de candidatos que tuvieran las aptitudes ideales para persuadir
a la gente de que “iban a gobernar para ellos”.

Es así cómo llegaron al poder personajes que, apenas asumían la presidencia, dejaban de lado
sus promesas para inmediatamente aplicar todas las medidas favorables a quienes los habían
promovido. De ahí es que surge el refrán de “se sube con la izquierda y se gobierna con la
derecha”, que refleja la estrategia de cómo engañar a los más necesitados. Y esto es lo malo de
la democracia: el permitir que los más astutos puedan conducirla por donde quieren. Sin
embargo, lo bueno de ella es que también da la oportunidad a que, de vez en cuando, el ganador
sea alguien que es el que el pueblo desea, aunque este, que suele provenir de las entrañas de
los mismos electores, no siempre sea el más idóneo.

Esto se comprobó con el caso de Fujimori, quien se entrometió en el rumbo del subalterno de
la más rancia aristocracia del país: Mario Vargas Llosa. Detrás de él estaba la crema y la nata de
los más ricos de nuestra sociedad quienes, desde mucho antes del proceso, se frotaban las
manos por los ingentes “negocios” que iban a hacer a costa del Estado. Pero como la cosa era
tan obvia la población reaccionó y optó ciegamente por aquel que, en ese momento, se
identificaba con las clases inferiores quien, además, se oponía a aplicar las medidas radicales
que promovía el laureado escritor. Lo cierto es que al final, ante su incapacidad para asumir la
responsabilidad que le tocaba (pues Fujimori solo había postulado para el Senado), no le quedó
más remedio que adoptar el plan de Vargas Llosa junto con todos los que lo promocionaban.

A partir de ahí en el Perú hemos estado “buscando un inca”, como decía el historiador Flores
Galindo, alguien que sí refleje el interés del pueblo peruano y no el de su clase dominante. Es
así que han pasado personajes como Toledo (escogido solo por su cara para que PPK pudiera
gobernar detrás de él) y luego Humala, quien también se vendió como “la raza” para luego
terminar siendo un simple peón de la CONFIEP. Pero lo que marcó un cambio total fue la elección

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(forzada y tramposa) de PPK, para luego descubrirse el caso Lava Jato gestado por él. Este fue el
puntillazo que determinó la definitiva desconfianza del poblador en aquellos que se decían
“políticos” pero que no eran más que ladrones de una mafia creada por empresarios.

Ello determinó, no solo la decepción, sino el rechazo del hombre y la mujer de a pie quienes, en
el proceso electoral reciente, vieron cómo los corruptos de toda la vida pretendían perpetuarse
mediante las conocidas tácticas comunicativas (prensa, publicidad, encuestadoras, redes, etc.),
ante lo cual se inclinaron por quien se hallaba al final de la cola, pero que personificaba al típico
peruano al cual constantemente se le han cerrado todas las puertas. Castillo terminó siendo el
nuevo outsider, aquel que no estaba destinado a llegar a Palacio pero que, en vez de entregarse
a los brazos de la izquierda ideologizada o de la derecha corrupta, prefirió mantenerse en el
medio, razón por la cual estos dos extremos desean desesperadamente su caída. Puede que no
esté preparado para gobernar, que no tenga ni el abolengo ni la inteligencia de nosotros, los
miraflorinos, que no sea el que necesitan los empresarios de Lava Jato, pero él encarna la
voluntad popular y, en democracia eso es lo que manda. Si lo sacamos, por las razones que sean,
estaremos demostrando que la democracia, la decisión de las mayorías, nos importa un pito,
señal que no hemos cambiado nada desde la llegada de Pizarro. Y que tal vez seamos peor que
él, que se casó con una andina.

¿Con cuál corrupto estás?


El espectáculo que hoy presenciamos a través de los medios de comunicación se parece a
cuando vamos a una pelea de box y una parte está a favor de uno y la otra del otro. Los que
gustan del boxeador de pantalón azul lo presentan como intachable, correcto, perfecto y un
deportista ejemplar, mientras que el del pantalón rojo es tramposo, incorrecto, incompetente y
un impresentable. Cada golpe que se dan sus seguidores lo interpretan a su manera: los de uno
son “efectivos, bien dados y contundentes”, mientras que los del otro son “ilegales, fuera de
lugar y mal dados”. La gente que sigue el combate desde lejos recibirá las impresiones de la
pelea según el medio que haya escogido, y se llevará una impresión totalmente sesgada de lo
que pasa dependiendo de cómo se la cuenten.

Esta metáfora refleja lo que vemos ahora, donde un grupo de corruptos mayores (que controlan
el país desde hace más de 30 años) tratan de acusar a otro grupo de corruptos menores y
novatos de “corruptos”. Personas que hasta hace poco veíamos acusadas del más grande robo
de la historia del Perú (Lava Jato) se rasga las vestiduras en público “escandalizadas” de lo que
hay en este gobierno. Todos los que cargan con enormes culpas y deudas con el país (por cientos
y miles de millones) arrojan sin ningún reparo ni vergüenza la primera piedra a quienes, por
primera vez, llegan al poder para hacer exactamente lo mismo que se ha hecho siempre. Todos
los empresarios, políticos y periodistas que tienen tremendos troncos en el ojo saltan como
pericos ante la “descomunal paja” que ven en el ojo de “los nuevos corruptos”.

Es decir, la ciudadanía se encuentra en medio de una pelea de mafias, de ladrones, que se


disputan abiertamente el botín que es el Estado. Nos encontramos en una Chicago de los años
30 donde una banda iba y ametrallaba a la otra para capturar “su zona de trabajo”. Porque no
otra cosa se puede decir sobre lo que estamos viviendo. Los que estuvieron en el gobierno
durante décadas robando a diestra y siniestra, violando los Derechos Humanos, regalando el
país a las empresas más tramposas del mundo, fungen ahora de “inmaculados patriotas” que
sufren y dan la vida por el Perú. La bandera, que durante tanto tiempo pisotearon entregando
la riqueza del país a cuanto extranjero se presentara, ahora se envuelven con ella derramando
lágrimas de cocodrilo diciendo que “han mancillado el honor de la patria”.

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El bochorno por esto es tal que no sé si reír o llorar al ver que, los próximos que vendrán después
de Castillo, serán precisamente los mismos delincuentes de toda la vida, los más expertos, los
mejor “preparados”, los autores de Lava Jato y de todos los mecanismos arteros para robarle al
Perú su futuro. Y es que ninguno de ellos está preso ni siquiera investigado. Los cientos de
empresarios, profesionales y periodistas que colaboraron con la corrupción desde la época de
Fujimori están todos libres y trabajando para el Estado. Los mismos medios de comunicación
que ensalzaban a Toledo, Humala, García, PPK y Vizcarra siguen frescamente operando con el
mayor cinismo posible, como si jamás se hubieran beneficiado de los delitos (El Comercio antes
era solo un diario, ahora es un imperio; RPP era apenas una radioemisora en un piso de un
edificio destartalado, ahora tiene el suyo propio; el grupo Mohme recibía dinero de manos de
Montesinos en la salita del SIN y hoy comparte la propiedad de un canal de TV).

De este modo no queda otra cosa que preguntarnos: ¿con qué corruptos nos quedamos: con los
de antes o con los de ahora? Porque si hay algo cierto es que, quienes están luchando contra la
“actual corrupción” no son, de ninguna manera, gente honesta y nueva, sin un pasado que los
condene. Por supuesto que no. La gente realmente limpia y correcta lo que más evita en su vida
es meterse en la política de este país porque sabe perfectamente que hacer eso es meterse en
la cueva de los ladrones, donde quien entra inevitablemente saldrá trasquilado. Esto porque
nuestra política ha sido contaminada de tal manera que, tal como está, no tiene solución. Incluso
hasta los “salvadores de la patria”, como se hizo creer que era Vizcarra, son peores que los que
están. Cualquiera que llegue a Palacio lo hará por ser el más artero, el más astuto, el más
corrupto de los corruptos y estará amparado por su propia gavilla de facinerosos.

Si la gente votó por Castillo fue justamente por eso: por no hacerlo por los que la corrupción
había elegido para hacer “Lava Jato 2”. Los empresarios corruptos se frotaban las manos
pensando que los Forsyth, Hernando de Soto, López Aliaga, Keiko Fujimori o cualquier otro iban
a tomar el poder para así seguir haciendo los “negocios” con el Estado. Ello obviamente el
pueblo, que será inculto pero no idiota, lo notó desde un principio, por eso escogió a Castillo en
la primera vuelta, cuando nadie se imaginaba ni en sus peores pesadillas que tal cosa fuera
posible (Vargas Llosa lo calificó como “un acto de ignorancia”). Lo cierto es que todos éramos
testigos que el gobierno que iba a suceder a Sagasti iba a ser “más de lo mismo”, con la misma
gente de venía desde Fujimori en los puestos ministeriales para hacer los mismos contratos y las
mismas “adendas” para las grandes obras. Todo apuntaba a que la gran corrupción de saco y
corbata se iba a perpetuar, pero corregida y aumentada.

Sin embargo, el plan no resultó, para cólera de quienes ya se veían recibiendo las coimas de las
empresas inglesas y portuguesas (los convenios de gobierno a gobierno que había creado
Vizcarra). Miles de empresarios, profesionales, estudios de abogados, asesores, dueños de
medios, periodistas y políticos estaban listos para disfrutar del festín que se venía, de ahí que la
frustración resultara un duro golpe para sus pretensiones y sus bolsillos. Castillo, un outsider
que, como todos, no estaba preparado para gobernar, se encontró sin saber cómo con una tarea
que excede a sus intereses y posibilidades, algo que es típico en todos los outsiders (Fujimori
resolvió este problema arrimándose al equipo de Vargas Llosa y volviéndose su peón). Es por
eso que con él han subido inevitablemente individuos de todo tipo, desde los que no saben qué
hacer con el país hasta los que, imitando a los empresarios y políticos “de clase alta”, quieren
copiar “sus métodos”.

Por supuesto que esta “imitación” les indigna aún más a los “padres de la corrupción” y a sus
medios como El Comercio. No soportan que otros hagan lo que solo ellos “tienen la potestad de
hacer”, o sea, el colocar a su gente de confianza, realizar contratos en secreto por miles de
millones, vender bonos del país en el extranjero, entregar millones de hectáreas a sus “amigos”,
etc. Eso es algo exclusivo “de ellos”, no de otros. La corrupción de saco y corbata solo la pueden

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ejercer ellos a su manera y para su beneficio, no unos advenedizos que “no la saben hacer bien”.
Esa es la causa de que sus hígados estén tan hinchados. Bueno fuera que su preocupación sea
realmente el Perú, el pueblo peruano, los más pobres y necesitados o los niños anémicos. En
ese caso yo me sumaría a sus “marchas de protesta” como lo hice durante el fujimorato. Pero
como sé que lo hacen solo por sus intereses, por sus bolsillos, y que el Perú les importa un pepino
(y no es casualidad que tengan todos ciudadanía extranjera) simplemente los rechazo y me
aparto de ellos. ¿Nos resignaremos a ver el regreso de los “grandes corruptos” en reemplazo de
los “nuevos corruptos” o haremos algo para que ninguno de ellos “repita el plato”? Veremos.

¿Por qué ganó Castillo?


Pedro Castillo nunca debió haber sido presidente del Perú. No tenía partido, planes ni
propuestas. Tampoco gente que lo respaldara ni un equipo de gobierno. Además, carecía de
oratoria, de preparación personal y de carisma. Igualmente, su campaña no contaba ni con
difusión masiva ni menos con el respaldo de los grandes medios de comunicación. Por último,
pertenecía al sector popular, a la clase social “baja”, con todos los prejuicios raciales y culturales
que ello supone. Estaba claro que no tenía ni una remota posibilidad de triunfar, tal como lo
reflejaban las encuestas una semana antes de la primera vuelta donde no figuraba ni en los diez
primeros lugares de preferencia. Sin embargo, ganó dicha primera vuelta, por encima de todos
los candidatos favoritos tanto de la derecha (Keiko, López Aliaga, Hernando de Soto) como de la
“izquierda” caviar (Forsyth y Verónica Mendoza). Pero a pesar de esta extraña e inexplicable
situación hasta ahora ningún medio, ningún “analista” ni periodista se ha tomado la molestia de
preguntarse lo obvio: ¿por qué ganó Castillo?

Primero descartemos la idea de un “fraude” que solo surgió durante la segunda vuelta y después
de que IPSOS, que primero daba como ganadora a Keiko Fujimori, dijo que era muy probable
que Castillo pasara a primer lugar. Las felicitaciones que se daban los fujimoristas por este “justo
y legal triunfo” se convirtieron en cólera y llanto, con la inmediata frase de todos los perdedores:
“hubo fraude”. Hasta antes de ello el JNE y el proceso electoral entero eran “completamente
limpios” y no había discusión al respecto simplemente porque estaban declarando que Keiko
era la ganadora, pero apenas los datos empezaron a cambiar todo el sistema se convirtió
automáticamente en “corrupto y fraudulento”. Lo cierto es que, si hubiera existido alguna
intención de fraude de parte de los caviares, lo lógico hubiese sido que pasaran a la segunda
vuelta o Forsyth (que contó con el apoyo de toda la prensa bien alimentada por Vizcarra y
Sagasti) o, en última instancia, Verónica Mendoza.

Sin embargo, quien pasó fue un desconocido, un NN, un outsider al que solo se le conocía por
haber creado un sindicato en contra del odiado SUTEP. ¿De dónde diablos salía este individuo
incapacitado y muerto de hambre? Inmediatamente la prensa, el grupo El Comercio, que hasta
ese momento era manipulado y alimentado por el IDL y Gorriti para tratar de desaparecer al
APRA y al fujimorismo, dio un giro de 180 grados poniéndose, súbitamente, la camiseta de Keiko
para evitar “el mal mayor” que era que subiera al poder “un discapacitado”. Mientras tanto, la
derecha progresista (o “izquierda” caviar) se apresuró a intentar “enamorar” a Castillo
amenazándolo con que “si no te apoyamos no vas a durar un solo día”. Allí empezó la guerra
declarada entre las dos derechas que están ahora en franca disputa por apoderarse del Perú.

A todo esto Castillo había subido bajo el manto de un partido que no era el suyo, Perú Libre, que
fue el único que lo acogió en sus “sueños” de ser presidente. Ni en sus más remotas fantasías ni
él ni el señor Cerrón, el dueño del partido, imaginaron que podrían ganar (como pasa con todos
los outsider, tal el caso de Alberto Fujimori, que tuvo que entregarse de lleno a los que
manejaban a Vargas Llosa, teniendo que aplicar el shock que dijo que jamás iba a hacer). Perú

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Libre, un partido de provincia, corrupto como todos los del Perú, puso en jaque a Castillo con la
misma amenaza de los caviares: si no haces lo que queremos te vacamos. Es así que Castillo,
completamente en el aire, no tuvo otra opción que buscar respaldarse en alguna de las dos
mafias que le ofrecían “protección” (al estilo Chicago de 1930) a cambio de hacerles “favores”
en el gobierno. Primero eligió a la derecha progresista (o “izquierda” caviar), pero ante ello vino
la presión de Cerrón y de sus congresistas quienes lo obligaron a desprenderse de esta para
acogerse a la voluntad del mandamás de Perú Libre.

Esta es una descripción muy somera de lo que hemos vivido en el lapso del reciente año, pero
aún no basta para respondernos a la pregunta inicial: ¿por qué entonces ganó Castillo? Y la
respuesta es muy simple pero, a la vez, demasiado incómoda para toda la clase política y
empresarial peruana: porque el pueblo, la gente de a pie, se dio cuenta de la estratagema, de
los planes que maquinaban los corruptos de siempre para regresar al poder. Y es que era
demasiado obvio que la derecha tradicional, la creadora de Lava Jato, quería volver muy
campante al poder para continuar con el sistema, pero corregido y aumentado. Ya los Graña, los
JJC, los IICSA y los Odebrecht, ninguno de los cuales está preso, investigado ni menos ha devuelto
un centavo, se frotaban las manos por las futuras “obras” que iban a hacer a diestra y siniestra
por todo el país, todas bajo el método del sobrecosto, adendas millonarias y pagos ilícitos sin
posibilidad de fiscalización. Los encargados de este “Lava Jato 2.0” iban a ser los López Aliaga,
los De Soto y compañía, cuyo lema era “volvamos a lo de antes”, a hacer lo mismo de siempre
en el Perú.

Pero quienes también hacían planes y festines eran los de la derecha progresista, los “progres”
o la “izquierda” caviar, quienes que habían manipulado a Vizcarra y luego a Sagasti con el fin de
aplicar las “recetas” de las ONG consistentes en el género, el aborto, los LGTB, la ecología y,
sobre todo, la “Open Society” del financista que las respalda y promueve, George Soros, quien
ahora dirige la estrategia de EEUU y Europa para tratar de imponer el Nuevo Orden Mundial y
destruir a China y Rusia, nada menos. Esta facción radical (que hoy está en el poder en
Norteamérica) estaba representada por Forsyth y Verónica Mendoza. Todos estos candidatos
reflejaban la lucha tremenda que hay en estos momentos por apoderarse del país y cuyo
enfrentamiento es el que permite que Castillo hasta ahora no sea sacado de Palacio, pues dos
fuerzas contrarias que chocan se anulan mutuamente.

Entonces la explicación está muy clara: el pueblo peruano no quiso elegir a ninguna de las dos
mafias porque estas solo representan los intereses de los capitales privados o de las ONG
internacionales, pero no así las necesidades de la gente que son muy fáciles de mencionar: salud,
educación y trabajo. Lamentablemente no existe en estos momentos en todo el Perú un solo
partido, un solo político o entidad que piense en el pueblo, en sus requerimientos, puesto que
todos están demasiado enfrascados en su lucha por el poder (incluyendo a la iglesia católica,
preocupada por el avance de las ONG y su ideología “atea”). La prensa, hoy volcada
íntegramente a defender a los políticos corruptos "tradicionales"(los de Lava Jato), no tiene otra
cosa en mente que tumbarse a este “advenedizo” de Castillo, pero el principal escollo para lograr
sus nefastos objetivos son las ONG y la Embajada de EEUU, debido a que el partido gobernante,
los demócratas, desean que haya un cambio de orientación que incluye la “expulsión” del capital
chino del Perú, cosa que la CONFIEP y los mineros no desean (porque China comunista es
actualmente el primer socio comercial del país).

Este es el panorama al que nos enfrentamos que, por supuesto, nada tiene que ver con “la
democracia versus el comunismo” sino que se trata de un conflicto entre derechas por
direccionar al Perú hacia sus líneas, sea la conservadora (con China a la cabeza) o la reformista
(los que están en contra Rusia y su aliado que es precisamente China).

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Nosotros “los blancos”
Este experimento de poner a un cholo en el poder (y encima bruto, ignorante, mentiroso,
corrupto y comunista) es algo que no se debe repetirse jamás en el Perú. Porque el pueblo aún
no está preparado para poner a uno de los suyos en el gobierno. La masa, el peruano de a pie,
si bien es el 99% de la población, todavía está lejos de tener las condiciones y capacidades que
tenemos nosotros, los blancos peruanos con pasaporte extranjero. Porque solo nosotros, que
hemos estudiado en buenos colegios de primera, nos hemos graduado en las más reputadas
universidades de Europa y EEUU y hecho pasantías en las más importantes instituciones
internacionales, estamos en condiciones de ejercer dicha función. Por eso es que es absurdo
preferir a un simple profesor de primaria, aunque no sea un ladrón, a alguien que prácticamente
nació para mandar y gobernar como nosotros.

Algunos nos critican porque hemos hecho Lava Jato y nos hemos embolsicado más de 70 mil
millones de dólares que ahora están en los bancos y empresas off shore de Panamá, Las Vegas
o Suiza. Pero esas son situaciones excepcionales que no se pueden evitar puesto que es la lógica
de los negocios y de las empresas. Un empresario por naturaleza siempre tiende a ganar más, a
hacer más rentable sus negocios, por eso es que, ante la oportunidad que nos ofrecen los
corruptos políticos, es difícil no aprovecharla. Pero si no fuera por estos políticos corruptos estoy
seguro que ninguno de nosotros aceptaría un soborno, de ahí la importancia de escoger bien a
los funcionarios públicos, porque son ellos y solo ellos los principales autores de toda la
corrupción que hay en el país.

¿Qué es lo que necesita en estos momentos el Perú? Pues reactivarse, mover las empresas y el
dinero del Estado que está almacenado sin ser usado. Y eso solo lo podemos hacer nosotros a
través de nuestras empresas constructoras, que son las que hacen los puentes, carreteras,
pistas, reservorios, hospitales y colegios. Hay que entender que lo de Lava Jato y el club de la
construcción ya son cosas superadas, tanto es así que el Poder Judicial, con mucho tino, no nos
ha encarcelado ni estamos con comparecencia ni mucho menos nos han pedido que devolvamos
un centavo. Es que han entendido que, sin nosotros, el Perú definitivamente no camina, no
puede dar ni un solo paso coherente y satisfactorio.

Lo que ahora tenemos que hacer los peruanos es mirar hacia adelante, dejar en paz el pasado y
no detenernos a ver qué se hizo, por qué se hizo o si estuvo bien o estuvo mal. Eso ya fue. Ahora
lo que toca es pensar en el futuro, en las muchas obras que se necesitan hacer con urgencia y
que solo nosotros las podemos hacer bien. Dejemos ya de estarnos hiriendo y acusando entre
peruanos por cosas que están en el olvido, que ya nadie se acuerda. Lo importante ahora es
sacar a ese infeliz serrano de Castillo, que nunca debió estar donde está, y poner en su lugar a
alguien con experiencia y con conocimiento, a uno que tenga la línea y el estilo de PPK, un
peruano superior, inteligente y preparado que fue injustamente inculpado por unos delitos que
hasta ahora nadie ha podido probar ni se probarán nunca.

Tenemos que volver a lo que nos ha hecho crecer. Gracias al actual modelo y a la constitución
de Fujimori es que tenemos ahora una comida gourmet que es admirada y saboreada por los
paladares más exquisitos e importantes del mundo. Esto es algo que no podemos perder puesto
que nos ha dado un prestigio mundial. No hay millonario o poderoso en el planeta que no
reconozca la excelencia de nuestra comida, y esto se lo debemos a este modelo y a esta
constitución que ha producido ingentes ganancias a empresarios peruanos que ahora figuran
entre los más reputados de Latinoamérica. El empresario peruano es hoy mirado con respeto y
admiración por sus éxitos, los cuales se han multiplicado como nunca en estos años recientes.

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Esto, repito, es algo que no podemos perder, y tenemos que seguir por este camino que nos
lleva a sentir orgullo nacional.

Tan luego retornemos nosotros al poder, como debe ser, inmediatamente se reactivarán los
centros mineros, las grandes exportaciones de pimiento piquillo y palta, así como nuestra ya
famosa harina de pescado. Regresarán a los ministerios las personas más honorables y
capacitadas, caballeros y damas todos con Harvard, haciendo más y más contratos con empresas
extranjeras de mayor prestigio. Todo esto beneficiará a millones de peruanos que encontrarán
trabajo como mano de obra en las miles de obras que haremos por todo el país. Y es que el Perú
es generoso en recursos naturales, que es nuestra mayor ventaja, y no podemos desperdiciar
estos dones que Dios nos ha dado. La idea de hacer industrias no es algo que esté destinado
para nosotros; eso está bien para otras naciones que carecen de lo que nosotros tenemos en
abundancia.

De modo que solo es cuestión de esperar con paciencia para que todo vuelva a ser como antes.
Dejemos a la prensa que hoy se está comportando como nunca, imparcial y limpia, objetiva y
neutral, investigando y descubriendo a todos los tramposos provincianos medio pelo que son
los más corruptos del país. Felicitemos a esos excelentes periodistas que le están abriendo los
ojos a la gente para que se dé cuenta que, cuando tenga que elegir, se fije solo en los mejores,
en los que tenemos capacidad, experiencia y conocimiento pleno en vez de estar pensando en
que un cualquiera pueda gobernar a un país tan complicado como el Perú. El pueblo no se puede
equivocar otra vez. Tiene que escoger entre los mejores, entre uno de nosotros que sí estamos
preparados para gobernar. Hay que impedir entonces que nadie que no sea de nuestro entorno
y nivel se presente como candidato. Algún día, cuando el pueblo se haya educado
convenientemente y alcance la cultura mínima como debe ser, quizá pueda elegir a uno de los
suyos, a alguien que se les parezca. Pero hasta que no llegue ese día, si es que llega, solo
nosotros, los blancos, podemos estar en el poder, por el bien del Perú.

Castillo somos todos


Nada es más difícil que mirarnos al espejo y vernos tal cual somos. Preferimos taparnos los ojos
y decir que "los corruptos son solo unos cuantos ignorantes que llegaron al poder mediante el
fraude". Esa es la versión que nos gusta porque de ese modo "quedamos limpios". Los corruptos
son "los otros", no nosotros, la "gente decente". Sin embargo, el caso Castillo más bien debería
darnos a los peruanos "de primera clase" un motivo para reflexionar y pensar qué hemos hecho
con el Perú desde que lo asumimos como legado por los libertadores. ¿Lo hemos mejorado,
hemos elevado el nivel de vida de su gente más de lo que estaba durante la Colonia? ¿Por qué
el pueblo votó por él si había otros candidatos supuestamente "mejores y más presentables"?
Estas y muchas otras preguntas más deberían estar en nuestra mente, haber servido de reflexión
y análisis a quienes dirigen al país. Pero no. Hemos preferido hacer escarnio del ganador y
presentarlo como el responsable de todo lo malo para de ese modo negarnos a admitir nuestra
realidad y nuestra incapacidad para gobernar.

Estas palabras dieran la impresión que yo estuviera con Castillo, que lo defendiera, pero no es
así. Lo que yo defiendo es, en primer lugar, la democracia que, a pesar que es fallida y tiene sus
graves errores y dificultades, es preferible a todas las dictaduras que hemos tenido, tanto
militares como civiles. Defiendo entonces el derecho del pueblo a equivocarse, pero también a
castigar, mediante su voto, a quienes han fallado, a quienes han mentido y han robado, no solo
dinero (más de 70 mil millones con Lava Jato) sino el futuro y la salud de todos los peruanos.
Porque no ha sido el pueblo ni sus elegidos quienes han conducido las acciones ni los pasos de
los recientes presidentes del país sino los políticos que, con los aportes de las grandes empresas

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y el aval de los grandes medios de comunicación, hicieron sus campañas de manipulación para
convencerlo que debían votar por ellos para “solucionar todos sus problemas”.

Pero ¿qué hemos vivido recientemente, en estos últimos 30 años? Lo que hemos visto es que
nos dijeron que “privatizando todo el Perú iba a mejorar, a convertirse en un tigre de América”.
Y ahora ¿en qué estamos? Pues tenemos a un 80% de la PEA (Población Económicamente Activa)
desempleada, subempleada e informal. A todos ellos les han puesto un sobrenombre
rimbombante para que sobrevivan como puedan: emprendedores. Pero eso es falso puesto que
son solo supervivientes, mendigos, recicladores, etc., ninguno de los cuales aporta nada al
Estado ya que no pagan impuestos. Y no solo eso, cuando miramos qué sistema de salud nos
dejó este “modelo privatizador” lo que vemos es que el Perú ocupó el primer lugar en el mundo
en muertos por millón durante la pandemia. ¿Eso se llama mejorar, para eso es que implantaron
dicho modelo: para que se muriera la gente en la calle buscando desesperada un balón de gas?

Y ni hablemos de la educación, ya que después de estas tres décadas la comprensión lectora y


de entendimiento es paupérrimo en todos los niveles; para llorar. Si antes éramos un país con
una Reforma Educativa que era alabada por muchos ahora, con los colegios-chifa y las
universidades-cartón que hay por todas partes, lo que tenemos es uno de los peores sistemas
educativos de la región, si es que no de todo el planeta. En las evaluaciones internacionales
competimos por el último lugar con Haití, mientras que los títulos y maestrías se regalan por
doquier a cambio de unos cuantos centavos. Carecemos por completo de ciencia y tecnología y
todo lo tenemos que copiar. No somos capaces de crear nada y recurrimos al “copy paste”
porque no sabemos pensar por nosotros mismos. De ahí que los programas de televisión más
procaces y vulgares sean hoy por hoy los más vistos por las masas.

Y si de desarrollo industrial hablamos la cosa es peor aún. Requerimos importar hasta el más
pequeño tornillo porque aquí no producimos nada. Al no haber avances científicos ni
tecnológicos es normal que nadie sepa qué industrias hacer, salvo polos de algodón. Y eso a
pesar que sabemos que sin industrias propias estamos atados de pies y manos a lo que nos digan
los mercados internacionales. Dependemos completamente de todo aquello que necesitamos
para sembrar y para construir. Si no nos llegan del exterior las herramientas y los insumos el
Perú se paraliza por completo. Cuando los repuestos escasean o suben sus precios todo lo que
nos costó comprar deja de servirnos y nos quedamos paralizados, sin saber qué hacer. Hemos
caído en la trampa de los exportadores de materia prima (minerales, pesca y agroexportación)
quienes no tienen interés en que el Perú cambie su esencia productiva diciéndonos que “somos
un país rico en recursos naturales y no debemos dejar de extraerlos y venderlos pues de eso
vivimos”.

Pero lo cierto es que un mundo como el de hoy, donde todo se basa en ciencia y tecnología,
quienes no la tienen ni la cultivan están condenados a vivir en una etapa primitiva y de
salvajismo, como cazadores y recolectores que todo lo que recogen de la tierra lo venden al
precio que sea. Y lo peor es que esto, lejos de intentarse cambiar, lo que se quiere es que siga,
que continúe, que la próxima pandemia nos agarre con lo mismo y haciendo lo mismo, sin
capacidad de prevención ni nada. El Perú es un barco a la deriva porque no se quiere modificar
nada, no se desea la modernización, la elevación cultural ni la educación del pueblo. Lo que se
busca es solo “mano de obra barata” para que trabaje en las minas, en las bolicheras y en los
campos de agroexportación. ¿Y el resto de la gente? Que viva vendiendo empanadas, caramelos,
paltas o lo que sea. Nuestra clase dirigente está aferrada con uñas y dientes al pasado, a su
forma de vivir y de ganar plata, y eso es algo que no quiere soltar.

Es por esto y por muchas razones más que en las elecciones la gente, harta, decepcionada, con
familiares fallecidos por un sistema de salud que nunca funcionó ni previó nada, votó por un

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“cualquiera” menos por los candidatos que representaban al Perú de siempre, el de toda la vida,
el de los corruptos de Lava Jato y su prensa cómplice que lo calla todo. ¿Y quién fue el elegido
para manifestar esta protesta, para expresar este “castigo” a una clase dirigente y política que
no ha cumplido con su misión de gobernar bien al Perú? Pues uno que estaba al final de lista,
alguien a quien nadie conocía, a un outsider, para que este, con todas su falencias y limitaciones,
nos dijera en la cara a los que presumimos de ser “peruanos inteligentes” que “es preferible que
nos gobierne un ignorante a un ladrón, porque el ignorante puede aprender, pero el ladrón
siempre será ladrón”.

Por supuesto que Castillo no necesariamente tiene que ser la excepción. Él es un peruano más,
uno como todos, uno que, al igual que nosotros, también cree que la política es “un negocio”,
mientras que todos los que le rodean piensan lo mismo. Porque, así como él supone que la
política es “para colocar a mis amigos y parientes” también lo hacemos los miraflorinos y
sanisidrinos cuando estamos en el poder. Así como él cree que gobernar es “darle las licitaciones
a quienes me dan una coima” lo mismo pensamos los que vivimos bien y hemos estudiado en
los mejores colegios y universidades. Castillo no es “un marciano” ni un “enviado del cielo”: es
el típico peruano con quien nos cruzamos en el Regatas, en el “Astrid y Gastón”, en el Club
Nacional o en el balneario de Asia. Todos pensamos así, todos hacemos lo mismo. Pero lo
importante de esto es que Castillo nos demuestra que no solo nosotros, los seguidores y
admiradores de los PPK y compañía, estamos podridos, sino que también lo está el pueblo, ese
que debimos haber educado y alimentado bien pero que no lo hicimos porque estábamos más
preocupados en enviar nuestras “ganancias” de Lava Jato a los paraísos fiscales. Esta es la
verdad, aunque nos duela.

El racismo nuestro de cada día


La reciente elección de “Miss Perú” no hace más que confirmar lo que vengo diciendo desde
siempre (para cólera de todos los que opinan diferente): que nuestro racismo aún está “vivito y
coleando” dentro de nuestras cabecitas peruanas. La actual “belleza” nacional no es otra que la
hija de un italiano nacida en el Perú pero que vive en EEUU. Ella se une a la larga lista de reinas
de belleza “cholitas” que el país ha tenido como Gladys Zender, Madeleine Hartog-Bell
Houghton, Jacqueline Brahms Flechelle y muchas otras “rubias de ojos azules” que podemos
encontrar a cada rato en cualquier calle de Lima o en los pueblitos más apartados de Puno y
Huaraz. Claro, muchos dirán que “por qué las marginas si ellas también son peruanas, aunque
sean hijas de extranjeros”, acusándome de “racista” al discriminar a gente que tiene todo el
derecho a representar al Perú.

Pero yo no estoy marginándolas ni diciendo que no sean peruanas. Por ahí no va el problema.
Para explicarlo con un ejemplo, es como si en dicho concurso de belleza apareciera como Miss
Japón una negra de 1.80 m, o como si Miss Angola fuese una china o como Miss Finlandia una
pigmea de 1.30 m. A todos nos parecería no solo raro sino traído de los pelos, dado que, si bien
pueden tener dichas nacionalidades, es obvio que no representan a los biotipos característicos
de dichos pueblos. Y es que supuestamente a quien se elige es a aquella mujer que contiene el
ADN y la cultura de la nación de la cual proviene, no a alguien que nació por casualidad o solo
por ser hija de un embajador extranjero. Pero en el caso del Perú, y creo es un caso único en el
mundo, la cosa es totalmente al revés. Aquí elegimos a una representante “de tipo extranjero,
y si es anglosajón mejor” para que sea “símbolo de la peruanidad”. Y ese es el punto a donde
voy.

No se trata de un asunto de perspectiva estética ni mucho menos (pues hay rubias feas y rubias
bonitas). El tema va por el lado sicológico y social. ¿Qué es lo que consideramos “bonito” en el

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Perú? Para ello basta con que veamos durante una hora la televisión local para entenderlo
fácilmente. La imagen que vemos en la pantalla es “blanca o blanqueada” porque es la que,
tanto los dueños del medio como los productores y empleados, tienen como sinónimo de
“bello”. Eso es producto de tres siglos de colonización más dos de República, la cual siguió los
mismos patrones mentales, políticos y culturales donde “la cultura” es por esencia occidental,
la misma de los pueblos que allá habitan.

Es decir, hasta hoy arrastramos la idea de que existen las “razas buenas” y las “razas malas” o
“feas”, de ahí que nadie se sentiría halagado de que dijeran que lo vieron entrando “con una
chola” a una distinguida discoteca limeña. Las “cholas” solo salen en televisión cuando son
caricaturizadas por hombres disfrazados de ellas (la Chola Chabuca, la paisana Jacinta), pero
jamás como “bellas”. A la hora de escoger a una “modelo” o a una presentadora de programas
el criterio es otro: se trata de elegir “a la que se vea mejor” y, lógicamente, las que "se ven
mejor” son aquellas que reúnen las características de una occidental: alta, delgada, clara o
blanca. La “chola” peruana (que es el 99% de nuestra población femenina) es baja, regordeta y
marrón. Ningún vestido “de París” les va a quedar bien a sus cuerpos puesto que son
considerados “inapropiados” para difundir alguna prenda que va a usar "alguien decente”.

Este “racismo oculto” (o como dirían los sicólogos “internalizado”) no es manifiesto


públicamente porque es mal visto ser “racista”, sin embargo, se da en todos los campos de
nuestra vida nacional. Uno de ellos es la política. La sola presencia de PPK como presidente hacía
decir a la gente embelesada que teníamos “un presidente de lujo”. El “gringo” (aunque nunca
fue gringo pues era descendiente de polaco, pero a todo “blancón” le decimos así) era visto
como “un señor muy digno y respetable", como un Belaunde, algo que inspiraba agrado y
admiración en los círculos empresariales más selectos (El Club Nacional, el Regatas, el balneario
de Asia). Pero dicho personaje resultó ser el peor ladrón de nuestra historia desde la llegada de
los conquistadores. Tiempo después surgiría su opuesto: Pedro Castillo, un “cholo serrano” a
quien solo aceptaríamos que ejerza oficios de jardinero, huachimán o cobrador de micro, pero
de ninguna manera de presidente porque eso nos da “mala imagen”.

Desde un comienzo, sin conocerlo ni haberlo escuchado, Castillo ya estaba catalogado como
“ignorante” únicamente por su origen y su profesión de maestro, como millones de peruanos lo
son. La campaña de desprestigio inicial (antes de que se lo investigara) se basó
fundamentalmente en el mismo prejuicio racial y social que enalteció a PPK hasta las nubes “solo
por su apariencia y nivel social”. Ambos casos despertaron nuestros más profundos estereotipos
y traumas heredados tanto familiar como culturalmente. Hasta en los mismos libros escolares
los dibujos de personas que allí aparecen son “blancos occidentales”, al igual que en las películas
pornográficas donde las mujeres más “excitantes” siempre son las blancas y rubias, como
Marilyn Monroe. En los prostíbulos y clubes nocturnos las trabajadoras más deseadas son las
que “se parecen a las gringas”. Como dice el pueblo: “carne blanca es más sabrosa”.

Esto por supuesto nadie lo va a decir abiertamente. Recuerdo en mi remota infancia, en mi San
Isidro natal, cuando con mis amigos (hijos de terratenientes) hablábamos sobre el racismo.
Todos coincidíamos en una cosa: que en el Perú “no había racismo”. Claro, el racismo era solo
en EEUU contra los negros, y como aquí había pocos negros, entonces no había racismo. Ni por
casualidad se nos pasaba por la cabeza que los “cholos” podían ser sujetos de racismo. Y con esa
mentalidad crecimos, tratando bien a los negros (siempre y cuando no se la crean) y negando
que tratemos de modo diferente a los cholos. Esa convicción está muy enraizada en la mente
peruana, incluso entre los propios cholos, a tal punto que ellos y nosotros negamos enfática y
agresivamente que el racismo exista en el Perú, y que solo se trata de “casos aislados ya
superados” lo de la segregación en las discotecas miraflorinas.

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Pero la realidad al final se impone a pesar de todos nuestros complejos (porque los peruanos
somos acomplejados en todo sentido, tanto social como culturalmente) y terminamos
aceptando y aplaudiendo que “una rubia” sea la que represente “a la mujer peruana” porque
no podemos, no soportamos, por más que lo queramos, que una mujer andina sea “bella” o
“hermosa”. Esos conceptos, belleza, hermosura, perfección, los tenemos reservados
únicamente para “las blancas”. ¿La prueba? Pues los afiches de calatas y actrices de cine que la
gente común pega en sus paredes o que figuran en los calendarios, avisos de publicidad, etc. En
ellos se plasma un criterio de “belleza” que tiene un claro sello racial, que es lo que le provoca
al hombre peruano el deseo de poseer a alguien así algún día, siendo esto un sinónimo de
“triunfar en la vida”.

¿Cómo se cura este mal que es como el alcoholismo o la drogadicción (porque los afectados
niegan tercamente que lo padezcan)? Pues con una buena dosis de inteligencia y reformas
integrales que aún el Perú está muy lejos de hacer o siquiera intentar. Y mientras siga esta tara
incrustada en nuestros gustos y patrones estéticos no podremos aceptar jamás que los peruanos
auténticos (no los hijos de migrantes solamente) seamos capaces de hacer algo bueno por el
país. Siempre estaremos supeditados a ese “elemento extranjero” que lo impregna todo, desde
nuestros héroes patrios (en su mayoría descendientes de europeos) hasta los entrenadores de
fútbol pues ante ellos los peruanos nos ponemos de rodillas. Si una selección peruana (de
cualquier deporte) tuviese a un peruano, un negro o un cholo de entrenador los jugadores lo
mirarían de arriba abajo y le dirían: “Tú eres uno como nosotros, por lo tanto, no te mereces
nuestro respeto”. Y es que el ser peruano, típico, como somos todos, es un concepto
desvalorado, sin prestigio y sin categoría, de ahí que preferimos siempre todo lo que venga de
afuera.

PD: Aquí algunos nombres de Mises Perú que reflejan muy bien “la peruanidad” de nuestro
criterio de belleza: Ruth Dedekind Marazzani, Miluska Vondrak Steel, Frieda Holler Figallo,
Lourdes Berninzon Devéscovi, Vivien Rose Griffiths Shields, Karin Lindemann, Jessica Newton
Vasquez-Saenz, Paola Dellepiane Gianotti, Claudia Dopf Scansi, Verónica Rueckner, Liesel Holler,
Karen Schwarz, Prissila Stephany Howard y la actual Alessia Rovegno.

La lucha por el poder en el Perú


Es imposible saber qué está pasando realmente en el Perú si uno se atiene solo a los medios de
comunicación. Sencillamente porque estos ocultan más bien a los dos grupos de poder que
disputan la posesión del país. El grupo El Comercio, un trust de más de 50 medios creado con el
dinero de Lava Jato, sostiene a la derecha conservadora y tradicional, la de siempre, cuyos
máximos representantes son la CONFIEP y los grandes grupos económicos locales que viven
fundamentalmente de la exportación de materia prima. Mientras tanto, el grupo La República
representa a las miles de ONG, financiadas por los estados capitalistas desarrollados,
principalmente EEUU, quienes respaldan a la derecha progresista (la de Biden y la OTAN) que en
el Perú es llamada “caviar” o “comunista”.

La derecha conservadora pugna por volver al mismo esquema del pasado, a seguir siendo el país
de toda la vida exportando solo minería, pesca y agroindustria y manteniendo al Perú como
nación subdesarrollada y pobre, que es lo que les significa a ellos una gran ganancia y beneficios.
En cambio la derecha progresista (que sigue los lineamientos de Soros a nivel mundial, cuyo
mayor representante local es el IDL de De la Jara y Gorriti) lo que busca es insertar al Perú en el
Nuevo Orden Mundial, el cual consiste en desarticular y desaparecer los países tal como están
para reconstituir a la humanidad en base a la llamada “Sociedad Civil”, que son grupos de

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ciudadanos que siguen las normas del nuevo catecismo capitalista internacional, donde la
sociedad de mercado está por encima de toda otra estructura política, social o tradicional.

Ambas fuerzas constituyen un daño profundo al país, pero el mayor lo significa el bando
progresista pues es el que propone la desaparición del Perú, mientras que el primero solo quiere
dejarlo como está: miserable e ignorante, que es la manera cómo ellos se hacen ricos. El
problema con el progresismo es que es el que tiene la batuta de los cambios mundiales: es el
Partido Demócrata (llamado “comunista” en EEUU) y es la OTAN, y lo que busca tal expresión es
que Norteamérica sea la única nación que quede en pie mientras que todas las demás se
convierten en solo “Sociedades Civiles” dirigidas y controladas por Washington. Es decir, en
cuanto a poder económico, social, político y militar el progresismo inevitablemente derrotará a
las derechas conservadoras (como acabamos de ver que ha pasado en Colombia con Petro,
siguiendo a Boric en Chile y a AMLO en México).

En cambio, la derecha conservadora, la de los Miró Quesada, carece de los recursos suficientes
y además de la influencia necesaria para dar un giro a su favor. Las FFAA, antes dispuestas a dar
golpes de Estado, hoy prefieren seguir los dictámenes de EEUU antes que los del Grupo Romero
o Brescia, de ahí que no les hagan el más mínimo caso cuando hablan de “hacer un golpe a
Castillo”. Más bien apoyaron con su “inacción” el golpe a Merino simplemente porque este
representaba a la derecha tradicional, cuando el país ya estaba bajo el control de las ONG
(representadas por Sagasti). La derecha tradicional ha perdido la visión que antes tenía sobre la
realidad mundial debido a que sus “intelectuales” trabajan en su gran mayoría para la derecha
progresista (Universidad Católica, organismos internacionales, EEUU, Europa, ONG, etc.) y se
han quedado únicamente con periodistas asalariados, sin independencia de pensamiento y con
ideas obsoletas y atrasadas de parte de ancianos como Vargas Llosa, Oppenheimer y otros
cubanos de Miami que se quedaron en los años 60s.

Y a todo esto ¿qué hay de Castillo? Este señor ha sido una consecuencia directa de dos
fenómenos que afectaron profundamente en el imaginario del pueblo peruano: Lava Jato y la
pandemia. Con Lava Jato vieron con verdadero asombro cómo las principales fuerzas
empresariales, en alianza con los políticos y la prensa, llevaron a cabo un sistema sostenido de
robo al Estado durante más de 30 años, cuyo monto aún se supone que va entre 30 a 70 mil
millones de dólares, el equivalente a toda la deuda externa del Perú. Esto lo hicieron a través de
varios gobiernos, desde Fujimori hasta Vizcarra, el cual consistía en hacer numerosas obras,
necesarias o innecesarias, con el único fin de sobredimensionarlas y cobrar por ellas la mayor
cantidad de dinero posible. Dichas “ganancias” se encuentran depositadas en diversos paraísos
fiscales (Suiza, Panamá, EEUU, etc.) y hasta hoy no se ha devuelto un solo centavo (ni se hace
ningún esfuerzo por ello).

Pero si bien Lava Jato retrasó al Perú a lo que era hace por lo menos 50 años (desarticuló al país,
lo llevó a un 70% de desempleo, subempleo e informalidad, destruyó la poca industria existente,
elevó la anemia infantil al 50%, puso al Perú en el último lugar de comprensión lectora y
educación en Latinoamérica, etc.) sin embargo el golpe de gracia fue la pandemia, que demostró
que el famoso “modelo neoliberal” de desarrollo había dejado al país en la más absoluta
indefensión contra cualquier enfermedad, llámese TBC o COVID. Perú llegó a ser el primer país
en muertos por millón en todo el planeta, muy por encima de Venezuela, Cuba, Irán, Haití,
Nicaragua o cualquier otro conocido por ser “fracasado”. Ni el más pequeño país de África sufrió
tanto como el Perú, donde la gente corría desesperada por las calles suplicando por un balón de
oxígeno a precios exorbitantes.

Estas dos realidades, una clase social dirigente (con Harvard incluido) ladrona y traidora a la
patria, y un modelo que daba riqueza a montones a los de arriba, pero dejó la peor salud,

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educación y desempleo de nuestra historia, hicieron que el pueblo se inclinara por “castigarlos”
votando por el menos indicado, por el más pequeño y desconocido: por Castillo. Fue así que este
se convirtió en el outsider al mismo estilo Fujimori: sin partido, sin planes, sin gente ni menos
idea alguna de qué hacer con el Perú. Un simple líder sindical cuyo mayor objetivo era pasar a
la historia como candidato y sabotear a sus enemigos del SUTEP, que son de Patria Roja, a
quienes pretende arrebatarles los millones de la Derrama Magisterial. Esa es la realidad de por
qué Castillo se encuentra ahora donde no debería estar. Un monstruo creado por la corrupción
de los empresarios peruanos que siempre han vivido del Estado, del mercantilismo, del robo y
la venta del Perú a los intereses extranjeros.

Entonces, si Castillo sigue en el poder es simplemente porque la lucha, la guerra oculta entre las
dos derechas, hace que los intentos por vacarlo se anulen. Cada vez que una de ellas hace algo
para tal fin y quedarse en su lugar, la otra se mueve para hacerla fracasar. Lo último que quisiera
la derecha conservadora es que salga Castillo y se quede la progresista Boluarte. Lo último que
quisiera la derecha progresista es que tome su puesto la conservadora Alva o alguien afín.
Mientras que no se pongan de acuerdo Castillo seguirá donde está. Pero algunos se preguntarán:
y la izquierda marxista, y los comunistas ¿acaso no existen? ¿Acaso no vemos a Cerrón, a los
cubanos del G2, a los chavistas y bolivarianos apoyando al presidente?

La izquierda real, la marxista comunista sindical y revolucionaria hace muchos años que
desapareció en todo el mundo. El único partido comunista que sobrevive es el chino, y China es
actualmente el primer socio comercial del Perú y es apoyado y sostenido por la derecha
conservadora. Ni cubanos ni venezolanos ni nadie amparan a Castillo en la práctica: el hombre
está solo, únicamente sostenido por la anulación de los que buscan su vacancia. El comunismo
de Sendero es solo un recuerdo, una quimera que los conservadores tratan de endilgarle a los
progresistas, pero en verdad no existe nada de eso. Ya no existe la izquierda de antaño: la CGTP,
el SUTEP, Juntos por el Perú y todos los movimientos de “izquierda” viven del financiamiento de
los progresistas de EEUU y Europa. De triunfar estos inevitablemente el Perú estará en vías a su
desintegración pues no hay intelectual ni político que así lo entienda ni que haga nada para
impedirlo, para nuestra desgracia.

El Perú: inerme ante el embate del mundo


En el Perú no solo no hay intelectuales de altura, sino tampoco existen verdaderos
geopolitólogos. Los pocos que habrá se encuentran en el extranjero o bien trabajan para algún
medio de comunicación u ONG, poniendo sus conocimientos y orientaciones a su servicio y no
en pro de un análisis objetivo e independiente. Lo cierto es que en estos momentos el panorama
global ha cambiado 180 grados frente a lo que se pensaba hasta hace tan solo unos meses. El
mundo que conocíamos era un mundo globalizado y gobernado por la economía, donde EEUU
ejercía un poder omnímodo para decidir qué era lo bueno y lo malo para la humanidad. Hoy
todo eso ya no tiene sentido. La invasión rusa a Ucrania ha representado el primer paso de la
ruptura del dominio del mundo a cargo de una sola potencia y el inicio de uno multipolar, donde
habrá varias de ellas que pugnarán por establecer sus propias “reglas de juego” que ya no serán
las de Londres ni Wall Street.

Esto ha llevado a cambiar ciertos “dogmas” que antes parecían leyes de la naturaleza y del
Universo, como ese que “la economía es la que maneja a la humanidad”. El hecho es que una
economía, sin un respaldo e interés político y militar, es tan solo un simple texto que expone
una serie de normas pero que dependen de la voluntad de quien las quiera cumplir; no son un
mandato que obligue a ningún ser humano a creerlas ni a seguirlas. La economía que teníamos
era una herencia de la Segunda Guerra Mundial y de diversos mecanismos establecidos por

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EEUU para su propio beneficio y el de Occidente en segunda opción. Hay que tener en cuenta
que este sistema, llamado capitalismo o sociedad de mercado, ha sido diseñado exclusivamente
para que quien le saque el mayor provecho de él sea su autor, Occidente, y no así el resto de
“jugadores” que, de antemano, saben que serán los perdedores en dicho “juego”.

Pero ¿qué pasa cuando alguno de ellos decide apartarse del juego porque se siente perjudicado
debido a que este no refleja su verdadero poder ni dimensión, como le sucede a China?
Inmediatamente el “dueño de la pelota” la coge enfurecido y lo acusa de “no respetar las reglas
de juego”, que consisten en que él es quien se lleva la mayor parte de la torta. Ante ello, en vista
que las “sanciones económicas” son solo figurativas o palabras al viento, lo único que cabe es la
opción militar, la de siempre, puesto que esa es la única manera cómo el ser humano aún dirime
sus diferencias y delimita sus intereses y poderes. No existe hasta la fecha otra forma de cómo
la humanidad pueda tolerarse mutuamente y, hasta que ello no aparezca (quizá con una
invasión extraterrestre o la llegada de algún nuevo dios), serán las armas el camino para saber
cuáles serán las nuevas fronteras y cuáles “las nuevas reglas” para comerciar entre nosotros.

Y es así cómo hemos llegado a que el lenguaje actual no sea el de las finanzas, el de los tipos de
interés, el de los contratos o pactos entre gobiernos sino el bélico: cuántos soldados tengo yo,
cuántos aliados me siguen, quién tiene más bombas nucleares, quién se ubica mejor para
lanzarlas, cuántos barcos y portaaviones se posee, cómo está diseñado el sistema de ataques
cibernéticos, etc. Es decir, parafraseando a la Biblia, “hay un tiempo para vivir y un tiempo para
morir, un tiempo para estar en paz y un tiempo para hacer la guerra”. Ahora estamos en ese
tiempo, el de hacer la guerra para ver cómo se reconfigura el viejo mundo que ya no es, ni puede
ser, el actual, donde la consigna es: que cada nación, para obtener su soberanía, tiene que ser
dueña de sus propios recursos, o sea, ser autónoma, para que no les pase como a los europeos
que se han despertado de una pesadilla donde la energía, que no la tenían, los ha convertido en
un continente en manos de rusos o de norteamericanos.

Son estos nuevos conceptos estratégicos: seguridad, soberanía, autonomía, los que van a
determinar el rumbo del futuro humano. Estas serán “las nuevas reglas” de juego que todas las
naciones que quieran sobrevivir como tales (porque habrá un nuevo mapamundi con países que
desaparecerán mientras que otros surgirán de la nada) tendrán que asumir si es quieren
subsistir. Estamos en la era del “gran reseteo”, la de apagar y encender de nuevo la
computadora, de barajar nuevamente las cartas para empezar otra partida. Todo lo que se
aprendió en la universidad, en Harvard, sobre cómo funcionaba el mundo ha quedado
completamente obsoleto. Las “leyes de la economía” que suponíamos sagradas han dejado de
tener sentido para dar paso a nuevos criterios más importantes como la seguridad
multidimensional o los intereses nacionales. Siempre la economía dependió del más fuerte, solo
que no queríamos aceptarlo pues vivíamos dentro de una burbuja, de una pecera, donde se
instauró un sistema artificial que funcionaba siempre y cuando hubiese un poder que lo
respaldara.

Todo esto nos lleva a comprender que los llamados “países productores de materia prima”
serán, a partir de ahora, los nuevos objetivos geopolíticos para las grandes potencias que se los
van a disputar por las buenas o por las malas. Ellas requieren asegurar sus recursos y sus
mercados internos (que serán los más importantes en el futuro) y por lo tanto intentarán suplir
en el extranjero aquello que no tengan en su interior. La pregunta que cae por su peso es ¿qué
lugar ocupa en todo ello el Perú? Y la respuesta es obvia: será una de las presas más apetitosas
para cualquier potencia debido a su ingente cantidad de recursos, su ubicación geoestratégica y
la incapacidad e impotencia de sus habitantes para decidir sobre ello. Ni sus fuerzas armadas
(que viven en los tiempos de la Primera Guerra Mundial) ni menos aún sus fuerzas civiles están
preparadas para afrontar los cambios que se avecinan. La pobreza siempre produce pueblos con

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incapacidad mental y, por lo tanto, con una actitud de sumisión y entrega ante el primero que
le ofrezca a su clase dirigente algunas dádivas a cambio de entregarles el país.

Esta es la cruda realidad a la que el Perú se encamina: hacia la pérdida de su soberanía primero
y luego la de sus más importantes territorios (como ha pasado ya muchas veces) debido a que
no tiene el control sobre ellos. La primera víctima, qué duda cabe, será la selva, que es, no solo
un pulmón, sino la fuente de los más importantes elementos que serán clave para las industrias
del planeta. Desde la mirada de las grandes potencias el Perú es solo dos cosas: selva y metales,
siendo la sierra la segunda víctima a caer en manos foráneas. En ninguno de esos dos ámbitos
hay presencia del Estado sino más bien abandono debido a la mirada “extractivista” de lo que
es un recurso natural que no entiende que, aquello que no explota el propio país, se pierde.

Solo quedará la franja costera, donde radica el 70% de la población en actitud de mendicidad,
hambre y pobreza extrema, y que se esmera en tratar de vivir “como en EEUU”, como si este
fuera el único destino posible para el Perú. Copiar, imitar, parecer, seguir las costumbres y
modas ajenas es lo que suponemos erradamente que es “desarrollo”. Pero la costa es el lugar
menos idóneo y apropiado para sostener la vida de más de 30 millones de habitantes y, además,
esta ya se encuentra en manos extranjeras que sí tienen un concepto claro de lo que es
geopolítica en el sentido de que lo que ellos explotan a la larga será suyo, como pasó con Texas,
que México perdió porque “allí había muchos norteamericanos trabajando”. Ese será el criterio
que el día de mañana argumentarán las grandes potencias y, ante ello, los peruanos, que
tenemos como mayor aspiración ser "extranjeros", lo tomaremos como algo natural ya que “el
Perú es un país pobre y atrasado y yo prefiero vivir como se vive afuera”. Esta mentalidad
carente por completo de patriotismo al final hará que entreguemos, una vez más, al país a las
fuerzas ajenas y que regresemos a la vida colonial que tanto ha extrañado y extraña nuestra
actual clase dirigente.

Entrampados en un “Castillo” de naipes


Mientras el mundo está cambiando aceleradamente y las fuerzas que lo dominan se van
reubicando en un nuevo escenario, en un país perdido en los extramuros de la civilización la
única ocupación a la que se dedican sus habitantes es a cuestionar y a pedir la renuncia de su
presidente. Lo peor es que buscan una quinta vacancia en menos de cuatro años, pero sin saber
a quién van a poner en su lugar, lo cual hace suponer que la crisis continuará y se ahondará aún
más. Es decir, Perú es un país que va a la deriva, sin rumbo ni conocimiento de dónde se
encuentra y, lo que es peor, sin saber lo que le espera a raíz de la lucha entre las grandes
potencias por la conquista de los recursos naturales y los nuevos mercados. La poca
intelectualidad que hay en el país está completamente abocada a la caída del mandatario y no
tiene tiempo ni inteligencia suficiente para entender el tsunami que se ve a lo lejos y que está
por llegar muy pronto.

Cualquiera que suceda al outsider Castillo (algo que los medios parametrados no han querido
reconocer) se enfrentará a una situación para la que nadie aquí está preparado. ¿Qué hacer ante
la llegada de las fuerzas enviadas por EEUU, China, Rusia, India o Brasil desesperadas por
“conquistar” nuevos territorios o defender los que ya tienen? Y es que el Perú, para los ojos de
estas naciones, no es “un país” sino solo “un territorio” muy apetitoso para todo orden de cosas,
en especial, por su selva, el gran tesoro que alberga que no lo usa y que solo lo alquila al mejor
postor. En pocas palabras, el Perú podría vivir sin la selva e incluso sin su sierra y seguiría siendo
lo que es casi sin ninguna modificación. La explicación es que el 70% de su población, la más
activa, se encuentra apelotonada en la costa, alrededor de las grandes ciudades, dedicada en su
mayor parte a la mendicidad o al comercio de menudeo.

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Para el peruano promedio, convencido que lo único que vale es “ser occidental” o vivir como
uno, desprecia por completo la idea de una selva a la que ve como “inútil” y una sierra que
considera “atrasada y llena de gente ignorante”, de ahí que intentar ocupar dichos territorios o
hacerlos habitables es visto como “ir hacia atrás en la historia”. De modo que deja dichos
espacios (los más grandes y valiosos del país) “para los gringos y chinos” que son los únicos a
quienes les interesa esas zonas “no desarrolladas”. La educación recibida, más los medios de
comunicación, le han lavado el cerebro al peruano diciéndole que “tener futuro es vivir como
en EEUU, en grandes y modernas ciudades, llenas de malls y comprando tecnología de punta”.
Cuando uno recorre los llamados “conos” de ciudades como Lima, Arequipa o Trujillo lo que
encuentra es eso: el “sueño americano” en medio de un terral, con televisores, celulares y
automóviles de última generación.

Mientras tanto, los niños que allí viven crecen con anemia, ya que las ollas comunes no alcanzan
para darles la alimentación suficiente. En los colegios les repiten que “tienen que aprender
inglés” y volverse abogados, ingenieros o médicos como única forma de vida posible. Muchos
de ellos, apenas pueden, tratan de abandonar el país para procurar realizar la vida “que le han
dicho que es la mejor”, de ahí la inmensa alegría que manifiestan cuando obtienen “la
nacionalidad” norteamericana. Pero solo están haciendo lo que les enseñaron, lo que les
inculcaron que debían hacer. Esto se refleja día a día en los medios de comunicación, donde el
conocimiento sobre las vidas de “las estrellas de Hollywood” son las “noticias internacionales”
que los noticieros dan entre policial y policial. Al final, ningún peruano sabe qué sucede en el
mundo ni menos qué es lo que el mundo quiere del Perú.

Y lo que el mundo quiere (y va a tomarlo, por las buenas o por las malas) es aquello que los
peruanos desprecian e ignoran su verdadero valor, que son sus recursos naturales. Y es que
mientras el peruano promedio piensa solo en su pequeño negocio de Gamarra o en los dulces
que va a ofrecer en los micros, a sus espaldas las empresas privadas y estatales de las grandes
potencias llegan con gigantescas maquinarias y con una altísima tecnología a extraer todo lo que
hay en el subsuelo, en los mares, en las montañas y en las selvas, cosas que a los peruanos
comunes y corrientes, ni menos a sus dirigentes, interesa. Perú, para los extranjeros, es una
tierra baldía, está “despoblada”. Uno puede recorrer cientos de kilómetros de suelo peruano y
encontrar apenas uno o dos caseríos de gente misérrima que apenas subsiste con migajas. No
hay presencia policial ni militar. Todo ello está destinado por Lima “para su venta o alquiler”.

Y esta situación, en un contexto como el actual, a lo que va a llevar es a que el Perú nuevamente
caiga en manos de quien requiera de estos recursos, así como de su ubicación geográfica, por
ser fundamental para la geopolítica. Sean las flotas chinas, rusas o norteamericanas, todas
navegarán y se posesionarán cada una de una parte del país a fin de afianzar su dominio en
medio de la disputa que mantienen por el control del mundo. Ni los militares peruanos ni sus
líderes podrán hacer nada al respecto, ocupados todos en sus vidas personales y en sus intereses
minúsculos. Los gobiernos que vengan a lo único que atinarán será a “acomodarse con el poder
de turno”, venga de donde venga, manteniendo al país en la misma situación de sumisión y
pobreza a la que ya está acostumbrado. Nadie ostentará un plan propio: simplemente “el Perú
irá a donde vayan los vientos”, como siempre ha sido con cada moda o embate venidos de
afuera.

Mientras todo esto se avizora en el horizonte, en estos momentos los peruanos se desgastan
entre sí en una pelea ridícula por ver quién va a administrar lo que queda del país. Por un lado
están los viejos y ya vetustos conservadores de derecha que insisten, como si estuviéramos en
la Colonia, que el Perú “debe seguir siendo un exportador de materia prima” porque “es su
ventaja” según ellos (ventaja que, por supuesto, nunca ha servido para nada), y por el otro está

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la nueva derecha, la renovadora y progresista, que se guía por las consignas de EEUU y de la
OTAN a fin de convertir al Perú en un enclave de Occidente frente a la “invasión china”, que es
actualmente el primer socio comercial del país. Ambas fuerzas pugnan por “sacar a Castillo” para
tomar el poder y así hacer lo que cada una desea, ninguna de cuyas opciones es en beneficio de
los peruanos sino de sus bolsillos o de sus intereses.

¿Ya todo está perdido, nada podrá evitar que suba alguien que continúe con Lava Jato (derecha
conservadora) o que imponga la agenda de las ONG (derecha progresista)? Solo quedaría una
alternativa, una sola opción que podría evitar que entreguemos el país sin resistencia y hasta
con alegría a manos extranjeras: la conformación de un frente patriótico que asuma al Perú
como propiedad exclusiva de los peruanos y que no esté dispuesto a aceptar las presiones de
las grandes potencias para que nos “sumemos” a sus líneas y seamos una pieza más de su juego.
Este frente tendría que ser un partido patriótico que agrupe en sus filas a los peruanos más
insignes pero que tenga como prioridad central la soberanía y la seguridad del Perú antes que
nada. Es decir, un movimiento que rechace toda tendencia, de derecha, izquierda o centro, que
provenga de intereses económicos, geopolíticos o políticos ajenos y que oriente al Perú de
acuerdo con los deseos y proyecciones de los peruanos con respecto a su país.

Solo con esta actitud, que es la que el mundo está asumiendo ahora (soberanía, seguridad y
autonomía en recursos) es que los peruanos podremos mantener la posesión de nuestro país.
Cualquier otro camino nos llevará directo a la incorporación dentro de un “bloque” que solo nos
verá como “un recurso más” y como su colonia, como una parte de su imperio y de sus
necesidades, perdiendo así nuestra independencia y libertad de acción. ¿Habrá peruanos que
sepan esto y tengan la capacidad de hacerlo? Hasta el momento la respuesta es negativa: todos
están concentrados únicamente a derrumbar el “Castillo de naipes” sin tomar en cuenta en lo
absoluto nada de esto. Si es así, estamos condenados a nuestra desaparición.

¿Volverán las oscuras golondrinas?


Dice el refrán que no hay puntada sin hilo, y esta campaña feroz y radical por sacar a Castillo
tiene un fin específico: que sea sustituido por quienes lo empujan hacia fuera. Pero la pregunta
que flota en el ambiente (y que la mayoría de peruanos no se hace porque han sido adoctrinados
por los medios a decir solo “fuera Castillo” y nada más) es ¿qué viene después de él? ¿Qué es lo
que se está cocinando para cuando se hagan nuevas elecciones, si es que se hacen? Porque todo
eso ya está planificado; nada se deja al azar. Se está trabajando por etapas: primero acusaciones
por todos lados, luego solicitudes de vacancia seguida de una estrategia para que esta se realice
y finalmente la convocatoria a elecciones. Después de eso viene el “escoger” al candidato
adecuado, que obviamente tendrá que ser aquel que la oposición desea. Pero el problema es
que en el Perú existen dos oposiciones y enfrentadas entre sí. Vamos a analizar esto.

Las golondrinas viejas


Las oscuras golondrinas que quieren volver a gobernar el país (los corruptos de siempre del PPC,
APRA, fujimorismo, etc.) lo hacen con una intención específica: seguir con el libreto antiguo
elaborado antes del conflicto de Ucrania, de la desglobalización y del mundo multipolar. Se trata
de las privatizaciones, las “inversiones extranjeras”, las grandes obras (bajo el sistema Lava Jato)
y la continuación del esquema “país exportador de materia prima” para aprovechar el alza de
los precios del cobre, ganancias que, por supuesto, jamás se revierten al pueblo sino que pasan
directamente al bolsillo de las grandes empresas. En eso están embarcadas instituciones como
la CONFIEP y grupos mediáticos como El Comercio, quienes no desean que el Perú cambie ni un
ápice y que los empresarios sigan siendo mercantilistas, es decir, que tengan como único recurso

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para hacer sus negocios al Estado, su principal cliente. Y es que en el Perú quien no negocia con
el Estado no se hace rico. Esa es una ley indiscutible.

Las golondrinas jóvenes


Pero frente a los viejos empresarios y políticos de siempre, que solo saben vivir a costa del
Estado, está el nuevo frente que no tiene raíces locales sino que viene directamente de afuera,
de los intereses de las grandes potencias occidentales. Nos referimos a las ONG, numerosas
organizaciones no gubernamentales que actúan con dineros provenientes de EEUU y de Europa
y que tienen como principal objetivo dirigir y conducir los destinos del país de acuerdo con las
nuevas consignas de la lucha multipolar desatada entre Occidente y las naciones euroasiáticas.
Los intereses de las ONG no son ni hacer negocios con el Estado ni dedicarse a hacer inversiones
u obras gigantescas sino crear conciencia y adocenar al pueblo peruano para que modifique sus
criterios y valores y se convierta en un pueblo “internacional”, o sea, que piense y sienta como
en Nueva York o Londres. Su intención es copar el Estado para el adoctrinamiento e imponer sus
agendas que están directamente relacionadas con la expansión de EEUU y la OTAN frente a la
invasión china (nuestro primer socio comercial).

Estas son las dos fuerzas que ahora pugnan por hacer caer a Castillo y que no lo logran todavía
porque entre ambas se anulan: lo que intenta una lo evita la otra y así están todo el día. La
derecha progresista (llamada “caviar” o “comunista” por la derecha conservadora) procura que
Dina Boluarte se quede de presidenta, pero inmediatamente le abren un proceso para
censurarla y que se convoquen a elecciones. Luego sale Sagasti con una “fórmula” para que los
congresistas no se vayan y que solo caiga el Ejecutivo (con el fin de que apoyen la vacancia),
pero rápidamente es acusado de intentar una maniobra chantajista. Mientras tanto Castillo (que
de comunista o izquierdista no tiene nada, como se puede comprobar) queda flotando entre
estos dos fuegos, en un curioso equilibrio que nadie imaginó que pudiera darse.

Lo cierto es que, de haber nuevas elecciones y que no se quedara la vicepresidenta, solo hay
tres candidatos posibles para ganar: López Aliaga, Urresti y Forsyth. La posibilidad de que gane
otro “outsider” como Castillo (alguien que no figure en las encuestas pero que sea elegido por
“la ignorancia” del pueblo, como dice Vargas Llosa) será eliminada desde un principio evitando
que cualquiera que no sean “los elegidos” por los Miró Quesada y las ONG puedan postular.
Ante este panorama (y teniendo en cuenta que el 80% de la información la controla el grupo El
Comercio) lo más probable es que gane López Aliaga, el fujimorista (el tren que posee se lo
regaló Fujimori a cambio de Dios sabe qué favores). Este individuo, que no tiene la menor idea
de lo que es la política ni el Perú, a lo único que podría atinar es a favorecer lo más posible a las
grandes empresas y a repetir Lava Jato, pero esta vez corregido y aumentado, sin ninguna
investigación posible y con contratos mucho más “seguros” que parezcan “totalmente legales y
justificados”.

Solo así López Aliaga, teniendo como aliados a los medios de comunicación (bien alimentados
con mucha publicidad estatal anunciando “la reactivación” del país), podría convertirse en “el
salvador” de las empresas peruanas que volverían a tener al Estado como su principal
proveedor, comprador y contratista para que recuperen así “lo perdido” durante la era Castillo
(que no les concedió ningún contrato a ellos sino solo a sus amigos). Obviamente que la
corrupción de los empresarios de saco y corbata es del orden de los miles de millones y no de
miles, como la corrupción de Castillo. Todo esto será “tapado” por El Comercio y los demás
medios, de modo que nadie se enterará (por lo menos durante muchos años, como lo fue el
primer Lava Jato que salió a la luz en EEUU y no en el Perú). Pero esta especulación es en el
supuesto de que ganara la derecha conservadora con López Aliaga. ¿Y si ganara la derecha
progresista?

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Si ganaran los “caviares” o las ONG (con el apoyo de USAID y la Embajada de EEUU, que no es
poca cosa) lo que harían sería tratar de desligar al Perú de sus relaciones comerciales con China,
que es el primer interés de la OTAN para Sudamérica. Recordemos que la agenda de estas
organizaciones no es el Perú sino cómo EEUU pueda “recuperar” la hegemonía perdida en su
“patio trasero”, por lo que todo lo que haga un gobierno caviar será reinsertar al país dentro de
la órbita occidental, procurando entregarles todas las concesiones y sus recursos a las empresas
norteamericanas y europeas mediante contratos “de Estado a Estado”, sin corrupción de por
medio. La corrupción será mínima puesto que el objetivo de un gobierno progresista no es
enriquecer a sus líderes (pues todos son piezas de un mecanismo geopolítico) sino implantar los
intereses de las potencias occidentales, poniendo una barrera firme a la inversión asiática.

Ni la primera ni la segunda opción (que son las únicas que existen hasta el momento) serán para
bien del Perú. Con la primera volveríamos a ser el país pobre y exportador de materia prima bajo
el mando de la misma cúpula de cuello y corbata que lo ha gobernado toda la vida, desde los
inicios de la República. Sería como regresar a los 60s o 70s del siglo pasado, que es como ellos
piensan que debe ser el país. Pero con la segunda el Perú sería también el mismo de siempre,
solo que bajo la inversión y tutela directa de los EEUU y la OTAN, configurado como un “país-
enclave” dentro de la lucha geopolítica mundial, cuyo fin es ver quién se apodera de más
recursos y mercados. Hay que tener en cuenta que para las grandes potencias el Perú es solo
"un lugar rico en recursos naturales”, como la selva y la sierra, para ellos prácticamente
despobladas. Y realmente lo están, puesto que el 70% de su población vive mendigando en la
costa y considera que dichos espacios son "inútiles y atrasados”, que solo interesan a los
extranjeros pero no a quienes ansiamos vivir en ciudades modernas y desarrolladas.

Lo más probable, si es que algunos peruanos no reaccionamos, es que inevitablemente el Perú


pierda el control y la posesión de su selva y de su sierra y se quede únicamente con la costa,
donde vivirá su esmirriada y famélica población que tiene, como único sueño y aspiración en la
vida, el largarse del país para obtener la ciudadanía norteamericana.

Necesitamos otra clase alta


Ya lo dijo Basadre y lo reafirmó Vargas Llosa: la gran desgracia del Perú ha sido no tener una
clase alta y dirigente que sepa hacer patria. Y esto viene desde el origen, desde que los ejércitos
libertadores (extranjeros todos) invadieron la colonia española llamada Perú para
independizarla a la fuerza, ya que el plan era que toda España perdiera sus colonias americanas
y, con ello, Inglaterra quedara como la única potencia hegemónica. Quienes heredaron la nueva
república llamada Perú no tenían idea de qué es lo que debían hacer con ella y menos aún la
tenía el pueblo al que jamás se le explicó qué sucedía. La independencia nos cayó como un rayo,
de un momento a otro, y la población se encontró abandonada por sus antiguos administradores
hispanos para caer en manos de criollos que asumieron ese legado como si de un botín se
tratase.

Ideas como libertad, democracia o industrialización, que ya se venían dando en Europa y en


algunas nuevas naciones de América, eran completamente extrañas en una tierra que venía de
ser un incanato para pasar a ser un virreinato. Los nuevos administradores, que habían sido
gente de segunda clase, pasaron automáticamente a conformar la nueva clase alta y dominante,
cristalizando así sus sueños y frustraciones producto de la preponderancia que tenían los
peninsulares sobre ellos. Esta situación no fue desaprovechada y simplemente optaron por
sustituir a los españoles haciendo los mismos oficios y trabajos de estos, es decir, manteniendo
el sistema productivo tal como estaba, exportando materia prima y obrajes al viejo continente.

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Pero como suele suceder en toda nación que recién comienza sin tener un plan ni un método
establecido, las disputas entre estos nuevos ricos y poderosos no se hicieron esperar. Cada
grupo económico velaba por sus intereses particulares y pretendía acomodar al Perú de acuerdo
a ellos. El único referente que tenían era “lo que se hacía en las naciones ricas” y no había otra
opción que copiarlas exactamente. Se implantaban leyes y disposiciones que procuraban
convertir al país en un remedo de Francia o Inglaterra, lo cual carecía de un sustento real que
impedía que funcionaran, salvo en ciertos lugares de la capital donde se vivía como si se
estuviera allá. El Perú era un país que permanecía siendo colonial, pero con un gobierno que ya
no lo era, lo que provocaba un sinsentido y un caos total.

Así, en medio de ese desorden descomunal con revueltas permanentes, asonadas militares y
parodias de democracia, el país se fue desarrollando de manera anómala, tal como lo hacen sus
grandes ciudades. El centralismo permaneció intacto y, con él, la primacía del grupo dominante
instalado en Lima. Se gobernaba de espaldas a la población, solo en función de los negocios de
las grandes familias propietarias de minas o de fundos. La participación popular solo se hacía
presente como soldados o como peones, siendo duramente reprimido cuando se levantaba en
son de protesta contra los abusos de los patrones de hacienda. Este panorama fue lo que
configuró la llamada clase alta peruana, criolla en un principio, pero después mezclada con la
ola de migrantes que llegó al Perú a raíz de las hambrunas y guerras que azotaban a Europa.

Fue a comienzos del siglo XX cuando numerosos ciudadanos italianos, españoles y alemanes en
su mayoría llegaron en pobreza extrema a un país que los recibió con una acogida que ellos no
se esperaban debido al racismo propio de la sociedad peruana, que casi no había cambiado en
nada. Los privilegios estaban reservados únicamente para quienes detentaban las características
más europeas o blancas, descendiendo conforme se oscurecía la piel hasta llegar a los extremos
finales que eran los andinos oriundos y los negros. Estos recién llegados, a pesar de ser pobres
campesinos o artesanos de clase baja, eran blancos de ojos y pelo claro, y por ello encontraron
un lugar preferencial dentro de la estructura social local. Además, venían con conocimientos
laborales que eran aún extraños en el Perú, lo cual les daba una ventaja diferencial con respecto
al mestizo que solo sabía desempeñarse según lo que la Colonia le dejó.

Fue así cómo nació la actual clase alta peruana, una mezcla de criollos de segunda con migrantes
de tercera, todos disfrutando de un sistema que les permitía tener a su favor las leyes y la
primacía para todo tipo de negocios y cargos. Como este esquema racista nunca se superó,
quedó la costumbre que “los de arriba” se diferenciaran de “los de abajo” por su biotipo racial,
por su blancura mediterránea o nórdica (que no es la misma que la de los cajamarquinos u otras
variantes). Pero no solo lo era por el cuerpo sino fundamentalmente por su forma de vivir, por
sus indumentarias, artefactos, costumbres, creencias y valores eminentemente europeos. Y es
que las clases altas se diferencian de las bajas no solo por el dinero (que puede no haberlo) sino
principalmente por el estilo de vida, que viene a ser tal como se lleva en los países desarrollados.

Esta situación tuvo por resultado que países pobres como el Perú se mantengan como están:
congelados en el tiempo. Porque si bien formalmente somos una república, una democracia,
funcionalmente, operativamente, seguimos siendo una colonia, en especial, porque nos
seguimos considerando “un país exportador de materia prima”, que es lo que las caracteriza.
Solo cuando una nación se industrializa pasa a una segunda etapa que es la de la elaboración de
productos con valor agregado, convirtiéndose así en desarrollada. Sin embargo, nuestra clase
alta (que es la que financia a los políticos para sostengan sus intereses en el Estado) prefiere
seguir viviendo en las mismas condiciones anteriores, que es lo que les ha permitido obtener los
privilegios de los que ahora gozan. Cualquier cambio, por pequeño que sea, siempre es visto
como una amenaza ya que pueden empoderar a la “clase baja” o “mano de obra barata”, con lo
cual las ganancias disminuirían ostensiblemente, así como el control del Estado.

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Eso explica por qué mantener al Perú en el mismo estado de pobreza en el que se encuentra es
parte de la rentabilidad para la clase alta. Si los sueldos o salarios fueran más altos o similares a
los que se otorgan en otros contextos ya no habría superávit posible, ni en las minas, ni en los
campos ni en ningún otro rubro. Si los trabajadores fueran especializados o técnicos la exigencia
de salarios y derechos sería mucho mayor, por ello invertir en industrias significaría un esfuerzo
muy grande con escasos resultados, dada la competitividad extranjera. Lo más cómodo sigue
siendo la extracción de recursos naturales y su venta al peso, ya que para eso no se requiere de
ninguna especialización. El resultado de todo ello es que el Perú tiene una clase trabajadora mal
pagada y, por lo tanto, inculta y pobre, impredecible y levantisca.

¿Cuál es la solución? Esta cae por su peso: necesitamos otra clase alta, una realmente lúcida,
que entienda que vivir a costa de un país empobrecido no lleva más que a convulsiones sociales,
revoluciones y subversión, algo que a la larga la termina afectando también a ella misma.
Recordemos que con Velasco sus antepasados perdieron casi todo lo que tenían a raíz de una
necesaria reforma agraria. Por lo tanto, el Perú requiere de una clase dirigente que
primeramente sea patriota, que ame al Perú en vez de venderlo a los extranjeros. Una que haga
industria, que comprenda que sin brazos sanos e instruidos no se puede fabricar nada, que sin
un sistema político sólido y estable no se logra ningún proyecto por bueno que sea, que sin una
justicia que haga respetar las reglas de juego cualquier ladrón y corrupto puede hacer lo que le
venga en gana, que sin valores, principios y dignidad esta clase se convierte en la dueña de un
grupo de esclavos que, en cualquier momento, sacarán su cuchillo para liberarse de la
explotación. En fin de cuentas, necesitamos una clase alta patriota y no una traidora e incapaz,
como la que tenemos ahora y que siempre hemos tenido.

Después de Castillo será peor


Venga quien venga, pongan a quien pongan, la situación del Perú no va a mejorar sino todo lo
contrario: se van a agudizar todos los problemas, desde los más antiguos (desigualdad, racismo,
clasismo, corrupción, exportación de materia prima, etc.) hasta los más nuevos (la pelea mundial
por la conquista de recursos naturales y mercados entre la OTAN y los BRICS que arrasará con
los países más débiles e inermes). Y eso se debe a que, hasta el momento que escribo estas
líneas, no existe nadie en todo el país que represente una posible solución o respuesta al
tsunami internacional que se viene y que va a dar el golpe de gracia al desbarajuste que es hoy
nuestro querido y vilipendiado Perú.

La única solución real, pragmática y efectiva, que tendríamos para salvar a la patria sería que
suba un partido político que no sea ni de la derecha conservadora ni de la caviar, como tampoco
de la ya desaparecida izquierda marxista. Este partido tendría que estar conformado por gente
de todos los niveles y extracciones sociales sin distinción, y que tenga como único norte
suspender, por esta vez al menos, todas las pretensiones y requerimientos particulares y
gremiales para realizar una acción conjunta en vías a evitar que las grandes potencias nos
arrebaten nuestros dos más grandes tesoros: la selva y la sierra (la costa, donde vivimos la
mayoría de los peruanos, es de poco interés para ellos). Obviamente que la agenda sería en
primer lugar poblar y llenar de peruanidad estos dos espacios que están en realidad
completamente despoblados y deshabitados, excusa perfecta para que los perdamos
(recordemos que México perdió Texas porque allí había “mucha inversión norteamericana”).

Pero si echamos una mirada al panorama político actual, a los supuestos “partidos” que
tenemos, la respuesta es negativa. Todos son solo guaridas de ladrones, donde manda un
caudillo que es el que pone la plata y lo vende o “alquila” al mejor postor durante las elecciones.

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El resto de tiempo dicho “partido” no existe, no tiene militantes ni actividad alguna. Con lo único
que cuentan es con la inscripción ante el JNE. No les interesa más puesto que hacer una política
auténtica y veraz, basada en ideas y principios, es un absurdo en un Perú lleno de gente
ignorante que solo ha sido educada para ser mano de obra barata para la minería, la pesca y la
agroindustria. Hacer algo más por el pueblo sería atentar contra los “intereses” de estas
empresas que necesitan que sus trabajadores sean “los más baratos posibles”. Eso explica por
qué la educación jamás se ha tomado en serio porque les otorga derechos y eleva los costos de
los trabajadores, quebrando así la "ventaja” que se les ofrece a los extranjeros que “vienen a
invertir”, pero con la plata del Perú.

Es decir, los actuales partidos políticos son tan solo simples cascarones usados para defender
requerimientos empresariales o particulares, en especial los de las grandes empresas de la
derecha conservadora, cuya única ambición y deseo es regresar a un Lava Jato 2.0, corregido y
aumentado, porque es lo único que les da plata y pone sus cifras en azul (en el Perú la corrupción
de cuello y corbata es vista como “la correcta” porque la hacen los grandes empresarios). Pero
por el otro lado están los políticos financiados por las ONG (los caviares) que tienen un objetivo
muy claro que es adecuar el país a los intereses de EEUU y la OTAN, preocupados porque el Perú
tiene como socio principal al capital chino, aliados de la derecha conservadora de la CONFIEP y
el grupo El Comercio. Los caviares necesitan tomar el control para “expulsar” a dicho capital
asiático y colocar en su lugar al gringo.

Esto les preocupa a los conservadores porque los progresistas no hablan de dinero sino de
geopolítica y de cambios en las “estructuras” del país, cosa que incluye quitarlos a ellos del poder
en todo sentido, tanto en lo económico como en lo social. Las ONG lo que buscan es “reeducar
a la juventud”, cambiarles el chip, hacer que piensen de otra manera e imponer un capitalismo
“moderno”, de “avanzada”, como el que se da en EEUU y Europa. Estamos hablando de un
sistema sin patriotismo, totalmente extranjerizante, desculturado y desperuanizado. La idea
central del progresismo es “desaparecer las fronteras” y rediseñar la geografía política del
mundo. En el caso de Sudamérica, lo que se quiere es agrupar varios de los actuales países en
uno solo bajo el control directo de Norteamérica. Esto, sorprendentemente, no les mueve ni un
dedo a nuestros militares, que parece que ignoraran todo por completo.

En pocas palabras, después de Castillo debe venir, o un representante del club de la construcción
con más obras y más contratos “asegurados” para que no sean fiscalizados (pues lo que no se
fiscaliza no puede saberse si es corrupto o no, como pasó con los Juegos Panamericanos, donde
no se pudo investigar qué tipo de corrupción se hizo ya que estaba prohibido “por el contrato”),
o bien un representante de la derecha caviar progresista que será la continuación de Sagasti,
dando énfasis a todo lo que sea género y educación, dejando de lado el aspecto económico y
cualquier proyecto de industrialización (tengamos en cuenta que ninguna ONG que hay en el
Perú se dedica a la ciencia, tecnología o industrialización; todas son solo de “ayuda a los pobres”,
que no es otra cosa que crear una dependencia eterna).

Estos son los mandatarios que tendríamos después de Castillo, salvo que ocurra una revolución
o, como ya dije, que gane un partido que hasta ahora no se conoce y que esté constituido
totalmente por patriotas conscientes de la barbaridad que se quiere hacer con el Perú. Claro, lo
que va definir cuál es “el mejor” será lo que diga la prensa; si sube un caviar, los medios de los
Miró Quesada lo convertirán en el más corrupto de nuestra historia, peor aún que Castillo, lo
cual obligará a que les quiten todos sus privilegios e ingresos a dicha familia y finalmente tengan
que vender a una empresa norteamericana como la CNN (y ese es el plan, puesto que dicho
grupo realmente es un estorbo para el progresismo mundial debido a su mirada obsoleta y
trasnochada, congelada en el anticomunismo del siglo pasado). Pero si sube un PPK (o algún otro
blanquiñoso de San Isidro) el monopolio ilegal de El Comercio lo presentará como "el salvador

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de la patria”, cosa que no durará mucho puesto que los caviares movilizarán contra él a todas
las provincias para que “invadan Lima” a base de marchas, protestas y tomas de carreteras y
centros mineros. El Perú será un caos total y, por lo tanto, será ingobernable.

Es decir, la guerra que se viene entre las dos derechas, la antigua y la nueva, va a ser a muerte,
y los únicos perdedores seremos todos los peruanos, ya que ninguna de estas dos mafias piensa
en el Perú sino en sus propias agendas. Ello nos lleva a pensar que, ante tal situación sumamente
grave, los militares deberían dejar de lado su legal neutralidad para tomar partido por el Perú,
por los intereses de la nación, no de los ricos ni de los extranjeros de las ONG. ¿Se atreverán?
Quizá solo si el nuevo partido patriótico mencionado los invitara a formar parte de un frente
dirigido por civiles. La consigna sería ponerles a estas dos fuerzas condiciones para seguir
operando en el país; si no se avienen a las nuevas reglas de juego, donde el Perú sea el primer y
principal ganador, sencillamente no se les dejará continuar. Y es que la situación es sumamente
grave, aunque los que solo leen titulares piensen que “cuando caiga Castillo seremos felices y
comeremos perdices”. Pero esa actitud tristemente ignorante ha sido una constante en nuestra
historia, prueba de ello es que hasta ahora ya hemos tenido cuatro presidentes en cuatro años,
y con Castillo serían cinco. En el Pentágono llaman a esto “país fallido”, naciones cuyos
habitantes no tienen la capacidad para gobernarse a sí mismos ni para realizar nada serio en sus
territorios.

Por qué no pueden vacar a Castillo hasta que no salga Dina Boluarte
El peor error de la vida que cometería la derecha conservadora (CONFIEP, El Comercio y el
fujimorismo) sería vacar a Castillo y dejar de presidenta a Dina Boluarte. Porque sencillamente
con eso cavarían su tumba ya que esta vendría con todas las ONG, la Embajada y la OTAN juntas
a tomar por asalto al Perú. A esta derecha progresista (que es financiada desde el extranjero
pero que aquí ignorantemente llaman “comunista” o “caviar”) lo único que le interesa es
incorporar al Perú a la órbita norteamericana y eliminar la inversión china, el actual primer socio
comercial del país (que, irónicamente, está respaldado por los empresarios peruanos, a pesar
de ser un “régimen comunista”, pero para el dinero no hay ideología que valga).

Con Boluarte en el poder no habría fuerza que la saque puesto que esta colocaría a la gente más
capacitada de las ONG (que son los mejores) y no existirían acusaciones de corrupción ya que
son personas excelentemente remuneradas en miles de dólares y que siguen las consignas de
sus instituciones, quienes imponen una agenda que nada tiene que ver con los intereses del
Perú. Estamos hablando entonces que se daría un cambio radical en temas como la educación,
que formaría a los futuros peruanos “con otra mentalidad”, más acorde con el capitalismo
internacional y sin ningún patriotismo. Lo cierto es que la derecha conservadora se ha quedado
en los años 60s del siglo XX, pensando solo en exportar materia prima y en acusar a todos sus
enemigos de “comunistas” sin entender por dónde va el mundo de hoy.

Pero también cambiarían las reglas de juego en la economía y empresas que ejercen monopolios
de manera ilegal, como el grupo El Comercio, tendrían que sujetarse a la ley, lo cual ocasionaría
una irremediable crisis en la familia Miró Quesada, viéndose obligados a vender. El comprador
indudablemente sería alguna cadena como la CNN, aliada de los demócratas. Igualmente, las
reglas de inversión darían un giro de 180 grados pues se “revisaría” toda la inversión china, en
especial en minería, donde indudablemente se establecería una suspensión de contratos,
acorde con la lucha entre la OTAN y los BRICS por capturar los recursos y los mercados de todo
el planeta. Esto haría que organismos como la CONFIEP, hasta ahora todopoderosa, tengan que
reprimirse y cerrar la boca, dejando de lado sus reclamos y pretensiones de volver a hacer un
Lava Jato 2, como es su sueño.

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Estas son solo algunas de las primeras acciones; para entender qué vendría después tenemos
que acudir a varias fuentes, entre ellas, los recientes discursos del Secretario de Estado de EEUU,
las declaraciones de la OTAN en Madrid y a los planes para “recuperar el patio trasero” que tiene
Joe Biden. A esto habría que sumarle lo establecido por la Open Society, del tenebroso George
Soros que financia el IDL de Gorriti, cuya esencia se resume en que, para instaurar el Nuevo
Orden Mundial, se tiene que rediseñar la geografía política de todo el planeta, desapareciendo
numerosos países “fallidos” como el Perú (que se encamina a tener cinco presidentes en cuatro
años, algo que supera a los más pobres y fracasados de África del siglo pasado).

Demás está decir que el fujimorismo sería condenado y convertido en una organización criminal
y sus principales cabezas serían juzgadas y encarceladas. Los partidos “tradicionales” de derecha
del mismo modo serían sometidos a investigación para descubrir quiénes son sus principales
financistas (bancos, empresas, etc.), los cuales actúan de manera ilegal (como el señor Romero,
dueño del Bando de Crédito, que “donó” más de tres millones de dólares a Keiko Fujimori).

En vista de ello, con una prensa conservadora casi desaparecida y maniatada, con las empresas
locales amenazadas si se alían con capitales “no occidentales”, prácticamente no existirá forma
de hacer tambalear al nuevo gobierno progresista. Quienes se opongan a él serían vistos como
“enemigos de EEUU” y “pro chinos”, por más que en lo personal digan que odian al comunismo.
De ese modo la clase alta y media peruana (que siempre ha sido amante de Norteamérica al
100%) tendrían que meterse la lengua y aceptar la situación o bien, adaptarse a las nuevas reglas
de juego. Todo esto ocurriría si la oposición conservadora cometiera la estupidez de aprobar la
vacancia de Castillo sin eliminar antes a la vicepresidenta Dina Boluarte, “regalándole” con esto
a la derecha progresista todo el poder, algo que ellos, por supuesto no van a desperdiciar y para
lo que se vienen preparando desde hace mucho tiempo. Entonces están advertidos.

La prensa: una banda de extorsionadores


Escucho cómo actúan los extorsionadores: primero advierten a sus víctimas diciéndoles que “los
tienen chequeados”. Luego les hacen un “reglaje”, es decir, los siguen, los investigan a fondo
para saber cuánto ganan, qué poseen, a dónde lo guardan, cómo se divierten y si tienen amantes
o eluden a la SUNAT. Con toda esa información los empiezan a acosar diciéndoles que “saben
todo de ellos” y que, si no pagan, eso lo van a emplear en su contra. Finalmente, si se resisten,
les comunican que van a enviar a “alguien” para que sepan que hablan en serio y que su negocio
y su familia están en peligro de vida o de cárcel. Si con esto no ceden entonces la banda actúa
sin piedad, dando con ello un “ejemplo” a los demás comerciantes de qué es lo que les puede
pasar si no “se matriculan” para que “todo les vaya bien”.

Luego de oír cómo es este mecanismo tan común hoy en día no puedo dejar de pensar que eso
es exactamente lo mismo que hace la prensa peruana, no solo con Castillo, sino con todos los
gobiernos de todos los tiempos. Basta con que nos remontemos al gobierno de Fujimori y su
“asesor” Montesinos, quien entendía muy bien la “lógica del periodismo” en el Perú: dinero y
solo dinero. Y como de eso se trata y no de otra cosa este individuo simplemente les entregaba
todo lo que pedían y mucho más, no sin antes “asegurarse” de que dicho chantaje estuviera
grabado “por si acaso” el medio decidiera hacerse el “intachable” cuando le conviniese. Y
efectivamente, apenas la prensa rompió su “alianza” con el fujimorato, empezaron a salir a luz
todos aquellos “comunicadores” que desfilaban diariamente por la salita del SIN para “coordinar
la información de los muchos logros del gobierno”.

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Sin embargo, no con esto la prensa aprendió la lección. Apenas llegó Toledo al poder, empujado
por el empresariado que antes era “íntimo” de Montesinos (este le regaló la mina de oro a Roque
Benavides, varias empresas a Dionisio Romero, Frecuencia Latina a Baruch Ivcher, el tren a
Machu Picchu a López Aliaga y un larguísimo etcétera) y la prensa y las encuestadoras Apoyo o
IPSOS, DATUM y CPI que le daban a Fujimori altísimos índices de aprobación, lo que se produjo
fue una agilización y profundización del más grande robo de la historia del Perú desde el tesoro
de Atahualpa: Lava Jato. Al frente de ello se puso su principal gestor y organizador en el país,
PPK, quien fue en realidad el verdadero gobernante en la sombra ya que Toledo estaba la mitad
del día completamente embriagado (datos 100% confirmados).

En este su primer gobierno Kuczynski hizo todo el lobby político empresarial necesario para que
el Perú se convirtiera en un “mar de obras”, todas innecesarias y desarticuladas entre sí, pero
costeadas muy por encima de sus precios normales con el único fin de llenar las arcas de las más
grandes empresas del país. Fue en esa época cuando el dueño de Graña & Montero, José Graña
Miró Quesada, era presidente del directorio del grupo El Comercio y su constructora llegó a
ocupar el puesto 10 de la lista de las más grandes empresas del país. Mientras Toledo bebía sin
descanso PPK movía los hilos para que el dinero del Estado fuera a parar a manos de todos los
que necesitaran capital para “trabajarlo”. A pesar de que el discurso oficial decía que los
empresarios “traían su dinero para invertir” en realidad estos solo venían a “administrar” los
negocios que el Perú les financiaba con sus propios recursos.

Fue así que se hicieron mamotretos como la carretera Interoceánica, cuyo presupuesto inicial
era de 700 millones de dólares y terminó costando 7 000, suma que por supuesto se encuentra
en los paraísos fiscales de los cuales nunca más va a regresar. Así como esta se efectuaron más
de 100 megaobras que, finalmente, no han servido para nada puesto que no estaban integradas
a un plan de desarrollo coherente sino que se hacían solo pensando en que cuesten lo más
posible sin importar su viabilidad y calidad (más de 200 puentes se cayeron con las lluvias del
norte mientras Vizcarra celebraba los Juegos Panamericanos hechos por los ingleses). Tanta fue
la corrupción que, cuando llegó la pandemia, existían 14 hospitales totalmente terminados pero
sin agua, luz, implementación ni médicos que los trabajasen y estaban abandonados a su suerte.
Estas “obras” no fueron otra cosa que una manera de darles ingresos a las grandes constructoras
nacionales y extranjeras, así como a los miles de proveedores que se nutrían de ellas (entre
bancos e instituciones que sabían perfectamente de estas operaciones fraudulentas).

Todo esto se conocía, pero nadie quería hablar, puesto que el Perú “estaba avanzando
aceleradamente” mostrando cifras espectaculares de crecimiento superiores al propio EEUU así
como un PBI y un Gini que “demostraban” que casi vivíamos en un paraíso. ¿Qué hacía la prensa
en estas épocas doradas donde el dinero del país fluía a diestra y siniestra? Pues se dedicaba a
buscar “corruptos” en el Congreso, además de distraer al pueblo con programas de farándula y
de fútbol, al igual que a inundar de “policiales” todos los noticieros. “La corrupción y la maldad”
estaban todas fuera de los gobiernos de los cuales la prensa recibía muchos avisos. Los
programas políticos no descubrían nada raro en los ministerios; ningún ministro o funcionario
era “sospechoso” de nada: todo lo malo estaba siempre en el lado de la oposición.

Fue así que pasaron García, Humala y finalmente otra vez PPK para seguir con el festival. Las
“obras” se hacían por todas partes: carreteras, puentes, irrigaciones, edificios, hospitales,
escuelas, etc. Todos los gobiernos, desde Toledo hasta Vizcarra, eran totalmente “generosos”
con los empresarios constructores quienes siempre tenían “mucho que hacer” en todo el Perú.
Los medios, bien alimentados con publicidad estatal (pues era muy importante comunicar lo
bueno que se estaba haciendo pero esto solo a través de las familias Miró Quesada de El
Comercio y Delgado de RPP) se ocupaba de muchas cosas menos de averiguar qué pasaba con
las inversiones supuestamente “venidas del exterior” pero pagadas por el Perú. Hasta que llegó

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el baldazo de agua fría, pero no a través de Cuarto Poder o La República, sino del adorado y
admirado EEUU quien destapó la red de corrupción que empezó a denominarse Lava Jato.

Para su mala suerte, el cabecilla de esta estafa histórica, o sea PPK, estaba en el gobierno y este
golpe no lo pudo soportar. La prensa, su brazo derecho, inmediatamente trató de poner paños
fríos y de proteger a todo el gremio empresarial y profesional que durante tres décadas se
enriqueció (y que irónicamente hizo surgir la “comida gourmet” debido a la bonanza extra que
disfrutaban), estableciendo una inteligente campaña que le dio excelentes resultados: culpar de
todo a Toledo, García y Keiko Fujimori. Toledo, que la mayor parte de su vida la ha vivido en
EEUU y tiene la nacionalidad, no dudó en marcharse, quedando solo García (quien decidió
“retirarse” del este mundo para no someterse a la justicia) y Keiko, la única que cargó con todo
el peso de Lava Jato en Perú. Si se le pregunta a la gente quién fue el autor de este delito la
respuesta será casi unánime: Keiko, por algo estuvo dos veces presa.

Gracias a este “truco” es que hoy todos los empresarios ladrones están libres y limpios de polvo
y paja, sus dineros bien protegidos fuera del país y la justicia dedicada a capturar primero a los
“fujiapristas” y ahora a “Castillo y su banda”. Es decir, el ruido mediático está dirigido contra
cualquier otro que no sean los verdaderos culpables de Lava Jato. Ahora estos quieren volver
porque, como es obvio, sin el dinero del Estado no les es posible sobrevivir. Para ellos el Estado
es una droga que no pueden evitar: sin la plata que les dan los gobiernos las más grandes
empresas del país entran en crisis. Por algo los economistas califican al Perú como “una
economía mercantilista”, es decir, que medra exclusivamente gracias al Estado. Castillo es
entonces como ese empresario que, a pesar de todas las llamadas y amenazas que le hacen las
mafias para que “pague”, se niega a hacerlo y, debido a ello, lo desnudan por completo sin
perdonarle hasta el más mínimo detalle con el fin que fracase totalmente en su gestión y, con
ello, el presidente que venga entienda que “si quiere gobernar con éxito tiene que pagar”.

El progresismo: el asalto al poder


El precio de la ignorancia es la pérdida del poder. Esta sería la definición con la que se podría
calificar a la derecha conservadora y tradicional peruana. Y es que el problema que tienen con
la inteligencia viene desde hace mucho, desde los inicios de la República, cuando optaron por
continuar con el modo de producción primario exportador que tenía la Colonia en vez de apostar
por la industrialización, el liberalismo, la democracia y el desarrollo. Los criollos que heredaron
de la administración peninsular siguieron con las mismas actividades y el país tuvo que esperar
recién a fines del siglo XIX para que llegaran los empobrecidos migrantes europeos a instalar las
primeras empresas e industrias en una nación que solo explotaba las minas y el campo.

Pero los dos siglos transcurridos no sirvieron de nada para que el Perú pueda contar con una
clase dirigente capaz, nacionalista y visionaria. Velasco Alvarado, en los años 60s, tuvo que
imponer a la fuerza una reforma agraria diseñada mucho antes que él y que era imprescindible
para salir de la Edad Media en la que estaba anclado el país. Los grandes terratenientes se
oponían con todo a cualquier cambio, así como los mineros. El mundo vivía ya la tercera
revolución industrial, pero en el Perú todavía se sembraba con la chaquitaclla. El resentimiento
por ello fue enorme y las familias que aún sobreviven mantienen profundamente el odio al
general que llegó a la presidencia mediante un golpe al incapaz de Belaunde.

Con la caída de los hacendados racistas y patronales surgió una nueva clase social descendiente
de los escapados europeos quienes basaron su poder económico en diversas empresas e
industrias, como las textileras, muchas de las cuales no prosperaron debido a la falta de
innovación y desarrollo científico y técnico interno. La dependencia a las importaciones y la

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copia inconsistente y sin sentido se convirtió en una falsa idea de “desarrollo”. Ello dio origen a
los grandes centros comerciales calcados de EEUU dando la sensación de “avance” y
“prosperidad” solo porque se podía comprar al crédito y con carrito. Sin embargo, fuera de estos
“malls”, la realidad era que el Perú seguía siendo un país solo exportador de productos en bruto
y sin procesar.

De modo que hemos llegado al siglo XXI con un incremento de población y a la vez de pobreza
real (no la amañada, creada por las empresas de medición de mercado) que se agrava con el
abandono de los dos sectores más rentables y potenciales (a los ojos de los extranjeros, no de
los peruanos) que tiene el Perú: la selva y la sierra, territorios vistos por los limeños como
“atrasados e inútiles”, por lo cual lo único que se hace con ellos es “alquilarlos o venderlos a
quien lo quiera”, especialmente a las transnacionales más corruptas del mundo o a las empresas
estatales, como las chinas. La aspiración del peruano de este siglo es “hacer dinero y obtener la
ciudadanía norteamericana” como sus mayores metas en la vida. El Perú, en la mente del
peruano común, ya no es una alternativa válida de vida porque nada le ofrece más que
problemas, desastres y dificultades de todo tipo. Lo único rentable es apoderarse del dinero del
Estado para hacer “grandes obras” donde sea y como sea y al mayor precio posible (Lava Jato).
Nada más.

Pero mientras todo este caos y desarticulación del país ocurre (de lo cual, insisto, no tiene la
menor idea la clase tradicional dirigente, que solo se mira a sí misma) hay un sector de
ciudadanos instruidos por organismos internacionales e instituciones educativas actualizadas
(universidades privadas) que se han formado dentro de otros esquemas de vida y sociedad que
nada tienen que ver con la idea de Perú, patria, nación y pueblo, que es lo que muchos aún
conservan en la cabeza. Se trata de gente que pertenece al capitalismo renovado, el que busca
los cambios necesarios para su mantención y subsistencia: el capitalismo progresista.

El progresismo, en líneas generales, nada tiene que ver con el comunismo, marxismo, socialismo
ni ningún otro “ismo” conocido. Es un movimiento nacido dentro y para el capitalismo producto
de la cuarta revolución industrial, del desarrollo científico-tecnológico y los grandes cambios que
eso ha conllevado tanto en el orden teórico como práctico. El viejo capitalismo que insisten en
defender los conservadores (la mayoría personas ya de cierta edad), es el del siglo XX y el de la
Guerra Fría, donde se tenía como enemigo principal al comunismo. Era el mundo bipolar y con
eso se definía todo. Pero el mundo actual es el del Nuevo Orden Mundial, de la Tercera Ola, del
“capitalismo con rostro humano”, de la sociedad civil y sus derechos.

Hoy ni Rusia ni China propugnan ni plantean otro orden que no sea el capitalista. La sociedad de
mercado es la principal actividad y estructura de todas las grandes potencias sin excepción, y lo
que hay es una pugna entre el bloque occidental (OTAN) y el bloque multipolar (BRICS) quienes
se encuentran en una carrera por la conquista de los recursos naturales y los mercados de todo
el planeta, algo que es una actividad propiamente capitalista. Por lo tanto, lo que procuran los
progresistas no es implantar un sistema diferente al capitalismo sino más bien “mejorarlo” y
“hacerlo más humano” mediante medidas que sean “amigables” como la revolución sexual, el
feminismo, el ecologismo, el veganismo, la sexodiversidad, el pacifismo, el vanguardismo, el
pragmatismo, el financiamiento público del sistema de salud, del sistema educativo, la
legislación de la interrupción del embarazo, la libertad sexual, la eutanasia, el laicismo y el
ecologismo, entre otros.

Todo ello no lo entienden los conservadores y les asustan estas “barbaridades” que las asocian
al “comunismo”, queriendo decir con eso que “son cosas del demonio”. Pero les guste o no son
transformaciones naturales que ya se vienen dando en las sociedades más avanzadas y que se
están tratando de imponer en las naciones más atrasadas como el Perú a través de las miles de

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ONG que son financiadas precisamente para eso: para introducir en la mente de la gente
(especialmente de los sectores pobres, que son la mayoría) estos nuevos conceptos “más
modernos” y “de avanzada”, dejando a la clase alta y a su imitadora, la clase media, subsistir en
el obsoleto y caduco mundo oscurantista y pre científico del cual no pueden salir. Es en él donde
se encuentran el fujimorismo, la CONFIEP, el grupo El Comercio y muchos de los veraneantes
del club Regatas y el balneario de Asia. Para ellos el “futuro” del Perú solo puede ser “hacer más
de lo mismo”: más exportación de minerales, de harina de pescado, de pimiento y de paltas, sin
desarrollo de ningún tipo.

Ahora el progresismo en América está copándolo casi todo, empezando por EEUU (el partido
demócrata) siguiendo con México (AMLO), Honduras (Castro) y terminando con Boric y Petro.
Solo falta que Lula gane las próximas elecciones (es casi fijo) para que solo queden los países
más rezagados del continente: Ecuador y Perú. La presencia de Castillo es apenas un accidente
menor dentro de esta ola mundial y su destino será ser reemplazado por la persona designada
por los progresistas (Boluarte tal vez) y así cerrar el círculo (lo de Ecuador vendrá
inmediatamente). No existe ninguna posibilidad que la “vieja guardia” de la derecha tradicional
conservadora peruana (los partidos tradicionales) puedan retomar el puesto perdido ya que la
población no está dispuesta a tolerarlo (Castillo fue elegido precisamente a consecuencia de
Lava Jato, el gigantesco robo hecho por los “saco y corbata de Harvard” y la ineficiencia del
“modelo” para enfrentar la pandemia). Los medios de comunicación en manos de los Miró
Quesada, el último reducto del Perú arcaico, ya no servirán para dichos fines.

El Perú después de Castillo


Hoy todo el Perú está concentrado y dedicado únicamente a la situación actual, al presente, a la
crisis inmediata. Nadie está pensando en el futuro, en el día siguiente, en lo que se viene. Esa es
una actitud típica de los niños y de la gente poco inteligente: no preocuparse por qué vendrá
mañana, por las consecuencias, por cuál será el siguiente paso. Somos como los enamorados
obsesionados con ver, aunque sea por un instante, a la persona deseada, y para ello no importa
lo que haya que hacer, así sea un acto de locura. Lo cierto es que la gente en el Perú vive en un
estado de locura desde hace más de un año, cuando se enteró, con asombro e incredulidad, que
un outsider llamado Pedro Castillo había ganado las elecciones (y por el mismo margen con que
lo hizo PPK a Keiko: por tan solo 40 mil votos). Pero nadie ha querido explicar este fenómeno
que la prensa y los perdedores lo atribuyen a un “fraude” el cual hasta ahora no se ha podido
demostrar.

El grupo mediático El Comercio (que ejerce ilegalmente un monopolio al que la justicia no ha


podido sancionar debido a que los Miró Quesada son más poderosos que la propia Constitución
peruana) ha apostado al 100% por lo que en EEUU se llama la “lawfare”, que aquí se conoce
como “judicialización”, la cual consiste en atacar a los enemigos políticos mediante el sistema
judicial, acusándolos de “organización criminal” y no de contrincantes en la lucha por el poder.
Durante los cuatro años del mandato de Trump los demócratas y sus medios hicieron
exactamente eso: judicializar al presidente para vacarlo como “criminal”, no por su gestión.
Felizmente para él, los republicanos y sus medios lo apoyaron y no le pudieron hacer el
impeachment (vacancia por delitos) que en otros países es más fácil, como le pasó a Dilma
Rousseff en Brasil, quien fue sacada por una falta administrativa presentada como “un
gigantesco crimen”.

Es decir, la prensa en pleno ha intentado desde un principio (cuando aún no se sabía nada de
Castillo) en convertir a este gobierno en “corrupto” y a lo único que se ha dedicado es a
conseguir “las pruebas” para tener el argumento necesario para la vacancia. Esta tarea

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obviamente no es nada difícil puesto que todo outsider (como lo fue Fujimori en su momento)
no está preparado en lo absoluto para gobernar, e inevitablemente se va a rodear de un sinfín
de gente desconocida ofreciendo todo y pidiendo todo, razón por la cual la corrupción va a
campear a sus anchas. Pero ello no es un “invento de Castillo”, como ahora dicen los fujimoristas
y los miembros de los partidos corruptos: es una tradición en el Perú y, como tal, todos los
peruanos la llevamos dentro, en el fondo de nuestro corazón.

Algunos se molestarán y dirán enardecidos: “yo no soy corrupto”. Pero eso es porque no
analizamos bien nuestra “identidad nacional". En el Perú es costumbre sagrada hacer ciertas
cosas como darle al policía “alguito” o dárselo al juez o al funcionario de turno para que un
asunto camine. Ningún dueño de restaurante ha podido evitar la coima respectiva para que su
licencia “salga rápido”, lo mismo que ninguna empresa constructora puede trabajar si antes no
se “matricula” con el alcalde de turno. Así funciona el Perú, y el que no quiera pagar
simplemente tendrá que esperar años para obtener lo que desea. El reciente caso de Lava Jato,
hecho por las personas “más dignas e importantes del país” (todos blancos y de apellido ilustre
con residencia en San Isidro) demuestra que la corrupción no es patrimonio de los pequeños
administrativos sino también de los más importantes empresarios nacionales.

Y esta costumbre o “tradición nacional” no ha cambiado un ápice hasta ahora. Los juicios a
Odebrecht o a Graña Miró Quesada (más la prisión de Keiko) no han servido en lo absoluto para
que los peruanos hayamos aprendido que no hay que ser corruptos. Por el contrario, hoy todos
los que quieren postular a algún cargo público lo primero que dicen es “tengo que recuperar mi
inversión”, o sea, que apenas lleguen al puesto lo primero que harán es “juntar” el dinero ilegal
para retribuirse lo que gastaron durante su campaña. Por otro lado, cuando algún ingenuo dice
que “hay que pedirles apoyo a los empresarios para fundar un partido anticorrupción” lo
primero que le responden es que “nadie invierte un centavo si no va a ganar algo”. Es decir, las
elecciones, la llegada al poder, son solo “negocios”, simples mecanismos para obtener el dinero
público para nuestro beneficio privado. Aquel que diga que no, no es peruano.

Esto es duro reconocerlo y no me es nada grato decirlo por supuesto. Yo sé perfectamente (pues
iluso no soy) que quienes suban después de Castillo serán otros peruanos que van actuar como
lo hacemos todos desde siempre, y la única diferencia estará en si es que los medios de
comunicación y los jueces “reciben su parte” o no. Porque al final, la “honestidad” en el Perú
depende de cuánto uno le dé a la prensa y al Poder Judicial (Fiscalía incluida); caso contrario,
encontrarán delitos nuestros hasta en las piedras. Así funciona el Perú y así lo ha hecho desde
que se fundó la República (para quienes han leído algún libro de historia). Esto no va a cambiar
ya que hasta ahora no hemos creado ninguna institución o partido político que esté formando a
nuevos peruanos honestos, cabales e independientes, con probado amor a la patria.

Así escarbemos la tierra buscándolos, aún no han nacido los compatriotas que entiendan que el
oficio de administrar el país, la política, es un acto de honor y sacrificio, de inteligencia y
sabiduría. Todos quienes están ahora postulando (y que subirán cuando salga Castillo) son los
mismos que ya conocemos: individuos corrompidos hasta el tuétano, hijos putativos de
Montesinos, el gran factótum que le mostró al Perú que éramos “un país de corruptos”. Ante
ello ¿existirá una alternativa? La única a la vista es una que casi nadie conoce en su real magnitud
e importancia: el progresismo mundial, el cual se puede aprovechar de este caos y anomia moral
colocando a su gente en el poder. ¿Por qué digo esto?

Porque quienes miramos más allá de la coyuntura, del terrible hambre que aloca a las empresas
acostumbradas a vivir del Estado, vemos que toda América se está transformando en un bastión
del progresismo mundial. Para los que son algo leídos, el progresismo no es “el comunismo” ni
nada por el estilo (y que la gente vieja, que vive en el siglo pasado, cree que es). El progresismo

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es la reforma y perfeccionamiento del capitalismo, una manera de perpetuarlo limando sus
“asperezas”, convirtiéndolo en “más amigable”. Para ello se implementan reformas que brindan
a la gente más derechos y ventajas que los que les daba en anterior capitalismo tradicional
conservador (sueldos bajos y pocos o ningún beneficio). Este nuevo capitalismo les ofrece a los
consumidores más libertades, más opciones y facilidades. Los libera de las ataduras de criterios
obsoletos como las costumbres y la religión para hacerles la vida más cómoda y placentera, sin
restricciones de ningún tipo (salvo las económicas) y así puedan “disfrutar mejor de la vida”.

Esto no lo pueden comprender los conservadores quienes se aferran a sus creencias, a sus ideas
anticuadas sobre la relación entre la patronal y los empleados, negándoles mejorías a las clases
trabajadoras. Cualquier cambio, por pequeño que sea, les suena a “comunismo” pues eso
significa otorgar más dinero para el erario público. Viven con la obstinación de que “el Estado es
el enemigo del individuo” y por eso se resisten a pagar impuestos y contribuciones. Es un
capitalismo vetusto que aún vive en la mente de muchos empresarios de los países pobres y
subdesarrollados quienes han hecho su riqueza mediante esos esquemas, por lo que,
modificarlos, les parece un atentado contra sus derechos e intereses. Sin embargo, el mundo
desarrollado ya es progresista y no puede dar marcha atrás puesto que la gente exige cada vez
más y, si no se les da, es capaz de hacer colapsar el sistema. Y eso es lo que los progresistas
quieren evitar: que el capitalismo colapse.

El progresismo no ataca al capitalismo: lo mejora


Si hay algo que muchos no logran entender es al progresismo. De momento que es un “cambio”
eso lo interpretan como “comunismo rojo chavista senderista”, como si toda modificación o
mejora fuera siempre para mal. Habría que recordarles que ellos cambiaron de niños a jóvenes
y luego a adultos y eso no lo consideran “una desgracia, una tragedia”. Y es que en esta vida lo
que no cambia se anquilosa, se estanca y muere, y esta ley se aplica también al capitalismo.
Hasta hace poco dicho sistema, o sea, la sociedad de mercado como eje para la constitución de
una agrupación humana, aún se movía dentro de los cánones del “capitalismo salvaje” que fue
durante sus inicios (cuando los niños ingleses eran introducidos dentro de las minas para que,
con sus propias manos, extrajeran los minerales). Felizmente eso “cambió”, a pesar de las acres
protestas de los dueños de las empresas explotadoras que tomaron esto como “un acto
terrorista y comunista” que, según ellos, “destruiría el sistema”.

Pero lejos de destruir al capitalismo las reformas dadas durante el siglo XX (como las ocho horas,
las condiciones laborales, la “responsabilidad social” que ahora nadie niega ni rechaza) sirvieron
para que la gran mayoría de países desarrollados asumiera al capitalismo como “una buena
forma de convivencia”, lo cual dio paso a la sociedad de bienestar de la que todavía disfrutan,
principalmente los países nórdicos, esos que tienen los índices y estándares más altos de vida
actualmente. Pero siempre hay un sector ultra conservador que mira con malos ojos estos
“beneficios inmerecidos” que reciben sus trabajadores puesto que piensan que solo los
“triunfadores” en el juego empresarial merecen obtener dichas comodidades. Son los ultra
liberales que piensan que la vida tiene que ser un “reflejo exacto” de las teorías filosóficas,
económicas y políticas, con lo que no se diferencian en nada de los fundamentalistas y radicales
de todos los tiempos.

Este descontento empresarial con respecto a los logros del capitalismo “con rostro humano”,
implantado durante el primer medio siglo anterior, sigue estando presente en las grandes
familias ricas que desde hace más de 300 años mantienen el control de la economía occidental.
Para ellos la riqueza es solo para quienes la merecen, y esos son ellos, no así las mayorías, por
lo que las ventajas que los gobiernos les arrancan (mediante los impuestos) son vistas como

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“injustas” pues quien quiere vivir mejor “debe trabajar más y ganarse sus privilegios en vez de
recibirlos del Estado”. Es esto lo que ha provocado que en ciertos sectores de Europa y EEUU
sobreviva con fuerza la llamada “derecha conservadora” que nunca aceptó que la obliguen a
mantener el Estado de Bienestar (como las buenas pensiones de vida) del que ahora gozan
muchas naciones. Creen que todo eso “sale de sus bolsillos”, por lo que el Estado termina siendo
para ellos “un ladrón” que pretende manejar el país mediante el “populismo”, dándoles servicios
a los pueblos a costa de los ricos (de ahí que el Estado sea visto como un enemigo, un mal
administrador, un “Robin Hood” que roba a los ricos para dárselo a los pobres).

Ante ello es que muchos pensadores y analistas se han pronunciado y han buscado una salida al
peligro de que el capitalismo termine por regresar a su etapa de “salvaje” como lo desean las
grandes corporaciones (con la consiguiente crisis y revolución) y la solución propuesta ha sido
el progresismo. ¿Qué es el progresismo? Es acondicionar el capitalismo para satisfacer una serie
de reclamos de parte de la población pero sin tocar lo esencial del sistema. ¿Cómo es eso? Lo
que pasa es que han investigado las causas del desagrado de la gente con respecto a la sociedad
en la que viven y han descubierto que no son las condiciones laborales ni los ingresos lo que lo
ocasiona (como se pensaba según el razonamiento marxista, que no es otra cosa que un
economicismo, o sea, que “el trabajador siempre quiere ganar más dinero”). Las personas en
realidad lo que desean es “sentirse bien”, aunque sea con el mismo bajo salario; y hacer “sentir
bien” a un trabajador consiste en muchas más cosas que el solo darle plata.

Todos los expertos y sicólogos laborales saben perfectamente lo que significa un buen ambiente
laboral y cómo ello repercute en el estado de ánimo de los trabajadores. Lo mismo, saben que
el ofrecerles soluciones a sus problemas básicos ocasiona un mayor impacto en su siquis que un
aumento de sueldo, como pueden ser las actividades sociales, deportivas, el apoyo familiar, etc.
En pocas palabras, una empresa con “sensibilidad social” tiene muchos menos problemas y rinde
más que una que únicamente da aumentos cada cierto tiempo o cuando le hacen huelga. Esta
misma idea proyectada a nivel macro, a toda la sociedad, funciona igualmente. Más satisfacción
le da a una persona que tiene una opción sexual diferente que se dé una ley que lo respeta que
un cambio de propiedad en los medios de producción, lo mismo que para los que aman la
ecología, el medio ambiente, la libertad de procreación, el respeto a las diferencias, etc.

De modo que el progresismo ha podido contrarrestar perfectamente el discurso marxista de


“tomar el control de la propiedad privada y obtener mejores ingresos” para más bien contentar
a todos los trabajadores dándoles normas, leyes y beneficios a sus diversas inquietudes y deseos
que nada tienen que ver con dicha propiedad y sus ganancias. Es decir, el progresismo “no toca”
para nada la esencia del capitalismo sino que lo “edulcora”, lo convierte más bien en un
benefactor y protector del débil y de quien se angustia por hechos y situaciones ajenas al sistema
como, por ejemplo, la vestimenta de la mujer afgana, el cuidado en la elaboración de los
productos medicinales y la protección de los animales caseros. La gente vive más contenta con
estos detalles, que son para ellos más importantes, que con su propia mejoría económica.

Eso explica entonces por qué lo esencial del mensaje del progresismo (que finalmente es “la
izquierda del capitalismo”) es la revolución sexual, el feminismo, el ecologismo, el veganismo, la
sexodiversidad, el pacifismo, el vanguardismo, el pragmatismo, el financiamiento público del
sistema de salud, del sistema educativo, la legislación de la interrupción del embarazo, la
libertad sexual, la eutanasia, el laicismo y el ecologismo, entre otros. Ninguna de estas
“plataformas de lucha”, como vemos, tiene nada que ver con “cambiar al sistema” o “imponer
una sociedad socialista o comunista”, razón por la cual los viejos comunistas marxistas
consideran al progresismo como “una estafa” que realiza gente disfrazada de “izquierda”. Claro,
frente a un capitalismo conservador, del siglo XIX, tradicional y explotador, estas “reformas”
resultan ser izquierda, “comunistas”.

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Ahora bien ¿se entiende esto en el Perú? Por supuesto que no. Nadie puede esperar que en uno
de los países más pobres del continente, solo comparable con Haití, exista una intelectualidad
que esté a la altura de los países desarrollados. Ni siquiera se acerca a la argentina o chilena,
para no ir muy lejos. Nuestra intelectualidad solo se ubica en las ONG (o sea, trabajan para el
progresismo que penetra a través de ellas) o en algunas empresas nacionales y extranjeras (la
mayoría de los “cerebros” peruanos vive fuera del país desempeñándose para organizaciones
internacionales o privadas). De modo que los pocos que quedan los encontramos como
modestos profesores en ciertas universidades dedicados a publicar de vez en cuando algún libro
que apenas unos cuantos van a leer.

Por lo tanto, el país está en manos de “escritores asalariados”, llamados “periodistas” por ellos
mismos, quienes ejercen el oficio de sicarios de los dueños de los medios de comunicación
(simples comerciantes de la noticia), quienes a su vez responden a los intereses de los mineros
y exportadores de materia prima que son capitalistas “de viejo cuño”, o sea, conservadores y
tradicionales que solo piensan en explotar la “mano de obra barata” para obtener “más
ganancias” como único fin posible. El país para ellos es “su fuente de riqueza” y punto, incapaces
de entender los cambios y progresos, entre ellos la industrialización, y que solo quieren que
“nada cambie” puesto que, permanecer en la misma actividad de la Colonia, “es lo único que se
puede hacer en el Perú”. Toda esta gente, que, en realidad, es muy poco inteligente, es la que
grita diariamente a voz en cuello que “el Perú está amenazado por el comunismo”, queriendo
dar a entender en el fondo que “no quieren que cambie nada en el Perú”.

Si Castillo les quita el sueño, Antauro les causará pesadillas


Preocupación en San Isidro y Miraflores. Antauro sale libre y se convertiría en la “carta bajo la
manga” del gobierno de Castillo, o bien, de los grupos más radicales que hay en el país. Y
ciertamente que les debe preocupar puesto que eso alteraría muchos planes, entre ellos, el que
tome el poder Dina Boluarte y suba con ella la derecha progresista, la reformista, la mal llamada
en el Perú (y también en EEUU) “comunista rojete”. La derecha tradicional, conservadora y
obsoleta, aún vive en los años 60s pensando que Fidel Castro sigue amenazando a América
Latina con “una invasión de cubanos”, como pasa en Venezuela. No se han dado cuenta que el
mundo ya cambió, que estamos en el segundo decenio del siglo XXI y que el único comunismo
realmente existente es el chino, nuestro principal socio comercial e “inversionista” que tanto
defiende la CONFIEP (en una paradoja digna de un análisis freudiano).

El problema que hay con la derecha conservadora no es solo su escasísima inteligencia política
(persisten sus esquemas coloniales de “cholo barato” como mayor ventaja laboral) para
entender el mundo sino que desde el inicio de la República optó por continuar al pie de la letra
con el sistema económico español de exportar materia prima a los países desarrollados y para
ello se vinculó directa y totalmente con el Estado “benefactor” que les proporcionaba todas las
facilidades para hacerlo, especialmente el dinero que necesitaban para sus inversiones. Eso es
lo que creó el conocido mercantilismo (según la mayoría de los economistas) que es la excesiva
dependencia del empresariado peruano al capital público, razón por la cual el administrarlo y
disponer de él es, hasta el día de hoy, algo esencial para su supervivencia.

Es decir, la mayor parte del gran empresariado peruano necesita, depende, del Estado para
poder desempeñarse en cualquier aspecto y área (ello a pesar que, de boca para afuera, hablan
pestes contra el Estado y lo ven como “el enemigo que hay que desaparecer”, cuando en
realidad es su fuente de recursos y su caja chica para todo). Vaya como muestra el ejemplo de
los agroexportadores que, sin Agrobanco, no hubieran podido envasar ni un solo espárrago.

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Todo el dinero que necesitaron para sus “inversiones” salió de allí, de ese gran bolsillo que
pertenece a todos los peruanos. Pero ¿cuánto le devolvieron por dicho generoso préstamo?
Pues absolutamente ni un sol. Este banco quebró hace algunos años debido a que ninguno de
los prestatarios (“grandes y distinguidos” empresarios) pagaron hasta la fecha nada.
Obviamente que eso se hizo con la “venia” de sus administradores que eran, qué duda cabe, sus
“amigotes del Regatas” quienes sabían perfectamente que dichos empréstitos jamás iban a
regresar.

Y no olvidemos de los miles de millones que Vizcarra “regaló” a las grandes empresas nacionales
a través de la “Reactivación” (diez millones a cada empresa de mediana para arriba). Pregunta:
¿alguien sabe algo sobre si ya se ha devuelto algo de dicha cantidad, siquiera una primera
armada? El mismísimo señor López Aliaga, dueño del carísimo tren a Machu Picchu (regalo de
Fujimori a cambio de no se sabe qué hasta ahora) financió toda su campaña con esos tres
millones de dólares obsequiados por el ex presidente socio de Graña Miró Quesada (que era
Presidente del Directorio del grupo El Comercio durante los “años dorados” de Lava Jato, cuando
dicho grupo mediático no “sospechaba ni investigaba nada” de que este robo gigantesco se diera
en el Perú).

Es decir, podríamos tocar cada rubro de la economía nacional y descubriríamos que, sin el apoyo
del Estado, nada se puede hacer en el Perú. No solo en materia de construcciones (donde todo
corre a cargo de él) sino también en cuestiones de compras. Eso porque, como todos sabemos,
el mercado peruano formal es mínimo, ínfimo, inservible para hacer un negocio de regular
envergadura. Si se quiere vender lo suficiente para justificar una empresa lo único que queda es
venderle al Estado lo que sea, desde carpetas para los colegios hasta computadoras para los
ministerios. Ser proveedor del Estado es la única manera de sobrevivir en un país cuya principal
actividad económica (80%) es la informalidad. Eso lógicamente se presta para que campee la
corrupción, pues actúa de la misma forma cómo operan los municipios: si no le “das su parte”
al funcionario de turno (el que “pone la firma” o “emite el cheque”) no salen las licencias,
permisos o pagos.

De modo que eso es lo que corrompe al Estado, el haberlo convertido en el “gran proveedor,
gran comprador, gran prestamista” al servicio de las empresas privadas. Lo gracioso es que estos
mismos empresarios que están involucrados en dicho círculo vicioso quieren “hacerlo más
fluido” combatiendo “la burocracia”, cuando las veces que se ha aplicado dicha lógica es cuando
la corrupción hizo las faenas más grandes de nuestra historia (los Juegos Panamericanos se
hicieron eliminado todos los controles posibles y se le pagó a todo el mundo a diestra y siniestra
sin verificaciones ni rendir cuentas a nadie). Esas “facilidades” dadas a la empresa privada fueron
justamente la causa de la quiebra de Agrobanco y de muchas otras entidades financieras más
que hoy han pasado a la historia.

De modo que, a la preocupación por el ascenso del progresismo (en pocas palabras, las ONG,
entidades extranjeras que manejarían al Perú a su regalado gusto y de acuerdo con sus agendas
internacionales) se sumaría la de la aparición en el espectro político de Antauro, un personaje
que sin duda arrastrará multitudes y que, de llegar al poder (cosa nada imposible) sería un
Castillo corregido y aumentado, puesto que el etnocacerista sí sabe qué hacer, cómo hacerlo y
contaría con el apoyo de un segmento fanático que piensa que todo se debe hacer radicalmente.
Por eso he dicho en varios de mis escritos que siempre después de un presidente cuestionado
viene uno peor. Y lo increíble es que los feroces atacantes de Castillo, en medio de su locura
irracional, no saben que gracias a sus expresiones y odios profundos (que nos remiten hasta los
Conquistadores) lo único que generan es que el pueblo peruano (que no responde al estereotipo
de “blanco, miraflorino, pituco”) se aferre todavía más a la alternativa “revolucionaria”.

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Ahora bien ¿qué se debería hacer entonces? Pues lo que manda la sensatez (que es lo que menos
abunda en el Perú) que es que se haga una evaluación objetiva y sincera de lo que es el país,
tanto desde sus inicios como hasta el día de hoy, para poder detectar dónde están los puntos
clave que lo mantienen atado a la situación en la que está. Porque no es como dicen los
oportunistas que “toda la culpa la tiene Castillo puesto que estábamos muy bien”. El Perú nunca
ha estado “muy bien” ya que, cuando hubo bonanza (como en la era del guano y hace poco con
los precios de los minerales que provocó Lava Jato) estos dineros “extras” siempre fueron a
parar a los bolsillos de unos pocos para que los disfruten a sus anchas y los transporten a los
paraísos fiscales (cosa que dio origen a la “comida gourmet”). En pocas palabras, cuando hay
algo de “plata sobrante”, fuera de nuestra pobreza habitual, esto desaparece automáticamente
en manos de los gobiernos y de sus “amigos” empresarios.

Si esto se llegara a realizar, un análisis crudo e imparcial, ello nos permitiría admitir y reconocer
en dónde hemos fallado todos los peruanos (no cayendo en el facilismo infantil de echarle toda
la culpa a un presidente) y así poder enmendar el rumbo a través de los cambios necesarios y
sustanciales. Tendríamos que dejar esa actitud de culparnos mutuamente entre nosotros sin
aceptar que gran parte de esa responsabilidad es de cada uno de nosotros que, ni en lo particular
ni en lo público, hemos decidido asumir. Tenemos que poner sobre la mesa primero todo aquello
que no hemos logrado superar y que nos viene de la Colonia, como el racismo hipócrita, el
clasismo, la xenofilia (privilegiar a lo extranjero ante que a lo nacional), la falta de proyección y
planificación, el “agárrate lo que puedas”, las coimas burocráticas, etc. Además de ello el
simplismo de dedicarnos solo a la exportación de materia prima rechazando la industrialización,
la ciencia y la tecnología por considerarlas “cosas de gringos”, sumado a la ausencia de una
mirada integral que nos defienda de las ambiciones y pretensiones de las grandes potencias que
solo ven al Perú como “un territorio lleno de recursos por conquistar”.

Con Keiko la corrupción hubiera sido la “políticamente correcta”


Todos los medios de comunicación, desde el día en que Castillo ganó la primera vuelta, están en
campaña para su vacancia (mucho antes que se supiera cómo iba a gobernar). El grupo El
Comercio (los socios de Lava Jato durante más de 30 años) no ha dejado de pedir la destitución
de Castillo por las razones que sean: porque ganó con trampa, porque no está preparado,
porque es senderista, porque es un ignorante, porque es ladrón, etc. Es decir, no esperaron a
que asumiera el cargo para acusarlo de todos los delitos posibles (y las pruebas de estos ataques
están en los archivos) con el único fin de revertir la “pésima elección” de parte de un “pueblo
ignorante” (Vargas Llosa dixit) que, cuando no vota por el candidato que los grupos de poder
quieren, demuestra que “no está preparado para la democracia”. Claro, “la voz del pueblo es la
voz de Dios” solo cuando elige al que los ricos quieren.

Pero la verdad a calzón quitado es que, si ganaba Keiko (la “corrupta” según El Comercio) la
corrupción que se iba a desarrollar hubiera sido a favor de los de siempre, de los autores de Lava
Jato, para que siguieran haciendo “las obras” que tanto dinero les han aportado a sus bolsillos
pero que al Perú lo ha dejado en ruinas, con el peor sistema de salud del mundo (primer lugar
en muertos por millón durante la pandemia). Demás está decir que, con Keiko en el poder, las
licitaciones que tanto escándalo causan a los Miró Quesada las hubieran ganado sus amigos del
Regatas y el Club Nacional y, con ello, todos hubieran estado muy contentos porque “se volvió
a la normalidad”, es decir, a la era Lava Jato 2.0. El Perú siempre ha sido corrupto, solo que la
corrupción le ha favorecido únicamente a los de arriba. Cuando esta la practican los de abajo
(los “recién llegados” como Castillo) entonces se indignan y se vuelven feroces y radicales
respetuosos de la ley acusando a los demás de “corruptos”.

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Porque, seamos francos, ¿cuándo no ha habido corrupción a lo grande en el Perú? Podríamos
remontarnos a la era del guano, que terminó en el desastre de la Guerra del Pacífico. De ahí
podríamos continuar con todos los escándalos en los que se vieron envueltos varios gobiernos
“de clase alta” como los de Belaunde, durante los cuales nació Sendero. Y es que la corrupción
es un mal endémico que impregna a todo el país, desde el más pequeño hasta el más grande, y
no porque se expulse a un presidente “corrupto” como lo era Fujimori lo va a suceder uno
“totalmente honesto”. La demostración de ello fue el gobierno de Toledo (que en realidad era
de PPK puesto que Toledo nunca mandó) que resultó ser más corrupto que los diez años de
fujimorato.

De modo que quien diga que “después de Castillo vendrá un gobierno menos corrupto o uno
completamente honesto” o es un hipócrita o un verdadero ingenuo, uno más de los millones
que el Perú ha tenido y tiene a lo largo de su historia. Los hechos nos revelan que es totalmente
lo contrario: después de un gobierno cuestionado sube uno peor, corregido y aumentado. Y
basta para comprobarlo recordar quién vino después de Humala: PPK, y luego de este Vizcarra,
Merino, Sagasti y ahora Castillo. ¿A alguno de estos los podemos calificar de “mejores” que el
anterior? Por supuesto que no. Por lo tanto, es más que obvio que, después del actual, quien
venga será otro que le sumará a la corrupción ya enquistada en la sociedad peruana su granito
de arena o su roca de granito. Por lo pronto, las dos opciones actuales son Urresti o Antauro,
dos ex militares que solo creen en la ley del revólver, de la fuerza bruta, y ambos acusados de
asesinato. Ese es el futuro inmediato que nos espera.

Porque la otra opción, la democrática, es la que menos desean los empresarios puesto que han
visto que el pueblo peruano “ya no se deja llevar de la mano” por los medios de comunicación.
Eso explica por qué una semana antes de la primera vuelta el señor Castillo no figuraba en la
lista de intención de voto de la empresa IPSOS. Los grupos de poder daban por descontado que
pasarían López Aliga con Forsyth o Hernando de Soto, los más “apropiados” para mantener el
establishment tal como está. A Keiko no le daban ninguna posibilidad ya que le habían hecho la
“lawfare” (judicialización) para presentarla como “jefa de una organización criminal” y la habían
metido dos veces a la cárcel por ello. Es decir, pensaban que el pueblo “no votaría por la hija de
un delincuente” (como dijo PPK en su campaña, cosa que todo el mundo aplaudió y festejó,
dando por entendido que su carrera política había terminado).

Pero la realidad fue una cachetada para los estudios de abogados y las empresas de publicidad
e investigación: el pueblo peruano, el “ignorante”, no se inclinó por quien “debían” (o sea, los
mismos de Lava Jato) sino lo hizo por los dos apestados: la “hija del delincuente” y “el último en
las encuestas”: el campesino "burro" de Castillo. Era un claro mensaje a la clase política y
empresarial peruana diciéndoles que “su modelo neoliberal” nos había llevado a la peor crisis
del presente siglo donde la gente corría desesperada por las calles de madrugada buscando un
balón de gas mientras a las grandes y medianas empresas el gobierno les “regalaba” diez
millones de soles a cada una como parte de “la Reactivación”, a pesar que ninguna de ellas había
perdido un centavo y ni siquiera los habían pedido (el colmo fue darles esta cantidad a las clínicas
más pitucas y privadas que solo atendían a un paciente con COVID a cambio de 150 mil soles).

Y es que el Perú que encontró Castillo fue el resultado, el resumen, la sumatoria de años,
décadas, siglos de haber sido gobernado por una “clase alta” que lo convirtió en un simple
proveedor de materia prima para los países industrializados, tarea que estadísticamente está
demostrado que solo requiere del 15% de la mano de obra (PEA) existente, dejando al otro 85%
dedicado a la informalidad, mendicidad e ilegalidad. Y a pesar que esto lo saben (porque tontos
no son) lo único que se les ocurre decir es que “debemos regresar a lo mismo que hemos hecho
siempre”. No se dan cuenta, o no quieren, que el Perú ahora es otro, más grande, cuya población
casi se ha duplicado y año a año salen de las universidades cerca de 40 mil nuevos profesionales

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que no van a encontrar trabajo en ninguna parte porque todos el empleo exportador ya llegó a
su tope.

Es decir, persistir en el mismo “modelo” de explotar los recursos naturales tal como se extraen
como única opción va a llevar al país un estado de entrampamiento, de callejón sin salida puesto
que esta actividad no genera los futuros puestos de trabajo necesarios. Y lo peor es que
ocupaciones como el recoger pimientos o espárragos no es una tarea para jóvenes con estudios
superiores sino para la “mano de obra barata” que está dispuesta a pasarse doce horas diarias
con el agua a la cintura y con pañales para no abandonar la labor a cambio de un sueldo mínimo.
Ni la minería, ni la pesca, ni la agroexportación (nuestras únicas actividades que dan empleo y
generan ingresos al Estado) necesitan más obreros de los que ya tienen puesto que por su
naturaleza no absorben mucha mano de obra directa. De seguir así en 30 años más el Perú va a
ser un país dedicado a comerciar entre su población caramelos y empanadas pero con
vendedores que poseen títulos y maestrías en las mejores universidades.

Entonces la única respuesta posible al caos y desesperación que les va a tocar vivir a nuestros
descendientes es la industrialización, el crear empresas manufactureras que les den valor
agregado a los recursos naturales. La principal razón es que ella es la locomotora que arrastra
todos los vagones productivos de un país, la única forma de crear millones de puestos de trabajo,
además de que le da a cada tonelada de cobre diez veces más valor de lo que se gana enviándola
en barras. La industrialización exige, a la vez, el uso de la ciencia y la tecnología en grado sumo,
con lo cual el nivel educativo se eleva cien veces más, así como exige un estado de salud óptimo
al mismo tiempo que hace que el índice de delincuencia se reduzca a su más mínima expresión.
Todo esto ya se conoce porque los países industrializados lo han vivido. Y tanto Australia como
Canadá, que también exportan abundante materia prima, están a la vez entre las diez potencias
industriales, tecnológicas y de servicios más grandes del planeta, puesto que hacen todas esas
cosas. Si queremos que el Perú tenga futuro y no desaparezca en las fauces de alguna empresa
china o de la OTAN (ahora que ambos están a la caza de recursos y mercados) solo nos queda
apostar por la industrialización. De modo que persistir en lo que "siempre hemos hecho" es
sencillamente darnos nuestra sentencia de muerte.

El show de la judicialización (lawfare)


Entraron a la casa del ex presidente de EEUU Donald Trump para “encontrar” las pruebas de su
“delito”. Más de 400 uniformados, agentes del FBI, unidades SWAT y cientos de periodistas,
todos con la intención de convertirlo en un “delincuente” o en un “jefe de una organización
criminal”. ¿Cómo se llama la obra? En inglés lawfare. En castellano judicialización. Es decir, el
enemigo político no es otra cosa que “un criminal” que debe caer en manos de la justicia e ir a
la cárcel. De eso se trata el espectáculo: de convencer al ciudadano común que aquel que no
piensa como el poder imperante es solo “un simple delincuente” y no un político de oposición.

En América Latina también se practica esta modalidad. Recordemos los casos más sonados como
el de Dilma Rousseff o de Lula en Brasil, defenestrados y puestos en prisión por “actos contra la
ley”, en lo cual (según los periodistas) “nada tiene que ver lo político” puesto que “la ley es
imparcial y hay que cumplirla”. En estos momentos se viene ejecutando lo mismo contra la
vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, para quien se pide pena de cárcel por “delitos
comunes”. En el caso particular del Perú hace poco tuvimos el mismo circo cuya protagonista
fue Keiko Fujimori (“la hija del ladrón” según PPK, irónicamente el más grande ladrón de nuestra
historia) sindicada como “la única culpable del caso Lava Jato” y por ello detenida dos veces.

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En estos días el mismo libreto se repite con el presidente Pedro Castillo a quien, desde que ganó
la primera vuelta, fue acusado de todo lo posible e imaginable mientras que a “la hija del ladrón”
se le “devolvió su dignidad” simplemente para evitar que el primero ganara. Keiko, de ser “una
corrupta” según el grupo Miró Quesada, pasó, de la noche a la mañana, a ser “la esperanza de
los empresarios” quienes se arrimaron a este “mal necesario” sabiendo lo que podían esperar
con ella, que al fin de cuentas era algo menos malo que Castillo. ¿La razón? Que con este último
en la presidencia los ganadores de las licitaciones iban a ser los de su entorno y no ellos. Así de
simple es la política en el Perú.

Ahora bien ¿qué se necesita para hacer una judicialización o lawfare? Fundamentalmente dos
elementos: colocar a los fiscales adecuados (especialmente los más manipulables o corruptos)
que actúen estricta y rápidamente “de acuerdo a ley”, y concertar a la prensa para que sea la
vocera de esta fiscalía. Ambos tienen que jugar en pared para que se dé la impresión que los dos
“están cumpliendo con su deber: unos al aplicar la justicia y los otros al descubrir la corrupción
e informarlo con la debida magnitud”. El ejemplo de ello fue el ataque directo y continuado que
se hizo a “los fujiapristas” a quienes día y noche se los presentó como “vulgares delincuentes”
que solo se dedicaban a robar (“organizaciones criminales” es el epíteto que se utiliza en estos
casos) cuyos congresistas y militantes diariamente eran investigados y descubiertos sus
“entripados” (recordemos a los “robafocos, comepollos, robaluces” etc. que eran “los
verdaderos corruptos”, según la prensa, y no así los empresarios de Lava Jato).

De este modo las noticias solo tratan de este tema: los corruptos de la oposición que “no dejan
gobernar” o al revés: “el gobierno corrupto que lleva al país al abismo”. No se informa de nada
más para “no distraer” a la población que es la que tiene que estar sumamente convencida que
a quienes se ataca y se denuncia “son los grandes responsables de que todo esté mal”. En el
caso de Keiko, esa campaña sirvió perfectamente para que los peruanos se “olviden” por
completo del caso Lava Jato (y dejen de culpar a los “honestos e inocentes empresarios que
fueron las pobres víctimas de los perversos funcionarios fujiapristas”) y crean que ese gigantesco
robo (el más grande desde el rescate de Atahualpa) se debió únicamente a que “Toledo, García
y Keiko” orquestaron malignamente todo.

Esta es entonces la estrategia que hoy se aplica en todo el planeta (el presidente de Pakistán,
que estaba a favor de Rusia en la invasión a Ucrania, fue sacado exactamente de esa manera y
ahora lo quieren encarcelar “por delitos comunes”). Pero la pregunta que viene a continuación
es: ¿realmente esto funciona, da réditos, logra sus objetivos? Veamos. En el caso de Trump, lo
único que se está logrando es su victimización, puesto que el gobierno de Biden queda como
“un perseguidor” que quiere acallar como sea a su gran enemigo político. Es decir, lo más
probable es que con esta persecución judicial Trump aparezca como “la esperanza” de los que
se oponen a los progresistas norteamericanos (los llamados “caviares comunistas rojetes” en el
Perú).

En el caso de Latinoamérica tampoco parece que esté funcionando como se quisiera. Basta con
decir que el próximo presidente de Brasil parece ser que será nuevamente Lula, quien va
primero en las encuestas. Con Correa, en Ecuador, prácticamente no sirvió para evitar que su
movimiento político quedara segundo en las elecciones, mientras que en Argentina Cristina
regresó al poder a pesar de las muchas acusaciones “judiciales” de su partido. Viniendo al Perú,
la mayor prueba de que ese “método” no sirve es Keiko Fujimori, quien, a pesar de haberla
presentado como rea y autora de la “debacle del país”, pasó a la segunda vuelta por delante de
“los elegidos” por los poderes empresariales y mediáticos como eran López Aliaga, Hernando de
Soto y Forsyth, los “engreídos” de los Lava Jato.

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En conclusión, hoy nadie se acuerda que Keiko era “la hija del delincuente” y más bien es “la
única alternativa” para que el Perú “vuelva a ser el de siempre” (o sea, un simple país
subdesarrollado exportador de materia prima en permanente crisis). ¿Y qué pasará con Castillo,
el “nuevo Keiko”? Pues lo mismo: ahora está victimizado ante los ojos de las mayorías (excepto
en Miraflores y San Isidro, donde siempre piensan que ellos “son el Perú”) y pase lo que pase,
como Antauro, volverá más adelante con más fuerza y conocimiento, con la experiencia que le
otorgó el tiempo que estuvo en el gobierno. Recordemos para esto al “delincuente” Santos, de
Cajamarca, que fue preso con todos los bombos y platillos de los Miró Quesada (el grupo El
Comercio) y salió después de 36 meses elegido como gobernador de su región.

Es decir, la lawfare o la judicialización no pasa de ser solo un circo mediático, algo para contentar
a los grupos de poder que quieren creer que, solo con los titulares de los quioscos, basta y sobra
para “conducir dócilmente” a la “chusma” (según el marqués español Vargas Llosa) a votar por
el elegido de turno, aquel que sí representa los intereses de las grandes empresas y a quien los
medios de comunicación ocultarán por completo su corrupción (como pasó durante la era Lava
Jato, que salió a la luz solo a través de EEUU y no por la prensa peruana). Este individuo hará
pasar todas las maniobras dolosas disfrazándolas como “inversiones” de parte de quienes
“tienen confianza en el Perú” (cuando en realidad ningún empresario, nacional o extranjero,
“invierte” de su dinero sino que este lo pone el Estado y ellos son los que cobran por las obras o
sus servicios, como pasó con los Juegos Panamericanos).

Demás está decir que no hay que ser profeta para saber que Castillo, Cerrón, Bermejo y todos
los demás no van a desaparecer sino que se harán fuertes, no en Lima, sino en provincias, allí
donde los “limeños” no entran y no tienen idea de qué es lo que pasa ni les interesa. Esa
población provinciana día tras día está siendo convencida que “el enemigo es Lima” y que desde
Lima quieren imponer una visión de país que solo piensa en los grandes negocios y en las
construcciones hechas con coimas de todo tipo. Es decir, lo que están haciendo es una
“culpabilización” de Lima, cosa que, tarde o temprano, estallará en un nuevo proceso de
compulsión social que hoy está contenida simplemente porque Castillo está en el poder. Sin
embargo, apenas este salga y coloquen a “un limeño” todas las huelgas, paros, protestas y
convulsiones sociales que hoy están aguantadas estallarán con la misma fuerza con que revienta
una represa cuando se produce un agujero. Esta es una advertencia que lamentablemente
puede cumplirse, salvo que haya alguna inteligencia por parte de los grupos de poder que
entiendan, siquiera por una vez, lo que es el verdadero Perú, que no es el que ellos ven desde
sus escritorios sanisidrinos.

CADE: echando más leña al fuego


Siguiendo la misma barbaridad tomada por la CONFIEP (de enviar un comunicado incitando a un
golpe de Estado) ahora la gente de IPAE (que organiza la CADE y viven de las donaciones de los
empresarios) comete el grave error de no invitar al Presidente Constitucional de la República del
Perú, el señor Pedro Castillo, enviando así un claro mensaje al país: los empresarios no
admitimos las decisiones de la democracia sino solo aquello que nos conviene a nuestros
intereses. Ellos jamás antes habían tenido ningún problema de convocar a gente como García,
Toledo, Humala y PPK quienes ya habían dado muestras claras y estrepitosas de la alta
corrupción que dirigían y que después se supo que se llamaba Lava Jato. O sea, invitas a unos
ladrones que te dan parte del botín, pero no a quien no te lo da.

Pero ni los de IPAE ni la CONFIEP entienden realmente al Perú y tampoco les ha interesado
hacerlo puesto que siempre han actuado con la lógica de “quien tiene el dinero es el que
manda”. Pero si bien eso puede haber funcionado durante los 200 años de República ello no

99
significa que lo haga siempre, y en el caso de Castillo la cosa ha ido totalmente en contra de esa
creencia. Hasta antes de él la corrupción instituida desde siempre en las raíces de la sociedad
peruana favorecía solo a las clases dirigentes, de modo que todas las licitaciones con el Estado
iban solamente para las grandes empresas de su entorno. Así fue como constructoras como
Graña & Montero (del grupo Miró Quesada) y bancos como el de Crédito hicieron sus fortunas
y eso jamás estuvo en discusión. La “corrupción mala”, en cambio, siempre estaba únicamente
en la oposición, en aquellos que se oponían al statu quo o bien eran los enemigos políticos del
gobierno (que hasta hace poco se llamaban los “fujiapristas”).

Ahora que el dinero del Estado no fluye hacia sus bolsillos sino a los de “los corruptos
provincianos aprendices” montan en cólera y afirman que “la economía se está yendo a pique”.
La pregunta es ¿y qué pasó con las famosas “cuerdas separadas” que durante tanto tiempo se
nos vendió, donde la actividad política no tenía nada que ver con la empresarial? Pues si un
gobierno no es bueno y es además corrupto eso no tendría que afectar para nada los negocios
privados que dependen solo del mercado, no del Estado. Pero ahora resulta que “si no es el
gobierno que les gusta” sus negocios se van a pique. ¿Quiere decir que estos dependen del
Estado, como dicen los economistas cuando afirman que el empresario peruano es
mercantilista, o sea, que vive de los dineros públicos para subsistir?

Pues todo indica que sí: que sin el capital del (odiado y menospreciado) Estado no hay actividad
importante que funcione en el Perú. De ahí la importancia y necesidad que sea el grupo
empresarial quien lo controle y administre, pero no para hacer las cosas que el ciudadano de a
pie quisiera, sino para que los grandes grupos empresariales no quiebren debido a la pequeñez
de nuestro mercado que no es suficiente para sostener nada rentable. Sin embargo, de acuerdo
con la Constitución actual del 93, el Estado es “regulador y promotor del desarrollo del país”, no
un “benefactor” que está obligado a quitarles impuestos a las mineras o a ponerle avisos a los
diarios del grupo El Comercio para que mantengan sus muchas empresas creadas gracias a Lava
Jato.

Es decir, si nos atenemos estrictamente a lo que nos dicen la ley maestra que es la Constitución
en ninguna parte dice que el Estado está obligado a ser el financista del privado; es tan solo un
árbitro y además un asistente para organizar e indicar por dónde debe ir la economía y la
sociedad peruanas. Pero los empresarios no lo ven así. Para ellos el Estado es el primer
comprador del país y el más grande inversor, aquel que le da contratos a todo el mundo para
que trabajen. De modo que las quejas van porque “el Estado no está financiando las grandes
obras que son necesarias de hacerse”, cuando en realidad estas deberían correr a cargo del
capital privado y nada más. El Estado solo se encarga de poner las condiciones y necesidades,
pero no tiene por qué otorgar además el dinero y luego pagarles a los constructores, e incluso
permitirles que después que les cobren a los peruanos por ellas. Es decir, se trata de un
dispendio por partida triple que, lógicamente, genera corrupción de alto nivel y disminuye
ostensiblemente la capacidad económica para los servicios que el Estado sí debe financiar
(como, por ejemplo, la educación y la salud).

En conclusión, casi todos los recursos que posee el país terminan en manos de las grandes
empresas nacionales y extranjeras (que no ponen un solo centavo en las obras) y no queda nada
para lo que sí debería invertir el Estado que es todo aquello que va en beneficio del pueblo. Esto
dicho mediante una apretada síntesis es el gran drama de la economía nacional, de cómo se
distribuye el dinero y los recursos de todos los peruanos. Los reclamos que van contra Castillo
no son en realidad “contra la corrupción” (que bueno fuera, puesto que eso demostraría que
habría habido un cambio de 180 grados en nuestra clase dirigente) sino contra la corrupción
“dirigida hacia el grupo de Castillo” que es algo completamente diferente.

100
Pero la cosa no queda solo ahí: resulta que el señor Castillo, pupilo de su “montesinos”, el señor
Cerrón, tiene una agenda totalmente diferente a la de solo conducir las licitaciones hacia su
gente y no hacia los de toda la vida. Lo que está buscando es rediseñar la estructura política del
Perú poniendo al “Perú cholo” contra el “Perú blanco limeño", específicamente, el de Miraflores,
San Isidro, Surco y La Molina. Es por eso que, si bien en la capital es odiado y atacado por las dos
derechas, la conservadora y la progresista (ambas desesperadas por tomar el poder), en cambio
en provincias, donde la realidad es muy diferente, él maneja el discurso preciso y que sí llega a
las masas: el divisionismo por clases.

Es obvio que cuando se dirige a la gente más pobre y campesina del interior hace el contraste
entre quienes ven en él “al presidente de los verdaderos peruanos” versus quienes lo quieren
sacar mediante un golpe de Estado, que son “los blanquitos empresarios como los de la CONFIEP
y la CADE”. Es decir, el argumento perfecto para incitar a una subversión de magnitudes
insospechadas. Esto está a la vuelta de la esquina y las condiciones para que se agudice las da
también la presencia de Antauro Humala y su perorata racista, clasista y radicaloide. El asunto
es que entre ambos sostienen una “verdad” muy simplista pero efectiva porque no deja de tener
razón: que existe un racismo profundo en el Perú donde solo un grupo de blancos quieren
decidir por los millones de “cholos” que son la inmensa mayoría.

La pregunta aquí es ¿se darán cuenta de esto los señores de la CONFIEP y de IPAE? ¿Son
conscientes de lo que se está preparando a sus espaldas mientras ellos toman café en un
distinguido restaurante de San Isidro? Yo pienso que no. Pienso que sus “asesores”, como los
señores Althaus y compañía, no solo no entienden al Perú (pues desprecian lo que no es Lima)
sino que intentan elaborar “verdades” sacadas de libros o de realidades extranjeras (Europa o
EEUU) como si estas se pudieran aplicar aquí de la noche a la mañana y con éxito. Estamos
sentados sobre una bomba de tiempo mientras que las derechas en pugna “estudian” cómo
sacar primero a Dina Boluarte o a Castillo para ver cuál de las dos se queda con el Perú.

Si ellos creen que bastan los titulares de los diarios y los noticieros para “manipular” a las masas
están equivocados: en las recientes elecciones el señor Castillo no figuraba ni por asomo con
posibilidades de pasar a la segunda vuelta según IPSOS (empresa de El Comercio), lo que quiere
decir que estamos ante dos Perú, con lenguajes y lecturas totalmente diferentes. Hoy el país no
sufre de huelgas, marchas, tomas de carretera o de centros mineros solo porque está Castillo en
la presidencia, pero si mañana lo sacan y se coloca ahí un “blanquito de saco y corbata” no hay
ninguna duda que será la voz de largada para una de las más grandes convulsiones desde la
época de las revueltas de indios durante la Colonia. No es alarmismo lo que digo sino una
descripción de algo que se viene cocinando y que no queremos ver ni admitir porque no hay
nadie que lo haga ver o porque no queremos escuchar a quien lo dice. Estamos advertidos.

Perú: ¿incubando una bomba?


1. Hace poco presenté una consultoría y en sus conclusiones mencioné que éramos un país
heredero de una “civilización andino amazónica”. Fue lo único que me cuestionaron. Según mis
clientes somos “una civilización occidental”, a pesar que quien me lo decía era clarísimo que
provenía de alguna de las provincias más lejanas de nuestro territorio nacional. Entendí que lo
que él estaba haciendo no era otra cosa que reafirmar su adaptación “al Perú oficial” que es
occidental, por lo que negar su pasado era una forma de auto afirmarse y sentirse “incorporado
a la sociedad peruana, que es netamente occidental”.

2. Los niños de un exclusivo colegio peruano, pero de corte norteamericano, estudian en


inglés sus materias y, además de dicho idioma les dan la oportunidad de escoger algún otro,

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como el francés o el japonés, para complementar su cultura. El japonés es uno de los favoritos
porque están de moda el sushi y los rolls entre nuestra sociedad gourmet. Obviamente no les va
a servir más que en Japón pues solo allí se lo habla, como también pasa con el portugués o el
italiano, los cuales solo son útiles para visitar Brasil, Portugal e Italia. El francés es un poco más
amplio, pues es el oficial en varios países africanos, pero pensar en recorrerlos es por el
momento algo impensable. Sin embargo, ni remotamente se plantea allí aprender un idioma
como el quechua, que es obligatorio para todo estudiante de medicina en el Perú. Es más,
incluso los salones de estudio tienen nombres de deportistas norteamericanos, no peruanos.
Lógicamente que cuando estos estudiantes se gradúen y sean profesionales su cultura esencial
va a ser la estadounidense y se sentirán ajenos e incómodos en un país como el nuestro.

3. La niña pituca que ha estudiado políticas públicas dice muy suelta de huesos en un canal
de Lava Jato que “el Estado solo existe en Miraflores, San Isidro, La Molina y Surco” que es donde
ella y sus amigos del Regatas viven. Para estos “niños” blanquitos y con apellidos no españoles
el Perú limita al norte con Máncora y de ahí con Miami. Lo que hay en medio no existe para
ellos. Al sur el Perú la frontera es la playa de Mejía, en Arequipa, refugio de sus pares
arequipeños. A eso se reduce todo su mundo, eso es para ellos “la peruanidad”, una mezcla de
torneos de tabla en Chicama, juergas en Asia y almuerzos en restaurantes de San Isidro.
Obviamente que cuando piensan en el Perú piensan en Larcomar, en la calle Dasso y en el
Molicentro. Cuando lleguen al poder o a ostentar un cargo público está demás decir que querrán
que todo el Perú se parezca a “ese Perú” que es el único que conocen.

4. Hace poco una deportista huancaína ganó dos medallas de oro en una competencia
internacional. Por supuesto que lo hizo sin ningún apoyo del Estado, ya que todo el dinero está
puesto siempre en el fútbol, el único deporte realmente existente. Sin embargo, ella está lejos
de ser una “chica chollywood”, de esas que tanto conmocionan a los televidentes de Magaly TV.
El “modelo” de mujer que sigue la juventud peruana es la de aquella que primero se exhibe
como vedette o “dama de compañía” y después “se reivindica” convirtiéndose en esposa de un
“empresario” con mucho dinero. La idea es mostrar sus viajes, su ropa, sus zapatos y carteras
para decir “triunfé en la vida”, para después ventilar el drama de su separación en público y
luego aparecer con otro empresario arribista que se casa con “chicas reality” solo para empujar
su negocio. Lo importante es ser “fashion” y vivir “la vida loca” en las discotecas y balnearios de
EEUU y Europa. Es allá donde una mujer peruana “se realiza”.

5. Las redes no dejan de agraviar e insultar al señor Castillo por ser corrupto, cosa que lo
es. Pero lo que no dicen es de dónde aprendió lo que ahora hace, porque todos sabemos que
solo sigue “las huellas de sus maestros”, los ilustres y encopetados miraflorinos y sanisidrinos
que han gobernado siempre el país expoliando al Estado. No solo hemos vivido años bajo la
“influencia” de Vladimiro Montesinos (quien decía que solo negociaba con corruptos, o sea, con
todos) sino que además Lava Jato nos mostró el verdadero rostro de la clase alta peruana y hasta
dónde llega su incapacidad e inmoralidad. Con esos “ejemplos” es imposible que un peruano,
cualquiera que sea, no “aprenda” cómo es que se gobierna el Perú. Es decir, los “doctores” en
corrupción se quejan de su “alumno” quien lo único que hace es tratar de seguirles los pasos a
sus guías, aunque lo hace muy modestamente, robando solo unos cuantos miles y dando
licitaciones a sus amigos y familiares, algo que por supuesto está muy lejos del expertiz y
brillantez de un PPK o un Graña Miró Quesada quienes se levantan miles de millones en una sola
jugada.

6. Salen los informes sobre los candidatos a los futuros puestos públicos y uno se queda
asombrado: la mayoría de ellos tiene juicios y demandas por todo tipo de delitos. Por ejemplo,
los favoritos para ocupar el cargo de alcalde de Lima, Urresti y López Aliaga, tienen cada uno
denuncias muy serias de asesinato y de elución al pago de impuestos (en EEUU ya habrían

102
llevado a la cárcel al susodicho “flagelante”). Sin embargo, ellos serán nuestras próximas
“autoridades”. Los medios de comunicación, desde hace décadas manchados y contaminados
profundamente por la corrupción, no dicen nada puesto que apuestan cada uno por su elegido,
ya que eso significa “negocios futuros” de todo tipo. Y esto se reproduce en toda la república, lo
que significa que la siguiente hornada de funcionarios públicos que tendremos serán unas
verdaderas “joyitas” que muy pronto saldrán a la luz como “los nuevos grandes corruptos,
estafadores y ladrones”. Es decir, la corrupción no está solo en algunos sino está en todos
nosotros, en todos los peruanos, aunque no lo queramos admitir.

7. Antauro ya está libre y aún nadie sabe realmente cuál será la magnitud de su influencia.
Lo cierto es que tiene un discurso radical que se basa en algo muy simple pero que llega a todos,
hasta al más ignorante e inculto del Perú: los blancos limeños son los culpables de todo lo malo
que pasa en el país. Y no es algo difícil de darle en parte la razón pues basta salir a la calle para
ver cómo trata el policía al “cholo” y cómo trata al “blanco”. Esto, por supuesto, no es toda la
verdad, pero lamentablemente funciona muy bien, como funcionó en la Alemania de Hitler
quien señaló directamente con el dedo a los judíos como “los verdaderos culpables de la
desgracia del país”, y eso todo el pueblo lo entendió. Pero ¿lo están entendiendo en Lima, en
San Isidro, en La Molina, como dice la pituquita “experta en políticas públicas”? Por supuesto
que no. Ellos viven en su burbuja pensando que “solo con titulares de periódico se arreglarán
las cosas”. Pero si los titulares y noticieros bastaran para “arreglar el Perú” hace tiempo que
Castillo hubiera caído… y no ha caído, señal que los medios de comunicación ya no tienen el
poder para solucionar el tremendo problema que se nos viene.

8. Y lo que se viene no es otra cosa que incendiar la pradera. La “campaña” de Castillo y


Antauro no es en Lima, en la calle de las pizzas, sino en provincias, donde nadie presta atención
a los discursos que hablan de “una Lima que vive de espaldas al país” y donde la mira está puesta
en los empresarios de la CONFIEP (que piden un golpe de Estado) y de la CADE (que les apesta
tener cerca a alguien “de su servicio”). Lejos de que nos acerquemos los peruanos a un punto
en común, a un consenso y nos identifiquemos como peruanos ante todo lo que estamos
haciendo, ambos extremos, es echarle más leña al fuego incrementando los odios, acentuando
cada vez más nuestras diferencias y presentándolas como “incompatibles” entre sí. El Perú
andino amazónico “no debe existir sino solo el Perú occidental” es lo que se dice, y eso es lo que
lleva a que las grandes mayorías, que no son “occidentales” como en La Molina, no deseen tener
ningún acercamiento con “los peruanos occidentales”. Esta es una advertencia de lo que se
viene y que para preverlo no hace falta ser ni un genio ni un visionario: solo basta con escuchar
lo que dice cada una de las partes para deducirlo.

No se trata solo de avanzar sino de saber hacia dónde


Al margen de los avatares de la política actual (que nunca dejará de ser como es) lo que
realmente debería preocuparnos a los peruanos es una palabra que no suele estar en boca del
pobre y necesitado: futuro. Y es que cuando hay hambre, frío o enfermedad la cabeza no piensa
en otra cosa que en el momento, el instante en que se presenta dicha emergencia. Solo cuando
el ser humano encuentra un equilibrio en su vida y tiene satisfechas sus necesidades básicas es
cuando puede sentarse tranquilo a pensar, meditar y filosofar sobre sí mismo, sobre la vida y la
existencia del mundo. Los peruanos nos encontramos en el primer caso: en el de los
desesperados por el día a día, razón por la cual jamás nos damos el tiempo para detenernos un
momento a reflexionar sobre quiénes somos y a dónde vamos.

Esto les pasa tanto a los que suben a los micros a pedir dinero para un enfermo como a los
empresarios que viven entrampados por las deudas a los bancos y a la SUNAT, ambas entidades

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implacables con ellos. Es por eso que cuando se le pide a un empresario local que se proyecte y
especule en el mañana la reacción inmediata es que ello es algo que le gustaría hacer, pero que
las urgencias no se lo permiten. Eso explica por qué es que sus decisiones suelen ser casi todas
reactivas, como consecuencia de algo que viene “de afuera”, sea del exterior o de interior del
país. Son los acontecimientos foráneos los que mayormente deciden el destino de las empresas
nacionales y no lo que estas quisieran, como pueden ser los precios internacionales. Para los
exportadores su negocio depende única y exclusivamente de sus compradores, no de ellos ni de
la calidad o efectividad de sus productos. No controlan el mercado.

De modo que podemos decir, sin temor a equivocarnos en la metáfora, que el Perú es como un
barco a la deriva cuyo rumbo lo determinan el viento, las corrientes marinas, las distancias de
las costas y los témpanos de hielo. Los capitanes que suelen ocupar el mando solo viven en
función a quiénes le quieren arrebatar el timón, por lo que, en el jaloneo, el barco se inclina para
un lado y para el otro, sin avanzar ni llegar a ningún lado. Demás está decir que en la cabina de
mando no existe ni planes, ni hojas de ruta, ni destinos a dónde arribar: todo está sujeto al azar,
a lo que Dios quiera o a la buena o mala suerte que se presente cada día.

Y así hemos vivido durante los 200 años que llevamos como nación sin que hasta ahora hayamos
visualizado o intuido alguna idea sobre qué país queremos ser. Simplemente hemos nacido
sobre los restos del sistema colonial que consistía principalmente en proveer a la corona de
aquello que necesitaba, como eran los metales preciosos y los obrajes. A eso se dedicó lo que
quedó del imperio incaico durante 300 años y solo eso querían y esperaban los reyes de España.
Jamás se pensó que su virreinato fuese algo más de lo que era. Cuando llegó la Era Industrial y
la caída del imperio español estas mismas exportaciones se liberaron y empezaron a enviarse
también a las naciones que las requerían para alimentar sus industrias y maquinarias. Los
criollos, herederos de la administración peninsular, no cambiaron absolutamente nada del
negocio esencial y continuaron con la minería, la agricultura y la manufactura textil.

En el Perú de hoy seguimos haciendo exactamente lo mismo que antes, solo que nuestra
población se ha incrementado en 30 veces, de tal modo que si antes alcanzaba para algún plato
extra hoy no es suficiente ni para lo fundamental. Los ingresos por la exportación de materia
prima nunca serán suficientes para ningún país que solo se dedique a ello. Prueba de esto es
que todos los países, sin excepción, que solamente lo hacen son subdesarrollados, mientras que
las grandes potencias, además de exportar también recursos naturales, poseen industrias,
ciencia y tecnología. Por eso no es nada difícil deducir que en 200 años más (si es que el Perú
subsiste), si persistimos con el mismo esquema, la pobreza aumentará de tal manera que
tendremos una sociedad inmensamente insatisfecha, paupérrima y colapsada.

Ni Canadá ni Australia ni Noruega, que son grandes exportadores de recursos naturales (como
también lo son EEUU, Rusia y China), dependen exclusivamente de ellos y poseen además
industrias de alta tecnología que los convierten en países desarrollados. Sin embargo, la
inteligentzia peruana, por los factores al comienzo mencionados, no lo ve así, no concibe
ninguna modificación en la estructura productiva e imagina que solo con la simple extracción y
exportación se pueden resolver todos los problemas nacionales. No se quiere entender que la
economía internacional se encuentra hoy en su cuarta etapa (la de tecnología y servicios) y que
el mundo se encamina hacia la multipolaridad, lo cual va a generar una nueva carrera entre las
grandes potencias por apoderarse de “nuevas colonias” que surtan sus requerimientos.

En pocas palabras, nuestra pasividad y falta de visión nos va a llevar a caer dentro del saco de
“países fallidos” que van a perder, una vez más, su independencia y territorios a manos de los
países desarrollados que empezarán a practicar una estrategia de reconquista de “recursos y
mercados”, tal como lo hizo Europa cuando colonizó América, África y Asia hace 500 años.

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Algunos pensarán que eso es imposible, que “los países son para siempre”, pero no es así.
Ninguna nación es eterna, y así como nació una vez, igualmente puede desvanecerse absorbida
por algún nuevo imperio que la conquiste. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha han
aparecido una centena de países que antes no existían, así como han desaparecido otros tantos
que tenían milenios de duración, de modo que no podemos asegurar que la historia no se repita
puesto que eso es lo que usualmente ocurre.

Entonces ¿cuál es la solución si es que queremos que el Perú perdure? Pues si consideramos que
el desarrollo pasa por cuatro etapas y estamos en la primera (la de la venta de materia prima)
lo lógico sería que procuremos acceder a la siguiente que es la de la industrialización, el hacer
manufactura para darle valor agregado a nuestros productos naturales. De ese modo la tonelada
de cobre multiplicaría su valor por cien, logrando que estos procesos capten mucha mano de
obra calificada y en perfecto estado físico, situación que elevaría considerablemente la
educación y la salud del país. Porque con la industrialización se hace obligatorio imponer un
orden, una organización y un desenvolvimiento que haga que todas las actividades se
multipliquen tanto en cantidad como en eficiencia. Con ella recién entenderemos que la mayor
riqueza que tiene el Perú es su selva y su sierra, no así la costa en la que todos queremos vivir
tugurizados.

Pero ¿cuáles son los obstáculos que tenemos que vencer para ello? Son internos y externos. Los
internos empiezan con la idea que tenemos de que el Perú “es un país encaminado a ser solo
exportador de recursos primarios” (como dice el viejo refrán: “Un mendigo sentado en un banco
de oro”). Esa es la concepción colonial que debemos erradicar por ser lo que nos mantiene en
el atraso y la pobreza. Luego está la arraigada creencia de que “somos incapaces de
industrializarnos” porque “no contamos con la gente ni con las condiciones para hacerlo”, y que
“la industrialización es un asunto exclusivo de los pueblos desarrollados” y los peruanos “no
estamos por naturaleza destinados para ello”. En pocas palabras, los peruanos pensamos que
no tenemos la capacidad para desarrollarnos; solo podemos vender lo que encontremos en el
suelo. Esto se repite como una "verdad sagrada" y con énfasis día a día en todo el país. Sin
embargo, nadie nace “desarrollado” sino que se uno se hace tal cosa, como pasó con China la
cual, 60 años atrás, era un país más pobre que el Perú (y solo producía arroz y opio) y hoy es la
segunda potencia mundial.

Pero además están los factores externos que son las mismas grandes potencias, nuestros
clientes, quienes, por obvias razones, no desean que dejemos nuestra posición de dependencia
y tratan siempre de que sigamos en la misma situación de carencia y necesidad porque eso les
significa “productos baratos” hechos con “mano de obra barata”, algo que nosotros decimos
que es “nuestra principal ventaja”. Pero ser “baratos”, vivir en la miseria y negarnos a la
posibilidad desarrollarnos no puede ser “el futuro del Perú”. Tenemos que cambiar porque, de
no hacerlo, terminaremos siendo absorbidos por otro país que se aprovechará de nuestra
mentalidad derrotista y auto humillada que, desgraciadamente, es la que hasta ahora llevamos
dentro.

Las tres fuerzas que buscan el poder en el Perú


Si describimos cuál es el panorama político actual del Perú podemos afirmar que en él se
presentan tres tendencias sumamente marcadas y confrontadas entre sí: la derecha
conservadora, la derecha progresista y la izquierda marxista. Cada una pugna por lograr sus
objetivos y apelan a todo lo posible para lograrlo. Hagamos un análisis de cada una de ellas.

La derecha conservadora

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Se trata de un grupo humano que ha heredado el poder y los privilegios de la Colonia desde que
los españoles se marcharon dejando la administración del país a los criollos de clase alta. Esto
ocasionó que el negocio de la exportación de materia prima, que solo iba para España, se abriera
a otros mercados alimentando así la naciente Era Industrial. Esta actividad consistía
fundamentalmente en la minería, la agricultura y algunos obrajes. Esto se mantuvo como estaba
hasta la llegada de la segunda ola de migrantes europeos (la primera fue la de los
conquistadores) que huían del hambre y de las guerras, fundamentalmente campesinos pobres
y obreros italianos, alemanes, ingleses, etc. Al arribar al Perú fueron recibidos con los brazos
abiertos por los criollos por ser más “sangre blanca” para mejorar a un Perú alicaído y
desmejorado, conformado principalmente por indios pauperizados que solo eran utilizados solo
como bestias de carga.

La nueva hornada europea se dedicó al comercio y rápidamente se encaramó a la clase social


pudiente y cuyos descendientes son quienes hasta hoy detentan el poder mediante los grandes
grupos económicos. Esta derecha, poco instruida y leída debido a su origen humilde, es
esencialmente económica y no ideológica, es decir, que actúa de acuerdo a sus necesidades
monetarias, y para ello requiere del Estado en todo sentido: como principal comprador y como
financista. La razón es que el mercado interno peruano es ínfimo, con un 80% de economía
informal, lo cual no da para sostener ningún negocio, de ahí la imperiosa necesidad de que sea
el Estado el que invierta el dinero mientras que el privado se encarga solo de usufructuarlo. Es
así que las grandes obras que se hacen en el país necesitan del aporte público (carreteras,
represas, agricultura de exportación, etc.) pues solo Estado tiene la capacidad para hacerlas. La
minería y la exportación igualmente dependen del apoyo estatal pues solo este puede otorgarles
las ventajas y facilidades que las hacen “competitivas”, de ahí el porqué de la reducción de
impuestos y la liberación de exigencias y cargas de todo tipo. O sea, el “Estado ineficiente” es
solo un discurso de boca para afuera. Sin él, el Perú se muere.

Las expectativas actuales de la derecha conservadora son mantener el modelo tal como está
pero “con algunos ajustes”, aunque no significativos, y continuar con la exportación de materia
prima como ha sido siempre. Para ello ha establecido alianzas con el capitalismo “comunista”
chino (nuestro primer socio comercial) y de estos depende ahora mucho de nuestras
exportaciones. Al ser una derecha no ideológica y solo económica, prioriza el dinero para sus
bolsillos y por ello se despreocupa tanto de las posiciones geopolíticas de EEUU como de las
necesidades del pueblo peruano que es cada vez más exigente y levantisco. Lo que propone es
un “gobierno fuerte” con una “mano dura”, más una prensa servil para “dar la impresión de que
todo está bien” y así continuar con el mismo modelo que provocó Lava Jato y el desastre durante
la pandemia. Hoy buscan la caída de Dina Boluarte y de Castillo (en ese orden) para colocar en
su lugar a algún político tradicional que “restituya el Perú de antaño” que es el único que
conocen y que les favorece a sus intereses.

La derecha progresista
Se trata de muchos partidos de “izquierda socialista”, financiados por las ONG a través de USAID
y la Cooperación Europea, cuyas agendas son las mismas que las de los partidos socialistas
europeos (vienen a ser la derecha “moderada”, como los demócratas de EEUU y las de Alemania
o España). Sus idearios se basan en la “reforma del capitalismo” para hacer que este sea más
provechoso para las mayorías, dándoles concesiones de todo tipo y hacer que el descontento se
“desvíe” hacia otros intereses como las reivindicaciones raciales, sexuales o ecológicas. La
estrategia radica en crear un “capitalismo más humano” y más “amigable” para el trabajador y
obrero, ofreciéndoles las prerrogativas que el viejo y obsoleto modelo capitalista conservador
les niega. Este es un planteamiento elaborado por los think tank y los capitostes que manejan
los más grandes conglomerados mundiales, entre los que está el conocido George Soros,
invitado permanente al grupo Bilderberg y reciente el orador central en el G7.

106
Pero la propuesta de los progresistas va mucho más allá de solo “hacer un capitalismo con rostro
humano” pues esta consiste en llegar a deshacer los países tal como ahora están (rediseñar el
mapa político mundial) para que sean únicamente “mercados” y sus habitantes “consumidores”.
Es decir, busca anular las nacionalidades, las religiones, las tradiciones, las costumbres e
identidades para que “toda la humanidad sea un solo grupo de compradores que satisfacen sus
necesidades”. Vendría a ser la culminación del gran proyecto del capitalismo para imponerlo
sobre todos los pueblos de la Tierra y marcar un antes y un después en la historia. De eso se
trata el Nuevo Orden Mundial.

Todo esto suena muy bien, pero tiene un lado oscuro: para lograrse la humanidad tiene que
reducirse a no más de dos mil millones de seres, principalmente europeos y occidentales, para
lo cual se “requiere” tomar medidas drásticas como crear “pandemias y guerras” que realicen
dicho “trabajo”. De ahí la necesidad de empujar a los EEUU (designado como el policía mundial
del NOM) a que “incentive y agudice las enfermedades y la Tercera Guerra Mundial” como paso
previo a la realización de dicho proyecto. Hay que recordar que en el Perú la que lidera esta
postura es el IDL de Gorriti, una ONG financiada directamente por Soros. Su objetivo final es
tomar el control del Perú para “orientarlo” hacia las nuevas ideas de este capitalismo futuro.

El comunismo marxista
A pesar que en el mundo el comunismo real solo existe en China (cuyas empresas irónicamente
son las aliadas principales de la derecha conservadora peruana) aún en el Perú hay algunos
rezagos encubiertos de un cierto comunismo marxista a la vieja usanza que se niega a abandonar
sus criterios y propuestas. La “lucha armada” ya está descartada como método por obvias
razones (el pueblo peruano la rechaza) así que solo le queda la llegada al poder mediante la
democracia, y para ello la estrategia consiste en “agudizar las contradicciones”. Es decir,
aprovechar el descontento y la crisis que es la gasolina que alimenta la desesperación de la gente
más pobre y abandonada por el Estado (concentrado solo en Lima y en los distritos
residenciales), y con ese argumento realizar la “prédica” en aquellos lugares a donde los
“limeños blancos de Miraflores” jamás llegan pues no les interesa en lo absoluto.

Ese abandono total y descarado de la clase alta y media limeña del “resto del Perú” (pues para
ellos solo Lima es el Perú) es lo mejor que le puede pasar a un movimiento que busca
afanosamente convencer a las provincias que “todos sus males se deben a Lima” y que solo
apoderándose de la capital es cómo el Perú “será realmente peruano”. Esta lógica es muy simple
y hasta infantil, pero tiene que serlo para que el pueblo peruano, “ignorante e inculto” como
dice Vargas Llosa, lo entienda. Los “análisis sesudos” hechos por intelectuales y teóricos resultan
incomprensibles para una masa que apenas lee. De ahí que los discursos de gente como Cerrón,
Castillo y principalmente Antauro sean “totalmente entendibles y claros” para el 90% de la
población peruana.

Esta situación, por supuesto, no les interesa nada a las dos derechas que viven concentradas en
su pleito particular y piensan que les basta con los titulares de periódicos y noticieros para
“calmar a la chusma”, algo completamente errado y estúpido considerando que dicha “chusma”
es la que votó por Castillo y por Keiko. Lo que persigue esta izquierda marxista es, por supuesto,
tomar el poder para instaurar un gobierno filo castrista y chavista, pero aún más radical que
estos.

107
¿Por qué el pueblo “no se levanta”? reclaman las derechas
Luego de miles de titulares y denuncias de todo tipo (la “lawfare” o judicialización, que se hace
también en EEUU contra Trump), las derechas conservadora y progresista, enfrascadas en su
pleito por tomar el poder por asalto, se encuentran frustradas porque “el pueblo peruano no se
levanta contra Castillo”. Según la teoría de la judicialización, cuando un político es atacado
mediante denuncias policiales y judiciales (no políticas) este inmediatamente debe ser visto por
la población como “jefe de una organización criminal”, lo cual permite encarcelarlo “por sus
delitos” y no así por su ideología. Esto fue lo que hicieron con Keiko Fujimori los mismos que
ahora se empeñan en hacerlo contra Castillo, reivindicando de paso a quien fuera “la hija de un
ladrón” según palabras de PPK y aplaudidas a todo dar por las derechas.

Pero ¿qué ha ocurrido? Que después de tantos titulares, tantos “fujiapristas” y de tanto show
en directo viendo cómo enmarrocaban y llevaban a la cárcel a Keiko “por delitos comunes”, al
final la población votó por ella casi en la misma proporción que votó por Castillo. Es decir, los
dos “delincuentes” han sido las personas más aprobadas en todo el país, por encima de los
candidatos de los empresarios de Lava Jato (De Soto, Forsyth y López Aliaga) quienes prometían
regresar a los mismos contratos leoninos en los que se gana cien veces más por las “obras” que
se hacen con la plata del Estado (porque en el Perú las mega obras no se hacen con dinero
privado sino con el de todos los peruanos; el empresario solo cobra por ejecutarlas).

En conclusión, la “lawfare” en el Perú (y en muchas otras partes más, como en EEUU o Brasil) lo
único que hace es levantar la imagen del político convirtiéndolo en “víctima” del gobierno de
turno, el cual maneja al Poder Judicial a su antojo (recordemos cómo sacaron a Chávarry con
gran escándalo simplemente porque querían poner a un fiscal que permitiera hundir al
fujimorismo, lo mismo que están haciendo ahora). La mayoría de los políticos “denunciados”
judicialmente suelen regresar por la puerta grande, como seguramente pasará con Lula, con
Correa y con Trump en su momento. Quiere decir que la judicialización puede impresionar en
los medios de comunicación, pero a la hora de medir el impacto entre la gente los resultados
son adversos.

Y esa es la cólera que les da a las dos derechas después de más de un año de convertir a Castillo
en un “delincuente jefe de una organización criminal”: que el pueblo, que supuestamente
debería estar efectuando marchas, paros, huelgas, tomas de carreteras, de centros mineros y
hasta saqueos, no lo está haciendo. Los únicos que se pasean por las calles de Miraflores y San
Isidro antes de almorzar son la clase media jubilada (que tienen tiempo para esto) junto a las
famosas portátiles profesionales que viven precisamente de eso: de hacer bulto y cargar carteles
a favor de quien les dé de comer. Lo cierto es que el país ni está convulsionado, ni está
paralizado, ni se encuentra en crisis ni en el caos. El Perú de hoy funciona con absoluta
normalidad por donde se lo mire y a nadie se le ocurre dejar de trabajar para ir a gritar en las
calles por individuos que ni conocen.

Entonces ¿cuál es la conclusión? Que por lo visto la presencia de Castillo en el poder, con todo
lo que se le pueda acusar, de algún modo refleja la voluntad popular. ¿Que comete delitos de
función, se salta las normas, pide coimas? Pues eso sucede en todo el Perú, por donde vayamos.
Nadie que quiera poner un negocio en un distrito sabe que le van a dar la licencia así no más si
es que no “se matricula” para que salga rápido. Nadie que quiera cobrar un cheque del Estado
sabe que este no va a salir si no “almuerza” con el que lo emite (de no hacerlo la SUNAT embarga
a los 30 días a la empresa por no pagar los impuestos de ley, que es lo que les ocurre a aquellas
que no se prestan a esta “norma”). El Perú, nos guste o no, funciona así y no hay ningún
gobierno, ni el de Castillo ni menos el de PPK o de cualquier otro pro empresarial, que lo pueda

108
impedir o cambiar. Para hacer eso se tiene que empezar desde cero, desde la infancia para
inculcar en los niños una ética y una filosofía anti corrupción, cosa que, por supuesto, nadie hace
ni va a hacer.

Otro factor que contribuye con el estado actual del Perú y su rechazo a cambiar de presidentes
cada año es que todos sabemos perfectamente que, quienes quieren reemplazar al actual jefe
de Estado, son precisamente los ladrones anteriores, los de siempre. No existe un solo político
en la vitrina peruana que no esté completamente manchado de corrupción. Los aspirantes a la
alcaldía de Lima (los mismos que buscaban la presidencia, como si ambas cosas fueran igual,
asunto que no les importa) tienen decenas de denuncias que van desde asesinato, robo, no
declarar impuestos, ganancias ilícitas y hasta multas por manejar ebrio. Estos personajes son los
que pretenden decirle al pueblo que son “moral y éticamente superiores a Castillo”. Por
supuesto que son superiores, pero en el arte del delito mayor, de la estafa, del robo de saco y
corbata en colusión con los grandes medios de comunicación (los Miró Quesada).

Ante este panorama que se viene ¿quién realmente quiere salir de la olla para pasar a la sartén?
¿Acaso a algún peruano se le puede cruzar por la mente que el que reemplace a Castillo va a ser
mejor en todo sentido, en ética y en comportamiento? La gente “ya probó” con el blanco y
pituco PPK y resultó ser el peor de todos, pues lo hizo aparentando ser “limpio y educado”, que
es como se disfrazan todos los estafadores de todo el mundo para hacer caer a sus víctimas. De
modo que no es difícil deducir que, para la gente de a pie, es preferible que siga Castillo (que,
mal que bien, es una elección democrática y correcta), a que lo saquen a la mala para imponer
a uno que, a todas luces, va a encargarse de hacer que la corrupción “vaya hacia los sectores
más pudientes”, o sea, hacia las grandes empresas. Se trata a fin de cuentas de quién es el que
quiere robarle al país: o ellos o nosotros.

¿Y qué futuro nos espera? Lo más probable, y ya lo dicen las calles, es que un Antauro Humala
o algún otro radical sea “la esperanza” del Perú, en el sentido que este y todos los de su tipo
prometen la fórmula salvadora: el “cambio total”. Esto porque siempre que se da una atmósfera
polémica, aguda, de enfrentamiento y odio mutuo, quien pone coto a todo esto es “el duro”,
aquel a quien “no le tiembla la mano” y que, incluso, “puede llegar a fusilar a su propio hermano
por corrupto”. Ello, obviamente, impacta entre la gente que no lee los editoriales de El
Comercio, o sea, el 99% de los peruanos. Este lenguaje, estos discursos, son los que sí entiende
el peruano de abajo, el que sufre y no comprende por qué, si somos un país que dicen que “es
muy rico”, esa riqueza nunca les llega a ellos, a los que, a pocas cuadras del restaurante Rafael
o del de Gastón (que cobran 600 soles el cubierto) tienen que hacer ollas comunes.

Demás está decir que a las dos derechas, cegadas entre sí por la desesperación de apoderarse
de Palacio como sea, les importa un rábano este drama que es muy similar a los comienzos de
Sendero (cuya táctica consistía en convencer a los sectores más humildes y abandonados por el
Estado, allí donde cualquier discurso “contra Lima” es aplaudido a rabiar). Tanto Castillo (o mejor
dicho Cerrón) como Antauro saben perfectamente que a las masas no les afecta ni les interesan
los titulares de los quioscos ni los noticieros (ni los leen ni los ven, ocupados todos en sus vidas
personales), de modo que cuando les hablan con palabras llanas y populares (porque no son
miraflorinos sino cholos como ellos) les creen mucho más que a un blanco que pisa por primera
vez en su vida, con sus zapatillas nuevas, un cerro o un pueblo joven.

La conclusión es que nuevamente estamos ante una situación de coyuntura, ninguna de las
cuales es realmente lo que el Perú quiere ni necesita. El Estado es solo un botín para todas las
fuerzas políticas en pugna y lo único que buscan es que este se adecúe a sus ideologías o
intereses económicos y no al revés como debería ser: que las ideologías e intereses sirvan al
Estado, a los peruanos. Pero pedir eso en las actuales circunstancias parece un imposible. No

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hay persona en el país que no esté convencida que “hacer política es hacer negocios”, y con esa
mentalidad es que “invierten” en sus campañas, con la esperanza que, cuando lleguen al poder,
“recuperarán su inversión y sacarán adelante sus empresas”. ¿Habrá algunos compatriotas que,
por esta única vez, tengan la intención de hacer las cosas bien por el país? La respuesta la
dejamos abierta con la esperanza que esta sea positiva.

Tres tristes tigres tratando de tragar al Perú


Son tres los que pelean por el botín que es el Perú: la derecha conservadora (que se siente dueña
por excelencia del país), la derecha progresista de las ONG y la OTAN (con Biden y Soros a la
cabeza) y la izquierda comunista trasnochada que aspira a realizar una “revolución popular”. En
los tres casos el único perdedor es el Perú. Y vamos a explicar por qué.

CON LA DERECHA CONSERVADORA Y TRADICIONAL, la que hemos tenido durante los 200 años
de República, hacia lo único que nos encaminaríamos sería hacia más de lo mismo: a seguir
siendo el país primario exportador de materias primas (minerales, pesca y agroexportación),
sujeto a los precios internacionales y a los caprichos y condiciones de los compradores. El Perú
continuaría siendo exactamente el mismo sin cambiar nada: el mismo desempleo que está al
80% (donde la mano de obra barata para explotar los recursos naturales solo ocupa un 15% de
la PEA), el mismo nivel de educación (porque esta mano de obra no requiere más que de
primaria), la misma salud (esa que sirve de excusa perfecta para construir al mayor costo posible
hospitales donde sea y como sea, sin implementación adecuada) y con el mismo futuro: emigrar.

Esta opción no tiene planes alternativos salvo “aprovechar las coyunturas” y venderle a China o
a quien sea que necesite nuestra producción. La idea de aprovechar los recursos para darles
valor agregado o crear alguna industria está descartada de plano por los mineros y exportadores
puesto que, según dicen, “ese no es nuestro fuerte” y “no estamos preparados para eso”, por lo
que no nos espera ningún tipo de cambios reales salvo paliativos y discursos a la bandera
resaltando nuestra comida y Machu Picchu. El problema es que día a día la población aumenta
y la urgencia de conseguir empleo se incrementa exponencialmente, en especial entre la
juventud que egresa por miles de las universidades y no encuentra empleos profesionales dado
que no hay industrias para acogerlos y nuestro aparato productivo está orientado solo para
extraer materia prima. Esto nos llevará a la larga a una explosión social cuando las cosas lleguen
a su punto máximo de desesperación y paralización.

CON LA DERECHA REFORMISTA Y PROGRESISTA, llamada en el Perú “caviar” (porque es gente


que habla de reformas sociales para los pobres mientras se toman un wiski en el mejor
restaurante de Lima), nos enrumbaríamos a ser una país alineado con los demócratas de EEUU,
los socialistas de Europa y las estrategias actuales elaboradas por las ONG financiadas por USAID
y la ONU y que tienen por objetivo “desperuanizar al Perú”, es decir, dejar que pensemos en la
patria como objetivo final y principal para que lo hagamos como “sociedad civil”, o sea, como
individuos cuya única finalidad es obtener del capitalismo los mayores beneficios.

Todo lo que no se renueva indudablemente muere, por lo que el capitalismo ya hace mucho
dedujo que la única forma de sobrevivir es poniendo en práctica ciertas medidas que el
capitalismo tradicional y conservador no está dispuesto a otorgar como son mejores condiciones
de vida, nuevas libertades sexuales, amplias oportunidades para el desarrollo material,
soluciones para paliar la extrema pobreza, etc. En pocas palabras, se trata de una estrategia
donde se le quita todas las “banderas de lucha” a la izquierda radical y a la marxista para que no
tengan de qué agarrarse y convencer a los pueblos para rebelarse contra el sistema. Esto, por
supuesto, no lo entienden los conservadores para quienes cualquier cambio “es un atentado

110
contra sus intereses” y a eso lo llaman “comunismo”. Esta ruta nos lleva inevitablemente a la
disolución como país y a desculturizarnos, a perder nuestra identidad, nuestros valores,
creencias y costumbres para convertirnos en simples “consumidores” del gran mercado
mundial.

CON LA IZQUIERDA MARXISTA, que viene a ser los rezagos de la izquierda cubana y comunista
de los años 60s del siglo XX, lo que nos esperaría sería una situación de constante conflicto entre
el Estado y la sociedad peruana, muy similar a la que se produjo cuando Sendero trató de
“ideologizar” a los campesinos negándoles sus creencias, tradiciones e identidad para
transformarlos en “soldados de la revolución”. El problema que hay con esta visión alemana-
inglesa (pues eso es el comunismo) es que consiste en una concepción universalista y totalitaria,
donde “la verdad” está dada y no puede haber otra interpretación de la realidad. En ella no se
aceptan discrepancias puesto que ello significa estar en la “ignorancia” y hacer “revisionismo”
(algo muy típico de todos los movimientos que pretenden ser los dueños de la verdad).

Es muy difícil que esta postura triunfe en una sociedad como la peruana que tiene más de 15 mil
años de existencia y que hasta ahora no ha podido ser aniquilada y occidentalizada en su mayor
parte. La peruanidad no es producto de la cultura occidental, aunque obviamente tenemos
influencias de ella (como todas las culturas). Nuestra peruanidad tiene raíces profundas en un
pasado milenario que no son fáciles de superar o transformar en otra cosa. El marxismo tendría
que “lavarles el cerebro” a todos nuestros niños para que no conozcan nada de nuestros
orígenes y de nuestra esencia nacional y eso es imposible. Sin embargo, el solo intentarlo
generaría una alteración del orden puesto que siempre habrá gente que piense que este es el
método: el de la violencia extrema y la dictadura para resolver nuestros problemas.

¿Y CUÁL SERÍA LA POSICIÓN QUE MÁS NOS CONVENDRÍA? Complicada respuesta en la medida
que nuestra intelectualidad siempre ha estado succionando la teta de Occidente para tratar de
entendernos a nosotros mismos, que no hemos llegado jamás a ser realmente occidentales.
Muchas naciones como la India y la China, que también han sido colonias, han optado por
admitir sus raíces como parte fundamental de sus sociedades para crear una vía propia que les
sea más adecuada. En el caso peruano aún no hemos logrado desarrollar un modelo que
incorpore nuestra peruanidad en él y seguimos tratando de copiar a los demás (cosa que la
mayoría hacemos con las tesis universitarias) pensando que en ello está la solución.

El modelo peruano necesariamente tendría que partir de nuestra propia realidad, que no es la
de Suiza ni la de EEUU. No podemos pretender imponer modelos que en las sociedades
desarrolladas sí funcionan porque sus servicios básicos están todos cubiertos en uno
subdesarrollado como el Perú donde el hambre es la primera necesidad. Resulta irracional
implantar los mismos mecanismos tecnológicos que utiliza un alemán de Zúrich en un pueblo
joven de Puno. Es esta irracionalidad, esta profunda creencia en que la imitación es el camino,
lo que no podemos continuar intentando y más bien partir de cuáles son nuestras auténticas
necesidades (tanto materiales como espirituales, pues somos un pueblo creyente) para de ahí
crear un mañana que sea bueno para todos, tanto para los de arriba como para los de abajo,
para los que solo hablan español como para los que solo hablan quechua o aimara, para los que
viven en la ciudad como para los que viven en el campo. Solo con este “modelo peruano”
hallaríamos el justo medio que nos permitiría unirnos todos en una sola causa común: el Perú.

El país de los puentes nuevos que se caen


No es cierto que la economía lo defina todo. También está la política de por medio, y muchas
veces es la economía la que se supedita a la política. Lo estamos viendo en estos momentos en

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Europa donde, por intereses exclusivamente geopolíticos de EEUU en mantener su supremacía
como potencia, sacrifica a toda Europa evitando con ello que tanto Rusia como China se
incorporen a ella como nuevos socios. Recordemos que Europa ha prosperado en base a una
ventaja muy cómoda que era la de obtener energía “barata” de Rusia (mientras que a la mayoría
esto les costaba mucho más) y estaba a punto de sellar un matrimonio con China a través de la
Ruta de la Seda que justamente iba a pasar por Ucrania y que le permitiría al viejo continente
reflotar y fortalecer su economía gracias al crecimiento asiático. Todo esto ha sido volado en mil
pedazos por EEUU pues no está dispuesto a “regalarle” el mercado europeo a sus “enemigos”.

Y es que no todo en el capitalismo es solo “obtener dinero”. El marxismo les ha hecho creer
hasta a los mismos economistas liberales que “la economía lo es todo” y no es así. Existe una
diferencia entre las sociedades y agrupaciones que desarrollan un modo de producción y las
bandas o mafias de delincuentes y narcotraficantes que solo buscan dinero. En las primeras la
economía está supeditada a determinados fines propuestos o planteados por la política del
Estado, como pueden ser el desarrollo, la industrialización, el comercio internacional o la
conquista de territorios. En el segundo caso el único objetivo es obtener dinero y solo dinero,
acumularlo para disfrutar de los beneficios que este otorga en el mercado. Los grandes capos
de la droga mundial lo usan para adquirir mansiones, yates y darse una vida de lujo y de placeres.
Detrás de esas ganancias no existe ningún otro deseo que no sea la riqueza y su disfrute.

En pocas palabras, la generación de riqueza, desde un punto de vista social y nacional, es muy
diferente a cómo lo ven los dueños de las grandes empresas mundiales (los multimillonarios)
quienes tienen como única meta incrementar sus riquezas y luego hacer alardes de poder (como
un Elon Musk o la familia Rothschild financiando diversas organizaciones mundiales). Los ricos
no piensan en función de “país, sociedad, comunidad o humanidad” sino de acuerdo a cómo sus
acciones se ven reflejadas en sus cuentas bancarias y en sus ingresos. Lo que es bueno para sus
bolsillos es simplemente “lo bueno” per se, una especie de valor intrínseco, como la bondad o
el amor. Ganar dinero para ellos es un aspecto “sagrado”, casi tan natural como el aire o la vida.
Pero esa es una visión sesgada y anómala propia de una enfermedad espiritual, llamada
ambición, que actúa como una droga de la cual uno no es consciente que la tiene ni puede
escapar fácilmente. Contra este mal es que las sociedades deben luchar para que no ocurra lo
de siempre: que un grupo poderoso tome el control del Estado y lo dirija y encamine para calmar
el vicio que los devora, al modo de Rico McPato de las caricaturas de Disney.

De manera que dentro de la sociedad de mercado y el capitalismo se dan estas dos miradas que
muchas veces son opuestas y generan las grandes luchas y discrepancias entre el Estado y los
ricos, asunto que ha llevado casi siempre a los mayores conflictos mundiales con millones de
muertos. En guerras de la envergadura de la Segunda Guerra Mundial es difícil discriminar qué
es lo personal de los dueños de las industrias y lo político social de los dirigentes de las naciones
que participan. Eso es lo que las vuelve complejas de entender y saber dónde está el “negocio”
y dónde la defensa de un país. En la actualidad sucede lo mismo con Ucrania donde es imposible
conocer, a través de la prensa parametrada, qué intereses se mueven detrás: si son solo
económicos, políticos, geopolíticos, etnológicos, culturales o todos a la vez.

Y es que cuando las potencias son demasiado grandes y prósperas ya la economía deja de ser el
horizonte por alcanzar y empiezan a verse otros factores, como el adquirir la supremacía e
imponerles a los demás tanto sus criterios de valor como sus costumbres, religiones, idiomas,
tradiciones, etc. Esto es lo que caracteriza a todos los imperios de la historia: que no se quedan
solo en el dominio militar y económico sino que tienden a instaurar sus propias cosmovisiones
entre los dominados para que estos sean “incorporados” como parte suya, haciendo que
pierdan totalmente sus identidades. Esto se puede analizar detenidamente en el proceso de

112
colonización, donde la característica más saltante, después de la conquista, es el proceso de
asimilación cultural que se efectúa en la nación dominada.

De modo que cuando las economías son estables y boyantes, como las que tenían España o
Inglaterra durante el siglo XVI, el aspecto más importante pasa a ser el político, el diseño del
imperio y su distribución geográfica y administrativa. En ese caso las economías dejan de
orientarse únicamente hacia el interior para ser dirigidas hacia las zonas conquistadas y así
lograr su consolidación como parte de la metrópoli. En estos momentos eso se puede observar
en la manera cómo se comportan EEUU, China y Rusia, que son potencias que comparten el
mismo deseo de ser hegemónicas, de crear el mundo según sus concepciones socioculturales.
Sus economías y desarrollo no están pensados no solo para estas mismas sino para el exterior,
para influir en los vecinos y socios y así hacer que estos marchen al ritmo que ellos quieren. Lo
hace EEUU mediante la OTAN y el G7, donde obliga a los demás a seguir “las reglas de juego”,
mientras que China lo está haciendo mediante la ASEAN y Rusia con el BRICS y su mundo
multipolar.

¿Y qué pasa en el Perú?


Es sumamente diáfano y visible que el caso del Perú corresponde exactamente con el concepto
económico de las mafias y de los carteles de narcotraficantes, donde el objetivo principal de la
economía es únicamente para que esta vaya directamente a las carteras de los grandes grupos
de poder y los funcionarios públicos. Al no existir un plan nacional de desarrollo, ni partidos
políticos que lo conciban ni lo propongan, la única razón de ser de llegar al poder es derivar la
inversión pública hacia las compañías constructoras, las mineras y los bancos para que estas
estén boyantes y contentas depositando el dinero en los paraísos fiscales (Gran Caimán, Suiza,
Panamá, que es donde está toda la plata de las “ganancias” del Perú durante los últimos 30
años), y también hacia los monederos (pues son cantidades mucho menores, pero enormes para
ellos) de los burócratas, políticos y presidentes encargados de organizar la mafia (Lava Jato).

Esto es lo que explica por qué somos el país donde los puentes nuevos, hechos mediante
contratos “legales” con las empresas privadas, se caen antes de cumplir el año. Mientras en Lima
festejaban a rabiar con los Juegos Panamericanos (realizados por los ingleses con mano de obra
barata peruana) y un grupete de amigos del señor Vizcarra se repartía la plata sin dar cuenta a
nadie, con la lluvia del norte se habían caído más de 200 puentes nuevos construidos por
Odebrecht, Graña & Montero, JJC, Contratistas Asociados, etc. El Perú ha sido un festín donde
la circunstancial bonanza de los precios de los metales comprados por China se distribuyó
alegremente entre todos los ladrones de saco y corbata sin dejar un solo centavo para la
educación y la salud. ¿Resultado? Cuando llegó la pandemia el Perú, “el milagro de
Latinoamérica”, fue el primer país en muertos por millón de todo el planeta.

Hoy la situación es la misma, y el actual gobierno no hace otra cosa que seguir la costumbre
puesto que las mafias enquistadas en todos los sectores del Estado (Ejecutivo, Poder Judicial,
Poder Legislativo, regiones, FFAA, etc.) son demasiado fuertes como para que cualquiera así no
más las extermine. Tendrán que pasar generaciones de peruanos para que este cáncer
demasiado extendido en todos los rincones del país pueda ser extirpado. Son tantos los
corruptos que hay en el Perú que, si se tuviera que expulsarlos, el país quedaría prácticamente
abandonado. La conclusión es que nuestra economía se mueve en un sentido netamente
personalista, individualista, con fines únicamente particulares, puesto que no tenemos una idea
de qué país queremos ser ni menos alguna noción de futuro.

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Un fantasma recorre el Perú: Antauro
La situación es muy parecida a la que se vivía antes del atentado en Tarata: una Lima indiferente
y ajena a lo que ocurre en el Perú profundo, el real, pensando que “nada de lo que sucede fuera
de Miraflores es para tomar en cuenta”. Pues bien, el atentado fue en Miraflores, y recién ahí
las clases medias y altas del Perú se dieron cuenta que existía el terrorismo. Es ese desinterés
por el país de quienes dicen ser “sus dueños” lo que hace que las cosas cada cierto tiempo
estallen de la peor manera. La clase dirigente peruana siempre ha pensado que “todo se
resuelve con el ejército”, y es este el que tiene que morir y ser después ser acusado de asesino
simplemente para que los niños de sociedad pueden ir tranquilos a degustar de la comida
gourmet en los restaurantes de categoría que pululan hoy por las zonas más acomodadas de la
capital.

Belaunde pensó lo mismo cuando se enteró de las primeras incursiones de Sendero: “son
abigeos” dijo, y con esa “tranquilidad” continuó con su pésimo gobierno. Ahora los medios de
comunicación, solo preocupados por quitarle a Castillo el manejo de la corrupción que piensan
que es “solo para ellos” y para nadie más, dicen que “Antauro es un loco a quien nadie le va a
hacer caso”. Ojalá que estos medios parametrados y comprados tengan por esta vez la verdad,
porque si no la tienen y empiezan a decir que “Antauro es un abigeo”, mientras que este reúne
a miles de “indios y serranos” por todo el país, la cosa se va a poner realmente difícil, pero no
para ellos, sino principalmente para los habitantes de Lima.

¿Por qué para Lima? Porque la oratoria incendiaria de Antauro maneja con precisión los
conceptos clave para iniciar una revuelta o revolución, como se la quiera llamar. Pone en la mira
a “la culpable” de todos los males que es “Lima”, y más concretamente “Miraflores”. ¿Por qué
usa estas palabras? Porque más que palabras con conceptos que aglutinan una serie de
imaginarios y percepciones que se han ido acumulando a lo largo de los siglos en el Perú. “Lima”
siempre ha sido, para todos los provincianos, “el Perú”, porque el país nunca ha dejado de ser
centralista, donde todas las decisiones importantes solo se toman en Lima y las obras de
construcción que se hacen siempre se realizan de acuerdo a los intereses y ganancias de los
limeños. Los cientos de puentes que se caen a diario son hechos por compañías designadas
desde Lima y con ganancias que solo benefician a los corruptos que las hacen.

Con la palabra “Miraflores” Antauro sabe perfectamente qué es lo que este distrito significa para
el resto del país: el lugar donde se concentra los más selecto, lo más extranjero, lo más blanco y
ajeno al Perú; la prosperidad, pero solo para las elites pudientes para que vivan de acuerdo a
parámetros occidentales y anti andinos. Es decir, la mirada que tienen los millones de peruanos
sobre este lugar no es de algo que es “nuestro” sino “de ellos, de los patrones, de los que
mandan”, de modo que dicho nombre significa en su mente “discriminación, dominio,
conquista, sumisión, humillación” así como “deseo, aspiración, meta, objetivo” que solo se
puede alcanzar mediante una serie de mecanismos como el dinero y el “éxito” dentro del mundo
“de los blancos”. Mudarse de Carabayllo a Miraflores es cerrar el círculo del triunfo para un
provinciano excluido desde siempre por el Estado.

Y aquí llegamos al fondo del asunto: la aceptación que tiene Antauro (y no solo él sino los
muchos que utilizan este mismo método) no se basa en “mentiras ni inventos” sino en realidades
concretas que se deben a la continua y pertinaz ausencia del Estado fuera de las grandes
ciudades (e incluso dentro de ellas, pues a dos kilómetros del exclusivo restaurante Rafael se
hacen cientos de ollas comunes con las sobras de los mercados). Esta ausencia del Estado (que
al Perú le ha costado la pérdida de miles de kilómetros con los países vecinos a lo largo de su
historia) se debe principalmente a la visión que se tiene en Lima de lo que es el Perú: un territorio

114
por explotar, para extraer recursos naturales y venderlos al extranjero. Es decir, en Lima no se
lee al Perú como “país” sino como “cantera”, como “mina”, como “tierra para hacer negocios”,
no como el lugar donde viven millones de peruanos.

Eso explica por qué constantemente se dan confrontaciones mortales con los centros mineros
debido a que la población “quiere vivir” en su tierra, alimentarse sanamente y tomar buena agua
no contaminada, mientras que en Lima se insiste en que “esos sitios valen más como producción
de minerales para las compañías internacionales que como espacios para la vida”. Por ahí parte
todo, por la terca insistencia en seguir pensando que el Perú es la Colonia española que alguna
vez fue y cuya única misión era precisamente eso: explotar el suelo y a sus habitantes como
“mano de obra barata”. Esta noción de país no ha cambiado en lo absoluto en la mentalidad de
quienes manejan el Perú desde hace más de 200 años.

De esta mirada minera-agroexportadora, de esta creencia que “el Perú no es un sitio para vivir
sino solo para extraer materia prima”, es la que se alimentan y se sostienen todos los discursos
apocalípticos que ha habido y que hay ahora en el Perú. Pero no es solo la preferencia del Estado
a tener esta mirada exportadora-explotadora por sobre la vivencial sino, además, la indolencia
a otorgarle a “los otros peruanos” las mismas bondades y privilegios que solo les da a los
capitalinos, razón por la cual la única opción que les deja a los abandonados provincianos y
rurales es trasladarse a las grandes ciudades para sobrevivir como puedan y así por lo menos
tener un poco de agua limpia una vez al día.

Mientras estas condiciones políticas y económicas se mantengan en el Perú los conatos de


sublevación o de guerrilla persistirán, tal como lo fue durante la Colonia y siguió siéndolo
durante toda la República. Lo grave es que en el Perú nunca ha faltado el dinero; más aún, ha
sobrado y en exceso (Lava Jato es la mayor prueba), pero la tendencia delictiva de la clase
dirigente y la incapacidad de los funcionarios públicos (jamás preparados y capacitados para tal
fin, pero amparados por las decisiones democráticas) ha hecho que ello no sirviera de nada,
incrementándose aún más la corrupción. Ciertamente que hay que peruanizar el Perú, pero esto
no se podrá hacer mientras la idea que tengamos de él no cambie, mientras no pensemos en
más allá, en el futuro, en cuál es el camino a seguir y que no puede ser el mismo que el que
estamos recorriendo, corregido y aumentado. Continuar siendo un país primario-exportador
sabiendo que eso nos lleva a más de lo mismo es simplemente un suicidio y darles balas de
cañón a todos los levantiscos e iluminados que piensan que solo ellos serán “los salvadores de
la patria”.

Dios quiera que los peruanos reaccionemos y acudamos, no a apagar el fuego, sino más bien a
eliminar lo que lo prende. Y esa reacción no puede ser solamente echarles la culpa a
determinados grupos políticos o pensamientos puesto que no son estos los que crean el
ambiente idóneo para que crezcan y se difundan sus propuestas. Acabar con Antauro o con
Cerrón o Castillo no resuelve absolutamente nada puesto que mañana aparecerán otros más
radicales y con los mismos argumentos ya que el abandono del Perú y su mal manejo continúan
como siempre. Los actuales políticos que quieren dar un golpe de Estado y tomar el poder (y no
es necesario citarlos pues son por todos conocidos) no ofrecen en lo absoluto ninguna esperanza
de que algo se revierta con ellos. Todos son la misma escoria que siempre hemos tenido y actúan
con el mismo objetivo: robarle el dinero al Estado para su beneficio. La única posibilidad de que
nos libremos de este karma es poniendo todos nuestros esfuerzos en formar a los jóvenes a
través de nuevos partidos políticos que tengan como pilares en su constitución propiciar la
inteligencia y la decencia. No esperemos a un “salvador de la patria”, militar o civil, porque eso
no transforma a una nación: eso solo lo hacen los verdaderos líderes de los cuales, hay que
admitirlo, hoy en día carecemos.

115
Panorama político del Perú
En conclusión, los partidos políticos no existen en el Perú. Lo que hay son logotipos que son
alquilados o comprados por todos aquellos que quieren ser candidatos. Ninguno de ellos sabe
ni siquiera el nombre de estos ni mucho menos su ideología, programa o planes de gobierno
puesto que no los hay. De modo que la política peruana es hoy únicamente personalista, se elige
a personas, no a partidos. La gente no vota, no marca por un partido sino por una persona. ¿Y
cuál es el criterio para hacerlo? Pues razones puramente banales que nada tienen que ver con
lo que se conoce como política: si les cae en gracia, les gusta su cara, su manera de hablar, sus
promesas (que no es lo mismo que planes serios). En el Perú las nociones “derecha” e
“izquierda” son conceptos tan vagos e imprecisos que así no más nadie los puede definir.
Todavía la mayoría lo entiende todo en términos de “capitalista” versus “comunista”, tal como
era a mediados del siglo pasado.

De modo que la política peruana está a la altura de lo que es el país: un país pobre,
subdesarrollado, con un nivel cultural sumamente bajo o inexistente, con una educación dirigida
a formar “mano de obra barata” (nuestra “ventaja comparativa” de la cual nos sentimos muy
orgullosos), con un nivel de subempleo, desempleo e informalidad que llega al 80% de la PEA (a
los que se les ha hecho creer que son “emprendedores, pequeños empresarios, aspiracionales”
cuando en verdad son gente que no tiene en qué trabajar y que sobrevive como puede sin
respetar ninguna norma, regla o disposición legal). Y es que, en verdad, no podemos pedirle a
nuestro país, siendo como es, que tenga un sistema político y una clase política siquiera similar
a la de Chile, nuestro vecino.

La sola desaparición de los dos únicos partidos que, mal que bien, funcionaban como tales revela
el drama de nuestra sociedad. Muertos Fernando Belaunde y Alan García, Acción Popular como
el APRA prácticamente han dejado de existir. Si bien es cierto que en AP hacen “elecciones”
internas, estas suelen ser una farsa. Prueba de ello es que todas terminan siempre en escándalo
porque los ambiciosos que hay en él suelen hacer todo tipo de trampas y farsas para apoderarse
de las candidaturas, lo único que realmente les interesa. El futuro del partido, su pensamiento,
su posición ante la sociedad les importa un comino. Allí lo único que cuenta es tomar el poder
para llegar a Palacio y hacerse rico. Pero esto no es nada diferente a lo pasa con todos los demás
candidatos que postulan con el membrete que sea: todos quieren únicamente el poder para
lograr la tan ansiada riqueza. Ese es el único y verdadero motor de la política peruana.

Y el problema se agudiza por cuanto la ley de partidos políticos así lo permite. Si solo se
consintiera que participaran partidos que realmente existieran como tales (con locales, actividad
durante todo el año, democracia interna auténtica, formación de militantes, etc.) entonces los
candidatos serían solo los más capaces integrantes que son escogidos por representar mejor las
ideas, objetivos y planes del partido y no por decir cualquier tontería que se les ocurra. En ese
caso la gente no votaría por la persona sino por las ideas que dicho candidato representa, algo
así como el embajador de un país quien no habla ni opina si no es de acuerdo a lo que aquel le
ha indicado. Pero esto es solo para naciones desarrolladas, no para el Perú. Es pedirle peras al
olmo. Si esta exigencia se aplicara no quedaría un solo candidato activo.

Y esto es lo que origina la corrupción, que todo el mundo dice combatir y odiar pero que en
realidad se propicia, se protege y se cuida como oro. ¿Por qué? Porque la corrupción comienza
con la no existencia de los partidos políticos. La explicación es muy simple. Para ser candidato
uno tiene que pagar, en primer lugar, la cantidad que el dueño del “logo” le pide. O sea, si uno
quiere postular a alcalde de distrito, presidente regional, congresista o Presidente de la
República tiene que abonar la tarifa respectiva que va desde los cinco mil soles (la más barata

116
posible para el símbolo con menos posibilidades) hasta dos o tres millones de dólares para el
que tiene más “renombre”. Un ejemplo de ello son los recientes postulantes quienes han
comprado o alquilado por dichos montos sus candidaturas.

Pero ahí no queda todo. Además de este pago que el candidato hace tiene también que
desembolsar otra cantidad para su campaña, que obviamente no baja de otros cinco mil soles
para los más modestos hasta varios millones para los más grandes. Al final, los ganadores llegan
al puesto político con deudas enormes que, por supuesto, les obligan a “recuperar su inversión”,
como dicen todos. Y los que no han puesto “de la suya” están endeudados con aquellos que les
dieron el dinero. Todo esto lleva a que dicho funcionario tenga que dedicar los primeros años
de su gestión a “hacer el dinero” necesario para “pagar sus deudas” de campaña. Solo en el
último año es que recién empieza a “hacer caja” para no salir del cargo tan pobre como entró
puesto que, si así fuera, se convertiría en el hazmerreír de toda su gente. Haber sido autoridad
y acabar el mandato sin tener más de lo que se tenía es una “vergüenza” para todo peruano.

De modo que es casi imposible que cualquiera que ostente un cargo público no robe o sea
corrupto porque, de no serlo, su situación sería sumamente magra y peligrosa. Y es que muchos
se han endeudado con los bancos y, de no cumplir con las cuotas, pueden perderlo todo solo
por haber asumido un puesto público. Y ¿cómo funciona esto en países donde sí existe la política
como tal? Pues muy sencillo: aquellos que son designados para ser candidatos son financiados
por los propios partidos, de modo que no gastan un solo centavo en sus campañas y, cuando
son elegidos, no tienen otras deudas que el compromiso de representar al partido que los puso.
Eso no quiere decir que no pueda haber corrupción, pero será solo la excepción, ya que la gran
mayoría no tiene deudas ni con personas ni con bancos.

En cuanto a los resultados de la reciente elección, aparte de haberse decretado la muerte de los
partidos políticos (y de la política en general) lo que hay en el Perú es una pulverización de las
tendencias políticas las cuales se inclinan más por posturas pragmáticas, por personas que dicen
solucionar los problemas inmediatos de cada región, distrito o pueblo. Nadie les exige alguna
“ideología” o pensamiento ni que sean “de izquierda o de derecha” sino que tengan la capacidad
de “hacer obras”, es decir, la política entendida únicamente como “construir” lo que sea:
carreteras, puentes, acueductos, hospitales, colegios, etc. Esto, por supuesto, es “música para
los oídos” de los políticos locales puesto que con ello van a recuperar rápidamente su "inversión”
en cada obra que se haga, cosa que les dará prestigio y réditos para el mañana.
Desgraciadamente el pueblo, como no tiene la más mínima noción de lo que es la política ni las
funciones de cada empleado público, solo entiende de “obras” y nada más. Es el grito
desesperado del pobre e ignorante que cree que “solo con ladrillos se hace política, solo con
obras se desarrolla” y punto.

En el único lugar donde se ha votado por “ideología” ha sido en los distritos centrales y más
acomodados de Lima. Allí la gente no tiene necesidad de “obras” puesto que ya lo tienen todo,
por lo que votan según el candidato sea de su “línea política”, que necesariamente es de
derecha, ya que esta representa la visión colonial occidental de lo que debe ser un país como el
Perú: urbano, blanco, patronal y empresarial, donde el estatus económico es el centro de la idea
del “progreso” y “desarrollo” (a diferencia del criterio no limeño que está puesto en “las obras”).
En pocas palabras, la derecha no ha votado por las promesas ni por la capacidad del candidato
sino por lo que este representa para un sector de la capital. Sin embargo, dada la muy baja
votación obtenida, es notorio que la derecha está muy disminuida y solo puede sobrevivir en
ese segmento privilegiado del Perú. La pregunta es si con esa exigua cantidad le alcanzará para
soportar el embate de un Antauro Humala que, por lo visto, arrastra multitudes, millones, con
un discurso que representa el fascismo nacionalista, no el izquierdismo, el cual refleja la
magnitud de la actual crisis institucional que atraviesa el país.

117
Cuando la Fiscalía es un arma política
En inglés se llama “lawfare” y en nuestro idioma “judicialización”, es decir, atacar al enemigo
político mediante el sistema judicial, no con ideas políticas. Es lo que se ha hecho, y se sigue
haciendo, contra Donald Trump, a quien, para evitar que vuelva a postular, se le está acusando
de “cometer delitos”. Es lo que se hizo contra Keiko Fujimori para responsabilizarla a ella y solo
a ella de Lava Jato y salvarle el pellejo a los grandes empresarios como José Graña Miró Quesada
y todo su clan periodístico. Y es lo que se viene haciendo ahora contra Pedro Castillo en vista
que este no “reparte” las licitaciones ni el dinero del Estado entre las grandes empresas como sí
lo hizo Vizcarra con el cuento de la “reactivación” (diez millones de soles para cada una,
incluyendo a la de López Aliaga) de lo cual no han devuelto hasta ahora un solo centavo.

Porque la política no es un asunto de “moralidad” o de “ética”, como algunos piensan, sino que
se trata únicamente de tomar el poder. ¿Y para qué quieren los más poderosos el poder? Muy
sencillo: porque quien lo ostenta orienta la producción y la economía del país hacia sus bolsillos.
Si no, no se explicaría por qué los bancos, las empresas más importantes y la prensa en general
se desesperan por colocar a uno “de los suyos” en la presidencia. Y es que todos estos tienen
sus presupuestos ya elaborados donde “los aportes del Estado” conforman entre el 20% a 50%
de sus ingresos mediante contratos o negocios. En un país como el Perú ninguna empresa puede
prosperar si no tiene “negocios” con el Estado, dado que somos un país mercantilista. De ahí
que tener el control del dinero del Estado es de vital importancia para sus intereses.

El problema surge cuando sube un gobierno que pretende “desviar” dicho dinero hacia otros
intereses u otras empresas que no son “las de siempre”, las que pertenecen a las grandes
familias que conducen el Perú. Eso ya ha ocurrido con el fujimorismo, un partido surgido para
representar a los grupos provincianos emergentes (los “cholos con plata”, pequeños
comerciantes) que siempre han significado un estorbo y una amenaza para los “empresarios
blancos miraflorinos” que, según ellos, sí representan “al Perú oficial”, el Perú que,
supuestamente, todos quieren ser o aspiran a serlo. Es por eso que el fujimorismo, si bien ha
sido soportado en ciertos momentos (por ejemplo, para quitarle apoyo popular a las izquierdas),
es un peligroso pretendiente a ocupar el segmento “A” de nuestra sociedad que hoy
ajustadamente está conformado por los descendientes de las migraciones de europeos
hambrientos llegados en los primeros años del siglo XX.

La prueba de esto es que, durante la segunda vuelta en las elecciones del 2021, la “clase urbana
alta y blanca” de Lima se inclinó, tapándose la nariz, a votar por Keiko (a quien meses antes
habían encarcelado y vejado de la manera más ruin y miserable y encima con aplausos) porque
la preferían a ella (que no es chola) a un típico espécimen andino producto del sistema educativo
y de salud del Perú: un Pedro Castillo cualquiera. Y es que difícilmente alguien que provenga de
nuestra realidad profunda del país va a ser “un genio en ciencias y un orador sin par” por obvias
razones que todos sabemos (nuestra educación está a la misma altura de la de Haití, el país más
pobre de América). Fue en ese momento que la “democracia” peruana se hizo mil pedazos
porque la clase alta dijo ¡no!, no aceptaremos ese tipo de humillación de tener que obedecer
“al hijo de un jardinero”. El racismo y clasismo en el Perú sigue tan vivo como siempre lo ha
estado, y en ambos sentidos, ya que jamás se ha hecho nada para que desaparezca.

Es así que Castillo resultó elegido por una mayoría igual a la que obtuvieron tanto PPK como
López Aliaga: por apenas poco más de 40 mil votos. Pero lo que para estos últimos era “justo y
suficiente” para Castillo no valía, era solo “una minoría no representativa del Perú” y toda una
sarta de sandeces que ni ellos mismos las creían. Lo que realmente les preocupaba (y les sigue
preocupando) no es “la democracia” ni “la legalidad” (bueno fuera) sino “a dónde va a ir el

118
dinero del Estado”. Si Castillo hubiera hecho lo de siempre, lo que han hecho todos los
presidentes al otorgarles las obras y el dinero a las grandes empresas tradicionales, ahora sería
halagado como lo fue Toledo en sus inicios. Pero cometió el error de “oír más a Cerrón” (un
obsoleto político de izquierda marxista) decidiendo entregárselas “a sus allegados” bajo el
supuesto que “si todos los presidentes han hecho lo mismo ¿por qué yo no lo puedo hacer?”.

Es que todos han hecho lo mismo, sí, pero “tapándoles la boca con billetes” a todos sus críticos
y repartiendo la torta con la prensa, pues siempre sus finanzas están a pérdida. La gran torpeza
de Castillo fue “no haber compartido” con quienes tienen el poder económico y mediático, y
estos ahora está desesperados porque sus cuentas no les salen ni les van a salir si es que no lo
sacan. La dependencia al dinero del Estado es de tal magnitud (desde San Martín hasta la
actualidad) que muchos pueden ir a la quiebra (como le pasa al grupo El Comercio). Los
empresarios llaman a estas entregas “inversiones” o “activación”, pero todos sabemos que lo
que menos hacen es poner de su plata, hacer negocios “con la suya”. Es que siempre es mucho
más fácil colocar a un Ministro de Transportes “amigo” para que este empiece a distribuir “las
licitaciones” entre sus parientes y conocidos mientras que la prensa se dedica a otra cosa (como,
por ejemplo, a investigar a los “fujiapristas” por haber gastado cinco mil soles en pollos a la
brasa).

Durante la fugaz y corrupta era de PPK los medios se volcaron con pasión a atacar al “Congreso
obstruccionista” conformado por una mayoría fujimorista y, a consecuencia de ello, destruyeron
la imagen y la carrera de la mayor parte de sus miembros, así como llevaron a prisión dos veces
a su lideresa por ser “jefa de una organización criminal”. Mientras esto entretenía al populacho
los amigotes de PPK y de la CONFIEP hacían de las suyas y le robaban al Perú miles de millones
de dólares mediante maniobras financieras y obras sobrevaloradas innecesarias y mal hechas.
Durante el fenómeno de La Niña se cayeron más de 200 puentes “nuevos”, noticia que los Miró
Quesada jamás pusieron en sus páginas ni en sus canales. Todo Lava Jato fue amparado y
ocultado por la prensa y, de no ser por los EEUU, hasta ahora no sabríamos nada y los grandes
empresarios seguirían “ganando” mucho dinero, el cual iría a parar a los paraísos fiscales de
Gran Caimán, Panamá y Suiza. Nada de esos miles de millones volverá nunca al Perú ni menos
será “reinvertido” aquí.

Pero lo más “chistoso” es que estos mismos delincuentes de saco y corbata son los que ahora
reclaman a gritos que “estamos en manos de unos corruptos”. En realidad, les ha faltado agregar
las palabras “aprendices de”, porque los verdaderos maestros de la corrupción siempre han sido
ellos, quienes fungen de “honorables” y salen en televisión rasgándose las vestiduras. Lo que
hace Castillo obviamente es corrupción, qué duda cabe. Estamos en el Perú, y en el Perú el que
no es corrupto está en el manicomio o está muerto. Somos un país eminentemente corrupto,
desde el policía de tránsito, pasando por el funcionario municipal, hasta el presidente del
directorio de la empresa “más reputada”. No hacer la corrupción significa terminar marginado,
anulado e, incluso, ir a la cárcel (como les pasa a aquellos que “no contribuyen” con las mafias).
Un pobre individuo que pone su sanguchería en la esquina no abrirá nunca su negocio si es que
no “almuerza” con el que da las licencias. Lo mismo pasa con la gran empresa minera si es que
no “se reúne” con el Ministro de Energía y Minas. Así ha sido ayer y así será mañana.

En conclusión, si Castillo hubiese sido más “astuto” (o “pendejo”) hubiera aceptado la tutela de
los progresistas (las ONG de Soros y USAID, a quienes la derecha conservadora llama
“comunistas”) y con ellos la Fiscalía estaría ahora acusando más bien a López Aliaga por los
delitos que tiene a cuestas, pero al no aceptarla se quedó solo consigo mismo, con su
incapacidad política y con su idea de que basta ser presidente para “tener el poder”. No se ha
enterado que Lula o Dilma Rousseff fueron vacados con una simple denuncia administrativa.

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Para la próxima tendrá que aprender que la política es “solo para los que saben” y no para los
improvisados.

Uno envalentonado y la otra desesperada


¿Qué hablaron Blinken y Castillo en privado? Hasta ahora nadie lo sabe. Pero sí es seguro que,
después de dicha conversación, Castillo salió envalentonado a dar un mensaje a la nación donde
afirmaba, con mucha seguridad, que va a durar hasta el año 2026 que acaba su período. Por otro
lado la OEA, lejos de hacer como acostumbra con los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua (que
es condenarlos y ponerlos bajo sospecha), acoge el pedido de Castillo para que “supervise” las
actividades de la oposición a la que acusa de golpista. Tengamos en cuenta que la OEA, desde
que se fundó, no es otra cosa que la caja de resonancia de EEUU, su “organismo de control” del
llamado “patio trasero”, mediante el cual evalúa y “orienta” a los países latinoamericanos de
acuerdo con sus intereses. Nada se hace en la OEA que no cuente con el aval y disposición de la
gran potencia del norte.

De modo que, así como se ven las cosas, es obvio que Castillo siente que ha recibido de parte
de EEUU “todas las seguridades” de que su gobierno, pese a las críticas y ataques, continuará en
vista que este responde a los intereses norteamericanos en Perú. De nada sirven las quejas y
lamentos de los medios de comunicación que llaman, nuevamente, a la OEA “comunista” o cosas
por el estilo que, lógicamente, no lo es por cuanto fue creada dentro de la llamada Guerra Fría
justamente para combatirlo. Decir que esta organización es “comunista” es lo mismo que decir
que Washington también lo es, por lo que esta calificación solo sirve para calentar las iras de las
señoras miraflorinas que suelen creer que, todo lo que va en contra de sus deseos, “es
comunista”.

Y es que a la derecha peruana, especialmente a la conservadora y tradicional, le cuesta mucho


entender cosas que vayan más allá de la lógica del dinero. Debido a su conocida falta de
formación intelectual (ya mencionada por Basadre y reafirmada por el mismo Vargas Llosa) la
manera cómo actúa se asemeja más a la ideosincracia de los nuevos ricos que piensan que “el
dinero es el fin último de todas las cosas” (como los reyes de la papa), sin darse cuenta que este
es un “medio” y no “un fin”. La gente que tiene dinero, pero no tiene cultura, que no lee, suele
creer que, por tener su bolsillo lleno, “tiene toda la razón”, suponiendo que el ser rico es una
demostración de superioridad intelectual. Pero es todo lo contrario. Quien solo tiene dinero cae
en la huachafería y en demostraciones de ridículo similares a las que se ven en los programas de
farándula donde sus personajes hacen alardes de riqueza.

Es por eso que la derecha tradicional y conservadora no logra entender qué significa geopolítica,
palabra que les suena a “intelectuales de izquierda”. Porque si la entendieran y supieran de qué
se trata al menos comprenderían por qué EEUU reacciona como lo hace. Se darían cuenta que
la principal preocupación que tiene esta potencia con respecto a Latinoamérica ya dejó de ser
hace mucho la penetración del comunismo: ahora lo es la del capital chino. Eso se debe al
“descuido” que ha tenido durante estas décadas en las cuales toda su preocupación estaba
puesta en el Medio Oriente, lugar del cual ya se apartó desde la salida vergonzosa de Afganistán.
Esto permitió que los chinos, silenciosamente, ingresaran en todos los mercados abandonados
por ellos mediante la estrategia de “las inversiones”.

Lo que pasa es que los chinos, a diferencia de los norteamericanos, basan su política económica
en concentrarse únicamente en el dinero y en los negocios, dejando de lado las políticas internas
de cada país. Es decir, China negocia “hasta con el diablo” si es que eso les reporta ganancias.
En cambio, la ideosincracia norteamericana no actúa así. Para ellos los negocios van de la mano

120
con la política, y para obtener buenos resultados les es imprescindible “poner gobiernos afines”
a sus empresas. De ahí se desprende el por qué, mientras que para EEUU es fundamental
intervenir en los países para sacar y poner presidentes, para China lo es el tener buenas
relaciones con cualquier tipo de régimen, sea legítimo, militar, democrático o autoritario.

Esto es lo que ha ocasionado que, hoy por hoy, China se haya convertido en el primer o segundo
socio comercial en casi todos los países de América Latina. En el caso del Perú es ahora el
primero, especialmente en el campo de la minería, y es el que más se aprovechó de los discursos
triunfalistas del “modelo” fujimorista que invitaba a “todos los inversionistas” a venir al Perú
bajo condiciones casi de regalo. Este “modelo” era tan laxo, tan ligero y tan sin control que,
obviamente, atrajo a los buitres y oportunistas más que a las empresas formales, ya que sus
exigencias en toda clase de materias (jurídicas, ambientales, sociales, etc.) eran prácticamente
inexistentes. El “modelo” convirtió al Perú en una tierra de nadie donde los más ilegales y
sospechosos encontraron el terreno libre y fértil que en otras partes del mundo les negaban.
Perú se volvió el emporio de la mafia empresarial mundial, una especia de “isla Tortuga” donde
vivían los piratas sin ser molestados.

Eso explica entonces el porqué de la frenética llegada de los capitales chinos, así como de los
igualmente irregulares coreanos e indios. Empresas como la minera Grupo México (los dueños
de la Southern), la más contaminante del planeta según los informes más reputados, operan
aquí a su regalado gusto sin ningún control ni verificación de nada. Igualmente aclara por qué
durante los 30 años de “inversiones extranjeras” el Perú, lejos de haber mejorado en algo (en
ciencia, tecnología, desarrollo, salud, educación, etc.), se ha mantenido en los mismos índices
de los años 70 del siglo pasado, ya que todas estas “inversiones” solo han servido para que se
exploten los recursos naturales pero sin ninguna canalización ni planes de desarrollo: todo se
reduce a sacar y exportar, dejando unos cuantos centavos para que los funcionarios se los
repartan entre ellos y sus socios empresarios.

De modo que, siendo la penetración china el principal peligro que enfrenta ahora EEUU en
Latinoamérica y en el Perú, es lógico que sus aliados locales como la CONFIEP y los grandes
grupos mineros y empresariales sean vistos como “enemigos” de Norteamérica por ser quienes
les dan entrada y respaldo. De todo esto no se da cuenta la derecha tradicional y conservadora
que sigue aferrada al dogma de que lo único importante es el dinero “venga de donde venga”,
como si ello fuese una virtud o un premio a su gestión. El dinero, siendo solo una herramienta,
para lo que sirve es para obtener el poder, y teniendo el poder ya no se necesita de él puesto
que existen mecanismos más efectivos como la cultura y las comunicaciones. Más fácil que
sobornar a alguien es convencerlo mediante películas o entretenimientos. Esto es lo que no
entiende esta derecha.

Por lo tanto, todo parece indicar que Castillo viene a ser una pieza muy dúctil y maleable para
los deseos de EEUU, mucho más manipulable que tratar con un fundamentalista y fanático,
miembro de una secta católica como el Opus Dei, como lo sería un López Aliaga, de pensamiento
medieval. La pregunta que viene entonces es ¿cómo instrumentalizará Washington a Castillo
para que le sea útil para sus fines? Todo haría suponer que su “mal” gobierno haría “quebrar” la
estabilidad económica de los grandes grupos económicos familiares tradicionales (Romero,
Brescia, Benavides, Miró Quesada, etc.) para que estos pierdan peso y con ello su “sociedad”
con los capitales chinos, de modo que puedan ser reemplazados por otros más afines a la
derecha progresista que sí responde a las metas y proyectos de USAID, Soros y otras poderosas
entidades mundiales que son quienes ahora rigen en Occidente y que procuran evitar el ascenso
de China, instaurando así un "Nuevo Orden Mundial". En conclusión, Castillo sería el
“destructor” de la derecha conservadora para que esta sea sustituida por la progresista. Al
menos, eso es lo que diera la impresión, salvo mejor parecer.

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La agonía de la aristocracia peruana
Existe una metáfora llamada “El canto del cisne”, que proviene de los bestiarios medievales,
donde aseguraban que “cuando se aproxima el final de la vida del cisne este canta mejor y más
fuerte; y así, cantando, muere”. Este es el mejor ejemplo que encuentro para definir a una clase
social peruana que el día de hoy se encuentra en franca agonía, pero que antes de fallecer
pretende dar “su último zarpazo” para irse a la tumba con cierto honor y dignidad. Pero primero
es necesario describir de quiénes estoy hablando para que esto quede lo más claro posible.

Nuestra aristocracia peruana surge en la Colonia española y consistía en los administradores de


origen hispano más los criollos en segundo término. Estos eran los hijos de los conquistadores
con las “indias” (llamados “bastardos” por los peninsulares). Al producirse la independencia esta
casta mestiza tomó el mando y automáticamente pasaron a ser la nueva aristocracia, pero de
sangre ya no tan azul sino mezclada con otras sangres “inferiores” como la de los andinos. Es
decir, el esquema social colonial se mantuvo sin otra modificación que esa. Fue recién a
principios del siglo XX cuando se produjo un cambio producto de la gran migración de pobres
quienes, con solo con lo que llevaban puesto, arribaron a las costas peruanas huyendo del
hambre y las guerras de Europa.

Estos italianos, alemanes e ingleses, que fueron recibidos con bombos y platillos por ser
“blancos”, encontraron las mejores condiciones para prosperar y hacer fortuna en un país que
era fundamentalmente racista y clasista. Es así que, del cruce de los “bastardos criollos" y la
“sangre occidental campesina”, nació otra clase aristocrática más “blanca” que la anterior y que
es la que, gracias a la Reforma Agraria de Velasco (que eliminó a los terratenientes), se convirtió
en la clase alta que ahora tenemos. Estamos hablando de fines de los años 70 del siglo pasado,
que es donde se originan los grandes grupos económicos de las más poderosas familias (Romero,
Brescia, Benavides, Rodríguez, Berckemeyer, etc.). Su política económica sigue siendo la misma
que la de los conquistadores, pues se basa en la exportación de materia prima (minerales, pesca
y agroindustria) con un desinterés total, y hasta rechazo contundente, por la industria.

Es así que llegaron los 30 años del fujimorato y del “modelo” que tanto éxito y riqueza les ha
traído a estos grupos y del cual no quieren desprenderse a pesar que ya el mundo viró hacia la
desglobalización. Fueron los años “dorados” donde campeó Lava Jato y la repartija del dinero
del Estado entre todas las grandes empresas de los aristócratas, el cual se encuentra depositado
en todos los paraísos fiscales del mundo (Gran Caimán, Panamá, Suiza, Las Vegas, etc.) y de
donde no volverá jamás. Nada se reinvirtió en el Perú pues el “modelo” es sumamente rentista,
donde lo más importante es “alquilar o vender al país” al mejor postor, cosa que siempre atrae
como la miel a las moscas a las empresas expulsadas de todas partes por corruptas, pero que en
países como el Perú encuentran su garbanzal.

Ni siquiera Sendero, con lo fiero que era, pudo impedir que los “negocios” o “faenones” dejaran
de llenar sus bolsillos. Pero sucedió algo con lo que no contaban. Debido a la escasa o nula
inteligencia que hay en esta clase (puesto que “pensar y analizar” es visto como “cosa de
izquierdistas y comunistas”) no se percataron de las advertencias de personas serias y sensatas
como Michael Porter (nada comunista, por cierto) de que el “modelo” tenía serias fallas que
podían resultar peligrosas. ¿Cuáles eran? Pues que estaba creado exclusivamente para que el
dinero del Estado fluyera a manos llenas hacia los “inversionistas” (quienes realmente no ponían
la plata) pero descuidaba por completo el aspecto “social”.

Al comienzo nuestros aristócratas se reían de los Porter y de todos los que les decían que la
fiesta iba a acabar, hasta que llegó el primer golpe proveniente de su ídolo: EEUU. De allá vino

122
la denuncia del caso Lava Jato (que aquí los Miró Quesada y compañía mantenían
completamente oculto) que reveló que el origen de la “riqueza” de dicha clase era ilícita, ilegal
y corrupta. El esquema era muy simple: poner a un presidente que repartiera entre todos ellos
las licitaciones y “regalara” la plata a discreción mediante leyes y normas que lo permitieran
simulando ser “estrictas”. Pero obviamente no lo eran. Y para que ello no se supiera la prensa
se encargó de impedir cualquier tipo de investigación o denuncia gritando que “todo era legal y
en beneficio del Perú”.

Fue así que cayó el principal cabecilla de este mega robo, llamado PPK, junto con toda su
camarilla compuesta por la gente de la CONFIEP y de los ejecutivos de las más importantes
empresas (la mayoría con Harvard y doctorados, pero jalados en honestidad y decencia). La
aristocracia peruana había recibido un terrible golpe en donde más le dolía (en su prestigio) y
esta herida ya no se podía suturar. Luego vino la pandemia y quedó demostrado que “el modelo”
no funcionaba en lo absoluto para el pueblo. A partir de ahí se produjo el caos total, con una
nueva aristocracia andina y provinciana (el fujimorismo) pisándoles los talones para darles el
“empujoncito final” y les dejaran a estos “cholos” ocupar la cúspide de la pirámide social.

Hoy la vieja aristocracia heredera de Velasco se encuentra al filo del precipicio pues sabe que el
Perú está cambiando aceleradamente y que ya tiene otro rostro (que no es el de ellos). Esto se
puede notar en lugares como el balneario de Asia, donde las casas valoradas en un millón de
dólares las están adquiriendo los que las pueden pagar, o sea, los reyes de la papa. También en
los colegios más “distinguidos y exclusivos”, donde los alumnos son en su mayoría de pelo negro
azabache y ya no los castaños y rubios de antes. Se nota en las casas de La Planicie, donde en las
noches se escucha una música para nada acorde con la “distinción” de las supuestas “familias
de sociedad” (cumbia y hasta huayno) e igualmente cuando vamos a Larcomar o al Central
donde, quienes ocupan la mayoría de las mesas, provienen de lugares impensables como Comas
o Villa El Salvador.

De modo que el hecho que Castillo (“el burro, el corrupto, el jumento”) y el fujimorismo
“arribista” le hayan ganado la primera vuelta a un sicópata del Opus Dei dice a las claras que la
constitución social del Perú ha virado radicalmente y que en ella la vieja aristocracia “blanca y
occidental” está reducida solo a los distritos céntricos de Lima así como a los de Arequipa (llena
de puneños) y Trujillo (donde arrasa el “emergente” Acuña). Pero esto no lo entienden ni lo
quieren entender aquellos que se han quedado congelados en el Perú gamonal del siglo pasado,
quienes aún piensan que “solo ellos” pueden gobernarlo y manejar para sí las arcas fiscales.

Pero eso ya no volverá más. Quienes suban al poder de ahora en adelante ya no serán sus
amigotes y parientes sino aquellos que cuenten con el respaldo de las mayorías, es decir, la
nueva clase alta andina agrupada en torno al fujimorismo o a otro movimiento que los
represente mejor. Pero antes de dar su suspiro terminal, estos viejos aristócratas quieren
realizar “el último golpe” arremetiendo incluso contra el propio EEUU, puesto que ya no les
importan las consecuencias. Suponen que con una marcha similar a la que derrocó a Merino van
a sacar al “burro” y que contarán para ello con las FFAA, puesto que siempre los han defendido
y apoyado. Pero los militares están advertidos que, cualquier cosa que hagan, los puede llevar a
prisión como pasó en Bolivia, así que no darán más la vida por ellos. Sin embargo, cantarán
fuerte como el cisne antes del llegar a su final.

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¿Lucha contra la corrupción o asalto al poder?
Todos los que hasta hace poco eran “fujiapristas”, “obstruccionistas” y “empresarios Lava Jato”
por arte de magia -gracias a Castillo- se han convertido de un momento a otro en “la reserva
moral del país”. Keiko, que sigue acusada de ser la “jefa de una organización criminal”, ahora
sale públicamente a denunciar “la corrupción del actual gobierno”. Empresarios Lava Jato, como
Dionisio Romero (padre e hijo), suscriben actas de “respeto a la independencia de los poderes”
después de haber obtenido de Montesinos grandes negocios. Medios de comunicación como el
grupo El Comercio (que, durante 30 años, al mando de Graña Miró Quesada, jamás vio nada ni
sospechó en lo más mínimo del robo de Lava Jato) ahora se muestran como “los justicieros
implacables” arrojando, no solo la primera piedra, sino todas las rocas que encuentran en su
camino. Apristas y fujimoristas, que eran mostrados como delincuentes “roba luces, come pollos
y come oro” durante la era PPK figuran como los “intachables”, con la autoridad suficiente como
para señalar “a los corruptos de este gobierno”.

Pero no solo eso ha cambiado en el lapso de año y medio. La Fiscalía, que se dedicaba las 24
horas, 365 días del año, a perseguir a “los corruptos fujiapristas de la oposición” hoy ha virado
180⁰ y apunta todos sus cañones contra el gobierno. Ya se olvidó de su anterior “obsesión”
keikista y ahora se dedica solamente a “vacar a Castillo”. Por supuesto que para ello han tenido
que remover ciertas “piezas” internas (muchos fiscales) para poner a otras que cumplan con
dicho propósito. Y los que antes atacaban a esta institución diciendo que “estaba politizada” (en
la época de “los fiscales héroes”) ahora la endiosan y ensalzan como “un ejemplo de eficiencia”.
Todo porque dejó de atacarlos a ellos para hacerlo contra sus enemigos.

Por supuesto que esta “santificación” y baño de “integridad ética” también les ha caído a todos
los que trabajaron directa e indirectamente para los gobiernos de Lava Jato (desde Fujimori
hasta Vizcarra) y que no han sido ni acusados ni investigados ya que, dado que hay “un corrupto
visible”, que es Castillo, entonces quienes se opongan a él "son los honestos”. Siempre que hay
“un malo” en escena todo aquel que lo denuncie se volverá automáticamente en “un bueno”.
Así piensan todos los que durante décadas se dedicaron a robarle al país, pero que ahora no lo
pueden hacer porque “hay otro que está tomando lo que a nosotros nos pertenece”. Esta
sensación de ser “ciudadanos virtuosos y limpios de toda mancha” es la que se vive hoy
principalmente en los distritos más “distinguidos” de Lima. Basta con maldecir a Castillo para
que, quien lo hace, sea visto por los demás como “alguien justo y libre de toda sospecha”. El
presidente les sirve de “muñeco de carnaval” para que él cargue con todas las culpas de quienes
han gobernado el Perú y sea quemado públicamente.

Pero esto es lo que creen ellos, los corruptos finos “de saco y corbata” que roban de manera
“inteligente” (no como el “burro” Castillo). Sin embargo, la realidad es todo lo contrario. Porque
no existen los “cambios de la noche a la mañana”, como tampoco basta que suba alguien que
también hurta para que los que no son de su equipo se transformen inmediatamente en
“íntegros”. Los ladrones no cambian, y mientras no delinquen están esperando la oportunidad
para hacerlo. Por ello es que se dedican con verdadero ahínco a acusar a los demás de
“ladrones”, tal como pasa en el mundo del hampa. Hoy, quienes se llevaron miles de millones
de dólares del Estado mediante los “contratos” de Lava Jato, no hacen otra cosa que tratar de
regresar al lugar que ellos consideran que “les corresponde por derecho”, o sea, el gobierno.
Por eso suponer que “los que están en contra de Castillo son los santos del país” es algo solo
creíble para mentes ingenuas o para niños. Así no funciona el mundo, ni la vida, ni menos el
Perú.

124
Por otro lado, todo este mar de investigaciones y denuncias contra Castillo no es gratis ni mucho
menos barato; movilizar a cientos de personas para hacerle el seguimiento a todos los
funcionarios del Estado no es cosa fácil y tampoco lo puede realizar un medio de comunicación
por poderoso que sea. Para ello se requiere de empresas privadas que cuentan con alta
tecnología y aparatos de intercepción de última generación. Además, también se necesita del
“apoyo” de alguna entidad estatal o militar para que proporcione “información desde dentro”
(como, por ejemplo, solicitarle una “asesoría” a Vladimiro Montesinos para que dirija “las
operaciones”). Es decir, esta estrategia de vacancia no viene del aire sino que cuesta varias
decenas de millones de dólares que, por supuesto, salen de los bolsillos de los únicos que la
pueden pagar: los empresarios de Lava Jato, dispuestos a que el próximo gobierno “los rectifique
y les devuelva su honor perdido”. No hay puntada sin hilo.

Pero ¿cuál es el único enemigo al que se enfrenta esta clase dirigente corrupta y delictiva que
nos ha gobernado desde siempre (y que no tiene nada de “izquierdista”, aunque hablen de
“economía social de mercado”)? Pues el mismo de toda la vida: la democracia. ¿Por qué la
democracia? Porque, para quienes saben algo de ello, la democracia fue un sistema creado en
la antigua Grecia para evitar que solo los reyes o autócratas gobernaran a toda la sociedad. Si
bien en un comienzo era solo para los ciudadanos libres y con recursos, después de la Revolución
Francesa esto se extendió para todos por igual, con lo cual el poder pasó de las manos de unos
pocos a las de la mayoría. En el Perú esto se cumple en las elecciones, donde es el pueblo
peruano, y no la CONFIEP o una caravana de sanisidrinos y miraflorinos, el que elige quién va a
mandar durante cinco años al país.

Por lo tanto, es la democracia, la voluntad de todos los peruanos, la única que tiene la
prerrogativa de decidir quién va a gobernar, no así la Fiscalía, las marchas, un juez, una
organización internacional u otro país. Cuando un grupo de ricos y poderosos se unen para
derrocar a un presidente y colocar a otro que sea de su conveniencia se produce la ruptura del
orden democrático imponiéndose el régimen de la plutocracia, de aquellos que con su dinero
pueden manipular a los organismos públicos mediante sobornos, amenazas o artimañas.

El Perú ha pasado por tiempos de debilidad perpetua debido a que todos los gobiernos que
llegaban al poder, que no eran nada perfectos ni ejemplares, eran inmediatamente acusados
por sus enemigos y muchos de ellos vacados, sea por las Fuerzas Armadas, por un caudillo o
mediante una conspiración. Sin ir muy lejos, en estos cinco años nos encaminamos a tener seis
gobiernos, como en los peores tiempos de la República. Precisamente por ello, debido a la
inestabilidad constante que los sucesivos cambios de gobierno han ocasionado al país, es que
se dispuso una cláusula constitucional (117) para evitar que la democracia fuese vulnerada cada
vez que se le ocurriera al opositor de turno. La idea que subyace es que es preferible la
estabilidad de un gobierno cuestionado al caos y las luchas internas entre facciones que desean
ocupar su lugar basados en la corrupción de este (algo, por cierto, inevitable en todo país por
perfecto que sea).

En conclusión, y esto es obvio para cualquier persona sensata pero no para los fanáticos, no
estamos ante “ciudadanos probos” que buscan “el correcto cumplimiento de la ley” -y que, por
ello, quieren derribar al gobierno-, sino más bien ante mafiosos con un amplio prontuario de
corrupción e incapacidad para gobernar que ambicionan recuperar su “feudo”, el Estado, con el
único fin de que “todo vuelva a la “normalidad”, es decir, que sigan siendo solo ellos quienes
usufructúen sus arcas para así financiar y sustentar sus empresas privadas que, sin dichos
“aportes”, sencillamente languidecerían o morirían. De eso se trata todo, aunque la prensa (bien
llamada “prensa basura”) diga que “se trata solo de hacer justicia”, algo que, todos sabemos, en
un país como el nuestro, tiene un alto precio que solo lo puede pagar quien posee dinero.

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¿Una OEA anticomunista avalando a castillo?
Gran conmoción ha causado en la derecha conservadora peruana la petición de Castillo de
recurrir a la OEA para que “revise” las actuales condiciones políticas del Perú. Esto lo han
interpretado como que “Almagro es un comunista que viene a respaldar a Castillo”, lo cual, por
supuesto, no tiene ninguna lógica. Para empezar, la OEA es un organismo creado por EEUU
durante la Guerra Fría precisamente para “controlar el ascenso del comunismo” en América
Latina (su “patio trasero”), tarea que la viene cumpliendo a cabalidad (con las constantes
denuncias y críticas a gobiernos como Cuba, Venezuela y Nicaragua). Y no solo eso: la OEA es la
que “avala” o “cuestiona” las elecciones de acuerdo con los parámetros indicados por la Casa
Blanca, incluyendo los golpes de Estado dados por la derecha (como el reciente de Bolivia, donde
Almagro prácticamente “felicitó” a la presidente que hoy está en prisión).

De modo que, según sus funciones y su “currículum”, nadie, en su sano juicio, podría calificar a
la OEA de “izquierdista pro comunista”, que sería como hacerlo con el propio EEUU. Entonces
¿cómo se explica el escándalo que ha sacudido a los Miró Quesada y a la Confiep, así como a
todas las señoras de Miraflores y San Isidro que ya tienen sus polos nuevos para ir a la marcha
del 5 de noviembre? Existen varias posibilidades, y una de ellas (la más aparente, pero no
siempre lo que se ve es la realidad) es que, en la reciente reunión de Anthony Blinken con Castillo
a puertas cerradas, este le haya dicho que “EEUU no apoyaría un golpe de Estado hecho
mediante lawfare (judicialización) que prepara la derecha conservadora”, a consecuencia de lo
cual inmediatamente Castillo salió a dar su mensaje a la nación, más seguro que nunca de su
puesto.

Pero obviamente que ello no sería gratis, puesto que el precio consistiría que se incline, ahora
sí, a defender los intereses de EEUU en el Perú, lo cual implica necesariamente ir en contra de
los de los grandes grupos de poder (especialmente mineros) que son quienes tienen negocios
en sociedad con los capitales chinos (China es hoy nuestro primer socio comercial en plena era
de “guerra económica” entre esta y EEUU). Y ¿quiénes son los que representan los intereses de
EEUU en el Perú? Pues las ONG y USAID, las organizaciones que patrocinan y financian a la
derecha progresista llamada aquí “caviares”, que de izquierdistas solo tienen el nombre
(“socialistas”) pues en la práctica defienden un capitalismo “de avanzada, moderno y
reformista”. A ellos la derecha conservadora los acusan de “comunistas” simplemente porque
les llevan la contra, no porque realmente lo sean.

De modo que esta sería una de las explicaciones del porqué Castillo recurre a una institución
que, en la teoría, tendría que venir a sacarlo inmediatamente del poder por ser “comunista y
corrupto”. Pero está visto que la OEA solo es un correveidile de EEUU, por lo que solo hará lo
que Washington le diga y nada más. ¿Cuál sería entonces la actuación de la OEA en el Perú? Si
seguimos la pista, veremos que todo apuntaría a “buscar una solución al impasse entre la
oposición y Castillo”, es decir, haría de “mediadora para reforzar la democracia”, que, dicho sea
de paso, es una de sus funciones establecidas en su acta de constitución. Esto es lo que la
derecha conservadora sospecha (o sabe) y eso es lo que menos quiere: verse “obligada” a
“pactar” con Castillo y a “dejar de buscar su vacancia”.

De ahí la locura de reclamar hasta “el retiro del Perú de la OEA” (lo cual nos pondría en el grupo
de los países fallidos e inviables, como Venezuela) y que se debe a que la derecha conservadora
se ve entre la espada y la pared, pues tendría que dar un giro radical a su política de “inversiones
extranjeras” y cerrarle la puerta al único país que es rentable para nuestra economía primario
exportadora, o sea, China. El problema es que EEUU no le ofrece al Perú otra alternativa a
cambio, puesto que las inversiones norteamericanas desde hace décadas han desaparecido por

126
completo del mapa. Todas las que tenemos son eminentemente asiáticas y tienen que ver con
el nuevo “axis mundi” que es el Asia versus la pérdida de hegemonía de EEUU y Occidente.

El propio Cerrón ya lo dijo y no quieren hacerle caso: que Castillo “se ha entregado al
progresismo”, o sea, a los intereses de EEUU con el fin de salvarse. Esto no tiene nada de raro
puesto que, al ser un outsider, carece por completo de partido y de representación. A los
outsider solo les queda apoyarse, o bien en las FFAA (a lo Fujimori), o en los movimientos
populares (de ahí que todos sean populistas). Sin alguno de estos dos elementos los outsider
están solos ante los embates de una prensa opositora que les encontrará siempre algo suficiente
como para justificar sus vacancias. Este es el caso específico de Castillo y, si se está respaldando
en EEUU, no le quedará otra que acatar todas sus disposiciones.

Pero esto también podría ser una trampa puesto que nada le asegura que la OEA venga
precisamente a confirmar que es “un gobierno írrito y corrupto”, por lo que no lo ampararía.
Esto podría ser, pero es difícil ya que lo normal sería que lo que se haga sea “reafirmar la
democracia y procurar preservarla hasta donde sea posible”, es decir, le daría un salvavidas a
Castillo para que “enmendara sus errores”. Esta postura sería probablemente la más adecuada
con la intención de “calmar a la derecha furiosa y desesperada” que ya no encuentra otra
solución que dar un golpe de Estado “en las calles”, siguiendo el ejemplo de la caída de Merino
(con muertos incluidos). Pero estos golpes solo funcionan cuando cuentan con el aval de
organismos internacionales (EEUU), y es dudoso que hoy exista la intención de secundar dicha
maniobra.

De modo que, sea como sea, la derecha conservadora no ve que la OEA (o sea, EEUU) esté con
ella sino todo lo contrario: que esta no desea darle inestabilidad a la región y menos a un
gobierno que se pone al servicio del Pentágono. Ello deberá ser motivo de una profunda
reflexión (que desgraciadamente su prensa rabiosa no le da) acerca de cuáles son las verdaderas
fuerzas y motivaciones que se mueven en la profundidad y que tienen que ver más con la
economía que con las capacidades o delitos del señor Castillo. Y esto pasa principalmente por
revisar el “modelo”, el cual ha permitido que el capital chino invada y determine nuestras
políticas de producción. Tendrán que hacerle las modificaciones y cambios (¿constitucionales?)
que lo lleven a ser “menos flexible y abierto a cualquiera” y que considere fundamental, no solo
el dinero, sino, antes que nada, los “elementos geopolíticos”. Veremos si la derecha
conservadora cuenta con la suficiente inteligencia para entenderlo, cosa que, hasta el momento,
no mostrado poseer.

Marcha con sabor a despedida


La desesperación siempre revela algo. Y no hay nada más claro que ver a la derecha
conservadora, en todas partes del planeta, volverse radical y fascista. Sea en EEUU con Trump,
en Italia con Meloni, en Brasil con Bolsonaro o en Perú con López Aliaga, la derecha tradicional
se muestra furiosa y agresiva frente al avance dinámico y militar de la derecha reformista o
progresista (llamada falsamente “comunista”). En sicología se describe esto como “resistencia
al cambio”, y eso es lo que se percibe cuando se entra en contacto con personas que representan
a dicha línea política. Es gente que sostiene la idea de que “lo que ha sido siempre no se debe
modificar, porque ha funcionado bien”, que es el mantra que repite todo conservador. Pero si
el mundo y la historia pensaran así, hasta ahora seguiríamos en la era de las cavernas, con los
mismos jefes de la tribu manteniendo “el orden y el control”.

Lo cierto es que, para que la vida progrese, tiene que haber cambios, y estos son los que causan
las alteraciones y las guerras. Pero los únicos cambios que aceptan los conservadores son

127
aquellos que les permiten continuar con los mismos esquemas que los mantienen en el
liderazgo, es decir: los tecnológicos, como el contar con mejores armas o mayores sistemas de
dominio. Fuera de ellos todo debe permanecer tal como está: con las mismas ideas, creencias,
cosmovisiones y discursos. Eso explica por qué la derecha conservadora es sumamente
creyente, apegada a las normas sociales más estrictas provenientes de las tradiciones más
remotas. Desde los tiempos de las culturas ancestrales, como la egipcia o china, la clase
gobernante siempre apela a “Dios” como aval y respaldo para mantenerse en el poder. Es por
eso que se produce en ellos un sentimiento de “clase elegida” por el Creador para que sean
quienes lo representen en la Tierra.

En el Perú, como en todas partes, también tenemos nuestra derecha conservadora y tradicional
que se aferra como sea a su “pasado aristocrático” donde, supuestamente, siempre han sabido
“conducir bien al Perú” para que tenga un gobierno “justo y adecuado”. Los resultados de este
“éxito permanente” los evalúan en función a su riqueza y fastuosidad, en la medida que se
pueden ver grandes mansiones con muchos sirvientes y zonas exclusivas con “lo último de la
moda europea”, lo cual, para ellos, revela “el adelanto y el progreso al cual está llegando el país”.
Pero ese “país” del que hablan se reduce solo a los distritos más residenciales y “modernos”
(copia fiel de lo que se ve en EEUU). En ellos, dicen, está la “demostración de su buen manejo y
excelencia para convertir al Perú en la Suiza de América”.

Este pequeño mundo está conformado principalmente por gente que desciende de los nietos y
biznietos de la segunda oleada de migración europea, llegada a raíz de la Primera y Segunda
Guerras Mundiales, compuesta por pobres que huían del hambre y la miseria. Eso explica por
qué dicha población es fundamentalmente “blanca” o “blanqueada” (mestizos y andinos
vestidos de blancos), la cual se siente orgullosa de su pasado “europeo”, cosa que les produce
esa peculiar sensación de “superioridad” frente al segmento marrón o andino que conforma su
ejército de empleadas, personal de servicio y trabajadores. A diferencia de lo que declaran, que
son “mestizos”, en la realidad procuran por todos los medios “casarse solo entre ellos” para
“mantener la pureza de sus orígenes”. Muy raras son las bodas entre blancos y andinos
marrones (cholos). En el 99% de los casos los blancos solo se casan con blancos (salvo los
extranjeros que sí gustan de las cholas y las negras, pero estos no pertenecen a “la clase alta”).

Entonces ¿qué está pasando con este pequeño mundo de fantasía aristocrática? Que las
transformaciones provenientes del primer mundo los está avasallando, les están cambiando las
reglas de juego y sus estructuras rígidas sobre “quiénes mandan y quiénes obedecen” en el país;
quiénes son los que legítimamente deben representar al Perú. Y esto no empieza con Castillo
(pues este es la culminación de ello) sino que viene de mucho más atrás, allá por los años 70
cuando Matos Mar hablaba del “desborde popular” y Karen Spalding escribía “De indio a
campesino”. Estamos hablando de la revolución velasquista y su “Campesino, el patrón ya no
comerá más tu pobreza”, al igual que de Túpac Amaru. También hablamos de Fujimori y la
primera “fuga” de ricos porque “el japonés nos va a traer el comunismo”, como decían cuando
le ganó “al pituco blanco” de Vargas Llosa.

Y no solo eso. Desde los años 90 en adelante los vientos empezaron a cambiar en EEUU y, ante
el avance de China, Occidente sintió que tenía que renovar las obsoletas estructuras que dejó la
Segunda Guerra Mundial. El capitalismo se encaminaba a un callejón sin salida, y con la
globalización, se agudizó, puesto que desvistió la industrialización de Europa y Norteamérica
para vestir a sus rivales, como China e India. Ello, más las constantes crisis (como la del 2008),
hizo que surgieran opciones de emergencia para mantener un sistema que se hallaba
amenazado, siendo la principal de ellas la instauración de un Nuevo Orden Mundial y de un Gran
Reseteo. Esto implicó ciertas modificaciones y avances tanto ideológicos como sociales,

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especialmente en el terreno de la protección de su clase trabajadora, dando origen así a la
llamada derecha progresista.

Los problemas del siglo XXI ya no son los mismos del siglo XX (principalmente el comunismo)
sino otros como el cambio climático y la crisis sistémica, y para afrontarlos se requiere hacer
transformaciones radicales en todo orden de cosas (cambiar algo para que no cambie nada), lo
cual implica desplazar a los conservadores del poder quienes se niegan a reconocer los peligros
y las tendencias actuales. Este plan global lo vienen llevando a cabo los sectores demócratas de
EEUU, así como las ONG que pululan por todo el planeta. Es a través de estas que se forman y
financian los llamados partidos “socialistas” pero que, en realidad, lo único que defienden y
sostienen son las plataformas de lucha del progresismo mundial que apunta a reformar al
capitalismo para hacerlo “más perdurable y sólido” bajo la tutela exclusiva de EEUU.

Ante ello, la derecha conservadora y tradicional, que rechaza cualquier alteración del “viejo
orden”, se ve acorralada y atacada por todos lados: en lo económico porque se le critica su
asociación con China, el principal rival de Occidente, y en lo social porque están tomando el
poder movimientos pertenecientes a las clases “dominadas”. Lo cierto es que “el ojo de Sauron”
apunta ahora hacia otro lado (a imponer la visión de la derecha progresista) dejándolos a ellos
“en el aire”, sin poder y sin gloria. Salvo en los distritos residenciales de Lima, ya no representan
“al Perú” como era en los años 60 del siglo pasado. Su Perú “blanco y patronal” está siendo
desplazado por otro que no es de su agrado pues carece de los “valores” en los que ellos han
creído siempre que eran “eternos”.

La marcha que ahora organizan, con toda la parafernalia parecida a un carnaval, no es para tratar
que Castillo se vaya del poder (porque eso depende de EEUU y, por último, de las elecciones)
sino que es una manera de expresar su desazón y añoranza por un tiempo perdido, por una
época en que ellos eran “el Perú”, y sus zonas residenciales “el avance y el progreso”, así como
los presidentes “sus parientes y amigos”. Es ese Perú que ya no existe, uno que ya no controlan
ni determinan, el que van a reclamarle que se los devuelva el destino, ese maldito hado que les
arrebata lo que una vez tuvieron y que ahora lo ven en otras manos, más oscuras o extrañas.
Bien dicen que el cisne, cuando muere, da su mejor canto. No dudo que la marcha será
“apoteósica”, con todo el respaldo de los medios de comunicación para convertirla en
“nacional”, pero en verdad será solo una procesión para ver pasar el cadáver de quien fue una
vez dominante y que ahora solo le queda un grito agónico como única salida a su tristeza y rabia
infinita ante un futuro perdido.

¿Qué le pasa a la derecha peruana?


Es comprensible que, en momentos de desesperación, no haya voces sensatas y objetivas que
nos puedan explicar las causas de nuestros males y problemas. Cuando impera el llanto y la furia
nadie está dispuesto a oír a algún filósofo o pensador; lo que se quiere son armas para la lucha,
y solo se escucha a los más rabiosos y feroces. Pero, aun así, nunca está demás intentar hablarle
a una masa que ve que las condiciones en las que antes vivía ya no son las mismas, y que el
futuro se le presenta aún más negro de lo que pensaba.

Lo primero que le diría a la derecha (a “mí” derecha, pues yo provengo de ella) es que hay que
entender que el tiempo no se puede congelar y que, nos guste o no, siempre se producen los
cambios. Y que estos no siempre van a nuestro favor, pues muchas veces implican una pérdida
de privilegios y beneficios de los cuales antes gozábamos.

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Si bien es cierto que en los años 60 del siglo XX el “enemigo” que todos identificábamos era “el
comunismo” (una especie de monstruo maligno que solo buscaba la muerte y la destrucción)
ese escenario hoy ya no existe. El único comunismo auténtico realmente existente está solo en
China, y esta nación es nuestro primer socio comercial y nuestro más importante aliado en
cuestiones de minería. Y con él es con quien estamos bien en todo sentido, pues solo China está
realmente invirtiendo en el Perú, no así nuestro “amado” EEUU, que, lógicamente, ve con muy
malos ojos que seamos nosotros quienes le hayamos abierto totalmente la puerta al país que
pretende desbancarlo de la hegemonía y con quien está prácticamente en guerra.

Sin embargo, irónicamente (y quizá debido a nuestra ignorancia) gritamos por donde vamos
“abajo el comunismo”, sin darnos cuenta que, gracias a él, es que tenemos un buen flujo de
exportaciones y de crecimiento (los chinos, a diferencia de los gringos, negocian sin tomar en
cuenta las “líneas políticas” de los gobiernos; ellos solo hablan de “dinero”, mientras que los
norteamericanos exigen que “se cambien las condiciones políticas” para recién invertir). ¿Qué
es lo que más quisiera EEUU del Perú en este período tan difícil por el que atraviesa? Pues que
expulsáramos al capital chino de nuestras tierras, y eso es precisamente lo que no queremos, lo
que nuestros mineros no quieren, por lo que el enfrentamiento entre los “liberales y
demócratas” del norte con los “pro chinos comunistas del Perú” está asegurado.

Y eso es lo que hace que Castillo se sienta más seguro, puesto que sabe de primera mano que,
detrás de todo lo que se dice, están los intereses comerciales de las grandes potencias, y que
hoy la clase alta peruana está entrampada por sus vinculaciones con el Asia con lo cual se han
ganado la mirada agestada del imperio del norte. Pero entonces ¿quién es el “enemigo” de la
derecha peruana por el que ahora sale desesperada, poniendo sus delicados pies en un lugar
tan escabroso e inseguro como lo es el centro de Lima? Pues nada más y nada menos que la
propia derecha, pero la reformista, la “intelectual”, la “progresista”, la que sigue fielmente los
conceptos e ideología de la derecha internacional que hoy es la que le hace la guerra a Rusia con
la intención de debilitar a China y así imponer un Nuevo Orden Mundial dirigido por EEUU.

Es a ellos a quienes la derecha conservadora peruana, la nuestra, llama “comunistas”, cuando


en realidad se trata de sus propios hermanos que lo único que buscan es darle al capitalismo
“un rostro humano” con el fin de que las plataformas de lucha de la izquierda se diluyan dentro
de los programas de la misma derecha y, con ello, quitarles el piso a todos los movimientos
anticapitalistas del mundo. El problema es lo que en sicología se llama “resistencia al cambio”,
la oposición que hacen los sectores conservadores a cualquier modificación que afecte sus
intereses y su ritmo de vida. Esto es palpable, por ejemplo, en los propios EEUU, con la lucha
entre Trump (derecha conservadora más republicanos) y los demócratas, que son los que
impulsan las guerras y la repotenciación de la OTAN para reposicionar a EEUU como único líder.

En el Perú, a esta derecha reformista la llaman “caviar”, porque sus adherentes trabajan con
muy buenos sueldos para las diferentes ONG que pululan por todo el país haciendo todo tipo de
transformaciones internas en secreto, sin que el grupo El Comercio se dé cuenta debido a su
anquilosamiento y decadencia. Lejos de ser “comunistas”, lo que estas organizaciones hacen es
intentar convencer al pueblo de la necesidad de reorientar al Perú hacia una nueva manera de
concebir la sociedad (la sociedad civil, como la denominan) donde sea esta la que tenga el poder
y no así los políticos tradicionales. Además, les inculcan que los problemas que ellos padecen no
son por culpa del capitalismo sino que se deben a la falta de conciencia sobre el cambio
climático, el apoyo al género (la mujer), el aborto, la discriminación, el racismo, la
contaminación, etc.

Esta nueva filosofía que difunden las ONG, estos nuevos enfoques sobre los “problemas del ser
humano contemporáneo”, es lo que niegan y rechazan nuestros conservadores, puesto que para

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ellos todo se reduce a “hace falta tener más control sobre las masas y eliminar a los comunistas”
para que todo esté bien, algo que era un mantra en los gobiernos de Prado y Belaunde, pero
que en este siglo resulta un anacronismo. En pocas palabras, la derecha de antaño, esa que
surgió con los terratenientes feudales del siglo XIX, no entiende que su era ha concluido, que
hoy la derecha tiene que ser otra si es que quiere sobrevivir. Y que el combate a los enemigos
pasa por eliminar primero a quienes pretenden cuestionar la primacía de Occidente y que la
preservación del capitalismo solo se puede lograr si se maneja el cambio climático.

Ningún país hoy en día pretende vivir al margen del capitalismo. Ni Corea del Norte ni Irán dejan
de producir mediante la industrialización y de emplear al mercado como eje central de sus
sociedades. El capitalismo no está amenazado por ninguna otra ideología que quiera
reemplazarlo (como lo fue antes, cuando este desplazó a la Edad Media feudal y al régimen
aristocrático que duró decenas de miles de años en la humanidad). No hay un partido o
movimiento político que proponga “eliminar el capitalismo” puesto que eso ahora es imposible,
de modo que los enemigos reales se encuentran en las crisis de los recursos naturales y
energéticos, en el surgimiento de potencias no occidentales, en la alta tecnología que puede
ocasionar la sujeción del ser humano a la máquina.

¿Comprende todo esto nuestra derecha conservadora peruana? Está visto que no. En su
estrechez mental, todo lo reducen a “abajo el comunismo” sin entender un carajo de lo que pasa
en el mundo. Simplemente no quieren perder el control del Estado puesto que eso significa
disponer de su dinero para mantener sus negocios y empresas (mercantilismo, el vivir a costa
del Estado). Ya durante el breve y corrupto gobierno de PPK habían demostrado cuál era su
verdadero talante al haber copado todos los cargos de importancia en el gobierno y haberse
repartido todo el erario público entre ellos y sus amigos (caso Lava Jato). Pero habiendo sido
expulsados del tesoro nacional, no ven la manera de sacar adelante sus economías ya que, en
sus presupuestos, los “aportes del Estado” ocupan siempre un lugar preferencial y, sin ellos, no
pueden subsistir.

Lástima, como dije, que no haya pensadores de derecha que les expliquen estas cosas en vez de
repetirles que “todo es por culpa del comunismo”, en un reduccionismo mental muy semejante
a los brujos que, a todas las enfermedades, las atribuyen a que “alguien les ha hecho brujería”.
No es que el comunismo se quiere apoderar del Perú, no es que Castillo sea el causante de todos
sus pesares: es la realidad histórica que ha llegado y para la cual no están preparados ni menos
quieren admitirla. El mundo está cambiando, pero ellos no quieren cambiar, no quieren aceptar
que el Perú que tenían ya no es suyo y que no lo será ya más.

La marcha: qué falló


En vista que la derecha conservadora solo tiene “ayayeros” en vez de asesores, trataré de
cumplir gratuitamente con este oficio en estas breves líneas. Para empezar, el primer gran error
de toda estrategia de lucha es desconocer a qué enemigo se enfrenta o definirlo mal. Es como
si un jugador de ajedrez disputara una partida sin saber que su rival es el campeón mundial y le
jugara como si fuera un principiante o uno de su nivel. Este es el problema central de la derecha
conservadora: imaginar que, con quien está en conflicto, es con “el comunismo”, como si
hubiera alguien en el Perú que quisiera implantar la dictadura del proletariado y la estatización
de todo (que es en síntesis la plataforma política de dicha postura). Eso es totalmente absurdo
y disparatado. A quien tienen como rival es a la derecha progresista (llamada “caviar”, porque
sus miembros trabajan para las ONG ganando jugosos sueldos) cuyas propuestas están
completamente lejos de atentar contra el capitalismo (sociedad civil, feminismo, aborto, cambio
climático, LGTB, energías renovables, etc.).

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Como vemos, nada tiene que ver el comunismo con estas metas progresistas que hoy se
difunden por todo el planeta. De modo que, con quienes combaten, es con los reformistas del
capitalismo que lo que buscan es renovarlo, hacerlo más fuerte y establecer el Nuevo Orden
Mundial bajo la égida de EEUU. Si los conservadores no entienden esto sencillamente están
completamente perdidos, pues van a desarrollar discursos al aire, a la pared, que no tienen
ningún sustento en la realidad y, por lo tanto, no tendrán ningún efecto (como efectivamente lo
podemos comprobar ahora mismo en el sentido que el pueblo peruano no ha “comprado” la
idea de que “el comunismo quiere apoderarse del Perú”).

En segundo lugar, analicemos por qué la marcha del 5 de noviembre estaba, desde un inicio,
destinada al fracaso. Para empezar, hay marchas y marchas. Unas, la mayoría, tienen por
finalidad mostrarse ante la gente de la calle para que sepan los motivos de su protesta (usando
megáfonos, cartelones, pitos, matracas y cantos). Terminada esta todo se acabó. Pero hay otras
que son muy diferentes y que se conocen con el nombre de “revoluciones de color”, que son
parte de un plan bien elaborado y que tienen una finalidad de atentar contra el gobierno
existente, muchas veces derrocándolo. Estas revoluciones se hicieron conocidas a raíz de las
protestas en Egipto que hicieron caer a Mubarak y luego se extendieron por otras naciones del
Medio Oriente. La más reciente ha sido la de Maidán, que hizo caer al gobierno pro ruso de
Ucrania.

En el Perú hemos tenido una revolución de colores el día de la(s) marcha(s), (porque una sola no
basta), que tumbaron a Merino, impuesto por la derecha conservadora. Esta fue organizada por
la derecha progresista con la colaboración de quienes las saben hacer (o sea, EEUU). Su finalidad
no era “protestar” sino derribar el régimen y, para ello, se hizo una convocatoria principalmente
a los jóvenes (son los más activos, dinámicos, resistentes, furiosos y convencidos), se contrató a
varios cientos de “guerreros” (de los sectores lumpen) pertrechados con armas “hechizas” para
que enfrentaran a la policía, propiciando la violencia que ocasione “algunos muertos”, más la
coordinación con una prensa concertada que “alarme” con sus informaciones y culpe
directamente al presidente.

Estos son los elementos principales de toda revolución de color, además de otros (como la
coordinación con las embajadas, especialmente con la de EEUU, para que estén listas para
“condenar la represión de la policía que produjo el lamentable suceso”). Todo esto debe
producir la renuncia inmediata del gobernante de turno. Obviamente que la marcha del 5 de
noviembre no tuvo ni por asomo esta finalidad, como tampoco contó con operadores políticos:
simplemente fue organizada en alguna oficina de San Isidro o en el bar del Regatas, llevada a
cabo por un grupo de entusiastas. Es por eso que todo resultó solo un voluntarismo, una
expresión lo más parecida a un triunfo de Perú en las eliminatorias. No tenía un verdadero
“carácter” político que la diferenciara de “un paseo familiar por el centro de Lima”.

De haber contado con la consejería adecuada, la marcha habría cuidado muchos detalles que,
más que ayudar, a quien han beneficiado ha sido a Castillo y a su gobierno. Por ejemplo, se
convocó únicamente “a los miembros del club y a sus amigos”, o sea, a todo Miraflores, San
Isidro, La Molina, Surco y La Planicie y, efectivamente, estuvo toda la clase AB de Lima
caminando por lugares donde jamás lo harían (para ellos el centro de Lima es un sitio “muy
peligroso”). Y eso fue lo que, para su mala suerte, se reflejó a través de los medios de
comunicación (carentes de un procedimiento para hacer que parezca “nacional” o “popular”).
Los entrevistados eran personas claramente ajenas al imaginario popular: gente que sale en las
páginas de sociedad o en la farándula, personas que ni por asomo se les ve que “carecen de
agua, luz o comida”. En pocas palabras, solo faltó que exhibieran sus joyas y que dijeran que
estaban contra Castillo “porque no los dejaba gobernar a ellos”.

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Este error se debió a la falta de una concepción de lo que es trabajar la imagen de “lo nacional”
y “lo popular” (que no se logra solo con las camisetas de la selección ni cantando la huachafa
“Contigo Perú”). Si se quería que diese esa percepción (que “el pueblo se levanta contra el
gobierno”) pues lo primero que había que hacer era buscar a “ese pueblo” (no por las redes ni
citándolo en el parque Kennedy, por supuesto) yendo a los comedores populares, a las zonas
más necesitadas de los conos, para que sean ellos, y no los blanquitos pitucos, los que figuraran
en primera fila (y lógicamente pagándoles por lo menos su pasaje, pues movilizarse varios
kilómetros no es gratis). En pocas palabras, fue una verdadera estupidez decirle al Perú quiénes
eran los que protestaban “por hambre” sabiendo que son los que reservan con meses de
anticipación su mesa en el Central o en el Maido.

Ahora Castillo podrá decir con toda comodidad (porque todo el Perú lo ha visto) que “los pitucos
miraflorinos (como decía Elian Karp) son los únicos que lo quieren vacar”. Y si lo que se quería
era “amenazar” a los congresistas para que votaran por la vacancia lo único que han logrado es
que estos muestren las fotos de los marchantes y luego en sus casas frente al Golf de San Isidro
para justificar que es solo la clase social alta la que quiere la vacancia puesto que nadie del
pueblo (ningún cholo auténtico de provincias) estuvo presente (pues a ninguno se vio).

En conclusión, la derecha conservadora tiene que dejar de pensar que “ellos son el Perú” cuando
en realidad son solo “una excepción” dentro del Perú (además, la mayoría cuenta con
pasaportes extranjeros, de modo que sus cantos al Perú suenan a lágrimas de cocodrilo). Y que
si quieren realmente tener participación dentro de nuestra sociedad lo que tienen que hacer es
lo que más les cuesta: pensar, reflexionar, evaluar, leer la historia, en vez de tomar tragos junto
a la piscina. En el mundo no todo se arregla son dinero (una guerra como la de Ucrania no se
soluciona solo con darlo) sino también con actitudes, con gestos, con acciones que van más allá
de nuestras creencias y prejuicios. Para ello tienen que hacer lo que no han hecho hasta ahora:
un mea culpa, reconocer los muchos errores que han cometido durante estos 200 años de
República donde no han sabido hacer del Perú un país realmente digno.

Tienen que aceptar que Castillo, o cualquier otro presidente, no son “la causa” de los problemas
sino la consecuencia de los que la clase dirigente ha hecho. Y si esta roba, como con Lava Jato,
si lleva al país al 80% de desempleo e informalidad con este “modelo”, lo normal es que
aparezcan outsiders (como Antauro) que no son otra cosa que el síntoma de que hay algo que
está mal. Solo así, mirándose al espejo y admitiendo que ellos son parte de la culpa, es cómo
podrán entender recién al Perú y, quizá, comprender cuál es el papel que les corresponde, que
no es aislarse en sus distritos residenciales y, desde ahí, maldecir y reclamar cada vez que “el
pueblo” no vota por uno de los suyos.

Perú: qué hacer


CUESTIÓN PREVIA: Muchos de los que me leen se están llevando la impresión de que soy un
“defensor de Castillo”, a pesar que en mis escritos procuro presentar los hechos de la manera
más imparcial y descarnada. Esto ya lo viví cuando escribía denunciando al gobierno de Vizcarra,
quien se ensañaba con Keiko para que la gente pensara que solo ella y Toledo y García eran los
únicos culpables de Lava Jato. En ese tiempo mis lectores me acusaron de “fujiaprista” (que para
los diarios de los Miró Quesada era lo mismo que “delincuente”) y toda la izquierda me dio la
espalda “por ayudar al enemigo”. Pero se olvidan que yo no soy periodista (lo fui hace mucho, y
ahí aprendí que el único que realmente lo es, es el señor Hildebrandt; los otros son solo
empleados) sino un simple comentarista casero que responde solo a su conciencia y no a
ideologías, consignas, dictados o tendencias de moda.

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Hecha esta observación, pasaré a decir que el Perú tiene problemas de fondo, de origen, que no
son tocados casi nunca por la política del momento, más preocupada por sus intereses
inmediatos que por el país y su futuro. Estos problemas tienen que ver con su creación, con el
intento de pasar de ser una Colonia más o menos “próspera” desde el punto de vista español
(pero desde el local una simple explotación humana), a una estructura política completamente
ajena y desconocida para todos los que heredaron la forzada y no deseada independencia (algo
que, salvo unos pocos, nadie quería, pues los peruanos nos sentíamos felices de ser “parte de
España”). Esta estructura se llama República, un ente que, hasta el día de hoy, 200 años después,
aún no es entendida ni por las clases altas (supuestamente “más inteligentes”) ni menos por las
clases subsiguientes. Todos en el fondo aún persistimos en creer que la única forma de gobierno
adecuada para nosotros es la “vertical”, la ejercida por un inca, un rey o un caudillo que acapare
todo el poder.

Como pasa en los dictámenes médicos, siempre es la enfermedad inicial la que define todo el
cuadro y síntomas del paciente. Es decir, es la desastrosa creación de la República Peruana lo
que explica por qué el Perú es lo que es y por qué los peruanos somos lo que somos. Porque
nada viene del aire ni menos aún es un asunto “de raza”, como insisten en afirmar los
descendientes de europeos blancos que hasta hoy siguen creyendo en el mito “racial” del
porqué el Perú es como es: porque cuenta con una población “indígena” que tiene carencias
“naturales” para pensar y hacer las cosas bien. Uno de los más ilustres difusores de esta “teoría”
nazi es el escritor Mario Vargas Llosa, quien constantemente repite que “el pueblo peruano
siempre se equivoca”, dando a entender que los “marrones” son “incapaces de identificar lo
bueno y por eso eligen lo malo”, como a Fujimori, García, Humala y Castillo.

De modo que podemos decir que lo que los peruanos de hoy encontramos cuando nacemos es
un país caótico, racista, elitista, sucio, descuidado, abandonado, ilegal, corrupto y dominado por
prepotentes locales y extranjeros que hacen su voluntad cuando les viene en gana. En medio de
este panorama se encuentran ciertas “islas”, que vienen a ser los distritos donde viven los ricos
“no andinos”, que se sienten “los dueños del Perú” y que viven como si estuvieran en un lugar
de EEUU. Esto pasa hasta en Haití, donde todo es pobreza y miseria salvo en las zonas donde
residen las elites más ricas y vinculadas al capital norteamericano. Todo esto es consecuencia
de que nunca se ha querido asumir al Perú como una auténtica nación libre e independiente,
como lo decía San Martín, pues siempre hemos tratado de buscar “una metrópoli” de la cual
depender y a la cual obedecer que, al no ser España, lo fue Inglaterra y finalmente lo es EEUU,
nuestro referente y, a la vez, nuestra “voz del amo”. La independencia, el tener una total libertad
de acción para decidir por nosotros mismos, nos aterra debido a nuestra larga tradición de
manumisión y sometimiento a quien nos da las órdenes.

La mayor prueba de ello la tenemos hoy día con respecto a nuestra relación con la OEA, un
organismo creado por EEUU para decirnos “qué está bien y qué está mal”. A esta la vemos como
a la maestra a quien tenemos que acusarle sobre "cuál es el niño malcriado del salón” para que
recaiga sobre este la responsabilidad por nuestro mal desempeño escolar. Y esta problemática
también afecta nuestra sicología y nuestro espíritu, cosa que se refleja muy bien en los avatares
de la selección nacional. Los peruanos somos inmaduros, infantiles y temerosos en la mayor
parte de cosas. Hasta ahora no sabemos qué es “tomar en serio” el país. Lo último que se nos
ocurre es respetar las normas y disposiciones y por donde vamos lo podemos comprobar. Eso
porque no hemos sido educados para ello sino solo para “obedecerle al patrón”, cuya autoridad
está por encima de las reglas. Y es que los mandamases siempre cuentan con “alguien” en el
poder que les da todas las facilidades o bien poseen el dinero suficiente para doblegar a los
policías, periodistas y jueces.

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Son ellos, con sus ejemplos, los que determinan el carácter esencial del país. Porque si quienes
dan las leyes no las cumplen es obvio que el peruano común y corriente creerá que ese es el
camino a seguir. Desde 1821 hasta la actualidad, los que han tenido a su cargo al Perú no han
sabido asumir un norte y un objetivo preciso. Solo respondieron a sus instintos y a las tendencias
en la lucha por el dominio donde lo único que valía era coger todo lo posible antes que otro se
lo lleve. Los caudillos subían al gobierno con ideas absolutamente peregrinas, sin estimaciones
previas ni sustentos reales. De por medio estaban los intereses de los más ricos y de los
extranjeros, que solo veían la oportunidad de hacer grandes ganancias a costa del Perú. Nadie,
hasta el día de hoy, ha tenido una idea clara y precisa sobre qué es hacer un país, cómo
construirlo desde su base pensando en los próximos 50 o 100 años.

De modo que la solución no es otra que la que surge de un análisis realista y sincero, donde lo
primero que hay que hacer es un mea culpa por parte de aquellos que han tenido la sartén por
el mango. Negarse a admitir su responsabilidad y acusar “al otro” de ser el culpable de todo
revela una incapacidad para visualizar las cosas como son. Ver solo el vaso medio lleno y pensar
que en el Perú “todo es maravilloso”, negando nuestras debilidades y carencias, es meter la
cabeza dentro de la tierra. Si sabemos que nuestro problema esencial es que nunca hemos
tomado conciencia de qué es ser libres, autónomos como nación, entonces lo sensato es
proponer el país que deberíamos ser, pero mediante un estudio profundo de nuestra realidad
(que no solo es la Lima acomodada) donde tienen que entrar todas las culturas, ideosincracias y
sectores sociales. De nada sirve construir un “imaginario occidental”, como quieren las clases
pudientes, ya que eso, después de 500 años, no ha funcionado ni funcionará nunca salvo como
utopía.

Y la herramienta indispensable para ello es propiciar la conformación de verdaderos partidos


políticos, tal como son en todas partes y no como lo son aquí: simples logotipos privados puestos
en alquiler en época de elecciones. Necesitamos que sean organizaciones producto de la
coincidencia de cientos de personas que tengan una misma inquietud y deseo, y que ello se
maneje con absoluta democracia, no como una empresa privada gobernada por un propietario
que lo decide todo seguido por una recua de asalariados. Y esto debe ser fomentado en todo el
territorio nacional para que no sea solo la Lima pudiente la que decida todo. Únicamente así
estas entidades, durante el tiempo en que no hay comicios, podrán dedicarse enteramente a la
investigación de las diferentes necesidades, así como a la apreciación de las corrientes
mundiales y la formación de los futuros funcionarios públicos con capacidad y valores.

En el Perú los partidos políticos tienen que actuar como “think tanks” para que tengamos ideas
y horizontes hacia dónde ir. Es la única manera para no seguir cayendo en las manos de unos
cuantos poderosos que solo desean aprovecharse de él o de advenedizos que, movilizando a las
masas mal nutridas y educadas por el Estado, busquen continuar con la costumbre de satisfacer
sus egos a costa de una sociedad como la nuestra que no sabe de dónde viene ni a dónde va.

El modelo: 30 años de fracaso


Algo que los medios concertados no van a hacer jamás es evaluar los resultados del modelo
neoliberal thatcheriano implantado por el FMI en el Perú durante el fujimorato. Esta es la piedra
de toque de todos los líos que hoy tenemos en el país. Y es que este modelo es el que está
insertado en la Constitución del 93 que hoy la derecha conservadora defiende con su vida. Para
el pueblo, en cambio, la percepción es que es esta Constitución fujimorista la causa de todos los
problemas (porque no consiguen identificar al modelo que está dentro de ella, como una especie
de cáncer). Lo cierto es que es imprescindible analizar si esta medida realmente ha surtido algún
tipo de efecto positivo o bien no ha logrado la cura que se esperaba.

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Dicen que las comparaciones son odiosas, pero es inevitable tener que hacerlo porque eso nos
ayuda mucho a sopesar los resultados. Si retrocedemos en el tiempo, en las fechas en que el
FMI ordenaba a Fujimori aplicar, mediante un golpe de Estado, el modelo privatizador y
empresarial igualmente en China se hacía lo mismo, pero a través de otros mecanismos más
poderosos como el BM, la ONU y especialmente EEUU. Esa China estaba prácticamente a la
misma altura del Perú, salvo en población. En ella no había ni sombra de industrialización y solo
contaba con mano de obra barata, exactamente igual que el Perú. La idea principal era muy
simple: la base del desarrollo y prosperidad se encuentra en la inversión privada, no en el Estado,
que solo tiene el rol de regulador y de vigilante, una especie de guachimán del empresario. Eso
es lo que se decía tanto allá como acá: que la clave de todo, el salvador, era el inversionista,
aquel que ponía su dinero para generar riqueza y pagar sueldos a los trabajadores.

Pero hubo una gran diferencia: mientras que en la empobrecida y atrasada China el Estado
(gobernado por el Partido Comunista) aceptaba el proyecto, pero a condición de trasladar el
know how (la ciencia y la tecnología) a los chinos, el Perú lo hacía pero sin ninguna condición ni
traba. Los peruanos se entregaban de piernas abiertas al modelo porque creían ciegamente (con
una fe religiosa) que el liberalismo era la “fórmula mágica” que, por sí sola, iba a convertir al país
en una Suiza. Treinta años después, China es hoy la primera potencia mundial económica, el
primer socio comercial en casi todo el planeta y el futuro hegemón para la humanidad, mientras
que el Perú es un país más pobre, más desarticulado, más caótico y atrasado que era cuando
llegó al poder Fujimori. Ambos partieron igual, pero uno llegó al tope mientras que el otro se
hundió en el fango.

Y es que para juzgar a un modelo no basta con ver cifras en un papel. Ello es muy engañoso,
como lo sabe cualquier contador. Un modelo tiene que medirse en el terreno, ver qué
consecuencias ha traído para una población en general, no solo para cuatro empresas que se
benefician de este. Es decir, si un modelo no logra repercutir en la situación de cada ciudadano
en general, si no modifica y mejora sus estándares de vida, por muchas empresas millonarias
que existan ese modelo será solo un mecanismo para enriquecer a unos pocos, pero para
empobrecer a las mayorías. Para entenderlo mejor, es lo que pasa en los países árabes
petroleros, como Catar o Dubái, donde existe una clase social riquísima que elabora las obras
más caras del planeta, mientras mantiene a la población más explotada y humillada del mismo.

El modelo actual, según rezaba la teoría sustentada por sus promotores hace 30 años, debería
haber producido en el Perú un cambio sustancial en áreas coyunturales como, por ejemplo, el
empleo. Pues bien, las cifras con las que arrancó Perú en el año 93 no llegaban al 30% de
desempleo y subempleo (lo cual nos parecía un escándalo). El año 2021 esto había ascendido a
80% según datos oficiales (antes de la pandemia era de 70%, por lo que no se pueden atribuir a
esta). ¿Qué fue lo que pasó? Pues que al privatizarse todo, el objetivo de las empresas era
minimizar los costos en mano de obra y abaratarlos lo más posible, privándolos de derechos y
ventajas. Al no haber industrialización las empresas solo requerían de obreros, pesqueros y
campesinos que ganaran el sueldo mínimo, dado que el esquema productivo del país
permaneció como primario exportador. El modelo no modificó en lo absoluto la esencia de la
economía nacional que sigue basándose en la exportación de materia prima.

El otro aspecto en el que el modelo no influyó para nada fue en la salud. La pandemia desnudó
los 30 años en los que se mantuvo la misma infraestructura y el mismo concepto de salud (no
preventiva sino paliativa), a pesar que en dicho período la población aumentó en un 30%, lo cual
significó millones de pacientes más para el mismo sistema obsoleto. Lo único que hizo el modelo
fue propiciar la aparición de clínicas privadas que eran solo accesibles a los más ricos,
convirtiendo la salud en solo un negocio, no en una responsabilidad del Estado. El primer lugar

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mundial en muertos por millón (muy superior al que alcanzaron países como Cuba, Venezuela,
Haití y los de África) habla por sí solo que este modelo abandonó a su suerte a sus habitantes y
trabajadores.

En cuanto a educación, lo mismo. El modelo, luego de estos 30 años, nos demuestra que solo
dio ventajas para que surgieran colegios y universidades privadas con la misma lógica de una
bodega: vender información al peso y en las peores condiciones. Los centros educativos
estatales, que en los países desarrollados suelen ser los mejores, fueron abandonados
completamente bajo el criterio de “si es estatal es malo, y además produce terroristas”. Hoy el
nivel educativo peruano solo es comparable con los más bajos de Latinoamérica, sin ninguna
duda.

En cuanto a lo demás, orden, control, crecimiento, coherencia, respeto a las leyes, etc., que es
esencial que se dé en un país que pretende ser desarrollado, todo ello se ha ido directamente a
pique. Los gobiernos que crecieron bajo el amparo del modelo (Fujimori, Toledo, García,
Humala, PPK, Vizcarra) establecieron una alianza sólida con el empresariado local para delinquir,
para robarle al Perú, siendo Lava Jato la culminación de tal concepción. Se dijo que las
“inversiones” tenían que venir como avalancha gracias a las inmensas facilidades dadas que
ningún país del mundo ofrecía. ¿Cuál fue el resultado? Que llegaron al Perú las empresas más
mafiosas del planeta, ya que las ganancias eran más del 100% y la fiscalización 0%. Así fue que
llegaron tanto las mineras más corruptas del mundo, como la Minera México (actual Southern
Perú) y las chinas, que hoy son las dueñas y señoras del mercado.

En conclusión, salvo la comida gourmet y el balneario de Asia, nada bueno surgió en el Perú con
este modelo. Muy por el contrario, todo el tejido social se corrompió, cayeron al suelo los índices
de empleo, de salud, de educación, de desarrollo, de bienestar. No se produjo ninguna
industrialización y, por ende, el país quedó congelado en la exportación de materia prima con
mano de obra barata. En estas condiciones se dio la gran migración del campo a la ciudad y Lima
creció, de seis millones de habitantes, a diez, producto del abandono de las provincias. La
tecnología se centró únicamente en el consumo (telefonía celular, computadoras, etc.) sin que
forme parte del crecimiento del país.

Es decir, la marginación y apartamiento del Estado como eje conductor y orientador del
desarrollo para que la inversión por sí sola hiciera el trabajo, fue un tremendo error. En China,
en cambio, fue el más grande acierto hacer del Estado el corazón del proceso. Esto nos muestra
que la economía mixta ha sido el mejor camino para países que parten de la miseria absoluta,
puesto que se requiere que los esfuerzos se dirijan hacia algo útil y no solo hacia los bolsillos de
algunos particulares. Esta es la gran lección (trágica para nosotros) que nos deja el ya
abandonado (por las grandes potencias) modelo neoliberal, pero que todavía nos rige y que sus
beneficiarios no desean cambiar por obvias razones.

La instauración del fascismo en el Perú


La reciente elección en la ciudad de Lima ha dejado en claro que la derecha se ha transformado
en ultra derecha, es decir, en fascismo. Pero no solo le ha pasado esto a la derecha sino también
a la izquierda: esta ha desaparecido del mapa porque se está convirtiendo aceleradamente en
una ultra izquierda, o sea, en un fascismo nacionalista. En realidad, el fascismo no es otra cosa
que las posiciones políticas que proponen que solo ellas, y nadie más que ellas, pueden ser la
única alternativa para una sociedad, excluyendo a cualquier otra del panorama. El fascismo no
puede ser democrático puesto que ello implica aceptar que existan otros que piensen diferente,

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y eso, para una mentalidad totalitaria, es imposible. El fascista está convencido que solamente
él tiene la verdad mientras que los demás están “completamente equivocados”.

Ahora bien ¿por qué nace el fascismo o el totalitarismo en los pueblos? En todos los casos su
origen tiene una causa específica: el miedo. Porque el miedo siempre es el motor de todas las
guerras y conflictos humanos. La gente siempre mata porque “tiene miedo” de que el otro haga
lo mismo con ella. De esto se encargan siempre los líderes quienes se esmeran en “meterles
miedo” a sus pueblos antes de iniciar cualquier tipo de aventura militar. Observemos los dos
recientes casos más conocidos. El auto atentado del 11S (algo que aún está por investigarse
seriamente, no políticamente) causó el suficiente temor en el pueblo norteamericano como para
aceptar a ojos cerrados ir a destruir dos países, Afganistán e Irak, e invadir otros más (como
Kuwait y Arabia Saudita) con la excusa de “protegerlos del malvado Saddam Husein y los
terroristas asesinos”. La razón entonces era el miedo de que estos “terroristas” volvieran a
atentar contra las vidas de más inocentes norteamericanos.

El otro suceso que también tiene como causal el miedo es el de la invasión rusa a Ucrania, la
cual aduce como excusa que “la OTAN quiere instalar armas atómicas en las puertas de Moscú”.
Por lo que es el miedo el que lleva a los rusos a impedir, de la manera que sea, el que tengan la
muerte frente a sus narices, tal como pasó con los misiles que estaban instalados en Cuba en los
años 60 del siglo pasado (y que tenían como correlato los que había colocado EEUU en Turquía,
cosa que llevó a que ambas partes los desinstalaran).

Pero si nos remontamos un poco más atrás encontraremos el mismo fenómeno durante los días
previos a la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuáles eran los discursos de Mussolini y de Hitler, para
quienes se hayan dado la molestia de escucharlos por YouTube? Pues todos son de advertencia
de que “la patria está en peligro” por causa de feroces enemigos que quieren destruirla y, con
ella, destruir “nuestra forma de vida” (que, curiosamente, es la frase que siempre repiten todos
los presidentes de EEUU cuando justifican el atacar a un país “terrorista”). Para Mussolini se
trataba de “los comunistas” que buscaban implantar un régimen en el cual la gente perdería
todas sus propiedades (en especial los más ricos), mientras que para Hitler eran “los comunistas
y los judíos”, que pretendían lo mismo: destruir a Alemania para que prevalecieran los pueblos
anglosajones (y que, casualmente, es lo mismo que están haciendo EEUU y el Reino Unido: evitar
que Alemania se recupere como potencia mundial cortándole la ventaja del “gas barato” ruso).

Y es que cuando el miedo cuenta con buenos intérpretes o comunicadores (como en el caso del
Perú son López Aliaga y Antauro Humala) entonces la política se convierte en una suma de
pasiones absolutas donde el enemigo es “el otro”, el que no piensa como yo. Mientras que en
la democracia el que no piensa “como yo” es el contrincante, en el fascismo es “el enemigo”,
siendo esa la diferencia. En el caso de López Aliaga, para quienes lo ven como “el elegido”, él
significa la forma de vida occidental del conquistador blanco, lo cual se remonta a los inicios del
Perú republicano donde la pirámide social estaba establecida entre una Lima dominante e
impositiva y un “resto del Perú” cholo, andino, sometido y “conducido” por la mano blanca que
era la única que podía “gobernar al Perú”. No en vano este individuo pertenece a las filas del
extremismo católico, el Opus Dei, cuyas ideas y principios son drásticos en cuanto a quiénes
deben tener el poder en la humanidad.

Pero por el otro lado está surgiendo su alter ego (porque siempre que brota un fenómeno
aparece su opuesto como contrapeso) que es el señor Antauro Humala con un discurso
igualmente extremista que también se remonta a los años de la Conquista española y donde el
objetivo es “retomar el poder” andino perdido a manos de los “malditos extranjeros”, que son
quienes de facto vienen a ser “los enemigos del Perú”. Como Lima es el emporio donde lo
extranjero es preferido y su gente se identifica con ellos entonces “Lima es el enemigo que

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traiciona al Perú”. Debajo de estos discursos se trasluce un racismo profundo de ambas partes
jamás superado, así como un choque de culturas muy similar a lo que planteaba Huntington,
donde la cultura agraria campesina panteísta se enfrenta a la occidental urbana católica.

Curiosamente la votación obtenida por la ahora ultra derecha limeña (puesto que ya la derecha
centrista y democrática ha dejado de existir) se ha concentrado exclusivamente en los distritos
más “occidentales”, mientras que en todos los “conos” andinos migrantes ganó el señor Urresti.
Eso da a entender otros elementos subjetivos como que ha sido un voto cerrado “contra” lo que
representa el presidente Castillo (cholo, provinciano, “burro”, “corrupto”) que es inadmisible
para quienes pretenden vivir “como en Miami”. Pero ese odio “al otro”, al que no es “como yo”,
se extiende también hacia todo lo no-limeño como son los Acuña, Cerrón, Humala y quienes
amenazan acercarse “al reducto blanco” de la Lima tradicional y conservadora. A todos estos
“enemigos” la ultra derecha los califica de “comunistas” sin importar si realmente lo sean.
Simplemente todo aquel que “no piensa como la ultra derecha” son “comunistas”, incluyendo a
la derecha progresista de Biden y los demócratas (calificados por los republicanos de
“comunistas”) que pretenden imponerles “un nuevo comportamiento sexual”, cosa que la
iglesia peruana rechaza tajantemente (porque el sexo es su reducto y su negocio).

Además, la votación en provincias envía otro mensaje: no nos interesa lo que digan y piensen
en Lima; queremos resolver nuestros problemas nosotros mismos. Es por eso que los partidos
nacionales han desaparecido y ahora en el Perú solo existen logotipos que se alquilan al mejor
postor y que sirven para que cualquiera pueda postular a un cargo público para hacer lo que a
él o ella se les ocurra, sin planes, ideas, ideologías ni nada parecido a lo que es una política
normal. Estamos entonces nuevamente ante “los dos Perú” de los que se hablaba en la Colonia,
dos miradas distintas sobre qué hay que hacer y cómo se debe hacer, todos desconectados entre
sí (los ganadores de un distrito no tienen nada en común con sus vecinos; cada uno baila con su
pañuelo, lo cual lleva al caos total).

Es en ese caos total en donde ahora campean los fascismos cuya promesa esencial es “yo tengo
la razón, yo soy el salvador de la patria”, lo cual viene acompañado de la “amenaza” que es la
existencia de “esos otros” que buscan destruirla o “entregarla a los extranjeros”. En Lima “los
otros” son los provincianos que “no acatan” como antes las órdenes y que pretenden gobernar
“ellos” el Perú. En provincias la lectura es la opuesta: en Lima “quieren hacer lo que les da la
gana con el Perú y no les interesa lo que nosotros pensemos y necesitemos”. Entiendo que decir
estas cosas a nadie va a agradar porque todos queremos que “los peruanos nos unamos”. Pero
la pregunta es ¿en torno a qué visión de país, a qué proyectos: a los de Lima o a los de las
provincias, siendo las dos realidades completamente diferentes y divergentes? Para nadie es un
secreto que el Perú ha sido abandonado durante siglos por la capital, interesada únicamente en
sus “negocios” (Lava Jato). Ahora ha llegado el momento de la confrontación, de la verdad. Es el
tiempo de las posiciones radicales donde solo una de las partes “tendrá la razón” y la otra
“tendrá que ser exterminada” por ser aquella que genera “todos nuestros males”. Así eran los
discursos de Mussolini, Hitler y Bush II.

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140
Geopolítica

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Ucrania, las guerras sin fin
Obviamente intentar comprender el tema actual de Ucrania no pasa por leer periódicos o ver
televisión. En los medios de comunicación la verdad es lo último que existe: allí solo hay
manipulación. Para entender lo que sucede en el mundo y en el ser humano en general es
necesario acudir a otras fuentes más serias y especializadas que dan cada una su propia
interpretación. Con todo ello, quien lee o investiga un tema debe sacar sus conclusiones
comparando lo leído con aquello que nos da la historia y todas las demás ciencias sociales, las
cuales de algún modo indican cuál es el comportamiento regular de nuestra especie.

Dicho en pocas palabras, hay que conocer al ser humano en toda su magnitud para identificar
su comportamiento típico en cada uno de sus actos. El ser humano, como especie, hace la guerra
y ello es parte de su esencia (sin la guerra no tendríamos casi nada de lo que hoy conocemos
como ciencia y tecnología, pues estas han nacido y se desarrollan por la necesidad de dominio
sobre el prójimo). Algunos dirán que deberíamos superar esa actitud, y ello suena muy bien,
pero lo cierto es que es algo consustancial, no solo a nosotros, sino a todas las especies. Habría
que enmendarle la plana a la naturaleza que es la que ha establecido esta ley natural que nos
impulsa a destruirnos los unos a los otros.

Pero volviendo al tema de Ucrania, en uno de mis anteriores artículos hice notar que la salida
de EEUU de Afganistán obligaría a que se cree un nuevo foco de tensión en algún lugar del
planeta, entre los cuales estaba dicho país. La explicación pasa por varias razones, entre las
cuales podemos decir que ya la estrategia de incendiar el Medio Oriente (que se puso en marcha
mucho antes del 11S y que solo faltaba este “atentado” para que procediera) prácticamente se
ha agotado. El último reducto para justificar invasiones y ataques era Siria, actualmente
controlado por Rusia. Después de 20 años en Afganistán sin llegar a ganar nada (pues dominar
un país no significa ganarle la guerra) EEUU decidió que seguir “calentando” esta zona ya no le
convenía. Por otro lado, crear un conflicto en el Asia actual, después de los desastres de Corea
y Vietnam, no era la mejor idea, en especial porque China ya no es lo que era en esos tiempos.
Igualmente, la frontera entre Venezuela y Colombia no es suficiente para justificar los miles de
millones de dólares de gasto para las grandes industrias bélicas norteamericanas puesto que
sería una guerra que duraría días.

142
De modo que todo recaía en que el escenario ideal para crear “la atmósfera de guerra”
asustando a medio planeta e incentivando las compras desenfrenadas de material militar era
Ucrania, país que ya estaba en conflicto solo que suspendido hasta que alguien lo reanudara.
Efectivamente, no han pasado más de tres meses de “paz” y sin disparos ni arrojo de bombas
para que el Pentágono decidiera que “había que hacer algo de acción” en Ucrania con el fin que
Rusia pisara el palito y corriera pensando que le iban a poner bombas atómicas a 500 km de
Moscú. Tal como estaba calculado, los rusos reaccionaron de manera previsible e hicieron el
teatro que Washington necesitaba que era “ver muchos tanques en la frontera”, con lo cual la
prensa se encargó del resto que era crear un discurso en el que “Rusia quería invadir Ucrania”.

Obviamente que hacer eso para Rusia sería un pésimo negocio, pero EEUU siempre juega con
las blancas y es el que le propone las movidas a seguir. Putin, también un jugador muy fino y
astuto, siempre juega con las negras y a la defensiva, tratando de esquivar los golpes y hacerse
el indiferente ante ellos aunque le estén apuntando con una pistola. ¿Qué busca entonces EEUU
con esta pantomima que maneja tan bien? Pues lo que ya está logrando: primero, maniatar y
manipular a toda la UE para que haga todo lo que este quiere, en especial, que le compren miles
de millones en armamento, como desde ya lo están haciendo algunos porque “ven su seguridad
amenazada”. Luego, controlar el desarrollo económico europeo haciendo que se aleje lo más
posible de su principal competidor, China, y que se “refugie” en los brazos “seguros y amables”
de Norteamérica, su principal protector y proveedor. Asimismo, impedir que Europa tenga
alguna dependencia con Rusia en cuanto a su gas (el gasoducto Nord Stream II) desviando sus
compras hacia el gas estadounidense que, si bien será más caro, por lo menos no vendrá “del
malvado ruso”.

Hasta ahora todo camina exactamente como lo ha pensado EEUU pero la pregunta es: ¿será
bueno que Rusia, presionado y empujado por las amenazas yanquis, se entregue de lleno a
“cooperar” con China? Hay opiniones divididas al respecto puesto que algunos no creen que
esta unión sea muy sólida y que solo lo hacen como una “demostración” de poder, más no como
algo que realmente funcione en la práctica. Pero la respuesta sigue pendiente puesto que el
enfrentamiento final no va a ser con Rusia sino con China, el único y verdadero rival que tiene y
tendrá EEUU por el dominio del planeta. Tanto los chinos como los rusos no son realmente
imperialistas y nunca lo han sido. No tienen el ADN anglosajón que les viene desde los vikingos
y los piratas y que los hace invadir y conquistar por instinto. China siempre se ve a sí misma
como “un mundo propio”, resistente a salir hacia afuera, mientras que los rusos jamás han
mostrado durante toda su historia el deseo de dominar a los demás.

Es ese temperamento defensivo y débil lo que los pone en desventaja frente a los arrolladores
anglosajones quienes, alimentados además con la ideología cristiana, sí poseen la idea de ser “el
pueblo elegido por Dios” para que domine la Tierra, mitología que no existe ni en China ni en
Rusia como tampoco en casi todos los pueblos no anglosajones cristianos. No se trata, entonces,
solo de simple “economía” como dicen muchos geopolitólogos que suelen no considerar los
aspectos filosóficos y sicológicos de los pueblos cuando más bien son estos los que realmente
impulsan al ser humano a comportarse de distinta manera. Un chino puede ser rico y vivir
tranquilo con lo que tiene, pero un occidental rico siempre estará carcomido por la idea de ser
“el más rico” y no reparará en nada hasta no calmar la ansiedad que lo devora. Por otro lado,
los occidentales creen que estos “mandatos divinos” los obligan a imponer su cultura y sus
creencias a todas las otras culturas vistas como “bárbaras y atrasadas”, que es un rezago de la
mentalidad del imperio romano. Esto tampoco existe en la idiosincrasia china. En conclusión, la
maquinaria industrial bélica se ha puesto nuevamente en acción y las ventas ahora empiezan a
llover. Y de eso se trata todo.

143
Ucrania: un análisis más objetivo
Sobre la geopolítica
La historia es un proceso donde se encadenan los hechos unos a otros. Lo que sucede hoy es
consecuencia de algo que pasó ayer. El azar existe, pero su acción depende de en qué
circunstancias se presente. En el mundo humano, en cambio, la casualidad es algo aislado, como
los terremotos, erupciones volcánicas o meteoritos. Normalmente las cosas ocurren porque
alguien así lo quiso. Entender esto sirve para poder hacer un análisis completo y no tratar los
hechos aisladamente, como si fueran incidencias imprevistas e independientes. De esto trata la
geopolítica, que estudia el devenir de las sociedades y sus influencias mutuas.

En geopolítica no existen “los buenos y los malos” como en las películas de Hollywood, donde
todo empieza cuando “un malo” hace una maldad y “un bueno” reacciona (que es la base de
todos los libretos de las películas de acción). Este esquema maniqueo está diseñado únicamente
para las masas que confían ciegamente en lo que sus líderes les dicen. Lo cierto es que el ser
humano se organiza y sus intereses giran en torno a cómo es su forma de vida. Por ejemplo, los
pueblos nómadas, que no conciben la idea de una “frontera”, actúan en función a migrar hacia
mejores tierras para lograr su subsistencia, mientras que los pueblos sedentarios responden a
la necesidad de defender y conservar sus espacios vitales.

La antigua geopolítica versaba mayormente sobre el conflicto entre nómadas y sedentarios. Un


ejemplo de ello lo podemos ver en la Biblia, que es la historia de un pueblo nómada, Israel, que
busca hacerse sedentario pero a través de arrebatarle a los pueblos de la Palestina parte de su
territorio (la Tierra Prometida). Esto se repite con Roma y los pueblos “bárbaros” y asiáticos que
procuraban atravesar los límites del imperio para poder alimentarse mejor. Se puede decir que
no ha habido civilización que no haya construido su hegemonía en base a la expulsión del
hombre migrante de sus espacios vitales.

En el mundo contemporáneo casi ha desaparecido el nómada y ahora la geopolítica versa


únicamente sobre las relaciones entre pueblos sedentarios. De ahí que los espacios vitales se
hayan circunscrito a las zonas geográficas donde estos actúan, algunos con mar, otros solo con
tierra, unos con mucho espacio y otros con muy poco o ninguno (como los kurdos). La
interacción de estos pueblos implica tanto pactos como guerras, y la historia describe paso a
paso cómo algunos de ellos se convierten en hegemónicos y luego desaparecen para que otros
ocupen su lugar.

El descubrimiento de América convirtió a Europa en el hegemón actual gracias a que esta fue la
despensa y la cantera que permitió la aparición de la Era Industrial. Con ella obtuvo la ventaja
sobre las demás civilizaciones dando paso a la sociedad de mercado y al capitalismo, que fueron
la causa de la desenfrenada y brutal colonización realizada. Esta estructura llamada
“modernidad”, que es una síntesis entre la Era Industrial y la ideología cristiana, dio por
resultado una nueva forma de vida cuyo objetivo es la satisfacción de las necesidades y la
obtención de riqueza como principal finalidad. Ello significó una loca carrera por poseer todos
los beneficios de la Tierra, lo que provocó una serie de guerras entre las potencias
conquistadoras quienes, por turno, se fueron arrebatando la conducción de la civilización
occidental.

La situación actual
Las más conocidas teorías de geopolítica interpretan la confrontación que existe entre
Occidente y “el resto del mundo” como una lucha entre “atlantistas (los países marítimos) versus
continentales (los que cuentan con grandes espacios terrestres)”, de modo que EEUU y el Reino

144
Unido serían los que representan a los primeros mientras que Rusia y China a los segundos. Se
trataría de dos grandes conglomerados humanos que buscan cada cual la primacía sobre el otro,
de ahí que esta pugna vendría a ser algo “natural”, que no depende de las ideologías de cada
uno. Eso explicaría por qué, siendo Rusia y China países capitalistas que siguen las mismas reglas
occidentales, no sean aceptados por Occidente. Para la geopolítica esta rivalidad se basa en que
son dos polos civilizatorios con amplio poder que no pueden convivir sino solo competir, sea a
través de la economía o mediante la fuerza.

De modo que desde este punto de vista el enfrentamiento entre ambos sectores es algo
inevitable. Ni Rusia ni China serán jamás considerados como parte de "la comunidad
internacional" sino como “otras civilizaciones”, de tal manera que, cual Caín y Abel, siempre se
mantendrá un estado de guerra entre ellos. A pesar de lo mucho que Rusia haya hecho por
acercarse a Occidente después de la caída del comunismo, esta siempre será considerada
“enemiga” del llamado “mundo libre y democrático”. La única forma de incluirla sería como un
país sumiso y dependiente, al igual que muchas de las ex repúblicas soviéticas.

¿Qué sucede con Ucrania? Esto tiene que ver con un proceso de expansión de la OTAN (los
atlantistas) después de la caída de la URSS, donde los países resultantes fueron absorbidos uno
a uno por EEUU y sus aliados, incorporándolos a su ámbito de acción y a su sistema de defensa.
Como Rusia quedó deshecha y maltrecha no podía oponerse. Sin embargo, con la llegada de
Putin, este reconstruyó el antiguo poder de su país y lo fue fortaleciendo, al punto de recuperar
su antiguo prestigio y, con ello, el temor atávico que tiene Occidente hacia este. Por otro lado,
en EEUU existe una tradición de que las guerras son algo esencial en su economía (gran parte
de su presupuesto está destinado a las industrias bélicas) y cada vez que tiene problemas
internos “inventa” una guerra para levantarse.

Eso explica mucho de lo que ocurre a nivel internacional, cosa que se vio hace poco con los
discursos de Trump con respecto a China. Agitar el miedo a los “enemigos” es la mejor manera
de que un presidente norteamericano obtenga respaldo nacional en momentos de crisis, que es
lo que está atravesando ahora Biden. Están cerca las elecciones de renovación al Congreso y
este requiere de una imagen de “fuerte” para contrarrestar la idea de que es un presidente
“viejo y débil”. Todo esto, más la retirada de Afganistán (que ha paralizado el flujo de compras
militares) ha acicateado la reactivación del conflicto en Ucrania con el deseo de crear un nuevo
“polo de lucha” similar a los que antes ha habido (como Vietnam o Corea) donde se gaste mucho
armamento y, por ello mismo, se compre mucho más.

En conclusión, Putin ha sido obligado a ser parte de una comedia que consiste en convertirlo en
“un monstruo” para así culparlo de “los males del mundo”. Con ello se consigue el objetivo
primero que es amarrar más a Europa a los intereses de EEUU, evitando intentos de distanciarse
(como los de Alemania y Francia). Asimismo, se ha logrado paralizar el gasoducto Nord Stream
II para que sean las empresas norteamericanas las que provean de gas a Europa, así como la han
obligado a incrementar sus compras de armas y sus contribuciones a la OTAN. Todo esto no es
casual sino algo bien elaborado por el Pentágono, que es el único que juega con las fichas blancas
y propone las estrategias a seguir. Finalmente, también servirá de advertencia a China a quien
le van a hacer lo mismo con Taiwán (a la que ya están armando) haciendo que reaccione igual
que Rusia y así se transforme en “la agresora”, con lo cual se le podrá imponer las mismas o
mayores sanciones que al país de Putin. Un juego perfecto.

145
Ucrania y el nuevo orden mundial
Qué gana EEUU
1. La paralización del Nord Stream II, que era un negocio para Rusia y una dependencia
económica de Europa hacia dicho país.
2. La futura venta de su gas a través del transporte marítimo, que les costará más caro a
los europeos.
3. La consolidación de la OTAN, que estuvo cuestionada durante el mandato de Trump, así
como la sumisión de los países que se no aceptaban totalmente su tutela (como Francia)
y que hablaban de crear “un ejército europeo”.
4. El aumento del presupuesto destinado a la OTAN por parte de todos los países
europeos.
5. El incremento de la venta de armas a Europa, que se verán obligadas a renovar sus
equipos debido a “la amenaza rusa”, compensando así su paralización a raíz de la salida
de Afganistán.
6. La desviación de los problemas internos del gobierno de Biden y de Johnson hacia el
tema de la guerra en Ucrania.
7. La reafirmación de que Europa “no debe hacer negocios con Rusia”, reduciendo lo más
posible su economía propiciando su caída y fragmentación.
8. El aseguramiento de la dependencia política y económica de Europa con EEUU, así como
su obediencia ciega.

Qué pierde EEUU


1. La idea de ser la única potencia capaz de actuar por encima de las leyes y de las NNUU.
2. La pérdida de la unipolaridad y el dominio absoluto sobre el planeta, teniendo que
compartirlo con Rusia y China.
3. El retorno a la Guerra Fría, con la cual se crean espacios vetados para Occidente.
4. La ruptura de la colaboración con Rusia en el desarrollo espacial (EEUU depende de los
cohetes rusos para llegar al Estación Internacional de propiedad de Rusia).

Comentarios
1. La situación actual se explica a través de la geopolítica que indica que existe una pugna
natural entre las potencias llamadas “marítimas” o “atlantistas” (EEUU y los países
anglosajones) y las “terrestres” o “continentales” ubicadas en el centro de Asia (Rusia y
China). Es por eso que la posibilidad de que se dé una “paz” entre ambos sectores es
algo inviable. Rusia y China siempre serán “enemigos” para Occidente, pase lo que pase.

2. Todo lo que está ocurriendo en el caso Ucrania es producto de una estricta y calculada
planificación del Pentágono que se inicia con la salida de Afganistán y la necesidad de
crear otro “polo de conflicto” que resuelva los problemas económicos y políticos
internos de EEUU. Esta es una fórmula tradicional en dicho país y no hay presidente
norteamericano que no “necesite” de un “enemigo externo” a quien culpar de todos sus
males.

3. Por lo tanto, lo hecho por Rusia no es más que la reacción buscada precisamente con
ese fin, y para ello solo ha bastado con “insinuar” que “Ucrania podría entrar en la
OTAN” con la correspondiente colocación de misiles nucleares, sabiendo perfectamente
que con ello obligarían a Putin a intervenir en dicho país.

4. Esto anticipa la estrategia que EEUU va a seguir con China, el verdadero objetivo del
“Nuevo Orden Mundial”, al armar a Taiwán justamente para que dicho país “reaccione”

146
y trate de invadirla, con lo cual sufrirá las mismas sanciones económicas con el fin de
detener su crecimiento y así destruir su proyecto de “La ruta de la seda”, de manera
similar a como lo ha hecho con el del Nord Stream II de Rusia.

5. Estamos entonces ante la forma cómo EEUU busca conservar el dominio global
impidiendo que tanto Rusia como China intenten compartir la hegemonía mundial e
imponer la multipolaridad. El último capítulo de este plan será la Tercera Guerra
Mundial que se producirá cuando Norteamérica vea que tiene las mayores posibilidades
de ganarla.

6. Rusia y China saben muy bien todo esto y tendrán que entender que no basta solo con
crecer y hacer negocios para subsistir. Las armas son lo que al final deciden quién
sobrevive y quién no.

Bienvenidos al mundo multipolar


Tan crucial como la disolución de la URSS en 1991 ha sido el giro que ha dado Rusia en febrero
del 2022. Para darnos cuenta de la magnitud de este suceso basta con medir la intensidad de la
reacción de Occidente, que ha llegado al paroxismo desbordado, con caras llenas de ira
destemplada, lo cual demuestra que el golpe ha sido durísimo, tan duro como las “sanciones”
que quieren darle a dicho país. ¿Qué está pasando? Que el mundo ha vivido durante 30 años en
un sistema unipolar con una única potencia que lo decía todo, EEUU, por encima de las leyes
internacionales y lo que dictaba las NNUU. EEUU, aprovechando la ausencia de su contraparte,
supuso que en el futuro sería la única potencia posible, dando incluso pie a teorías como la del
politólogo Francis Fukuyama sobre que había llegado “el fin de la historia” con la prevalencia
eterna de Occidente sobre toda la humanidad.

Por supuesto que todo ello se quedó en las páginas del libro. La realidad es que durante todo
este tiempo la situación internacional fue variando poco a poco, mientras que EEUU empezaba
a mostrar debilidades internas y contradicciones externas. Pero al mismo tiempo que esto
ocurría -como la crisis del 2008, su política de globalización y la búsqueda de “mano de obra
barata” y de nuevos mercados- se fueron empoderando sociedades como China e India quienes
aprovecharon estos cambios en el capitalismo. Es así que el polo del comercio mundial, de estar
centrado antes en Europa, ha pasado al Asia y ha hecho surgir a China como la gran potencia
rival, no solo de EEUU, sino de todo Occidente.

Desde hace años que Norteamérica se ha dado cuenta del grave “error” que significó dicha
estrategia, algo que Trump no se cansó de decir mientras estuvo en la presidencia al señalar que
el único “enemigo” real que tenía EEUU era China. Pero China, a diferencia de las alharacas que
hace Occidente para exhibir su poder, apuesta por una silenciosa pero contundente forma de
crecer y de prepararse para el nuevo rol que va a asumir en el futuro (ya sea compartiendo el
liderazgo u ocupando el sitial dejado por Occidente). Esto aún no se manifiesta públicamente,
es decir, todavía las poblaciones occidentales “no lo perciben” debido a que sus medios de
comunicación (que son apéndices de sus gobiernos y de EEUU) no lo dicen con el dramatismo y
la exageración propias de una película de Hollywood.

Mientras esto sucedía Rusia, en manos de Vladimir Putin (ex KGB, la CIA de dicho país)
emprendía su propio plan de recuperación para ubicarse en el sitial que siempre este país ha
ocupado en la historia del planeta. Recordemos que Rusia, desde muy antiguo, ha sido un centro
de desarrollo civilizacional, al mismo tiempo que un rival eterno de Occidente en sus objetivos
de expansión. Las veces que un país occidental ha intentado doblegar a Rusia (como Francia y

147
Alemania) ha fracasado rotundamente. El último intento fue el del más poderoso ejército que
registra la historia: el de Hitler, armado ex profesamente con el fin de destruir a Rusia y a su
comunismo, el cual fue derrotado a un altísimo costo de vidas. Tal fue la humillación para
Occidente que EEUU tuvo que intervenir recién al final para “salvar” a Europa del Ejército Rojo
que ya había llegado a Berlín y había acabado con los nazis.

La derrota de Occidente frente a los soviets derivó en lo que se conoce como la Guerra Fría, que
fue la división del mundo entre dos facciones: Occidente y la Rusia comunista. Esto duró 70 años
hasta que el comunismo, producto de su propia debilidad, perdió el poder en Rusia y fue
asumido por la derecha, retornando el país a su cauce habitual de ser capitalista y nacionalista.
Esto fue tomado por Occidente como un triunfo, no solo sobre el comunismo, sino sobre la vieja
Rusia, a la cual empezaron a ver como “una potencia de segundo orden”. Pero ello fue una grave
equivocación debido a que Rusia, con o sin comunismo, siempre será una potencia imposible de
vencer por Occidente, cosa que acaba de demostrar Putin enseñándoles los dientes
previamente afilados durante estas décadas.

Es decir, Occidente subestimó a Rusia y no se dio cuenta de sus avances en el aspecto militar.
Actualmente se sabe que su poder de fuego y destrucción es muy superior al de EEUU y sus
pares europeos. De desatarse una guerra, tal como están las cosas, el triunfo sería ruso pues
cuenta con un desarrollo tecnológico nuclear imposible de detener. EEUU ha instado a sus
empresas de armamento a equipararse lo más pronto posible destinando miles de millones del
presupuesto nacional, pero esto tomará aproximadamente unos dos a tres años. Ello
obviamente lo sabe Putin, de modo que no tiene ningún temor de amenazar a Occidente si es
que intentara alguna respuesta a su decisión de invadir Ucrania con el fin de colocar a dicho país
como un “territorio neutral” donde la OTAN no pueda colocar ninguna pieza militar.

La desesperación y frustración que hay ahora en Occidente es algo nunca antes vista. La cólera
es tan grande que la saliva se desborda por la boca de todos sus líderes quienes piden “sanciones
muy fuertes” pero en la economía, no en lo bélico. Occidente está atado de manos y no quiere
aceptar que tiene al frente a un gigante con el que ya no se pueden meter. Rusia ha previsto
varias de las jugadas posibles y por eso ha decidido orientar su economía hacia el Asia, que es
ahora el centro del mundo, dejando a Europa más abandonada y secundaria que antes. Cuando
las aguas se calmen y Rusia neutralice a Ucrania todas las miradas se dirigirán hacia China. Allí
va a estar Rusia para servir de apoyo y para que dicha nación se convierta en su mejor cliente.

La inmensa producción de petróleo y gas que posee Rusia será la que alimente aún más a la
maquinaria china en vez de mantener la alicaída y decadente Europa. Esta tendrá que vivir de lo
que EEUU le venda en las condiciones que exija, haciendo aún más penoso, débil y dependiente
al viejo continente. Los europeos se convertirán en soldados para EEUU a quien no le importará
sus necesidades ni intereses. Esto significará el fin de Occidente como potencia de primer orden
y como sinónimo de civilización mundial. Solo sobrevivirá EEUU, pero para tratar de no ser
superado por la coalición de China, Rusia y la India, esta última muy silenciosa pero que en muy
poco tiempo hará notar su peso político y económico.

En conclusión, definitivamente hemos ingresado nuevamente a una era multipolar, donde ya no


solo Occidente tendrá el poder de decisión y juzgamiento sino que serán las potencias
emergentes, Rusia, China e India, las que tratarán de actuar en base a sus necesidades e
intereses geopolíticos. Esto es muy importante debido a que, después de Ucrania, lo que viene
es la guerra por Taiwán, donde EEUU está haciendo lo mismo: armándola en contra de los
intereses geopolíticos de China, lo cual inevitablemente ocasionará que esta intervenga en la
isla, invadiéndola. Este es el escenario que buscan las grandes empresas bélicas

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norteamericanas: la guerra, su alimento y su forma de vida. Sin las guerras EEUU se paraliza y
deja de ser la gran potencia que hasta ahora sigue siendo, aunque no por mucho tiempo.

Ucrania: ¿el inicio de la tercera guerra mundial?


Hasta el momento que escribo estas líneas la incertidumbre mundial va en vertiginoso aumento.
No hay ninguna señal de que la situación amaine sino todo lo contrario: se está echando leña,
troncos y carbón encendido al fuego de la guerra mundial. Si nos atuviéramos a lo que dicen los
medios de comunicación occidentales la explicación sería sumamente simple y sencilla: “Todo
se debe a que el loco de Putin quiere volver a ser un imperio y dominar el mundo”. Punto. No
se diga más. ¿Cuál sería la solución entonces? Castigar a Rusia con las mayores sanciones
posibles hasta que caiga de rodillas en estado de quiebra total y que sean los propios rusos los
que entreguen al dictador y a “sus secuaces” a las autoridades de Occidente para que paguen
todos sus crímenes.

Esto parece el libreto de una película de Hollywood donde todo termina con el triunfo de EEUU
quien, de este modo, “restablece el orden y su primacía mundial”, haciendo a todos felices y
volviendo a nuestra vida diaria. Pero ¿será cierto eso? Este esquema ha funcionado en otros
países que EEUU ha invadido, bombardeado y donde ha masacrado indiscriminadamente a su
población, haciendo que sus líderes sean juzgados y condenados por “crímenes de guerra”. La
pregunta es si podrán hacer lo mismo primero con Rusia y luego con China que, por lo visto, será
la próxima “víctima” de esta estrategia para destruir a los dos.

Porque el capítulo que viene, aún sin haberse resuelto la invasión de Ucrania, es acusar a China
de “apoyar a Rusia” ofreciéndole su sistema económico paralelo al SWIFT que es el CIPS,
mediante el cual estos países pueden hacer transferencias de dinero de banco a banco por todo
el mundo. Eso significaría que Rusia podría resistir tranquilamente las sanciones acudiendo a
China para hacer sus pagos y cobranzas, cosa que indignará y molestará muchísimo a los que los
odian (desde hace siglos) que son los países anglosajones (enemigos “naturales” de los eslavos
y chinos). Como esta acusación inevitablemente vendrá con sanciones a China (por colaborar
con el “monstruo” Putin) lo más probable es que provoque que esta nación asiática las rechace
y realice una demostración de fuerza justamente donde EEUU quiere: en Taiwán, la isla que
China reclama como suya y que hoy está en poder de las fuerzas norteamericanas.

Entonces ¿ante qué estamos: ante la “búsqueda de la paz” o más bien ante el deseo expreso de
EEUU de obligar a que sus dos principales rivales hagan la guerra? Porque eso es lo que está
sucediendo, sabiendo que esta será nuclear. La intriga es ¿por qué Occidente ha llegado a la
conclusión que la única opción que les queda es borrar a Rusia y a China del mapa? Es algo difícil
de saber, pero la lógica nos dice que esto lo deben haber pensado mucho, y que debe tener
relación con una grave situación que viven tanto EEUU como Europa, tanto que solo con la
guerra se puede solucionar. Desde la óptica de la geopolítica, se podría decir que Occidente ha
echado todas las cartas sobre la mesa y ya no quiere ni negociaciones, ni pactos, ni acuerdos ni
con Rusia ni con China sino solo “obligarlos” a obedecer y nada más, cosa que saben
perfectamente que no va a suceder.

Y como no van a “obedecer” a Occidente esto provocará la Tercera Guerra Mundial que, por lo
visto, es el camino que Occidente ha decidido tomar como última opción para tratar de evitar
su pérdida de dominio y su unipolaridad. Quienes conocen algo del tema sostienen que la guerra
es algo inevitable para la humanidad puesto que nunca se pondrán de acuerdo millones de
personas en algo en común. Solo una fuerza superior que domine a las demás puede garantizar
el equilibrio. Para entenderlo mejor, es como si se tratara de una isla habitada por avezados

149
criminales donde, para tener el control, los más fuertes tienen que eliminar a sus opositores
quedando solo la banda más sanguinaria al mando de todos ellos. Esto es lo que se ha repetido
una y otra vez en la historia y no ha cambiado en lo absoluto ni un solo día. Siempre hemos
estado en guerra, en conflictos, en luchas y matanzas. Está en nuestros genes y en nuestro ADN,
algo que durante miles y miles de años hemos intentado modificar pero que hasta ahora no
hemos podido modificar.

Por la actitud y los rostros de las autoridades europeas cuando hablan por televisión, por la ira
que se desborda en sus palabras, por los gestos enérgicos y violentos que exhiben cuando exigen
"que se aniquile a toda la economía rusa” lo que más nos viene a la mente es la frase “Carthago
delenda est” (Cartago debe ser destruida) que se atribuye a Catón el Viejo quien, según fuentes
antiguas, la pronunciaba cada vez que finalizaba sus discursos en el Senado romano durante los
últimos años de las guerras púnicas, en la década del 150 ac. Hoy esa frase es “Rusia delenda
est”, pero no por haber invadido Ucrania (¿de cuándo acá a la UE y a EEUU les importa tanto
Ucrania, cuando jamás han hecho nada por ella), sino porque es la excusa que necesitaban para
iniciar la lucha por el control del planeta. Roma lo logró desapareciendo a Cartago. ¿Lo logrará
también EEUU haciendo lo mismo con Rusia y luego con China? Veremos. Y ojalá me equivoque
rotundamente en todo esto.

Ucrania y el "gran juego" mundial


Está claro que pase lo que pase algo habrá cambiado en el mundo. Aquel que conocíamos hasta
hace poco, el globalizado, el que buscaba la integración de la humanidad bajo la batuta de
Occidente y su cultura, está en vías de extinción. Lo de Ucrania no es la causa, y quien lo piense
se equivoca y se ha dejado llevar por la maquinaria mediática que domina el pensamiento y los
sentimientos de miles de millones de personas. Lo de Ucrania es el capítulo final de una etapa,
el momento en que se cierra un ciclo que se inició hace mucho con la caída de la URSS y el
intento de incorporar a Rusia a las filas de Europa como “uno más”.

¿Es que algo falló? Por lo que he podido recoger de los más variados, serios e imparciales
especialistas en geopolítica de todas partes (gracias a Internet y su traductor) la conclusión es
que nunca se llegó a admitir que los rusos pudieran ser “occidentales”. Y este es el factor
fundamental, creo yo, para explicar este fenómeno. La separación y animadversión que hay
entre Europa y Rusia (o, dicho de otro modo, entre arios y anglosajones con eslavos) es muy
parecida a la que existe entre los judíos y los pueblos árabes, algo muy difícil de superar debido
a factores históricos y sociales. El “ruso” es lo mismo que “el egipcio” para los seguidores de la
Biblia, son los alter ego, los “otros”, los “enemigos naturales” cuya existencia significa “una
amenaza” para determinado pueblo.

Tampoco esto es algo exclusivo del ser humano. Desde las abejas hasta los simios tienen luchas
por el poder y guerras intestinas entre contrarios. En una manada de leones el macho alfa, el
que pone los genes, se decide en un combate entre los machos beta. El que triunfa se queda; el
perdedor se va. Por lo visto en el mundo humano también funcionan así las cosas, y la
democracia no es otra cosa que mantener esta misma “pelea” pero de una manera no
sangrienta. Es por eso que en la vida solemos tener un “enemigo” personal que siempre estará
en desacuerdo con nosotros y el cual será el objeto de nuestras más feroces críticas (los que
somos de derecha detestamos a morir a los de izquierda y viceversa).

Volviendo al tema Ucrania, de la que, como en casos anteriores, nadie sabía que existía o dónde
quedaba (recordando a Corea, Vietnam, Yugoeslavia, Irak, Afganistán, Siria y muchos países más
que se hicieron conocidos solo porque EEUU los invadió y bombardeó inmisericordemente), es

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obvio que el problema en cuestión no es dicho país, ni lo que hace, ni lo que dice. Este, como
tantos otros, es solo la excusa, el terreno, el espacio o lugar donde se desarrolla una lucha
completamente ajena a ellos: la de dos gigantes como son EEUU y Rusia. ¿Qué es lo que está en
juego y por qué tiene esto tanta importancia? Pues irónicamente por causa de otro gigante que
ni figura en el tema: China. ¿Qué es lo que se quiere entonces? Veamos.

A raíz de la Segunda Guerra Mundial, a consecuencia de la destrucción mutua de Europa y del


fracaso por destruir a la URSS (razón por la que armaron a Hitler pensando que la iba a derrotar),
EEUU se convirtió en el “ganador” casi sin esforzarse, cuando ya la maquinaria militar de
Alemania había sido destruida por completo a manos de los rusos y solo quedaban sus restos.
La estrategia de los gringos fue no intervenir hasta el final, cuando ya estaba todo consumado.
Desde ese tiempo es que empezó la era norteamericana en reemplazo del desaparecido imperio
inglés. El único que le hacía sombra era precisamente la URSS, la verdadera triunfadora pero
quien cargó con todo el peso de la guerra (24 millones de muertos, muchos más que todos los
demás juntos).

Es la presencia de la URSS (en realidad Rusia, solo que con un gobierno comunista) la que se
convirtió en la “enemiga”, no solo de EEUU, sino de todo Occidente y de gran parte del mundo.
Esto dio origen a la llamada Guerra Fría donde los dos poderes vivían en tensión y en
permanente amenaza. A pesar de que en un comienzo la URSS tomó la delantera en varios
aspectos (como en el espacial, donde fueron los pioneros) este esfuerzo les costó demasiado y
no lo pudieron mantener, de modo tal que tuvieron que abandonar el modelo comunista para
adoptar el capitalista. Así es cómo desaparece la URSS y vuelve a surgir Rusia a secas, como
cualquier otro país, pero siempre sospechoso y peligroso ante los ojos de Occidente.

Es así que, desde esa fecha, 1989, se intentó que Rusia se convirtiera en “uno más” de los países
capitalistas, especialmente por sus inmensas riquezas naturales que las grandes empresas
extranjeras pensaban explotar. La idea era convertirlo en un país tercermundista, en solo un
proveedor de materia prima y, si era posible, dividirlo en muchos países pequeños para que se
esfumase del todo como “riesgo para Occidente”. Este plan, el mismo de Napoleón y de Hitler,
tampoco funcionó, principalmente por la presencia de un personaje sorprendente como
Vladimir Putin quien reaccionó ante lo que era evidente: querer llevar a la sumisión y dominio
total de Rusia por Occidente.

Putin, entonces, fue el freno, el “culpable” de que EEUU (mediante la OTAN, donde los europeos
solo son el furgón de cola) no pudiera ir más allá en sus ambiciones. Mientras tanto otro
fenómeno iba creciendo a espaldas del terreno euroasiático: China. En un principio se pensó que
solo serviría como “mano de obra barata” para las grandes empresas mundiales, pero jamás se
imaginó que crecería tanto que llegase a poner en peligro la hegemonía de Occidente sobre todo
el planeta. Tanto es así que hoy China ha sido oficialmente declarada como “el principal enemigo
de EEUU” (según todos los documentos oficiales de defensa) y es contra ella que viene
preparando Norteamérica la estrategia para eliminarla (el reciente pacto militar AUKUS así lo
demuestra).

¿Cómo encaja esto con Ucrania? Pues resulta que Putin no solo levantó la economía y la defensa
rusas, sino que, además, por entendibles razones, se acercó a China para ofrecerle una alianza
que contrapese la presión de Occidente sobre ambos países. Hace solo unos días Putin acudió a
la inauguración de los juegos de invierno en Pekín únicamente para sellar un pacto de defensa
mutua, lógicamente contra EEUU. ¿Cómo ha reaccionado EEUU ante esto? Pues obligando a
Rusia a entrar a Ucrania diciéndole que aceptaría su ingreso en la OTAN (que implicaba colocar
misiles nucleares a tan solo 500 km de Moscú) y con ello “debilitar” ese flanco a China, haciendo

151
que su “socio” ruso se desgaste lo más posible en una guerra “interminable” (al estilo
Afganistán) y que eso “aminore” la capacidad de juntos poder defenderse de EEUU.

Esto para la gente común es muy complicado, demasiado enredado (como las obras de
Shakespeare, donde no hay buenos ni malos y por eso es que no son “populares”) y les es
imposible creer que una cosa tenga que ver con la otra, que lo que está en juego no es “la
libertad de Ucrania” sino la guerra futura con China, además de las ambiciones de los grupos
que en la sombra dirigen a los EEUU (y que no son Bilderberg). ¿Qué es lo que va a pasar? Pues
el objetivo está muy claro: entrampar lo más posible a Putin en Ucrania, golpear a Rusia en toda
su economía y que esta se debilite lo suficiente como para que no se sienta capaz de asegurarle
a China la protección de su “frontera norte” y, con eso, esta se siente a negociar con EEUU con
menos seguridad y altivez que si tuviera a una Rusia fuerte y poderosa a su lado. Ese es el juego.
Salvo que a alguien se le escape el dedo y apriete el botón nuclear antes de tiempo, cosa que
siempre es posible.

Ucrania: quién gana y quién pierde


Después de leer exhaustivamente toda la documentación posible tanto de un lado como de otro
sobre geopolítica (que es la única manera de entender lo que está pasando) me atrevería a decir
que los grandes perdedores en esta contienda por el dominio mundial serán Europa, Rusia y
China, quedando como ganador absoluto los EEUU. Para empezar, hay que ser muy claros: nadie
hace la guerra de la noche a la mañana, por una ocurrencia o un capricho. Las guerras implican
la participación de todos los elementos que conforman una sociedad, incluyendo sus creencias,
sus religiones, sus principios y valores. Tal es su magnitud que es imposible decir que se hace la
guerra sin pensar que eso va a traer serias consecuencias tanto al exterior como al interior.
Tomando en cuenta este principio podemos decir que lo que estamos viendo es el resultado de
una serie de planificaciones iniciadas por EEUU desde hace ya varios años, o quizá décadas.

Existe bastante información circulando por Internet acerca de la historia de Rusia y Ucrania por
lo que no hace falta reiterarla. Lo cierto es que Rusia nunca ha sido (ni será) parte de Europa,
aunque se haya intentado hacerlo después de la caída de la URSS con los grandes intercambios
comerciales que se iniciaron. Pero lo que tomó más de 30 años en construirse, con miles de
inversiones mutuas en el terreno económico, se ha derrumbado en solo unos días. ¿Cómo es
posible eso? Porque cuando existe una sólida amistad esta no se puede romper de un momento
para otro ya que priman las relaciones e intereses. Pero si ese estado se deshace en apenas unos
minutos quiere decir que en realidad jamás existió una vinculación verdadera, que todo era una
farsa o un hecho superficial sumamente frágil. De modo que lo que hubo entre Rusia y Europa
fue un deseo de unión o de incorporación que estaba sostenido con babas y nada más.

La invasión a Ucrania no es el origen de esta ruptura sino la culminación de una clara estrategia
de EEUU por tratar de separar definitiva y radicalmente a Europa de Rusia con el fin de debilitar
a ambas entidades, porque con eso el único que gana es precisamente EEUU. No es la primera
vez que lo hace. Ya durante la Segunda Guerra Mundial EEUU les vendía armas a ambas partes
y no intervino sino únicamente cuando la URSS derrotó por completo a las 9/10 partes del
ejército alemán y los rusos corrían a toda carrera para dominar por completo a Alemania. Esto
fue en 1944, pocos meses antes de que Hitler se suicidara, no sin antes dar la orden de que se
facilite el avance del ejército aliado para que el país no cayera en manos de la Unión Soviética.
Es decir, la verdadera lectura de dicha guerra es que Hitler fue armado específicamente para
destruir a la Rusia comunista y, al fracasar, los aliados se tuvieron que resignar a compartir el
poder con Stalin.

152
Hoy estamos ante un nuevo panorama que tiene que ver con el fortalecimiento de Rusia en
manos de su gran líder Putin, quien ha salvado a Rusia de ser dividida en decenas de repúblicas
al estilo Yugoeslavia, que es lo que desea hacer EEUU. Esto ha significado que Rusia recupere
su fortaleza en todo sentido y se sienta capaz de desafiar nuevamente a Occidente, que se ha
revelado como su gran enemigo (desde antes incluso de las invasiones de Napoleón y Hitler) y
con el que probablemente no se restablezcan durante mucho tiempo relaciones amistosas. Los
rusos han entendido por fin que jamás serán vistos como iguales por Occidente y que, si no se
ponen fuertes, el intento de asediarlos y disolverlos continuará. El odio, la animadversión y el
miedo que tiene Occidente hacia Rusia es algo que no se puede borrar así no más. Cientos de
películas y una extensa literatura han cimentado la idea de que “lo ruso es malo” mientras que
“Occidente es lo bueno”.

Pero ¿cuál sería la finalidad de que Ucrania se convierta en la nueva Afganistán, que es el plan
elaborado por el Pentágono? El objetivo es debilitar a China haciendo que su aliado Rusia se
mantenga ocupado y desgastado lo más posible, de tal manera que no sea un socio confiable y
así EEUU tenga más fuerza frente a ella. El problema de los chinos es que, si bien han crecido
económicamente, tanto como para poner en jaque el dominio de Occidente, todavía no tienen
el elemento militar suficiente como para hacerle la guerra o, por lo menos, para defenderse lo
necesario. Es por eso que es tan importante asediar a Rusia, llevarla al suicidio político y militar,
porque con ello China tendrá que aceptar las condiciones que le imponga EEUU en el mar de la
China.

El resultado final de este juego (elaborado exclusivamente por EEUU, su creador) es que Rusia
saldrá muy disminuida con la guerra en Ucrania, incluso pudiendo colapsar haciendo que caiga
Putin, con lo cual será poco lo que le pueda ofrecer de “ayuda” a China cuando EEUU dirija sus
baterías contra ella. Esta es la idea y todo hace pensar que está funcionando, pero queda la
opción de que Putin, que por supuesto lo sabe, tenga algún as bajo la manga para impedir que
las cosas salgan como Norteamérica quiere. Para ello podría acelerar el paso para no quedarse
entrampado en Ucrania como lo estuvo antes en Afganistán, así como derivar todo su sistema
productivo y financiero hacia el Asia y, con ello, soportar el colapso económico. Y una última
opción puede ser también que utilice su única ventaja comparativa frente a Occidente: su
superioridad nuclear, que sería la carta salvadora si es que ve que todo se desmorona y no le
quede otra salida que esta.

En conclusión, de no suceder algún imprevisto, de no verse Rusia obligada a usar sus armas
nucleares, lo que debería suceder es que Rusia colapse tanto en Ucrania como al interior del
país y el régimen de Putin caiga. Por otro lado, China se vería obligada a “negociar” con EEUU
pero en condiciones de sumisión en vista que ya no podrá contar con Rusia para equilibrar la
balanza. Finalmente, Europa soportaría todo el peso de la crisis viendo su economía sumamente
afectada y dependiendo por completo de EEUU para todo, incluso para adquirir los recursos
naturales que serían en su gran mayoría proporcionados por las empresas norteamericanas.
Pero esto es solo la estrategia, aquello que durante muchos años se ha estado armando para
que suceda, lo que no quiere decir que todo salga exactamente como se piensa, más aún con un
buen jugador como Putin que, por lo visto, conoce muchas cosas más que ni los geopolitólogos
se imaginan.

¿Un nuevo plan Marshall para Europa?


En las guerras no hay puntadas sin hilo y sin botín. Quienes seguimos atentamente los sucesos
de Ucrania sabemos que esto no se produjo de la noche a la mañana ni que Putin es un “loco”
para hacer lo que hizo. Todo está relacionado con la historia y con lo que significa Rusia para

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Europa. Rusia nunca ha sido ni será considerado “Occidente” sino “un país asiático”.
Principalmente porque su población está formada por eslavos, cuyos orígenes se remontan a la
época de los kanatos y los pueblos nómadas que recorrían las estepas que hoy conforman dicho
país. Sus guerras han estado centradas en las pugnas con los países europeos en pos de
territorios que ambos se han disputado desde siempre. Por su tamaño e importancia dentro de
la política occidental es que Rusia ha sufrido continuos ataques e invasiones, desde los pueblos
teutones hasta la Francia de Napoleón.

De modo que la animadversión y rechazo a lo ruso no es de ahora ni tampoco desde la


Revolución Rusa en 1917 que instaló un gobierno comunista; es algo que viene desde muy
remoto y que tiene una especial connotación entre los pueblos anglosajones (Gran Bretaña,
EEUU, Australia, Canadá) quienes consideran a Rusia su eterno enemigo. La última vez que
Occidente intentó dominar y dividirla en múltiples partes fue cuando armaron a la Alemania de
Hitler sabiendo perfectamente que este tenía por principal objetivo destruirla y apoderarse de
todas sus riquezas naturales, las cuales ya estaban destinadas para pasar a manos de las más
grandes empresas de EEUU y de Europa. Nadie imaginó ni por un momento que Rusia resistiría
y que, incluso, se abalanzara sobre Europa mediante el Ejército Rojo para responder a sus
agresiones.

De no ser por la intervención de EEUU, quien miraba la guerra desde lejos para recoger al final
sus despojos, los rusos hubieran llegado hasta la Francia de Vichy, aliada de Hitler, y se hubiesen
apoderado de casi toda ella. De modo que la Segunda Guerra Mundial fue un estrepitoso fracaso
de Occidente en su afán de aniquilar a su más grande rival, quedándose Europa en la ruina
producto de este fallido intento. Ante ello EEUU aprovechó para tomar el lugar hegemónico
perdido por Inglaterra para “reconstruir” el viejo continente a su gusto y criterio, a lo que se le
denominó “el Plan Marshall”, haciendo que los mismos europeos lo pagasen y lo trabajasen, a
cambio de quedar endeudados y sometidos a los intereses de Norteamérica, incluyendo la
instalación de cientos de bases militares (llamada eufemísticamente OTAN). Esta, lejos de ser
“un organismo de defensa”, no es otra cosa que el ejército norteamericano ocupando toda
Europa haciéndola bailar al ritmo que ellos quieren.

Pero ¿qué fue lo que pasó después? Durante 70 años Rusia, que llevaba el nombre de Unión de
Repúblicas Socialistas (URSS), siguió siendo manejada por el partido comunista el cual logró
significativos avances en muchos aspectos, entrando en directa competencia con el sistema
capitalista liderado por EEUU. Sin embargo, debido a que su sistema no desarrolló las industrias
al mismo nivel que este, colapsó disolviéndose, volviendo a ser nuevamente la Rusia de toda la
vida. Esta Rusia post comunista, dirigida por capitalistas, estuvo tratando durante 30 años de
incorporarse a Occidente mediante sus exportaciones y negocios, de ahí que hayan surgido
numerosas empresas dirigidas por magnates de dicho país. Pero si bien esto pareció una
primavera capitalista y una “era de paz”, la realidad es que Rusia nunca dejó de ser una potencia
militar. Además, quien se hizo cargo de su reconstrucción fue un estadista que demostró una
capacidad insospechada: Vladimir Putin.

Putin hizo todo lo necesario para repotenciar la economía y la política rusas, incluyendo sus
fuerzas armadas, con lo cual empezó a ser visto por Occidente, ya no como un simple socio
comercial, sino como una amenaza. El oso ruso había vuelto, y gruñendo. Ante ello EEUU venía
preocupándose por la excesiva influencia rusa en Europa, algo que a la larga generaría una
dependencia cada vez mayor de este continente ante su contrincante. La gota que derramó el
vaso fue el gasoducto Nord Stream II, que iba a ponerle condiciones a la economía más fuerte
europea, Alemania, la cual estaba teniendo demasiada cercanía con Rusia. Desde un comienzo
EEUU manifestó su preocupación y rechazo a este proyecto puesto que eso fortalecería más a

154
los rusos quienes, desde el punto de vista geopolítico, lo usarían como un arma económica para
ejercer su dominio.

A todo esto se suma que, con el gobierno de Trump, muy cercano a Putin, se había puesto en
tela de juicio la existencia de la OTAN que era vista como “innecesaria y costosa” para todos.
Ello al Pentágono (que no camina al ritmo de los gobiernos de turno) le supo muy mal, pues
implicaba la retirada de su poder sobre esta parte del mundo, así como una demostración de
debilidad y decadencia. Fue esta situación, el aumento de influencia de Rusia sobre Europa, lo
que decidió el abandono de Afganistán (donde se gastaban miles de millones en contratos de
armamentos) para trasladar “el foco de tensión” hacia Ucrania, zona donde hacía años había
una guerra civil no definida ni terminada. Allí es donde ha puesto ahora la mira EEUU con el fin
de desbaratar por completo todo lo hecho por Putin y Rusia durante décadas (el acercamiento
y el vínculo económico) y a la vez ocupar los espacios dejados por la prohibición de sus
exportaciones.

Dicho de otro modo, una vez expulsada la economía rusa Europa va a sufrir las consecuencias
de la crisis de abastecimiento, ante lo cual será EEUU y sus empresas las que surtirán sus
necesidades. La ausencia del gas ruso será reemplazada por el gas norteamericano, más caro
pero “gas amigo”, lo mismo que el petróleo y un sinfín de recursos más. Esto hará que la
economía de EEUU reflote, tanto por los pedidos de combustible como por los de material
bélico, que se multiplicarán de manera gigantesca gracias al temor y a la histeria que los medios
de comunicación han causado entre la población. Este miedo ha llegado a niveles tan
descontrolados que todos los europeos, de derecha o izquierda, gobiernistas u opositores, harán
causa común para “afrontar” los duros momentos que se avecinan y “soporten estoicamente”
todos los sobre costos que van a tener que pagar por consumir la nueva producción
estadounidense.

Este “rescate” de las garras del oso ruso, para caer en los brazos del amigable norteamericano,
sería el nuevo Plan Marshall, el cual “solucionaría” todos los problemas, en especial los de los
políticos europeos quienes tendrán la perfecta excusa para justificar los “ajustes” y subidas de
precios, así como las restricciones a los servicios y beneficios. De por medio estará “la causa
nacional y la paz mundial”, de modo que todo el que se oponga será un “pro ruso” enemigo de
su nación y del bien común de la humanidad. Cualquiera que no esté del lado de Boris Johnson
“en estas horas difíciles” será visto como un traidor, lo mismo que quien no reelija a Macron, el
gran correveidile de EEUU ante Putin, o apoye ciegamente a Scholz, el perrito faldero de Biden.

Adiós, Occidente, adiós


Lo que van a leer en este escrito será algo muy distinto a lo que esperarían en estos momentos.
Se trata de algo que va más allá de las circunstancias actuales que atraviesa Europa y el mundo.
Lo que ocurre en Ucrania no es un hecho que empezó hace poco ni es obra de “un loco que
quiere reconstruir un imperio”. De ninguna manera. Estamos ante uno de los episodios más
importantes de la historia y que podemos decir, sin lugar a dudas, que consiste en el inicio del
fin de la hegemonía de la civilización llamada Occidente.

Intentando ser muy sintéticos, diremos que Occidente, como sociedad y cultura, surge de la
unión de los pueblos bárbaros que destruyeron y asimilaron Roma más la estructura mental de
una ideología oriental llamada cristianismo. Esta última, convertida en religión oficial por el
emperador Constantino, determinó la idea de lo que es lo occidental y que, hasta antes de ello,
solo correspondía al ámbito grecolatino. Fue el cristianismo el que creó la noción de
“universalidad” de la raza humana (“Id ya predicad a todas las naciones la buena nueva”) la cual,

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hasta antes de esto, se trataba de “razas”, muchas y diferentes, con múltiples culturas e ideas
sobre cómo era el mundo y qué era el ser humano. La creencia en “una sola humanidad” dio
origen a lo que después serían dos factores cruciales en el devenir de Occidente: la igualdad y la
unidad en torno a una sola cultura: la occidental.

Esto determinó que cada occidental, cada europeo, fuera en el fondo un “misionero” encargado
de “difundir la verdad a todos los rincones de la Tierra”, verdad que únicamente podía ser el
cristianismo y su concepción del mundo (que consiste en “una Creación hecha para el uso y
beneficio del ser humano”). Es el cristianismo el que pone al hombre como “el objetivo final de
la naturaleza” y le otorga a este “el título de propiedad” del planeta, haciéndolo su dueño y
señor destinado a dirigirlo y orientarlo. ¿Con qué argumento? “Por ser un mandato divino”. Eso
explica el sentido de predestinación que tiene Occidente al auto considerarse “la civilización
elegida por Dios para llevar su luz y sus mandatos por todo el orbe”. Fue así que se convirtió en
“el pueblo elegido”.

Durante más de mil años, todo el Medioevo, esta concepción prendió fuertemente en la
mentalidad occidental al punto que los llevó a tomar acciones de conquista hacia el Oriente, a
Jerusalén, en la suposición que el efectuar dicha tarea conllevaría la realización del “plan de
Dios” de hacer que toda la humanidad adorara al Dios único y verdadero bajo la batuta de
Occidente. Pero las cruzadas fueron un fracaso, al punto que hizo que la civilización musulmana
tomara la iniciativa y le cerrara el paso hacia la comercialización con la China y las demás
naciones asiáticas. En el siglo XV Occidente era una civilización más de las muchas que había y
no dominaba el mundo conocido (antes estaba la mongola por encima de todas). Sin embargo,
un hecho vino a cambiar por completo la correlación de fuerzas en Eurasia (Europa más Asia).

Ese hecho se llamó el descubrimiento de América, cuyas riquezas y recursos de todo tipo
(materiales, sociales y culturales) vino a darle una vitalidad tal a Occidente que le permitió
desarrollar la Era Industrial y, con ello, tomar la delantera en el dominio del mundo. Pero no
fueron solo el oro y la plata sino otros elementos tanto o más importantes como los alimentos
americanos más su sabiduría y conocimiento en todo orden de cosas (en biología, agricultura,
arte, medicina, confecciones, etc.). De todo ello se apropió Occidente considerándolo como
“suyo”, tomando a América como “su fuente de recursos” mientras que a su población, de
millones de seres humanos, la convirtió en “la mano de obra” para su libre explotación. Es a
partir de esta expoliación gigantesca, a la que sumaron después, pero en menor medida, la
africana, que Occidente logra desarrollar el poderío militar suficiente como para ir tomando por
la fuerza cada palmo donde pudiesen asentar sus pies para robarlo a mansalva y sin
contemplaciones.

Toda esta conquista del mundo ejecutada por Occidente no se hizo por medio de la palabra o el
convencimiento racional sino a través de sangre y fuego, algo que significó la muerte de cientos
de millones de seres humanos ya sea directamente, mediante la violencia, o indirectamente a
través de la eliminación de su libertad, su autonomía, su independencia y modo de vida para
colocarles “nuevas reglas” mediante las cuales todos se convertían en esclavos con y sin
cadenas. Ningún pueblo de la Tierra aceptó esto de buena gana ni porque fuera algo “superior”
sino porque así se vio obligado, tan igual que como hoy en día se sigue obligando a la humanidad
a asumir los valores y creencias de Occidente como “los más justos y correctos”.

Y es aquí donde está el meollo de todo: que lo occidental no es un criterio o un valor universal
o neutral que haya sido “expuesto y asumido voluntariamente” por nadie sino que ha sido
impuesto bajo amenaza y coacción a todos. Ni la libertad, ni la democracia, ni el liberalismo
fueron “pedidos” sino instaurados mediante los ejércitos occidentales deseosos de “unificar” a
todos los pueblos y culturas bajo un mismo criterio, un mismo paso y una misma ideosincracia:

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la occidental. En pocas palabras, el mundo actual es lo que es gracias a las armadas occidentales
que, una a una, fueron invadiendo y sojuzgando cada cultura y cada civilización con la que se
topaban en el camino procurando la “unificación” bajo su égida. Eso fue lo que produjo el
sistema-mundo que hoy se conoce como “la sociedad de mercado”.

Si revisamos la Historia Universal nos daremos cuenta que, desde 1942 hasta la fecha, esta
consiste únicamente en “la historia de la conquista del mundo por Occidente”. Sin embargo,
como dice el refrán, “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, tal parece que
este mal que ha durado casi cinco siglos (y que ha causado tanta desolación y desgracia) está
llegando a su fin. Esto se explica por varias razones, pero las principales se podría decir que son,
por un lado, el agotamiento natural y el no haber más territorios ni pueblos hacia donde
expandir el sistema-mundo, y por el otro el inevitable surgimiento de otros polos de crecimiento
que igualmente ansían a ejercer el dominio. Porque no hay imperio que no tenga enemigos ni
aspirantes a ocupar su lugar, y esto es parte del proceso histórico de la humanidad.

Occidente, hoy liderado por EEUU, desde hace mucho que ve que existe un rival que crece y lo
amenaza: la civilización china, hoy apertrechada con todo tipo de recursos como para no
necesitar acatar ninguno de los “mandatos” que le hace Occidente. China, a pesar de emplear
mucho de la actual ciencia y tecnología (que no es exclusividad de Occidente sino que fue una
apropiación de todos los conocimientos ajenos), no piensa ni actúa igual pues posee una idea
del mundo completamente distinta a la universalista y unificadora cristiana. La civilización china
no tiene “la misión de imponer su religión y sus creencias a toda la humanidad” como tampoco
piensa que exista “una sola humanidad” sino muchas, variadas y opuestas con las que los
hombres tenemos que convivir.

He allí la gran diferencia y lo que va a marcar el futuro de nuestra especie: el cambio de


mentalidad sobre lo que significa nuestra humanidad, esta vez desde la perspectiva de la cultura
china. Muchas civilizaciones no cristianas (por ejemplo, la india y la pakistaní, que juntas forman
una quinta parte de la humanidad) también piensan igual y eso hace que se sientan más lejos
de Occidente, con lo cual se dan ahora dos fuerzas en pugna: una que se resiste a dejar el poder
y otra que busca tenerlo. Lo de Rusia (cultura cristiana ortodoxa, por lo tanto, no universalista
como la católica y protestante) se explica como parte de los esfuerzos desesperados de EEUU
(arrastrando a toda Europa) por intentar separarla de Asia y que no se alíe con China para el
enfrentamiento final (la Tercera Guerra Mundial planificada para iniciarse en el Mar de la China
dentro de poco).

Occidente se encuentra en su hora más oscura, en su declive como potencia, lo que implica que
su cultura, sus valores y creencias ingresarán en la pendiente de la decadencia. “Nada dura para
siempre” dice el dicho, por ello es que debemos prepararnos para que muchas de las cosas que
pensábamos que eran “universales” se conviertan dentro de poco en “occidentales” y, de ahí,
en “obsoletas y superadas”. Para muchos será “el fin del mundo” como lo fue en su momento
para Roma, Asiria, Egipto y las culturas maya, azteca e inca, pero debemos entender que la
historia humana es un proceso que, como todo en la naturaleza, consta de altibajos, de
crecimientos y carencias, de apogeos y finales. Es lo que nos dice la filosofía, la historia y la
sabiduría de todos los tiempos.

Ucrania: todo está saliendo según lo planeado


Despejando cerebros
Contrariamente a la versión “oficial” que reciben diariamente las masas (de que esta guerra de
Ucrania es “de los malos contra los buenos”) la realidad es muy diferente a la versión

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hollywoodense que suele terminar en que “los buenos vencen a los malos”. Para entenderlo, lo
primero que tenemos que hacer es despojarnos de los prejuicios y paradigmas con los cuales
solemos definir la vida. Lamentablemente los seres humanos jamás vivimos de acuerdo con lo
que decimos (“hay que portarse bien, hacer caso a las leyes, no mentir, no robar, no hacer daño
a nadie, etc.”) sino según nuestras necesidades, ambiciones y temores. Personas que jamás
ofenderían a nadie un día se ven obligadas a disparar a desconocidos producto de una guerra a
la que las han llevado a la fuerza y sin saber por qué. Esta es la parte difícil de aceptar de nuestra
existencia, y es lo que nos define como lo que somos: humanos.

Las guerras
Ninguna guerra empieza así porque sí ni por la ocurrencia de algún loco. Las guerras requieren
movilizar a cientos o miles de personas que van a morir por determinadas razones que no son
las que les dicen sus líderes y donde jamás se van a enterar de las del contrario a quienes matan.
Las guerras no se hacen de la noche a la mañana y suelen producirse después de que ocurren
una serie de acontecimientos de todo tipo que hacen que la gente llegue a la conclusión que la
única manera de reaccionar es mediante la violencia. Es decir, la guerra es la última instancia,
nunca la primera, de una serie de sucesos previos que han tomado años en darse. Cuando los
seres humanos llegan a acuerdos favorables para ambas partes las guerras no se producen o
bien se postergan un tiempo indefinido. Pero cuando no, estas terminan por realiarse. Esto pasa
incluso dentro de nuestras propias familias o instituciones y es algo que, contrariamente a los
que dicen los pacifistas, está en la naturaleza de la vida y, por ende, en la nuestra también.
Tenemos que admitirlo porque no hacerlo es ubicarnos en un mundo de fantasías e irrealidades.

La crisis
Ahora bien ¿qué desencadenó esta guerra (que es una de las 18 que actualmente se dan en el
mundo en pero que de las otras 17 no sabemos nada)? Aquí viene la explicación y de la manera
más resumida posible. Como todos sabemos, la humanidad actual ha llegado a la cifra
espectacular de siete mil millones de personas, una cantidad exorbitante para cualquier especie
mamífera y ello aumentará exponencialmente en unos cuantos años más, especialmente en las
zonas menos favorecidas y conflictivas. Esto significa que el sistema económico que nos rige
(diseñado para menores cantidades de personas y condiciones) inevitablemente colapsará,
situación que ya se viene anunciando debido a la incapacidad de dotar de todos los recursos a
las naciones tal como están configuradas. Es pocas palabras, estamos frente a una crisis integral
donde esta sociedad de mercado, producto de la Segunda Guerra Mundial, ya no podrá
responder si sigue tal como está.

El gran cambio
La pregunta que se hacen entonces los líderes de la sociedad de mercado es ¿qué hacer? Y la
respuesta es una sola: para que sobreviva el sistema algo tiene que cambiar, incluyendo el
número de individuos existente. No se puede andar en una carreta cuando se necesita un jet. El
mundo de hoy no es el mismo de hace 30 años. Todo es muy distinto a cuando EEUU era el único
poder que podía mover las fichas del tablero. Ahora existen conglomerados humanos enormes
como la China, la India, África y Latinoamérica, incluyendo a Rusia, que han crecido demasiado
debido a los mismos factores propios del capitalismo, lo cual hace que sus pretensiones y
aspiraciones sean iguales a las que tienen los países anglosajones y europeos, que son los que
dirigen el mercado. Esto ha producido una presión inesperada con la que estos no contaban.
Porque una cosa es que un niño se quede enano y la ropa siempre le quede a que el niño crezca
y esta ya no entre en su cuerpo. Es esta presión, esta nueva humanidad que exige más y más (y
que exigirá mucho más cada día que pase) lo que ha hecho que los dueños del “mundo antiguo”,
que es el que hasta ahora existe, se sientan amenazados y sumamente preocupados por su
futuro.

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Volver al pasado
El caso de EEUU es el más palpable, puesto que su anterior presidente, Trump, fue elegido con
la consigna de “América primero otra vez”, y el actual, Biden, con el lema de “Build Back Better”
(reconstruir mejor), frases que revelan que, a lo que aspiran los norteamericanos, es a “ser como
eran antes”, algo que, obviamente, ya no son. Es esta idea de “ser como antes” lo que moviliza
todo el sistema económico contemporáneo ante el temor de que “las cosas vayan en nuestra
contra” y que se inclinen a favor de “la otra humanidad”, o sea, la humanidad china, india, rusa,
asiática, latinoamericana, africana, etc. Ello ha llevado a Occidente (ya no “a la humanidad”
como era hasta hace poco) a emprender una estrategia de emergencia para tratar de evitar lo
más posible la crisis del sistema o, hablando más realistamente, su caída, y con ello la pérdida
de su control y de su situación privilegiada. En pocas palabras, está en peligro el dominio de
Occidente por sobre todo el planeta.

El gran reseteo
Dicha estrategia de salvación de la hegemonía occidental es lo que algunos llaman “el gran
reseteo” (the Great Reset, tomado del lenguaje de la computación, que significa apagar para
empezar todo de nuevo), que viene a ser un programa planetario propuesto por Klaus Schwab,
el fundador del Foro Económico Mundial. Lo que dice este plan (supuestamente como
consecuencia de la pandemia, pero que en realidad va mucho más allá) no es otra cosa que el
que ya han asumido desde hace tiempo los progresistas (demócratas en EEUU, caviares en el
Perú) los cuales vienen a ser los reformadores del capitalismo mundial, que consiste en el
rediseño del mundo donde se anulan los estados y sus fronteras tal como las conocemos y solo
se conserva intacto a EEUU como el “controlador y policía global”. Viene a ser una prolongación
de la globalización y mundialización tan ansiada desde siempre por el capitalismo.

Destruir para construir


Para ello la idea es crear primero un estado de caos total, de desorden y confusión completa,
para que emerja la nueva sociedad de mercado liberal como la única filosofía, ideología y religión
posibles para todas las civilizaciones y culturas humanas (lo que otros llaman el "Nuevo Orden
Mundial"). Se trata de desaparecer cualquier diferencia entre las sociedades y que todo
individuo sea el “humano prototípico” que el capitalismo requiere para funcionar ad infinitum.
Es, por supuesto, el sueño de todo empresario y rico existente. Esto no es algo tan descabellado
como se puede pensar. La antigua sociedad europea medieval había conseguido esa igualación
a través del cristianismo, así como también se podía encontrar lo mismo en la China y en otras
culturas como la islámica y las americanas prehispánicas. Es decir, no es la primera ni será la
última vez que los humanos intentemos “hacernos todos iguales”. El problema de siempre ha
sido: ¿Ser iguales a qué: ¿bajo qué parámetros, qué pensamientos, qué valores y qué creencias?

Eugenesia
Aquí nos vamos acercando más al fondo del asunto. Para crear este “mundo nuevo” hay que
destruir el anterior, y, naturalmente, esa destrucción implica que una gran cantidad de seres
humanos “tenga que desaparecer” para que el sistema de mercado “pueda funcionar mejor”.
Los cálculos hechos por estos “expertos” estiman que el “ideal” sería que tan solo seamos unos
dos mil millones, la mayoría de los cuales serían norteamericanos y anglosajones, con algunos
europeos. Nada más. Quizá suene macabro y algunos dirán que “esto es teoría de la
conspiración”, pero desgraciadamente no es así. Ninguna guerra, ninguna muerte es “teoría de
la conspiración”, como tampoco ninguna revolución, y eso es lo que se busca, lo que se necesita,
para lo cual “hay que empujar todo para que esto suceda”.

La desgracia de ucrania
¿Qué tiene que ver Ucrania en todo esto? Si repasamos la historia, Ucrania siempre ha sido “la
llave”, la clave de la comunicación entre Asia y Europa. Incluso es por ahí por donde circula el

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gas que calienta los hogares del viejo continente. Es más, por Ucrania es por donde se quiere
que pase el gran proyecto de expansión de China llamada “la ruta de la seda”, que es lo que
EEUU quiere evitar a toda costa. Es decir, cerrando Ucrania se le cierra el paso a China para que
comercie (y domine) a Europa, de ahí la importancia de dicho país. Para ello ¿qué se necesita?
Algo muy importante como para que tanto Rusia como China no tengan entrada a Europa.
¿Cómo lograrlo? Pues incitando a Rusia a hacer una guerra y empantanarse en ella sin que pueda
salir.

Resultados parciales
Y eso es lo que está pasando. El plan del “gran reseteo” implica cosas como el uso de “energía
limpia”, que es lo que reitera Biden en sus discursos. Para ello Europa clausurará totalmente el
ingreso de petróleo y gas ruso (energías no renovables) para usar solo fuentes renovables.
También Rusia será postrada económicamente de tal manera que ya no le sirva a China para
respaldarse. China, cuya mirada era su expansión económica, tendrá que someterse a los
designios de EEUU entendiendo que, sin Occidente, no tiene objetivos ni negocios por hacer. ¿Y
la reducción de gente? La crisis que sobrevendrá será de una magnitud suficiente como para
crear una hambruna feroz que ocasione la muerte de casi toda la población “pobre” del mundo,
dejando sus recursos naturales “libres” para su aprovechamiento por parte del primer mundo.

¿Funcionará?
Bueno, este es el plan, la teoría. Pero ¿podrá funcionar en la práctica? Hasta el momento que
escribo estas líneas todo apuntaría a que sí, a que Rusia se entrampará en una guerra perdida
que ocasionará la caída del régimen y la división del país en decenas de pedazos, dispuestos
todos para la explotación occidental. Luego China, que ingenuamente cree en “las leyes del
mercado” (cuando en realidad son las leyes del poder y del dominio), verá que sus aspiraciones
de “hacer negocios en paz” son solo para los ingenuos (pues ningún negocio está separado de
la guerra) y serán imposibles si no se allana a las órdenes de EEUU, convirtiéndose así en un
Japón más. Europa, en estado de histeria y de miedo total, será en un territorio dedicado solo a
comprarle a EEUU todo lo que necesite logrando que, con ello, reflote la economía
norteamericana haciéndola “primera otra vez”. La carestía de alimentos y de insumos no tardará
en ocasionar hambrunas en los países pobres agudizando al máximo su supervivencia. Pero del
dicho al hecho hay mucho trecho.

Conclusión
En conclusión, el obligar a Putin a pisar el palito para que invada Ucrania ha sido tan solo uno de
los pasos a seguir del llamado “gran reseteo” que hará que el capitalismo, en manos de los
anglosajones y no de los europeos, sobreviva unos cuantos siglos más hasta que otro fenómeno
lo vuelva a poner en jaque. Todo esto siempre y cuando no ocurra un imprevisto y que Putin, al
ver en la trampa infantil en la que ha caído, se niegue a morir fusilado por sus generales y decida
apostar por una guerra nuclear que sería la única posibilidad de que las cosas no lleguen al final
que ha sido pensado y previsto por los “think tanks” norteamericanos desde hace muchos años.
Moraleja: quien no previene el futuro, y no es capaz de hacer todo para que este suceda, estará
condenado a caer en manos de quien sí lo hace.

¿Se nos viene la guerra nuclear?


Todo indica que no es Ucrania lo que está en juego en estos momentos en el mundo sino la
continuidad de Occidente como hegemón y dominante sobre toda la humanidad. Lejos de
intentar que las cosas se aplaquen, hay un claro interés de parte de las potencias occidentales
en que se agraven de tal manera que no quede remedio más que de emprender la Tercera
Guerra Mundial, la cual sería nuclear. Las recientes declaraciones de EEUU en apoyo a una

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“fuerza de paz” que enviaría la OTAN no son otra cosa que decir que “apenas le disparen a un
soldado de esta fuerza toda la organización intervendrá en su apoyo”. Es decir, lo que se busca
es la guerra, se desea la guerra, se quiere que esta se dé, pero ¿para qué fin? Pues no para otra
cosa que para que la humanidad se reduzca a “solo” dos mil millones de personas y no los más
de siete mil que ahora somos.

Para muchos esto es pura “teoría de la conspiración”, pero dicha idea les durará solo hasta que
caiga la primera bomba nuclear sobre las principales capitales de Europa y sobre Rusia y China,
además de EEUU. ¿Por qué busca Occidente esta destrucción casi total? Porque existe un plan
llamado “El Gran Reseteo” que consiste en “volver a crear el mundo para hacer que el
capitalismo sea mejor y más fluido”, donde, por supuesto, los más ricos y poderosos (que saldrán
de sus refugios anti atómicos) reinarán por siglos de siglos. Se trata de “rehacer la humanidad”
según los criterios y necesidades de la sociedad de mercado, eliminado todo lo que estorba a su
"desarrollo" como son las culturas, las creencias, las religiones y tradiciones que no se adecúan
a ella (todas salvo las occidentales, especialmente las anglosajonas, que serán las que “lideren
el nuevo mundo”).

Ahora la pregunta que yo me hago (y que muchos de ustedes también se harán) es ¿qué
hacemos? No podemos oponernos puesto que esto es como la ola de un tsunami que nadie
puede parar. Cuando la chispa de una guerra se enciende es como el incendio: por todos lados
empieza a arder. Ni siquiera el papa puede evitarlo puesto que ya tomó partido y apoya
decididamente el plan occidental (ya que, nos guste o no, la iglesia es parte sustancial de
Occidente). Desde el Perú, desde los extramuros de “la civilización” (que ahora es más dudoso
llamarla así), no tenemos otra opción que ser espectadores y, a la vez, víctimas de todo lo que
pase.

Porque finalmente los peruanos, así como los latinoamericanos, somos “los que vamos a
desaparecer” producto del “El Gran Reseteo”, puesto que es la pobreza y los pobres los que
complican el avance y la gloria de la sociedad de mercado y el capitalismo. Es decir, estamos en
primera fila para que “les dejemos el campo libre” a las grandes empresas europeas y
norteamericanas para que sean estas las que exploten y decidan qué hacer con nuestro
territorio “cuando ya no estemos”. El plan implica que por lo menos cinco mil millones de
“pobres” tengan que morir como consecuencia de las grandes hambrunas, del pánico, de la falta
de agua y de luz, del caos, de las enfermedades (muchas de ellas creadas ex profesamente en
los laboratorios de Ucrania y otros más), fuera de las lluvias radiactivas que contaminarán todo
de tal manera que no tengamos ninguna escapatoria.

Dios quiera que todo esto que digo sea solo pura fantasía, pura delusión producto de las lecturas
obtenidas de Internet acerca de lo que dicen y hacen en estos momentos los “líderes” mundiales
(que ahora podríamos llamar “asesinos” mundiales). Ojalá esté fuera de mis cabales por creer
que lo que están haciendo producirá todo lo que estoy deduciendo. Como nunca quisiera estar
más equivocado al decir estas cosas. Me gustaría pensar que me he contagiado de los
“conspiranoicos” y que estoy desvariando como ellos. Pero cuando veo los muertos de Ucrania,
cuando escucho los discursos de Biden y Putin, cuando leo las declaraciones del presidente de
Hungría y los aplausos para que vayan los soldados de la OTAN a dicho país me sacudo la cabeza
y me digo: ¿es que acaso estoy oyendo y leyendo lo que oigo o me encuentro bajo los efectos
de un alucinógeno?

Salgo a la calle a tomar un poco de aire y miro a la gente pasar. En esos momentos me viene a
la mente los últimos minutos de los habitantes de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Ellos se
preparaban para salir a sus trabajos, a sus escuelas, a realizar sus ventas y labores cotidianas.
Nada hacía presagiar lo que iba a ocurrir después. Si alguien en esos instantes hubiese entrado

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corriendo y dicho a gritos que “todos vamos a morir” lo hubieran visto como un loco, como un
“conspiranoico”. Todos tenían en sus mentes sus sueños, aspiraciones, problemas, deudas,
consultas al médico, exámenes que dar, tareas que rendir. Sin embargo, segundos después…
nada de ello existía. Solo los norteamericanos sabían lo que iba a pasar, pero no les advirtieron.
Tenían que morir, porque así lo manda la ley de la guerra.

Vuelvo a mi casa, a mi escritorio y trato de imaginarme las mismas escenas en Roma, Madrid,
Moscú, Stalingrado, Londres, Nueva York, Washington, París y muchos otros lugares más. Se
calcula que existen en el mundo más de 30 mil bombas nucleares cientos de veces más
mortíferas que las arrojadas en Japón, todas con dispositivos para dispararse automáticamente.
Y me pregunto: ¿eso quieren? ¿A eso van a llegar para que su capitalismo sea “más efectivo,
más fluido y mejor”? Algunos dicen que quienes hacen las guerras están locos. No es así. Ningún
loco moviliza a países enteros sino que es encerrado en un manicomio. Los líderes están muy
cuerdos, sumamente cuerdos pues saben bien lo que hacen y conocen perfectamente las
consecuencias de sus actos. Y quienes los siguen están perfectamente de acuerdo con ello y
aceptan arriesgarse a sufrir lo que pase si algo sale mal. Esa es la cruda realidad.

Me pregunto entonces si debería irme corriendo a la sierra, a Oxapampa, a algún lugar lejano
de Lima puesto que, a la primera bomba que estalle, lo más seguro es que la histeria se
apoderará de toda la capital y el desabastecimiento y saqueos serán incontrolables, aunque aquí
todavía no pase nada. El terror pánico se apoderará de la gente y las caravanas de huida serán
infernales. Muchos, en su desesperación, harán cosas impensables, como matar a quien se
ponga en su camino. Pronto el servicio eléctrico sufrirá una paralización y con ello faltará el agua
en toda la ciudad. No habrá comunicaciones y la ley ya no será respetada. Todo esto sin que nos
haya caído nada ni haya llegado la contaminación radiactiva. Los primeros en morir serán los
viejos y nadie los enterrará, con lo que surgirán todo tipo de pestes y enfermedades.

Pero ¿en la sierra estaremos más seguros? Allá no hay almacenes de comida para tanta gente
que huya; solo la que produce el campo, pero esto toma tiempo y no alcanzará para esta
emergencia. Esperar que crezcan las plantas dura meses y el hambre será cosa de días. Cuando
se acaben todos los frutos colgados de los árboles ¿qué comerá la gente? Y es que en tiempos
de guerra lo que prima es la locura, los gritos, los llantos, la pérdida del sentido común y la
decencia. Ante ello los Derechos Humanos desaparecen porque antes que nada está el
sobrevivir y el darle de comer a los hijos. Todo esto llegará y será inevitable si es que
efectivamente ingresan esos “soldados de paz” de la OTAN a Ucrania y los rusos responden
como se quiere que respondan. Y no es cosa de Putin ni de nadie sino de un plan
meticulosamente preparado desde hace muchos años y, probablemente, hecho con la Biblia en
la mano, para justificarse ante Dios y decir que “lo hacen en nombre de Él”. Somos humanos y
no podemos evitarlo.

Por qué nos conviene que gane Rusia


Nuevamente otra “teoría de la conspiración” que se hace realidad (para cólera de todos los
escépticos que se burlan de ellas hasta que se comprueba su veracidad): el presidente Biden
acaba de anunciar la llegada del Nuevo Orden Mundial (sí, el mismo de Bilderberg y de Soros) y
que “EEUU tiene que liderarlo”. Esta es la noticia más importante de lo que va del siglo. Se ha
venido hablando de ello desde hace décadas y siempre era motivo de risas y burlas; hasta hoy.
¿En qué consiste ese NOM? Muy simple: se trata del “capitalismo 2.0”, reestructurado a la
manera cómo los reformistas de derecha o “progresistas” (caviares en el Perú y que
equivocadamente son llamados “comunistas” por los conservadores de derecha, los viejos
capitalistas que se oponen a los cambios y renovaciones) quieren que sea.

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¿En qué consiste esa “reestructuración”? Tal como lo ha descrito su creador, Klaus Schwab, el
fundador del Foro Económico Mundial, se trata de un “reseteo” (the Great Reset), un término
extraído de la cibernética que no es otra cosa que “apagar para empezar todo de nuevo”. Es
decir, todas las deudas (como la de EEUU, la más grande del orbe) más una serie de normas que
complican y enredan el “normal funcionamiento” del capitalismo se vuelven a meter en el balde
“para que salgan más limpias y fáciles de manejar”, con lo cual el sistema termina siendo
renovado y más apto para el aprovechamiento de sus dueños, los más ricos del mundo. Es lo
mismo que hacemos cuando algo no nos sale bien o se ha vuelto engorroso y decidimos borrarlo
todo para empezar desde cero. Con ello todos los problemas y dificultades que la sociedad de
mercado viene afrontando hasta la fecha (y que han producido la actual crisis económica) serán
superados y reformulados para que todo sea solo un “ganar ganar”, dejando de lado aquello
que lo impedía.

Hasta ahí todo es felicidad y alegría para la gran banca y para las familias dueñas de las
transnacionales. Pero ¿quiénes pierden? Obviamente los más pobres, que son por supuesto la
mayoría de la humanidad. Ellos, nosotros, somos los que vamos a tener que “pagar los platos
rotos” que significa resetear el sistema puesto que las trabas y dificultades que los ricos tienen
para ganar más se deben principalmente al crecimiento exponencial de la humanidad (siete mil
millones de personas) que exigen un esfuerzo para el cual el capitalismo actual (el que surgió
después de la Segunda Guerra Mundial) no estaba preparado. Con el NOM esa “carga” que
implica sostener a tanto pobre y menesteroso “se aliviará”, con lo que el resultado final será
cumplir una de sus principales metas: que la humanidad tenga únicamente dos mil millones de
personas, fundamentalmente anglosajones con algunos europeos.

Esto ya no es “una conspiranoia”, como dirán los mismos de siempre que no creen nada que no
sea “oficial” o dicho por la CNN, sino una triste y cruda realidad. Quienes se enteren de cuáles
son los objetivos del NOM sabrán que son muchos y muy duros para los más necesitados, débiles
y abandonados. Esa “reducción” se llevará a cabo a través de las miles de ONG (como las que
hay en el Perú) quienes instruirán a las mujeres pobres a “independizarse feministamente y no
tener hijos” (cosa que le llaman “empoderamiento”) o, en caso que no estén de acuerdo, serán
esterilizadas masivamente. Pero esto es solo el comienzo. A ello se sumarán una serie de
hambrunas bien planificadas (como la invasión forzada de Ucrania para crearlas) así como
diversas “enfermedades pandémicas” como el SIDA o el COVID, creadas en los laboratorios tanto
de Ucrania como otros más y que complementarán las ya conocidas como la TBC y la malaria
que se expandirán producto del caos que se piensa crear en África, Latinoamérica y Asia.

¿Suena paranoico, ciencia ficción o delirio? Lo mismo decían de los nazis antes de que Hitler
declarara la guerra. En Alemania nadie creía que semejantes ideas absurdas pudieran ser
llevadas a la práctica, como tampoco lo creían en Inglaterra. El führer hizo una alianza con la
URSS que supuestamente aseguraba la paz entre ambas naciones, hasta que Hitler invadió Rusia
para eliminar por completo el comunismo. Igualmente, si a los norteamericanos de a pie les
hubieran preguntado antes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki si ello era posible que
existiese y que se arrojasen sobre dos ciudades con civiles hubieran dicho que “eso es teoría de
la conspiración”. Pero no fue así. Porque el ser humano es capaz de todo eso y mucho más.
¿Cuántas personas murieron a consecuencia de la invasión de EEUU a Vietnam? Cinco millones.
¿Cuántas con la invasión a Irak? Dos millones. ¿Cuántas en Siria? Seiscientos mil. En el siglo XX
Occidente ha asesinado impunemente y en silencio (sin que ningún medio diga nada y ni nos
muestren el dolor de los civiles) un aproximado de 20 millones de personas, el triple de lo que
se les atribuye a los nazis durante el Holocausto.

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Por supuesto que no es solo el Occidente el único genocida. Los hay en todas partes, no en la
misma magnitud, pero igualmente criminales. En el Perú hemos tenido hace poco un genocidio
que ha causado más de 70 mil muertos, algo que hasta ahora muchos no quieren admitir. La
crueldad humana no tiene límites, y quienes piensen que las bombas nucleares han sido creadas
“para que nunca se usen” están en un completo error: no hay arma humana que no sea
empleada en su momento propicio. El NOM incluye, cómo no, una Tercera Guerra Mundial
sencillamente porque es la forma más rápida y “efectiva” para que el plan se cumpla. ¿Cómo se
explica que Occidente, en vez de buscar la paz en Ucrania, incentive por todos medios la guerra?
No tendría sentido si no fuese porque detrás de EEUU, de sus políticos que, a pesar de todo,
todavía tienen algo de cordura, existe una logia o grupo oscuro y nefasto que los presiona,
engaña y condiciona para que se “lancen a la piscina” de la guerra nuclear. Para eso ya se han
construido miles de refugios anti atómicos donde, oportunamente, estos individuos torcidos se
ocultarán “hasta que todo termine”.

¿Por qué digo todo esto? Porque para eso sirve la historia: para entender cómo ha sido y es el
comportamiento humano, que no está lejos de ser el mismo de la naturaleza (y para ello está la
teoría darwinista de “la lucha del más fuerte”). Solo sobreviven los más fuertes cuando la locura
se extiende y ya nadie la puede evitar. El NOM apuesta porque la invasión a Ucrania lleve a
incendiar la pradera, a que los rusos agredan a un país de la OTAN y que se desate el conflicto.
Eso puede ocurrir hasta por una simple casualidad de un misil desviado por error. Cuando el ser
humano está en actitud de pelea basta una simple mirada o una palabra para que pierda los
papeles… y eso es lo que se está buscando. El “poder en la sombra” que gobierna a EEUU no
tiene ninguna duda ni piedad sobre lo que quiere y ya ha decidido hacer.

Por eso es que, a los pobres y desdichados del planeta, los que “estamos fuera del plan de
sobrevivencia”, nos convendría que gane Rusia, que logre sus objetivos y que les ponga freno a
los malditos hacedores de guerras y muerte. Porque solo imponiéndose y obligándolos a hacer
la paz es cómo el NOM se vería al menos postergado (porque debemos tener la plena seguridad
que lo van a volver a intentar nuevamente) dándole a la humanidad un respiro antes del
Apocalipsis. Eso haría que no solo Rusia imponga condiciones sino también a que China, el “gran
enemigo a derrotar” por Occidente, sirva de muro de contención para detener los anhelos
delirantes de los que sueñan con “destruir el mundo para volverlo a construir”. Tanto Rusia
como China, a diferencia de lo que dice la propaganda anglosajona, no tienen ninguna ambición
de “dominar el planeta” como sí lo tienen los descendientes de los vikingos saqueadores. Esta
es la única esperanza que nos queda a quienes nada valemos para los dueños del “sistema”.

No es Ucrania: es occidente el que lucha por sobrevivir


Hablemos claro: Occidente (Europa más EEUU) tiene poco más de 800 millones de habitantes.
Sin embargo, la población mundial asciende actualmente a casi 8.000 millones. Es decir,
Occidente solo es la décima parte (el 10%) de la humanidad, pero ellos se consideran “la
humanidad” y se autoproclaman “la comunidad internacional”. Lo que sucede es que estamos
ante una “percepción” y no ante la realidad. La “percepción” es algo que nosotros creemos que
es, aunque en verdad no lo sea. Para entenderlo mejor, es como cuando estamos enamorados
y vemos a la otra persona como “la única entre todas”. A eso se le llama “percepción”, el creer
que algo tiene un determinado valor o característica que nosotros le atribuimos, así no la tenga.
Occidente, debido a su predominio económico y militar, ha impuesto a todos los pueblos de la
Tierra la “percepción” de que ellos son “toda la humanidad”, o bien, “lo más adelantado de la
humanidad”.

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Pero analicemos, y para eso nada mejor que acudir a la historia, que es como tener entre manos
el expediente del paciente para saber qué enfermedades ha tenido desde un inicio. Según esta,
todos los imperios lo son en la medida que logran imponer un relato o idea de lo que es el mundo
y el lugar que ocupan en él. A eso se le llama cosmovisión (un discurso que lo explica todo: desde
el origen del Universo hasta el del ser humano). Cuando nosotros acudimos a “la ciencia” para
supuestamente saber “la verdad de las cosas” en realidad lo que estamos haciendo es ver qué
es lo que dice la cosmovisión occidental, que es la que establece qué cosa es la ciencia actual y
cómo esta se manifiesta. Pero ello no refleja lo que la ciencia verdaderamente es, sino solo cómo
Occidente “dice que es”. Por eso toda información que obtengamos debe ser tomada siempre
con pinzas para distinguir qué es lo “occidental” y qué lo neutral o independiente a cómo dicho
imperio lo predica.

Mas no solo la ciencia es parte de la cosmovisión occidental sino todo lo demás, incluyendo la
cultura y los valores. La forma cómo miramos y entendemos hoy que es el ser humano
igualmente está definida por la manera cómo Occidente lo considera. En esta visión no se
contempla a las demás civilizaciones y culturas, que son vistas como “inferiores” o “pre
civilizadas”, puesto que no alcanzan “todavía” el mismo nivel de Occidente. En pocas palabras,
dicha civilización se coloca como el paradigma, como “la medida de todas las cosas” y es en base
a ello que todos los pueblos tienen que “superarse”. Lo mismo sucede con la política, donde las
estructuras de gobierno “correctas” son las que establece Occidente, mientras que las demás
son las “incorrectas” o “primitivas”.

Todo ello es un proceso ya conocido desde que el ser humano existe. Primero se da una pugna
entre grupos para que después uno de ellos se imponga mediante la fuerza y esclavice o domine
a los demás obligándoles a aceptar tanto “sus dioses” como sus “valores”. Pasado un tiempo,
largo o corto, se empiezan a manifestar acontecimientos diversos que hacen que el poderío de
dicho imperio decaiga y, finalmente, se agote, para ser absorbido o desaparecido por otro. Así
les ha sucedido a todos los imperios desde hace miles de años en todos los continentes y la lista
es demasiado larga para nombrarla. En la actualidad vivimos dentro de la era de Occidente, la
cual se originó con el descubrimiento de América y la colonización del África, hace poco más de
500 años. Esos hechos fueron los detonantes para que se impusiera frente a otras civilizaciones
como la islámica, la eslava y la china.

Hoy, después de haber alcanzado su apogeo, estamos ante la etapa inicial de la decadencia de
Occidente como imperio o hegemonía absoluta. Esto no ha ocurrido por la invasión de Ucrania
sino que es algo que se ha venido advirtiendo desde hace ya varias décadas. Al mismo tiempo
que la economía de su líder, EEUU (a consecuencia de la globalización), se iba deteriorando iban
surgiendo otros poderes emergentes como China, Rusia, la India y Latinoamérica, los cuales han
empezado a hacer contrapeso al jefe de Occidente. ¿Qué consecuencias trae el que estos
conglomerados humanos, mucho mayores en número, tomen sus propias decisiones al margen
de la voluntad y deseos de EEUU? Pues que con ello se pone en evidencia que su poderío ya no
es total ni determinante, cosa que indica que sus leyes y criterios han sido puestos en tela de
juicio.

¿Por qué esto es crucial? Porque si se cuestiona el “poder absoluto” de un imperio todo lo demás
también se hace cuestionable. Es decir, se duda de que sus “dioses” sean los “dioses verdaderos”
(el cristianismo con ello pierde universalidad y se reduce a ser solo la religión de Occidente), al
igual que “sus valores”, que dejan de ser “valores universales” para volverse “valores
occidentales”. Lo mismo sucede con la idea del “bien y del mal”, reduciéndose a ser válida solo
dentro del ámbito occidental. Asimismo, su “sabiduría”, que comprende tanto su ciencia como
su filosofía, queda igualmente restringida a su medio cultural, ya no al espacio intercontinental.
Demás está decir que lo mismo pasa con sus normas económicas y políticas con lo cual “el

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sistema” creado por Occidente (que comprende la modernidad, la sociedad de mercado, el
capitalismo, etc.) se convierte en un fenómeno exclusivamente occidental pero ya no “de toda
la humanidad”.

Esto no solo pasa ahora sino que ha ocurrido siempre. Pensemos por un momento en la caída
del imperio romano y cómo era la vida, las costumbres y creencias en aquel tiempo y cómo
fueron después, durante el Medioevo. Igualmente, con la modernidad y la Era Industrial, este
mismo Medioevo fue convertido luego en “lo errado, lo falso, lo incorrecto” para el ser humano.
Nada tiene de raro, entonces, que el Occidente contemporáneo caiga de su pedestal y se vuelva
un sinónimo de “lo obsoleto, lo fallido y lo negativo” en el futuro. Pero ello no se va a producir
de un momento a otro ni sin que el imperio reaccione. Todos estos, en su momento, han tratado
de evitar, mediante múltiples medidas y “reformas”, que el final les llegue. Mas eso, en el mejor
de los casos, solo ha logrado retrasar el suceso, porque cuando la vejez y la muerte se avecinan
ya nada puede cambiar el inevitable destino.

Hoy estamos viendo cómo Occidente, dando manotazos de ahogado, desesperadamente decide
regresar a sus inicios, el guerrero, para intentar recuperar lo conquistado cuando colonizaba a
todo el planeta. Viene siguiendo todos los pasos usuales que hacen todos los imperios en agonía:
cambios radicales, cierre de fronteras, amenazas a los vecinos, rearme total, demostraciones de
poder, gritos destemplados, alarmismo, miedo exacerbado, etc. Todo ello no es más que un
canto de sirena herida y en agonía. El mundo ya no es de Occidente y todos lo saben, todos nos
damos cuenta. Incluso en Latinoamérica, el “patio trasero” de EEUU, no seguimos mansamente
el belicismo rabioso y ciego que quieren que asumamos. Sabemos que detrás está China
esperando su lugar, como también lo está Rusia, que ya no se siente atemorizada por Occidente.
Y esto aumenta aún más los llamados de guerra.

Porque finalmente, toda civilización que se ve debilitada y jaqueada lo que hace es recurrir a las
viejas glorias militares que le dieron el antiguo predominio, pero no es lo mismo crecer que
evitar el deceso. Occidente no está “defendiendo a Ucrania” sino tratando de impedir que le
arrebaten el trono y, con él, el “sistema-mundo” que ha creado para su preservación y grandeza.
Esto explica por qué la reacción que tiene es de esa magnitud, de esa envergadura: porque está
luchando por sobrevivir como el dueño y señor y no convertirse en “una civilización más”.

Nos aguardan tiempos de tinieblas


En momentos de desesperación siempre nuestra razón se ve alterada y se imponen nuestras
emociones. Esto nos pasa a todos, tanto en lo particular como también en lo general. En estos
instantes cruciales para la humanidad lo que contemplamos desde la lejanía, desde aquí en Perú,
es que los humanos que viven en el norte del planeta, en Occidente, están padeciendo de una
aguda alteración de su siquis. No se trata solo del hecho de la invasión a Ucrania: eso solo ha
sido el detonante para que los poderes ocultos que dirigen a los EEUU y a Gran Bretaña (que no
son sus políticos sino otros seres enfermos del alma) aprovechen para poner en marcha su plan,
el Gran Reseteo, para salvar al capitalismo de su decadencia. Si observamos detenidamente y
con frialdad, cosa que ahora no pueden hacer los occidentales por estar demasiado alterados,
las “sanciones” que se están dando se hallan sumamente lejos de corresponder con los
acontecimientos. Se nota claramente que se aplican medidas que nada tienen que ver con
castigar únicamente a Rusia por lo que viene haciendo.

Para explicarnos mejor, si se tratara de un escarmiento por algo que se considera negativo, como
dicha invasión, lo lógico sería que ello solo afectara a este país, más no al resto del planeta. ¿Qué
culpa tienen África, Asia, Latinoamérica, Oceanía y todas las demás sociedades, incluyendo la

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europea y norteamericana, de que haya ocurrido esto? Sin embargo, el presidente Biden acaba
de anunciar que “todos vamos a sufrir las consecuencias”, lo cual no tiene sentido. ¿Por qué los
peruanos tenemos que pagar más en gasolina y, por ende, en todos los productos simplemente
para “reprender” a Rusia? Pero ni aquí ni en ninguna parte se ha tomado conciencia de ello y se
acepta mansamente la idea de que “todos tenemos que pagar el precio de las sanciones”. Esto
refleja dos cosas: la incapacidad mental que hoy existe en la mayoría de las naciones más la
enorme sumisión de sus líderes a todo lo que les diga “el mandamás” del norte.

Pero al menos aún quedan algunas mentes lúcidas para darse cuenta que todo lo que dice la
prensa parametrada occidental no solo no es verdad sino que no tiene sentido. Lo que estamos
viendo es una estrategia cuya excusa para llevarse a cabo ha sido el empujar, el obligar a Rusia
a realizar dicha invasión. Y no era algo tan difícil de hacerse. Bastó con que el gobernante
ucraniano dijera que “Ucrania va a ingresar a la OTAN y estamos dispuestos a tener armas
nucleares para defendernos de Rusia” para convencer a los rusos de que, si no lo evitaban, eso
podía ser verdad. Y claro que lo iba a ser, puesto que la OTAN ha venido cercando año a año a
Rusia para que, llegado el momento, no tenga otra opción que rendirse o bien ser destruida (lo
cual ha sido siempre el viejo sueño de Occidente, desde Napoleón hasta Hitler). De modo que a
Putin no le quedó otra opción que atacar, que era lo que se quería, y con ello se dio la largada
al Gran Reseteo, el eterno proyecto de Soros, de los Bilderberg y de las fuerzas oscuras que
dominan a Occidente y que han estado tratando de imponer durante décadas.

Si hacemos memoria, el ascenso de Trump al poder interrumpió esta acción que estaba pensada
llevarse a cabo con Hillary Clinton (como siempre, los demócratas amantes de las guerras).
Trump, un “outsider” anti político ganó porque ya EEUU no daba más con su crisis y fue
justamente (y sospechosamente) durante su mandato que se produjo la pandemia (atribuida a
los chinos pero que ahora parece que está por descubrirse que se creó en los laboratorios
secretos de Ucrania, financiados precisamente por Soros y todos los demás) y que por lo visto
tenía la intención de hacerlo caer en desgracia y vacarlo. Trump se oponía a la OTAN y al poder
de las industrias armamentísticas, por eso durante su período no se produjo ninguna guerra,
rompiendo así con una “tradición” norteamericana de toda la vida. Por todo ello es que
finalmente perdió la elección y todo hace pensar que, efectivamente, hubo un fraude descarado.

De modo que apenas regresaron los demócratas progresistas (“caviares” en el Perú), lo primero
que hicieron fue reactivar lo que se había postergado. La retirada de Afganistán fue la primera
“señal”, puesto que ello anunciaba que la guerra se iba a trasladar a otro lado (la industria
armamentística norteamericana es fundamental para la economía de EEUU y no puede parar
nunca, para lo cual se necesita que siempre haya guerras). La otra señal fue que la candidata
para tal guerra iba a ser Ucrania, donde existía la sospechosa vinculación (bien ocultada por la
prensa norteamericana) del hijo de Biden, Hunter, con las petroleras ucranianas y con los
laboratorios recién descubiertos por los rusos (¿qué hacía este señor promoviendo el
“desarrollo” de armas bacteriológicas en dicho país atrasado, donde se trabajaba especialmente
con murciélagos, los transmisores del COVID en China?).

No olvidemos que la actual asesora internacional de Biden es Victoria Nuland, esa misma que,
durante el gobierno del “premio Nobel de Paz” Obama, dijo “Fuck EU” (a la mierda con la Unión
Europea), cuando se dedicaba durante el 2014 en la plaza Maidán a promover la insurrección y
el golpe de Estado contra el presidente legítimo Yanukóvich por ser simpatizante de Rusia,
poniendo en vez de él a un títere digitado por EEUU. Desde ese tiempo ya se venía armando al
ejército y a los paramilitares (los pro nazis ucranianos) con el fin de que le hicieran “en el
momento debido” la guerra a Rusia, tal como viene sucediendo ahora. Pero no olvidemos que
el objetivo central no es Rusia: se trata de China, la principal candidata a derribar a EEUU y a
Occidente del control del mundo. Debilitar a Rusia, desprestigiarla y convertirla en “asesina”, es

167
solo un paso previo para después hacer lo mismo con China. Según la geopolítica, la unión de
estas dos naciones sería lo único que podría derrotar a EEUU en un futuro conflicto.

De modo que todo se va aclarando. El plan es primero separar a Rusia de China antes que estas
dos potencias se vinculen y antes de que EEUU se debilite más, como viene sucediendo. Si EEUU
no interviene ahora, mientras todavía dicha alianza no ha crecido lo suficiente, cuando lo intente
será demasiado tarde. De modo que podemos decir que Occidente, liderado por EEUU, ve que
la única manera de detener la caída de su poder omnímodo y total es tomar la iniciativa y
destruir lo más posible a sus dos posibles sucesores. Para llevar a cabo dicho propósito lo que
necesita es un cambio de reglas drástico que implique la desaparición del sistema que se creó
después de la Segunda Guerra Mundial (Bretton Woods) para diseñar un “Nuevo Orden
Mundial” que tenga reglas diferentes pero que mantengan el principal requisito: que le otorguen
la primacía y el control a Occidente, particularmente a los anglosajones (no así a los alemanes y
franceses que son considerados “pueblos de segundo nivel”, como también los son los
japoneses).

Dicho “Nuevo Orden Mundial” consistirá en medidas duras, violentas e inflexibles que tendrán
como víctimas a todos los pobres de la Tierra, quienes no podrán soportarlas puesto que
producirán hambrunas gigantescas, pestes terribles, caos y disolución de países enteros, más la
desaparición física de por lo menos cinco mil millones de seres humanos. Todo esto está en los
documentos de la Open Society (véase) pero “disfrazados” de “buenas intenciones" para hacer
"una sociedad mejor”. Recordemos que en la historia se han creado muchos proyectos para
hacer “sociedades mejores”, desde la "República" de Platón hasta el Manifiesto comunista y los
idearios nazis. Todos ellos, para ejecutarse, siempre exigen “que se excluya a la gente
indeseable”, sean estos judíos, musulmanes, negros, rusos, chinos, ateos, gitanos, africanos y
una larga lista de pueblos y “razas” que, por alguna u otra razón, “impiden que impere en el
mundo la sociedad perfecta”.

Varios mitos muy antiguos hablan de las consecuencias de estas “sociedades perfectas” que van
desde la Torre de Babel hasta la Atlántida. Aparentemente estaríamos encaminándonos otra vez
hacia un tiempo de tinieblas y no sería raro que el Anticristo ya esté entre nosotros,
conduciendo, desde Occidente, a toda la humanidad hacia una catástrofe.

Qué cosas van a cambiar a partir de ahora


La guerra de Ucrania no es el inicio sino la consecuencia de algo que se ha venido preparando
desde hace décadas. Todos los que estudian la geopolítica, los entendidos en relaciones
internacionales y, en general, todos los que seguimos los avatares de nuestra humanidad ya lo
veíamos venir, por lo que no es para nosotros ninguna sorpresa. Y es que las guerras no se hacen
de un día para otro ni son ocurrencias mañaneras de algún dictador. Movilizar miles de hombres,
así como preparar la maquinaria y las condiciones adecuadas para ello requieren de un serio
estudio. Hacer esto sin ninguna prevención sería una locura o un suicidio. Lo cierto es que esta
guerra se engloba dentro de un fenómeno más amplio que tiene que ver con varios factores,
tanto teóricos como económicos.

En primer lugar, hay que partir de la idea principal que ningún imperio, dominio o estructura
política dura para siempre. Suficiente es consultar con cualquier libro de historia para saber que
esto es así, que las sociedades cambian constantemente, tanto de fronteras como de
capacidades y desarrollos. Hace apenas 200 años el Perú no existía como nación pues era parte
del imperio español, un virreinato. EEUU apenas era un actor de segunda en la lucha europea
por apoderarse de todo el globo a fin de surtirse de lo necesario para la Era Industrial. Si vemos

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el mapamundi de hace dos siglos casi nada es igual al de ahora. De modo que la enseñanza que
esto nos deja es que lo que existe hoy mañana definitivamente no va a subsistir.

EEUU se volvió imperio después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército más poderoso
que haya visto la humanidad, el de Hitler (armado por todas las potencias occidentales para
destruir al comunismo ruso), fue totalmente derrotado, poniendo en peligro a Europa de caer
en manos de la URSS. La invasión de Normandía fue la respuesta apresurada de EEUU para
evitarlo y su único objetivo era ponerle un límite a la expansión del victorioso ejército ruso. A
partir de ahí es que Norteamérica vio que la vieja Europa dominante e imperial había
desaparecido, tomando ellos su lugar. Sin embargo, la otra parte del planeta era de dominio de
una nación no europea, llamada Rusia, que hacía el contrapeso a su poder. A esta pugna, que
duró 50 años, se le llamó “la Guerra Fría”, porque EEUU y Rusia se disputaban el mundo, aunque
no militarmente. Esto pareció acabar con la disolución de la URSS, dándose por “vencedor” a
EEUU. Pero fue solo una ilusión.

Y es que en la historia se da el vaivén de las circunstancias o, dicho de otro modo, nada es eterno
y permanente. La población que había en 1990 no es la misma que hay ahora en el 2022, como
tampoco las naciones que estaban sometidas lo están hoy. En 1990 no había una China que corre
veloz para reemplazar a EEUU como primera potencia, como tampoco una Rusia que cuenta con
una fuerza destructiva superior a todos los demás, así como una India con un crecimiento
vertiginoso y constante en todo sentido. Por otro lado, espacios políticos como Latinoamérica
están notoriamente inclinándose cada vez más a no ser “el patio trasero” de Norteamérica y
buscan afanosamente una autonomía, un respeto que antes jamás se les hubiera ocurrido.
Estamos, entonces, en un nuevo mundo, algo que Biden ha denominado como el “Nuevo Orden
Mundial” y que, según él, quiere ser manejado por EEUU. Pero ¿lo podrá?

Porque hay cosas que han cambiado y que Occidente ya no podrá revertir. Una de ellas es que
en estos momentos “la humanidad” ya no representa únicamente a Occidente, o sea, a 800
millones de personas entre Europa y EEUU. La humanidad real somos los casi 8.000 millones de
habitantes, la mayoría de los cuales están en Asia, la India, Pakistán, África y Latinoamérica.
Pretender decir que Occidente es “la comunidad internacional” ya suena hueco, vacío, sin
sentido. El 90% de los seres humanos no somos occidentales ni somos “la comunidad
internacional”. Eso es lo que va a quedar bien claro pase lo que pase en Ucrania. ¿Qué
consecuencias traerá esta percepción que viene a ser un claro reflejo de la realidad? Para
Occidente unas muy serias y terribles.

Aparte de haber dejado de ser ellos “la humanidad” (los únicos que cuentan en la historia, los
humanos que “valen” y que “lideran al mundo”) la cultura humana dejará de ser lo mismo que
“cultura occidental”. Es decir, los libros que nos presentan la Historia Universal solo como los
acontecimientos de Europa y luego de EEUU tendrán que cambiar por completo para ahondar
más en lo que pasó en los cinco continentes hasta la actualidad, por lo que, si antes “tener
cultura” era saber todo sobre Occidente, sus idiomas, expresiones filosóficas y literarias,
científicas y sociales, ahora será saber la historia de las naciones africanas, asiáticas,
latinoamericanas y oceánicas.

Esto también afecta a lo que llamamos “conocimiento”, el cual ya no consistirá en “conocer lo


occidental”. Conocer será más bien saber cómo manipulan la naturaleza en Asía, África,
Latinoamérica y Oceanía y qué tipo de ciencia es la que brota de todo ello (porque la actual
ciencia occidental es producto de la Era Industrial y está condicionada exclusivamente para
alimentar a la sociedad de mercado, al capitalismo, no para hacerle un beneficio a toda la
humanidad, en especial a los más pobres y necesitados). La verdadera ciencia que vendrá será

169
una que no esté en función al Pentágono para dotarlo con más y mejores armas de destrucción
masiva sino en servir a los que más lo necesiten.

Igualmente, la caída de la hegemonía occidental permitirá que todos los pueblos de la Tierra que
han sido obligados bajo amenaza a “occidentalizarse” ya no necesitarán hacerlo más, pudiendo
recuperar sus idiomas, religiones, costumbres e identidades, todas anuladas y combatidas por
Occidente con el objetivo de “igualar a todos bajo un mismo rasero" y convertirnos en
consumidores de un mismo mercado. Es decir, el que todas las mujeres deban “vestirse como
occidentales” para ser consideradas “correctas y libres” dejará de ser una exigencia, como
también el tener que ingerir “comida chatarra” como una demostración de “modernización y
superación”. En general, todos los valores y virtudes que Occidente ha exhibido hasta hoy como
lo “non plus ultra” dejarán de serlo y pasarán a ser “una visión más”, solo válidas para
occidentales, pero no para todo el planeta.

Esto, por supuesto, es exactamente lo opuesto al Gran Reseteo o Nuevo Orden Mundial
propuesto por gente como Soros y sus poderes ocultos (tal como se refleja en las ideas de la
Open Society y los proyectos Bilderberg). Lo que quieren estas mentes siniestras es que este
nuevo orden sirva para destruir a todas las culturas, creencias y manifestaciones que no sean las
más "adecuadas" para la sociedad de mercado, que todos nos volvamos “consumidores
perfectos” donde ninguna otra idea o creencia que esté en nuestro cerebro vaya en contra de
la de ser un consumidor al estilo occidental. Es por ello que para estos individuos es tan
importante aniquilar por completo a sociedades como la rusa o la china puesto que estas “se
resisten” a aceptar dicho plan y se oponen a eliminar por completo sus propios valores para
asumir los de Occidente, en especial, los de EEUU. Visto así, a ese 90% de seres humanos que
no somos no occidentales nos conviene que Rusia y China salgan triunfantes puesto que la
posición multipolar que ellos defienden es la única esperanza que nos queda para no caer en las
garras oscuras de quienes quieren crear una sola y única humanidad hecha a su imagen y
semejanza.

El nuevo orden mundial ¿qué significa?


Confirmada ya la llegada del NOM (Nuevo Orden Mundial, por mucho tiempo negado con burlas
y calificativos como “teoría de la conspiración”) por el mismo presidente de EEUU lo que falta
ahora es saber qué significa y qué consecuencias traerá para todo el planeta. Todavía la gente
está demasiado bombardeada con la visión hollywoodense sobre la guerra de Ucrania (“buenos
contra malos”) como para entender de qué se trata. Pero su nivel de transformación de lo que
es el mundo que conocemos va mucho más allá de lo que podamos imaginar o suponer. Como
pasa siempre en este tipo de sucesos históricos, no cambian solo las estructuras políticas y
económicas sino también los discursos, creencias y hasta percepciones sobre la realidad
(incluida la ciencia, que es un producto de cada época). ¿Qué tipo de verdades o discursos son
los que van a dejar de afirmarse o bien van a adquirir otras explicaciones y connotaciones?
Veamos algunos de ellos.

La economía es el resultado del poder


Contrariamente a lo que hasta ahora se viene sosteniendo, que la economía es la que manda en
la organización humana (sustentado por el darwinismo y el marxismo), lo real es que es el poder,
el dominio mediante la fuerza, lo que determina y establece las leyes económicas y no al revés.
Lo estamos viendo en estos momentos en que las decisiones políticas de EEUU quebrantan todas
las “leyes” y “normas” propias del sistema para conseguir que un país como Rusia se vea
perjudicado. En pocas palabras, la economía, la sociedad de mercado y el capitalismo, son solo
mecanismos y estructuras diseñadas con el único fin de controlar a las sociedades y, con ello,

170
puedan salir beneficiados los dominadores. No son entonces “las leyes del mercado” las que
dictan sino la ganancia y el privilegio de la potencia dominante.

Occidente no es un sinónimo de civilización


Recurriendo a la historia es fácil darse cuenta que todos los imperios, como el actual occidental,
se han auto titulado como “lo más avanzado del desarrollo humano” e incluso como “el modelo
a seguir”. Pues ahora ya no lo oiremos. Occidente será solo una civilización más, ni avanzada ni
atrasada; simplemente un tipo de sociedad cuya única diferencia con las demás es su mayor
poder militar que le ha permitido colonizar, conquistar y apoderarse de las mejores tierras del
mundo y crear ex profesamente sus propias leyes económicas para ser quien más gane con ellas.
Cultural, ética y moralmente Occidente ya no es un ejemplo de nada; por el contrario, por todo
lo que ha hecho durante los recientes 500 años es más bien la demostración de cuán bajo y ruin
puede caer el ser humano cuando utiliza a su favor la ciencia y la tecnología.

El cristianismo ya no es la religión única y verdadera


A muchos les puede herir o perturbar esta afirmación, pero así será en el NOM, donde veremos
otras religiones, confesiones y creencias con la misma o superior penetración por todo el orbe.
El cristianismo quedará como una religión gastada, desviada y desprestigiada debido a su
complicidad en todos los latrocinios y crímenes perpetrados por Occidente. La percepción que
tenga de ella la humanidad será tan igual que la que tenía de la antigua religión romana, que era
la obligatoria del Estado, la cual hoy en día ya no existe, como tampoco casi todas las religiones
que han avalado los genocidios como los ejecutados por Occidente.

EEUU es una potencia en declive y poco grata


Si bien hasta hace poco la imagen de EEUU todavía gozaba de alguna aceptación en Europa y en
otros países invadidos, lo cierto es que el inmenso odio que se le profesa en la mayor parte de
los pueblos de la Tierra se va a hacer manifiesto e inocultable. Solo faltaba un motivo para que
esto se pudiera decir, primero diplomáticamente, y luego abiertamente, y ese motivo ha sido la
desglobalización. Ello implica que toda su “cultura chatarra” igualmente entrará en la categoría
de “falsa y peligrosa” junto con sus principales herramientas de penetración como lo son
Hollywood y su maquinaria de diversión (series y música) que serán vistas como “manipulación”
y ya no como “diversión”.

Ni Latinoamérica, ni África, ni Asia son occidentales


Esto que parece demasiado evidente poco a poco hará que todas las naciones aplastadas y
subyugadas por la idea de que “hay que ser occidental para ser civilizados” la nieguen, lo que
llevará a una ola de autoafirmaciones culturales de todo tipo donde lo importante será rescatar
el pasado de cada civilización, así como las expresiones propias de sus culturas, entre ellas: sus
creencias, costumbres, religiones, idiomas, tradiciones, etc. Para Latinoamérica representará la
libertad y la pérdida del temor de reconocer que “no somos occidentales” sino andinos, aztecas,
mayas, quechuas, aimaras o lo que corresponda, puesto que, al no haber una sola y única
civilización posible, todas pueden serlo.

Las tradiciones culturales y conocimientos de occidente son solo occidentales


Este fenómeno se irá extendiendo y significará que “los sabios” occidentales, tanto en filosofía
como ciencia y artes, ya no serán “universales”, como ellos mismos se declaran, sino solo
“occidentales”, perdiendo así su representatividad de ser “toda la humanidad”. El ser
“occidental” ya no será sinónimo de “ser superior” sino simplemente “ser occidental”, con todo
lo malo y lo bueno que ello simboliza.

Todas las culturas son iguales

171
La desglobalización ha roto la unipolaridad y ahora todos podemos ser también “un polo de
civilización”. Quiere decir que tenemos la oportunidad de organizar y establecer el tipo de
sociedad que concluyamos que es la mejor para nosotros sin tener que “pedir permiso” al
imperio occidental ni ceñirnos a sus “exigencias” para ello. Los “Derechos Humanos” serán
aquellos que cada cultura crea conveniente para su vida según sus parámetros y valores y no los
que imponga el Occidente cristiano.

Las historias del mundo serán reescritas


Todas las historias de los pueblos, así como la llamada Historia Universal, han sido hechas
únicamente por Occidente de acuerdo a su gusto y conveniencia (pues son los vencedores
quienes las escriben). Pero con la desaparición de su dominio mundial cada cultura, nación,
pueblo o sociedad empezará a redactar la suya propia, pero desde su punto de vista, y ya no
bajo la presión y los condicionantes de la “ciencia histórica” occidental que tiene el fin de
“controlarla” y hacer que ellos aparezcan siempre como los “buenos y correctos”.

Nacerá otra ciencia


Con cada caída imperial, con cada fin de ciclo de la humanidad, no solo cambian las maneras de
ser y los pensamientos sino también el tipo y orientación del conocimiento de la naturaleza,
como podemos comprobarlo. La ciencia actual occidental es producto exclusivo de la sociedad
de mercado y de la modernidad. Ha sido una ciencia puesta al servicio de las industrias y del
comercio, mas no para beneficio del ser humano. Ella ha hecho más ricos a los ricos dotándolos
de armas mortíferas con las cuales han podido esclavizar a miles de millones de seres humanos.
Pero todo eso dejará de existir para dar paso a una nueva ciencia dedicada a la investigación de
aquellos aspectos positivos y adecuados de la naturaleza que nada tienen que ver con los
intereses ni apetitos desenfrenados de los poderosos occidentales.

Hay muchas otras cosas más que poco a poco nos iremos dando cuenta. Porque las transiciones
no se hacen de la noche a la mañana sino que toman tiempo en asentarse para que la gente
común se dé cuenta que ya no tiene la soga el cuello y que las amenazas del decadente imperio
occidental son solo bravatas de un matón de barrio en su etapa de agonía.

El nuevo orden mundial: una interpretación


Advertencia: El siguiente artículo está hecho en función al proyecto sobre el Nuevo Orden
Mundial anunciado por EEUU y establecido por la Open Society, el documento maestro junto
con los estudios straussianos, en vista que todos los “pasos” allí indicados se vienen cumpliendo
exactamente, tal como lo estipula. Esta es solo una especulación (no una “teoría de la
conspiración”) en caso que todo se cumpla, así como cuáles serían las consecuencias para países
como el Perú.

Estamos presenciando en vivo y en directo cambios fundamentales que afectarán a todo el


planeta, incluyendo a Latinoamérica y al Perú. El Nuevo Orden Mundial que viene desarrollando
el progresismo (con la excusa de “la guerra de Ucrania”) implicará un reordenamiento integral,
tan igual que cuando caen los imperios y se forman nuevas naciones. Muchos hemos pensado
que el mundo se quedaría tal como está para siempre, pero eso es un error. Lo único que no
cambia son los cambios, y estos se producen cada cierto tiempo. Recordemos que estas tierras
donde vivimos fueron en un comienzo reinos preincaicos para luego ser parte del imperio de los
incas. Seguidamente, poco más de cien años después, se convirtieron en el virreinato del Perú y
fue un domino de España. Hace tan solo 200 se transformaron en una república a instancias de
Inglaterra, quien financió las independencias latinoamericanas para mellar a los peninsulares.

172
Es decir, al paso los siglos todas las fronteras desaparecen, algunas naciones se convierten en
provincias de otras y pueblos enteros se incorporan a países que antes no existían. Es el proceso
del ser humano, el devenir de nuestra especie a lo largo de la historia. Ni el clima, ni la geografía,
ni la biología permanecen igual. Todo permuta, se congela o descongela, crece o se achica, surge
o se hunde. En el lapso de tan solo cien años la naturaleza a la que estábamos acostumbrados
se nos presenta diferente, y hasta las orillas del mar se alejan o se acercan a las costas cuando
menos lo pensamos. Del mismo modo, como consecuencia del crecimiento de algunas
sociedades y la decadencia de otras, el mapamundi inevitablemente se rediseña ante nuevas
circunstancias imprevistas o planificadas. Esta situación nunca ha dejado de darse, y basta con
tomar un libro de Historia Universal para comprobarlo.

Ni Europa, ni EEUU, ni Rusia, ni China, ni el Perú serán eternos. Eso lo tenemos que entender y
aceptar, tanto como que sabemos que algún día vamos a morir. Las naciones, los estados y
culturas, así como nacen, también mueren, y ello no debe asombrarnos pues nada dura para
siempre. Las guerras son parte de nuestra esencia y la misma naturaleza nos obliga a hacerlas,
de modo que estas nos acompañarán mientras vivamos lo suficiente para verlas. La generación
anterior vio la Segunda Guerra Mundial (o la Gran Guerra Patria como dicen los rusos, los
ganadores de la misma), la siguiente sufrió la de Vietnam, mientras que la precedente a la
nuestra ha contemplado las de Irak, Afganistán, Libia, Yugoeslavia, Siria y muchas más hechas
por EEUU en contra de todas las normas internacionales y la opinión mundial. A la actual
generación le ha tocado vivir la “guerra de Ucrania”, que no es más que una oportunidad
expresamente incentivada para poner en marcha lo que llaman “el Gran Reseteo”, la renovación
del capitalismo a fin que este sea la única opción posible en todo el planeta.

Este reseteo es parte del Nuevo Orden Mundial, que procura rediseñar los cinco continentes
para que se conviertan en una sola y uniforme “Sociedad Civil” regida bajo unas mismas leyes,
un mismo idioma y una misma cultura adaptadas al mercado. Todo esto bajo el liderazgo y
supervisión de los EEUU. Pero una modificación de esta magnitud no se puede hacer sin que se
rompan esquemas y verdades sagradas hasta ahora vigentes. El viejo orden mundial, que nació
en Bretton Woods después de la SGM, ha sido dado por terminado al igual que la globalización,
su último capítulo. Ahora viene uno que requerirá de una reorganización geopolítica adecuada
para su implementación.

Como es lógico, ningún país va a aceptar de un momento a otro ser desarticulado o


desaparecido; va a haber mucha resistencia. Y precisamente, para vencer esta natural oposición,
es que se va a necesitar de un gran cisma lo suficientemente fuerte como para que se altere
todo, de tal manera que nadie pueda excluirse de sus consecuencias. Europa quedará en ruinas
y sin gobiernos propios; Rusia, China e India serán borrados del mapa mediante una cruenta
acción de exterminio a través de bombas nucleares o armas químicas y biológicas (las cuales ya
están elaboradas y listas para ser diseminadas), mientras que las naciones pobres, como las
africanas, asiáticas y latinoamericanas, serán por completo desarticuladas y sus restos
terminarán siendo agrupados en torno a centros de poder designados por el Nuevo Orden
Mundial. En estos momentos Chile se prepara para ser uno de ellos y por eso se está
constituyendo como una “Sociedad Civil” con el fin de poner a Latinoamérica bajo su control.
Previamente naciones vecinas como Bolivia, Perú, Ecuador, Argentina y otras más se convertirán
en territorios acéfalos recorridos por bandas armadas luchando entre sí. El único país que
quedará como tal será EEUU, para ejercer de policía y juez del Nuevo Orden Mundial.

Este proyecto incluye la muerte de varios miles de millones de seres humanos, ya que para que
el futuro capitalismo renovado funcione bien “no se necesita más de dos mil millones”. Como
los humanos somos ocho mil millones, significa que habrá una eugenesia que barrerá con seis
mil millones de personas en todo el globo. A muchos les puede sonar esto a ciencia ficción o

173
“conspiranoia”, prefiriendo darle crédito a la “versión oficial” que dan los medios de
comunicación donde “todo está bien” y “los buenos están venciendo a los malos”, siguiendo los
libretos de Hollywood. Pero eso mismo pensaba la gente antes de las dos guerras mundiales. Es
que las personas solemos ser escépticas con respecto a la maldad humana y preferimos creer
que “Dios no lo permitirá”. Pero Dios ha permitido toda la crueldad que se ha dado desde el
primer día en que nos volvimos lo que somos, así que esta idea solo sirve de consuelo para eludir
la realidad. Incluso aquellos que se consideran “más inteligentes”, que suelen confiar en “la
bondad humana” o en su “sensatez”, dicen que “la guerra acabará y todo volverá a la
normalidad”. Eso se debe a que carecen de la intuición y malicia necesarias para conocer cómo
funciona la mente humana que, cuando está desatada, es capaz de las más grandes locuras y
atrocidades.

Además, EEUU no permitirá jamás "que la vida continúe con normalidad” puesto que esto
implicaría su fin como potencia mundial, ya que tanto China como la India en pocos años lo
alcanzarán y superarán. Económicamente saben que no hay manera de evitarlo, y el único
recurso que le queda es la guerra. Y es que cuando una superpotencia se ve amenazada, y sabe
que su futuro se vuelve incierto, lo que hace es actuar antes que los acontecimientos sucedan
porque después será demasiado tarde. En pocas palabras, si no interviene ahora, sino cambia
de raíz la estructura del mundo contemporáneo para sustituirla por otra más favorable a sus
intereses, perderá la hegemonía y se convertirá en una región sometida, sobreviniéndole la
decadencia y la muerte.

Este es el plan, dicho de una manera sintética pero crudamente. Las preguntas que tendríamos
que hacernos es: ¿funcionará? ¿De qué depende que esto se cumpla tal como está previsto?
¿Podrían Rusia y China, que lo saben perfectamente, desbaratarlo para no ser aniquilados y
sobreviva solo EEUU como líder mundial? Por otra parte ¿nos resignaremos los peruanos a
destruirnos entre nosotros para terminar siendo incluidos como masa dentro del círculo de
poder de la Sociedad Civil chilena? Esperamos que este Nuevo Orden Mundial falle, pero
debemos tomar en cuenta que ha sido muy bien pensado y estudiado durante largos años,
considerándose todos los detalles para que pueda resultar. Las pruebas de su puesta en marcha
son las bombas que caen y las extraordinarias sanciones que se dan. Y si todavía nos queda un
poco de cordura, los latinoamericanos deberíamos unirnos lo más pronto posible para que no
acabemos siendo devorados, una vez más, por los intereses de Occidente, tal como lo han
venido haciendo desde hace más de 500 años.

Occidente, Eurasia ¿y por qué no Latinoamérica?


De no haber una Tercera Guerra Mundial, las predicciones más confiables apuntan a que, para
mediados del siglo XXI, las dos primeras potencias serán China e India, dejando a EEUU en el
tercer lugar. En estos momentos estamos viendo cómo, para sorpresa de los progresistas que
querían implementar un Nuevo Orden Mundial que liderara EEUU, lo que ha nacido es más bien
un nuevo orden multipolar con Eurasia como alternativa a Occidente. Este nuevo polo
comprende a los países más poblados del mundo como son China e India (con 3.000 millones
entre los dos) a los que se suman Rusia, Pakistán, Irán y otros países más como Corea del Norte.
Occidente solo abarca poco más de 800 millones, apenas el 10% de la humanidad, a pesar que
ellos gustan autodenominarse como “el mundo” o “la comunidad internacional”.

Este cambio es una vuelta atrás, un retroceso de la globalización y un regreso a la Guerra Fría,
pero de magnitudes mucho mayores que la anterior, puesto que ahora ya no se limitará solo a
Occidente versus Rusia sino a todo el planeta. Occidente empieza a entender que tiene que
“replegarse” a sus propios espacios geográficos para tratar de ser “autosuficientes” y “no

174
depender del comercio internacional”, de modo de “no ser chantajeados por los productores de
materia prima”. Es decir, se están convirtiendo en una isla, en un lugar donde solo allí serán
válidas sus monedas, sus leyes, sus valores, religiones y cosmovisiones. Quien viaje a Eurasia
descubrirá que no encontrará el mundo occidental que esperaba sino otro con distintas visiones
e intenciones, con diferentes formas de gobierno y valores humanos y sociales. Al principio le
parecerá todo “extraño” o “errado” porque no es lo que está acostumbrado a vivir en Nueva
York o París, pero a la larga comprenderá que “se encuentra en otro mundo”, uno no occidental,
que igualmente tiene todo el derecho de existir y ser considerado como humano.

Debemos recordar la historia para darnos cuenta que, desde mediados del siglo XVI, con el
descubrimiento de América, Occidente se convirtió en la civilización hegemónica, situación que
le permitió imponer, no solo la “modernidad”, sino también la “sociedad de mercado”, dando
paso así a la Era Industrial, al capitalismo y a la hegemonía planetaria. Por ello Occidente se lanzó
con voracidad a la conquista y robo de todos los recursos naturales que requería para sostener
su sistema significando ello la colonización, explotación y genocidio de cientos de civilizaciones
y culturas que no pudieron resistirse a la fuerza de sus ejércitos. Como consecuencia de ello
murieron miles de millones de personas que fueron víctimas de esa desaforada ambición. Cuatro
de los continentes han sido los lugares donde aposentaron sus botas y sus cadenas y hasta el día
de hoy siguen manteniendo en ellos su sometimiento, pero ahora mediante numerosos artificios
económicos basados en la ley del dinero.

De modo que, a pesar que muchos dicen que “ya la Tierra se occidentalizó” ello no es verdad.
No por haber invadido un pueblo y haberlo esclavizado durante mucho tiempo este pierde su
pasado, su cultura y su ADN. Recordemos, si no, lo narrado en la Biblia acerca del pueblo judío
en sus cautiverios de Babilonia y Egipto durante cientos de años. ¿Perdieron acaso su identidad
y su esencia cultural y religiosa? Según el texto sagrado no; todo lo contrario, la sujeción y los
abusos los hicieron más fuertes aún. Y si esto es válido para los judíos ¿por qué no podría serlo
también para todos los pueblos del mundo, dado que el judío no es un ser “extraterrestre” ni
nada parecido? La respuesta es sí, la resistencia y deseos de libertad, aún después de 500 años,
es algo totalmente posible y real. ¿Qué ejemplo existe de ello? El pueblo español, que estuvo
bajo la férula de los árabes durante 800 años hasta que finalmente logró recuperar su territorio
y su ethos occidental. Esto demuestra que pueblos como los latinoamericanos, que tienen
mucho menos tiempo de opresión que los que tuvo la península, sí pueden recuperar el mundo
que perdieron a resultas de las invasiones occidentales.

Esto nos lleva a pensar que, en estos momentos en que el mundo se está partiendo en dos, en
donde se están conformando nuevos polos de relaciones y desarrollo ¿por qué no puede
Latinoamérica aspirar a consolidarse como uno de ellos, sin necesidad de tener que “arrimarse”
a Occidente o a Eurasia? Ya tenemos la experiencia de lo que es vivir bajo el avasallamiento de
Occidente, que nos ha convertido en su “patio trasero” y que nos ve solo como una "reserva de
recursos naturales" para aprovecharlos solo ellos. Esa vía ya la hemos experimentado con
amargos frutos puesto que, en todos los casos, siempre hemos perdido, no solo espacios vitales,
sino también bienes y vidas. Occidente nunca ha sido con nosotros honesto y sincero. Jamás nos
ha tratado como sus iguales. Siempre nos ha despreciado y visto solo como “mano de obra
barata” o “espaldas mojadas”. Perpetuamente ha violentado nuestra libertad, nuestras leyes y
nuestra dignidad.

Pero eso no significa que debamos inclinarnos por Eurasia. No tenemos pruebas de que los
chinos, los rusos o los árabes sean menos falsos o abusivos que los occidentales. Probablemente
hagan lo mismo, pero de otra manera, una que todavía no hemos descubierto. Sin embargo, no
deberíamos esperar a descubrirla sino más bien procurar nosotros mismos, los
latinoamericanos, formar una unidad sólida y firme que impida cualquier otra neo colonización,

175
sea por la fuerza de las armas o de las finanzas. Nuestro objetivo debe ser buscar el equilibrio
en el trato impidiendo las artimañas y trampas de los demás para que no seamos nuevamente
engañados. Latinoamérica tiene un pasado que se remonta a más de 30 mil años de historia
durante los cuales el ser humano logró crear en estas tierras sociedades muy avanzadas y
satisfactorias, cosa que los occidentales se dieron cuenta pero que hicieron todo lo posible por
negarlo, ocultarlo y destruirlo para así poder doblegarnos.

De modo que debemos rescatar el sueño de Bolívar y convertir a Latinoamérica en nuestra patria
grande, en la gran nación americana con las mismas prerrogativas de participar de los beneficios
de todo sin tener que destrozar ni aniquilar ni al ser humano ni a la naturaleza, siguiendo el
ejemplo de nuestros ancestros. Para ello necesitamos buscar opciones opuestas a las de la
industrialización irracional, muy propia de Occidente, procurando por sobre todas las cosas la
armonía con el entorno y teniendo como principal objetivo no la riqueza, tanto social como
individual, sino la satisfacción, que es algo muy diferente. Esto ya existía, ya se había logrado en
nuestro medio donde no había el hambre, puesto que se aplicaba el principio de la distribución
racional y equitativa que iba en favor de toda la población.

Ciertamente que ha habido, como es lógico en todo lo humano, muchas cosas negativas e
imperfectas, pero ello es perfectamente corregible y superable cuando se pone en marcha la
voluntad de trabajar en pro de una vida mejor para todos por igual. Esta visión del futuro no
necesariamente tiene que ser una copia de otras fuera de nuestro ámbito de vida sino
propuestas que provengan de nuestra propia realidad y experiencia, que nazcan de nuestra
condición particular y peculiar y que se puedan poner en práctica. De nada nos ha servido
importar irreflexivamente creencias de otras latitudes puesto que ello ha incrementado nuestro
desarraigo y alienación y, con ello, el caos y el fracaso. Aprovechemos entonces esta coyuntura
en que ha finalizado la unipolaridad y pongámonos en obra para ser nosotros también un polo
de vida y crecimiento. Tenemos todo el derecho de lograrlo y nos lo merecemos.

El liberalismo: herido por el nacionalismo y las ideologías


En un país que ha sido colonizado por Occidente muchos asumen como “verdades sagradas” las
cosas que vienen de allá. Sin embargo, la reciente crisis desatada por la guerra de Ucrania ha
dado paso a dos fenómenos cruciales que vienen a ser uno solo: el fin de la globalización y el
inicio de un Nuevo Orden Mundial. Esto significa que todos los dogmas que se han venido
repitiendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han sido dados por “terminados” por lo
que el mundo entero tiene que adaptarse a otros nuevos que van a ir surgiendo poco a poco. El
fenómeno más importante de todos es, tal vez, el fin de la hegemonía de Occidente y su
retraimiento hacia sus propias fronteras, Europa y EEUU, con lo que esta civilización ha dejado
de ser “el mundo” para convertirse en solo “Occidente”, tal como sus propios medios así lo
afirman.

¿Qué importancia tiene esto para el desarrollo de la humanidad? Muchísima, puesto que se
trata del fin de una era que comenzó hace 500 años con el descubrimiento de América, hecho
que le proporcionó a la civilización europea de los elementos necesarios para superar a las otras
y enseñorearse del planeta imponiendo sus costumbres, ideas y leyes. Es ahí donde nacen
conceptos esenciales como democracia, capitalismo, sociedad de mercado y liberalismo, los
cuales fueron aceptados por mano militar por todos los países que cayeron bajo su dominio. No
se conoce un solo caso de alguna cultura que haya renunciado voluntariamente a su sistema
político al ver la “superioridad” del occidental: en todos ha sido producto de la imposición,
después de cruentas guerras y genocidios efectuados por los ejércitos occidentales.

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Pero uno de los derrumbes más estrepitosos que hemos visto a raíz de las sanciones a Rusia es
el del liberalismo como ideología y forma de organización social. Este sistema, que es una mezcla
de la libertad individual con la doctrina económica del libre mercado, resulta que no es una
institución “independiente y neutral” que pueda darse al margen de la voluntad política de algún
Estado. Se trata de un planteamiento que depende únicamente del poder que lo impone como
regla de juego, como dispositivo para hacer negocios, y por ello este mismo poder que lo pone
en práctica es el que decide cuándo sus reglas se cumplen y cuándo no. Eso sucede siempre que
un movimiento dictatorial toma el control de un país y le establece condiciones especiales al
liberalismo, poniéndole límites y barreras.

Pero resulta que esto que se pensaba que era solo válido para las dictaduras que quebraban la
esencia del liberalismo también puede darse dentro de las sociedades más desarrolladas y
democráticas. Se advirtió durante décadas y siglos que el liberalismo no era el que determinaba
la marcha de las naciones sino todo lo contrario: los gobernantes de las naciones, fueran
demócratas o no, eran los que determinaban su marcha y comportamiento. Y la mayor prueba
de ello lo acaban de dar EEUU y su comparsa europea al romper todas las estructuras
elementales que tiene al convertirla en una pura expresión de nacionalismo (el liberalismo tiene
que ser fundamentalmente occidental, adaptándose a sus criterios económicos) y de ideología
(el liberalismo está condicionado a respetar antes que nada las ideas sobre el ser humano y la
sociedad establecidas por los países occidentales).

De modo que el liberalismo está lejos de ser solo una máquina que no actúa por sí misma sino
que es un método de dominio y control con el que Occidente evita que las naciones, que están
bajo su férula, intenten desarrollar otro tipo de políticas que no sean las que las mantienen
sojuzgadas. Tal es el caso del uso de la moneda “oficial”, el dólar, la cual es de “obligación” para
ejercer el comercio, siendo esta emitida y manejada exclusivamente por EEUU. Igualmente, los
depósitos en los bancos, que son sagrados siempre y cuando sirvan de protección de la riqueza
de los ricos occidentales, pero que pueden ser “confiscados” cuando se necesite minar o castigar
a los enemigos. Ante la voluntad del poder no hay liberalismo ni leyes de mercado que valgan.
Si Occidente necesita patear el tablero lo hace, sin dudas ni murmuraciones.

¿Qué consecuencias trae esto ante los demás países del orbe? Pues el ver delante de sus ojos
que el confiar en esas “leyes universales” resulta un desatino, una estupidez puesto que estas
no son “ni independientes ni universales”: están hechas a criterio y gusto de quienes tienen la
sartén por el mango del sistema capitalista, es decir, los capitales anglosajones. Es falso que
“otros” puedan acceder a la cúspide de este sistema, como pasó aquella vez que Japón creció
demasiado en los años 60, ante lo cual EEUU creó varias trampas que hicieron caer todo su
progreso y así mantenerlos en un segundo plano, dependientes de Londres y de Wall Street.
Este caso se está repitiendo pero ahora con China como protagonista, la cual debido a su
espectacular crecimiento pretende convertirse en el líder mundial utilizando al propio
capitalismo como método. El resultado es la guerra de Ucrania y el anuncio del Nuevo Orden
Mundial que tiene como finalidad contenerla y destruirla, como pasó con Japón.

Y es que el liberalismo, si no es occidental, no es liberalismo, por lo que solo las sociedades


occidentales pueden ser liberales, más no así las asiáticas, africanas o latinoamericanas. De eso
se cuidan muy bien los occidentales para no perder el puesto de mando, la posición de “naciones
privilegiadas” donde solo en ellas es posible un verdadero liberalismo. La explicación es que en
las civilizaciones y culturas no occidentales no existen, ni pueden darse, los mismos valores y
criterios que se dan en Occidente. Tendría que producirse una eugenesia, un genocidio (como
el perpetrado con los “indios” norteamericanos y los australianos) para que se instalen colonias
occidentales y recién ahí esto pueda ser realidad. Mientras existan seres humanos no
occidentales el liberalismo, tal como Occidente lo entiende y lo aplica, no será jamás posible.

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Eso aclara la manera cómo ha estado dividido el mundo hasta antes de la actual caída de
Occidente: por un lado estaban ellos, los occidentales, todos con economías “liberales”. Luego
venían las naciones sometidas, ex colonias en su mayoría, donde dicho liberalismo solo se daba
entre las clases altas gobernantes, de ascendencia occidental, pero no en sus pueblos, por lo
que dichos países eran considerados como “fallidos” o “en vías de desarrollo”. Finalmente
venían las naciones “autocráticas, dictatoriales y despóticas” (Rusia, China, India, Corea del
Norte, Pakistán, Cuba, Venezuela, Palestina y todas las africanas) donde el liberalismo no existía
ni podía existir puesto que se encontraban en un estado “inferior” de desarrollo humano,
cercano al salvajismo.

En conclusión, el liberalismo es solo una receta válida para las sociedades occidentales que ya
tienen de por sí los valores, criterios, costumbres y gustos occidentales que lo permiten. Pero
no es viable para ninguna otra sociedad donde no se piense exactamente como se piensa, siente
y ama en Occidente. La lección de Rusia, Afganistán y Venezuela, que han sido expoliados de sus
dineros por razones políticas e ideológicas, ya está dada y la opción está puesta sobre la mesa.
Ahora depende de las demás naciones el seguir creyendo en la “universalidad” de tal doctrina o
bien asumir otra más acorde con sus realidades y necesidades. Es el momento de hacerlo puesto
que aún no sabemos qué nuevo orden mundial vendrá después del occidental.

¿El fin de una era?


La Tercera Guerra Mundial se definirá entre dos grupos de poder: los comerciantes y los
políticos. Los comerciantes son los herederos de la Revolución Francesa, la cual le dio origen a
la modernidad, la sociedad de mercado y el capitalismo en Europa, es decir, cuando los
burgueses y los ricos destronaron a las aristocracias luego de miles de años de reinado. Los
políticos son los líderes populares que, mediante sus atributos personales y los diversos
mecanismos que lo permiten, acceden a los puestos más altos de la sociedad. Traducido esto a
los hechos actuales, tenemos por un lado a las transnacionales que controlan a los países
capitalistas llamados libres, especialmente EEUU y los europeos, y por el otro a los países
gobernados por partidos políticos o burocracias como las de Rusia y China. En Occidente llaman
a esto “la lucha entre la democracia y el autoritarismo”. Pero esta es la visión de una de las
partes. La otra lo ve como “la pugna entre el imperio y la multipolaridad”.

De modo que estamos ante algo mucho mayor que lo creemos, algo que pone en juego, no solo
la prevalencia de una nación o de grupos específicos, sino de la era de la primacía del
comerciante por sobre la humanidad. Para ello hagamos un poco de historia. De acuerdo a lo
que sabemos, el ser humano se inició como grupos pequeños, clanes o fratrías que se
desplazaban para lograr su sustento. Habiendo dejado de guiarse por los instintos animales y
desarrollado la cultura (que los diferenció de los demás seres vivos) se organizaron en torno
criterios parenterales donde los adultos más fuertes determinaban las acciones a seguir. Las
ventajas adquiridas para realizar la caza, la pesca y la agricultura provocaron el aumento de su
número, con lo que las estructuras internas devinieron en un orden verticalista haciendo que el
poder se centralizara en un solo individuo. Nació así el reinado, que dio paso después al imperio.

Ahora bien, todo esto no fue obra de la voluntad expresa de alguien sino se produjo por medio
de negociaciones, de consensos, cosa que muchas veces requirió de la realización de guerras
para llegar a tal fin. Nunca vamos a encontrar alguna sociedad humana en la que exista plena
uniformidad de criterios: siempre habrá dentro de ellas una fuerte oposición en espera de
ocupar el lugar que deje el gobierno de turno. Lo que hizo la democracia griega no fue otra cosa
que darle una forma occidental a aquello que en todas partes se produce: la aceptación del

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equilibrio de poderes en pro del bienestar general. La idealización de la democracia griega, más
concretamente en su versión inglesa, que es la que todos conocemos, es solo la mirada
impositiva del conquistador que pretende hacer creer a los conquistados en la naturaleza
“superior” de su sistema político. Lo mismo pasa en todos los otros terrenos como la filosofía,
el arte y la ciencia.

¿Qué fue lo que cambió en Occidente con respecto al resto de civilizaciones? Lo que ocurrió fue
el descubrimiento casual y fortuito de América que le dio las herramientas que le permitieron
imponerse sobre el resto. Porque América, más precisamente las culturas milenarias mayas,
aztecas e incas, le otorgaron a una sociedad medieval con conocimientos rudimentarios en todo
orden de cosas, de una serie de beneficios con los que las demás no contaban. La riqueza
cultural, los minerales, la flora, la medicina, las rutas y caminos que comunicaban con todo el
continente y, en general, toda esa complejidad social desembocó en la concepción de
“sociedades idílicas” imaginarias y posibles que eran superiores a las europeas de aquel tiempo
y que fue el coctel que le dio argumentos y fuerzas a los comerciantes para justificar la toma del
poder.

América fue la chispa que encendió la pradera pues permitió concebir “otros mundos posibles”,
no oprimidos por la férula de la iglesia católica que restringía la libertad para gozar de los
placeres y bienes materiales que era de lo cual vivían los comerciantes. Además, la abundancia,
una novedad para un Medioevo plagado de plagas, pestes y hambrunas, hizo pensar al europeo
en la posibilidad de poder vivir de una manera diferente al “valle de lágrimas” religioso, para lo
cual el mercado cumplía el papel central pues era el que proveía de “todo lo que un ser humano
puede desear en la vida”. El comercio, que antaño se limitaba a ofrecer lo poco que se podía
más algunas rarezas provenientes del Oriente, se convirtió de un momento a otro en la marmita
de oro del duende, en la fuente de la juventud, en la lámpara de Aladino, en la cueva de Alí Babá.

Fue así que este comercio, alimentado por las industrias generadas por la desesperación de la
gente por obtener más y más productos, se transformó en la más importante actividad europea,
desplazando a las antiguas e insuficientes agricultura y ganadería, haciendo que la moneda sea
el principal bien a adquirir. Esto culminó en el empoderamiento de la banca, que manejaba
dichas monedas, con lo cual surgió el capitalismo como eje central de la vida urbana, donde se
ubicaban los grandes mercados. Este cambio profundo de pensamiento dio pábulo a la aparición
de nuevas filosofías, religiones y a una nueva ciencia: la ciencia industrial moderna, dedicada a
la creación de los insumos necesarios para sostener el nuevo sistema. Con el advenimiento de
las reformas políticas en Inglaterra, las religiosas en Alemania y Holanda, más la revolución
norteamericana y la francesa, Occidente se volvió una potencia militar con la que pudo,
finalmente, conquistar todo el planeta, obligando a las culturas y civilizaciones existentes a
seguir sus patrones de vida.

A su vez la democracia, un método de gobierno de una pequeña ciudad griega desaparecida


2.500 años atrás, fue elegido, con algunas modificaciones, como el ideal para el capitalismo
debido a que sus características se adecuaban más que ningún otro a las necesidades de libertad
e independencia que a los comerciantes les urge hacer frente a las restricciones de los estados,
las tradiciones, costumbres y religiones. La decisión fue muy acertada, al punto que sin esta
democracia la sociedad de mercado y la autoridad del comerciante para mandar sobre todos no
serían posibles.

Esta es la razón por la cual hoy, a raíz del crecimiento desmesurado de países con otras formas
de gobiernos no democrático liberales como China y Rusia, significa un peligro muy serio de vida
o muerte para el capitalismo occidental. Sin la democracia liberal occidental los grandes grupos
económicos perderían su capacidad para elegir los productos, ofrecerlos, poner los precios y, en

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fin, dirigir al mercado y, por ende, a toda la sociedad, y tendrían que supeditarse a la voluntad y
criterio de los políticos que priorizan otras cosas que no son los bolsillos de los empresarios. El
objetivo principal de todo negocio o comercio es la obtención de las ganancias que faculten el
incremento de la riqueza, que es la esencia del capitalismo, mientras que el de los políticos es
siempre la organización social, sus necesidades y su buen funcionamiento. Se trata de dos
mentalidades opuestas que se están acercando en estos momentos al campo de batalla, y de
los resultados de esta lid dependerán los destinos de la humanidad durante los años venideros.

Ni Rusia, ni China, ni EEUU: ha llegado la hora de Latinoamérica


La cosa es así de simple: si Rusia sobrevive, si no cae a consecuencia de la guerra con Ucrania,
Occidente habrá perdido su hegemonía, o sea, lo habrá perdido todo. Todo significa que ya no
será “la autoridad militar, cultural y moral del mundo” sino que habrá otras, como Rusia, China
e India quienes decidirán por sí mismas qué hacer y qué no con sus países y con sus relaciones
internacionales. El 90% del planeta ya no tendrá que “pedir permiso” a Europa (que se
autodenomina a sí misma como “la comunidad internacional”) así como tampoco necesitará
recurrir al BM o al FMI para hacer las cosas que tienen que hacer. De igual manera, ni la City
(Londres) como tampoco Wall Street definirán los precios internacionales pues serán otros los
que los pongan también.

Esto es lo que nos permite entender el porqué de la importancia que tiene para Occidente esta
guerra, lo urgente que es para ellos “destruir a Rusia”, que sea aniquilada por completo su
sociedad y que, finalmente, se divida en muchos países pequeños (como se hizo con la ex
Yugoeslavia) y con ello el capitalismo occidental pueda apoderarse de todos sus ingentes
recursos naturales, algo que ha sido ambicionado tanto por Napoleón como por Hitler sin
haberlo conseguido. De esto son conscientes en EEUU, al punto que harán todo lo posible para
que ello suceda, incluso yendo a la guerra directa si fuera necesario. El solo hecho de que Putin
sobreviva y que Rusia no desaparezca marca definitivamente el fin de la era del predominio de
Occidente en el mundo.

Ahora bien, nosotros, los latinoamericanos, tenemos ante esto que asumir alguna postura. Los
más viejos y conservadores, los que se resisten a los cambios, apuestan rabiosamente por
Occidente como única potencia rectora para toda la humanidad. Obviamente que están
pensando con su bolsillo, debido a las muchas relaciones que tienen con el poder actual, el cual
está formado en relación con Occidente. Un cambio de reglas o de circunstancias haría peligrar
sus posiciones de privilegio. Incluso la sola idea de que el dólar deje de ser la “moneda universal”
los aterra, puesto que todas sus fortunas se basan en la acumulación de dicho papel (que no
tiene en realidad ningún respaldo), y si esta perdiera su capacidad adquisitiva estarían en la
ruina. Los grandes millonarios que la juventud de hoy admira dejarían de serlo de la noche a la
mañana. Por eso, por la permanencia del dólar como único patrón de medida, es que Occidente
considera que no puede dejar de ser la civilización que manda y determina qué es y qué no es
“la verdad” para todos.

Pero otro sector de Latinoamérica se preguntará ¿por qué tenemos que arrimarnos a las faldas
de una de las grandes potencias, en caso Rusia no caiga y China siga creciendo? ¿Qué nos falta
a nosotros en tierras, en población, en capacidades como para no ser también una de los
grandes focos de desarrollo mundial? Nuestro tamaño es similar, nuestra población es
numerosa, contamos con ingente materia prima para emprender cualquier empresa de gran
envergadura. ¿Qué es lo que nos falta? Pues decisión, y luego unión, que es lo más difícil puesto
que las grandes potencias en disputa desean que seamos simplemente sus proveedores, sus
“manos de obra barata”. Para ello se alían con los gobiernos de diferentes maneras

180
(principalmente mediante el soborno) para que, de ese modo, conduzcan a sus pueblos a ser
“pro alguien”: pro EEUU, pro China, pro Rusia, por India, etc.

Por lo tanto, lo que necesitamos es en primer lugar aprovechar esta valiosa situación que es la
llegada del mundo multipolar, el inicio de la desglobalización, para visualizar una Latinoamérica
única y unida, conformada como una potencia mundial, tal como los libertadores lo soñaron.
Son oportunidades que se presentan y que, si no las tomamos, después nos podemos arrepentir.
Cierto que es que hay mucha división entre nosotros, lo cual es natural. Se da en todas las
culturas y civilizaciones, y las guerras civiles que han tenido entre sí lo atestiguan. Pero a la larga
tiene que imponerse el sentido común y la comunidad de intereses, puesto que lo que vamos a
ganar es muchísimo más que si nos volvemos el furgón de cola de alguna de las superpotencias.

Visto esto lo que viene es que los cerebros más ilustrados y preclaros de Latinoamérica se
pongan a funcionar, pero esta vez ya no para proteger el predominio de los extranjeros (como
ha sido siempre) sino para velar por los nuestros propios. Se trata de despertar a jóvenes que
tengan visión de futuro, pero no personal, individual y egoísta como es ahora, sino una que
involucre a toda su sociedad, a los suyos, a sus patrias y naciones, a su pasado y su presente.
Son estos jóvenes quienes deben ser los que conduzcan el proceso de toma de transformación
latinoamericana y de alianza entre todas las sociedades que la conforman. Se requiere,
entonces, de una plataforma de pensamiento lúcido, valiente, pero, sobre todo, patriota, leal,
comprometido con los antepasados que les dieron los genes y el ADN que llevan puestos en su
ser y en su alma.

Porque no basta solo con la inteligencia, la habilidad y la capacidad para vivir como seres
humanos: también es fundamental el corazón, el espíritu, la elevación ética por sobre todas las
cosas. En Latinoamérica hemos tenido y tenemos gente brillante y extraordinaria, pero que,
lamentablemente, o bien han fugado a latitudes más provechosas para su peculio, o bien han
puesto todas sus virtudes en favor de los poderes extranjeros que los han empleado para su
explotación. Por ello de nada sirve la preparación científica, técnica o física si no va acompañada
de los valores humanos que las hagan útiles para los demás, para aquellos que más los necesitan
y no para quienes quieren abusar de ellos. De nada nos sirven los Harvard que después van a
traicionar a nuestros pueblos entregándoles a otros nuestras riquezas y nuestro trabajo.

Latinoamericanos: tenemos que tomar conciencia de que lo que está sucediendo no es algo
extraordinario ni fuera de lo común. La caída de los grandes imperios es parte de la evolución
de nuestra especie, y así como a comienzos del siglo XX Inglaterra era el imperio global a
mediados de este la reemplazó EEUU. También desaparecieron otros como el imperio turco y la
URSS. Todo esto puede ocurrir en muy poco tiempo, por lo que no nos debe extrañar que aquello
que creíamos que era “eterno” ya no lo sea más. Los cambios en la naturaleza y en el ser humano
son inevitables y tenemos que estar preparados para ellos. Eso es lo que necesitamos los
latinoamericanos: prepararnos para los cambios y pasar de ser los esclavos, el “patio trasero”
de alguien, para ser los dueños de nuestro destino. Ha llegado la hora de Latinoamérica.

No es democracia vs autoritarismo: es Occidente vs el mundo


Hoy el discurso de los medios dominantes afirma que estamos en un momento en que “la
democracia se enfrenta al autoritarismo”, es decir, EEUU y Europa, que supuestamente son
democracias, están en pie de guerra contra “los países autoritarios”, representados por Rusia y
China. Al menos, eso es lo que quieren que pensemos: que se trata de “el bien contra el mal”,
de “los correctos contra los incorrectos”. Todo esto no es verdad. Porque no es cierto que “Rusia
esté intentando rehacer su imperio” o que “China quiera dominar el mundo”, y que eso lo hacen

181
porque “son regímenes perversos y asesinos”, gobernados por “tiranos y dictadores” que hacen
lo que les viene en gana. Esta es solo la mirada de Occidente tratando de demorar lo más posible
su caída, su ocaso frente al resto del planeta.

Para empezar, no es verdad que la democracia en sí sea “la mejor forma de gobierno” o “la
menos mala de todas”. Esta democracia, la moderna y de sociedad de mercado, no es la misma
que crearon los griegos. La democracia en la antigua Grecia era solo para los que tenían riqueza
y poder, para los hombres libres, no para las mujeres, ni los sirvientes ni extranjeros. Era una
forma de elegirse entre pares, entre iguales, como lo hacen en la mayoría de los pueblos, hasta
los más primitivos. La democracia impuesta por la Era Industrial es otra, una de masas, donde
las mayorías son las que participan en un proceso electoral. Pero esta no se ha creado con el fin
de que sea el pueblo quien escojan sino más bien para que legitime con su voto y aprobación a
aquellos que los grandes poderes han elegido previamente.

El caso que mejor ilustra esta estratagema es el de EEUU, nación donde gobiernan los más ricos.
Allí solo existen dos partidos y nada más. Ambos están integrados por la gente más poderosa, y
únicamente entre ellos se selecciona a quienes mejor personifiquen sus intereses. La población
lo que hace es consagrar a aquellos que el establishment y las grandes transnacionales desean.
En pocas palabras, allí no gobierna el pueblo, como dicen, sino los que tienen el poder real, que
es el económico. La democracia es, entonces, una democracia dirigida, donde a la gente se le
ofrece a quienes debe escoger, siendo todos los candidatos previamente designados. Por lo
tanto, EEUU no es una democracia auténtica sino una oligarquía, un gobierno de los más ricos.

En cambio, en Europa sí existen muchos partidos de diferentes líneas e ideologías. Allí fue donde
nació la división entre izquierdas y derechas. Pero con el tiempo y todo lo ocurrido estas
diferencias entre los unos y los otros se han ido acortando y ahora son nada más que sutiles,
casi imperceptibles, ya que todos, a fin de cuentas, resguardan y sostienen el sistema capitalista
como el único viable, sin posibilidades de que suba algún partido o líder que promueva una
fórmula contraria. De modo que lo que hay realmente en Europa es una democracia de
derechas, con más o menos énfasis, pero donde no se permite espacio alguno para quienes
anhelen otra clase de regímenes. Solo la sociedad de mercado y el capitalismo, en su versión
más liberal, es lo único aceptable y no se consienten ideas como las anarquistas, comunistas,
nacionalistas y cualquier otra. Todos tienen que ser gobiernos de derecha liberal sí o sí, así lo no
lo quieran sus habitantes.

Por lo tanto, al margen de lo que digan sus discursos (que son todos muy líricos y bonitos) lo
concreto es que, cualquiera que llegue a EEUU o a Europa, se dará cuenta que en estos países
impera una única posición de derecha, de mercado, donde los grandes monopolios económicos
hacen y deshacen de acuerdo con sus requerimientos. Puede alguien estar en desacuerdo, pero
difícilmente su opinión podrá hacerle mella al sistema. A lo más podrá expresarse a través de
algún medio de comunicación (siempre censurados por las leyes de “seguridad nacional”) e
incluso tener algún delegado en el parlamento, pero solo serán voces aisladas acalladas por el
mainstream político y mediático.

Y entonces ¿qué es lo que está pasando hoy en el mundo? Todo indica que estamos ante los
esfuerzos que hace la civilización occidental por no sucumbir y perder su puesto hegemónico,
su dominio absoluto sobre todo el orbe. Tanto Rusia como China, así como numerosas naciones
de Asia, África, Oceanía y Latinoamérica, no los están acompañando en sus protestas y
amenazas. Y la razón es que todos tienen con ellos muchas deudas pendientes a lo largo de la
historia. Así como China, las naciones africanas son muy conscientes de quiénes los han invadido
y expoliado, quiénes los han masacrado y esclavizado y quiénes los siguen matando directa e
indirectamente. En Latinoamérica igual: todos guardamos en nuestra memoria colectiva lo que

182
aquí ocurrió, que fue un genocidio seguido de una inmisericorde explotación que hasta ahora
no termina.

Si hiciéramos una encuesta, los resultados de esta arrojarían que quienes están aislados en su
burbuja son los pueblos occidentales, que viven en su propio mundo donde solo ellos son “los
buenos y los justos” mientras que el resto somos “los ignorantes, salvajes y gobernados por
autócratas”. Es decir, imaginan estar en un sistema “perfecto e igualitario”, que ya hemos visto
que no pasa de ser palabras al viento, mientras que intentan hacernos creer que “todos los que
no son occidentales viven en el atraso y el error”. Cada día que pasa ese mito sobre sí mismos
se va acentuando en la convicción que son “la comunidad internacional”, cuando son solo
Occidente y punto.

No pueden entender que la realidad no es lo que ven a través de sus anteojeras, un orden
filtrado por sus nociones e ideas que suponen son las únicas válidas. No pueden comprender
que Occidente no es toda la humanidad, que su forma de vida y su cultura no es “la cultura
universal” sino solo “la cultura occidental”. De ahí que les dé una infinita rabia el que ahora se
hable de multipolaridad, donde otros seres humanos pueden tener tanta razón como ellos.
Como pasa con todo imperio, se encuentran viviendo la crisis de la decadencia, donde sienten
que han perdido la batuta y que sus deseos ya no son “órdenes” para los demás. Presumen que
China como Rusia, Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, así como el resto de países, deben
“acatar” lo que dicen, y juzgan y condenan a quienes no lo hacen empleando sus escalas de
valores creadas e impuestas por ellos a la fuerza.

En conclusión, de ninguna manera aceptamos esa comparación de que estamos ante “la
democracia versus la autocracia”, porque ni existe una genuina democracia en Occidente ni
tampoco toda forma de gobierno no occidental es una “autocracia”. No todo lo que no es
occidental “es malo”, tal como ellos piensan. Lo único seguro es que están perdiendo el mando
al cual estaban acostumbrados y les cuesta mucho, muchísimo, compartir el poder y la verdad
con culturas y civilizaciones a las que siempre han visto como “inferiores”. Eso es lo que no
pueden soportar ni admitir, y prefieren mil veces destruir a sus “enemigos”, que somos el 90%
de la humanidad, antes que caer “al mismo nivel” en el que todos nos encontramos.

“Europa está desnuda”


Un cuento recopilado por Hans Christian Andersen se llama “El traje nuevo del Emperador” que
relata la historia de unos sastres que engañan a un rey haciéndole creer que el traje que le
habían confeccionado no podía ser visto por la gente ignorante. Como nadie quería parecerlo
todos le decían al rey que su nuevo traje, que era imaginario, era esplendoroso. Hasta el día en
que el rey salió a la calle a lucirlo delante de la multitud y un niño, que no sabía del tema, gritó
simplemente lo que veía: que el rey estaba desnudo. Esto revela el grado de hipocresía y
pedantería que suele haber en el ser humano que intenta creer cosas que no existen pero que
él piensa que sí. Es algo similar a lo que cuenta la fábula de la mona que se puso un vestido de
seda muy elegante pero que no tapaba su cola, por lo que todo el mundo se dio cuenta de quién
era produciéndose una gran risotada.

Hoy todo este continente llamado Europa se encuentra en una situación similar al rey que está
desnudo o a la mona que piensa que nadie le ve la cola, puesto que siguen suponiendo e
imaginando que son “el centro del mundo” o “la comunidad internacional”, cuando desde
afuera el 90% de la humanidad nos damos cuenta que ellos están solos, como los locos, hablando
como si representaran a todos los seres humanos. Continúan pensando que su cultura, sus
criterios, sus valores y sus “reglas” valen para toda nuestra especie sin siquiera haberlo

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consultado con nadie más que con ellos. Son como el niño Grieve, del cuento Paco Yunque de
César Vallejo, que creen que “si un pez sale de la pecera vivirá en su sala” pues lo que dice el
hijo rico del patrón es la verdad, así sea un absurdo, solo porque es el hijo del patrón. Europa
entera, como un orate, da discursos a la Luna suponiendo que su palabra es la misma de todos
los que no vivimos ahí.

Pero ¿qué sucede, por qué esta actitud tan disparatada de considerarse a estas alturas “la
humanidad” a sí mismos? La respuesta es que hasta ahora no ha salido ningún niño, ninguna
mente lúcida y madura, que sea capaz de decirles a gritos que “están desnudos”, que esa gloria,
suficiencia y petulancia con la que supuestamente están “vestidos” en realidad no les oculta el
cuerpo viejo, sucio, lleno de arrugas y forúnculos, propio de la gente que está en la última etapa
de su vida. Los europeos, Occidente, viven en la embriaguez que les produce el haber
conquistado, devastado, destruido y aniquilado miles de culturas y civilizaciones por todo el
planeta y que les ha permitido la arrogancia de poder pararse sobre los cadáveres para decir “yo
tengo la razón”, la cual solo la han adquirido únicamente por medio de la fuerza bruta, pero que
en ningún caso ha sido producto de un verdadero acto de convicción por parte del vencido.

Es esa falta de alguien que les grite que están desnudos lo que hace que, por todos los vientos y
a través de sus medios de comunicación, no dejen de juzgar, criticar, menospreciar y sancionar
a todo aquel que no hace aquello que consideran que es “lo correcto”, que no es otra cosa que
lo que ordenan que se haga bajo el supuesto que “es lo que manda Dios, la naturaleza y la
ciencia”, algo que solo ellos dicen que tienen la facultad de representar. Es decir, se
autodenominan los emisarios, los portavoces, los embajadores de todo lo que en el Universo
tiene sentido y lógica. De ahí que se indignen y rasguen las vestiduras cuando alguien los
contradice, asunto que consideran “un crimen, un latrocinio, un atentado contra la justicia y el
honor”. Ellos son los únicos que pueden hacer las guerras, castigar, imponer o destruir “por
mandato divino” puesto que son “los elegidos” para conducir a todos los pueblos de la Tierra
que están a la zaga y que se encuentran “en una etapa de salvajismo”.

Como la mona que se vistió de seda, pasan muy altaneros y soberbios delante de todos creyendo
que los vemos como seres “superiores”, sin darse cuenta que lo que miramos no es su rostro
vetusto y desvencijado sino la enorme cola que arrastran por detrás que los revela como lo
animales y burdos que son, como gente que durante más de 500 años se ha dedicado al pillaje,
al robo, al asesinato, al abuso y la prepotencia, de cuyos resultados aún disfrutan puesto que, si
hay algo que no han hecho jamás, es reconocerlo, admitir que esa riqueza que exhiben con
fatuidad no es más que todo lo que nos han quitado para llevárselo como trofeos a sus museos.
En el colmo de la desfachatez y pedantería nos enrostran, a quienes no somos europeos u
occidentales, que “no estamos a su altura cultural, social, científica y moral”, pues resulta que
en su mente desquiciada ellos se han puesto como el parámetro, la medida de “lo más elevado
que puede haber alcanzado el ser humano”.

Pero ya está llegando el día en que esto se va a acabar. Hoy, gracias a la invasión rusa a Ucrania,
y todo el alboroto exagerado que se ha armado en torno a ello (que no se dio ni por asomo con
los millones de muertos que ellos mismos ocasionaron en Corea, Vietnam, Yugoslavia,
Afganistán, Irak, Siria, etc. ni con los millares de refugiados que migran de los actuales conflictos
donde están sus tropas y empresas), es que los vemos hacer el ridículo más grande y vergonzoso
al saltar como criaturas engreídas diciendo que “eso no se hace porque es incorrecto”, cuando
por el otro lado los vemos lanzando bombas y matando de hambre por doquier porque “así son
las reglas”, con lo que los crímenes que ellos cometen no deben ser condenados sino más bien
tratados como “medidas necesarias para llevar la libertad y la democracia al mundo”. Esta
descarada incongruencia y cinismo es lo que permite que todos los pueblos, salvo ellos y alguno

184
que otro aliado sometido a su yugo (como el Japón), nos pongamos de pie y les gritemos desde
la distancia: “están desnudos, no llevan nada de lo que piensan que tienen”.

Efectivamente: Europa está completamente desnuda, aunque crea que está cubierta de joyas y
sedas; desnuda de coherencia, criterio, sensatez, objetividad, veracidad, tolerancia,
comprensión, arrepentimiento y, sobre todo, desnuda de inteligencia. Porque solo quien es
inteligente sabe cuáles son sus virtudes y defectos, qué ha hecho bien y qué mal, cuál es su real
estatura y dimensión, cuánto de lo que tiene es por propio mérito y cuánto por obra de los
demás, cuánto hay de cierto de lo que dice y cuánto es pura chabacanería. Europa ha perdido el
rumbo porque vive de sus recuerdos de cuando podía destrozar a diestra y siniestra las cabezas
de los demás, cuando se sentía “grande y única”. Carece de hombres inteligentes que le digan
que solamente son una parte pequeña del todo y que eso no le autoriza representarlo, no le da
la licencia para hacer lo que hace. No tiene, entonces, ningún lúcido y despierto que les diga a
los europeos que “están desnudos”, que se están paseando delante de todos los demás luciendo
lo que realmente son, y que lo que son no es más que un genuino espanto.

El lado “bueno” del nazismo


Una de las características típicas e inalienables de nuestra humanidad es nuestra pasión
extremista por algo. Claro, no es novedad, puesto que muchas de las especies que conocemos
también la tienen. Podríamos decir que es una propiedad de la naturaleza el variar los estados
de ánimo, el pasar de estados de absoluta paz y tranquilidad a los de exaltación total y arrebato.
No es lo mismo un animal en reposo, mientras descansa o se alimenta, que cuando se encuentra
a la caza de un alimento o en reproducción. Pero además está la actitud de cuando se halla en
peligro o en medio de una pelea, sea por la posesión de una presa o por el liderazgo de su grupo.
En ciertos casos se dan también situaciones de locura, donde por alguna razón un animal
desarrolla un comportamiento anómalo con respecto al de su especie. Muchos mamíferos en
cautiverio manifiestan ello.

De modo que muchas de las conductas que pensamos que son exclusivas de nosotros, los
humanos, no lo son tanto puesto que nos vienen por herencia y también las necesitamos para
nuestra supervivencia. Nuestros organismos están hechos para esa variabilidad de expresiones,
y sin ello no estaríamos preparados para desempeñar las diversas actividades que realizamos
para llevar a cabo nuestras existencias. Estas van desde la búsqueda de quietud y armonía, por
ejemplo, para la crianza de nuestros hijos, hasta la de agresividad extrema ante un elemento
que nos ataca. En ambos casos podemos reaccionar sensatamente sin llegar a los extremos, pero
no es nada raro que, debido a numerosos factores, podamos alcanzarlos poniendo en ellos
nuestro máximo empeño y energía. Cuando se presentan estas circunstancias es cuando
decimos que hemos perdido el control y que hemos actuado extremadamente, sin razonar ni
pensar.

¿Cómo denominamos a esa reacción irracional que suele invadirnos con alguna frecuencia? La
palabra más frecuente para ello es fanatismo, una especie de obsesión ciega que nos hace
centrar toda nuestra atención en un solo aspecto de la realidad, obviando o minimizando todos
los demás. Vendría a ser una focalización exclusiva que le damos a un fenómeno. Para
entenderlo mejor, es lo que suele ocurrir cuando una persona está enamorada de otra, pero con
verdadera pasión desenfrenada y que no puede reprimir ni manejar, donde ha desbordado por
completo su equilibrio. Pero estas pasiones no siempre son negativas pues a veces generan
respuestas a necesidades muy importantes o a creaciones en el campo del conocimiento y de
las artes. Una persona apasionada por la investigación o por la música es muchas veces autora
de las más grandes obras reconocidas por toda la humanidad.

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Pero quizá la mayor parte de las pasiones desbordantes no son las que producen beneficios sino,
por el contrario, las que provocan perjuicios de todo tipo a la sociedad. En el caso de la pasión
deportiva, para el común seguidor de un equipo esta se centra principalmente durante el juego,
mientras se está desarrollando, pero para el fanático ello se traslada a otros aspectos de su vida,
sea a su hogar, a su trabajo o a sus relaciones interpersonales. En un grado superlativo puede
llegar incluso hasta provocar actos de violencia con desenlaces fatales, como muchas veces ha
ocurrido. Igualmente, en los hospitales siquiátricos abundan casos de esta clase donde se
encuentran personas que, debido a su estado desequilibrado, significan un serio peligro para la
sociedad.

Ahora bien, hay excepciones en los que este fanatismo no solo no es condenable sino más bien
necesario, buscado y procurado. Tal es el caso de la guerra. Porque el destruir lo que se
considera una amenaza para nuestra vida no siempre se logra hacer mediante argumentos o
razones; para ello se tiene que recurrir a la fuerza. Pero no basta el uso de una fuerza medida y
calculada sino de una radical y extralimitada, que no se pueda impedir fácilmente ni por el temor
a la propia muerte. Para llegar a ese punto, imprescindible para obtener un buen resultado, se
requiere de una preparación sicológica previa, de un mecanismo que exalte nuestra siquis y
mentalidad a un grado tal que facilite la aparición del estado de fanatismo. Esta estrategia es la
que se aplica regularmente en los ejércitos a la hora de entrenar a los soldados, para que
enfrenten la muerte sin las dudas naturales que se presentan en esas ocasiones.

En pocas palabras, el fanatismo, a la hora de aniquilar y hacer la guerra, debe estar orientado
hacia una determinada pasión como la patria, la fe, el honor, etc. El mejor fanatismo, entonces,
es aquel que es dirigido hacia un fin específico, y todo depende de quiénes lo manipulen para
que sea “productivo”. Gran parte de los héroes que la historia reconoce se encontraban en ese
estado durante sus combates, y en esos casos quienes los veneran enaltecen dicho “espíritu
extremo” que los llevó hasta a morir. No hay sociedad que no fomente esto dado que de ello
depende la seguridad y el destino de sus pueblos. Es aquí donde viene la controversia y
disyuntiva, puesto que, cuando dos naciones se enfrentan, esa misma actitud es “positiva y
ennoblecedora” en caso de la ganadora, mientras que en la perdedora es “fanatismo
desquiciado y asesino”. Para todo triunfador en un conflicto el derrotado será siempre “el
agresor”, aquel que empleó “todas las conductas más infamantes y salvajes, arrastrado por ideas
y creencias cargadas de odio y maldad”.

De modo que el “conducir” los fanatismos contra el enemigo será siempre una forma legítima
de hacerle daño y eliminarlo. Ese fanatismo, si es bien estructurado y estimulado, facilitará un
mejor triunfo, y mientras más intenso sea más rápidos y efectivos serán sus resultados. Si un
país quiere invadir a otro y quitarle sus posesiones o su libertad, no hay mejor manera que
presentarlo delante de la población como “un maldito y despreciable pueblo sin moral ni
humanidad, cuyas intenciones son aniquilarnos, por lo que tenemos que hacerlo nosotros antes
que ellos lo hagan”. Con estos discursos uno puede lograr fanatizar a millones de personas para
que maten y se maten convencidas que “su causa es justa” porque así se lo han dicho sus líderes.
Ello se ha visto muchas veces en la historia, y el ejemplo más reciente que tenemos es el de los
nazis, quienes crearon una ideología especialmente hecha para la destrucción de aquellos que
consideraban sus enemigos.

El nazismo es un pensamiento que atribuye las causas de los problemas de muchas de las
naciones a “las razas inferiores”, sean estas africanas, eslavas, árabes, judías, gitanas, etc., las
cuales impiden el buen desenvolvimiento de las “superiores”. Esto genera una carga de
aborrecimiento en grado superlativo ya que “las diferencias” son visibles debido a su aspecto
físico, es decir, fácilmente identificables por las tipologías raciales. Ello le sirvió en su momento

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a Hitler para desencadenar su guerra contra la URSS y contra Europa, pero ahora le ha servido
muy bien a EEUU para dirigirlo contra Rusia en Ucrania, creando, con años de anticipación, a las
fuerzas “nacionalistas” de dicho país, insufladas de un patriotismo enfermizo, el cual considera
que todos los males de su país se deben únicamente a los rusos eslavos. Es este fanatismo nazi
el que está ahora sirviendo a los intereses de la “democracia y la libertad” europeas con el fin
de contener al eterno enemigo ruso, tal como en su momento usaron el fanatismo de los
yihadistas en Afganistán para hacerle la guerra igualmente a Rusia. De modo que estamos ante
un “nazismo bueno”, en la medida que se está usando contra "otro mal”, que es lo ruso, algo
que en toda contienda es permitido y correcto.

¿Patriotismo o patrioterismo?
Antes que nada, es necesario hacer una aclaración: patrioterismo no es chovinismo. El
chovinismo es un apego exagerado a todo lo relacionado con el país donde uno nació.
Chovinistas son, por ejemplo, los norteamericanos, que todo lo ven EEUU y todo lo hacen en
función a su nación y nada más que a esta, como si solo existieran ellos. Chovinistas son los
suizos, que no permiten que nadie mancille ni incomode la imagen de Suiza, a la que consideran
la nación más perfecta del mundo. Chovinistas son los chinos, que piensan que ellos son un
planeta aparte y que solo existe lo que viene y va hacia China. Estos países son potencias, son
desarrollados y su orgullo lo manifiestan mirándose el ombligo repitiendo lo grandes y bellos
que son.

Patrioterismo es otra cosa. Patrioterismo es considerar a la patria solo en aquello que a los
habitantes les agrada y creen que tienen derecho a recibir, pero ser indiferentes o eludir sus
deberes con este, incluso llegando hasta a la traición si es que ven que ello les reporta algún
beneficio personal. Es decir, el patrioterismo solo exalta a la nación únicamente cuando eso
produce una ventaja, sin embargo, en todo lo demás se actúa con un criterio egoísta e
individualista. Este es el caso del Perú, donde mientras que en las calles se venden polos,
banderas y gorros “para alentar a la selección peruana” las pistas donde se produce dicho
comercio están llenas de suciedad y desperdicios arrojados por los mismos que negocian con el
“patriotismo”. Igualmente, los que van a los estadios a gritar por el país, quienes no pierden
oportunidad para eludir la cola así como al reglamento que les exige el respeto a las normas y
disposiciones. Esa parte del Perú les interesa un rábano puesto se trata de cumplir con un
“deber”. Para ellos el Perú solo existe para aquello que les gusta y les permite gozar y festejar.
En todo lo demás no les interesa para nada.

Y esto es verdad, puesto que, si existiera un verdadero patriotismo o hasta un chovinismo, con
todo lo criticable que este es, el Perú no sería lo que ahora es: un país sucio por donde vayamos,
caótico porque nadie sabe ni le interesa respetar las leyes, corrupto empezando por las mismas
autoridades que deberían dar el ejemplo, indolente porque preferimos mil veces servir de
rodillas a un extranjero antes que a un compatriota. Si los peruanos fuésemos patriotas no
habría empresarios que fraguaran contratos amañados con el Estado ni financiaran a los
políticos tramposos con el fin de que roben para ellos. Tampoco habría gobernantes que, apenas
llegan al poder, lo primero que hacen es “repartirse la torta” entre los que les financiaron la
campaña para entregar al Perú a cuanta compañía corrupta y mafiosa existe en el mundo.

Es decir, nuestro patriotismo es inversamente proporcional al número de camisetas de la


selección vendidas en Gamarra: a mayor número de ellas, más desprecio por el Perú y su futuro.
Porque si no fuera así no tendríamos esa costumbre de “celebrar a lo grande” cada vez que nos
dan la “nacionalidad” americana para que nuestros hijos sean “gringos” en vez de peruanos.
Igualmente, las mujeres no se pasearían de la mano de su “extranjero” luciéndolo como si fuera

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un trofeo pues, gracias a él, ella y toda su familia tendrán otra nacionalidad y así “elevarán” su
nivel de vida y su orgullo personal olvidando para siempre a “ese pobre país subdesarrollado”.
Tampoco regresaríamos con la boca abierta de un viaje de turismo diciendo a voz en cuello que
“allá sí respetan, allá sí cumplen, allá sí hay gente inteligente y educada”, queriendo dejar en
claro que “este país es una mierda” y que, apenas se pueda, se emigrará como sea.

Y es que la imagen que tenemos los peruanos es realmente que somos “un país de mierda”,
porque “todo está hasta el cien, nada funciona bien y todo el mundo roba”. ¿Y quiénes son los
culpables de esta desgracia? Pues obviamente que “el otro”, ese que se pasa la luz roja, ese que
cobra coimas para hacer un trámite, ese que no pide permiso, ese que bota la basura en
cualquier parte. El otro, siempre el otro. Y como “el otro” es un corrupto y “le van bien” entonces
todos hemos llegado a la conclusión que “la única manera de salir adelante es con la corrupción”.
Eso explica por qué los vendedores ambulantes son como son, por qué los policías son como
son, por qué los comerciantes son como son, por qué los políticos son como son, por qué los
grandes empresarios son como son. Parafraseando una canción: “Todo el mundo roba, caramba,
robo yo también”. Y todos los que postulan a la política son precisamente aquellos que “han
entendido” que esta sirve únicamente para hacer caminar sus asuntos financieros o resolver sus
problemas personales. Este es el Perú.

E insisto una vez más: si este no fuese el pensamiento general, aquello que todos creemos que
“es la verdad” no se entendería por qué el Perú, entonces, teniendo lo que tiene, sea como es
actualmente. La prensa se niega a explicar por qué el país fue el primer lugar en el mundo en
muertos por millón durante la pandemia, ya que la respuesta es sumamente incómoda para
ellos y los grupos empresariales que defienden: porque se implantó un modelo que estaba
elaborado para facilitar el robo a gran escala (Lava Jato) el cual no servía en lo absoluto para
resolver los problemas del pueblo (por eso hoy el país tiene un 80% de desempleo, subempleo
e informalidad según datos oficiales). Admitir esto sería reconocer también por qué Pedro
Castillo, un outsider sin preparación ni capacidad, fue elegido presidente: porque fue una forma
de cómo la gente castigó a la clase política y empresarial que regaló al Perú a los extranjeros a
diestra y siniestra. Esto es algo que no van a aclarar nunca porque sería inculparse a sí mismos
por este estrepitoso y traicionero fracaso.

Patrioterismo es también exaltar las mejores “piezas” o “presas” jugosas que tiene el Perú para
que después vengan las mafias internacionales a “adquirirlas a precio de ganga, sin pagar
impuestos ni obligaciones”. Patrioterismo es hablar hasta el delirio sobre “todo lo bueno” que
hay aquí pero solo para despertar el apetito desmedido de los ladrones de saco y corbata y, con
ello, ganar comisiones extraordinarias por varios millones de dólares. También es encargarles a
los ministerios, agencias de publicidad públicas y privadas y embajadas que “vendan al Perú”
como si fuese una carnicería con la exclusiva intención de complacer al FMI y al BM o a varias
potencias extranjeras que les han puesto el ojo a nuestras riquezas “que los peruanos no pueden
ni saben explotar”. Este es patrioterismo puro y duro, el peor y más dañino de todos, y que es
el que venimos sufriendo desde que empezó la República.

Qué bueno sería que en el Perú cultiváramos el verdadero patriotismo, y por último hasta el
chovinismo. Porque si eso se diera, los grandes empresarios locales harían negocios, pero
cuidando que la parte más favorable le tocara al país, sin olvidarse de cumplir con sus impuestos
ni hacerles juicios a la SUNAT para dilatarlos y así negociar con dicho dinero. Del mismo modo,
en vez de depositar todas sus ganancias en los paraísos fiscales, las invertirían en el propio Perú
que se las dio, evitando “expandirse” hacia otras naciones y darles trabajo a otros y no a los
peruanos. Los funcionarios que accederían al poder, lejos de pensar en dónde sacar plata para
sus bolsillos, se preocuparían de que todos cumplieran con las reglas y que los presupuestos se
diseñaran con el fin de hacerle un bien a la comunidad y no para justificar arreglos bajo la mesa.

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En fin, larguísima sería la lista de lo que sería hacer patriotismo en el Perú, que es lo que
precisamente nadie hace. Porque más fácil es ponerse una camiseta o un gorro que practicar el
verdadero patriotismo, que es el que deberíamos realizar en el día a día, en cada actividad que
efectuamos en este bendito pero tan menospreciado Perú.

América 1492 – San Petersburgo 2022. El fin de una era


Si tuviéramos que señalar los acontecimientos más grandes de los recientes siglos tendríamos
que mencionar dos momentos clave para la historia de la humanidad: el descubrimiento de
América, que puso a Europa por encima de las civilizaciones existentes en aquella época (la
china, islámica, americanas, africanas, etc.) proporcionándole los recursos con los cuales
construyó la Era Industrial y su hegemonía, y el discurso de Putin en San Petersburgo el 17 de
junio del año 2022. ¿Por qué decimos esto? Porque al haberse decretado la llegada del mundo
multipolar, donde ya Occidente no impondrá “sus reglas” ni sus “criterios” de vida, esto marca
el fin de una cosmovisión, de una imagen del mundo, de una forma de ver a la naturaleza y al
Universo a través de los ojos occidentales.

Entiendo que a muchos, para la mayoría, esto les parecerá un sacrilegio o quizá una supina
ignorancia, puesto que a todos nos han inculcado la idea de que el conocimiento “es neutral y
universal”, y que no importa si lo tiene un europeo o un nativo de la selva brasileña; que, como
diría Marx, “uno más uno es dos en cualquier parte y lugar”. Pero lamento decir que no es así.
Que esa es precisamente una mirada occidental. ¿A dónde voy con esto? A que la cultura, el
conocimiento, las creencias y las costumbres son todos productos humanos surgidos de la
experiencia y visión que cada grupo humano tiene sobre la existencia. No es cierto que “la
ciencia sea una sola” y que esta se va descubriendo a pedazos por aquí y por allá y, con todos
ellos, elaborar al final “la ciencia verdadera”. No es así.

Para empezar, no existe un referente, un juez no humano en ninguna parte que nos diga a los
seres humanos si es que estamos haciendo bien o mal las cosas, si lo que creemos es lo correcto
o es falso. Esa autenticidad, ese juicio y dictamen, lo establecemos nosotros mismos, es decir,
nosotros somos juez y parte sobre aquello que pensamos que es “la verdad”. Algunos dicen que
la ciencia es “auto correctiva”, es decir, que ella misma es la que se juzga y se califica, por lo
tanto, siempre dice la verdad. Para ello ponen el ejemplo de la física, que siempre funciona
“igual” en toda circunstancia y lugar. Pero eso ya está demostrado que no es así y que la propia
ciencia lo dice al negarse a reconocer que ella consista en “descubrir la verdad” (que es asunto
de la filosofía o de la religión) sino algo que funciona o no dentro de determinadas reglas, las
cuales van cambiando constantemente tanto con los nuevos descubrimientos como con los
nuevos enfoques sobre aquello que se creía “oleado y sacramentado”.

Todo esto que puede parecer una explicación demasiado enrevesada para quienes no conocen
de epistemología (el estudio de la ciencia) lo que quiere es decir es que la ciencia actual, la que
creemos ser “la última palabra” en todo, no es más que “un punto de vista”, o sea, una manera
cómo el ser humano “intenta” conocer la realidad, aunque sin estar seguros de ello debido a
que a cada rato cambian nuestras apreciaciones y conclusiones, en un proceso que no acabará
nunca. Por ello la idea de “llegar a conocer la realidad tal como es” no es otra cosa que un mito,
algo que jamás alcanzaremos puesto que siempre lo que sepamos será solo aquello que
suponemos que sabemos, sin poder corroborar nunca si eso que creemos que sabemos es una
parte pequeña, mediana o grande de dicha realidad.

Visto esto, la conclusión es que cada civilización, cultura y sociedad siempre generará la ciencia
y las creencias que le son propias y afines a su forma de ser y de vivir. La solidez y perdurabilidad

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de las mismas dependerá de qué tanto se reafirmen en lo que dicen creer y pensar, haciendo
que sus verdades se conviertan todas en tautologías, es decir, que ellas mismas se califican de
“ciertas” sin una evaluación externa que lo corrobore. Esto es algo que se presenta cada vez que
aparece una civilización dominante, que avasalla y conquista a sus vecinos y los incorpora a su
escala de valores y de visiones de la vida. Porque las conquistas de otros pueblos no solo implica
la apropiación de lo más valioso que tienen sino, además, de un proceso de inculturación, de
borrarles de la memoria su pasado y su identidad para colocarles la “nueva verdad” que viene a
ser la de la cultura del conquistador. Esta es una característica típica de todo imperium que
ninguno puede evitar, dado que para ejercer dominio es imprescindible convencer que quien
domina “tiene la razón”.

Yendo al caso de Occidente, durante más de cinco siglos la humanidad ha sufrido en carne propia
su ascenso y expansión. Antes de ello, el mundo existente estaba conformado por múltiples
formas de vida, de conocimientos y creencias, todas completas y coherentes con sus medios.
Las miles de expresiones arquitectónicas y culturales que aún sobreviven nos demuestran que
todos estos pueblos manipularon excelentemente la naturaleza de acuerdo con sus propias
maneras de abordarla, con sus propias ciencias y tecnologías, muchas de las cuales permanecen
en el olvido y cuyos resultados son imposibles de replicar con las actuales. Quiere decir que
había un mundo multipolar que, si bien comerciaba entre sí, no lo hacía bajo un mismo sistema
ni dirigido dictatorialmente por nadie. Pero todo esto cambió con el apogeo de Occidente.

Continente a continente, una a una, las sociedades humanas no occidentales fueron cayendo
bajo su égida. Las fuerzas invasoras no respetaron ni estructuras sociales ni estilos de gobierno:
todo terminó bajo su comando, bajo su yugo. En todos los casos se repetía el mismo esquema:
expoliación de recursos humanos y materiales e imposición de “gobiernos títeres” que solo
respondían a sus órdenes. Es así que tanto Europa como después EEUU se fueron convirtiendo
en los amos y señores de la verdad, de lo moralmente correcto y de lo único posible, haciendo
que los otros cuatro continentes, antes autónomos y creativos, se estancaran y no continuaran
su proceso evolutivo natural (que iniciaron hace millones de años) teniendo solo como única
opción de vida el acoplarse imitativa y malamente a los “usos y costumbres occidentales”. La
humanidad en pleno paralizó su desarrollo para dedicarse únicamente a vivir
“occidentalmente”, sin posibilidad de imaginar otro camino, otros horizontes, lo cual significó el
estancamiento de nuestra especie dentro de una única configuración posible de vida: la
occidental.

Pero como la historia humana no es un lago inmóvil y sin vida sino un río tormentoso esta
situación algún día tenía que acabar, y eso empezó en el siglo XX cuando otras civilizaciones
supuestamente “desaparecidas y superadas” por la falsa idea del “progreso” (en la cual
Occidente era la “culminación de todo el desarrollo humano”) empezaron a recuperarse de la
condena a ser “formas obsoletas de vida” para replantearse su propia existencia y buscar, no
solo su libertad física y económica, sino incluso mental. Esto dio paso a la idea de que también
había vida fuera de Occidente, que Occidente no era “todo el mundo” o “la comunidad
internacional” sino solo una civilización en su etapa de imperio, y que todas las civilizaciones
todavía existentes podían recuperarse, crecer y adquirir la misma autoridad para tener su propia
opinión y mirada sobre la vida y la naturaleza.

Hoy esto se consumó y ya están presentes, con voz y voto, varias civilizaciones anteriormente
pisoteadas y despreciadas como la eslava, la china y la india, las cuales ven que Occidente ya no
es lo que era antes, que ha perdido todo lo que la hacía poderosa y que carece de autenticidad
en lo que dice y piensa pues todo lo hace en función a mantener su primacía, representando ello
un peligro para toda la especie puesto que un gigante herido es capaz de destruirlo todo con tal
de no perder su señorío. Ahora la tarea que viene en pensar en plural, en que todas las culturas,

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y no solo algunas, también tienen derecho a recuperar sus identidades y autonomías y a no vivir
sometidas a un mecanismo económico-militar sin tener la capacidad de dejar sentir sus intereses
y necesidades. Al no haber un solo hegemón la humanidad puede convertirse, ahora sí, en una
unidad dentro de la variedad, lo cual es análogo a lo que pasa en la misma naturaleza.

Paz, esa mala palabra


Nunca como ahora la noción de “paz” ha sido tan mal vista y desechada de nuestro vocabulario
y pensamiento. Simplemente quien hable de ella o la mencione en algún discurso o escrito será
calificado de “pro ruso”, “pro Putin” o finalmente de “defensor de criminales de guerra”. Todos
los que hasta hace poco eran pacifistas han desaparecido o están mudos, escondidos bajo todas
las camas. Los partidos políticos que defendían dicha postura son ahora, por el contrario, los
más fieros impulsadores del armamentismo para “defender a Ucrania”, pero con las vidas de los
ucranianos. Parecen todos dueños de gallos de pelea que gritan desde la barda “mátalo,
mátalo”, mientras ven a su gallo bañarse en sangre por los picotazos del animal enemigo. La
rabia, el odio, las peticiones de muerte están a la orden del día. Los europeos, acicateados día y
noche por una prensa que les lava el cerebro, consideran que la mejor forma de resolver sus
problemas es “mediante el uso de la fuerza”, indiferentes y hasta sonrientes ante la posibilidad
de una Tercera Guerra Mundial.

Y es que cuando al ser humano se le implanta la idea de “ir a pelear” como algo bueno,
recomendable, correcto y sublime (como las Cruzadas o la “yihad” islámica) pierde todo el
sentido de la realidad y la destrucción le parece una noble tarea que debe emprender aún a
costa de su propia vida. Las acciones bélicas atraen siempre a miles de jóvenes quienes,
espontáneamente, no dudan en alistarse voluntariamente para “combatir al mal” que amenaza
sus pueblos, sus culturas y sus formas de vida. “La paz es buena, pero en los cementerios” dicen.
A los malos hay que ir a matarlos allí donde viven y se generan, por eso el marchar al Oriente
Medio a aniquilar a “pueblos malvados” como Afganistán, Irak o Siria son misiones aprobadas y
estimuladas por las autoridades. Las despedidas en los puertos de los militares que van a partir
hacia la matanza, con bandas, aplausos y banderitas, son una esplendorosa fiesta de “amor a la
patria” que contrasta con el estricto silencio y llanto de la llegada de sus cadáveres.

Esto no es novedad en la historia, por supuesto. No hay país que no haya vivido la efervescencia
de las guerras, sean de defensa o de invasión, consideradas todas como “correctas y necesarias”.
Es en esos momentos en que la sangre que se va a derramar es “noble y sagrada”, y quienes
traten de impedirlo serán calificados de “traidores y cobardes”, puesto que no hay nada más
grande y sublime que dar la vida por una “causa justa”. En esos períodos todo es locura,
preparación de armas, uniformes y pertrechos. Los viejos que no pueden ir a la lucha
entusiasman y alientan a los jóvenes para que “cumplan con su misión lo mejor posible”, que no
se arredren, que no teman a los enemigos pues son unos cobardes, que los aplasten como a
cucarachas. Todos colaboran con los ejércitos, todos ponen de su parte, y hasta los curas y
monjitas elevan sus plegarias para que sus soldados triunfen en la batalla. “Dios está de tu
parte”, les dicen.

Eso es lo que estamos viendo ahora en Europa, un continente donde el hacer guerras e invadir
países ha sido toda la vida una tradición, una forma de vivir, una manera de ser y de crecer. No
hay que titularse de historiador para relatar cómo cada año, cada siglo, los europeos se han
embarcado para ir a arrebatarles las vidas y sus territorios a todos los que han encontrado en
sus caminos o a través de los mares. Si les preguntáramos a los pueblos africanos qué piensan
sobre ellos la opinión que nos van a dar no será nada positiva ni grata. Los continuos genocidios,
saqueos y explotación que vienen soportando desde hace miles de años son demasiado obvios

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y descarados como para tener alguna actitud de condescendencia o amistad con los
occidentales. Lo mismo nos pasa a los latinoamericanos, quienes no nos cansamos de
cuestionarnos sobre quiénes somos y por qué les debemos “agradecer” a los asesinos de
nuestros antepasados a consecuencia de lo cual llevamos la vida miserable que hasta ahora
soportamos. Pero para los actuales descendientes de los conquistadores nosotros somos hijos
bastardos de una madre violada que no hacemos otra cosa que “quejarnos” continuamente de
eso.

Después de la Segunda Guerra Mundial, donde murieron millones de europeos (cosa nada rara
allí, por supuesto), estaban sus habitantes cómodamente acostumbrados a vivir bajo la sombra
y el yugo de los norteamericanos, los supuestos “vencedores” del conflicto (porque en verdad
estos no intervinieron sino seis meses antes que se acabara y únicamente para evitar que los
rusos se apoderaran de toda Alemania). Siempre es llevadero vivir como dependiente, porque
así son otros los que piensan por nosotros y nos dan de comer, sin que tengamos que
preocuparnos por nosotros mismos. Pero lo malo es que en cualquier momento el patrón decide
abandonar a sus sirvientes o bien armarlos para que defiendan su propiedad, que es lo que está
haciendo ahora EEUU con los países de Europa: preparándolos para que muestren los dientes a
los eslavos, los eternos enemigos de Occidente.

EEUU ha decretado que la invasión de Ucrania sea el final de las relaciones amistosas de Europa
con Rusia (una invasión bien planificada para que sea esta la que dé el primer paso y figure como
“la agresora”) logrando con ello que su sumisión con Norteamérica sea total y completa y, al
mismo tiempo, estableciendo el “fin de la globalización” puesto que ella ha llevado a que China
se vuelva el principal socio comercial y potencia influyente de todo el mundo. El “cuco”, el
monigote con el que asustan y hacen saltar a los europeos es “el dictador asesino de Putin”,
transformándolo en un demonio similar a los muchos que la prensa internacional ha
caricaturizado antes como los Castro, Noriega, Hitler, Husein, Ben Laden, Stalin, Mao, etc.
Canalizar hacia el líder ruso todos los males habidos y por haber es cosa fácil puesto que basta
con dar discursos encendidos y manipuladores para que la gente común y corriente, que es la
gran mayoría, piense que, efectivamente, todas sus penurias se deben a este “monstruo”.

Hoy no hay organización pública o privada que no “colabore” con incentivar este conflicto, con
esta animadversión colectiva transformada en una histeria muy parecida a la que había en la
Alemania nazi antes de la guerra, donde los comunistas y judíos eran “los culpables” de todas
sus desgracias y a quienes había que eliminar de la faz de la Tierra. Estamos en esos tiempos de
locura que movilizan a millones a lanzarse desenfrenadamente contra “el mal” sin importar
ninguna consecuencia. De esto es que se aprovechan los líderes y financistas (puesto que son
estos los que organizan las guerras) para utilizarlos como peones, como carne de cañón para sus
futuras ganancias. Incluso hasta los llamados partidos de oposición, la mayor parte de izquierda,
se suman a esta “gesta heroica” deponiendo sus críticas y enfrentamientos con la derecha para
“hacer causa común” con ella y así, unidos todos, se dirijan cantando hacia la zona de combate.

Izquierdistas, comunistas, socialistas, verdes, anarquistas, revolucionarios y extremistas de


todas las líneas apoyan y avalan las acciones de Occidente, de EEUU y de los grandes
conglomerados empresariales (que se reúnen en Davos, G7, Bilderberg, etc.) para que, juntos y
de la mano, repleten de armamentos a Ucrania con el fin de que “gane la guerra” y que Rusia
muerda el polvo de la derrota. Solo así, y únicamente de ese modo, es cómo recién se hablará
de “paz”, palabra que volverá hipócritamente a los labios de los vencedores quienes figurarán
como “los buenos”, los que hacen todo “pensando en el bien, en el amor y en la vida de sus
pueblos” y que solo exterminan y matan “en pro de la paz”, que es lo único que los mueve a
actuar. Pero mientras esa victoria no llegue la palabra “paz” estará vetada por completo en
todos los corazones e idiomas posibles.

192
Occidente quiere la guerra
Occidente vuelve, una vez más, a lo que siempre ha sido: una civilización guerrera. Cierto que
toda sociedad humana hace la guerra y, por lo menos hasta ahora, siempre la hará. Los
presupuestos que destinan los países, pobres o ricos, a sus fuerzas armadas así lo atestiguan. La
historia registra cómo la humanidad ha ido configurándose a base de luchas y conquistas
mutuas. El mapa geopolítico constantemente está cambiando y, en el lapso de tan solo un siglo,
aparecen y desaparecen países, así como se mueven las fronteras de un lado para otro. Nada es
para siempre en este sentido, y creer que el mundo se congelará como ahora está es un error:
dentro de unos años todo se habrá transformado nuevamente.

Ha habido imperios que gobernaron extensos territorios mediante la expoliación de los demás.
El caso más conocido para los cristianos figura en el Antiguo Testamento, que no es otra cosa
que una relación de combates que establece el pueblo hebreo con el fin de apoderarse de la
Palestina (la Tierra Prometida). Pero igualmente lo hicieron los romanos, los persas, los griegos,
los egipcios, los mongoles, los españoles, los ingleses, los aztecas, los mayas y los incas. Todos
estos crearon sus hegemonías con el uso de la fuerza bruta y el genocidio. A resultas de ello sus
subyugados tuvieron que asimilar el idioma, los atuendos, las costumbres, los dioses y los
conocimientos de los dominadores. El Perú es un claro ejemplo de lo que es un pueblo
avasallado y aplastado por una cultura ajena a costa de la destrucción de la suya propia.

Pero si hay una cultura o civilización que se lleva la primacía en el uso de la guerra para su
subsistencia esa es Occidente. Comparada con las civilizaciones musulmanas, chinas,
americanas, africanas o eslavas es, de lejos, quien le rinde mayor culto a la muerte. Solo China,
durante la dinastía Ming, tuvo la oportunidad de extenderse fuera de sus fronteras pues poseía
la flota más grande de aquella época, pero el espíritu aislacionista les impidió realizar una
política de expansión. La única que compitió de igual a igual fue la musulmana, la cual, con el
descubrimiento de América, tuvo que ceder sus pretensiones ante el poderío que adquirió
Occidente. Es así que desde hace cinco siglos el mundo ha caído bajo su férula y no hay espacio
en el planeta donde sus soldados no hayan puesto el pie. Incluso en las regiones polares, donde
la vida es imposible, se encuentran sus bases militares.

Todas las culturas africanas, americanas, oceánicas y asiáticas saben lo que significa ser
conquistado por Occidente. Todas hemos padecido su manera de pensar y de gobernar, con el
látigo y la espada en la mano. Todas nos hemos convertido en “mano de obra barata” y hasta
ahora lo seguimos siendo. Todas somos proveedoras de materia prima para que desarrollen sus
industrias. Gracias a nuestro sudor y nuestra sangre es que ellos se precian de ser ricos y de
ufanarse diciéndonos que “eso se debe a que somos más trabajadores”. Disfrutan de un mundo
de placeres y comodidades sostenido por sus cañones y disponen y ordenan los negocios y el
mercado según su conveniencia. Y si algún día tratamos de levantar un poco la cabeza
inmediatamente nos califican de “antidemócratas y atrasados”, aplicándonos sanciones de todo
tipo simplemente porque no acatamos sus reglas diseñadas expresamente para favorecerlos a
ellos.

El capitalismo, el socialismo, la modernidad, la sociedad de mercado, el liberalismo, la


democracia y todas sus filosofías e ideas sobre cómo el ser humano debe vivir son inventos
exclusivos de ellos, sin la participación ni el aval de los miles de millones de seres humanos no
occidentales. Ellos jamás les preguntan a sus “súbditos”, que es como ellos nos ven, qué
opinamos sobre tales o cuales asuntos. No. Simplemente asumen que ellos son “la comunidad
internacional” y que sus criterios valen “para toda la humanidad”, sin importarles si eso va en

193
contra de lo que nosotros necesitamos o queremos. Sus valores y creencias “son las verdaderas”,
mientras que las nuestras son "erradas e ignorantes”. Es decir, su democracia es solo para ellos,
para sus naciones y sus intereses, pero no funciona con el resto. Quienes deciden son los países
occidentales gracias a su poder económico y a sus “influencias” que obligan a que los más
pequeños a seguirlos por donde ellos quieren, con la excepción de Rusia y China considerados
como “los malos de la película”.

En pocas palabras, Occidente se enriqueció, no solo económicamente, sino también


culturalmente debido a los infinitos robos hechos a las diversas civilizaciones y culturas
existentes. Tanto en sus museos como en sus bibliotecas se almacena toda la información que
necesitaron para absorber y adquirir el conocimiento y la sabiduría elaborada durante miles de
años por los muchos pueblos que se han dado a lo largo del tiempo. Ahora eso lo consideran
“suyo”, como si lo hubiesen creado e inventado. Son incapaces de reconocer las inmensas
deudas que tienen con los demás a quienes les han quitado todo lo que tenían, tanto material
como espiritualmente. Se expresan con una arrogancia descarada imaginando que “son la única
autoridad moral” de todo el orbe.

Hoy Occidente regresa a las andadas. Retorna a su esencia, a lo que siempre han sido: amantes
de las guerras, de la violencia, como buenos herederos de los vikingos. Jamás han dejado de
hacerla, aunque no siempre ha sido en su territorio. Desde Colón hasta la actualidad siempre ha
habido una armada occidental disparándole a alguien o destrozando algo. Mientras que en
Europa danzaban en sus palacios sus armas asesinaban por doquier allí donde había alguna
riqueza que obtener. Durante la era napoleónica, la victoriana y luego las dos guerras llamadas
“mundiales” los occidentales han participado gustosos y entusiastas matando y matándose
entre sí. Incluso desde 1945, con la caída de Alemania, su hambre de muerte ha continuado en
distintas regiones como el Asia, con las guerras de Corea y Vietnam, o en el Medio Oriente. Más
recientemente arrasaron un país europeo, llamado Yugoslavia, para luego hacer lo mismo con
Afganistán, Irak y Libia. En estos momentos lo hacen con Yemen y Siria y apoyan secretamente
varias decenas de conflictos más en los cinco continentes.

Ahora le toca el turno a Ucrania, que a todas luces es solo la excusa, el terreno de batalla, el
“intermediario” que sirve para que Rusia y Occidente diriman su supremacía. Pero como Ucrania
no basta para que estalle la Tercera Guerra Mundial, obligan a países minúsculos como Finlandia
y Suecia (que siempre han sido un mal ejemplo para los conservadores por su particular
socialismo) a convertirse en la carne de cañón para que ellos mueran también en nombre de los
deseos de EEUU. Y no es que Rusia sea una nación inocente ni santa; tiene en su historial muchos
horrores como todos, pero dista mucho de compararse a Occidente en cuanto a su posesión e
influencia planetaria. Su mundo apenas se circunscribe a su propio espacio, al igual que China,
a quien no se le puede acusar de haber tratado de agredir alguna vez a Occidente. Sin embargo,
para los occidentales “China es un enemigo” simplemente por su éxito económico y, sobre todo,
porque “no obedece ni se somete” a sus caprichos. Es decir, no se encuentra bajo su mandato.

A muchos les sorprenderá con qué facilidad y tranquilidad los ciudadanos europeos aceptan
ponerse en el filo de la navaja y que sus días terminen en minutos a consecuencia de una bomba
nuclear. La prensa occidental los domina de tal manera que ellos viven muy tranquilos como si
nada pudiera pasar, como si una guerra así no pudiera ocurrir y, en cambio, se envalentonan y
bravuconamente piden “que destruyan a Rusia” por haberse atrevido a hacer lo que solo ellos
suponen que pueden hacer: la guerra. Pero todo parece indicar que las horas están contadas
para todos, y que Europa está viviendo sus últimos días ya que los planes de que estalle sí o sí la
guerra final están ya en marcha y nadie en Occidente está intentando, ni remotamente, evitarlo.
Están pinchando al oso ruso para que pierda la paciencia y se decida a dar el primer paso. Se

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diría que, por lo visto, ya todo estuviera dicho y solo quedara la vieja guerra como el único modo
de poder superar nuestras diferencias.
A propósito de la ¿futura? guerra nuclear
Nunca como ahora la humanidad se enfrenta a la tan temida y siempre “aplazada” guerra
nuclear. Digo aplazada porque jamás se ha dicho que esta no se iba a producir: solo era cuestión
de esperar a que se dieran las condiciones adecuadas para que se produjera. De eso no cabía
ninguna duda. Y hoy como ayer, como también puede ser mañana, estamos ante el Apocalipsis
que hemos escuchado desde nuestra infancia pero que, con la modernidad, fue colocado en el
rubro de “mitología” o “creencias infundadas” por la ciencia contemporánea. Sin embargo, a
quien le debemos precisamente ese “placer” de estar en la cuerda floja (y con nosotros, toda la
vida del planeta) es precisamente a esta ciencia, la ciencia occidental, la de la sociedad de
mercado, de la Era Industrial, la que se generó precisamente para el servicio del comerciante y
sus afanes de mayores riquezas.

Yo sé que muchos dirán que “nada tiene que ver la ciencia con los errores humanos”, pero eso
es un total sinsentido. ¿Cómo no va a tener nada que ver la ciencia creada por el mismo ser
humano a su imagen y semejanza? ¿Acaso la ciencia es un ente abstracto que nos llegó por la
caída de un aerolito? No es así. Esa es solo una manera de liberarse de responsabilidades de
parte de los científicos y sus seguidores. La ciencia que hoy conocemos es una obra
explícitamente hecha por y para el servicio de la humanidad, y ha sido elaborada tal como
nosotros suponemos que es la realidad, como la podemos captar. Es decir, es solo una mirada
absolutamente humana del Universo, pero no es “la” realidad. Para entenderlo mejor, es como
cuando somos niños y nos hacemos una idea de cómo son las cosas de los adultos dándonos
explicaciones muchas veces disparatadas y fantasiosas pero que no coinciden con los hechos.

Ahora bien, si de por sí la ciencia y todo el conocimiento humano es solamente una percepción,
una aproximación a lo que nos rodea filtrado por nuestros ojos y culturas, la ciencia actual está
aún más tergiversada, puesto que su filtro es, además, el del comerciante, de aquel que quiere
que el mundo sea como él lo desea, o sea, una sociedad de mercado, de compra y venta, de
intercambio de productos. En pocas palabras, el comerciante ha creado una “realidad” humana
donde el hombre es un “consumidor” y el objetivo de su vida, y de la vida, es única y
principalmente el consumo, el comer, el usar y luego botar. Esta es, entonces, la finalidad de la
vida moderna y no hay otra. Es con esta mentalidad, con esta visión, que ha creado igualmente
su propia ciencia, una que reafirma y contribuye esa imagen o cosmovisión que tiene de la
realidad humana.

Para muchos amantes de la ciencia decir esto es casi un sacrilegio, pero eso es porque muy rara
vez investigan la historia y dan por sentado que “el presente es la única realidad posible” o bien
que “lo que se sabe ahora es la verdad”, dando por supuesto que lo que se sabía en el pasado
“era falso”. Son criterios errados que no soportan un análisis filosófico puesto que cada cultura,
cada civilización posee su propia cosmovisión o “realidad” y se desempeña en la vida de acuerdo
con esos principios y con la ciencia que se deriva de ello. Para entenderlo con otro ejemplo, la
ciencia moderna tiene serias dificultades para definir la vida, qué es y en qué momento se
produce. Es algo insoluble puesto que parte de una paradoja, es decir, de una concepción inicial
que consiste en dividir la materia entre “inerte” y “viva”, algo que es únicamente producto de
una mirada occidental y cristiana. Para otras civilizaciones este problema no existe puesto que
creen que la vida lo es todo: el Universo en pleno está vivo.

Esta es una de las razones por las cuales tampoco pueden ponerse de acuerdo sobre en qué
momento una mujer tiene en su vientre a “un ser humano” o a “un feto. En realidad, no es un

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problema ético, como lo plantea el establishment, sino un asunto cultural, de cómo piensa el
occidental sobre el concepto vida. Y así una infinidad de casos donde la ciencia moderna no tiene
injerencia puesto que su función principal y obligación es la perpetuación del mercado,
produciendo los artefactos que los empresarios le piden para la obtención de una mayor
variedad de productos. En pocas palabras, la realidad sobrepasa de lejos todo aquello que el ser
humano, en sus distintas variantes, pueda imaginar y suponer. La única diferencia entre un
conocimiento y otro es la finalidad. En el mismo Occidente, cinco siglos atrás, la única ciencia
posible era la que servía a los intereses de la religión, y sus mayores logros estaban en la
construcción de iglesias y catedrales. Para nada más se requería tener ciencia en aquellos
tiempos.

Pero volviendo al tema de la guerra nuclear, desde un comienzo se dijo, se advirtió, que esta
manera de conocer la naturaleza, de hacer ciencia, bajo la dependencia del comerciante, tenía
sus ventajas pero también sus bemoles, y esto último era que se estaba poniendo una pistola
en las manos de un niño. Y es que nuestra humanidad es una especie que todavía no sabe quién
es ni por qué es que es como es, por lo tanto, no sabemos cuál es el sentido de nuestra
existencia. Aún seguimos perdidos transitando por un mundo que nos es ajeno, que no
comprendemos pero que pretendemos dominarlo y “ser su amo”. Mas a pesar de todas las
filosofías y teorías sobre lo que somos y debemos ser ninguna ha logrado terminar con esta
inquietud, ninguna ha acabado totalmente con nuestras dudas y temores, por lo cual seguimos
siendo la especie más sufrida y dolorosa de todas las que conocemos, aquellas que viven la vida
tal como debe ser sin hacer mayores dramas ni tragedias como las hacemos nosotros.

El hecho es que a un niño, a una criatura ignorante y carente de todo, no se le puede dar una
ciencia con un poder de destrucción como la que tenemos ahora. En el afán de aprovechar lo
más posible de la naturaleza la sociedad de mercado ha incentivado y presionado de tal manera
a los científicos que al final estos han descubierto propiedades tan peligrosas que no tenemos
idea de qué es lo que puede pasar cuando ya no estén bajo nuestro control. Y es que los
comerciantes, que son los que lo deciden todo, no se caracterizan por ser las personas más
sensatas y racionales; por el contrario, toda su historia, desde su ascenso al poder hasta la
actualidad, demuestra que su modus operandi siempre ha sido la guerra, la conquista, el robo,
el genocidio, y no hay manera de detener sus impulsos porque están atrapados por la ambición,
que los devora por completo. No les basta con haber destripado los cinco continentes sino que
también lo hacen con los mares, con el aire y ahora con el sistema solar. La pretensión última
que tienen es lo que ellos llaman “la conquista del Universo”, que no sería otra cosa que la
repetición de lo que hicieron primero en la Tierra, con el saldo que ya todos conocemos.

En estos momentos los mercaderes occidentales, es decir Occidente, sienten que el mundo que
creían tener en sus manos se les escapa por causa de China y su aliado Rusia, algo que no están
dispuestos a aceptar y en lo cual se les va la vida. O son ellos los que ponen las reglas o el mundo
“se acaba ahora”, es lo que nos dicen sus voceros con evidente rabia. Y para ello está visto que
no tendrán ningún reparo en obligar a que Rusia “dé el primer paso” lanzando sus bombas
nucleares para así ellos responder de la misma manera y, con ello, “volver todo a fojas cero”,
bajo la suposición que Occidente saldrá ganador y así ellos perpetuarán su hegemonía. Todo
esto parece una locura, pero no es otra cosa que la actitud infantil de un ser humano que ha
creado un arma y que termina usándola contra sí mismo. ¿Existe alguna solución? Por el
momento no, puesto que quienes están en el poder así lo han decidido y solo nos queda acudir
a los viejos manuscritos milenarios y a las olvidadas mitologías que nos hablan de cómo se
comportó el hombre en el pasado y cómo fue que terminó autodestruyéndose. Como dice el
refrán, “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, y todo parece indicar que
estamos ante un nuevo Diluvio Universal o una nueva Atlántida, signo de que no hemos
aprendido nada.

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OTAN que ladra no muerde
No hay peor manera de saber las causas de un conflicto que acudir a la versión de uno solo de
los implicados. Es decir, “entender” lo que pasa en el mundo en estos momentos leyendo solo
la prensa occidental o la rusa es simplemente convertirse en un simple parlante que repite una
verdad construida para beneficio de cada emisor. Lo que ocurre ahora en el mundo no es algo
que tenga su “origen” en la invasión de Rusia a Ucrania; esto es solo una consecuencia, una de
las muchas manifestaciones de un fenómeno que viene sucediendo desde hace años, décadas o
siglos, si es que queremos actuar como verdaderos investigadores o como lo hacen los médicos
al leer la historia clínica de un paciente.

Existe para ello una especialidad relativamente nueva (y desconocida para la mayor parte de la
gente) que se llama geopolítica, que es la que precisamente estudia los desplazamientos de las
naciones, sus vinculaciones y sus confrontaciones, es decir, su objeto de estudio son los países.
Según la geopolítica, la humanidad se desarrolla en base a expansiones y dominios entre
diferentes grupos conformados en culturas o civilizaciones, cosa que genera constantes disputas
entre ellos. El transcurrir de la Historia es precisamente eso: un relato extenso de cómo los seres
humanos nos hemos enfrentado o aliado a lo largo del tiempo por la posesión de recursos o
territorios en defensa de nuestros intereses o en el afán de poseer lo que tienen los otros. Esto
se llama guerra, pero en un sentido más amplio, puesto que las batallas o las luchas solo son una
parte de ellas, un eslabón más de la cadena que tiene diferentes fases.

Es decir, una guerra es una instancia que se da dentro de una discrepancia mayor entre naciones.
Dicho de otro modo, las diferencias, tensiones y enemistades se producen mucho antes que se
produzca el enfrentamiento militar, así como sus consecuencias producen, a la vez, otras
condiciones que crean otras tensiones futuras. A la persona común se le dice de una manera
muy simple y didáctica (o infantil) que la guerra se produce porque un país “hace algo contra
otro y este reacciona”, por ejemplo, el asesinato de una autoridad que motiva una declaración
de guerra. Pero cuando se estudia más a fondo nos damos cuenta que eso se llama “casus belli”,
el desencadenante, pero desde mucho antes el ambiente ya estaba propicio y preparado y solo
faltaba dicho detonante para que se den inicio a las operaciones bélicas.

Esta lógica, que muchos conocemos en los textos escolares para explicar ciertas guerras patrias
(donde el culpable siempre es el otro, quien “ya daba muestras de animadversión hacia el
nosotros, los inocentes”), se ha repetido una vez más en el caso de Ucrania, donde la evolución
del sistema capitalista, así como las peleas por los recursos y los mercados, se han estado
llevando a cabo desde hace muchos años. Para no remontarnos muy atrás (donde habría que
mencionar la natural “antipatía” que tiene Occidente hacia el mundo eslavo, claramente
expresado con las invasiones de Napoleón y Hitler) habría que decir que todo empieza desde el
fin de la llamada Segunda Guerra Mundial (para los rusos es la Gran Guerra Patria, puesto que
finalmente solo fue un enfrentamiento entre ellos y Alemania, donde Rusia ganó, obligando a
EEUU a intervenir para detenerlos en su avance por toda Europa). Es en ese momento, cuando
el plan para destruir a la URSS y al comunismo a través del nazismo fracasó, que nace el "mundo
bipolar".

Dicho mundo bipolar no era otra cosa que la disputa entre dos visiones: la occidental, con sus
normas, sistemas y valores, y otra la eslava, que se resistía a dejar de ser un imperio y que había
asumido como modelo el comunismo con el único fin de resistir el afán destructor de Occidente,
deseoso desde siempre de apoderarse de sus grandes riquezas (Rusia es al país más grande del
mundo y el más rico, pero a la vez el más “despoblado”, visto como una presa ambicionada por

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todas las grandes empresas del planeta). Como sabemos, Occidente hizo todo lo posible por
hacer fracasar las ambiciones eslavas y logró desmembrar su imperio pero sin hacerle la guerra,
a base solo de incentivar en ella la corrupción al más alto nivel. Finalmente fue el dinero, las
ambiciones personales de sus dirigentes, las que derrotaron a la URSS.

Pero ello no quedó ahí pues eso trajo consecuencias (como cuando se corta la pata de una mesa
y esta empieza a temblar). La ausencia de un enemigo, de un alter ego a quien “culpar” de todos
los males del mundo (y en especial, del propio sistema occidental capitalista), hizo perder la
cabeza a los ganadores creyendo que “la evolución humana ya había llegado a su culminación”
(como lo predicó el geopolitólogo Fukuyama en su libro “El fin de la historia”) y supusieron que,
salvo el capitalismo liberal, el resto era silencio, o sea, no existía. La humanidad tenía que
aceptar, según ellos, que Occidente “era la humanidad” y a la vez el modelo a seguir por todos.
Se trataba de neocolonizarlo, pero ahora mediante la llamada “globalización”, que no era otra
cosa que una “occidentalización”, una imposición de criterios y pensamientos occidentales a
todos los pueblos de la Tierra.

Pero esto ha traído situaciones no muy gratas para los optimistas occidentales puesto que lo
que ocurrió fue que desindustrializaron sus países (para ahorrarse el pago a sus trabajadores) y
alimentaron a sus nuevos enemigos: China y también Rusia, una vez más. Si bien el mundo se
“globalizó” pero igualmente se potenció, crecieron otros polos de desarrollo y estos, como era
de esperarse, empezaron a exigir cada vez más, haciendo que sus economías crezcan de un
modo que Occidente nunca esperó. Ahora los occidentales tratan de desglobalizar sus
economías y “protegerse” cortando todos los lazos que los hagan depender de los demás, pero
por lo visto eso ya no va a poder ser posible. Cortar con los suministros externos solo les generan
crisis y desconcierto, que es lo que les está pasando ahora con respecto a Rusia y su petróleo,
su gas y su carbón.

Podríamos decir entonces que lo que vemos que está aconteciendo es la suma de hechos
anteriores, así como de errores de concepción de parte de Occidente, lo que ha llevado a que,
de tener un mundo unipolar controlado por ellos, ahora exista uno multipolar donde son varias
culturas, pueblos y civilizaciones los que aspiren a compartir los beneficios del orbe, bajo el
supuesto que la humanidad “no tiene patrones ni policías” que impongan sus reglas y
concepciones a los demás. Rusia reclama espacio y respeto, China compartir las ganancias, India
ser incluida con voz y voto, Brasil que lo tomen en cuenta y así sucesivamente (entre los cuales
no podemos descartar a las naciones africanas y latinoamericanas, como lo insinúa México).

La réplica de Occidente ante este nuevo esquema mundial multipolar es la pataleta del niño a
quien la quitan su pelota con la que él creía que era “el dueño del juego” y que solo se podía
jugar según sus gustos y caprichos. Y para ello no han hecho mejor cosa que exhibir “sus
músculos” como quien amenaza diciendo que “si te metes conmigo mira lo que te voy a hacer”.
Pero todos sabemos que quien hace alardes de fuerza es porque no la tiene, porque quiere
hacerle creer a los demás que es el mismo de siempre a quien le temían. Sin embargo, ni Rusia
ni China han dado la más mínima muestra de temor y, por el contrario, lo que están haciendo es
llamarle la atención al “patán” que es ahora Occidente diciéndole que “tus días de matón de
barrio han terminado y tus poses ya no nos asustan”. Como lo dice bien claramente el refrán:
“Perro que ladra no muerde”. La historia no puede retroceder y no hay marcha atrás.

De la “era del hielo” a la “era del miedo”


Definitivamente Europa ha ingresado a la era del miedo (parafraseando la conocida película “La
era del hielo”) donde, a partir de ahora, será el temor, la inseguridad, la duda y la incertidumbre

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lo que conducirá los ánimos y esfuerzos de sus 750 millones de ciudadanos. Los recientes
sucesos de Ucrania y la forma tan estentórea como han sido expuestos a través de la prensa (a
diferencia de la casi nada de exposición de las otras guerras que hay en el mundo creadas y
llevadas a cabo por sus propios ejércitos) han sido la razón suficiente para que “se activen las
alarmas”, suenen los tambores de guerra y todos se coloquen el casco de batalla porque “están
amenazados de muerte”. Las reuniones de la OTAN, los discursos desbocados y bien publicitarios
del cómico Zelenski, las declaraciones exageradas dadas por sus líderes han sido motivo más
que suficiente para que no haya europeo que no siente que la vida, su vida, pende de un hilo.

Y es que no existe forma más efectiva de dominar y controlar al ser humano que con el miedo,
tanto es así que los héroes son justamente aquellos pocos y raros que, superando esa emoción
natural, actúan a favor de una causa. Pero esos son solo las excepciones; la regla es que todos,
ante el peligro, sintamos temor y nos escondamos intentando proteger a los nuestros y a
nuestros bienes. Ante ello es natural entonces que acatemos sin chistar las “órdenes y
disposiciones” que nos dicta “la autoridad”, que es la que aparece como la única tabla de
salvación que nos queda para no morir. Una famosa novela, llamada “1984”, relata muy bien
cómo este método de manipulación puede llegar a funcionar tan bien que logra someter a una
sociedad por completo. En ella el “Gran Hermano” es la entidad que “protege” a todas las
personas de “los enemigos” imaginarios que diariamente los atacan, pero, a cambio de esa
“protección”, la gente debe respetar por completo todas las reglas tiránicas y privatorias de la
libertad.

Y es que la lógica funciona así: preferible es perder la libertad a perder la vida. Y eso es
exactamente lo que está pasando hoy en Europa: todos han renunciado a sus derechos, sus
aspiraciones, sus deseos y su libertad a cambio de “la seguridad” que les promete la OTAN, con
la cual todos deben “colaborar por su bien” y no protestar ni quejarse de ella. Quien lo hace
sencillamente “está colaborando con el enemigo” y eso se llama traición, como pasa en la
novela, donde los que violan las normas son perseguidos por “atentar contra la seguridad de la
sociedad”. Hoy Europa, y pronto también EEUU, vive en ese esquema de vida: todo lo que se
hace es “por nuestra seguridad” y nada hay más valioso que ella puesto que, si estás muerto, no
vas a disfrutar ni de tu libertad ni de tus derechos.

De modo que lo que se está haciendo hoy con Occidente es un lavado de cerebro monumental,
convirtiendo a numerosos pueblos en “soldados dispuestos a dar la vida” en nombre de “su
seguridad, sus creencias y sus valores” que están siendo “amenazados” por los perversos
enemigos que carecen de ellos y solo desean la destrucción y la muerte. Pero esto ya lo ha vivido
Occidente en anteriores oportunidades. Recordemos, por ejemplo, al “malvado” Atila, el rey de
los hunos, que significó un verdadero trauma para toda Europa. Sin embargo, la historia nos
demuestra que ese “malvado” Atila no era otra cosa que el rey de un pueblo nómada que huía
a su vez de otro que era el mongol, lo mismo que pasa ahora con los que huyen de África y del
Medio Oriente empujados por las muchas guerras que Occidente crea en dichos lugares. Estos
migrantes son ahora considerados por la OTAN, según la Declaración de Madrid, como “un
peligro” para la seguridad de Occidente.

Otro ejemplo igualmente dramático ocurrió durante la expansión musulmana, que estuvo cerca
de Austria por un lado y de Francia por el otro. Estos dos sucesos produjeron un efecto en la
mente occidental de tal magnitud que hasta el día de hoy la sola presencia tanto del mundo
musulmán como del asiático siguen siendo un sinónimo de “el mal”, cosa que se refleja
inconsciente o conscientemente en sus manifestaciones culturales y artísticas (como en las
películas, donde los “malos” siempre suelen provenir de estos dos contextos). Eso explica en
parte por qué los rusos, que son eslavos no occidentales, herederos de los kanatos que
dominaron el mundo durante siglos, siempre son considerados como “enemigos naturales” de

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Occidente, a pesar de los muchos esfuerzos hechos por estos por “integrarse” a la cultura
occidental. Lo mismo les pasa a los turcos, un pueblo que también llegó a representar “la
maldad”, razón por la cual hasta ahora no son aceptados dentro de la Unión Europea.

La pregunta que viene ahora es ¿qué va a pasar con esta Europa entregada de lleno a “defender
su seguridad”? Pues puede suceder cualquier cosa que les imponga el que los atemoriza (en este
caso EEUU, que ya durante las dos guerras mundiales supo manejarlos como quiso). Lo primero
es que sirvan para todo fin y propósito que EEUU necesite para preservar su hegemonía mundial,
es decir, que sean las piezas de su juego y “luchen por ellos” poniendo su sangre y sus vidas. Y
es que en realidad la OTAN no es otra cosa que un instrumento de Norteamérica para
enfrentarse contra China y Rusia, sus dos “enemigos mortales” que le piensan arrebatar el
control del planeta. Incluso Europa puede convertirse en el “campo de combate” como lo es
ahora Ucrania, un espacio donde Rusia y EEUU “juegan ajedrez” moviendo sus fichas por un lado
y por otro, probando armas y estrategias para “ver quién gana”.

Precisamente esa es la base de los “discursos” de Zelenski, bien elaborados por el servicio de
inteligencia de Londres que es el que se los escribe (pues es obvio que ni él ni nadie en Ucrania
posee la información tan amplia y precisa que se requiere para un trabajo de esa naturaleza). Lo
que dicen esos discursos, que más bien son “arengas” guerreras de advertencia, es “que Europa
puede ser el próximo”, lo cual hace que todos se pongan en alerta y prefieran renunciar a sus
principios y dedicarse por completo a la “causa” de la seguridad. Esto lo hemos visto claramente
en los llamados “partidos verdes”, que hasta hace poco fungían de ser los promotores de “un
mundo sano y en paz” y ahora son los más violentos y exigentes en “enviar armas y soldados
para destruir a Rusia”. Toda la energía que antes dedicaban a la paz y unión mundial ahora la
canalizan hacia “la aniquilación completa del enemigo”, uno de cuyos representantes es el
canciller alemán y otro el “socialista” Sánchez de España.

Todas las banderas de la sensatez y de un mundo mejor han sido arriadas en Europa. No hay
persona, ni común ni filósofa (como Habermas, que se ha sumado al apoyo a la guerra contra
Rusia), que no se haya puesto en posición de “servicio a la OTAN” ya que, de ella y solo de ella,
dependen sus vidas y su futuro. Occidente es ahora un títere, un manojo de nervios en estado
de pánico que solo vive en espera a que le digan que “vienen los rusos, vienen los chinos” y así
pueda coger su fusil e ir a enfrentarse una vez más contra “los Atilas, los persas, los comunistas,
sarracenos, los rusos, los turcos” y toda esa sarta de “asesinos” cuyo único deseo en la vida es
“acabar con la civilización occidental” simplemente porque le tienen envidia por vivir como viven
y ser “los más inteligentes y demócratas, los más pacifistas y sabios”, descripción que es, según
los propios occidentales, es "la razón de su riqueza”, olvidándose por completo que ellos son
más bien los descendientes de los vikingos que todo lo obtuvieron a base del saqueo y genocidio
de los pueblos de la Tierra.

Ucrania y el Perú: nadie busca la paz


Ucrania
En Ucrania la guerra está en un “punto muerto”, estancada, cosa que les conviene a los dos
grandes interesados: EEUU y Rusia. A EEUU, porque les permite divorciar el buen matrimonio
que Europa tenía con el Kremlin y con China, cortándoles a ambos el negocio de la energía y la
Ruta de la Seda que iba a pasar por el país de Zelenski. Además “pone en su sitio” a los europeos
que se negaban a “colaborar” con la OTAN y, de paso, les vende el gas más caro así como miles
de millones en armas. Por el lado de Rusia, Putin está haciendo el gran negocio de su vida al
lograr su mayor objetivo político que es crear el mundo multipolar, hacer que Europa ya no se
llame a sí misma “el mundo” sino solo “Occidente” y cimentar fuertemente su relación con

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países como China, India y todos los del antiguamente llamado “Tercer Mundo”, ninguno de los
cuales lo ha condenado por la invasión. En estas condiciones es lógico que deseen que la guerra,
tal como está, siga durando todo lo que pueda puesto que cada potencia está alcanzando sus
respectivas metas.

Lo interesante es que nadie pide ni busca la paz. Porque la paz es solo consecuencia de cuando
los hechos determinan que una de las partes es la vencedora o, en su defecto, cuando sus
actores llegan a un estado de entrampamiento donde nadie avanza ni retrocede. Esto pasó
durante la Primera Guerra Mundial cuando Francia, Inglaterra y Alemania se plantaron cada cual
en sus trincheras y nada se movía. De no ser por la revolución comunista en el país bávaro, que
obligó a llamar al ejército para contenerla con lo cual abandonaron sus posiciones y solicitaron
su rendición, este conflicto hubiera durado muchos más años, con un resultado tal vez diferente
al que se dio. Esta fue la situación que provocó el odio de Hitler al comunismo a quien culpó
(junto con los judíos que, según él, financiaron la revuelta) y que llevó a la Segunda Guerra
Mundial y la fallida invasión a la URSS.

Ahora ni EEUU, ni Europa ni Rusia hablan ni remotamente de paz, pues, así como están las cosas,
todos ganan menos Ucrania, que es usada para lo que se llama una guerra “proxy” o guerra por
encargo (donde mueren otros en vez de los interesados). Quien mencione la palabra “paz” es
visto como un “traidor” o “colaboracionista con Putin, el dictador”. Los partidos pacifistas, que
antes se ufanaban de ser “moralmente superiores” a los demás, hoy más bien piden que envíen
más armas a la zona de conflicto porque dicen que “lo justo es que gane Ucrania”. O sea,
tampoco los pacifistas quieren hablar de paz puesto que eso significaría que son “pro
totalitarios, pro tiránicos, pro asesinos, pro rusos”, algo que, en estos momentos en Occidente,
es prácticamente un insulto tan grande como dudar del Holocausto. Europa y EEUU necesitan
más que nunca la guerra, las armas, la violencia para demostrar que “la democracia” es superior
al “totalitarismo”. Mencionar la paz o insinuarla es estar a favor del demonio. Solo cuando
Ucrania vaya ganando (cosa sumamente difícil) es que recién dirán que “los occidentales somos
amantes de la paz”.

Perú
En Perú la guerra también está estancada, pero, a diferencia de Ucrania, el único de los
contendientes que está ganando con ella es la facción marxista de Vladimir Cerrón que, aunque
son cuatro gatos, saben canalizar el descontento y frustración de las masas golpeadas por Lava
Jato y la pandemia. En cambio, las dos grandes interesadas en tomar el poder, la derecha
conservadora y la derecha progresista, aún no pueden sacar ventaja la una de la otra puesto que
mutuamente se anulan. Los conservadores son fuertes en Lima, en las zonas residenciales y en
los medios de comunicación, pero eso no es suficiente para levantar al Perú puesto que para
eso se requiere de las masas que, obviamente, no están con ellos. Mientras tanto los
progresistas se mantienen seguros en sus ONG con el apoyo de los demócratas de Biden (y
Soros, el principal financista del IDL de Gorriti) esperando a pie firme para ver en qué momento
dan el zarpazo.

Aquí nadie quiere la paz. Los peruanos no deseamos, ni remotamente, conciliarnos entre
nosotros. Hoy los medios vomitan como nunca el más grande de los odios a quienes no piensan
como sus dueños. Odiar, burlarse, pedir prisión, juicios, cárceles y hasta “plomo” para otro
peruano es visto como “lo correcto”. Insultar, maldecir, denigrar al otro por las redes es la cosa
más normal del mundo, es casi una obligación. La misma iglesia, que siempre se ha vendido
como “la conciliadora” ha tirado la toalla y ahora es parte de la gritería feroz donde la única paz
que puede darse es la de la cárcel y el cementerio. Y lo peor es que este odio mutuo entre
peruanos (cuya culpa se echan mutuamente todos) hace abrir viejas heridas que fueron a duras
penas superadas y reabren otras que habíamos olvidado y que vienen desde la Colonia.

201
Porque con el aumento de las animadversiones (que nadie quiere moderar sino, por el contrario,
exacerbar) lo que aparecen son los antiguos fantasmas escondidos que esperan su momento
para apoderarse con fuerza de nuestras almas, como el racismo entre blancos y cholos. Mientras
que en Miraflores y San Isidro todo lo andino es visto como un sinónimo de “comunista
resentido” en el interior del país ese desprecio inveterado es asumido por aquellos que saben
que es una buena veta por explorar y explotar. Es demasiado obvio que quienes escriben contra
los “cholos” tienen todos apellidos extranjeros no españoles y todos lucen la piel blanca y
occidental. Por el otro lado, es igualmente obvio que los que no corresponden con esas
características se van agrupando en torno a la defensa de lo “nativo”, a la par que ven a sus
pares limeños como “extranjeros” en tierra peruana.

Lejos de irse aminorando esto y crearse una atmósfera menos agresiva, por el contrario, se va
agudizando día a día más. Las dos derechas, ajenas a lo que pueda pasar, están enfrascadas en
una pelea de barrio donde “todo vale” y utilizan al Poder Judicial como les viene en gana, así sea
los domingos, con el único afán de ver quién le gana al otro. Las dos quieren vacar a Castillo (y
con ello traerse abajo la poca democracia que tenemos) pero unos quieren que haya nuevas
elecciones mientras que los otros quieren que se quede la vicepresidenta Boluarte. En eso están
entrampados y buscan que sea el Congreso, al cual desprecian porque son solo gente que está
ahí por encargo, simples empleados de los grandes poderes, el que decida cuál se va primero: si
es Boluarte, gana la derecha tradicional con El Comercio a la cabeza; si Castillo, gana la derecha
progresista con las ONG y todo el dinero de USAID.

Pero Castillo, que tonto no es, sabe perfectamente que quieren hacer leña con él (ya que no se
va a ir a su casa como el ladrón más grande del Perú, PPK, que ahora goza de completa libertad)
y por ello, apelando a su experiencia y conocimiento del terreno popular y de los pobres y
provincianos, preparara su “bastión” en contra de Lima, organizándose para resistir a las dos
derechas a quienes poco o nada les importa el Perú sino solo sus negocios y sus agendas. Y es
aquí donde viene el peligro: que como estamos en un tiempo de odio y de guerra verbal no hace
falta nada para que pasemos al enfrentamiento directo, ya no tirando huevos, sino algo mucho
peor.

Quien salga en estos momentos a tratar de apaciguar, buscar la unión, la armonía, la cordura o
“la paz” entre peruanos solo va a encontrar a gente rabiosa de ambos lados que escupe babas
de cólera y de ambición por apoderarse del dinero del Estado (la verdadera razón por la que
todos quieren ser “políticos”). Un “pacifista” peruano será, o un “defensor del corrupto Castillo”,
o un “promotor del golpe de los pitucos de Miraflores”. Incluso los que se ponen neutrales son
más atacados todavía “por ser inconscientes y estar con los malvados”. En el Perú de hoy no vale
la neutralidad: o estás con el “gobierno corrupto” o con las “derechas antidemocráticas”. Solo
habrá paz cuando alguno caiga y se convierta en el culpable de todo lo malo, en un “terrorista”
o un “fujimorista”. Mientras tanto hay que seguir con el odio al otro, a cualquiera que no piense
igual que nosotros. Nada de perdones ni de tender puentes: o destruyes o te destruyen. No hay
otra. No es tiempo de paz sino de guerra total. Ganar o morir.

La Tercera Guerra Mundial: es ahora o nunca


Todo indica que en menos de diez años China será la nueva potencia hegemónica mundial. Esto
significa que sus normas, su cosmovisión, sus criterios, sus gustos, su música, su idioma y todo
lo demás serán “el uso común” para la humanidad futura. Y es que esa es la ley de los imperios:
imponer su forma de vida sobre los demás. Así ha sido siempre y así será. El mundo que hoy
vivimos y en el que hemos nacido es el que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, en la

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cual EEUU quedó como ganador en Occidente y Rusia en Eurasia. Antes de ello el idioma
“universal” era el francés y el centro del mundo era “la ciudad Luz”, París. Cuando uno lee los
textos de Mariátegui o de Vallejo se percata que en sus tiempos se consideraba a aquel país
como “el más avanzado de Europa” y, por lo tanto, de la civilización.

Pero la lengua inglesa pasó a ocupar su lugar como también las costumbres anglosajonas la
manera de estructurar la economía y el desarrollo. Actualmente todavía vivimos en dicho
esquema, donde es EEUU el que impone “las reglas” y no permite que nadie las viole bajo la
amenaza de una sanción económica o militar. Sin embargo, la historia tiene sus propios caminos,
que no son los que el ser humano quiere, y, así como a unos favorece, después lo hace con otros.
En ese sentido, existe una especie de equilibrio evolutivo donde a todos les toca, en su
momento, el estar arriba y luego estar abajo. Nadie ha podido permanecer en el poder por un
tiempo ilimitado: todo lo que sube tiene que bajar, y todo lo que nace finalmente muere.

Esto lo sabe EEUU y lo sabe Occidente, civilización que tuvo la oportunidad de gobernar el
planeta durante 500 años gracias al descubrimiento y explotación del continente americano.
Nada del presente se explica sin ese acontecimiento histórico. Entender a Occidente sin
aquilatar el peso que ha tenido América es como hablar de un millonario sin mencionar la fuente
de su riqueza. Hasta antes del viaje de Colón Europa era una civilización más que luchaba por
subsistir frente al embate del mundo musulmán y asiático. Justamente el motivo del periplo de
las tres carabelas se debió a que le habían cerrado el paso para obtener las especias, que era lo
que necesitaban para lo más básico: comer. Los europeos prácticamente solo vivían para poder
alimentarse, y sin los condimentos para aminorar el mal sabor de la carne podrida estaban
perdidos. Al aparecer América encontraron en ella todo lo imaginable y mucho más, tanto así
que, con sus recursos, se convirtieron en los más fuertes y poderosos del planeta.

Eso fue lo que dio origen a la modernidad y creó la Era Industrial, haciendo que el sistema
bancario genovés se aplicara en todo el continente y luego en todo el mundo. Eliminada la Edad
Media y su forma de vida religiosa y anti material, las ambiciones y deseos de la gente se
desataron por completo y surgió la desenfrenada pasión por el disfrute de las pasiones y las
sensaciones corporales. Lo que antes era un simple complemento para la vida, el mercado, se
convirtió en el centro de la existencia, desplazando a su antecesora, la catedral, el templo, el
cual durante milenios y en todas las culturas fue siempre el corazón y la razón de ser de las
sociedades humanas.

Fue entonces la necesidad de alimentar las maquinarias industriales y las riquezas de los
banqueros lo que llevó a los europeos a apoderarse de todos los territorios ultramarinos,
dejando como resultado las invasiones, pillajes y la esclavitud del ser humano a fin de utilizarlo
como mano de obra para la extracción de los recursos naturales. A todo esto se le ha llamado
capitalismo, que es el tipo de sociedad en la que hasta ahora vivimos. Pero como suele suceder,
no solo sus inventores son los que usufructúan sus beneficios sino también otros que lo han
asumido, a la fuerza o no. Eso permitió que otras culturas y naciones aprovecharan sus ventajas
propias para terminar superando al maestro, a raíz de lo cual han surgido las nuevas grandes
potencias como China e India, que entre las dos poseen la tercera parte de la humanidad así
como la tercera parte del mercado de consumidores mundiales.

Esta situación ya es una bola de nieve y nadie la puede evitar, a no ser que se patee el tablero y
se lleve a cero todo el sistema, idea que la han venido a llamar en los círculos financieros “Great
Reset” o “gran reseteo”, una metáfora extraída del mundo de la cibernética equivalente a
apagar la computadora para reiniciarla. Si se regresa todo a la nada habría que comenzar de
nuevo, con lo cual los que iban perdiendo porque tenían las cartas malas tendrían la oportunidad
de que les toquen unas mejores en la siguiente mano. Pero ¿cómo se cómo se puede poner en

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práctica este reseteo o nuevo barajamiento? Pues para ello se tienen que diseñar acciones
contundentes y dramáticas, como un 11S que justifique invadir el Medio Oriente. Pero en vista
que esos hechos no ocurren así no más, al igual que un impredecible terremoto, se tienen que
crear, planificar, organizar y propiciar con la debida anticipación.

Y eso es lo que estamos viendo en estos momentos. Porque está demostrado a través de los
documentos emitidos por los think tanks occidentales que esta crisis de la energía no es algo
que provino de la súbita ocurrencia de Vladimir Putin de invadir Ucrania sino que ha sido
pensada con años de anticipación, siguiendo un determinado libreto. Sus objetivos están cada
vez más claros y no son, como muchos suelen pensar, solamente económicos. El ser humano no
es solo una entidad dedicada únicamente a hacer dinero. Ese pensamiento lleva a la confusión,
a no entender quiénes somos realmente. Detrás de nuestras acciones existe una complejidad
de deseos, pasiones, obsesiones, prejuicios y temores que son los que finalmente nos llevan a
actuar de una específica manera. Si fuésemos calculadoras podríamos creer que el único motor
de nuestra vida serían las ganancias, pero eso no es así.

Lo que busca Occidente no es “hacer grandes negocios” con la venta del gas o los hidrocarburos
como tampoco “ganar mercados”; en el fondo lo que le motiva es la supervivencia, el no perder
el control del mundo que elaboró y que ve que está cayendo en manos de quienes fueran antes
sus esclavos, es decir, de “seres inferiores”. Mucho daño hizo el marxismo al hacer creer que
éramos solo “animales en pos de necesidades”, cosa que nos ha llevado a suponer que todo,
absolutamente todo, se explica a través del dinero. Se olvidan que el dinero no es un fin sino un
medio. Pero ¿un medio para qué? Pues para dominar y manipular a la humanidad y así ponerla
a su servicio. Tener dinero solo por tenerlo, como quien lo guarda en una alcancía, no sirve de
nada. Si el dinero no permite tener más y mejores armas, poseer un mayor conocimiento y, con
él, adquirir todo el poder, entonces el dinero no sirve para nada.

En conclusión, en lo que se encuentra el mundo ahora es en una lucha por el poder, por ver
quién va a manejar a los demás a su gusto y criterio y hacer que los dominados trabajen para los
dominadores, aliviándoles el esfuerzo de esforzarse otorgándoles, de este modo, las suficientes
facilidades para gozar de la mayor cantidad de placeres. En pocas palabras, quien gane esta
lucha y se apodere del trono tendrá la facultad de decidir quiénes serán los que disfruten
plenamente de lo que hay en la vida y quiénes serán los que lo sostengan con el sudor de su
frente. Esto Occidente lo sabe, por eso es que no quiere convertirse en un sirviente de los chinos.
Y esto solo lo podrá impedir mediante la guerra, la actividad humana más importante y
definitoria que conocemos hasta el momento.

Occidente en su capítulo final


Todo va saliendo según lo planeado desde hace años por los think tanks estadounidenses (como
se puede comprobar a través de los documentos filtrados). Estamos en un mundo dominado por
la geopolítica, y es esta la que está tomando las decisiones, aun en contra del pragmatismo y de
la propia economía. Estamos viviendo las estrategias elaboradas por un grupo de fanáticos
fundamentalistas que han tomado por asalto la Casa Blanca y el Pentágono en su locura por
implantar un “Nuevo Orden Mundial” (NOM) que esté bajo el control absoluto de EEUU y de
nadie más. Estamos, entonces, en los intentos por desaparecer a los posibles rivales, Rusia y
China, quienes amenazan la llegada del “Nuevo Siglo Americano”, algo que estaba pensado
desde fines del siglo anterior y que solo se puede lograr a través del único mecanismo que EEUU
ha venido empleando con buenos resultados desde su fundación: la guerra.

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Si bien los medios de comunicación occidentales difunden machaconamente un discurso oficial,
que es el mismo de los cuentos infantiles, de Hollywood y de Disney, en el cual el mundo está
dividido entre “buenos y malos” donde los “buenos” son los occidentales anglosajones y los
“malos” los demás pueblos de la Tierra, esto por supuesto está muy lejos de ser la verdad. Lo
cierto es que, si hay algo que impide que este NOM esté hoy en día operando a plenitud, es el
inesperado crecimiento de China en todo sentido: económico, científico y militar. Ello ha sido
consecuencia directa de la fallida globalización que, en vez de unificar el mercado mundial, creó
al “dragón asiático” y lo empoderó, al punto que hoy disputa abiertamente a EEUU el control
planetario y pretende incluso ocupar su lugar hegemónico.

De modo que esta situación, y no otra, es lo que ha llevado a Norteamérica a embarcarse


nuevamente en lo que ellos consideran que es su “destino manifiesto” que es imperar, dominar
y liderar a toda la humanidad, una especie de “nuevo pueblo elegido” en reemplazo del antiguo
pueblo judío. Dicho destino manifiesto se refleja a través de la necesidad de hacer la guerra allí
donde sea necesario y hasta las últimas consecuencias, como es el caso del Mar de la China, que
será el verdadero teatro de operaciones de la futura Tercera Guerra Mundial. Para esto ya tienen
todo preparado desde hace mucho tiempo (como el pacto AUKUS con Australia, Japón y varios
otros países) y solo les falta el “casus belli”, el cual tiene que consistir en el típico “atentado de
falsa bandera” (como en El Álamo, Pearl Harbor, el 11S y muchos más) en el cual EEUU sea “el
agredido”, haciendo que su guerra se vuelva “una guerra justa” en defensa de su nación. Eso es
lo que hace que gran parte del mundo piense que “el otro” es el culpable y no quienes gestaron
el conflicto.

Este es precisamente el caso de Ucrania, donde desde el 2014 EEUU ha estado condicionando a
dicho país para que Rusia tenga necesariamente que verse obligado a invadirlo y hacerle la
guerra, es decir, pisar el palito. ¿Qué ha obtenido con esto? Muchísimo. Ha cortado todos los
vínculos que Europa tenía con Rusia y especialmente con China, pues por Ucrania iba a pasar la
“Nueva Ruta de la Seda”, un proyecto gigantesco que enriquecería a ambas partes. Con la guerra
ha impedido que los chinos y rusos alcancen ventajas del viejo continente y, de paso, conseguir
algo fundamental: hacer quebrar a Alemania, un enemigo por ahora “domado” pero que no
debe levantar cabeza en perjuicio de Inglaterra. Pero no solo eso: también ha logrado que todas
las naciones europeas envíen sus armas a Ucrania para que “las gasten” y se vean obligadas a
“renovar sus equipos” mediante jugosos contratos con las empresas norteamericanas de
armamento y así fortalecer a la OTAN. Éxito total.

Pero esto no queda ahí: ahora la dependencia energética, que tanto odian y maldicen los
europeos con respecto a Rusia, la van a tener con EEUU, solo que les costará mucho más que la
energía rusa que era de mejor calidad y más barata. Pero eso a sus líderes no les importa porque
es “la energía de la libertad”. O sea, el hecho que venga de EEUU significa que “estarán apoyando
a la libertad y la democracia” a pesar de su mayor costo, mientras se ríen a sus espaldas los
norteamericanos quienes desde hace años han venido construyendo plantas para el envío del
gas a Europa, “adivinando” sospechosamente lo que iba a pasar. En conclusión, Europa será la
gran perdedora pues, no solo cargará con el peso del gasto militar, sino que se hundirá en una
crisis social como no se veía desde hace mucho tiempo, haciendo que su desarrollo se detenga
o, más bien, retroceda por completo a lo que era después de la Segunda Guerra Mundial.

Pero esto es considerando las cosas como están ahora, sin una guerra total, como es lo que se
espera. Porque no se trata solo de mantener la guerra de Ucrania sino de agudizarla al punto
que la chispa encienda la pradera. Para eso es que se planificó la gran contraofensiva, para
obligar a Putin a que dé el siguiente paso que es aumentar el envío de tropas y generalizar la
lucha en todos los frentes. Cualquier general o militar bien formado sabe perfectamente que
esto llevará, inevitablemente, al aumento del terreno de batalla y, con ello, a que ocurra algún

205
hecho que desencadene la participación de todos, de la OTAN y de los aliados de Rusia. En este
sentido no hay, hasta el momento, nada que evite que esto suceda. En todo Occidente no existe
una sola voz que llame a la sensatez y que busque un poco de paz. Todas las personas que lo
intentan son vistas como “traidoras allegadas a Putin”. Estamos en tiempos donde solo es
correcto pedir más armas, matar más gente, destruir al enemigo y nada más.

Lo más probable es que Europa, en muy poco tiempo, termine siendo el lugar donde caerán
varios miles de bombas nucleares como la humanidad jamás ha visto. Las más grandes ciudades
así como países enteros desaparecerán ante el más grande logro de la ciencia occidental como
son las ojivas con una capacidad mil veces superior a las primitivas de Hiroshima y Nagasaki.
Prácticamente no quedará nada útil en dicho continente, incluyendo su pasado milenario. La
contaminación durará siglos, de modo que será un espacio no apto para la vida. Con ello
desaparecerá una civilización que durante los últimos 500 años se convirtió en la conquistadora
y dominadora de todo el planeta a base del saqueo, rapiña y genocidio. Todo lo bueno que le
aportó a nuestra especie quedará minimizado ante las barbaridades que hizo y de las cuales
jamás se arrepintió ni pidió perdón. La historia, que siempre se repite, una vez más comprobará
que todo tiene su inicio y su final, y que todo se paga en esta vida, como lo revelan también los
mitos y relatos más antiguos.

Pero la desaparición de Europa no es lo que más desea EEUU sino la de China, el rival a aniquilar,
de modo que, mientras mueren millones de seres humanos por un lado, por el otro arrojará
toda su potencia contra el dragón procurando reducirlo a la edad de piedra. Para ello tiene que
hincarlo primero con el palito para que “caiga en la trampa”, como lo hizo con Rusia, y no le
quede más remedio que invadir Taiwán, ante lo cual la respuesta será la guerra ya diseñada
desde hace mucho con pelos y señales. Algunos dirán que con esto “nadie gana” y se equivocan.
Quienes preparan las guerras con la debida anticipación prevén siempre en cómo evitar que
estas los perjudiquen, de modo que, después del caos inicial y la tremenda destrucción, puedan
emerger como “los salvadores de la humanidad” y así se cumpla la idea del Gran Reseteo (the
Great Resert), que no es otra cosa que un volver a fojas cero para empezar de nuevo, pero bajo
su dominio.

Ante ello ¿qué nos espera los países pobres y explotados por siglos por esta civilización? Pues
nada podemos hacer más que ver cómo se destruye a sí misma y esperar que eso nos lleve de
alguna manera hacia la liberación total, a recomponer nuestras culturas oprimidas y
ninguneadas para, con ellas, reiniciar nuestra milenaria historia interrumpida por unos nefastos
afanes imperialistas provenientes de pueblos infectados con el virus de la ambición y la piratería.

El fin del mundo es solo el fin de una civilización


Siempre ha existido “el fin del mundo”, puesto que este ha significado la caída de una
determinada cultura o civilización. Basta revisar la historia para entenderlo fácilmente. Para
babilonios, chinos, africanos o andinos hubo realmente un “fin del mundo” cuando llegaron los
pueblos conquistadores que arrasaron por completo sus ciudades y templos, dispersando o
esclavizando a sus habitantes. A partir de ahí la cultura, religión, usos y costumbres del
conquistador se hicieron las dominantes, reemplazando a las anteriores. Pero el “fin del mundo”
más conocido ha sido el de Roma, ciudad que, pasados unos siglos, se convirtió en un pequeño
poblado casi olvidado de Europa. Para sus orgullosos ciudadanos las invasiones “bárbaras” (los
pueblos anglosajones hoy hegemónicos) debe haber sido una verdadera catástrofe pues todo lo
que creían “eterno” se derrumbó para que se implantaran leyes y ritos completamente extraños
y ajenos a su ideosincracia.

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De modo que ninguna caída civilizatoria es realmente el fin del mundo tal como es, o sea, del
planeta Tierra. Por muchas bombas nucleares que arroje el ser humano esto alterará durante
un breve lapso el clima y algo de la biología, pero luego todo eso será reciclado y continuará
como debe ser. El único fin del mundo real será solo cuando la estrella llamada Sol se transforme
en una enana blanca o algo parecido. Pero eso se calcula que sucederá dentro de millones de
años, cuando ya la Tierra no ofrezca las condiciones necesarias para que se sostenga la vida.
Obviamente la raza humana habrá desaparecido como desaparecieron los dinosaurios y miles
de otras especies que pulularon en su momento por todo el orbe.

Esta reflexión sirve para entender algo que es muy real, demasiado real como para que los seres
humanos lo podamos soportar: que es parte de nuestra naturaleza nacer, crecer, imperar y
luego desvanecernos. Ciertamente que nos duele, nos preocupa, nos angustia, pero es algo que,
hagamos lo que hagamos, no vamos a poder evitar. Es como la muerte, nuestra muerte, a la que
tanto tememos pero ante la cual inevitablemente sucumbiremos. Todo lo que hoy vemos y
creemos “para siempre” en realidad no lo es; solo es un instante, un eslabón más de una larga
cadena que es el proceso humano que empezó hace miles de años y que, en algún punto
determinado, terminará. La historia no es solo un recuento de batallas sino una acción viva que
se escribe cada día, y hoy estamos viendo cómo esta cambia ante nuestros ojos.

Repasando someramente cómo han ido modificándose las fronteras en los últimos años
entendemos que esto no se va a detener nunca, que siempre lo que decrece por un lado empieza
a crecer por el otro y con ello todo el equilibrio se altera. Desde la Segunda Guerra Mundial
hasta nuestros días hemos visto surgir y desaparecer países, naciones, pueblos enteros, así como
resurgir otros que parecían ya extintos. Y es que basta con que quede algo de “chispa” en una
cultura para que esta pretenda volver a encender la llama de su crecimiento y expansión. El
pueblo de Israel durante dos mil años fue borrado del mapa, pero hoy ya es una nación
completa, como si el tiempo no hubiera pasado. Igualmente, otros pueblos han cambiado de
nombre (como de persas a iraníes) pero mantienen la esencia que los creó.

En el caso americano, que muchos piensan que “es totalmente occidental”, es lo mismo. La
conquista española no pudo eliminar por completo, como era su intención, los 30 mil años de
desarrollo que el ser humano creó a lo largo de su evolución. Decir 500 años es prácticamente
nada a la luz de la historia. Sin ir muy lejos, a España le tomó 800 desprenderse totalmente del
dominio musulmán gracias a que mantuvo su cristianismo interior. Del mismo modo, decir que
ya no existen los pueblos americanos que van desde México hasta la Patagonia es una
aberración, es creerse su propia mentira. Tal vez estos no existan para los ojos de los
descendientes de los conquistadores que se “sienten” europeos (sin serlo por supuesto), pero
esa no es la realidad. En toda América crece día a día la conciencia de que los americanos no
somos “la cola” de Occidente, sus esclavos, sus sirvientes, su “patio trasero” o sus proveedores
de materia prima sino una sociedad, una cultura y una civilización totalmente diferente a ellos.

Y como dije, si algo decrece por un lado es porque algo crece por el otro, y la sensación actual
es que, si Occidente está autodenominándose a sí mismo como “Occidente”, es porque ha
dejado de verse como “el mundo”, como “la civilización” que era lo que hasta hace poco decía.
Este detalle, para quienes analizamos el fenómeno, es sumamente importante y significativo por
cuanto refleja una realidad innegable: los occidentales se sienten amenazados por quienes antes
se arrodillaban ante ellos. Desde que descubrieron América la civilización occidental se impuso
sobre otras que estaban por encima de ella (como la musulmana o china) gracias a los muchos
elementos que aportó (en productos, mano de obra y conocimientos). Es así que durante cinco
siglos se colocaron en la cima del mundo imponiendo su cosmovisión cristiana-racionalista y sus
leyes a través de sus ejércitos. Pero todo indica que eso ha llegado a su fin.

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Y es que no es casual que varias naciones se planten frente a Occidente y le digan que ya no
están dispuestos a acatar sus “reglas”. Eso solo ocurre cuando un gigante está viejo o herido. Si
Occidente fuese lo que era hasta hace algunos años, una fuerza imbatible e imponente que
causaba temor, en estos momentos no habría nadie que propusiera, por ejemplo, un “mundo
multipolar”, como lo hacen tanto Rusia como China e India, que juntos agrupan a la mitad de la
humanidad. Esto solo es posible cuando las estructuras de un imperio entran en crisis y en
estado de debilidad extrema. Ideas como “el Nuevo Orden Mundial” o “el Gran Reseteo” dicen
a las claras que no son medidas usuales o “normales” sino intentos de salvación desesperados,
es “patear el tablero” para ver si así todo vuelve a fojas cero y pueda darse una vía de escape en
medio del caos.

Y eso es justamente lo que está haciendo en estos instantes EEUU: buscando que el mundo
entero entre en el caos, en “guerras infinitas” que hagan que sus “enemigos” pierdan su tiempo
y desgasten sus energías en ellas, lo cual le “daría aire” al gigante para intentar recuperarse. Eso
explica por qué, en vez de buscar la paz, lo que se desea es incentivar aún más el conflicto para
que Rusia “pise el palito” y desate el Armagedón, con lo cual Occidente tendría su última
oportunidad de sobrevivir a su propia decadencia igualándose con todos los demás. Si todos
están aniquilados entonces ninguno será el amo y señor, con lo que se consolidaría la victoria
pírrica de Occidente (si yo caigo arrastro a todos conmigo al hoyo).

De eso se trata entonces: de evitar “el fin del mundo”, que no es otra cosa que el fin de Occidente
como civilización prevalente e imperial. Para ellos realmente será el fin del mundo puesto que
todo lo que pensaban que era “la verdad” se convertirá en cosas obsoletas, tal como pasó con
la caída de Roma, que rebajó a sus dioses y tradiciones a la categoría de “restos de un pasado
olvidado”.

Pero ¿qué importancia puede tener ello para los demás pueblos colonizados y subyugados
durante siglos por dicha cultura? Mucha, puesto que este es el preciso momento para dejar de
vernos a nosotros mismos como “los de abajo, los equivocados, los subversivos” para retomar
todo aquello que alguna vez nos identificó y con lo cual vivíamos con más dignidad y orgullo.
Occidente nos arrebató la libertad, la autodefinición y la autoestima, colocándose muy por
encima de nosotros diciendo que “teníamos que seguir su ejemplo y sus reglas”. Pero eso parece
que ya no va más. Ha llegado “el fin del mundo para ellos”, y para nosotros el tiempo de la
liberación.

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Varios

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210
Una reflexión cruda (y dura) de Semana Santa
ADVERTENCIA: El siguiente artículo puede herir susceptibilidades entre los creyentes del
cristianismo, de modo que mi recomendación es que lo pasen por alto o, en su defecto, lo lean
con espíritu crítico sin que por ello se sientan ofendidos por lo que aquí se dice.

Han pasado más de dos mil años desde la llegada del cristianismo a Occidente y los resultados
no podemos decir que hayan sido del todo alentadores. Si bien el análisis de los planteamientos
de esta doctrina (convertida después en religión) son muy loables y fantásticos (como suele ser
en toda confesión) el éxito de su aplicación resulta por lo menos cuestionable. Pero antes de
continuar recordemos algo que muchas veces se suele pasar por alto: que no es lo mismo la fe
judía que el cristianismo, y que no existe una conexión real entre una y otra, aunque los textos
cristianos se remitan a Israel y tomen como referencia su historia mitológica. Ningún judío
reconoce al cristianismo como un “hijo” o derivado del judaísmo. Lo que se plantea en el Antiguo
Testamento o la Torá no tiene ninguna vinculación con lo que propone el Evangelio. La relación
forzada entre una y otra es un intento que se ha hecho para atribuirle al judaísmo la paternidad
del cristianismo, pero esto es algo que no está demostrado.

Y es que el cristianismo es un corpus de carácter espiritual y vivencial muy parecido a muchas


otras ideas religiosas que se han dado en el Oriente o Asia, donde lo que se busca es estructurar
la forma de vida humana en torno a conceptos y criterios de carácter moral y ético,
supuestamente provenientes de un dios creador. No es, por lo tanto, un complemento o un
suplemento sicológico para llevar una vida “normal” como actualmente se cree. De acuerdo con
los estudios realizados sobre la vida comunitaria de los esenios (a quienes se les atribuye la
creación del cristianismo), estos revelan que se trataba de monjes cuya forma de vida era lo más
similar a la de los conventos, no siendo personas comunes y corrientes que tenían una
determinada manera de pensar. Esto significa que el cristianismo, en sus orígenes, no estaba
destinado al “pueblo” en general sino solo a quienes deseaban vivir estrictamente bajo sus
principios.

211
Todo parece indicar que cuando el cristianismo empieza a ser llevado fuera del ámbito esenio,
al mundo romano, es que muchas cosas dentro de él empiezan a cambiar y transformarse.
Siguiéndole la pista a su historia, la primera modificación que sufre al llegar a Occidente es sobre
sus fines: dejó de ser una disposición para una vida en común, aislada del mundo, para ser una
actitud, un comportamiento “dentro del mundo”. Esto hizo que sus objetivos se alteraran
radicalmente, siendo el más notorio aquel que afectaba las bases de la sociedad romana como
era la esclavitud. El cristianismo en sus inicios fue la secta de los esclavos, la que asumieron
primero como un consuelo a su existencia, pero después, y ahí empezó el conflicto, como un
argumento de liberación, de libertad. Los mensajes cristianos rompían la división de clases e
“igualaban” a todos frente a Dios (que empezó a ser el Dios cristiano, diferente al Yahveh judío).

¿Y de qué manera se rompe la desigualdad entre los hombres? Mediante el amor, concepto que
fue una verdadera revolución para el imperio. Antes del cristianismo el amor en sí era solo para
los iguales, para aquellos que son nuestros semejantes, pero la novedad fue que también podía
ser para “los otros”, para aquellos que eran incluso nuestros enemigos pero que también eran
seres humanos como todos. Si bien esto no era novedad (puesto que ya antes muchos otros
movimientos orientales hablaban de esa unión universal de la humanidad) sí lo fue para Roma,
lo cual vino a significar un peligro para su organización piramidal donde por encima de todo se
ubicaban los ciudadanos romanos, con todos los derechos, y por debajo se ubicaba el resto, con
limitaciones o sin ninguno de ellos. De ese modo el cristianismo fue ganando tantos adeptos
como esclavos hubiese, especialmente entre el pueblo y los soldados, así como entre los
extranjeros que veían con rencor el dominio y la explotación que padecían.

Pero todo cambió cuando, de ser perseguidos, los cristianos obtuvieron de parte del emperador
Constantino la aceptación, convirtiéndose así en la religión oficial del imperio. Toda la
organización anterior basada en los ritos y creencias pre cristianas pasó a incorporarse a esta
nueva doctrina que dejó de serlo de un momento a otro para ser “la verdad estatal” que debía
asumirse de grado o fuerza por todos los habitantes de la Ciudad Eterna y sus dominios. Es aquí
cuando el cristianismo original sufre su segunda gran metamorfosis dejando su imagen de
“libertad” para identificarse como “el comportamiento políticamente correcto”. Con los papas
que vinieron después sus ideas primigenias se fueron adecuando a los intereses políticos del
momento; algunas se mantuvieron, otras se eliminaron y el resto se modelaron de acuerdo con
el interés de mantener el statu quo. Fue así que se dio inicio a la Edad Media europea, articulada
sobre la filosofía grecorromana y las normas de conducta neo cristianas.

Si hubiéramos comparado lo que era el cristianismo medieval con lo que era con los esenios
notaríamos unas diferencias abismales, de lo cual solo quedaban las referencias al pueblo judío
como supuesto “origen”, bajo la hipótesis de que lo uno era la continuidad de lo otro, o bien, su
“renovación”, algo que, como ya dijimos, los judíos niegan. Este cristianismo europeo, que tuvo
vigencia durante más de mil años, fue por lo tanto una creación o recreación del mensaje original
alimentado, tanto con ideas filosóficas griegas (San Agustín, Tomás de Aquino), como con los
conceptos geopolíticos de los diferentes reinados prevalentes. Sin embargo, esto también tuvo
su final a manos de los comerciantes quienes habían acumulado la riqueza suficiente como para
ponerles condiciones a los reyes y, finalmente, derrocarlos para imponer la sociedad de mercado
o el capitalismo.

A todo esto, mientras nacía un nuevo cristianismo mercantil en Europa, en las colonias todavía
persistía el “antiguo” cristianismo medieval, el cual hasta hoy se mantiene vigente. De modo
que la Reforma fue la adaptación que se hizo del cristianismo para que este nuevamente “se
adecuara” a los intereses de los ricos, dándole la vuelta a los mensajes, transmutando sus
principales valores. Este nuevo cristianismo, que está en uso principalmente entre los
protestantes y las diferentes versiones no católicas, eliminó la espiritualidad o “la otra vida”

212
concentrándose únicamente en “esta vida” material, en el cuerpo, siendo su satisfacción y
complacencia el principal objetivo de la existencia. Tanto “la vida eterna” como el “llegar al
cielo” han desaparecido, por lo que el actual cristianismo de mercado o capitalista está dirigido
únicamente a “la vida en esta Tierra” y a “obtener comodidades y beneficios”, con lo que Dios
es ahora tan solo un simple “premiador” de quien cumple sus deseos haciendo ricos a sus
seguidores. El Dios cristiano dejó de ser el Dios de los pobres y abandonados para ser el Dios de
los más fuertes y poderosos a quienes “bendice”.

Del mismo modo toda la organización ética y moral antigua, basada en la confrontación entre el
pecado y la virtud, quedó anulada con la modernidad, donde la idea del ser humano es
fundamentalmente animal (“el hombre es un ser de necesidades que vive para cubrirlas”), de lo
cual se deriva la ley del más fuerte, aquella que exalta la vida del “más inteligente, más
preparado, más exitoso, más capaz, más beneficioso” y que castiga a quienes no alcanzan dichas
metas. Antiguos pecados como la ambición, el egoísmo, la lujuria, el apetito voraz o gula, el
deseo irrefrenado de riquezas, la exaltación de uno mismo, etc. se han convertido en las
“virtudes” contemporáneas a las que todos deben aspirar, mientras que las que lo eran (como
la modestia, el conformismo, la moderación, el perdón a los demás, el control sobre nuestro
organismo, etc.) son los más grandes “defectos” del humano de hoy que lo destinan al fracaso.

Como conclusión, al haber eliminado el cristianismo moderno las “falsas ideas” sobre la vida
eterna, el más allá, el cielo y otras “creencias anticientíficas” lo que ha pasado es que el Cristo,
Jesús, o “el Señor” se ha vuelto un ser terrenal, alguien que solo tiene sentido en lo material,
para la obtención de cosas, no así como un objetivo para después de la muerte. La muerte, para
el actual cristianismo capitalista de mercado, no es solo el fin del cuerpo y de su satisfacción,
sino también “el fin de todo”, ya que después de muertos no hay vendedor o tienda que pueda
“vendernos” nada. Como no hay actividad comercial después de la muerte entonces no existe
vida después de esta, por lo tanto, un Cristo resucitado no tiene sentido. Y es que solo el Cristo
que resucita, que vence a la muerte, es el que demuestra que su mensaje sí es válido, que sí es
posible vencerla, lo cual es científicamente una herejía. De ahí que el Cristo resucitado
signifique, para el mundo de hoy, algo irreal, que “no tiene sentido”, dejando a las leyes del
mercado como las únicas verdades posibles para decidir por la vida y la muerte de los seres
humanos.

Occidente y su obsesión por el dinero


Todos los seres humanos vivimos en función a nuestras obsesiones. Lo que pasa es que no las
detectamos, pero con la lupa de la sicología es fácilmente perceptible. Una obsesión es una idea
fija y central que normalmente determina el curso de nuestras vidas y a la que llamamos
“nuestra manera de vivir y de pensar”. Solo aquellas que se vuelven más intensas son las que
hacen que algunas personas se destaquen por sobre las demás, dando origen a los especialistas
o expertos en determinadas formas de actuar o de vivir. En la mayor parte de los casos las
inclinaciones iniciales durante la infancia son las que se suelen convertirse en obsesiones, y estas
son alimentadas, estimuladas o reprimidas según el tipo de sociedad en que se viva.

Para un pueblo donde la caza es lo fundamental la obsesión por ella permite que alguien sea lo
suficientemente listo y agresivo como para ser el líder. En otros casos la obsesión por la violencia
extrema, la inclinación a matar, es lo más necesario en tiempos de guerra. De ella es que surgen
los patriotas y los héroes. Pero en tiempos de paz esta tendencia es condenada y repudiada,
siendo los violentos rechazados debido a su “peligrosidad”. En líneas generales, todo ser
humano, para poder desempeñarse con suficiencia en la vida, necesita haber transformado su
obsesión en un comportamiento útil, identificándose plenamente con ella. En términos

213
educativos la obsesión es llamada “vocación” y es alentada por la sociedad. Los centros de
enseñanza son los encargados de administrarlas y perfeccionarlas, haciendo una distribución
equitativa de todas ellas según sean sus peculiares características.

Un ser humano con poca o ninguna obsesión por algo será visto como fracasado, inútil o
mantenido, alguien que no desarrolló un interés en la vida y no se centró en una explícita
actividad. Por el contrario, quien desde temprano detectó cuál era su obsesión y decidió
entregarse a ella logra alcanzar sus objetivos personales, siendo motivo de alabanza, admiración
y puesto como ejemplo de qué es lo que se debe hacer con una obsesión. Por supuesto que
también las hay aquellas que las sociedades consideran “negativas” y que son repudiadas y
combatidas. Entre ellas están las de los que las que llevan a las actividades delictivas, las
autodestructivas, como los llamados vicios, al igual que las que se refieren a las vidas de otras
personas, sea para hacerles un bien o un mal.

De modo que toda sociedad humana, sea cual sea, siempre estará dividida y estructurada en
base a las obsesiones de cada uno de sus miembros. Los que se obsesionan con las funciones de
mando serán quienes gobiernen, los que las tienen por las ciencias los científicos, los que son
devorados por las creativas artistas, los apasionados por las acciones físicas y corporales
deportistas, los obsesivos con las historias y narraciones novelistas, los embargados por las
emociones espirituales religiosos, los fanatizados con la violencia militares, los que no ven otra
cosa que dinero comerciantes, etc. Nadie escapa a ello, y quien carezca de una obsesión pasará
su existencia en la molicie y el aburrimiento absoluto, haciendo de su vida un sinsentido, casos
que son los menos en la humanidad.

Ahora bien, así como las obsesiones son imprescindibles para la vida de los individuos, de la
misma manera ocurre con las sociedades. Cada sociedad que ha habido se ha caracterizado por
una obsesión específica. Cada una ha encontrado un motivo poderoso para darle sentido a su
devenir y perdurabilidad. De acuerdo con los estudios históricos y antropológicos es fácil
identificar cuáles han sido las obsesiones de cada cultura, civilización y pueblo. Ninguna ha
dejado de tener la suya. Los egipcios estaban obsesionados con la vida después de la muerte,
los mayas con la astronomía, los andinos con la naturaleza, los judíos con la Tierra Prometida,
los romanos con el dominio del mundo, los vikingos con el saqueo, los indios con sus dioses, los
chinos con la abundancia, los árabes con el comercio y así sucesivamente.

Larga sería la lista de civilizaciones que habría que mencionar para describir cuáles fueron las
obsesiones que las llevaron, durante miles de años, a desarrollarse de una manera peculiar. Se
podrían agrupar en aquellas guiadas por sus ideas religiosas, militares, constructoras,
astronómicas, exploradoras, destructivas, guerreras, agrarias, comerciales, míticas,
investigativas, etc. Siempre hay en cada agrupación humana una tipología nacida de una
obsesión que ha sido la causa de que todo girara en torno a ella. Un caso cercano lo tenemos en
Occidente, que nos interesa más puesto que muchas naciones, como la nuestra, han caído
presas de ella. Hace poco más de dos mil años Europa vivía embriagada por la obsesión romana
de extender su poderío militar a fin de someter a los demás pueblos, pero luego esta cayó en
manos de una nueva que la reemplazó: la religiosa. Ello se debió al ingreso de una creencia, el
cristianismo, cuyo origen estuvo en el Medio Oriente pero que, en simbiosis con la filosofía
grecorromana, obtuvo su forma y características actuales.

Durante mil años todo Occidente estuvo condicionado y regido por los dogmas cristianos y todas
sus obras se ceñían a dichos criterios (catedrales, iglesias, conventos, arte, filosofía, literatura,
etc.). Inclusive a todos aquellos pueblos que invadían les imponían esta forma de pensar con la
cual se identificaban plenamente. Todo occidental tenía en la mente la idea fija de que Dios era
quien dirigía la historia y que esta acabaría en el día del Juicio Final, cuando todos serían juzgados

214
en la medida en que hayan sido fieles o no a sus designios. La moral, la ética y lo más importante
a seguir eran los principios cristianos, velados por la autoridad máxima que era la iglesia católica.
Sin embargo, a partir del siglo XVI el descubrimiento de América ocasionó una revolución que
vino a alterar esta obsesión cambiándola por otra: la del dinero, la riqueza, la vida material antes
que nada y como objetivo último y principal. El cristianismo viró hacia la vida terrenal. El “más
allá” fue dejado de lado para vivir solo en “el más acá”.

Fue así cómo nació la obsesión occidental por el dinero, por la satisfacción frenética del cuerpo,
por el afán de lucro y el suponer que el éxito en la vida se mide únicamente por este y por la
fama que con él se puede obtener. Es debido a este espíritu fanático que el capitalismo le rinde
culto al dinero y lo encumbra muy por encima de todo, haciendo que los seres humanos solo
piensen en él y nada más que en él. Lo que en la Edad Media europea era visto como “el pecado
de la ambición” se transformó en “lo políticamente correcto”, algo que hoy nadie que esté
vinculado a Occidente puede dejar de aceptar. Dicha obsesión llega a ser enfermiza en sus casos
extremos, como pasa con los ricos, y su contagio es inmediato, generando muchos adeptos entre
los recién llegados. La pregunta que viene a continuación es ¿cuánto tiempo perdurará esta
obsesión de considerar al dinero como el único fin en la vida? No lo sabemos, pero sí estamos
seguros que, tarde o temprano, será cambiada por otra igual o más fuerte que esta.

Los “pecados” ya no existen


Quienes nacimos a mediados del siglo pasado tuvimos la experiencia de vivir en un mundo muy
distinto al actual, el moderno, el de la sociedad de mercado. Cuando éramos niños el Perú tenía
arraigado profundamente el espíritu medieval español dominado esencialmente por la religión
católica. La visión del mundo que en aquella época existía estaba marcada por el Evangelio (la
Biblia es más de uso de los evangélicos y protestantes, pues tiene un mensaje diferente al de
Jesús) y por la mitología y superstición europeas, todo mezclado. Los “valores” capitalistas aún
no se conocían o más bien eran condenados y condenables (el “amor por el dinero” era propio
de pecadores, de gente alejada de Dios) y lo más importante era llevar una vida piadosa,
moderada y conformista, acorde con las costumbres de la época que aún conservaba una
estructura colonial (racista y clasista).

En pocas palabras, en el Perú el que tenía dinero “no era importante” sino se trataba más bien
de alguien sospechoso de hallarse fuera de la doctrina y de “vivir en pecado”, y los pecados más
graves, aparte de la lujuria, eran la avaricia, la ambición, la soberbia, la envidia, la vanidad y la
gula, todos ellos vinculados a lo que el dinero le provoca al ser humano. Eso era algo lógico
puesto que, a quienes más condenó Cristo en su vida pública, y contra lo que más se pronunció,
fue contra quienes amaban al dinero, y quienes lo llevaron a la muerte fueron justamente los
ricos, aquellos a quienes expulsó de la puerta del templo (los cambistas), y los más poderosos
de Jerusalén. Toda la Edad Media europea, que es la que nos impusieron los conquistadores, no
fue otra cosa que un combate decidido y directo contra el gusto y la pasión por el dinero.

De modo que no podía ser de otro modo que, cuando llegó la revolución que destronó a la iglesia
y puso en su lugar al capitalismo, se pusiera todo de cabeza y lo que antes era pecado, vicio, se
convirtiera en virtud. Los antiguos pecados de nuestra infancia oscurantista y temerosa se
volvieron de la noche a la mañana en los requisitos que toda persona de “éxito” debía tener en
la vida. Sin la adoración al dinero, a la acumulación, a la adquisición de objetos, al consumo, a la
comida, al placer de la carne, al sexo, a llegar más lejos, a ser el más rico y todo eso que hoy en
día transmitimos a nuestros hijos como “lo políticamente correcto” el capitalismo y la sociedad
de mercado no podrían funcionar. Hoy en día una mujer que vende pornografía a través de las
redes es una “empresaria” y es felicitada públicamente por los periodistas que la entrevistan

215
poniéndola como “ejemplo de emprendurismo”. El individuo que se priva de todo porque su
único afán es “ser millonario” a como dé lugar es alabado y estimulado por ser “un modelo de
vida”.

Toda esta “filosofía”, esta religión contemporánea llamada modernidad, y cuya finalidad es el
hedonismo, el disfrute máximo de todo lo que el cuerpo pueda resistir, es lo que nos transmiten
día y noche los medios de comunicación y las redes. No hay forma de eludir sus mensajes y
consejos de cómo uno debe “hacerse rico”, no importa cómo ni de qué manera. La ambición,
que es el pecado que ocasionó la expulsión del Paraíso Terrenal (“querer ser como dioses”) es
una exigencia sin el cual “nadie puede lograr nada en la vida”, es decir, el desear cada día más y
más, el ser el mejor, tener más plata que los demás, poseer el mejor carro, la mejor casa, la
mujer más hermosa o el hombre más guapo; todo eso es a lo que “debe aspirar” cualquier
persona que viva en este mundo. Quien no lucha, no se esfuerza, no sufre por conseguir esa
fortuna es alguien destinado al fracaso, a una vida pobre o mediocre, a ser visto como un
perdedor, un pobre diablo, una medio pelo.

El segundo “pecado” que nos inculcó la religión católica fue la envidia (Caín matando a Abel).
Este es ahora “el motor, la fuerza” que hace que las personas aspiremos a nuestra superación.
Cuando vemos a un Elon Musk o un Bill Gates en la televisión pensamos para nuestros adentros
“cómo no fuera yo él”, y es a partir de ahí que nos empeñamos en imitarlos y en acercarnos lo
más posible a ellos. Lo mismo cuando vemos a un hermano, un primo, un amigo o un pariente
lejano que se destaca socialmente, nos parece que es válido que exploremos su vida y sus
misterios para encontrarles alguna razón o circunstancia que los hagan “cuestionables” para
que, de ese modo, no nos sintamos tan mal en su presencia. Queremos ser como ellos, pero
lamentablemente tienen más habilidades y virtudes que nosotros, y eso nos provoca una
tremenda envidia. Y una forma de “matar a Abel” es tratar de ganarle en todo, en dinero, en
poder y en reconocimiento.

Podríamos seguir con la larga lista de pecados y errores humanos que durante siglos de siglos
las religiones se han encargado de señalar que son altamente perjudiciales para los seres
humanos si es que no los controlamos. Todo ello ha sido borrado de un plumazo por el mundo
actual para el cual cualquier restricción a los deseos es “lo malo” y cualquier búsqueda de
satisfacción es “lo bueno”. Tan es así que el concepto “felicidad” está intrínsecamente asociado
a la compra, la adquisición o el disfrute pleno de los sentidos. Gastar con una tarjeta, viajar como
turista, poseer la última tecnología, vestir a la moda, comer los más deliciosos potajes, etc. es
un sinónimo de felicidad pues no hay otra forma de obtenerla. Todo hecho con desesperación y
ansiedad puesto que la muerte puede sobrevenir en cualquier momento acabando con esta
dicha. Porque con la muerte todo termina, no hay ningún “más allá”. Si uno no disfruta en vida,
si no se goza ahora, si no se es “reconocido” y admirado en este momento entonces “uno ha
fracasado” y la vida no sirvió de nada, al igual que un Van Gogh que no pudo aprovechar todo lo
que, de estar vivo, podría haber deleitado.

Pero la pregunta que nos hacemos los filósofos, porque ello es propio de nuestra actividad, es
¿qué tan cierto es todo esto que la gente piensa que es “la única verdad posible”? Cuando
repasamos la historia humana (porque para analizar es obligatorio remontarse al pasado, a los
orígenes para entender todo fenómeno) lo que observamos es que es un tema cíclico, es decir,
que se repite constantemente. Una y otra vez las sociedades que alcanzan períodos de bonanza
arrojan por la ventana todas las sabidurías, precauciones y advertencias y se sumergen en una
batahola de orgías y locuras de todo tipo en la creencia que “la vida es así” y “así será por
siempre”. Sin ir muy lejos, cuando el imperio romano estaba en su apogeo, ellos decían
“comamos y bebamos que mañana moriremos”, y no pensaban en otra cosa que no sea en
aprovechar lo más posible el presente. Las guerras, las pestes, las enfermedades eran demasiado

216
comunes, de modo que tenían que apresurarse a paladear de todo antes que “el mundo se
acabase”.

Y es que la sensación de un “fin del mundo” siempre está en la mente de las sociedades que
llegan a los puntos más extremos de sus realizaciones. Hoy mismo, con la guerra de Ucrania, la
idea de que “nuestro mundo está amenazado” nos invade, y pensamos que todo lo que más
queremos puede desaparecer por una catástrofe o por obra de un Atila, un Hitler, un Putin o un
Anticristo. El miedo se apodera lentamente de todos y, al crecer, se convierte en pánico,
situación que aprovechan los más astutos para enviarnos a todos al campo de batalla para morir
en nombre de sus intereses. Pero aún no ha acabado la modernidad, a pesar que cada vez su fin
se vea más cerca. Todavía tiene que alcanzar los niveles más altos, aquellos que llevan a los
grandes desastres, para que la humanidad recién se dé cuenta, una vez más, que este no era el
camino que había soñado, que no era “el retorno al Paraíso” que le prometieron.

El fin de los discursos hegemónicos. Filosofía


Todavía la gente no entiende lo que está pasando en el mundo. La guerra en Ucrania no es la
causa sino la manifestación de un suceso mayor, al igual que el ver salir sangre de nuestro cuerpo
nos advierte que existe un mal interno que no captamos. Ya estamos oficialmente en la
“desglobalización”, que no es otra cosa que la “desoccidentalización”, la marcha atrás en el
intento de igualar a toda la humanidad bajo la férula de un imperio. Hoy los principales
pensadores occidentales se han dado con la sorpresa que, donde antes ponían “el mundo, la
humanidad”, están colocando solo “Occidente”, cosa que jamás pensaron tener que hacer. Y es
que Occidente, como consecuencia de las sanciones que está poniendo a Rusia, lo que realiza
es un acto de supervivencia, como quien se aferra a un tablón que flota en el mar durante un
naufragio. El sistema capitalista está naufragando, pero no desde ahora, sino desde hace
décadas, desde los años 70 cuando ya se advertía que el crecimiento económico tendría
inevitablemente un tope, un límite a partir del cual ya no se podría crecer más. Y en ese
momento todo iba a terminar.

Se han escrito miles de libros sobre este tema anunciando el apocalipsis, solo que muy pocos lo
creyeron. El aumento constante de ganancias de manera exponencial, los grandes negocios
gracias a la tecnología parecían más bien que auguraban una era de bonanza eterna, plasmada
en el libro “El fin de la historia” de Fukuyama, donde la sociedad de mercado sería la única
posible en el futuro para toda la humanidad, bajo la tutela y control de EEUU. Pero como sucede
siempre en la historia, nada permanece igual, nada se congela y el tiempo no se detiene. No solo
aparecen nuevos descubrimientos en la ciencia sino también surgen situaciones y realidades
impensadas, como el crecimiento de la China y de la India, así como el resurgimiento de Rusia.
A esto se le suma la presión de numerosas culturas y civilizaciones, como la latinoamericana, la
cual nunca, desde Bolívar, ha dejado de reclamar y rechazar la condena de ser solo “el patio
trasero de EEUU”.

No es casualidad entonces que las tres naciones más grandes de Latinoamérica, México, Brasil
y Argentina, no se hayan sumado a las sanciones a Rusia. Esto, que no menciona la prensa
occidental parametrada y controlada (la libertad de prensa ha muerto en Occidente), habla a las
claras de las grandes tendencias masivas de parte del 90% de la población mundial (puesto que
Occidente apenas suma 800 millones entre EEUU, Canadá, Australia y Europa, mientras que la
humanidad actual llega a casi 8.000, que quiere decir que ellos son solo la décima parte y no
“toda la humanidad” ni “la comunidad internacional”). Ante esta ineludible realidad lo que está
haciendo Occidente es “convertirse en una isla”, es decir, se está enconchando, cerrando sus

217
fronteras a quienes no quieran pensar y vivir como ellos, con su sistema, sus reglas de juego y
sus valores que solo son válidos para ellos.

Pero no solo Rusia ha manifestado que “estamos en un Nuevo Orden Mundial”, que implicará
otras condiciones, otras monedas, otros métodos de comerciar y relacionarse, sino también lo
han hecho China, India y hasta Pakistán, tan golpeado por EEUU a raíz de la “guerra contra el
terrorismo”. Del mismo modo toda África no le guarda a Occidente ningún sentimiento
favorable, no solo por los siglos de invasión, colonización, genocidio y racismo, sino también al
ver cómo tratan a los refugiados ucranianos, con lágrimas en los ojos, mientras que a los suyos,
así como los del Medio Oriente -a quienes han bombardeado y masacrado- como no son
“blancos, rubios, de ojos azules” los rechazan, encarcelan o dejan morir en el Mediterráneo sin
ninguna demostración de piedad. Este espectáculo tan descarado que difunden los principales
medios occidentales (los únicos permitidos para “transmitir la guerra”) son una dura cachetada
a la dignidad humana, algo a lo que, obviamente, Occidente le ha perdido el respeto hace mucho
tiempo.

Por esto podemos decir que, así como Occidente es únicamente EEUU y Europa (y ya no “todo
el mundo”), igualmente sus viejos discursos hegemónicos y dominantes han dejado de ser
“universales”, haciendo que de ese modo todas las civilizaciones y culturas no occidentales
tengan ahora el derecho y la libertad de elaborar los suyos propios. Esto tiene una enorme
importancia puesto que significa que estamos ante el derrumbe de un viejo mundo y el
nacimiento de uno nuevo que, al ser multipolar y desglobalizado, ya no tendrá unas creencias y
normas únicas para todos sino que serán solamente las adecuadas para cada contexto en que
se den. Es así que lo que en Nueva York o París se considere “correcto” ya no lo será para los
otros continentes que viven otras realidades y necesidades. La idea de “una sola civilización, una
sola ley, una sola fe, una sola verdad” definitivamente acaba de terminar con la caída de
Occidente.

El fin de la hegemonía filosófica


Empezaremos a desmenuzar los grandes discursos hegemónicos que, desde este momento, han
dejado de existir, y lo haremos por lo más genérico y determinante que es el de la filosofía. La
filosofía occidental, gracias a las invasiones, conquistas y exterminios efectuados, ha venido
imponiendo durante más de 500 años la idea de que “la forma de pensamiento más elaborada
y reflexiva que tiene el ser humano, conocida con el nombre de filosofía en Occidente, es un
invento de ellos” a través de los griegos. Esto, por supuesto, es totalmente falso, pero aún sigue
siendo una “verdad sagrada” en los centros de estudios universitarios.

El error consiste en confundir “hegemonía, imperio, supremacía militar, dominio” con


“realidad”. Occidente, por razones estratégicas, nunca ha considerado válido otro pensamiento
que no sea el suyo propio, pero lo cierto es que la filosofía occidental solo es un método de los
muchos posibles que se basa en el uso exclusivo de la razón para evaluar los hechos, dejando de
lado otros factores que conforman el contexto humano como son la intuición, las emociones,
los sentimientos, las fantasías, las pasiones, las costumbres y muchos elementos más con los
que los seres humanos vivimos cotidianamente. Los casos en los que utilizamos la razón en
nuestras vidas son realmente muy puntuales y escasos, siendo por ello la razón la facultad que
menos emplea el ser humano en su existencia. Sin embargo, los occidentales la han asumido
como su “patrón de pensamiento”, y con esta piedra angular han construido su filosofía.

La realidad es que cada civilización ha desarrollado su propia forma de filosofar (y no hay que
confundir la palabra “filosofía” con su origen griego, pues en ese caso solo los griegos podrían
filosofar como también hacer poesía, arquitectura, sociología, teología, filología, microbiología,
neurología, astrología y todo lo demás que también tienen dicho origen) construyendo sus

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particulares expresiones culturales y científicas, prueba de lo cual las tenemos en las
innumerables obras que han dejado y a las que aún es posible acceder aunque sin entender
todavía cómo y por qué hicieron muchas de ellas.

Además de suponer que la razón lo es todo, el occidental está también impregnado de una
creencia llamada cristianismo, la cual determina su manera de ser y su visión del mundo. Aun
los que se consideran científicos y ateos tienen inconscientemente insertado el esquema
cristiano el cual coloca al ser humano como “el centro de la creación” y lo faculta para ser “el
amo y señor del Universo”. Esto es lo que lo lleva, sin darse cuenta, a diseñar la estructura mental
de pasado-presente-futuro, así como la idea de “una misión para el ser humano” y una
“responsabilidad” señalada en “las sagradas escrituras”, de lo cual deriva el dogma del “pueblo
elegido para dirigir al mundo” y su correlato de “cultura elegida, civilización privilegiada, pueblo
excepcional y avanzada de la humanidad”. Esta concepción del mundo, de la vida y del hombre
es lo que convierte al occidental en un “ser predestinado” para imponerse sobre el resto del
planeta y a “darle la luz del conocimiento y la verdad de su religión”, ideología que lo lleva a
estar convencido que su tarea es la expansión e imposición de su sociedad y su cosmovisión.
Esto explica por qué afirma férreamente que “no puede haber otra forma auténtica de filosofar
que no sea la nuestra, la de occidente, basada únicamente en la razón”.

El fin de los discursos hegemónicos. Ciencia


Todo fin del mundo es, a la vez, el nacimiento de uno nuevo. Todo final es triste y provoca
lágrimas, pero es ley de la vida que eso suceda. En el mundo andino, cuando llegaron los
españoles, la hecatombe fue tan grande que la gente moría por millones haciendo que ellos
pensaran que era el fin del mundo… como realmente lo fue. Igualmente, cuando cayó la
poderosa Roma, sus habitantes sucumbieron a la tragedia de ver cómo todo lo que parecía
eterno se deshacía por completo. Lo mismo ocurrió en otros ámbitos como la Persia arrasada
por los macedonios o entre los pueblos africanos masacrados por los occidentales y árabes. Cada
cierto tiempo la humanidad, al igual que pasa con la naturaleza, sufre inevitables cambios en su
composición, haciendo que diversas culturas desaparezcan para que surjan unas nuevas. Eso es
lo que estamos viviendo ahora.

Nadie nunca piensa que la sociedad en la que nació pueda tener fin. Siempre creemos que la
vida en la que estamos será “para siempre”. Pero ello es un error. Todo es pasajero y dura hasta
donde tiene que hacerlo. No existen “verdades eternas”, pues estas cambian con los tiempos y
las tendencias que los diferentes seres humanos les dan. Esto lo aprendemos gracias a la
historia, que nos enseña que la vida implica necesariamente una constante transformación para
que esta se pueda renovar y preservar. Ni la geografía, ni el clima, ni las galaxias permanecen
como están. Solo es cuestión de esperar para que veamos todo de manera diferente a cómo
antes se veía.

Hasta hace poco más de 500 años la civilización occidental era una más de las que había y no
era ni la mejor ni la más avanzada. Pero el acontecimiento afortunado del descubrimiento de
América le proporcionó unos elementos adicionales que le permitieron convertirse en
hegemónica, imponiéndose sobre los demás pueblos de la Tierra. El haberse devorado el
conocimiento, la sabiduría y los recursos materiales del nuevo continente fue fundamental para
alimentar su Era Industrial, lo cual dio paso a la modernidad, a la sociedad de mercado y
finalmente al capitalismo hasta hoy imperante. Este proceso tuvo una curva ascendente que
llegó a su máximo nivel después de la Segunda Guerra Mundial, con el apogeo de EEUU y sus
dogmas del dinero y el éxito. Sin embargo, a partir de ahí dicha curva ha ido en descenso hasta

219
el día de hoy en que se encuentra yendo rápidamente hacia abajo. El sistema ya no funciona
para el planeta tal como se encuentra actualmente.

Esto explica las desesperadas acciones tan drásticas que, con la estrategia de forzar una guerra
en Ucrania, Occidente viene tomando para “resetear” el capitalismo y procurar que siga siendo
útil. Pero tal parece que la posibilidad de implantar un Nuevo Orden Mundial ya es un imposible.
Estamos hablando de una civilización que, con tan solo 800 millones de personas, pretende
subyugar a una población de 8.000 millones, es decir, al 90% de la humanidad. El resultado es
que, en vez de perpetuar su hegemonía, ha nacido más bien un nuevo poder, Eurasia, que ha
roto, no solo la autoridad occidental, sino también la preponderancia de su cosmovisión, es
decir, su manera de ver el mundo. Esto significa que, a partir de ahora, los discursos occidentales
que figuraban como “lo cierto, lo verdadero, lo único posible”, serán solamente occidentales, ya
no “universales” ni “mundiales”. La humanidad empieza a liberarse de las cadenas de dicho
imperio.

El fin de la hegemonía científica


Uno de los aspectos por los cuales Occidente ha conquistado y esclavizado a toda la humanidad
ha sido la ventaja militar obtenida a través del desarrollo de la ciencia y la tecnología. No ha
habido descubrimiento ni conocimiento que hayan hecho que no tuviera esa finalidad. Esto
tiene su origen en la Era Industrial, cuando en Europa la idea del objetivo de la vida dejó de ser
la religiosa (y cuyo fin era cumplir con los designios divinos) para convertirse en el dominio de la
naturaleza para aprovechar todos los beneficios que esto pudiera proporcionar, como el
prolongar la vida con el fin de disfrutar más intensamente de los placeres materiales. Esta mirada
animalesca y orgánica adoptó el principio de que el ser humano tenía como principal razón de
ser el mantenimiento y cuidado de su cuerpo.

Es esta la filosofía que llevó a que Occidente priorice las necesidades materiales por encima de
todas las demás y que por ello se inicie una carrera desenfrenada por extraerle a la naturaleza
todos los principios y mecanismos que le permitieran elaborar más y mejores armas para, con
ellas, mantener lo más posible la ventaja sobre los demás. Estamos hablando de una ciencia
orientada exclusivamente hacia el disfrute hedonista de los sentidos y hacia la obtención del
máximo poder. Significa que la ciencia occidental ve a la naturaleza como “una fuente de
recursos”, como una mina a la cual hay que arrancarle lo más posible todos sus secretos para
gozar del disfrute y de la supremacía. Es por eso que la vida no humana (mineral, vegetal y
animal) tiene para el occidental un carácter de “cosa” que lo ha llevado a “cosificar” al ser
humano, a la Tierra y, por ende, a todo el Universo.

Para entenderlo mejor, el occidental ve a un animal, como por ejemplo una vaca, no como “ser
vivo” con todos sus derechos, sino como “un ente orgánico que proporciona elementos útiles
como carne, leche, cuero, etc.”. Quiere decir que la ciencia occidental es cosificadora y utilitaria,
que solo investiga aquello que pueda servir para el comercio generando riqueza y poder. Elimina
de su interés todo lo que no conlleve un beneficio específico para quienes la financian y
estimulan. Está atada a las estrategias de las grandes potencias quienes la supervigilan para que
no caiga en manos de sus enemigos o de individuos que la puedan usar para defenderse y
liberarse. Esta ciencia es, en resumidas cuentas, propiedad de los más poderosos, y su
conocimiento y empleo exige cierto costo y derechos que no están al alcance de las mayorías.

Pero ahora, con la caída de Occidente y el rompimiento de sus leyes y reglas parcializadas y
abusivas, la ciencia adquirirá la suficiente independencia para analizar e investigar la realidad,
tanto física como inmaterial, sin estar obligada a producir tecnología utilitaria ni armamentos.
Un ejemplo de ello lo tenemos en el antiguo mundo andino, donde la concepción del ser humano
no estaba “por encima” de la naturaleza, tal como lo piensa el hombre occidental (creencia

220
derivada de la Biblia), de modo que “la misión” del ser humano no consistía en ser su amo ni
usufructuarla sino más bien adaptarse a ella y respetar sus reglas y principios. De esta mirada es
que surge una ciencia amiga de la vida, de la materia y del hombre, que no rompe, destruye ni
daña sino que busca principalmente el equilibrio de todo el entorno, puesto que se trata de una
ciencia holística que comprende que todo depende de todo.

De modo que el nuevo discurso científico tiene que dejar de lado la enfermiza e irresponsable
óptica occidental, que lleva a la corrupción del aire, la tierra y el agua, para adquirir una
radicalmente opuesta que procure ser aliada de la naturaleza para seguirle el ritmo en bien de
todos, no solo de los que únicamente viven con la obsesión de tener bajo su férula tanto a seres
humanos como a seres animados e inanimados, planetas y estrellas. Tenemos que pasar
entonces del paradigma de “la conquista del Universo” al de “la unión con el Universo”, un
planteamiento científico que respeta y produce vida y no muerte.

El fin de los discursos hegemónicos. Religión


Continuando con el tema de la desglobalización y la llegada del mundo multipolar, desatadas
por la guerra de Ucrania, el tema sigue avanzando y ahora se habla de una OTAN mundial, que
a la larga sería la sustituta de la ya sin sentido NNUU, organización que refleja una realidad
propia del siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial pero no la actual. En el tiempo que
fue creada la ONU existía una bipolaridad entre EEUU y la ex URSS, ambos elevados a súper
potencias hegemónicas y donde el equilibrio era esencial para el mantenimiento de la paz. En
ese sentido dicha organización cumplía el papel de ser un intermediador y solucionador de
conflictos, algo que mal que bien tuvo su efecto para distender aquellas situaciones que podían
desencadenar hechos catastróficos. Sin embargo, esto no impidió que los intereses de los países
desarrollados continuaran utilizando las guerras como forma de seguir ejerciendo su dominio y
prepotencia. Hoy ese escenario no tiene razón de ser y Occidente requiere de otro mecanismo
que responda a sus pretensiones de continuar siendo la civilización que lidere el planeta.

Para ello vienen dando una serie de medidas que buscan deshacer el sistema capitalista actual
para crear uno nuevo corregido y aumentado, pero que asegure la primacía y el beneficio de las
naciones occidentales, impidiendo que las no occidentales saquen provecho de él. Por ello se
habla de un “reseteo” económico, que es ocasionar una crisis de tal magnitud que permita
implementar nuevos mecanismos, así como de un “Nuevo Orden Mundial”, que consiste en
reformar la geografía política deshaciendo los países tal como los conocemos y colocando en su
lugar "sociedades civiles" que respondan únicamente a las leyes internacionales del mercado,
todo ello bajo la custodia del país que sí sobrevivirá: EEUU. Este Nuevo Orden Mundial va más
allá de lo económico y político y apunta a convertir a los seres humanos en “homo economicus”,
en seres despojados de ideas, costumbres y valores que no sean los de la sociedad de mercado.
Prácticamente lo que se busca es una humanidad con un pensamiento único que sería el ser
consumidor, hacer del hombre un “Frankenstein” cuyo objetivo esencial sea responder
totalmente a la maquinaria comercial sin posibilidad de salirse de ella.

Esto implica que uno de los factores a suprimir en el futuro serán las religiones, las creencias
subjetivas que puedan interferir en la supremacía de lo material por sobre cualquier otro
aspecto de la vida. Lo que sucede es que las religiones, en especial las más fuertes y
tradicionales, establecen pautas de comportamiento que no siempre van de acuerdo con lo que
el mercado requiere, haciendo que la gente entre en un conflicto entre sus necesidades
corporales y las espirituales o morales. Las más grandes de ellas, como el cristianismo, el islam,
el hinduismo y el budismo, difunden ideas y conceptos que limitan y condenan a las personas
cuando desean dar rienda suelta a sus impulsos hacia la satisfacción y el hedonismo. Sus

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preceptos hacen del placer de la carne una “falta” o “pecado”, de tal modo que el creyente se
resiste a las ganas del disfrute sensorial. Este es un conflicto que tiene muy larga data, pues
basta recordar la pugna entre el Cristo y los ricos de su tiempo quienes, finalmente, lo llevaron
a la muerte a causa de sus constantes críticas hacia ellos.

De modo que el Nuevo Orden Mundial que propugna Occidente para evitar su crisis terminal y
su caída es una fuga hacia adelante, una lucha por implantarle a toda la humanidad una nueva
norma de conducta que se ajuste lo más posible a lo que un típico consumidor norteamericano
es actualmente, alguien incapaz de decirle no a la publicidad y a los mensajes de los medios de
comunicación. Las famosas novelas “1984” de Orwell y “Un mundo feliz” de Huxley
prácticamente hacen un retrato fiel y premonitorio de lo que se está pensando hacer: que cada
humano se transforme en un robot al que se le “programe” una determinada función de la cual
no pueda escapar. Para ello es que se le ha dado tanta importancia al estudio del cerebro, a las
neurociencias, porque ese será el método futuro para realizar dicha tarea. Occidente no quiere
dejar ahora ni un solo resquicio por el que alguien pueda “huir” de su rol asignado con la
intención de crear realidades paralelas o alternativas a las del capitalismo.

¿Desaparecerán todas las religiones? Posiblemente no, ya que existen aquellas que de por sí
tienden al consumo y a la riqueza material como un fin principal, tales como las llamadas
protestantes o evangélicas y la judía. Estas, en vez de servir de freno a las personas para que no
se avoquen a los gustos y placeres, más bien las estimulan aduciendo que eso es lo que “Dios”
quiere para ellos: que sean ricos y que gocen plenamente de esta vida, la vida del mercado.
Como el ser judío requiere nacer de una madre que tenga dicha confesión esta vía sería
imposible para las mayorías, de modo que solo quedaría como opción, para quienes deseen ser
“religiosos”, el asumir el evangelismo o protestantismo que son ideologías que defienden y
avalan la autoridad del mercado, del capitalismo y, en general, la superioridad de la civilización
occidental como la mejor manera de realizarse como ser humano.

Pero como eso no será suficiente, el Nuevo Orden Mundial también plantea la “disminución” de
la población humana por considerar que, así como está, no se adapta plenamente a un “mercado
ágil y eficiente”. Para sus promotores hay un exceso que debe ser eliminado y, por lo tanto, se
justifican las guerras totales así como la difusión de plagas y pandemias que hagan desaparecer
a los grupos humanos más vulnerables que son los que más abundan, es decir, exterminar a las
culturas y civilizaciones no occidentales que son las que más se apegan a sus tradiciones y
religiones ancestrales. Y es que el esfuerzo por convertir a tanta gente en ateos o protestantes
(consumidores natos) es demasiado grande y costoso, por lo que mejor es aplicar la eugenesia
(mortandad masiva y genocida) para así aligerar el proceso y que se instaure lo más rápido
posible.

Obviamente que la gente que piensa así (porque en verdad estos seres existen, y no tienen el
más mínimo remordimiento de ello) está dispuesta a todo, y, como ahora están encaramados
en el poder (tanto en EEUU como en Europa), no van a dudar un solo instante en ejecutar estos
planes que sienten que son “en pro de una mejor humanidad”. Porque realmente si les pregunta
si creen que hacen un bien, ellos responderán que “lo hacen con la intención de que
sobrevivamos como especie”, adoptando la actitud del médico que decide amputar para “salvar
al paciente”. Ellos se creen los “médicos del ser humano” y se sienten dioses con capacidad de
decidir por todos nosotros. Es difícil identificarlos porque están “disfrazados” de blanco, tienen
rostros sonrientes y actitudes piadosas que incluyen lágrimas en los ojos cuando es necesario.
Nos asustan con “demonios” que ellos mismos inventan y que son aquellos que tratan de
impedir que logren sus objetivos. El manejo que tienen de los medios de comunicación (o
manipulación) es absoluto y con ellos logran que las grandes mayorías hagan todo lo que ellos
quieren.

222
Solo un mundo multipolar, que contemple la convivencia dentro de las diferencias y que no
busque que “todos seamos occidentales”, pensando y viviendo como Occidente, podrá evitar
que esta calamidad suceda. Los que somos creyentes tenemos que reconsiderar nuestra fe y
evaluar qué tanto estamos dispuestos a minimizarla o rebajarla ante los comerciantes que,
desde siempre, las han odiado por ser entidades de resistencia ante un consumo que todo lo
permite y todo lo considera bueno, cuando sabemos bien que ello no es así, que el uso y abuso
siempre degenera en enfermedad y muerte.

Pensar fuera de Occidente


Occidente, así se autodenominan ellos ahora, suman unos 800 millones de habitantes, apenas
el 10% de la población mundial (ocho mil millones) y sin embargo se consideran “la humanidad”
o, dicho de otra forma, “la comunidad internacional”. Pero resulta que en dicha “comunidad
internacional” no se incluye a la India o a la China (con 1.400 millones de habitantes cada uno)
ni a países como Brasil, Indonesia, Irán, Rusia o el Perú. Resulta obviamente ridículo que solo
una décima parte de la humanidad hable de sí misma como si fuera el todo. Pero esa es la
realidad que tenemos: Occidente es una civilización que, a lo largo de estos 500 años, se ha
encaramado en el poder y se ha convertido en un imperio, en la cultura hegemónica que dicta
cuál es la visión correcta de la vida del resto de habitantes del planeta.

Pero el problema está en que nosotros, los conquistados y colonizados, también hemos
permitido que Occidente se imponga y nos sigan considerando “inferiores, atrasados e
ignorantes” solo por no ser occidentales. Hemos consentido que nuestras culturas, saberes e
identidades sean exterminados o aplastados, condenados al ostracismo y al rechazo bajo el
criterio de que “el vencedor es el que pone las reglas”, sin haber hecho notar que no porque
alguien domine con las armas significa que tiene la razón. Pero así es el ser humano; confunde
poder con sabiduría, y eso lleva a que siempre los matones de barrio, los abusivos y prepotentes,
piensen que su palabra, su voluntad, sus gustos y opiniones sean “las únicas que valen”.

Ahora, “gracias” a la guerra de Ucrania (lamentable como todas las guerras, pero es parte de la
esencia humana que nos identifica) es que estamos despertando de un sueño o de una pesadilla
en la cual vivíamos oprimidos y explotados en la creencia que “salvo Occidente el resto es
ilusión”. Pues no es así, porque estamos viendo cómo diferentes naciones y pueblos se levantan
sobre sus pies, sobre sus identidades, y reclaman a viva voz que Occidente no lo es todo, que
solo es la palabra del tirano que ordena todo a su favor y que, cuando algo no va en esa dirección,
patea el tablero. Eso es lo que observamos respecto a China, un país que se incorporó al sistema
capitalista y que, producto de ello, ha tomado la delantera a sus creadores occidentales. Pero
como eso no estaba en los planes, puesto que la idea principal es que dicho sistema sirva
expresamente para mantener la supremacía occidental sobre las demás naciones, lo que se
quiere ahora es la guerra. Es decir, nos han estado engañando a todos.

Nos han engañado al decirnos que quienes prosperaran dentro del capitalismo podrían acceder
a los mismos privilegios de los más ricos y poderosos cuando eso no es así. Ya había ocurrido
antes con Japón en los años 70, cuando su crecimiento fue “detenido” por EEUU debido a que
estaba amenazando las ventajas de las empresas occidentales. No se lo sancionó sino que
simplemente “se les ajustaron” las condiciones para que cayesen en desgracia. Lo cierto es que,
si algún país no occidental intenta levantar cabeza y empieza a soltarse de las ataduras de
Occidente, inmediatamente es sometido a un régimen que lo mantenga nuevamente como
dependiente total y endeudado. Dicho de manera popular, los ricos no quieren que nadie
amenace sus posiciones excepcionales.

223
Pero no es solo en cuanto a la economía donde Occidente nos tiene amarrados y subordinados.
Fundamentalmente lo es en nuestro pensamiento, en nuestra manera de configurar el mundo,
en nuestra cosmovisión. En todos los casos donde ellos han invadido y regido con violencia lo
primero que han hecho es obligar a la gente a que deseche sus concepciones propias y
ancestrales para que asuman ciegamente “la verdad” occidental. Es así que, desde la filosofía
hasta la ciencia y las artes, todas se han convertido en cien por ciento occidentales, al punto que
una persona que practica el arte no occidental es llamada “artesano”, mientras que quien se
dedica a las artes occidentales es definido como “artista”. Lo mismo en todo orden de cosas.
Occidente se ha convertido en el referente de cómo debe ser el ser humano. A través de sus
expresiones culturales y sus medios de comunicación es cómo “nos enseñan” a vivir y a morir,
en la creencia que esa es la única forma posible de hacerlo. Fuera de ello solo existe el caos, la
confusión y la desventura.

Pero ¿qué tan cierto es todo eso? ¿Qué nos dice la historia sobre el pasado humano? Pues que
estamos ante el típico comportamiento de lo que son los imperios, los cuales de alguna u otra
forma desarrollan el mismo modus operandi en cada caso. Lo que hoy decimos de Occidente
podemos decirlo también de las grandes culturas de la antigüedad como la sumeria, egipcia,
china, mongola, griega, romana, india, japonesa, azteca, maya e inca. Se podría decir que la
historia de la humanidad no es más que una descripción de cómo una determinada sociedad se
hace fuerte y empieza a regir sobre las demás inculcándoles su ideología y sus estructuras
sociales. Esto puede ser que no nos guste y que lo queramos negar, pero es un hecho concreto
característico en nuestra especie.

La discusión que hay sobre la unipolaridad y multipolaridad no es otra cosa que la actual disputa
entre civilizaciones que pugnan por alcanzar el poder. Mientras que por un lado Occidente, al
mando de EEUU, intenta por todos los medios de mantenerse en la cima, China y otras naciones
pujan por alcanzarla, lo que provoca una inevitable crisis de supervivencia por parte del primero.
Nadie abandona fácilmente el trono, y Occidente no lo va a hacer sin antes luchar con uñas y
dientes, e incluso con armas nucleares si es imprescindible. Difícilmente los occidentales
entrarán en razón y admitirán que tienen que compartir las prerrogativas del actual sistema,
que es su hijo y herramienta esencial para sostener su preeminencia. Nunca consentirán que
otras culturas o “razas” no occidentales estén por encima de ellos dándoles órdenes e
imponiéndoles sus usos y costumbres.

Ante ello ¿qué deberíamos hacer los países que no estamos en la contienda? Lo primero sería
dejar de pensar que Occidente es la medida de todas las cosas y que en nuestras tierras, en
nuestro pasado, existen aún muchos valores y sabidurías milenarias las cuales nos han forzado
a abandonarlas para adoptar otras que tenían como único fin mantenernos subyugados. Es en
ese rescate donde recién empezaremos a sentirnos realmente libres para decidir qué es lo mejor
para nuestras naciones y qué es lo más coherente para nosotros mismos. Conceptos como
“desarrollo, progreso, adelanto” no son más que trampas mentales que solo sirven para
“occidentalizarnos” y hacer que nos aferremos a esquemas que nada tienen que ver con
nuestras realidades, necesidades y aspiraciones.

Pensar fuera de Occidente es reinterpretar la realidad con otros ojos, otras medidas, otras
clasificaciones. Es dejar de “nacer inferiores” y tener que asimilarnos a dicha civilización para ser
“personas”. Es lograr que el esclavo, que vivió siempre con la convicción de su minusvaloración,
entienda que está ante la oportunidad de recuperar sus orígenes en donde él era dueño de su
destino, con dignidad y autoestima. Por lo tanto, dejar de considerar la cultura occidental como
“la cultura” es el primer paso hacia nuestra libertad e independencia. Todos los pueblos que en
la historia pasaron por esta situación durante siglos así lo han demostrado.

224
La guerra desde un punto de vista filosófico
Antes que nada, la filosofía no es exclusiva de Occidente (de los griegos precisamente) sino una
actividad propia del ser humano. Sin filosofía no existiría humanidad, de modo que todos los
pueblos de la Tierra la han hecho y la hacen a su manera, que no es igual, ni tiene por qué serlo,
a la que se hace en Occidente. Dicho esto, pasemos a filosofar sobre la guerra. En primer lugar,
viéndola a la distancia, o sea, incluyendo en ello a toda la naturaleza y no solo al hombre, se
trata del uso de la violencia para lograr un objetivo o un resultado. La vemos en los animales, a
quienes no podemos acusar de “actuar mal” pues siguen puntillosamente los designios de la
naturaleza. Sin el ejercicio de la violencia prácticamente la vida se paralizaría y se convertiría en
un estanque inmóvil y putrefacto, destinado a secarse y desaparecer. Y no solo la vida necesita
de la violencia sino el Universo entero. Basta una simple mirada por medio de un telescopio para
comprobar el estado de intensa violencia que se da en él, tanto en las estrellas como en las
galaxias.

De modo que lo que nosotros llamamos “guerra” no es otra cosa que aquello que permite la
movilidad y el recambio, lo cual faculta el desplazamiento de la materia de un lugar a otro.
Podríamos decir que vida es igual a violencia, mientras que muerte es paz. Pero ello no quiere
decir que el estado de violencia (o de guerra) sea permanente, y allí está lo importante. La vida
es un proceso de compulsión, como el corazón o el motor de un carro. En un momento explota
para luego aquietarse. Lo mismo pasa con los átomos, que van desde la inestabilidad a la
estabilidad, creando con ello un “ritmo” que es esencial para que la intra materia se una y
desuna. Por lo tanto, los seres humanos, que somos producto de dicha materia, no podemos ser
más que un reflejo de lo que ella es. Cuando observamos cómo funciona nuestro cuerpo a nivel
microscópico descubrimos que en todo él existe un constante combate entre seres que le hacen
daño y los que le hacen bien. Al final los que lo destruyen inevitablemente triunfarán, y a eso le
llamamos “muerte”. Pero ello es parte de la misma vida, pues con la muerte esta resucita.

La violencia o la guerra la practican también ciertos animales que están al alcance de nuestra
vista, como son las hormigas y las abejas. Ellas se organizan para invadir, saquear y matar a sus
colegas de especie y lo hacen sin ningún remordimiento ni pesar; simplemente esa es la forma
cómo subsisten durante siglos y siglos. Igualmente, cuando estudiamos el comportamiento de
los primates (cosa que podemos comprobar con los estudios hechos por Diane Fossey y Jean
Goodall) nos damos cuenta de la importancia que tiene el que se hagan la guerra entre ellos
para su preservación. No es “la maldad” lo que los impulsa sino una ley que los obliga a hacerlo
y, gracias a ello, es que existimos nosotros. De no ser así, el ser humano no hubiese aparecido
puesto que los primates se habrían extinguido.

De modo que está claro que la violencia o la guerra es necesaria para la vida tanto de la
naturaleza como del ser humano. No podemos prescindir de ella pues es tan natural como el
comer y el dormir, algo que está en nuestros genes y que no tenemos que preguntarnos si la
queremos hacer: simplemente se va a dar en el momento que deba. Suena doloroso y hasta
infame decirlo, pero es la más pura y cruda verdad. Si tomamos un libro de historia, de cualquier
civilización o cultura, lo que vamos a encontrar allí no es otra cosa que cómo hemos desarrollado
nuestra violencia por medio de la guerra. Sin eso hasta ahora estaríamos viviendo en las
cavernas en pequeños grupos de recolectores y cazadores. Es la guerra, la necesidad de atacar
y defendernos, lo que nos ha permitido desarrollar toda la tecnología que hoy usamos, desde el
simple palo hasta el más complejo cohete nuclear.

225
Toda la llamada Era Industrial de Occidente no existiría sin la necesidad de ir a conquistar y
colonizar a los demás pueblos del planeta para obtener de ello los alimentos y placeres que
ahora nuestras ambiciones desatadas nos piden. El actual comercio de las drogas, que generan
una violencia y una guerra constante cada día en todas partes, no se daría si no fuera por la
urgencia de los más ricos por sentir “el gusto y el disfrute de estas”, a pesar que anualmente
mueren cientos de miles a consecuencia de ese capricho. De esto se deduce que las guerras no
son todas iguales: van desde las más evidentes, donde participan los soldados con sus armas,
hasta las más silenciosas y oscuras que producen igualmente muertes pero que no son
consideradas como “guerras” sino como “mecanismos” para obtener beneficios. Tal es el caso
de la producción de elementos de consumo masivo que provocan millones de muertos pero que
no se consideran crímenes, como es el caso del tabaco, las drogas o la comida chatarra, así como
numerosos productos “medicinales”.

Igualmente, el ser humano hace otras “guerras” pero que no necesariamente requieren de la
fuerza bruta sino de la astucia y el engaño, como son los préstamos de dinero con los que se
esclavizan o explotan a millones de seres humanos haciéndolos vivir en la pobreza y miseria con
el fin de que no se rebelen y mantengan esa condición de manera permanente. Esto lo realizan
los países desarrollados quienes, con cara sonriente y amable, les “ofrecen” a los países pobres
grandes sumas de dinero para que paguen las que deben y así el círculo vicioso se perpetúe lo
más posible. A consecuencia de ello mueren millones, pero de hambre, de mala alimentación y
de diversas enfermedades. La violencia y la guerra a través de la economía es lo más constante
que hay dentro del sistema de mercado o capitalismo, tal como lo dicen las cifras, aunque no es
presentada como “guerra” a pesar de que su intención tiene el mismo fin: obtener una ventaja
mediante el uso de una forma de coacción.

Por todo ello las guerras nunca se van a ir del ser humano, como tampoco de la naturaleza, y es
algo que, si no lo aceptamos, vamos a vivir siempre en el mundo de las fantasías y de la irrealidad
al perseguir algo que es contranatura. Si hay alguna cosa que no debe sorprendernos jamás es
del uso de la violencia y de las guerras en nuestra vida cotidiana. En el lapso de una vida, de una
generación, siempre las habrá, prueba de ello son las de Corea, Vietnam, Serbia, Irak, Afganistán
y ahora Ucrania, además de otras decenas más que en estos instantes se vienen dando pero que
no tienen la misma “publicidad” del mainstream occidental (por razones obvias, pues lo que se
quiere es mostrar las que hacen los demás y ocultar las propias). Todas serán siempre horribles,
trágicas, pero la vida es en sí misma una tragedia permanente (lo dicen todos los libros y las
religiones) y lo único que queda es admitirlo, tal como admitimos que a todos nos llegará la
muerte algún día.

Y de esto último se trata: de que, así como asumimos la muerte con resignación, igualmente
debemos hacerlo con respecto a las guerras. Ninguna es “justa ni injusta”; simplemente son
“humanas”, y el ser humanos es lo que nos identifica. Sentir pena, frustración, rabia, odio,
tristeza ante ellas es inevitable y es parte de la vida. Ante eso ¿qué nos dice la sabiduría? En
primer lugar, aceptación, comprender que esa es nuestra naturaleza y nuestro modus operandi,
cosa que no vamos a cambiar nunca. Y, en segundo lugar, procurar estar preparados para ello.
¿De qué manera? Filosofando o siguiendo los consejos de una religión, cualquiera que ella sea,
puesto que estos son los dos métodos que el ser humano ha creado como respuesta ante dicha
circunstancia. Solo quienes profundizan en ambas y siguen sus recomendaciones podrán
soportar el enfrentamiento ante una realidad que va más allá de nuestra voluntad y nuestros
deseos.

Todo esto sonará demasiado cínico y cruel, pero la verdadera filosofía es así: directa y
descarnada, como el dictamen de un médico ante una enfermedad. Quien diga lo contrario no

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estará ejerciendo la filosofía sino mintiendo para dar un consuelo, como se hace con los niños,
porque filosofar no es consolar sino buscar la verdad, así esta nos cause pesar.

Mis últimas palabras… adelantadas


Como nadie tiene la vida comprada y nadie sabe si está viviendo el último momento de su vida
prefiero decir ahora todo lo que pienso antes de que el corazón o la mente dejen de
responderme. Para empezar, diré que, después de mil peripecias, de idas y venidas cargadas
más de errores y torpezas que de aciertos, llego a la conclusión que no sé qué es el ser humano
ni por qué vivimos. Podría decir que tampoco puedo asegurar que no exista un creador, llámese
Dios, Universo, materia, absoluto o como a uno más le acomode. Digo esto porque nada es más
cierto que la ignorancia del ser humano sobre su origen y destino. Y cuando hablo de origen no
me refiero a la evolución o a su cuerpo: esto lo tienen todos los seres vivos pero ninguno de
ellos, salvo nosotros, son seres humanos. Si esto se dio en un primate es solo un capricho de la
naturaleza, pero creo que igual se pudo haber presentado de otra manera, una no
antropomórfica.

De modo que confieso haber compartido con toda mi época la misma incertidumbre y sensación
de abandono sobre cuál es nuestra misión en la Tierra, si es que esta existe. El mejor ejemplo
que he tenido para explicarme esta situación ha sido siempre el de la pecera. Me imagino a la
humanidad como un conjunto de peces que alguien ha puesto dentro de una pecera para su
complacencia o algo por el estilo. En ella estamos todos pensando que el mundo, la realidad y
todo lo que conocemos y podemos conocer, es solamente la pecera. Más allá se encuentra la
zona nebulosa, conformada por sombras y luces extrañas imposibles de identificar pero que nos
hacen intuir que debe haber algo “más allá” de los límites de nuestro cubículo. No somos
capaces de entender que la válvula de oxígeno que nos permite respirar y que existe “desde el
inicio de los tiempos” la regulan desde afuera, al igual que el alimento que nos llega “desde
arriba”.

Esta metáfora me resulta inspiradora y veo que no está tan lejos de ciertas máximas filosóficas
como la de “solo sé que nada sé”, del griego Sócrates. Y es que la filosofía, lejos de darnos
respuestas a nuestras preguntas, lo único que hace es plantearlas, elaborarlas bien y
ordenadamente, algo que no suele hacer la persona común. Pero el hacer preguntas no
necesariamente implica el tener las respuestas, como muchos creen. En realidad, la filosofía
hace más preguntas de las debidas y ello complica más todavía la idea que tenemos de la
realidad y de nosotros mismos. Felizmente ante ello ha surgido la religión como una tabla de
salvación, pues es la única que afirma que “sí las sabe”, dándonos muchos caminos para llegar
a ellas. La ventaja de la religión sobre la filosofía es que no necesita demostrar nada puesto que
todo se reduce a un dogma de fe: o crees o no crees y punto.

Gracias a la religión es que miles de millones de seres humanos pueden sobrellevar sus vidas sin
sufrir la terrible angustia y desconsuelo de no saber quiénes somos ni para qué vivimos. La
pesada carga de la intriga está reservada únicamente para los filósofos, a quienes les encanta
este tipo de torturas. Y quién sabe si la religión sea la única que comprobadamente sí funciona
para nuestra vida puesto que, tanto la filosofía como la ciencia, apuntan hacia otras
circunstancias y preocupaciones que no son las del ser humano común y corriente, que es la
inmensa mayoría. Eso porque la religión tiene el poder de explicarnos todo, tanto los inicios
como los finales de nuestra existencia, así como qué es lo que hay que hacer mientras estamos
vivos. Fuera de esto lo demás son solo pasatiempos y distracciones que en nada aclaran ni
mejoran el sentido de la vida humana.

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Mientras que la filosofía dice que lo humano es un misterio la ciencia dice que es solo su cuerpo
y sus necesidades, dejando ambas actividades un inmenso vacío sobre qué es lo que hay que
hacer mientras nos llega la muerte. Allí es donde la religión sí tiene campo de acción como una
necesidad y como un fin. Sin la idea de un dios o de dioses, del infinito, de un ser humano como
creatura y no como creador, nada tendría sentido y nuestro devenir sobre el planeta sería solo
un esfuerzo constante para mantener operativo nuestro organismo, algo que es sumamente
difícil y costoso. Porque todos nuestros cuerpos finalmente solo son un envase, una carcasa
dentro de la cual habita un ser humano. La actual modernidad y el humanismo convirtió al
hombre en su propio dios y eso lo confundió y perdió más aún.

Porque en el tiempo que me tocó vivir, la modernidad occidental, el ser humano perdió el
sentido de las dimensiones y proporciones y creyó, una vez más, que era autosuficiente y dueño
de aquello que le dio la vida: la naturaleza. Se portó como el niño malcriado que piensa que su
casa, así como sus padres, son suyos, producto de su capricho, sin darse cuenta que es solo una
simple criatura que depende absolutamente de ellos. Como ha sucedido en anteriores
oportunidades, las manualidades nos han mareado a tal punto que hemos creído ser dioses solo
porque podemos elaborar artefactos y aparatos diversos. Pero esa capacidad para la
manipulación de la naturaleza no nos brinda ningún tipo de respuestas ni nos indica ningún
camino a seguir. Solo nos distrae y hace perder el tiempo para hacer aquello que es, a mi
entender, lo único que vale la pena realizar mientras vivimos: el bien a los demás.

Y en esto coinciden las filosofías y religiones de todos los tiempos: que el mayor objetivo, el más
placentero y mejor que podemos alcanzar en nuestras vidas es el ayudar y beneficiar a otro.
Cuando comparo esta acción con la llegada a la Luna, a Marte o a otra galaxia, cuando lo hago
con los artificios electrónicos que tanto nos fascinan, cuando pongo enfrente los placeres que
dan los sentidos corporales, me doy cuenta que, frente a la simple acción del bien al prójimo,
todos se eclipsan, todos se ven fútiles, pasajeros, inservibles, desechables. Ninguna de nuestras
maravillas humanas alcanza la altura y satisfacción que proporciona el bien. Sin embargo, nos
han convencido de lo contrario: que el pensar únicamente en nuestro cuerpo y nuestros placeres
es el fin de la vida, lo único que interesa y vale la pena adquirir. En mi experiencia personal
puedo afirmar, habiendo pasado por todo ello, que eso es completamente falso.

Y no lo digo porque haya sido piadoso ni mucho menos. Como filósofo admito que tuve que ser
escéptico e incrédulo, con lo que terminé perdiendo la fe en todo tipo de creencias. Pero a veces
los caminos hacia la sensatez y la objetividad también nos pueden llevar a los mismos resultados
que la ética y el bien producen. Diría entonces que, por más esfuerzos que hice por tener
sabiduría no lo logré, y eso se debió a que nuestra esencia de humanos no está acondicionada
para ello. El humano sabio es justamente el que reconoce su verdadera estatura y dimensión, y
la nuestra es sumamente pequeña, por más que nos empeñemos en saltar sobre nuestros pies.
Todo indica que nunca podremos llegar a saber ciertas cosas para las cuales no estamos
preparados, como los peces de la pecera que no tienen ni la mente ni los sentidos suficientes
para llegar a entender quiénes son y dónde están así lo quieran.

Pero finalmente, a pesar de ese gran fracaso que fue tratar de saberlo todo y resolver los grandes
problemas de nuestra humanidad, que no son los de nuestros cuerpos sino de nuestro mundo
interior, mi conclusión ha sido que, si hay algo que sí está en nuestras manos efectuar, y por lo
cual vale la pena hacer todo lo que podamos, es el bien al que lo necesita, la palabra de aliento,
la palmada de apoyo, la obra sincera de ayuda, la conmiseración con quien sufre. Esos son los
actos más grandiosos que creo que es capaz de realizar un ser humano y no hay otros que los
superen. Fuera de ellos en realidad solo somos simples animales, primates, células en estado de
evolución destinadas a vivir y morir, pero no seres humanos. No es el conquistar el Universo lo
que nos hace humanos y satisface nuestra incertidumbre sobre lo que somos sino únicamente

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el poder ser útiles y buenos con quienes lo necesitan. Todo lo demás se lo lleva el viento y el
tiempo.

Lo que la prensa no dice no existe


Hace poco sostuve un intercambio con un amigo mío sobre si lo que dice la prensa es realmente
“la verdad”. Para él, como para la mayor parte de la humanidad, todo aquello que sale en los
medios es creíble, especialmente porque la persona común no tiene otra forma de enterarse de
lo que pasa más allá de la zona donde vive (y a veces ni siquiera se entera de lo que allí sucede).
Si pensáramos que todo lo que leemos en los diarios y vemos por las pantallas fuera “falso” no
podríamos vivir en sociedad, pues no nos enteraríamos de nada ni acataríamos las normas y
leyes que se transmitan. Viviríamos como un orate que solo percibe su propio mundo delusivo.
Pero esto es un extremo; el otro es lo contrario: creer ciegamente en que todo lo que se divulga
es totalmente cierto.

En realidad, la estrategia de los medios de comunicación consiste en ubicarse en el punto


intermedio, es decir, en comunicar aquellas cosas que son indudables y comprobables (como,
por ejemplo, la fecha) junto con las que sus dueños y directores quieren que se crea de la misma
manera ("el gobierno es corrupto"). El resultado es que toda persona que los aborda obtiene de
ellos tanto una “verdad indudable” (el día en que se está, el cambio del dólar, la temperatura,
etc.) como una “verdad sesgada” (tal político es un ladrón, tal persona es excelente, hacer esto
es lo correcto, etc.). Ante ello lo normal es que uno termine creyendo que ambas cosas son
“verdaderas”, al igual que poner en un costal de manzanas unas cuantas podridas y suponer que
todas están en buen estado. Este “truco” siempre funciona, y es el mismo que utilizan los
estafadores para convencer a sus víctimas al mezclar muchas cosas que son auténticas con
aquella que es falsa y que provoca el engaño.

Hoy en día está claro que la principal función de los medios de comunicación no es “decir la
verdad” sino “decir aquello que se quiere hacer creer que es la verdad”, y eso se debe a que
estos juegan un papel muy importante en la marcha de las naciones y del mundo. La razón es
que lo que los medios difunden termina aposentándose en la mente de millones de personas
quienes asumirán luego un comportamiento que irá en concordancia con lo que se les ha hecho
creer. Esto se llama “manipulación” o, dicho en términos más sociológicos, “alienación”,
construir una realidad que no es la verdadera pero que es la que la mayoría cree que lo es.

Lo primero que piensa un periodista antes de elegir sus titulares es ¿qué es lo que yo, como
empleado de este medio, que tiene una determinada línea política y una visión del mundo, debo
poner (que no es lo mismo que “lo que debería poner”)? Es decir, la “verdad” o “la realidad”
para un medio no es la misma que para los otros sino que es aquello que alguien quiere que lo
sea, se trate de un conglomerado empresarial, un gobierno o un partido político. Lo que es
“importante” para unos es “intrascendente” para otros. Por ejemplo, el triunfo de una selección
de fútbol en ciertos países es noticia de primera plana, pero en otros, donde no es el deporte
nacional, es apenas minúscula o no aparece. Esto quiere decir que detrás de toda información
existe una “intención” de parte de quien la da a conocer y, si esto es así, entonces ningún medio
es realmente “objetivo y neutral”.

Durante una guerra la “verdad” nunca será lo que realmente esté pasando en el campo de
batalla puesto que es necesario “mantener el espíritu en alto” de la nación que está en conflicto,
lo cual implica decir que “el enemigo” está perdiendo, así como que es “un cruel y despiadado
asesino, que no respeta las reglas y que goza con su criminalidad”. Pedirles a los medios de
comunicación que en este caso sean “imparciales” es un absurdo: siempre inclinarán las noticias

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presentándolas a favor del país donde se encuentran. Igualmente, durante la actividad política
cotidiana, los medios reflejarán el punto de vista del bando que cada uno defiende, y las
investigaciones y acusaciones recaerán en los contrarios, tratando de demostrar que “ellos son
los únicos corruptos mientras que los nuestros son honrados”. Si los medios están a favor del
gobierno de turno lo apoyarán completamente y negarán todas las acusaciones, mientras que
si están en contra verán en él solamente lo malo y resaltarán todos sus defectos y errores.

De modo que el ciudadano siempre tendrá, no solo una, sino varias visiones y versiones sobre
un mismo hecho y deberá escoger, según sus ideas y sus creencias, a cuáles de ellos les “quiere
creer” y así tenerlos como “los que dicen la verdad”, mientras que a los que no coinciden con su
pensamiento los calificará de “mentirosos”. La pregunta es: ¿la verdad es relativa y, por lo tanto,
no existe? Teóricamente, para los estudiosos de la lógica y la matemática, puede ser que exista,
pero siempre y cuando esté dentro de unas reglas previamente establecidas, como en un juego
de mesa, donde se tiene que respetar el reglamento para poder jugarlo. Pero fuera de dicho
esquema la verdad en sí, pura, solo está reservada para la religión, puesto que su esencia se
basa en afirmar que “se tiene la verdad”, revelada o no. Y es que el ser humano “necesita” esa
verdad, le urge pensar que no todo es relativo sino que lo que está buscando, la verdad
verdadera, sí existe, y ello solo lo ofrece una religión.

Esto significa que únicamente dentro del campo religioso puede existir la verdad, puesto que lo
que el creyente desea es aferrarse a ella como lo único posible, mientras que el resto depende
del criterio humano. Esta creencia absoluta se llama “fe”, y quien la tiene se siente tranquilo y
seguro en la vida, puesto que todo tiene una explicación y un porqué, por lo tanto no necesita
seguir preguntando por nada: todo está resuelto dentro de su creencia. Esto no existe ni siquiera
en la ciencia, puesto que en ella todo es relativo y cambiante, dependiendo de los
descubrimientos que se vayan dando día a día sin que haya ninguna ley definitiva ni terminante.
Solo los que no conocen cómo es la ciencia la toman como un dogma, como si todo lo que en
ella se dijera fuese “la verdad”. Pero lo cierto es que entre los mismos científicos no existe la
uniformidad en nada y se dan discrepancias de todo tipo, por ello no hay un consenso total y
universal entre ellos como tampoco en nada que sea científico.

Entonces ¿qué tendría que hacer el individuo frente a las diferentes versiones y afirmaciones
que cada medio dicen que es “la verdad”? Lo único que le queda al hombre común es la sana
política de la duda, del escepticismo, de saber que todo lo que se comunica depende de quién
lo haga y por qué lo hace, y que no se puede tomar ninguna de ellas como totalmente cierta.
Detrás de cada “verdad” humana siempre habrá algo de cierto y algo de falso, por lo que hay
que tratar de ir con prudencia verificando y contrastando, paso a paso, aquello que “se dice”
con lo que se conoce del ser humano y de su historia. Lo ideal sería pensar que algo “podría ser
verdad hasta que no se tengan otros elementos de juicio”. Porque muchas cosas suceden en el
mundo que no se divulgan, así como hay otras se exponen con un desmedido afán exhibicionista
para que se conviertan en “noticia mundial” sin que realmente tengan mayor relevancia.

¿Cielo o felicidad?
Hay quienes definen a la civilización occidental como la fusión entre la cultura grecorromana y
el cristianismo. Ello porque ambas expresiones son únicas dentro de su existencia y desarrollo.
Sobre la cultura grecorromana se puede decir que elaboró su propia mitología, religión, filosofía
y artes, mucho de lo cual aún se encuentra en nuestra vida contemporánea. Pero la otra cara de
la moneda es el cristianismo que, a pesar de haber nacido en el Oriente, terminó siendo una
recreación y adaptación plenamente occidental. Cuando Constantino aprueba los cuatro

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evangelios (de los más de 50 que se revisaron) lo hizo con una perspectiva eminentemente
occidental, en función a lo que más le convenía al nuevo imperio que él comandaba.

La importancia de este acontecimiento tiene que ver con la conformación de una nueva
cosmovisión, que es lo que marca el inicio de una nueva sociedad o civilización. La cosmovisión
grecorromana, basada en su mitología religiosa, definía la realidad como el mundo que los ojos
de sus habitantes podían ver, tomándose a sí mismos como el centro del mismo y estructurado
según sus criterios y costumbres. Incluso para los mismos filósofos clásicos (Platón, Aristóteles,
etc.) la realidad era solo lo que ellos eran capaces de identificar en relación a su propia cultura
y costumbres, donde su sistema político se consideraba como el fiel de la balanza de lo que se
podía considerar como “lo perfecto”, mientras que todo lo que se alejaba de él era “lo
imperfecto”. Su forma de razonar, conocida como racionalismo o la preferencia por la razón, fue
asumida como el único camino válido para llegar a la verdad, de lo cual nació una lógica y una
serie de ciencias que hasta hoy siguen vigentes.

En dicho mundo cerrado en sí mismo el sentido de la vida estaba regulado por la ritualidad que
se debía tener con los dioses. El ser humano era solo un juguete de estos y eran ellos los que
realmente vivían y decidían en el mundo. El destino de cada individuo estaba en sus manos y en
las de los “seres del más allá”, y llevarse bien con ellos era fundamental. Después de la vida solo
cabía habitar en un profundo foso oscuro donde el alma únicamente podía subsistir si es que
algún pariente le rendía el culto respectivo. Morir no era nada grato ni reportaba ningún
beneficio, salvo para unos pocos elegidos por los dioses quienes se convertían en héroes para
vivir junto a ellos. En conclusión, llevar una buena vida en el mundo grecorromano era cumplir
lo más fielmente con la ritualidad, tanto con los antepasados como con los dioses. No hacerlo
implicaba un terrible castigo que se pagaba con la muerte.

Con la llegada del cristianismo todo cambió. El mensaje que este llevaba era “la vida eterna”
después de la muerte, una vida mucho mejor, sin penas ni dolores. Quien se convertía en
cristiano podía perder su vida, pero ganaba una nueva, una junto al único Dios posible. Los
requisitos ya no consistían en la ritualidad ni en los sacrificios sino en considerar al amor al
prójimo, al otro, como el valor supremo durante la vida. El ser humano tenía una misión y un
destino: llegar al cielo, pero no el cielo físico, sino un cielo que significaba la morada de Dios (en
reemplazo del Olimpo o el Valhala). Con el triunfo del cristianismo como religión oficial el
objetivo de la vida humana se modificó y la mirada se puso en esa promesa futura de llegar a
una etapa diferente a la de la Tierra. Si bien los cuerpos quedaban para descomponerse en ella,
el alma (la parte más importante del ser humano) era el principal centro de atención e interés.
El hombre, para Occidente, había dejado de ser solo un cuerpo para ser “un espíritu atrapado
dentro del cuerpo”.

De modo que la vida humana, en su transcurrir por la Tierra, ya no era un fin sino un medio, un
valle de lágrimas que había que sobrellevar de la mejor manera para así conseguir, al final de
esta, el “premio” por haber sabido comportarse adecuadamente. Sin embargo, ese
comportamiento “adecuado” se transformó, ya no en el trato para con el prójimo, sino en el
respeto a la ley y a las normas de gobierno. El “buen cristiano” era aquel que, como en el tiempo
romano, seguía los rituales correspondientes para demostrar su fidelidad a la religión, fidelidad
que estaba totalmente unida y enlazada con el poder del gobernante. Ser fiel al rey era también
ser fiel a Dios, cosa que convirtió al cristianismo en un mecanismo de sumisión al poder terrenal.
Esta ha sido la causa de las muchas divisiones y cismas que Occidente ha sufrido a lo largo del
tiempo.

Pero ocurrió un hecho fortuito que lo alteró todo: el descubrimiento de América. El nuevo
continente representó para Occidente una transformación vital en todo sentido. De ser una

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civilización amenazada por otras más fuertes y desarrolladas, como la musulmana o la china, se
volvió la más poderosa, además de la más rica. América fue el tesoro y la fuente de recursos
naturales como no se había visto jamás en la historia. Desde los productos biológicos hasta los
minerales, más la sabiduría de las culturas dominadas, todo ello hizo estallar por completo el
cerrado y congelado mundo medieval para despertar en sus habitantes sus aletargados sentidos.
La abundancia venida del nuevo continente no solo solucionó problemas elementales como el
hambre y las enfermedades sino que reorientó la mentalidad del europeo: de pensar que la vida
terrena eran solo penurias en espera de la muerte a una de plena satisfacción corporal, además
de mucho más larga.

Fueron estos placeres antes no imaginados los que produjeron una reforma radical en la
mentalidad de Occidente, apareciendo un concepto antes solo imaginado por algunos filósofos
antiguos: la felicidad. La felicidad no tenía nada que ver con el cielo ni con la vida eterna sino
con los goces que los sentidos podían provocar. Que no falte comida y además que sea sabrosa,
que se tenga un techo dónde reposar, medicinas con qué curarse, diversiones cuando uno las
quisiera, adquirir artefactos de todo tipo para realizar las tareas más penosas; todo eso nació en
la mente de la nueva sociedad occidental, y a ello le llamó la sociedad de mercado, consecuencia
directa de la Era Industrial. Europa ingresó en una loca carrera por vivir intensamente la vida
corporal, rechazando lo más posible la idea de la muerte entendida como el “fin de los placeres”.
La felicidad había reemplazado a “la otra vida”, pues solo en esta vida es posible ser feliz,
siempre y cuando uno pueda acudir al mercado para comprarla.

Es así que en Europa el cielo cristiano fue reemplazado por la felicidad atea, que, al igual que la
primera, no es gratuita, sino que tiene un costo, y este se expresa en dinero, el cual es producto
de un trabajo, de tal modo que sin trabajo no puede haber felicidad. Ciertamente que hay
personas que nacen en cuna de oro y no necesitan trabajar para obtenerla, pero la gran mayoría
de los seres humanos sí lo requieren. Ya no se trata de respetar al rey y a la iglesia, cumpliendo
los ritos respectivos, sino más bien de acumular la mayor cantidad de dinero para poder tener
aquello que “produce la felicidad”, es decir, objetos y acciones que provocan sensaciones gratas
al cuerpo humano, como alimentos frescos y exquisitos, al igual que la molicie y la visión de
cosas gratas en ausencia del dolor.

Ahora bien, todo ello depende fundamentalmente de la vigencia del mercado y del acceso que
las sociedades tengan a él. Pero esto no es algo que esté asegurado pues suelen ocurrir
acontecimientos donde la humanidad regresa a su etapa de colapso y retraimiento en la que la
subsistencia vuelve a ser sumamente angustiosa y difícil para todos, con lo que la idea de una
felicidad basada en la salud y el hedonismo desaparecen para dar paso a otra era de sufrimiento
y de rechinar de dientes, algo que los cambios terráqueos suelen provocar en el momento que
menos los esperamos.

Pueblos que no mueren resurgen


Al haberse cumplido un aniversario más del famoso “descubrimiento” de América por parte de
los europeos la polémica nuevamente se vuelve a reabrir. El siguiente es un punto de vista que
busca aportar algunos elementos más a tan complicado y crítico problema.

Muy pocos podrían decir quién fue David Grün, pero si decimos David Ben Gurion los más
entendidos lo reconocerán: fue el fundador del moderno país de Israel. Este simple detalle
resulta ser crucial para comprender los procesos milenarios sobre cómo pueblos que han
logrado mantener vivas su cultura, civilización, religión, tradiciones y costumbres renacen
exactamente como eran. Tengamos en cuenta que el pueblo judío ha sido uno de los más

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combatidos y atacados a lo largo de la historia, al punto que ya desde los tiempos del imperio
romano (los EEUU, Inglaterra o España de aquella época) se había decretado su “desaparición”
completa, su prohibición religiosa, idiomática y social. La razón era su persistente rebeldía a
“aceptar los hechos consumados” de que Roma era el “modelo de civilización” que había que
seguir y que, por encima de ella, no podía haber nada, mientras que fuera de ella “solo había
bárbaros y salvajes”.

Con la consagración del cristianismo como “la religión del imperio” por Constantino la situación
del judaísmo no solo no mejoró, sino que empeoró en todo Occidente (entre los musulmanes
no pasaba eso puesto que su religión es tolerante). Todos los dedos apuntaban a los judíos como
“los culpables” de los males del ser humano. Si no fuera por ellos “Cristo estaría reinando y no
habría la maldad en el mundo”. Es decir, a los mil años de sometimiento romano se sumaron
otros mil años (la Edad Media europea) donde el deseo de aniquilación fue aún más feroz que
nunca. Todo judío, si quería vivir, tenía que renunciar a su fe, cambiarse de nombres y apellidos,
destruir sus libros religiosos e históricos (como la Torá) y dedicarse únicamente “al sucio y vil
dinero”, porque eso era producto del demonio y solo un judío podía hacerlo. El dinero es la raíz
y la causa de todos los odios y guerras, por lo tanto, únicamente podía estar en manos de “un
vil y avaro judío”.

Larga sería la lista de vejámenes y marginaciones que dicho pueblo tuvo que soportar por parte
de los fanáticos y totalitarios occidentales para quienes solo su cultura, religión y costumbres
“son las únicas posibles”, hasta que vino algo de respiro con la llegada de la modernidad y la
sociedad de mercado que, ironías de la vida, los puso a ellos en el pináculo de la sociedad
precisamente por ser quienes manejaban todo el dinero de Europa. Pero tampoco esto fue
suficiente para que el odio aminorara pues apareció el nazismo (hoy revivido en Ucrania y en
gran parte de Europa, pero esta vez en contra los eslavos) que, en la Alemania de Hitler, culpaba
a “los judíos” de ser los responsables de todas las desgracias del país, junto con los comunistas.
Nada podía ser peor que un comunista judío, por lo que todos ellos merecían la muerte.

Felizmente este largo calvario de varios miles de años se ha calmado en algo con la creación de
la nación de Israel la cual, con todo lo bueno y lo malo que tiene (como pasa con toda nación)
representa el triunfo de la persistencia y de la fe en su identidad, en su legado patriarcal el cual,
a pesar de que muchos renegaron y renunciaron a él, se mantuvo vivo y oculto en lo más secreto
y profundo de los espíritus de sus creyentes. Hoy ellos siguen leyendo el mismo libro escrito
hace cientos de siglos, usando sus apellidos originales y dejando de lado los “apócrifos” que
fueron obligados a llevar, rezando con devoción delante del Muro de las Lamentaciones como
lo hicieron sus ancestros sin que nadie los acuse de ser “atrasados, anticuados, obsoletos,
negadores del mestizaje, etc.”. Los judíos de hoy podrán haber nacido en cualquier país y tener
el ADN, así como los genes de muchas etnias, pero siempre serán judíos antes que nada.

Otro ejemplo histórico semejante, pero de otra magnitud, es el de los visigodos, de lo que se
vino a llamar después España. En el año 711 árabes, sirios y bereberes musulmanes dirigidos por
Tarik (del cual se deriva el nombre Gibraltar) vencieron al visigodo Don Rodrigo en la batalla de
Guadalete. Allí comenzó una dominación que duraría ocho siglos hasta la toma de Granada por
los Reyes Católicos. Durante todo ese tiempo se desarrolló en toda la península una exquisita y
refinada cultura (la más elevada de Europa) donde se desarrollaron las ciencias, la literatura y
las artes en general. Los cristianos no eran perseguidos, pero sí tratados como sirvientes o como
esclavos. La cultura cristiana era prácticamente elemental frente a la largamente superior
musulmana. Los nombres visigodos desaparecieron por completo y estos en su mayoría se
formaron con las raíces griegas, romanas, árabes y africanas. Era inimaginable que algún día esto
pudiese acabar, hasta que se produjo un suceso.

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Las guerras intestinas entre sus diversas corrientes afectaron a todo el mundo musulmán
(parecidas a las guerras entre cristianos) haciendo que Al Andalus (el nombre de España en esa
época) entrara en crisis y en decadencia. Esto permitió que ciertos pequeños reinos cristianos
que se habían mantenido semi independientes en el norte recuperaran ánimos y fuerzas para
intentar algo que parecía “ilógico”: convertir nuevamente a dicho territorio en hispano. Fue así
que empezó el largo camino de la llamada Reconquista donde, paso a paso, batalla por batalla,
generación tras generación, estos empezaron a creer que la “libertad” (o el cambio de la cultura
musulmana a la cristiana) sí podía ser posible. Finalmente, en 1492, el sueño se hizo realidad y
dichas tierras cambiaron de manos y de cultura. A partir de ahí los cristianos, que no son
tolerantes como en el islam, expulsaron a todos los musulmanes y, a los que se quedaron, los
obligaron a cambiar de nombres, apellidos, religión y costumbres. Solo así pudieron quedarse
algunos (los mozárabes), pero siempre perseguidos con verdadera saña.

Estos dos ejemplos ¿qué nos dicen para el caso de América? ¿Acaso no podemos identificar los
mismos elementos que se han dado en judíos y españoles? Por supuesto que sí. En ninguno de
los casos la recuperación de una cultura, religión e identidad, por muy antigua que sea, ha sido
sinónimo de “ir en contra de la historia” o “negar el mestizaje”. No son los nombres impuestos
ni la constitución fisonómica lo que determina el carácter de un pueblo. Los judíos de hoy son
en su mayoría blancos caucásicos y no semitas, como lo fueron originalmente. ¿Eso los hace
menos judíos? Los españoles de hoy tampoco se parecen en nada a los visigodos, pues tienen
mucho de árabe. ¿Eso los hace menos españoles? Aquí en América la gente que nace “con la
piel un poco blanca” cree que es suficiente para decir que son “españoles y europeos”,
confundiendo pueblo con genética, nación con coloración.

Mientras esté viva la llama de una cultura o civilización, aunque sea en el último rincón de un
pueblo perdido en las montañas, esa civilización, con sus dioses, costumbres, creencias y
modismos, estará en condiciones de recuperar todo aquello que le fue arrebatado por la fuerza.
Así como los judíos no se avergüenzan de su “antiquísima” religión y costumbres y las llevan con
orgullo, igualmente todos los pueblos americanos debemos seguir dicho ejemplo en vez de decir
que, por ser nuestras culturas “antiguas” ya no valen. Incluso científicamente es más fácil creer
en el dios Sol, que es real y visible, que en el Espíritu, sin que por ello desmerezcamos tal
concepto. ¿Qué necesitamos entonces para recuperar nuestra “España”, nuestro “Israel” y
retomar todo lo que nos pertenece desde hace más de 30 mil años, cuando el ser humano llegó
a este continente?

Para ello hace falta que las condiciones externas nos sean propicias, es decir, que los imperios
que nos mantienen sometidos como “culturas inferiores” y “manos de obra baratas” empiecen
su proceso de decadencia inevitable y natural. Ni Babilonia, ni Egipto, ni Roma, ni Al Andalus
sobrevivieron, y sus caídas fueron lo que permitió la libertad y la recuperación de muchos
pueblos. Quién sabe si ese momento ha llegado ahora que Occidente se siente débil,
amenazado, indefenso y aislado frente al restante 90% de la humanidad. Ahora ellos ya no se
llaman a sí mismos “la civilización” sino solo “Occidente”, lo cual es un claro síntoma del
comienzo del fin y del principio de nuestro retorno.

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